Noche del jueves 3 de enero de 1952

—Buenas noches, señoras y señores, ya lo oyen, tengo la garganta hecha un desastre.
Mis mejores deseos para..., esto..., 1950, ¿o estamos en el 52 o 53?
(Gente en la sala):

—En 1952.
—... mis mejores, mejores deseos.
(Gente en la sala):

—Gracias, igualmente.
—Y con la esperanza que todo vaya lo mejor posible, eso.
Lo mejor será que empiece ya.
Espero que el domingo haya recuperado la voz.
(Una señora en la sala):

—Yo que usted no la forzaría.
(Jozef lee en voz alta):

—“Señor, la semana pasada habló usted de los graves problemas que se pueden dar entre los padres adoptivos y un hijo adoptivo.
Nosotros no los tenemos.
Por eso me pregunto si este hijo puede ser una reencarnación de un hijo nuestro de una vida anterior”.
¿De quién es esto?
(Una señora en la sala):

—Mío.
—Mire, señora, eso es un caso entre...
Claro que puede ser así, ¿por qué no?
Pero sería uno entre un millón que diera usted en la diana, en el blanco.
Porque, mire, le puedo demostrar ahora mismo que no es así, que usted vive ahora al margen de su propio karma.
¿Pueden entenderlo ustedes también, señoras, señores?
(Un señor en la sala):

—Sí.
—Que lleguen a estar fuera de su karma, porque es lo que está preguntando la señora.
Lo que me está diciendo no existe.
Y ¿por qué no?
Muchos ya leyeron todos los libros.
Y hemos hablado de leyes del karma, de que hemos estado cien mil veces aquí en la tierra, y de que hemos sido madres, padres.
Así que en el fondo no se pueden librar ustedes del ser niños, todos lo somos.
Los niños no existen, solo tienen que ver con conciencia adulta en este y aquel grado de conciencia.
Tenemos los grados animales, preanimales, bastos materiales, hasta que por fin llegamos al grado espiritual.
Y en esos centenares de miles de vidas hemos llegado a conocer a seres humanos, adultos de nuevo.
Esos nacimientos, ese ser niño, todo eso no significa nada.
Es decir: son seres viejos, esas almas han vivido mucho tiempo.
Así que como problema infantil ya lo dejan ustedes... ya lo podemos dejar de lado.
Pero ahora dicen —claro, la semana pasada oyeron algo— y piensan ustedes: quizá eso sea un niño...
Y yo también traté eso con la señora que estaba sentada allí.
Pero es un caso entre un millón, entre millones, cuando uno se encuentra con una vida que ha conocido y vivido usted.
Pero, ¿por qué es esto así?
Si han leído los libros bien, ya podrán dar una respuesta, y eso es correcto, de una forma irrevocablemente natural.
Puede ser uno entre un millón, les digo.
Puede haber sido un hijo suyo, naturalmente, pero uno entre un millón.
¿Por qué?
¿Lo comprenden también? Porque esto va unido a la pregunta.
(Una señora en la sala):

—Porque nosotros, a la gente con la que tenemos trato... (inaudible), que todos hemos tenido que ver con ellas en nuestra vida anterior.
Así que esa señora que adopta a ese niño ha tenido que ver con él en una vida anterior.
—No, justamente, no.
Mire, usted llega a ese punto y vuelve a dejarlo de lado.
Dice usted: “Debido a que el ser humano ha tenido que ver con esa vida, adopta al niño”.
No, justamente, no.
Porque el karma se deja nacer a sí mismo.
Y el karma no va hacia allá ni se... no se estrella.
No, una ley del karma es la ley para hacer el bien.
Así que ese niño se queda con usted, eso no tiene vuelta de hoja, con usted como madre; y conmigo.
Pero resulta que hay madres que dejan ese niño de lado, o se mueren, es posible.
(Señora en la sala):

—Pero es un niño adoptado, ¿no es así?
—Así que ahora puede decir usted: ¿karma adoptado?
(Señora en la sala):

—No.
—Esto va a ser un niño adoptado.
(Señora en la sala):

—No, lo que quiero decir es: la gente que llegamos a conocer o con la que tratamos, nuestros hermanos y hermanas, nuestros padres y madres, ya me entiende, con toda esa gente hemos tenido que ver en vidas anteriores.
—Eso lo dice usted.
Yo lo que digo es: aquí tenemos... en ese estado... uno entre un millón que da en el blanco.
Quiere decir que nosotros...
Esa señora adopta un niño y ahora pregunta: “Ese hijo, ¿puede ser mío de vidas anteriores?”.
Puede; pero no es tan sencillo según las leyes de la reencarnación y del karma; entonces solo es un caso entre un millón, porque —acabo de decirlo, y seguro que lo aceptarán— el karma quiere nacer.
Eso es de usted.
Así que nunca podrá...
No quitará de en medio a ese niño; bueno, es posible, pero entonces ya es un estado con el que de todas formas no tiene que ver en este momento.
Esa señora no tiene que ver con eso, porque esto es karma de otra persona, porque otra persona puede atraer esa vida; ella, no.
Y allí es donde se encuentra la realidad.
Y ¿por qué no atrae ella esa vida?
Así que es el karma de otra persona, y ya se reviste del karma de otra persona y no puede ser atraído por ella; así que no es una vida suya que ya haya conocido, no hay duda.
¿No ha quedado claro?
Es algo de lo que no puede sustraerse.
Y, claro, ya podrá decir usted: sí, de acuerdo, no está bien.
Tengo... la semana pasada todavía escuché esa cinta, pero la puede escuchar veinticinco veces; cuánta sabiduría contiene.
Esa señora, a la que le hablé de adoptar y no adoptar...
Señora, puedo mencionarle diez, veinte casos de adopción de niños, que han terminado a vida o muerte, con asesinatos y todo.
Porque al comienzo uno no nota nada, todo va bien; pero ahora se hacen viejos.
Hace poco me viene, hace cuatro semanas, una madre, de día, se había leído mis libros.
Viene de la ciudad de Haarlem, siente gratitud, está en La Haya y trae flores para los maestros, y siente gratitud por haber conocido los libros.
Tiene un niño, un chico.
Ese muchacho va allí a catequesis.
Así que su hijo adoptivo va creciendo.
La madre quiere hablar con ese niño sobre cosas, pero el chico ya se va, no quiere tener que ver con eso.
Va a catequesis y cuenta lo que está leyendo la madre.
Entonces llega el señor cura.
Pero entre tanto ya se produce un distanciamiento porque el señor cura...
Dice: “Sí, el chico tiene que ir a algún sitio”.
Podría haber dejado que se hiciera protestante”.
“¿Qué te gustaría?”.
Y: “Mamá, me gustaría hacerme católico”, y quiero esto y lo otro.
El niño empieza a tener opiniones propias, y por el cura ya se aleja de ella.
Entonces dijo ella: “Nos pareció bien.
A mi marido no le importaba demasiado, pero dice: ‘Veamos lo que pasa y esperemos un poco’”.
Pero ahora el chico... ya es un adulto, se ha metido de lleno en la iglesia católica, hasta que empezó a entenderse a sí mismo, y entonces un buen día le dijo a su madre: “Me voy a la iglesia y no volveré jamás, no quiero saber nada de esas herejías tuyas”.
Y entonces el señor cura le dio la razón: ella estaba rabiosa, y esos malditos y desgraciados libros de ese señor Rulof, y todo lo demás, la sabiduría, no era otra cosa que algo del diablo.
Ese chico fue estropeado por completo, bueno, desde nuestra perspectiva, pero la iglesia católica echó a perder a la madre por completo.
Entonces dijo ella: “Y ahora puedo...
Y me fui a hablar y a hablar con él, y se llegó hasta ese punto: recibí una bofetada, en plena cara”.
Y dijo ella: “Entonces me puse a llorar, y sigo llorando”.
Y allí estaba ella.
Dice: “¿Qué tengo que hacer ahora?”.
Digo: “Entrégalo, despréndete de ello”.
“Dios mío”, dice, “se me desangra el corazón”.
“Vaya”, dice él, “pues entonces aquí tienes algo”.
“Bueno”, contesta ella, “me sigue doliendo”.
Y añadió: “Ahora ya no volverá nunca más”.
Pues entonces la iglesia católica se encargó de que el chico tuviera un trabajo y estuviera con otros padres adoptivos.
Y cuando oyen los dramas, señoras..., será mejor que no insista más tiempo.
Pero hace poco les...
Si escuchan esa cinta, entonces se oye que dicen ustedes: “Santo cielo, santo cielo, cuánta verdad hay en eso”.
Si quieren hacer ustedes todo eso, y es que es maravilloso, pues tampoco vuelvan a preguntar nunca: “Dios mío, Dios mío, cuánta ingratitud”.
Porque eso produjo en un noventa y nueve por ciento más ingratitud que felicidad.
Dado que, ciertamente... otra gente... —porque eso pasa a diario—, otra gente lo disfrutó, también más tarde.
Incluso conozco a padres, tenemos al hijo, ese niño adoptado que lo ha recibido todo, pero es que todo, se ha hecho médico, ha conseguido una consulta magnífica, aún carga a los padres.
Sí, todo eso está allí.
Pero..., pero piénsenselo, porque esto de verdad que no es tan sencillo, al menos no para más tarde.
Si tienen suerte, y atraen a... y tienen a una criatura maravillosa con sensibilidad, con vida y amor, pues, sí, entonces ya pueden adoptar hasta veinticinco, porque entonces es que no cuesta nada, va por sí solo.
¿No es así?
¿Tienen más preguntas sobre esto?
Si escuchan esa cinta, lo sabrán de una vez.
Aquí tengo: “Hace un par de semanas tuve dos veces muy seguidas un sueño”, vamos ahora a los sueños, “en los que no hacía otra cosa que subir escaleras.
Son escaleras normales, pero suben de forma empinada, rectas hacia arriba.
Es como si tuviera que escalar por mis propias fuerzas”.
Sí, nosotros eso aquí lo...
Si quiere compararlo con la vida: cada ser humano tiene que escalar.
¿De quién es esto?
Entonces cada ser humano escala, y nuestras subidas son empinadas, señora, no es sencillo, es algo muy inclinado hacia arriba, vertical.
(Jozef sigue leyendo): “La segunda vez que lo soñé tampoco era una escalera muy fiable”.
No, porque nos tambaleamos a cada instante.
Esas escaleras aparecen mucho en los sueños, porque para la gente son en cierta medida un nítido asidero material, y porque en ellas es posible ver y vivir directamente el grado espiritual.
Porque hay quienes...
Esa escalera cambió de pronto, en lugar de madera se convirtió en cuerdas, y encima se levantó una tormenta, y truenos, se hizo de noche, con cosas terroríficas, y había gente haciendo algo, estaban cortando con cuchillos —alguien me lo contó— esas cuerdas; y entonces ella volvió a reunir la fuerza para conseguir juntarlas, y al final, por fin apareció alguien, que dijo: “Aguanta, y así llegarás”.
Y esa mujer también ha vivido la historia entera de su vida en un sueño, como si dijéramos.
Hay más gente que tiene eso.
Y eso también es un fundamento sólido.
(Jozef sigue leyendo): “La segunda vez que lo soñé no era una escalera fiable, sino que parecía que los peldaños colgaran de cadenas”, madre mía, “y cuando avanzaba un poco caía presa de un agotamiento terrible”, no, claro, lógico, “una sensación de no poder más.
Sentía las manos impotentes, pero si me soltaba me caía sin remedio”.

Y es que entonces uno cae sin remedio.

“Sacando fuerzas de flaqueza me sigue agarrando y sigo luchando para avanzar”.

Pues así es la vida entera.

“Aun así, apenas voy avanzando.
Ya no me veo capaz ante el último peldaño.
Pero a veces se asoma una mano...”, ¿ve?, de eso estamos hablando, “...que vuelve a tirar de mí hacia arriba”.
Eso le pasa a más gente.

“Pero una vez arriba, no tengo, sin embargo, una sensación de alegría.
Me domina el agotamiento.
La segunda vez soñé...”.
Ahora lo concluiremos aquí.
“Sacando fuerzas de flaqueza”.
¿Qué es esta vida, señora, aquí en nuestra sociedad?
Estamos construyendo algo y otro que lo destruye así, sin más.
Y nuestra lucha por asimilar algo...
Por ejemplo, hace un rato me contó el señor De Zwet, el portero o el...
(Señor en la sala):

—El conserje.
—El conserje.
Ese hombre al que hace poco expulsamos de la sala, estaba aquí para alquilar la sala, para... esa doctrina de Jozef Rulof había que destruirla, porque era cosa de locos (ocurrió el jueves 20 de diciembre de 1951, también en la sala Diligentia; no hay una grabación de audio, probablemente por esta razón).
Ahora dice: “Hay que ver lo que dice esa gente”.
Resulta que en la tierra quizá haya fácilmente cien millones de espiritualistas, doscientos millones, trescientos millones, y este tipo aquí en La Haya empieza a poner trabas a eso.
Así que unos seres humanos van construyendo y otros destruyendo.
Y eso es así con todas las artes y ciencias.
Cuando aparece un ser humano con algo que destaca solo un poco por encima de lo normal, pues, entonces destruyen el tinglado.
¿Han visto la revista ‘Vizier’ —no lleva nada mío, pero sí algo sobre la medicina— de esta semana?
Dice ese hombre allí, el autor afirma: “Qué contentos pueden sentirse ustedes, los seres humanos, si pertenecen a este siglo”, y eso es cierto.
Y cuando uno lee eso entonces, empieza a sentir respeto por el médico que ya ha llegado a ese punto.
Porque antes... si te rompías la pierna, o lo que fuera, quitaban un pedazo, lo serraban, así, conscientemente, porque no tenían productos narcotizantes.
Cuando uno lee sobre esos gemidos y torturas, sobre cómo torturaban allí a la gente hace unos cuantos centenares de años, hace trescientos, cuatrocientos años, debido a que todavía carecían de medicamentos.
“Entonces mire un poco”, dice ese hombre, ese autor, “lo que el ser humano puede poseer en cuanto a gratitud si se pone alguna vez enfermo”.
Sí, es tremendamente instructivo cuando uno lee eso, en comparación con estos tiempos.
Pero había un médico que se disfrazaba para ayudar a la madre para que pudiera nacer el niño; y entonces se coscaron de que era un hombre, pues lo torturaron y lo echaron a la hoguera, porque no podía hacer eso.
Vean la estrechez de miras de la gente entonces.
Cuando uno dice eso, digo yo que... si te pones a comparar esto, pues miren cómo...
Yo digo muchas veces: “Acabamos de salir de la conciencia de la jungla”.
Pero es precisamente lo que somos.
Todavía tenemos ballenas, todavía tenemos eras prehistóricas, y todos esos grandes animales apuntan a una conciencia del tiempo prehistórica.
Y si en la sociedad topan con la psicología, entonces ustedes son, somos, los libros están destinados para el año 2500.
Miren, y ahora vivimos todavía en 1952, en el 52.
Nos hemos hecho un poquito más viejos.
Y, naturalmente, debería haber..., si el mundo tiene que aceptar esto...
Ahora ya no tenemos hogueras.
Pero si el mundo no hubiera llegado hasta ese punto —¿entienden?—, entonces ese hombre, que va en contra de todo, y los demás que a su vez desmontan la ciencia, recibiría...
Galileo se fue a la cárcel porque dijo: “La tierra gira alrededor del sol”.
Y así tenemos a un médico que dijo: “Tengo esto y tengo aquello, te lo demostraré...”.
A esos médicos los han destruido.
Y todos los eruditos se han devanado los sesos, han entregado sus vidas, han sido torturados, solo porque el ser humano no lo comprendía.
Y entonces lo que pasa, señora, es todo ese trepar en la sociedad para adquirir un poquito de conciencia; y estos sueños han sido soñados a fondo por miles de personas, esas escaleras, esos increíbles gemidos nuestros para conseguir un poquito de conciencia, que luego es destruida a su vez por otros a patadas.
Como una madre que es muy consciente —les hablé de ella— y su chico de diecinueve años, y que como hijo adoptivo la...
El niño tenía cuatro meses cuando ella lo recibió, y al cumplir los diecinueve años te da una bofetada en la cara.
Digo: “Sí, criatura, eso es algo que tienen que dejar de lado”.
Entonces dijo ella: “Qué horrible es eso, ¿verdad?
Lo quiero, es mi hijo”.
Va y dice: “Es como si yo misma hubiera parido al niño.
Otra vez, otra vez, y entonces estás...”.
Esa mujer, esa madre, dice: “Sí, es un hijo adoptado”, pero ella lo hace para la vida de Dios.
Digo: “Puedes amar la vida”.
Y resulta que esa vida te da una bofetada en plena cara.
Es horrible verlo, pero la propia sangre se va.
Entonces va ella y dice: “Se me está yendo la sangre, literalmente.
Mi marido ya no me puede ayudar”.
Estuve hablando con ella una hora, y volvió a marcharse alegre.
Digo: “Deja eso de lado.
Cuando haya leído todos los libros, entonces...”.
Fue cuando dije exactamente lo mismo que aquí la semana pasada.
Digo: “Claro que usted quiere algo, claro que quiere hacer el bien, claro que quiere poseer algo.
Solo es para dar tregua a sus deseos”.
Le falta algo.
Ahora hacemos algo.
Póngase a analizarlo: ¿está claro que se trata aquí de mi hijo? ¿O es mi deseo?
¿Qué es lo que está hablando ahora?
¿Es la criatura? Entonces nunca recibirá una paliza y no hay quien la quiebre a usted.
Ahora la mujer está destrozada; allí va.
Dice: “Me muero de pena, de dolor”.
Ya está, allí están las pruebas.
Es lo mismo con nuestros gemidos en esta sociedad.
Y por mucho que ahora usted alegue cien mil cosas, diariamente, las cosas más pequeñas la colocarán ante esa escalera.
También se le echará una mano.
A mí me la echó el maestro.
A otros se les ofreció esto.
En la Biblia, a su vez, se les echó una mano a otra gente; dicen: de los profetas, pero fueron los maestros quienes hablaron.
Los maestros son las personas que han vivido en la tierra y que ya están allí —nosotros todavía iremos allí— y son ellos quienes tienden la mano.
Tenemos tantos libros.
Nosotros tenemos el camino.
Nosotros ya conocemos las leyes.
Nosotros sabemos: no existe la condena.
¿Qué más cosas no sabemos que están por encima del ser humano que no quiere aceptar eso?
Pero la dificultad sigue siendo exactamente la misma.
Solo que nosotros ya no tenemos que hacer aspavientos en materia de condena.
¿Qué más les da a ustedes si luego se van al ataúd?
Es lo más bonito que hay: seguirán.
Su evolución continuará.
O regresarán a la tierra, en el otro lado continuaremos, estaremos en nuestro propio estado.
Y otros seguirán contemplando la tumba, con pensamientos circulares, ni siquiera capaces de calar la situación, porque ese ataúd, ese ataúd, ese ataúd, ese ataúd...
Y tenemos tantísimas cosas.
Quiero decir con ello: qué fácil es para nosotros subir ya por esa escalera, por esos peldaños, ¿no?
Y si estos se vencen, dicen: “Bueno, pues, que se venzan, que crujan”.
Miren, eso los otros no lo tienen.
Así que esos sueños se hacen cada vez más graves, porque el ser humano no es consciente.
Si lo fuera, tampoco habría dolor.
¿Saben que el dolor y la desgracia no existen?
Bueno, claro, siempre es posible que tengan enfermedades físicas, dolores.
Y esas no se borran con palabras.
Pero en el espacio no existe la pena espiritual.
¿No es imponente que uno pueda decir: “¡El dolor no existe!”?.
No lo creó Dios.
Pero eso no es todo.
Cuando el ser humano se ve golpeado por el amor, siempre es inconsciencia, porque en el amor verdadero no hay golpes.
¿No es así?
Si el ser humano supiera, tendría un amor muy diferente.
Debido a que no ascendemos por esas escaleras con una conciencia armoniosa con las leyes, se convierte en un subir a gatas, dejándonos el alma, por las leyes de la madre naturaleza.
Vamos arrastrándonos hacia arriba, dejándonos el alma.
Eso, sin embargo, no hace falta, señora.
Si usted me escribe, aquí: “Subí por esa escalera”, entonces ya comprenderá: aquí está su tarjeta de visita.
Voy a analizarla a usted hasta dejarla desnuda, hasta que haya salido de usted todo lo que está viviendo aquí.
Yo no puedo vivir esa escalera.
Y otra persona quizá tampoco.
Y si ahora aprendieran a poseer al cien por cien la entrega y el saber —porque entonces sabrán que cada paso hacia Dios vive en ustedes—, ¿por qué iban a estar escalando a duras penas?
¿No tengo razón?
Ya no habrá gemidos cuando sepan que la muerte no existe.
¿Entonces por qué iban a llorar ustedes? ¿Por qué llora esa gente, pues, cuando ya es tan adulta?
¿Y por qué sufren una pérdida cuando se va el padre o la madre, y la criatura? ¿Por qué lloran hasta más no poder si son tan grandes en el amor?
¿Por qué sigue teniendo la gente aquí dolor cuando pierde a su hijo?
Una madre... vinieron a verme centenares de madres por los libros.
Holanda entera...media Holanda me escribía a raíz de ‘Una mirada en el más allá’.
Centenares de madres me mandaban unos ramos de rosas y flores, así.
Un solo ramo con setecientas cincuenta rosas para la madre de Gommel, porque la madre ahora también sabía dónde estaba su criatura.
Claro, es cuando surgen aún más historietas.
Me dijo entonces: “Ahora sé que no he perdido a mi criatura”.
Pero, ¿qué más falta añadir a eso, señora?
Entonces se puso a leer, se lo leyó todo, y al final de tanta lectura dijo: “No he hecho más que engañarme, señor Rulof, porque imaginemos —estaba leyéndome ‘El ciclo del alma’— que mi criatura vuelve a la tierra y que yo me muero...
A fin de cuentas es la vida de Dios, la criatura ni siquiera es mía”.
Y entonces incluso retiró eso.
Fue solo entonces que se pudo valer ella misma de forma divina.
¿No le parece increíble?
Mire, esos gemidos los puede aplicar a todo.
¿Y a quién no le hace falta una escalerita de esas, una escalera de esas para ir ascendiendo en sentimiento?
Porque si acepta usted todo esto en sentimiento y si lo quiere vivir según las leyes —y estas son infalibles en esos libros—, entonces ya ni siquiera le hará falta esa escalera, se desvanecerá, y soñará usted de otra manera.
Porque soñará según su sentimiento.
Mire, esos gemidos en la sociedad en realidad son la renuncia a nuestro propio deseo.
Si es usted capaz de dejar todo de lado y ya no tiene deseos, la gente dice: “Entonces no soy nada”, pero es cuando permanece el todo absoluto: el sentimiento “amor”.
Eso es lo que permanecerá, tiene que existir, naturalmente, y cuando está eso, señora, todo irá por sí solo.
La gente dice: “Es difícil”.
Ese, pues, es el camino más sencillo.
Si uno lo sabe.
Hacemos todo lo posible, intentamos estar en armonía con esa doctrina, con esas leyes; y todo irá por sí solo.
No hace falta precipitarse, porque vive usted en la eternidad.
Bueno, podrá decir que estamos hablando de: esto me tomará cinco años, diez.
En cinco años podrá conseguir más conciencia.
Porque, mire, ¿qué hay en esto?
Cuando haya ascendido por esas escaleras y haya llegado arriba, empezará a ver la vida de otra manera, hará las cosas de otra manera, actuará de otra manera.
Así que esos maestros...
El maestro Alcar sabe sin ninguna duda...
Dice: “Ni siquiera habría sido necesario escribir.
Cristo tampoco habría tenido que venir.
Pero como vino y como sabemos que vivimos: ¿por qué no íbamos a liberar a la gente de su miedo por la muerte cuando esta no supone más que felicidad?”.
Es por eso que regresan y dicen: “Nosotros vivimos.
No teman la muerte y no lloren a los muertos, porque la muerte no existe”.
Así que no es su obligación contárnoslo, solo esto: “Amen todo lo que vive y la muerte no existe.
Así tendrán la felicidad, porque nosotros vivimos”.
Y en eso está contenido todo.
Quizá en un rato tenga más preguntas al respecto.
(Jozef sigue leyendo):

“La segunda vez soñé que estaba acompañada de algunas personas más.
A ellos no les costaba tanto la escalada, ni mucho menos”.
Ahora no lo he leído, ya lo ven.
Ya ven, todo está allí.
(Jozef sigue leyendo):

“Incluso eran capaces de...”.
Claro, ahora podrían decir ustedes: “Ya, pero ese señor Rulof no hace más que decir bobadas”.
Pero siempre acierto.
Mejor escuchen: siempre acierto porque conozco esa ley espiritual.
Y por aquí también he vivido cosas.
Y es que esto no se me regaló así como así.
Todo lo que ustedes han vivido también lo tuve que atravesar yo, tuve que pasar por allí.

Y entonces es posible...
Hay gente a quien se le echa una mano, y otra y otra, y hay gente que siempre necesita para cualquier cosita de nada a otras personas para que les echen una mano, pero nunca tienen nada para ellas mismas; es aún más triste.
A esa gente no hay que querer...
No quieren subir la escalera solos, sino que les apetece que se les suba en brazos.
Y una vez arriba, pues, al cielo, con otro ascensor de esos, ¿entienden?
Claro, y allí Nuestro Señor les va a compadecer a ustedes, ¿verdad?
Allí verán cosas muy diferentes.
(Jozef sigue leyendo):

“A ellos no les costaba tanto la escalada, ni mucho menos”, no, “incluso eran capaces de charlar”.
Pero ¿es que usted no hace eso aquí?
El ser humano ha ido avanzando por la ciencia de otros.
Nosotros aprendemos ahora porque Lantos Dumonché, el maestro Zelanus, se partió el cuello.
Durante la guerra... eso lo sé, hubo centenares de niños judíos —serían al menos mil— que fueron gaseados en Alemania con ‘El ciclo del alma’ bajo el brazo.
Lo sé, por los campos de concentración.
Allí se leía día y noche ‘El ciclo del alma’, por debajo de los camastros.
Y uno de esos libros tuvo el honor de ser gaseado con el judío, con la criatura judía.
Entonces dijo ella: “Te destrozarás”.
Entonces dijo él: “Eso no lo haré jamás.
Toma, mejor léelo tú misma”.
Eso es lo que consiguió el maestro Zelanus con su libro y allí está ahora la imagen.
Y eso para Dios, y eso para Cristo, y eso para el universo, y eso para otros millones de leyes que hemos tenido que asimilar, que tenemos que asimilar, y por las que ahora se nos tiende una mano que nos ayuda.
Y ahora todos ustedes están en eso.
¿No hay ni una sola persona entre ustedes que sí que necesita una mano para algo insignificante?
Si así fuera, ni siquiera estarían ustedes aquí y ya no necesitarían esos libros.
Pero la sociedad ya es profunda, la vida es profunda, es divina.
Y a la sociedad no a podemos hacer divina, aunque sí espiritual.
Y ahora los seres humanos estamos espiritualizando esa sociedad, nuestra forma de actuar en ella.
Y para eso tenemos esa escalera.
¿No es así?
Y allí es donde entonces nos partimos nuestro preciado cuello, el interior, ¿entienden?; el cuello material de vez en cuando también, pero eso, a su vez, es culpa de otros.
Ahora tenemos aquí: “Sin embargo, esa gente me daba la sensación de que no albergaban mucha profundidad.
Yo no sueño mucho, pero este no deja de repetirse los últimos años”.
Es un sueño muy bello, señora: está usted trabajando en sí misma.
(Jozef sigue leyendo):

“Otro sueño que no deja de repetirse es que descubro un incendio incipiente”.
Hay más gente que ve eso.
“Empiezo a echarle inmediatamente agua y espero de las demás personas que me rodean que ayudarán también en la medida de lo posible.
Pero solo se quedan mirando”, y eso es cierto, “y piensan: ‘Es que de todas formas ya no se puede salvar nada’”.
No, piensan: arréglenselas ustedes mismos.
Porque cuando estalla un incendio en nosotros, señora, o sea, cuando alguna vez explotamos de verdad y creemos que el incendio, el fuego, nos va a destruir física y espiritualmente, entonces el ser humano espiritual que lo presencia... quizá estas no sean personas espirituales... pero si hubieran sido los maestros, habrían dejado que nos quemáramos.

De lo contrario jamás saldremos de allí.
Porque si nos sacan de allí no habremos vivido esa liberación de la incineración, de esa destrucción.
Dicho de otro modo: si ven allí a un ser humano que representa tal y cual grado, y ese ser humano no quiere, no puede, ¿cómo puedo darle mi sentimiento, y otra persona el suyo? ¿Cómo puedo darle la verdad, la realidad y el amor de que en verdad es así?
Así qué, ¿cómo es posible?
Por tanto, esa gente tiene que dejar que usted se queme.
Dicho con otras palabras: ese sueño se refiere a la eternidad, y eso significa: usted misma se lo tiene que merecer todo, vivir todo; tiene que atravesarlo.
Y entonces sabrá, ya se encargará de mantenerse alejada de un incendio interior.
Es decir, entonces ya no nos dedicamos a prender hogueras por la pasión, la violencia y la destrucción —¿entiende?—, eso se convertirá en el fuego, eso es el fuego de la pasión interior.
Eso no significa que tengan que vivir a la buena de Dios, sino que las cosas más pequeñas poseen el mismo fuego que las grandes, por las que el ser humano comete un asesinato.
Un acto propulsado por la personalidad —por muy nimio que sea— posee la misma sintonización que el sentimiento que asesina, prende fuego y más cosas.
¿No es así?
Y es posible analizar todo eso.
(Jozef sigue leyendo):

“Pero no hacen más que mirar”.

Pues, no, esa gente no mueve un dedo, porque no hay quien le pueda ayudar a usted, es usted misma quien lo tiene que vivir.
(Jozef sigue leyendo):

”Pues entonces lo mejor es seguir sola y voy corriendo con cubos de agua, desde abajo, después de bajar la escalera, hacia arriba, y mi esfuerzo tiene recompensa: logro sofocar el pequeño incendio”.
Entonces ya es usted un ser humano feliz.
Señoras y señores, ¿cuántos pequeños incendios no habrá en nuestro interior que no hemos sofocado?
¿Pues?
Entonces empezaremos con... a partir de este año volvemos a comenzar, ¿entienden?, como si hubiera ocurrido algo muy sorprendente.
Hace unos instantes casi me aplastaban a muerte, querían darme la mano; preferí irme rápidamente.
Digo: “Gente, vivimos en la eternidad”.
Claro, puedo serlo de una forma humanamente decente; digo: “Muy bien, señor, pues gracias, eh”.
Pero pienso: ‘Largo de aquí, rápido’.
Porque vivimos todavía en los mismos minutos de la semana pasada.
No hay un comienzo ni un final.
Bueno, hubo un comienzo, habrá un final.
Hubo un comienzo divino y un final humano divino.
Pero aquí pone algo más: “Señor Rulof, soy un poco reacia a conceder a mis sueños un valor espiritual; pero me llama la atención que estos sueños se vayan repitiendo una y otra vez a lo largo de los años.
¿Podría indicarme el camino en ellos?”.
Mire, señora, preste atención si en esos años no ha cambiado nada en esos sueños, en esas escaleras.
Otra señora soñaba casi lo mismo, esas escaleras, escaleras, escaleras...
Que va y dice: “Un buen día, por la mañana, por la noche, volví a estar soñando.
Y entonces”, dice, “en esos años leía muchos libros, algunos suyos entre ellos.
Y mire cómo se está manifestando eso ahora”.
Entonces dijo: “En tres, cuatro...
Al comienzo era una escalera pelada, tenía un aspecto viejo y sucio.
Pienso: si me subo, me caigo con la escalera y todo.
Años y años después, quizá hace diecisiete años,”, dice ahora, “según soné hace dos semanas, había una alfombrilla en los tres, cuatro primeros peldaños.
Y por aquí y por allí se había dado una mano de pintura”.
Entonces pensó: ‘Vaya, tiene agujeros, todos bien arreglados.
Y esto está bonito, de nuevo.
Qué aspecto tan apañado’.
Y va y dice: “Disculpe”, dice, “no será que eso se refiere también a mí, señor Rulof?”.
Digo: “Sí.
¿Cómo era usted?”.
“Pues”, dice, “yo era antes una gata salvaje y ahora ya no me veo haciendo esas fechorías”.
Digo: “Señora, pues entonces sí que ha visto usted una imagen de usted misma, porque”, digo, “usted todavía me parece...
No creo que le vayan a ir mal las cosas.
Tiene usted buen aspecto, por dentro y por fuera”.
Pero ya lo ven: esto ya empieza a corregirse, ya se muestra con una alfombrilla debajo de...
Es una imagen material de que algo ha cambiado por dentro en la personalidad.
Pero ¿quién entre nosotros no tiene que ascender alguna escalera?
Aunque hay gente...
Ahora estamos en ello, ustedes lo están.
Pero ¿pensaba usted que alguien...? Como ese hombre de allí, y otras personas... que alguien que no quiere empezar con eso, que lo tira todo por la borda...: “estamos locos y Dios está loco y esos no tienen ningún Dios ni ningún Cristo”, esa gente va en contra de cosas que el mundo tiene que aceptar como realidad, como posesión fundamental de la naturaleza...
¿Cuándo empezará esa gente, pues —se lo pregunto— con ese ascenso de las escaleras?
Porque sí estamos..., a fin de cuentas la criatura católica, la criatura protestante, todas las religiones y sectas están ascendiendo escaleras.
Todas esas personas están haciendo alguna cosa.
Y es ascender nuestra pequeña personalidad terrenal, vencer al ser humano, aquí, de cara a las leyes divinas.
Eso lo tiene cualquier religión, ¿no?
Y de este modo el ser humano no puede eludirlo.
¿Quién tiene alguna pregunta más sobre esto?
Este año nuevo no tengo tantas notas de estas.
Tengo dos.
Y entonces ya podría dirigir el micrófono a la sala.
¿Quién tiene que preguntar algo al respecto?
¿Quién de ustedes?
¿O ya llegó usted arriba, señora?
¿Ya llegó usted arriba, señor De Wit?
¿Quién llegó ya?
(Señora en la sala):

—Señor Rulof...
—Sí, señora.
(Señora en la sala):

—Yo también sueño alguna vez con una escalera, pero yo siempre la bajo.
—¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Yo también sueño alguna vez con una escalera, bastantes veces, pero yo siempre la bajo.
Y entonces llego a un sitio que es muy hermoso.
Y en un momento dado me entra miedo y entonces ya me basta y me despierto de una sacudida.
—Así que está usted arriba y vuelve a bajar, y abajo todo es hermoso y aun así ¿le entra miedo de golpe?
(Señora en la sala):

—Me despierto.
—Bueno, creo que le entra miedo porque va justamente en la dirección equivocada.
¿No le parece?
Pero, bien, ¿qué es esto?
Usted también sueña con escaleras, para arriba, para abajo, y va descendiendo, y cuando está abajo le entra miedo, pero allí hay mucha belleza, y aun así le entra miedo.
Pues, sí, señoras y señores, ¿qué será eso?
¿Pueden explicar ese sueño?
Hemos hablado de esto.
Pero en realidad, ¿qué es?
Contiene un hermoso núcleo.
¿No lo saben?
¿Quién lo sabe?
¿Quién es capaz de analizar un sueño?
(Otra señora en la sala):

—La belleza no es más que apariencia, al comienzo seduce y después te entra el verdadero sentimiento y empiezas a tener miedo.
—Esta señora sueña que va subiendo.
Está arriba, pero ahora va bajando.
Y eso es muy hermoso.
Sí, es fácil.
Sin embargo, le entra miedo.
Miedo, aunque no sabe lo que es.
Pero es hermoso.
Pues, sí, ¿sabes lo que es hermoso?
Que fuera hacia arriba, eso era hermoso.
Y entonces aparece el miedo, no sabe lo que es, porque camina en la dirección equivocada.
Su vida empieza a decir: “No, hacia allá no puedes ir, ahora tienes que subir, sigue”.
Y entonces llega el miedo.
Ella estaba en la parte hermosa; y sale de allí.
¿No es sencillo?
Está en la parte hermosa y sale de allí, de forma humana, tan simple como eso, por lo que empieza a sentir que le falta algo; y eso se convierte en miedo.
¿Lo acepta usted?
¿Más cosas?
Señora.
(Señora en la sala):

—Señor Rulof.
Pero yo precisamente soñé una vez, en tres ocasiones seguidas, que... (inaudible)... poder decir.
Sin embargo, estoy en un edificio alto y me pongo en el borde del marco de la ventana y simplemente salto hacia abajo, aunque voy planeando; y cuando llego al suelo me mantengo suspendida un rato más...
—Hay que ver.
(Señora en la sala):

—Eso lo tuve tres veces seguidas.
—Así que es como si fueras una pelota de goma.

(Risas).

Sí, señora, eso en realidad me lleva a...
No, tampoco es turismo por la fachada, ¿verdad?
Pero usted se va por la ventana, salta y va planeando hacia abajo.
(Señora en la sala):

—Sí, simplemente voy planeando y no me caigo.
—No se cae.
(Señora en la sala):

—No.
Le repito: estoy de pie.
Bueno y entonces simplemente me bajo y voy bajando junto a la pared, algo así.
—¿Siente usted también?
(Señora en la sala):

—Sí.
—Y qué bueno, tan cerquita de casa.
(Señora en la sala):

—Y entonces es una delicia cómo voy planeando hacia abajo, y cuando llego al suelo...

(Risas).
No se parece al salto de carpa, no, no se parece a un salto de carpa.
Es que no sabría darle un nombre, ni siquiera lo sé.
No tengo contacto con eso.
Con esto aún es posible conectarlo en cierta medida.
A, sueña usted..., la gente sueña las cosas más extrañas.
Porque cuando eso se pone en marcha por dentro, entonces realmente uno de cada cien sueños...
Mire, el sueño puede ser: analizar —y eso es—, analizar la conciencia diurna.
Pero entonces es posible...
Uno siempre tiene que llegar a tener un sueño espiritual.
Porque no somos capaces de someter nuestra vida a análisis; para eso nos falta el sentimiento.
Aunque uno lea cien veces los libros, ni así será una posesión.
Debería de sentir usted alguna vez, y comprender, que cuando el ser humano sueña...
Y por mucho que lean cien libros, aunque lo sepan, no será su posesión en el sueño.
Porque cuando se ponen a soñar, el ser humano vuelve a errar el tiro, aunque haya asistido a cien mil conferencias.
Porque solo empezarán a soñar cuando eso sea su posesión.
Así que tienen que haberlo vivido.
Por mucho que sepan cien veces: “la reencarnación es pura y nítida”, ni siquiera entonces serán una reencarnación.
Así que no serán capaces de vivirla.
Mi maestro me hacía soñar.
Primero soñar, establecer contacto...
Me encontraba en el mundo de lo inconsciente, era atraído, pero veía de antemano al padre y a la madre, era en Francia.
Dice: “Mira”, y me encontraba despierto, dice: “ahora vas a descender y mientras vas descendiendo te vas a hacer más y más pequeño, hasta ser un embrión”.
Así que eres un ser humano y aun así un embrión.
Igual que la cabeza de una aguja, aun así ser humano, y pensante; eso es posible.
Y entonces entras en contacto.
Más tarde fuimos entrando conscientemente en eso.
Y solo entonces fui capaz de someter mi pasado a sueños.
Viví un sueño: nacía, en la madre, yo era una niña.
Fui creciendo, empecé a salir con un chico, lo veía, tuve dos hijos como madre.
Y todo eso lo viví en el sueño.
Hasta que volví al ataúd y regresé a ese lugar en aquel mundo de lo inconsciente.
Te lo sueñas en media hora.
Pero añadiendo cada fenómeno, señora, entonces tienes contacto.
Así que empiezas a soñar de forma consciente e inconsciente.
Empiezas a soñar de forma inconsciente, es decir: ahora puedes soñar físicamente, espiritualmente, para tu vida interior.
Eso es alumbramiento, creación.
Y entonces puedes volver a vivir la personalidad.
Es cuando puedes vivir centenares de miles de sueños que en ese momento ni siquiera son cosa nuestra, pero que en cierta medida sí tienen que ver con nosotros por nuestros sentimientos.
Porque hay masas de personas que sueñan, y las cosas más estrambóticas, sí, también cosas sorprendentes.
Se puede analizar cada sueño, pero de inmediato el contacto espiritual hay que...
Mire, con que tenga usted allí algo entre esas cosas que dice, una portada, el título, solo eso.
Claro, bien puedo tratar algo más a fondo...
Puedo conectarlo.
Se puede analizar cualquier sueño si este tiene conexión.
(Señora en la sala):

—¿El sueño que tuve anteriormente?
—No, lo que está diciendo.
(Señora en la sala):

—Sí, ese mismo sueño lo tuve tres veces.
Nunca sueño.
Pero una vez soñé... sí, eso fue bastante antes, soñé que entraba en una cocina muy grande con una encimera blanca muy grande, un grifo de agua de cobre grande y una tulipa encima, ya sabe, y por arriba estaba lleno de ventanas, todo era tremendamente grande, y un horno grande; y entonces fui allá y resulta que estaba lleno de pequeños grifos, todo estaba tan limpio que relucía, ya sabe, y ese grifo también brillaba que daba gusto, y había colgando una tulipa blanca muy grande, una lámpara.
Estaba buscando una vivienda, a mi manera, ya sabe...
—O sea, digamos, que usted..., ese sueño...
Imagínese que entrara usted como madre en una cocina tan bonita.
Eso puede ser la conciencia de la cocina.
El deseo...

(Risas).

Sí, sí, ríanse, señoras, pero si ustedes...
No sé qué aspecto tendrán sus cocinas, pero esta desde luego que es una muy hermosa, con esas bolitas doradas.
(Señora en la sala):

—Una maravilla.
—Mire, es posible, por tanto, someter esas cosas a los sueños, de hacerlo con cosas materiales.
Pueden desear algo y entonces ocurre en un sueño.
Yo tuve, por ejemplo, varios sueños de esos, quería esto y lo otro y aquello.
Se lo conté.
Pero entonces te despiertas por la mañana y no tienes dinero ni eres un príncipe y resulta que no eres nada, y pienso: ‘Hay que ver cómo he vuelto a tomarme el pelo anoche, ¿verdad?; viandas, bebidas...’.
Ya solo deseo soñar para dar algo al mundo, para dar felicidad a la humanidad.
Y entonces dicen: “Cuánto dinero hay allí, pero ¿qué será?”.
Yo, sin embargo, deseo regalarlo a la humanidad, todavía tengo tantas cosas hermosas que dar.
Otros dicen: “Claro, majaderías”.
Y entonces voy a parar verdaderamente a diversas cortes, pero por la mañana estoy tirado por la calle y resulta que se anuló.
Y entonces digo: “Mejor vete, por el amor de Dios, porque me faltan muchos millones”.
Y después, en cambio: mal.
Ves, son mis propios deseos.
Digo: “Maestro Alcar, mejor a mí no me dejes soñar más, porque de todas formas no se cumplirá”.
En general no es más que la recuperación de la conciencia diurna.
Entonces el ser humano ha vivido demasiadas cosas a lo largo de los años y eso se analiza después en el sueño, cuando duermes, y así la vida y la materia —y alegrémonos de que así ocurra— vuelven a armonizarse, porque de lo contrario la vida interior destrozaría sin remedio el sistema nervioso en un mes.
¿Quién más de ustedes?
(Señora en la sala):

—Sí, señor Rulof.
—Señor.
(Señor en la sala):

—Quería volver a hablar un momento sobre aquello a lo que se refirió hace unos momentos, lo de (la revista) ‘Vizier’ sobre la medicina técnica...

—Sí.

—... de que hace trescientos años había tanto dolor y pena.

—Ah, eso era terrible.

—Pero hace bastante tiempo en una de esas revistas se decía que la ciencia había descubierto un cráneo en Oriente, con una antigüedad estimada de cuatro mil años, que había sufrido una operación, por la que hoy en día nos quitaríamos el sombrero.
Señor, el Antiguo Egipto, eso ya también es de hace cuatro mil años, nosotros... —ya estamos otra vez con las ínfulas—, allí los maestros, los sacerdotes abrían cráneos gracias a sus conocimientos de las hierbas, quitaban tumores, los untaban con una sustancia, disolvía la piel y podía quitarse, se servían de medicinas, operaban.
Pero de lo que se trata: allí hubo médicos, habían avanzado mucho.
Porque primero tuvimos los curanderos de la jungla.
Por cierto: todos ustedes son curanderos o curanderas de sí mismos.
Porque entonces éramos igual que el perro y el gato.
Cuando al perro le duele un poco el estómago, empieza a comer hierba, o lo que sea, igual que el gato, y no dejan de buscar algo hasta que se lo hayan quitado de encima, o enferman; pero suelen ayudarse a sí mismos.
Y ese fue el primer pensamiento para resolver problemas.
Eso fue así durante miles, millones de años.
Y ahora, en estos tiempos, pues, sí, la ciencia desde luego que ha avanzado un buen trecho.
Cuando leen eso, llegan a ver la poderosa diferencia de cómo sufría la gente por aquel entonces; y así nos pasó luego a nosotros también.
Murieron millones de personas por la peste, la viruela y el cólera.
Es lo que había.
Las cosas más extrañas, pues, había que operarlas conscientemente, señor.
Y eso es lo que escribe ese hombre: “Aparecieron dos caballeros...”.
¿Qué pensarían ustedes, señora, o señor, si apareciera su carnicero de siempre con el cuchillo, se lo clava en la tripa para curar esa apendicitis, así como así?
Imagino que en esos tiempos uno se desangraría hasta morir antes de que hubiera llegado hasta allí; pero lo hacía el carnicero.
Lean cómo atiborraron a un rey con sopitas y cositas, hasta que...
En cuestión de dos semanas lo habían envenenado.
Pero lo que querían era..., querían sanarlo en un solo día.
Bueno, no es como para reírse; pero hasta este punto hemos llegado ahora, y eso..., durante los últimos cincuenta, setenta y cinco años los médicos se han enriquecido, se han desarrollado.
Y ahora todavía estamos en 1952, ¿verdad?, las facultades espirituales se encuentran en un punto muerto.
Los médicos pueden ir más lejos, los milagros técnicos...
Y el resto, la astronomía —claro—, los biólogos, los geólogos...
Pero no hay ni un teólogo que avance, ni un psicólogo, ni un psiquiatra.
¿No es triste?
Aquí estamos ahora, o sea en 1952, en un punto muerto.
Y eso, desde Cristo, después de Cristo, se ha...
Eso en Egipto ya estaba ocurriendo, así era en China, ya estaba en marcha hace diez mil años, allí es donde se erigió.
Y ahora, en 1952, después de diez mil siglos, el psicólogo se encuentra en un punto muerto.
Sabe: no puedo seguir.
Pero los médicos...
Ja, ja, ja, santo cielo, todavía hay que descubrir el cosmos entero para lo corporal.
Más adelante llegaremos a tener instrumentos con los que se resolverán todas las enfermedades.
No estamos sino empezando.
El paraíso humano llegará más adelante.
Ustedes ya querrán volver, dicen: “Ya no quiero volver aquí”.
Pero, señora, señor, luego será una delicia vivir en la tierra.
Ya no estarán enfermos, ya no tendrán karma, ya no será necesario pensar en el frío o el calor, llegarán a refrescarse, tendrán todo, podrán volar por todo el mundo, irán a hacer viajes, trabajarán como mucho —si es que trabajarán— una hora al día o dos a la semana; eso será todo lo que harán, porque entonces lo harán las máquinas.
Será cuando el ser humano comprenda el milagro técnico.
¿O pensaban ustedes que no es así?
Es más sencillo que nada hacer una predicción para dentro de cinco mil años.
Podré enseñarles La Haya con toda precisión.
Ya no hará falta que estén hacinados.
Entonces tendrán todos..., tendrán el aparato en casa y podrán...
Igual que la televisión, la televisión se va ahora hasta Bélgica, ¿cuántos kilómetros abarca la televisión?
Más adelante les llegarán imágenes desde Estados Unidos.
Les llegará la imagen desde las esferas a la tierra, todo eso se materializará.
¿Qué más querrán saber entonces?
Se sentarán y escucharán.
Ya no hará falta que...
Ya no será necesario que sigan siendo incrédulos ni que duden de: ¿todavía hay un maestro?
Ese maestro se irá erigiendo aquí y volverá a estar entre ustedes y hablará.
Pero entonces ya no será necesario que hable, sino que dirá: “Arréglenselas ustedes mismos”.
(Señor en la sala):

—A la larga, ¿no será todo entonces muy aburrido?
—Ya estamos.

(Risas).

Ya estamos, señor.
Señor, entonces la vida será...
Este señor dice...
Señoras, ¿lo han oído?
(Señoras):

—Sí.
—“No será todo entonces muy aburrido?”.
Pero, señor, en el más allá, ¿qué se cree que los maestros...?
En el Omnigrado vive Cristo con centenares de billones de almas, todas maestras, conscientes divinas, ¿cree que se aburrirán allá?
(Señor en la sala):

—Pero esos maestros no son todos igual de elevados.
—¿En el Omnigrado?
(Señor en la sala):

—Ah, en el Omnigrado, dice usted.
—Es que en el otro lado también viven cien millones de maestros.
(Señor en la sala):

—Eso, exactamente.
—Y no se aburren ni un segundo.
(Señor en la sala):

—No, todavía tienen mucho que aprender.
—No, señor, ya no aprenden nada.
(Señor en la sala):

—¿Ah, no?
—No, allí ya no aprenden nada.
Voy a contarle una hermosa historieta.
Cuando haya alcanzado usted la séptima esfera, señor, la cuarta esfera, ya no hará falta que aprenda nada para este espacio y...
(Señor en la sala):

—¿Tampoco desaprender?
—¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—¿Tampoco desaprender?
—Allí ya no hace falta desaprender nada, señor.
Aquí los he envuelto en un complicado problema, de verdad que sí.
Cuando haya alcanzado la cuarta esfera, ya no podrá cometer errores, porque seguirá de forma conscientemente armoniosa, así que todo eso seguirá por sí solo, por el nacimiento.
(Señor en la sala):

—Exacto, así que por el nacimiento, dice usted.
Así que uno hace algo.
Sigue estando en acción.
—Sí.
¿Por qué?
Eso se lo he explicado aquí centenares de veces, y eso se lo dicen los libros.
¿Por qué no se aburrirán ustedes?
Siempre estarán despiertos, porque nunca se quedarán dormidos.
Dormir ya no existirá, ni el aburrimiento.
Los maestros no hacen nada, pero lo son todo, vean.
Ya no mueven ni un dedo.
Caminar, ir, dice: “Voy a echar un vistazo en la tierra”.
Muchas veces los veo caminando por la calle, y entonces digo: “Oye”.
Siempre ando...
Cuando estoy en la ciudad y me encuentro entre la gente, siempre me sintonizo interiormente y veo por las calles más seres espirituales que humanos.
Pienso: ‘Ah, están de paseo.
Están de paseo’.
Miren, en (la sala) Diligentia les ofrezco las conferencias a partir de la Omnifuente.
¿Lo han vivido?
Dios como Padre, Omnifuente, Omnialma, Omniespíritu.
Ese Omniespíritu sigue impulsando hoy mismo.
Esa Omnialma sigue existiendo ahora mismo.
Si esta dejara de existir, nos disolveríamos, ya no estaríamos.
Entonces todo se derrumbaría; cuando la Omniluz dejara de iluminar, desaparecería toda la luz.
Si la Omnimaternidad y la Omnipaternidad dejara de existir, Dios ya no estaría, estaríamos...entonces se derrumbaría cada... todo lo que tenga, posea, paternidad y maternidad se desplomaría y comenzaría a podrirse, o de pronto se extinguiría, como un huracán, porque ya no existiría la fuente primigenia.
¿Qué es el crecimiento y el florecimiento en la tierra, en la materia?
La Omnialma, la Omnivida.
O sea, el ser humano en las esferas de luz, la cuarta esfera, lo es todo, pero ya no requiere hacer nada, porque ha vencido su vida corporal para este espacio.
Pero él es alma de esa Alma, consciente, ahora como ser humano, como espíritu, espíritu de ese Espíritu, padre de ese Espíritu, madre de esa Maternidad.
Pero, miren, entonces el ser humano dice: La Omnifuente sigue impulsando y permanecerá.
La Omnimadre..., quienes representamos la Omnimadre somos nosotros, como luz, como vida, paternidad y maternidad, personalidad, reino de colores, Dios también se ha convertido en eso.
Pero los dioses somos nosotros.
No existe un Dios humano.
Entonces llegarán a la vida detrás del ataúd, en la séptima esfera, y allí son, por tanto, luz.
Debido a que vivirán, todo vivirá.
Pero si quienes ya no vivieran fueran ustedes, todo se derrumbaría; ya no serían luz, empezaría a haber tinieblas.
Pero si estoy, habrá luz, habrá vida, habrá sentimientos, habrá inspiración, habrá dilatación.
Pero una vez que haya alcanzado el grado para un orden más elevado, este me atraerá, me convertiré en vida, sentimiento, pensamiento más elevados.
Así que después de la cuarta esfera comenzará a incidir sobre ustedes y a despertar en ustedes el cuarto plan cósmico, y eso irá por sí solo, porque ya no tendremos que vivir ni seguir esa lucha en la tierra.
En ese mundo, cuando estemos en la primera esfera, ya no habrá enfermedades, ya no albergaremos robos; de lo contrario no conseguirán llegar.
A eso los maestros lo llaman: “El paraíso espiritual en el ser humano”.
Eso lo dijo Cristo.
Allí eres armonía.
Allí ya no eres religión: simplemente, lo sabes todo.
Conoces todas las leyes del espacio, porque estas las habrán vivido ustedes por medio de la paternidad, de la maternidad, de la reencarnación.
Así que allí serán ustedes del todo uno con toda la vida que posean allí, que los rodee.
Así que representarán su vida; yo también.
Seremos todos chispas de una sola fuente, pero: como millones de seres humanos un solo ser humano, a partir de un solo grado.
Porque no representaremos más que una sola personalidad, una sola maternidad, una sola paternidad.
Va a ser todo de lo más sencillo.
Sí, de lo más sencillo.
Cuando uno habla de conciencia cósmica, de leyes cósmicas y de planes cósmicos...
Señor, eso vive hasta en el insecto más pequeño de la tierra.
Pero el biólogo, el geólogo, el teólogo, el psicólogo, el astrónomo, esas facultades aún no son capaces de conectar la chispa, el microcosmos, con el macrocosmos a partir del cual nació ese microcosmos.
Todavía no tienen el camino, la conexión.
Porque ahora la tienen que poder conectar materialmente y espiritualmente; y el espíritu aún tiene que despertar.
¿Es que es tan difícil eso?
Es usted persona de estudios, ha conocido sus estudios, pero sus estudios técnicos son exactamente iguales.
Y esto no lo puede eludir usted, señor.
No son majaderías.
Esa doctrina tampoco lo trastorna.
Porque lo lleva usted a la unión de esa ley divina, y esta, a su vez, la es usted mismo.
Nunca se le priva de nada, al contrario: siempre se le devolverá lo nuevo, lo más elevado.
Pero llegará un momento —seguramente que ya lo estará sintiendo— cuando podamos aceptar, y eso lo he visto, no hace falta que me crea...
Si le digo, señor: esos libros no los he escrito yo.
Soy de (la provincia de) Güeldres.
Usted ha tenido su facultad, ha estudiado, es usted ingeniero.
Yo no soy nada.
Ni siquiera era capaz de hablar holandés, sigo sin ser capaz.
(Señor en la sala):

—Bueno, tampoco es para tanto.
—Eso da igual, señor, eso da igual, pero yo lo reconozco sin rodeos, porque no soy yo.
Lo recibí todo.
Con que viera usted en eso la línea infalible...
Eso ya me haría feliz, también podría hacerlo feliz a usted.
¿Y por qué?
Porque nos envía a todos a la paternidad y maternidad de eterna duración, a Dios; somos dioses.
Pero ¿qué es lo que ha ocurrido en la tierra?
Acabamos de salir de la jungla, hemos construido la sociedad.
Pero ¿qué es nuestra sociedad con respecto al amor divino de Cristo?
¿Qué es?
Si Cristo reinara aquí —Cristo volverá, seamos un poco honestos—, y ustedes son reyes y emperadores, y están delante de Él, decididamente, y Él dice: “Iré a hacerle una visita a las ocho de la noche, y entonces nos pondremos a mirar un poco las leyes para el año nuevo”...
y entonces Él cuelga allí delante de nosotros los diez mandamientos.
Bueno, pues, ya estamos allí.
Dirá nuestra majestad...
Dice: “Querida Juliana (Juliana de Orange-Nassau, reina de los Países Bajos, 1909-2004) no sería mejor que dejaras de representar a semejante banda de asesinos? Porque eso, en esencia, no lo querrás, ¿no?
¿Por qué aceptas lo que quieren ellos?”.
“Pero, Señor, entonces, ¿qué hacemos?”.
“Pero ¿qué te he enseñado Yo?”, dice Él.
“¿Para qué morí Yo?”.
¿Qué hizo Pedro allá?
Empezó a soltar tortazos a diestro y siniestro.
Dice: “Pedro, resulta que he estado colocando fundamentos contigo, años y años, y ahora alargas la mano sin más y destruyes todo lo que es Mío, porque Mi Padre y el tuyo es amor”.
Así que, vamos, hay que ser honestos.
¿Qué queda de nuestra sociedad?
Por lo tanto, si hacen ustedes aquello, si hacen esto...
Y entonces, claro, podrán decir: “Sí, señora”, y eso es...
Lo acepto todos los días, y lo veo.
Podrán decir: “Sí, señor, para usted todo esto es muy fácil, esto lo consiguió”.
Realmente, lo he logrado.
Cuando veo a un muchacho de esos, que encima se va a la guerra con un “hurra”...
Claro, pero entonces no me voy a poner a increpar a esa criatura, porque hace doscientos años yo también andaba en eso.
No insulten a la criatura capaz de asesinar, lo tenemos todos... lo seguimos haciendo.
Pero ahora hay conciencia.
No solo de que existen los diez mandamientos, sino que nuestros padres y madres regresan y dicen: “Por el amor de Dios, no tienes que asesinar, pero sobre todo no a ti mismo, porque te meterás en un proceso de putrefacción que será una “fiesta”.
El maestro Zelanus, Lantos Dumonché, ‘El ciclo del alma’.
Y ahora, empiecen por fin.
¿Qué justicia tiene nuestra sociedad, señor?
Sabiendo esto, ¿sería usted capaz todavía —cuando mañana dispongamos de los medios—, se atrevería a jugar aquí a ser juez?
Sealo alguna vez, adelante.
Señor, se quedaría pasmado de todo lo que violentará y ante lo que se verá.
¿Se atrevería?
Yo no.
Pónganse a hablar sobre algo, así empezará a hablar sobre las facultades espirituales.
Lo único que hacen es condenarnos.
Pues, una cosa es contraria a la otra.
Pero ¿qué hemos hecho nosotros, señor —siguen existiendo las enfermedades—, para que estemos todavía hasta arriba de ellas?
Tenemos el cáncer, la tuberculosis, y cuando uno visita un laboratorio o una clínica, señor, uno piensa que no existe más que eso, ¿no es así?
Déjeme que le diga, señor, cuántas más enfermedades desgraciadas existen entre la gente.
Son historias como lodazales, de nosotros mismos, si queremos vivir la reencarnación.
¿O quiere usted endilgarlo todo a otro?
Mire, póngase a hablar de eso enseguida.
Y entonces vivirá usted el año nuevo.
Y váyase a mirar entonces ante qué peligro se encuentra.
Y hágalo de cara a Nuestro Señor, vamos.
Mejor no se crea que somos Cristo.
Algún día tendremos que llegar a serlo, porque ustedes lo portarán a Él: yo, todos.
Porque hemos salido de esa fuente.
¿Lo aceptan?
A ver, señor, mire hacia dónde podremos extender entonces una mano y decir: “Ah, sí, en esto se me deja participar”.
Llegará a haber cien mil veces: “Ah, aquí no”.
Por todas partes ustedes se quemarán allí, por delante y por detrás, por el lado izquierdo y el derecho, por arriba; y tendrán miedo de seguir mirando a la sociedad, por no decir de vivirla.
El ser humano tiene miedo, pero uno llega a tener una nueva vida por estas cosas, porque diremos: “No quiero tener que ver con esto, lo haré de otra forma, lo haré así”.
Empiecen, vamos.
Entonces tendrán ante ustedes al mundo entero como humanidad.
Y entonces podrán analizarla.
Hasta en un rato.
Y el té está preparado, señoras, señores.
 
DESCANSO
 
—Señoras y señores, he recibido una nueva notita.
“Tengo una familia y un matrimonio felices.
Resulta que en todos estos años de felicidad, sin embargo, siempre he sentido esto: y aun así esto no seguirá de este modo.
Y entonces siempre me venía el pensamiento: cómo me enfrentaré a tener que renunciar algún día a un hijo.
Y entonces siempre pensaba en el mayor.
Hasta que tocó separarse de ella, lo cual ya saben ustedes.
Una vez se lo conté a alguien y me contestó: ‘No te atreves a ser feliz’.
Y entonces pensé: ‘No sabes nada de esto’.
¿Qué fue eso, pues, que siempre sentía?”.
¿De quién es esto?
Señora, mire, lo que ha sentido es felicidad.
El ingeniero —que ha pasado por las facultades— me decía hace unos instantes, dice: “El catedrático no fue capaz de ser tan claro como usted”.
Pero, señor, ¿cómo va a poder serlo?
No son ínfulas mías, sino que se lo demostraré.
¿Por qué —ahora nos va a tocar vivir un sistema filosófico—, por qué sentía esa madre su felicidad?
¿Ni millones de madres, no, ni millones de personas?
¿Y por qué es la felicidad una señal mientras que otro sentimiento no dice nada?
¿Por qué fue capaz de sentir: “Va a haber algo”?
¿Cuándo se puede empezar a sentir y vivir algo?
¿Cuándo se vive algo de verdad por medio del sentimiento, de un sistema filosófico?
Con eso empezó Sócrates.
¿Qué es usted, qué siente usted cuando está contenta?
¿Qué es eso, “alegre”, “la alegría”, “estar alegre”, qué es eso?
Es una facultad, ¿no?
Son los sistemas filosóficos, ¿no?
Con eso hemos construido realidad.
Porque partimos de la suposición, primero para la sociedad: ¿qué es la verdad?
Es ciencia.
Así que la ciencia pone fundamentos al vivir y analizar leyes verdaderas.
Y entonces avanzamos.
Esa es la construcción, es el primer fundamento para los sistemas filosóficos, y para cualquier facultad.
Ahora me escribe esta señora esta nota.
Puedo constatar de inmediato —al menos si se dedican al análisis filosófico— por qué se manifestó en ella el sentimiento: estoy contenta y soy feliz, y aún así pasa algo.
¿Entienden?
Les pregunto: ¿es posible que una madre, un ser humano sea feliz si no hay eso?
Ya se lo estoy diciendo.
¿Es un ser humano consciente de la felicidad?
¿Cuándo empieza a hablar la felicidad?
Son sistemas todos, escaleras hacia la felicidad verdadera.
¿Por qué llegó a sentir algo que no podía dar a otro y que aun así vivía en ella?
¿Por qué es eso?
Esto, pues, es un sistema filosófico.
Miren, también lo puedo decir en dos palabras, así me lo quito de encima.
Pero en esto hay un libro entero.
Contiene un libro.
¿Entienden?
Otros dicen: “Es que usted no se atreve a vivir su felicidad”, eso dicen otros.
Y otro, en cambio, dirá: “Pero, bueno, ¿qué más le da? Si es feliz, es feliz”.
(Hay un señor en la sala que dice algo).
No, señor, porque hay madres que con verdaderamente felices con sus hijos; pero en esa felicidad...
Esa felicidad, a su vez, tiene grados de conciencia.
Y resulta que la felicidad...
La felicidad, pues, es sentimiento.
Y el sentimiento tiene siete grados para la personalidad, que es sentimiento, que significa felicidad.
Porque la felicidad es un ser humano, puede serlo, puede ser un espacio, también puede ser así de pequeña, la felicidad, así de pequeña, un circulito.
Hay gente que es tan increíblemente feliz, y cuando te pones a analizarlo ya no queda nada de toda esa felicidad, porque la realidad se ha extraviado.
“Ni siquiera hay rastro de felicidad”, dice ahora el filósofo, el profesor.
Dice: “Señora, pierde usted los estribos por nada”.
Dice usted: “No quiero perder eso ni por todo el oro del mundo”.
Y otro ser humano dice: “Bueno, a mí eso me la refanfinfla”.
Quizá sean ustedes felices unos con otros.
Esto va del matrimonio, va de ser hombre, de ser mujer, de ser niño, nuestro ser humano entero reside en esto, hasta el espacio, Cristo, Dios, todo incluido.
Ahora dice usted: es usted realmente feliz con su criatura.
Pues vamos..., vamos a verlo de inmediato...
Viene otro y dice: “Ah, sí, ¿lo ve? No es más que interés propio”.
Aparece, por tanto, el interés propio.
La felicidad para el ser humano, para el hombre y la mujer, al menos para la madre, ha dado a luz a una criatura.
Eso lo puede vivir usted de modo humanamente maternal.
Se lo pondré de inmediato al lado del grado espiritual, universal, y entonces llegará a vivir la maternidad universal, la felicidad, el amor.
¿No es eso más elevado? ¿No ahonda eso más?
Engloba este macrocosmos entero.
Señora —enseguida podrá seguir—, esto usted lo ha sentido, estaba usted en la felicidad, en la felicidad más elevada de esta criatura, y entones se manifestó la sensibilidad suya y de esta.
Y después empezó a intuir, porque fue alcanzando la felicidad.
Hay más gente que ha dicho eso.
“Eso no lo aguantaré”, dice alguien, “es demasiado hermoso para mí”.
Allí ya hay algo, ¿ve? Esa vida ya empieza a hablar.
Y si usted lo hubiera dicho de un modo un poquito más elevado, si lo hubiera sentido con respecto a...
Ahora se trata de leyes.
¿Qué es ir más arriba? ¿Más allá?
No es otra cosa que si hubiera dicho: “Esa criatura, ¿seguirá viviendo?”.
¿De qué se le puede privar a usted si aquí no interviene la muerte?
De nada.
Si esa criatura permanece aquí en la tierra, podrá usted...
Si la criatura tiene amor y tiene usted contacto, no es necesario que una madre dude de que esta le pegará o pateará; entonces ya no habrá felicidad, habrá desaparecido.
¿Es cierto o no?
Pero si tiene una inmaculada unión espiritual con su hija, entonces es más sencillo que nada que el sentimiento —y esta es la clave, ahora está presente—..., que el sentimiento que lo va a avisar no es más que “el ataúd”.
Porque no es posible que algo de la tierra le dé miedo.
Sólo la pérdida.
Y eso para este mundo, que entonces es vivido y aceptado para el ser humano normal, es solo la muerte, que no existe.
¿No es así?
Es la muerte.
Así que tiene usted, por su felicidad, el ser uno real con su hijo, ha vivido usted esa felicidad.
Pero usted sentía: eso es demasiado hermoso para ser verdad.
Esa vida misma, esa criatura empezó a hablarle, ese sentimiento, y este le dijo: “Mi mujer, madre: ya no estaré aquí mucho más tiempo, me voy”.
Esa fue la duda en cuanto a su felicidad.
Si esa hija se hubiera quedado aquí, jamás lo podría haber intuido usted.
Sí, hay gente que... se queda ahora esmirriada, se hacen pequeños, se ponen a analizarse.
Y entonces se ponen a preguntar, a preguntar, a preguntar hasta que la gente tiene ochenta, noventa años, y entonces saben: ah, sí, no ocurrió.
Y entonces pierden su asidero; o no tienen un sentimiento consciente para esta vida, para ese amor.
Pero esto es un sistema filosófico que se manifiesta porque usted ha vivido el sentimiento más elevado como felicidad, como madre, para su hija; y esa vida usted la... no la ha perdido, eso lo saben, pero era inevitable que ella se fuera.
Y eso es lo que estaba moviéndose en usted.
Todos esos años usted tuvo miedo a este contacto, ¿verdad?
(Señora en la sala):

—Sí, pero lo tenía..., seis años y medio antes de que ella se nos fuera tenía ese sentimiento, y durante todos esos años lo sentía: así no puede seguir: así no pueden seguir las cosas.
Pero medio año antes de su muerte tuve la sensación de que...
—Mire, si esa criatura, si esa vida todavía hubiera estado aquí, usted habría tenido, por tanto, esa sensación...
De dónde viene da igual, da igual.
Es que ella tampoco lo puede emitir si no existe.
Es una ley infalible.
Así que si ahora todavía viviera esa chica, no podría..., consciente o inconscientemente, no podría haber emitido ese sentimiento para que usted lo sintiera, ¿verdad?
¿Entiende a dónde quiero llegar?
(Señora en la sala):

—Sí.
—Así que ese empuje ya vivía en ella, que usted sentía como “Cielos, esto no lo voy a aguantar”.
¿No es así?
Eso es.
(Un señor en la sala dice algo).
¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—Eso fue lo que iba en contra de la sensación de felicidad.
—Exacto.
Pero ahora los quiero tener en otro grado.
Ahora esa madre no puede vivir esa plena felicidad sensitiva.
O sea, hay centenares de miles de madres que ni se molestan en ver si hay o no hay felicidad; la criatura está, y con eso basta.
Pero no por vivir a la criatura tiene por qué haber felicidad.
Porque la gente no saca de los niños lo que hay en ellos.
Dicho de otra manera: si llegan a más altura y más y más, entonces se consigue unión espiritual.
Hay madres que tienen niños, niños, niños, y entonces a ver si les preguntan usted alguna vez: “¿Ha vivido usted hoy a sus hijos?”.
¿Quién es capaz de hacerlo?
Así que esos días, esos años, esos meses van pasando y ya no recuerdan nada unos de otros, ya no saben cómo funciona la cosa.
Porque no se han vivido a sí mismas.
Eso demuestra aquí: la verdadera unión de la madre y el hijo.
Esto también va a los dones, al sentir espiritual; el grado más elevado de cara a la criatura, a la madre, y al ser uno.
Pero otra madre que también tiene hijos, y esto y lo otro y aquello, también pierde a su hijo, pero no ha sentido nada.
Y esta no dice cosas como: “Pero es que no lo sé, no me fío, no lo sé”.
Mire, el sentimiento consciente ella lo tiene que...
Ahí tenemos a Sócrates.
Entonces Sócrates dijo...
Entonces la gente dijo: “Sí, siento alegría”.
“Sí”, dice Sócrates, “por los veinticinco florines que te dieron allí.
Pero no es eso lo que quiero decir”, dice, “quiero decir esa sensación en particular que nos conecta con todas las leyes por las que hemos aparecido nosotros y, quizá, todo lo que vive”.
Y entonces el ser humano empezó a pensar en términos filosóficos.
¿No es así?
¿Lo ve? Y así puedo ofrecerle una pequeña clase, señor, y analizaremos un poco: ¿cuándo está usted dónde?
Sí, para la tierra.
Por eso digo: si nuestro Señor volviera a estar aquí y solo colgara los diez mandamientos en la calle, todos nos callaríamos la boca de todas formas, desistiríamos, o tendríamos que aceptarlo a Él para el otro lado, el cosmos, Dios.
Pero la madre que no sienta esto evidentemente no se plantea: “Hoy echo algo en falta.
¿Será que dentro de dos años se morirá mi criatura?
Queridos míos, así es como la madre demuestra que no existe la unión.
Y que no pasa nada.
Puede vivir una unión.
Aquí estaba hablando la muerte, la evolución.
Aquí ya les estaba hablando la evolución que usted no entendía.
Si hubiera habido todavía un poco de sentimiento, de sensibilidad, habría podido decir usted: “Voy a perder a mi hija.
Pero no la voy a perder, porque va a hacer la transición.
Quizá todavía pueda estar con ella un par de años deliciosos, medio año, y entonces se irá”.
¿No es eso lo que tenemos que asimilar ahora todavía?
Estamos con eso, ¿no?
Si el ser humano es tan sensible, entonces lo saben de antemano.
Pero millones de madres no lo tienen, señora, y es por eso que no están en ese grado, o bien esos hijos permanecerán aquí y seguirán viviendo, se harán madres, hasta que más tarde, a avanzada edad —una ley antigua y el grado de vida como organismo—, morirán a los setenta, ochenta, sesenta años, y entonces se irán al ataúd y habrá pasado la vida.
Pero volveremos a empezar.
Volveremos a ser juveniles.
No nos haremos juveniles, solo recibiremos un nuevo cuerpo, volveremos a despertar; porque la juventud no existe.
Y vean, así de loco está ese Jeus, ese Jozef Rulof: la juventud no existe.
Porque todo eso es pensamiento y sentimiento humanos.
Una facultad pueden ustedes... sobre esto pueden empezar a pensar de forma filosófica; y entonces entrarán en contacto con la ley de la maternidad, de la paternidad, de la reencarnación, por nosotros.
Y así podrán seguir.
¿Qué tenía usted?
(Señora en la sala):

—Lo viví en 1945 exactamente igual con la construcción de una gran casa señorial.
—¿Con la construcción de...?
(Señora en la sala):

—... de una gran casa...

—Sí.

—... y medio año después todo estaba de maravilla y yo me encontré frente a ella y pensé: ‘Pues, es demasiado hermoso para ser verdad que yo haya conseguido resolver todo esto tan maravillosamente’.
En dos días todo había desaparecido...
—¿Arrasada?
(Señora en la sala):

—No, tampoco eso, pero todo..., bueno, ya no quedaba nada...
—Sí, esto lo puede vivir para su maternidad, para su sociedad, ¿entiende?, para cien mil cosas más, para cosas pragmáticas; todo con lo que los seres humanos tenemos que ver en la sociedad es posible sentirlo y vivirlo a fondo, desde luego.
Hubo alguien que lo había apostado todo a un criadero de perros.
Otro había invertido cien mil florines: un criadero de tejones, para pieles, y entonces el hombre empezó a leer libros míos y se desprendió de ellos.
Dice: “No soy un asesino de animales a conciencia, señor.
A esos animales..., ya no quiero..., ya no puedo criarlos, señor, para venderlos o para que los sacrifiquen.
Lo dejo.
Adiós dinero, qué se le va a hacer.
Voy a empezar de nuevo”.
Ese muchacho fue a trabajar en una granja.
Una mujer, una cantante de ópera, una contralto, que cantaba con Willem Mengelberg (director de orquesta de la Orquesta del Concertgebouw), la contralto, la María Magdalena, esposa de uno de nuestros seguidores en Ámsterdam, una poderosa cantante...
“Ya no puedo cantar la ‘Pasión según San Mateo’”, dice, “ahora que he leído ‘Los pueblos de la tierra’”.
Dice: “Ya no logro meterme en el papel, porque para mí siempre ha sido un martirio; y no es más que felicidad pura.
Ahora que lo sé...
Resulta que tienes que empezarle a cantar a Cristo...
Ay”, dice, “y lo han asesinado a Él”.
Viene y dice: “Eso es algo muy diferente.
Ya no consigo meterme”.
Desde el instante que leyó ‘Los pueblos de la tierra’ ya no puede cantar.
Bueno, la voz sigue ahí.
“Pero”, dice, “ya no puedo cantar la ‘Pasión según San Mateo’”.
¿Por qué no?
Va en contra de la realidad.
Ese es el horror para Bach.
Cuando en la... “Pues eso es lo que yo quería decir, y es así”.
Claro.
Qué historia de sufrimiento esa, ¿no? Cuando uno oye eso.
Pero incorporar a nuestro ser esa historia de sufrimiento, si uno va construyendo eso, esos cantos, cantar eso, y uno se da una buena paliza por los cánticos y uno canta: “Nosotros te hemos asesinado”.
No: “Él nos quitó nuestros pecados”.
Viene y dice: “Ya no logro sacar ese contralto”.
Y así con cien mil cosas; cuando uno empieza a comprender eso y se encuentra ante la realidad, pues, señora, entonces ocurre un milagro.
Mire, otra vez una escalera, otro despertar.
(Señor en la sala):

—¿Señor Rulof?
—Sí, señor.
(Señor en la sala):

—Si los clérigos fueran tomando conciencia de algo así, ya tampoco podrían decir nada desde el púlpito en ese ámbito, ¿no?

—Mire...

—Esta señora se ha visto ahora afectada, pero si...
—Señor, le contaré otra cosa.
Tengo la suerte, allí por Nimega vive un cura que ya no quiere jugar a ser cura por más tiempo.
(Señor en la sala):

—Estupendo.
—Dice: “Por mí que les den, igual que lo de ese Jeus”, había leído ‘Jeus’, “que les den los ‘drudels’”, dice.
Dice: “Porque voy en contra de todo.
Entonces mejor me salgo”.
(Señor en la sala):

—Eso vale un pequeño aplauso.
“¿Les hace falta quizá un lugar para estacionar bicicletas?”, dice, “un aparcamiento, eso es lo que voy a hacer”.
Va llegando lentamente.
(Gente en la sala):

—Sí.
—”Señor”, dice, “¿tengo que ponerme a hablar sobre la condena?
Se me construye una lección, una confesión, un sermón, es de eso de lo que tengo que hablar hoy”.
¿O es que pensaban ustedes que el señor cura puede hablar así como así, por los codos?
Dice: “Todo trata de la condena.
Ya no me sale”.
Hace poco me viene una señora de Haarlem, que va a ver a su padre, va y dice: “Señor cura, es que tengo algo que preguntarle, usted fue mi padre y todo”.
“Sí”, contesta él, “¿qué pasa?”.
“He leído libros y ahora quiero preguntarle: ¿qué piensa usted de eso?”.
“¿Y para eso me necesitas a mí?”, dice él.
Dice: “¿Cómo se llaman esos libros?”.
“‘Una mirada en el más...’”.
“¿De Jozef Rulof?
Me he leído siete, hija.
Siete, pero eso allí no lo deben saber”.
Dice: “Todo cierto.
Pero si empiezo con eso...”, dice, “no podemos poner a Roma patas arriba.
Yo me he leído siete”.
¿No se lo habían... sus criaturas, sus hijos...?
Sus seguidores se los habían entregado, le habían preguntado: “¿Padre, ¿puedo leer esto?”.
Él que se pone a leerlos primero.
Dice: “A ver, dame unos más”.
Hace poco, lo oí de otra persona, vive ahí por Nimega, allí la iglesia católica va modelando niños, ¿no es así?
Allí ‘La Línea Grebbe’ pasaba de unas manos a otras.
Y en Maastricht también.
En Maastricht, se dan cuenta, ¿verdad?
Esto continúa poco a poco.
El mundo no logra eliminarlo, porque no existe la condena; y porque es la verdad, eso ya nadie lo conseguirá borrar.
¿Entienden?
Igual que tampoco... a la Biblia tampoco la conseguirán eliminar, porque Moisés nació.
Pero, ahora solo se añade esto: Dios no fue.
Dios jamás habló como ser humano.
Sí, Él habló como ser humano.
(Alguien dice unas pocas palabras inaudibles).
No, fue usted, señor.
(Señor en la sala):

—Pues, eso también es posible, sí.
—No, no eran otros, fue el propio ser humano.
Pero no...
Dios camina de pronto al lado de Noé.
Llega allí y muestra a Moisés las zarzas, y cuántas más cosas no le muestra Él.
Dios anduvo como ser humano en la tierra, siempre habló como ser humano.
Mire, el ser humano, el erudito, el teólogo, el teólogo como catedrático, se encuentra atado a un dios que es como un ser humano, que lo fue.
Y no es eso.
Eso es lo que conseguimos ahora por medio de (la sala) Diligentia: la cosmología.
Y si el mundo acepta esto, señor...
No, eso el mundo no ha de aceptarlo, ha de vivirlo.
Y cuando el mundo, nuestra humanidad, haya llegado a ese punto, no sientan entonces que cada facultad en la que vivimos ahora sea capaz de empezar.
Cada serecillo humano de Dios, cada chispa tiene que aceptar esto, ¡tiene que hacerlo!
Nos han dado las leyes de modo infalible.
Y aquello que dice la señora allí, y lo que significa y quiere esto y dice: “Ah, señor, es demasiado hermoso para ser verdad”.
Cuatro semanas después, señor...
Mire, ahí lo tenemos.
Señor, ¿qué es eso?
Ciertamente: que recibe usted un aviso.
Nuestro núcleo interior siempre puede avisarnos.
Y todo asesino sigue siendo avisado de antemano de tal o cual manera: “No lo hagas”.
Porque eso lo sientes, vive en ti.
No se lo crea, señor, cuando el ser humano dice: “Te quiero”.
Sin usted, señor, no puedo vivir”.
Luego saldrás por la puerta, incluso te echan a la calle a patadas.
¿Tiene que estar molesto?
No, señor.
Pero vivimos por encima de nuestra razón.
En la sociedad todos tenemos una locura soberbia.
¿Qué es usted?
¿No se eleva usted un poco más de lo debido?
¿Es usted artista?
Pues entonces debería seguir alguna vez a los artistas.
Entre ellos hay quienes ni siquiera son capaces de pagar la escuela de sus hijos.
Pero lo son.
Hace poco les ofrecí una hermosa imagen: le daba al piano.
Ya es suficientemente triste.
Entonces dijo la mujer: “Hombre”.
Pues él casi estalló en mil pedazos, porque le interrumpió su inspiración.
La mujer que vuelve una vez, tres veces, y entonces él se enfureció mucho, la agarró y la arrojó a la calle.
Después regresó el señor a las doce y media, a la una, ya había terminado de tocar, viene y dice: “¿Está lista la comida?”.
“Claro”, dice, pues, allí se queda ella.
“¿Que si la comida está lista?
Fui a pedirte dinero tres veces”.
Y entonces dijo ella: “¿Sabes qué? Te lo preparas tú, o si no cómete tu piano.
No se te podía molestar, ¿no?”.
Mire, ahora ya somos anormales.
¿Por qué no se nos puede molestar?
La madre, ¿no es más útil con sus hijos si te prepara la comida y para ella misma?
Así que, ¿qué es más útil?
¿Cuándo vivimos la armonía, un sistema filosófico para la armonía?
A ser armoniosos en millones de cosas.
Ahora nos vamos desde esa desagradable sociedad a las leyes de Dios, la Biblia, el otro lado, el cosmos.
Bueno, señor, ¿qué nos queda por aprender?
(Señor en la sala):

—Tardaremos bastante en aburrirnos.
(Señor en la sala):

—Pues, qué miedo.
¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—Tardaremos bastante en aburrirnos.
—No, ya no se aburrirá nunca más.
¿Quién de ustedes tiene algo más?
(Señor en la sala):

—Sí, señor Rulof, creo que tengo algo, pero no tiene mucho que ver con esto...
—Señor, adelante, tranquilo, si no hay otra cosa lo trataremos.
(Señor en la sala):

—Un conocido mío es católico apostólico, muy estricto, y que... no lo ha inventado él mismo, un instrumento para que el niño...
—Un poco más alto, así esa cosa (el micrófono) también lo oirá.
(Señor en la sala):

—... se había inventado un nuevo instrumento para bautizar al niño en la madre...
(Hay un poco de bullicio en la sala, la gente habla a la vez).
—¿De verdad es cierto?
(Señor en la sala):

—Sí, pero yo no lo he visto.
—¿Un conocido suyo?
(Señor en la sala):

—Sí.
—¿Un erudito?
(Señor en la sala):

—No.
—¿Un ingeniero?
(Señor en la sala):

—No, un hombre común y corriente.
—Un hombre común y corriente.
(Señor en la sala):

—Un tipo muy sencillo.
—¿Ese hombre dice que se ha diseñado un instrumento para bautizar al niño en la madre?
(Señor en la sala):

—Sí, así se puede salpicarlo y humedecerlo.
Y decir entonces: “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo...”.
—Con otras palabras: ¿así el niño cuando nace aún no está contagiado?
(Señor en la sala):

—Exacto, en caso de que muera...
(La gente habla a la vez).
(Señor en la sala):

—La vida del niño, según la iglesia católica, está por encima de...
—¿Si muere en algún momento al menos ya está bautizado?
¿Que entonces ya está protegido para Dios?
Ah, claro.
Seguramente que sería un miembro de la organización radiofónica libre protestante, o un protestante.
(Señor en la sala):

—No de esa emisora.
—Ah, ¿católico?
Pero ¿le serviría de algo a esa emisora?
(Gente en la sala):

—No.
Para nada.
—Para nada.
(Risas).
Pero eso también es sobre la condena, ¿no? Ellos tampoco se van a librar de la condena, ¿no?
Y el bautismo y la confesión y la circuncisión, yo qué sé.
(Alguien en la sala):

—El bautismo, sí, pero...
(La gente en la sala habla a la vez).
—Pero ahora viene la pregunta.
Esperen un poco.
(Señor en la sala):

—Mi pregunta, pues, trata de lo siguiente: ¿tan metida se queda esa idea del bautismo? ¿De verdad que tiene importancia?
—No, ninguna.
Mire...
(Señor en la sala):

—Eso creo yo también.
—No, ninguna.
Pero sí que tiene un significado.
Esa pregunta me la han hecho aquí muchas veces.
Cuando fue usted al ayuntamiento, ¿no le dijo usted a su querida, desde lo más hondo de su corazón, “Sí”, cuando el hombre dijo: “¿La quieres?”.
(Señor en la sala):

—Sí.
(Risas en la sala).
—Y ella también dijo “Sí”.
(Señor en la sala):

—Sí, allí dije la verdad, cierto.
(Hay sonoras risas).
—No, señor, pero supongo que todavía sigue siendo “Sí”.
Bueno, ¿sigue siendo sí?
(Señor en la sala):

—Sí, lo sigue siendo.
—Pero ¿cuánta gente, en tres, cuatro meses, no lo ha...?
Hay gente que después de veinte años lo ha olvidado.
Y también dijeron “sí”.
Bueno, en ese “sí” no piensan para destruirlo, sino que ya ni siquiera existe.
(Señor en la sala):

—No.
—Pues esa palabra es ahora una ley.
Ya comprenderá usted que cuando estamos ante la naturaleza, cuando llegamos a estar ante las leyes de la naturaleza, entonces al final, un buen día, es sempiternamente: sí o no.
Y entonces se dice: “Destrúyelo”, entonces decimos: “no”.
“¿Y lo amará usted, y lo seguirá portando y le dará la luz?”.
“Sí, sí, sí”.
Ahora suponemos, y es lo que decimos ahora, por eso nos ponen..., pero, bueno, al final tienen que atarnos a la sociedad.
Porque ese hombre tiene razón, allí en la calle Javastraat (el ayuntamiento), donde se nos une.
Piensa: “Sí, puedes engañar todo lo que quieras, pero no a mí, yo lo consigno”.
Porque cuatro semanas después ese “sí” ya no significa nada.
Pero eso sería exactamente como el bautismo para Dios.
Debido a que el ser humano se hace bautizar...
Eso ya lo introdujeron antes de Cristo.
Pero Cristo se hizo bautizar.
Eso me lo preguntaron aquí muchas veces y los maestros dicen esto: “Bueno, no está mal, pero no es más que una imposición”.
Si usted se vincula a una iglesia, entonces su “sí” tiene que seguir siendo un “sí”.
Pero no hace falta, porque por dentro ya mostrarán y materializarán que de verdad son servidores de la iglesia y que poseen una religión que lo sigue a todo.
Sin embargo, el bautismo no pretende significar otra cosa para la iglesia, para vincularlos mediante ese “sí”, lo cual hacen para su matrimonio.
Entonces todavía les falta ese cordelito, o esa cadenita, o lo que sea, ese cordoncito, no podrán romperlo tan fácilmente.
Porque son ustedes inconscientes.
Han hecho que los vinculen divinamente mediante el bautismo.
(Señor en la sala):

—Sí, exacto, pero ese bautismo se hace cuando al niño le falta por completo emanciparse y adquirir conciencia.
—De acuerdo, pero eso está en manos del padre o de la madre, que pueden decir: “Esto, aquello y lo otro”.
Más tarde, cuando el niño ya es mayor de edad, dirá: “Yo con esta historia de los bautismos no tengo nada que ver”.
O tendrá conocimiento, o se pondrá a estudiar, es un ser humano sensible.
En estos tiempos ese bautismo y todas esas cosas ya quedan caducadas, porque el ser humano dice: “Anda ya, déjame en paz.
Es ahora cuando he llegado a conocer a Dios.
Leo libros, y leo esto, sé cómo se creó la naturaleza, cómo nací yo mismo, eso ahora lo sé”.
Pero ese bautismo, que se remonta a siglos pasados, con el que también Cristo tiene que ver, no significa otra cosa que unir al ser humano con algo más elevado, con el “sí” más elevado espiritual para la vida, para el alma, para el espíritu, para la personalidad, porque todavía no comprendemos nuestro propio “sí”.
Así que no es otra cosa.
Para Dios carece de significado, pero para ustedes mismos es vincularse a la iglesia —una gloria—, a ese bautismo, a esa profesión de fe.
Y ¿qué es, pues, una profesión de fe?
Y entonces ese pastor protestante pregunta: “¿Y hará usted esto?”.
“Sí”.
“¿Y hará lo otro?”.
“Sí”.
“Y no hará aquello, ¿verdad que no?”.
“No, señor pastor, no lo haré”.
Pero entonces sale esto: “Cielos, hay que ver cómo ese hombre me ha tomado el pelo”.
Después de cuatro, cinco años, dicen: “Señor pastor, váyase por allí con su profesión de fe.
Me importa un comino”.
Pues, adiós profesión de fe, adiós bautismo, y así podemos seguir un rato más.
Ya comprenderán: nos reconduce a lo interior para el ser humano, y entonces tenemos que ver con el espíritu, con el espacio, con Dios y Cristo, y entonces es para todo en el mundo que tiene conexión con la armonía, con la bondad: “Sí, sí, sí, sí”.
Y si lo convertimos en un “no” y si alguna vez no pudiéramos entregarnos, por carecer de la fuerza para procesarlo, entonces ese “sí” lo despojamos de todo, lo desplumamos, hasta que no queda nada de él.
Pero entonces tenemos otro garrote al lado de la puerta y de la iglesia, y eso es entonces: “condena”, y: “no pecarás”.
Y entonces todo eso se añade, para que nunca nos salgamos de esa religión.
Porque el ser humano no se conoce a sí mismo.
El propio ser humano no tiene ningún asidero para sí mismo.
El propio ser humano no sabe nada para si mismo.
Así que esas cosas —el bautismo y todas esas cosas más para la igledia— surgieron porque el hombre no tenía ningún asidero para sí mismo, y más no hay.
Pero cuando uno empieza a saber, señor, pues ya puede dejarlo tirado por allí, porque carece de significado.
Mire, ahora todavía estoy dando unos rodeos y así tendrá usted todo.
Pero ¿qué es bautizar?
Por eso empiezo con usted.
Si usted sabe que su “sí” es “sí”...
Mire, eso en el futuro tendrá que cambiar alguna vez.
Cuando amamos...
Cuántas personas no han...
Porque hay que ver, he visto a gente —a Frederik le pasó en ‘Las máscaras y los seres humanos’— cuando era chófer, mucha...
Que me viene un padre: “Oh, oh, Jozef, ¡ha sido un niño! ¡Ha sido un niño!”.
Como loco.
“¿Un purito?”.
Digo: “Sí, señor”.
“¿Y unos buñuelos, señor?
Sí, chófer: vino, una cervecita, y buñuelos y ¿qué más quieres?”.
Digo: “Mejor deme una trocito de salchicha y tabaco”.
“Oh, come, adelante, bebe, chófer, estoy muy contento”.
Pues llevo dos años en el garaje, pasan tres años, un buen día me viene otra vez ese señor por la mañana.
Digo: “Señor, ¿cómo está?”.
Dice: “Dios, llevo año y medio divorciado”.
Pues, la mujer encantada, flores de primera.
Señor, ¿qué clase de alborotadores somos?
¿Qué clase de ignorantes somos?
¿Por qué no sabía ese hombre que en año y medio echaría a la calle a su mujer?
¿Por qué no sabía ella que su felicidad no era verdadera?
¿Por qué paseaba él su locura soberbia cuando lo único que quería era convidar a los demás a su felicidad?
Que tenía un niño, niño, niño, niño.
Dice: “Y encima tengo a un psicópata”.
Dice: “Pues, sí, señor, pues, sí”.
Y así es la sociedad entera, señor.
¿Cuándo se es de verdad responsable en la felicidad y alegría de cada uno?
A mí no me vengan con esas, señor.
Es que la gente que yo he...
Lo he vivido en miles de cosas.
Y usted tal vez no lo viva así.
Pero yo soy capaz de darle al ser humano felicidad espiritual, ¿no?
Venga a verme, señor, sin problema; y a ese ya le gustaría abrazarme a muerte de tanta felicidad, ¿verdad?
Pero ¿por qué no lo trata usted?
No quiero saber nada de su felicidad, pero tampoco de su desintegración, señor.
No me da la gana.
Ha sido un aprendizaje para mí, de toda esa alegría, y de todos esos “Pero ¡qué hermoso que es eso, qué hermoso!
Oh, señor, pero qué hermoso que eso”.
Cuatro semanas después ya podías recuperar los libros comprándolos de segunda mano en el barrio judío, o estaban tirados por las calles.
Digo: pero, trátelo; yo seguramente que me habré...
Por eso les dije hace poco, señoras y señores: el dolor, la pena, las desgracias y las personas comunes y corrientes son mucho más fáciles de vivir, y eso es mucho más simple que poder procesar la felicidad.

La verdadera felicidad, eso es lo que vivió esa señora de allí.
Entonces se empieza a dudar.
“Es demasiado hermoso para ser verdad”, señor.
La sociedad, de todas formas, no es más que puro engaño.
Pero no nos conocemos a nosotros mismos.
¿Cuándo sabe que en verdad puede representar la alegría en el ser humano para usted, para la sociedad, para la paternidad, para la maternidad, para la luz, para la vida, para el amor, para el espacio, para Dios?
¿Somos capaces de eso?
¿Se conoce usted como ser humano?
Aquí pone: “Conócete a ti mismo”.
No hay ni un solo ser humano que se conozca a sí mismo si ese ser humano no posee su conciencia lunar, el más allá.
Allí tienen veinte libros míos, ahora pueden leerlos.
Pero pueden leer dos mil y seguirán sin ser conscientes, porque tienen que asimilarlo.
¿Cuándo podrán decirle al ser humano: “Lo vi a usted hoy, me dio felicidad interior, un beso”?
¿Puede responder a eso y decir: “En verdad son eternos”?
¿Ya disponemos de la amistad eterna para el ser humano?
¿Pues? ¿Lo ven?
Pónganse este año a analizar un poco.
Yo también llevo dos días, ahora llevo dos, tres días...
Eso me hizo empezar, pienso: ‘Bueno, yo también me lanzo, empiezo a pensar, a pensar, a pensar horas, a pensar.
Dios mío, pienso, qué feliz soy de que todavía siga estando aquí.
No, no por mi ser, no para trabajar, no me hago ninguna ilusión; no, para ser, por seguir sentado en esta misma silla que tenía hace treinta años, han pasado veinte años.
Digo: “¿Eso lo he escrito yo? ¿Eso?
¿He hecho yo esos cuadros y todo lo demás?
Dios mío, Dios mío, eso es imposible”.
Qué contento estoy, maestro.
¿Padezco de locura soberbia?
Pues, señor, en esos momentos le tuerzo el cuello.
No quiero tener que ver con la locura soberbia.
Porque no me pertenece.
Pero sí la locura soberbia dentro de mí: Dios mío, Dios mío, en qué me han convertido los maestros, qué me han enseñado, en qué me han convertido, conciencia.
Aprender a valorar a su esposa, la mujer, al esposo, si uno sigue teniendo al otro aquí, si uno sabe que posee el amor que continúa detrás del ataúd.
O de vuelta, o por medio de ella.
Algún día estaremos uno frente al otro, ante Dios, ante Cristo; todo eso vendrá.
Esa es la conciencia del año nuevo, y es eterna.
Darse la manita: “Muchas felicidades, ¡feliz año nuevo!”.
Señor, no deje que le tomen el pelo, ¿eh?
Sí, ah, esto, esto...”, ah, sí, señor, no me vaya a matar esta noche.
Me habían quebrado la mano.
¿Y por qué íbamos a hacer eso?
Háganlo por dentro, vamos, así, realmente por dentro, igual que Mohamed, por dentro, señora.
Vaya, vaya, muchas felicidades y próspero año nuevo.
¿Está bien así?
Ahora está bien.
¿Tenía alguna cosa más, señor?
(Señor en la sala):

—No.
—Nos hemos desviado de lo hermoso.
Señoras y señoras, ¿tienen alguna cosa más?
¿Puedo contarles una cosa más?
Les diré una cosa más, con toda honestidad.
El sábado por la noche, la última semana del año viejo: veinte florines, veinticinco florines, cuarenta florines, cincuenta florines, cien florines, veinte florines, quince florines, dos cincuenta..., todo eso por debajo de la puerta, por ‘Jeus II’.
A esa gente, que viene todo el año, le quiero dar las gracias.
Hay quienes vuelven una y otra vez.
Avanzamos que da gusto.
Este año espero avanzar tanto que más adelante pueda poner en sus manos ‘Jeus III’, y entonces mi tarea para los libros estará lista.
‘La cosmología’, no lo sé, no está en manos mías, es una posesión para la nueva humanidad.
Pero sigo cargando con ‘Jeus III’, pero ese lo voy a acabar yo.
Espero que este mismo año ya haya una milagro, pero la gente está ocupada.
Señora y señores, si ustedes forman parte de eso...
Las cosas se están yendo muy a la izquierda, y entonces eso aparece por ‘Jeus III’.
Noche de Fin de Año: pluf.
Día de Año Nuevo: ssht.
Así es como los oímos, a escondidas.
Y entonces no vamos a mirar.
Suben la escalera a escondidas, piensan: ‘No oyen nada’.
No.
La gente dice: “Escucha”.
En la radio suena un poco de música.
Digo: “Y entonces miramos a través de la pared, así, sin más, y del mismo modo vemos cómo se van...
Si no lo quieren saber ellos, nosotros tampoco miramos.
Digo: pero eso de “chsss, chsss”, qué bien.
Merece la pena, ¿verdad, señora?
Por lo visto saben que no me largaré con su dinero.
Pero, bueno, es que tampoco lo haría.
Si se diera cuenta de eso, señora, yo mismo ya me arrancaré primero el corazón.
Les agradezco mucho, saben, todos esos hermosos sentimientos.
Le digo al maestro Zelanus: “Mire qué cosas”.
Quizá venga luego el millonario espiritual, señoras y señores, y haremos seis películas para la humanidad.
‘Jeus de madre Crisje’ ya está listo.
Los manuscritos, los guiones, están listos.
Ay, Dios mío, ¿será posible encontrar aquí a una “Crisje” que haga de Crisje?
(Una señora empieza a reír).
Y usted, señora, ¿de qué se ríe?
¿De alegría?
(No consigue parar de reír).
A ver, de verdad, que ya queremos saber por qué se tiene que reír tanto.
Señor, usted está bastante cerca de ella, tiene que ver con ella, pregúnteselo, pero con cariño.
(Un señor en la sala dice algo).
Es justo lo que no consigue.
Pero la intención es buena, porque produce un buen sonido.
Pero, a ver, ¿por qué se está riendo usted?
(Señora en la sala):

—Me gustaría ser madre Crisje yo misma.
—¿Usted?
(Señora en la sala):

—Sí.
—Pues le diré esto: usted tiene un aire de Crisje.
Aquí le he observado alguna vez la cara, pero en esos ojos hay algo de...
Solo que Crisje los tenía más grandes.
Pues entonces encontraremos a una de (la región de) Achterhoek.
Y necesitamos a un “Jeus”.
Luego vendrá el millonario espiritual y dirá: “Vaya, Jozef, he recibido una señal de Nuestro Señor”.
Dice: “Todos los Rockefeller del mundo tienen que venir aquí”.
Bueno, si no ocurre, yo no lo estoy pidiendo...
Si tiene que ser así, encantado.
Eso es ahora mi único deseo: darle todavía a la humanidad ‘Jeus’.
¿Han visto la película en el West End?
(Gente en la sala):

—Sí, señor.
—¿La mayoría?
¿Estaba usted?
Esta semana ponen una bonita película.
Sí, Danny Kaye, tienen que verla...

(Risas).

... entonces se van a quedar desquiciados.
Pero la semana pasada podrían haber oído, visto, ‘Mañana será tarde’.
(Señora en la sala):

—Ah, sí, qué bonita.
—Señora, una película maravillosa.
Los daneses también van a sacar otra bonita película, sobre personas con tuberculosis.
Pero lo que se vivía allí, en ‘Mañana será tarde’, eso está en ‘Jeus I’.
Cuando empecé a buscar...
Les he contado: “Mamá, ¿por qué está tan gorda?”.
Entonces pensó: ‘Cielos, cielos, cielos, y ahora, ¿qué va a pasar?’.
Y dijo: “Pues, Jeus, porque la comida me sabe a gloria”.
Digo: “Sí, pero a mí también me encanta, y ¡estoy hecho un fideo!”.
Y eso está en ese guion, señor, si no se ríe usted entonces ya no sabré qué hacer.
Quizá eso llegue.
A la gente —no me he olvidado, no, no—, a ustedes les he dado las gracias, y será para ‘Jeus III’, si se me concede darles este año ‘Jeus III’, no sé.
El papel se ha hecho veinticinco veces más caro.
¿Lo sabían?
Y, señoras y señores, es imposible conseguirlo.
Le dije al maestro Zelanus, le dije: “¿No hacen papel en el cielo?
Descienda unos rollitos desde allí arriba, ¿eh?”.
¿Tenía usted más preguntas, señora?
(Señora en la sala):

—¿Qué es el magnetismo animal ?
—Señora, el magnetismo animal es lo que usted ve y siente ahora.
¿Lo ve?
El magnetismo animal quiere decir: aura viva, conciencia animal.
No significa que tenga usted la conciencia de un perro y un gato, sino el grado de concienciación y sentimiento que es más bajo, que empieza a partir de la jungla.
El “magnetismo animal”: es un concepto de Mesmer, que fue magnetizador en Francia.
El magnetismo animal no pretende significar otra cosa que fuerza humana viva, aura, irradiación.
Ahora lo sabemos con seguridad, ¿verdad?
Ahora seguimos sin saber nada.
Pero es aura viva, y el magnetismo animal también es magnetismo, pero es plasma, irradiación espiritual.
Es vida, amor, sentimiento y dilatación.
Es construcción, es fuerza, fuerza.
Lo que ve usted en el espacio, aquello por lo que ha surgido todo, es el magnetismo animal en el ser humano, es el fluido vivo que irradia el ser humano.
Seguimos sin saberlo ahora.
Porque no sabemos lo que es el fluido, ¿verdad?
Y ¿qué es la vida, pues?
Y si vas agarrándote de esta manera sigues sin tenerlo.
Pero puedes estar sentado encima.
Estará usted sentada encima de su propia vida.
Yo estoy al lado de ella, ahora.
Sí, mire allí, señor, pero de eso en el fondo no estábamos hablando.
¿Quién por allí me preguntaba algo?
(Señora en la sala):

—¿Hemos dormido en la luna?
No, quiero decir en Marte.
(Jozef deja caer un silencio).
—Bien.
No, eso no es cualquier cosa, ¿eh?
¿Hemos dormido en Marte?
Bonita pregunta, señor.
(Alguien dice):

—Sí.
—Sí, ¿verdad que es una bonita pregunta?
Quizá se haya ido un poco por las ramas, señor Bouma.
Señor Bouma, si tiene que dormir aquí, ¿dónde más no tendrá que dormir?
(Señor Bouma):

—Por la razón de que solo la tierra —eso pensaba yo al menos— hace la noche, y por la noche hay que dormir, porque estamos vinculados a la noche por el sueño.
Y resulta que pienso que Marte no hace la noche.
—Marte, otros planetas, ¿no hacen noche?
(Señor Bouma):

—No lo sé.
(Señor en la sala):

—Todos.
—¿No lo sabe usted?
(Señor Bouma):

—Pero de la tierra sí que lo sé.
¿No sabe usted que la luna necesita ese tiempo para dar la vuelta alrededor de (el eje de) la luna?
Y que a la luna..., tampoco la ve desde ese y el otro lado, ¿no?
Esta también duerme en un lado, ¿no?
Todo tiene conciencia nocturna, transformación.
No es más que... a eso se le llama “transformación”.
Pero, claro, así nos habremos ido por las ramas.
En la naturaleza todo duerme.
¿Por qué?
En realidad, ¿qué es el sueño, señor?
(Señor en la sala):

—Lo dijo hace poco, ¿no?
—Sí, lo he dicho cien veces.
¿Qué es el sueño?
(Diferentes personas en la sala):

—Hacerse con nuevas fuerzas.
Desdoblarse corporalmente.
—Sí, eso también es.
(Señora en la sala):

—Inconsciencia.
—Sí, señora, eso también es, pero de eso no hablo.
(Señora en la sala):

—Enfriamiento.
—¿Cómo dijo?
(Gente en la sala):

—Dar a luz.
Enfriamiento.
—¿Cómo?
(Señora en la sala):

—Enfriamiento.
—Enfriarse.
Ahora estamos...
(Gente en la sala):

—Dar a luz.
—¿Dar a luz, dicen ustedes?
¿Qué es el sueño?
Sí, señora, es paternidad y maternidad.
El sueño no pretende ser otra cosa —y me van a dar ustedes la razón de inmediato— que volver a nacer.
Miren, tienen el sueño nocturno ordinario, pero todavía forma parte de su organismo.
Y luego se irán a dormir y entonces serán parte de su renacimiento.
Pero cada sueño es parte del renacimiento universal que luego vivirán cuando los pongan en el ataúd y les pongan un hermoso lazo en el pelo, ya saben ¿verdad?
Las señoras reciben un bonito lazito en el pelo, una florecilla.
A los hombres se les permite que mantengan la boca abierta un ratito, pero a las señoras ya no, se las cerramos de inmediato.
Porque, según se creía en los tiempos primitivos: hablan demasiado; pero eran los hombres quienes siempre llevaban la voz cantante.
Pero es evolución, señora, renacimiento.
Cada vez que estén sesteando cinco minutos —qué divertido, ¿no?— estarán royendo un poco esa evolución eterna, para dar el salto, con o mediante su siestita.
Bien dicho, ¿verdad, señora?
Es como si fuera un buñuelo de Nochevieja.
Pero es verdad, porque cuando se acaba ese buñuelo... —entonces eso también lo podrá convertir en ciencia, señor De Wit—, cuando se acaba ese buñuelo, también este se pone a soñar, y a dormir, y entonces verá usted la misma evolución que la que vive el ser humano.
Pero cada siestita, cada media horita de sueño, es tomar una parte de los kilos de sentimiento que vive usted en toda su vida.
Y en el último salto —quizá entonces ya no duerma— entrará usted en el sueño integral, y volverá a salir de él: o bien continuará usted conscientemente, y entonces se tratará a la vez del nacimiento espiritual, o bien recibirá una nueva existencia.
El sueño lo reconducirá infaliblemente al cuerpo maternal.
¿No lo sabía?
(Señora en la sala):

—Sí, es alumbramiento.
—Sí, ¿lo ve?
Y eso que usted no lleva tanto aquí, pero aquí hay un montón, no lo saben, y se han leído todos los libros, y también hay quienes han asistido a seiscientas, setecientas conferencias, y no lo sabían, mira qué bien.
¿Lo ve?
La felicito, un siete.
Señoras y señores, ¿me van a ofrecer algo más?
¿Señor?
(Señor en la sala):

—Sí, señor Rulof, una noche mantuvimos un debate muy animado...

—Sí.

—... y trataba de la densificación de la luna.
Dije, así fue: hemos densificado la luna...

—Sí.

—... Marte también, igual que la tierra.
No estaba densificada cuando llegamos nosotros, sino que la hemos densificado nosotros...

—Sí, señor, y entonces ¿qué dijeron?

—... solo que
—¿Se lo ha contado a los demás?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Señor Bouma: entonces tiene usted razón.
(Señor Bouma):

—Mira por dónde.
(La gente se ríe con ganas).
—Sí, miren, señoras y señores, es lo que pasa cuando uno se mete en estos asuntos.
Y yo antes me ponía igual de contento cuando el maestro Alcar me hacía una pregunta, y pienso: ‘Oh’.
“Vamos avanzando”, dice.
Pero, señor, ahora le doy un nueve.
Pero esa otra cosa, lo de la luna, que si dormimos allí, es excesivo; aunque en esto tiene usted razón.
Pero, señor, ¿puede usted contarles también por qué tiene razón?
(Señor en la sala):

—Sí, pero no quieren creerme.
—¿No? ¿Qué ley vive usted entonces cuando dice: “Nosotros somos quienes hemos densificado la luna”?
¿Cómo la densificó?
(Señor en la sala):

—¿Que cómo la hemos densificado?
Pues mire, esa luna se ha densificado por el nacimiento y la muerte.
—Los procesos de putrefacción.
(Señor en la sala):

—Sí.
Y además...
—¿De dónde ha sacado usted eso? ¿De los libros?
(Gente en la sala):

—Sí.
—¿De ‘El origen del universo’?
(Señor en la sala):

—Sí, y de ‘Las máscaras y los seres humanos’.
—Sí, pero allí ni siquiera se formula tan nítidamente.
Pero tiene usted razón, porque recibimos..., debido a que la luna...
Eso lo tendremos luego en Diligentia.
Miren, escuchen bien, y así se enterarán de la forma tan infalible en que el señor Bouma tiene razón.
Pero la luna...
Dios como Madre y Padre se dividió, ¿no?
Entonces se liberó la paternidad como una entidad, al igual que la maternidad.
La luna —eso se convirtió en la luna, ¿no?, se convirtió en el primer grado cósmico— empezó a densificarse por el sol y se mantuvo girando, de esta manera, debajo del sol, ¿no?
Así.
No hacía eso, sino que seguía girando, así.
¿Por qué?
Eso será para más tarde; si la luna hubiera hecho esto, esa vida no habría llegado a la ebullición; se habría enfriado y se habría extinguido, así que esa evolución se habría trastornada.
Por eso los eruditos dicen: “¿Por qué no podemos ver el otro lado de la luna?”.
Si la tierra lo hubiera hecho más tarde, así, y si no hubiera girado, nos habríamos quemado, porque el sol, a su vez, era demasiado potente.
Menudo engranaje este, ¿verdad?
Pero más sencillo imposible, señor.
Y son verdades cósmicas.
Aún se desconocen en el mundo entero.
Por eso, a veces grito; pero entonces la gente: “Sí, sí”.
Y cuento esas cosas, quizá no las inventen sino hasta dentro de cien mil años, antes no, porque son los maestros quienes tienen que contarlas, y entonces dirán: “Dios mío, Dios mío, qué sencillo es”.
Si la tierra no hubiera hecho su rotación, se habría enfriado la tierra; señor, es el nacimiento, el renacimiento.
El renacimiento se produce por el sueño, por el enfriamiento.
Y entonces absorbimos tanto de la luna, nos hicimos células, nos morimos, y eso siguió, millones de veces, millones y millones, hasta que nos convertimos en el estadio de pez, en peces.
Fue cuando sobrevivimos a la luna.
Y a la luna la teníamos...
La luna nos dio alma, espíritu; y esa alma y ese espíritu lo transformamos en materia, y así es como dimos conciencia a la luna, como una personalidad.
Y por eso tiene usted razón.
¿Tiene alguna cosa más?
(Señor en la sala):

—En ‘Las máscaras y los seres humanos’ leo, en la tercera parte...
—Sí, allí aparece algo, pero ‘El origen del universo’ le ofrece un amplio panorama.
(Señora en la sala):

—¿Me permite preguntarle algo un momento?
—¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Señor Bouma, ¿me permite preguntarle algo un momento?
—Sí, el señor Bouma se va a convertir en un catedrático.
Bueno, un adepto.
(Señora en la sala):

—Bueno, por favor, escuche: cuando en la tierra empezó la primera vida embrionaria, la vida celular, ¿hasta qué punto la luna y el sol habían preparado la tierra?
(Jozef dice):

—Pues, sí, en qué grado.
¿No lo sabe?
Claro, cuando cualquiera acaba de llegar aquí, dicen: “Hay que ver las ínfulas de estos tipos y estas señoras y señores”.
¿No lo sabe?
Hacemos como si lo supiéramos todo, pero no lo sabemos.
Aquí ha habido gente, la primera vez, que luego dijo: “Allí no vuelvo nunca más, porque allí están locos de soberbia: hablan de la luna, de su densificación y de la del sistema planetario, mientras que el astrónomo de por allí se deja el lomo con sus telescopios sin aclararse nada”.
Pero nosotros lo sabemos, aquí, en Holanda, en la calle De Ruijterstraat, en La Haya.
Y cuando oyes eso...
No cuesta más que veinticinco céntimos, ¿eh?
Y resulta que hay un tipo que está mal de la cabeza, de Güeldres, que te cuenta que ¡él lo sabe!
Y entonces te entra miedo de verdad.
Pero nosotros lo sabemos.
Pregunta usted, pues, imaginemos que...
En el fondo tendríamos que consignar esas cosas y entonces no necesitarían más.
Jozef Rulof dijo, por medio de los maestros, no es algo mío...; Jozef Rulof dijo, por medio de los maestros, lo siguiente: la tierra, como bola astral, se había densificado espiritualmente en la medida en que la luna poseía conciencia, la luna también.
Así que el sol como luz, pero la luna por su vida: el estadio de pez.
Y entonces la vida siguió, y todavía más y más...
Pero la luna no tenía más.
Y se unieron otros planetas, planetas de transición, llegó Marte, llegó Saturno, y Venus, y Júpiter.
Ya no podían hacer nada más para la tierra, porque sus padres son el sol y la luna.
Y la tierra recibió ampliación del sol y de la luna, padre y madre.
¿Acaso no se lo cree, señora?
(Señora en la sala):

—Sí, sí lo creo.
—Pero se lo demostraré.
Se lo demostraré, de una vez por todas, físicamente.
(Técnico de sonido):

—Quedan dos minutos.
—¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—Quedan dos minutos.
—Dos minutos más.
En la jungla esos padres tienen un hijo negro, ¿verdad?, con esa sangre, con esa conciencia.
Pero aquí nosotros recibimos una conciencia y sentimientos blancos, tenemos a Cristo y lo demás.
Este cuerpo, sin embargo, no es como el niño en la selva.
Dicho de otro modo: ustedes tienen la conciencia humana de la raza blanca (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es) y esa mujercita en la jungla tiene el instinto primitivo.
Y eso la tierra lo recibió del sol y la luna, cuando la tierra empezó a evolucionar...; gracias a Marte y los demás planetas que sirvieron para la paternidad y maternidad universales, la tierra recibió esa conciencia como aura vital, señora, ese magnetismo animal.
Y gracias a eso la bola astral lo absorbió —y tuvo exactamente el mismo desarrollo que el que asimilamos por los cuerpos, y fuimos absorbiendo en esa medida sentimiento para nuestra vida celular— y entonces la tierra se dividió como planeta y comenzó; y surgió por nosotros, por nosotros ha surgido.
Porque si no hubiéramos tomado nada de la tierra, señor, no habría podido llegar la tierra a densificarse, ¿verdad?
¿No está claro eso?
Pero esto es cosmología, ya la veremos más adelante.
Hermanas y hermanos, señoras y señores, hasta el domingo por la mañana en Diligentia.
Les doy las gracias por su amable atención.
Si hablo otra media hora, habrá desaparecido mi catarro.
Hasta pronto.