Noche del jueves 13 de diciembre de 1951

—“Una señora” —por cierto: buenas noches, señoras y señores, si no lo echarán en falta esta noche—, “una señora tiene doce hijos con doce caballeros distintos, casados y solteros”.
Ahora ya hemos llegado.
“Con eso ha causado mucho daño en muchos hogares”.
Pues, seguramente.
“Mi pregunta a usted es: ¿qué grado de sintonización será esto cuando llegue al mundo astral?
La maternidad fue poderosa, pero ¡cuánto dolor!”.
Mire, aunque haya tenido usted, como hombre o mujer, diez mujeres como hombre, y diez caballeros, hombres, para la madre, pues, ya me gustaría que me contaran, señoras y señores, ¿quién es el genuino o la genuina?
¿Quién?
(Señor en la sala):

—Puede que ninguno.
—¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—Puede que ninguno.
—Es posible que no lo sea nadie.
Y les diré una cosa: es que entre esas personas no está.
Y ¿por qué no?
Quizá, puede ser, claro, que haya una persona entre ellas que lo sea.
Pero si hacen falta diez, ocho, nueve mujeres para darme conciencia, entonces seguramente que entenderán que estoy en un mundo muy desagradable, inconsciente.
Y usted, lógicamente, quiere decir: no hay nadie entre esas personas que lo sea, porque al final usted llega a estar ante su propia vida, ante su propia personalidad, esa es el alma gemela.
Pero eso es solo y exclusivamente... si se topa con ella para el espacio, claro, es espiritualmente.
Espiritualmente; eso ya no significa nada físicamente, porque sí que continuará usted, irá al cuarto grado cósmico.
Pero eso es, pues, el grado espiritual más elevado, y en él llegará entonces la verdadera felicidad para el ser humano.
Eso, por supuesto, lo entienden todos ustedes.
Pero esta dama que tuvo a diez hombres por ahí, solteros y casados...
Sí, señora, si usted... si yo, como hombre, me lío con diez mujeres diferentes, solteras y casadas, entonces ya sé de antemano que recibiré una paliza, eso ya no es... entonces es como si estuviéramos en un circo.
Doce, doce, doce, santo cielo, santo cielo, qué viejo estoy.
Ya lo comprenderá: eso será un caos.
Y entonces ya puede aceptar usted sin problema alguno, señora, que esta dama se ha buscado su propia lucha, y que la ha aceptado.
Y, claro, podrá decir: “Bien, me he hecho madre, me he hecho madre, me he hecho madre”.
Por supuesto, eso trasciende todo lo demás.
Aunque hubiera estado con veinticuatro hombres.
Pero esa maternidad es la esencia divina, ella ha servido por medio de eso, eso la ha hecho despertar a sí misma, no es que haya sido despertada, pero físicamente la maternidad la hace elevarse, eso usted la sabe ahora.
Así que las ganancias divinas que contiene, siempre existe esa ganancia universal en este estado.
Aunque sea usted una mujer pública, usted hará... y tendrá niños, y así encima estará asegurada de su ganancia.
¿No le parece gracioso?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Alguna vez puede ponerse a insultar al ser humano, puede ofenderlo y puede pensar mal sobre él, pero para nosotros, para mí, un asesino ni siquiera es malo, porque lo que resta es el ser humano.
Cuando la gente dice: “Ese Jozef Rulof está loco”, entonces yo digo: “Pues el loco eres tú”, porque para mí no hay extraños.
No puedo remediarlo, pero miro a través del ser humano, o no lo hago, no lo hago forzosamente; y si es que lo quiera hacer, de verdad que soy capaz de determinar por dónde van los tiros.
Pero pensar mal y maliciosamente..., a mí me da igual que usted sea el mayor ladrón, porque eso no es cosa mía.
Siempre vuelvo a encontrarme ante el ser humano.
No quiero tener que ver con ladrones, claro que no, entonces me alejo.
Pero la vida se simplifica mucho cuando uno sigue amando y viendo al ser humano.
Eso no significa que para ayudar deba usted cargar, acarrear, semejantes caracteres y personalidades; estos tienen que vivir su lucha, en eso no nos metemos.
Y entonces debería ver usted la inmensa cantidad que resta para ese ser humano si piensa usted así.
Nunca me parto el cuello, ni el interior ni el material, por ningún ser humano.
Un ser humano es una belleza universal, aunque tenga que ver usted con ladrones y asesinos.
Debería ver usted entonces cómo vive esa cosa todavía, cómo es capaz de hablar, de mirar con esos ojos, son capaces de hacer algo.
Hace poco les conté: había un pastor protestante que estaba en la cárcel, no, era un periodista, dice: “En el caso de los mayores asesinos..., qué curioso, pero en el caso de los hombres y las mujeres que han cometido los asesinatos más atroces, fallece la criatura.
Y qué hará semejante madre...
La semana pasada me viene a ver alguien —y entonces a una persona así la levantas de una vez—, esa mujer estaba completamente mancillada por un hombre.
Es cuando algunos dicen: “Pero, estás loca”.
Pero el ser humano a veces puede ir tan lejos como para pensar que se puede servir por medio del mal.
¿No es así?
Y al final ese tipo de gente recibe una paliza interior y dice: “Me siento como un perro sarnoso”.
Digo: “Señora, no debe hacer eso de ninguna manera.
Usted para mí es inmaculada y pura”.
Y entonces te dicen: “Claro, así al final no hay nada que sea malo”.
No, señora, una vez viví que una persona..., se lo contaré, hacía... se daba por completo, espiritual y físicamente, para salvar algo por la fe.
Digo: “Usted no es mala”.
Pero si lo haces conscientemente en lo animal y quieres deshacerte a ti mismo, entonces, claro, está mal, para eso tenemos otros nombres.
Pero ese ser humano no es malo.
Hay gente que se ha sacrificado por la fe y entonces optaron por darse ya por completo.
¿Es mala esa gente?
¿Son follones animales?
No, no hay que hacerlo.
Nosotros también solo amaremos una sola vez, no quinientas mil veces.
Pero seguimos siendo unos lelos, porque tampoco tenemos esa esencia, esa esencia espiritual.
Una vez que la tenga, señora, ya nadie abandonará a nadie.
Nadie dejará a nadie si esa posesión, esa felicidad, ese cargar, ese saber hablar usted lo...
Si usted vive esa unidad con el hombre, y con la mujer, entonces tiene la felicidad más poderosa, si puede hablar durante una hora, intercambiar pensamientos y sentimientos.
Es cuando surge un espacio.
Entonces convertirá usted una cosilla de esas en un espacio, la vida será hermosa, aunque se encuentre usted bajo tierra.
Pero si no lo tiene, entonces la mujer y el hombre buscan; buscan y buscan y buscan y buscan.
Y ¿por qué?
Nada más que un poquito de amor.
Esta criatura no habría necesitado doce hombres con que solo hubiera estado el bueno de Hendrik, el auténtico.
No Jozef, sino Hendrik.
Usted siempre dice “Jozef”, pero así es como me controlo a mí mismo.

(Risas).

Pero esta noche me llamaré, pues, Pedro.
¿Como sonaría eso una noche: “Hola, señor Pedro”?.
El maestro Alcar me ha dado un nombre agradable.
En ‘s-Heerenberg solo hay un Jeus.
Pero hay muchos Jozephen...
Jozephen (Jozef pronuncia ahora la p), hay montones.
Pero esa dama, esta criatura, señora, es una criatura entre millones.
Y los hombres buscan, y esa mujer busca.
Esa mujer, naturalmente, ha tenido su sufrimiento, pero sin duda que habrá recibido una buena paliza por todos esos caballeros.
Maldita escoria, ay, esos hombres son una maldita escoria.
Allí están sentados otra vez esos caballeros.
Esta noche voy a recibir una paliza en la calle.
Pero las luchas para conseguirlo, eso es la vida, y de eso no podemos liberarnos, tenemos que ver con eso, es la pugna para el ser humano.
Y ¿qué es lo que habrá aprendido ella?
Claro, esa pobre criatura ha tenido una terrible...
Allí era hermoso y esto, en cambio, estaba mal.
Naturalmente, ella buscaba la felicidad.
Imagínense, ser una madre con cinco, seis hijos, no tienes qué comer y estás sola, ¿qué haces entonces si aparece un hombre bueno?
Y un hombre con cinco hijos que está solo, pues, necesita... alguien que le ayuda, ¿no?
Bueno, zurean un poco, y otra vez las cosas van mal.
Me dice alguien: “Mi mujer falleció hace cinco años y ahora tengo una empleada de hogar”.
Y entonces dice: “Sí, entonces yo también me puse a hacer el tortolito”.
Dice: ”Y ahora ya nos hemos arrullado tanto que... las sillas ya están volando por la casa”.
Dos días posesión y llegó el carácter.
Primero era: “Sí, señor”.
Miren, entonces todavía era una sirvienta.
“Sí, señor, ah, claro”, y a hablar que era una gloria.
Y entonces se convirtió en señora, y a la señora le entraron aires y entonces llegaron las peleas.
Digo: “Pero qué tonto eres.
¿Es que no lo veías?”.
Cuando el ser humano recibe en sus manos la posesión de otro ser humano —¿no es así, señora?— entonces empieza a golpear.
Y entonces lo que ocurre es: “Sí, ayer me podías decir eso todavía”.
En 1938 me vino a ver un señor, lo mismo.
Dice: “Señor Rulof, he leído sus libros.
Usted me conoce, también a mi mujer.
Ella falleció.
Estoy solo”.
Cito esta imagen, estoy viendo al hombre, por eso hablo de ello.
Dice: “Y durante dos, cuatro, cinco días todo va bien.
Ahora llevo...
Años... un alma de maravilla que tengo en casa”.
Entonces todavía era la sirvienta.
Se casa con la criatura.
Dos meses después: una diablesa.
Entonces dice él: “Pero ¿con quién me he casado en realidad?”.
Pero ahora es cuando el ser humano adquiere su personalidad, su poder, y entonces al señor se le echa a la calle.
Ese sillón suyo ya no es de él, es de ella.
Y así con lo demás.
¿Quién es usted?
¿Qué quiere usted?
La felicidad no está en la calle.
Bueno, sí está en la calle, puedes encontrarla donde quieras, si uno mismo es felicidad.
En el otro lado...
Esta criatura ha vivido una enorme experiencia y un enorme desarrollo, claro, ya no se fía de nadie.
Como hombres será mejor que ni nos acerquemos, dirá: “¡Tú, fuera!”.
Esta alma ha sido pateada y golpeada y como ella conocemos cientos de miles en la sociedad.
Para el otro lado ha recibido sus experiencias, señora, y su maternidad le ha asegurado su continuación.
Es eso lo que quiere saber, ¿verdad?
(Señora en la sala):

—Sí.
¿Quiere tener más preguntas?
Mire, así puede estar toda la noche... claro, puede escribir un libro sobre esto.
Pero ¿cuándo recibirá ella el Pedro auténtico?
¿Aquí?
¿Después de que haya querido usted buscar doce?
Entonces usted no se entera, de verdad que no se entera.
Eso debe saberlo usted ya.
(Señora en la sala):

—Tiene doce hijos, pero son listos, tienen una mente lúcida”.
—Sí.
Claro, puede tener hasta... fenómenos.
Si tienes doce, siempre hay uno que es bueno, dicen por allí.
Había un señor que no era tonto para nada, dice: “Pediré hijos a Nuestro Señor todo el tiempo que haga falta hasta conseguir un genio.
Quiero tener uno con arte, violín, piano, así sí que nos vamos a divertir en casa”.
Y el cuarto que llegó, pues, era un pianista.
Pero cuando supo tocar el piano volvió a dejar solo al padre, empezó a viajar por todo el mundo.
Dice: “Ahora quiero disfrutar y encima tengo que pagar por el señorito”.
Tuvo que ir a la sala de conciertos, ala, a pagar dos florines y medio por ver a su hijo.
Claro, hubo bronca.
Dice: “Pues, aquí no entras por la cara”.
Y dice: “Y encima a pagar, hasta ese punto llegan las cosas”.
Digo: “Pues no haberlo pedido”.
¿Tenía usted alguna cosa más?
¿No?
Mejor que ya dejemos a esa señora en paz.
A los señores ya les divierte de sobra, porque va a haber algo sobre...
Tengo aquí: “Quisiera saber si es posible operar a los homosexuales para así anular la tendencia anormal.
Hay médicos que se han dedicado a esta cuestión que han constatado que los núcleos de ambos sexos, hombre y mujer, están presentes en la célula germinal”.
Sí, señora, ahí está.
¿No es asombroso lo que oyó usted el domingo?
¿Estuvo en (la sala) Diligentia?
Voy a acercarme.
¿Es suya esta carta?
(Señora en la sala):

—Sí.
—Dios, en el aura vital, en el plasma vital, en el protoplasma de la Omnifuente, es padre y madre.
Pues el domingo, cuando empecemos...
Más tarde, en la siguiente conferencia en Diligentia, van a recibir algo poderoso.
Porque todas estas conferencias son poderosas.
Espero que el maestro Zelanus —seguro que lo hará— se detenga un instante, y entonces debería ver usted lo que está preguntando ahora, eso lo oirá el domingo.
En el protoplasma de la Omnifuente, para la Omnimadre, que... en la célula, la célula de usted y mía crean y dan a luz.
Los médicos ni siquiera conocen todavía la célula materna, si no ya habría oído decir usted algo, pero esta también crea.
Allí hay...
Cada célula, eso lo sabe, enfermera, tiene un cierre, son los sistemas de las membranas, las mucosas.
Pero eso es la atmósfera para el espacio.
Y ahora en esa célula la maternidad ha vuelto a blindase para la paternidad y llegará a dilatarse si la personalidad es creadora.
Ampliación.
De modo que la personalidad, cuando regreso a la tierra hago... mi yo construye mi cuerpo maternal.
Que el hombre es hombre se debe a que partió de la maternidad y ahora se convierte en padre, o al revés; ustedes, mujeres, luego serán... luego andarán..., es algo que nos da risa, y sí, ustedes hablan de los caballeros, pero luego ustedes mismas andarán con una corbata y con un bonito sombrero negro o rojo.
Mejor no se hagan ilusiones, señora, luego volverá a tener usted todo lo que es nuestro.
Porque..., sí, o continuará usted, claro.
En el cuarto grado cósmico tenemos una hermosa túnica como hombre, naturalmente.
Esos pantalones ya no los necesitará aquí, no necesitará zapatos.
Pero usted se...
¿Puede imaginárselo como madre? ¿De verdad?
Muchas de las que están aquí vuelven otra vez.
Conozca a bastantes, por ejemplo, que quieren ir a la parte de enfrente.
Creo, si le dijera la verdad, que en cuatrocientos años vuelves a estar quizá en (el barrio de La Haya de) Lamgroen, aquí.

(Risas).

Pero vuelves y entonces ya no eres madre, sino hombre.
¿No es una cosa extraña para el mundo, oída así?
Cuénteselo a un catedrático de esos, ya verá: “Doctor, usted mismo volverá y dará a luz a hijos estando entre los rusos”.

(Risas).

“Dará a luz usted a niños en el límite de la jungla”.
Dije a la señora, digo: “Señora, no se haga demasiadas ilusiones, porque en su siguiente vida estará entre los negros (cuando se celebraron estas noches informativas, de 1949 a 1952, la palabra “negro” era una denominación habitual para alguien de piel oscura) en Estados Unidos.
“¿Cómo?”.
Digo: “Sí”.
Digo: “Porque esos brotecitos ya están aquí”.
Hoy estamos junto a la raza blanca (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es) y tenemos que enmendar a partir de la jungla.
Entonces tenemos que volver a los negros (véase el artículo ‘Anti racismo y discriminación’ en rulof.es).
¿Se acuerdan de ese médico de aquí? ¿De esa carita que conocimos aquí?
¿Su esposa, su esposo?
Señor, ¿quién es usted?
¿Quién es su mujer, su marido?
Luego los meterán en el ataúd, y ¿a dónde irá ella?
Sí, luego, en cien, trescientos, cuatrocientos años la volveré a encontrar en París en algún sitio junto al Sena, o en España, Italia o Alemania.
¿Dónde está ella? La que es mía, y de usted.
Qué imponente, ¿no le parece?
Pero cuando cuentas esto en la sociedad se ríen de ti de frente, de lado y desde arriba; y es verdad.
En esa célula vive la paternidad y maternidad.
Y entonces, cuando uno va a la reencarnación, al ser humano adulto existente...
Ustedes se aman —si continúo con esto, les quitaré todo y lo volverán a recibir todo—, ustedes se aman.
Dicen ustedes: “¿Cuántos asesinatos no se cometen por una mujer, por un hombre?”.
¿Cierto o no?
Unos seres humanos asesinan a otros porque piensan estar amando, a ese ser humano de allá, a ese en particular.
Y algún día tendrán que cargar ustedes el mundo entero bajo el corazón.
¿Sienten lo infantil que es nuestra gente? ¿Lo infantil que es el pensamiento en la sociedad?
Cuando la gente dice: “Oh, mi mujer, la mía” y “mi marido, el mío, el mío”, ese hombre es un ídolo.
Digo: “Pero ¿y qué pasa con los otros hombres? ¿No pueden ustedes sentir nada por ellos?
Algún día tendrán que hacerlo, porque Cristo dijo: ‘Amen universalmente.
Son sus hermanos’”.
“Vaya, vaya, vaya.
¿Ese hombre de allá?
¿Ese hombre? ¿Mi hermano?
¿Ese, ese, ese y ese?”.
Digo: “Sí.
Señor, pues, acabe con él.
Usted odia esa gente, pero no debe hacerlo porque es su hermano”.
“Bueno, señor”, dicen, “pues, váyase para otro lado con esas majaderías... parece que está loco.
¿Cree usted entonces...?”.
“Sí, señor, así es.
No, señor, no es cuestión de creer; son leyes”.
Y entonces llega usted al médico y se pone a hablar.
“Doctor, la reencarnación existe”.
La reencarnación vive en la célula, en la madre, en el hombre.
El hombre es madre y padre.
Y la madre es madre y hombre.
Crea y da a luz.
Y en la célula...”.
Llegaré a tener razón, pero ya estoy adelantándome diez mil años con mis palabras, ya lo sabía en 1930, y entonces ni siquiera lo tenían todavía.
La pasada semana lo volví a oír en la radio.
“Sí”, dice ese doctor Storm, “de esta y aquella manera llegan esos mellizos”.
¿No se lo aclaré a ustedes aquí, cósmicamente?
No soy un erudito, pero al final sí ha sido un acierto, es ver y vivir cósmicamente.
Y ahora tenemos aquí...
Ah, esto se pone divertido, enfermera.
Operar una homosexualidad.
¿Qué queda de eso entonces?
Sí, es posible.
Es posible hacer de un chico una chica, y de una chica un chico.
(Señora en la sala):

—Sí, el médico.
—Sí, es posible, así que ahora tiene usted... —¿no se enteró usted?—, vuelve un muchacho de Corea, es un chico, un soldado, algo ocurre, vuelve como chica.
Le dan hormonas y la cosa retoma su curso, vuelve a ser un chico.
¿No oyó usted que...? Puede verlo en la naturaleza entera.
Puede usted convertir una cabra en un macho cabrío.
Eso ya lo sabíamos en el campo.
Al animal, una oveja, a una oveja maternal se le dan las hormonas creadoras y a esa madre se le empiezan a asomar los cuernos.
¿No sabía usted eso?
(Señora en la sala):

—Sí.
—En esa célula está todo.
Pero enseguida volveremos a esa homosexualidad.
“Ya han determinado”, dice usted, “que el germen para el hombre y la mujer está presente en ambos sexos”.
Sí, así es.
“En los hombres normales también han encontrado células germinales femeninas”.
¿Que las encontraron?
No, existen, existen.
El hombre crea y da a luz.
Pero los médicos, los eruditos ni siquiera conocen todavía... —cuando ese cuerpo yace ya abierto del todo—, ni siquiera conocen todavía los órganos creadores del ser humano.
Cuando descomponen la fuerza creadora, al hombre, y han colocado allí todas las pequeñas partes del organismo, igual que las de un despertador, de esa máquina, porque eso es, ese cosmos, y las observan, no saben todo lo que significan esas cosas.
Y sobre todo no lo saben cuando llegas a la creación astral.
Claro, ahora pensarán ustedes...
Tenemos la creación que densifica: el sistema óseo.
Entonces aparece la maternidad semidespierta: y ya llegamos a las mucosas.
Y eso en la creación, para Dios, no es sangre ni nervios ni esperma, sino fuerza creadora en este y aquel grado.
Y entonces el hombre tiene... recibe...
Entonces el maestro Alcar, y el maestro Zelanus, hacen palabras muy diferentes.
Aparece un diccionario nuevo, surge, porque ese esperma se llama de una forma muy distinta.
Porque aparecen de eso las fuerzas que se impulsan hacia adelante, y no es otra cosa que los siete grados desde el Omnigrado, hacia la ley material del esperma; y ahora es esperma, y entonces se hizo la luz.
Pero las mucosidades de allá, esas mucosidades que no dejan de aparecer, entonces dicen: allí no vive la célula, eso dice el médico, sino que procede de la fuerza creadora, una sola pequeña célula, y esta vuelve a dividirse en millones más, y allí es donde tenemos la célula.
El médico esta vez vuelve a no saber para qué es eso.
(Señora en la sala):

—No, no se aclaran con eso.
—No, no lo saben.
Se lo puedo analizar por completo.
Y entonces... todo lo que procede del cuerpo tiene un significado, ¿no?
Y entonces dicen: “Pues, no, no lo sabemos.
Pero ¿qué puede ser eso?
¿Qué significará?”.
Entonces tiene que volver usted al cosmos.
Entonces tendrá que ver usted la atmósfera y conocer la tierra y el origen, cómo fue eso, y entonces volverá a ver usted todo esto.
Pero enseguida llegaremos a esa homosexualidad.
Y eso, naturalmente, es una ciencia, pueden escribir noventa y cinco libros —y cien— sobre eso y ni así habrán llegado.
Si se pone a analizar la maternidad, la paternidad, la homosexualidad, lo maternal, lo paternal, la fuerza de las células, su conciencia, su psicopatía, y todas esas leyes, necesitará un libro de cinco mil páginas, solo sobre el nacimiento de un niño.
Sí.
(Jozef retoma la lectura): “Los cirujanos ya han intentado con los testísulos...”.
¿Qué es eso?
(Señora en la sala):

—Los testículos.
—Los testículos.
(Señora en la sala):

—Los órganos sexuales masculinos.
“... implantarlos en el hombre, pero en unos homosexuales se consiguió generar tendencias normales y en otros, en cambio, no”.
Claro que no.
Claro que no, así de simple es, eso se lo podía haber contado el médico de entrada.
Digo: “Señor, no es posible”.
Y ¿por qué no? ¿También lo sabe, enfermera?
Es tremendamente sencillo, porque ya se lo he explicado hace poco.
¿Por qué no puede ser, pues, con unos sí y otros no?
(Señora en la sala):

—Será entonces el grado equivocado.
—¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Quizá esté mal entonces el grado.
—Si uno se ha alejado mucho, ya no es de...
Pero si uno sigue dentro, es posible recuperar eso, y entonces lo vuelve a absorber.
¿No es sencillo?
Entonces dicen: “Es posible intentar eso, verdaderamente, con esa oveja loca, y con la cabra también, pero con otro no”.
Digo: “No, señor”.
“Pero, ¿por qué no?”.
Digo: “Porque esa cabra se ha ido de la homosexualidad.
Luego se hará hombre”.
¿Pensaba usted que la perrita, la gatita, la gallina, pensaba usted que el gallo tenía en cuenta... que Dios tenía en cuenta al gallo, al gallo que necesita usted para todas sus gallinas, que luego esa gallina no será machote?
Hay palomas y hay buchonas.
¿Y pensaba usted que siempre ha de ser esa palomita la que tiene que hacer de madre y que la otra, esa señora que tanto está zureando tanto —¿entiende usted?—, ese alborotador, que siempre podrá estar arrullando alrededor de esa dama?
Luego ese señor también podrá..., los mismos aires, también dará a luz y pondrá huevos.
Pero ¿qué es esto?
No lo saben.
¿Por qué existe el gorrión hombre y el gorrión mujer, señora?
Ya seguí todas esas vidas, como Jeus.
Pienso: ¿Por qué tiene la gallina tantos gallos?
No, el gallo tantas gallinas.

(Risas).

Pero ¿por qué es eso?
Me dije: ¿por qué a esa palomita no le queda más remedio que poner huevos y él dando vueltas alrededor?
Y yo mirando y esperando, ahí me tenían metido durante semanas y meses en el palomar hasta que el gallo pusiera un huevo, pero no llegó a haber ninguno.
Digo: ¿por qué ella pone un huevo y él no? ¿Qué clase de injusticia es esa?
Porque es hermoso poner un huevo.
¿Señor De Wit?

(Risas).

¿Por qué será que unas madres tienen un niño y otras, no?
Ya estamos otra vez.
¿Es que no han pedido ustedes esas cosas, señoras?
Ustedes, la gente de la ciudad, ¿está muerta en vida?
¿Nunca miran un poco a la naturaleza?
Si ven ustedes a una pareja de palomas..., nosotros, ahí abajo, tienen...
Todo este verano he vuelto a estar mirando, y entonces disfruto y disfruto, pero no... también de los zureos.
Pero entonces le digo a ese señor, digo: “Señor, ¿no le parece divertido eso?
¿Verdad, señor?”.
Digo: “¿No le parece divertido eso, señor: dos palomas rojas y sale una negra y otra que es rojiblanca?”.
Negras como el carbón a partir de esas dos rojas, ¡es posible, eh!
“Sí, señor, pero así es.
Así es la naturaleza, señor”.
Digo: “No, señor, se lo puedo explicar.
Porque ahora estamos hablando de cáncer y tuberculosis, les viene de familia, es genético (quiere decirse: el debilitamiento genético por el que surgen las enfermedades)”.
¿Lo acepta, señora?
¿Lo acepta?
“Ese colorcito negro que es genético”, imagínese lo sorprendentemente sencillo que es, “lo que para nosotros es cáncer y tuberculosis y el rostro del padre, allí hay...
Tiene usted un hijo, o damos a luz a un hijo, y allí no está el rostro de la madre, sino que tiene la expresión del abuelo.
Entonces dicen: ‘Es el vivo retrato del abuelo’.
Ese colorcito de esa paloma también era el abuelo”.
“Ja ja ja”.
Pienso: ‘Los “drudels”’.
(Risas sonoras). Si le hubiera aclarado allí el cosmos, le habría dado un regalo cósmico.
Digo: “Señor, tenga, también le regalo un puro”.
Pienso: ‘si no encima me toma por loco’.
Y entonces se puso a disfrutar del puro y ya sí lo aceptó.
Pienso: ‘Pero mañana seré un loco, ¿verdad?’.
Digo: “Señor, hoy él ha dado a luz a su abuelo”.
“Jají jojú”.

(Risas).

Entonces dice mi mujer: “Pero, pero, pero, pero ¿dónde te estás metiendo?”.
Digo: “Sí, pero es hermoso, ¿no?”.
Digo: Mira esto, dos palomas rojas; han salido de dos grandes buchonas de un blanco plateado.
Y, claro, otra vez sale una de esas azules”, una paloma mensajera, ¿verdad?
Pues esa reencarnación sí que es mucho más profunda, naturalmente.
Una paloma mensajera que sale de esas buchonas.
Imposible, ¿no?
Pero una paloma mensajera ha surgido de esa especie, no es más que un grado.
Igual que nosotros, que venimos de una sola raza y es la que seguimos teniendo (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es).
Eso puede verse en toda la naturaleza.
Y señora, debería mirar usted entonces —sí, claro, ya voy llegando, si no estas historietas no le sirven de nada, claro—, y después esa homosexualidad en las palomas y todos esos mundos.
Y entonces dicen: “La gente tiene que ver con eso”.
Ay, ay, ay, hay que ver si sigue usted ese idioma, ese idioma de una familia.
Esas dos palomitas tuvieron dos crías, él era el padre, se le parecía, también tenía esas plumas cortas, ¿verdad?, pero ella no, era una tipa hermosa.
Entonces viene ese hombre y dice...: “Vaya, un Gallo-Pedro de esos”, dice la mujer, “uno..., uno pequeñito de esos, no entiendes la razón, ese es grande y el otro, pues, se muere mañana, uno escuchimizado de esos”.
Digo: “Sí”.
Digo: “Sí, señora”.
Pero con esa gente no puedo entablar una conversación.
Entonces, sin embargo, llegarías a tener conversaciones cósmicas, ya solo sobre palomas.
Eso ya lo sacaba yo hace tiempo.
Pienso: ‘Ese es...’, como Jeus pensaba yo: ‘Ese, claro, es de esos otros padres, porque va arrojando huevos, y ese lo hace y el otro lo hace’.
Hay que ver lo rápido que me coscaba de las cosas, solo tenía seis años.
Digo: “Ahí lo tienes, ese viene de allí, allí ya has puesto veinte huevos, y ese también ha nacido de esos huevos”.
Entonces vinieron José y el maestro Alcar, un momentito, un golpecito en mi cabeza y yo ya estaba.
Aquí en la ciudad hay gente..., hay gente que anda con palomas, pero no disfrutan con ellas.
Entonces hay que...
Casi de antemano ya les puedo calcular —ustedes en realidad no pueden hacerlo, pero pueden verlo— cuál será el color de la paloma.
Pero esos criadores de palomas, esos psicólogos nos las conocen.
La psicología y el placer de la paloma es: ¿qué colorcitos vamos a tener hoy?
¿Cómo es el instinto?
¿Sensible?
Esa no quiere hacerse sensible para nada.
Esa sí, a esa la puedes...
¿Qué es todo eso?
No lo entienden.
Y luego la homosexualidad entre las palomas.
Un día le lancé una sarta de improperios a un padre de esos porque estaba enseñando cosas muy raras a su hijo, y entonces agarré una papa (patata) y salieron volando.
Digo: “Vamos, ¿ya quieres enseñarle eso a tu niño, feo?”.
Le estaba enseñando... se lo estaba enseñando.
El padre al hijo.
Porque era el hijo y esta era su hija.
Y se puso hacer no sé qué malabares y entonces, pues, le arrojé una papa (patata) a la cabeza.
Porque eso ya no era arrullarse.
Pero vi la sabiduría.
Pienso: ‘Mira, allí tienes la naturaleza.
Allí tienes un perro, un gato, allí las palomas, los insectos, y todos se lo conocen, se lo saben, solo el ser humano no se conoce a sí mismo.
El erudito no sabe, ese se va... está ahora —por eso es ridículo— quitándole al ser humano su homosexualidad.
Eso lo hacen... los médicos son capaces de hacerlo.
Pues, sí, ¿qué van a hacer ahora?
(Señor en la sala):

—¿Capaces de intentarlo? ¿Quiere decir eso?
—Entonces esa impotencia la tiene que...
La sexualidad es sentimiento, pero eso no lo saben.
Resulta que hay un cuerpo normal, la maternidad, y allí dentro hay un hombre, esos cuernos van saliendo hacia afuera.
Esas personas tienen todas cuernos o no los tienen.
Y entonces el doctor se pone a cortar, a operar, y saca esa homosexualidad a la luz del día.
Pero, señor Götte, ¿qué sería usted ahora si se pusieran a quitárselos a usted... a mí, mejor no me centre en usted, si fueran a quitármelos a mí?
(Señora en la sala):

—Una gallina.
—¿Qué era yo entonces?
¿Una gallina?
—(Señora en sala):

—Una gallina.
—Entonces ya no se es nada, señora, nada de nada.
(Murmuraciones en la sala).
—¿Qué es usted entonces?
(Señor en la sala):

—Un cero.
—Un cero, pues, no, entonces ya no es usted nada.
Pero el médico aún no sabe que eso no es posible, y mete el bisturí y quiere quitarle a usted la homosexualidad, que es sentimiento puro, al cien por cien.
Porque usted parte de la paternidad hacia la maternidad: el alma como ser humano vive en ambos organismos.
Es usted ahora madre, madre, y yo lo seré más adelante.
De lo contrario Dios sería sorprendentemente injusto, porque usted como madre vive a Dios.
Dios se manifestó por medio de todo.
Y por medio de usted, madre.
En la madre de una pequeña célula —ni siquiera es visible— surge el ser humano con luz, pensamiento, sentimiento.
¿Siente usted, comprende este poderoso milagro que posee la madre?
Y ahora usted procede de lo masculino y de la maternidad, y entonces, en un momento dado, no tenemos ninguno de los dos sentimientos.
¿Cómo va a ser posible que usted de repente sea creadora si acaba de salir de esa maternidad?
¿Y eso lo quiere extirpar el doctor con el bisturí?
¿Comprende?
Qué pobreza.
¿No es pobre eso?
Hay que ver lo pobre que es.
Y ahora el doctor dice..., y si entonces usted habla...
Digo: “Doctor, se encuentra aquí ante la homosexualidad, pero ¿acaso no siente usted que esto es lo mismo que estar ante un ser humano moribundo que da su último suspiro?
Y (el médico) dice: “Pues, yo he... ahora veo cómo se muere, veinte ya, treinta, y sigo sin ver de dónde viene esa alma”.
Piensa: ‘Sale de la boca, ¿verdad?’.
Esa boca tiene muchísimas cosas que decir al ser humano; y de allí tiene que salir esa alma, de esta boquita tiene que salir el alma, esa gran alma.
Piensa: ‘Pero eso no es más que una mirilla muy pequeña, de allí ya saldrá esa alma’.
Digo: “Doctor, ¿por dónde parte el alma cuando muere el ser humano?”.
“Pues, no lo sé.
Por la boca, ¿por dónde va a ser?”.
“Pues, no, doctor”.
¿Lo sabe usted?
¿De dónde parte usted?
¿Cómo parte usted cuando sale de este cuerpo y muere?
¿Cómo? ¿Por la boca?
(Señor en la sala):

—Desde todas las articulaciones del cuerpo...
—Sí, eso es sencillo.
No hay más que un lugar, señor, una sola célula.
(La gente habla sin orden ni concierto, mencionan varias veces el plexo solar).
El plexo solar es el templo para la vida y la muerte.
Un poco de viento y uno sale volando de allí.
Uno se va por completo...
Uno puede salir de allí, así, sin más, de verdad, porque cada ser humano tiene su lecho de muerte; puede liberarse.
Pero ustedes están aquí.
Este es el cosmos en ustedes, es el plexo solar.
Y ahora pueden..., yo puedo entrar allí sin problema mediante el desdoblamiento corporal: los domingos por la mañana —eso ustedes no lo ven, claro—, pero cuando nos subimos al escenario a veces el maestro Zelanus entra en mí por la izquierda y entonces retrocedo y toma las riendas sobre mí, sin más; se introduce en mí y allí se queda, me tiene.
Y después se vuelve a marchar después de estar así un poco, es capaz de un solo paso...
Deberían preguntarle si quiere hacerlo, en Ámsterdam a veces lo hace.
Dice: “Ahora atención”, dice, “ahora me voy.
Ahora daré un paso”, dice, “y entonces André vuelve a tomar las riendas de él”, y llega al suelo y yo me voy seguidamente, me voy directamente...”.
Es un mundo profundo, pero ese mundo profundo se ha conformado como si dijéramos por un fogonazo de pensamiento, de concentración.
Así que esa enorme voluntad del ser humano se ajusta a una millonésima de segundo, se hace con el control de ese cuerpo, porque no es cualquier cosa.
Es cien veces peor que si juntara usted cinco mil trenes de vapor y eléctricos... no tienen la misma fuerza que la voluntad del ser humano.
Cuando este se pone a trabajar espiritualmente, es casi insondable, pero más adelante ya habrá instrumentos —en mil años o quinientos o quizá incluso cien— y entonces habrá allí un instrumento: el ser humano se pondrá a pensar y hará que por su pensamiento... hará que, por ejemplo, de pronto estallen en pedazos miles y miles de casas, rocas enteras.
Así de fuerte es el ser humano con su voluntad.
Y entonces lo adopto de inmediato y me pongo a pensar directamente, primero sobre lo corporal —las manos, las piernas, los ojos— y después vuelvo lentamente y dejo que regrese la luz y empiezo a ver, y me voy.
Pero entonces pasan muchísimas cosas.
Y esa voluntad, ese desdoblamiento pueden hacerlo a través de las rodillas y de las piernas, de los pies, de la cabeza, pero la manera más fácil, la manera mística universal es: para adelante, para atrás, a la izquierda, a la derecha, es igual que la cruz, así es como se sale.
Pero entonces ya tienen que tener esa personalidad espiritual sobre todos los sistemas, o de lo contrario se quedarán colgando, claro.
Tiene que adoptar todo, pensar, la luz de los ojos, el sentimiento.
Mi córnea puede extinguirse de golpe por un solo trance, es cuando se produce un trastorno.
Por ejemplo, si en algún sitio privan de luz a los órganos nobles, entonces ya comprenderán que eso se muere al instante; es un trastorno, es como un hematoma.
Es decir: hay órganos, si sustraigo mi vida aquí... ese dedo ya es lo definitivo, pero las partes del cerebro, la luz en los ojos, si pueden ustedes privarlos un momento de vida, de ustedes, entonces ya sentirán que eso se desploma, se derrumba, es como si se secara al segundo y habrá un trastorno, tendrá usted un hematoma o su luz se habrá debilitado de pronto.
Todo eso es posible, con esas divertidas charlas en Diligentia (la sala en La Haya donde Jozef hablaba en trance) todo es posible, pintando, sanando, escribiendo y con todo.
Hay cien millones de peligros.
Yo ya podría haberme vuelto loco, yo mismo todavía no lo entiendo; no es posible porque sí que había conciencia, entonces ya habría estado pirado de niño.
Pero no es posible.
Aunque los trastornos, los corporales, es algo corriente y moliente, si ese maestro no es capaz de todo eso, entonces él los quebrará, física y espiritualmente.
Pero para volver ahora a lo de la homosexualidad, entonces ya sentirá usted, enfermera, lo raquíticos, lo terroríficos, lo antinaturales que son esos médicos todavía con su bisturí.
Yo no le veía para nada algo malo.
Cuando uno tiene que ser operado los señores son de una habilidad asombrosa, el apéndice, cuántas cosas no se han ido edificando en los últimos cien años.
Antes tenían que abrirles en canal conscientemente y entonces uno gritaba, había pérdida de sangre; uno de cada cien lo superaba.
La pasada semana leí un artículo de esos: una operación de bilis hace cien años, era a vida o muerte, una de cada mil personas sobrevivía.
Porque allí le abrían a uno de lado, en canal, conscientemente, era horrible, una tremenda pérdida de sangre, la gente tenía que morirse.
¿Qué es lo que no se ha aprendido en cien años?
Pero espiritualmente, el núcleo profundo para la vida, el alma y el espíritu de cara a un sistema, de una parte del organismo, eso todavía no se conoce.
Y eso solo lo pueden conocer si conocen el cosmos, la edificación, cómo Dios se espiritualizó y densificó.
Así que cuando ese médico se ve ante la homosexualidad —y esa es su pregunta: ¿es posible extirparla?— entonces me río de él en plena cara.
Y, sí, él puede... yo, claro, a usted en dos segundos le puedo... no era necesario que hablara tanto tiempo, pero le podría haber explicado a ese gay ... esa cosa, en dos segundos, en dos palabras.
Pero eso mejor lo piensa usted por su cuenta.
Entonces, sin embargo, retiro todo de golpe, entonces ya no queda nada, nada.
Entonces ya no es un homosexual, ya no es un padre ni una madre.
Porque al fin y al cabo hacia eso vamos.
Si interviene profundamente con su bisturí, no queda nada de esa madre y de ese padre.
(Señora en la sala):

—¿Es que entonces detienen la evolución material?
—Pueden hacerlo.
Sí, hay tantas cosas.
El ser humano que ya se quiere quitar de encima la homosexualidad tiene que ir a ver a los maestros en el otro lado, al médico espiritualmente consciente.
Aquí, más adelante, también recibirán clases académicas.
Todo esto de lo que estamos hablando lo tendrán que aprender enseguida, ¿no?
Eso lo he visto en el otro lado, pero habrá que explicárselo a la universidad, ¿no?
Dice: “Alto, un momento, señor, aquí ya no se extirpa nada”.
De todas formas, esos médicos recibirán luego por medio del aparato de voz directa clases académicas del médico espiritual de la séptima esfera —este atraviesa el organismo con la mirada—; sabe, de todas formas, para qué sirven todos esos sistemas, sobre todo los maternales y paternales, ¿no?
Allí ya no se...
Para esas cosas no estará permitido extirpar nada, señor, usted sigue siendo homosexual, sin más, e intenta... eso no es homosexualidad, sino: desde la maternidad y la paternidad, y al revés; así que no le queda otra que aceptarlo.
Usted todavía es así, luego vendrá... tiene que volver usted a la tierra, y eso es lo que hará.
Y quien sea homosexual (véase el artículo ‘Homosexualidad’ en rulof.es) ya volverá —¿entiende?— porque será usted hombre o mujer; pero semiconscientemente, será usted madre de forma animal o padre de forma animal, creando, todo eso es posible.
Pero en el otro lado no verá usted homosexualidad.
Dicho de otro modo: tienen que volver todos.
Tienen que convertirse en madres o padres.
Porque no es posible, semiconscientemente para la paternidad y maternidad, no es posible empezar a vivir la primera esfera, ¿no?
En la primera esfera se es al cien por cien o bien madre o padre, no, se es las dos cosas.
Y si uno es eso a mitades, le faltará algo, entonces no hay felicidad allí en la primera esfera, ¿no?
Así que, ¿para qué es la tierra?
Para prepararles por medio de la paternidad y maternidad para esa felicidad espiritual.
Porque allí uno será verdaderamente feliz.
Pero entonces hay que ser madre o padre al cien por cien, creando y dando a luz.
¿No es normal eso?
Así que esa gente regresa y se convierte en madre.
Y resulta que aparece un médico que les mete el bisturí.
¿Qué quiere extirpar?
Es simplemente desintegración.
Y ya se extirpan tantas cosas.
De eso podríamos seguir hablando veintiséis años.
Pero entonces tiene que hacer las preguntas, porque conozco cien mil, fácilmente.
A esto le puedo dar cien mil respuestas.
A mí no me sirve de nada, porque entonces nos vamos a la cosmología y nos ponemos a analizar esos órganos.
Y esta noche no solo se trata de homosexualidad.
Porque cada pregunta que usted hace tiene profundidad cósmica.
Puedo convertirla sin más en un problema cósmico.
Por cierto, eso lo hago siempre.
Porque si solo dijera “pero, bueno”, “sí y no”, no les servirían de nada estas noches.
Lo convierto en...
Me remito a un montón de cosas, con las que tiene contacto y conexión.
¿No es así?
¿Ya no tiene nada al respecto?
(Señora en la sala):

—Los grados...
—Debería usted mirar un poco más.
¿No es usted enfermera?
(Señora en la sala):

—Sí.
—Debería ir usted a mirar más en un hospital y así podrá disfrutarlo.
Y entonces debería lanzárselo también alguna vez al médico, ya verá cómo le responde.
(Señora en la sala):

—Me preguntaría si estoy loca.
—¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Entonces me encierran, y dirá: “Está usted loca”.
—Pues, cuando le haya dicho diez veces que está usted loca, a la décimo primera le dice usted: “Santo cielo, es cierto”.
De dónde lo habrá sacado.
He escuchado a muchachos en un psiquiátrico, leyeron mis libros, estuvieron aquí.
Y dice el médico: “¿De dónde sacas esas cosas? Porque es cierto lo que cuentas”.
Dice: “Pues, eso lo saco..., soy un discípulo de Jozef Rulof”.
“¡Acabáramos!”.
Y después vino otro: “Sí, doctor”.
Dice: “¿Cómo es posible, verdad?
Ahí estamos”.
Digo: “Mejor cuenta exactamente lo que yo he dicho”.
Lo que consigue, y no consiguió más.
Dice: “Sí, es cierto”.
Dice: “Doctor, no conoce usted el espíritu, no conoce el alma.
El alma no la conoce usted para nada.
Pero usted ni siquiera conoce el espíritu del ser humano, es la personalidad, son los sentimientos.
Ni siquiera sabe usted qué sustenta el funcionamiento de todos los sistemas.
¿Cuánta fuerza posee el ser humano para poder encajar su choque eléctrico?
¿Qué consigue usted con eso?
¿Cómo es el sentimiento?
¿Cómo es la personalidad?
¿Cómo son los tejidos?
¿Qué es lo que nos despierta?
Porque por el choque puede usted despertar una enfermedad material.
¿No sabía eso?”.
Y entonces el hombre se levanta y dice: “Sí, porque lo hemos visto.
Hubo allí uno que tuvo una pulmonía aguda por el choque”.
“Sí, señor.
Pero esa pulmonía ya estaba, doctor, y ahora se despertó”.
(Alguien en la sala):

—Sí.
—¿Quién dijo “sí”?
Sí, señora, y así uno lo encaja todo.
Y eso que no soy médico.
(Señora en la sala):

—Claro, estaba latente.
—Sí, todas lo están...
Hace usted que..., con una transfusión sanguínea hace usted que despierten cosa, con un choque, esto y lo otro y mil cosas más.
El ser humano no es normal.
¿Es sano?
Lo que pasa es que todos ustedes lo piensan, pero todos están llenos de cálculos biliares y renales.
Todos ustedes.
Aquí no hay nadie que no tenga cálculos biliares.
¿No lo sabía usted?
Y es imposible que no sea así, porque si no tiene cálculos entonces es que sus riñones ya no valen.
Están llenos de cálculos, todos.
No hay cuerpo que no tenga cálculos, no hay riñón que no...
¿Cómo dice, señora?
(Señora en la sala):

—Sí con bilis, pero no con piedras, ¿no?
—¿Piedras biliares?
(Señora en la sala):

—Sí, cómo duelen.
—No, señora.
(Señor en la sala):

—Cálculos biliares.
—No, también piedras.
Me viene a ver una señora.
Digo: “Sí, señora, puedo... tiene que ir usted al médico”.
Solo llevaba cuatro días con dolores.
Digo: “Señora, está usted llena de cálculos”.
Y así he tenido a veinte personas, a cien.
Digo: “Pues yo veo por lo menos...”, se nos juntó la hija, digo, “quizá haya hasta trescientos”.
Y me dice: “¿Está usted loco de remate?”
Señoras, ese día aparecieron trescientos cincuenta y cuatro.
Mil doscientos.
Grandes y pequeños.
¿Y usted se cree que está libre de cálculos?
Entonces esa bilis ni siquiera vale, porque se petrificará.
Dice: “Pero, señor, no lo sentí hasta ayer, antes de ayer”.
Dije: “Señora, ya empezó usted de niña.
Ya anda usted desde hace veinte, treinta años con esas piedras biliares”.
Pero no recibían estímulos y ahora aparecen los nervios y va a empezar todo.
Todo cuestiones nerviosas.
Y es algo que los médicos reconocen plenamente, porque hay prisas, no hay prácticamente nadie que se libre de los cálculos renales o biliares.
¿Un ser humano sin cálculos? ¿Sin cálculos biliares?
Sería una revelación, una revelación.
O sea, trescientos cinco, trescientos veinte, y otra persona doscientos dieciocho.
Digo: “No consigo sacarlos”.
Un cálculo renal aún lo consigo eliminar, pero entonces tiene que estar justamente a una altura por la que... por medio de los movimientos de roce magnético se consigue un estado mucoso alrededor de esa piedra y entonces tiene que soltarse.
Porque es como si tuviera usted una florecilla —como en la naturaleza, ¿entiende?— que se queda colgada en cualquier parte, un capullito de esos: una piedra es igual, se adhiere como una ventosa y es cortante, y entonces... si estimula cualquier parte, le entran ganas de gritar de dolor, tiene ataques y ya no aguanta más.
Pero están depositados en una mucosa como de plumón, tan a gusto, es un aura, otra vez igual que la tierra en la atmósfera, y es allí donde se encuentran todas esas piedrecitas feas.
Si están por dentro, ya no las consigo sacar.
De muchas..., ya me he deshecho de muchas, pero entonces, entonces era necesario verlas y así era posible, de lo contrario ya pueden estar haciendo movimientos de roce magnético durante mil años y aun así las tendrán.
Pero era posible.
Digo: “Señora, vendrá por sí sola”.
Y después, cuando se suelta, es un dolor terrible, lo desgarra y destroza todo.
Pero, bueno.
(Señora en la sala):

—Señor, es posible nacer con un riñón calcificado?
—¿Un niño?
(Señora en la sala):

—Sí, nacer con un riñón calcificado.
—Sí, todo es posible.
Tiene usted... hace poco leí y oí, y lo supe por un médico: había alguien que por dentro estaba completamente calcificado, diferentes órganos.
(Señora en la sala):

—Sí, tengo un hijo que nació con un riñón calcificado.
—Sí, es posible.
Es posible, un riñón calcificado, uno que esté calcificado, es posible que usted..., es lo que tiene la bilis.
Han surgido estados extraños que hacen que el ser humano se petrifique.
Y eso ya puede comenzar con el nacimiento.
Ya puede empezar en usted.
También es posible.
Las madres han dado a luz a los estados más extraños.
Son trastornos, nada más que trastornos físicos, son trastornos físicos.
Pero es horrible, ¿verdad que sí?
(Señora en la sala):

—Estuve ingresada y en el hospital había un hombre que se estaba petrificando del todo.
—Sí, eso también se da.
Y esa enfermedad ya es antigua, data de hace mil doscientos años, mil trescientos, mil cuatrocientos, mil quinientos años, entonces se daba mucho, ahora ya no se oye hablar mucho de ella.
Pero esa enfermedad ya es más antigua que Matusalén y todavía no saben qué es.
(Señora en la sala):

—¿No es también como si se estuviera calcificando?
—Calcificación.
Claro, es una...
Ya entenderá usted que..., aquí hay algo que falla y aquí hay..., aquí falla algo en el sistema endocrino.
También está decididamente en los sistemas endocrinos, porque estos... si las glándulas no alimentan, nos calcificamos en poco tiempo.
Eso hace que... entonces se seca y después, por los ácidos que hay en el cuerpo, se calcifica.
Los ácidos sirven como la ..., digamos como la cal que pega las piedras en una casa que se está construyendo.
Así es como todas esas mucosas y esos sistemas endocrinos tienen una función y tarea paro esto esto esto y esto, para la circulación sanguínea y todas esas cosas.
Pero los sistemas endocrinos para cada órgano, hasta las células más pequeñas...
Somos un solo sistema, en el fondo somos un solo sistema endocrinos.
¿Entiende?
Hay tan pocos órganos..., órganos nobles que se puedan sentir... y que tengan espacio y elasticidad, son tan pocos, porque todo, sin excepción, es una sola célula, es un solo sistema endocrino.
Y cada órgano tiene sistemas endocrinos propios, porque son los sistemas para alimentar los canales, la cosa en sí, la gasolina para el motor.
Y si desmonta usted una parte humana de esas, verá milagros, pero entonces hay que comprender los sistemas de las mucosidades, los sistemas endocrinos.
Y si no lo hay...
Traté a una señora que no había comido en siete años, eso era peor.
Y estaba bien... bien... eh... gorda.
Ya se lo he contado.
Nadie se lo creía, el médico tampoco.
Dice: “Eso cuéntaselo a tu abuela”.
Entonces dice su hermana: “Ya tampoco me lo creo”.
Ni el cuñado.
Dice ella: “Es horroroso, horroroso, horroroso”.
Dice: “Señor, lo que más me duele es que se rían de mí, no me creen”.
Digo: “Voy a ir allí”.
Y fue allí, estuvo tres meses con la hermana, y esta que se pone enferma de miedo.
No comió en dos meses.
Entonces dijo: “Pero, Dios santo, no te pasa nada”.
Dice: “Sí, qué milagro, ya no puedo comer”.
Pero sí un poco de té y esas cosas, aunque ya nunca comer.
Vivía de mis fuerzas.
Con solo ir un rato y ponerme cerca de ella —jjj jjj jjj, el cuerpo ya se iba—, así, un momento, detrás...
Digo: “Bueno, por hoy ya tienes suficiente”.
Un momento, así, dos minutos, porque entonces ya empezaba.
Y entonces tenía que... le entraba un hipo muy fuerte, empezaba a trabajar el estómago, entonces tenía que trabajar un poco y después ya volvía a bajar.
Y así podía tirar unos dos meses de esa fuerza.
Tuve que desprenderme de ella durante la guerra, porque era un manojo de huesos.
Entonces tampoco le hacía falta...
Había perdido peso en la guerra, como todo el mundo, y ella estaba como... cielos...
Entonces decía le gente...
Dijo ella: “Ahora estoy incluso peor”.
Y la gente: “Claro, tú tendrás de todo en tu sótano”.
Dice ella: “¿No es horrible, señor Rulof?
Ahora encima piensan que como de todo”.
“Sí, también esa chimenea humeaba esta mañana, claro, se habrán hecho unos bistecs”.
“Mira esa mujer.
Tiene un color estupendo, ¿verdad?, como una manzana”.
Sin comer nada en siete, ocho, nueve años.
La tildaban de trabajar en el mercado negro.
Pero ya ven todas las cosas que se pueden vivir por esos problemas.
Y así podemos seguir.
Pero no es mi intención ponerme a jugar esta noche a ser médico.
Pero cuando hablan de eso tendrán que reconocer, enfermera, que el ser humano, también los eruditos, saben todavía muy poco del organismo humano.
Y eso, por cierto, lo dicen ellos mismos.
(Señora en la sala):

—¿A qué se debe que los cálculos renales brillen tanto?
—¿Que el riñón brille?
(Señora en la sala):

—Los cálculos renales.
—¿Que brillan?
¿No lo sabe usted?
(Señora en la sala):

—Como diamantes.
(Señora en la sala):

—¿No lo sabe?
¿Ha visto usted alguna vez una piedra que no brille en el agua?
Se refiere usted nuevamente al mar.
Si usted a esas piedras... ese riñón no hace otra cosa que... es una draga.
Es...
Lo que hace un planeta para el espacio lo hace el riñón para el organismo humano; mantiene el tinglado limpio, lo limpia, ¿verdad?
El riñón es un aspirador de arena, el limpiador del organismo humano.
Y lo atraviesa el agua, entero... es como una esponja, y así todo el día.
Ojalá pudiera ver usted cómo funciona todo eso.
Cada miembro del cuerpo en el otro lado lo he...
¿Ha leído usted ‘Los pueblos de la tierra’?
Porque allí lo pone, porque puede usted..., en el Templo de los Médicos, allí lo tienen todo, allí les pueden mostrar al ser humano, espiritualmente vivo, cada organismo funciona a pleno rendimiento por los maestros, por mí.
Si ese cuerpo es suyo, puede hacerlo trabajar allí y atravesarlo con la mirada y así podrá ver cómo es el flujo de la sangre, lo atraviesa usted sin problema.
Y después, si usted..., por eso vuelvo a decir: una piedra en el agua, ¿alguna vez la ha...? Saque alguna vez una piedra del mar o de un estado enlodado, en las aguas, donde sea...; ¿alguna vez estuvo negra, o rugosa o sucia?
No es posible, ¿no?
Es pulida hasta quedar limpia.
Y entonces se va formando..., es un tejido fino, otra sustancia más, digamos, se adhiere lentamente como una ventosa, se pega y se va formando, se endurece.
El universo que se dilata como leyes elementales tiene lugar en el riñón humano y en la vesícula biliar.
¿Tan incomprensible es eso?
¿Tenía alguna cosa más?
(Señor en la sala):

—Alguna vez he visto un cálculo renal, parecía más bien porcelana.
—Sí, señor, son muy planas.
Yo... nosotros las hemos pintado.
Yongchi las pintó en el pasado, dice: “Allí tienes un cálculo renal”.
(Señor en la sala):

—Como una aguja.
—Sí, señor, como de un abedul, de un árbol, una aguja fina, un fino tejido de un olmo, por ejemplo, o un cas..., no, un castaño no, un árbol de caoba... puede usted...
Un cálculo renal es igual de liso, puede ser igual de liso y reflejar de igual manera... es la piedra animal para la esmeralda y un ámbar.
Este cálculo renal, si llegara a tener un poco de color, la gente se lo pondría en la solapa de los abrigos.
Pero no es más que una cosa gris.
Y ¿por qué es gris, señor?
Gris oscuro, algo así.
¿Por qué?
(Una señora dice algo, otra señora también, se solapan).
¿Cómo dice, señora?
(Señora en la sala):

—Es el primer estadio de una piedra.
—No, creo que no lo adivinará nunca esta noche.
(Señora en la sala):

—Porque nunca ha estado expuesta a la luz del sol.
—Vaya, qué cosas dice usted: eso no ha conocido la luz, y todo lo que tiene luz adquiere color.
Señora mía, enhorabuena, eso es muy hermoso, muy profundo.
Sí, ya ve usted, aun así avanzamos.
¿No le parece?
Pero eso no conoció la luz del sol.
Todo lo que está en la oscuridad se queda sin color.
En los mares sí, pero tampoco es que sean los colores de la conciencia diurna, porque..., mire, debería usted, a eso se puede... ahora vamos a empezar con un biólogo, con un geólogo, el hombre, el conocedor de las aguas: “Doctor, ¿por qué tiene esta anémona ese color?”.
Cuando nos ponemos a hablar de colores: “¿Por qué no tiene la flor de las aguas el color del espacio?”.
Y entonces dice él: “Sí, es cierto”.
Digo: “No, señor, es la sombra del mono y del ser humano”.
El ser humano es un mono, el ser humano es un mono, sí.
Y el mono es un ser humano.
Darwin dice: “El ser humano nació del mono”.
No, señor: el mono es la sombra del ser humano, y esas piedras de las aguas son la sombra de la planta y la flor al nivel de la conciencia terrestre.
¿No le parece divertido?
(Alguien en la sala):

—Fenomenal.
—Fenomenal, sí.
Eso lo volvemos a ver todo, todo eso está abierto.
Si tuviera aquí al biólogo, se volvería completamente chiflado del deseo de llegar a saber eso.
Puedo contarles mucho más, pero no me sirve de nada, porque luego me lo devuelven todo.
Alguno que otro dice: “Ay, Dios, ¿cómo es posible? ¿Cómo es posible?”.
No me sirve de nada, porque atraviesa el espacio, así, sin más, y vuelve a irse volando.
Sí, ese cacharro (la grabadora) lo graba, pero allá tampoco lo comprenden.
(Señor en la sala):

—Señor, Rulof, ¿me permite preguntarle algo?
—No, la señora quería hacer una pregunta.
(Señora en la sala):

—Quería preguntarle algo, señor Rulof.
Una perla en una ostra, eso que le ocurre al animal, ¿es entonces en el fondo lo mismo que lo que tiene el ser humano?
—Así que usted diría: una perla en una ostra, ¿será un cálculo renal, igual que uno del ser humano, o que el cálculo biliar?
Señora, la perla...
Quién sabe...
¿Sabe el ser humano ya también algo de la ostra? ¿De de lo que en realidad significa esa perla en la ostra?
¿Y de por qué una especie la tiene y la otra no?
Claro, ahora la gente pensará: ese hombre de allá, ese tipo piensa que entiende de todo.
Pero la voy a desafiar.
(Señora en la sala):

—¿Es una lágrima?
—¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—¿Es un llanto?
—Sí, para el mundo.
Sí, señora.
(Señora en la sala):

—Eso leí una vez.
—Sí, es un bonito cuento de hadas.
Es la lágrima... una humana... es una lágrima.
Esa ostra ha llorado hasta más no poder, eso ha producido la perla.
No, eso lo dice el ser humano, mire, por eso esa cosa es tan cara.
(La gente en la sala se pone a hablar).
Por eso esa cosa es ahora tan cara.
¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Segregación.
—Sí, ¿de qué?
(Señora en la sala):

—Un granito de arena, alrededor.
—Sí, esa cosa material, pero tiene un significado divino.
Es una paternidad y maternidad natural.
Pero hay más.
Mire, se lo explicaré, porque no lo va a averiguar.
En cada célula que Dios ha creado vive la esencia espiritual como espacio.
Y ahora resulta que esa ostra —la llaman la perla de los mares, ¿verdad?— no solo ha transformado los sentimientos en esa perla, sino además el ojo, la personalidad y todo, también la paternidad.
Es como si la paternidad de esta vida poseyera el ojo humano de las aguas.
De modo que la conciencia agua se ha revelado aquí como diamante, que también en la planta... todo eso nació en la aguas, pero tiene fuego... una piedra, un diamante, una esmeralda, solo tiene... y sangre... un ópalo, y así muchas más, todas esas piedras preciosas han sido construidas, paridas y creadas por el fuego, por el calentamiento de la madre tierra.
Y cuando empezaron a enfriarse adquirieron color.
Así que eso es conciencia terrestre —¿entiende usted?—, así que da a luz y crea, porque puedo explicarle si la piedra es madre y padre, porque llegar usted a tener conciencia paternal en todo, y maternidad.
También en los diamantes y las perlas.
Porque el diamante es..., el diamante más caro es como si dijéramos..., crea, e irradia luz desde todas partes, pero la madre...
Así que allí tenemos otra vez siete grados antes de que esa piedra también haya completado esa evolución —porque esa piedra, una planta, un trozo de hierba, y cualquier cosa que sea, en todo vive la paternidad y la maternidad y pueden vivirse las siete transiciones—, hasta que se posee esa irradiación como piedra, que ahora llamamos diamante.
A eso lo llamamos diamante.
Pero para Dios, para la creación eso sí que tiene un significado muy diferente, y entonces llegamos a tener solo la conciencia más elevada en este grado, o sea, ese estado como piedra, autoridad masculina o materna, entidad, recibida por la tierra.
Así que la madre tierra es madre, padre, y dio a toda su vida autoridad materna, paterna.
Y ahora tenemos piedras preciosas y también las hay en los mares, y eso es, pues, la ostra, y si uno se adentra mucho más en los mares, mucho más, entonces uno encontrará... —aún nadie lo ha conseguido—, pero de allí viene, y entonces verá ostras, quizá con perlas así.
Y entonces estamos ante la paternidad y la maternidad para las aguas como ostra.
Como ostra.
Y entonces la concha de la ostra es la atmósfera para ese animalito, y el insecto que hay dentro, esa vida, ha surgido por ese pez, por este y el otro.
El pez salió del ser humano, el animal salió del ser humano, y ese pez, a su vez, dio a luz; y en ese y aquel grado y allí y allá salió a la luz la ostra.
Y todo eso se puede seguir y ver con los maestros.
Yo he visto esas cosas.
Por eso podemos escribir cien millones de libros.
Si usted donde el experto de diamantes... —yo no lo soy, no soy médico, no soy pintor, no soy escritor, no soy nada, pero los maestros lo saben todo—, entonces a ese hombre..., le hablaré, hasta volverlo loco, del conocimiento sobre diamantes y esmeraldas.
Puedo decirle al artista el violín que tiene.
Digo: “Señor, usted no tiene un Stradivarius”.
¿Qué es Stradivarius para su violín?
¿Quieren empezar a hablar de música?
¿De esculturas?
¿De todo lo que tiene la tierra?
Todo, créanme, es sentimiento.
Y si conocen esa cosa y si conocen el espacio, pues entonces saben cómo surgió esa cosa como materia, y entonces conocen el espíritu, conocen el alma, conocen el grado propio, la sintonización y todo.
(Al técnico de sonido): ¿Un segundo más?
Señoras y señores, les espera el diamante como té.
Eso, en cambio, es otra conciencia.
 
DESCANSO
 
Señoras y señores, tengo aquí una pregunta: “Llevo poco tiempo aquí”, esto también está muy complicado de leer, tendré que estudiarlo un momento, “cuando llevaba poco tiempo...”.
¿De quién es esto?
¿Puede ayudarme?
(Señora en la sala):

—Creo que es mío, no lo sé.
—”...cuando solo llevaba poco tiempo...allí”, ¿es posible “dado que solo llevo poco tiempo?”.
(Señora en la sala):

—Sí, allí.
—“Dado que llevo poco tiempo yendo a sus noches informativas, y dado que por tanto no he avanzado mucho con su doctrina ni estoy muy informado de ella, pregunto, pues, lo siguiente: desde hace algunas noches me choca que cuando llego a casa en la oscuridad de la noche y abro la puerta me encuentro en el peldaño de abajo, de la escalera de abajo, una sombra humana.
Es solo un instante, después vuelve a desaparecer.
Solo es en la escalera, porque arriba, en el pasillo, donde tampoco hay luz, ya no percibo esa aparición”.
Y ¿qué quiere saber sobre eso?
¿Que si es auténtica, señora?
(Señora en la sala):

—Sí, no sé que debo pensar al respecto.
—No tiene que pensar nada al respecto y tampoco debe hacerle caso alguno.
No es descartable.
La casa, ¿es nueva? ¿Es antigua?
(Señora en la sala):

—No, vivo allí desde hace quince años.
—Y ¿antes nunca la vio?
(Señora en la sala):

—Jamás.
Y desde que viene aquí, ¿es como si se hubiera traído usted a alguien, que la espera?
(Señora en la sala):

—Sí, yo es que tampoco me aclaro...
—Y ¿es una persona joven? ¿De edad avanzada?
(Señora en la sala):

—Es que es una sombre.
—Una sombra.
(Señora en la sala):

—Desaparece así, como un rayo.
Y arriba, donde tampoco hay luz, pues allí no me pasa.
—Mire, sí, naturalmente, tiene usted...
Esas cosas las he presenciado mil veces, pero entonces significaban algo, ¿entiende?
Conmigo no pasaba nada o había algo.
Regreso de mis enfermos...
Cosas tan extrañas, ya conozco esas sombras.
Y eso, claro, tiene un significado profundo, un significado infinito, y tiene que ver con aquel y tiene que ver con aquella y con esta quizá ni siquiera.
Pero entonces volvía de un enfermo y me estaba esperando alguien la escalera.
Dice: “¿Me ve?”.
Digo: “Sí, ¿qué ocurre?”.
Y entonces dijo: “Esta tarde vendrá una señora que necesita ayuda urgente, porque su hija está gravemente enferma, y yo soy el padre.
Esto...
Cuando llegue ella váyase usted por favor de inmediato, porque es una pulmonía, y por eso yo ya lo estaba esperando a usted”.
Así que el espíritu, el padre, la hija, y la criatura, claro, era un contacto hermoso.
Ese padre ya estaba esperando a mi maestro para...
(Señora en la sala):

—Sí, ¿fantasmas?
—No... a mi maestro para ayudar a esa niña.
Y vino una... por la tarde, hacia las tres, vino esa hija y digo: “Ya lo sé”.
Digo: “Porque...”.
Entonces yo ya era capaz de dar pruebas a esa mujer, así confiaría, claro, eso era algo, en cambio, que consentía mi maestro.
Y dice él: “Adelante, manifiéstese, sin problema, él ya lo captará”.
Esto es lo que me recordó aquello al instante.
Llega la señora y digo: “Señora, no hace falta que me cuente nada, porque su hija está enferma.
Tiene una niña de cinco años, es rubia, tiene un aspecto tal y cual”.
“Cómo es posible, señor?”.
Así que allí tuve una clarividencia al margen de todo, directamente desde el otro lado, y eso ya no pudo haber sido telepatía.
Y así es como empecé a tener mis fenómenos.
Esas sombras están por todas partes.
Las atravieso a diario cuando camino.
Y unos seres humanos son sensitivos, y otros no.
Pero lo que tiene que hacer, cuando la vea, es seguir andando como si nada, y quizá más tarde se vuelva a manifestar alguna vez.
¿Es usted muy sensitiva?
(Señora en la sala):

—Es curioso, nunca lo he presenciado.
—¿Es usted muy sensitiva?
Puedo contarle mil historias sobre eso.
Otros también verán una sombra de esas, compra una casa, entra en una habitación y —al comienzo no— de pronto por la noche... también se va a un concierto, y hay una sombra en esa habitación.
Entonces dijo: “Curioso”.
Entonces empezaba a estar fría, luego le entraban calores, y eso era... entonces empezó, había establecido contacto.
Aunque, claro, esas cosas son justamente las que no quiero contarle, si no hasta va a acercarse usted misma a la sombra.
No, mejor no lo haré.
Entonces vino a verme más tarde, le digo: “Sí, ¿usted vive en tal y cual sitio?”.
“Sí...”.
Digo: “Mire, en su aura vive esto, esto y esto, y será mejor que se mude usted lo antes posible de allí”.
Pero eso usted no lo tiene que hacer.
Así que, naturalmente, llegará a ver usted otro mundo, y este no se lo quiero despertar, porque puede...
Si veo esa sombra, sé para qué significado y para qué objetivo, y entonces la puedo seguir y sé si es buena o mala, o si fue antes, si era para otra persona, si no tiene que ver con usted.
Mire, ahora es usted muy sensitiva... porque a diario atraviesa miles de sombras mientras va caminando y no las ve.
Y allí desde luego que es algo.
Pero ¿no puede ser la propia sombra, de usted misma, que usted ve así, como si dijéramos?
(La señora en la sala hace, por lo visto, una señal de negación). No, una muy diferente.
Había una señora...
(Señora en la sala):

—Pero es que no tengo miedo para nada.
—Ni falta que hace.
(Señora en la sala):

—... cuando llego pienso: ‘Vaya, ¿y eso qué es?’.
Y subo la escalera como si nada.
—Porque si de verdad reacciona ante esa sombra y la sigue y es usted como si dijéramos un poco sentimental e hipersensible, ya me entiende, saldrán las peores desgracias, porque esa gente se aferra a esas cosas.
Y ahora digo yo: déjela pasar, mejor atraviésela cuando vaya caminando.
Y diga: “Buenas noches, señor, muy buenas.
Debe de hacer frío allí fuera, ¿no?”.
Enseguida comenzaré con una historieta.
Digo: “¿Qué pintas tú aquí?
Todo ese espacio, tienes un espacio y ¿te vienes a sentar en esta triste escalera?
Pues mal andamos”.
(Señora en la sala):

—No, lo que es sentarse no se sienta, es alto, está dando saltos.
—Bien, pues deje que se quede allí y que se vaya volando, planeando por el espacio.
Pero digo: “¿Quiere fumar, señor?
¿Tabaco?”.
Dice: “Pero si ya no puedo fumar, ¿no?”.
Digo: “Ah, entonces resulta que sí que entiendes que ya no puedes fumar.
No: eres un espíritu, eres una sombra”.
Enseguida empezaré una historieta.
Y quizá una de tonterías.
“Tienes espacio y ahora estás sentado aquí en la escalera.
¿A quién estás esperando? ¿Al ayudante de San Nicolás?”.

(Risas).

Entonces digo, y en alemán: “Aquí de todas formas no hay ayudantes de San Nicolás”.

(Risas).

Pero, mire, esa sombra puede tener que ver con usted y con otro, pero lo mejor es que no reaccione.
Y no tengo otra explicación, porque no tengo contacto.
Mejor supongamos que ese hombre no está esperando al ayudante de San Nicolás.
Pero, señora, ha habido más personas a quienes les ha pasado eso.
De pronto esto, de pronto lo otro.
Curioso, oyen esto o ven aquello.
Hace años, en mi calle..., y me dice ella: “Es curioso, señor”.
Eso le había llegado, que yo estaba loco, en esa calle, y entonces pensaron: quizá sea yo quien hace esas cosas al vivir en la misma calle.
Y entonces, a cierta hora, empezó a... siempre empezaba a parpadear la luz del pasillo a cierta hora.
Y tuve que tener cuidado.
Y hubo otro que dijo: “Vamos, déjate de cosas”.
Por aquellos tiempos ya me consideraban un mago negro, claro, porque seguramente estaría embrujando ese timbre.
Digo: “Pues, señora, mire, cuando haya llegado el momento ya la avisaré primero”.
Digo: “Alguna vez he estado haciendo brujería, señora”.
Digo: “Porque”, digo, “la prueba...
Esa puerta de allí”, digo, “encaja exactamente sobre mi llave”.
Entonces quise ir rápidamente a casa, pero subí dos portales antes del mío.
Y allí estaba, pienso: ‘¿Qué?
Pero, si no tenemos un bebé ni un cochechito para llevarlo.
Y tenemos una moqueta muy diferente.
Y ya tenía mi sombrero en el perchero, quería entrar ya, tan a gusto, pienso. ‘Santo cielo’, había otra cama allí.
Y no la tenemos en el salón de delante, ¿no?
Resulta que estoy en casa de otra gente, vaya.
Si me hubieran visto, habría estado ahora en la cárcel.
Lo hice sin querer.
A ver: ¿quién ha visto más sombras?
Sí, pero ahora todos vamos a tener sombras, señora, esta noche.
Pero mejor no entre en eso.
Mire, usted diga: “Alto, alto, alto, alto”.
(Señora en la sala):

—Bueno, ya se me irá, imagino.
—Claro que sí... si usted percibe de verdad de forma densamente material o espiritual, debería empezar alguna vez una charla, una historieta.
Quizá le diga él de dónde viene, si es masculino, o si es una señora.
(Señora en la sala):

—No podrá ser, porque desaparece en un abrir y cerrar de ojos.
—Así que entonces ni siquiera pretende hablar; encima descarado.
Llega usted arriba y entonces se van corriendo.
Pues, hay que ver, ¿no?
Siento curiosidad por saber si lo volverá a ver esta noche.
Quizá esté esperándola, ese erudito o esa alma, y solo quiera saludarla cortésmente.
Sí.
Y ahora a mirar bien.
Enseguida miraré qué religión tiene.
Espero que usted lo entienda bien, porque con la personalidad astral hago majaderías.
Vino alguien a mi casa.
Piensan, ese mundo astral, piensan que los seres humanos, los seres humanos materiales, que estamos locos.
Me viene alguien al salón.
Eso es posible conmigo, del mundo astral, en toda mi casa, puedo cerrar La Haya.
Blindé Holanda para una persona enferma, señora —¿no lo leyó, con Betje, en ‘Las máscaras y los seres humanos’, no, en ‘Dones espirituales’?—, la estuve tratando, la hemos tratado, y entonces lo que hicimos fue blindar La Haya.
Y entonces pudo salir de La Haya, un solo paso fuera de la ciudad; ni siquiera se había alejado mucho cuando ya la agarraron otra vez, empezó a gritar, era como si se asfixiara.
Entonces dijo: “Cómo es posible”.
Digo: “Puede salir de la calle, pero nada más”.
Sale de la calle.
Pero en la esquina estaba otra vez ese demonio.
Y entonces él tuvo que salir de La Haya y lo hemos echado del país, fuera del país.
Pero esas cosas las hemos vivido.
Y después también me vinieron a ver a mí.
Me dice: “Le haré escribir”.
Vino, llevaba una bonita pajarita, así.
Me lo quedé mirando, sentado delante de la máquina de escribir, el maestro Alcar estaba escribiendo y se desprende mí.
Pienso: ‘Pues ese cuello no lo ha visto mi maestro’.
“Lo haré mundialmente famoso”, dice.
“Estos libros son buenos para personas que lo aceptan todo, pero tienen que contener un estímulo, una salsita”.
Digo: “¿Quién es usted?”.
“Soy un poeta belga”.
Y entonces se puso a componer poemas.
“¿Me permite?
¿Me permite?
Mejor entréguese y así se lo mostraré.
Es una novela hermosa, se hará usted famoso en el mundo entero”.
Digo: “Estupendo”.
Me quedé mirándole a los ojos al maestro Alcar: que siga un poco más con sus chapuzas.
Digo: “Pues, adelante”.
Y me agarra, se pone a escribir.
Dice: “¡Estoy en el ello, estoy en ello!”.
Dije: “Sí, lo sé”.
Ya estaba yo de pie a su lado, pero me sujetaba a mí mismo.
Y allí ya está el maestro Alcar, directamente.
Y entonces dejamos que chapuceara un poco en la máquina.
Y empieza, cinco, cuatro páginas, cinco.
Digo: “Y ahora ya basta”.
Vuelvo de golpe, agarro las páginas, digo: “Mire”.
¡Juit!
Y al mismo tiempo se me lanza al cuello, aquí.
Digo: “¡Y ahora fuera de aquí!”.
Se largó.
Me fui a la cocina, señora, tenía la huella del pulgar y de la mano en la garganta: un moratón.
Digo a mi mujer: “¿Ves algo?”.
Dice: “Está morado, ¿qué es eso?”.
Digo: “Había un espíritu, quería estrangularme.
Quería escribir un hermoso libro, pero primero me estranguló”.
Entonces dijo el maestro Alcar: “Ese ya no volverá a la tierra en cien mil años, ya se ha enterado para siempre”.
Mire, esas cosas...
Puedo estar hablando día y noche con seres astrales, pero los atravieso sin más, caminando.
A cada instante puede usted vivir el contacto con el otro lado, con solo conservar la normalidad.
Pero si empieza usted a ver, ya no es normal.
Entonces se pierde a sí misma.
Eso lo veo diariamente con la gente, también se lo oigo decir diariamente.
“Ah”.
Sí, si me pongo a hacer “Ah” y me habla la luna, entonces me destruye.
El maestro Alcar dice: “Hay que seguir siendo corriente y moliente.
Son sombras, no estás tratando con sombras.
A ves si les preguntas algo cuando las veas”.
Y a medida que me fui desarrollando y recibiendo, empecé a hacerle preguntas a ese señor y le tomaba el pelo, de modo completamente humano.
Y ahora dice usted: “Sí, pero se interpone la muerte”.
No, no hay muerte.
Diría: “Señor, menudo lelo que es usted por sentarse aquí en la escalera”, si yo viera esa sombra suya.
Diría: “¿Qué quieres? ¿Qué clase de diversión es esa de sentarse en esta calle enlodada?
Todo eso es lodo en la tierra”.
Diría: “¿No hace frío aquí?”.
Diría: “¿Quiere un buen puro?
Vamos, entre un rato”.
Diría: “Inténtelo y pase por el umbral”.
“Vaya, vaya”, infranqueable para ellas, eso es mío, ese barrio está blindado.
Está allí sentada.
¿Qué ogro es ese que está sentado allí en La Haya?
Se ha adueñado ahora de La Haya.
Quizá también lo intente en París, eso de sentarse por la noche para dejarse ver brevemente, para que el ser humano vea una sombra.
“Señor, ¿no tiene más que eso?”.
Y entonces usted tiene que...
Los espiritistas, ellos reaccionan, quieren...
Ahora alguien con un poco de...
Gracias a Dios, conserva usted el pragmatismo.
Las trato, usted también se da cuenta, trato esas cosas con el más absoluto pragmatismo.
Y ahora tengo un espiritista al que le encantaría ser médium: “¡He visto algo!
¡Oh! ¡He visto!
¡Lo vi!”.
Entonces te metes en eso.
“¡Lo vi!
¡Lo he visto yo mismo!”.
Sí, lo vieron.
En dos meses se habían vuelto chiflados, por las visiones de ella.
Porque entonces empezaron a desear y fueron atrayendo las sombras, pero no sabían quiénes eran.
Y aquí: “Ah, sí, sí, ah, sé exactamente lo que es la clarividencia, porque yo también vi esa sombra.
Y ahora escribo”.
Sí, de mal en peor.
Es así de peligroso.
Siga usted siendo bien pragmática, señora, y pregúntele mejor, a esa sombra, si le apetece un panecillo.
Quizá ese serecillo humano tenga hambre.
Si resultara ser una madre o un padre...
Esto, mira, todo nos apunta a esa intelectualidad y a un pensamiento humano normal.
Nosotros, como seres humanos aquí en la tierra, tampoco vamos a sentarnos... en un portal, ¿no?, ni hacemos “Tsss”, soplando a alguien para darle miedo.
Porque quien sea sensible y entre al trapo ya se va —¿entienden?— por el camino equivocado.
Va al pensamiento y sentimiento de esa sombra.
Eso no es normal, ¿no?
¿Qué pensamiento humano normal hace esas cosas?
Mire, entre por favor en el mundo espiritualista.
Frederik —¿leyó usted mi ‘Las máscaras y los seres humanos’?—, entonces está... y dice... está durmiendo y desde fuera entra... la luz de la farola fuera entra por las ventanas y es como si hiciera una cruz, y eso su ojo lo capta al instante, y durante el sueño lo percibe, por dentro.
Se despierta y dice: “He visto la señal de la cruz”.
Y entonces miró a través de... “Caramba, mira allí”.
Entonces la vio allí, a través de las cortinas.
Lo había integrado en el sueño.
“Pero un espiritista”, dice, “claro, ese sale corriendo y piensa que por allí también andaba Nuestro Señor”.
Pero, en fin, era la farola de la calle.
Allí está ese enorme pensamiento y análisis pragmático.
Porque si lo eres, ya ves suficiente.
Puedo ver todo y nunca pregunto por ello, no quiero verlo, solo si es necesario.
Y entonces, si es necesario, es que es algo.
Pero ¿por qué íbamos a perder más tiempo con esa sombra?
Si yo...
Yo encantado, si... quizá pase algo, sí que oiga usted algo, vea algo, y más cosas.
Pero mejor siga estando lo más pragmático posible.
¿Quién tiene más preguntas?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Dígame, señor.
(Señor en la sala):

—En la parte 3 de ‘El origen del universo’ pone que hubo tres problemas que el maestro Alcar enseñó a André.
El primero fue el nacimiento y la muerte de Cristo en el Gólgota, y el tercer problema fue la celebración de la Navidad en la eternidad... su celebración en las...

—Esferas.

—...esferas era eterna.
¿Qué es lo que se quiere decir con eso en realidad?”.
Cada pensamiento, señor, que usted vaya construyendo tiene que proporcionarle conciencia eterna.
Esa es la celebración de la Navidad.
Cuando la celebre, aquí —no me diga que no es hermoso, que no es poderoso, ¿no?—, estará con todo su carácter en la primera esfera.
Pero es que entonces lo es.
Eso es siempre, el nacimiento espiritual es eterno —no solo para Cristo, pero de usted mismo y para usted mismo y para todo el mundo— y está presente en esa tarea.
Eso es lo eterno de la celebración de la Navidad que hay en el interior de usted.
Y luego está la celebración navideña si uno...
Dentro de poco toca, pero en las esferas ya lo tienen, como si dijéramos, a las espaldas, si lo quiere ver usted de modo material; eso ya ha pasado.
Porque Cristo nació en agosto, no en invierno.
¿Sabían eso?
(Señor en la sala):

—Sí, lo ha dicho más de una vez.
Sabía que había nacido en verano, pero no en agosto, en julio.
—En verano, en julio, agosto, pero en agosto, no hemos mencionado ningún nombre, pero lo sé de Cesarino.
Si Cristo hubiera nacido en invierno, se habría congelado, ¿no?
Pero la celebración de la Navidad en las esferas ya pasó hace mucho, y nunca pasa, porque vivirán ustedes eternamente en el nacimiento y el pensamiento y la vida de Cristo.
Eso jamás se muere.
Eso es eterno.
Todo lo que es de usted, señor, es eterno, todo lo que forme parte de su yo divino.
Y ese yo divino ya vive en usted, pero tiene ahora todavía una conciencia o inconscienca humana.
Pero la chispa de Dios para todo, para el alma...
¿Estuvo usted el domingo en (la sala) Diligentia (conferencia 42: ‘La Omnifuente para el ser humano’)?
Entonces ya lo sabe.
Todo eso está en ustedes.
Pero si creen que tienen luz espiritual en su carácter, entonces ya diremos: no, eso todavía no es posible.
¿Y es así, en efecto?
(Señor en la sala):

—Creo que sí.
—¿Ya tiene usted luz espiritual?
(Señor en la sala):

—No, no podría tenerla, solo luz material.
Y eso probablemente es...
—No, señor, ni siquiera tiene todavía luz material normal al cien por cien.
Nadie de nosotros la tiene todavía para nuestros rasgos de carácter.
¿Sabe lo que es eso?
Si tiene usted felicidad material, tendrá el amor armonioso de la creación entera.
¿La tenemos?
(Señor en la sala):

—No.
—Mire, ni siquiera amamos de forma material.
(Señor en la sala):

—Bueno, en el fondo sí, me parece.
—No, señor, lo que usted llama amor forma parte del cuerpo, no del espíritu.
¿Consigue procesarlo?
Amamos, señor, todos amamos.
Pero ¿de verdad pensaba que...?
Se engaña a sí mismo si dice: “Amo”.
El maestro Alcar me dice: “¿Tú amas?”.
Digo: “No, ahora veo que me amo a mí mismo, pero no a otra persona”.
Digo: “Amo a esa persona como materia, pero con el espíritu, con eso aún tengo que empezar”.
Y quiere decir usted, señor y señora, que sin duda ama al ser humano en el espíritu?
Al ser humano espiritual en el ser humano ni siquiera lo conoce todavía.
Y ¿me quiere decir, pues, señor, que quiere hablar de amor?
Todos tenemos que empezar con eso todavía.
Lo que amamos es la personalidad, esa personalidad material, esa mujer, ese hombre.
Pero ¿conoce usted el espíritu de esa vida?
¿Lo ama?
Pues entonces, señor, entonces nos pueden quebrar en cualquier momento, porque a cada momento sucumbimos.
Porque entonces nos rebelamos contra lo espiritual en el ser humano.
¿Cierto o no, madre?
¿No es así?
¿O ya es usted tan santa? ¿Ya llegó a ese punto?
(Señor en la sala):

—No.
—No me atrevo a decir eso.
—Pues, ¿tenía alguna cosa más?
(Señor en la sala):

—Sí, sí.
En los libros sale varias veces la cuestión de la gracia divina y de las leyes divinas.

—Sí.

—Ahora bien, en esa gracia divina... en ella está que si alguien vuelve a nacer en la tierra y esa persona es atraída por otras dos, que entonces tendrá que desempeñar una tarea como gracia divina.

—Sí.

—Y esas leyes divinas —es lo que quisiera preguntar—, o las leyes del karma para la materia... (inaudible), que el alma tiene que vivir de todas formas.
¿Cómo se puede aceptar un muchacho, un trabajo, cómo se puede dejar que salga a la luz cuando uno ha sido determinado de verdad para esa tarea espiritual, o si tiene que nacer para ella?
¿Cuándo ocurre eso en el fondo?
—Mire, usted, claro, ha leído...
Pone: “André, usted vive una gracia divina”.
¿No es así?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Pero ya no la tengo.
(Señor en la sala):

—Usted lo ha vivido.
—No, Dios no le puede conceder ninguna gracia.
Pero ahora es cosmología.
El maestro Alcar se sujeta aquí al ser humano, ¿no es así?
Cuando saca para nosotros esa gracia..., cuando saca esa palabra, “gracia”, de los libros y del diccionario... de hecho ya no debe estar en ellos, porque usted no puede...
De un ser humano sí puede recibir una gracia, un ser humano puede darle algo, pero entonces es una posesión material, entonces es algo procedente de la sociedad.
Entonces digo: “Es una gracia que hoy lo dejo entrar, porque tenemos una gran cena; o: tenemos una gran fiesta”.
Puede ser una gracia.
Pero no para Dios, porque tenemos que ganárnoslo todo.
Cuando empezamos con ‘El origen del universo’..., no, cuando empezamos a hacer eso con ‘La cosmología’, entonces dijo: “André, ¿ve usted quién es?
Lo ha querido usted mismo.
Empezó usted a servir”.
Esto volvería a la tierra, porque nos hemos preparado para ello, y no tenía que ver con Dios.
Pero nos convertimos en nacimiento.
Si quiere hacerse madre, tiene que desear hacerse madre, y entonces ya no es una gracia, ¿no?, porque eso usted lo atravesará, se hará usted irrevocablemente madre.
Así que va usted cambiando.
Continúo con este asunto, también puedo decir: sí señor; esa gracia y esa ley se las puedo...; usted habla de ley, pero es todo... es una ley, sí, claro, es una ley, pero se ha convertido en naturaleza.
Tal como amo la naturaleza entraré en contacto con la naturaleza como amor y como ley, y entonces lo seré yo.
¿Queda claro?
(Señor en la sala):

—Desde luego.
—Ahora regreso a la tierra para este trabajo, y eso lo tiene que aceptar usted, igual que yo, porque ¿de dónde iba a haberlo sacado en (el pueblo de) ‘s-Heerenberg?
Y, fíjese, hace un rato le dije al señor Van Rossen, digo: “Lo comento todos los días, es imponente cómo el maestro Alcar me ha hecho superar esto”.
Hay que ver, tenemos aquí conductores, no vas a sentarte así, sin más, detrás del volante si no sabes nada, ¿no?
Pero yo aprendí a conducir encima de una silla, en trance.
Entonces establecieron..., el maestro Alcar estableció naturalmente un contacto sorprendente, haciéndome conducir... convirtiéndome en chófer con ayuda de una silla, y esa silla luego se transformó en coche.
Y nos fuimos en coche por la calle.
Había un mecánico espiritual, ya fallecido, estaba en el lado de enfrente, y era un adepto y discípulo del maestro Alcar.
Así que aprendí a conducir sobre una silla.
Cuando vuelvo a pensar en ello: ya tenemos preparados los guiones para Jeus I, II y III.
‘Las máscaras y los seres humanos’ todavía no.
Pero en esos pocos días ya preparé las tres partes..., preparó el maestro Zelanus las tres partes de ‘Jeus’, como escenario.
Tendrían que ver esa película de Jeus en la silla, y luego en la calle, y con Willem.
Dios mío, Dios mío, podríamos haber...
Lloro todos los días, pienso: ‘Sí, si tiene que llegar, ya llegará de todas formas’.
Pero ojalá que pudieran vivir eso alguna vez.
Y entonces también verán la ley detrás del ataúd, verán a El Largo, el espiritual, de Jeus, pero entonces verán al maestro Alcar, hablando con Jeus, y dirá: “Ven, vamos a desdoblarnos corporalmente”.
Verán un desdoblamiento.
Esos desdoblamientos de la luna y en el espacio no se pueden convertir en una película.
Pero entonces volveremos y me verán escribiendo.
Dice: “Libro libro libro libro libro libro.
Libros libros libros libros”.
Y si vuelvo a pensar en la gracia de la que usted me habla, señor, entonces nos lo hemos ganado para la sangre, por la sangre, por la sangre, por la sangre, por la sangre, por la sangre.
Este verano pasado... tenía dolor por dentro, lo tengo, se lo conté a algunas de las personas que me conocen.
Digo: “Me está asfixiando el dolor”.
Me eché a gemir en el suelo, como un perro.
Y entonces dice... digo al maestro Alcar: “¿Qué va a pasar conmigo?
Esto no lo aguanto más”.
Entonces me dijo: “No, porque ahora usted entra en su propio estado”.
A mí ya no me hace falta hacer un desdoblamiento.
Ahora se me abre todo el cosmos.
En este instante puedo... entonces ya me voy sumergiendo en el trance consciente, hace unos instantes estaba yo en ese trance.
¿Lo vieron?
Para eso hay que poder ver con mucha nitidez, pero entonces los miro a todos, ya no veo a nadie.
Todo se difumina de pronto, y de pronto me convertí en una perla.
Entonces está presente el maestro Zelanus y se pone a trabajar el maestro Alcar y nos hacemos perlas, puedo contarles muchas más cosas sobre esa perla, pero entonces ya no lo entenderán.
Sí, les puedo contar esto y lo otro, pero entonces ya no lo entenderán, porque será cosmología.
Y entonces... entonces llegan a tener ese contacto.
Dice: “Vive usted ahora en un estado que llegó a tener debido a que después de los nueve libros”, entonces pude haber muerto, “aguantó y así es como surgieron los otros quince libros con la cosmología”.
Ahora sigo sin comprender cómo logré aguantar eso.
Ahora lo he superado.
Solo desde hace siete, ocho semanas que lo he conseguido.
Ahora ya no me pueden hacer nada el cosmos, la luna, el sol ni las estrellas, porque me río de ellos en plena cara.
Digo: “Ahora soy el jefe”.
Pero hace algún tiempo me habría asesinado la luna.
Hablaba la madre agua.
“Vamos, André, entra dentro de mí”.
Digo: “Sí, eso...”.
Digo: “Sí, ay, madre”, y continúo un poco, pienso: ‘Maldita sea, ya estoy hasta el ombligo en el agua, me ahogo como un gato’.
Digo: “Menuda madre que eres tú, maldita asesina”.
Digo: “Me arrojas aquí al agua y a tus brazos”.
“Naciste dentro de mí”, contesta.
Digo: “Sí, pero me ahogo como un gato”.
“Sí”, dice, “eso es algo en que tienes que pensar tú”.
Pienso: ‘Dios mío, qué peligro’.
Debería uno...
Señora, mire por ejemplo los orientales.
Ramakrishna también se metió sin más en el Ganges.
Vivekananda lo agarró, dice...
Tenía la cabeza perdida de barro, entonces dice Vivekananda: “Maestro, maestro, se ahoga”.
“Qué va”, responde, “me hablaba la Madre”.
Era... ese Ramakrishna también ya estaba metido, pero aquí en Europa ni uno.
Y algún chino también se refiere a la maternidad del agua, la maternidad de un árbol.
Allí vivía día y noche en esto, pero yo...
Esos siguen en sus pequeños templos, ¿verdad?
Debería escucharlo luego, cuando empecemos, otra vez aquí desde esa fuente en la que nos encontramos ahora, y regresamos a la tierra.
Digo: “Sí, Ramakrishna”, dice André, “eso tú no supiste hacerlo.
¿Ves mi cuerpo?
Estoy muerto de hambre.
Tú no comías.
Estabas allí con tus doce apóstoles, te sirvieron y cargaron.
Pero yo ando aquí en la sociedad y tengo que ser normal.
Te pusiste a soñar, yo tengo que hablar, darle a la máquina de escribir.
No, Ramakrishna, tengo que ganarme hasta los libros para poder editarlos para la gente.
Eso ni lo oíste ni lo pudiste hacer.
Y, tú, Dante...”.
Pues deberían oír lo que André arroja a la cara de los eruditos que también han tocado en cierta medida esas leyes.
Ramakrishna, uno muy grande, y en la India colonial, pero en China y Japón los había.
Y después llegas a ver a André, es cuando usted se ve a sí mismo, señor.
Y eso ya no es una gracia.
Puede usted...
Dios no les puede conceder ninguna gracia, porque Dios se entregó a ustedes.
Eso no es una gracia.
Entonces Dios también puede darle un bebé a una madre.
Y esa pobre alma está tirada por allí gritando y tiene un dolor de mil demonios para hacerse madre, pero no lo consigue.
Y ¿por qué da Dios a ese otra madre de allá, a una de esas..., en ‘Las máscaras y los seres humanos’, a esa lela, dice Frederik, que se está echando a perder, esa consigue un trillizo sano, dos niños y una niñas?
Y esa criatura, esa Corrie iba a la iglesia y a dar gracias a María y a rezar, ¿pensaba usted que la lucha de esta mujer...?
Pero la injusticia de cara a Dios, que esa..., que esa..., que esa zorra tenga un trillizo sano, y esta criatura quiere dar las gracias a María.
Una noche esto lo convertí en un sinsentido, pero ¿siente usted también la sagrada gravedad de esto?
(Señor en la sala):

—Sin duda.
—Eso es una gracia, y ¿esto es desintegración para Dios?
No existen las gracias, señor, todos tenemos que ganárnoslas.
¿Tenía alguna cosa más?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Pues, adelante.
(Señor en la sala):

—También pone que el alma tiene que vivir la paternidad y la maternidad y que por eso la gente tiene que morir a temprana edad.
—¿Cómo dice?

—El alma...

—¿Como qué?

—Como paternidad y maternidad.

—¿Como qué?

—Con sintonización espiritual y natural...

—Sí.

—... tienen que vivir la paternidad y la maternidad.

—Sí.

—Y por eso se produce una muerte temprana.
¿Cómo he de explicar eso entonces si al mismo tiempo recurrimos a las leyes cósmicas?
—Sí.
Mire, algún día, cuando en Diligentia le ofrezcan una conferencia... eso ya no lo podrá encontrar en los libros.
Porque eso es, pues, cosmología.
Usted ya tiene ahora una gracia.
No, el maestro Zelanus, al ser humano que ya viene aquí todos estos años...
Hay gente que ya ha asistido a setecientas, ochocientas conferencias, esas personas están listas para la cosmología.
Y esa gracia, a su vez, no es una gracia.
Dice: “Ahora por fin puedo empezar una vez en mi mundo, desde mi mundo”.
Él lo preparó a usted.
El alma regresa a la tierra, se hace padre y madre.
¿Para qué estado, pues, señor?
¿Para qué?
¿Como ser humano?
Solo para vivir el cuerpo, la maternidad, la paternidad?
¿De qué trata ese libro?
Está usted tocando el universo entero con su pregunta, por eso digo: ¿para qué?
El mundo de los animales, las flores, la naturaleza, ¿qué?, ¿quién?
(Señor en la sala):

—Para el mundo humano.
—El mundo humano.
Pues el alma no es.
Sí, sí que es la chispa divina, pero ahora se trata de la personalidad del ser humano.
Porque el alma es madre y padre de forma divina.
Pero ahora se trata de... ese hombre que es usted allí, es una personalidad.
Esos sentimientos se tienen que convertir ahora en madre, en padre.
Ahora es usted creador, es usted hombre.
Así que viene usted aquí para la paternidad o la maternidad, esos son, pues, sus sentimientos.
El maestro Alcar también dice en ‘Una mirada en el más allá’, allí todavía hablamos de los infiernos, pero estos no existen.
Sin embargo, así es como tenemos que hablar, tengo que escribirlo, porque el ser humano sabe de..., si no materializo esa palabra “infiernos”, y no dejo constancia de ella, el ser humano ya no sabrá lo que es un infierno, entonces nunca entenderá esta obra.
Así que tengo que agarrarme al idioma que todavía está en la tierra, pero que es erróneo, porque los infiernos no existen.
La condena no existe.
Son mundos de la inconsciencia.
Y ahora todo cambia, ¿entiende?
Pero ahora se va usted, desde ese libro de ‘El origen del universo’, a la cosmología, y eso, en cambio, no lo puedo hacer, porque entonces usted tiene que hacer el otro viaje también, y yo ya lo acogeré a usted, pero no es capaz de hacerlo.
Ahora va a verlo usted de forma cósmica.
Y para ‘El origen del universo’, pero esto es desde un punto de vista humano.
¿Comprende?
(Señor en la sala):

—Sí, claro, pero así se ha escrito de forma humana.
—Esto es todavía para su pensamiento y sentimiento.
(Señor en la sala):

—Sí, sí.
—La cosmología será luego para el adepto que sea espiritualmente consciente.
¿Comprende?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Y ahora su pregunta es, mire, le doy unas vueltas, entro al trapo, pero no puedo..., no tengo ningún asidero, porque usted da..., dice: “¿Qué tiene que pasar ahora con esa alma y con...?”.
¿A dónde quiere llegar?
Está usted ahora ante millones de leyes.
¿Ha venido usted para una tarea?
¿Viene usted para la pater...?
Usted de todas formas ya viene para una tarea, porque esta la ha construido usted mismo.
Es usted, por ejemplo, un médico y no alcanza lo que quiere alcanzar porque su vida es demasiado corta, se hace usted mayor, se va quedando sordo o se queda ciego o lo que sea.
Hay eruditos que han hecho aquí algo, se estrellaron, pero ahora van por allí por el mundo espiritual con ese estudio.
Ahora han completado, como si dijéramos, su tarea, andan por el más allá y no se liberan de esa tarea.
Sí, otros se harán cargo de eso, claro, pero él lo quiere acabar y recibe el nacimiento.
Ahora recibe usted el cuerpo masculino para una tarea, eso es posible.
Eso ni siquiera lo puede conseguir usted como madre.
Ahora tiene que ser hombre para alcanzarlo.
Y así conseguirá usted, verdaderamente, al margen de la ley de la maternidad y la paternidad, el organismo creador masculino.
Sí.
Y todo eso: voluntad propia, señor, merecida.
He visto allí gente.
Un conocido médico vienés, un especialista en cáncer, todavía no había llegado, dice: “Regreso”.
Me encontraba en Viena y entonces lo vi, y dice el maestro Alcar: “Ese se va, morirá en poco tiempo”.
Y así fue, al poco murió.
Vuelve a la tierra y lo prosigue.
Pues, si usted en treinta años... si viene alguien que analiza el cáncer a fondo: es él.
Viene con conciencia del otro lado, despierta, entonces el maestro sigue estando con él.
Porque ahora trabaja... nace ahora, no para la paternidad y maternidad...
(Señor en la sala):

—Sino para acabar su tarea.
—Para...
(Señor en la sala):

—... servir.
—Para... los médicos.
Regresa a la tierra para devolverle la salud al ser humano.
Beethoven, Bach, Rembrandt van Rijn, Van Dyck: todos regresaron para aportar arte, solo que recibieron el organismo creador para hacerlo.
Wagner.
No hay ni una sola mujer entre todos esos maestros.
¿No les parece curioso?
Solo el hombre es capaz de ello.
También eso está en ‘Dones espirituales’, deberían leerlo alguna vez.
‘Dones espirituales’ es difícil para el ser humano, pero son los libros de estudio más poderosos, porque son igual de profundos que ‘Las máscaras y los seres humanos’.
Son los libros de estudio de la Universidad de Cristo.
Si conocen bien ‘Dones espirituales’, todo quedará abierto para ustedes, todo: la personalidad humana, el artista, la música, no habrá ningún erudito en la tierra, señor, todavía conocerá usted al ladrón.
Le gusta leer la cosmología, quiere usted tener ‘El origen del universo’, pero ‘Dones...’ ...
Primero ‘El origen del universo’; y cuando haya tenido eso, señor, además de ‘Una mirada en el más allá’, podrá leer ‘Dones espirituales’, y entonces estará abierto para usted todo lo del ser humano, de su carácter, de su alma, de su espíritu y de su arte.
Eso es ‘Dones espirituales’, los libros más poderosos que tenemos, junto a ‘Las máscaras y los seres humanos’, para el carácter.
¿Tenía alguna cosa más?
(Señor en la sala):

—No, gracias.
—¿Quién de ustedes?
¿Contento, señor?
(Señor en la sala):

—Desde luego.
—Gracias.
(A alguien en la sala): Sí, señor.
(Señor en la sala):

—¿Sabía usted que un cierto doctor Salomo en Ámsterdam...?
—Salomons.
(Señor en la sala):

—Salomons.
—Allí hay un hermano suyo, allá, le puede contar un montón de cosas sobre ese señor.
(Señor en la sala):

—¿... que esta persona puede combatir el cáncer hasta en el tercer grado?
—En eso está, sí.
Allí está sentado el doctor Joost, es un amigo especial del doctor Salomons, y habla mucho con él.
Pero ese médico lo consigue hasta allí allí y allí.
Y por lo demás, claro, él tampoco sabe qué hacer.
Pero el doctor Salomons puede liberar a un montón de gente para el tercer y cuarto grado.
Es que han estado obstruyéndolos tremendamente.
Hasta los destrozan.
Pero a él no lo conseguirán destruir.
Porque ese hombre sabe algo, da a través de su...
Mire, ese Salomons, ¿entiende usted...?
No tengo... podría ir a hablar con ese hombre, y si le dijera al señor Joost: “Vayamos juntos allí”,
entonces ya le explicaría ese instrumento con el que está trabajando.
Y ya conectaré ese instrumento con el cosmos.
Y así verá Salomons, dirá: “Dios mío, Dios mío, ya estamos otra vez”, él también, este señor, está buscando.
Yo no voy a entrar en esas cosas.
En el pasado la gente decía: así y asá.
Pienso: ‘Ay, hombre, a seguir chapuceando.
Pero ustedes van (vosotros vais) en esa dirección’.
Esto me cansa porque uno de todas formas se detiene ante esto.
Pero a él y Salomons les podría explicar el instrumento ante el que se encuentran, lo que alcanzan de cara al cáncer, a los miembros del cuerpo, y de cara al instrumento del que hablamos en ‘Los pueblos de la tierra’.
Y ya entenderán que allí viene un instrumento, lo que luego..., lo que ahora es todavía una diatermia, luego será..., se verá condicionado por el fluido astral espiritual del cosmos.
Se le conectará a usted con la naturaleza y ya no necesitará nada, porque esa fuerza de la naturaleza lo purificará a usted por sí sola.
Salomons no está haciendo otra cosa que matar las células como núcleo, como enfermedad, la putrefacción.
¿No es así?
¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—Exacto.
—¿Entiende?
Y eso se lo puedo explicar a él no solo en el primer grado, para el quinto y el sexto; se lo puedo aclarar materialmente, y espiritualmente.
Y se lo puedo explicar a él, es decir: físicamente.
Pero ahora la vida, ¿cómo vive la vida sobre el cáncer?
Somos vida, ¿verdad?
Esto es vida, pero esta vida piensa por medio de mí.
Y ahora, por tanto, le puedo explicar el cáncer como podredumbre material, le puedo explicar el espiritual, cómo trabaja este, y entonces nos vamos al cosmos.
Es cósmicamente profundo.
Este señor mantiene un intenso contacto con el señor Salomons, con el doctor Salomons, y este consigue muchísimo, pero la universidad, en cambio, no quiere saber nada de él.
¿Entiende usted?
Es como si esta estuviera justo algo demasiado avanzada.
Todo lo que va un poco más allá de lo normal y que la propia universidad no puede comprender lo quiebra.
No me quiebran a mí solo.
Hay psiquiatras de sobra que en 1946 aceptaron una apuesta cuando tuvimos las primeras conferencias en Diligentia.
Entonces hubo un librero que contó, dice: “Esta semana vinieron aquí dos que apostaron cien florines entre ellos”.
Dice uno de ellos: “En tres mes este loco reventará hablando”.
Y dice el otro: “¿Ah, sí?”.
Y allí estaba el jefe de Mensing y de Visser.
“¿Ah, sí, señor?”.
Dice: “A ese señor lo puedes... si tú quieres aceptar lo que dice ese loco, señor, todavía seguirá estando en Diligentia dentro de mil años”.
Dice: “¿Hablas en serio?”.
Dice: “Podremos seguir clases académicas allí, porque nunca llegaremos allí.
Pero ahí está.
¿Quieres decirme que estás aquí por primera vez?
Yo, ciertamente, ando en mi reencarnación.
En esto ando, también soy clarividente”, dice, “también lo tenía de niño.
Y ese loco también lo tiene.
Y apuesto contigo cien florines que en diez años lo seguirás viendo”.
Ahora ya llevamos ocho años.
Pero él perdió esos cien florines.
Dice: “Ya te los puedes quedar, a mí no me sirven de nada”.
Y así podemos seguir.
También ese Salomons, ese señor, ese médico, a este lo tendrán que aceptar más adelante, inclinándose, señor.
Le dirán, entre inclinaciones: “Ay, cómo se lo estuvimos complicando una vez más.
La de cosas que podríamos haber alcanzado, ¿verdad?”.
Es que no siente usted que las riñas que allá y aquí y allí y allí y allí...
Universidades: entonces vendrá usted con una poderosa idea, algo demasiado lejos de este escenario, allí hay un hoyo, se ahogará usted.
Ay, señor, la universidad entera lo golpeará hasta dejarlo tirado en una esquina.
¿Es usted un poco infantil?
“Ven un momento a la oficina”.
Salomons que dice: “Los ‘drudels’”.
Y continúa.
Y este ya ha curado a una buena cantidad de gente del tercer y cuarto grado —ahora ya me puede dar él un tirón de orejas—, pero a la del quinto grado no la cura, allí también el señor Salomons se queda impo...
(Señor en la sala):

—Es mortal.
—Es mortal.
Señor, vamos, lea mi libro, no soy un especialista en cáncer.
(Hay alguien que quiere decir algo).
No, espere un poco.
Debería usted leer mi libro y ver, señor, la forma tan verdadera en que los maestros nos lo han explicado, el cáncer, los siete grados del cáncer.
Dice: ese grado, ese y aquel grado son curables.
Y es lo que hacen Salomons y los otros, los medicamentos también fueron capaces de eso.
Salomons lo consigue porque penetra hasta la célula en este y aquel grado de vida, y lo mata y entonces se disuelve y es cuando se produce la recuperación del órgano.
Pero al quinto grado ni se le ocurre tocarlo.
Pero yo soy de ‘s-Heerenberg, señor Leo Joost, no soy más que un lego.
¿Ve?
Y encaja a las mil maravillas.
¿No es así?
(Señor en la sala):

—Sí, por medio de usted podemos contar cómo fue eso.
Estábamos en 1945, cuando ya llevaba como medio año leyendo sus libros...

—Sí.

—... y de pronto cayó en mis manos un libro médico que llevaba por título: ‘El descubrimiento y la curación del cáncer’.

—Sí.

—Claro, yo, exactamente igual que el resto del mundo, dije: ‘Ese tipo que lo ha escrito está loco’.

—Sí.

—Ese fue mi primer impulso de todos después de haberlo leído.
Pero cuando abrí el libro fue justamente en un punto en el que ponía que estaba trabajando en el sistema endocrino, es decir, en el sistema humano endocrino que está en el cuerpo humano y que lo purifica todo y que le devuelve el orden armonioso, que esto era lo que le permitía curar el cáncer, cuando lograba redirigir y dominar este sistema.
—¿Y este era Salomons?
—Usted nos ha enseñado en los libros de ‘El origen del universo’ que el sistema principal en el espacio es el llamado sistema endocrino.
—Sí, es el principal de todos.
—Usted llamaba a esto el sistema endocrino del espacio...

—Sí.

—... y que este sistema del espacio estaba en el cuerpo humano exactamente de la misma manera.

—Sí.

—Y por eso supe que el doctor Salomons iba por el buen camino.

—Sí.
Señor Leo Joost, yo puedo..., he tenido personas, con cáncer, y estas personas eran marido y esposa, y el hombre estaba en contra de tener niños.
Digo: “Señor, ¿quiere usted curar a su esposa?”.
Digo: “Si usted no le da un niño, tendrá cáncer”.
Entonces se rio de mí, ¿verdad?
Y entonces empezó a dar problemas esa... esa matriz; dolor, dolor y dolor.
Digo: “Señor, dele a su mujercita un niño”.
A esos tipos hay que empujarlos a patadas hacia la maternidad.
Y tuvo un niño; adiós trastornos.
Pero había llegado a tener cáncer.
Eso produjo podredumbre.
Todo listo, todo funciona, todo esto, todo lo otro, y un trastorno más: cáncer.
No: podredumbre.
Para el médico: cáncer.
Porque las células empezaron a inflamarse y a ser evacuadas.
Tenía un cáncer sangrante.
Entonces tuvo el niño; todo fuera.
¿Ve?
(Señor en la sala):

—Sí, eso es precisamente lo extraño.
Porque él explica todas estas cosas por el funcionamiento disarmónico del sistema endocrino...

—Sí.

—... pero yo sí me pregunto, ante los resultados que al final ha conseguido al cabo de los años: ¿no es en realidad un mundo demencial contra el que hay que luchar para conseguir algo en él?
—En el mundo, ese hombre es el especialista por antonomasia para el cáncer.
En Norteamérica también están en ello.
Pero Salomons, ese hombre, es un pedazo de genio.
Pero ¿han vivido alguna vez ya en la sociedad que al genio se le reconozca de inmediato?
(Gente en la sala):

—No.
—Cuando Sócrates empezó con esta doctrina, dijo: “¿Cómo se siente usted cuando es feliz?
¿Qué es el sentimiento, qué es la felicidad?”.
Entonces pusieron un cáliz delante del pobre.
Eso ya era algo que estaba al margen del ser humano.
¿Lo aceptan ellos?
Todo lo que les cuento aquí lo tendrán que aprender en la tierra y será la doctrina de la universidad.
¿O no se interesará luego por ello el psicólogo?
Han estado ustedes durante millones de años en la tierra, y no por primera vez.
¿No necesitan eso... no lo necesitan en Leiden y Utrecht, y donde sea en el mundo, como universidad?
¿No es necesario llegar a conocer el alma como ser humano, y el espíritu y la vida?
De eso va este estudio.
Nosotros lo hemos visto detrás del ataúd por medio de los dones.
¿No es entonces necesario que empiecen los maestros?
Tienen que aceptarme a mí, a otros.
Ya sé muy bien que mis libros recorrerán el mundo entero.
Pero ese Salomons, y para otros asuntos científicos, para enfermedades, los médicos, y allí está trabajando el psicólogo...
Señor, mejor deje la cancela cerrada y no se salte su pequeña ley; allí está el Tribunal Supremo que le dará un tirón de orejas y lo echará a la calle.
Al Salomons le echarán un cáncer.
La jurisdicción: otro señor de esos en una silla, no sabe.
Broncas, riñas, envidia, soberbia.
Él sí que lo tiene, yo no.
Y ahora, a un médico de estos que quiere estar al servicio de la humanidad, lo destrozan.
Bonita sociedad que tenemos.
Y eso, al almirantazgo, y en el grado máximo, encima le divierte, y entonces dicen: sí.
Si me encuentro a un teólogo de eso, ante el tribunal, le diré: “Idiota estúpido, ¿quieres hablar todavía?”.
“¿Cómo?
¡Soy un juez!”.
Digo: “Pues, señoría lela, ¿está bien ahora?
¿Quiere seguir diciendo, señor, que conoce usted la jurisdicción cuando acepta la condena?”.
“Dios condena”.
Y entonces pone las manos encima de la Biblia y dice: “Es así”.
Bueno, bueno, bueno.
¿Tengo que esperar mil años cuando sé que Dios no condena?
Señor, ponen las manos en la Biblia y dicen: “La jurisdicción es eterna”.
Y allí, allí, no se masacraba más que a gente, en el Antiguo Testamento, y ahora además ponen las manos encima.
Ese es el teólogo.
Señor, ese lo quiebra, me quiebra a mí, porque aman la condena.
Y ahora ¿las otras ciencias?
A Galileo, señor, a ese pobre de Galileo lo echaron a la cárcel porque dijo: “Padre”, era con el papa Clemente, ¿quién era?, “la tierra gira alrededor del sol y no el sol alrededor de la tierra”.
“Tú sí que estás loco”, dice.
Entonces dijo ese papa: “Nosotros pasamos de eso.
Mientes y ni si te ocurra tocar la tierra.
¿Lo harás?”.
“Tengo que renegar de mi ciencia?”.
Entonces encerraron al pobre de Galileo en la ciudad del Vaticano, en la ciudad santa, tuvo que irse a la cárcel (arresto domiciliario perpetuo) porque aportó ciencia.
Hay que ver.
Y ahora el resto del mundo.
(Señor en la sala):

—... el resto ...
—¿Le parece justo, señor?
La humanidad aún no ha llegado a ese punto.
Podemos estar contentos de que ahora tengamos a la jurisdicción en ese punto.
Acaba de ocurrir, señor, de lo contrario Jozef Rulof ya llevaría desde hace tiempo en la hoguera.
Los inquisidores siguen por allí.
Y si a mí no me pueden agarrar... bueno, sí, están al acecho.
Allí viene...
La otra vez andaba detrás de mí uno de esos con faldas negras.
Digo: “Largo de aquí con esas barbas”.
Digo: “Hombre, si soplo, te barro de vuelta a Roma.
Largo”.
Andaba por ahí un católico de esos, un cura de esos viejos, tenía un revólver espiritual de esos en el bolsillo —¿entienden, verdad?—, un revolver espiritual de esos.
Digo: “¿Querías meterme un balazo?”.
Digo: “Quítate los pantalones”.

(Risas).

Dice: ¿Cómo decía usted?”.
Digo: “Quítate esos pantalones y ponte una falda, porque ya no eres un hombre.
Y una mujer, por cierto, tampoco eres”.
Entonces dijo: “¿Qué?”.
Digo: “Así es, señor.
Buenos días.
Me voy un momento a comprar tabaco”.

(Risas).

Sí, señora, no pasa nada por ponerlos en ridículo, es lo que quieren.
¿Tenía alguna cosa más, señor?
¿Tenía alguna cosa?
Hemos empezado con usted, hemos ido a parar allí y al final lo adopté yo mismo.
¿Sabe usted, esto... lo que es Salomons?
Si le escribe, dele recuerdos de un desconocido.
Mejor no me mencione, porque...
(Señor en la sala):

—No, no.
—... porque para Salomons, a su vez, soy un loco.
Allí estamos otra vez.
No quiere saber nada de la sabiduría espiritual...
Mire, ojalá sí lo aceptara.
Ramakrishna permitía...
(Un señor en la sala dice algo).
No, señor, eso de todas formas es imposible.
(Señor en la sala):

—Sed de fama, pero es que así tiene que ser, porque tiene la mentalidad para poder decir al resto del mundo: pueden (podéis) ir todos al carajo, pero tengo razón”.
—¿Ir al carajo?
(Señor en la sala):

—Si no fuera tan ambicioso...

—Si.

—...sí, entonces...
—Sí, pero no es capaz de aceptarme, ¡ponerse a tomar clases académicas de un profano, de Jozef Rulof!
Los reto a todos, pero...
Aunque los rete y aunque les diga: “el sol esto y la luna lo otro y Júpiter esto y Venus lo otro, y así es y así es”, dirán: “Pues vaya”.
(Señor en la sala):

—Lo tiene de su mujer, sin embargo.
Su mujer le dijo: “¿No será el cáncer esto y aquello?”.
Entonces él todavía no sabía nada de nada.
Y dado que su mujer dijo esta cosita...
Porque en ese momento él dijo: “Vete un poco a la cocina porque no sabes nada de esto”.

—No.

—Y entonces pasaron dos semanas y se la pasó por la cabeza y pensó: ‘Bueno, iré a echar un vistazo’.
Así que entonces se incide en esa mujer.
Porque a ese Salomons también se le ayuda, claro que sí.
Pero también a esa mujer.
Si no pueden alcanzarlo toman una gallina.
Una mañana entra por su propio pie una gallina donde el doctor Salomons que se pone a cacarear; de pronto lo entiende, de golpe sabe cómo es.
Está loco.
Estoy..., en ‘s-Heerenberg dicen: mal del coco.
Pero que se me deje a mí conservar esto, a él aquello y al resto del mundo lo propio, y listos.
Señoras y señoras, es la hora.
Gracias por su amable atención.
Buenas noches.
(Gente que aplaude).