El mundo astral

Tenía ante mí el mundo astral.
Aun así, no podía irme.
Llevaba ya tiempo aquí para pensar sobre esto.
Me había seguido un espectador invisible, un ser humano, porque había oído su voz con claridad, dado que me había hablado.
Allá, ante mí, había una ciudad, y a mi izquierda vi un camino que ascendía hacia lo desconocido.
Cuando recorría ese camino, me esperaba el silencio, pero diferente al que ya conocía.
Sin embargo, deseaba gente, quería ver vida.
Por tormentoso que fuera, todo me parecía bien, porque había estado demasiado tiempo solo.
Aún sentía en mi interior ese silencio aterrador.
No, hacia allá no quería ir.
El camino que seguiría sería este, por tortuoso que fuera.
Me había quedado claro que la fuerza contraria que yo había sentido era la suya.
Esa fuerza me impedía continuar.
Qué grandes eran las fuerzas del ser humano muerto en la tierra para poder detener el avance de otro ser.
Me parecía muy asombroso y me alegraba de que se me hubiera concedido vivirlo, aunque no lo entendiera para nada.
Me acordaba de cada palabra que me había dicho.
Me parecía que ese silencio jamás acabaría, y sin embargo me encontraba ahora en otro mundo.
Qué milagrosa era esta vida.
Ahora entendía que aquellos años que habría vivido en la tierra los tuve que terminar de vivir en ese mundo vacío, y que cuando ese tiempo concluyó, había empezado a hacer lentamente la transición a este mundo.
Este, pues, era mi infierno.
Pero no ardía fuego alguno.
De qué manera tan natural se disolvía todo.
Una imponente justicia me había excluido del mundo habitable.
Quise quebrantar una ley que era inquebrantable, y había vivido las consecuencias.
En eso sentía la ley de causa y efecto.
Yo mismo había sido la causa y tuve que pagar las consecuencias.
Allá, en aquel silencio, había vivido todo eso, y de ello formaba parte el proceso de descomposición, que era lo más repugnante de este acontecimiento.
Había descubierto esa ley, porque a través de mi sufrimiento había vuelto a estar en armonía con esas leyes de la naturaleza.
Tenía que ser así, porque lo sentía.
Me parecía curiosa esa forma de hacerse más densa la tierra y la vida a mi alrededor.
Quizá habrían nacido de esa manera el ser humano y toda la demás vida que Dios había creado.
Se hacía más denso bajo mis pies, iba en aumento arriba de mí, a mi izquierda y derecha, hasta que este mundo se me fue haciendo visible.
El leve zumbido fue convirtiéndose en un tremendo huracán, y eso era, como decía aquel espíritu, la pasión y la violencia.
Era un infierno y allí vivían personas que eran pasionales y quizá diabólicas.
Qué terrible me parecía.
Un ser humano que aún viviera en la tierra no sabría comprenderlo, había que vivirlo.
Aun así, me gustaría volver a vivirlo una vez más, pero ahora como espectador.
Entonces entendería esta vida mejor y descubriría todas esas fuerzas que de muy buen grado quisiera asimilar.
Estaba volviendo a vivir en la tierra a pesar de estar muerto.
Pero la tierra, allá delante de mí, era el mundo astral.
Allí vivían juntos seres humanos y espirituales, y yo era uno de los que se habían despojado de su cuerpo material.
Yo era ahora el ser humano astral y estaba en el mundo donde vivía el espíritu.
Cómo lo había deseado en la tierra, y cuántas ganas había tenido de conocerlo.
Ahora estaba en el más allá y ya había vivido muchas cosas.
Aun así, todavía no sabía nada de esta vida y estaba muy curioso por saber lo que me esperaba.
Ahora vería a seres humanos, y me encontraría con ellos, según mis deseos.
De modo que me puse a descender, de camino a lo desconocido.
El viento ululaba, como si fuera el fin del cielo y la tierra.
Pero no sentía miedo, porque ya me había acostumbrado a esos aullidos salvajes.
A más vida y ruido que oía, más me gustaba.
Y ya hice un nuevo descubrimiento, porque cuando pensaba en otras cosas, apenas ya oía esta violencia.
Entonces sentía que hacía una completa transición a aquello en lo que pensaba, por lo que lo anterior se disolvía, aceptando yo lo otro.
Era igual que cuando estaba encadenado a mi cuerpo material.
Por pensar en otras cosas yo mismo hacía la transición a ellas y disminuían los dolores y todo lo que tuviera que ver con ese estado.
Así podía aliviar ese terrible sufrimiento mío.
También ahora vivía ese mismo acontecimiento y en él se disolvía esta violencia.
Era curiosa esa transición.
Iba avanzando paso a paso, tenía tiempo porque vivía en la eternidad.
Pero a cada paso que daba, sentía cómo me entraba esa nueva vida, y me hacía suspirar profundamente, porque me dejaba sin aire.
Esa era la violencia a la que regresé.
Pero sentía que recuperaba la serenidad.
Esa transición la intenté varias veces, y así aprendí a sintonizarme y conectarme espiritualmente.
Me resultaba glorioso y me sentía feliz de estar asimilándolo.
No había cambiado yo en nada, al contrario, me sentía más vital.
Era porque vivía en otro mundo y por haber aprendido algo de eso.
Era sabiduría, posesión espiritual, de las que no sabía nada en la tierra, o no había entendido nada.
Allí me había planteado miles de preguntas, sin haber obtenido respuesta a ni una sola.
Ahora entendí que todas mis preguntas se disolverían en mí mismo, con tal de que me fijara en todas esas fuerzas y mantuviera los ojos bien abiertos.
Siempre había tenido curiosidad y seguiría teniéndola.
Sentía cómo me entraba ahora un curioso silencio, a pesar de estar en un infierno.
¿Acaso no habría tanta oscuridad en mí?
Me sentía cambiar.
Estaba cambiando por dentro, porque antes de entrar aquí odiaba.
Ahora, sin embargo, no sentía odio.
En aquel silencio estaba en rebelión, y ahora había en mí serenidad.
‘Qué asombroso’, pensé, ‘qué ser tan extraño eres’.
Me sentía como si aún siguiera viviendo en la tierra, antes de que ocurriera lo terrible.
¿Habría regresado a esa misma sintonización de los sentimientos?
Yo era la misma personalidad, solo que había perdido mi cuerpo terrenal.
No me atrevía a decir que lo hubiera depuesto, porque lo había destruido.
No sentía odio por nada, tampoco por mis padres.
Era extraña esta sensación, y no entendía cómo era posible.
A Roni lo odiaba y él, a mí, y sin embargo, ahora que me había tocado pagar por todo ello y vivirlo, era como si no lo hubiera conocido.
Estaba muy alejado de mí.
En la vida terrenal no conseguía desprenderme de él, y ahora que quería acercarme a él, sentía que no era posible.
Una fuerza invisible nos había desgajado el uno del otro.
Así es como yo lo sentía, pero no estaba seguro de que ese fuera su significado.
Tal como yo era ahora, así me sentía con mi primer preceptor.
Por entonces era muy feliz, igual que ahora, a pesar de estar viviendo en las tinieblas.
Aquí sí había un poco más de luz que allá en aquel silencio, pero tampoco era muy distinto.
También habían disminuido todos aquellos tormentos que había sentido en el silencio, como ese estrangulamiento de la garganta; no tenía sed ni hambre más que cuando pensaba en ellas.
Por eso me pareció que mi infierno no era para tanto, podría aguantar esto, porque no era tan inhumano, aunque no poseyera yo la luz de la que me había hablado Emschor.
Pero ¿qué error había cometido yo realmente?
No había engañado a la gente ni torturado, ni habría sabido hacerlo, y sin embargo vivía en el infierno.
Había matado y purgado mi castigo.
Mi castigo en la tierra había sido terrible y aún peor de este lado.
No se me había castigado una vez, sino dos.
¿Todavía no era suficiente?
¿No sabría Dios perdonarme todos esos pequeños pecados?
¿Tenía que pagar por algo más?
Me parecía sentir este problema.
Había ido a parar a un infierno que sintonizaba con mi interior, porque el infierno, según dijo el espíritu, es la vida interior de cada cual.
En ese caso, no era muy hermoso lo que había hecho con mi vida en la tierra.
Aunque no hubiera matado ni puesto fin a mi vida, habría entrado aquí de todas formas.
Así era, no podía ser de otra manera.
Lo entendí plenamente y lo acepté.
Había sido curiosa mi conversación con Roni.
¿Que yo lo habría despertado?
Solo había ocurrido por haber pensado en él.
No podía perdonarme, por mucho que él lo deseara, pero después me dijo que me odiaba.
Eso también era extraño.
Me daba la sensación de que otro poder hubiera paralizado su sentimiento malicioso hacia mí, solo para que yo pudiera vivirlo.
Él vivía y estaba en alguna parte, pero se había quedado dormido por su necesidad de dormir.
Yo también me había quedado dormido y me pareció que había sido hace un siglo, así al menos me sentía cuando me desperté.
Todo seguía siendo un misterio y por el momento seguramente que tampoco lo averiguaría.
El espíritu me había conectado con Roni, pero aun así todo me resultaba incomprensible.
Aunque tampoco tenía yo gana alguna de volver a empezar a preguntar por qué y para qué.
Eso no hacía más que alterarme, y quería estar tranquilo.
Mi infierno, sin embargo, era especial, porque luego me encontraría con personas y podría hablar con ellas.
¿O serían nuevas mentiras?
No podía confiar en esos demonios, de modo que me quedaría expectante.
Me sorprendía una y otra vez sentirme tan diferente a antes.
¿Era por haber sufrido tanto?
¿Había cambiado por eso mi vida interior?
¿O era por estar ahora en esta vida y haber depuesto mi cuerpo terrenal?
Me sentía gloriosamente tranquilo.
Otra vez preguntas, siempre.
Tenía que pensar con más cautela y evitar esos problemas al máximo.
Allá, en la lejanía, me pareció ver los contornos de una ciudad.
A pesar de las tinieblas, conseguía ver lo que tenía delante, lo que ya era un milagro de por sí.
Aquí no vivía más que milagros y problemas.
Me parecía casi increíble y, sin embargo, veía una ciudad con muchas torres y edificios.
Se estuviera donde se estuviera y por mucha oscuridad que hubiera, aun así era posible percibir de este lado.
Cuando en la tierra se estaba a oscuras no se veía a tres en un burro.
Pero en esta vida todo era diferente, incluso yo.
Pero tampoco tanto, porque pensaba como en la tierra y me sentía exactamente como allí.
Tenía brazos y piernas, podía oír y ver, y sentir todo claramente.
Pero yo era un privilegiado en algo: en algo que era más nítido que en la tierra, más vivo: y era cómo sentía.
Aquí había que sentir todo y cuando lo hacía, lo sabía y entendía plenamente.
Incluso en las tinieblas de mi propia tumba había sentido y también visto claramente el empuje de mi cuerpo material.
Ese empuje regresaba a mi cuerpo espiritual.
Yo mismo tenía que asimilarlo y ese asimilar era sentir.
Sentir las cosas a fondo equivalía en esta vida a vivirlas.
Cuando pensaba en algo, empezaba a sentirlo y hacía la transición a aquello en que pensaba.
Así no había vivido nunca en la tierra, solo cuando me encontraba muy inspirado, de lo contrario, no.
La mayoría de las cosas las hacía del todo inconscientemente.
¿Estaba mal eso?
Aquí tenía que ser completamente yo mismo, porque si no, me instalaría en la disarmonía y me volverían todos esos tormentos terrenales.
Aquí uno podía pensar solo en una cosa a la vez, eso también ya me había llamado la atención.
Continuaría de esta manera, porque creía estar entendiéndolo.
¡Oh, si hubiera sabido todo esto en la tierra!
Cuánto más sencilla habría sido mi vida allí, no me la habría complicado tanto.
Pero ¿se sabía allí algo de un cielo e infierno?
Claro que no.
¿Y dónde es que estaba el cielo y dónde estaba Dios?
Pensé que tendría que comparecer ante el trono de Dios, pero eso también eran mentiras.
No se me había acercado ningún Dios a hacerme preguntas, pero era eso lo que se nos enseñaba.
En la tierra no había escuchado a los clérigos, pero aun así no se me había hecho todavía pregunta alguna.
No había visto ningún espíritu, ni a ningún ser humano ni Dios.
Ahora vivía en el infierno, pero allí no había ni diablo.
Vaya tonterías, pues, que proclamaban los clérigos en la tierra.
No tenían ni idea, pero a pesar de eso hacían como si fueran dueños de la verdad.
Los cristianos que no aceptaban su religión eran herrados, torturados y asesinados.
¡Eso se hacía a causa de todas esas mentiras!
Qué estúpido, que terriblemente estúpido es el hombre.
Lo llegué a comprender en esta vida.
Por los disparates de ellos se aniquilaba a tanta gente.
Era triste.
Pero tenía que aceptar esta verdad, porque no veía ni Dios ni espíritu ni diablo.
Tampoco había fuego ni condena.
Nada más que mentiras y tonterías las que proclamaban.
Pero era curioso que fueran justo los demonios de allí los que habían dicho la verdad al respecto.
Quizá a ellos también les parecía terrible.
Me constaba que eran diablos, porque me habían tendido una trampa y causado mucha pena y dolor.
Aquel diablo de allí parecía tener mucho interés en mi perdición, porque cuando se produjo, se fue, sin hacer otra cosa que gritar que la venganza era dulce, lo cual no entendí.
También me conocía, porque me llamó por mi nombre.
Me alegré de que no hubiera condena ni fuego, y solo eso ya me bastaba para amar a Dios.
Este era un Dios muy diferente al que conocían en la tierra.
Este era más suave, poseía más amor y Él mismo era Amor, como me dijo el espíritu Emschor.
Pero Sergius (el que entonces era jefe de la iglesia) predicaba la condena, el fuego eterno y la destrucción total.
Ay, necios, loros, ustedes no saben nada.
Ustedes le meten miedo al hombre.
Piensan ustedes que hacen el bien, pero hacen el mal.
Ese no es el camino.
Ustedes están ciegos, espiritualmente ciegos, y sus corazones son fríos e insensibles.
Era algo que ya había aprendido en el poco tiempo que llevaba aquí.
¿Dónde viviría esta gente cuando también muriera algún día en la tierra?
¿En el cielo?
¿Junto a Dios?
¿Por haber estado proclamando toda su vida falsedades?
Es lo que faltaba, sería una gran injusticia.
Eso Dios no lo consentiría ni podría consentirlo.
Dios es justo, según se decía, y esto era injusto.
En ese caso, Dios sería falso y deshonesto con toda la gente.
Si todos esos falsos predicadores de la religión llegaban al cielo, entonces yo también debería estar allí, pero no lo estaba, porque me encontraba en el infierno.
Cuando uno no creía lo echaban al calabozo y lo torturaban.
Pues eso me parecía la mayor injusticia que existía.
En la tierra había tenido que aceptar una religión, o me habrían matado también a mí, aunque no quería más que trabajar tranquilamente en mi arte.
De lo contrario no lo habría hecho de ninguna manera, porque ya allí sentía esa contradicción.
Fue una gran pena que mi vida llegara tan pronto a su fin.
Mi última creación artística no la había podido concluir.
Cuando me ponía a comparar mi estado con toda aquella gente, sentía que yo no era bueno, pero tampoco malo.
Me encontraba entre el bien y el mal.
Por eso mi infierno no era tan inhumano.
Si cada ser humano portaba en su interior su propio cielo e infierno, entonces aquí había millones de infiernos y cielos.
Porque, ¿dónde estaba toda esa gente que había muerto en la tierra?
Aquí, ¿no es así?
Y sin embargo estaba solo, muy solo.
¿No estaba yo despierto, no era consciente?
¿Seguía todavía en lo inconsciente?
¿Eran Roni y Marianne peores que yo?
¿O era justo al revés?
¿A dónde habría ido Marianne?
No dejaba de pensar nunca en aquellos dos.
¿Y mis padres? ¿Vivirían todavía?
¿Se habría llevado Marianne mi estatua a su casa?
¿Se habría muerto también?
¿Estaba muerta, como yo?
La amaba de verdad, ¿sería Dios entonces capaz de destruir mi amor?
¿Se opondría Dios a que la amara?
¿Habría recibido otro cielo o un infierno diferente al mío?
Creía que me encontraría con ella, pero no había ocurrido.
¡Cómo la amaba!
¿Llegaría a ser mía?
¿Llegaría a amarme como yo la amaba a ella?
¿Me pertenecía y éramos uno?
Volví a hacerme preguntas y ni siquiera sabía si ya estaría muerta.
Y sin embargo me surgía ese sentimiento y era el que más sentía.
Si tuviera que sopesar esos sentimientos de la vida y la muerte, entonces era la muerte la que más pesaba.
Porque era el que sentía con más claridad.
‘Pero qué incomprensible es esta vida’, pensé.
Ya no me atrevía a pensar como antes, y sin embargo Dios me parecía extraño, muy extraño.
Ahora lo conocía aún menos que en la tierra, porque aquí todo era diferente.
Pero aun así sentía respeto, ya solamente porque habían sucedido cosas que contenían verdad.
Porque el espíritu que me había advertido con antelación de que no pusiera fin a mi vida, puesto que entonces me tocaría sufrir mucho, había dicho la verdad.
O sea, que sabía más de esta vida que yo, y de ese modo tuve que aceptar que Dios era Amor.
Ese mismo espíritu, que estaba en alguna parte, que me había seguido y cuya voz había oído, ese espíritu proclamaba la verdad y me animaba a pensar con un poco más de cautela sobre Dios.
No sentía yo ahora ninguna gana de precipitarme conscientemente en la desgracia.
En cualquier caso, este Dios era diferente al Dios de mis padres.
Su Dios era un autócrata, un Dios que solo los amaba a ellos y su estirpe.
Pero semejante Dios no me decía nada, no le tenía respeto.
Cuando me ponía a comparar mi propio interior con el Dios de ellos, me veía más elevado que el suyo y con otra mentalidad.
Todo se me estaba pasando por la cabeza ahora que había entrado en este mundo.
El mayor problema se me había resuelto y era Dios.
No es que lo conociera, pero lo que me tocaba vivir me daba fuerzas para pensar de otra manera.
El Dios de mis padres era terrible.
Era uno que torturaba y que me quería convertir en autócrata.
Ya de niño eso me daba asco, y me sentía muy agradecido de haber estado protegido contra eso.
Hace nada había vuelto a aprender algo nuevo y me resultaba muy asombroso.
Cuando pensaba en Dios miraba hacia arriba sin darme cuenta, miraba con mucha intensidad el cielo, porque allí se suponía que vivía Dios.
Y mientras pensaba en eso, deseando que se me concediera ver más allá, me sentí de repente aupado, y estuve planeando algunos metros por encima de la tierra.
Fue un acontecimiento curioso.
Había quedado suspendida la gravedad para mí.
‘Qué asombroso’, me dije, ‘¿qué es lo que tocaría vivir ahora?’.
Después lo intenté muchas veces, elevándome más y más, pero la oscuridad seguía.
También descubrí otras fuerzas, porque cuando pensaba rápido y quería elevarme rápido, me concentraba en ello y entonces subía velozmente.
Me preguntaba si serían fuerzas del espíritu o del diablo.
El mero pensamiento de que fuera a asimilar artes diabólicas me estremecía, porque no lo quería.
Quería avanzar, elevarme espiritualmente, pero no descender a mayores profundidades.
Para eso prefería seguir caminando, siempre caminar, antes que precipitarme en la desgracia con esas artes.
No obstante, volví a hacerlo, porque me divertía.
No logré elevarme tanto como para que se disolvieran estas tinieblas, por lo que no dejaron de envolverme.
Formaba parte de las muchas otras peculiaridades que descubriría.
Seguí andando y pronto llegaría al mundo habitado.
Avanzaba incluso con más rapidez que hace unos instantes, porque constaté que esas fuerzas también las podía aprovechar caminando.
Planeaba más de lo que andaba.
Dejé de sentir la tierra.
Eso también era curioso.
No habría sabido hacerlo en la tierra.
Allí nos servíamos del caballo y el noble animal hacía lo que quería el hombre.
También repetí algunas veces esta manera de avanzar y progresaba cada vez con mayor rapidez.
Pasaba de una sorpresa a otra.
A cierta distancia vi a un ser humano que iba en la misma dirección que yo.
Sentí mucha curiosidad por saber si era un ser humano de la tierra, o si era el hombre astral.
Al acercarme un poco, vi que era una mujer.
¿Habría muerto o aún vivía en la tierra?
Me había acercado mucho y decidí toser un poco, pero no me oyó.
Nada la alteraba y siguió caminando, sin interrupción.
Ya fuera espíritu o persona material, era un ser humano.
Pero aun así quise que me percibiera, quizá podría hacerle algunas preguntas.
Cuando me encontré caminando a su lado me dirigí a ella, pero siguió sorda y por lo visto ciega también, porque ni me oía ni me veía.
Siguió andando absorta e hizo como si yo no estuviera.
‘Extraña aparición’, pensé.
Ahora intenté aproximarme a ella desde el otro lado, entonces tendría que verme sin que pudiera ignorarme.
Cuando hube avanzado unos pasos regresé, pero tampoco ahora me vio.
¿Viviría todavía en la tierra?
Entonces comprendería que no pudiera percibirme, porque los espíritus eran invisibles para el hombre que viviera en el cuerpo material.
Algunos habían visto espíritus en la tierra, pero yo no era uno de ellos.
También ella era ciega, igual que tantas otras personas.
Seguí andando pegado a ella, yo, ser humano muerto, mientras ella aún poseía su vestimenta material.
Me pareció muy interesante ver a un ser humano de la tierra y solo ahora entendí lo escondida que estaba la vida espiritual detrás de ese velo.
La emanación que escondía este mundo les era impenetrable.
Cuánto había estado buscando yo todos esos problemas.
Desde los primeros rayos del día hasta muy entrada la noche, y aun así no los había averiguado.
De modo que no era nada extraño que no me viera.
Me había adentrado ahora en esa vida incomprensible.
Tarde o temprano vendrían todos hasta aquí y les parecería tan asombroso como a mí.
Pero este ser humano no dejaba de avanzar y yo seguí andando a su lado, porque quería saber a dónde iba.
Llevaba una vestimenta preciosa, igual que la que solía vestir mi madre.
Por eso entendí que pertenecía a los primeros círculos, porque ese traje era muy costoso.
¿Era de día o de noche en la tierra?
De la manera en que se comportaba deduje que era de día.
Así no podría avanzar por la noche ni de madrugada.
Las puertas de la ciudad tenían su horario de cierre y quien no llegara a tiempo tenía que quedarse fuera o tener los papeles necesarios.
¿Era una forastera?
¡Me parecía tan peculiar!
Me estaban ocurriendo otra vez cosas nuevas.
No dejamos de avanzar.
Pronto atravesaríamos las puertas de la ciudad.
Aun así intenté hablar otra vez con ella y le pregunté:

—¿Es usted de la tierra?

Pero continuó sorda y ciega.
Todavía pasó bastante tiempo antes de que alcanzara su objetivo.
Todavía seguimos caminando, uno al lado del otro, pero el paseo no parecía tener fin.
Empecé a aburrirme de tanto avanzar.
¿A dónde se dirigía?
Llevábamos ya horas de camino.
¿Significaría algo?
Cuanto más avanzábamos, más se me acercaba la ciudad.
Sin embargo, esta imagen era diferente a la que había percibido antes.
¿Y ahora esto qué significaba?
Yo quería ver el mundo habitado pero no hacía más que avanzar, por lo que el paseo era interminable.
También para ella.
Sentía que me encontraba ante un nuevo problema.
Mira, se me ocurrió algo: estaba pensando sin pureza.
Pensaba en todo y nada, salvo en la tierra, no en lo que debía pensar.
Así no llegaría nunca, porque se me desperdigaban los pensamientos.
Estaba de camino y no lo estaba.
Pero ¿y ella?
¿No era ella un ser humano de la tierra, no era un ser material?
Volví a mirarla y me asusté.
Mostraba un rostro teñido de profunda tristeza.
Tenía los ojos vacíos y sin embargo veían, porque continuaba andando, siempre más, pero caminaba con la cabeza inclinada hacia la tierra, sumida en pensamientos.
¿Veían esos ojos o era sonámbula?
Me encontraba en un estado muy extraño.
Ella daba la impresión de mirar a través de la tierra.
¿Y si no estaba yo conectado con la tierra?
Empecé a dudar de mí mismo.
¿Quién era ella y qué clase de persona era?
¿Un espíritu, un problema?
De pronto pensé sentir este misterio.
Intenté seguir sus pensamientos y en efecto, lo sentí claramente.
Ella había muerto en la tierra, porque me entraba la muerte.
Ahora entendí este milagro.
Se había suicidado y vivía en el silencio.
Me había encontrado con alguien que había puesto fin a su propia vida.
Por no haberme sintonizado bastante, lo vivía de forma errónea.
Ahora me sintonicé con la tierra y de inmediato este mundo se hizo más denso, por lo que vi la tierra frente a mí.
Cuando volví a sintonizarme con ella, pero sin perder la conexión con la tierra, vi que la envolvía una emanación.
Ahora era para mí una sombra, como los demonios que había percibido en mi calabozo.
Era asombroso este acontecimiento.
¡Un ser humano que había puesto fin a su vida, una mujer!
Ay, no había quien la ayudara, porque ahora entendía su estado general.
Podría seguir avanzando durante años, pero sin acabar nunca.
Solo me cabía esperar que en la tierra no hubiera llegado a los cien años, porque si no, su dolor sería inabarcable.
Yo también había estado caminando así, de modo que conocía su dolor.
Tenía que experimentar la vida, porque así agotaba su vida terrenal.
No, no podía oírme ni verme.
Pero algún día, este mundo en el que me encontraba ahora se haría visible.
Por triste que me resultara, aun así este mundo me parecía asombroso.
El ser humano que se quitaba la vida se cerraba para todo lo que vivía en el universo.
Esa mujer vivía ahora en un espacio vacío, como yo.
Nada, no había nada, solo ella y sus pensamientos.
La mujer pensaba y siempre seguía andando, un año tras otro.
¡Y sin embargo llegaría el final!
En ella vi pasar de nuevo ante mí todo mi propio dolor y toda mi miseria.
Ahora que lo percibí, entendí por fin con claridad mi propia vida.
¡Qué imponente!
Todo lo que hasta ahora me había tocado vivir era imponente y asombroso.
Ella había optado por el veneno y yo por la soga.
Cuando pensé en eso me volvió a entrar un dolor punzante.
Por pensar en ello, me volvían aquellos dolores, y pensando otra vez en cosas distintas, se me iban de nuevo.
Siempre era curiosa esa manera de intuir, pero yo quería seguir de esta manera.
Este estado me había enseñado a conectarme de diferentes formas.
Lo que me interesaba, eso lo sentía.
Me entraban las cosas más asombrosas.
Me entró su vida en cuanto quisiera pensar en ella.
Fui repasando todo claramente, porque todo esto tenía que servirme de enseñanza.
Lo que yo vivía era triste, pero así eran las cosas.
Allí caminaban el dolor y la profunda miseria, ¡una ruina humana!
Estaba muerta, pero aun así vivía.
Sin embargo, incluso en su vida no tenía conciencia de nada de lo que la rodeaba.
Estaba ciega y sorda, sola y abandonada, no era nada.
Me senté y me quedé mirándola.
Nunca dejaba de andar.
Allí caminaba un problema humano, que solo yo conocía y que no era más que miseria.
No me era posible expresar en palabras cómo la veía.
Caminaba en el silencio de su propia tumba, no había nada que la pudiera detener.
También ella sabía qué significaba el proceso de putrefacción.
Había vivido que su cuerpo maternal y divino se había descompuesto.
Ay, ser humano, ¿por qué diste ese paso?
¿Por amor?
¿Te partieron el corazón?
¿Te destruyó la vida en la tierra?
Podía ser tan bella allí, pero la vida de unos la destruían otros.
Yo había matado, pero me habían obligado a hacerlo.
Lo más preciado que tenía estaba siendo mancillado.
¿Quién se habría podido dominar?
Y a pesar de todo, ahora lo sabía, es lo que debería haber hecho.
No debería haberme dejado llevar.
Roni estaba muerto y a mí me tocó toda esa miseria.
Pero era mejor no darle más vueltas, había pasado y yo había librado mi batalla.
También aquella pobre mujer estaba pagando por sus pecados.
Pero después, ¿dónde entraría?
¿Se adentraría aún más en aquellas tinieblas?
También eso me quedaba claro ahora.
Cuando hubiera depuesto todo eso, primero iría a su sintonización directa.
Iría a parar a un infierno o a un cielo.
Solo entonces comenzaría para ella esta vida, solo entonces se uniría telepáticamente con esta vida, la real.
Era sorprendente lo bien que todo engarzaba.
Esas leyes eran las leyes de Dios, no era posible modificarlas en algo.
Mira cómo va allí, ¡la pobre!
No dejaba de verla, pero cuando me dedicaba a pensar en otras cosas dejaba de ser visible para mí.
Sin embargo, allí seguía, avanzando, siempre más allá, aunque ese infierno me resultara invisible.
De ese mismo modo a lo mejor habría innumerables infiernos invisibles, que yo quería conocer más tarde.
Merecía la pena saberlo todo sobre esta vida, cómo se organizaba todo esto, cómo era la gente que vivía en ella y lo que había hecho para llegar hasta ella.
Sí entendí que todos eran pecadores.
Los seres con una sintonización elevada vivían en el cielo.
Estaba yo muy lejos de él.
¿Habría tantos cielos como infiernos?
Todo eso lo averiguaría alguna vez.
Qué fabuloso era apenas creer y, sin embargo, ahora que veía todo esto, no me quedaba más remedio que aceptarlo.
Llevaba su vestimenta terrenal, pero ¿cómo podía ser?
¿Acaso no vivía en la eternidad?
¡Otra vez un problema nuevo!
Ahora me miré a mí mismo.
Qué curioso que no me hubiera fijado antes.
También yo llevaba la misma vestimenta que en la tierra.
No había cambiado en absoluto.
¿Cómo era posible?
¡Qué milagro!
Me había muerto y a pesar de eso llevaba mi túnica terrenal.
Pertenecía a la vida terrenal.
No había reparado en ello ni un instante.
Pero también eso me había quedado claro, porque solo viviría aquello en lo que pensaba.
Pero eso no quitaba que perteneciera a la tierra.
No iba desnudo, llevaba ropa, me sentía como en la tierra, pero aun así era espíritu.
‘Todo esto era milagroso’, pensé, ‘qué poderoso es Dios para proveer al hombre de todo’, y empecé a sentir cada vez más respeto por ese Omnipoder.
¿Era esto también una ley?
Me recorrió un sentimiento curioso, ahora que sabía todo eso después de comprobarlo.
Eran milagros que solo podían vivirse en esta vida.
Era concentración, exclusivamente pensar y sentir.
Tenía que fijarme en mil cosas.
Quién habría pensado en eso, porque de no haberme encontrado con ella jamás se me habría ocurrido.
Aun así, era tan natural, y justamente por eso uno no lo pensaba ni le llamaba la atención.
Era tan asombroso: cuando uno se despertaba aquí llevaba su túnica terrenal.
Pero aún no entendía cómo era posible eso.
Estaba admirándome a mí mismo y me veía como un problema.
Cuántos milagros y problemas había vivido ya, a pesar de llevar tan poco tiempo aquí.
A cada paso que avanzaba vivía otro milagro, por lo que no terminaba de darle vueltas.
Ahora volví a concentrarme en esa mujer y la vi al instante.
Estaba muy lejos de mí, pero la veía con nitidez.
En ese silencio también yo había llevado esa túnica.
Pero no me había fijado en ello ni me había sorprendido.
Tendría que tenerlo muy en cuenta a partir de ahora, porque viviría aquello en lo que pensaba; lo que deseaba ver, encontrar u oír sucedía.
Me sentía feliz, porque ahora estaba preparado para las cosas que aún viviría.
Desde aquí vi cómo se mordía los labios y era horrible como avanzaba.
Ahora que me concentraba con aún más intensidad sentía incluso sus pensamientos.
Sintiéndola, porque así es como era, la comprendía completamente.
Primero sentía y después asimilaba sus sentimientos que me entraban como pensamientos.
Estos eran suyos, era su vida, de modo que yo hacía la transición a otra vida.
Eso no se hacía en la tierra.
Allí solo se veía al ser humano tal como era, o sea por fuera, pero por dentro no era posible descender en el hombre.
Aquí, lo sentía muy claramente, ya no había secretos y el hombre no podía esconderse.
Veía y sentía en su vida, y este ver y sentir ya de por sí era un milagro.
También entendí que el hombre en la tierra no se conoce a sí mismo.
¡Cuántos secretos había en el ser humano!
Ya solo por eso había que estarle agradecido a Dios.
El hombre tenía muchas propiedades, pero las que yo estaba viviendo ahora no se conocían en la tierra.
En la vida en la tierra el hombre era un gran problema, igual que aquí, pero en esta vida había una unión telepática con esos problemas; es más, uno los vivía.
¡El hombre era un milagro y un problema!