Noche del jueves 17 de enero de 1952

—Buenas noches, señoras y señores.
(Gente en la sala):

—Buenas noches.
—Tengo aquí para empezar: “Sabiduría rusa.
Radió Moscú ha anunciado que científicos rusos han demostrado que la luna se está desintegrando lentamente como consecuencia de los impactos con meteoros”.
Eso, lógicamente, son tonterías, porque los impactos..., cuando aquí en la tierra hay algún impacto —no entiendo a esos científicos, no entiendo a esa gente—, cuando aquí en la tierra hay algún impacto la tierra lo retiene, entonces debería rebotar, pero eso no ocurre.
Y ahora escriben aquí que la luna, por los meteoros, que estos llegan a parar en la luna y que entonces hay fragmentos que se separan...
¿A dónde se va ese trozo?
La luna sigue teniendo fuerza de gravedad, dicen ellos mismos, pero cuando atraviesas el espacio con un cohete, la luna ya te volverá a atraer.
Eso no es posible, porque la luna sencillamente se disuelve.
Es decir: poco a poco todo se va corroyendo.
Y eso durará todavía millones de años.
La luna está moribunda.
Los científicos aún no saben por qué lo está.
Si pudieran aceptarlo, estarían abiertos al macrocosmos.
Pero en esto los científicos me dan la razón.
Dice más cosas: “Cada vez que un meteoro entra en colisión con la luna, aquel se lleva una parte de la sustancia de la luna hacia el espacio cósmico”.
Imposible.
Pero encima dice: “El profesor Nikolaï Fortsjikev”, ¿es así en ruso?
Fortsjikev, bueno, así lo llamaremos, “ha constatado...”

(Una señora dice algo):

¿Cómo dice usted?
... Fortsjikèv... “que los planetas Júpiter, Saturno, Uranio y Neptuno solo están compuestos por gas, principalmente, nitrógeno, y que no eran, como se suponía hasta ahora, cuerpos sólidos, rodeados por una atmósfera densa”.
De modo, señor, que usted sabe algo de la cosmología.
Eso el maestro Zelanus ya lo contó hace cinco años en (la sala) Diligentia.
Poco a poco vamos teniendo razón.
Algunos planetas son bolas de gas, y no tienen vida.
Pues, a ver si luego toma entre las manos ‘La cosmología’.
¿En cuántas cosas no llego a tener razón, señor?
Los maestros llegan a tener razón en centenares de miles de cosas, su palabra es ley.
Y esas leyes yo las he visto; las respaldo con mi vida.
(Jozef continúa leyendo):

“El científico V. N. Sukachev, otro Sukachev (Vladimir Nikolayevich Sukachov, 1880-1967, catedrático ruso de botánica) ha propuesto que los árboles...”.
Ah, pero eso es otra cosa, no tiene nada que ver con el cosmos, está hablando ahora de árboles.
Pero ya lo ven..., que poco a poco los astrónomos van llegando a ‘Los pueblos de la tierra’, es decir, allí ya se dice algo sobre esto, pero principalmente, a los libros de ‘El origen del universo’.
Y si más tarde —y entonces lo trataremos más en profundidad— pueden leer ‘La cosmología’...
Esperemos que todavía ocurra en esta vida, en la mía al menos, porque eso cuesta ni más ni menos que una tonelada, cien mil florines, que no tenemos.
Sí, nos sobran los toneles, con arenque y pescado y de todo, pero dinero... ¿entiende?
Entonces ya se les quedarán los ojos como platos, señoras y señores, cuando lean eso.
Allí se analiza el macrocosmos entero, hasta la última célula, con todo lujo de detalle, con una nitidez cristalina.
Bien.
Y aquí la dama añade, la señora Era: “El texto que adjunto lo acabo de leer en ‘Het Vaderland’ (‘La Patria’, un periódico)...”, yo también lo leí..., “lleva por título ‘Sabiduría rusa’, pero tú, Jozef, los adelantaste mucho”.
Y yo que soy de ’s-Heerenberg, lo tendrá en cuenta, ¿verdad?
Soy Jeus de madre Crisje.
Qué prueba de que es cierta la preciosa doctrina que se nos concede oír.
Gente, aún les falta mucho para comprender lo que están recibiendo.
Lo dicen los propios maestros.
Ojalá pudiéramos escribir libros y libros y más libros.
Qué tenemos que hacer luego... “Ya no es necesario”, dice el maestro Alcar, “si no escribiríamos mil libros”.
Porque cuando llegue a la tierra el aparato de voz directa, el mundo tendrá contacto con el otro lado, y entonces hablarán los maestros, y se dictará.
Dice: “¿Por qué íbamos a deslomarte?”.
En primer lugar les falta el dinero.
Pero los maestros están empezando a tener razón en millones de situaciones, problemas, y todo lo pueden analizar.
No hay erudito espiritual en la tierra que pueda con los maestros.
Que vengan los astrónomos, que vengan los biólogos, cualquier facultad espiritual, los teólogos, la teosofía, los rosacruces; los maestros están preparados para recibirlos.
La teosofía, los rosacruces no tienen contacto con los maestros que han incidido directamente sobre ese ser humano, de lo contrario esa gente ya estaría.
Allí siguen buscando por todas partes.
Aquí decimos: ¡así es!
El maestro Alcar dice: “¿Te ves a ti mismo detrás del ataúd?
Tú vives, yo vivo, no hay condena.
Eso hay que sacarlo a golpes del alma humana”.
Ojalá pudiéramos hablar en las iglesias, pero entonces me colgarían, ¿no?
Y eso detiene —aquí tengo una carta, aquí, luego se la leo—, eso detiene la evolución de la humanidad, un solo salto.
Imaginemos que el mundo entero tuviera que aceptar ahora: sí, la reencarnación existe.
Volverás a ver a tus padres.
Deberían detenerse un poco ante este hecho, que todos ustedes conocen.
Ya no existe una tumba, desaparece ese atuendo negro, desaparece la desgracia.
¿Qué es lo que no entristece al ser humano?
¿En qué mundo inconsciente no llega el ser humano cuando tiene que enterrar a otro ser humano y no conoces la vida?
Allí los tenemos ahora...
Desde que era niño, desde mi niñez me he reído de eso.
Los acompañaba...
Más tarde iba, cuando se moría uno de los nuestros —no solo con Crisje o Hendrik el Largo, sino cuando más tarde se moría alguien—, entonces me metía a escondidas en el cementerio, y entonces, cuando me erguía, muchas veces veía entre la gente al muerto, y me ponía a reír y me echaban.
“El de Hendrik el Largo se está riendo otra vez”, decían.
No podía evitarlo, es que es ridículo.
Claro, eso, para un ser humano que desconoce esas leyes, que desconoce esa vida, es durísimo.
Entonces dicen: “Hay que ver lo canallas que son, ni siquiera respetan un cadáver”.
Pero, santo cielo, es que eso no es un cadáver.
Sí, eso es un cadáver, pero el ser humano no es un cadáver.
¿Qué sabemos nosotros?
¿Qué hemos recibido?
(Un señor en la sala):

—¿Alguna cosa más que no esté bien, Rulof?
—¿Cómo dice?
(Un señor en la sala):

—¿Alguna cosa más que no esté bien si ahora se adentran en el ámbito de la paternidad y maternidad de los planetas?
Entonces revelarán todo el lío en los libros que pueden...
—Ustedes están recibiendo las revelaciones en Diligentia.
Pero qué conferencias de esas cuatrocientas que ha ofrecido el maestro Zelanus, sobre el cosmos de vez en cuando...
Siempre... y escoge una imagen aquí y allá, dice: “Claro, la cosmología parece tremendamente difícil.
Solo lo parece, pero no lo es”.
Dice: “Las conferencias que hemos ofrecido eran mucho más difíciles que ahora la cosmología”.
Porque ahora está en su vida.
Ahora es el cocinero.
Para ofrecer una conferencia, un bocado de esto y de lo otro, y una ley aquí y otra allá, hacer un compendio de todo eso...
Les ofreció centenares de escenas y así fue construyendo un mundo, lo terminó, empezó a analizarlo, lo llevó al ser humano, hablaba de paternidad y maternidad, habló además de amor y entonces llegó un final enorme.
Basta con que escuchen esas conferencias, contienen miles de problemas.
Los convirtió en un conjunto para volver a darle algo al ser humano.
Y ahora puede disfrutar a fondo, ahora puede ofrecer cosmología.
Y la cosmología, señoras y señores, vive en nosotros.
No está tan lejos, porque ese universo para nada está tan lejos ni a tanta profundidad; vive en el ser humano.
“Si esto”, añade usted en su nota, “viene en uno de tus libros”, de alguna forma ya está en ‘El origen del universo’, “me gustaría acudir a un periódico”.
Pero eso no le sirve.
Acabo de comentarlo con un señor, y estuvo en Philips, trabajando con científicos, y entonces me preguntó: “Venga, señor Rulof.
Estoy hablando de usted”.
Digo: “Bien, iré, prepare alguna noche”.
Y luego ya no hubo nada.
Dice: “No se lo merecen”.
Hablas y hablas y hablas...
Yo que vengo con la sabiduría cósmica, digo esto y digo lo otro, hablan los maestros; unas revelaciones tan enormes y esa gente las desconoce, así que no toman conciencia de ellas.
Claro, cuando haya llegado el momento, dirán: “Santo cielo, ¿qué clase de persona era?”.
Sí.
Pero entonces no soy yo: son los maestros.
(Jozef continúa leyendo):

”Perdona, Jozef, pero tengo que hacerte leer esto”.
Y es que yo lo había leído.
Muchas gracias.
Ya lo ven, señoras y señores, lo dice Jozef Rulof, y eso, aquella mañana, fue así: “Centenares de planetas son bolas de gas.
Son cuerpos como sus plantitas en el acuario”, dijo el maestro Zelanus.
Y ahora ellos tienen que darnos la razón.
Sí.
Aquí tengo: “La semana pasada nos dio una explicación sobre el ser humano que nace ciego, sobre lo que se nos concedió recibir una poderosa explicación.
Fue una exposición espiritual por la que le estoy muy agradecido, a usted y al maestro Alcar.
La Biblia dice a este respecto, en Juan 9: ‘Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabino, ¿quién pecó, este o sus padres, para que haya nacido...’, ¿ven?, allí está la cuestión genética, ‘para que haya nacido ciego?
Respondió Jesús: No es que pecó éste ni sus padres, sino que ocurrió para que las obras de Dios se manifiesten en él’”.
Pero ¿quién entiende esto?
(La gente habla a la vez).
(Una señora en la sala):

—Señor Rulof, porque el ser humano se eleva por el sufrimiento.
—Si, pero se lo pregunto..., mire, ¿quién comprende esto de la iglesia católica o del protestantismo? ¿Qué protestante entiende eso?
Mire, a ver, han puesto tantas cosas en boca de Cristo, ¿verdad?, entonces uno ya puede ponerse a quitar cosas sin parar.
Aquí, en cambio, dice Cristo, es Cristo: “Para que los trabajos de Dios se revelaran en él”.
¿Mediante una paliza?
¿Mediante la destrucción?
¿Mediante la ceguera?
¿Es palabra de Cristo?
¿Es con eso que Cristo tiene que venir a la tierra? ¿Con: “Te apalearán hasta destrozarte, tendrás ceguera, perecerás por el cáncer y la tuberculosis y el cólera, de lo contrario no conocerás a Dios o Dios no se podrá revelar en ti”?
Eso no lo dijo Cristo.
Pero así hay miles y miles de proverbios en la Biblia, que han montado de modo humano.
¿Cómo puede decir algo así un Divinamente Consciente?
¿Se lo oyen decir a los maestros que están en la luz?
¿Es esto un idioma de amor? ¿Esto?
¿De verdad primero hay que destruir cien mil veces al ser humano materialmente y es solo entonces cuando pueden despertar en él las revelaciones divinas?
¿Cómo es posible eso?
¿Quién ha escrito esto?
¿Quién lo ha dicho?
¿Cristo otra vez?
Así se han puesto en boca de Cristo cosas, lo que indica sin la menor duda odio, pasión e inconsciencia.
¿Y quieren aceptar ustedes que Cristo era un inconsciente?
Entonces dicen, cuando hacemos un repaso crítico de esas leyes, entonces dicen de nosotros: somos tan duros.
Tienes que ser aun más suave, no tienes que ser tan crítico y no ridiculizar el asunto.
¿Quién ridiculiza aquí a Cristo?
Esto sí que es ridiculizar a Cristo, ni siquiera al ser humano, pero con esto ridiculizan a Cristo.
Igual que ese horrible Getsemaní: “Aparta de mí ese cáliz”.
Y Cristo yacía por algún rincón del espacio, en aquel Getsemaní.
Es de noche, no hay nadie cerca de Él.
Los apóstoles, que tienen que velar por Él, están dormidos.
Pero Él lo dijo: “Aparta de mí ese cáliz”.
No había nadie, pero Él ha...
¿Quién lo oyó?
¿Por qué lo dicen?
¿Quién les da el derecho de hablar así de Cristo?
¿Entienden?
Deberían venir ustedes al otro lado, deberían ver al maestro, lo imponente que...
¿No se percatan? Cuando el maestro Zelanus habla de Cristo es como si le entrara el espacio, entonces recibe una fuerza y dice: “Me gustaría torcerle el cuello al mundo entero, el cuello espiritual.
Es tremendo ver y oír”, dice, “cómo sigue siendo violado, mancillado y crucificado ese poderoso Cristo, por la Biblia”.
Precisamente la Biblia, señoras y señores.
No es mi trabajo, pero...
Ahora han vuelto a ofrecer una nueva traducción.
Veinte años de trabajo.
No tiene ni una notita a pie de página nueva.
¿Un nuevo camino?
No.
Quedaría todo más claro para el ser humano.
Dense cuenta ahora —entiéndalo bien, gente—, están recibiendo aquí una doctrina, la humanidad no la recibirá hasta dentro de cien mil años.
Pero luego cada ser humano, cada erudito tendrá que aceptarlo.
Si no quieren aceptar ustedes los libros...
Son leyes lo que contienen.
Tienen razón esos maestros.
Y si a mí no me hubieran conducido detrás del ataúd...
La semana pasada había algo en el periódico, esa gente —ah, aquí, en (la revista) ‘Vizier’—, una pandilla de yoguis, uno que se yergue sobre la cabeza, horas y horas, otro que se pincha el cuerpo con cosas, prácticamente habían desaparecido bajo los pinchos, casi; y estos yoguis quieren adquirir conciencia.
¿Qué de fácil se nos pone entonces?
Nada más que desintegración.
Durante años han...
Durante años hemos pensado que estaba viva en Oriente, señoras y señores, pero allí no es.
Ahora es Occidente que la tiene.
Oriente no es tan consciente.
Un numerito lo pueden...
Un buen yogui conoce las leyes del cuerpo.
No saben desdoblarse corporalmente, pero sí hacerse enterrar.
No tienen más que leer ‘Dones espirituales’.
Pero ¿conciencia cósmica?
No, señor, no la tienen.
Y nosotros no conseguimos venderla.
(Señor en la sala):

—¿Señor Rulof?
—Sí, momento, enseguida estoy con usted.
“Jesús respondió: ‘Esta persona tampoco ha pecado...’”.
¿Ven? Resulta que ese hombre: “Esta persona tampoco ha pecado ni sus padres...”.
Así que eran inmaculados del todo, ¿no?
Ay, si empezamos con eso, señoras y señores, entonces —Cristo incluido—, vean lo que sale de allí.
Ay, ay, ay, ay, tendrán que enmendarlo detrás del ataúd.
“Esto ha sucedido para que las obras de Dios se manifiesten en él”.
Porque primero te tiene que golpear la ceguera, primero hay que quedar completamente destrozado, destruido corporalmente.
Entonces, ahora un médico que le libra a un ser humano de la tuberculosis y del cáncer, ¿está más arriba que Cristo?
Y así podemos seguir.
¿Es así?
¿Lo comprenden?
Aquí entre nosotros tenemos expertos en la Biblia, consejeros parroquiales, uno, uno muy grande, un muchacho que ha vagabundeado por todo el mundo y que ha preguntado a japoneses y chinos, a musulmanes y no sé cuántos más, por todo el mundo: “¿Qué saben de Dios?”.
Y entonces aparece uno de nosotros, va a verlo y dice: “Pues entonces ya te enviaré a Dios.
Mejor lee eso”.
Y responde: “Dios mío, Dios mío, he buscado por todo el mundo”.
Y llorar, llorar y llorar.
La pena del ser humano que quiere saber, ¿la conocen?
¿El dolor?
Tengo aquí a gente que adquirió conciencia en la cárcel y que empezó a sentir que había más que aquello, y sienten gratitud, lo comprenden.
Pero la pena de un alma, de un ser humano que busca a Dios y que quiere conocer a Dios y que vagabundea por todo el mundo y no lo encuentra ni lo llega a conocer...
Hay centenares de miles de dioses; ¡solo hay Uno y este es auténtico!
Me habría quitado de encima a garrotazos al maestro Alcar si se me hubiera presentado con semejantes cuentos.
¿De dónde he sacado eso?
Eso también tienen que ser vidas.
Sí, ya estábamos activos en Egipto, pero en mí vive el sentimiento, de niño y eso lo sabemos ahora, eso ha ya ha quedado fuera.
Pero semejantes cosas, no entiendo que esa gente no quiera pensar.
Le pasó al maestro Zelanus la semana pasada en Ámsterdam.
“No saben pensar”, dice a la gente.
Les pareció una noche estupenda, maravillosa.
¿Qué es lo que hubo en eso? No lo tengo muy claro.
Dice: “Tengo que enseñarles a pensar.
Hablo de cosmología.
Hablo de...”.
Hablan de aquí, hablan de allá, hablan de esto.
Pero ustedes no son capaces de pensar.
Sus pensamientos nunca se centran en la cuestión.
No conseguirán pasar por allí.
Y entonces ofreció la imagen de cómo se aprende a pensar en el otro lado.
¿No es algo poderoso?
Pero hay que ver lo tremendamente sencillo que es.
Siempre se quiere ir a ese espacio, se quiere ir a Dios; y nosotros que no sabemos pensar.
La escuela... ojala la pudiera..., pero entonces los necesitaría por la mañana y por la tarde y por la noche.
Ojalá la pudiera montar aquí, entonces ya verían, gente, cómo cambiarían en un día.
Entonces yo los trataría.
Y entonces ya no sería: “Pero, pero, pero, pero...”, entonces ya solo sería: “Sí”.
Cada palabra sería ley.
Si yo hubiera dicho una sola vez “pero”, me detendría diez años ante los maestros.
Nunca he dicho “pero”... jamás he pronunciado “pero”.
Y ustedes andan con eso día y noche.
Igual que esto.
Vamos, lean la Biblia y pongan los libros al lado, entonces disfrutarán de la Biblia.
Y entonces podrán sacar exactamente al verdadero Cristo, y entonces Él hablará de otra manera para ustedes.
Los conocedores de la Biblia, esos tipos disfrutan tantísimo en estos momentos de la Biblia porque tienen al lado de ella veinte libros.
¿Entienden?
Pero eso ustedes lo saben.
Aquí tengo: “Señor Rulof, ¿hasta qué edad un niño va a las esfera de los niños?”.
¿De quién es esto?
¿Dónde está?
Señora, cuando un niño va a las esferas de los niños... eso puede ocurrir en siete minutos, en siete horas, en siete meses.
Si el niño tiene una posesión, es decir, la primera o segunda esfera, usted ya me entiende, entonces cuando se libera del ataúd ya no lo es, sino un ser humano, y tampoco es esto, sino un grado de la vida en el que vive Dios mismo.
Nosotros somos dioses.
Y cuando ese niño llegue allí...
Lo puede leer en los tres libros ‘Una mirada en el más allá’, en la parte 2 y 3.
Yo vi allí a mi propia hija y la pude tomar de las manos.
Entonces el maestro Alcar dijo: “En breve; puede hacerlo en poco tiempo, lo hace lentamente...”.
Pero esa cría ya estaba pensando de forma espiritualmente consciente, porque no es una cría, es una maestra.
Eso también lo han recibido ustedes en ‘El ciclo del alma’.
Cuando el maestro Zelanus, Lantos Dumonché, nació en China, entonces murió, la vida terminó en la madre.
Se blindó y volvió como un rayo, como un rayo a su esfera; y entonces era un ser humano, ya era un adulto.
Porque pueden ustedes volver como un rayo, en tan solo una millonésima parte de un segundo, a la conciencia..., eso se llama la conciencia adulta.
Yo lo he vivido, señora.
Con el maestro Alcar he atravesado centenares y miles de madres.
Entonces tuve que aprender y aceptar cómo era atraída el alma a la tierra... por el hombre y la mujer, desde el mundo de lo inconsciente —ese es el mundo para el renacimiento—, y entonces fuimos descendiendo con esa alma en la madre y éramos tan pequeños como ese embrión, tan nimios.
Pero no dejábamos de pensar.
Porque como conciencia, de grande, de todas formas no puedes descender en ese pequeño templo de células, donde vive la célula de usted y donde es fecundada, e inmediatamente..., ¿no?
Esa alma ya puede estar viviendo en mí, y ya en ustedes.
Porque ustedes piensan, naturalmente, ustedes lo hacen muchas veces, igual que el ser humano —no hacen muchas preguntas al respecto, pero es que son cósmicas—, el ser humano piensa... si son ustedes uno, el ser humano piensa: ‘Ahora viene el alma que atraemos’.
¿Lo sabían?
¿Lo saben?
Pero, señora, ya pueden estar siete años bajo la fuerza de esa alma.
Puede usted ser una niña todavía, entonces ya está en contacto con la maternidad, y entonces atraerá..., entonces esa alma es..., ya está lista, ya está influyendo en usted, ese nacimiento ya está activo —¿entiende?—, años y años de antemano, esa alma ya está cósmicamente determinada, ya está activa.
Entonces llega el despertar para el nacimiento.
Y entonces esa alma, esa vida la conduce a usted infaliblemente a quien la tiene que atraer, eso también forma parte del ser uno del hombre y la mujer.
Es tan tremendamente imponente, señora, y tan sagrado y hermoso, cuando llega usted allí.
Cuando van a vivir y sentir y a ver las cosas juntos, como hombre y mujer, y empiezan a ver, a saber, lo que ocurre cuando viven el ser uno cósmico, crear y dar a luz para Dios.
Es entonces cuando uno se puede postrar y poner de rodillas para rezar, para prepararse para la división divina, porque es eso.
Todo eso se lo enseñaré cuando recibamos el templo aquí en la tierra.
Y entonces dijo Abraham..., ¿cómo se llamaba esa otra, aquella mujer?
Tenía 194 años y aun así todavía dio a luz a siete hijos...
“Cuando andas en ese amor...”.
Quería decir “Frederik”.
“Cuando andas en ese amor...”, dice Frederik, “ahora entiendo por qué esa Eva de Abraham todavía tuvo un hijo a los 190 años”.
Porque en este amor no eres viejo, quiere decir él.
Y ¿Dios lo sabe hacer todo?
No, es cuando el ser humano sabe hacer todo, entonces se es uno.
Pero un niño, señora, de lo que se trata para usted, va, por tanto, a las esferas, sigue un tiempo allí, y esta vida despierta a medida que haya sentimiento y conciencia.
Y cuando un niño, señora —ahora escuchen bien, madres y padres—, y cuando un niño tiene felicidad...
Porque un niño siempre la tiene, nunca vive en una tierra crepuscular ni nunca en la tierra de odio.
O bien regresa a la tierra o bien va directamente a la primera esfera, a la segunda, a la tercera.
Y con que la madre solo posea una sintonización un poco diferente con el niño, pueda odiar y sea descarada y gruña y bufe, al niño ya se le mantendrá al margen del entorno de usted, porque esa madre que espera y cuida allí a ese niño está cien mil veces por encima del amor materno del ser humano terrenal.
Si usted da ahora al niño un glorioso sentimiento que se dilata, pero no tira...
Con que solo piense un instante: ‘Necesito que se me devuelva mi niño’, entonces este ya no podrá llegar hasta usted, porque ya lo mantendrán alejado de usted, porque entonces usted lo absorberá hasta dejarlo vacío.
Debido a que usted lo ama, lo absorbe hasta dejarlo vacío.
Porque allá su hijo ya no es su hijo, ni aquí ni allá.
Aquí sí todavía, pero allí será una entidad divina, un Dios.
Contemplará usted niños, pero son una divinidad con un entidad propia y un mundo y conciencia.
Entonces un niño desde luego que cambia.
Y eso es lo que tanto me habría gustado en mi vida, poder darle todo a esa cría, dejarla que me trascendiera, ser un amigo, un camarada, un maestro.
Pero de ser padre, nada; se eso se me privó sin vuelta atrás.
Porque por el amor paterno y materno los seres humanos han ahogado por completo el contacto y la conciencia universales, ¿no es así?
Porque ustedes aman paternal y maternalmente, de forma imponente —están obligados a hacerlo—, pero tienen que conocer el espacio, desprenderse; ya saben: su criatura continuará, volverán a verla, pero detrás del ataúd ya no será de ustedes.
Estarán ante su criatura y ella estará también así ante ustedes.
Yo estuve delante de mi propia hija, y pude descender en esa vida, eso se me concedió.
Pienso: ‘Madre mía, ¿qué va a pasar aquí?’.
Y entonces hubo: “Padre, seré por unos instantes también su maestro”.
Digo: “Sí, lo veo”.
Tenía un amigo, Gerhard el cochero, lo conocía desde hacía años, en ‘Aquellos que volvieron de la muerte’.
Entonces estuvimos uno frente al otro, le digo: “Gerhard, oye, cuéntame lo que contaste en la tierra, con ese palo encima de tu ataúd: pum, pum, pum”.
Le corrían las lágrimas por las mejillas, ya solamente porque ese hombre había dicho disparates: pum, pum, pum.
Dio unos golpes.
“Ja, ja”, dice.
“Pablo Nabo”, así me insultaban en el garaje.
Pero allí llegarán hoy o mañana esos “Pablos Nabos”.
Cuando estén ustedes allí y sus vidas se hayan ido, sus padres y madres; son niños, pero son entidades, tenemos que desprendernos de ellas, ¿entienden?
Esos sentimientos raquíticos nuestros hay que erradicarlos; no, no hay que erradicarlos: tienen que adquirir espacio universal.
¿No es eso algo poderoso?
¿Quién puede darle eso?
¿La Biblia?
Sí, cuando Cristo hable de verdad, tendrán ese amor universal.
Cada palabra de Cristo —ahora viene— está dogmáticamente materializada.
Por Cristo ya casi no se puede encontrar un núcleo divino.
Cuando Él dice: “Yo y Mi Padre somos uno”, pero entonces uno atraviesa primero la iglesia, ¿entienden?
Y esta vez, ¿qué queda de eso?
Sería raquítico.
(Jozef continúa leyendo):

“Y cuando alcanzan esa edad, ¿a dónde van entonces?”.
Entonces esos niños van a su propia sintonización.
Llegan a la esfera donde hay serenidad, es un estado etéreo.
Cuando uno ve eso, señora, llora hasta quedarse vacío; entonces puede decirse: allí hay santidad.
Pero eso es poderoso: estar en una esfera donde no pueden penetrar trastornos, ninguna fuerza del pensamiento.
Porque esa esfera es suave, conforme a la conciencia de los niños.
No están echados en moisés.
Sobre eso les puedo contar historias poderosas, les haría llorar esta misma noche.
Miren, vean cómo vive allí un niño.
Muchas veces también hay madres que van allí, madres tremendamente golpeadas por la pérdida, entran en pensamientos...
Luego volvían a verme y decían: “Señor Rulof, anoche he visto a mi criatura”.
Sí, es posible.
Y entonces yo veía en esa aura que era cierto: habían hecho un desdoblamiento en pensamientos.
Pero de nuevo: división de la personalidad, la mitad en el cuerpo y ella para fuera.
Y lo he visto, la criatura andaba allí.
Digo: “¿Cómo era la esfera?”.
Así podía controlarlo.
Y habían estado.
Y entonces el dolor era...
Miren, si la madre otra vez...
Esa mujer era buena y maravillosa, y si los sentimientos se sintonizan con el mundo al que va el niño, la madre puede llegar a tener contacto con la vida, porque es eso lo que Dios quiere: que empiece a haber comprensión.
Pero ahora ustedes están en contra de esas cosas, ya entenderán: son ustedes inalcanzables.
Ahora lo que hace falta es... todos esos sentimientos clericales tienen que salir de ustedes.
Pueden conservarlos siempre que acepten la reencarnación, si aceptan el mundo astral consciente; así vuelven a tener contacto y el niño puede volver, el maestro puede volver con el niño: “Allí está mamá”.
Pero no le causan tristeza a ese niño.
Aunque si hay una desgracia y no tenemos esa sintonización entonces no se crean que allí un maestro..., la madre que cuida a ese niño...
¿Y eso qué es, “cuidar”?
No es más que hablar, explicar las leyes, tal como las están viviendo ustedes ahora.
Estas no traen de vuelta a la tierra al niño cuando allá ven que hay alguien por allí tirando de él que no lo puede aceptar.
No hace falta que vengan porque eso no lo aceptan ustedes; eso es diabólico.
¿No es horrible?
Resulta, pues, que para la iglesia católica, para el protestantismo el contacto con el otro lado no lo hay, no lo saben; pero en caso de que sí lo aceptaran, seguiría siendo diabólico.
Y entonces la madre tiene que...
Ese niño no vive allá, vive en aquella tumba, o donde sea.
Seguro que ya conocen esas leyes.
¿No le parece, señora?
Madre de Dios.
No entiendo que la gente siga aceptando esto, en 1952.
Pero si llega una nueva traducción de la Biblia, entonces créanme que millones de personas más vivirán conscientemente en ella, y que de momento no saldrán de allí.
Pero eso es muy sencillo.
Porque según cálculos humanos el universo, bueno, la tierra, tiene trece, catorce años.
La madre tierra acaba de dejar atrás sus años de pubertad.
La madre tierra recibe... —ahora vendrá otra palabra rara de Jozef Rulof—, la madre tierra acaba de echarse un novio.

(Risas).

Es así, ¿o no?
Ahora empieza a mirar un poco al espacio que influirá en ella y que dará a luz.
Cuando uno llega a la calle De Ruijterstraat tienen: “Vaya, la madre tierra, que tiene novio”.
¿Aún no se han vuelto locos, señoras y señores, aquí?
¿Todavía no se irán corriendo, dejándome solo?
Con que me quede una sola persona ya estaré contento, claro, si paga la sala, porque de lo contrario es que no hay manera.

(Risas).
(Jozef continúa leyendo):

“Cuando un niño hace la transición, ¿es que entonces se ha completado su ciclo en la tierra?”.
Señora, cuando un niño..., cuando un ser humano va hacia el otro lado y entra al otro lado de forma consciente, se ha completado el ciclo de la tierra.
Eso todo lo encuentran en los libros.
Cuando el ser humano aún tiene que volver, entonces... el niño se disuelve directamente en el momento de morir, ya se disuelve el espíritu.
No hace falta que acuda un maestro y no hay nadie que ore ante el cadáver y tampoco hay personas que tengan que llevar, impulsar, a esa alma a ese mundo para el renacimiento; todo eso va por sí solo.
No acude nadie, ese espíritu se disuelve, se desvanece, porque ese mundo para el renacimiento atrae al espíritu; tan sencillo como eso.
Y entonces ese niño vuelve, quizá en quinientos años, seiscientos, seis mil, veinte mil años.
Señoras y señores, ustedes hablan de una semana y un mes y un año, pero...
Aquí hay gente que tiene que volver a la tierra.
Y cuando ustedes regresen más tarde...
Eso no era posible en la era prehistórica, entonces era posible que los golpearan y patearan y torturaran, bajo la pez ardiendo.
Y cuando luego regresen..., una sola persona entre nosotros vivirá entonces el paraíso, porque la tierra llegará a tener... —la madre tierra y sus hijos—, recibirá conciencia.
Pero entonces no hará falta nadie que tenga que ir a recoger a ese niño, señora.
Una vez completado el ciclo de la tierra, continuarán ustedes, continuarán conscientemente.
Un niño —y ahora escuchen bien, esto sí que es diferente—, un niño, un bebé, de uno a tres años, cuatro, todavía son inconscientes.
Pero, ay, si un niño cumple seis, siete años, y ya empiezan a tener ustedes odio y ya ven el carácter, estén seguros de que todos ellos —y un chico de diez, once años— tienen que volver, y entonces el mal ya tiene un peso considerable, ya lo pueden ver, porque no tiene tierra crepuscular.
Uno de catorce puede estar brevemente en el límite de la tierra crepuscular; entonces a ese chico, cuando llegue el parto, la pubertad, se le puede...
La pubertad es para aquí, es conciencia para el espacio.
Cuando el ser humano accede al espíritu de la maternidad consciente, lo llamamos aquí los años de la pubertad, pero es el despertar para el otro lado; y con ese niño se puede hablar y podrás enseñarle.
Pero en esa vida hay violencia, eso ya lo comprenderán, ese niño no puede vivir allí y no puede vivir aquí, no puede vivir allá, tiene que volver, tiene que volver a la tierra para completar esa vida, porque son...
Claro, ahora podrán decir ustedes, un chico hace..., un niño hace la transición puramente por enfermedad, bueno, hay muchos niños que fallecen por accidentes —¿verdad?—y todo eso son nacimientos.
Un nacimiento que los conecta con su evolución de alguna manera u otra.
Y todo lo que comento aquí, señora, son libros: libros de quinientas, seiscientas, setecientas páginas, si uno quiere analizar una palabra de esas, una mínima pregunta de esas.
Ya comprenderán, voy saltando de aquí allá, les añado la imagen, es necesario...
Y deberían ponerse a analizar eso de forma cósmica, porque es en aquello que vive la ley, no aquí, sino en el cosmos, es decir: en esa profunda evolución para el ser humano, allí es donde vive esa ley.
Nacimiento, renacimiento, paternidad, maternidad, fallecimiento temprano, abandonar la vida terrenal pronto, de lo contrario llegarán a los sesenta, setenta años.
Pero, señora, ¿cuándo —eso lo he preguntado aquí—, señora, madre, cuándo habrá terminado ya su vida para la tierra?
¿Cuándo?
Esa pregunta la he hecho aquí varias veces.
¿Cuándo se habrá terminado de vivir la vida para un niño, para el ser humano?
(Se dirige a alguien en la sala):

Dígame, señora.
(La señora dice algo, es inaudible).
Mire, de eso he hablado.
Cuando el niño fallece dos días después del nacimiento, entonces la vida ya está vivida.
Nunca es posible vivir más y asimilar más que el nacimiento para el niño.
Por el nacimiento adquirimos un grado más elevado de evolución.
Lo que pueden asimilar ustedes en este espacio, en la tierra..., aunque se hagan catedráticos para miles de facultades, no vivirán ni alcanzarán mucho, dama, señor, señora, más que el nacimiento, entrar en la madre, crecer, salir de la madre y morir.
Es la conciencia más elevada y, miren, para el ser humano.
Y ahora pueden aprender y aprender y aprender, y estudiar y estudiar y estudiar.
Por eso esto es tan poderoso, porque ya no nos hace falta buscar.
No adopté la teosofía ni la doctrina para los rosacruces; si no tuviera esto, jamás habría empezado, porque dentro de mí vive algo; ellos siguen buscando miles de cosas.
¿Ya se han dado cuenta alguna vez de que hayamos hecho un análisis débil de un estado por medio de los maestros?
Nosotros sabemos analizarlo humana, corporal, espiritual, espacial y divinamente.
¿Han podido leer eso en alguna parte de la tierra?
Han estado ustedes veinte años en la teosofía, ¿se lo ofrecieron allí?
Eso no es para ellos, no es para ellos.
(Señora en la sala):

—Señor Rulof, ¿qué sentido tiene entonces que un niño sea atraído a la tierra y se muera dos días después?
—Es evolución, común y corriente, real.
Mire, yo ya le digo: aunque llegue usted a la edad de sesenta, setenta, ochenta años, y aunque alcance el arte y viva lo otro; ahora tenemos —gracias a Dios— la posibilidad de que los maestros hayan vuelto a casa y digan: “No se suiciden, porque yo eso lo he vivido.
Te meten en la tierra, tienes que vivir una putrefacción y dolor y pena; ¡no lo hagan!”.
Es para eso que vienen.
Y, naturalmente, para todo lo demás.
Pero ahora la astronomía, la biología la pueden ustedes..., ahora ustedes van a materializar el conocimiento de la tierra, de ella, el nacimiento de la tierra, las leyes de dilatación, de densificación, para un biólogo, un geólogo.
Un teólogo llega hasta el alma, hasta la vida, hasta el espíritu, ¿verdad?, hasta Dios.
Ahora pueden asimilar ustedes un estudio, pero el propio nacimiento para el ser humano los reconducirá infaliblemente a Dios.
Aunque tengan los conocimientos y no hagan nada para conseguirlo ... no renacerán, ¿no?
Y, sin embargo, atravesarán poco a poco a Dios, porque ese núcleo divino —eso es lo infalible en el ser humano—, porque ese núcleo divino vive en nosotros.
Somos núcleos divinos.
Un solo ser humano es una chispa divina, una entidad divina; esa entidad se reconduce a sí misma a la Omniconciencia.
¿Entienden?
Infaliblemente, por medio de la paternidad y maternidad.
¿Y qué ha ocurrido ahora?
Ahora nos hemos puesto a dar golpes y patadas, hemos construido enfermedades, hemos creado disarmonía, y ahora nos hemos echado a patadas de la armonía divina.
Y por eso se considera ahora que podemos esperar hasta diez mil, veinte mil años antes de renacer.
Pero en ese nacimiento —¿entienden?—, allí vive todo, allí poseemos todo, todo del espacio.
Cuando el maestro Alcar me dijo..., dice: “Con que convenza a un solo ser humano, lo convenza verdaderamente de la muerte y de Dios, entonces habré conseguido más que en todos los años de mi arte”, y él era Anthony van Dyck.
Y es cierto, señora, a Rembrandt lo pueden ver de nuevo en las esferas.
Yo lo he visto allí.
He visto a muchos de esos grandes maestros aquí.
Dice: “Ojalá hubiera tenido esto y lo otro, entonces lo habría hecho de una manera aun diferente”.
Sin duda, observamos esas cosas hermosas, es algo del ser humano para ser representado en imágenes.
“Pero los productos de la creación, eso sí que es saber cómo es nuestra vida”, dice el maestro Alcar como Anthony van Dyck y lo dice Rembrandt, lo dicen Tiziano y Leonardo da Vinci y los grandes, “eso es algo tan imponente para el ser humano; mostrarlo con el pincel, materializarlo, analizarlo, esa es la autoridad del espacio, la posesión más elevada para el ser humano”.
Y es cierto.
Porque todo permanece en la tierra.
Ya verán luego lo que poseen detrás del ataúd el pastor protestante, el teólogo, el genio del mundo aquí, lo que posee ese genio.
¿Qué son, pues, los genios de la tierra?
¿Pues?
A esa gente se les honra y se les carga, ¿no es así?
Ridiculícenlo, adelante.
Ha vuelto a fallecer un muchacho de esos, un soldado de esos: ¿cómo se llama ese hombre?
Lo harán rápidamente mariscal y, bueno, ¡vámonos!
Pero hay que saber lo que ese hombre, esa alma, ese espíritu tiene en su conciencia.
Llegará...
Adolf...
¿Es un honor para nosotros hacernos grandes en la tierra, para la sociedad, cuando sabes que allí nos destrozamos para centenares de miles de siglos... —sí, de todas formas llegarán allí otra vez—, cuando nos destrozamos conscientemente para centenares de miles de siglos?
¿No es ridículo?
¿Quién nos va a aceptar y creer?
¿A dónde vamos?
Pero cuando tengan esto, deberían mirar cómo empezarán a ver ustedes la sociedad.
La gente que llega aquí dice: “Cielos, cielos, que tonta es la gente”.
Pero eso tampoco lo sabían hace dos años.
Yo pensaba que la gente no vivía nada.
Hace algún tiempo dije: “De todas formas, no aprenderán, mejor lo dejo”.
Pero aprenden muchísimo, porque ya lo recibo a diario.
Y aunque solo sean diez.
Solo ahora empiezan a ver lo cerrados que son los eruditos.
Pues sí, allí estamos.
(Jozef continúa leyendo):

“Cuando los padres viven la muerte de su hijo, ¿es karma para ellos o evolución?”.
Creo, señora, que esas preguntas las he contestado.
¿Tiene usted misma alguna pregunta?
(Dirigiéndose a la gente en la sala):

¿Tienen preguntas sobre esto?
(Señora en la sala):

—¿Le entristece a un niño hacer la transición?
—Jamás.
—¿Nunca quería volver a la madre?
—No, no.
Mire, si eso, sí, brevemente, ese sentimiento...
Cuando usted pierde a un hijo —digamos: si lo pierde—, ese hijo tiene..., ese hijo se va con la imagen de usted en su interior, y a medida que...
Y ahora fíjese: ahora llega a un espacio, envuelto en una enorme santidad, en un silencio, en una maternidad.
Vuelan, planean, los maestros se los llevan, a ese niño, y hacen un viaje por el espacio.
Ay, ay, Dios mío, señora, ese niño ya se habrá disuelto en ese espacio en cinco minutos y...
Si de verdad hay amor y si es necesario, esa madre también vuelve a la madre en la tierra y dice: “Mira”.
Y entonces ese niño recibe en poco tiempo las explicaciones que está recibiendo usted ahora.
Y entonces esa madre tiene que contar: “Sí, es tu madre, pero tu madre soy yo y aquella lo es, y esa de allí, y esa de allá”.
Y entonces tenemos millones de madres.
Hemos conocido a millones de madres.
Aquí estoy como hombre, pero miles de veces, desde la jungla hacia la raza blanca (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es), he sido madre, he dado a luz a niños.
He visto mis vidas.
Y entonces uno no se siente tan raro ante eso cuando ha dado a luz a cinco, seis, siete niños.
Entonces empezamos a tener amor universal, contacto universal.
¿Sienten la forma tan poderosamente pura en que esto avanza poco a poco por el universo?
¿Puede existir otra cosa?
Imposible.
Si ese niño tiene dolor, se resolverá en pocos segundos.
Cuando, por ejemplo, al niño le muestran la realidad, dice: “La de cosas que entonces tiene que aprender mi madre todavía.
Yo ya estoy”.
Cuando ese niño se pone a pensar tan solo un instante —cuando haya llegado a ese punto— y la madre lo puede devolver a la tierra, el niño dirá: “La de cosas que mis padres pueden aprender de mí.
Solo tengo siete años”.
Pero ese niño recibirá en cinco minutos materia por la que tendrá siete mil años más.
Aprenderán ustedes en el otro lado en cinco minutos, en cinco minutos tendrán centenares de miles de siglos más.
Por un solo viaje a las esferas tuve cien mil años más.
Y ahora he vivido el cosmos entero, señora.
He hecho cientos de miles de desdoblamientos conscientes.
Cuando lea usted mi ‘Cosmología’, le daré miedo —¿no es así?—, le entrará miedo.
No se creerá, señora..., entonces se preguntará: “Pero ¿cómo es posible que Jozef Rulof viva aquí todavía?”.
Y ese es mi arte.
De vez en cuando sí que me dan ganas de subirme por las paredes.
Pero también conservo las fuerzas para mantenerme agarrado.
Pero cuando reciba usted ‘La cosmología’...
Cuando esos veinte libros los haya...
Señora, no son más que migajas en comparación con lo que poseen los maestros y con lo que me han mostrado.
Y ahora Cristo.
¿Y qué ha contado Cristo, pues, en la Biblia, durante Su vida?
Todo se lo rechazaban.
Si hubiera conseguido convertirlo en algo más, tan solo brevemente, ya lo habrían asesinado antes de los treinta y tres años, antes de los veinte.
¿No lo entienden?
Si ahora, aquí en La Haya, aquí en Holanda...
Yo soy el rebelde en Holanda —bien lo sé—, me insultan y me gritan, soy de todo.
Entonces dicen: “Pues entonces hay que ser de piedra, ¿no?
Pero, señora, amo a aquellos que me insultan.
No me dicen nada.
Tampoco me afectan en nada.
Lo soporto.
Es de lo más sencillo.
No tengo que ver nada ni con el ruido ni con las tonterías.
Son niños pequeños.
Pero si la sociedad no hubiera llegado hasta aquí, ay, señora: ya me habrían lapidado hace mucho.
¿Qué tendría que haber hecho Cristo entonces?
¿Volver otra vez ahora?
Señora, eso se lo podrá contar el niño en el otro lado, que esté dos semanas en la otra orilla, en manos de la sacerdotisa, de la maestra, de la madre —también madre, a su vez—, porque esta va a empezar diciendo: “Te conozco, cariño.
Anda, vente”.
Y entonces tira..., esa madre tira de ese niño hacia su vida en la que fue madre.
Porque llegarán a ver su propio contacto, su propia vida, su propia conciencia.
¿No lo cree, señora? Usted ha tenido centenares de miles de vidas, ha tenido un millón de vidas.
Ha sido usted quinientas mil veces madre y padre.
¿Dónde viven todos esos niños nuestros?
¿No habría ni uno ni dos ni tres en el otro lado, de tal y cual época, en la primera esfera, la segunda o la tercera, que ya hayan alcanzado esa conciencia?
Y esos nos acogen.
Y entonces estamos de todas formas otra vez ante una madre.
Y entonces se convierte en una maternidad universal.
Y eso lo ha dicho Cristo, pero no lo entienden.
¿Tienen más preguntas sobre esto?

(Nadie dice nada).

¿No hay preguntas?
(Una señora en la sala):

—Sí.
—Dígame, señora.
(Señora en la sala):

—Dice usted que si un niño muere dos días después de nacer que entonces va a una conciencia más elevada.
¿Eso solo es para un nacimiento normal? ¿O también es así para los niños que llegan al mundo hechos trizas?”.
—Sigue siendo lo mismo.
Mire, cuando un niño, hecho trizas...
Mi hija ha salido de la madre hecha trizas.
Estaba yo mirando allí y pienso: ‘Ah, sí, cierto, allí también yace Gommel’.
Pero me fui muy rápido.
Llegué a esa pequeña habitación mortuaria y me encuentro con un bebé de la incubadora, de poco más de dos kilos.
Acababa de morir.
Jamás he visto algo tan hermoso, a su lado había algunas velas.
Pero mi Gommel yacía en un tul de esos, tirada en la esquina, como un cerdo sacrificado, porque no estaba bautizada, ¿entienden, verdad?
No me faltaron ganas de aporrear toda esa iglesia hasta no dejar títere con cabeza.
Sigo sin saber cómo pude aguantarme allí.
El maestro Alcar que me viene a ver.
Escribí el librito, pero...
La llegada de Gommel, la partida de Gommel, así, analizando también las leyes, y el reencuentro en el otro lado; fue un libro pequeño.
Lo volvimos a escribir.
No creo que se publique.
Pero nos serviría para hacer felices a cien millones de madre.
Pero esa niña pequeña de allá, estaba bautizada, claro, cuatro velas.
Y yo me quedé mirando la pobre Gommel.
Pienso, no —y allí yo ya me ponía a hablar—, digo: “Esto pinta mal para ti”.
Pero debería haberlo vivido otro padre, así, tu propia hija, los hombros separados, las piernas colgando como si nada.
Digo: “Pero somos igualitos”.
“Adiós, mi Gommel”, dije, y me fui.
Y entonces esa cajita la cogí tan pancho, yo solo, bajo los brazos, y me fui con ella al cementerio.
No había nadie.
No me acompañó nadie.
Podría haberme llevado a alguien, pero: “No lo hagas”, dice el maestro Alcar, “vete solo”.
Y entonces me llevé la cajita así, en un taxi.
Y llegó el hombre de los cadáveres.
Y en ese instante, cuando él..., cuando ese hombre...
¿Cómo se llama un hombre de esos?
(Señora en la sala):

—Un enterrador.
—Un enterrador.
Entonces llegó mi hermana, Miets, vino, dice: “Jeus, te ayudaré a cargar, porque ya vi a Gommel”.
Y entonces mi hermana —porque el peso empezaba a notarse—, empezó a andar dentro de mí, y después ya no costó nada.
Y dice: “Terminará encima de mí, eso ya lo he visto, porque mi lugar está allá”, y allí el hombre cavó una pequeña tumba, entraban unos diez niños, doce, “y allí es donde estará Gommel”.
Y entonces fuimos a averiguarlo después, y Gommel yacía justo encima de Miets.
Digo: “Esto es así y no de otra manera”.
Y entré en trance, donde ese hombre, y entonces el maestro Alcar habló dentro de mí.
Aquel hombre se puso a llorar.
Y así media hora.
Dice: “Jamás he vivido un entierro como este.
¿Es usted por casualidad ese chófer?”.
Digo: “Sí, el mismo”.
Y me dice: “Ay, señor Rulof, esto sí que es un entierro”.
Digo: “Sí, es mi hija”.
Dice: “¿Cómo es posible?”.
Pero años y años después lo procesé; primero en las esferas, después de vuelta.
Y después los problemas.
Su pregunta: Si un niño queda desgarrado...
Señora, ese bebé nuestro tenia que nacer, el médico lo tuvo que hacer con fórceps, y tuvo que hacer esto y lo otro.
Ya entenderá usted que eso no tiene nada que ver, porque el espíritu de Gommel ya había partido.
(Señora en la sala):

—Entonces el caso de Gommel fue muy diferente...

—No.

—...porque ella fue directamente a una conciencia más elevada.
—No, señora, eso para cada ser humano es exactamente igual, porque se tiene que vivir el nacimiento como una ley única.
Así que el ser humano que nace, que vive en la madre..., para ese ser humano, para ese espíritu, el nacimiento es nacimiento.
(Señora en la sala):

—Pero ¿es que no puede ser karma, que llegue hecho trizas?
—No, son trastornos materiales.
No.
Aquello era parte del nacimiento.
¿Y cómo quiere usted convertir algo que es real..., cómo quiere convertir eso en karma?
Es imposible.
Esto fue un nacimiento común y corriente.
Y la criatura era demasiado grande, así que salió muerta en vida.
Claro, ahora podrá aducir: si el espíritu de esta criatura —pero vuelve a ser lo mismo, porque de todas formas volverá a ser evolución— tiene que volver a la tierra, ¿entiende?, entonces el nacimiento sigue siendo nacimiento, ¿no?
Que si tiene que volver usted a la tierra o que si vuelve usted al otro lado, no tiene nada que ver ahora con arriba y abajo, sigue siendo el nacimiento para este espíritu, una nueva reencarnación, un nuevo paso.
Porque si quiere usted vivir todo eso, si tiene la primera esfera, tendrá que hacerse madre.
Si quiere vivir el renacimiento —y eso cada ser humano lo recibirá—, hará la transición en ese nacimiento, se convertirá en nacimiento, y entonces entrará usted en la madre.
Será atraída por personas que ya no tienen nada que atraer para ellas mismas —¿entiende?—, que tienen libertad para atraer, que no tienen hijos, pero que pueden atraerla a usted.
Eso existe, de lo contrario no se podrían vivir esos milagros, porque es como si cada ser humano estuviera ocupado, ocupado cósmicamente.
Tenemos que dar a luz a centenares de hijos antes de que terminemos con nuestros nacimientos del karma, antes de que los hayamos dejado libres.
De modo que cada ser humano tiene que atraer sus propias almas.
Pero en la tierra también viven personas que son libres, que han terminado, y estas pueden atraerla a usted.
Y entonces, después, usted lo podrá vivir.
Así que cuando llegue usted al otro lado y quiera volver una vez más, es posible que en este mundo haya un hombre y una mujer que la atraigan, y entonces volverá usted a morir, porque no podrá vivir la nueva vida, sino que morirá usted sin remedio, en la madre, justo antes del nacimiento, o siete horas después —puede alargarse hasta siete semanas—, pero entonces habrá terminado.
El nacimiento tiene conciencia interior y conciencia material.
Es decir: el niño vive en la madre, tiene el sentimiento y la vida, pero sigue dilatándose brevemente, y entonces recibirá usted unas semanas más, unos meses más, para vivirlos.
Usted podrá revivir brevemente al margen de la madre durante el tiempo que haya durado el alumbramiento, pero después se romperá el cordón y habrá desaparecido el aura, y entonces ese espíritu irá al lugar de donde vino.
¿Ha quedado claro?
¿Algo más?
(Señora en la sala):

—¿Señor Rulof?
—Sí, señora.
(Señora en la sala):

—¿Es desde la primera esfera?
—¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—¿Ocurre esto solo desde la primera esfera?
—Sí.
¿Por qué?
¿Por qué lo puede usted solamente...?
Y entonces aún tiene que..., en la primera esfera ya tiene que ser usted plenamente consciente.
Si tiene entonces la sintonización..., llega usted, por su amor, por su sentimiento, por su bondad, llega usted al otro lado en la primera esfera.
Pero eso no significa que por tanto posea maternidad espacial.
Pero ya puede tener sintonización con la primera esfera, conforme a su vida, a su personalidad.
Esta esfera, sin embargo, es de una profundidad tan imponente que para tomar posesión de ella necesitará miles de años.
¿Y qué es, pues?
Entonces hay que conocer todo, todo esto.
Es mucho más que esos libros de allí.
Pero entonces la atravesarán a usted centenares de miles de libros, y solo entonces llegará a la maternidad espiritual, a la maternidad espacial.
Y solo entonces se preparará usted para poder volver a la tierra.
¿No es sencillo?
Porque cuando uno llega allí a la primera esfera y todavía no tiene la conciencia, no es posible pensar en el nacimiento.
Y no es una gracia, no, esa ley del nacimiento la tiene que construir usted misma en su interior, hacer que esta empiece a evolucionar, y entonces nacerá usted, se disolverá.
Y eso es algo que podrá hacer cada ser humano, todo el mundo, cada chispa como ser humano.
Eso lo recibirá usted también, solo para determinar las leyes de Dios —ahora de forma consciente—, porque cuando regrese semejante alma, esta seguirá estando plenamente consciente en la madre, en un porcentaje determinado.
Y estas no molestan.
Porque estas asisten ahora al crecimiento, a la materialización, a la dilatación del organismo humano... viven el surgimiento de los ojos, cuando la luz entra en ellos, cuando empieza a despertar la maternidad o la paternidad.
Porque esas cosas las vemos, es cuando vemos cómo los tejidos se materializan sin lugar a duda para la creación y el alumbramiento.
Porque es una infinitud la que vivimos en esos nueve meses.
Cuando uno llega a conocerlo, es tan imponente...
El maestro Zelanus dice: “Lo he vivido para mí mismo, en la jungla”, dice, “tres veces, con una madre, con un negrito (cuando se celebraron estas noches informativas, de 1949 a 1952, la palabra “negrito” era una denominación habitual para alguien de piel oscura), en el corazón de la jungla.
Lo he vivido donde los esquimales.
Lo he vivido en China.
Lo he vivido entre otros pueblos, el ser atraído, sin lugar a dudas para el estudio”, dice, “porque yo quería saber, quería saberlo todo, y llevarlo, además, a la tierra”.
Allí la mayor parte de la gente está ocupada, y viven cosas, las viven, las viven, y todo eso es para ellos mismos.
Y entonces uno recibe el nacimiento —¿entiende?—, es cuando el ser humano en realidad está construyendo algo, de forma inconsciente, para la tierra, y para sí mismo.
Y entonces uno tiene..., entonces uno recibe la conciencia espiritual cósmica y podrá usted explicar y analizar cualquier ley para el espacio que sea, para la paternidad y la maternidad —por eso el maestro Zelanus es cósmicamente consciente, igual que el maestro Alcar—, para lo que sea, porque habrá vivido en la madre, de forma consciente, la paternidad y maternidad más elevadas.
Por eso todo esto es infalible para los maestros, porque volvieron a nacer, volvieron a nacer.
Y si ustedes también quieren nacer, señoras y señores, pues fíjense en la puerta de allá a la izquierda, allí les espera un té.

(Risas).

Y entonces eso también será un nacimiento material para su sed, lo cual no tiene nada que ver con el universo.
Qué gracioso, ¿verdad?
Enseguida, enseguida estaré con este señor.
 
DESCANSO
 
Señoras y señores, vamos a seguir.
La semana pasada me pasaron una carta, después de la conferencia, era para mí, pero se la leeré.
“Quisiera que me diera su opinión sobre lo siguiente.
Le ruego que primero lea las preguntas en su conjunto y que las responda después.
¿Están justificados su crítica demoledora y su enfoque parcial de las iglesias y los de los ‘ismos’?”.
Las personas que han asistido a todas nuestras conferencias, ¿han oído alguna que yo derribe cosas?
(Gente en la sala):

—No.
Jamás.
—Cuando a golpes enderezamos algo que las iglesias y la Biblia han retorcido de la misma manera, entonces ponemos para ello un nuevo fundamento, señor.
Jamás ha ocurrido.
Cuando el ser humano oye que demolemos, no quiere perder su propio fundamento retorcido a golpes.
Pero continúo.
“¿Están justificados su crítica demoledora y su enfoque parcial de las iglesias y los de los ‘ismos’?
Estas iglesias dan a la masa una parte de la verdad universal, en una forma sencilla.
Y ese alimento parcial, que la masa solo es capaz de soportar; y eso es incluso más de lo que puede entender la masa que piensa por su cuenta, que lo procesa y aplica en la práctica”.
A eso ya he respondido aquí cientos de veces, ¿saben?
(Gente en la sala):

—Sí.
—“Ofrecen a la masa los conceptos fundamentales para la vida espiritual, moral y cultural, y ponen la simiente para un pensamiento y una vida más elevados espiritualmente”.
Eso no es cierto, pero bueno.
“Obligan a la persona que piensa por su cuenta a ponerse a buscar la verdad que falta y que es pura”.
Sí, señor, lo mismo decimos nosotros.
“¿No ha sido educada la mayor parte del público presente en la fe cristiana y no ha madurado gracias a estos principios fundamentales para poder comprender las verdades más elevadas?”.
Sí, señor, igual que yo mismo.
Yo también procedo de la iglesia católica.
“¿No sería más eficaz y más elevada la crítica constructiva que la destructiva, que el menosprecio y que arrojar una luz que lo ridiculiza todo?”.
No, señor, volveré sobre esto.
“Jamás lo he oído hablar sobre la tarea, sobre cómo sirve un sacerdote a su karma”.
Aquí dice usted algo, es tan...
Si ha aprendido usted teosofía, es que es tan raquítica e inconsciente, porque esto es imposible.
“Su tarea, pues, es servir”.
Miren: “servir con karma”.

(Risas).

No, no se rían, porque para esto venimos, esto es serio.
“Su tarea, pues, es servir conforme sus conocimientos y fuerzas; ese es su karma, aquello que construyó en vidas anteriores.
En cuanto ese karma se haya procesado, será capaz de seguir construyendo su vida”.
Aquí escribe cosas contradictorias.
“En mi opinión no hay que buscar la cuestión de la culpa donde el clero, sino donde la humanidad.
En cuanto la humanidad en su conjunto haya trascendido el nivel actual, ya no necesitará el clero.
Solo entonces ya no habrá necesidad de ellos y desaparecerán por sí solos, porque el clero procede de la humanidad.
El que usted señale las faltas y errores de su doctrina y que la someta a una luz despiadada...”.
¿Es despiadado cuando le dices al ser humano..., cuando dices: “No existe la condena, el Juicio Final es una tontería”, si así le das al ser humano las grandes alas?
¿Es enfocarlo de forma despiadada?
(Gente en la sala):

—No.
—Pues, vaya, qué lástima que usted mismo no piense más allá, entonces ya no le hará falta imaginárselas ni sentirlas a fondo y se elevará por encima de ese foco y de esto tan despiadado.
¿Entiende?
“El que usted señale las faltas y errores en su doctrina y que lo enfoque de forma despiadada solo es un mérito, porque así abre los ojos a mucha gente y le enseña cómo pensar.
Pero que ridiculice a la gente resulta desagradable y de esta forma ofende a muchas personas entre su público”.
¿Es así?
(Gente en la sala):

—No.
“También a quienes la iglesia ya les queda pequeña”.
¿Sigo hiriendo?
Entonces haré trizas mi corazón, antes me echo las garras a mí mismo.
Y si usted, católico, protestante, no puede acompañarme, no tiene que vivir ni aceptar esto todavía.
(Jozef continúa leyendo)

“... ya les queda pequeña, y usted se derriba a sí mismo y las enseñanzas...”, ¿me derribo a mí mismo?, “... ¡para sus sentimientos y pensamientos!
Porque las palabras son sometidas a la prueba de los actos.
La humanidad es como la criatura a la que los padres, las iglesias, dan una determinada educación y evolución conforme a la moral y el nivel espiritual de los padres, pero entre quienes hay ahora una parte que se vale por sí misma y que deja a los padres atrás”.
Sí, señor.
“No procede que semejante hijo que los deja atrás eche una mirada desdeñosa hacia atrás”, hay que ver lo que dice usted, “hacia los padres conservadores.
Al contrario, debe tener el máximo respeto por ellos”, desde luego, “y honrarlos todo lo que pueda”.
Pero ¿en qué sentido? Eso viene ahora.
“Porque el niño se ha convertido en lo que es gracias a esos mismos padres”.
No, señor. “Que estos padres, estas iglesias, hayan cometido errores y estén lejos de tener una hoja de servicio intachable...”.
Pues, señor, debería entonces usted volver allí unos instantes.
Lejos de una hoja de servicio intachable, los padres...
Las iglesias han montado hogueras, la evolución, la conciencia de nuestra humanidad se queja y se lamenta y grita y gime porque seguimos estando encima de esa maldita condena.
No hay reencarnación, no hay nada.
No hemos nacido en las aguas.
Pero Roma lo sabe.
Se nos miente, señor, y se nos engaña, pobre gente.
Así es cómo hay que tratarlos.
A esas pobres criaturas a las que me dirijo las liberaré a golpes de la condena y de todas esas mentiras y engaños.
El espacio entero me dice a gritos: “Hazlo peor aún”.
La gente que se asusta de la condena no me sirve de nada.
¿Puede aceptarlo?
(Señor en la sala):

—No, yo no.
—No, usted no.
—¿Puede aceptarlo, gente?
(Gente en la sala):

—Sí.
—¿Lo ve? Está usted completamente solo.
Tampoco siento que...
¿Por qué, señor, por qué?
¿Por qué no logro alcanzar la unión con usted? ¿Por qué no?
(Señor en la sala):

—Dios es amor y no es dureza.
(La gente en la sala habla a la vez).
(Dirigiéndose a la sala):

—No, esperen un poco.
“Dios es amor y no es dureza”.
Si uno aclara las leyes y convierte esos perifollos en realidad, ¿es eso ridículo?
(Señor en la sala):

—Pero, señor Rulof...
—Espere un poco, señor, todavía falta algo.
Sí, mire, usted conserva la seriedad.
El señor está metido en esto.
El señor tiene amigos católicos; yo también.
Señor, a mí se me educó en la fe católica, si no ni siquiera me atrevería.
Pero a mí se me engañó y compré demasiado caro.
Nuestros cielos se han vendido por cuatro cuartos.
Cuando mi Crisje tuvo que sentarse detrás del pilar, así de grande, digo: “Mamá, ¿por qué no se puede sentar usted allí?”.
Dice: “Cuesta dinero”.
“Pero Nuestro Señor, está aquí para todos nosotros, ¿no?”.
“Sí”, dice madre”, “pero cuesta dinero”.
Entonces ya tuve bastante, señor.
Pero los bandidos están sentados delante, detrás del sagrario.
Allí estaban sentados, los embusteros y los mentirosos.
A los que el señor cura llevaba en palmitas.
Podían entrar y tomarse una copita de vino con él, ¿entienden?
Pero la de cosas que pasaban allí.
Más tarde...
Eso lo hemos vivido.
Deberían ver como es que te eduquen en el campo, eso deberían ver, así verían los incendios provocados.
No tengo nada en contra de usted, esto me agrada, iluminar esto... usted sí que piensa.
Pero..., usted está muy adelantado.
Vuelve a hacerse usted mismo pequeño.
Ha aprendido usted mucho más que esto.
Piensa usted de forma dimensional, piensa de forma cósmica, y ahora al final vuelve de todas formas a la pobreza de la iglesia.
Yo he visto, señor, la lucha la he...
¿Ha leído usted mi ‘Jeus II’?
Vaya, señor, ¿es que no ha podido disfrutarlo?
¿Es esa batalla de un chico de catorce años frente a la iglesia...?
Desprendí a Cristo de la imagen de piedra y entonces dije: “Entonces voy al Verdadero, allí es donde iré a confesarme”.
Ese señor cura solo estaba tomándome el pelo.
Eso lo vi.
Tenía yo catorce años.
¿Les asusta eso, católicos?
(Gente en la sala):

—No.
—¿Es eso duro, señor?
No soy duro.
Pero esta doctrina es verdadera, y ahora resulta que el ser humano se asusta porque recibe algo que aún no entiende.
Ya no podemos hablar de otra manera.
Y si es posible, señor, echaré algo más encima, para estimularlos a ellos de verdad, por dentro.
Cuando hacemos esto suavemente, señor, no avanzamos más, créame.
Me gustaría poder ayudarlo, porque su pensamiento es bueno, su sentimiento es bueno, pero retrocede siempre, siempre retrocede.
Es una lástima enorme, para usted mismo.
(Jozef continúa leyendo): “Que estos padres, estas iglesias, hayan cometido errores y estén lejos de tener una hoja de servicio intachable...”.
Señor, si ve a los maestros, si ve a los apóstoles, y a los cardenales y obispos que al final han alcanzado ahora las esferas... hay que verlos, cómo han mancillado a Cristo, hay que ver cómo crucifican cada día a Cristo, hacen oro con Cristo: “André, ¡destruye eso!”.
Digo: “Hay que ver lo que han construido ustedes...”.
Si fuera yo quien hiciera eso, señor, me pegarían tiros por doquier en la calle, en estos momentos.
Digo: “Será mejor que ustedes mismos recojan su propia basura”.
Pero tendría que oírlos gemir ahora.
Cuando ridiculizo algo, señor, es porque veo ese horrible oro y todas esas hierbas y todas esas insignias de San Nicolás.
Pero Cristo recorrió la tierra descalzo.
Pregúnteselo alguna vez al Santo Padre.
¿Este teme a los seres humanos?
El papa conseguiría más cosas si recorriera la tierra descalzo —entonces sí que sería un santo padre—, de ciudad en ciudad, y entonces me postraría a su lado con las rodillas descalzas.
¿Le infunde ahora respeto ese pequeño teléfono dorado?
(Señor en la sala):

—No, no me infunde respeto; no se trata de la iglesia, se trata de usted mismo.
—¿De mí mismo?
¿Me tiene miedo?

(Risas).

—Señor, ¿qué voy a perder?
Ya no puedo perder nada.
(Señor en la sala):

—Entonces no posee usted nada.
—No tengo nada.
(Señor en la sala):

—Entonces es usted pobre.
—¿Soy pobre?
Tengo veinte libros.
Usted no los tiene.
Ni los tiene la teosofía, lo que contienen.
Ni los tiene la iglesia católica.
Ni los tiene el protestantismo.
Ni los tiene la Biblia.
¿Y tengo que volver a hablar de la Biblia y del catolicismo?
(Señor en la sala):

—No, eso no lo digo.
—Entonces, ¿qué tengo que hacer?
¿Cómo quiere verme?
¿Es que tengo que ponerme a rezar aquí?
Sí, claro, ni que estuviera loco.
Conozco la oración, señor.
¿No da miedo, señor? Ahora ya no puedo rezar.
Me he dejado la piel rezando, hasta los treinta y ocho años.
Entonces se trataba, señor —yo también le puedo contar y explicar algo—..., entonces se trataba de un enfermo por el que estaba dispuesto a dar la vida, y entonces vino Él mismo, porque yo lo necesitaba a Él mismo, a Cristo.
Y me lo encontré frente a mí: “¿André, ¿qué ocurre?”.
Digo: “Dijiste: ‘Quien quiera perder su vida, recibirá la Mía’”.
¿Son majaderías?
Señor, he librado batallas de vida o muerte por mis enfermos.
Quería tantas cosas que quería dar la vida por ellos y que ellos mejoraran.
Pero no lo conseguía.
¿Y entonces tengo que ponerme encima a ablandar las cosas?
A esos también los he tenido que arrojar a patadas de la iglesia, porque el señor cura quería hacerse con los últimos trescientos cincuenta florines de esa pobre mujer.
Digo: “Señora, no suelte ese dinero”.
Digo: “Le contaré un par de cosas.
Y cuando se las haya dicho, le permitiré..., podrá darle ese dinero”.
Y me dice: “Y ese ladrón se ha llevado de aquí diez mil florines.
Mi marido apenas colgaba de una sola pierna del cielo”.
Y dice: “Entonces que se caiga con esa otra pierna también, ni un céntimo más le daré”.
Esos dramas se dan todavía todos los días.
Y ¿encima ser suave ahora, señor?
Si pudiera ver usted la realidad, señor, se le infundiría alma y agarraría una porra.
Pero entonces estaría pasándose de la raya.
Sé, sin lugar a dudas, señor, aquí, y donde estoy, lo que digo.
Pero las cosas de las que habla usted las desconozco.
Hay gente que echa a perder mi doctrina y que la deja hecha una pena.
¿He dicho yo eso?
¿Lo ve?
No me destrozo a mí mismo, señor.
No puedo destrozarme.
Debería ver usted qué clase de animación cósmica tengo aquí detrás de mí.
Quieren aun más.
Pero el maestro Alcar dice: “Por qué te llevaríamos a la cárcel?
Entonces ya no podemos decir nada de nada”.
Pero ¿que aquí se usan palabras duras?
No, señor, aquí habla la claridad inmaculada.
Y si se marcha un serecillo de esos, señor, ni yo ni usted ni los curas y papas podrán alcanzarlo ni en mil años, señor.
Si no, eche un vistazo a esas caritas y esas lucecitas en los ojos, así ya no tendrá compasión.
Yo he librado una batalla a vida o muerte, no por mi Crisje, que era divinamente inmaculada, sino por el Dios en el espacio y Cristo.
Y por eso conseguí a mi madre.
En ‘Jeus II’ se dicen palabras duras, pero hermosas.
¿Entiende?
Todavía me paso de blando.
Los maestros querían aun más, pero no podemos hacer más.
El miedo por esa gente...
¿Ridiculizar algo?
Señor, cuando veo a un ricachón de esos en una túnica se me escapa la sangre, la que es mía; y ahora la de Cristo.
Allí están.
A veces me pongo bromista, ¿verdad?
Que esos encajes van arrastrándose por el suelo, y nosotros en casa ni teníamos para un mantel.
Señor, muéstrese sensible a eso.
Se mandan hacer... los encajes, los encajes, los encajes, los encajes, los perifollos, los perifollos, los perifollos, los perifollos, los perifollos, ...
Y ahora estamos en la realidad.
Usted, como teósofo, debería saberlo.
¿Siente compasión por quienes siguen aferrándose a esas palabras y a esas majaderías y a esas mentiras?
Pero está por encima de eso, ¿no?
(Señor en la sala):

—Esa gente lo necesita, yo no, es esa gente la que lo necesita.
—¿Ah, sí?
¿Y entonces resulta que tengo que volver en esa gente para conducirlos como párvulos por la vida?
Señor, mejor que primero se pongan a leer esos libros y entonces que vengan aquí de aprendices.
Pero eso no lo hacen.
Dejarse caer por aquí, así, sin más, eso ya no es posible.
Tenemos setecientas conferencias a las espaldas, esta gente ha leído veinte, diecinueve libros.
La cosmología, el universo...
Entre esta gente hay profetas, señor.
Son ellos quienes ridiculizan las cosas...
Sí, señor, porque es eso lo que condena al ser humano.
Hay que luchar por eso.
Yo sí que me atrevo, usted no, eso lo noto.
Es una lástima.
Más adelante empezará usted también.
¿Tengo razón?
(Una persona en la sala):

—En medio año él será muy diferente.
(Gente en la sala):

—Sí.
—Ese chico tiene tantas cosas.
Aquí hemos tenido a más de estos, señor, que eran incapaces de hacerlo.
Pero no piense que se me haya subido a la cabeza, es usted a quien se le ha subido a la cabeza.
Y eso es una lástima.
Usted aún no es un adepto, porque tiene usted demasiados “peros”, “peros”, “peros”, “peros”.
Digo cien mil veces: “No hay un ‘pero’, si uno puede vivir la realidad”.
Es que no cree usted nada de lo que digo.
Solo algunas cosas.
Mire, me pregunto... sí veo cómo me llega lo que irradia usted, es usted tan tremendamente latoso, no acepta nada.
Aquí no hay maestros.
¿Lo ve?
Me pregunto lo que sigue haciendo aquí.
(El señor en la sala dice algo).
No lo estoy expulsando, puedo tolerarlo, pero no está aprendiendo nada.
No me hace falta que me diga que acepta mi vida, sé exactamente qué personas me irritan aquí, por aquí; usted es una de ellas.
(Señor en la sala):

—No, no quiero irritar.
—Señor, usted esto no lo acepta; eso es lo irritante.
Es que no acepta esto.
Está usted esmirriado por una doctrina, ya se lo dije, otra vez que no lo puedo decir.
Pero el teósofo que ha adoptado y procesado a Blavatsky y todas las demás doctrinas y sistemas está esmirriado.
¿Entiende?
Está esmirriado, está escuchimizado.
Tengo aquí a más teósofos, de veinte años, de treinta, de cuarenta y sesenta u ochenta; pero no piensan así sobre esto.
(Jozef retoma la lectura): “Que estos padres, estas iglesias, hayan cometido errores y estén lejos de tener una hoja de servicio intachable, sobre eso el hijo no tiene por qué opinar...”, no, señor, sobre eso no nos pronunciamos, “... puede aprender de ello de cómo no hay que hacerlo”.
Es cierto, claro, eso lo hemos aprendido.
“Estas iglesias aún son imprescindibles para la masa”.
Cuando hace poco me preguntaron aquí, señor —mire, esa es la pena, cada vez tengo que retroceder, usted escribe algo—, me preguntaron: “¿Está bien que los misionarios se adentren en la jungla?”.
Dije: “Desde luego.
Hay que hacer eso, porque es el primer fundamento”.
Pero para nosotros se trata aquí del engaño consciente, y hay mucho.
Es que tiene que haber una fe.
¿Ha leído ‘Los pueblos de la tierra’?
Pues, entonces, señor, ¿qué quiere preguntarme más si sabe que allí los maestros...
¿O supone también que Dios habló allí como ser humano?
Mire, empezaron los maestros.
El ser humano necesitaba una fe.
Pero ¡sabían!
No fueron ellos quienes contaron que se ardía eternamente, eso es cosecha propia del ser humano.
Dice: “Hemos infundido miedo a la gente.
Si ustedes pecan y asesinan e incendian, lo enmendarán ustedes y vivirán tinieblas”.
“Pero ¿quién ha añadido aquello del fuego?”, dijeron los maestros.
Ahora tienen que intentar volver a liberar al ser humano de un infierno, porque no existe.
Y ahora voy a construir imágenes para que el ser humano aprenda a pensar.
Si usted no se asusta y no se siente irritado aquí, si es que se trata de esos problemas, iré un paso más allá.
Siempre lo hago conscientemente, no así como así.
Y, señor, entonces sueltan: “Qué tipo, menudo pájaro”.
Y entonces van a por mí y les gustaría... —espiritualmente, ya me asesinaron hace mucho—, pero entonces les gustaría echarme a la hoguera por querer iluminarlos.
Y eso no lo puedo hacer suavemente.
Y lo hago suavemente.
Señor, la ley es dura, sí.
La ley es dura.
El ser humano, no.
(El hombre añade algo, pero no se le entiende).
No, con ese hombre no se puede hablar.
El ser humano que le trata, señor, hace que usted vaya de mal en peor, téngalo en cuenta, porque a usted no hay quien pueda alcanzarlo.
Y quien lo acepta a usted y dice: “Sí, sí, sí”, son los mismos sentimientos y es la misma conciencia.
Es una lástima, una lástima.
¿O le parezco lastimoso?
Claro, me tiene usted pena.
(Señor en la sala):

—Pues, eso no lo sé, pena no.
—¿Pena no?
Pero, ay, hay tantos así que vienen aquí, esos me tienen pena por todas las bobadas que digo.
El maestro Alcar, mi maestro Alcar, y los maestros, hay maestros, hace poco... (inaudible), me tienen pena, también a mí.
Pues yo solo puedo decirme esto a mí mismo: nos volveremos a ver detrás del ataúd.
Es una enorme lástima.
Estas iglesias son imprescindibles, señor, tiene que ser así, pero para nosotros no se trata de esa fe, de ese protestantismo, de (las emisoras de radio protestantes) VPRO y NCRV y todas las demás sectas aquí en Holanda.
Para nosotros se trata de conseguir erradicar esa condena.
Entonces el ser humano adquirirá espacio.
Entonces recibirá la reencarnación.
Y entonces podremos sacar a Europa de esta inconsciencia y elevarla.
¿Me cree?
Nuestra reina también tiene condena.
Nuestro gobierno aún está por encima de la condena, porque ponen todavía a diario la mano sobre la Biblia.
¿No le parece triste, señor?
¿Es que no está usted agradecido de que yo tenga el valor de empezar esto así?
¿Quién se atreve?
¿Quién sabe analizar el espacio de forma tan clara, tan inmaculada, tan espiritual, tan humana?
Aquí ya no tenemos la espera: ¿seguro que esa puerta se abrirá?
Salimos volando por ella nosotros mismos.
Y eso para esa gente es demasiado duro.
Si lo puedo ridiculizar, señor, ese Juicio Final, andaré con todas esas calaveras bajo los brazos; y si entonces consigo finalmente conciencia y tierra donde pisar, estaré con la cabeza de una vaca en las manos, porque habrán arrastrado mis huesos por la tierra.
¿Cómo quiere que esa historia...? Aquí los he visto marcharse.
Pero hemos reído que daba gusto.
Cuando llegue el Juicio Final...
De niño temblaba y temblaba ante eso, y me daba escalofríos y más escalofríos.
Y eso aún estremece a la gente de setenta y ochenta años, cuando empiezan ese lío de las trompas y Dios dijo: “Levántate”.
Señor, entonces se pelearán por los huesos.
Uno andará con mi cara.
Y entonces añadiré algo hermoso, señor, porque entonces ya no tendremos lenguas, no tendremos dientecitos y tendremos que decir “sí”, con una calavera.
Mire, eso me encanta ridiculizarlo, porque eso no existe, es un circo.
¿De verdad que le parece tan terrible para el ser humano que tenga que escucharlo?
Mejor alégrese de que usted ya no lo tenga.
¿Se asustaron, señoras y señores?
(Gente en la sala):

—No.
(Otro señor dice):

—Señor Rulof, eso al comienzo también me parecía muy duro, yo también procedo de la iglesia.
En efecto, era algo muy duro.
—Es que lo es.
Pero ¿por qué es duro?
¿Qué dureza contiene?
(Señor en la sala):

—No, la dureza la ha construido la iglesia.

—Sí, pero, claro, usted lo considera duro, pero ¿lo es?
(Gente en la sala):

—No.
(Señor en la sala):

—Mire, no es duro cuando eso lo comprendemos, para quien lo comprenda.
—En esto no hay dureza.
(Señor en la sala):

—Aquí tenemos que atravesar aquello..., lo sé, hay diversas personas que proceden de la iglesia, que en efecto no pueden soportarlo.
—Es que es imposible.
(Señor en la sala):

—Y esa gente se va.
Estoy hablando de mi propio hermano, era incapaz.
—No, es que es imposible.
(Señor en la sala):

—Digo: “Piet, vuelve a la iglesia, sigue siendo tu sitio”.
Y volvió a la iglesia.
Pero yo sabía: vendrá...
Unos cuatro días después, dice: “Oye, Kees, no soy capaz de aguantar esto”.
Digo: “Oye, mejor quédate en esa iglesia, mejor quédate”.
Pienso: ‘Ya se arreglará’.
—He tenido gente: “Cielos, señor Rulof, qué bien que usted me haya sacudido a fondo, porque si no habría vuelto otra vez”.
¿Y por qué?
Dice: “Empiezo a comprender; mi mujer todavía no es capaz de salirse”.
Adiós matrimonio.
No se lo puede creer.
Dice: “Todo ese rollo ya no me dice nada”.
Tiemblo y me estremezco de pena, por dentro, cuando oigo eso, cómo se fue eso otra vez a la condena
Ay, ya estamos otra vez”.
Y luego en casa, bronca.
Y empieza ella:
“Ya no tenemos vida.
Ya no tenemos contacto.
Ya no somos uno.
Ya nada”.
¿Por qué?
Señor, toma: condena, Juicio Final.
Ay, señor, vinieron a verme un millar de personas entre 1930 y 1940, las mandé de vuelta a casa, serenamente y empezaron a tener una nueva vida, un nuevo matrimonio.
El hombre volvió a ser joven, la mujer volvió a ser joven.
Tenemos gente aquí: la mujer en la iglesia católica, y el hombre aquí.
El matrimonio se va a pique, señor.
¿Quién es el culpable?
“No quiero la porquería de ese loco”.
“No, a mí no van a conseguir sacarme de allí”.
Es un ser humano feliz, vigoroso, sobrenatural el que ya pueda decir: “Lo que voy a hacer es irme.
Porque detrás del ataúd me dirás: ‘Ojalá me hubieras fustigado más’.
Y es cierto, señor.
Eso me lo dijo mi propio hermano, que se ahogó, se me acerca y dice: “Jeus, Jeus, Jeus, la de veces que me he reído de ti”.
Cuando Gerhard se fue a Estados Unidos, le había dado un bonito dibujo, un cuadro, ese muchacho no me comprendió.
Yo entonces de niño quería...
A Gerhard lo conoces, ¿no?
Hendrik el Largo dijo: “¿Ese?”.
Entonces hizo trizas mis cuadros, el dibujo incluido, que me largara, ese fue su adiós para mí.
Lo volví a ver en el otro lado, que me viene a ver.
Digo: “¿Qué haces tú aquí?
¿Te ahogaste?”.
“Ay, Jeus, Jeus, Jeus...”.
Y que se pone a llorar.
Digo: “Gerhard...”.
Después Hendrik el Largo, su propio padre, le cantó las cuarenta.
Hendrik el Largo volvió y dice: “A este lo voy a tratar un poquito de este lado.
Ven, pequeño Gerrit”.
El pequeño Gerrit dijo: “Papá, ¿qué quieres?”.
“Pequeño Gerrit, ven, ven, sigue mis pasos”, dijo El Largo.
Y allí venía Gerhard.
Digo: “Gerhard”, digo: “tú no querías saber nada de mí.
Yo no era como tú.
Yo tenía sentimientos, yo tenía amor.
Tú siempre andabas con diabluras”.
Digo: “Aun así te quería”.
Digo: “Ahora estás aquí”.
“Pero qué tengo que hacer ahora”.
Digo: “No tengo tiempo para hablar contigo.
Mejor vete a papá.
Allí está.
Vete con él, anda.
Y vente otra vez a ver dentro de cinco años”.
¿Le parece duro, señor, que eche a mi propio hermano de casa?
Así es como he me quitado de encima a banqueros.
Estaban en la tierra, aquí, querían ayudarme.
He hecho diagnósticos, señor, acompañado de cinco médicos.
Y entonces dice: “¿Qué me ocurre?”.
Digo: “Señor, voy a decirle ahora la verdad”.
Digo: “Quizá no viva más de un par de meses.
Su válvula cardíaca izquierda no está bien.
Tiene arteriosclerosis.
Tiene usted esto y aquello y lo otro y aquí hay un tumor”.
Digo: “¿Son estos sus amigos?”.
“No, señor, son médicos”.
“Ustedes me han tomado el pelo, aquí”.

Entonces yo aún llevaba la gorra de chófer.
Y yo allí.
“¿Qué piensa usted de mí entonces?”.
Digo: “¿Soportará una mala noticia?
¿O prefiere tonterías?
¿La verdad o tonterías?”.
El maestro Alcar estaba a mi lado.
¿Qué es una mala noticia?
Pero no lo era.
Siempre siento más respeto por la pena y el dolor, por la materia...
He tenido a gente conmigo con cáncer.
Digo: “Esta viene por su hija”, tendrían que haberlo visto.
Digo a mi mujer: “Mira esto, no es más que una chispita”.
Digo: “Viene a verme para esa hija.
Pero el cáncer está despertando”.
Digo: “En dos años podrás meter a esa señora rolliza, esa mujer sana, en el ataúd”.
Un tumor de cuatro kilos en dieciocho meses.
Muerta.
Cáncer.
Debería habérselo contado, señor.
Pero eso Jozef Rulo no lo hace.
Digo a ese banquero, digo: “Señor...”.
“Usted también pinta, señor chófer?”.
Digo: “Sí, señor”, digo: “Erich Wolff pinta por medio de mí.
Cayó, señor, en la guerra”.
Y entonces apareció una sonrisa de esas, encantadora, y empiezan a reírse de mí desde aquella esquina, entre los caballeros.
Pero lo vi, lo sentí.
Pienso: ‘Llegado el momento haremos cuentas, ya verán’.
El maestro Alcar que está dentro de mí, yo consciente de la misma manera, mira por mis ojos, me voy con él y entonces hemos analizado todo su cuerpo.
Dice: “Esto no pinta bien para mí”.
Digo: “No, señor.
¿Tiene miedo a la muerte?”.
Digo: “Señor, escribo libros, llego del otro lado, he hecho viajes, señor”.
Digo: “Mire, señor, es que la condena no existe, ¿para qué tenerle miedo?”.
“¿De verdad, señor conductor?”.
Y yo allí, como un niño, yo allí frente el hombre de los millones.
Dice: “Entonces quiero leer ese libro”.
Digo: “Entonces hay que espabilar señor, mucho”.
“¿Mucho?
Pero ¿cuánto me queda?”.
Digo: “Mi libro saldrá en dos meses, señor, pero tiene que espabilar”.
Seis semanas más tarde, señor, llegó al otro lado.
Y nueve meses después el señor estaba en mi habitación.
Entonces el maestro Alcar dijo...
Era una buena persona, había hecho mucho bien, pero es justo lo que le faltaba.
Iba a ayudarme.
Dice: “Si es cierto, yo te doy un millón”.
Digo: “Señor, ¿eso cuánto es?”.
Entonces apareció en la habitación, yo estaba escribiendo.
Y alguien que entra en mi casa, señor, está bajo control de mi maestro en el otro lado, de lo contrario allí no entra nadie.
Y el banquero que está allí: “¡Ah, Jozef, estoy vivo!”.
Digo: “Vuelve y cuéntaselo a Cristo.
¡Fuera!”.
Y el maestro Alcar que me dice: “Has hecho bien, al cien por cien, ese ha tenido su merecido”.
¿Y usted habla de suavidad?
El espíritu, el espíritu astral, señor..., cuando llegue usted detrás del ataúd sin aceptar estas cosas, los maestros lo sacarán a golpes, de modo universal, hasta que sucumba.
Porque ¡hay que sacarlo todo!
Ellos ponen nuevos fundamentos, y en eso estoy.
¿Eso le parece duro?
Cuando me deslomo, señor: eso es duro.
Pero me gusta mucho hacerlo.
Porque al final lo hago para mí mismo.
No pido nada, porque de todos modos no recibiré nada.
Y recibo algo.
Pero no acepto gracias ni ruido, ni subidones ni bajones.
No acepto la mancilla, por mucho que me hagan polvo; es un honor para mí.
Pero a mí no me conseguirán quebrar.
Y así continuaré.
Yo a usted lo quebraré cuando tenga la ley para ello.
Y le daré el amor universal como extra.
Y si no lo puede comprender ni quiere aceptarlo, señor, entonces ya no le diré nada.
Entonces esperaremos hasta que llegue detrás del ataúd y así lo sabrá automáticamente.
Pero lo seguiré queriendo.
Gracias.
Quiero a la gente, y no son solo palabras.
Pero si no quiere acompañarme, señor, entonces no puedo hacer nada; ni podrá hacer nada la madre, y el padre tampoco.
Y ahora, mire por dónde, vamos a empezar con eso.
Es hermoso, eso lo ve usted, ahora todos vuelven a aprender.
Eso me gusta bastante.
Pero mire entonces, ande, señor: ahora está hablando usted de la espiritualidad del karma.
Es un error, es tan tremendamente sencillo, más sencillo imposible; no es tremendo, pero usted, usted, ya no lo puede materializar.
Ha aprendido tanto que eso ya no lo puede decir.
Si quiero alcanzar a gente aquí, voy a la iglesia católica, me hago cura, entonces es karma, ¿no? Eso es lo que quiere decir usted.
(Señor en la sala):

—No, la vida en sí está trazada para el ser humano.
—Vaya, ¿entonces sigue creyendo en la casualidad?
(Señor en la sala):

—No, eso es justamente lo que estoy diciendo: no creo en la casualidad.
Digo: todo está determinado por el karma.
—No, mire, se hace usted un lío con el karma.
Y eso es lo que hace el teósofo.
En estos momentos usted lleva —se lo leeré ahora—..., en estos momentos usted lleva aquello que quiera asimilar al karma.
Señor, es su propia voluntad, eso no tiene que ver con el karma, no es karma.
Ese hombre, ese católico que pasa por allí aprende mientras tanto...
Cuando llegue detrás del ataúd, habrá quienes siguen oficiando la misa; a estos los vamos a dejar todavía un rato en paz.
Y entonces dice... y de pronto —entonces en ese momento no hay un padre suyo allí al que conozcan—: “¿Lo ha conocido usted?”.
Y entonces el señor cura y el pastor protestante está..., el ser humano al que conocieron está riéndose de ellos en plena cara.
Porque en el otro lado, señor, si salimos esta noche, libraremos —yo con usted— la misma batalla, viviremos el mismo problema, no habrá cambiado nada.
Ahora tengo que intentar convencerlo y ahora solo estamos exentos de la materia.
Pero usted está allí, con su pajarita, y yo aquí con mis gafas en las manos gritando sin poder alcanzarlo, tampoco detrás del ataúd.
¿No es triste?
Lo es.
Ahora vivimos en esa realidad, porque esto y allí es uno.
Y hay que ver lo que usted dice, señor, es una lástima.
(Jozef continúa leyendo):

“Jamás lo oí a hablar a usted sobre la tarea, cómo el sacerdote sirve con karma”.
Señor, el hombre —encima ahora tengo que ponerme a ayudarlo—..., la tarea del karma..., ser sacerdote no es una tarea.
Hay algo más, porque el hombre dice: “Haz el bien”.
El señor cura también dice —teníamos un señor cura que era una maravilla, un buen hombre—..., dice: “Por mucho que yo hable”, decía ese hombre, “si de todas formas ustedes hacen el mal y se engañan y mienten, no avanzarán, cometerán pecados”.
Ese hombre ya admitía la reencarnación, eso lo sé, y hablaba de otra manera.
Mire, en él ya hay..., en él..., para él vive el despertar.
Ese hombre lleva a las criaturas de Nuestro Señor a la fe.
Lo necesitan, es esa clase.
Pero eso desde luego que no es karma suyo.
Es suerte.
Un cura puede sentirse feliz en su estado, pero no por eso es karma, ¿no?
En eso está usted equivocado.
¿Lo admite?
(Señor en la sala):

—Sí, entonces tenemos ambos una idea equivocada sobre el karma.
—Usted tiene el karma de la teosofía, señor.
Yo tengo el espacial.
La teosofía hace aspavientos y habla del karma, todo sin excepción es karma.
Ya no queda nada de nosotros.
Señor, solo hay un karma, hay uno solo, solo hay uno, en el espacio.
Y ¿qué es, pues?
(Señor en la sala):

—Es la vida misma.
—No, señor, es el renacimiento.
Tiene que volver por un asesinato, para hacerse madre.
Y el resto, por lo demás no hay karma en el espacio.
Todo lo que asimilamos, señor, se convierte en conciencia.
El señor cura, el cardenal, el obispo, es una tarea para una fe de nada, una secta.
Y ese hombre se enriquece por estar pensando en Dios: estupendo.
Sacamos de allí —porque nosotros también lo hemos sido, ahora, y porque tenemos contacto—... nosotros sacamos de allí esa condena, pero no por eso es karma, ¿no?
(Señor en la sala):

—Y el maestro de escuela o un médico...
—¿Que eso también es karma?
(Señor en la sala):

—Es vocación, ¿no es así?
Eso también es del karma...
—¿Lo ven? ¿Cómo voy a sacar a este señor del karma?
Señor, eso es imposible.
(Señor en la sala):

—... en vidas anteriores.
—No, señor, eso es doctrina, es hacer el bien, es servir; se convertirá en felicidad, un médico recibirá felicidad.
Si soy un genio y hago bombas atómicas, así como se lo digo: bombas atómicas, ya soy un demonio.
Eso es triste.
Pero si fabrico energía atómica para dar al mundo luz y despertar y evolución, señor, para mí será felicidad.
Usted ya sabrá qué hacer con eso.
Un médico sirve, un maestro de escuela sirve; eso se convierte en felicidad, es la posesión en la sociedad, en eso se convierte la personalidad.
¿Cómo puede usted compararlo con karma?
Vaya, mire, no se lo puedo quitar, es una lástima.
¿Ha leído usted todos mis libros?
(Señor en la sala):

—Pues, no, no todo, la mayor parte, sí.
—Mire, y yo con las ganas que tengo de alcanzarlo, y cada vez me esfuerzo, pero usted...
Hay que sacarlo.
Si usted fuera adepto mío, señor, un adepto verdadero..., es que no lo es.
La gente hace preguntas.
Usted es la persona más difícil de todas las que tengo.
Mi maestro comenzó: “Mi palabra es ley, André”.
¿No es una maravilla que yo pueda decir: “No hay muerte.
Mi palabra es ley.
No hay muerte.
No hay condena”?
Puedo explicarle millones de leyes.
Y si empiezo con: “Pero, pero”.
“Si comienzas con ‘pero’”, dice el maestro Alcar, “yo me detengo y no puedo alcanzarte”.
Eso fuera.
Aquí no hay “peros”.
Solo me refiero a la realidad.
No, eso no lo puede aceptar usted de mí.
Ni me acepta a mí.
Ni yo lo deseo de usted, señor.
No quiero que la gente me acepte.
No, ellos mismos tienen que formarse su opinión.
(Señor en la sala):

—Exacto.
—Sí, eso hacen.
(Señor en la sala):

—Eso yo también lo tengo que hacer.
—Sí, pero no lo hace.
Primero tiene que salir de esas horribles tinieblas del karma.
Para usted todo es karma y más karma.
“Un sacerdote”, escribe usted aquí...
En eso está todo.
Aquí les doy la razón a todos ustedes.
Aquí tengo de todas formas... entonces usted ni siquiera estaba aquí, ¿cierto o no?
No lleva usted aquí mucho tiempo.
Nosotros llevamos aquí tres años.
¿Cuánto tiempo llevamos?
¿Tres años?
(Gente en la sala):

—Tres años.
—El maestro Zelanus..., los maestros han hablado de esto: hemos empezado en la jungla.
Vamos, lea ‘Los pueblos de la tierra’.
En las eras prehistóricas..., entonces Moisés todavía era casi prehistórico, fue entonces cuando comenzaron los maestros.
¿Cómo puede usted entonces pensar de mí..., cómo puede usted entonces decir de mí que mi enfoque es parcial, cuando ya tenemos veinte libros?
¿A eso lo llama parcialidad?
Eso es duro, señor.
Mire, para mí eso de verdad es duro.
Usted lanza golpes aquí, yo no hago caso, pero de usted ya no me lo esperaba.
¿Que soy parcial aquí?
Aquí se asfixian en la sabiduría.
Aquí giran como una peonza por encima de la masa que reciben.
¿Y a mí me llaman parcial?
(Señor en la sala):

—Sí, de cara de las iglesias, sí.
—Y yo que reconduzco a la iglesia al universo.
Eso ya lo reciben en ‘El origen del universo’, en ‘Miradas en el más allá’, en ‘Entre la vida y la muerte’, en ‘El ciclo del alma’, en ‘Aquellos que volvieron de la muerte’, en ‘Las enfermedades mentales...’.
La demencia, la psicopatía: ¿karma también?
Es karma espiritual, pero para la personalidad, ¿entiende?
Pero no es karma, señor, porque el karma es ahora: evolución.
Esa gente no tiene karma.
Esa gente está evolucionando.
(Señor en la sala):

—El karma siempre es evolución.
—Nosotros somos inconscientes.
Aquellos que están en el manicomio son conscientes.
Y es cierto, Sócrates también lo dijo.
Ellos han aprendido, dice, aquellos que están encerrados.
Los psicópatas y los dementes son los conscientes.
¿Y nosotros queremos decir que somos conscientes?
No conocemos nuestra vida.
Ellos están en ello.
Y es cierto.
El loco, señor, vive, vive su espíritu y su reencarnación, y se disuelve para esta sociedad pelada, podrida, tenebrosa, que no tiene conciencia, se disuelven en ella y ahora dicen para el mundo un galimatías; pero no lo es.
Ahora me pueden hacer peguntas.
¿De qué quieren habar ahora?
¿De qué quieren hablar todos ustedes?
(Señor en la sala):

—¿Me permite hacerle una pregunta?
—Dígame, señor.
(Señor en la sala):

—Señor Rulof, acaba de decir: no hay “peros”, pero cómo voy a poder esperar que la gente acepte las cosas porque sí, ¿no?
Ellos mismos tienen que intuir que es verdad, ¿no?
—Mire, si empieza a aprender esto...
Por eso digo: usted tampoco es un adepto.
Para nada lo es.
Porque entonces desaparecen los “peros”.
Y empieza a leer primero allí.
(Señor en la sala):

—Sí, claro, pero mire, siempre hay cosas sobre las que piensa uno mismo pero que luego no se intuyen bien, de modo que así ya surge un “pero”.
—Sí.
(Señor en la sala):

—Y aunque usted diga: “No hay un ‘pero’, será mejor que me crea”, pero eso no es convincente.
—Claro, claro, así que usted también quería que se le añadiera el resto.
Primero recorra todos esos libros.
Y estos comienzan con el primer fundamento: infiernos, cielos, la vida detrás del ataúd.
Ese “pero” ya ha desaparecido y es un “pero” cósmico.
La humanidad entera, casi, pregunta ahora todavía: “¿Hay vida detrás del ataúd?”.
Y ese “pero” ha desaparecido.
(Señor en la sala):

—Sí...
—Si usted pudiera —no, señor, ahora vuelvo con usted—..., si usted pudiera aceptarlo.
Y ahora es cuando usted continúa.
Y va a comenzar usted aquí.
Y viene usted a estas noches informativas.
Estas les servirán en el fondo más que las conferencias en Diligentia, que tratan de la cosmología.
Ahora puede hacer la pregunta que viva en usted, con la sintonización exacta conforme a sus sentimientos y conciencia.
Y si se la explico, señor, —ahora viene lo extraño— y digo: esto y lo otro y esto y lo otro y esto y lo otro, a usted le entrará: ‘Pero bueno, ¿será que es el único que sabe esto?’.
Allí estamos.
Eso es lo definitivo que tiene.
Y vuelve el: “Pero..., pero...”.
Señor, ¿de qué nos sirve —aunque me mate hablando— si usted repite ese “pero”?
Ahora anótelo.
En la escuela tenemos que anotarlo, tenemos que aprendérnoslo de memoria.
Pero eso no lo hacen aquí, entonces vuelven a empezar con sus peros y más peros.
(Señor en la sala):

—Entonces yo también podría quedarme dentro de la iglesia católica; allí también hay que aceptar todo porque sí.
Es lo mismo.
—Pero, señor, otra cosa más, sí, ahora puede usted...
Sí, mire, a esa gente nunca la puedes alcanzar, eso es mejor dejarlo.
Ahora dice allí: “No hay muerte”.
Ahora tiene que aceptarlo usted de mí porque sí, porque la ciencia todavía no lo sabe.
Imagino que usted lo ve: esas personas tienen que entrar todas en ese “pero”, “pero”...
Pero lo aceptan porque su sentimiento les dice: “Sí, esto es”.
(Señor en la sala):

—Es lo que quería decir hace un momento.
Es tu sentimiento el que te lo tiene que decir, creo.
Por mucho que me digas: “No hay un ‘pero’, pero es mejor que lo crean”, pero si uno mismo no lo siente...
Por eso también le dije hace unos instantes: si después de..., si después de leer los libros...
El maestro Zelanus dice: “¡No hay que suicidarse!”.
Oí a alguien aquí que también había leído ese libro: “Pues yo es que quiero saberlo.
¿Qué pasará conmigo si me quito de en medio?”.
Pues, adiós maestro Zelanus, adiós Dios, adiós leyes.
¿Para quién está escrito ese libro?
(Señor en la sala):

—Para él.
—¿Para él?
“Tengo ganas de ver qué me pasará si me quito de en medio”.
Va a contracorriente de todo.
Sí, allí consta un “pero”.
Puede hacerlo.
(Señor en la sala):

—Claro.
—Señor, ¿por qué no lo hace usted?
(Señor en la sala):

—Es que lo debe hacer, es así de fácil, de lo contrario no lo diría”.
—¿Entiende?
¿Puedo ayudar a ese hombre, señor?
(Señor en la sala):

—No, claro que no.
—No, yo es que ni le hablo a esa gente, señor.
Porque me dirijo al ser humano que quiere ponerse a trabajar en sí mismo y que diga: “Si, así es”.
Y si empieza usted con los primeros fundamentos llegará a tener poco a poco el espacio entero, porque tenemos tres libros sobre el origen del universo.
Y entonces recibirá usted fundamentos.
Y al final tendrá que decir usted: “Detrás del ataúd, señor Rulof, veré si tienes razón”.
Pero si aquí se queda diciendo todo el tiempo “pero”, jamás avanzará de ninguna manera, para nosotros se trata de eso.
Si dice usted aquí: “Pero, pero, pero, pero”, ya no será necesario que escribamos veinte libros ni hace falta que se ponga a leer diez, porque aquí ya se partirá el cuello interior; aquí se encuentra su punto muerto, porque el primer “pero” le corta el paso hacia la otra ampliación, ya no habrá un puente.
¿Es así?
(Señor en la sala):

—Sí.
—¿Lo ve?
¿Algo más?
(Señor en la sala):

—Lo cual a su vez es culpa de la iglesia, ese “pero”.
—¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—Eso a su vez es culpa de la iglesia, ¿no?
—Eso es.
La iglesia alimentaría al ser humano si dijera: “No hay condena, criaturas, no hay pecados.
Cristo no les puede perdonar los pecados; hay que enmendarlos”.
Dios mío querido, no hay Juicio Final, porque este ya lo hay, el Juicio Final es si les engaño por un valor de diez florines; ese es mi juicio inicial y final, no debería haber robado.
Ese Juicio Final, donde... ¿entienden?
¿Qué clase de horror es ese de enviar al ser humano al hoyo y dejarlo allí?
Y entonces llega un final; es cuando hablará Dios.
Dios mío, Dios mío, ¿dónde vive la gente que vivió en la era prehistórica?
Hace cientos de millones de años ya vivía gente en la tierra y ahora vive en la Omniconciencia, son dioses; sin Dios, sin Cristo, sin Biblia, sin libros.
“Pero”, dice la gente, “se hace más sencillo sabiéndolo.
Ahora ya no me suicidaré, ahora que sé cómo aquel Lantos Dumonché sucumbió allá por la podredumbre.
Yo ya no lloro por quien se va de mí, que fallece: pronto volveré a ver a esa persona.
Miles y miles de ciencias, de problemas se convirtieron para mí en revelaciones”.
¿Sí?
¿Para usted no?
(Gente en la sala):

—Sí.
—Volveré a ver a mis hermanos, a mi hermana, a mi madre, a todo ustedes.
Todo lo que es mío lo podré amar, más adelante lo volveré a ver, eso las esferas lo tienen.
Pero, pero, pero...
“Es demasiado bonito para ser verdad”, dijo un obispo.
Era el obispo de ‘Aquellos que volvieron...’, de la iglesia rusa, Rosanoff (Alexis Rosanoff, fallecido en 1936, un arcipreste ruso ortodoxo).
Ahora les diré quién fue.
Dice (a trompicones): “De..., de..., demasiado bonito para ser verdad, Jozef”.
Hablaba un neerlandés precario.
Una persona maravillosa, un ruso ortodoxo.
“Ah, fenomenal, fenomenal”.
El hombre tenía cáncer.

“Ayudarme, ¿tú a mí?”.
“Un poco, aliviarte un poco”.
“Yo, ¿ a morirme?”.
Digo: “¿Cómo encaja usted las cosas?”.
“Sí, honestidad, verdad”.
Digo: “No puedo ayudarlo.
Sí puedo quitarle los dolores.
No se va a curar”.
Una vez, en Scheveningen, tenía a alguien con dolor de cabeza, en el diván.
Digo:

“Señor, ¿no ve nada?”.
“No”.
“¿No oye nada?”.
“No”.
“Señor, aquí, a nuestro lado, está planeando el obispo Rosanoff.
Dice: ‘Esta madrugada me moriré a las tres y media.
Maestro conmigo, maestro Alcar.
Yo leer de eso.
Vuelo.
Alas.
Oh, qué maravilla, qué maravilla’”.
Estaba llorando.
El maestro Alcar dice: “¿Lo ves?
Salúdalo un momento, se morirá esta noche, iré a recogerlo”.
Digo al hombre: “Mañana, señor”, se lo digo a mi mujer, se lo he dicho a mis amigos, “mañana por la tarde podrán leer en el periódico que esta madrugada a las tres y media murió el jefe de la iglesia rusa, porque estuvo en mi casa a las seis y media, en mi habitación, tenía las grandes alas”.
Ese hombre vino, él también se lo había contado a diez, veinte personas.
A la siguiente tarde podía leerse en periódico: “Rosanoff murió a las tres y media”.
Entonces vino la familia: “Ay, cuánto ha hecho usted por mi padre”, y: “Ay, señor Rulof.
Pero..., pero usted no cuenta a la gente que mi padre estuvo donde usted, ¿no, señor Rulof?”.
Digo: “Eso haré.
Es mi vida”.
Otra vez más la iglesia ortodoxa, ¿entienden? Tenían miedo, para variar, de que las masas fueran a saber que Rosanoff se había manifestado ante Jozef Rulof, porque todo encajaba a las mil maravillas.
Y así siguen esas criaturas.
Más tarde vino a verme: “Yo ahora viajar”, un discípulo del maestro Zelanus, “yo viajar a Rusia.
Ver todo.
Oh, hacer el bien, maravilloso, maravilloso, maravilloso”.
Y que se nos va a la luna: “Yo ver la luna, de la que me hablaste, Jozef, yo haberla visto, oh, maravilloso, maravilloso”.
Digo: “Pero no hables, mejor muéstrame tus sentimientos”.
Y entonces me dio sus sentimientos y vi sus viajes.
Pero antes de ese tiempo se manifestaba.
Ahora tienen una prueba.
“Son demasiado bonitos para ser verdad”, dijo el obispo, “esos libros que me estoy leyendo”.
Se ahogaba en los libros de ‘Una mirada en el más allá’, “demasiado bonito para ser verdad.
Oh, qué maravilla si es verdad”.
Digo: “Pero ¡si lo es!”.
Señor, no consigo metérselo.
Entonces se estaba manifestando, allí..., allí yacía su cuerpo, muriéndose.
Y él que aparece allí como un hermoso joven, planeando, el maestro Alcar me conduce hasta él, lo miro a la cara.... “Maravilloso, maravilloso”, su túnica episcopal ya había desaparecido.
Ya portaba su aura; de una hermosura juvenil...
La barba se le había embellecido, su cabello, sus ojitos.
Digo:

”Señor, ¿no oye nada?”.
“No”.
“¿No ve nada, señor?”.
“No”.
Pienso: ‘Pues, sí, sí que soy un ser humano especial’.
“¿Se lo cree ahora, señor, que la muerte no existe?”.
Esos hijos de él, ese muchacho, ¿creen...? Entre ellos había un ingeniero: “Cree usted, señor, que la muerte no existe?
Anoche su padre se me manifestó en mi casa: ‘Esta madrugada, a las tres y media, moriré; tengo que volver un momento’”.
¿No les perece divertido, señoras? Tenía que volver un momento para terminar esas últimas horas con su cuerpo.
¡Aquí tampoco hay “peros” ya, señor!
No hay “peros” para Dios ni Cristo, los fabricamos nosotros mismos.
Quisiera poder ofrecerte mi corazón, mi sangre y mi sabiduría, y mi saber y todo lo demás, así...
Me extraería ahora mismo el corazón de entre las costillas, porque sé que así podré alegrar a un ser humano, pero soy incapaz.
Es para llorar lo que usted siente, es para llorar.
No me malinterprete nunca, señor, porque te quiero, quiero a todo el mundo; aunque me quebraras, aun así te recibiría con una sonrisa; ya no puedo pensar mal.
Señor, eso está bien.
¿Por qué empieza a llorar?
¿Nos comprendemos?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Bien.
¿Me dará luego la mano?
Bien.
Mire, así es como he vivido miles y miles de pruebas.
La gente volvía, se manifestaba.
Centenares de profecías, miles de profecías con mis enfermos, unas veces para el cosmos, otras veces para el más allá.
Por medio de mis libros el maestro Alcar materializó centenares de millones de problemas.
Yo todavía no sé neerlandés.
¿He escrito yo eso?
Señor, en mi casa miro diariamente los milagros en la estantería.
Digo: “Dios mío”.
Ayer por la tarde volví a asistir a un milagro.
Tenía una pequeña bandeja.
Digo: “Ahora no tengo nada que hacer, estoy meditando, voy a pintar”.
Y que me pongo con la bandejita.
Empecé a chapucear.
Me echaron del salón porque estaba empezando a mancharlo todo.
Pero Jongchi no mancha.
Llego a la cocina y me dice: “Ay, ay, ay, ay, señora Rulof, señora Rulof”.
Ser humano: ten respeto por esas pinturas de allí, porque no son mías.
He..., ahora mismo el milagro me sigue haciendo llorar.
Digo: “Quería ver si puedo hacer una bandejita”.
Dios mío, no sé qué hacer con ese cacharro, con esos pequeños pinceles, afilados como agujas.
Tengo pequeñas miniaturas, ni siquiera pueden pintarlo con mis ojos, no sé cómo lo hacen.
Digo: “Dios mío, Dios mío, qué milagros que hay allí”.
Y luego hay que ver esos libros.
Bien es posible ponerse a pintarrajear, señor, pero no es posible escribir un libro sobre estas leyes, que reconducen a Cristo con la pureza de un cristal a la humanidad y que el Dios de todo lo que vive despierta debajo del corazón de ustedes.
Es imposible.
No puedo.
Eso sí que no lo aprendí en ‘s-Heerenberg, señor.
Era más tonto que un burro cuando iba a la escuela.
Pero no hable de la vida.
No se me concedió jamás tener un libro entre las manos.
Ni lo leeré, señor.
Ahora estoy explicando la palabra al ser humano de forma infalible, la pregunta.
Jamás han podido arrinconarme todavía, aquí; y de vez en cuando las cosas se ponían a crujir.
¿Cierto o no?
(Gente en la sala):

—Sí.
—Se trataba de la atmósfera y de la fuerza de la gravedad del espacio.
Señor, si usted ya no tiene sentimientos para eso, puede venirme con Einstein y cualquier teólogo, todos sus teólogos, todas las facultades de la tierra, hasta la astronomía, entonces le demostraré que los pongo en jaque mate, con los maestros.
Porque yo tengo este contacto.
Y entonces por mucho que se ponga a decir “pero”, el psiquiatra, el psicólogo le dirán: “Sí, señor, tenemos que darle la razón a él”.
Eso ya lo han hecho más psicólogos y psiquiatras.
Pero también desafío al astrónomo, al teólogo, señor.
Desafío a la conciencia más elevada de este mundo de las facultades espirituales.
Ya pueden sentarse ustedes con cinco mil eruditos y bombardearme con preguntas.
Estoy en contacto con todos los maestros del espacio para cualquier facultad, no para los milagros técnicos de ustedes, pero si hace falta, también esto es posible.
De golpe tengo aquí a Sócrates, a Buda, a Mahoma, a Ramakrishna, a Annie Besant, porque para ellos yo soy el punto en que se continúa; todos ellos estuvieron al servicio de la Universidad de Cristo.
¿Otra vez un “pero”?
Esta noche tengo ciertas ínfulas, pero en esto sí que se ha infundido alma.
Me quedan dos minutos.
¿Alguien tiene una pregunta más?
¿Está usted contento, mi querido amigo?
(Señor en la sala):

—Desde luego.
—Gracias.
Pero..., otra vez un “pero”, para mí se trata de..., mejor paramos, ¿verdad?
Mire, me gustaría que estuviera usted satisfecho.
Y me gustaría darle la satisfacción que sale de mí.
Quiero hablar mil años para dárselo, porque sé en cuánta felicidad se convertirá luego.
Usted tiene más espacio.
Usted hace esas cosas de otra manera.
Aquí en la sociedad va a actuar de otra forma.
Lo que usted no era capaz de hacer ayer, lo hará hoy, le dará una manita de color, le infundirá alma.
Su tono, artistas, su sonido en el piano se hará más liviano.
Sus colorcitos como pintores cambiarán.
Despertarán en todo.
Se personalidad se hará más amplia.
(Señor en la sala):

—¿Señor Rulof?
—Sí, señor.
(Señor en la sala):

—La sabiduría que entonces tendrán esos teólogos, la tendrán de la Biblia, ¿verdad que sí?
Imagínese que tuviéramos ese puesto... la conciencia...
—Nada.
—¿Nada?
—Nada.
El experto tiene que atenerse a la Biblia, el teólogo, o esa misma mañana lo echarán de la universidad.
Como estudiante no se tienen “peros”.
Si es usted estudiante y quiere hacerse teólogo, pastor protestante, y está ante su catedrático y dice usted: “Sí, pero eso no lo acepto...”.
“¡Fuera de aquí!
¡Fuera!”.
Y hay bastantes a los que han echado a la calle durante los últimos catorce años.
Señoras y señores, gracias por su atención benevolente y hasta el domingo por la mañana, entonces volverán a oír al maestro Zelanus.
(Suenan aplausos).