El pasado

Mis padres regresaron a la tierra y yo lo entendía.
Ya los oía vociferar allí: ¿Por qué y para qué puede Dios aprobar esto?
A mí ya me había quedado claro.
Todas esas otras preguntas y acontecimientos los dejaría descansando de momento en las profundidades de mi interior.
Fueron resolviéndose uno tras otro.
Continuaría hasta quedarme vacío y ya no hubiera más preguntas en mí.
Y después ya vería.
Podría seguir pensando siglos, pero tenía que continuar, siempre más allá.
Me concentré en mi propia vida.
¿A dónde, Lantos?
Hasta aquí has llegado, ¡ahora a seguir!
Me concentré entonces en el mundo astral y después de un breve instante entré allí.
Seguí la voz de mi corazón, y esa voz me llevó al lugar donde había nacido.
Quería saberlo todo de mi juventud.
Ya había aprendido a orientarme de distintas maneras, así que fue como por sí solo.
Planeaba por encima de la tierra y sentía que abandonaba este país.
No sentía obstáculo alguno en nada, atravesaba todo.
Sabía que llegaría al lugar donde había vivido mi juventud.
Estas fuerzas eran infalibles.
Sentía curiosidad por cómo sería todo allí.
Mis padres vivían de este lado y naturalmente sus propiedades habían pasado a otras manos.
Pero ¿a qué manos?
¿Cómo había sido el final de ellos en la tierra? ¿Habían muerto de manera normal?
¿Y Marianne?
Eso también lo quería saber; en resumidas cuentas: todo cuanto pertenecía a su vida y a la mía, si es que era posible.
Mirara por donde mirara, había vida por doquier.
Cuando avanzaba a toda velocidad no veía ni sentía nada de ninguna cosa.
Pero a ritmo lento veía al hombre astral, que se movía como yo cuando teníamos una sola sintonización.
De lo contrario no era posible.
Cada cual seguía su propio camino.
Unos para ayudar, otros para destruir la vida.
Y aun otros para hacerse conscientes, como yo.
Porque no lo era, todavía era un muerto en vida.
La concienciación, sí, eso era lo que quería asimilar.
Ahora sentí que se acercaba el final y entré de inmediato en la propiedad de mis padres.
Había fijado mis pensamientos en ello y así es como había llegado hasta allí.
Al instante fui a la casa de mis padres, allí me sería desvelado mi pasado.
Así me lo había prometido Emschor y mantendría su palabra, no me cabía duda.
Volví a pasearme por mis propiedades, por la tierra que me ardía bajo las suelas y que abandoné hace tiempo.
Pero ahora todo estaba cambiado.
Donde una vez se encontraba mi casa familiar, ahora había una ruina.
¿Era posible eso? ¿Me encontraba en el lugar correcto?
El viejo castillo era un montón de escombros.
Pero aun así sentía que era la casa de mis padres, donde viví algún día.
¿Que había sucedido aquí?
Quería irme, pero sentí surgir en mí la fuerza acostumbrada.
Quédese, oí, enseguida estoy con usted.
Ciertamente, ya lo había visto alguna vez y pensé en la época en que había vivido esa visión.
Fue cuando me fui y ahora vi que mi visión era la verdad.
Pero ¿qué había destruido nuestra casa?
¿Los elementos?
La vi una vez, había vuelto a la casa, pero había comprobado que todo seguía igual.
Ahora solo restaban los cimientos de lo que un día fue un soberbio castillo.
Sentí entonces cómo me entraba la fuerza de mi maestro y le dije en pensamientos:

—Bienvenido, maestro, le estoy muy agradecido.

Después oí decir:

—Lantos, soy yo, Emschor.
Pregunté:

—¿Me he confundido de lugar, maestro?
—No —fue su respuesta—, ha acertado.
Aquí vivió, desde aquí se fue al ancho mundo.
La voz de su corazón nunca lo engañará de este lado si continúa siguiéndola, solo tiene que escuchar.
—¿Puedo hacerle preguntas?
—Pregunte cuanto quiera, estoy listo.
Sentía por dónde tenía que empezar, porque veía delante de mí toda mi vida.
Mi primera pregunta fue:

—¿Por qué sentí en mi juventud esa repentina aversión a todo lo que fuera riqueza, a esos niños y aquellas fiestas?
¿De dónde venían esos sentimientos?
¿Podría responderme a eso?
—Le responderé; escuche e intente comprenderme.
¡Fui yo, Lantos!
—¿Usted?
¿Por qué lo hizo?
—Esos sentimientos estaban en usted, pero yo los desperté.
Esas fuerzas incomprensibles pertenecían al pasado.
En esta vida haría la transición a otra: la vida en la que vivió y que ya depuso.
Quiero decir, por tanto, su última vida en la tierra.
No hice más que hacer conscientes esas fuerzas.
Yo incidía en usted y usted actuaba de acuerdo a mi incidencia.
El hombre viene a la tierra para un fin determinado, para enmendar, como ya le dije.
En usted estaba esa fuerza, de modo que era su voluntad aceptar otra vida.
Usted llegó a esa sintonización espiritual, pero en la vida anterior, no en la vida en la que usted se liberó de su vida material.
Pero yo me quedo junto a su última vida, luego podrá percibir todas esas otras vidas de las que acabo de hablarle y podré conectarle de forma consciente.
Pregúnteme si lo que acabo de decirle no está claro, le responderé.
—Si le entiendo bien —dije—, ¿llegué a esa vida en la tierra para desprenderme de ella y huir de nuestras propiedades?
—Así es, lo ha sentido bien claro.
—¿Es una ley?
—Es la ley de causa y efecto.
—Gracias —dije—.
¿Me ayudó usted en todo?
—Sí, en todo.
—¿También en el arte?
—En eso también.
—Entonces tengo muchas preguntas que hacerle.
—Siga, Lantos, estoy a su disposición.
—Dígame, maestro, ¿fui artista en una vida anterior?
—Sí, en el Antiguo Egipto.
—¿Cómo dice?
—En el Antiguo Egipto.
—Qué asombroso y curioso lo que me dice.
—Son milagros para usted, pero todos esos milagros y problemas son verdades de la vida que el alma ha vivido.
—¿Sabe usted dónde es que asimilé esas aptitudes por el arte?
—También eso lo vivirá.
—Gracias —dije—, ¿ya puede contarme algo de eso?
—No, en el lugar donde vivió, así que luego.
—¿Sucede del mismo modo que ya viví?
—Sí, allí puedo conectarlo con el pasado, aquí es difícil.
—¿Puede explicarme por qué fui así en mi juventud?
Quiero decir: ¿Qué me protegía y de dónde venía el desprecio por mi estirpe?
—Esto guarda relación con su primera pregunta.
En usted estaba el sentimiento de irse.
Usted quería soltarse, pero en su juventud no pudo intuirlo.
Todo era demasiado profundo, ni siquiera ahora sabrá sondar la profundidad de estos sentimientos.
—No —dije—, no puedo, pero siento lo que quiere decir.
Gracias, maestro.
¿O sea que también en esto me despertó?
—Sí, dando conciencia a estos sentimientos usted sintió cómo proceder.
El desprecio por nuestra estirpe se manifestó porque usted quería buscar lo más elevado.
¿Lo entiende?
—Sí, le comprendo.
Pero si estos sentimientos no hubieran estado en mí, ¿entonces qué?
—Pues habrían pasado muchos siglos.
Aun así, habría llegado a este estado de fuerza espiritual.
Es inevitable.
De modo que esos sentimientos los asimiló en otras vidas.
Todo ser humano llegará a estar, tarde o temprano, en una misma sintonización de los sentimientos.
Lo vivirá de otra manera, pero al final todo viene a ser que a fin de cuentas él mismo, de forma inconsciente, lo quiera interiormente.
Por eso el hombre es profundo y esto le resulta un problema.
Pero como ya dije, todos esos problemas tienen un significado, a saber: que es la transición a una sintonización más elevada que el hombre asimiló en otras vidas.
Forma parte del ciclo de la tierra.
Lo que en una vida el hombre haya robado a otro hombre lo tendrá que enmendar en otro estado.
—Pero ¿acaso les he robado a otros esta posesión que no quería?
—Usted no, sino yo.
—Pero ¿qué es lo que yo tengo que ver con todo esto?
—Usted fue mi hijo.
—¿Cómo dice? ¿Fui su hijo, vástago suyo?
—Mi hijo, Lantos.
Usted es mi muchacho, pero de siglos atrás.
—Va usted profundizando más y más.
Me cuenta milagros, nada más que milagros y problemas.
¿Yo, su hijo?
—Mi muchacho, mi hijo, Lantos.
‘Problemas’, pensé, ‘con los que jamás pude soñar’.
—¿Acaso el hombre no es un milagro?
¿No es un problema?
Luego se lo aclararé.
Siga, así podrá entenderlo todo mejor.
—Dice usted que todas las personas viven esto.
¿También se les guía?
—A todas, porque el ser humano está conectado con otros miles de personas y toda esa gente está relacionada.
Pero desde este lado se le influye al hombre, o sea al alma, en la tierra.
Al menos cuando sea posible.
Así que han entrado en esta sintonización elevada, sino no es posible.
—A veces tenía pensamientos que eran más veloces que yo mismo.
¿Puede explicármelo?
—Era mi intensa concentración que hablaba a través de usted.
—Gracias, maestro, le entiendo perfectamente.
Logró alcanzarme.
—Exacto, como ahora, dado que esta incidencia es la misma.
Usted sabe ahora cómo se conecta de este lado con los hombres en la tierra.
—Así que por eso mi sensibilidad por el arte se hizo más consciente.
—Muy bien sentido, solo por eso.
—Es curioso todo, grandioso y profundo.
—Vive milagros y solo puede vivirlos porque yo me conecto con usted.
Una sintonización más elevada puede conectarse con quienes viven por debajo de su propia sintonización vital.
Ya lo habrá entendido.
Haciendo la transición y conectándose: así se hace consciente.
Descubrirá esas fuerzas.
Solo entonces entrará en una vida diferente y más elevada, donde le espera una gran felicidad.
No lo olvide nunca.
Seguía viéndome a mí mismo.
Era milagroso lo que estaba viviendo.
Entonces oí:

—Está viendo por mi voluntad y fuerzas.
Pregunté:

—Siempre sabe en lo que pienso, ¿tan sencillo es?
—¿No lo hizo usted con otros?
—Sí, esto ya lo viví, pero volver a vivirlo una y otra vez es justamente lo asombroso y sobre eso nunca termino de pensar.
—Ya ve, Lantos, lo hermosas que son estas fuerzas.
—Quiero asimilarlas, maestro.
—Siga así y busque el bien, entonces cambiará por dentro.
Al cambiar, empezará usted a intuir la vida, inclinará la cabeza ante Él, que dirige todo esto.
—Es como en un sueño, esta vivencia.
¿Está bien sentido así?
—Su vida ante usted, o sea su juventud, la ve en un estado visionario.
Tiene usted lucidez mental, pero a través de mis fuerzas.
No sería capaz a través de sus propias fuerzas.
Solo queriendo el bien las asimilará.
Vuelvo siempre a ello porque es la única posibilidad de elevarse.
—No tiene ante usted a un desagradecido, maestro.
Quiero, estoy convenido de ello.
Usted es Amor, maestro, y ama, más que yo.
—¿Cómo no iba a asistir a mi propio hijo con amor?
¿Usted haría otra cosa?
Si los padres supieran y conocieran todos estos milagros y problemas, ¿no actuarían como yo?
¿Acaso no es el amor la fuerza que nos conecta, que mueve montañas y que nos hace vivir todo lo que vive?
¿Que nos conecta con lo más elevado de todo lo que hay, con nuestro Padre que está en los cielos?
Hacia allá es donde va nuestro camino.
—Soy pobre en amor, maestro, aún soy pobre —Dicho lo cual oí:

—Pero está conquistando este amor.
Quiere que se le ayude, eso ya es una gran posesión.
Eso dice que está dispuesto a llevar su cruz, y al llevarla se inclina ante poderes más elevados.
Ese es el camino, el único camino, hijo mío.
—¿O sea que todavía soy inconsciente?
—Lamentablemente, es usted un muerto en vida.
—Es duro —dije—, tener que oírlo.
—De esa dureza se va a despojar usted.
Viviendo la vida, usted cambiará.
Haga siempre el bien, de lo contrario es imposible.
—¿Así que las personas en la tierra no son conscientes?
—No, ni una.
Entre todos esos millones de seres que ahora viven en la tierra no hay ni uno espiritualmente consciente.
El hombre solo adquiere conciencia cuando de este lado entra en la primera sintonización espiritual.
Esa conciencia es el amor que poseen; haciendo el bien y viviendo por los demás han llegado hasta allí.
—Aún no he hecho nada por los demás —dije.
—Ese tiempo también se aproxima.
Luego empezará a hacer cosas por los demás, solo tenga paciencia.
Aquí solo puede hacer aquello que lleve en su interior, lo que sienta, lo que viva en usted, y esa fuerza es el amor.
Sentir amor por todo lo que vive le hará despertar.
—En mi juventud fabriqué mi Dios, ¿por qué hice eso?
¿Puede explicármelo?
—Ya en su juventud llevaba dentro el deseo de felicidad y de lo elevado.
O sea, deseos que se manifestaban de esa manera.
Quería conocer la vida, igual que a Dios.
Sin embargo, usted no entendió esos sentimientos, pero ese es el significado que tienen.
—¿También me ayudó en eso?
—Sí, lo espoleé a buscar la vida elevada y cada pensamiento que albergaba en ese sentido le despertaba y le obligaba a seguir ese camino.
—Gracias, maestro, lo entiendo, tampoco ahora he cambiado.
—Así es.
Usted es consciente ahora, pero en esa época actuaba de forma inconsciente.
—Dice usted que ahora soy consciente y hace un momento dijo que era un muerto viviente, ¿qué conclusión debo sacar?
—¿No ve en su juventud?
—Sí, ante mí se desarrolla todo esto, la veo y la siento.
—Pues bien, usted tiene conciencia de ella, pero a través de mis fuerzas.
Ve, oye y siente, pero ese ver, oír y sentir no es conciencia espiritual.
Sigue sin tener posesiones.
De lo contrario estaría en otra esfera, es decir, en las esferas de luz.
Pero sigue habiendo tinieblas alrededor suyo y por eso no es consciente espiritualmente.
Así que esta conciencia surge al conectarlo yo a usted.
Por eso sabemos que el hombre en la tierra no es consciente.
Allí solo son materialmente conscientes, aman materialmente y esa es, por tanto, otra conciencia.
Cuando hablo de conciencia espiritual me refiero a su sintonización eterna.
Todavía siente de forma terrenal, o sea materialmente.
Nosotros conocemos la vida material, o sea la conciencia material, la espiritual y la cósmica.
Usted sigue viviendo en su vida material y ahora va a desprenderse de esa vida.
Está intentando asimilar otra conciencia.
¿Le quedó claro?
—Sí, siento lo que quiere decir, gracias.
Cuando yo era mí mismo en mi juventud —porque me acuerdo de esos sentimientos—, ¿usted se retiraba entonces?
—Sí, entonces era usted mismo.
No se olvide de que el hombre tiene voluntad propia y que el espíritu elevado no influirá en la vida de usted, ni podrá hacerlo, porque lo sabe.
Deberá actuar usted mismo, solo podemos protegerlo y dirigirlo.
Así que nosotros no podemos cambiar nada de su interior.
Ningún espíritu puede llevar las cargas del hombre.
Cada hombre lleva su propia cruz.
Pero sí podemos ayudar dirigiéndolo a usted en esa dirección.
De modo que no está en mi poder hacerle vivir completamente como yo quisiera.
No es posible y por eso sentía dos sentimientos contradictorios, que sin embargo tenían que ver el uno con el otro.
Cuando yo sentía y veía que iba a tomar el camino equivocado, le ayudaba, incitándole a tomar el otro camino.
Incidía en usted en silencio, lo cual usted sentía claramente.
—Fabricaba sol y nubes, ¿por qué lo hacía?
—Usted buscaba, deseaba felicidad espiritual.
—¿Guarda relación con mi manera de actuar en muchas otras cosas?
—Con su juventud entera, ese anhelo estaba en todos sus sentimientos.
—Miraba durante horas el cielo, ¿también era parte de eso?
—Sí, el deseo de saber, de conocer a Dios, de poseer felicidad espiritual le llevó a este estado.
—Cuando mi sol se disolvió bajo la lluvia sentía que tenía que ver con mi vida; por pocos años que tuviera, aun así lo sentía.
¿Era esta la verdad?
—Usted ya lo vivió, sabe que su vida estaba siendo destruida.
Pero se lo hice sentir en su juventud.
—¿Ya lo sabía muy de antemano?
—Sí, veía en su vida.
—Es curioso, veía con mucha antelación.
—Ya le aclaré que el hombre es sondable, pero solo cuando uno mismo posee esas fuerzas.
Como está percibiendo ahora, estuve viendo en su vida.
—O sea, ¿no podía intervenir usted?
Quiero decir, ¿no podría haber cambiado mi vida?
¿Tenía que suceder?
—Sí, todo está fijado, es una ley divina.
En su estado anterior, en el mundo de lo inconsciente, ya se lo aclaré.
De modo que regresó con un objetivo fijo a la tierra y eso no puede cambiarse.
Ni un espíritu u hombre pueden hacerlo, aunque hayan llegado a mucha altura.
—Si lo intuyo bien, mi transición, cuando puse fin a mi propia vida, ¿carece de significado y cae fuera de esa ley?
—No, usted habría muerto a su hora.
—¿O sea que actué yo mismo, no bajo influencia cósmica?
—Lo ha sentido muy claramente, así es.
—¿Así que todo ese sufrimiento ha sido en vano?
—No, eso no, lo sacudió hasta despertarlo.
—Sí, he aprendido, por terrible que haya sido.
Pero ¿de qué me conocía el que me espoleó a hacerlo?
—De otra vida.
—Pero ¿es que él era consciente de eso?
—Sí.
Escuche bien, se lo voy a aclarar.
¿Era consciente de su sensibilidad artística?
—Sí, lo era.
—Pues bien, entonces ¿por qué él no?
En él había odio, odio por algún ser humano.
Ese hombre era usted.
Él lo odiaba, podía odiarlo, porque usted, muy atrás en el tiempo, lo atormentó, lo torturó.
Esas fuerzas y sentimientos solo se disuelven, dejan de existir, cuando todo se ha enmendado.
Usted se iba a encontrar con él en su vida terrenal y así sucedió.
O sea todo causas y efectos, Lantos mío.
Usted vivió el efecto de una sola causa.
Él sabía lo que le esperaba a usted y por eso, solo por eso, usted estuvo en conexión con él.
Usted lo torturó en el pasado —enseguida lo verá— y por eso usted tenía que enmendar algo.
—Pero si no hubiera puesto fin a mi vida terrenal, entonces ¿qué?
—Entonces habría vivido que los demonios lo habrían esperado de este lado.
Lo habrían atacado y lo habrían arrastrado, torturado y golpeado.
Pero incluso entonces también habría sentido la causa de este acontecimiento.
Y después se fue, algo había cambiado en él y en usted.
En eso se disolvió el pasado, igual que la ley de causa y efecto, que el ser humano, que el alma que lo viviría, y que tenía que enmendar cosas.
Fue atraído hacia usted de manera inconsciente, pero más tarde se hizo consciente de todo y este sentimiento pasó a la conciencia.
Porque, ¿no se hizo usted artista?
¿Acaso no eran sus deseos?
¿No ocurrió?
O sea, sentimientos, pero causas y efectos, nada más y nada menos.
—¿Sabré por qué y cómo sucedió en el pasado?
—Más tarde, cuando pueda conectarlo con el pasado.
Se alegrará entonces de que esto ya se haya llevado a cabo, que usted lo haya enmendado.
—¿Así que mi muerte y transición habrían llegado entonces unos años después?
—Muy bien, lo ha sentido bien, así es.
—Ahora me ha quedado muy claro, maestro, y le doy las gracias.
¿Incidió usted también en mis padres?
—No, vivieron su propia vida.
No eran alcanzables y harán la transición a otros seres para entrar en ese estadio de sentimiento, de amor.
Tendrán que aprender todavía muchas cosas.
En lo que entran ahora significa que tendrán que trabajar duro por su existencia.
Esto lo necesitan ellos y otros miles más, lo cual solo es posible en la tierra.
—Pero ¿por qué tuve que vivir todo esto y ellos no?
Son de nuestra estirpe, ¿no es así?
—Usted está de mi lado, más tarde le quedará claro.
Usted es y fue el último de nuestra estirpe.
—Vaya, empiezo a entenderlo.
Cuando siento esto, usted es la causa y yo el efecto.
—Ambos somos uno, Lantos, estamos conectados, igual que la ley de causa y efecto tiene un mismo significado.
Una causa se enmendará y eso ha sucedido ahora.
Usted lo ha vivido.
—De modo que, por mucho que mis padres así lo desearan, ¿no podría haber dado sucesores a nuestra estirpe?
—También esto está muy bien sentido.
No, mire, el ciclo de la tierra de usted acabó.
Fui yo quien determinó todo esto.
Usted fue mi hijo, o sea que ambos nos enmendaremos.
Sus padres vivieron de nuestra propiedad que yo quité un día a otro.
Pero hace siglos.
Sin embargo, en la última vida terrenal de usted, este pasado se revelaría y esto rige para cada hombre.
Todos vivirán cosas, regresarán y se enmendarán, de eso no se libra nadie.
Todo es lucha, dolor y pena.
Usted lo vivió.
En usted estaba esa lucha, pero yo lo apoyé en todo para ir y aceptar, para hacer lo que sintiera por dentro.
Le pregunto: ¿querría la propiedad de otros, sabiendo que les ha sido robada?
—No —dije—, no la querría.
—Pues bien, usted se iría y dejaría todo esto atrás, porque interiormente ha llegado hasta allí.
De lo contrario se habría convertido en un autócrata.
¿Le ha quedado claro?
—Sí, maestro.
—Sus padres vivieron todo ese tiempo de bienes robados, de la propiedad de otros, pero un día son despojados de ellos y todo se disuelve.
—¿Así que sobre nuestra propiedad pesaba una maldición?
—Sí, la maldición del pasado.
—Entonces esto también me ha quedado claro, lo he sentido.
Ahora que sé esto entiendo mi partida.
Quería irme, algo me alejaba de mi casa y eso significaba que me iba a liberar del pasado.
Qué poderoso es todo, maestro, qué asombroso y natural.
—Son leyes, hijo mío, leyes de la naturaleza, es la dirección sagrada de Dios.
—Otros regresan y donan sus bienes a otros, ¿es ese el mismo estado que el mío?
—A veces, no siempre, pero suele ser una misma fuerza, no hay otro significado.
—Pero entonces, eso no es hacer el bien, ¿es enmendar?
—Así es, aunque el hombre no es consciente de eso, cree estar haciendo el bien, pero está pagando sus deudas.
‘Qué profundo, muy profundo’, pensé.
Esto no era ni bueno ni malo, él solo cumplía con una ley y enmendaba lo que un día hizo mal.
Era algo poderoso lo que se me estaba dejando claro ahora y se lo agradecí muy profundamente al maestro.

—¿Lo hacen porque otros los obligan? —pregunté.
—Sí, otros los espolean a hacerlo y se relacionan por sí solos con ellos.
—Cómo encaja todo, Emschor.
—Así es la vida.
Una cosa está conectada con otra, hace la transición a la anterior.
Son leyes, las leyes sagradas de Dios, estados, conexiones y sintonizaciones en el espíritu, o sea, causas y efectos.
Ya sentirá que todo es voluntad de Dios, Él conoce a todos Sus hijos y sabe lo que harán en la vida sobre la tierra.
Sea lo que sea, sea el estado en que allí nazcan, pobres o ricos, todo está determinado y sucederá.
Y ese suceso es la voluntad sagrada de Dios, que conduce y dirige todo.
Dios sabe lo que vivirá el alma en la tierra, porque el hombre regresa allí para recibir, ya sea el bien o el mal, felicidad o pobreza, lucha o miseria.
A eso se han llevado ellos mismos en un estado anterior.
Yo lo viví, usted también y otros miles todavía tendrán que vivirlo.
Aún otros están en la tierra y sirven y se entregan completamente a los demás.
Le quedará claro más adelante, lo verá y lo vivirá.
Ya lo oye: vivirlo una y otra vez, hasta que haya asimilado el amor espiritual y entre a las esferas de luz.
—¿Conoce a Marianne?
—Sí, la conozco.
Aquí jugó con ella, yo le seguía en todo.
—¿Sabe usted cómo fue su transición?
¿Puede decirme algo?
—Sí, pero más tarde, cuando hayamos llegado allí, así que tenga todavía un poco de paciencia.
—¿Por qué, si me permite que se lo pregunte, actuaba ella tan raro?
Quiero decir, en mi juventud.
—En ella había los mismos sentimientos que en usted, es decir: la conexión con usted, pero ella tampoco era consciente de eso.
Tampoco cuando vuelva a nacer.
Pero llegará el día en que ella sabrá que es suya.
Usted ya lo sabe, pero ella hará la transición a ese sentimiento.
Pero ambos tienen que enmendarse todavía: ella en la tierra, usted de este lado.
Por eso, también ella actuó por un impulso interior.
Aun así, tendrá que vivir su propia vida, igual que usted.
Así que le habrá quedado claro que lo que el hombre no entiende durante su vida terrenal, y sin embargo siente, pertenece al pasado.
Pero un día eso se hará consciente, es decir, de este lado.
De modo que allí, allí en la tierra, no es posible.
Uno no ve detrás del velo ni siente la profundidad de su propia vida, es incapaz de ver a través de todos esos siglos.
Ya le dije que de esto solo son capaces quienes poseen las fuerzas para ello y que son los que han despertado al cosmos, los maestros que han alcanzado las esferas más elevadas, que nos ayudan, a mí y a usted, a convencer a la humanidad en la tierra de su pervivencia eterna y del ciclo del alma.
Y también de que están allí para enmendarse y aprender a amar, lo cual es la vida de Dios.
Ese es el camino por el que han transitado y por el que transitaremos usted y yo y millones más.
Ella, Marianne, actuó conforme a sus sentimientos interiores, muy ocultos en su interior.
Ambos son almas gemelas, son uno en todo, en sentimiento, entendimiento y amor.
Pero esta conexión solo la recibirán de este lado.
Solo más tarde, Lantos mío, porque usted se lo está ganando, ¿me oye?, está ganándoselo.
Ahora usted ya no puede amar a otra.
Esa unión de sentimientos transita entre ambos.
Allí usted se siente a sí mismo, se conoce a sí mismo, allí siente el Amor sagrado de Dios.
Este amor es poderoso y por serlo, usted deberá ganarse esa gran fuerza que significa felicidad y gloria.
Usted de este lado, Marianne en la tierra.
Ella tendrá que enmendar ahora el mal que un día infligió al amigo de usted, a Roni.
También eso se lo mostraré, pero luego.
—¿Sentí bien entonces, cuando me paseaba por aquí llevando en brazos su estatua?
—Sí, pero eran míos los sentimientos.
Deposité esta verdad en usted, y la sintió, aunque sin entenderla.
Ahora todo le ha quedado claro y le aconsejo que lo acepte.
—¿Ya me la había encontrado en la tierra?
—Sí, la conocía y ella a usted de muchos siglos antes, pero ambos han destruido su felicidad.
El ser humano destruirá lo que no conoce y sin embargo es parte suya, de su vida interior.
Pero usted aún no había llegado allí.
Por eso todos son inconscientes todavía, aún les falta para poder recibir este gran amor sagrado.
Creen que poseen ese amor, pero son pensamientos y deseos propios que carecen de verdad espiritual.
No tienen noción del amor espiritual ni de la unión y el entendimiento espirituales.
Lo que sienten pertenece a la vida material y son sentimientos terrenales, o sea materiales.
Este sentimiento está muy alejado de la felicidad espiritual.
Todos, sean quienes sean, tendrán que desarrollarse.
Sin embargo, eso requiere lucha, pena y dolor, pero solo así se puede apoderar uno de esa gran felicidad poderosa.
En esto, en la vida del espíritu, es en lo que todos los seres humanos serán conectados.
—¿De modo que en la tierra nadie recibe este amor?
—Desde luego que sí.
En la tierra también vive gente que ya ha llegado hasta allí, pero todos esos seres son parte de los agraciados, porque son uno en todo.
Pero con que haya un solo pensamiento que uno envíe a otro sin que sea entendido, entonces esa conexión no tendrá relevancia espiritual y será una conexión terrenal.
Esta solo será espiritual cuando los seres humanos, o sea hombre y mujer, posean este amor y lo lleven dentro.
Pero entonces pertenecerán a nuestro mundo y serán niños en el espíritu; niños, ¿entiende?
El amor gemelo al que usted está esperando y que está ganándose es la conexión más sagrada que conocemos de este lado, es la felicidad más elevada que Dios puede regalar a Sus hijos.
Este amor da, es servicial; ella hace la transición a él, y al revés, viven a través de sus sentimientos, en la oración y en la fe, y trabajan por un solo objetivo, para hacer feliz al ser humano y toda la demás vida que Dios ha creado.
—Entonces no preciso que me diga nada más.
Entonces aún me falta.
—Gracias; es una gloria que empiece a entenderme.
Siga de este modo, así le podré aclarar muchos milagros, y así haré.
—Por tanto, encontrándome una y otra vez con ella, ¿he ido cobrando conciencia en su amor?
—Sí, así es.
—¿Así que teníamos que separarnos?
—Era necesario, y tampoco lo era.
Usted lo habría podido vencer luchando, aceptando una vida infernal, por lo que habría empezado a amar.
¿Quién lo quiere en la tierra?
Y sin embargo este es el camino.
Así que el ser, el alma, se encontrará con el ser que cósmicamente le corresponda.
De nuevo la voluntad de Dios y una ley de las que ningún humano puede cambiar nada.
Pero el hombre no acepta, se va y busca, y busca tanto tiempo hasta que cree haber alcanzado el objetivo previsto, y ve en él su amor.
Por eso regresará el ser humano, el alma, a la tierra, se encontrarán las personas, siempre de nuevo, porque son una, viven la misma vida, lo que significa su ciclo de la tierra y la vida del alma.
Para eso, mi Lantos, está la tierra, el planeta al que pertenecemos.
La tierra y nuestra vida sirven como esferas de purificación.
Una vez completadas estas, el alma se prepara para entrar al cuarto grado de sintonización universal.
Hay siete grados, y ya sentirá que pasarán miles de años antes de que lleguemos allí.
—¿Ya recibió usted esto tan grande?
—Sí, Lantos, esto grande se me concedió.
—¿Y está solo?
—No, ya nunca más podré estar solo, porque esta posesión está en mí.
¿Siente el profundo significado de esto?
—Sí, lo siento, porque usted hizo la transición a la posesión.
—Así es.
Ya no hay divorcio posible, porque vivo en esa sintonización.
Es mi posesión.
—¿También de ella?
—Somos uno, Lantos, seguiremos siéndolo, también a distancia.
En nuestra vida ya no existe la distancia cuando las almas son una, cuando sienten un solo amor.
Lo que vivo y siento lo vive ella.
¿Entiende lo profunda pero sagrada que es esta conexión?
—Aún me queda muy lejos.
—No, si usted continúa buscando el bien, recibirá esto tan poderoso en unos siglos.
—¿Siglos, dice?
—Siglos, Lantos.
Pero ¿qué significa eso viviendo en la eternidad, como usted?
¿Qué es un siglo?
¿Qué es la edad terrenal?
Pues nada.
Usted se hará digno de recibir esos tesoros espirituales.
Algún día rezará a Dios para que se le conceda esperar todavía un poco.
Le exclamará que aún no está listo y que tiene miedo de que vuelva a no entender este amor.
¿Siente lo poderoso que es esa posesión, la fuerza y la felicidad de sentir este amor?
¿Poder sentir en otro ser el mismo amor que uno es y posee?
Insisto, ¿qué son siglos?
Que sea necesario y dure tanto se lo puedo aclarar con una breve historia.
Escuche:
En la tierra nace una criatura y alcanza la edad masculina o femenina.
Entonces empieza a ser ella misma.
Hace conscientemente, al menos para la tierra, la transición a esa vida.
Siga ahora esa vida, y mire: no asciende, sino que desciende, va hundiéndose más y más para después morir.
Pasaron setenta años, y más.
Este ser humano no asimiló nada.
¿Me oye, verdad?
Setenta años, casi un siglo.
¿Tiene usted claro lo que significa un siglo de este lado?
¿Cuántos siglos harán falta entonces para poder recibir lo más sagrado?
—Acepto, maestro, no puedo hacer otra cosa.
Esperaré, se lo prometo.
En mis años juveniles soñaba que me haría artista, ¿eran suyos también esos sentimientos?
—Míos eran, Lantos.
Puse ese sueño en usted y le hice soñar cosas que algún día sucederían.
Así que yo preveía, pero estaba en usted.
—¿También el sueño de que mataría?
—Ese también, porque usted iba a olvidarse de sí mismo.
Le sirvió de aprendizaje y aprendió a controlarse en adelante.
—¿No habría sido posible evitarlo?
—Insisto, usted tiene que vivir su propia vida, ni a través de mí ni a través de otros.
—¿Y el mal?
Ellos me trajeron aquí.
No debían haberlo hecho, pero ¿no es esa fuerza igual?
—Le pregunto, Lantos: ¿está bien hacer el mal?
—No —dije—, eso no es.
—Pues bien, ellos lo hicieron y tendrán que enmendarlo.
Usted ha pagado, pero él continuó destruyendo a más gente.
Pero algún día eso también acabará y buscará el bien.
Si algún día se lo encuentra y él le pide ayuda, ¿qué hará usted entonces?
—¡Ayudar!
—Así debe ser, Lantos.
Él también poseerá alguna vez esas fuerzas y solo entonces serán hermanos en el espíritu.
Pero tendrá que enmendar hasta el último acto aquello en lo que perjudicó a otros.
Usted, sin embargo, está al comienzo de su vida eterna, pero tendrá que desarrollarse espiritualmente.
Seguí preguntando:

—La serenidad que me entró cuando me hablaban mis padres con tanta brutalidad, sobre todo mi padre, ¿era de usted esa serenidad?
—Sí, mía era.
Era mi voluntad.
—Me pegó y me dio patadas, ¿tiene que enmendarlo?
—Lo enmendará, de eso no puede librarse y algún día lo hará de buen grado.
—La felicidad que yo sentía era la de usted, ¿verdad?
—Sí, Lantos, me sentía feliz de que usted continuara por este camino, a pesar de todo.
—¿No habría podido dominarme?
—No, entonces las consecuencias habrían sido imprevisibles.
—Gracias, maestro, lo entiendo completamente.
Esta propiedad, ¿pasó ahora a otras manos?
—Sí.
Los propietarios legítimos la han recuperado, porque la propiedad era suya.
Hace muchos siglos se la robé.
Pero, ya lo ve, algún día el propietario legítimo recuperará su propiedad.
Usted vivió todo esto en su anterior vida terrenal, otros solo toman conciencia de ello siglos después.
Sepa usted que Dios no conoce de autócratas y que Dios solo es Amor.
Los pensamientos de sus padres, por tanto, eran erróneos.
Pero no tenían ni idea de eso y solo lo aceptarán en otro estado, cuando se conozcan a sí mismos y la vida.
De modo que ellos siguen el camino de usted y también ellos han de desarrollarse espiritualmente.
Esperemos que en la próxima vida en la tierra alcancen a hacerlo.
Usted fue el último, como ya dije, y se iría.
Pero en esta vida todo se le revelaría y esto lo vive cualquiera.
‘Qué poderoso’, pensé, ‘el hombre no puede cambiar nada de eso e incluso lo desconoce por completo’.
Seguí preguntando y dije:

—¿Quién destruyó este edificio?
—Los elementos.
‘Entonces sentí bien’, pensé, pero oí:

—Dejé que lo percibiera por mi voluntad y mis fuerzas.
—¿Dónde estaban entonces mis padres?
—En casa, fueron aplastados.
Aquí yacen dos personas: su padre y su madre.
—¿Están enterrados en este lugar?
—No, en un lugar del bosque, fue su deseo.
—¿Fue voluntad de Dios que se derrumbara?
—No, eso tampoco, no tiene nada que ver con la voluntad de Dios, aunque pertenezca a este empuje.
Su transición estaba determinada.
—O sea, ¿una casualidad?
—No, empuje, o sea: acontecer, pero solo el final de ellos, no este derrumbamiento.
Más tarde conocerá estas leyes, ahora no me es posible aclarárselas.
—Usted me hizo vivir todo esto y verlo de antemano, ¿a qué fin?
—Para convencerlo ahora de su ciclo de la tierra.
De lo contrario no podría aceptarlo.
Pero como ve, todos esos acontecimientos están conectados y encajan.
—Usted es poderoso, maestro Emschor.
—No vuelva a decir eso, ya que no soy más que un niño en el espíritu.
Solo Dios es poderoso.
Ahora también aceptará usted que no hay milagros ni problemas y que ambos se disuelven en cuanto empezamos a conocerlos.
O sea, una ley espiritual fue conectada con un acontecimiento terrenal —en este caso los elementos, que destruyeron su propiedad— y esto significó su transición.
Eso quiere decir que la materia y el espíritu son uno.
¿Siente lo que quiero decir?
Me quedé pensando mucho y dije:

—Si sufro un accidente, ¿no está necesariamente determinado?
—Exacto, eso quiero decir.
Cuando un accidente ocurre por una imprudencia no es un acontecimiento cósmico.
Sin embargo, tiene a su vez un significado espiritual, pero ya se lo dije, es demasiado profundo para hablar ahora de eso.
—¿Cómo fue la vida terrenal de usted? ¿Y cómo fue mi vida cuando yo vivía a su lado?
—Se lo mostraré.
La tierra se hundió delante de mí y todo lo vivo desapareció ante mis ojos.
Pero yo permanecí en el lugar donde estaba.
El viejo castillo delante de mí fue adoptando formas, todo cambió y parecía vivir otra vez.
Lo vi claramente delante de mí.
Después vi otra imagen.
En una de las habitaciones de este precioso castillo vi un ser, y lo reconocí de inmediato.
‘Emschor’, dije en pensamientos, porque era él.
Llevaba una extraña túnica, pero reconocí el atuendo, porque mi padre y yo también habíamos llevado algo parecido.
—Lo que va a ver ahora pertenece a una época en que esto todavía no lo podía llamar propiedad mía.
Entonces esta imagen se difuminó y se me hizo visible otra.
Vi a Emschor a caballo, pero era un mercenario.
Llevaba una túnica como la que llevaba la gente en esa época.
Se estaba librando una batalla; él y otros muchos rodeaban la propiedad de otro, conquistándola.
Triunfaba, pero engañando a su maestro.
Muchos fueron asesinados, entre ellos su señor.
Lo vi todo claramente.
Esta imagen también se difuminó y volví a verlo en una de las habitaciones del castillo, donde estaba en cama.
En una de las esquinas de la habitación estaba tomando forma un ser, en el que me reconocí a mí mismo.
Allí estaba, grande y delgado.
Sentía que algo no estaba en orden y fui conectado en sentimiento conmigo mismo, por lo que entendí el significado de esta imagen.
Mi padre estaba enfermo y quería que me fuera y legar la propiedad a otros.
Era un plan diabólico.
Lo entendí por completo, debido a que Emschor me lo había mostrado por adelantado.
Pero no accedí a su petición y seguí negándome.
No iba a permitir que me echaran de mi propiedad.
Me habló e insistió en que accediera a su petición.
Seguí negándome y me pareció un enfermo mental.
Entendía claramente cada palabra que se decía en esa época.
Después mantuve una conversación con él y sí logré convencerlo.
Después de esta imagen vi otra.
Ante mí vi algunos seres, yo también estaba cerca.
Me había sentado en la misma mesa donde estaba mi padre.
Vi que se levantó mientras me miraba y le oí decir estas palabras:

—Quiero que él, que lleva el nombre de Lantos Dumonché, asuma esta propiedad y cuide de tal... y tal...
¿Accedes a ello?

La pregunta era para mí.
Se fijó un importe y se anotaron los nombres.
Respondí afirmativamente y entonces se redactaron y sellaron documentos.
Esa imagen también volvió a difuminarse y vi otra que me hizo temblar.
Ante mí vi a mi padre, se había quitado la vida.
Sabía por qué y entendí todo.
De nuevo vi otra imagen.
Delante de mí vi otros seres y entre ellos estaba yo.
Se redactó otro documento y se rompió el primero.
En él constaba: “Quiero que quien lleva el nombre de Lantos Dumonché asuma la propiedad cuando sea mayor de edad y se haga valer como autócrata”.
El auténtico se había falsificado.
Después me vi a mí mismo con algunos niños y mi consorte.
Me dio dos niños y una niña.
A esta imagen la siguió otra y me vi a caballo.
Estaba listo para ir a la batalla y tenía el mando sobre centenares de personas que me seguían.
A lo lejos vi el objetivo de mi expedición.
Avanzábamos veloces como el viento y conquistamos la propiedad de otro, aunque muchos murieron allí.
Pero a mi adversario lo conocía.
Era el hombre del calabozo, ese demonio.
Entonces vi otra imagen, que me asustó.
Estábamos en nuestro cuarto de torturas y lo obligábamos a renunciar a su propiedad.
Su rostro era como el de un diablo y me maldecía.
Lo que le había infligido ahora me quedaba claro.
Pero él también era un bandido y un asesino.
También su propiedad era un bien robado.
La imagen volvió a difuminarse y viví mi final, pero de manera natural.
Mi hijo me sucedió y después una generación a la siguiente.
Entre ellos mis padres.
Era asombroso cómo encajaba todo y tuve que aceptarlo.
‘El pasado es poderoso’, pensé.
—Ya ve, Lantos: luchas, saqueos y violencia.
Pero la violencia ha sido destruida.
Las personas cuya propiedad robé la recuperaron.
Sus padres fueron los últimos que vivieron aquí.
Usted se fue y puso fin a su propia vida con sus propias manos.
Así podría seguir contándole y aclararle y mostrarle más estados y acontecimientos, pero eso nos llevaría demasiado lejos.
Quiero que esto sea suficiente y usted aceptará.
Ha enmendado usted mucho, yo también.
Ve que cuando el padre ha robado su propiedad, los hijos volverán a cederlo todo.
Usted ha de vivir su propia vida, yo la mía, y ambos hemos sufrido.
—¿Dónde está mi madre, la consorte de usted?
—Está de este lado, pero posee una sintonización más elevada que yo.
—¿Es ella su felicidad?
—No, ella no, es de otro.
—¿Dónde están mi mujer e hijos?
—Hay unos ahora en la tierra y hay otros que ya viven en las esferas de luz.
Una generación fue sucediendo a la siguiente, Lantos.
De modo que usted regresó aquí y se fue.
Por eso regresé a la tierra.
Solo por eso estamos conectados y ambos nos enmendaremos.
Sentirá usted igualmente que no me fue posible enmendarlo en esa época, por ser usted mi hijo.
Usted me obligó a consentirlo, pero yo no podía permitirlo y puse fin a mi vida.
No hizo usted lo que le pedí, usted falsificó los documentos y mandó redactar nuevos.
Pero mi acto permaneció, no podía ser destruido, todo pesaba sobre mí.
Todavía no era suficiente mi transición.
Pero usted continuó destruyendo.
Doy gracias a Dios, sin embargo, de que todo esto sucediera.
Se me perdonaron mis pecados.
Lo pagué con mi vida y lo volví a enmendar de este lado, así como en la tierra, o sea: en otras vidas.
—¿Cuántas vidas se completaron? —pregunté.
—Muchas —oí que se dijo—, pero en esta vida estuvimos juntos.
Usted y yo hicimos la transición a otras vidas, para finalmente regresar a esta propiedad.
¿Siente ahora lo profundo que es el hombre, el alma, que conduce y dirige a la materia?
Todo esto no puede sondarse, hijo mío, o sea que baste así.
Ahora también ve que los lazos de amor no pueden romperse.
Para bien o para mal, algún día estaremos uno frente al otro y enmendaremos o recibiremos.
Todos maldecimos, todos hemos destrozado corazones y hemos robado y torturado.
Los que han alcanzado las esferas de luz saben todo esto.
Nadie se conoce a sí mismo en la tierra.
Nadie tiene derecho a maldecir a otro.
Los que viven en la tierra deberán despojarse de lo terrenal.
También los que viven en las tinieblas tienen que enmendarse, porque todos seguimos un solo camino, el camino del desarrollo espiritual.
Algún día estaremos todos juntos.
Algún día volveremos la vista al pasado y seremos hermanos y hermanas en el espíritu, avanzando siempre.
De modo que quienes en la tierra posean mucha felicidad material volverán a perderla si sus antepasados la robaron.
Todo en la tierra está sujeto a la perdición.
Todo cambiará y ha de cambiar, nadie puede parar eso.
Nadie en la tierra posee la fuerza para abarcarlo.
Son leyes, nada más que leyes, Lantos.
¿Puede estar agradecido de haberse ido en su juventud?
¿Puede decirlo desde lo más hondo de su corazón?
¿Siente necesidad de estar agradecido a Dios?
¿Sabe usted que es una gracia contemplar todo esto?
Se me concedió mostrarle todo esto, pero el significado del pasado lo sentirá y comprenderá ahora.
Y todo esto se lo daremos a conocer a la humanidad.
Lo esperaré, hasta que haya entrado en las esferas de luz.
Podría continuar mostrándole imágenes de mi juventud y muchas otras, pero ya le dije que sería excesivo.
Para mí solo se trata de aclararle que todo tiene que volver a ser enmendado.
Cuando el padre roba y los hijos viven de lo robado, el padre volverá de todas formas alguna vez a la tierra, para sintonizar con ellos, ayudarlos y apoyarlos, pero de la manera en que lo estoy haciendo yo.
Pero padre, madre e hijos han de vivir su propia vida y lo que hagan con ella es su propia voluntad.
Mis pecados me fueron perdonados, en estos momentos están disolviéndose mi pasado y el suyo, y hacemos la transición a esta vida.
Las esferas más elevadas están abiertas para mí, pero aun así me quedo con usted y lo apoyaré en todo.
Usted continuará para trabajar en sí mismo y yo lo seguiré en todo (—dijo).
A continuación sentí que me recorría una poderosa corriente y en mi hombro se posó una mano amorosamente.
Sabía de quién era esa fuerza y esa mano.
Se me saltaron las lágrimas.
Lloré por primera vez y sentí el calor de aquel que me quería.
Me quedé en silencio, pensando mucho tiempo.
Todo era de una hondura increíble, pero lo aceptaba, porque lo había visto.
No podría haber aceptado si no se me hubiera aclarado esto.
A él, que me había destruido, a él podía perdonarlo y estarle agradecido ahora.
¡Cómo había cambiado yo en este instante, en tan poco tiempo!
Las verdades cambiaban al hombre en un solo segundo.
Estas eran verdades, que sentía en mí.
Aquí se me había mostrado, e incliné la cabeza.
Gracias, padre mío.
Aun así seguiré llamándolo maestro.
Mi padre de siglos atrás era mi líder espiritual y maestro.
Cómo era posible, qué profundo, qué increíble.
‘Pero hay que aceptar, aceptar una y otra vez, Lantos’, así me decía a mí mismo.
‘No puedes hacer otra cosa ni tampoco librarte de ello’.
Todo lo que había vivido hasta ahora era poderoso.
Entendía ahora que Dios no creaba tipos de hombres, sino que el hombre hacía de sí mismo un tipo extraño.
Hay que ver lo animal que era el hombre en sus vidas, desde hacía siglos ya.
Todavía no me sentía feliz ni pertenecía a quienes vivían en las esferas luminosas.
Volví a dar las gracias a mi padre y pregunté:

—¿Sabían mis padres que vivían de dinero robado?
—Sí, lo sabían y usted también habría llegado a saberlo.
—¿Tienen que pasar hambre en la tierra?
—No, eso sería excesivo, pero tendrán que trabajar duro para ganarse el pan.
—Pero, cuénteme, maestro, ¿cómo es que el pasado yace oculto en el alma del hombre sin que este lo sepa para nada?
—Porque el cuerpo material no lo puede procesar.
Pero lo que el hombre tendrá que vivir, eso lo sentirá conscientemente.
Por ejemplo, el arte de usted.
—Sí, le siento y entiendo.
—Todas esas otras experiencias vitales se disuelven en esa vida terrenal, porque en esa vida no se puede aceptar ni se querrá.
Muchos ni siquiera creen que exista una pervivencia, otros, en cambio, sí, pero solo habrá unos pocos que puedan aceptar el pasado.
Aun así yace en el hombre, profundamente oculto en su ser.
¿Tiene más preguntas que hacerme?
—Puede ser, pero ahora ya no sé qué más preguntarle.
—Pues bien, muchacho, entonces sigamos, tengo más cosas que mostrarle.
Voy a conectarlo ahora con su antepenúltima vida.
Vuelve al lugar donde vivió.
Desde allí seguiremos otra vez (—dijo).
Volví en mí y la tierra se me había hecho visible de nuevo.
Miré una última vez todo y me fui.

—Regrese a su taller, allí empieza nuestra investigación. —Oí que se decía.
Pronto llegué al lugar y de inmediato sentí la incidencia que ya me era familiar.
En el mismo instante se hizo visible mi taller y volví a ver esos trozos y pedazos de aquella vieja estatua.
Pero ahora sentí que se me conectaba con su irradiación.
Después se me elevó, y adelante, hacia lo desconocido.
De nuevo planeé por encima de la tierra y aprendí a conectarme a gran velocidad.
Cada vez a mayor velocidad, hasta que sentí que fueron disminuyendo las fuerzas que me propulsaban, y oí que mi líder espiritual decía:

—Estamos donde quería estar.
Aquí, Lantos, asimiló su sensibilidad por el arte.
Estamos ahora en el Antiguo Egipto.
La ciudad en la que nos encontramos se llama Menfis.
Hace siglos aquí florecía el arte.
Usted fue uno de aquellos maestros.
Llegó a grandes alturas y se entregó por completo a las bellas artes.
Todavía se conserva su arte.
Sus estatuas se guardan en palacios y templos.
Marianne también vivió aquí.
Aquí es donde la conoció, era su amada.
Pero usted causó pena y dolor, robándole a otro su felicidad.
Ahora ha pagado por ello y se ha enmendado.
Enseguida lo conectaré con su arte, del que también forma parte lo que se derrumbó en su propia vivienda.
Usted se ha preguntado cómo le llegó esta estatua.
Pues bien, todo eso ha sido mi trabajo, yo lo quise y me conecté con otra vida.
Cuando hacemos trabajos para poderes más elevados, también se nos ayuda en todo.
Fue sencillo lo que hice.
Puse mi voluntad en aquel que iría a Roma para que me trajera una de las estatuas de usted.
Lo desperté a este antiguo arte, lo que conseguí por completo.
Después le inspiré para que se la llevara.
Lo que sucedió después ya lo sabe.
Iba a hacer otra estatua, pero la vieja se desmoronó.
Yo sabía que pasaría.
Pero mi intención solo era conectarlo con este arte creado por usted en el pasado.
Más tarde conocerá todas estas fuerzas y aceptará lo sencillo que es montar y llevar esto a cabo.
Para usted son milagros y sin embargo todo esto no es más que concentración.
Pero voy a hablarle de otro milagro.
No se asuste si le digo que quien le llevó esta estatua era su propio hijo.
Su hijo, pues, de esta época, de esta vida en la que vivió usted.
—¿Cómo dice?
—Su propio hijo, me entendió bien.
—¿De Marianne? —me apresuré a preguntar.
—No, no de ella.
Usted abandonó a la madre de su hijo.
—¿Y a Marianne?
—A ella también.
—¿Por qué,
si se me permite preguntarlo?
—Porque usted era un seductor y ella una frívola.
Ella no le dio ningún hijo.
Ella carecía del sentimiento para recibir esa cosa pura y poderosa.
Ninguno de los dos amaba.
El amor que creían poseer no era más que pasión.
A ella también la abandonó, pero usted volvió más tarde.
Siguió buscando hasta en su última vida en la tierra.
Pero ahora usted sabe que ella es suya.
—¿Y después?
—Después usted irrumpió en su vida y destruyó la felicidad de ella y de otro.
—¿La felicidad de quién?
—De Roni.
‘Dios mío’, pensé, ‘qué milagros me toca vivir’.

—¿Cómo sabe todo esto? —pregunté.
—Ya lo estuve siguiendo muchos siglos.
—¿Vivía usted aquí?
—Sí, pero tuve que seguirlo desde este lado y proseguí con este trabajo.
—¿Fallecí aquí?
—Sí.
—¿Dónde está mi hijo? ¿Eso también lo sabe?
—En las esferas de luz.
Ahora es su hermano en el espíritu.
—¿Volveré a verlo?
—Eso también sucederá, y a muchos otros.
—¿Pero cuál es entonces la intención de todas estas vidas?
—Viviendo todas esas vidas, conocerá el verdadero amor.
Lo que ha de aprender es el amor fraternal.
Todos a quienes conocemos y conocimos son nuestras hermanas y hermanos en el espíritu.
Porque no puede ser de otra manera.
—¿Regresará mi hijo?
—No, continuará, como todos los demás que ya llegaron a aquel lugar.
—Mi maestro y padre, sea quien sea usted, lo acepto todo, pero ¿cómo lo podrá aceptar el hombre en la tierra?
—Tienen que sentirlo, sentirlo a fondo, solo así es posible.
Pero alcanzaremos a muchos, a muchísimos.
Es la voluntad de Dios que así sea.
—Me entregaré a usted, porque entiendo y acepto todo, y veo que es verdad.
Le estoy muy agradecido, profundamente, y le prometo por lo más sagrado que me entregaré por completo.
—Gracias, Lantos.
Que sepa que le muestro y aclaro la sagrada verdad.
Si usted no pudiera aceptar todo esto, tendría que detenerme y esperar hasta que hubiera avanzado lo suficiente, hasta que estuviera dispuesto a seguirme de nuevo y escucharme.
—No —dije—, no es el caso, quédese conmigo, estoy listo.
—Estupendo, entonces continuamos y alcanzaremos nuestro objetivo.
—Si Marianne está en la tierra, ¿podemos ir a verla entonces?
—Volverá a verla, pero más tarde, cuando haya llegado el momento.
¿Tiene más preguntas que hacer?
—No.
—Pues bien, entonces nos conectaremos (—dijo).
Sentí a continuación que hice una completa transición y que paseaba por las calles de Menfis.
Era asombroso, porque me sentía como si jamás me hubiera ido y aún viviera allí.
Me volvió mi vida anterior, hice conscientemente la transición a ella.
¡Qué grandes eran las fuerzas espirituales!
Entré a un precioso palacio.
Vi ante mí arte hermoso, ¿podría considerarlo como mío?
Tenía que aceptarlo, porque estaba conectado con él y me sentía a mí mismo en esas estatuas de piedra.
Nada podría demostrarme más claramente que en verdad yo tenía que ver con eso.
¡Qué profundo era todo!
Mi arte era asombrosamente hermoso.
En Roma no pude alcanzar esa altura.
Solo lo supe ahora, dado que lo sentía y percibía.
En aquella vida —lo entendí— me había desfogado.
Entonces me arrodillé y di gracias a Dios por todo lo recibido hasta el momento.
Elevé con sencillez infantil mi primera oración a Dios.
Seguí dando gracias a Dios mucho tiempo.
Aquí había vivido y asimilado mi arte.
El hombre era profundo, muy profundo.
Fui descendiendo cada vez más profundamente en mi propia vida y aun así no podría percibir los secretos del alma más profundos, porque entonces no habría un final.
También entendí que esto bastaba para poder aceptar.
Pregunté al maestro:

—¿Quién fue mi preceptor, lo sabe?
—Tuvo muchos.
—¿Dónde vivió Marianne?
—¿Quiere ir allí?
—Me gustaría —dije—, si es posible.
—También eso es posible, sígame.
Continué percibiendo a Emschor como envuelto en una emanación, y sin embargo sabía que era él quien me dirigía.
De pronto me paró y dijo:

—¿Ve ese río delante de usted?
—Sí —dije.
—Es el Nilo.
Pero nosotros vamos un poco más allá, vamos, sígame.
Continuamos un buen rato andando.
De nuevo se detuvo y dijo:

—¿Ve ese edificio delante de usted?
—Sí —dije—, claramente.
—Usted ve lo que yo veo, siente lo que yo siento, pero todo se vivió alguna vez, o sea es realidad.
Este edificio data de hace muchos siglos.
Vi un precioso edificio delante de mí.
El conjunto estaba decorado con estatuas únicas y a la izquierda y derecha veía la esfinge.
Un ser accedió en el mismo instante por el portón y se dirigió a la entrada del edificio.
Conocía esos andares, igual que toda la aparición.
¿Lo veía bien?
¿Lo sentía claramente?
¿Era Marianne a quien percibía y sentía?
Entonces oí que mi maestro me dijo:

—Es ella, es Marianne.
Dios mío, qué poderosa es esta imagen.
¡Verla a ella en otro cuerpo!
Pero sentí cómo me entraba toda su personalidad.
Era milagroso.
Así la había sentido en mi calabozo.
Sí, era ella.
Mi sentimiento no me engañaba.
Daría mi vida por esto.
Me brotaban lágrimas, pero me dominé.
Mi amor por ella era profundo, porque ahora mi sentimiento era consciente.
Amar conscientemente, oh, qué tesoro más grande, qué felicidad.
En esta vida era una personalidad completamente diferente, y sin embargo en algo notaba yo que era ella.
Su amor, ese sentimiento no podía negarse, por eso la conocí.
¡Qué hermosa era su silueta!
La seguí al interior.
La esperaban algunos sirvientes.
Entonces entró a una amplia pieza donde la recibió otro ser.
Sentí que me iba hundiendo más y entendí ese sentimiento, porque el maestro iba a conectarme aún más profundamente.
Reconocí de inmediato el ser que la esperaba.
Era Roni, mi amigo.
¡Qué problema!
Lo vi rodeado de muchas propiedades.
Entonces sentí la conexión con ella y con él, y entendí que yo estaba entre ambos.
Pero ¿cómo era posible?
Volví a sondar y sentí la pureza de mi percepción.
Los oí hablar.
‘Él siente y sabe que está siendo engañado’, pensé.
Entonces vi un acontecimiento del pasado.
Era asombroso.
Después se difuminó la imagen y oí decir al maestro:

—Él estaba casado con ella y usted era amante de ella.
Venga, sígame.
Regresamos a las orillas del Nilo.
Fue desvaneciéndose lo que pertenecía a la tierra.
Fui descendiendo hasta sentir que se me conectaba con mi propia vida.
Vi ante mí dos seres, dos amantes, y los reconocí al instante.
Éramos Marianne y yo.
Yo estaba delgado y hermoso, ella como una tigresa, inescrutable.
Ambos éramos falsos y viles.
Aquí veía yo verdad y se me aclaraban problemas imponentes.
Seguí a los dos y sentía mi propio estado interior, pero también el de Marianne.
En nada teníamos posesión alguna.
Éramos espiritualmente pobres, aunque amáramos, profundamente, pero ese amor era pasión, nada más que pasión.
No era honesta, ni yo tampoco.

—Ambos eran frívolos. —Oí decir al maestro, y acepté.
Aquí sentía y veía yo que él decía la verdad.
Esto no era amar, sino egoísmo basto.

—Qué asombroso —dije al maestro—, muy asombroso.
—¿No le dije que viviría milagros?
Estos milagros solo los puede aceptar porque los percibe.
Ha de aceptar o nada tendrá sentido, entonces seguirá buscando.
Que esto le baste.
—Acepto —dije—, no puedo hacer otra cosa.
Doy gracias a Dios y también a usted.
Me esforzaré; dígame lo que desea.
—¿Siente esta gracia, Lantos, que Dios le da a usted y a mí?
Despierte, no tengo más que decirle.
Me quedé en silencio por todo.
Me arrodillé en el lugar donde había paseado con Marianne siglos antes y recé con fervor, y fue creciendo la fuerza de mi oración.
Recé como un niño a mi Padre y en este lugar pedí a Dios que no rompiera mi amor.
Sentí que empezaba a amar de forma verdadera y quise conservar esta fuerza interior.
Algún día se me daría este gran amor sagrado y por él me esforzaría.
Me sentí muy alegre.
Mi maestro había regresado a su propia vida, pero lo sentía muy cerca de mí y sabía que seguiría velando y que me seguiría.
—Vamos —oí decirle—, Lantos mío, seguimos, tengo más cosas que mostrarle.