Noche del jueves 14 de febrero de 1952

Buenas noches, señoras y señores.
Voy a comenzar con: “¿Cuál fue la intención de Dios para dividirse si de cualquier forma todo regresa al Omnigrado?”.
¿De quién es eso?
¿Ha leído usted mis libros, señor?
(Señor en la sala):

—No todos.
—¿Cuál ha sido la intención de Dios para dividirse?
Usted es una división de Dios.
Pero cuando el Omnigrado...
No tiene que tomar y ver usted primero a Dios.
Pero si el Omnigrado no hubiera empezado a dedicarse a la división, a la paternidad y maternidad, todavía existiría el vacío, ¿verdad?
Dios —diremos: Dios—, Dios ha llenado de esta forma esos espacios.
Entonces no había nada, solo fuerza, vida.
Y así es como han surgido sistemas planetarios, universos, en los que vivimos.
Por mucho que esté usted sentado aquí en una casa, en todo momento está planeando por el espacio con una velocidad de tantos kilómetros por minuto.
Si siente eso, tendrá el sentimiento, tendrá la conciencia y empezará a sentir a Dios, es decir: su propia divinidad.
(A unas personas que están entrando justo en ese momento):

Pasen, señoras.
Y por esto ha surgido, por tanto, un universo en el que está presente la vida, como Dios; chispas divinas, somos chispas divinas.
También tenemos una personalidad divina, pero aún tiene que despertar.
No somos más que personas y seguimos viviendo en la tierra, mientras que todavía hay miles de universos por vivir.
Y cuando hayamos llegado al Omnigrado, nos habremos hecho dioses humanos, conscientes.
¿Lo entienden?
(Señor en la sala):

—Sí, pero dice usted: entonces volvemos otra vez a Dios, así que entonces volvemos a estar en el punto de partida.
—No, entonces habremos llegado al punto donde vivimos el objetivo final y donde lo representamos.
(Señor en la sala):

—¿No es eso lo mismo que el comienzo?
—No, claro que no, porque entonces usted solo era fuerza, solo era vida invisible y ahora es usted un Dios humano.
Cristo y otros millones de personas ya viven allí.
La gente de hace cien millones de años vive ahora en el Omnigrado.
Y nosotros que seguimos ocupados en la tierra.
Todavía no somos tan viejos, aunque hayamos vivido millones de eras y conocido y tenido cien millones de vidas.
Pero todavía no somos viejos, porque apenas hemos llegado a la tierra.
Este universo lo venceremos cuando hayamos vivido los planetas y, ya lo ven, este es un planeta.
Volvemos y adquirimos un nuevo cuerpo, un estadio más elevado por la paternidad y la maternidad, el renacimiento, la reencarnación, y así es como vamos a ampliarnos.
¿Ha quedado claro?
¿Algo más, señor?
¿Hay otras personas que tengan una pregunta sobre esto?
Porque esto merece la pena.
(Jozef continúa leyendo):

“Supongo que eso no lo podremos...”, ¿no es sencillo?, “...que no lo podremos comprender mientras no hayamos alcanzado la séptima esfera”.
Ni siquiera la séptima esfera, señor, tiene importancia; aunque viva usted la primera y la décima esfera —no hay diez esferas— como entidades, por así decirlo...
¿No?
Aunque cada esfera vuelve a estar subdividida en otros estados, son grados, hasta que haya usted vencido una esfera, un espacio y un mundo.
Pero cuando esté usted en la séptima esfera, señor, seguirá sin saber nada (en comparación con los habitantes de los grados de vida cósmicos superiores), y aun así sabrá mucho (en comparación con los demás habitantes del más allá y de la tierra), aquí (en el tercer grado de vida cósmico) será cósmicamente consciente.
Y entonces proseguirá usted su camino, volverá a convertirse en un embrión, y entonces será atraído por otro universo, los maestros lo llaman el cuarto grado cósmico.
Y ese sistema planetario —de eso hemos hablado aquí por la noche— es sorprendente.
Si asiste usted ahora a las conferencias que va a haber en Diligentia...
Vamos a empezar con la paternidad y la maternidad del universo para el ser humano.
Todo este universo es solo para la paternidad y la maternidad.
Más sencillo imposible: está completamente abierto a nuestros pies.
Si lo supieran los astrónomos y pudieran aceptar sin titubear que la luna como madre, como Omnimadre para este espacio, se dividió a sí misma y que así dio vida a billones, billones y billones de chispas, surgidas a partir de Dios...
Eso ya lo hemos vivido, ¿verdad, gente?
Y ahora llega eso para el universo, la paternidad y la maternidad, y entonces vamos en línea recta hacia el cuarto grado cósmico, al quinto, al sexto; el séptimo grado cósmico es el Omniestadio divino, pero ahora: Omniestadio divino consciente.
El Omniestadio de antes de la creación se llama: estadio inconsciente.
Más sencillo imposible.
¿No, madre?
Más sencillo imposible, ¿no?
¿No es sencillo?
(A alguien en la sala):

¿Qué estaba viendo?
Señor, ¿tiene alguna cosa más?
La señora estaba con la mirada perdida que daba gusto.
¿Nadie más con una pregunta sobre esto?
¡Es el Omnigrado!
¿Ya hemos agotado el asunto?
Vaya lástima, ¿verdad?
Podría hablar fácilmente cien mil años sobre esto.
Aquí tenemos: “Durante la última conferencia en Diligentia”, eso también va hacia el Omnigrado, “el maestro Alcar declaró, entre otras cosas que”, fue el maestro Zelanus, “que había visto las leyes”.
Ellos también las ven.
Ustedes también las pueden ver aquí.
“La respuesta a la pregunta de qué son estas leyes no me ha quedado clara.
¿Puede aclararme si existe una diferencia entre leyes y fuerzas, y si fuera el caso, en qué consiste esa diferencia?
Estas leyes y fuerzas ¿son entidades independientes, conciencia?
Y si así fuera, ¿en qué consisten?
¿Cuál es su ser esencial?
¿Qué son en sí?
¿Y cuál es su origen más lejano?”.
¿De quién es esto?
¿Del señor?
Señor, la teosofía, el teósofo...
Señor, ¿no sabe usted lo que es una ley?
La teosofía, ¿lo ha...?
(A la sala):

No, en serio.
¿Qué dice la teosofía?
Me gustaría saberlo, sí.
¿Qué les ofrece la teosofía sobre esto?
(Señor en la sala):

—No voy a ofrecerle una respuesta, porque quisiera conocer la suya.
—Vaya, ¿tiene miedo de quedarse corto?
(Señor en la sala):

—No.
—Señor, usted sí que es una ley.
Una poderosa, incluso.
Usted también es fuerza y es alma y es espíritu y es vida y es una personalidad, pero por encima de todo y antes que nada: una ley, una ley divina.
¿Lo sabía?
Así que entonces llegamos a un solo punto.
Y la naturaleza entera es una sola ley.
Pero ahora tenemos leyes independientes, entidades como ley.
Y ahora puede usted empezar.
Bueno, pues diga usted también algo, yo también quisiera oír alguna vez lo que dice Blavatsky.
Yo siempre lanzo cosas sabias, bueno, y ahora usted no me devuelve nada.
Bueno, pues, diga algo, no.
(Señor en la sala):

—La diferencia entre fuerzas y leyes, quisiera...
—Ah, bien...
(Señor en la sala):

—Son costumbres.
—¿Son costumbres?
(Señor en la sala):

—Son costumbres que han surgido por...
Todo es armonía, así que todo lo que es disarmónico tiene que ser devuelto a la armonía.
Sí, pero ¿en qué..., en qué vive la disarmonía en la creación?
En la creación entera... no hay más que una sola disarmonía.
Hay más, claro, pero eso ya lo sabe usted.
(A la sala):

No, esto justamente es interesante, señoras y señores, porque de esto podemos aprender.
Porque esa posibilidad está allí, ¿no?; así tendremos comparaciones y entonces llegaremos a las profundidades.
Por eso pregunto sobre esto.
Puede hablar seis semanas sobre esto.
¿Así que para mí nada más?
¿No es una lástima?
Aquí hay...
Esta pregunta, señor, me conecta a mí y a los maestros con mil libros.
Y ahora ya sabemos algo más.
¿No es una lástima?
Va a tener la noche.
Yo la convierto muchas veces en algo.
Pero puede tener noches mucho más hermosas si piensa y pregunta por su cuenta.
Esto me parece interesante.
Mire, dice usted: “Durante la última conferencia...
¿Puede explicarme si hay diferencias entre leyes y fuerzas?”.
Claro que hay diferencia.
¿Qué diferencia?
En primer lugar, es usted mismo una ley.
La noche es una ley.
Como ¿qué?
Como ¿qué?
El día es una ley.
Como ¿qué?
¿Qué es el día?
(Señor en la sala):

—No como entidad.
—Desde luego que sí.
(El señor en la sala dice algo más).
No, el día es una entidad, la noche es una entidad.
La noche como mundo es una entidad, es una personalidad, es una entidad.
Un árbol, una flor, un perro, un gato, un ser humano, la lluvia y el viento: entidades, fuerzas, también fuerzas; pero también entidades y una personalidad.
La lluvia es una personalidad aparte.
¿Para qué?
Para el crecimiento, para el florecimiento.
La lluvia, para que arrecie; tenemos lluvia por el viento, por las tormentas.
Así que las fuerzas fundamentales que van a esa entidad están subdivididas en viento, tormenta, fuerza, lluvia.
Eso es el nacimiento.
Eso es crear para el sol.
Si ya no hubiera sol, si estuviéramos en el tiempo de un año, estaríamos todos muertos y más que muertos.
Nada felices, nada; no: más que muertos.
O sea, fuerza.
Pero también una entidad y una ley.
La noche es una ley; el día es una ley, son leyes divinas.
(Señor en la sala):

—Sí, pero resulta que el maestro Zelanus declaró en Diligentia que las había visto, esas leyes.
—Sí, pero por eso digo: eso usted también lo puede hacer.
(Señor en la sala):

—... a ver en el empuje.
—Si usted contempla a esa gente, verá un par de centenares de leyes.
Todas ellas leyes.
Y ¿qué?
Paternidad, maternidad, luz, vida...
(Señor en la sala):

—Sí, así que solo en el empuje, no como entidad, no como personalidad.
—Pero, buen hombre, ¿no son eso personalidades?
(Señor en la sala):

—Es el ser humano en el empuje de esas leyes.
La paternidad y la maternidad, ¿verdad?, también son leyes.
—Claro que sí.
(Señor en la sala):

—¿Verdad? Pero no podemos verlas.
Son...
—Santo cielo, puedo integrarlas así, así más, en mi interior.
(Señor en la sala):

—... abstractas.
—¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—Son abstractas.
—Estas personas ¿son abstractas?
(Señor en la sala):

—No.
—No, pero hablo de esa gente.
(Señor en la sala):

—Las características de la gente.
—¿Son abstractas?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Señor, si no tengo cuidado, me quedo sin cartera.
¿Eso le parece abstracto?
(Risas).
—No, aquí no roban.
Pero si me dan una bofetada, o me hacen lo otro, ¿le parece eso abstracto?
Esa personalidad se deja ver por completo.
¿Soy abstracto, ahora que estoy hablando, sintiendo, pensando?
¿Es abstracción eso?
(Señor en la sala):

—Sí, lo que usted expresa, sí.
La propia personalidad, no.
Pero sí lo que usted expresa, es abstracto.
No es visible.
—Estoy leyendo, hago algo.
Es algo concreto, ¿no?
Eso es conciencia diurna, ¿no?
Pero, bueno, ahora me paso a la abstracción.

(Jozef se queda callado).

(Señor en la sala):

—Eso son sus pensamientos al respecto.
—Sí, ¿no los oye?
¿No los oye?
Eso es abstracción.
(Señor en la sala):

—Sí...
Pero ahora las vamos a...
Así que eso todavía es alumbramiento, ahora estoy dando a luz.
¿Sabe usted lo que estoy diciendo?
Y ahora voy a crear.
Si se siente la palabra —eso es para la personalidad— ..., si la palabra se siente en el interior, son sentimientos, los convertimos en materia, palabras, eso es crear.
Y eso para la noche es alumbramiento, una ley.
Y para el día el sol, también una ley.
La noche es maternidad y la luz del día es la paternidad.
Así que una ley como padre, como madre, como luz, como vida, como personalidad, como fuerza, todo fuerza.
¿Ha quedado respondido ahora?
(Señor en la sala):

—Sí, pero lo que... (inaudible) ¿... es en sí?
—Pero ¿es que no sabe usted lo que es la noche?
(Señor en la sala):

—No, lo que es la fuerza, el ser esencial de la fuerza.
—El ser esencial de la fuerza, ¿es que no lo sabe?
¿Lo sabe?
¿Qué dice Blavatsky de eso?
(Señor en la sala):

—Es la manifestación, la primera manifestación del Omnigrado divino, ¿verdad...?
—Sí, sí, pero ¿qué es eso?
(Señor en la sala):

—Es impensable para nuestro entendimiento humano.
Así que si las fuerzas... tenemos que imaginarnos que estamos ante eso, ¿verdad?, entonces apuntamos demasiado alto, supera nuestro entendimiento.
—Claro, si es que está hablando de la Omnifuente.
(Señor en la sala):

—Claro, ese es el origen.
—Sí, pero esa Omnifuente... entonces ya no se aclara usted, ¿verdad?
Es algo que nos sobrepasa, ¿no?
(Señor en la sala):

—Sí, justamente por eso.
—Sí, señor, a ver, espere, “justamente por eso” dice usted, pero, señor, eso lo que hace es vivir en el ser humano, en un animalito, en una plantita.
Si yo..., escuche bien...
¿No es capaz de procesarlo?
(Dirigiéndose a la sala):

¿Logran entenderlo, señoras y señores?
¿Qué dice Blavatsky sobre esto?
(Señor en la sala):

—Lo que digo aquí, que...
—¿Es capaz ella de...?
¿No es posible materializar ese sentimiento?
(Señor en la sala):

—Pero es visible el empuje.
—Yo soy capaz, aquí, desde este lugar, hacer que se manifieste la Omnifuente.
Yo sé hacer eso.
Ustedes también.
Pero yo soy capaz de hacerlo aquí.
(Señor en la sala):

—Sí, el empuje.
Pero ¿sabe mostrarlo?
—Desde luego.
(Señor en la sala):

—A ver, cómo decirlo, ¿como entidad? ¿Como personalidad?
—Bueno, no querrá usted que atraiga hacia la tierra esa verdadera Omnifuente, ¿no?
(Señor en la sala):

—Exacto, eso es lo que..., ¿verdad?, cuando se dice: he visto las leyes, eso lo suponemos, no su empuje, ese era el sentido de...
—Ah, usted quiere decir que el maestro Zelanus ha visto esa ley y la puede traer a la tierra, ¿verdad?
(Señor en la sala):

—Sí, que si las puede traer es otro cantar, de lo que se trata es: las ha visto, dice.
—Es que lo son.
No es necesario verlas.
Por eso me adentro en su ser.
Dice usted: “Verlas”.
Por eso digo: aquí hay leyes.
Un perro, un gato, la naturaleza, cada cosa, cada cosa material es una ley divina.
(Señor en la sala):

—Sí, en el empuje.
La teosofía explica: es inexplicable.
—Vaya, aire.
(Señor en la sala):

—Sí.
—¿Lo ves, señor? Inexplicable.

(El señor continúa hablando a la vez):

¿Qué era la Omnifuente, la Omnimadre?
¿No es capaz de sentirlo?
¿Es eso inexplicable?
(Señor en la sala):

—Es impensable.

—Vaya, vaya, vaya, vaya: pues ya hemos avanzado bastante, me alegra oírlo.
(Señor en la sala):

—... de forma humana.
—¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—Sigue usted pensando todavía de forma humana.
—¿Yo?
(Señor en la sala):

—La conciencia divina, ser capaz de pensar divinamente, eso es imposible.
—¿No es posible?
(Señor en la sala):

—No, es imposible.
—Pero, buen hombre, en ese estado humano hago cada día tareas divinas.
(Señor en la sala):

—Sí, señor, como ser humano, siendo todavía como un ser humano, pero no como Dios.
—Vaya por Dios.
(Señor en la sala):

—... al cien por cien.
—¿Así que ya me quiere ver aquí como Dios?
(Señor en la sala):

—No, eso es precisamente lo que estoy diciendo: si fuera usted Dios, conocería a Dios al cien por cien.
Pero primero hay que ser Dios al cien por cien, solo entonces será usted Dios mismo.
—Bueno, eso ya lo llevamos diciendo desde hace siete años, que no lo somos.
No escucha usted.
Digo a ese señor: “Es usted una divinidad en un estado humano”.
¿Es que esto no le dijo nada?
Siempre topa con dificultades.
Llega usted lejos con su pensamiento, pero se salta trozos.
¿Me permite que se lo diga?
(Señor en la sala):

—Sí, voy al cosmos.

—Irá usted al cosmos, pero es aquí donde está el cosmos.
(Señor en la sala):

—En su empuje.
(Dirigiéndose a la sala):

Imposible hablar con este señor.
¿Cierto o no?
A usted lo llevo de vuelta a la tierra con una nitidez cristalina, y entonces hay otra vez algo, un agujero y después...
Pero será mejor que sigamos.
Le decía: puede explicarle que yo vivo aquí la Omnifuente, como cada ser humano.
Y la teosofía dice que nanay.
(Señor en la sala):

—Sí, lo mismo.
(Señor en la sala):

—Exactamente lo mismo.
(Señor en la sala):

—Sí, pero no por eso vamos a conocer a Dios.
—Todavía no lo conoce usted.
Esa es la abstracción en esa teosofía.
Nosotros conocemos a Dios de pe a pa.
(Señor en la sala):

—Claro, en su empuje.
—Conocemos a Dios en Su fuerza, en Su espíritu, como Su personalidad, como Su luz, como Su vida, como Su paternidad, como Su maternidad.
Yo a Él lo he visto.
(Señor en la sala):

—Con nuestra comprensión humana, con nuestra capacidad de pensar humana; no podemos llegar más allá, porque hay límites.
—Sí, para usted.
(Señor en la sala):

—No somos dioses.
—Bah, no somos más que grandes lelos.
Eso es lo que somos.
Pero hemos entrado en contacto con personas que han visto esas leyes.
No, son espiritualmente conscientes, cósmicamente conscientes; y ahora conocen a Dios.
Solo saben que aún no poseen el cuarto grado cósmico.
Yo he estado.
Yo he visto el Omnigrado.
Yo he visto a Dios tal como es consciente en el Omnigrado.
Tres veces estuve en el Omnigrado.
¿Puede aceptarlo?
No se lo cree, claro.
No, eso es demasiado.
Pero tengo los libros, señor.
Tengo los libros.
He hecho los viajes.
Los libros están allí.
Ese honor no me tocará.
Pero allí aún no ha habido nadie, ningún teósofo, que haya estado en el Omnigrado.
No, señor, Buda no, ni Mahoma.
Yo los he visto a todos y he hablado con todos en el Gólgota cuando volvíamos.
Allí estaban.
También hablé con Blavatsky; en el Gólgota, en el mundo espiritual estuve frente a ella.
Y entonces estuvimos hablando de esto.
Yo hago su trabajo, ¿sabía usted?
Yo soy la continuación de Blavatsky.
¿Lo sabía?
Pero la teosofía no quiere saber nada de mí.
Yo soy la continuación de todas las leyes místicas en el mundo.
Me ha tocado ese honor, eso viene en la cosmología, la hemos vivido.
Si tuviera usted los libros, tendría que aceptarlo; entonces ya no le quedará más remedio.
Cada facultad de la tierra tiene que aceptarlo porque tienen que predicar esa doctrina y sabiduría.
No puedo llevar a la tierra medio cosmos o un cosmos erróneo.
Yo he...
A Blavatsky, Pitágoras, los del Antiguo Egipto, Rudolf Steiner, Ramakrishna: a todos esos místicos que han extendido la mano, señor, a estos los representamos aquí, esta noche, y en los libros.
Yo soy la continuación de Ramakrishna, de Blavatsky y de todos los maestros místicos en el mundo.
Y entonces no hace falta que lo acepte, pero se lo digo.
Y se lo demostraré si puede estar aquí sentado durante mil años.
Porque nunca me quedo sin saber qué decir.
Pero quería contarle algo hermoso.
Le ofreceré la imagen, porque dice usted: “Eso no se puede explicar”.
Señoras y señores, escuchen bien, entonces podrán ver..., vivirán cómo empezó la Omnifuente.
A la Omnimadre, al Omnipadre, no los conocemos, según dicen, a Dios no lo conocemos.
Pero nosotros somos capaces de conectarlos con la Omnimadre y el Omnipadre.
Nosotros.
Cuando la Omnimadre empezó a pensar —era la Omnimadre, no era Dios, eso lo saben, ¿verdad que sí?—, empezó a dar a luz y a pensar.
Había fuerza de pensamiento en el espacio.
Y yo también la tengo.
Y la gente también la tiene.
Cuando al padre y a la madre les entra el deseo, cuando la madre empieza a desear tener un niño, ella se pone astral, espiritual, espacialmente y al modo de la Omnifuente exactamente en la misma fuerza y ley que cuando la Omnimadre empezó a pensar en dar a luz y en las creaciones.
Cuando la madre pide tener un hijo, vive aquí en la tierra, y cualquier otro animalito también, la misma ley como fuerza y sentimiento para el alumbramiento y la creación; aquí en la tierra, señor.
Así que la Omnifuente vive aquí en el ser humano.
¿No le parece divertido?
¿No es de una simplicidad gloriosa?
Por eso lo extraigo así como así de la Omnifuente hacia el ser humano.
Por eso digo: mira, son seres humanos, todos.
Señor: lo he visto, lo he vivido.
Lo he vivido absolutamente todo.
No hablo a partir de los libros.
Pero así me podrá controlar con su sabiduría.
Aquí no tenemos mentiras.
Puede usted decir: “No lo acepto”.
Una maravilla, eso lo tiene que saber.
Eso jamás me enfada.
Solo que eso lo detiene a usted.
Blavatsky, sin embargo, no ha vivido eso.
Cuando me encontraba ante ella en el Gólgota, lo que hicimos fue... entonces recibí un nombre, de eso ya habló alguna vez el maestro Zelanus, y entonces los demás que estaban aquí tuvieron que...
¿Entienden? Por eso da tantísima pena.
Krishnamurti tuvo la oportunidad, ¿verdad?
Krishnamurti es un persona consciente de los sentimientos, nada más, es todo.
¿Del espacio?
Cuando Ron Landell se le acercó en Estados Unidos, dice: “Krishna, dame la verdad, tú tienes que saberlo”.
“No lo sé”.
“¿En serio?”.
¿Ha leído usted ese libro de Ron Landell? Debería hacerlo.
El maestro Alcar dijo: “Eso sí que lo leerás”.
Entonces lo leí.
Pienso: a esos los voy a borrar de un plumazo.
Y el maestro Alcar dijo: “Gracias”.
Entonces vino Ron Landell, y Krishna que dice: “¿Lo sabes?”.
Annie Besant es una figura, ¿verdad?
¿Cuál tienen de la teosofía?
Annie Besant, Blavatsky, en realidad ¿de quién habla usted?
(Señor en la sala):

—De la original, es Blavatsky.
—Ahora están divididas hasta en el infinito.
¿Por medio de qué? ¿Eso también lo sabe?
(Señor en la sala):

—Lo interesante de esta conversación es que Oriente y que Blavatsky...
—Mire, porque...
Annie Besant tendría que haber venido a verme a mí cuando pensó: Cristo vive en Krishnamurti.
Tendría que haber venido a verme a mí entonces, contra su su caída la podría haber prote...
Podría haberla...
Bueno, dígamelo usted entonces.
(A alguien en la sala):

¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Entonces podría haberla protegido contra eso.
—Me fui hundiendo en eso por completo, entonces ya no es posible pensar
Entonces uno ya no piensa en materia.
Podría haberla protegido contra esa caída.
Imagínese: ¿es eso un maestro, que con la doctrina...?
La teosofía es tremendamente poderosa.
Tiene muchos perifollos.
Y allí Annie Besant hace trizas la doctrina, porque piensa que allí Cristo llega a la tierra en un ser humano, en Krishnamurti.
Dios, Dios, Dios, Dios mío querido.
Ella en las esferas; qué pobreza.
(Señor en la sala):

—Sí, ella en sí, como si dijéramos, hay un montón de teósofos en este momento.
—Pero querido señor mío, el mundo teosófico recibió una sacudida de primera cuando ocurrió eso.
No está permitido que cometa ese error, ni podía hacerlo, ni puede hacerlo.
Entonces Krishnamurti recibió... lo mandaron a Oxford, lo mandaron estudiar.
En Estados Unidos luché contra esa gente.
Entonces escribieron un libro.
El libro lo arrojé aquí en una esquina.
Cristo había estado por allá en Oriente, y estaba Él sentado en el jardín y entonces dice: “Oye, Jesús, que si quieres contar algo sobre la Biblia”, y Jesús que se pone a hablar, así.
Allí convierten a Cristo en un sucedáneo.
Hay que ver ese hombre, ese loco soberbio que habla así sobre Cristo.
Luchamos como diablos —eso tampoco es parte de esto, ¿verdad?, ¿qué otra cosa vas a decir?—, como diablos por Cristo para mostrarlo inmaculada y puramente, porque a Él lo conocemos.
Y que viene un tipo chiflado de esos, que se va a Oriente y que deja que allí Cristo...
Jesucristo que está allí en un jardín y que dice: “Ven”, había otro muchacho de esos junto a Él, “todavía nos quedan por visitar unos enfermos”.
Parece que fuera un vendedor ambulante.
Y esa gente...
Digo: “Señor...”.
“Oh, es lo más poderoso que tenemos”.
Digo: “¿Ah, sí?”.
Digo: “Señor, una cosa: usted me admira...”.
Yo era el pez más gordo en Estados Unidos.
Querían usarme para hacer publicidad, porque no tenían nada.
Era yo.
Llegaban los periódicos; que iban a ver a Jozef Rulof, ellos mismos no tenían nada.
Tonterías, nada más.
Allí me desangraba, del engaño.
Entonces llegó a mis manos ese libro, ‘Los maestros de Oriente’, (B.T. Spalding, ‘Vida y enseñanzas de los maestros del Lejano Oriente’).
Ron Landell los persiguió, a esos filósofos.
Ja, ja, ja, ja, no es para reírse de esa gente en la cara, pero allí tuvieron una posibilidad.
Krishnamurti estaba allí en Oriente, entonces Annie Besant dijo..., vino él y hablaría —volveré sobre este relato de Cristo—, y entonces Annie Besant dice: “Hemos estado esperando esto durante dos mil años.
Ha llegado”.
Entonces Krishnamurti dijo: “Seré severo, pero justo”.
“Ay, ay, ay”, dice Annie Besant.
Vio en el ser humano a Cristo.
Cristo, a su vez, vivía en Krishnamurti.
Vaya por Dios, ay, ay, desde Holanda me reí de ellos con todas mis fuerzas.
En Estados Unidos tres cuartos de lo mismo.
Digo: “Señor, si voy a una escuela, podrá ayudarme esta si tiene que trabajar el otro lado, los maestros?”.
“No, ay, Dios mío, válgame Dios, Jozef”.
Dije: “Ni siquiera se me permitió leer un libro”.
“Maravilloso”.
“Yo tengo veinte.
Pero eso vosotros no lo tenéis”.
Mis libros no existen en Estados Unidos, señor.
Estados Unidos tiene los médiums, los indios, eso son.
Pero esa cosa mía, no la tienen.
Por eso tuve que ir a Estados Unidos, fui yo quien lo descubrió.
‘Dones espirituales’: léalo.
Solo hay unos pocas, uno entre cien millones de personas: no vive ni uno, señor, que sea directo, auténtico.
Engaño, engaño, engaño, engaño, engaño, engaño.
Pienso: ‘Dios, cómo es posible’.
El maestro Zelanus, que dice: “Conocemos a la gente, es que sabemos exactamente dónde viven los médiums”.
De Cristo hicieron..., que Cristo iba allí a esa escuela, y aquella y a esa otra... y entonces lanzaron al divino Mesías sobre el ser humano.
Entonces estuvo listo para Jerusalén.
En eso lo convierte ese oriental, ese periodista.
Y Oriente presume y alardea de la sabiduría, y vuela con ella; señor, ya no están tan avanzados como nosotros.
Les podemos...
Lo que digo esta noche aquí ni siquiera lo pueden encontrar en Oriente.
Dicen...
Sí, allí son poderosos hasta en el universo.
Entre ellos hay quienes piensan muy lejos.
Yo me fui con el maestro Alcar a China, había alguien en las montañas de ciento ocho años.
Y entonces pregunté, cuando volvimos del Gólgota, pregunté al maestro Alcar: “¿Dónde vive ahora el más consciente de todos en el mundo?”.
Eso es posible, ¿no?, cuando de todas formas haces viajes.
En China había otro más, sabía mucho.
Dice: “Mira, allí”.
Entonces llegamos a un pequeño templo en las montañas y allí estaba un chino viejo, muy viejo, arrugado, y tenía la conciencia más elevada de todas.
Dice, el maestro Alcar: “Mira tú mismo lo lejos que llega su conciencia”.
Y entonces vi su aura y lo supe.
Acababa de llegar a la primera esfera armoniosa.
En todo era armonía.
Un alma maravillosa, para él mismo.
Estaba pensando, pensando, pensando.
Pero eso lo que es son leyes.
A Annie Besant le pude decir de inmediato: “Ja, ja, ¿qué va a preparar usted?”.
Ay, ay, ay, ay, Krishnamurti...
Entonces llegó Ron Landell.
“¿No lo sabes?
Si no me lo dices...”.
Ron Landell es un húngaro, pero vive en Inglaterra.
Todavía le escribí.
También le escribí: “Ven a La Haya y así te lo contaré.
Das la vuelta al mundo volando, siguiendo a Krishnamurti y a otros filósofos más, ven a la calle Esdoornstraat y así te lo contaré”.
No tenía tiempo.
Quería escribir su libro.
Digo: “Señor, vamos, deme ese honor.
Siéntese un poco y hágame cien millones de preguntas, adelante.
Yo lo sé”.
Pero no recibiré ese templo ni esos millones de Krishnamurti.
Tenía que ir a la universidad y esta solo te puede llevar de mal en peor.
La condena.
¿Alguna vez ha visto llegar una maestría en este ámbito, señor, de una universidad?
¿Alguna vez ha visto nacer un niño en una ciudad para este trabajo?
Eso para este mundo (en alemán) “aún no ha existido”.
Todo eso viene de la jungla o del barro.
Yo también vengo de la jungla, de (la región de) Achterhoek, donde nosotros hablan dialecto.
¿Lo ve?
Pero no significa nada.
Si yo hubiera nacido en la ciudad, sin embargo, eso habría desaparecido.
Krishnamurti tuvo que ir a la universidad, a Cambridge o Oxford, ¿dónde estuvo?
¿Lo dejaron escuchimizado?
No, señor, tuvo que aprender a hablar.
Claro, claro, tenía que aprender a hablar.
Cuando yo llegué a La Haya, solo hablaba dialecto.
Él tuvo que aprender a hablar, tuvo que aprender a pensar.
¿Es posible eso en la universidad?
¿No lo sabía Annie Besant?
¿Es ese el apoyo, los fundamentos?
Y después de Krishnamurti, de Blavatsky, ya no ha habido más maestros.
Y entonces volví al Gólgota con el maestro Alcar y el maestro Zelanus, habíamos estado en el Omnigrado, en esa Omnifuente, y vimos al ser humano como divinidad, vi a Cristo.
Y entonces dije al maestro Alcar: “¿A dónde vamos?”.
Tenía que volver a prepararme en la tierra; dice, el maestro Alcar: “No hay más que un solo punto en la tierra donde puedas hacer eso, y es en el Gólgota”.
Y entonces me eché allí, como Judas —¿han leído ustedes ‘Los pueblos de la tierra’?—, entonces me cavé un hoyo, allí me senté.
Y en el segundo viaje otra vez.
Y en el tercer viaje, allí estaban todos de nuevo, hasta Mahoma y Buda, Rudolf Steiner, Blavatsky, Mary Baker Eddy —y todo ser humano, toda alma que hubiera dado fuerza, conciencia y sentimiento para la fuerza mística—, estaban en el Gólgota y tenían que contemplar a alguien y aceptarlo.
Me preguntaron algo.
Claro, me preguntaron algo a mí.
Digo: “Sí, soy yo”.
Y entonces me presentaron.
Y entonces dijo algo el maestro Alcar.
Pero también había maestros de la quinta, sexta y séptima esfera, y lo confirmaron.
Y fue para eso.
Blavatsky, Rudolf Steiner.
Ustedes a veces dicen: yo ataco.
No, señor, eso no lo sabe, sino que estamos al servicio de una sola universidad, una sola vida, una sola personalidad: de Cristo.
Mire, yo soy la continuación, señor, de la teosofía.
Ojalá ellos vinieran: tendríamos en un plazo de dos años el templo más poderoso aquí en Holanda.
Dígales eso a mis hermanos.
A ver si les preguntan si se nos concede dar veinte, treinta conferencias para los catedráticos y doctores, y que vayamos a tener esa unión aquí en Holanda, nosotros, los holandeses, con una intensa conciencia; entonces construiremos un templo a favor de Cristo, que suene... no como una catedral, sino como el universo.
Señor, el poder está en mis manos.
Solo puedo hablar, solo puedo dar sabiduría, pero no tengo el cinco por ciento.
Psss.
Soy más pobre que las ratas.
Ya les gustaría a ustedes.
Pero de esto se trata, de esto, ¿entienden?
De esto.
Los desafío a los teósofos.
Hemos dado una conferencia sobre la caída de Annie Besant y su poder, justo aquí enfrente.
Una conferencia en Diligentia, en 1946, sobre Krishnamurti.
Al mundo teosófico entero le entraron ganas de comerse vivo a Jozef Rulof.
(Señor en la sala):

—Sí, pero es una secundaria, señor Rulof.
—Bueno, reconozcámoslo: es que todo es teosofía.
Si hablamos de espiritistas no estoy hablando de Haarlem ni de Ámsterdam, ¿no? Entonces hablo de un solo espiritualismo.
Una rama secundaria; piense con amplitud.
Lo que es teosofía es teosofía, ¿no?
Si ahora se pone a hablar de la iglesia católica, ya no tenemos corrientes, ¿no? Lo que tenemos es unión.
Entonces me desafiaron, maestro Zelanus, a dar una conferencia durante cuarenta y cinco minutos para los teósofos, y entonces hablaría yo ante tales y cuales señoras.
Digo: “Maestro Zelanus, aquí tiene una hermosa nota para usted”.
Él que se pone a escribir en un santiamén, en la máquina, dice: “¿Quiere usted reconducir usted la poderosa teosofía en cuarenta y cinco minutos a la alcantarilla?
¿Me permite pedirle que le ofrezca diez noches de dos horas?
Y así podrá hablar usted”.
Ya no volví a oír nada, señor.
Querían hacerlo en cuarenta y cinco minutos.
¿Sabría usted tratar la teosofía en cuarenta y cinco minutos?
(Señor en la sala):

—Los principios básicos, sí.
—Ay, señor, eso es imposible.
Los principios básicos...
Si quiero representar aquí la Universidad de Cristo en cuarenta y cinco minutos, resulta que tengo que empezar con: conferencias, conferencias y más conferencias.
El surgimiento del Omnigrado, la Omnifuente, la Omnimadre, el Omnipadre, la Omniluz, con lo que empezamos en Diligentia, desde la luna al universo, antes del universo, y entonces nos ponemos a seguir al ser humano como vida embrionaria, de vuelta hasta Dios, y después el alma, la personalidad, el reino animal y la madre naturaleza.
¿Es capaz usted de eso en cuarenta y cinco minutos?
(Señor en la sala):

—... los asuntos principales, sí.
—No, señor, tengo que aclararles a ellos las leyes, las leyes consecutivas, de lo contrario habrá grietas, porque es allí donde agarro a esa gente, según los maestros.
Porque si allí en cuarenta y cinco minutos...
¿Es usted también capaz de tratar la fe católica en cuarenta y cinco minutos?
Entonces la violará, porque contiene una formidable cantidad de cosas buenas.
(El señor en la sala dice algo más).
Eso no lo puede hacer en cuarenta y cinco minutos.
No puede usted analizar una religión, una fe, por no decir un universo, en cuarenta y cinco minutos.
(Señor en la sala):

—Usted eso tampoco lo puede hacer en diez conferencias, tampoco lo conseguiría.
—Algo se puede hacer en diez.
(Señor en la sala):

—Sí, algo se puede hacer, exacto, pero qué es lo que se...
—Bueno, tampoco estamos hablando de eso.
La cosa va, ahora vuelve a ser esos cuarenta y cinco minutos y esas diez conferencias.
Usted es un tiquismiquis.
“Usted eso tampoco lo puede hacer en diez conferencias”.
Entonces puede hacer un montón de cosas, pero no esto.
Vuelve a olvidar la esencia.
Se va usted por las ramas.
Esa esencia... cuarenta y cinco minutos, ¿qué es eso?
¿No da pena?
Ya no he oído nada más.
El maestro Zelanus tampoco.
Ojalá fuera verdad.
¿Para qué ponerse de los nervios, verdad?
(Jozef continúa leyendo):

“Estas leyes y fuerzas ¿son entidades independientes?”.
¿Cómo dice usted?
Entidades.
Me encanta aprender cosas nuevas.
... “¿entidades, conciencia?”.
¿Es que no son conscientes estas personas?
No son conscientes.
¿No hay nadie consciente en ese mundo?
Estas personas son, o el ser humano en la sociedad...
Un católico, señor, un protestante ¿son personas inconscientes?
(Señor en la sala):

—No, todas son conscientes hasta un cierto punto.
—Para su estado.
Pero conscientes dentro de su estado.
(Señor en la sala):

—Claro.
—Pero, señor, ¿para qué son divinamente conscientes?
¿Para qué?
Imagínese hacia dónde nos desplazamos como un fogonazo.
El católico y un protestante, es decir, el judío, el musulmán, el budista, ¿por qué, por qué son las personas divinamente conscientes, en qué?
Divinamente conscientes.
Todo lo tenemos aquí en nuestras manos.
(Señor en la sala):

—Sí, son divinamente conscientes en todo lo que han asimilado de la verdad.
—No, señor, no, señor.
¿Quién de ustedes lo sabe?
(Gente en la sala):

—La paternidad y la maternidad.
—La paternidad y la maternidad.
(Señor en la sala):

—Eso también es verdad.
—No, señor, solo va de...

(El señor en la sala habla a la vez).

No, señor, no es la verdad; en la verdad hablamos por los codos que da gusto.
En la verdad no tenemos nada.
Hemos construido muchas verdades.
Pero la iglesia católica aún tiene muy pocas.
Cuando la iglesia católica dice: “Ama todo lo que vive”, es consciente en el amor; si es que lo haces.
Los cielos, claro, no están a la venta.
No hay condena.
Muy inconsciente, lo peor que hay.
Pero la paternidad y maternidad es una encarnación divina y en eso el católico, el protestante, el musulmán, el hijo de la jungla es divinamente consciente, en su alumbramiento y creación.
Pero en nada más.
Y ¿saben todavía en qué?
(Señor en la sala):

—En la reencarnación.
—En el renacimiento.
Son tres cosas —eso son las conferencias— y son esencias divinas.
No están en nuestras manos.
Aunque piense que nace...
Aunque piense que atrae a un bebé por su cuenta, es, sin embargo, imposible.
(Señor en la sala):

—Exacto, es de lo que hablamos hace poco, sobre la mala fe.
¿Se acuerda?
—¿De la mala fe?
(Señor en la sala):

—Entonces dije: el mal no existe, no está en nuestras manos.
—No, señor, tendría que haber seguido pensando en ese límite, porque todavía se detiene, quiere tener la razón, la de entonces, pero no la tendrá.

(Risas).

Tendría que haberse salido de allí pensando.
Piensa usted hacia mí.
No hace falta que piense en mí.
Lo que tiene que hacer es pensar hacia ese espacio.
Está empeñado en que le dé la razón, demuestra que no se desprende de esa estrechez de miras.
De lo que se le ha enseñado, señor, de eso no se desprende usted.
Yo he visto y vivido aquí leyes.
No soy un loro.
Usted repite como un loro lo que le han enseñado allá.
(Señor en la sala):

—No, señor, no es verdad.
—¿Eso también es algo que sale de usted?
¿Usted también se desdobla corporalmente?
¿Se desdobla?
(Señor en la sala):

—Sí, señor.
—¿Se desdobla?
(Señor en la sala):

—No lo que es desdoblarse corporalmente...
—¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—Lo vivo por dentro.
—Es posible, no le voy a privar de eso.
Pero aquello en lo que quiere volver a tener razón...
(El señor en la sala dice otra cosa más, se oyen toses).
—No, señor, se lo he explicado y usted vuelve a ello.
No, señor, es esto: en el núcleo divino, en la jungla, el ser humano vive una ley divina: alumbramiento, creación y renacimiento.
No hay más.
Y en lo que vive la disarmonía, eso usted también lo sabe.
La disarmonía.
¿Son entidades? ¿Son fuerzas?
Señor, no hay más que una sola cosa, dije, vive en un solo estado, era la primera palabra de la que hemos hablado.
La desintegración independiente se encuentra en un solo estado, y en todo lo demás somos divinamente armoniosos, y eso es el alumbramiento y la creación.
Pero ahora vamos a empezar con lo que aprendemos aquí en la tierra, ¿verdad?, y en eso somos un caos.
¿No está claro?
Pero el renacimiento existe, no está en nuestras manos.
Claro, usted dice, miren, el señor retrocede: “Si quieres nacer, es voluntad de uno mismo”.
No, es una ley divina.
Usted no tiene nada que ver con eso.
Entonces dice usted, entonces hablábamos de la voluntad propia.
No, es la voluntad de Dios la que actúa aquí.
¿Y todavía no es suficientemente fuerte?
Cuando nace usted, si nace un bebé, se ha materializado una ley divina para el ser humano, para la reencarnación.
(Señor en la sala):

—Señor Rulof, ¿cómo es entonces posible que una madre no quiera recibir un niño si la ley divina, la voluntad divina, dice: ese niño tiene que nacer.
¿Cómo es entonces posible rechazar un niño?
—¿Y eso no lo entiende usted?
(Señor en la sala):

—No lo entiendo.
—Vamos a ver.
De pronto está usted alejado de la tierra, y en el espacio, ¿y no va a sentir usted algo que es común y corriente?
Porque el ser humano está en disarmonía con la maternidad.
¿Por qué tantas monjitas —ya lo comenté—, tantos curas...?
Y escribe usted: es karma que se haga cura, ¿eso lo mantiene usted?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Qué lástima.
Así que estoy aquí haciendo cosas en mi propio karma estúpido.
(Hablan a la vez.
Jozef dice al mismo tiempo):

Esto también es karma.
Esto también es karma.
(Señor en la sala):

—Déjeme hablar un momento, ¿verdad?; la voluntad divina, ¿verdad?, vuelve a ser representado por la disarmonía de la gente, ¿no?, por el karma.
—Estoy trabajando y tengo los libros y los cuadros, y esta tarde me han ofrecido una revelación, una revelación infalible.
Llegué el martes de Ámsterdam, estaba metido en ese cubículo de allí, estaba contándole algo a la gente sobre el fútbol, y entonces tuve que ir al cubículo, allá, para la conferencia, y entonces vino a mí Yongchi.
“Hola, hola”, siempre lo dice, “André”.
Y me dice: “Mira, aquí tienes”.
Y miro, y digo: “Oh, qué maravilla”.
“Lo vamos a hacer mañana”.
Y se lo dije al señor Van Straaten y algunos más.
Digo: “Una visión.
Oh, si fuera posible, si fuera posible”.
Señor, esta tarde eso estará allí.
¿Mi voluntad?
No puedo.
La visión, infaliblemente, está encima, en un platillo de porcelana.
Fe, amor, vida, paternidad, maternidad.
Ay, ay, ay, un Van Dyck.
¿Mío?
¿Voluntad divina?
¿Mi voluntad?
Nada, nada, nada: no tengo nada que ver con eso.
Así que ¿el ser humano no tiene voluntad?
No, sí que la tiene.
Una madre que no quiere tener un bebé puede transmitir rotundamente esa voluntad.
Señor, si es que ya se lo he dicho: es una ley divina ser padre y madre, y eso nunca estará en nuestras manos.
Cuando el señor cura..., a la iglesia..., se hace cura y se anula a sí mismo para la revelación de ser padre, creación, alumbramiento.
Si todos nosotros, ya lo dije, nos hiciéramos curas y monjitas, la humanidad se extinguiría en solo unos años, llegaríamos a la edad de sesenta y se habría acabado.
(Señor en la sala):

—Entonces seríamos más fuertes que la voluntad divina, es imposible.
—Pero ¿entonces por qué no somos curas, señor? ¿Por qué no lo es usted ni lo soy yo?
(Señor en la sala):

—Porque usted...
—Porque no quiero.
(Señor en la sala):

—Sí, en este momento su pensamiento está basado en aquello que ha construido en años anteriores.
Sí, pero entonces volvemos a retroceder.
Se trata de esa pequeña voluntad.
Y esa voluntad es reproducirse.
Esa madre que no quiere un bebé es un alma animal inconsciente.
Y ni siquiera es eso, señor, porque un animal nunca se niega.
Esa madre no tiene sentimientos maternales, sentimientos maternales humanos, eso aún tiene que despertar.
Pero antes lo había, ya estaba.
¿Pensaría usted, si una madre aquí en esta raza blanca (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es)..., que no quiere ser madre, que no lo fue en la jungla en ese largo recorrido hacia la raza blanca?
¡Cien millones de veces!
Pero ahora, la conciencia diurna, ¿por qué se ha echado a perder?
Ese sentimiento maternal se ha echado a perder.
¿Sabe usted por qué?
(Señor en la sala):

—Sí, por aspectos accesorios.
—¿Por qué cosas?
(Señor en la sala):

—Por diversos aspectos accesorios.
—No, señor, no hay más que un solo estado, no más que un solo estado.
No tiene que decir usted que si una madre no quiere un niño, automáticamente es amaternal.
(Señor en la sala):

—No, es justo eso lo que digo, el sentimiento donde está es en su interior, pero son los aspectos, las circunstancias...
—No, señor, aspectos no; leyes, otra vez, leyes.
(Señor en la sala):

—Sí, leyes, que desde un punto de visto del karma a su vez se justifican...
(Señor en la sala):

—Nada de karmas, señor: paternidad y maternidad y homosexualidad, redención de la paternidad, salir de la paternidad a la maternidad.
¿Está claro?
(Gente en la sala):

—Sí.
—Entonces la madre aún no tiene sentimiento para ser madre y entonces no quiere un niño, porque aún no tiene el sentimiento.
Primero tiene que asimilarlo, es eso, nada más.
¿No está claro?
(Gente en la sala):

—Sí.
—Existe una sola posibilidad.
Han salido ustedes de la maternidad y se convierten en hombre.
¿Cómo puedo ser entonces todavía maternal cuando me hago hombre?
Y ahora llego al primer grado.
Mejor que no digan de inmediato que no es una madre.
No podemos decirlo porque conocemos las leyes.
Miren, es que eso es una lástima, siempre lo es.
Estoy explicándole cosas tan hermosas a este hombre y se pone a pensar por su cuenta; y nunca se puede profundizar un poco.
Se hace..., se convierte en un gran mejunje.
Lástima.
Y llego a tener razón.
(El hombre en la sala vuelve a decir algo).
Vaya, otra vez el mismo.
Solo es usted, ¿se da cuenta?
Señor, no sabe usted inclinar la cabeza.
¿Tengo razón, señoras y señores? ¿Sí o no?
(Gente en la sala):

—Sí.
—Pero usted solo que no.
¿Por qué no es capaz de inclinarse?
Si solo se trata de conseguir quebrar esa maldita voluntad.
Yo ya la...
(Señor en la sala):

—Aunque pudiera ganar un millón con ello, no voy a decir en contra de mis sentimientos que tiene usted razón.
No puedo.
—Lástima, lástima, no se convertirá usted en un adepto.
Trato sus preguntas en profundidad.
Cada vez las analizo según la naturaleza, según el nacimiento, según la paternidad, según la maternidad, según el espacio; y entonces usted vuelve a colocar algo delante; claro, así yo ya puedo parar.
No se pone usted a pensar en lo mío, usted lo que hace es poner lo suyo delante.
(Dirigiéndose a la sala):

¿Es así?
(Gente en la sala):

—Sí.
—Es que así lo voy a dejar.
(Señor en la sala):

—Activo mi propia capacidad de pensamiento.
—Sí.
De verdad que no soy odioso, ni quiero serlo, soy incapaz de serlo.
Pero le digo honestamente: la lástima es que así desaparece lo hermoso.
Luchar es algo que no me desagrada, pero para explicar esa ley.
Y entonces sale usted otra vez...
Lo tiene usted en sus propios pensamientos.
Debería usted adoptar eso de usted mismo, señor, y colisionaría usted con mil cosas.
Yo vivo mis leyes, sí, y eso, claro, no se lo cree.
Y dice usted: “Sí.
¿Por qué iba a aceptar yo eso de usted si lo siento yo mismo?”.
Sí.
Cuando me visitaron por primera cuando tenía dos años, los maestros —y más tarde—, yo era..., con dos años ya me iba gateando y jugaba con niños, con niños espirituales.
Y Crisje estaba allí.
Y dice: “Dios mío, allí ocurre algo”.
Y dormía allí en el suelo y me desdoblaba corporalmente.
Más tarde él me dice: “Cada palabra mía es ley.
¿Quiere usted aceptar mis palabras?”.
No tardé en decir: “Por favor”, porque me había convertido en algo.
Entonces todavía llevaba barro en las suelas, pero ya me había convertido en un conductor, porque aprendí a conducir sobre una silla.
Y quien sea capaz de eso es un genio.
¿No les parece?
Aprendí a conducir sobre una silla, no sobre un carro.
Porque entonces me fui de la silla...
Mi hermano está aquí, mejor que lo cuente él.
Dice en dialecto: “No soporta la ciudad, tiene que ir a casa”.
Yo allí en esa habitación de nada: “¡Brrr!”.
Eso lo podrán leer más adelante en la tercera parte (de ‘Jeus de madre Crisje’).
Señor, es una revelación.
Era el maestro Alcar.
Él ya quería adoptarme por medio de esa silla y ese carro, elevarme, allí recibirán cien millones de pruebas.
Y entonces dijo después, cuando todo hubo pasado: “Aquí tienes tu juventud.
Ven, vamos a volver a tu juventud”.
A mirar.
¿Es así?
Vaya.
¿Ha leído usted ‘Jeus I’?
Lo del dinerito, señor, ¿lo ha...? Ese hallazgo infalible de aquel dinero en ese bosque.
¿No le parece magistral?
(Señor en la sala):

—Sí, eso es en efecto...
—Con eso tendríamos que poder convencer al mundo entero, pero el mundo ya no está, ya no está, ya no está.
Y esa misma cosa infalible la he vivido en todo.
Aquí mejor no lo supongo, tengo que verlo, y es que lo veo.
Y mi palabra es ley, eso es.
Pero para usted no soy una ley.
Ya se cuidará usted mucho de aceptar a ese loco de Jozef Rulof.
Pero llegará usted...
(Señor en la sala):

—No digo...
—¿Cómo dice usted?
(Señor en la sala):

—No digo que usted esté loco...
—Pero es que lo estoy, claro que estoy loco, no se corte, me parece perfecto.
Pero si no puede usted empezar, hay...
Mire, esa gente dice: “Sí”.
Empiezan a pensar y retienen lo que han aprendido conmigo.
Y eso maduró, se hizo espacio, se hizo cosmología.
Ahora pueden hablar: “No hay muerte, no hay esto, lo otro tampoco, ni esto ni lo otro...”.
Puede ponerse a hablar de cien mil cosas con mi gente.
De cualquier manera, no tendrá usted nunca razón.
Si tiene usted razón, lo dirán de inmediato.
Tengo que hacerlo, usted también: inclinarse.
Si habla de la teosofía, tendrá razón de inmediato.
Pero ahora se mete usted otra vez en su propio sentimiento.
Primero debería usted empezar —si me permite que le dé un consejo—, tiene que empezar con si su pensamiento es realidad y si es posible volver a encontrarlo.
No en abstracto, sino en concreto, con la creación y todo.
Primero atravesamos la creación, primero atravesamos el más allá, infiernos, cielos, el renacimiento, la paternidad y maternidad, esas son las leyes esenciales.
Y entonces podrá hablar, hablar, hablar, para el cosmos, el macrocosmos, tenemos ‘El origen del universo”, etcétera.
Pero, claro, pero, claro...
(Jozef continúa leyendo):

“Estas leyes y fuerzas ¿son entidades independientes?”, sí claro, conciencia y amor, vida, sentimiento, paternidad, maternidad.
“Y si es así, ¿en qué consisten?”.
En huesos, sangre, nervios, sistema endocrino, mucosas, piernas, cerebro y juanetes.

(Risas).
Si una entidad existe...
Y entonces aún tiene fuerza de los sentimientos y sabe pensar todavía y tiene chepa y mira bizco y está ciego, es de todo.
Pero es una ley.
Y si volvemos a hablar de todas esas cosas, también de los juanetes, podré decirle exactamente de dónde vienen.
Pero eso también lo sabe un callista.
¿Cómo decía?
“Pensaba que decía usted algo”, dijo Buziau (J.F. Buziau, cómico, 1877-1958).
Sí.
(Jozef continúa leyendo):

“¿Y qué son en sí?
Y ¿cuál es su origen más lejano?”.
La Omnimadre, la Omnivida, la Omnialma, el Omniespíritu, todo, todo.
¿Contento?
No.
¿Satisfecho?
¿Me pone un uno, un dos o un tres?
¿Me da cinco centavos o no?
(El señor en la sala dice algo más).
Señoras y señores, ¿tienen alguna pregunta más sobre esto?
Entonces he tratado mis notas.
¿Ahora pueden hacer todas las preguntas que quieran.
Empiecen cuando quieran.
¿Quién de ustedes?
Allí estamos ahora.
¿Lo ve, señor?
¿De qué hablaremos ahora?
(La gente sigue callada). Silencio...
(A alguien en la sala):

¿Señor?
(Señor en la sala):

—Me gustaría que me contara lo siguiente: cuando hacemos la transición al cuarto grado...

—Sí.

—... entonces volvemos a un cuerpo.

—Sí.

—¿Es este cuerpo espiritual?
Vivimos espiritualmente, lo sé, pero ¿cómo es este cuerpo?
—¿Ha leído usted ‘Una mirada en el más allá’?
Entonces tiene que haberle quedado claro que en el otro lado no es posible dar a luz.
¿Es así?
En el otro lado, en el mundo astral, no es posible dar a luz.
Así que el cuarto grado cósmico es material.
Hay personas, más etéreas, más hermosas, perfectas, sin errores, sin disarmonía, sin injusticia, son una sola con el espacio, poseen dones, señor...
Por ejemplo en el segundo planeta...
Pues bien, usted recibe siete planetas.
No tres, sino siete transiciones; hasta seis transiciones y entonces tiene usted el planeta madre.
Si ha vivido las primeras, señor, dirá a su tesoro, al alma que viva a su lado: “Ven, vamos a hacernos levitar y vamos a ver un momento el otro planeta”.
Entonces hará usted un viaje con sus propias alas.
Eso hice yo, señor.
¿No se ríe?
Nos encontramos con un ser humano —teníamos que ir al cuarto grado cósmico— antes de llegar.
Así que fuimos atravesando regiones mentales; dice el maestro Alcar: “¿Me oyen ustedes?
¿Me oyen?
Soy uno solo con ustedes.
Vida de madre tierra: los conozco, ustedes continúan, van a conectarse con el cuarto grado cósmico, ¿me oyen?, en breve me mostraré ante ustedes”.
Y entonces oímos esa voz y llegó planeando, planeando, un ser.
Y lo miré a los ojos, y esa cabeza, ese cabello, esa silueta, no esa capa, sino esa poderosa túnica, y era un hombre.
Dice: “Permítame llevarlos al cuarto grado cósmico, maestro Alcar”, y entonces mencionó el nombre.
Y entonces descendimos, levitaba, planeábamos; ustedes también lo hacen, con la fuerza de su espíritu en el otro lado, eso son alas.
Eso un demonio también lo sabe hacer, señor, ¿no le parece divertido?
Un diablo también sabe planear.
Señor, el mundo entero, los demonios...
Hitler estaba poseído de demonios.
Y esos demonios proceden, así, sin más, de ese mundo, de ese mundo astral, y hacen un viaje de millones, pero van infaliblemente a Adolf Hitler y le meten algo a presión.
Y dijeron: “Adolf, eso es lo que tienes que hacer”.
Un demonio puede cometer infaliblemente un asesinato, y aun así posee las alas, porque poseen igualmente el espacio como la luz.
Pero lo que no hacen es verlo todo.
Así que allí llegamos a tener, en el cuarto grado cósmico...
Señor, si un monje, allá en Tíbet, un sacerdote lama, es capaz —y eso es una ley oculta, nosotros también éramos capaces de eso en Egipto— de hacerse levitar a sí mismo y en solo cinco... en eso sí que tiene razón ese libro, esos chavales saben hacerlo, se hacen levitar y se trasladan un centenar de kilómetros en solo cinco minutos; ¿por qué no podría levitar el cuarto grado cósmico, el ser humano que allí es consciente?
Y eso es el reino de las alas para el ser humano.
Entonces consigue verdaderamente la vitalidad espiritual y material, y la levitación.
Ustedes se desplazan.
Y esos son seres humanos materiales.
Si en la primera esfera..., si allí ve a un ser humano..., señor, tiene una hermosura tan poderosa, de la primera esfera.
Tiene que ver ahora la segunda esfera, la tercera, la cuarta, la quinta, la sexta, la séptima.
Un soberano de amor de la séptima esfera, señor, a esa gente ya no se le puede analizar, pero yo las he visto, es mi maestro más elevado, el maestro Cesarino, Damasco, la Media Luna, Ubronus, son los maestros más elevados que tenemos.
Ellos lo siguen todo, me siguen a mí, siguen también esta cháchara del jueves por la noche en (el edificio) Ken U Zelven (Conócete a ti mismo).
Si yo dijera una sola cosa mala, me arrojarían de un solo golpe de su mirada hasta en la tierra más profunda de la tierra.
¿Me creen?
Me barrerían del mapa de un solo golpe si yo dijera desvaríos.
Si pudiera llegar a haber aquí una posibilidad y yo violara allí la tierra, el macrocosmos, me golpearían hasta perder el equilibrio; creo que en cuestión de cinco minutos no quedaría nada de mí.
(El técnico de sonido):

—Dos minutos.
—Porque eso ya no lo pueden consentir.
¿Creen ustedes que los maestros, en este siglo, después de Cristo, todavía enviarían locura y desvaríos a la tierra?
Señor, sobre el cuarto grado cósmico, ¿por qué no me hace luego unas preguntas sobre eso? Entonces ya le ofreceré una visión de futuro, que no vivirá aquí hasta tal vez dentro de un millón de años.
Se lo puedo mostrar yo: cómo serán ustedes dentro de diez millones de años.
(El técnico de sonido):

—Todavía nos falta una luz allí, señor.
(Señor en la sala):

—No, pero si casi ya ha pasado una hora.
—Vaya.
(Jozef retoma su relato):

Entonces ya le ofreceré las imágenes, le ofreceré una explicación de una poderosa belleza, natural, cósmica, divina, de lo tremendamente sencilla que se hará y será la evolución del ser humano y de su riqueza.
Allí tampoco estuvo Blavatsky, ni Krishnamurti; ni tampoco estuvo en el cuarto grado cósmico ningún filósofo, porque de eso nunca han hablado.
¿Cómo es allí la maternidad, la paternidad, el nacimiento, el renacimiento?
¿Cómo son los templos allí?
¿Qué hacen ustedes allí?
¿Cómo mueren allí?
¿Cómo viven allí?
Allí los alimentos ya no hacen falta.
Allí vivirán del vino divino, de los divinos néctares de la vida, señoras y señores, madres y padres, lo succionarán, y ya no comerán, ya no beberán, ya no trabajarán; lo que serán será fuerza y empuje por su pensamiento y sentimiento.
¿Qué tal he dicho eso?
Hasta aquí.
 
DESCANSO
 
Señoras y señores, vamos a comenzar con nuevas preguntas.
Aquí tengo: “Todos los mentores de las esferas tienen determinados nombres.
¿De dónde les vienen?
O ¿quién les ha dado esos nombres?”.
Señor, ¿dónde está...?
¿Cuándo recibimos un nombre?
(Varias personas en la sala):

—Al nacer.
—Han recibido ustedes sus nombres de sus padres.
Pero para el espacio también reciben un nombre.
¿Y dónde nacieron esos primeros sentimientos para su nombre en el otro lado?
¿Pueden intuirlo?
(Señor en la sala):

—Lamentablemente, no.
—Usted no.
No creo que alguien sea capaz de saberlo.
El maestro Alcar...
(A alguien en la sala):

¿Sí?
(Señora en la sala):

—Cuando el ser humano llega al otro lado, todos somos diferentes; pero con lo que el ser humano está sintonizado, por ejemplo: un ser humano posee más amor, por esas condiciones, por esas buenas, es por lo que recibimos nuestro nombre.
El maestro Zelanus lo recibió por el amor.
—¿Sabe lo que significa maestro Zelanus?
Significa: habitante del cielo.
Y este todavía no se ha ganado su nombre cósmico.
Miren, si dicen: si somos amor, representamos a..., entonces solo pueden llamarse “esfera”, pero son millones de personas.
Pero de lo que hablan es: por qué un maestro Ubronus...
Hay alguien...
Uno de los maestros se llama Media Luna, y así lo llaman millones y millones de personas.
Y se le conoce como Media Luna, solo hay uno.
(Señora en la sala):

—Pero estos sí que son los maestros que han hecho mucho.
—Son maestros...
Si usted..., está trabajando, si usted está trabajando para sí misma, eso es desarrollo propio, nunca recibirá un nombre desde el cosmos.
Pero al final lo conseguirá.
Y cuando llegue usted a la cuarta esfera, y está usted allí, allí adquirirá verdaderamente un núcleo espiritual, es decir: aunque sea núcleo como ser humano , allí recibirá... su nombre se va construyendo desde el espacio.
Al tiempo que se desarrollan sus vidas —ya está usted con eso— estará...
Y eso en cierta medida cuadra con la gente de aquí cuando le dicen a alguien... cuando le dan esos nombres cariñosos, cuando se van construyendo y dicen: “Sí, la llamo ‘palomita’”.
Y era una abuelita.
Y era capaz de arrullar igual que una palomita de esas.
“Porque cuando se ponía a contar, hacía así con esa cabecita suya”, dice su hija, “y entonces la llamamos ‘palomita’”.
Porque sus actos y sus estados y todo, su pensamiento y sentimiento y hablar, siempre pasaba por esos arrullos; así es como la familia llamaba a su palomita.
Pero aquí uno está activo.
Se va usted al otro lado, quizá regrese, o no, pero continuará.
Y en la primera esfera no tiene usted un nombre, tampoco en la segunda, ni en la tercera, quizá vaya a venir en la cuarta; si es que ha hecho algo.
¿Para qué?
Hay millones de vidas que todavía no tienen un nombre, pero no tienen...
Si oyen un nombre de un maestro, se referirá, ahora y siempre, a la tierra, a lo que hayan hecho en la tierra.
Por eso la Media Luna se llama Media Luna.
Ubronus, en cambio, tiene que ver con los sistemas griegos, con los sistemas filosóficos, es alguien de la sexta esfera y más arriba.
El maestro Alcar se fue construyendo su nombre; es vida y amor, Alcar.
Arte, vida, amor, eso venía del espacio.
Rubens, todos esos maestros han hecho algo por ese nombre por el que habla su arte.
Y ahora se va construyendo algo a partir del espacio, desde el espacio, y llegan a ver su nombre, poco a poco, por su pensamiento y sentimiento, por su personalidad.
Pero hay millones de personas que no tienen ninguno.
Tiene el divino... y entonces son un grado de vida.
Porque de Pepita... luego ya no hará falta, de verdad que no, que hables de Pepita ni de Pepito ni de Juanito.
Eso todavía lo pueden hacer en la primera esfera: “Hola, ¿qué tal, Gerrit?”.
Pero creo que para entonces eso del holahola ya se habrá perdido un poco.
Porque allí llegamos: “¿Cómo le va, hermano mío?”.
Innecesario preguntar: “¿Cómo le va?”, porque sabemos cómo les va.
“¿A dónde conduce su camino, a dónde va, hermano mío?”.
Pues, sí, allí nos vemos de una manera bastante diferente unos a otros.
Y entonces da igual que digas: “Esta era mi mujer”.
Y, ciertamente, sobra que digas: “Esa una tipa” y “ese es un tipo”, porque son dioses, dioses humanos.
Eso de “tipo” y de “tipa” y todas esas palabras vulgares y ese pensamiento terrenal y eso de “Pedrito”, y “este es mi amor” y “esto es mío” y “aquello es mío”, todo eso desaparecerá.
Allí se encuentran ante una chispa divina y tiene ojos, luz, amor, vida, una personalidad, estos son papá y mamá, esto lo he alumbrado yo, y ella me dio a luz a mí, eso es mío, y yo soy de eso, pero también soy de otros millones de personas, eso mismo: somo uno solo.
Y ahora representamos un solo nombre entre todos.
Pero si han hecho algo aquí en la tierra...
Dentro de cien millones de años la tierra podrá seguir viviendo; el ser humano no podrá asimilar el nombre que ahora asimilo en esta pequeña vida nuestra.
Yo he recibido mi nombre.
Ya lo tengo, ya me lo gané.
Y eso se refiere puramente a la tierra.
“Ya no hay ni una sola persona que pueda recibirlo”, dice el maestro Alcar.
“Hoy recibirá usted su nombre, André”.
Y ese fue el momento en que hablé con Wayti.
Pienso: ‘Dios mío, Dios mío, qué hermoso es eso’.
No hay nadie en la tierra —ya estamos otra vez— que tenga este trabajo.
Hay más personas, hay teosofía, hay rosacruces, budistas, musulmanes, pero este lo soy yo solo.
No hay un segundo adepto de los maestros en la tierra en este grado.
Aceptarlo: eso he hecho.
Si no lo hubiera aceptado, ya me habría arrojado de un golpe en esa esquina.
Y seguimos por el saber.
Así que: “No me conformo con esto”, pues, entonces me detengo.
“Es necesario”, dice el maestro Alcar.
El espacio es el reino de Dios, este espacio.
¿No es cierto?
Y si quieren estar al servicio del reino, será usted una princesa de ese espacio, usted, como madre.
Yo soy el príncipe —así me llaman allí— del espacio, el cósmicamente consciente.
Eso es por ‘El origen del espacio’, y ‘La cosmología’...
En la guerra me lo..., en los cinco años de hambre me lo gané, tan a gusto.
Porque tengo los libros, se me ha concedido hacer los viajes.
No hubo ni uno solo.
“Ya no vendrá nadie”, dije en el descanso a alguien, “nadie que trascienda las cabezas... —de la mía aun menos—, pero nadie podrá trascender las cabezas de los maestros, ya nadie las podrá superar”.
¿Quién quiere superarlas?
Nadie.
Esta sabiduría, estos libros, se imprimen para la humanidad entera, más tarde llegarán a todas partes.
Entonces los maestros dirán: “Nuestra palabra es ley, a sentarse”.
Y entonces llegará..., por medio del aparato de voz directa, entonces oirán exactamente lo mismo que lo que reciben esta noche aquí y que lo que han leído allí en los libros.
Y entonces las universidades tendrán que aceptar —porque procede de esa Universidad— a quien es el más elevado, el divino: a Cristo.
¿No les parece muy sencillo que estarán allí?
Y entonces recibirán ustedes un nombre.
Así que todo lo que guarde la más mínima relación con la Universidad de Cristo recibirá e irá construyendo una personalidad espacial, y entonces recibirá un nombre.
Hermoso, ¿verdad, señor Otterloo?
(Señor en la sala):

—Simple.
—Y simple y justo.
Si están muy, muy ocupados con ustedes mismos para esa Universidad y sirven, estarán dándose aquí un nombre, una tarea —naturalmente, por esa tarea—, una personalidad.
Y dándose así se va formando algo, representarán ustedes algo, y entonces recibirán un nombre, que les será enviado por el espacio.
Algún día por la mañana, estarán planeando por allí, o estarán haciendo algo, pensando... siempre están pensando, porque representan fuerza, vida, luz, espacio, paternidad, maternidad.
Cuando hayan abandonado este universo, representarán todos los poderes y fuerzas de y para este universo, y entonces estarán de cuerpo entero en la primera esfera y representarán este espacio y todas las estrellas y planetas, el comienzo y el final de este universo, del que los eruditos dicen que no tiene final, porque desconocen la continuación y el universo que se dilata.
Sí que conocen un universo que se dilata, pero no tan lejos ni tan profundo, porque eso no lo saben.
¿Ha valido la pena?
De modo que nadie le da a usted ese nombre, lo recibe automáticamente, por merecérselo.
(Jozef continúa leyendo):

“¿Nos seguiremos llamando así por los siglos de los siglos?”.
Para la tierra, sí.
Pero en el otro lado hay millones, millones, millones y billones de príncipes y princesas del espacio.
Reyes en el espíritu, en amor, y reinas.
Allí ves majestades de la tierra que jamás han tenido una corona sobre sus cabezas, en la tierra.
Pero yo los prefiero.
Ya no tienen que ver con la injusticia, pasaron por el alumbramiento y la maternidad.
Un campesino de la tierra es luego un rey del espacio, y entonces ya no se llamará Pedrito.
Pero tampoco echa ya agua a la leche.
(Jozef continúa leyendo):

“Para la vida después de la muerte no hace falta que tengamos nombres, ¿no?”.
No, señor, no es necesario: allí, por la irradiación, se percibe de todas formas quién o qué se es.
Se ve en el ser humano cómo es, y así representa la chispa de Dios en la sintonización humana espiritual, en el espacio, en el sentimiento.
Cuando luego los vea a ustedes, me bastará con ver su túnica para saber exactamente lo que les puedo preguntar y lo que se me concede preguntarles.
En el otro lado, en la primera esfera, se ve exactamente, por la túnica... por la túnica, por los ricitos en el cabello, lo profundo y consciente que es ese ser humano.
Pero eso no hace falta verlo en otro ser humano, eso también lo sabes por la esfera.
Si estás en la primera esfera, los maestros solo los liberarán de su pensamiento terrenal erróneo.
Y cuando vuelvan a ser libres allí —al mismo tiempo ponen nuevos fundamentos—, los dejarán libres y entonces dirá el maestro: “¿Quiere tenerme unos instantes más?
Ya pueden ir por sus propias fuerzas a la luna, porque yo”, atención ahora, “yo les he enseñado a ser uno con la madre naturaleza”.
Y entonces recibirán la misma sabiduría.
Cuando son uno, todo empieza a hablarles.
Y si quieren vivir ahora el embrión, este los llevará de inmediato al primer estadio en la luna.
Y entonces se entrará en contacto con el cosmos macromaterial.
Pero los primeros mil años sí que necesitarán todavía un guía de estos.
Y entonces nos encanta tener a un guía así a nuestro lado; puede ser una madre o un hombre, y entonces contemplamos ojos divinos, espirituales, humanos.
Bonito, ¿verdad?
Y tanto.
Sí, casi dan ganas de ponerse a llorar, ¿no les parece?
(Señora en la sala):

—Sí.
—Sí, sí, sí.
Sí, pero no lo haremos.
Se siente por la irradiación, ¿no?
(Jozef continúa leyendo):

“Quizá sea una estupidez lo que voy a preguntar, pero no me cabe la menor duda de que muchos de nosotros sienten surgir con frecuencia esta pregunta.
¿Qué es el viento?
¿De dónde viene?”.
—El viento ¿es masculino?
(Alguien en la sala dice en voz alta):

—Sí.
—¿Es una fuerza que crea?
(Un señor en la sala):

—El viento es masculino.
—¿Tiene razón en eso el diccionario? ¿Para el cosmos?
Si se pone usted a analizar el viento cósmicamente, ¿es masculino o femenino?
(Señor en la sala):

—Supongo que masculino.
—“Supongo”.
¿No está seguro?
Usted lo puede saber.
(Señor en la sala):

—Tiene una fuerza impulsora.
(Señora en la sala):

—Entonces es femenino.
—Si es fuerza impulsora, ¿es femenino?
Pero el viento es masculino.
Y ¿por qué?
¿Qué es el viento?
Entonces uno tiene que ser por lo menos de la universidad para explicar: ¿qué es el viento?
¿Qué erudito lo posee?
¿Es un geólogo?
Un geólogo, ¿puede explicarlo?
¿Es el estudio de un geólogo?
(La gente habla a la vez).
Un físico.
Yo vengo de ‘s-Heerenberg, señoras y señores, lo siento.
¿Qué es el viento?
Pero yo sé lo que es viento.
(Alguien en la sala dice algo).
¿Usted también lo sabe?
¿Qué es el viento?
(Señor en la sala):

—Es la suma de las fuerzas entre el frío y el calor.
O sea: en un lugar determinado hay calor, en otro lugar hay frío y ambos se juntan en un momento dado, y entonces se produce un torbellino: el aire frío baja y el caliente pasa por encima, y así surge una corriente.
Así que en la medida en que exista más diferencia de temperatura, más viento habrá, que por circunstanciales adicionales en el espacio arrecia o se detiene.
—Tiene razón el señor.
Claro, ahora dirán: “Sí, tú eres un loro”.
Pero ahora, ahora vamos a profundizar un poco más: ¿de dónde viene?
Por el frío y el calor.
Dos polos con diferentes fuerzas.
Son fuerzas.
Es energía de fuerzas.
Es calor, frío.
¿También es maternidad?
El frío es alumbramiento y creación al mismo tiempo.
Pero si usted quiere profundizar más, entonces el frío...
El viento, el viento real que vivimos aquí...
Porque en verano ya no sientes los fundamentos del frío, entonces llegas a la sintonización climatológica, es cuando el viento adquiere un carácter personal, y es: este, oeste, norte, sur.
Es cuando surgen los puntos cardinales y estos te conectan con los polos.
Y, ciertamente, señor, esa es la explicación, pero solo la primera de todas; es: el frío y el calor chocan, entiende, ¿verdad?
Pero fíjese, ahora, ¿por medio de qué?
El polo norte viene hacia el sur y entonces se produce el empuje de esa fuerza, pero todavía no es viento.
(Señor en la sala):

—No, pero es la base.
—Es la base, pero el viento asiste ahora a diferentes estadios y entonces es posible seguirlo por completo, como en el universo para el estadio de las nebulosas; es posible seguirlo, porque entonces surge este-oeste, norte-sur.
Y entonces lo que pasa es: antes de que se llegue a mezclar ese empuje, ese frío y ese calor, se produce un debilitamiento y se convierte en temblores, es fuerza, es irradiación.
El viento es solo..., del tipo macrocósmico..., no, eso se puede..., sí, podríamos decir irradiación macrocósmica, pero el viento ha surgido por el norte y por el sur, por el calor y el frío, por un proceso de evolución; porque este es el alumbramiento y la creación, comenzado por el norte y el sur, y que llega a la unión.
Y esa irradiación la empezamos a sentir como viento cuando se ha ido un poco hacia el sur, hacia el este, y de vuelta hacia el norte y de vuelta hacia el sur, y entonces llegamos a ver densificaciones en ese espacio, tal como es el estadio de las nebulosas para el macrocosmos y que se convirtieron en nubes y luego en materia.
Porque cuando sopla el viento es una fuerza material consciente, entonces es creación.
Pero es porque —lo ha constatado la física, es también muy sencillo—, es porque se juntan los diferentes estados climatológicos como fuerzas, y de nuevo como leyes, y así producen una irradiación.
Y les contaré algo más.
Y ahora el viento adquiere un carácter especial.
Un viento tiene un carácter, ahora se habla del sudoeste, noroeste, norte, ¿verdad?, a eso me refiero.
¿Estoy en lo cierto?
Sudoeste, viente de este a oeste, ¿ven?, entonces está por medio el oeste, ese es sucio cuando viene de allí.
En noviembre, cuando el otoño..., el frío, ya estamos otra vez, cuando llega ese frío, llega el viento, entonces hay recalentamiento, dilatación, una fuerza elemental y una ley, y eso desencadena una reacción e irradiación, es el viento del noreste, ese gélido viento severo del noreste, es el norte y el este y el oeste y el sur.
Señor, cuando esos cuatro...
¿Qué es un cumulonimbus?, ¿qué es un huracán?, ¿qué es un rayo, cómo se llama una cosa de esas?
¿También lo saben?
A veces aquí en Scheveningen se ven... yo lo he visto, estaba en Scheveningen en el garaje y llegó por el mar —es cuando desapareció del todo Borculo, ¿se acuerdan?— y lo vi allí (el 1 de junio de 1927 un ciclón arrasó Borculo, una localidad en la región de Achterhoek, en la provincia de Güeldres)...
(Señor en la sala):

—Un tifón.
—¿Cómo dice?
Un tifón.
(Señora en la sala):

—No, un ciclón.
—Un tifón y un ciclón.
Es una cosa así de enorme.
¿Entienden?
Es cuando Nuestro Señor gruñe.
Antes, cuando empezaba a tronar donde nosotros, ay, Señor, teníamos que salir de la cama y a rezar, a rezar y rezar, ¿verdad?
Y a rezar; digo: “¿Va a durar mucho más?”.
Y Jan que está mirando bizco y yo que miraba a Crisje, digo: “No, es que no vamos a poder salir, esto durará dos horas”.
Y entonces por fin: bum...
¿Qué es eso?
Es recalentamiento.
Es recalentamiento.
Se lo diré lo más sencillo posible: pero ¿dónde encuentran ustedes el recalentamiento del cosmos cuando está tronando? ¿En un estado humano o animal o natural? ¿Hasta en el insecto más pequeño?
¿Dónde se ve eso?
(Señora en la sala):

—En la cólera.
—¿Cuando está usted...?
(Señora en la sala):

—... colérica.
—Ya le gustaría, señora.
Entonces es usted misma.
No es una ley natural.
(Señor en la sala):

—¿En la fiebre?
—No, eso es una enfermedad.
(Señor en la sala):

—¿Una enfermedad?
¿La fiebre?
—Sí.
(Señor en la sala):

—¿Una enfermedad?
—La fiebre es una enfermedad, sí.
Es una irradiación de la enfermedad.
En alguna medida llega al cosmos.
No, por la putrefacción, cuando el organismo vivo empieza a morir; porque esto, un relámpago con trueno es el proceso de muerte de fuerzas que se oponen, que atraen, y entonces llega el proceso mortuorio, y es cuando se oye una explosión.
Y eso también está en la vida.
Y entonces no tiene más que un olorcito.
Y oye usted una explosión.
Todo eso se puede volver a ver, son leyes cósmicas.
(El señor en la sala dice algo).
—¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—Entonces te mueres.
—Desde luego, ¿no es una maravilla?
Todo eso es posible volver a verlo.
Ahora..., ahora sabemos lo que es el viento, señor.
(Señor en la sala):

—Quizá sea aún más fácil de comprender saber lo que es el viento; entonces hay que poder imaginarse que cuando no había diferencia de temperatura en la tierra, tampoco había viento.
Y al final tampoco había lluvia.
—Señor, tiene usted razón, en el cuarto grado cósmico no hay lluvia, no hay viento, no hay truenos ni tampoco ya noche.
¿No le parece contradictorio?
En el cuarto grado cósmico: ya no hay noche ni truenos ni viento ni lluvia ni enfermedades ni cáncer ni tuberculosis.
Allí vivimos en la perfección material espiritual.
Entonces estamos en la primera esfera.
(Señor en la sala):

—Es muy lógico.
Sí, es lógico, pero otros todavía no pueden aceptarlo.
Nosotros vamos a lo Omnividente, a la Omnisapiencia, al “no dormir nunca más”.
Ya no necesitaremos dormir.
Ya no habrá enfermedades.
Ya nunca iremos a dormir.
Ya nunca habrá noche en el cuarto grado cósmico.
Porque vamos hacia la vigilia eterna.
Eso es Dios.
Dios siempre está despierto, ¿no? Nunca duerme, ¿no?
Y nuestra divinidad dentro de nosotros ¿sigue durmiendo todavía?
Nuestra divinidad dentro de nosotros nunca duerme, señoras y señores.
¿Verdad que no?
(Señor en la sala):

—Casi empiezo a dudarlo.

(Risas).
—Nuestro núcleo divino está eternamente despierto, trabajando, amando, está en unión con el Omnigrado, pero nosotros mismos no lo sabemos.
Y ahora tenemos que..., comprueben lo tremendamente sencillo que vuelve a ser..., ahora todo lo de esa divina Omnisapiencia dentro de nosotros lo tenemos que despertar.
Y eso él también lo hace.
Está materializando, espiritualizando su Omnisapiencia.
¿No es cierto?
Es posible, es posible, es posible.
Porque las primeras personas que empezaron a pensar eran los Sócrates.
¿Cierto o no?
¿Qué siente usted, señora?
“¿Qué es...?”, dijo Sócrates en el mercado de Atenas —porque yo estaba allí al lado, estaba jugando a las canicas cuando lo dijo—, dijo: “Está usted contento, es feliz, pero ¿qué es eso?
¿Pueden decírmelo?”.
“Vaya, vaya, vaya”, y se rieron de él.
Su dice usted: “Amo”, ama.
¿Por qué está tan mal de la cabeza?
“Amo”.
“Mi chica me ha dejado”.
¿Qué clase de dolor es ese?
¿Qué es el dolor?
Si quiere vivir cosmología, tienen que saber primero, señoras: ¿cuándo está permitido tener dolor?
¿Cuándo aman?
¿Cuándo se trata de una pérdida?
Ya no tengo dolor ni sufrimiento ni odio ni...., ya nada, ya no sé lo que es una pérdida, ya no sé lo que es injusticia, no tengo relación alguna con eso.
No sé lo que es el dolor, la pérdida ni todas esas cosas que hacen perder a la gente su valioso interior.
No sé lo que es.
Pero tienen que saber ustedes...
¿Y cuántos millones de personas no tienen dolor?
¿Cuántos no se sienten golpeados, tristes?
¿Qué es la tristeza?
(Una señora en la sala dice algo).
No, señora, eso no es egoísmo.
La tristeza es inconsciencia.
El Dios en nosotros no está triste.
El Dios en nosotros no tiene dolor.
El Dios en nosotros no tiene sufrimiento.
“Claro, eso cuéntaselo a tu abuela”, dicen.
“Tú lo que necesitas es una enteritis”, entonces sientes dolor, dolor material.
Bien.
Pero de lo que hablamos es de que te golpeen espiritualmente.
La divinidad en nosotros no puede ser golpeada.
No tengo una pérdida en el amor, no tengo una pérdida en el odio, basta con que lo comprueben en el diccionario, miren, adelante, yo también lo he hecho, ¿qué me queda de todo eso cuando me topo con esas palabras?
¿Soy capaz de ello?
¿No quieren esperar a saber quiénes son? Consulten mañana el diccionario y comiencen por el mono: ¿soy un mono?
¿Un mono?
No, no lo soy.
Y entonces miren donde el ser humano...
Unos han inventado, que son seres humanos para nosotros.
Y entonces deberían seguir un poco más y ser honestos unos con otros, sobre todo cuando él, y ella, están trabajando, es cuando da gusto hablar.
Mejor encárguense de que cuando estén solos lleven encima un montón de cigarrillos, porque eso lo perderán, u otra cosa, porque es un asunto difícil.
¿Qué tengo yo de justicia?
¿Verdad?
Muy mal.
Pues a pensar, durante cinco años.
En cinco años volveremos a estar activos.
Amor al prójimo...
(Alguien dice algo).
¿Cómo dice?
Fe, con la fe... no tengo nada que ver, ya no quiero tener nada de eso; quiero saber.
Y ahora pueden saber.
Y ahora vamos a seguir.
¿Envidia?
La envidia, ¿sé yo, señora, lo que es eso? ¿Lo sabe usted?
Hay personas que tienen envidia y eso quiebra cualquier fundamento para la chispa divina, porque el Dios en nosotros no puede tener envidia, dice: “Ama todo lo que vive y me tendrás a mí”.
Envidia, ja, ja, ja, no me hagan reír.
Una mujer tiene envidia de un hombre.
Cuando veo eso...
Digo: “Pues tómalo”.
¿De qué me sirve la envidia, señor?
No es espacio, ¿no?
¿Sabe usted lo que es eso?
Es una locura consciente, psicopatía.
Cuando tienes envidia y odias, bueno, bueno, envídiale algo a un ser humano... o peor: si yo hubiera tenido todos esos miles de cosas en mi interior, solo algo de eso, el maestro Alcar habría dicho: “Oye, vuelve como un rayo a tu diablo, ese es tu sitio”.
Conmigo hay que amar lo que vive.
Conmigo hay que ser justo.
Conmigo hay que...”.
La envidia: ni siquiera habla de ella.
No tenemos envidia.
¿Envidioso?
Ya me gustaría poder ayudar al mundo entero.
Envidia, ¿de qué?
¿Del dinerito, acaso?
¿Una casa?
Bueno, bueno, no hace falta que me den una corona, porque no la quiero.
No quiero ser ministro, no quiero ser juez.
Dame lo más elevado de lo que puedo vivir aquí en la tierra, digo: “No, no.
Mejor toma a otro”.
(Señor en la sala):

—Ministro de finanzas.
—Sííí, eso me apetece, ministro de finanzas.
(Risas).
Así todas las mañanas podré dar a la humanidad pan de pasas con moka.

(Risas).

Entonces podré decir a la gente: “Criaturas, disfruten hoy y vengan a contarme esta noche si han disfrutado”.
Dios es un ser humano hermoso.
Porque esas personas se ven.
Todavía me encontraba en el garaje —sí, me fijo en todo— y que hay allí un tipo de esos, que dice: “Ay, qué bien he comido”.
Digo: “¿Qué?”.
Me contesta: “Sopa de pollo, medio pollo”.
Claro, el señor tenía gallinas.
Pero resulta que allí hay un pobre muchacho de esos del garaje, teníamos uno, un huérfano, lo habían recogido de la calle.
Yo me había ido y vuelvo de un viaje.
Digo: “Es nuestro nuevo muchacho en el garaje?”.
Digo: “Vaya, ¿cómo te llamas?”.
“Karel”.
Digo: “Ah”.
Pero ese jefe, éramos cuatro, se habían comprado coches, así, los cuatro, y estaba con la sopa de pollo...
Estaba comiendo con gusto...
De repente le digo..., veo que el chico se pone pálido, porque nunca le daban sopa de pollo, porque tenía que arreglárselas él mismo para comer, digo: “¿Cuánto cuesta un pollo?”.
Digo: “En mi casa jamás me dan sopa de pollo.” Digo: “Estaría muy bien que tu mujer me hiciera una rica sopita.
Una gallina entera, ¿qué me costará?
La mía no es muy buena haciéndola”.
Y entonces me dice: “¿En serio?
Pues la mía sí que sabe cocinar, y mi mujer...”.
Vaya, una gallina propia, dos florines y medio; era 1925.
Digo: “Bien, mañana tendré sopa de pollo.
Qué bien, comeremos con gusto”.
Y que aparece a la mañana siguiente con un puchero: “Mira esto, no se ha enfriado todavía, la he traído rápidamente en coche”.
Digo: “Muy bien”.
Dice: “Bueno, que te la comas”.
Digo: “Karel, a sentarse”.
Karel: “¿Yo, señor?”.
Digo: “Tú a sentarte”.
Digo: “A comer”.
Y entonces me puse a mirar esos labios, esos labios grasientos.
Digo: “¿Lo ves ahora? Este estaba famélico.
Si comes pollo, tan ricamente, no se lo debes decir a los demás.
Y si lo haces, debes preguntar si hay más gente que tome sopa de pollo”.
Y Karel se sirvió sopa.
Ya estaba llorando.
Digo: “Señor”, digo, “aquí tiene sus dos florines y medio”.
Digo: “Es pobre, pero merecido”.
Digo: “Él también tiene que encargarse de tener gallinas.
Pero eso no hay que contarlo, señor, a una persona que tenga hambre”.
Yo entonces miré de esta manera, había gente riéndose.
Digo: “¿Es para reírse?”.
Allí estuvimos un momento radiantes, había risas.
De pronto, en un fogonazo.
Entonces todavía le faltaba muchísimo al maestro Alcar para ponerse en marcha.
Pero el otro ya no vino nunca más al garaje diciendo: “A mí me han dado sopa de pollo”.
Digo: “¿Ah, sí, señor?”.
Digo: “Allí vive un padre con seis hijos, señor, no puede comprarlo.
Vamos, dale unas gallinitas, o cállate la boca.
Entra en armonía con el pensamiento, adelante.
No hay que fanfarronear, señor, es usted un fanfarrón, no le priva de la luz en los ojos, ciertamente, sino de su estómago, causa disarmonía en su estómago”.
Pues ese Karel comía que daba gusto.
Y yo disfrutaba.
Se me hacía un placer.
Qué bueno.
Pero menuda bofetada, fue una bofetada, uno cero.
Pero, bueno, ¿de qué estábamos hablando esta noche?”.
(Gente en la sala):

—De las gallinas.
—De las gallinas.
Del viento, de eso hablábamos.

(Risas).

Hablábamos del viento.
(Señor en la sala):

—Bueno, de la trompita del tifón.
—¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—Bueno, de la trompita del tifón.
(Señor en la sala):

—Del viento a la gallina.
—Ah, sí, estábamos con el tifón, también estaba dentro de la gallina.
Pero un tifón, señor, es que en un sistema central, en el séptimo grado de esas fuerzas y fuerzas y fuerzas, esa hilera, es como una hilera, ¿verdad?, esa fuente regresa justamente hasta un solo núcleo.
Ha leído usted mucho sobre la naturaleza; y ¿con qué tiene sintonización este núcleo, este tifón?
(El señor dice algo).
—Claro, si se lo digo yo, ya lo sabrá usted también.
¿Lo ayudo?
(Señor en la sala):

—Sí.
—¿No lo sabe?
(El señor en la sala dice algo).
—¿Cómo?
(Señor en la sala):

—¿Sobre el agua?
—Sobre la fisión nuclear.
¿No es sencillo?
Esa fuerza de un tifón, igual que un trueno, es la fisión de nebulosas, nubes, agua; pero el alma tiene vida, tiene espíritu, tiene una personalidad.
Cuando se juntan esas nubes y esa nube en particular —imagínese lo que ocurre— es más oscura, más intensa, está cargada, más cargada, entonces vivirá usted siete grados de fisión, la paternidad, la maternidad, y eso se funde y luego estalla y así llega a ver la fisión nuclear, y eso es un trueno.
Pero se amontona en el cosmos y entonces se produce un círculo de esos, a veces se ven semejantes embudos, y es justo como una célula y un pequeño espacio hacia los que se adapta, se atrae, ese espacio.
Una vez le ofrecí una explicación, señor Van Straaten, y se ajusta a esto, y es...
El maestro Zelanus lo hizo en Diligentia.
¿Por qué llega a una sola fuente, a un solo pequeño espacio, y entonces de pronto adquiere una dilatación y entonces empieza a echar chorros por encima de la tierra y entonces...
Como en Florida, en Hollywood, allí vi uno, allí siempre están con huracanes, casi todos los años, y entonces el océano... vuela por encima de las casas.
Lo habrán visto alguna vez en los periódicos, ¿verdad?
Cuando estuve allí acababa de haber uno.
Es cuando se produce en un solo punto, el recalentamiento de un solo estado, eso es el sur puro, el este.
O sea, ese calor, con una fuerza equis, empieza a trabajar, pero eso ya se viene fraguando desde hace meses y meses y meses.
Y entonces se forma un estado en forma de embudo, que se puede ver y vivir y sentir y seguir si uno conoce la fisión del universo.
Y es la misma fuerza.
El maestro Zelanus aclaró entonces: la maternidad se contrajo y se convirtió en la luna; y la paternidad, o sea, la fuerza luminosa del cosmos, se contrajo y se convirtió en un solo sol.
Más tarde llegaron los otros soles.
Pero al comienzo de la creación había un solo sol.
Así que todo ese espacio se densificó hasta un pequeño clímax, igual de ancho y grande que el sol.
¿Lo entienden?
Y ese mismo sentimiento de sintonización en cuanto a fuerza está dentro de un tifón de esos.
Eso también es una fuerza que frena, que construye, centrífuga, y entonces empieza todo.
Una fisión nuclear.
Esta después atraviesa el espacio y se dispersa, y cuando termina de desfogarse...
Ese desfogarse es el proceso de muerte de esa fuerza, pero puede adquirir brevemente bastante velocidad y durar dos, tres días, hasta cuatro.
Y lo que rodee esa cosa, ¿entienden?, es un desgarro.
¿Y saben por qué una cosa de esas puede llevarse por delante una casa, así como así?
(Señor en la sala):

—Sí, porque allí... surge una succión de aire por el torbellino.
—También eso.
Pero porque eso...
(Señor en la sala):

—En el extremo del torbellino se produce un vacío y allí es donde es succionado todo.
—¡La succión!
Y esa succión es astral.
¿Y cuál es, pues, la fuerza más grande, la más poderosa, señoras y señores? Así comprenderán un poco de Einstein y sabrán a dónde quieren ir. ¿Cuál es la fuerza más poderosa?
¿Por qué es posible desencadenar mediante un átomo tan pequeñito, por la fisión nuclear, un espacio tan tremendo?
(Señor en la sala):

—Bueno, por un grado del vacío.
—No, señor.
Al desprender el espíritu y la vida de la cosa.
Sí, espiritualmente.
La fisión atómica se produce espiritualmente.
Si fuera materialmente, desaparecería, consumida por el calor.
Sin embargo, desprender el espíritu y la vida: ese es el tremendo empuje, que también es un vacío.
O sea, un tifón solo es todavía material.
Pero, ay, cuando va hacia una mayor profundidad y toca el aura espiritual —eso es esa succión—, entonces un tifón de esos quita el aura vital de ustedes, ¿entienden?, y te desplomas, muerto.
Así que ese empuje aún es material, pero, ay, cuando esa fisión nuclear se va hacia el espíritu.
El cosmos no se puede desbocar espiritualmente.
Pero es materia semidespierta.
No es materia que por tanto se haya endurecido ni densificado sólidamente; se ha densificado a partir de lo astral.
Pero el viento no se puede ver, sí se puede sentir, y eso se llama conciencia material semidespierta.
¿Ha quedado claro eso?
Semidespierto.
Si fuera consciente despierto sería materia sólida, es materia sólida.
Pero ahora esto...

(Jozef hace algo)

... esto tampoco es más que semiconsciente.
Pero yo soy quien lo pone en marcha.
Así que mi espíritu es consciente de manera semidespierta, pero uno con ese material.
Y el viento es material, semidespierto.
Cuando empezó el macrocosmos y los planetas se fueron densificando, los maestros hablan de conciencia material semidespierta.
Un planeta aún era astral, aún no era visible, y ahora vuelve la fisión nuclear hasta tal y tal grado de fisión, y eso es desprender la vida de esa cosa, y entonces con un microcosmos pueden conseguir ustedes que el cosmos entero se succione hacia dentro, en tal y tal y tal grado.
¿Qué grado posee ese átomo?
Puedo empezar con Einstein y entonces empezaremos sobre la fisión nuclear.
Y entonces le mostraré a usted dónde tiene que pararle los pies.
Hemos tenido conferencias en Róterdam y aquí en La Haya y en Ámsterdam, ¿verdad?, a las que acudieron eruditos..., una mañana hubo un doctor que dice: “Vaya, eso sí que tiene mérito.
Yo todavía no he llegado hasta ese punto, ya se lo pueden decir a ese señor Rulof”.
‘¿Puede la fisión nuclear destruir el mundo?’: la conferencia que ofreció el maestro Zelanus en Róterdam, en La Haya, ¿verdad? (En Róterdam, el 23 de febrero de 1947 y en La Haya el 27 de noviembre de 1946).
Pues, qué milagro, yo que estaba hablando allí en Diligentia y en Róterdam sobre la fisión nuclear.
Eso lo saqué del campo, lo tenía de Fanny.
Eso lo aprendí en la escuela, con el maestro Honstra, en el tercer año.
Sobre esto no hay libros, señor, y para esto no es posible seguir doctrinas, pero en Estados Unidos desafié a Einstein.
Se puso enfermo.
Ojalá pudiera yo hacer eso.
Sí que conseguí doblegar a dos parapsicólogos, un catedrático y una catedrática, acudieron a la exposición; estaban de rodillas.
Sí, ojalá pudiéramos seguir avanzando.
(Dirigiéndose a la sala):

¿Algo más?
Señor, ¿no tiene otra cosa que viento esta noche?
(Señor en la sala):

—De lo contrario no sería... (inaudible)... desde donde...
—Bueno, entonces esta noche sabemos por lo menos de dónde viene el viento.
¿Tienen alguna cosa más, señoras y señores?
¿Cómo dice, señora?
(Señora en la sala):

—¿Cómo es posible que un ser humano siempre pueda soñar que ha perdido su ropa?
—¿Soñar que ha perdido su ropa?
(Señora en la sala):

—Sí.
—¿Cómo es posible que un ser humano pueda soñar que ha perdido su ropa?
(Señora en la sala):

—Sí, siempre.
—Señora, entonces él está en busca del paraíso.

(Risas).

Si se pone usted a buscar su ropa, es que está otra vez de camino al paraíso, porque allí solo llevábamos una hojita.
No, ni siquiera sabíamos lo que era una hojita.
Estábamos unos al lado de otro en la naturaleza, desnudos para todo el mundo.
Era yo solo, no había nadie más conmigo, era yo.
No, usted ni siquiera estaba, señor.
O tiene que vivir usted mismo ese paraíso.
Pero en mi paraíso allí estaba yo solo.
Con Eva.
Eva también estaba, y una serpiente. “Psss”.
Digo: “Fuera de aquí con tus silbidos, lela”.
Serpientes...: “Oye, por cierto: ¿cómo surgiste si yo estoy aquí solo en el mundo?”.
Vaya, vaya.
“Psss”.
Eché a la serpiente a base de decir “psss”.
Señora, entonces, ciertamente, está buscando usted el paraíso.
Sí.
Si sueña usted que no puede encontrar la ropa...
Bueno, no querrá que la lleve a la casa de empeño, ¿no?

(Risas).

¿Será que alguien estuvo en su habitación y se apresuró a llevar su ropa a la casa de empeño?
No es posible, ¿no señor?
No, tiene que ver con el paraíso.
Ya le gustaría a usted.
¿Tenía usted alguna cosa más, señora?
¿No?
Señora, es un sueño que la conduce al yo desnudo de la madre naturaleza.
¿O es que ya le robaron alguna vez en el pasado, llevándose de verdad la ropa? Entonces se pone a soñar.
Me vino a ver un señor, me dice: “Me han robado cuarenta mil florines.
Ya no conseguiré nunca más liberarme de eso”.
Sueña cada noche con su dinerito.
Y entonces ve al ladrón.
Y entonces viene con un “¡Lo tengo!”.
Pero soñaba, daba palos de ciego.
Entonces dice esa mujer: “No hace falta que sigas soñando, marido.
Si mañana tienes la sensación de ‘todavía tengo para comer durante diez, veinte años’, habrás perdido el sueño”.
Pero no era capaz de eso, ¿entiende?
(Señor en la sala):

—¿Ha leído usted, señor Rulof, sobre esa mujer en Francia, o era en Bélgica, tenían dinero en el armario.
Había cerrado la cocina y el hombre piensa: ‘Pero ¿dónde estás?’.
Y se pone a buscar y ve que la luz está encendida, pero el cerrojo de la cocina está echado.
Entonces dice ella: “Por lo que nos peleamos todos los días”, dice, “lo meto en la estufa”.
—Eso es un buen trabajo.
Esa mujer era vigorosa y fuerte, pero también lo podría haber hecho de otra manera.
(Señora en la sala):

—Dice: “Querido, así ya no nos pelearemos nunca más”.
—Pero entonces él se puso a...
(Señora en la sala):

—Entonces ella se fue por la mañana a un psiquiatra, a un manicomio.
—Y se fue.
¿Y la encerraron?
(Señora en la sala):

—Sí, la encerraron.
—Pero ella era sabia.
Sí, ahora la encierran.
Pero a él, que estaba mal de la cabeza, lo dejaron libre.
Y ella...
Sí, porque eso, claro, no lo puede comprender ese hombre; si quemas allí cinco o diez mil florines, estás mal de la cabeza.
“Así ya nos pelearemos más, ¿no?”.
Entonces estás... ¿no? “¿Cómo dices?
¿Nada de peleas?
Es ahora cuando van a empezar”.
Adiós dinerito, adiós felicidad, adiós mundo.
¿No tiene usted otra cosa para mí?
(Gente en la sala):

—Sí.
—A ver, sí, un momento.
(Señora en la sala):

—¿Me permite hacerle una preguntita?
La semana pasaba me estaba paseando por la (calle) Benoordenhoutseweg y me estaba enfrascando en los árboles, ahora que estaban tan secos.
—No están secos, están dormidos.
(Señora en la sala):

—No, dormidos.
Pero había un tono dorado, así que no podía detectarse ningún color y mientras tanto yo me puse a..., entonces me puse a mirar los árboles uno por uno y tuve una fuerte impresión de que la copa fue adquiriendo una irradiación de un color rosa violáceo.
Pensé: ‘Vaya, pues parece una mancha de..., quizá del sol que haya asomado’.
Y cuando pasé al lado y miré había desaparecido.
—¿Qué hora era, señora, cuando andaba allí?
(Señora en la sala):

—Las nueve de la mañana.
—Es posible.
Si hubiera llegado usted tres horas más tarde, ya no lo habría visto.
¿Por qué no, señora?
(Señora en la sala):

—Pero me puse a contemplar todos los árboles, cada uno por separado, y volvió a haber esa gran irradiación...
—Claro, claro, señora.
Señoras y señores, ¿saben por qué lo vio?
Si hubiera ido alrededor de las doce —bueno, todavía se puede entonces, sobre todo en esta época, señora—, ya no lo habría visto.
En cuanto se asoma el sol...
No, ¿sabe lo que vio usted?
Ahora veo su árbol y su luz.
(Señora en la sala):

—Unos colores maravillosos.
—Sí, hermosos.
(Señora en la sala):

—Aún salía de una sola ramita.
—Unión con sus sentimientos.
Primero con usted.
Ahora empiezo a ver lo que vio usted, qué divertido, ¿no?
(Señora en la sala):

—Estupendo.
—Segunda clarividencia.
Pero ¿qué veo ahora?
Veo..., veo lo que usted no vio.
Puedo decirle directamente: ¿por qué lo vio?
Pero eso no lo vio a las doce.
(Señora en la sala):

—No.
(Señora en la sala):

—Solo a las nueve.
¿Sabe usted por qué, señor?
¿Sabe usted lo que es, señor?
¿Tú, Leo?
¿Nadie?
(Alguien en la sala dice algo).
¿Cómo dice usted?
El rocío de la mañana.
El despertar de la mañana, el despertar de la mañana tiene una irradiación.
Esa luz de la mañana, justamente esa grisácea.
¿Por qué tiene que ser gris, señora, si es que no me cree? ¿Por qué tiene que ser gris?
¿Por qué lo ve solo en esa atmósfera grisácea?
¿Por qué?
¿Tampoco lo sabe?
(Señora en la sala):

—Un color...
—No, señora, sí, sí que hay algo de eso.
Qué divertido, ¿verdad?
Cuando está el sol, señora, ya no ve nada.
(Señora en la sala):

—Entonces predomina esa luz.
—Sí.
Cuando está la luz ya no ve matices de colores, han desaparecido.
(Señora en la sala):

—Pero fue precioso.
—Pero, mire, en ese alumbramiento...
¿Qué es ese alumbramiento? ¿A qué se refiere, pues, ese alumbramiento ahora?
¿Vive usted la naturaleza?
¿A qué se refiere ese alumbramiento?
Y ¿por qué lo ve?
En realidad, ¿qué es lo que ve allí?
(Señora en la sala):

—El primer principio de...
—Sí, el primer principio, señora, pero ¿para qué?
¿Para correr?
¿Para el ciclismo?
(Señora en la sala):

—De la luz...
—Allí, eso es, pero no quiero decir eso.
(Alguien dice algo).
Sí, criatura, ¿y eso qué es?
Criatura, ¿qué es?
(Señora en la sala):

—Alumbramiento.
—Sí, señora, le doy un diez.
Alumbramiento.
Desde el alumbramiento, la noche es alumbramiento, hacia la creación.
Y entonces ve usted aura.
¿No es hermoso eso?
(Señora en la sala):

—Sí, fue tan hermoso que primero pensé...
¿Sabe usted? No lo vi al instante.
Cuando lo miraba, al final llegaba a una gran...
—Así, señor, podemos explicar el cosmos entero, para cada cosa, los rayos de sol, la mañana, la noche, la luz.
Por eso...
Imagínese: fui como un rayo a... veo ese sol y entonces veo... y pienso: vaya, qué bueno, y mientras hablo veo el sol, veo la hora de la medianoche, las doce, la una, y pienso: ahora no puede ser, por eso hice la pregunta.
Pero el sol lo muestra, ahora habla el sol.
Eso es unión con el estado con el que todo tiene que ver.
La noche, la tierra, la mañana, la hora, el sol, y eso de pronto se manifiesta; y cuando ve usted eso, lo puede contar, así sin más.
Contarlo después.
Pero en el momento en que hablas tienes que ver, ver, ver, ver.
¿No es tremendamente sencillo?
(Señora en la sala):

—Pero hermoso.
—Perfecto.
¿Quién algo más?
Es sabiduría celestial.
(Señor en la sala):

—Tenía algo más.
—Sí, señor.
(Señor en la sala):

—Acabo de asustarme mucho. Luego me di cuenta..., sí que me parecía explicable lo que dijo usted, pero entonces dije: fiebre.
Entonces dijo usted: “La fiebre es una enfermedad”.
Eso me asustó un poco, porque ya entiendo por qué dice usted que la fiebre es una enfermedad.
—Sí.
La fiebre es...
(Señor en la sala):

—Cuando el ser humano dice: “Tengo fiebre”, es que está enfermo.
—Sí.
(Señor en la sala):

—Pero al final la fiebre no es la enfermedad.
—Al final es...
No, pero sí que tiene que ver con la enfermedad.
(Señor en la sala):

—Sí, tiene que ver, pero la fiebre en sí no es una enfermedad, ¿no?
—Claro, entonces tengo que detenerme ante cualquier cosa.
(Señor en la sala):

—Quiero decir...
—Doy ese salto, tomo la enfermedad y al mismo tiempo su manifestación.
Señor, aquí tenemos luz; hasta dónde tenemos que regresar a la fuente antes de que esto se hiciera luz, y esa es la enfermedad.
La fiebre es la irradiación de la enfermedad.
Pero yo no fui por esos términos medios, porque eso son paradas.
Pero de la putrefacción...
Enfermedad, fiebre.
Y ¿qué es, pues, la enfermedad?
¿Qué es de verdad la fiebre?
Viento..., usted lo quiere...
Tiene que preguntar usted, señor Otterloo: “¿Qué es la fiebre?”.
Le sirve más que si pregunta: “¿Qué es el viento?”.
(Señor en la sala):

—Una reacción.
—Además, tenemos miles de tipos de fiebre.
¿No lo sabía?
Por ejemplo, alguien tiene unas prisas terribles, entonces ya también tiene un tipo de fiebre.
Alguien siente envidia: una intensa fiebre.
Brrr.
(Señor en la sala):

—Fiebre álgida.
—La fiebre álgida, pero entonces nos vemos otra vez ante el cuerpo.
Sin embargo, el frío espiritual...
La fiebre espiritual, ¿quién se libra de ella?
Mi madre.
¿No somos todos febriles en esta sociedad?
Cierto, ¿no?
Porque con que no estemos un instante —fíjense lo claro que es—, con que no estemos un instante en armonía con las leyes divinas, como fuerzas, como luz, como vida, como amor, como paternidad, como maternidad, entonces irradiamos fiebre, y estallamos, como llamas; “Eso no es bonito”, dicen allá arriba.
Nuestro Señor dice: “¿Por qué te pones de los nervios?”.
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

¿Qué?
(Señor en la sala):

—¿Puede medirse materialmente?
—¿La fiebre?
(Señor en la sala):

—No, ¿la fiebre que quiere decir usted?
—Claro: si usted me da una bofetada a la cara por su estado febril, su estado colérico..., cuando estamos enfadados surge una fiebre interior cargada de odio, una irradiación, uno se pone a pegar, entonces bien me puede dejar el oído sordo.
¿No le parece eso ya bastante grave?
(Señor en la sala):

—Sí, pero quiero decir: ¿puede medirse con un termómetro?
—Señor, entonces solo nos haría falta un termómetro para determinar los sentimientos en un plisplás.
(Señor en la sala):

—Sí, eso es justamente lo que quiero decir.
—Sí, eso se puede determinar.
Pero eso, claro, no lo conocemos, por eso hago esas bromas.
Digo: si usted me da una bofetada, eso también es fiebre.
Ahora, sin embargo, un termómetro para determinar los sentimientos y la conciencia.
Divertido, ¿no?
Ya lo inventarán algún día, señor Joost.
(Señor en la sala):

—... incluso es posible que nosotros, cuando alguien que se altere..., eso ya se ha constatado...
—Eso es..., sí...
(Señor en la sala):

—... entonces se intensifica el funcionamiento de las glándulas.
—Sí.
Pero tenemos detectores de mentiras.
Así que ya se ha activado el sentimiento.
Señor, está activado.
Y luego, cuando sea perfecto, determinarán, infaliblemente, su personalidad.
Pero, ¿sabe qué?
Su conciencia, reacciona toda, sentimientos, aura, amor.
Pero el aparatito para detectar mentiras ya lo tenemos.
(El técnico de sonido):

—Quedan dos minutos.
—¿Solo dos minutos?
Madre mía.
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

Dígame, señor.
(Señor en la sala):

—¿No puede desactivarse ese detector de mentiras?
—Sí, bueno, a mí me lo puede poner.
Y entonces mentiría que daría gusto y no le diría nada.
(Señor en la sala):

—Exacto.
—Señor, todo es arte.
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

¿Cómo dijo?
(Señor en la sala):

—Solo pueden determinar la disarmonía, ¿no?
—Bueno, mire, ese aparato...
Desde luego, la disarmonía indica sensibilidad.
Pero ¿por qué...?
¿Cuál es la quintaesencia, el núcleo en sí de un aparato detector de mentiras?
¿Por qué se pone a funcionar ese aparato?
¿Por qué?
(Alguien dice algo).
Ya está: el sentimiento.
Porque usted sabe que miente.
Yo también, por cierto, aquí miento toda la noche.

(Risas).

Sí, señor, si le digo que miente usted, no queda más remedio que yo también lo sea.
Pero cuando nos ponemos a mentir, por dentro hay una tensión y esa inseguridad...
Pero yo miento en contra del espacio.
Señoras y señores, hasta el domingo por la mañana.

(Suenan aplausos).