Noche del jueves 27 de diciembre de 1951
—Buenas noches, señoras y señores, oyentes míos.
Vamos a comenzar con una carta muy larga: “Hace años tuve una visión maravillosa.
Estaba con frecuencia en casa de mi hijo en la ciudad de Deventer, y me solía decir: ‘Madre, si fracasa ese conferencia en Ginebra, tendremos una guerra espantosa’.
Aunque me parecía muy grave, no me detuve más tiempo en ello.
Pero un buen día me lo volvió a decir.
No sé cuál fue la causa, pero esa vez me impactó tanto que me puse muy nerviosa.
Ya no conseguía quitármelo de encima.
Le daba mil vueltas, tanto que me afectó a la salud.
Empecé a padecer muchos dolores de cabeza, y una noche tuve tanto miedo que me fui pronto a la cama, pidiendo redención en mis oraciones.
Me quedé dormida.
En plena noche alguien me estaba llamando.
Vi una mano y oí decir: “Mira”.
Mi habitación, que por las noches siempre estaba a oscuras, la vi radiante y mucho más grande.
Había un ángel en un nicho.
Este estaba completamente forrado con conchas de nácar.
El ángel estaba en el centro con una vestidura de un blanco níveo con cinturón dorado y dos preciosas alas grandes, que no dejaba de batir.
Sentía una gran admiración.
El ángel fue desapareciendo poco a poco y en el mismo lugar vi una rama de palmera, que también se movía todo el tiempo.
Empezó a haber cada vez más oscuridad, mucha, era negra, pero aun así podía observar bien a esa rama.
De pronto todo desapareció y cayó un haz de rayos dorados sobre la tierra.
Desapareció y entonces me quedé muy tranquila”.
Y ¿qué ocurrió después, señora?
¿De quién es esto?
(Señora en la sala):—Mío.
—Y ¿después qué?
¿Qué ocurrió después?
¿Estalló esa guerra?
(Señora en la sala):—Sí.
—Mire, ¿fue la de 1914-1918 o la última?
(Señora en la sala):—La última.
—La última, ah, claro.
Su hijo, ¿estaba en Ginebra o estaba en Holanda?
(Señora en la sala):—No, estaba en Deventer.
—Ah, sí, en Deventer.
Claro, él habrá tenido sus propias visiones.
(Señora en la sala):—¿Mi hijo?
—Sí.
(Señora en la sala):—No, yo.
—No, ¿no le contó él a usted que iba a haber guerra?
(Señora en la sala):—Sí.
—Esta visión...
Aunque usted llegara a ver allí un ángel con ramas de palmera, la predicción es de su hijo.
(Señora en la sala):—Sí.
—Porque esta predicción, esta visión que recibió usted, aunque se refiera a un ángel y a la paz, sí hubo guerra, así que esto no guarda relación.
La visión que significa algo es la de su hijo.
¿Le ha quedado claro?
(Señora en la sala):—Sí.
—Su hijo dijo: “Madre, va a haber guerra”.
Si tengo que analizar esto —y creo que la gente también lo entiende así— me gustaría decir: esa visión de usted, si yo hubiera tenido que percibirla, lo contradice, precisamente.
Y entonces habría dicho: “Bah, es que no va a haber guerra, he visto un ángel de la paz”.
(Señora en la sala):—Sí, yo también lo he pensado.
—Sí, usted pensaba: no va a haber guerra.
Y su hijo llegó a tener una visión y dijo: “Sí que habrá guerra”.
Así que ese ángel suyo, con esa rama de paz, con esa hermosa vestidura blanca y ese cinturón dorado alrededor, contradecía la visión genuina de su hijo, y la llevó a usted, esto..., de mal en peor.
(Señora en la sala):—Sí.
—Pues, mire, porque si lo hubiera tenido que ver yo, le habría dicho a mi hijo: “Vaya, podrás ver y sentir lo que tú digas, pero no habrá guerra, porque he visto una visión tan infalible y todo esto apunta a que habrá paz”.
Pero, bueno, esto se puede explicar de forma natural, y entonces no hay más que una posibilidad: y estos son sus propios deseos.
En su alma, en su vida, vive el sentimiento y el deseo por la paz.
Eso se ha ido conformando irrevocablemente, porque no hay ángeles que vayan batiendo las alas.
Eso lo acepta usted.
Siempre molesta algo, pero hemos de preservar la realidad, y esta ya no existe.
¿No analizó usted esa visión para sí misma?
No hay ángeles que vayan batiendo las alas.
Esa rama de la paz apunta a... bueno, da igual que sean aleteos o algo así, esos ángeles nos llevan a la iglesia católica.
Y esos ángeles de antes que van batiendo las alas, que advirtieron a los pastores, también es un cuento chino.
¿Entiende?
Así que aquí se nos acerca algo que conocemos y que nosotros mismos poseemos, se revela, se activa.
Para mí esto no es otra cosa que: los sentimientos de usted se negaron a aceptar la visión de su hijo.
Y ahora, aquí, en su mente, se ha...
La gente, por ejemplo, ve muchísimas cosas.
Usted lo vio y lo vivió con ‘Las máscaras y los seres humanos’, con Frederik.
Así es como el ser humano desea, y eso se va formando, se va construyendo y se eleva hasta formar inmensos castillos y escenas espaciales; en esos instantes son nuestros propios deseos.
En cuanto a lo espiritual aquí no hay...
Aquello de su hijo lo acepto a pies juntillas.
Y ha ocurrido, aunque no tengas control sobre ellos, ha ocurrido.
Ese miedo suyo, corriente y moliente, y el ver, común y corriente...
De dónde lo saca...
Había centenares de miles de personas que sabían que esa guerra se produciría.
De verdad que no era yo el único.
Pero ahora hay centenares de miles de personas que dicen: “Vamos a tener otra vez una guerra”.
No logro meterle a la gente en la cabeza que se va a mantener la paz.
Y ahora estoy completamente solo.
Alguno que otro también dice: “No, no”.
Ya verán cómo de forma exasperante, exasperante..., hasta el momento, hasta 1952, hasta 1953 desde luego que...
Eso se escribió en 1940 —hay que ver lo infalibles que fueron los maestros con su visión—, que Adolf Hitler tenía que perder, ‘Los pueblos de la tierra’.
Infalible, ofrecí centenares de miles de predicciones.
Incluso al final, cuando tuvimos que alejarnos de la costa.
Tenía todavía a una señora de avanzada edad, de ochenta años.
Que viene y que me dice: “Señor Rulof, me voy”.
Digo: “¡Usted no se va!
Si lo quiere, es cosa suya, pero aquí no ocurre nada”.
Porque primero parecía que toda esa línea costera (de La Haya) hasta la calle Laan van Meerdervoort, que todo eso había que evacuarlo.
Y también mi esposa me comenta: “Mejor hago las maletas porque pasado mañana llegará la orden de que tenemos que irnos de la calle Esdoornstraat”.
Hasta la calle Laan van Meerdervoort, ya sabe, ¿no?
Pero contesto: “No pasará nada”.
Digo: “Berlín caerá antes que Scheveningen”.
¿Quién puede juntar todo eso?
Pero Scheveningen seguía estando ahí.
Y Berlín estaba completamente hecha papilla.
Esas predicciones son las que recibes.
Pero hay algo que se va conformando —y ahora atención, de eso pueden aprender si lo aceptan— que realmente, que directamente conforma una imagen con sintonizaciones dogmáticas, entonces ya comprenderán que...
Cuando estén en el otro lado y vivan en una esfera, llega un ángel con alas y todo, con una rama de la paz, eso para nosotros desde luego que ya no es un lelo, ¿verdad?, es alguien de quien podemos decir que posee verdad y realidad.
¿Por qué iba a montar una farsa para batir las alas?
No, lo que hace es mostrarse.
La madre se deja ver con su vestido de andar por casa, con su chaqueta, las gafas puestas.
Dirías: “Allí anda mamá”.
Y entonces empiezan a manifestarse.
¿Por qué iban a enviarla a usted con semejante imagen a la irrealidad?
Porque no existen ángeles de ese tipo.
¿Ha quedado claro?
Mire, pero ahora nuestro sentimiento empieza a...
Su sentimiento se ha puesto a construir en contra del de su hijo, porque estaba usted atemorizada, atemorizada, atemorizada y le entró miedo, y entonces apareció una luz que la tranquilizó; pero no era realidad.
Así que, ¿de verdad que el otro lado nos... con cosas engañosas, con cosas que no existen y están desprovistas de realidad?
¿Hay que tranquilizarla a usted aunque la guerra continuara de todas formas?
¿Tienen que ofrecerle una imagen que es contraria a la verdad de su hijo?
No es necesario complicarse mucho para hallar la respuesta.
Solo queda una opción, señora: esto sale de nosotros mismos.
Se ha configurado algo hermoso y poderoso, y si entonces uno oye todas las cosas que vive la gente, y es: amor paternal, el deseo del pensamiento, y luego se añade otra cosa más.
¿Se lo esperaba?
Seguramente que no.
(Señora en la sala):—No.
—Mire, sí que recibirá... y si ahora usted...
No hay sueño, señora, que yo no pueda analizar.
Puedo analizarle cualquier sueño, señora, porque conozco las esferas, y es muy sencillo.
Cada pensamiento lo devuelvo a la realidad de las esferas.
Y un ser humano, un ser, que viva allí, ya no regresa con alas de la iglesia católica o de una vieja narración bíblica; es imposible, porque entonces nos convierten en niños pequeños y nos sacan de la realidad, desde la realidad a otra cosa, y esta carece de existencia.
Si ese hombre, si esa vida —ven a través de todo, atraviesan todo con la mirada—, si viera que usted vivía la realidad, entonces usted se habría construido otra pequeña imagen, tan fácil como eso, y ya la tendría usted.
Ahora llegará a ver usted —cuando quieren alcanzar al ser humano— las escenas más sencillas imaginables, de forma muy material...
Hace poco, esta señora de Róterdam, dijo...
En esa ocasión se trataba del entorno, aportado, construido por una calefacción central, también formaba parte de eso.
Era usted, creo, ¿no es así?
(Señora en la sala):—Sí.
—Estaba armado de una forma poderosamente hermosa.
Y se había ahogado un niño, creo, ¿no es así?
(Señora en la sala):—No.
—Bueno, no vamos a sacarlo de nuevo, pero eso estaba armado de una forma sorprendentemente material, con mucha belleza espiritual; permitía analizar las cosas al instante si uno conoce las esferas, y entonces desaparece cualquier pensamiento material.
Si el ser humano...
Los sueños más sencillos tienen el significado espiritual más profundo.
Pero cuando el otro lado comienza con poderosas escenas y ya nos llevan allí semejantes cosas de vuelta a la tierra, llegamos a ver imágenes extrañas, y entonces el ser humano vive cosas y pregunta.
Esto..., ¿verdad que usted está...?
¿Está satisfecha?
La próxima vez volveremos a tener otra cosa, señora.
(Señora en la sala):—Señor Rulof, ¿puedo preguntar algo más sobre eso?
—¿Sobre esto?
(Señora en la sala):—Sí, mi marido, en 1934... entonces estaba haciendo Bellas Artes en Ámsterdam...—Sí.—... cuando murió la reina madre, Emma.
—Sí.
—Y entonces dijo a sus compañeros estudiantes: “Ahora va a haber guerra”.
—Sí.
—Y el día en que la reina madre fue enterrada, vinieron mis suegros aquí a La Haya para el funeral...—Sí.—... y entonces mi suegro le dijo: “¿Vienes?”.
Contestó: “No, tengo ganas de ponerme a pintar”, porque estaba en la academia de Bellas Artes.
—Sí.
—Entonces hizo un cuadro.
Todo la mañana estuvo andando de aquí para allá, de arriba abajo, agarró unas botas de soldado y todo tipo de cachivaches.
Y tuvo que tacharlas cada vez con una raya.
—Sí.
—Hizo una acuarela y todo se cumplió.
Y añadió una descripción completa.
—Sí.
—Era una cartuchera con un morral, que estaban unidos con una sola cinta, ya sabe, ¿no?
—Curioso.
—Y había una calavera —un día que venga mi marido la traeré, porque, claro, es un cuadro así de grande— ...—Sí.—... y había una calavera que miraba, así, sin más, a través de la cartuchera y ese morral.
Y delante de eso colgaba la túnica, era la llamada calma...—Sí.—... que colgaba por encima...—Allí hay una de esas imágenes.—...era la llamada calma.
—Y esa cartuchera y el morral era lo que necesitaba un soldado, allí donde estuvieran los combates, y la calavera mira exactamente entre las dos cosas, ya me entiende, ¿verdad?
—¿Había incluido el significado y todo?
(Señora en la sala):—Tenía el significado, la descripción iba adjunta, ya la traeré la semana que viene.
—Hubo muchos pintores que plasmaron la guerra inconscientemente.
(Señora en la sala):—Y entre todo eso miraba la cruz y era la persecución de la religión.
Que seguimos teniendo ahora.
Y entonces llega la luz que en el fondo iluminará el mundo entero, pero aún no está.
—En 1938 vino a verme alguien —era pianista, ¿entienden?—, me dice: “Pero cuando me siento no salen más que marchas fúnebres.
No hago otra cosa que hurgar en esa muerte, pero ¿qué será eso?”.
Dije: “Pues, espérese un poco, dentro de un año estaremos metidos a fondo”.
Y así estaba tocando uno.
El otro lado, millones...
Mira, la gente que tiene que ver con usted, su padre, su abuelo o, también tiene vidas de Italia, Francia, ya ni las conoce, pero con quienes hemos vivido poderosos lazos de amor que nos retienen, y con conscientes, y dice alguien: “Ah, allí vive un hijo mío, voy a ayudarlo un poco”.
Entonces empezaron a avisarnos, y aquellos con pequeños poemas, y los otros...
Niños de siete años, señora, con poemillas, que contenían la guerra.
Me dice una señora: “¿Qué le parece esto?”.
Era una niña sensible.
Dice: “De pronto, poemas”.
Y después: “Sí, madre, y entonces oí un tremendo estruendo y tiroteos”.
Esas palabras cupieron por los pelos.
¿Qué es eso?
(Señora en la sala):—Pero esto ya era en 1934.
—Sí, ya en..., en..., en...
Fue en...
(Señora en la sala):—Y entonces esa porquería también empezó una vez en que...
—Eso fue muy pronto, pero a medida que las cosas fueron surgiendo...
En 1939, tres mes antes de que estallara la guerra, nadie sabía todavía que llegaría, porque seguía habiendo un núcleo del ser humano que decía: “Bueno, ya habrá paz”.
Pero ya era imparable.
Ahora puede ver usted cómo los pueblos de la tierra...
En 1940, en 1939 y 1940 escribimos: los pueblos de la tierra llegarán a unirse.
El maestro Alcar me llevó con él a Churchill y a Francia y aquí y allá, y entonces veías en todos esos seres humanos: estaban siendo inspirados.
Qué sorprendente.
Han oído ustedes, y pueden controlarlo ahora, por ejemplo los hechos que el maestro Zelanus cuenta en ‘Los pueblos de la tierra’, allí dice: “A Hitler le inspiraban siempre los poderes más elevados y los demonios”.
Pero los poderes más elevados también lo agarraron a él.
Porque el (cohete) V2 ya lo tenía desde hacía dos años, según oí ahora de un inglés, de un general, dice: “Ya los tenía listos desde hacía dos años”.
Pero lo pospuso por una visión y por la providencia, él lo llamó así.
Dice: “La providencia me dijo anoche: ‘Nada de eso, a esperar y entonces podrás estar seguro’”.
Pero con esa espera lo precipitaron de mal en peor, porque cuando transcurrieron esos dos años...
Si hubiera recurrido de inmediato a esos V2, no habría quedado nada de Inglaterra.
Así que lo bueno, lo puede usted controlar ahora, lo agarró unos instantes.
Pero también lo malo.
Y así ya hay miles y miles de sensibles que sabían con total certeza que iba a haber guerra.
Y los pintores, tal como lo cuenta usted, también vivieron eso, poderosas escenas.
(Señora en la sala):—Ya traeré un día esa descripción.
—Sí.
¿Hay algo más sobre esto?
Entonces vamos a seguir.
Aquí tengo: “Señor, he leído su libro ‘El ciclo del alma’.
Al final está escrito que al que llaman Lantos designará él mismo a su alma gemela”.
Mira por dónde.
“¿Ya ha sucedido eso en estos tres años?”.
Ese libro lleva ya... ¿en tres años?
Ese libro lleva ya ocho años publicado.
“... a quien usted mismo, como instrumento, también conocerá...”.
¿De quién es eso?
¿De usted, señor?
(Señora en la sala):—Mío.
—Sí, señora, esa vida la llegué a conocer.
Y esa vida sigue viviendo ahora mismo en la tierra.
Me encontré con ella.
Pero se presentaron sesenta y cuatro.
(Risas).Y cada vez decía yo: “No, no es usted”.
Y... y... ciento veinticinco que tenían que estar conmigo, ¿entiende?
Ahora estoy con la número ciento setenta y cuatro.
Pero estas se han presentado sesenta y cuatro, sesenta cinco veces.
Hace catorce días volvieron a verme dos.
Digo: “Pues, señora, justo llega media hora tarde”.(Risas).
Ya ha ocurrido.
Puedo imaginármelo, porque ¿por qué no?
Pero me he encontrado con esta vida, señora, y toda va sobre ruedas.
Vive y ya sabe de la existencia, porque ya ha leído el libro.
Y con eso andan día y noche.
Van a dormir con eso y se levantan con lo mismo.
Pues, igual vienen otras cincuenta y cuatro.
Pero... eso me lo puedo imaginar, porque ¿quién no lo iba a querer?
¿No es así, señor?
¿Quién no lo iba a querer?
Pero esto está montado de manera infalible.
Cuando vino eso, el maestro Zelanus dijo: “Cuando haya llegado el momento ya lo oirás”.
Pero entonces dijo el maestro Alcar: “Entonces recibirán un telegrama mío”.
Y luego vino un maestro aún más elevado que dijo: “Entonces te daré la visión”.
Y entonces se añadió otro más que dijo: “Entonces te enviaré allí y allá y así lo sabrás de antemano”.
Así lo han controlado para que no hubiera intromisiones.
Porque, ¿qué sería?
Y, francamente, a los seres humanos nos parece muy imponente, pero es sencillo a más no poder.
Solo que es...
Todo eso lo llegarán a vivir.
Solo es para ofrecerle al ser humano —ese libro del maestro Zelanus podrían haber sido diez libros—, solo es para ofrecerle al ser humano una imagen: quizá no se tengan el uno al otro todavía, y en caso de que sí sea así, sean entonces tremendamente felices, porque entonces es que tienen una gracia increíble.
Tampoco es exactamente una gracia, porque uno ya vive en ella y el otro aún no la tiene.
Pero todos ustedes están, todos nosotros estamos —eso también lo sabemos— cien millones de años de más en la tierra.
Todos estamos chafallando todavía.
Por nuestro karma estamos un millón, dos millones, diez millones de años de más en la tierra.
¿Dónde vive esa parte de nosotros de la luna?
Cuando uno se encuentra con ella, creo que ustedes... estallarían en mil pedazos, por dentro y físicamente, si de nuevo no va acompañado de deseos propios, ¿entienden?
Porque cuando esto se manifiesta el ser humano tiene la tendencia a decir, tan pronto y con tanta facilidad: “Bah, pues entonces mejor me largo de allí, o ya aceptaré esto”.
Eso, a su vez, son todo tipo de problemas y escenas, porque entonces quieren lo más elevado.
Pero ¿qué es lo más elevado?
¿Qué es, pues, lo más elevado?
Hay centenares de miles de personas que desean su propia felicidad.
Les despojo de inmediato de ella: en esta vida no hay que desear.
En esta vida hay que trabajar, trabajar, trabajar.
No tengo miedo a la lucha, señoras y señores, pero me muero de miedo por la felicidad y el amor.
¿Me creen?
Si ustedes en las esferas...
Mi tiempo más difícil no fue que yo viniera de los infiernos, uno puede con esos demonios.
Pero si uno se eleva un punto más, por encima de la conciencia propia, se llegan a ver esferas de luz, espacios y mundos, allí zurean...
Y si uno regresa entonces, sucumbe.
Tengo miedo a la felicidad, al amor, al espacio.
Nunca doy un paso más allá.
Yo no deseo, porque eso es lo primero que asesino, que me cargo a conciencia.
Sí que deseo dar posesiones, espacio, felicidad al mundo, a la humanidad.
Ahora nuestra felicidad es el saber.
Pero hacer algo especial con esta vida para merecerse la otra..., de todas formas no llegará ni un minuto, ni un segundo demasiado pronto, ni demasiado tarde.
Porque uno está irrevocablemente atado al karma, todos ustedes lo están.
Sea como fuere su vida, es de lo más sencilla si la quieren aceptar.
La desintegración y la destrucción ya no existen si uno mismo no empieza con ello.
¿No es sencillo?
Se acabó.
Aquí tengo: “En ‘Las máscaras y los seres humanos’ dice Frederik: ‘Vamos a actuar como los orientales.
Por medio de los sentimientos y la conciencia occidentales vamos a una bifurcación, allá donde se coscó Abraham, y donde es posible escuchar..., donde los apóstoles se quedaron dormidos”, eso sí que es profundo, “ahora estás ante el gallo de Jerusalén y piensas que se va a poner a cantar en cualquier momento, lo cual quieres evitar.
El animal, ¿me hablaba a mí?”.
¿Entiende el ser humano que ha leído ‘Las máscaras y los seres humanos’...?
Señor Brand, ¿es esto de usted?
¿Comprende usted, señor Brand, lo que hay, lo que contiene esto?
“Por medio de los sentimientos y la conciencia occidentales vamos a una bifurcación, vamos a actuar como verdaderos orientales”.
¿Qué ha adoptado usted de eso?
(Señor en la sala):—Que sabemos y que vamos a creer en la reencarnación.
—Ahí está.
(Señor en la sala):—Los apóstoles no creían en eso.
Así que la bifurcación no es otra cosa —ese Frederik en la obra quería decir: vamos a una bifurcación— y esa bifurcación no es otra cosa que: aquí vas al mundo material, duro, terrible, desintegrador; y aquí vas por Oriente —eso es la naturaleza— al universo.
“Y después de todo eso”, dice Frederik, “oyes cantar un gallo durante el camino y estás ante Cristo”.
De pronto estás ante Jerusalén y sabes por qué o para qué esos apóstoles se quedaron dormidos.
Eran inconscientes, así que ese gallo iba a cantar, como fuera.
Pero ese gallo también canta para nosotros todos los días.
Ese gallo canta el día entero en la sociedad cuando los seres humanos nos metemos en cosas que no son asunto nuestro, y entonces ya se pone a cantar, y eso es..., y entonces volvemos a estar en una bifurcación: el bien o el mal.
¿Qué quieren?
Esa bifurcación la tenemos a cada instante delante de nosotros.
¿Ha sacado usted la misma conclusión?
Y entonces se durmieron porque todavía no tenían esa conciencia.
Todo el mundo da mucha importancia a San Juan, San Pedro y San Andrés.
Y eran todos unos grandes lelos.
Sí, ojalá lo oyera la iglesia católica.
Yo soy Juan y Andrés —si el hombre de la semana pasada estuviera aquí, ya daría un brinco y diría: “Ahí está este otra vez”.—, pero yo soy Juan y Andrés, fui detrás de ellos en las esferas, digo: “Juan, oye, cuéntame...”.
El maestro Alcar: “¿Quieres verlos a todos?”.
Dice: “Hay unos cuantos a los que puedes ver, los demás viven todavía en la tierra”.
Eran los apóstoles de Cristo, viven ahora en la tierra, en alguna parte están.
Yo también sé dónde viven.
(Se cae una campana navideña de papel y Jozef reacciona): Digo...
Allí va mi cascabel, mi campana.
Mejor llévesela, señor, y guárdela hasta el año que viene.
Entonces dice: “Éramos gente de lo más común que buscaba lo más sagrado, que era Cristo.
Justamente vivíamos en unos tiempos en que vendría el Mesías”.
Juan era el sensible; Judas el hambriento, el ser humano que quería saber; y los demás: “Tú te crees lo que estaba diciendo aquel de allí ayer?”.
Entre ellos había quienes dudaban, y eso es...
Perdónenme, si Cristo volviera a pisar la tierra, se lo diré cien mil veces, y si volviera a hacer algo en ella, milagros, entonces ustedes dirían: “Pues, eso se lo cuentas a tu abuela, claro, es un ocultista”.
Entonces sería un faquir oriental; y si Él lo hiciera con mucha intensidad y profundidad, le meterían unos balazos en la calle, así, sin más, rrrrr, porque eso sobrepasaría nuestra capacidad.
(Señor en la sala):—Eso también lo añadió ese señor la semana pasada, que Cristo estaría delante de usted.
—Es lo mismo, la locura de la soberbia de un ser humano.
Entre nosotros también hay gente...
Por ejemplo, hay una señora que ha sido operada.
Y qué operación, señor, señora: casi se muere.
El cirujano le podría haber destrozado su vida entera.
Y eso es lo mismo que Judas...
Eso hizo Judas; y Pedro y Juan no lo hicieron, yo tampoco lo hice nunca.
Hay gente que quiere ponerse a jugar a ser clarividente aquí, y saben hacer esto y lo otro, y entonces dicen: “No sé si se cumplirá, señora, pero no me extrañaría nada volver a verla algún día en un hospital.
Esperaremos para ver si se cumple”.
Pero Dios mío del alma: “Esperaremos para ver si se cumple”.
Así que vuelve a meterle miedo a esa pobre alma, que eso vendrá todavía, pero lo que es saber, él no lo sabe.
Son demonios, señora, y viven aquí, viven por todas partes.
Quieren sanar y quieren ver, pero no tienen ni idea: “Veremos si se cumple”.
Y entonces a una pobre mujer, que está casi rota, la vuelven a...
Porque el señor o la señora tiene sentimientos de que ven.
Alguna vez ven algo.
No me atrevo a dar el paso, señor y señora, pero sería capaz de cortarles el cuello.
Esos bandidos siguen viviendo entre nosotros, y allí, y aquí; unos demonios terribles, para quebrar a un ser humano, porque padecen de una locura soberbia para ver.
A esa gente la tendrían que...
No, no se hace, pero los labios...
Bueno, y aun así, se pondrían como energúmenos por dentro.
¿Con qué pena se castiga eso?
Tengo más respeto por una zorra de la calle que se vende y por un asesino, que por estas personas que leen eso y que meten miedo a la gente: “No me extrañaría verla algún día en un hospital.
Veremos si se cumple”.
Ni siquiera lo saben, así que esas perifolladas, esa soberbia demente, también tenemos que ver si se cumple.
Y si luego se cumple, los señores y las señoras dirán: “¿No ven? Claro que yo tenía razón”.
Así que se alegran con las desgracias.
Jamás ha dejado salir de mi boca una sola palabra que tuviera que ver con miedo, con temblores y desgracias y con la soberbia demente, porque me habría clavado yo mismo el cuchillo en el cuello.
Señor, esas pobres almas, desgraciadas, infelices todavía viven entre nosotros, después de todas las lecturas de esos libros.
Es que uno les...
A esos hay que echarlos a la calle a patadas, no a la gente que conscientemente quiere armar un follón.
¿Es horrible lo que digo?
(Señor en la sala):—Sí.
—No, es la verdad, uno les..., les..., les...
Es lo mismo...
Y esa gente mira a Jerusalén y habla de Pedro, que hizo que cantara su gallo.
Aquí, para ese tipo de personas hay millones de gallos que cantan, y es posible oírlos aquí en la sociedad, pero no quieren oírlos.
Aquí preguntan... aquí dice Frederik: “Y entonces oyes cantar un gallo”, y entonces, en la bifurcación, vas a...
A esos con sus charlatanerías y palabrería en el espacio, con desgracias...
¿Cómo puede un..., cómo puede un..., cómo puede un ser, un espíritu de la luz aparecer con desgracias para quebrarlos a ustedes?
Acaban de echar a andar ustedes cinco minutos por la calle y te los encuentras de frente, con su guadaña y ahorcamiento y cadalso y más cosas, con la peste y el cólera, porque alguien ve algo.
Malditos amargados asquerosos, ustedes mismos deberían sufrir ese cólera.
Entonces ya se ahogarían en ello.
Yo..., yo..., yo...
Sí.
(Bullicio en la sala).
Sí.
Pero entonces habría que mirar un poco, allá arriba en las esferas, cómo miran los maestros, y cómo mira Cristo.
Dice Cristo: “¿Eso lo dije Yo?”.
¿Por qué cuentan desgracias a la gente si no sabes de qué hablas?
Igual que esa maldita persona que llegó allí por la mañana —era una cotilla donde nosotros en ‘s-Heerenberg—: “Crisje, a su hijo le han amputado ambas piernas en un accidente de tráfico”.
Yo me...
Era solo una, pero bastaba y sobraba.
Y allí se desplomó Crisje.
“Adiós las dos piernas”, dice.
Tenía yo la misma edad, pero tenía tanta fuerza que levanté a la mujer —era un chiquillo, ya sabe, tenía once años—, la levanté sin miramientos y la arrojé de la misma manera a la calle Grintweg.
De dónde salió de pronto esa fuerza: no lo sé.
Digo: “¿Por qué no vive en el ser humano el sentimiento de decir: ‘Vaya, la veo muy bien’”.
He tenido que tratar a centenares de personas con cáncer, jamás les dije nada.
Lo quitaba cuando era posible y tenía que tratarlos, se lo quitaba.
Y más tarde... que llegaba el señor, había estado donde un médico, dice: “Sí, era cáncer”, entonces vino a verme ese maestro: “¿Era cáncer, Jozef?”.
Digo: “¿Quién dice eso?”.
Dice: “Bueno, tengo tres especialistas, que dicen: ‘Sí, lo hemos examinado’”.
Digo: “¿Qué han estado examinando allí?
¿Qué dijeron?”.
Pues, sí, entonces podías decir: “Sí”.
Pero ¿por qué destrozar a un ser humano?
¿Por qué le quitan al ser humano el sosiego con esas charlatanerías, con videncias?
“No me extrañaría que algún día usted se parta el cuello”.
Mejor pártase usted mismo ese cuello lleno de cotilleos.
Santo cielo, con la felicidad del ser humano, ¿por qué no paran de...?
Intento agotarme a mí mismo para dar al ser humano entereza, felicidad.
Hay por allí de esos locos soberbios que reclaman tener capacidad de ver, de sanar.
Cuando les das algo lo fastidian y se lo cargan completamente, en dos meses, tres meses.
¡Y esa gente dice que ve, que ve!
Habría que colgar a esos tipos.
Eso Cristo no lo hace.
Pero aquí en la tierra tendría que haber quienes simplemente los liquidaran; y entonces yo ya no diría... no les pondría un dedo encima.
¿No es horrible eso?
Esto es tremendamente triste.
Este es el regalito de Navidad para la gente: “Igual algún día tendrás cólera”.
Oh, señor, eso me hace llorar.
Pero aunque digas: “Señor, ya podría llorar por esto, me da tristeza, esto es tan terrible para ti mismo y para esa otra gente”,
¿no es suficientemente horrible que a un ser humano le metan el bisturí en el hospital?
¿Cree usted que a esa gente le impresiona una enfermedad, una mujer o un hombre que padece dolor?
Imponen las manos y entonces solo piensan en los huesitos y están allí...
¿Rezando?
Hay que ver, observe la maravilla, la sagrada fuerza que irradian.
¿Es puro?
Una rata sarnosa no es tan terrible para el aura como esta gente.
Porque son terribles.
¿Terribles?
Mejor díselo al árbol de Navidad.
Eso sí que me hace llorar.
¡Daría mi corazón y mi sangre para darles a ustedes la felicidad que conozco y que vi en el más allá!
Pero si ustedes mismos lo vuelven a destrozar a golpes, estaré impotente, con los brazos cruzados, sin poder hacer nada.
Vamos, pon una olla de...
Esa gente haría mucho mejor en pelarle dos kilos de papas (patatas) a la mujer, cuando alguna vez les sobre un poco de tiempo, y ponerla al fuego: “Mujer, mejor descansa ya un poco”.
Y entonces mejor que dejen de lado las clarividencias.
¿No sería mejor, señora?
¿No le gustaría tener a ese hombre así?
Mucho ruido y pocas nueces.
¿Tienen algo de quienes se dedican a la cartomancia...?
(Al encargado de la grabación de audio, el micrófono chisporrotea un poco):Ese cacharro de usted no vale, señor.
Justo cuando tenemos que decir algo falla.
(Señor en la sala):—No, no funciona.
—No funciona.
Mire, y es el mismo modo, es el mismo fantasma que también vio Pedro.
Pero estamos metiéndonos en verdades espirituales.
Hemos explicado los libros, el empuje, hemos explicado las leyes.
Pedro y los apóstoles no sabían nada.
Cuando tuvo que demostrar de qué se trataba...
Tampoco es que eso sea tan complicado.
Cristo dijo: “Eso es más fácil que no sé qué, Pedro, porque Yo sé como pensarás en diez millones de años”.
No soy Nuestro Señor, no soy más que un...
Me gustó mucho más decirlo antes, desde la sala Diligentia: “No soy más que un bicho malparido”, así al menos no hará falta que lo digan ustedes.
Y entonces los otros, a su vez, decían: “Pues, si tú eres un bicho, ¿qué somos nosotros?”.
Digo: “Eso es cosa suya, señor, depende de lo que consiga, yo todavía no soy más que un bicho malparido”.
Digo: “Yo no soy nada, nada, nada, nada”.
Pero Pedro... a la hora de la verdad, lo barro de un soplo de mi mano, junto a Juan y todo el circo que andaba por allí, medio alelados...
Porque ya no vivimos en Jerusalén.
Bueno, allí viven todavía ustedes.
Nosotros también estamos ante esa bifurcación.
Pero hemos recibido allí un indicador, una llave, según dijo el maestro Zelanus el domingo, que los conecta con el universo, ese templo lo pueden abrir ustedes.
Esa la tenemos nosotros, y esos muchachos ni siquiera disponían de ella, porque solo tenían que creer.
Pero Cristo les hizo aparecer esos milagros por arte de magia, y aun así había uno que dijo: “Nunca he visto a ese hombre”.
Qué tristeza debe de haber supuesto eso para el Mesías.
Pedro era Su mejor apóstol, Su amigo, Su hermano, y renegó de Él delante de Sus narices.
El gallo cantó tres veces.
Y eso ocurrió, eso ocurrió, sí.
Estaban en una bifurcación, señor Brand, y atravesaban Oriente y todas partes, y estaban dentro, a Occidente no lo..., Occidente no era consciente, no lo conocieron, iban acompañados del Mesías y sucumbieron.
Por eso dice Frederik: “Cuando... entonces uno oye, cuando uno llega a una bifurcación...”.
Esa bifurcación, ¿entienden?, es decir: aquí vas a lo diabólico y allí a la luz, a la ternura, cargar, servir.
Y eso no quiere tener que ver nada con esas videncias ni charlatanerías, porque entonces se pone a cantar el gallo, y mucho peor que para Pedro.
Porque si uno hace algo así, frenará las leyes.
Es cosa suya decidir lo que harán.
Pero la ley, que los maestros nos han explicado, es espacio, es luz, es cordialidad, quiere ser honesta.
Y ahora recibimos charlatanerías.
No las tenían los apóstoles, porque no eran espiritualmente conscientes.
De vez en cuando, Juan se desdoblaba, y entonces solo tenía... aún permanecía en su cuerpo.
He visto mundos.
Se lo llevaron en pensamientos —volvía a ser cosa de los maestros— y se le daba una imagen del más allá, para que fuera fuerte.
¿Y qué quedó de todo eso?
Todos dudaron cuando Cristo se fue, porque esperaban que dijera al mundo: “Vamos, ¿quién se atreve conmigo?”.
Y entonces el Mesías se dejó golpear, flagelar, y lo clavaron en la cruz sin ningún problema, Él se echó.
Ya entonces los apóstoles pensaban: ya se nos fue el Mesías.
¿Eso..., eso el Mesías?
Anda ya.
No es más que un rabino común y corriente que se ha hecho pasar por Dios y Cristo.
Ahora lo ves, no es más que un tremendo desgraciado, porque allí está colgado, gimiendo.
Allí también había apóstoles, ellos contaron eso, el golpe los dejó del todo atontados, porque Cristo tendría que haber sacado revólveres.
¿Qué tendría que haber hecho?
Y entonces el gallo cantó para todos los apóstoles.
Hubo dos, que se excluyeron y dijeron: “Dios mío, Dios mío, respóndenos”.
Y la respuesta colgaba de la cruz.
Así somos.
Y si ustedes mismos no empiezan con eso, uno siempre se verá ante esa bifurcación.
Frederik.
Y entonces uno atraviesa Oriente..., lo atravesamos, son las leyes ocultas, ¿verdad?
Regresamos y entonces oímos y sabemos dónde Abraham se cosca que está la mostaza.
¿Saben lo que significa eso (en neerlandés)?
(Señor en la sala):—Sí, se dice que alguien sabe de dónde Abraham saca la mostaza cuando está bien informado.
—No, señor, cuando alguien sabe dónde conseguir la mostaza, ¿eres un Abraham?
No, entonces eres un ser humano que esta buscando, y entonces sabes a conciencia dónde está la esencia de la vida, y la vida responderá.
Así que Abraham...
Frederik juega, en ‘Las máscaras y los seres humanos’ presenta un lenguaje figurado que infunde alma al ser humano, con una sensación de hormigueo, y que da otra cosa.
Y entonces sabes dónde va a buscar Abraham la mostaza, sabes exactamente que tienes que vivir esa bifurcación.
Y entonces se trata de: cargar y servir.
Pero no de masacrar ni de meter a patadas al ser humano en una desgracia y en la incertidumbre.
“Imagínate que ese hombre o esa mujer tuviera razón, entonces me regresaría al hospital.
Claro, entonces me cortan cuello o me quitan tantas cosas que sucumbiría”.
¿Es esa la maldita bifurcación ante la que nos encontramos una y otra vez?
No, esa cosa siempre está allí: es el bien y el mal.
Y ahora tenemos que conseguir que ese gallo...
Por esos libros nos hemos adelantado bastante a la gente, porque ahora tenemos la varita mágica de Jackson Davis (véase ‘Jeus de madre Crisje, parte 3, el capítulo: ‘Jeus el escritor’).
¿Dónde está ese buen hombre?
Me lo traje de Estados Unidos y allí está colgado.
Lo vi en las esferas.
Digo: “Jackson, estoy en Estados Unidos”.
Contesta: “Sí”.
Dice: “Me han convertido en un templo.
Soy el más grande que hay, y tú continúas mi obra”.
Era el primero en el ámbito espiritualista.
Todavía me faltaba vivir ‘El origen del universo’, y todos esos libros; entonces el maestro Alcar me llevó donde él en la tercera esfera.
Dice: “Te voy a advertir de una cosa.
Tengo que advertirte.
He cometido errores.
Tú ya no los puedes cometer”.
Gracias a Dios, he conseguido superarlo.
Cuesta sangre.
Empiecen ustedes mismos y verán.
Y entonces oyes, ves caminar al gallo delante de ti, y te gustaría echarlo a patadas, pero entonces te cacarea en plena cara, y encima hay que estar agradecido de que ese gallo cacaree, porque entonces, a su vez, es una advertencia para mil cosas, mil.
¿No es así?
Bien podría ofrecer diez conferencias sobre esto, sobre ese puñado de palabras de allí.
Puedes escribir un libro sobre todo esto.
De ese ‘Las máscaras y los seres humanos’ aún sacarán miles de libros.
Porque, ¿lo sientes?, esa bifurcación, ese cacareo del gallo somos nosotros mismos.
Porque dejamos que ese gallo..., damos a ese gallo..., esa es la maldición para nosotros mismos, porque nos está cacareando la verdad, y nos dice de voz en cuello: “Déjalo, por el amor de Dios”.
La naturaleza entera nos dice de voz en cuello: “Déjalo, por el amor de Dios”.
Ese es el cacareo.
¿Por cuántas cosas oímos ahora el cacareo?
(Señor en la sala):—Todos los días.
—Cada minuto, señor, volvemos a renegar de Cristo, que está en nosotros, y lo volvemos a traicionar.
Ni siquiera ya lo puedes traicionar, porque Él...
Cristo dirá: “Claro.
Allí lo di todo.
Me han quebrado y deformado y maltratado, pero eso no volverá a pasar una segunda vez”.
Al ser de la Biblia ya le gustaría, pero eso ya lo verán ellos algún día, y entonces tendremos razón, eso es imposible.
No, no, ese maldito gallo en nosotros, lo maldicen, ¿verdad?
Pero si Pedro no hubiera oído eso, jamás lo habría sabido.
El pobre, bueno de Pedro, más tarde, cuando vio cómo se infundía alma y supo... porque él tuvo sus visiones, Cristo andaba a su lado, así, sin más.
Cuando regresó Cristo y estaba con él, dice: “Mira...”.
Atravesó sin problema la pared, allí estaban esperando.
Regresó.
Entonces sacrificaron a Pedro y a los demás como cerdos, colgados bocabajo de la escalera de mano, ¿lo sabían?
Le abrieron esa barriga en canal, hasta la garganta, y atravesando la cara, así, le quitaron... le quitaron la piel, igual que a los otros.
Han enmendado cosas, esos muchachos.
Pero en esos tiempos no sabían lo que uno recibe y lo que hemos recibido nosotros.
Eso era para ese siglo.
Somos personas que hemos recibido la gracia de que hayamos podido..., de que se nos haya concedido conocer todas esas cosas, esos libros, esas leyes, y de que ya ahora podamos integrar en nosotros esa sabiduría, porque nos lleva directamente, cada minuto, cada día, a Jerusalén.
Y si piensan ustedes que no, pues, entonces ya nos hablaremos.
Pero ustedes mismos tienen que empezar con ello.
Y si piensan ustedes que Jozef Rulof siempre cuenta tonterías y que ya está otra vez con sus cuentos chinos —lo tiene fácil para hablar, lo tiene fácil—, yo estoy igual que ustedes.
Me puse como una furia con el maestro Alcar.
Dice: “Bueno, pues entonces mejor que revientes”.
Digo: “¿Quién puede alcanzar esto, vivirlo, lo que yo hago?
Ni una paloma.
Tengo que cargar algo que no son capaces de cargar millones de personas”.
Dice: “Lo puede hacer un solo ser humano.
Sucumbe.
Mejor revienta”, dice.
Digo: “Gracias”.
¿Ha leído usted mi ‘Una mirada en el más allá’?
Pues, me dieron una buena paliza.
Dice: “Pues, abandona”.
Digo: “¿Abandonar?
¿Para ese follón?”.
Entonces llegué.
Y todo se había acabado.
¿No tienen que vivir ustedes eso también?
Pues empiecen con su pequeño yo espiritual.
Y empiecen alguna vez a ser cariñosos.
Hay gente aquí, que dice, primero esto y luego lo otro: “Ah, qué maravilloso es eso”.
Ni dos minutos...
No lo comprendo, lo oigo, lo veo.
Les puedo contar exactamente cómo piensan todos ustedes, acérquense a mí, aquí.
Yo ya me controlaré.
Solo voy a advertirles.
Cuando digo algo así, sepan esto: solo estoy avisando.
Destrozan ustedes tantísimas cosas para sí mismos.
Absorben sabiduría, y con un solo pensamiento chapucero de querer ser algo que uno no es, hace papilla toda esa personalidad.
Pero no hay ser humano a quien le guste esa papilla: apesta, está podrida.
Y no hago más que avisarles, porque ustedes hacen muchísimas...
He advertido a los clarividentes, digo: “Vamos, para ya de refunfuñar”, porque no es otra cosa que refunfuñar, “aportas cáncer espiritual a la gente”.
¿Hubo alguna vez...?
Nuestras leyes tienen peso.
¿Por qué?
Uno tiene que vencer el universo.
Pero ¿alguna vez han podido encontrar algo en esos libros que los conduzca al cólera, al cólera espiritual, y a los demonios?
Lo único que pretende es extraerlos a ustedes de allí.
Y aquí el ser humano arroja... unos vuelven a arrojar a otros en eso.
Con esa gente de la semana pasada, hay que tener compasión de ella.
Pero a mí desde luego no me parece bien que me estropeen la noche aquí.
Cuando un ser humano dice: “Bah, yo eso no lo acepto”.
“Bien, señor, listo, señor, mejor alquílese usted mismo una sala, y hable todo lo que quiera, señor.
Vaya, adelante”.
No hay respeto.
¿Siguen ustedes con la iglesia católica?
Yo no me atrevería.
¿Por qué?
¿No tenemos nosotros el sentimiento humano de que el ser humano lo que hace allí es rezar?
¿Es necesario quebrar al ser humano en su confesionario cuando uno sabe que se rezará a Dios?
Es cosa de él.
Es necesario.
Pero no podemos deshacernos de nuestra conciencia.
Esa gente todavía necesita ese gallo de Jerusalén, pero nosotros también.
Y aunque nosotros ya no la queramos, esa bifurcación está ahí, siempre estamos ante ese bien y ese mal, y a través de Oriente vamos a Occidente.
Y entonces experimentamos las leyes ocultas, son ‘Las máscaras y los seres humanos’, son ‘Dones espirituales’ —esos dos libros de los que los espiritualistas no quieren saber nada—, porque allí puedes demostrar que posees dones, que das algo al ser humano.
¿Cierto o no?
¿Sinsentidos?
Solo quiero ofrecerles las esferas de un modo hermoso; luego, cuando vayamos al ataúd, tendremos que habernos despojado de todas esas charlatanerías, de esos gruñidos.
Hay que ver cómo se ha desgañitado el maestro Zelanus.
Dice: “¿Por qué siguen dando patadas?”.
Podría haber dicho: “¿Por qué están sentados aquí delante de mí?”.
Y ustedes escuchan y dicen: “Oh, que hermoso es eso.
Porque lo vi”.
Y entonces íbamos... se iba detrás de la gente, y podía haber dicho sin problema alguno: “Ogro, dices que es hermoso y poderoso, y ¿por qué has dicho semejantes palabras después de esto?”.
¿Es posible eso?
No puede ser.
El ser humano se frena a sí mismo.
Así somos los seres humanos.
Y solo podemos vivir una unión cuando estemos libres de envidia, de charlatanerías, de gruñidos, de bufidos.
Esa Navidad la tiene que haber siempre.
¿Es así?
Soy tan fanático para mí mismo, prefiero con mucho ir..., prefiero que me quiebren, ya se lo dije mil veces, que poseer algo que no tengo.
Me lo extirpo con un cuchillo afiladísimo, así, conscientemente, de la caja torácica.
Y después iremos a luchar.
Me gustaría que se me dejara demostrarlo algún día, me gustaría que algún día me permitieran algo.
En Japón clavan una daga en el corazón de la gente, así, sin más, y con un giro de la mano se lo sacan de entre las costillas.
Lo conozco, por lo visto eso ya ocurrió una vez.
Pero ¿no dijo Cristo: “Quisiera poder alcanzar el mundo”?.
No tiene nada que ver con Cristo, pero una vez que hayas visto las esferas, señoras y señores, ya te gustaría extirparte el corazón de entre las costillas con un cuchillo y decir: “¡Toma!”.
Si aún te quedara la fuerza para entregárselo y para andar, encima te irías a hacer eso y se lo llevarías al ser humano.
Solo para demostrar la sed que tienes, el hambre que tienes, porque esa maldita bifurcación la tienes que poder iluminar con un foco desde el espacio, entonces ya ni siquiera está.
¿No es así, señor?
Y lo único que quiero es dárselo.
Pueden alcanzarlo en un año, pueden edificar esferas, pueden vivir templos.
E interiormente se ríen de ti... a la cara, el ser humano se ríe descaradamente de uno a la cara.
Me resbala.
Cada uno sabrá.
¿No es así?
Sociedad, ah, así.
Así, ¿verdad?
Así.
No existe ninguna sociedad.
(Alguien dice algo).
No, pero así es para el mundo entero; solo existe el ser humano.
No hay sociedad, todo está al margen.
No hay ninguna sociedad.
¿Cómo que sociedad?
Que uno vaya a subirse al tranvía, que allá estén hablando por teléfono, y que tengan esto y lo otro, ¿eso qué tiene?
El que importa soy yo, los que importan son ustedes; soy yo quien actúa, soy yo quien reza.
Esa sociedad, todo ese poder del mundo lo barres de un soplido cuando ves esa bifurcación, siempre que ese gallo no cante.
Y si se pone a cantar, si ese machito se pone a cantar, no por eso lo tienes que meter en la olla y torcerle el cuelo; entonces hay que alegrarse de que diga: “Oye, aquí está pasando algo”.
Sí.
Hay que ver... hay que ver cómo somos... esto...
(Señor en la sala):—Filosóficos.
—Hay que ver lo filosóficos que nos hemos puesto esta noche, ¿no?
He estado pensando.
He estado en el campo.
Alguien me dio algo hermoso, digo: “Bien, yo también voy, quiero verlo”.
Y entonces me pongo muy contento.
Si me hubieran visto, habrían dicho: “Jeus se ha ido de parranda”.
Digo: “Sí, ¿por qué no dices algo sobre mí?
Estoy feliz, y entonces grito y río.
Y entonces alguien dice: “Aquí estamos viendo esta noche personas felices”.
Digo: “Desde luego”.
De pronto me puse a hablar dialecto.
Vaya, vaya, vaya, vaya.
Pues, vendan toda esa sociedad, de todas formas...
Si miras un momento así, con esta luz, tendrás de todas formas esa sociedad entera en las manos.
De verdad que no hace falta que tomen asiento desnudos, medio desnudos delante de uno, señor, con condecoraciones, así de grandes, señor De Wit, porque ese teatro a usted no le dice nada.
Y..., esto..., digo: “Mira, mira allí un poco.
Que paguen al zapatero”.
Pero eso tampoco se puede pensar, ¿entienden?
Sí, ya estamos, el gallo está mirando ahora y dice: “Cuidado o me pongo a cantar”.
Digo: “Pero si tiene agujeros en los zapatos, ¿es que no lo ven?”.
Ah, sí.
Y el gallo que tiene que comprobar por su propia cuenta si esos agujeros existen de verdad.
Por fuera grandes, señor, somos tan bellos y poderosos.
“Pero”, dice Frederik, “¿por dentro?”.
Mohamed paralizaba las tormentas.
Y entonces dice Erica: “¿Es cierto eso, Frederik?, ¿Ocurrió?”.
“Sí, por dentro”, dice.
Siguió la tormenta.
Esas tormentas y esas rocas ya no significaban nada, aunque los mares vitales barran la tierra.
No podemos ahogarnos, madre.
Los barquitos espirituales no son destructibles.
Nuestra alma siempre continúa flotando; aunque estemos metidos hasta el cuello en ese follón de los tiburones, ni siquiera son capaces de comernos.
Pero eso, ¿quién lo sabe?
¿De dónde hemos sacado esas cascadas de palabras de esta noche?
Continúo, ese árbol de Navidad irradia gloriosos pensamientos.
Ahora tenemos: “El animal, ¿se dirigía a mí?”.
“No, a ti no, creo que a tu máscara”.
Miren, es imposible, dice Frederik, que ese núcleo divino se vea alterado, pero esa máscara...
Ese gallo solo cantaba a esa máscara.
¿No es así?
Y es que ese gallo solo tiene que cacarear a nuestras máscaras, porque llevamos cinco mil; para cada cosita llevamos una.
Y ahora por la borda esas máscaras y a poner algo en su lugar; y entonces deberían ver cómo cambia el ser humano, lo sencillo que es todo.
El ser humano está abiertamente desnudo al lado de ustedes; aunque tengan el pelo como el de un perro, ustedes conocen esas vidas, se sienten ustedes tranquilos, es un sentimiento de alegría poder hablar con semejantes personas.
¿No es cierto, señoras y señores?
No pensarán que miento, ¿no?
Y lo tendrán que buscar; lo tendrán que recibir.
Sí.
“Quítate esta maldita túnica prehistórica y arrójala al suelo”.
Miren, todavía somos prehistóricos.
“Háganse por fin seres humanos, tal como Él lo quiere”.
Pero, señor, ¿qué se dice en ese ‘Las máscaras y los seres humanos’?
El señor Koppenol puede ponerse aquí sin problema, él lo ha vivido, él sabe de esto.
Si alguna vez yo le diera a alguien veinte minutos, señor Koppenol, sería a usted.
Le ha proporcionado algo.
Ahora lo sabe, ¿verdad?
Ahora ya no entraría usted en eso así como así, ahora ya no se pasará corriendo de la bifurcación, ¿verdad?
(Señor en la sala):—No, no.
—Señora, ¿se acuerda?
Tiempos hermosos, ¿verdad?
¿Qué hemos aprendido de eso? ¿Qué le parece?
Me hubiera gustado arrojarle a él un cubo de agua fría a las narices, pero no se me permitió hacerlo.
Pero cómo hemos...
¿Sabe usted que estoy contento?
Es imponente.
Pero te olvidabas de una cosa; nos olvidamos de algo.
Cuando salgo de las esferas...
He vivido el Omnigrado, y entonces apareció una voz del espacio, muchas, que decían: “André, ¿cómo será usted mañana?”.
Digo: “Normal y corriente”.
Digo: “Esa vienesa no ve nada”.
Por la mañana me desperté.
Pienso: ‘Bueno, pues ya me gustaría saber si el ser humano ve que regreso del Omnigrado divino, por medio de la cosmología”.
Y media hora después andaba por la calle.
La gente veía algo, pero no sabía qué.
“¿Es que se ha tomado una rica taza de té, señor?”.
Digo: “Sí, un sucedáneo”, digo, “es que no lo había esta mañana.
He..., calenté agua y eso es lo que me he bebido”.
Pero había algo.
Me encontraba radiante.
Sentía un calor tan tremendo, que...
Iba caminando por la calle Suezkade, me agarré a un gran árbol de esos, y pienso: ‘Me olvidaré por unos instantes y que la gente piense que estoy loco’.
Y entonces agarré uno y digo: “A ti te he visto en el Omnigrado”.
Y entonces le di a ese árbol un beso glorioso, pero lo hice otra vez con demasiado ímpetu y terminé con un chichón en la crisma.
Digo: “No estoy loco.
Estoy loco de felicidad”.
Y entonces hablé con esas aguas, con ese pestilente canal de la calle Suezkanaal, digo: “Madre, madre, te he visto”.
“André”, dice, “¿ya has vuelto?
¿Cómo te sientes ahora?”.
Digo: “Normal y corriente”.
¿Tengo que mostrar que he visto el Omnigrado?
¿El Gólgota?
¿Qué es Jerusalén?
Señora, ¿qué es una esfera?
¿Qué es “el ataúd”?
¿Qué es el alumbramiento?
¿Qué es la creación?
¿Qué es la locura?
No, ¿qué es una séptima esfera?
¿Qué es el cuarto grado cósmico, el quinto, el sexto, si has visto el séptimo?
Allí lo vi Él, para eso colocaron aquel árbol.
“¿Ha visto usted a un ser humano en el espacio con estas señales?”.
Digo: “No, a nadie”.
Y entonces quise..., entonces se me concedió decir algo más, y entonces, claro, me di con las narices en el suelo... así...
Me desperté y estaba en brazos del maestro Alcar, en el espacio.
Digo: “Maestro Alcar, ahora estamos aquí y allá”
Entonces pude ver por la luz y el espacio y la vida..., digo: “Está usted en el cosmos material”.
“Regresamos unos instantes al Gólgota para recuperarnos, y después a volver a casa”.
Al día siguiente andas por las calle con la Omniconsciencia dentro de ti.
¿Cómo está usted ahora?
¿Qué haces? ¿Decir que eres clarividente, que posees muchas cosas, que lo sabes todo, que has visto a Dios y que conoces a Cristo?
No, señor, no ha..., los primeros años no ha salido de mi boca ni una sola palabra.
Era incapaz de hablar siquiera.
Estaba demasiado conmovido.
Andaba por la calle gimiendo de alegría.
La gente decía: “Santo cielo, santo cielo, ¿qué está pasando con ese tipo?”.
Digo: “Sí, señora, estoy gimiendo”.
Pero reía.
Pero ¿cómo es usted capaz de ver esos gemidos, señora?
Soy como esa gente que transforma los gemidos en gracietas.
Siempre digo cosas divertidas, es el Buziau (J.F. Buziau, cómico, 1877-1958) que hay dentro de mí.
No les voy a mostrar mis desgracias.
No quiero molestar a los seres humanos con el dolor.
No gimo, aunque mi cuerpo esté que reviente; y entonces revienta, no quiero gemir, porque me pierdo a mí mismo.
Y entonces dijo el maestro Alcar: “Si eres capaz, André, podremos seguir”.
De haberme parecido tan hermoso y poderoso —¿verdad?— él ya se habría detenido, porque yo me ahogaba en eso.
¿De felicidad?
No, no se me concedía ser feliz.
¿No les dice nada esto, señoras y señores?
No se les concede ser felices, traspasar su felicidad, si aquí no la pueden justificar; otros podrían ahogarse en su felicidad.
Cuando un pintor se hace tan poderoso y grande y está demasiado contento con sus cosas y ya nadie puede alcanzarlo, entonces nos ahogamos en su arte.
¿No es así?
Hay pianistas...: “¡Cállate, que tengo que tocar!”.
“Sí”, dice esa mujer, “pero quería preguntarte un momento: necesito comida”.
“¡Fuera de aquí!”.
Conocí a un hombre así.
A esa mujer la habían echado de casa.
Y a las doce, a las doce y media, a la una paró.
“¿Lista la comida?”.
Entonces dijo ella: “Claro, pues ahora vete a buscarla tú mismo”.
Y entonces viene el señor y dice: “Pero ¿qué es lo que he hecho?”.
“¿Que lo que has hecho?
Casi me arrojaste por la ventana.
Los niños no tienen comida, yo no tengo comida, pues tú mejor come con tu arte.
Mejor cómete esas cosas blancas y negras que tienes delante de ti, a ese Chopin y esos Saturnos (nocturnos) que acabas de interpretar.
Pero no tenemos qué comer, marido.
No tenemos qué comer.
A los niños les rugen las tripas.
Ahora lo que vas a hacer es encender la estufa y preparar la comida”.
Y entonces el hombre tuvo la fortaleza de decir: “Es increíble cómo uno puede portarse como un niño por su arte”.
Dice: “¿Sabes lo que deberías haber hecho?
Haberme despertado a porrazos, porque estoy equivocado.
Quiero vivir arte, pero dejo que se mueran de hambre mi mujer e hijos”.
Señoras y señores, ¿qué es más necesario, pues?
Vivan alguna vez a un artista.
Si encuentras a uno entre cien mil que siga siendo conscientemente ser humano en su arte, y encima se preocupe por usted y del pan de todos los días, es que tiene a un genio.
El resto son cuentistas, vuelan, se dedican a las perifolladas.
A esos no hay quien se les acerque, señora, porque son maestros en el arte.
Sí, si encima de la mesa hay carne, y qué más, flores, y el sótano está repleto de patatas, nada más, entonces que se dedique al arte todo lo que quiera.
Eso sí que es un arte.
Pero, adelante, vaya alguna vez al otro lado y siga siendo quien es, provinciano.
Prefiero hablar dialecto a que los maestros me conviertan en alguien que diga: “Ahora sucederá”.
Cuando el maestro Alcar viene a verme y dice: “Y ahora, André-Dectar, sucederá”, entonces le digo: “Sí, los ‘drudels’”.
Pero él no se acerca así.
Porque entonces uno se sale de la realidad.
Dice: “Hola, ya estoy aquí”.
Me mira y no dice nada, porque sabemos.
¿Locura soberbia?
Para nada.
Y ahora recorramos un poco el mundo entero.
Y todo eso tiene que salir.
¿Ustedes también han visto ese árbol navideño que ha estado allí... que ya lleva dos días colgando por encima de La Haya?
¿Lo han visto?
Estaba allí, y aún luce.
También arde en verano, siempre está allí, pero la gente ya no lo ve.
Solo lo ven cuando el ser humano lo adorna con velitas y llamitas.
También está ahora.
Pero el otro ya no está y cuelga allí el año entero.
Y en la cima está sentado el gallo de Jerusalén.
¿No es así, señor?
(Al técnico de sonido): ¿Tenemos todavía, esto...?
(Señor en la sala):—Unos tres, cuatro minutos.
—¿Unos tres, cuatro minutos?
Esto sigue siendo una carta, podemos seguir con ella.
“Quítate esta maldita túnica prehistórica y arrójala al suelo”.
Mira, aquí lo tenemos otra vez.
Solo para que lo sepan: allí hay gente con túnicas de una belleza impresionante, se llena de perifollos, y esto y lo otro, y ¿por dentro?
Échenle, pues, un vistazo pragmático, pragmático, pragmático, pero comiencen por ustedes mismos.
Quiébrenlo sin problema.
La otra vida se lo agradecerá.
¿No es así?
El mundo siente respeto por el ser humano que se atreve a quebrarse.
¿Quién diría de sí mismo: “No soy más que un tremendo ogro.
Todavía no soy nada.
Estoy muy contenta”, ay, ahora voy a tener que vérmelas con las madres, “por poder pelar papas (patatas) y guisar para mi marido, tan contenta de poder servir”?
Y él dice: “Y siento tanta gratitud cuando por las mañanas vuelve la luz y se me concede trabajar.
Y llego a casa feliz, y no sentamos juntos a comer, una gloria.
‘¿Hay alguna novedad, amorcito, amor?
Anda, cuéntame, ¿cómo se portaron los chicos?’”.
Zureos, zureos y más zureos.
Los zureos, ¿siempre son en nombre del Señor?
Ya estamos otra vez: zurearás en nombre del Señor.
Y entonces fue el silencio.
Y él no dijo nada.
Y ella y los niños miraron al padre.
Aún había un poco de aceite —esto también es una visión—, poco a poco empezó a haber un poco de humo en señal de que a la mecha ya no le llegaba aceite, de que no se le infundía alma, y entonces, poco a poco, se fue apagando la luz.
Y entonces surgió una voz en el seno de ellos que dijo: “Yo soy quien dice ‘amén’.
¿Qué más tienen que decir?”.
Y entonces el padre, que tenía un hermoso sentimiento, dijo: “En esta luz, mujer e hijos, estaremos eternamente seguros”, y resultó que entre ellos estaba Cristo.
Señoras y señores, no se asusten, pero les espera el té.
DESCANSO
Señoras y señores, vamos a seguir con una carta del señor Brand.
Me quedé en: “Quítate esta maldita túnica prehistórica y arrójala al suelo, hazte por fin ser humano tal como lo quiere Él.
La fe sigue siendo la fe.
Una oración sigue siendo una oración, sea cual fuere el idioma en que lo eleves.
El Dios de la vida siempre nos entiende”, dice Frederik.
“Ama todo lo que vive.
¡Occidente tiene que despertar!
Solo entonces los pueblos de la tierra alcanzarán la unión, porque Él no creó más que una sola fe.
No miles..., solo una... para la que yo oí la respuesta, Frederik”.
Lean ‘Las máscaras y los seres humanos’, entonces también tendrán cosmología.
Allí se explica la palabra cósmicamente.
Materialmente, humanamente, para la madre, para el padre, para el amor, para el renacimiento, para la sabiduría, para Dios, Cristo, Jerusalén... lo pueden...
Todo eso está en ‘Las máscaras y los seres humanos’.
“Dice: ‘He de reconocer que el gallo cantó para mí’”, muchas veces.
“A partir de ahora haré todo lo que esté a mi alcance para ahogar su voz de forma natural”, la voz del gallo, “dicho de otro modo: ¡yo mismo cantaré!”.
Qué divertido, ¿verdad?
Ahora ya tenemos esa guía de esos diecinueve, veinte libros, y ojalá que también logremos terminar ‘La cosmología’, entonces ya no hará falta que cante ese gallo.
Y ahora aparece: “Yo mismo cantaré.
Ahora la gente arroja sus máscaras”.
Los machacan a pisotones porque no quieren esas túnicas.
Uno puede ser decente y la vida será de una hermosura tan impresionante, sencilla a más no poder.
No es necesario que hagamos aspavientos, porque el ser humano es una joya divina.
Pero el ser humano se eclipsa a sí mismo.
Ni las diademas, perlas, diamantes o túnicas de satino sirven ya.
¿Es cierto eso, señor De Wit?
“¿No es maravilloso?”, dice Frederik.
Maravilloso.
“Ya nada nos detendrá.
Nada”.
Nada, nada me quitará lo que poseo ahora.
“En nosotros vive el otro yo, mejor, que tiene sintonización con Él, con Su Omnipoder”.
Mi vida, mi alma, mi espíritu, no mi alma, sino mi espíritu y mi personalidad “se convierten en inmaculada claridad... y habrás llegado”.
Esta es la vida entera.
¿Qué otras preguntas tiene, señor Brand?
Puede estar ocupado con esto toda la noche, así cada cosa de la sociedad la podrá...
Sobre esto, sobre esto que ha escrito usted aquí, el maestro Zelanus escribe siete libros de mil páginas.
Si empieza a partir de la luna y le cuenta al ser humano primero de dónde procede, tendrá que escuchar ese cacareos cósmicos.
Los apóstoles solo lo oían todavía, Pedro solo lo oía para la duda.
Pero eso no implicaba que Pedro fuera enteramente inconsciente y dudara; solo por esa duda.
Solo dudaba, señor y señora, porque sabía que lo iban a arrojar al calabozo, quizá que lo maltrataran, igual que Cristo, porque a eso él le tenía miedo.
Por eso dije aquí una noche: ¿han visto esa película, hace algún tiempo, de esa chica inglesa que estuvo aquí?
Yo la vi en el cine Metropool, quería verla sin falta.
Y a esa chica le arrancaron todas las uñas de los pies, a conciencia.
Llegó..., llegó a Alemania con tacones.
¿No?
Anna hacía entonces de...
(Surgen varias voces en la sala.
“Odette”, dice alguien.
Otra persona: “No...”).
Odette Churchill.
Si quieren volver a ver una hermosa película, señoras —hay tan pocas— tienen que ir al West End (un cine en La Haya): ‘Mañana será tarde’ (título original italiano de 1950: ‘Domani é troppo tardi’).
Trata de la verdad sexual y las conversaciones con un niño; entonces verán una muchacha, me volverán a ver a mí, volverán a ver a Jeus, cuando yo tenía seis años.
Y cuando yo... cuando dije a Crisje, tenía yo cuatro años y medio: “Crisje, ¿por qué está usted tan gorda, madre?”.
Entonces dijo: “Santo cielo, ¿qué tengo que decir ahora?”.
Por la mañana a las siete, El Largo acaba de irse.
“Sí”, dice, “la comida me sabe tan bien”.
Entonces dijo Jeus: “Pero a mí también me sabe bien, y estoy hecho un palillo”.
Ese guion, señoras y señores, está listo.
Cuando oigan eso en la película encima uno se puede reír, pero estamos ante la realidad.
Yo buscando.
Y en esa película está: aparece una joven, una delicada cosilla italiana, que dice a su padre: ‘Pero, papá, ¿y yo cómo nací?
¿De dónde vienen los niños?”.
Y él responde: “De una col”.
Y la cría va a mirar una col en la cocina, busca y dice: “Aquí no hay ningún niño”.
Y entonces aparece un niñito judío...
Más tarde, entonces todos han avanzado, y dicen: “De la barriga de tu madre”.
“Ja, ja, ja”, dice, “lo que tú digas”.
“Pero si eso no puede ser, ¿no?”, vuelven a decir, no lo creen.
Eso ocurre ahora en Holanda.
Los protestantes, la corriente reformada, señor, dicen que es una vergüenza; pero la película está en los cines.
Si quieren disfrutar un poco; y al final, además, llorarán.
Yo lloré por esa chica.
Habían vivido un solo besito y entonces los maltrataron, los mancillaron.
Ese guion me lo tendrían que haber dejado escribir a mí, entonces digo... entonces habría introducido en él una conciencia universal por ese beso.
Ese chico y esa chica, de dieciséis y diecisiete años...
Estados Unidos ha vuelto a engullir a esa chica, pueden volver a destrozarla, claro, quizá por tonterías.
De Italia vienen las películas más hermosas, ¿sabían eso?
‘Ladrones de bicicletas’ (título original italiano de 1948: ‘Ladri di biciclette’), ‘Mañana será tarde’.
Si tienen hijos, mejor les dicen: “Naciste dentro de mí”.
Y has salida de mí y de tu padre”.
Y hay que ver lo lamentables que son esos padres.
Como cuando ese padre está delante de un hijo de casi quince años, catorce, quince años...
Digo a mi mujer: “Él y Casje Bruning son como dos gotas de agua”. (Véase: ‘Jeus de madre Crisje’, parte 1).
Pero Casje Bruning todavía era delgado, y sabía más cosas.
Y dice al chico..., ya le contaría unas cuantas cosas...
Y la madre que está...
Y eso hay que hacerlo así como así, en cinco minutos.
El padre fue incapaz de decir nada, le dio unos centavos.
Digo: “Qué lelos, qué lelos”.
Si leen ‘Jeus de madre Crisje’, cuando una niña de siete u ocho años... entonces también vas a los gatos de la señora Ruikes.
Y llegas allí y preguntas: “Señora Ruikes, ¿es que son todos machos?
También habrá gatas, ¿no, señora Ruikes?
¿Qué fue del maromo de Mientje? Ese estará dándole al frasco, ¿verdad?
Sí, señora Ruikes, con que esos tipos tengan algo que beber, ¿verdad?”.
Y la señora Ruikes dice: “Cris, Cris, Jeus ha estado en casa.
El Largo tiene que sentarse un día a hablar con él”.
Les he contado este cuento —Johan también estaba aquí—, que voy a Bennad: “Bennad, ¿porqué está mamá tan gorda?”.
“Eso no es cosa tuya.
Ahora me necesitas, ¿o qué?
Arréglatelas tú mismo.
Mejor vete a ver a Johan, él sabe”.
“¿Johan?”.
“Pues, claro, y ¿tú qué creías?”, dice Johan.
Entonces le dije la semana pasada, digo: “Ahora también te haré esperar si quieres saber algo”.
Cuando viene a verme y quiere una explicación, digo: “Mejor vuelve a tu juventud y aclárate allí”.
Entonces dice Anna: “No hablarás en serio, ¿no?”, mi mujer, digo: “Sí, sí que lo digo en serio.
Entonces él dejó que me estrellara contra la pared”.
Él lo sabía y yo no sabía nada.
Y entonces él tenía que...
O tenía que llevarle una pera, u otra cosa, y entonces aparecía Johan.
Pero ahora él también me las paga.
Digo: “Ahora lo sé”.
Sí.
Pero no sé lo voy a decir, que se chinche.
(Risas).
Pero vayan al cine, entonces podrán llorar de verdad, y podrán vivir de verdad cómo éramos de niños.
Y cuando Jeus de madre Crisje se mezclaba con la gente, ya no hacía falta que los padres dijeran nada.
Y así podríamos seguir y ya llegaríamos.
Tenemos aquí entre nosotros... había gente...
Apareció Jeus.
“Padre, ¿puedo leerlo?”.
“Claro”.
Y papá se fue a mirar.
Y va y dice: “¿De cuánto está?
Digo, vigílala un poco, para ver de cuánto está”.
Entonces dijo ella: “Ya no la veo”, dice la madre, “porque suele estar arriba”.
“Y”, dice el padre, “¿de cuánto estás?”.
Pienso: ‘Ah, ya dejó atrás a Jeus con la creación’.
Dice: “Sí...”.
Lo miraba a los ojos, con otras palabras: como si quisiera decirle: “Ahora ya lo sé, ya no hace falta que me cuentes nada”.
Yo no dejaba de mirar a Crisje, así...
Entonces dice Crisje a El Largo: “Ese mira a través de la barriga”.
Y Bennad...
Pero fue un suplicio, en el libro no es más que periodo breve, ¿verdad?
Sin embargo, pasaron meses y meses y meses, y de noche y de día, una y otra vez: las gallinas, día y noche sentado delante del gallinero, señor De Wit.
“¿Por qué tiene el gallo tantas mujeres?”, pregunté a mamá, “y no ponen huevos, pero ¿porqué él sí y el otro no?”.
Y así es como todo ese bregar tuvo que seguir para llegar a conocer la creación.
Y cuando lo supimos, de vuelta a Crisje: “Mamá, ya lo sé”.
Y Crisje: “A ver lo que pasa ahora”.
No, no pasó nada.
Y añade él: “Ahora lo sé todo”.
“Entonces seguramente que tendrás hambre”, dice ella.
Qué palabra tan hermosa de Crisje.
Digo: “Cuando luego nazca Miets”, eso yo también lo sabía, que venía Miets, “ya no me tendrás que decir nada, porque me lo sé”.
Entonces dijo él: “Bueno”.
Y Crisje: “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.
Entonces fue al señor cura.
Señoras y señores, váyanse a West End, así podrán llorar a moco tendido, y de ese modo se entretendrán un poco.
Haré publicidad por una buena película.
Es una señorita cariñosa, está esta noche aquí, esa también está en West End.
Vayan y díganle “Buenas tardes”, verán, y allá donde esté el mejor sitio, allí los llevará ella.
¿Quién tiene más preguntas sobre ‘Las máscaras y los seres humanos’? ¿O de qué están hablando?
(Señora en la sala):—Sí, un ángel, ¿qué simboliza?
—Eso la iglesia...
Mire, eso la iglesia no lo..., pero pasó...
Cuando llegó el ángel...
El ángel dijo...
Verdaderamente, con el nacimiento de Cristo ha habido gente.
Pero seguramente que entenderán..., ahora ya tenemos que tener cuidado.
Lo primero que pregunté: “¿Existe la condena?
¿Existe la condena eterna?
¿Hay fuego en el infierno?”.
Cuando ya me desdoblaba corporalmente de niño, ya era capaz de contárselo a mi amigo José.
Cuando comenzaron los maestros yo hacía preguntas humanas: la Biblia, directamente la Biblia, directamente la fe.
Digo: “Nuestro Señor nació en Belén, ¿qué hay de verdad en eso, maestro?”.
Dice: “Mejor venga conmigo”.
Y entonces lo vi.
Era verano, esos pastores no tenían frío para nada allí fuera, porque era pleno verano.
Y encima está esto: los inviernos de aquí ni siquiera se conocen en Jerusalén.
Ahora andamos con una historia falsa.
El mundo entero se disolvió en esa Nochebuena.
Es una realidad para millones y millones de personas.
Y ese nacimiento se mantiene, claro, pero nosotros introducimos ese realidad así como así en otro clima, y queremos ver nieve.
Llegaron ángeles de los cielos, bajaron revoloteando.
Pero no tenían alas, porque esas “alas” están en nuestro interior.
Basta con que lean mi libro ‘Entre la vida y la muerte’.
Las Grandes Alas es el espacio del ser humano, por su personalidad, cuando llegamos a conocer las leyes ocultas —es espíritu, es vida, es muerte, es más allá, paternidad, maternidad, reencarnación, cosmos—, es espíritu y vida; entonces llegarán ustedes a la realidad.
Ahora hay...
Y esos ángeles albergan conciencia.
Pero dado que la iglesia católica no conoce esa conciencia interior, optó por dar alas a esa gente, a esos ángeles; ahora pueden volver.
No saben que el ser humano planea con la fuerza de su pensamiento.
En un fogonazo habrán volado mil veces alrededor de la tierra, solo por la concentración de sus pensamientos.
Una alita de esas desaparecería de tanta velocidad que tenemos.
Si ustedes poseen la luz y el espacio, la ciencia, la sabiduría, la conciencia, señora, volará en una millonésima parte de un segundo entre todos los planetas y estrellas creados por Dios, en este espacio.
Ya no habrá distancia.
En todo serán... tendrán con todo la unión espiritual y espacial dentro de ustedes, por los libros, por la vida.
¿Van a vivir conforme a eso?
Si van a ser cordiales y benevolentes, si asimilan la vida como ley, como hombre, como mujer, llegarán a tener ampliación.
Todo eso vuelve otra vez a esa Biblia y a Cristo.
Pero esos cuentitos...
Ahora tienen que aprender.
A mí me mataban a golpes cuando me levantaba durante el catequismo.
“¡Y entonces estarás condenado eternamente!”.
“¡No mientas!”.
Entonces me levanté, digo: “Eso simplemente no es verdad.
Son cuentos”.
El señor pastor era una buena persona.
Entonces llegó el capellán, pensé: ‘Vaya, qué mirada tan desagradable tiene ese señor’.
Entré allí, atemorizado, con miedo.
Y de pronto entré en trance, me expresaba en holandés —en la vida había oído una palabra de holandés—: “Cristo dijo: ‘Dejad que los niños se acerquen a mí’, y resulta que los echan ustedes a patadas”.
Entonces yo era diabólico, era un hereje.
Tuvo que venir Crisje.
Dijo al señor cura y al capellán: “Si Jeus está poseído, ustedes también lo están.
Y eso no me lo quita nadie, señor cura.
Se acordará, ¿no? Cuando nació él, usted también se le quedó mirando esos ojitos”.
Y entonces dice él: “Crisje, estuve en el cielo”.
“¿Y ahora resulta que Jeus está poseído?
Entonces lo están ustedes también.
Ya no quiero oír nada de ustedes.
¿Quiere hacerme creer, señor pastor, que Nuestro Señor destruye a la gente?
Porque eso es condena, ¿no?”.
“Sí”, dice... “No, Crisje, pero yo no soy Roma, ¿no, Crisje?”, dijo el señor cura.
“Yo no soy Roma, ¿no?”.
Pues, Roma sigue siendo así, seguimos con la condena.
Sí, Roma está diciendo a la gente, a los eruditos: “Oye, mira a ver si de verdad es cierto que el ser humano nació en las aguas”.
Pero ya lo saben, porque Roma tiene biólogos, astrónomos.
Ese observatorio de allí, y todo, ese complejo astronómico de Roma, de verdad que no son unos inconscientes sentados en los jardines del Vaticano que miran cada noche el firmamento; han seguido los pasos de Galileo.
Una vez se equivocaron.
Cuando Galileo dijo: “Padre, la tierra gira alrededor del sol”, entonce el papa dijo: “Tonterías.
¡Eso ni tocarlo!
Y entonces Galileo estuvo en ese calabozo del Vaticano y lo acallaron para treinta, treinta y cinco años; ya no podía hablar, si no lo arrojaban a la hoguera.
Y esos papas tienen que pasar por la misma escuela.
Y entonces uno dijo al otro —antes de que muriera y llegara el otro—: “Oye, no te vuelvas a equivocar, ¿de acuerdo?
No vuelvas a pasarte de la raya si aparece otro Galileo”.
Pero, señora, eso el mundo, la criatura católica, aún no lo debe saber, porque entonces será de golpe demasiado, y ya no habrá asideros.
De verdad que todo va lento, pero lo saben.
Y así se ha construido algo que no se conoce.
A un ángel se le dan alas.
Pero las “alas” de la conciencia las lleva cada uno en su personalidad: usted sabe.
Son las alas “espirituales”.
¿Ha leído usted mi ‘Entre la vida y la muerte’?
(Señora en la sala):—No, no, señor Rulof.
—¿Todavía no?
Pues, entonces debería esperar un poco con su lectura; comience primero con ‘Una mirada en el más allá’.
Pero cuando quiera llegar a conocer las Grandes Alas en el ser humano, estará usted ante el Templo de Isis en el Antiguo Egipto; allí se trataba de las Grandes Alas.
Es el ser humano en sus sentimientos que conoce el espacio, Dios, el más allá, nacimiento.
No existe morirse.
No hay muerte, a La Parca la hemos despojado de todas sus perlitas, por medio de ‘Jeus de madre Crisje’.
Miets sigue andando ahora en el otro lado con hermosas cuentas.
Y estas seguirán existiendo, señora.
Y ahora dice usted: “¿De qué me está hablando?”.
Pero ¿ha leído usted ‘Jeus de madre Crisje’?
Si no le ofrecería un bonito cuentito.
Esta Navidad, ayer, me encontré con Miets, me dice: “Jeus, ¿has visto mis cuentas?
Todavía las tengo”.
Digo: “Sí, Miets, las nuestras, las que hemos quitado a La Parca”, por ese pequeño cordón, cuando encontramos dinero en el bosque y que Crisje llevó al policía, y luego volvió, con eso dimos a los niños...
Miets recibió una hermosa faldita, y nosotros zuecos nuevos...
Y Miets sigue llevándola.
Porque es eterna.
Pero ahora eso usted no lo comprende, porque no ha leído ‘Jeus I’.
Pero quienes lo han leído lo saben, y dicen: “Sí, esas cuentas permanecerán”.
¿Tiene alguna pregunta más?
(Señora en la sala):—No.
—Para servirle.
Así que la iglesia continuó.
Ahora es la fiesta de Navidad.
Están los ángeles, y seguramente que también estarán todavía esos pastores.
Pero esa estrella que los maestros de Oriente enviaron allí, señora, tampoco estaba.
Esa estrella no lucía en el cielo ni fue circulando hasta allá.
Y ¿se quedó detenida justamente encima de Belén?
No, señora, esos caballeros eran clarisintientes, porque lo que les llevó al lugar donde Él yacía era la estrella interior del espacio, el propio Cristo.
La estrella del espacio...
Pregunté de inmediato: “Esa estrella..., ¿de verdad que ocupó un lugar allí?”.
Entonces el maestro Alcar dijo: “Ahora conoce usted el espacio, el origen del universo”.
Fue solo entonces cuando lo pude preguntar, fue cuando me lo pudo aclarar.
Dice: “¿Cómo va a poder salir una estrella de su órbita? ¿Cómo va a poder hacerlo la tierra?
Imposible”.
Esa estrella estaba allí, pero la estrella interior...
Otra vez Frederik: Mohamed, Mohamed, de ‘Las máscaras y los seres humanos’, detenía las tormentas.
Y a la gente le entraba miedo.
Él era guía, atravesaban un desierto, y la gente se encogía de miedo, porque el cielo bramaba, y de pronto dijo él: “Tormenta, amaina, porque nosotros vamos a seguir”.
Y Frederik, que lo lía todo, al final estaba hablando de bocadillos con espinacas y de latas de judías.
Y Erica se había olvidado.
Y al final dice ella: “¿De verdad que fue así, Frederik? ¿Tanto poder tenía ese hombre?”.
Y entonces Frederik pudo decir: “Sí, sí, hija, por dentro”.
Pero siguió bramando.
Cuando un ser humano sabe y posee conciencia...
Y dejen que haya tormentas en sus vidas, qué les importa eso a ustedes: no se les puede atormentar, nadie puede matarlos.
Hay que ver cuántas cosas sabemos, da miedo.
No tenemos miedo a La Parca.
Yo me pongo a reír, por dentro, encima de un ataúd, cuando tengo que llevarme a alguien, pero no puedo mostrarlo, entonces dirían: “Qué ogro es ese tipo, ¿verdad?”.
Una vez a alguien lo tuve que... no podía eludirlo, tenía que ir yo también al cementerio.
Dice: “A ver, ¿puedes estarte callado?”.
Digo: “Lo intentaré”.
Sí, dije algo un momento; pienso: ‘No voy a estar callado, voy a..., interpretaré esos “sinsentidos”’.
Y entonces estuve hablando como media hora.
Y hablé de las esferas de luz, y entonces todo el mundo se puso a llorar.
Pero al día siguiente: un hereje, en eso me había convertido.
“¿Cómo nos hemos dejado influir por esa víbora?
¿Cómo has podido traerte a ese ejemplar?
Es un ocultista”.
“Es mi amigo, y amaba a mi padre”.
Mire, primero se fueron, claro, los teníamos medio en hipnosis.
Señora, señor, ¿alguna cosa más?
¿Alguna cosa más?
¿Algo más?
(Señor en la sala):—Señor.
—Dígame, señor.
(Señor en la sala):—Señor, Rulof, hace unos instantes mencionó una cifra de esas gigantescas, de que llevamos un retraso de no sé cuántos años en la tierra.
—Sí.
(Señor en la sala):—Me preocupa mucho la madre tierra...—Sí.—... ¿cómo se puede aguantar eso tanto tiempo?
—Sí.
Sí.
Si usted vive la cosmología, señor...
Hemos hecho chapuzas aquí...
Mejor no se crea usted que es algo.
Yo eso no lo hago.
Aunque hubiera escrito cien mil libros y supiera hacer no sé cuántas cosas, yo no me hago esas ideas.
Hago todo lo que puedo, a ningún ser humano lo debe importar cómo soy.
Eso es cosa de cada uno.
No me da la real gana gruñirle al ser humano, para hacer el mal, esto mal, lo otro...
El ser humano para mí es sagrado.
Si veo que ustedes están allí analizando un poco al ser humano en esas carteras, o que están robando, y lo otro, entonces digo: “Pues, menuda gracia”.
Entonces ya no quiero tener que ver con ustedes.
Pero aquí hemos estado, señor, desde la jungla llegamos a la raza blanca (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es), ¿no es así?
Hemos...
Cuando allí estuvo todo listo, la madre tierra nos liberó.
Y entonces podemos seguir de inmediato, y llegará a tener uno la nueva reencarnación, si se está en armonía con ella.
Pero nuestra personalidad se ha quedado en las tinieblas; hemos robado, deformado, hemos violado a la gente, la hemos destruido, aquí, allí, allá.
Resulta que hay sentimientos y fuerzas en nosotros, que nos permiten decir de pronto: “A esa señora y a ese señor ya no los violentaré más, o lo que sea.
A esa gente ya no la robaré más.
Solo quiero hacer las cosas lo mejor que pueda”.
Y dejemos que el mundo sea el mundo.
Ustedes se cuidarán.
Sí, de eso acabamos de librarnos, ¿no?
A cada instante, en cada esquina, te vuelves a encontrar a ese gallo de Jerusalén.
Dice: “Mira ese de allí.
Lleva un bonito sombrero, zapatos de charol, sí, sí, pantalón de rayas, se le asoman los gemelos de la camisa, bigotito, bien engalanado.
¿Así eres un señor?”.
Bah.
Señor, vivimos millones de años de más en la tierra, ocupamos el sitio de otras personas que deberían haber tenido nuestro cuerpo, porque entre la vida y la muerte hay cien mil almas, chispas de Dios, que esperan un cuerpo material, pero no tienen un cuerpo.
Y ¿por qué no, señor?
Porque, exactamente, el renacimiento con el ser humano coincide exactamente.
No hay ni uno de más o de menos, porque tiene que seguir, ese ciclo, esa circulación, esa evolución.
Y ahora nos hemos arrojado fuera de esa armonía, nos hemos suicidado —el ciclo del alma—, hemos quebrado esa vida, hemos salido de la armonía divina para el renacimiento.
¿Qué está ocurriendo?
Dos mil años de más en el mundo para el alumbramiento y la creación; de vuelta a la tierra, reencarnación.
Y seiscientos años de más aquí, una y otra vez de vuelta, para una sola cosa.
Y ahora esos otros cien mil pequeños rasgos de carácter, esos escándalos que hemos cometido; y todo eso no significa nada, volverán a estar allí.
Ahora guerra, asesinatos, muerte.
El ser humano todavía no ha llegado al punto en que pueda decir: “No rompas esta vida.
No te suicides”.
Hay una madre que está gritando por su niño.
Veo...
Esta mañana me viene una señora, una joya de madre: “¡Ya no quiere más hijos!
¿Dónde puedo conseguir cosas para detener los niños?”.
Digo: “Eso se lo tienes que preguntar a Nuestro Señor.
¡Fuera!”.
Eso lo dicen así, sin más.
“No, ya no tengo dinero.
Una criada cuesta hoy en día veinticinco florines por semana.
Pues, necesitaré, si tengo más hijos, necesitaré una criada, ¿no?”.
Solo hay que seguir esos pensamientos un poco...
Así que esa madre no quiere hijos, porque entonces..., entonces ya no da abasto, entonces hará falta una sirvienta, que cuesta veinticinco florines.
“Y por eso no quiero hijos”.
Pero sí que se gastan veinticinco florines para asegurarse de que no sea así.
Y pónganse a hablar con alguien así, ya verán.
Digo: “Señora, despréndase de eso y esté agradecida, sería mejor”.
“¿Cómo dice?
Claro, usted seguro que no tiene hijos, si no, no diría esas tonterías”.
Respondo: “Por desgracia, no, ya me gustaría tener cincuenta, míos”.
Digo: “No quiero los suyos.
Encárguese usted...
Ese karma de usted no lo voy a servir, ya me cuidaré mucho de eso”.
Hay gente de esa, señor, que piensa...
Hubo una vez una señora, había leído mis libros, y leyó sobre mi lucha, la pérdida de mi hija.
Esa mujer tenía nueve y se había quedado sola, se sentía llamada a darme dos.
Y entonces dice: “André, así ya no estarás triste”.
Digo: “Oh”, digo, “pues entonces añádeme un par de centenares más.
Pero entonces ya no tengo que hacer esto que hago, entonces tendré que hacerme cuidador de niños”.
Pero ahora el dinerito para dárselo.
Digo: “No, señora, lo siento mucho”.
¿Sabe, señor, en lo que me convertí en ese momento?
¡En un gran monstruo!
“Ese tipo miente más que habla, porque dice: ‘He perdido a mi hija’, así que yo que le quiero dar un par y me dice: ‘¡No!’.
Señor, esos libros terminaron en la acequia.
Esa mujer dejó de leer mis libros, porque yo no era auténtico.
Así que me podría haber...
Hay madres que sí que quieren..., que sí que quieren un par...
Aquí, en La Haya, es posible conseguir sin problema un par de centenares para cuidarlos.
Pero entonces aún no he llegado, porque entonces tendré que ir a Rijswijk y a Voorburg.
En cualquier ciudad de nada de por aquí quedan niños que...
Gente que se los quiere quitar de encima.
Y todos a André, todos a esa calle Esdoornstraat.
Y ahora no puedo hacer eso.
No tengo permiso para meterme en el karma de los demás, en sus vidas, porque entonces me haría inspector de escuela.
¿En qué me convertiría?
Digo: “Maestro Alcar, puedo llegar a tener unos hijos”.
Dice: “Mejor ni meterse en eso, a mí también ya me gustaría tener quinientos, míos propios”.
Dice: “Pero entonces ya no nos hace falta hacer nada”.
Dice: “Mejor será que te niegues.
Pero ya oirás algo”.
Adiós libros, adiós maestro Alcar, adiós Cristo, adiós todo.
¿Es amor eso?
“Ni siquiera quieres tener un par de niños; y te quedaste llorando.
Pero, ay, no te creas las majaderías que dice allí”.
Miren, todo eso es...
Yo no soy capaz de atraer ni uno solo, y ustedes siete.
Pero yo no me lamento por ustedes.
Les conté la historia de una señora y un señor: ya no habría hijos.
Ella bien quería.
Decía él: “Pues, no, que no estoy loco, que yo no voy a estar trabajando día y noche para esa marrana”; tenía tres gamberros.
Digo: “Señor, mejor déjelo”.
Digo: “Pero imagínese que llegue el alma o el artista, uno que traiga dinero a casa, ¿no?”.
Ella se mantuvo en sus trece.
Llegó a tener al artista, con dones musicales.
El muchacho se las sabía todas, tenía otra cosa en su interior, y más tarde dijo al padre: “Papá, si quieres escucharme tocar, tendrás que pagar”.
El padre ni siquiera pudo asistir a sus conciertos.
A mí me pareció un poco duro.
Dice: “No, porque esos dos florines y medio se los vuelvo a dar a mamá, así alguna vez se podrá comprar un bonito sombrerito”.
Puso a papá ante los hechos.
Papá recibió su paliza.
Allí estaba todo.
¿Sienten lo tontos que somos y lo despiadados, lo inhumanos, si no conocemos esas leyes?
“Ni que estuviera yo mal de la cabeza, una sirvienta cuesta veinticinco florines.
Porque si algún día tuviera un niño, necesitaré un a criada”.
Una madre, allí en el barrio, tenía dieciséis.
Dice: “Ojalá tuviera otros cuatro”.
¿Sabe usted lo que me dijo otra persona, señor?
Pero no conocen esas leyes, que allá viven doscientas mil.
Entonces dice la madre: “A mí me da igual, pero siento que hago bien.
No sé...”.
Le habían dicho: “Esto parece aquí una conejera”.
¿No oyen eso todos los días?
Mejor no se escabullan, porque lo oyen todos los días.
Entonces dijo la madre: “A mí me da igual lo que piense y diga usted; siento una cosa cuando hay algo en mí, que hablo con Dios”.
Para los vecinos, para todo el barrio...
Esa pobre madre estaba en boca de todos.
Dice: “Y a mí, ¿qué me importa eso?
Hablen lo que quieran.
Nosotros somos felices”.
Ahora nosotros.
Ahora yo.
Ahora ustedes...
Señora, ¿tenía alguna cosa más?
¿Quiere saber algo más sobre los niños?
Señor Götte, y ahora nos hemos ido a la jungla y hemos matado y arrasado con fuego.
Y usted dice... se echa para atrás, llevamos un millón de años de más aquí.
Cristo ya podía haber vuelto en la era prehistórica, pero para eso a la humanidad aún le faltaba.
Si hubiera nacido yo cincuenta años antes, señor, entonces el señor cura aún habría tenido suficiente poder para conseguir que me echaran a la hoguera.
Pero eso lo acabamos de dejar atrás.
Ha habido ocasiones en que los católicos se fueron.
Tengo aquí a más católicos —yo también lo soy— que otro tipo de gente.
Pero cuando sé que ustedes forman parte de la iglesia católica disfruto si puedo quebrarlos.
¿Por qué?
Porque les doy felicidad si les cuento todas esas cosas.
Ahora no lo aceptan todavía, pero luego dirán: “Lástima que no sacara usted el látigo, porque he..., mi vida se ha acabado, no sé nada; podría haberlo sabido”.
El hombre se aleja de la mujer.
La mujer es intensamente católica, y allí está el hombre.
Y dice ella: “Yo con esa basura y porquería no quiero tener que ver nada”.
Y dice él: “Voy a ir de todas formas”.
Riñas, riñas, riñas, desgracias, separación.
Por fin llegan al punto hablando, hablando, se ponen a leer.
Dice ella: “Dios mío, ¿es cierto esto?”.
Tienen cincuenta años, señoras y señores, y heme allí que un hombre y una mujer dicen: “Tenemos un nuevo matrimonio.
Es ahora cuando empezamos.
Nos besamos todos los días.
Yo vivo en ella y ella en mí”.
Señor, entonces es lógico, señora, que la reencarnación se haga consciente en el amor, ¿no?
Y que entonces ustedes ya no harán las cosas añicos, ¿no?
Pues, nosotros sí que estamos listos.
Deberían ir a mirar en qué grado el ser humano deforma esta vida de Dios y Cristo, el espacio, la reencarnación.
No busquen demasiado lejos ni vuelen demasiado alto; sean alguna vez todo en esta pequeña era en la que vivimos.
Alégrense alguna vez de que les puedan dar una paliza.
No es necesario que pidan desgracias ni cáncer ni tuberculosis.
Que Dios me libre.
Ya me entenderán.
No es necesario que pidan que el hombre les dé alguna vez una buena bofetada en la cara porque haga usted algo mal.
No, entonces irán... como quien no comprende por qué, dirán: “¿Por qué me pegas?”.
Ya quisiera ver a ese bruto.
Tenemos sin duda gente en el mundo que, contra viento y marea, vencieron al final a ese hombre que bebía como un cosaco.
Tenemos las pruebas, en el campo, un niño de ocho años, el padre y la madre...
Que me pregunten, y dicen: “Si papá bebe, tendrás psicópatas”.
Y dice el médico: “Sí, señora, esa bebida estaba en ese espíritu”.
Tonterías, señor.
Donde nosotros, en el campo, conocimos a alguien: esos padres bebían como esponjas, y nace el niño.
Pues, eso no era más que ginebra más o menos curada, que el alma entera...
Y llega a crecer el niño, va con ellos, a caminar, y un buen día, un sábado por la noche, cuando se esfumaba otra vez ese jornal —se quedaban una semana entera sin comer y entonces la mujer se echaba a la calle: “Señor, ¿quiere tenerme? Así por lo menos comeré”, había todo eso—, y dice: “Pero, papá y mamá, ¿por qué es que beben?
Con lo a gusto que podríamos estar en casa; y ahora el dinero desaparece de golpe.
Estaremos una semana entera sin comer”.
Y todo eso dicho en dialecto: “Que ya no tendremos para jamar una semana entera.
Ni sopa boba.
Y eso de empinar el codo, ¿de qué sirve?”.
Y le dice el tipo: “Hay que ver, algo de razón tiene”.
“Lleven un poquito para bebérselo en casa, juntitos, tan a gusto, hablen, vamos, pónganse a hablar”; todo eso un chico de ocho años.
El padre, y la madre, se libró de la ginebra.
Una criatura espiritual, el niño había alcanzado los quince años y falleció, así de consciente era; murió.
Entonces los padres lloraron hasta más no poder, casi hasta morirse también, porque a un ser humano feliz lo habían...
Habían perdido a su maestro.
Cuando vas a un psicólogo, dice: “Si bebes mucho, tendrás psicópatas”.
Con morfina, señora, señor, no pueden darle tantas cosas a un alma como para que se haga psicópata, ojalá, pero esos caballeros aún tienen que aprenderlo de nosotros.
¿Tenía usted alguna cosa más?
¿Alguna cosa más, señor?
(Señora en la sala):—Sí.
—Allá.
(Señora en la sala):—Hablaba usted hace un momento sobre adoptar un niño, o algo así.
—Sí.
—Si un niño no tiene de ninguna manera padres y son personas a las que les va bien, y donde el hombre tiene ingresos fijos, y que el niño carece de padres y la gente, aunque no tenga hijos, sí quiera adoptar uno...
¿Está mal eso?
—Señora, me alegro, ya me imaginaba que soltaría usted eso, porque pienso: ‘claro, no lo van a comprender’.
Si lo miro y hubiera podido, ya me habría gustado, y ¡cómo!
Pues, tengo amigos de sobra, conocidos de sobra, qué bien.
Pero mi trabajo es este.
Mi maestro no lo quiso, porque me habría impedido hacer otras cosas.
Dice: “Tú no te metas en el karma del ser humano”.
Pero me habría encantado.
Pero, señor, señora, esa es la esencia, ¿no? Es la vida, ¿verdad?
Es servir unos a otros, si somos capaces de hacerlo.
Pero lo hago de una manera muy diferente porque solo puedo hacerlo si veo la ley correspondiente, porque ese mundo me ha situado en ese ver y esa tarea.
Lo entiende, ¿verdad?
(Señora en la sala):—Sí, pero este año nosotros también queremos adoptar un bebé, porque nosotros mismos tampoco tenemos hijos.
—Señora, puede adoptar diez si quisiera, es la tarea más hermosa y la más poderosa que hay... si es que nunca exige nada de eso.
Porque conozco historias, señora, de gente que tuvo hijos, que se quedaron diecisiete años en casa, dieciocho; y entonces, por la guerra, el hijo se hizo nacionalsocialista y delató al padre y la madre.
Y si supiera de los dramas que se han producido en el mundo por la adopción de niños, que partieron corazones, son tan terribles y horribles porque no son de la propia sangre.
Entonces uno es golpeado, señora, eso, simplemente, es algo diabólico que ni siquiera es capaz de soportar.
Han venido a verme decenas de personas, entre treinta y cuarenta; ese sufrimiento lo debería vivir usted alguna vez, señora, entonces sin duda que...
Yo en eso no le voy a poner trabas.
Pero si usted no espera nada, aunque luego reciba golpes y patadas, no tiene que exigir nada.
Ya puede estar agradecida con que más tarde reciba algo de esa vida.
Pero si dice: “Hemos hecho tanto por esto y ahora nos dan nuestro merecido”, entonces derramará usted por el suelo la sangre de su propia vida.
Hubo gente así que vino a verme.
Digo: “Señora y señor, ¿dónde se está metiendo usted?”.
Esa criatura, señora, que viene por allí...
Se lo puedo explicar humana, socialmente, y ahora espiritual, espacial y divinamente.
Ese niño que está allí solo, cuyos padres murieron en la guerra, señora...
Señor, ¿por qué interviene usted en las leyes de Dios?
Porque la propia vida determinará a dónde tiene que ir ese niño.
Entonces Él lo hará mejor arriba que yo con mi buen amor por ese niño que no tiene padres.
Porque, como dijo mi maestro: entonces puedo jugar a ser los padres, una vez que yo comenté: “Dame ese niño, deja que lo adopte, qué divertido y bonito, ¿no?”.
Dice él: “Deja que Dios vele por él”.
Y si mañana está delante de la puerta, y oye usted lloros, abra entonces y diga: “Ven, hijo mío, tenemos una cuna para ti”.
Mañana lo adopto, señora.
Ah, pues entonces casi como que le diría a usted..., si lo veo a una hora determinada delante de la puerta...
Y si digo eso en la sociedad, señora, ahora, textualmente, en la calle Groenmarkt, entonces mañana, a las cinco, me encuentro con diez.
Sin embargo, entonces diré a la gente: “Todos ustedes se equivocan, porque llegaron exactamente cinco horas, o dos, o cinco minutos, una milésima de segundo demasiado pronto a estos peldaños.
Estoy esperando a ese otro que va a venir ahora, ese es el que quiero”.
Son leyes.
El ser humano tiene amor y ampliación, juega a ser Nightingale (Florence Nightingale, 1820-1910, enfermera durante la Guerra de Crimea), pero ¿nos conocemos?, ¿sabemos que estamos en armonía?
Puedo meterle miedo, señora, con lo que me está preguntando le puedo dar miedo, y entonces se lo explico en un segundo y dirá usted: “Eso no lo haré nunca”.
Y ¿por qué no, señora?
Y usted dirá: “¿De verdad que eso es así, señor Rulof?”.
Le digo: mejor lea entonces los libros y yo le explicaré la cosmología sobre esa criatura, solo para esta criatura.
Ha habido padres que han venido a verme, señora, llegaron a tener un niño radiante.
Bueno, cuando cumplió cuatro años ya pudieron llevarlo al manicomio.
Allí sigue: es un gran psicópata.
Se llegará al punto, señora, en que eso lo tenga que hacer la sociedad, porque está adquiriendo una personalidad que se encarga de todo.
Entonces seremos hijos de un solo padre.
En el fondo nuestro padre debería ser el alcalde, mi padre y mi madre.
Pero ¿son conscientes de que este es padre y madre de todos los niños que viven aquí en La Haya?
Ay, no, señora, porque además pone la mano encima de la Biblia y dice: “Así”.
Pero cuando se pone a hablar la ley de Dios, la de la reencarnación, la de la paternidad y maternidad...
Lo mío es muy poderoso, se me concedió consignar las pruebas.
Resulta que viene a verme una mujer, y me dice: “¿Puedo hacerlo?
He leído sus libros, quiero tener un hijo”.
Y de pronto lo vi, le digo: “Señora, eso es cosa suya.
Yo jamás se lo... nunca saldrá de mi boca: ‘Señora, qué bien’.
No sé lo que quiere decir ese ‘bien’.
Sí sé que lo recibirá, y qué es lo que usted puede quebrantar, eso sí lo sé.
Pero que si va a recibir cosas hermosas, eso no se lo puedo decir”, porque consigné algo para esa mujer, estaba viendo.
Entonces vino ese señor, y me dice: “Bueno”, dice, “¿tú qué opinas? Mi mujer está empeñada en que yo...
Le deseo lo que sea.
No podemos tener hijos.
Y queremos tener uno”.
Digo: “Bien, señor, eso es cosa suya”.
Dice: “Sí, hay tres, pero ¿cuál es la opción buena?”.
Digo: “Señor, no empiece con eso nunca”.
¿Cuál será el bueno?
Ja, ja, ja, ¿cuál es el bueno?
¿Lo ven?
Y resulta que ponía...: “El pelirrojo”, dije, “ese pelirrojo es el que necesitas tener”, entre los niños había uno pelirrojo, con el pelo rojo.
Pero a ese no lo adoptaron.
Adoptaron al de pelo negro.
El pelirrojo era su propio hijo del pasado y el negro era de una madre judía.
Entonces el maestro Alcar dijo: “Han adoptado justamente al equivocado, pero mejor que sigan adelante”.
Eso es lo que puede pasar, si uno de verdad está abierto a la ley divina, esta dirá: “Ese pelirrojo es el que necesitas”.
Y entonces uno vuelve a ser uno.
Porque la mujer ni siquiera sentía su propio nacimiento de aquella vida, ni de la otra ni de esa otra, y adoptó al niño negro en lugar del pelirrojo.
No se conocía a sí misma.
Pues menuda la que se armó.
Tres años más tarde ya empezó todo.
Pero del pelirrojo lo podría haber procesado, esa criatura.
Entonces yo le habría dado la reencarnación, habría dicho: “Señora, ahora mismo usted no está haciendo otra cosa que pagar facturas.
Va a tener a su hijo, lo adoptará.
Ahora mismo no ha sido dado a luz, pero algún día...
Alberga usted su propia sangre todavía, de esa vida, de hace siete siglos.
Y ahora cree usted que ha adoptado a un niño, señora.
No, señora, lo que adopta es su propia sangre.
Tiene un poco más de antigüedad”.
Estarán ante todo eso si empiezan con niños.
Pero es que tienen que tirar todo eso por la borda, y no querer nada.
Aunque le den patadas y golpes, señora, tendrá que poder decir usted con honestidad: “Aunque ese niño luego me delate y me asesine y se beba mi sangre, incluso entonces estaré agradecida”.
Es cuando estará preparada para aceptar a un niño.
¿Es capaz de estar de acuerdo con eso?
Puedo decir más cosas al respecto.
Háblelo bien y mírelo bien, y entonces, señora, me gustaría darle un regalito: cuando esté delante de eso, nunca deberá usted... puede adoptar a aquel con el que se encuentre.
Si lo tuviera que hacer yo y tuviera a siete delante de mí en la cuna, ¿no cree usted, señora, que ya habría sucumbido, si tuviera que ponerme a pensar: ¿cuál es el que me toca?
Me quedaría con los siete.
Llevarse uno y dejar al otro allí...
Dios mío, Dios mío, ¿qué será de ti?
¿A dónde irás tú?
¿Y qué será de ti?
Y mira cómo se ríen.
Ay, Dios mío de mi alma: ¿sí o no?
No me veo empezando algo así.
Digo: “Señora: yo no soy capaz de procesar eso.
Cargar con siete vidas, siete vidas que son de otros.
Dios mío, Dios mío,” dije al maestro Alcar, “me pierdo; no puedo con eso”.
¿Sería capaz usted?
Vamos, diga la verdad.
Eso está todo allí.
Anda, véngase conmigo al cine, véngase conmigo a esto, a lo otro, a aquello, y ya le contaré unas cuantas cosas.
Señora, ya verá usted dónde no tenemos que meternos y ni tocarlo.
Lo queremos todo y podemos hacerlo todo.
Y cuando vea usted la ley, dirá: “Santo cielo, ni acercarse a eso, ¿de acuerdo?”.
Desea usted amor, ¿verdad?
El ser humano deja al otro porque este lo pegó.
Y se fue allá.
Gente así ha venido a verme.
Digo: “Señor, lo están quebrando”.
“¿Por qué?
Tengo dinero y busco mi felicidad”.
Digo: “Pues entonces vaya, señor”.
Pero se olvidó de que se llevaba a sí mismo.
Y tuvo a uno.
Pero no lo aceptó, señora, lo noqueó en un rincón con el atizador al rojo vivo, y ella misma se largó con... “Eso”, dice ella, “ahora ya puedes seguir”.
Y dice él: “Jamás lo vas a encontrar”.
No, señora, no, señor, lo único que encontrará en el mundo, da igual a donde vaya, es a sí mismo.
Y eso ya no es ninguna negación, estará encima.
¿No es una verdad?
Ya pueden ponerse a escuchar los gemidos de quienes pensaban que ese no valía para el otro.
Y entonces dirán más tarde: “Dios mío, Dios mío, dónde me habré metido.
Lo santa que era esa primera persona, ¿no?”.
Y entonces llegaron a...
Hace poco ya les...
Enorme, señor.
Pues él que se larga y otra vez que se larga.
Pensaba: ‘Este quiero’.
Que no lo estiman, dicen donde nosotros en el campo.
No lo aceptaban.
Digo: “Señor, ¿qué hace usted?”.
Es, señora: queremos quitarnos de encima ese maldito karma.
No toleramos palizas.
Me siento agradecido por una paliza.
Agradecido, contento...
No permito que me cuelguen.
Y entonces debería ver usted cuando esas semillitas vuelven a hablar una y otra vez —así, así, así— con el ser humano, sanan, para decir entonces: “Pero ¿por qué es que hace usted eso?”.
Yo sanaba de esta forma, cuando llegaba alguien:
“Señora, puedo quitarle el tumor del cuerpo, en tres meses, sin vuelta atrás, si no puede quedarse con mi vida, lo pagaré todo, lo haré todo, le demostraré que lograré quitar ese tumor”.
“Bueno, pues empiece entonces”, dice.
Digo: “Si eres cariñosa con tu Pedrito, si le preparas con amabilidad su delicioso pan, por el que trabaja, y si por fin empiezas a aceptarlo como creador de tus hijos, como padre, y si dejas de gruñirle, podré sanarte.
Y ahora mismo lo que prefiero es que sea su tumba, señora, porque el cáncer no lo tiene usted en el estómago, sino en su cabeza, en su personalidad”.
Y entonces le dije a ese hombre: “No se preocupe, señor, ahora iré a verlo a usted”.
Y lo senté a la mesa, tenía que sentarse.
Pero, señora, entonces yo tenía treinta y seis años, y estos eran unos de cincuenta y cinco años.
Digo: “A sentarse, allá.
Pero no como la semana pasada, ahora siéntate allí de otra manera y vas a deleitarte mirando lo que ella ha hecho hoy.
Para mí usted no es un director, señor, y no hace falta que grite a la sociedad quién es.
Y por mucho que venga en coche a mi casa, señor, cuando esté en casa será, sin embargo, un padre de mis hijos.
Y yo quiero ser: madre”.
Ahora estaba sentado de otra manera, había perdido su personalidad de antes, porque su puesto de director estaba en la papelera.
¿Sabe usted, señora, señor, lo que importa?
Eso, arrullarse, de la buena manera.
Mirarse uno al otro de verdad, y hablar, analizar.
Señora, usted piénseselo, no le voy a quitar nada.
Pero vayan los dos, eso es algo fantástico, señora.
Pero si quiere ser feliz, jamás acepte nada; entonces esta vida jamás la podrá golpear.
Señoras y señores, este es un caso muy delicado, ¿están de acuerdo conmigo?
(Gente en la sala):—Sí.
—Sí, señora.
(Señora en la sala):—Nosotros tenemos un hijo adoptivo, pero todo va muy bien.
—¿Cómo dice?
(Señora en la sala):—Tenemos un hijo adoptado pero todo va sobre ruedas.
—Señora, entonces esté agradecida, ya se lo decía, esté agradecida si logra llegar a tener algo.
Yo conozco fácilmente a veinte.
La lucha mía...
Mire, ya comprenderá usted..., esa señora que me escribió eso, dice: “André, tienes pena, adopta uno, o adopta dos, adopta a ese pequeñajo de allí”.
Entonces hubo otra señora que dijo..., que le había llevado los libros a esa mujer, dice: “Señor Rulof, no lo entiendo, que no adopte usted a ese niño”.
A mí también me parecía horrible.
Digo: “Señora, mi maestro no lo quería.
Dice: ‘Estás en la tierra con una tarea, para escribir libros, no para criar a niños.
Nosotros tenemos a la masa’.
¿Entiende usted? Yo tengo a la masa.
Y dice él: “Soy el padre de esa gente, y no tú, mantente alejado de la locura de la soberbia”, me dice, “y ahoga tus deseos y amor por tener un niño, no lo adoptes de allí, porque ahora no forma parte de tu vida”.
¿Captan lo que digo?
(Gente en la sala):—Sí.
—Aunque usted quisiera tenerlo, señora, Dios le diría: “Ni tocarlo, tengo otra cosa para ti”.
Ahora ya no eres un parvulario.
Pero ahora lo comprendo, ahora ustedes son los párvulos para los maestros.
A diario me relaciono con niños grandes adultos, y esos son mucho más complicados, señora, que el bebé que va a tener usted.
A estos les tengo que poner los pañales, pero se los arrancan a la primera, y encima luego me toca limpiar el suelo.
Estos ni chillan, señora, sino que lanzan insultos y gritos, y violan la propiedad.
No recibo las sonrisas que luego tendrán ustedes.
Ahora ya me gustaría decir una palabra de (mi pueblo de) ‘s-Heerenberg, pero mira por dónde que no lo hago.
Les deseo lo mejor.
Hasta la semana que viene.
(Suenan aplausos).