Noche del jueves 11 de octubre de 1951

—Buenas noches, señoras y señores:
(Desde la sala):

—Buenas noches.
—Buenas noches.
Tengo aquí una carta.
¿De quién es? ¿Quién la puso aquí hace un rato?
¿Quién la acaba de dejar aquí?
Tengo una carta que escribí como respuesta en la que dije: “En casa no puedo hacer consultas, ya recibo...”.
(Señora en la sala):

—Señor Rulof, fui yo.
—Y bien, señora, ¿qué pretende con su pregunta?
Escribe aquí...
¿Me permite que lo trate aquí?
No es muy agradable, ¿verdad?
(Señora en la sala):

—No exactamente.
Por eso.
—Sí, pero no son problemas, señora, que yo trate en casa, porque entonces la gente vendrá a verme sin parar y ya no podré hacer nada más.
Todavía viene gente diciendo: “¿No es posible una excepción...?”.
“No, no es posible, yo sano...”.
“Sí, pero basta con que lo diga, señor, entonces...
Solo necesito que me diga lo que tengo que hacer”.
Miren, esa es la misma consulta.
Es cuando han sufrido un revés por los otros magnetizadores que los deja tiesos, de tan equivocados que estaban, y vuelven a acudir a mí diciendo: “Bueno, pero ¿es que no lo sabe usted?”.
Y yo digo: “No, señora, con todos esos magnetizadores en La Haya y en el mundo no tengo nada que ver.
La asociación no tiene magnetizadores”.
Y es que sí quieren que se lo dé... la gente quiere consejos; no solo para sanar, sino también para otras cosas, y eso no es tan fácil.
Por ejemplo, aquí escribo: Puedo recibir... su carta, pero en casa no recibo a nadie para consultas.
En cambio, el jueves por la noche puede hacer la pregunta en la sala Conócete a ti mismo”.
Y eso, claro, es imposible, ¿verdad?
Y es que no voy a entrar en eso, señora, porque esto se refiere a cuestiones sociales que yo no trato.
Yo solo hablo sobre los libros y problemas espirituales.
¿Le fastidia eso mucho?
¿Le da pena?
(Señora en la sala):

—Pues, sí, desde luego.
—Quiero darle una oportunidad en el descanso.
Venga a verme un momento.
¿Es la primera vez que viene aquí?
Entonces es muy difícil, sí.
Hablaré con usted en el descanso.
Aquí tengo: “El ser humano que se hacía embalsamar en los tiempos de los egipcios, o sea, que se quedaba durante miles de años en la tierra como momia, ¿tiene que esperar esta personalidad su primera reencarnación hasta que su haya disuelto su etéreo cadáver?
¿Sí que tendrá lugar esta reencarnación?
Yo era de la opinión de que tendría que esperar.
Mi amigo daba a entender que no era necesario.
¿Podría analizarnos esa pregunta, para saber quién tiene razón?”.
—¿De quién es eso?
(Señor en la sala):

—Aquí.
—¿Dijo su amigo que ese espíritu, esa personalidad, no tendría que esperar?
(El hombre en la sala dice algo).
¿Cómo dice?
(El señor en la sala):

—Eso decía él: que no tendría que esperar y que la reencarnación se produciría de inmediato.
—¿Y quién es ese amigo suyo?
¿Viene aquí también?
(El señor en la sala):

—Sí, pero ahora no está.
—Pues lo ha intuido muy bien, porque esa reencarnación sí que tiene lugar.
Aquí hemos hablado muchas veces del embalsamamiento.
Pero ¿qué ocurre cuando se hacen embalsamar en Egipto, en Francia, en el Reino Unido, y a donde sea que uno vaya en el mundo, o sea, centenares de vidas?
¿Qué ocurre finalmente cuando yace su cuerpo aquí, allá y allá y allá?
¿Qué ocurre, pues, con su personalidad si finalmente se hacen embalsamar en todas partes?
¿Eso también lo saben ustedes?
¿Quién de ustedes lo sabe?
(Señor en la sala):

—... eso solía saberlo.
—Ya lo ha oído, señor Brand.
Si se dejan embalsamar aquí y allá, por la vida, por el cuerpo, entonces les faltará algo de aura.
Allí yace algo, aunque sea una momia, pero allí yace vida.
Es vida inconsciente, y con medicinas legales —ya conocen el embalsamamiento, yo tampoco sé muy bien todo lo que hace falta para eso, pero bueno— se mantiene algo intacto, y eso no lo tendrán para nada en el otro lado, eso es lo que le faltará a sus personalidades espirituales en cuanto a aura.
Porque parten ustedes de que la personalidad es sentimiento con conocimiento, pero la vida en el otro lado son los sentimientos astrales.
¿Entienden a dónde quiero llegar?
Así que cada vez las faltará algo de su propia vida, empezarán a fragmentar su vida.
Y al final, si se dejaran embalsamar en todas partes, sería un estado psicopático.
Aún no son psicopáticos de forma enfermiza, pero físicamente son débiles, inconscientes, porque la vida... quizá solo tengan el treinta y cinco o cuarenta por ciento de la fuerza, de la vida, que en el fondo llegarán a recibir y poseer en una nueva vida.
¿Ha quedado claro?
¿Sabían que se llega hasta ese punto con el embalsamamiento?
Hasta allí llega.
Hay..., por ejemplo, en Ámsterdam hubo una señora que hizo una pregunta al maestro Zelanus sobre este libro que he tirado aquí al suelo, de aquel Spalding (B.T. Spalding: ‘Maestros del Lejano Oriente’. El título original en inglés es: ‘Life and Teaching of the Masters of the Far East’, editado por DeVorss en Co. Publishers, California), y pregunta al maestro Zelanus, refiriéndose a este libro: “¿Es cierto eso?
¿Es posible?
¿Y qué sentido tiene?”.
En ese libro hay yoguis de Oriente que han llegado al punto de que conservan su cuerpo, o sea, el cuerpo no se muere.
Entonces son capaces de... regresan en mil años y vuelven a descender en ese cuerpo y vuelven a vivir.
Qué divertido, ¿no?
¿Es posible?
(Señor en la sala):

—No, es imposible.
—Estupendo, señor Berends.
El maestro Zelanus dice: “No, esas leyes ocultas no existen”.
Y entonces fue a Cristo, que Cristo tenía que nacer por María y tuvo que aceptar el ser niño.
Porque la ley oculta que describe ese Spalding ni siquiera existe; no pueden ustedes calarla, entonces hay que ser desde luego muy profundo si uno quiere conocer esas leyes.
Y el maestro Zelanus dijo: “Pero ¿qué harían con esa vieja chatarra?
¿Por qué no aceptar una nueva vida?
Nueva sangre, joven, nuevos ojos”.
No, esos yoguis de allí conservan un cadáver apergaminados de esos en el que quieren volver a nacer, en ese cadáver viejo, viejo, ¿verdad?, ese ser que parece una momia, y eso les divierte, es arte, arte oculto.
Señor, semejantes majaderías no las he leído en ninguna otra parte.
Eso consta en ese mismo libro que tiré, bueno, boté, al suelo.
Oh, ¿no puedo decir “boté”?
Entonces vuelvo a estar en ‘s-Heerenberg; no, eso no.
Tengo que cuidarme siempre de no llegar a parar allí, tengo que estar aquí.
Pero esa misma pregunta, ese mismo estado de aquel libro, encaja con el embalsamamiento.
Si Dios nos da un nuevo nacimiento por ser atraídos por nuestros padres, nos hacemos nuevos, recibimos una nueva vocecita, nuevos ojitos, somos completamente nuevos, un nuevo cuerpito, más fresco que una lechuguita, tremendamente hermoso, con ricitos rubios o negros...
No, por allí va un yogui indio... porque allí todos son maestros, claro que sí, señores, señoras, son elevados... ese libro trata de los grandes maestros de Oriente, y estos se meten en... prefieren un viejo cadáver que un nuevo cuerpito bien nuevo.
Hay que ver lo lúcidos que somos.
Y cuando uno ataca dicen: “Ese señor Rulof lo sabe todo”.
Pero ahora a ver lo que dicen ustedes, y después ese señor, y ahora la ley oculta, y ahora Nuestro Señor.
Cristo eligió el camino más inmaculado y puro, nació en el niño, por José y María.
¿Ven?
Y lo que tiene que hacer Cristo, ¿eso está a la venta para un yogui?
Cristo tomó el único camino posible, natural, divino, de regreso, por medio de la paternidad y maternidad.
Y aquellos yoguis construyen sobre eso cadáveres, cadáveres.
Egipto, la India colonial, señoras y señores, pueden aprender ahora de nosotros.
Que vengan esos, esos, esos...
¿Qué andaba diciendo yo, señora?
¿Lo ve, señor? ¿Está satisfecho?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Casi no le había dicho nada a usted, pero ya estábamos.
De pronto lo vi a usted allí.
Ambos éramos...
No, no los dos, estábamos en Egipto, pero no los dos, los dos no.
Estábamos paseando allí y entonces me topé con su cara y dije...
¿Qué dije?
Sí.
Miren, a veces un ser humano puede extraviarse.
Le importa mucho, señor De Wit?

(Risas).
¿Saben, señoras y señores, por qué la otra vez tuve que ladrar de pronto?
Dirán ustedes: pero ¿que es eso?
Oí: “Pero usted entiendo algo de esto?”.
(A alguien en la sala):

¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Sí, eso dijo usted, su perro estaba allí.
—No, el señor De Wit daba cabezazos de sueño.
Pensé: lo que le arrulla son mis palabras, mejor ladrar un poco.

(Risas).

Y se despertó de golpe.
Ya no durmió más.
Se había asustado.
¿No es así, señor De Wit?
Y ese animal...
Estaba yo en casa, le digo a mi mujer: “¿Pero tú te has enterado de qué trataba eso?”
“No”, contesta, “el perro era...”.
Y yo: “No, el señor De Wit estaba durmiendo”.

(Risas).

Pero no lo conté hasta esta noche, ¿entiende?
¿Le importó?
(Señor De Wit):

—No.
—Esto tampoco le importó, ¿no?
Bien, entonces voy a empezar, así al menos hago algo.
Así reacciono ante las cosas.
Fanny dice: “¿Lo despertaré?”.
Digo: “Hazlo”, y entonces ladré yo.
Ya ves, otra hermosa inspiración.
¿No les parece?
Reacciono, reacciono ante cualquier cosa.
Quién sabe lo que nos espera aquí alguna noche.
Ya verán.
Seguimos.
“¿Podría contestarme las siguientes preguntas?
¿Es posible que una mujer que es madre para la sociedad...?”.
Una mujer, ¿es madre para la sociedad?
(Una señora en la sala):

—No es madre.
—Vaya, que no es madre.
Ah, es que ponía “no”, no lo había visto..., “¿... que es madre madre para la sociedad pueda vivir la maternidad para el espacio en la profesión que ejerce?”.
Quiere decir usted el ser humano en la sociedad que no es madre, o sea, ¿es una mujer que no ha tenido hijos?
Pero, ¡eso da igual! ¡Se lo aseguro!
¿Es posible que ese madre, esa mujer...?
Así que no podemos hablar en este momento de una madre.
Pero sí es posible hablar de maternidad, porque el alma, el espíritu —se lo conté hace poco— que vive en el cuerpo maternal ya es maternidad; y debido a que nosotros, los sentimientos, la personalidad descendemos en la maternidad nos elevamos un peldaño más en la evolución, o sea, la evolución natural tiene prioridad, irrevocablemente.
Luego estaremos ante el karma y la causa y el efecto, ante nuevos nacimientos —¿no es así?—, por la causa y el efecto, la maternidad, la paternidad; hemos echado al traste la maternidad, hemos destruido la paternidad, hemos matado y quemado, entonces aparecen las leyes del karma.
Eso está claro, ¿verdad? De eso hemos hablado en otra ocasión.
(Jozef sigue leyendo).

“Cito por ejemplo una profesora que desde su más temprana infancia tenía muy claro: cuando sea grande voy a ser maestra de escuela.
Su juego con los demás niños siempre era jugar a la escuela”.
Sí, también hay gente así, que, digamos, lleva en la sangre la profesión que ejerce.
Yo también tenía algo así.
Nada de jugar a ser maestro..., bueno, sí, también.
Antes yo siempre estaba dando órdenes, ya ven.
Unos, a su vez, tienen esto, otros, en cambio, aquello.
“Y que alcanzan infaliblemente su meta”.
Cierto.
Vamos a responder eso ahora un poco.
Miren, ahora pueden... la maternidad y paternidad... la maternidad para la naturaleza y el cosmos, eso es natural, eso está fuera de aquí.
Ahora quiere decir, ahora quiere preguntar, ahora quiere preguntar: ¿es posible vivir la maternidad por medio del trabajo, de mi tarea?
Y sobre todo si se relacionan con niños.
Señora, señorita, es la evolución más elevada que se le puede ofrecer al ser humano.
Aún lo recuerdo: en la escuela teníamos una maestra, y, bueno, era divertido, pero ella no lo era.
Al comienza yo le caía bien, sí, y dice: “Es tonto, Crisje, y por otra parte me hace preguntas hasta decir basta”.
Pero ella tenía algo que yo no veía en Crisje, y entonces no quería saber nada de ella.
Y había otra, era un encanto; ahora decimos “un encanto”, pero era un cielo de señora.
Y hacíamos lo que fuera por ella.
Su sola presencia ante la clase nos hacía disfrutar.
Y todo lo que decía: bonito, cariñoso.
Y pensaba: ‘Bueno, esos niños de todas formas no lo comprenden’.
Pero nosotros cuatro, cinco, Anneke Hosman y Theet Bouwman junto a mis amiguitos de ‘Jeus I’ —eso no viene allí—, pero entonces íbamos a jugar en el brezal y yo era, uno de nosotros, la profe.
Bueno: “¿Cuánto es cuatro más cuatro?”.
Sí... sí.
“No, eso no se dice así, eres demasiado duro, porque la profe no es para nada tan dura como tú”.
Miren, eso ya estaba allí.
“Y aquello no lo tienes que hacer así, porque la profe nunca pega”.
“No, no sabes hacerlo!”. Entonces lo tenía que hacer otro, y así hasta que fuéramos la profe.
Eso no nos soltaba.
Con que pudiéramos decir “buenos días” a la profe y mostrarle las palomas, porque las veía a cada rato: “Mire, profe, ya tengo otras, otra vez hemos tenido palomitas”.
Y eso para nosotros era la felicidad, porque era un ser hermoso, una criatura bella.
Y si eso lo aporta a sus hijos, señorita Bruning, la llevarán en palmitas, esas criaturas, cuando usted tenga luego ochenta años y ellos hayan crecido.
Eso es lo más bonito, pero eso también es ser madre en la sociedad.
Yo también, yo también me he hecho en cierta medida maestro de escuela.
Dicen que soy un cura; cura no soy, ni quiero serlo.

(Risas).

Me llaman capellán.
Pero ser profe es: despertar los sentimientos del niño, de la personalidad.
Y eso toma tiempo... si quiere empezar con eso y quiere tocar los núcleos, entonces lo hace usted sobre un núcleo; tardará medio año en hacer que el niño sepa quién es usted, para que salga una sola cosa de la personalidad de usted, para que digan: “Bueno, eso no lo quiere, pero aquello sí”.
Para eso le hace falta tiempo al niño, y a usted también, eso toma medio año.
Y entonces habrá colocado un pequeño fundamento para usted, uno pequeñito.
Vamos, pónganme a mí delante de su clase y les señalaré de inmediato los errores que cometen.
Quiero ser igual de bueno que el resto, ¿entienden?
Y hablar, mirar, descender en la criatura, lo más bonito que hay.
Lo deseaba con toda mi alma cuando era niño en el cole.
Yo... con todos nos peleábamos.
Era una maravilla cómo contaba ese profe las cosas.
Hubo un maestro en concreto que lo entendió y era un amigo de Hendrik el Largo.
“Hendrik, ese, ese es uno, ese te mira y también mira para atrás.
Ese solo quiere saber lo que tienes para contarle”, dice, “y después se larga”.
Y siempre me largaba.
Le miraba a los ojos por la mañana, pensaba: ‘bueno, esta mañana no me necesita’.
Y entonces me largaba, en pensamientos me había largado.
Todo lo que hacía era un desastre y no estaba.
Dormía... de vez en cuando estaba en (la región de) Montferland, estaba en la copa de un árbol, comiéndome... eh... zanahorias donde la tía Trui.

(Risas).

Y de pronto sonaba el timbre y había terminado, tenía que irme a casa.
No había aprendido nada, nunca en la vida aprendí.
Pero trataba en alguna parte sobre la vida, sobre esto... sobre un renacuajo y sobre una rana...
¿Saben lo que son batracios?
¿Renacuajos?
Trataba de conejos y cerdos y caballos y vacas... mis queridas... y gallinas.
Santo cielo, ¿ya has visto alguna vez un erizo por la noche, como hacia las once?
¿Sabes lo que puede hacer un erizo a las once de la noche?
Yo tampoco lo sé.

(Risas).

Pero entonces nos basábamos en esa sensación y nos adentrábamos en esa vida y disfrutábamos todos.
Me considero...
Y si son capaces de eso, y las hermanas y los profes y las maestras, aquí tenemos más que son capaces de eso...
Miren, yo siempre... de niño siempre estaba haciendo cosas, no como ahora, y aun así, hago..., quiero una oportunidad —así me lo enseñó el maestro Alcar— para caerle bien al ser humano, para hacerme querido.
Pero eso no lo hago con la voluntad.
Simplemente soy naturaleza, primero asimilo esa naturaleza... una conciencia plena, así quiero ser y así seré, y entonces ya no me hará falta pensar.
Así, cuando empezó el maestro Zelanus, y tuve que empezar conmigo mismo, entonces todas esas cosas, esas cosas salvajes, y esto y lo otro, hubo que erradicarlas.
Y ahora he recibido, fijado, un solo carácter para la sociedad.
En ese estado no puedo ser de otra manera que así.
Y en eso he introducido un equilibrio del cien por cien, al que hay que añadir: la cortesía.
“Sí, señora.
Sí, señor.
Desde luego, señora”, ven, “Ah, por supuesto, señor, claro.
No, señor, eso no es cierto, no, eso no es así.
¿Cómo dice usted?
No, señor, es así.
Naturalmente, sí, sí.
Adiós señor, adiós señora”, y entonces seguimos.
La cortesía es inclinarse, es aceptar, la comprensión del ser humano, aunque no sea cosa mía y decir algo al respecto: “Sí, señor, así es, qué lástima”.
Pero entonces me pongo a actuar desde mis sentimientos, mi conciencia.
Así que no respondo a la gente, sino que acepto su situación para estar abierto en ese momento para el ser humano.
Resulta que ahora la gente quiere meterme en su situación, en la que no quiero meterme.
Luego, entonces actuaré.
Pero si estuviera delante de una clase, es la sociedad —y eso es difícil, pero el trabajo más hermoso que existe— y emito, irradio, una y otra vez, cada mañana: ustedes son los que tienen niños.
Entonces, se lo garantizo, en una semana, en siete días, cambiarían los niños respecto a ustedes.
Y dirán en casa: “Mamá, no sé qué...”.
Nosotros decíamos: “No sé lo que ha pasado con esa vieja, pero es..., es..., es..., es... muy diferente”.
La profe había vivido alguna cosa, por ejemplo: había muerto un familiar querido, y nosotros veíamos a través de eso, veíamos a través de eso, había alguien más.
Qué amable está la profe hoy, verdad, esta semana.
Pero eso no es de verdad, esa está encima del “ataúd”.
Pienso: en la familia de esta ha muerto alguien, anda de capa caída, anda de capa caída, no está amable; y entonces ella nos dio un poco de tristeza, pero no picamos.
Dos semanas después se había olvidado de su cadáver y de su ser querido, y otra vez “bla-bla-bla”, volvía a la carga.

(Risas).

Lo ves, ella nos contagió de tristeza y resulta que no era amor, no era realidad.
Como niños la calábamos.
No hay nada más agudo que un niño.
Miren, si construyen ustedes en la sociedad el ser madre, el ser madre para cada persona, y sobre todo delante de la clase, entonces estarán asimilando una felicidad espiritual universal, y una posesión, amor, todo, estarán asimilándolo.
Y si pueden intentar hacer eso también con los adultos, hacerlo de verdad — es cuando estamos ante el ser humano consciente adulto—, entonces será, naturalmente, aún más difícil, pero irá por sí solo porque ya lo habremos intentado con los niños.
¿No es así?
¿O es que estoy contándoles un cuento, maestras, maestros?
Pues échenme de clase, no lo duden.
¿Contentos?
Ya ahora tenemos aquí: “¿De dónde viene esa certeza y la tenaz perseverancia en un párvulo?
Bueno, eso es carácter.
Escribe usted aquí: “Sabía que estábamos jugando a ser maestros...”.
Eso ya es la conciencia central, también es conciencia nacional; eso no tiene que ver con un país, ¿no? Pero ya es sentimiento social para participar en la construcción.
Y ahora usted: “Quiero hacerme maestra”.
Los hombres son hombres: “Voy a ser maestro”.
Eso se ve mucho.
Los niños saben de antemano lo que harán más tarde.
Y eso ya está construido, eso también es reencarnación, eso ya se construyó en vidas anteriores.
Porque ustedes no pueden nacer con esta conciencia.
Recibirla sin más: eso es imposible.
Así que sin duda que eso ya lo han construido en vidas anteriores, para empezar a formar parte de la sociedad.
Hay mujeres y hombres —sobre todo mujeres— que van a clase, que estudian para hacerse médicos, los padres se han gastado mucho dinero, se casan, tienen un bebé, otro, otro más, ya nunca fueron médicos, adiós dinero.
Entonces ha habido un sentimiento momentáneo de conseguir estudios, una carrera, un título; adiós profesión de médico, otros continuarán.
Miren, ahora les entra a ustedes la sensación: una madre, unos seres humanos tienen plena conciencia en ese estado, otros no.
Así, sin más: me gustaría ser esto, quiero esto; y entonces, naturalmente, habla automáticamente el sentimiento, pero sí que lo han traído con ustedes de vidas anteriores.
Porque cuando empezamos por aquí lo hacemos después de un borrón y cuenta nueva para esta vida; pero lo que hay es todo reencarnación.
Somos una perfecta hoja en blanco para esta vida.
Esta luz la tenemos que procesar.
Solo después de siete días entra la luz a los ojos; y entonces empezamos a mirar y desparece de inmediato el pasado.
Si ese niño pudiera ser adulto y pudiera hablar, la reencarnación estaría completamente abierta y podrían ver ustedes dentro de todas esas otras vidas.
Ahora dicen ustedes todavía: “¿De dónde viene ese saber con seguridad?”.
Esa ya es la respuesta, eso para usted es la reencarnación, la vida anterior, pero con el párvulo es exactamente igual que con ustedes.
Han leído Jeus: “¿Qué vas a hacer de adulto, Jeus?”.
“Voy a escribir libros”.
Vaya, vaya, hasta yo tuvo que reírme.
Y de pronto supe que no tenía que hacerlo.
“Pero bueno”, dice Anneke, “para eso hace falta dinero, ¿no?”.
“Con o sin dinero, voy a escribir libros”.
Porque ellos tenían vacas y nosotros nada, ¿verdad?
Digo: “Sí, cuando íbamos a jugar encima de las nubes”, digo: “Tú..., tú solo entiendes de...”, dije otra cosa muy distinta, no se crean, está en el libro.
En el libro dice..., no, sí que está, de verdad que está allí, digo: “No saben (sabéis) más que de vacas y caballos y gallinas y perros medio muertos.
Ese perro ni siquiera tiene qué comer...
Pero yo escribo libros, y escribo, y escribí los libros”.
De dónde han salido no lo sé, pero ahí están.
(Alguien dice algo).
¿Y usted qué piensa?

(Risas).

Señora, ¿alguna cosa más?
(Señora en la sala):

—No, ya me imaginaba que tenía que ver con la reencarnación.
—Háganse madres al cien por cien para sus hijos y entonces vivirán —de hecho, eso ya lo saben— que ni siquiera sabrán dónde dejar tanto amor, porque hay algunas, madre mía, a esas no hay quien las pare.
Esta noche no hace falte que ladre, ¿verdad que no, señor De Wit?

(Risas).

Vamos a empezar aquí con el señor Reitsma.
“De vez en cuando nos encontramos durante nuestras lecturas con personalidades que hasta cierto punto son visionarias; el pasado o el futuro pasa por delante de sus ojos interiores como imágenes o fogonazos.
Por ejemplo, la revista ‘Vizier’ publicó en su último número un pequeño artículo de H.J.G., de Enschede, que figura en Visión Mundial Bellamy 1953 (Edward Bellamy, escritor norteamericano, 1850 - 1898).
Siempre es capaz de acordarse de una vida anterior.
Cista a Jozef Rulof y Pierre van Delsen como almas de su órbita.
También Paul Brunton forma sin duda parte de esta escuela de videntes actual”.
(Algo se cae dando un golpe en el suelo, y Jozef dice:) Ese no es mi bastón.
“En ‘El Egipto secreto’ (un libro de Paul Brunton) lo vemos sentado a los pies de la Esfinge.
Él también ve en imágenes visionarias el origen...”.
Y Paul Brunton ni siquiera conoce el significado oculto de la Esfinge, señoras y señores, señor Reitsma.
Brunton todavía no conoce la Esfinge, no, ni siquiera la pirámide.
No es profundo, solo ofrece historias, estaba buscando.
Es un chico grande, un ser humano grade, porque ha hecho algo por las masas.
Sus libros alcanzan...
Con sus libros ha alcanzado a más gente que yo.
Es demasiado lejos, pero Paul Brunton no conoce ni la Esfinge ni la Pirámide, aunque durmiera en su cima.
Pasó una noche dentro de ella, pero todavía no la conoce, para eso hace falta el otro lado.
Pero Paul Brunton es fenomenal.
“Él también ve en imágenes visionarias el origen y el significado completo de la Esfinge y de la Pirámide de Giza.
¿Igual que Frederik?”.
Para nada.
De ninguna manera.
Ahora se sabe...
Y el libro ‘Las máscaras y los seres humanos’ tampoco trata muy a fondo la Pirámide, porque hacen falta al menos, digamos, tres libros de fácilmente 1500 páginas si es que uno quiere analizar la Pirámide, con la Esfinge.
La Esfinge... oh, ser humano, vamos, ponte delante de ella.
Una noche estuve, desdoblado corporalmente y todo, estuve ante la Esfinge, y entonces hablé en inglés; todavía lo domino un poco, pero por aquel entonces lo hablaba de maravilla, era una vida anterior.
Y la miré —así— y digo en inglés: “Tú, con esa cara de animal, déjame..., dame un poco de conocimiento por un poco de...”.
Me asusté de mí mismo, y pienso: ‘Qué bien suena eso’.
“No vivas del silencio”.
Digo: “Deja de vivir en ese silencio y dame un poco de felicidad, conocimiento, ciencia, ciencia espiritual”.
Y entonces me puse a gritar.
Y me puse a susurrar, señor Reitsma, entonces me oyó.
Digo: “Please, please”.
No entendía ella el holandés.
Y entonces me puse a hablar en holandés, digo: “Por favor”.
Pienso: ‘Qué extraño suena eso aquí en Oriente: “por favor”’.
Y entonces, en la profundidad de esa vida, atrás en la cola, ¿verdad?, en el cuerpo de león, de la médula dorsal, y desde esos pulmones, oí de repente: “Hhhuhh”.
Digo: “¿Me oyes?
Estás suspirando”.
La luna estaba alta, el maestro Alcar estaba allá, el maestro Zelanus allí, querían ver un poco cómo me hacía uno con la Esfinge; y llegué a esa unión.
Y de pronto...
Y entonces me puse..., dentro del mundo astral volví a dormir, pero eso lo había aprendido —entonces ibas otra vez así, me dejaba llevar, y entonces seguía consciente— al construir... pintando, curando; el trance es algo que se construye, eso ustedes lo saben.
Entonces lo atravesábamos y nos manteníamos dormidos conscientemente.
Soy consciente en el grado más profundo del sueño, porque mi vida es imposible de desconectar.
Y entonces la oí hablar.
Y dice ella: “Vete..., vete a mi marido, a mi esposo”.
Es su esposo, la pirámide.
“Háblale, quizá, tal vez se haga oír un poco”, dice ella.
“Vuelve, entonces, el camino existe”.
Ella me llegó al corazón y... “Escucha”, dice, “escucha”, y entonces me dio un beso: así.
Pienso: madre mía, ese beso, eso es tocar la vida, el beso del espacio es el ser uno con la vida, me dejó noqueado.
Y entonces me desperté y estuve gritando a pleno pulmón, porque me estaba consumiendo el fuego.
Si usted recibe sabiduría, sabiduría profunda, señor Reitsma, ¿piensa que no lo noquearía?
A mí también me noqueó.
Pero si entra en eso uno se va de la Esfinge a la Pirámide, y al final este es el hombre y la Esfinge es la madre para el espacio.
Y esa madre comienza desde la vida animal hacia la de los reyes.
¿Eso lo tenía Paul Brunton, señor Reitsma?
Mire, pueden escribirse dos grandes libros al respecto.
He vivido la Esfinge y la Pirámide.
Paul Brunton yacía en la cámara real y no hacía más que ruido, esa misma noche también podía haber estado loco.
¿Por qué?
Si entro a esa pirámide, quiero llevarlos a todos ustedes allí, no les pasará nada, por muy inconscientes que sean.
Porque la mística no es... no puede golpearlos si conocen la ley de la mística, que es: la muerte no existe.
Y todo lo que está mal: no tengo nada que ver con eso; soy bueno, soy verdadero, soy puro, soy honesto.
Y entonces esos yoguis de la India y esos marajás dicen: “No entre, señor, porque lo matarán”.
Y te matan.
¿Desde dónde? ¿Cómo?
Miedo, sí, ser inconsciente; su miedo aún es inconsciente.
A cuánta más profundidad lleguen, todo...
Dios no ha creado los miedos ni los temblores; es lo desconocido para el ser humano lo que detiene el corazón.
Hubo alguien... —ya lo conté en otra ocasión—, dice: “Juro por la salud de mi mujer e hijos: Cristo puede golpearme”.
Pero el hombre mentía y de golpe terminó noqueado, y frito.
Fue el miedo en su interior lo que le heló el corazón, lo agitó, estaba muerto.
Mintió.
Y entonces pensó como un rayo: ‘Imagínate que Nuestro Señor al final sí que me vea alguna vez, que estoy mintiendo’. Y mintió, ya había caído, ya había recibido el golpe.
Y entonces dijeron: “Dios lo ha castigado”.
No, señor, señora, no, señora iglesia, ese hombre no ha sido castigado, se castigó a sí mismo, se pasó de la raya.
Tomó... tal como consta en ‘Las máscaras y los seres humanos’, señor Reitsma, ese teólogo que quería ir a Jehová, siempre más allá por este camino, más y más alto, pero no se acordó de traer una escalerita.
Y ahora está dando tumbos, dice Frederik, entre el cielo y la tierra, ya no regresa, ahora está en Rosenburg (un psiquiátrico en La Haya).
Decía: “Jehová, Jehová”.
El teólogo: se convirtió en un loco religioso.
Cuando el ser humano se adentra muy, muy, muy profundamente en la religión, al final uno está al cien por cien, ya no es nada.
Cuando buscamos a Dios de verdad...
Aquí cada paso nos sirve de asidero, aquí nunca se volverán locos, siempre que no vayan demasiado lejos.
Pero si se ponen a buscar a Dios, a buscar a Dios, a buscar a Dios, como teólogo, como seres humanos normales...
¿Cuántos locos religiosos no hay en los psiquiátricos?
Todos fueron demasiado lejos; y querían conocer a Dios; no se conocen a sí mismos, tienen sus sentimientos, pero sin saber lo profundos que son estos, lo que son capaces de procesar, agarran a Jehová por las solapas, o a Isaías, cómo se llaman todos esos, y se pierden, ya no pisan el suelo, es decir: el saber consciente, al asidero para uno mismo: no debo pasarme, hago esto, pienso, pienso...
Me encontraba en casa, estaba escribiendo y ya estaba tan metido en el trance que el maestro Alcar dijo —imagínese lo lejos que vamos, les ofrezco otra imagen—, dice: “Hay que abrir”.
Digo: “¿Abrir?”.
Estábamos trabajando en ‘Una mirada en el más allá’.
“¿Abrir?
Todo está abierto.
Todo está abierto”.
Me encontraba escribiendo en casa, el maestro Alcar dentro de mí; pero estábamos en un templo en el otro lado.
Todo está abierto, puedo volar, puedo irme a la primera esfera, a la segunda, veo la gente, veo los árboles, veo los pájaros.
Y en eso que se me posa un pajarito de aquellos en la mano.
Digo: “Abrir, ¿qué, qué, qué?”.
“No estamos en las esferas, estamos en la calle Esdoornstraat 21, en La Haya, en Holanda, en la tierra”.
Él tenía que regresar... yo tenía que regresar.
“¡Abre, hay que abrir!”.
Digo: “¿Abrir?”.
“Sí, Anna no está, se fue, se olvidó la llave, están llamando”.
“Ahhh, abrir”.
Yo que saco la llave del bolsillo y dando golpes a la puerta por dentro para que se abra.
No hay que tirar, hay que...
Y por fin la abro, digo: “¿Quién es usted?”.
¿Cómo va a terminar esto?
Entonces ella piensa: ‘Ay, Dios mío, ese sí que está chalado’.
Y yo digo: “Ay, no, era mi mujer, ahora me doy cuenta, ahora sí”.
En ese estado estoy completamente loco, señor Reitsma, ya no sé dónde vivo; para la tierra, pero no para el otro lado.
Porque estábamos en un espacio abierto y escribíamos ‘Una mirada en el más allá’, esa calle Esdoornstraat quedó completamente eclipsada.
¿Ven? Eso es disolverse; les doy la prueba de que es posible, pero eso no lo tenía Paul Brunton.
Yo estaba trabajando en ‘Dones espirituales’.
Y entonces justamente en la guerra...
Me llegó una carta de esas a casa, íbamos a...
No, todavía no estábamos en ello.
Recibí una breve nota de los alemanes: que tenía que irme a Alemania.
La siguiente mañana digo... digo a mis adeptos, digo: “Toma, ayer por la mañana dije... dijo el maestro Zelanus: ‘Vamos a empezar con ‘Dones espirituales’.
Y ahora tengo que irme a Berlín”.
“Pero no vas a ir”.
Digo: “Iré.
Allí quizá pueda alcanzar más gente que aquí.
Que me arrojen al infierno, voy a Alemania encantado.
Porque en todas partes tengo mi boca, hablo en todas partes; aunque me caigan las bombas encima del cogote, hablaré”.
“Pero entonces iré yo antes que tú”.
Digo: “No, señor, para mí nada de historias de pasión, eso lo hago yo”.
Pero bueno.
“Pero”, dijeron, “ayer por la mañana dijiste: ‘Vamos a empezar con ‘Dones espirituales’”.
Digo: “Sí.
Y ahora ya me gustaría saber —yo también— quién tiene razón, el maestro Zelanus y el maestro Alcar —tonterías, o ¿qué es?—, digo, o bien Hitler tiene razón, me voy a Alemania”.
Salgo a la calle y digo al maestro Alcar: “Maestro Alcar, está usted seguro, ¿verdad?”.
Digo: “Aquí tiene una cartita de Hitler, si usted es más fuerte...”.
Pienso: los ángeles son capaces de tantísimas cosas, pero yo sí que tengo que empezar mañana a hacer las maletas.
Me voy a Alemania.
Y mira por dónde, no voy a hacer nada, me voy.
A ver quién es capaz de retenerme de eso.
¿Qué quieren?
Pues, pienso: ‘Ahora sí que han picado, han picado’.
Digo: “¿Con cientos de miles de ángeles?
Vivimos en tiempos de guerra, soy un instrumento, ¿tengo que escribir?
¿Es de verdad?
A ver si alguien me demuestra en estos momentos...”.
Qué mal, ¿verdad? Mal.
Después de tantos millones de pruebas.
Pero pienso: ‘Bueno, esas las dejamos otro ratito más, ¿no?’.
Claro, después me dieron una tremenda paliza.
Pero bueno, lo hice.
Me voy a casa, agarro la máquina, la coloco.
Y mi mujer dice: “Pero, tienes que hacer las maletas, ¿no?”.
“Hacer las maletas?
¿Qué?”.
Digo: “El maestro Zelanus se ha puesto a escribir un poco”.
Digo al maestro Zelanus, lo tengo a mi lado, digo: “¿No sabes nada tú?”.
“Yo no”, dice, “no es asunto mío, tú lo has mandado a un nivel más elevado, ¿no?
Digo: “¿Así que vas a escribir?”.
“Desde luego, vamos a escribir”.
Digo: “Pero ¿no sabes nada de nada?”.
“Tú espérate, ya pasó, ya pasó por el cable..., el telegrama se fue para arriba”.
Dice: “Ya vi a dónde fue a parar, tienen que pasar muchas cosas, pero voy a escribir”, dice.
Y nosotros escribiendo.
Bueno, llaman a las tres y media, entra un médico.
Digo: “Señor, ¿es usted un pato enviado o un ángel? ¿Quién es usted?”.
Digo: “¿Cuándo le entró esta mañana la sensación de venir a verme?”.
Y dice: “A las diez y media”.
Digo: “Fue cuando envié el mensaje a Nuestro Señor”.
Digo: “Así y así y así”.
Dice: “Pero tú no te vas”.
Dice: “A partir de ahora estás enfermo.
Has tenido una hemorragia estomacal”.
Una notita, mi mujer fue al médico, y yo, enfermo, con una hemorragia estomacal.
Me dieron huevos, leche gratis; pero estaba sano como una manzana.
Y nosotros escribiendo, en pijama, escribiendo, no me fui a Alemania.
Enviaron al médico; me echaron un médico encima.
El maestro Alcar dice: “¿Has visto cómo te tomé el pelo?”.
Digo: “Sí, desde luego, ha ganado”.
Digo: “Hay que reconocerlo, inclino la cabeza”.
Y así estuve..., dos semanas estuve allí, porque es cuando tenía que revisarme el médico.
Estoy trabajando, un lunes.
Hay alguien.
Mi mujer no está.
Digo: “Santo cielo, santo cielo”, hay un coche delante de la puerta.
Digo: “Y llega alguien en bici...”.
No, no era un coche.
Digo: “Llega un médico, lo veo, allí lo tienes”.
Yo miraba a través de las casas.
Digo: “Abre, rápido”.
Yo como una flecha a la cama, claro.
Si todo eso fuera al menos yo mismo, ¿se creen que el otro lado me estaba ayudando?
Si tengo que escribir libros...
A veces dicen: “Ese lo está garabateando todo él solito”.
Tengo cien millones de pruebas de que jamás soy yo.
Es que nunca soy yo.
Me voy volando a la cama, digo: “Que espere un poco”.
Adiós máquina, se abre la puerta y lo primero que hace ese hombre es venirse corriendo a la habitación: “¿Dónde está el enfermo?”.
Yo estoy en la cama, como quien dice con la cabeza hecha un desastre.
Señor Reitsma, en ese mismo instante estaba yo epiléptico.
Estaba en el trance corporal más profundo de todos lo que hay, me estaba...
Los ojos se me pusieron amarillos de golpe, estaban inyectados en sangre, sin respirar, y el hombre mirando.
“Hmmm, hmmm, hmmm”.
“Dígame algo”, dice.
“Hmmm, hmmm, hmmm (se esfuerza por susurrar), no puedo hablar”.
Ya no tenía voz, nada.
Y mientras tanto pensaba yo: ‘Qué real es todo esto’.

(Risas)
Sí, yo veía mis ojos cadavéricos.
Y él se largó de la casa.
Pienso: ‘Mira cómo te has equivocado, hombre’.
Que se va a un conocido suyo, que me conocía.
Dice: “Pues...”.
En menos de una hora ya llegaba leche, llegaba mantequilla, llegaban flores.
“¡Jozef está enfermo!”.
“Sí”, dice ese hombre, “y tiene mala pinta.
Ese hombre tiene un cáncer sangrante”.
Porque lo había oído.
“¿Has tenido una hemorragia estomacal?”, pregunta.
Digo: “Sí, hace cinco días, una muy grande”.
“Vaya”, dice, “pues, eso es malo, desde luego, pero no te alteres, eh”.
La ciudad entera de La Haya se enteró: Jozef Rulof tiene cáncer.
“Y ahora el que va a necesitar un médico es él, mira por dónde”.
Eran los espiritualistas.
No había ni salido por la puerta, se cierra y yo a la máquina.
El maestro Zelanus dice: “Vamos a empezar”.
Adiós sueño epiléptico y trance, adiós, adiós lo amarillo en los ojos, adiós sangre.
Entonces me senté primero, digo: “Ojalá tuviera un cigarrillo”, no tenemos, “porque primero tengo que recuperarme”.
Digo: “Qué listos son.
Qué listo esto, maestro Zelanus”.
Dice: “Sí, y eso que no es más que el maestro Alcar.
Pero también estaban el doctor Brands y el maestro Cesarino.
Dice: “Pero te produjeron una muerte aparente inducida”.
Me indujeron la muerte aparente consciente, tan profundamente que el hombre juraba...
Después de la guerra lo volví a ver; dice: “Señor, usted tenía un cáncer sangrante al cien por cien, porque los ojos, y todo, estaban muriéndose”.
Digo: “Señor, desapareció en un segundo.
¿No le parece gracioso?”.
Entonces dice: “Pues si a mí se atrevieran a decirme que usted no es alguien especial... ni que lo del trance... o lo que sea eso...”.
Dice: “Eso lo he vivido”.
Digo: “A los dos minutos estaba sentado en mi escritorio y seguimos”.
Me mandaron no salir en seis semanas, ¿verdad?, seis semanas en cama.
Ese hombre ya no vino, me daban leche rica, me alimentaban.
Y yo pensando: ‘Bueno, podrían haber añadido una cajetilla de cigarrillos’.
Pero no tenían.
Comida y bebida, sí.
Digo: “Doctor, ¿tú también quieres algo?”.
Bueno, pues entonces a la gente desde luego se les daba algo.
Porque a mí me daban ración doble de comida; ni siquiera la quería, no me hacía ni falta.
Hemos terminado con esos dos libros...
Entonces escribimos en seis semanas ‘Dones espirituales’.
Pero el maestro Zelanus dijo: “No nos quedamos aquí, nos vamos a Francia, a mi castillo”.
Ya sabes, el de ‘El ciclo del alma’.
“Y nos vamos a la habitación en la torre”.
Y entonces... mi mujer vivió cien millones de milagros conmigo.
Al despertar por las mañanas nos sentábamos allí, me mira a los ojos y puedo hablar con ella, sin problema, pero yo estoy en Francia, estábamos en Francia.
Digo: “Qué gusto, acabamos de montar a caballo.
¿No ves aquellos cisnes de allí?
Esa preciosa naturaleza, esos magníficos cipreses.
Oh, es una delicia”.
Se vino conmigo a Francia.
Vivimos durante seis semanas en Francia, en el castillo de Lantos Dumonché.
Señor, medio año después seguía paseándome por Francia, La Haya había desaparecido.
Ya no sentía el suelo en La Haya.
Miren, son, pues, leyes ocultas espirituales, conscientes: escribir, experimentar cosas, visiones.
Y así les puedo contar cien mil más.
Si no es capaz de creer nunca, si vuelve a decir: “Demasiado hermoso para ser cierto”, señor, me pondré a contar aquí noche tras noche los prodigios, los milagros que los maestros han vivido conmigo.
Hitler no me agarró.
Con una precisión de segundos el doctor De Ruyter oyó aquí en La Haya: “Vete a ver a Jozef Rulof, vete a verlo, vete a ver a Jozef, vete a verlo”.
“Sí, voy a ir a Jozef”, entonces lo aceptó.
Ese hombre era necesario, era el único, no lo había visto más de una sola vez.
Había estado una vez en mi casa por un enfermo, un año antes.
Así que yo no tenía nada que ver con ese hombre.
Pero estaba predispuesto, estaba abierto: “Vete a Rulof, vete a Rulof, vete a Rulof, vete a Rulof”.
Y cuando dijo: “Voy”, se acabó.
Digo: “Exactamente a las once menos veintiocho minutos envié mi mensaje a Nuestro Señor, a los maestros, dos minutos después de las diez y media, un minuto después el maestro Alcar estaba junto a él y dice: “Vete a Rulof, vete a Jozef, vete a Jozef, vete a Jozef, vete a Jozef”.
Depositó esa impresión en él.
A las tres y media vino a verme con la nota: que ya no tenía que presentarme.
Tampoco tengo que irme a Alemania.
Pero habría ido, desde luego que sí.
Pero en esas horas tenía que venir un médico, de donde vino, de allí vino.
Digo: “Lo que haga usted me da igual, pero mañana tengo que irme a primera hora”.
No voy a ir a la clandestinidad.
¿Pensaba usted que iba a echar al traste mi tiempo como clandestino?
Voy a lanzarme a la lucha.
En Alemania también hay hijos de Nuestro Señor.
Señor Reitsma, no era posible, estábamos escribiendo los libros, vivíamos en Francia, en el castillo de Lantos Dumonché.
Mejor léalo, Lantos Dumonché, ‘El ciclo del alma’.
Meses después tuve que volver, ya no podía volver ese haya de La Haya, vivía en Francia, así se auténtico era.
Y es que era así.
Eso no lo conoció ningún Paul Brunton, ningún Ramakrishna, ninguno de los yoguis, eso no lo conoció el Antiguo Egipto.
Señor Reitsma, señoras y señores, eso solo es posible ahora, eso lo construyeron los maestros.
No se crean: de esa guerra les puedo contar centenares de miles de milagros, que hemos...
Jamás había llevado una vida tan imponente, justo cuando se pusieron a crujir los cuerpos.
Cuando yo era un esqueleto y me tuve que sentar siete veces en la escalera para llegar arriba viví lo más hermoso e imponente.
Si dicen ustedes: “Estoy cansado”, me reiré en plena cara suya.
Y si dicen: “Vaya, qué mal lo estoy pasando”, peor.
Yo lo viví, lo vi.
Habíamos llegado del Omnigrado.
Había que dejar constancia de esos últimos libros de la Cosmología, quedaban cuatro, cinco, ya no podía más, ya no era capaz de dar un paso.
Tenía la espalda molida, pesaba... estaba en los huesos.
Si me hubieran visto por la calle, mi pecho estaba en la calle Laan van Meerdervoort y la espalda aún en la calle De Ruijterstraat.
Ya saben.
¿Ven?
De vez en cuando me lavo y pienso: bueno, pues ni tan mal.
Parecía una matraca, señor, cuando lo alcanzaba por la calle.
La Parca se estaba riendo, no andaba cerca.
Me arrastraba por la escalera, ya no podía más.
Digo: “Ahora ya no puedo más.
Ya ni llego hasta arriba”.
No tengo ni idea de cómo llegué arriba, pero pienso: eso no es posible, no es posible.
“Sí”, dice el maestro Zelanus, “estoy... hemos hecho lo posible, queríamos batir un récord”, y entonces escribimos seis libros en tres meses y medio, en cuatro meses y medio.
En esos cuatro, cinco meses más largos viví esos libros, y la cosmología.
Justo entonces, señor, señora, cuando hayan recurrido a todo lo que tengan ustedes mismos, entonces es cuando reaccionará Nuestro Señor, eso lo he vivido en centenares de miles de posibilidades, señor.
Me fui arrastrando hasta arriba —y por suerte mi mujer no lo oyó—, me fui arrastrando hasta la habitación y me desplomé en la habitación.
De la puerta a la silla y ya me estaba derrumbando.
Entonces me fui arrastrando hasta la silla, me subí trepando a ella, allí estaba la máquina, pienso: ahora otras treinta páginas de la quinta parte y entonces estará acabado, ya no puedo más.
No es posible eso, es que no es posible eso.
Es imposible.
Es imposible, ¡no es posible!
¿Han llorado alguna vez espiritualmente cuando ya no son capaces de hacerlo, cuando ya no tienen fuerzas...?
No para suplicar por más fuerzas, señor, sino por poner en marcha el cuerpo.
“Pero, Dios mío, tengo que trabajar, Nuestro Señor, tengo que trabajar, hay que acabar esos libros, tienen que estar acabados antes de que termine la guerra, por Dios, dame la fuerza.
Yo no estuve en el Omnigrado, y ¿de qué es capaz el Omnigrado?
¿No es capaz de nada?
Yo estuve en el Omnigrado, allí vi a Cristo.
Digo: “¿Son tonterías?”.
Sí, no era capaz..., con el dedo ya no podía bajar la letra, ya no tenía fuerza en la mano para hacer que bajara una de esas letritas.
Estaba acabado, acabado, completamente vacío.
Mientras miro, así, me dice el maestro Zelanus: “Ves eso?”.
Digo: “Sí, Dios mío, Dios mío...”.
Miramos a través de las esferas, del cuarto grado cósmico, del quinto, del sexto, del séptimo, llega una voz y una luz y esta dice: “¿Me llamabas, André?”.
Digo: “Nuestro Señor...”.
“Pues, sí”, dice Él, “tenemos que trabajar, hay que acabarlo”.
Y esa luz me agarra y me levanta, me atraviesa, igual que la fuerza; y en el mismo momento estaba metida una nueva hoja y esa misma tarde mecanografiamos treinta páginas.
Al instante a escribir la sexta parte y la escribimos en dos semanas, y la dejamos lista.
Fuerza que aún conservo y en la que todavía sigo viviendo.
Miren, procedía directamente del Omnigrado.
Mis huesos, esos huesitos míos, ja, exclamaban gritos de júbilo, ya ni siquiera crujían.
Savia viva procedente del espacio, luz, vida, Nuestro Señor, sí, Nuestro Señor.
Y ¿ustedes quieren sucumbir en su vida terrenal? ¿Quieren alcanzar eso rezando un poco?
Paul Brunton, Ramakrishna: ¿eran capaces de eso?
Ramakrishna dice: “Madre Agua, Madre Agua” y se metió en el agua.
Ya también tenía agarrada a la Madre.
Y si Vivekananda no lo hubiera agarrado por las solapas, se habría ahogado.
Me choqué con un árbol y la Madre Agua me habla todos los días y dice: “Ven, André, ven, entre mis brazos hallarás descanso y estarás seguro”.
Digo: “Claro, para ahogarme como un pato”.
Digo: “Tú lo que pasa es que eres un bicho de mucho cuidado”.
“Oye”, dice, “qué duro eres”.
Digo: “Si tú...”.
Así estamos en la mística, señor Reitsma, no puedo hacerle vivir mi cosmología porque entonces habrá perdido de inmediato sus asideros en el mundo.
¿Qué profundo soy ahora?
Digo: “Madre Agua, no eres más que un bicho de mucho cuidado porque lo haces conmigo.
Y si no tuviera mi concentración me echaría a tus brazos y me ahogaría como un pato”, dicho vulgarmente, ¿verdad?
Digo: “¿Qué hace usted con los inconscientes?”
“Sí, pero esos no me oyen, André.
Haré que desciendas en mí”, dice, “y te reenviaré a la tarea, que vivirás y que has de aceptar”.
Digo: “¿Qué habrías hecho entonces?”.
“Te habría dado un baño y te habría enviado de regreso”, dice.
Digo: “Genial, en pleno invierno”.
Era el Canal de Suez (un canal en La Haya que se conocía popularmente así), el muelle de Suez, el canal de Suez.
Entonces me dice: “¿Quieren probar un poco de mí?”.
Digo: “¿Probarte un poco?”.
Digo: “En esa agua apestosa no hay peces, ¿no?”.
¿No vivieron aquella noche en que me encontraba allí, observando: el sol me tenía que...
Sigo con esto porque quiero ofrecerles una prueba; una que aquellos muchachos no tienen, pero nosotros, sí.
Que el sol dijo: “Bien, André, esta noche los maestros me han concedido el honor de liberarte de tu organismo, porque —lo sabemos— si regresas y me dices a mí, al sol, cómo estaré emitiendo mis rayos allá en el Omnigrado, entonces te liberaré”.
Digo: “Lo haré”.
Y entonces me planté en el Canal de Suez, en un periquete, hala, junto al puente, ¿verdad? Eran las siete y media, mirando, tan a gusto, un hermoso atardecer, y el sol ya estaba hablando.
Pero qué tipo tan raro, ¿no les parece?
Viene un señor, se me pone al lado y dice: “Aquí no hay peces.
Ni uno, no hay peces”.
Digo: “No, señor”.
Digo: “Peces... peces”.
“No”, dice, “¿cómo va a haber peces en esta agua apestosa?”.
Digo: “Bueno”, digo, “señor, ¿y a nosotros qué más nos dan los peces si lo alimenta la vida?”
Entonces dice: “Ya me lo imaginaba.
Señor, ¿a usted también le molestan esos delirios”, dice, “ahora en la guerra?”.
Digo: “Señor, los tengo día y noche.
Voy planeando por encima de las aguas y beso la luna, el sol y las estrellas”.
Dice: “Yo todavía no he conseguido llegar hasta allí, señor.
Pero pienso: ‘Señor, tenga cuidado, señor, porque el hambre conduce al psiquiátrico’”.
Digo: “Y la verdad de la vida habla de una forma que alimenta, que infunde alma, espiritualmente hacia fuera”.
Entonces dice: “Señor, pero entonces ha estado andando detrás de un cadáver”.
Opto por no decir nada.
“¿También ve a toda esa gente que se derrumba por la calle?”, pregunta.
Dice: “Pero usted está mal”.
Digo: “Sí, mal, muy mal”.
Dice: “Pero aquí no hay peces”.
Dice: “Váyase a casa”.
Digo: “Sí, señor”.
Y yo de vuelta al sol.
Pienso: ‘Pues sí que me había alejado mucho de él’.
Así me encontraba sentado en un banco, había ido a parar aquí, a la rosaleda, y no sabía por qué.
Aún había algunas florecillas, y yo que las estoy mirando un poco, resulta que se habían puesto a hablar conmigo.
Hermosas rosas, unas chirivitas y una margarita.
Entonces las oí hablar entre ellas: “Sí, André, oh, qué gloria, el ser humano que está abierto a nuestra vida.
¿Puedo hablarte de mi vida?
¿Qué te parece mi hermana?
¿Qué te parece mi hermano?”.
Y eso fue siguiendo, y más.
Digo: “Vaya, pues, qué hermoso es eso, ¿no?
Pero también siguen (seguís) a la gresca”.
A mi lado están sentados una viejita y un señor, tampoco me di cuenta.
Entonces dice: “Sí, señor, y un pan de remolacha tampoco le van a sentar bien”.

(Risas).

Digo: “No señor, no lo aguanto”.
“Señor, pero es... ya está usted hablando para sus adentros, se refiere usted a las flores”.
Digo: “Sí, señor”, digo, “las criaturas de Dios hablan a mi vida”, y yo estaba como senil, estaba como un niño, señor.
Entonces dice ese señor: “Estuvimos observándolo un poco más, pero no es agradable estar sentados a su lado, porque a cada rato uno piensa estar loco también”.

(Risas).

Entonces dice: “Que le vaya bien, señor, pero tenga cuidado, porque el hambre lo volverá loco”.
Y así me fui encontrando a cada rato con gente, pienso: ‘Yo, ¿loco?’.
Vaya, vaya, vaya, y yo que me encontraba allí, pienso: ‘Ahora me voy un momento a Jeus’: fuera flores, fuera mundo, fuera sol, fuera luna.
Y entonces, dejé atrás a ese señor dando zancadas, pienso: “A esos los adelanto, a esos viejitos’.
Digo: “Adiós, señor, adiós, señora”.
Digo: “Hace frío, ¿no?
Pues sí que hace frío, está fresco el tiempo”.
Digo: “Bueno, mejor ya me voy para casa.
Ya llevo deambulando bastante, un poco de naturaleza.
Señor, es lo único que queda.
Dice usted: ‘Está loco, está psicopático’, pero es lo único en lo que se puede descender en la vida, ¿no?”.
“Sí, señor, si lo dice así, de verdad que pensaba que estaba loco”.
Iba a poner eso un momento en su sitio, iba a mostrar un poco a ese hombre que yo sí era consciente.
Más tarde me lo encontré, me lo encontré por la calle después de la guerra.
Y me dice: “Señor, esto, usted debe de tener una floristería, ¿verdad? Por hablar de esa forma con las flores.”
Digo: “No, señor.
Sí”, digo, “la floristería está aquí y allí y allá y allá”, ya estaba yo empezando otra vez.
Y entonces se dio la vuelta y dijo: “Hola, señor, realmente, el placer es mío”.
Y entonces pensó él: ‘Este sí que está loco’.

(Risas).

Pero ¿quieren llegar a tener conciencia espiritual, unión, señorita, con los niños?
Si se acercan a una flor, a la naturaleza, amándola, de forma armoniosa, al final, alguna vez —tenemos un montón de defectos—, cuando todas esas puertas se hayan abierto, una mañana, de pronto, la vida empezará a hablar, y eso lo he vivido durante la guerra.
Ya era capaz de hacerlo en 1934, pero, ay, en esos mismos años de guerra fuimos atravesando toda la mística que posee la tierra y el espacio, señor Reitsma.
Y ¿ha visto usted aquí alguna vez cómo me...?
Es que puedo ir lejos, tanto que ya le será completamente incomprensible.
Yo, porque vi esos mundos.
Pero ¿soy lúcido o no, señor?
Tengo mi sensación alegre, mis risas —no esa pesadumbre—, esa alegría de vivir, tengo a Jeus conmigo para todo con aquel “Sí, señor.
Sí, señora.
Por supuesto, señora”.
Ya no les miro a los ojos para que me den una propina, eso ya no lo hago tampoco (Véase ‘Jeus de madre Crisje’, parte 1).
Eso lo he dejado.
Miren, así reciben el sentimiento, así adquieren espacio, así adquieren espacio.
Y entonces deberían comparar los libros con aquellos que la gente ha escrito en la tierra sobre esa materia.
¿Y?
Señor Reitsma, gente, hombres: nosotros tenemos lo absolutamente más elevado de todo aquello que la humanidad llegará a recibir jamás.
De verdad que represento la Universidad de Cristo, porque los maestros que sean capaces de eso...
Yo digo: “Bueno, si son ustedes tan fuertes...”.
“Nosotros sabemos hacerlo todo”, dice el maestro Alcar, “pero no tenemos cinco centavos para usted”.
Eso también es honesto, ¿no?
“Nosotros tenemos el poder del Mesías en nuestras manos y podemos hacer lo que sea.
Le ofreceremos una sabiduría que el mundo no posee, usted es universal, macrocósmicamente profundo, André-Dectar”, me dijo, “pero no podemos ayudarlo con cinco centavos.
Pero sí podemos obrar milagros”.
Por cierto: esta noche he traído una de mis bandejas, bandejas de porcelana, he traído un milagro de esos, y la colocaré aquí, está empapada, solo me la dieron ayer.
Miren este milagro, vamos.
No la toquen, señoras y señores, está empapada.
Es una madre —así ya no lo tendré que decir luego—, es una madre que está buscando las perlas espaciales, espirituales, divinas, como sabiduría, y estas se han incrustado aquí como perlas, en el centro está la perla espiritual macrocósmica, rodeada de las pequeñitas.
Es increíble cuando se observan, menuda belleza, una revelación artística.
Y eso no lo tenía ningún Ramakrishna, señor Reitsma, ningún Paul Brunton, todavía no ha habido ningún instrumento para el mundo, para los maestros en la tierra, que poseyera todos los dones.
¿Lo sabía?
Yo los tengo todos.
Todos los físicos, todos los psíquicos.
El maestro Alcar dice: “Por medio de todos esos veinte mil dones que podemos realizar lo que haremos es construir tres, y son: escribir, pintar —era curar, de hecho— y hablar”.
¿No le parece una maravilla?
Nunca me dejaron psicometrar, no querían que fragmentara los dones.
Podía haberles matado a golpes a base de pruebas.
Ya es la hora.
Señor Reitsma, ¿está satisfecho?
A ver, a ver lo que pone aquí debajo.
Segunda pregunta: “En este caso, ¿son los propios pensamientos los que les hacen una mala pasada?
¿Es esta la causa?
El trance psíquico de Jozef Rulof seguramente que no lo conocerá”.
No, ninguno lo conoce.
Hay centenares de miles de médiums, médiums de trance; pero no hay ni uno —acéptenlo, no tienen más que controlarlo—, no hay ni uno que esté en trance, o podrán saber ustedes todo, todo.
El más mínimo error que por palabras, sabiduría...
Si usted tiene el trance psíquico, señor, entonces tiene contacto con el cosmos.
Acéptenlo ya, en Holanda no hay ni uno que sea —se lo digo yo— médium de trance al cien por cien.
Solo tienen que controlarlo.
En caso de que sí los hubiera me pueden meter una bala en la cabeza si quieren, entonces echaré en falta mi... —no quiero gritar—, pero entonces pueden quedarse con la luz de mis ojos, y todo lo que yo tenga, con que se encuentran con un solo médium de trance en Holanda.
En ninguna otra parte de Europa lo hay, es terrible.
Y ahora lean ‘Dones espirituales’, adelante.
Lo controlé en Estados Unidos.
El maestro Zelanus y los maestros son verdaderos y no escriben majaderías.
Señoras y señores, ahora es el descanso y les mostraré ese milagro.
No lo toquen, no lo toquen, es la madre que busca perlas espirituales, los de Cristo, los de Dios y el espacio, y eso se ha trasvasado al arte.
Gracias.
 
DESCANSO
 
—Señoras y señores, vamos a seguir.
¿Han admirado ese cacharro?
(Gente en la sala):

—Sí.
—¿Tiene algún valor?
(Gente en la sala):

—Sí.
—Tengo a Nuestro Señor sobre las aguas, la ascensión de Cristo, Cristo en la cruz, en Getsemaní, hablando con Sus apóstoles, doce delante de Él, cincuenta simbologías diferentes.
Wolff también pintó, pero el maestro Alcar igualmente.
Es una revelación de colores cuando lo vean ante ustedes.
No sé cómo se habrá manejado la pintura allí, es imposible.
Pero, en fin, las tenemos.
Voy a empezar con: “Leo lo siguiente en ‘Los pueblos de la tierra’.
El Mesías recibió su organismo material por medio de la unión entre José y María.
Según mi discreta opinión, José y María fueron instrumentos sin voluntad de los maestros, porque entablaron una unión determinada por los maestros, dado que fue un acontecimiento cósmico.
O sea, no hubo cuestión de voluntad propia por parte de José y María.
Las circunstancias habían sido creadas y los sentimientos se depositaron en ellos, por lo que pudo y tuvo que tener lugar la unión”.
¿De quién es esto?
(Señor en la sala):

—Mío.
—Señor, “según mi discreta opinión, José y María fueron instrumentos sin voluntad”: ¿no tiene usted voluntad cuando atrae a una criatura?
¿No tienen voluntad el padre y la madre cuando llegan a la unión para una criatura?
(Señor en la sala):

—Depende de en qué nivel estén.
—¿No tiene voluntad un ser humano que crea un niño, que lo atrae, que lo da a luz?
El padre y la madre, ¿no tienen voluntad?
(Señor en la sala):

—Sí, en ese momento sí.
—¿Un ser humano...?
Imposible, señor.
Quiero hablar de esa falta de voluntad de usted.
Es imposible, señor.
Todo ser humano que vive la unión como hombre y mujer y que atrae un niño, un alma, para que quede fecundada la madre, está al cien por cien consciente para la paternidad y maternidad.
¿Y no lo serían José y María?
La conciencia al cien por cien es aquí la ley de la naturaleza alumbramiento, maternidad, hablando por medio del ser humano y para él.
¿Ha quedado eso claro o no?
(Gente en la sala):

—Sí.
—De modo que no puede hablar usted de falta de voluntad.
Solo que voy a...
Solo extraigo aquello de la falta de voluntad, porque usted insiste en eso.
Imposible.
(Señor en la sala):

—¿... qué va a ser entonces allí si no le falta voluntad?
—Sí, pero aquí dice “sin voluntad”, eso es imposible.
Mire, ¿aquí no había cuestión de una voluntad propia de José y María?
No tenían ni idea.
Cuando María y José vivieron esa unidad no sabían que María daría a luz al Mesías.
Eso no lo sabe ninguna madre, ni una.
Sí las ha habido en la mística, en Oriente, y allí, que dicen: “Tengo un niño consciente”.
Mi madre decía: “Planeo y vuelo y llegaré a parar a los cielos.
No sé lo que tengo ahora, eso lo tuve con Bernard, y con Johan igual”.
Bernard se movía mucho, siempre inquieto; trabajar, trabajar, trabajar; pues Bernard volaba.
Hay fenómenos en cada madre que esta adquiere por la personalidad de la criatura.
Pero hablar de falta de voluntad...
¿O sea que aquí no se daba una voluntad propia?
Señor, la voluntad, cien por cien.
Sí, pero naturalmente puedo añadir algo más.
(Señor en la sala):

—Sí, en este caso, ¿verdad?, hay mujeres, por ejemplo, que quieren tener hijos y no los tienen; tienen más del cien por cien de sentimiento para ello, y ni siquiera así los tienen.
—Mire...
(Señor en la sala):

—... así que aquí ¿sí ha anulado esa voluntad?
—Señor, el ser humano es tan fanático en su voluntad cuando eso sucede, en primer lugar cien por cien voluntad por la pasión.
Hay gente que vive esa unión, no quieren niños, así que tienen... siguen estando al cien por cien en la pasión, en la pasión.
No quieren niños, pero quieren vivir esa unión.
El cien por cien quiere, sin duda.
Aquí no hay falta de voluntad, señor...
Si alguna vez hay un ser humano que es consciente en este estado, es para el contacto con el ser humano, ser hombre, ser mujer, amor, amor, amor.
¿Quieren que un perro y un gato...?
En toda la naturaleza es imposible hablar de falta de voluntad, porque cada insecto sabe lo que hace en el momento en que empieza el apareamiento.
(Señor en la sala):

—Lo incomprensible es...
—¿Cómo dice?
(Otro señor en la sala):

—Pero ¿la gente que está borracha...?
—Entonces lo saben sin duda alguna.
Señor, justamente bajo esa psicosis alcohólica, o esa narcosis, como si dijéramos, incluso entonces el ser humano es consciente en lo que quiere.
Aquí no hay cuestión de falta de voluntad.
Cuando va...
Sí usted quiere ir más allá...
Primero esto del ser humano.
Es decir, en otras palabras, ahora voy a verlo y a seguirlo de forma espiritual, cósmica, divina, y entonces podrá decir: a María y José ¿se les obligó?
¿No?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Ahora no hay cuestión de falta de voluntad, sino que podría hablar usted de dominio.
(Señor en la sala):

—Sí, eso es cuestión de darle un nombre.
—No, no es ponerle un nombre, señor.
El dominio es inspiración consciente, y la falta de voluntad es: bueno, ¿fui yo o fue otra persona?

(El señor en la sala habla un poco a la vez que Jozef, pero este sigue):

Bueno, ¿lo ve? Eso no es darle un nombre a la cosa, ahora cada palabra habla respecto al espacio y cambia el asunto por completo.
Sí.
Lo único que quiero decirle es: esto está del todo al margen, esa falta de voluntad, hay que echarla por la borde, vean.
(Señora en la sala):

—¿Señor Rulof?
—Sí.
(Señora en la sala):

—La Biblia dice...
¿No fue elegida?
—Sí, eso dice la Biblia.
Pero ¿quién ha contado eso?
Sí, mire, ¿quién escribió eso?
¿Que María fue elegida?
(Señora en la sala):

—No es posible que haya sido clarividente?
—María era en esos momentos, cuando estaba entre el cuarto y quinto mes, tan clarividente como cualquier otra madre que posee la sensibilidad, pero ella no sabía nada más.
En el instante en que se produjo esa unión José y María eran personas corrientes y molientes y no lo sabían.
Llegaron exactamente, por el tiempo cósmico...
No tengo problema en decirle cómo.
Conozco el caso entero, el plan completo, el objetivo en su totalidad
Cuando Cristo quiso nacer —ahora vamos a la inspiración, señor— entonces envío Sus pensamientos para el nacimiento y vio a dos personas.
Entonces ya se le inspiró a José para darse.
(Señor en la sala):

—Justo, o sea no era voluntad propia, recibió inspiración.
Lo dice usted mismo, ¿no?
—No, señor, esas no son mis palabras.
¡No, señor!
Si le inspira el cosmos, el espacio, para dar a luz a un niño...
Señor, déjeme que le diga esto: en la tierra aún no ha habido ni un solo hombre que haya dado a luz a un niño mediante su pensamiento.
En la tierra no vive ni un solo hombre que diga a la madre: “Quiero que sea niño.
Te daré un hijo”.
O bien es la madre la que vive el contacto y que dice: “Marido, me gustaría tener un hijo”, o bien es el hombre.
Pero esos sentimientos que les entran, que les entran a ustedes, realmente... no cuando va a la pasión, vivir un rato lo corporal, entonces esa ley del otro lado no tiene contacto, no tiene concentración ni infunde alma.
Pero ahora están el padre y la madre abiertos para un hijo, ¿qué se pensaba ahora, señor, que va a ocurrir?
(Señor en la sala):

—Justo, o sea, el niño atrae al padre y a la madre.
En realidad es mutuamente.
—El niño no puede atraer nada, el niño...
(Señor en la sala):

—Pero es lo que hizo Cristo, ¿no?
—El niño es...
(Señor en la sala):

—Cristo atrajo a Su padre y madre, ¿no?
—Sí, pero, señor, yo digo: no hay ningún hombre ni ninguna mujer que pueda atraer a un niño, de lo contrario eso también estaría en manos del ser humano, pero eso no está a la venta.
El alma que tiene que nacer inspira, no el padre, aquella nos atraviesa —inconscientemente, señor, no impone nada—, nos atraviesa, sin embargo, y usted es... en ese instante usted se mete como hombre en la creación, en la evolución, en el renacimiento.
(Señor en la sala):

—Sí, eso, bueno...
—Y de eso no le pertenece nada ni a usted ni a mí.
Es la ley cósmica del nacimiento, por la que servimos, no es más.
Así que José y María no eran seres indefensos, tenían que ver el espacio... el nacimiento, el nacimiento como espacio, algo que afecta a millones de personas.
Esa alma que vino del Omnigrado, Cristo, Él dijo a los maestros de allí: “Ahora voy hasta el nacimiento, ya no pueden pensar en mí”.
En el Omnigrado supieron entonces... eso yo lo he visto, bueno, igual hasta se ríen ustedes de mí, pero yo vi en el Omnigrado con el maestro Alcar y con el maestro Zelanus todo el nacimiento de Cristo, cómo se disolvía, y también el de millones de personas aquí, porque tuve que vivir el renacimiento, para mí mismo, de lo contrario me habrían faltado fuerzas.
Todo lo que vives... te sientes fuerte, ¿verdad?
Así que a mí jamás me podrán esto y lo otro y lo otro y esto; siempre tengo la palabra, porque en el otro lado he vivido todas las leyes para el nacimiento, para morir y la locura, las enfermedades mentales y todo.
Así que Cristo dijo: “Yo, pues, soy nacimiento”.
Y entonces no pudieron... no pudieron encontrarlo, verlo, ya se estaba desvaneciendo.
Y en la tierra se produjo el contacto con Su grado, al que había pertenecido antes.
Es esa tribu de la que procedieron José y María.
Y esa tribu, esa familia, que estaban listos para tal y cual tarea, y para tal y cual fuente, y también para tal y cual historia; todo eso significaba algo para seguir y fortalecer esa Biblia, la Biblia a pesar de todo..., pero más bien los fundamentos para la humanidad, para la fe, para la construcción de la Casa de Israel.
Porque de lo contrario Cristo tendría que haber empezado una nueva casa, una nueva secta, un nuevo fundamento, y entonces no habría sido Él quien lo hubiera tenido que hacer, sino que habría tenido que volver a nacer otro ser humano que dijera: “Hay un Dios”.
Entonces empezó.
¿Ven?
Pero José y María eran exactamente como ustedes y yo y todos.
No estamos desprovistos de voluntad, porque sé, sé sorprendentemente bien, cuando me entra el sentimiento y al ser humano de dar a luz a un niño, para la madre: sé que es lo más poderoso de todo para Dios y el cosmos.
Y entonces saben sorprendentemente bien qué sentimientos albergan.
Un perro y un gato, señor, son conscientes al cien por cien, hace no mucho hablé de ello, saltan por la ventana.
Pero dentro de nosotros también hay rugidos y truenos para dar a luz.
Y eso no es... no es necesariamente pasión, señor, sino que cien millones de personas dan a luz en una inmaculada unión con el espacio.
Y eso son los truenos para el nacimiento, hay relámpagos, estallamos de felicidad.
¿No es así?
Y de ese poderoso sentimiento, tan poderoso, señor, nada nos pertenece.
Solo cuando habla la personalidad.
Y ahora, señor, vamos a las posesiones humanas y entonces se convierten en pasión.
Desamparo, falta de voluntad en un grado de la maternidad.
Debería preguntarme sobre eso, señor, entonces le haré llorar, como hombre le haré llorar, así de profundo es, tan profundo, tan increíble, increíble que uno dice: “Dios mío, Dios mío, la gente, ¿qué sabe de eso?”.
Allí toca usted algo.
(Señor en la sala):

—Sí...
—Allí toca usted algo.
Me parece una cuestión muy interesante, debería sometérsela al maestro Zelanus, entonces ya vería qué conferencia se le ofrecería; porque lucha, no como un diablo, por Cristo y por José y María.
Hubo una vez alguien que lo dijo de la siguiente manera.
Dice: “José y María eran inmaculados, no sabían...”.
Dice: “Menudo lelo que era ese José entonces”.
Sí; eso vuelve a ser algo social, ¿entiende?
La iglesia católica dice: “José: ni siquiera fue José”.
¿Entienden qué historias se han ido añadiendo a este problema?
Señor, eso ya ha provocado guerras, la inmaculada concepción de María.
Esa iglesia católica solo lo agrava, dice: “El Espíritu Santo de Dios descendió en ella”.
Eso fue por sí solo.
Es imposible, es imposible en el espacio.
José y María eran uno físicamente y eso es lo más elevado de todo y lo más sagrado que ha creado Dios.
Eso a la iglesia católica le parece impúdico y obsceno.
Y Cristo dijo: “Tal como lo hiciste estuvo bien hecho.
Y yo he de inclinarme”, y se hizo niño.
Sí.
Así que aquí no hubo cuestión de voluntad propia.
Señor, cuando se da a luz a un niño nuestra voluntad ya no tiene nada que decir.
El alma en el mundo del subconsciente, el ser humano que atraemos como niño, como sentimiento, como vida, esa vida determina la vida en la tierra, no yo.
(Señor en la sala):

—Sí, sí.
—¿Y quiere decir usted, pues, que no tengo voluntad?
(Silencio)
Bueno, ¿me falta voluntad?
(Señor en la sala):

—Bueno, cuando miro un poco a mi alrededor en el mundo, vaya, que yo no tengo hijos...
cuando miro un poco a mi alrededor no puedo imaginarme que cuando nacen los niños, verdad, que eso haya ocurrido de modo consciente.
No, señor, yo era conscientemente uno y tuve una criatura.
(Señor en la sala):

—No por esa criatura.
—Sí, señor, se trata de una criatura.
Hay cien millones de personas en esa unión, en ese paraíso, y miran, viven algo, y no lo saben.
“Caramba”, dice, “ahora nos han pillado.
No contaba yo con eso”.
Pero otros sí contarán por ello.
Ahora vamos a comenzar.
Dice: “Bueno, pastillitas, todo fuera”.
Un aborto, adiós criatura.
Otro más, y otro y otro.
Conozco a alguien, por ejemplo, que tenía ocho hijos y ese hombre no quería más que quitárselos de encima, y entonces dijo la madre: “Pero ahora se ha acabado”.
Leyó uno de mis libros.
¿Y sabe usted lo que le dije entonces a ese señor?
Tuve que tratar a un enfermo y recibí un diagnóstico.
Vamos a ver: les voy a ofrecer un poderoso diagnóstico esta noche.
Entonces dijo el maestro Alcar: “Solo una criatura quitará los dolores de barriga, porque la matriz ha sido asesinada”.
Y una operación tras otra... de un especialista a otro por esos dolores de barriga...
Los ovarios estaban enfermos, la matriz enferma.
Y entonces llegué yo, tuve que fijar el diagnóstico.
Entonces el maestro Alcar dijo: “Ha habido aquí mucha chapuza, pero solo una criatura podrá salvar y curar el fuero interior”.
Y entonces dijo ese hombre: “Eso no lo hago”.
Señor, entonces entré volando una mañana y dije: “Señor, ¿ve ese puñal?”.
Digo: “Se te clava en el corazón si no le das un bebé a esa mujer.
Le destrozaré, es que lo haré”.
Tres semanas después, cuatro, cinco, estaba el niño.
Entonces dijo: “Pero, ¿lo habrías hecho?”.
Digo: “Claro que no, bobo”.
Digo: “Pero ella ahora sí que tiene un niño”.
Y entonces dijo esa madre: “Y ahora el señor tiene que contar algo más”.
El niño llegó, señor.
Entonces dijo ella: “Porque ahora puedo enmendarme”.
Así es como he luchado con la gente por un niño, y llegó.
Y entonces hay que..., hay que ver a la madre con remordimiento.
Pero el diagnóstico infalible, señor.
Cuando nació el niño los dolores desaparecieron.
El médico dice: “¿Qué le pasó a usted?”.
El nacimiento, señor, la evolución inmaculada, puro, de los tejidos sucedieron, y ya no hizo falta ningún especialista, el diagnóstico había sido infalible.
Tres operaciones para nada.
Cuatro, cinco mil florines, adiós, señor.
Solo la criatura, ese es el diagnóstico inmaculado.
Eso pasó.
Esa gente no lo quería; el niño vino.
Demuestra... —y centenares de miles de personas no lo quieren, el niño viene—, demuestra que el ser humano nunca llega a controlar el nacimiento para el alma, señor, de lo contrario seríamos destructores de la madre naturaleza y de la creación de Dios.
Cuántos niños...
(Señor en la sala):

—Es lo mismo, por eso digo “sin voluntad”.
—No, señor, la voluntad, la voluntad, la falta de voluntad...
La voluntad de ese espacio —escuche ahora bien, ya voy a seguir—, la voluntad de esa alma se convierte en el amor en mí para vivir el ser uno con mi mujer.
Llego a tener la voluntad, el ser uno, el paraíso, porque el alma dijo: “Atraeme y te daré el amor”.
Porque mientras tanto, sin saber, voy a...
Pero ahora tenemos que saberlo los seres humanos.
Y si enseguida usted...
¿Está casado?
Pues, hágalo rápido y pídaselo a su mujer.

(Risas).

Si resultara que se topa con una princesa en el espíritu muy cariñosa, muy cariñosa, señor, y si usted conoce estos libros y se preparan los dos para este poderosa instante, señor, entonces el nacimiento, la fuerza y la inspiración se disolverán, se disolverán en usted y entonces aparece el feliz sentimiento de aplastarlos hasta la muerte.
Y luego me dice que no tiene usted voluntad.

(Risas).

Querido señor mío, si en usted despierta ese sentimiento... pues, pues, bueno, claro, ahora se pensaba usted que lo contaría todo.

(Risas).

Pero el ser humano, el ser humano, de eso sabe...
Lo que ocurre con la atracción de un niño, el nacimiento de un niño... “Este es mi hijo”, dice él y ella dice lo otro.
“Sí”, dice, “pero se me parece, así que tú no tienes nada que ver”, tampoco lo saben.
Señor, conocen la psicología..., la psicología todavía no sabe nada del nacimiento en sí; es tremendamente profundo y hermoso.
La gente tiene muchas veces miedo de hacer preguntas sobre ello, para hay algo de verdad en eso.
Sí, señor, y eso ocurrió tan inmaculada y puramente, de forma cósmicamente natural con José y María, que cuando José se le acercó, ¿ven?, y empezó a vivir el silencio de la vida de ella, esa María, esa buena madre y él empezaron a prepararse para arrancar una manzana del paraíso del espacio, entonces oyeron detrás de ellos un “clic” y se cerró la puerta con llave.
Y él descendió en la vida de ella y no dijo nada, nada, nada...
Es algo sobre lo que tenemos que pensar, señor.
Cuando el alma quiere nacer, señoras y señores, niños, seres humanos, y creen que podrán atraer otro niño, entonces ya están viviendo, entonces a veces ya están en contacto siete años antes con el alma que tiene que nacer.
Siete años ya, siete meses, siete semanas, siete horas.
Pero ya está claro, con fundamentos, que despierta la ley del karma, señor.
Y eso es lo que soy yo.
Tengo que ver con esa criatura, o ella, uno de los dos.
Hemos de enmendar cosas, o algo recibiremos de esa criatura.
Pero la ley del karma, señor, ahora voy aún más lejos, domina actualmente todo.
(Señor en la sala):

—Exacto, también la voluntad propia.

(Risas).

—Si se pone pesado, lo dejo.
Si sigue machacando eso, lo dejo.
Mire, porque lo introduzco a usted en lo más hermoso que hay.
(Señor en la sala):

—Sí.

(El hombre dice algo más):

—También la voluntad propia.
No, lo que dije antes ya esté terminado y lo tiene que aceptar usted: sí o no.
Eso ya está acabado.
(Señor en la sala):

—Sí, pero no pueden anular el karma.
—Ahora voy a referirme a los estados accesorios, las cosas circunstanciales, que hemos construido.
Pero la ley del nacimiento ya se la he explicado y entonces me vendrá usted otra vez con la voluntad propia.
Eso es pegar el empapelado en la pared, ¡nada más!
¡Y volvemos a arrancarlo!
¿Lo comprende?
(Señor en la sala):

—Sí, lo uno es inseparable de lo otro.
—No, señor, son mundos todos, la ley de la naturaleza, el nacimiento, eso es el macrocosmos, es Dios, ¿lo entiende?
¿Está eso en nuestras manos?
No.
Eso se lo expliqué.
Ahora vamos con la atracción, estaba yo tratando lo de atraer esa alma; con o sin karma.
Le he explicado el sentimiento del nacimiento.
El nacimiento se convierte en mí en el sentimiento y el amor, el ser uno del ser humano.
Así que se me eleva, al cien por cien, en ese nacimiento.
¿Ha quedado claro eso?
Así que usted quiere decir: “Sin voluntad, falto de ella”.
Yo me hago nacimiento en el porcentaje que la naturaleza me puede dar, o sea, cien.
Así que soy voluntad, nacimiento, inspiración, amor, en ese instante lo soy todo porque soy el instrumento para que se produzca esa posibilidad.
¿Esa voluntad ya no existe ahora?
(Señor en la sala):

—No.
—¿Ya no existe esa voluntad?
Mire, la voluntad ya no está.
Usted lo tiene todo.
No, quiero decir, esa voluntad se ha quedado al margen, no tenemos por qué hablar con ella; usted se disuelve aquí en el nacimiento de otra persona.
(Señor en la sala):

—Sí.
—¿Lo ve?
Así que es usted nacimiento, no tiene que ver usted nada con la voluntad, se convierte usted en sentimiento, en amor.
¿No es poderoso?
Aun así, es profundo.
Y ahora les ofrezco: las circunstancias; estaba hablando del karma, iba a...
Tengo que ver con esa criatura, esta criatura me atraviesa y se me parece.
¿No les parece gracioso?
Esa criatura, esa alma me atraviesa y es igual que el padre.
Esa niña, ese chico, se parece a la madre, la madre tiene ahora contacto con esta criatura, esa alma atravesó a la madre, a mí no, el alma no me ha tocado.
Si esa vida me toca solo un poco, viene inmediatamente la materialización del sentimiento.
El sentimiento de la criatura se materializa por mi sentimiento, pero mi mirada y mi vida ya están en ella.
Es la forma, el rostro del hombre o la mujer.
¿Les parece asombroso?
Es puro y natural.
Así que la ley del karma, también tenemos la causa y el efecto, se va... también se disuelve en ese nacimiento, todo se disuelve en ese nacimiento y con eso tenemos que ver y no tenemos que ver.
Pero solo cuando empiece ahora esta criatura veremos si recibimos, o bien que tenemos que enmendar.
¿No es algo poderoso?
“Las circunstancias se habían creado y los sentimientos se habían depositado en José y María, por lo que pudo y tuvo que tener lugar la unión”.
Eso usted lo sabe.
Dios no hacía ni hace distinciones; también el Mesías nació de modo normal.
Todo eso es bueno.
“Esto contradice ‘Las máscaras y los seres humanos’, donde Frederik dice: ‘La madre que no quiere tener hijos es un parásito’”.
¿Es eso contrario a la ley?
Señor, ahora llegamos desde esa cosa divina a la desintegración humana.
La madre —ya se lo expliqué—, deformación, deformación, deformación... ocurre a diario.
Hay una madre que no quiere un hijo.
Una monja, un cura, son parásitos de la humanidad, porque tienen que regresar a la tierra, tienen que volver a seguir su evolución pero es que no quieren evolución; son parásitos.
¿Y contradice eso la realidad?
Sí, señor, se han echado a patadas de los nacimientos divinos, armoniosos, de los nacimientos.
Han fragmentado su vida y tienen que volver.
(Señor en la sala):

—Eso lo veo en vidas anteriores, experimentan ahora lo que han provocado en vidas anteriores.
—No, con eso no tenemos que ver ahora, con eso no tenemos que ver ahora.
(Señor en la sala):

—¿No se trata de eso...?
—No, eso se aparta demasiado.
Se está pasando usted... (El señor en la sala habla a la vez). Aquí tenemos que ver con la personalidad que aún no es madre.
Así que ahora la cuestión es: ¿es usted madre o no es madre?
Si no lo es, es lo más duro.
Continúa de todas formas, el plan, ¿cierto o no?
Entonces se convierte en pasión.
Así que ahora ya hemos violado, mancillado, deformado la armonía divina para el nacimiento, no queremos niños.
No queremos...
¿No quieres una unión en una homosexualidad?
Pero ¿qué es lo que quieres?
Ahora eso también se añade, se añaden miles de rasgos de carácter humanos que fragmentan y oscurecen el nacimiento.
¿No está claro?
Y eso es psicología inmaculada, humana.
(Jozef sigue leyendo): “Esto contradice ‘Las máscaras y los seres humanos’, donde Frederik dice: ‘La madre que no quiere tener hijos es un parásito’; son las demás madres las que se tienen que hacer cargo de la tarea de la madre renuente, y a veces dan a luz hasta veinte niños”.
Es lo que pasa entonces.
Hay madres que tienen veinte, doce, catorce hijos; y otra dice: “Mira, menuda conejera”.
La gente no sabe lo que dice.
Y ya entenderán: si un niño tiene que nacer, es imposible detenerlo.
(Señor en la sala):

—Exacto, quiero decir justamente: si un niño tiene que nacer, los padres jamás lo podrán detener.
—No, pero sí que lo pueden eliminar.
(Señor en la sala):

—No es cierto...
—Es posible destruirlo, ¿no?
(Señor en la sala):

—... se encarga.
Eso desde un punto de vista del karma es inconcebible, ¿no?
—Se puede destruir el fruto, ¿no?
Hay posibilidades para destruir ese fruto, ¿no?
O sea, eso es desintegración humana.
¿Es así?
(Señor en la sala):

—Sí.
Sí, eso es.
Y ahora, ¿qué?
Y ahora, ¿qué?
(Señor en la sala):

—Pero esa alma tiene que nacer, así que ese sentimiento se deposita, igual que con María y José, se deposita en ese padre y esa madre.
—Escuche lo que le voy a contar, y llegaremos a la cosmología.
Ahora yo soy el hombre —me tomo a mí mismo— y mi mujer, y digo: “Esa criatura no la queremos”.
Señor, ¿pensaba usted que eso estaba en sus propias manos?
¿Que yo asesine esa criatura?
A las madres y la gente que han tenido eso les daré un poco de paz.
El maestro Alcar dice: “Nunca hablamos de esto o si no se pone peor aún”.
Es incontestable que se encuentran ustedes ante un asesinato.
Pero si tengo que atraer un alma, señor, y tengo la conciencia de “que cuando haya llegado el momento ya me la quitaré de encima”, señor, entonces no llegaré a tener un alma que tenga que hacerse madre y que viva sesenta años en la tierra, sino que tendré al psicópata en mí y lo mandaré de vuelta; ese seguro que ya se volverá.
Solo podrá atraer usted —ahora voy aún más lejos, y todo eso son libros—, solo podrá atraer, señor, lo que viva en usted en cuanto a amor, y en cuanto a conciencia.
(Señor en la sala):

—Sí.
—Pero si usted tiene...
Si usted no tiene karma, entonces es posible.
(Señor en la sala):

—No lo creo.
—Su karma dice: “Yo primero, tengo que ver con usted, ya voy”.
Pero ahora tengo que vivir cincuenta años, porque eso está en mi aura, en mi espacio vital para este nacimiento, mi plasma, es sentimiento, es plasma, eso me sirve para vivir cincuenta, sesenta años aquí.
Y entonces eso lo puede asesinar un ser humano cuando llegue yo allí?
¿Es así?
Está claro, ¿no?
Pero ahora precisamente tuerzo a la izquierda, porque es allí donde nazco; aquel no tendrá la oportunidad de asesinarme, señor, porque yo lo que soy es nacimiento.
Y eso el ser humano ni siquiera es capaz de destruirlo.
El ser humano destruye un fruto, pero lo que destruyen es desintegración espiritual.
Así que la desintegración atrae desintegración.
(Señor en la sala):

—Sí.
—Hasta el punto, señor, de que el ser humano que diga “He asesinado a una criatura”... de ello podría decir yo, y los maestros también: “Ya le gustaría”.
Porque eso ya estaba determinado.
(Señor en la sala):

—Sí.
—Eso lo sabía esa alma.
Antes de que esta naciera, ella sabía: mamá pasa por allí una aguja y yo regresaré a donde he de ir.
Tampoco eso siquiera está en nuestras manos, porque entonces no estaría usted aquí ni yo ni nadie, porque entonces el ser humano tendría la vida de Dios en sus manos y podría decir: “A ti te voy a mandar de vuelta, mira qué bien”, y arroja esa vida al rostro de Dios.
Pero ni siquiera tenemos la oportunidad de hacer eso, porque todos recibiremos desintegración, psicópatas, medio conscientes, personas que tienen que volver a nacer y que aun así habían desgarrado aquel fruto.
Señor, conozco estados, conozco estados para el suicidio, donde el ser humano se suicidó él mismo, pero no era suicidio.
Y también conozco estados, los seguí y viví todos con el maestro...
Vino a verme una madre y me dice: “Sí, claro, se me hace terrible, pero he destruido un fruto de tres meses y ahora me duele el vientre, ¿puede hacer usted algo?”.
En el mismo instante empiezo a tener mi visión.
Mi maestro lo primero que hizo fue ponerse con el tratamiento y dice: “Ya le gustaría haber podido destruido un alma y un fruto, pero ni siquiera puede hacerlo, ese fruto se desprendería de la materia del embrión”.
¿Entiende?
Y entonces a ella le entró ese sentimiento y participó la madre en un treinta y cinco por ciento para eliminar ese fruto, pero el setenta y cinco por ciento era para el alma; ni siquiera era ella.
Hasta allí va.
¿Todavía puede usted analizar semejantes cosas y contemporizar con ellas?
Sí, señor, porque han surgido asesinatos por seres humanos que no eran asesinos.
Hubo una criatura, una criatura, una chica, se metió al agua y dijo: “Me vuelvo”.
“Por qué?”, dice el padre, es un espiritualista, uno bueno, y también tenía un buen contacto.
Entonces se fueron a Holanda y detrás de la casa ella se metió en un canal y se ahogó.
Y cuatro semanas después volvió: “Padre, era mi hora”.
¿Entiende?
Y yo conocía esa gente, habíamos atinado, estaba bien.
Ya comprenderá usted, señor, ¿qué universidad no está metida en esto?
Eso no lo sabe ningún erudito en la tierra, señor, ningún yogui, ningún egipcio, esto solo está en manos del maestro Alcar y los maestros.
Esto que les digo esta noche es una revelación para la humanidad.
Eso no hay ser humano en la tierra que se lo pueda explicar de lo profundo que es; somos capaces de hacerlo humanamente, con desintegración, inconscientemente —o sea, desintegración—, espiritualmente, espiritualmente, espacialmente.
Y ahora les puedo ofrecer la palabra divina en este instante, porque estoy en contacto, ¿entiende?
Y entonces solo dirá usted: “Sí, así es”.
Y eso lo sentirá debajo de su corazón, el que no puede ser de otra manera: así, así es.
(Señor en la sala):

—Sí, es que le doy la razón ahora mismo.
—Gracias.
Pero desde luego que me gustan ese tipo de preguntas porque contienen mucho.
Ahora tenemos aquí: “Cada alma nace en el momento fijado por los maestros”.
No, señor, los maestros no tienen nada que ver con eso, ni siquiera está en manos de Dios: todo eso es una posesión del alma.
(Señor en la sala):

—Bueno, pues, yo lo siento de otra manera.
—Pero ¿entiende usted el alcance que tiene esto?
Ya no lo tiene Dios, porque usted es de hecho el dios que quiere nacer.
—Si María o José no hubieran querido, ¿tendría que haber sido otra pareja de padres cualquiera la que hubiera asumido la tarea?
—Si esa gente no hubiera sido consciente, señor, entonces Cristo habría estado donde los conscientes, pero María y José eran conscientemente alumbramiento y creación, nada más.
¿Está claro ahora?
¿Está claro?
Parece que no le entra.
No sabe.
Pues, sí, es una lástima para mí, porque entonces eso no me sirve de nada.
Se lo volveré a leer: “Si María o José no hubieran querido...”.
Ahora lo he explicado tantísimo, espiritualmente, macrocósmicamente; no hay cuestión de voluntad.
Ahora lo he aclarado por medio de diversas posibilidades y sigue usted encogiéndose de hombros; pues es una lástima, porque así no avanzaremos.
“Sí María”, lo pone usted con mayúsculas, “o José no hubieran querido, ¿tendría que haber sido otra pareja de padres cualquiera la que hubiera asumido la tarea?”.
Claro, entonces no se daría..., no se da ninguna María ni ningún José.
Eran padres conscientemente, y crearon y dieron a luz, era posible, no tenían ochenta años, tenían esta edad y la otra, eran capaces de dar a luz y de crear, así que aquí ya no hay cuestión de voluntad, llegó Cristo, llegó el nacimiento de Cristo; y ahora me viene usted con estas.
¿Sigue sin enterarse?
(Señor en la sala):

—Ahora ya sí.
—Entonces por qué no dice “sí”, y puedo seguir.
Me lo pone difícil.
(Jozef sigue leyendo): “Yo creo que es inconcebible que todo esté organizado de manera cósmica para evitar el caos”.
En el nacimiento para el ser humano, señor, nunca se había producido un caos.
Y entonces debería mirar un poco —ahora vamos de nuevo a otro problema—, debería mirar un poco por toda la tierra cuánto..., lo profundo que es el caos que el ser humano ha creado por la paternidad y maternidad.
Y en estas no hay..., no se les ha privado ni siquiera de un solo puntito de luz erróneo, ni uno solo, ni de un grado, ni de un numerito, ni de una mínima parte del cien por cien que pudiera ser violado por el ser humano.
El nacimiento para el macrocosmos, en manos del ser humano, sigue siendo de una pureza divina; se lo acabo de explicar.
¿No les parece tremendo eso?
De lo contrario la vida —dije— estaría a la venta.
Y entonces podrían hacer y deshacer, y yo lo que quisiera; pero el nacimiento continúa.
Si ustedes, y yo, no queremos, señor; hay una madre y un padre, dan ahora a luz a veinte niños por mí, y por ustedes, y por otros.
¿No es una gloria?
¿Está claro ahora?
(Señor en la sala):

—Si, pero no puedo imaginar lo que dice usted, eso sí que les da otro karma, otras circunstancias.
Bueno, es como si dijéramos: en La Haya hay alguien que no quiere tener un hijo, y resulta que este nace en París.
—Señor, vuelvo a tener la palabra, ya la tengo preparada.
Yo me niego, y usted y la mujer, la madre, nos negamos.
¿No?
Ahora hay... entonces digo: ¿hay ahora otra persona que se recupera por mi karma... (quizá se quiera decir: hay ahora otra persona que mejora mi karma)?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Señor, esa alma, esa alma que va hacia allá, está conectada con un espíritu de grupo, que son los millones de personas con las que tenemos que ver, son las madres de un solo grado.
Soy atraído por esa madre, tengo que nacer —y se niegan— porque tengo que ver con ella.
Si yo tuviera que ver con usted en un cincuenta por ciento y usted me rechaza, entonces viene ese cuarenta y nueve por ciento de la que viene después, y yo tengo que ver con esas personas en un cuarenta y nueve por ciento.
Es decir: el karma más elevado, el karma más profundo vivido con el ser humano atrae, antes que nada.
Así que usted está trabajando aquí, y piensa usted y siente, es usted ser humano, tengo que vivir con usted el karma más intenso de todos, o sea soy atraído por el grado más elevado en cuanto a karma.
¿Y se niega usted?
Entonces aparece el cuarenta y nueve por ciento y allí es donde voy; pero nacer, eso sí que haré.
Hasta el uno por ciento y entonces tendré como poco mil padres y madres que pueda vivir, que me atraerán, y recibiré mi nacimiento, entonces solo por el cinco por ciento, uno por ciento, ese cincuenta por ciento ya vendrá más tarde.
Cuando llegue usted a ese punto también ya aparecerá usted.
¿No le parece divertido?
(Señor en la sala):

—Pero ¿por qué no se pone en ese cincuenta y uno por ciento el sentimiento que sí naceré, pues?
—¿Por qué no se pone entonces el cincuenta y uno por ciento de sentimiento en usted para sí hacerlo?
(Señor en la sala):

—No, dice que si usted ha sido atraído por mí en un cincuenta y uno por ciento y por otra persona en un cuarenta y nueve por ciento, y yo no quiero, que entonces pasará de largo el karma, que tomará el karma del cuarenta y nueve por ciento.
Eso no lo entiendo.
—¿No lo entiende?
Es decir, señor, si usted se niega a atraerme —¿no es así?— entonces también habré vivido con esas personas de allí, en Jerusalén, en Francia, y estas me atraerán.
Esa gente existe ahora.
Y a usted me lo encuentro por el camino, pero llego, y usted llega a estar delante de mí para enmendarlo.
¿Entiende?
Pero ese nacimiento no se deja detener, continuará.
Y así...
Y eso solo lo podrá encontrar donde las madres que tienen diez y doce y quince hijos, porque ellas son irradiadas por la desintegración de los otros seres humanos, estos pueden dedicarse ahora a repararlo.
Tenemos que escribir un libro sobre esto porque de todas formas no se va a aclarar usted, se está aferrando a algo.
¿Lo han comprendido todo, gente?
(La gente en la sala asiente).
Pero poco a poco entonces...
Pero, bueno, quiero hacer todo lo que pueda.
Aquí también hay: “En mi opinión es inconcebible que todo esté organizado de forma cósmica para evitar el caos; a una mujer no se le concede el deseo y a la otra no le queda más opción que querer”.

No, la otra mujer está preparada para recibirme.
Preparada, y yo tengo que ver con esa vida, de lo contrario no podría atraerme.
Pero también hay instantes en el macrocosmos que nadie me puede atraer, allí, naturalmente, también llegaremos a estar.
Nadie más que mi Crisje, la madre Crisje, pudo atraerme en ese mundo.
Ya me encontraba en la primera esfera, venía yo de un mundo, yo ya estaba allí, ahora soy una reencarnación pertinentemente consciente.
Y a Crisje la conocía: del Antiguo Egipto, de allá, de allá, en Jerusalén, allí y allá y allá, de allí conozco a esa alma.
Soy uno con ella de forma tan profunda e intensa, casi es imposible más, ya no es posible sentir más profundamente y ser uno con una madre y un hijo.
¿Qué es eso?
¿Lo ve?
Esas vidas las conozco.
Para ya nadie en la tierra podría haberme atraído, porque estoy listo con el karma.
Ya solo puede recibir cuentas aquí, señor.
Si ahora... le puedo contar cosas que he vivido, de una belleza tan impresionante...
Es una locura, porque el ser humano no conoce su pasado.
En el pasado, o hace años, alguien me dijo: “Aquí, aquí es donde se tiene eso”.
Dije: “Eso no me lo das, porque todavía se me debe mucho”.
Por eso, eso, pues, es una factura.
Ya les sorprendería.
¿No les gusta?
Señor, todavía recibo facturas de la gente, a diario, piensan que esto y lo otro, pienso: ‘Vaya, allí hay otro de esos de allá’.
No del norte de Brabante, no.
Pero entonces tenemos que ver unos con otros, esos lo hacen así.
Y entonces creen que hacen el bien, señor.
Nunca hemos de pensar que hacemos el bien, estamos ante un ser humano y decimos: “No, no sé de qué se trata, pero los he ayudado”.
Señor, eso sí que es cierto.
Mire un poco en eso.
(Jozef sigue leyendo): “Tampoco el karma de la masa resuelve este problema, porque el karma individual, atraer un alma y dar a luz a la criatura, está entremezclado, disuelto en el karma del grupo”.
Señor, eso, pues, es lo que hemos tratado.
Lo ha entendido bien.
“Ambos tipos de karmas los tenemos que vivir, es algo que no podemos deshacer ni modificar”.
Tampoco.
“Sí podemos, y es algo que de hecho siempre hacemos, generar nuevo karma, pero tendremos que procesar el karma ya causado.
Ahora estamos haciendo las cosas añicos, de nuevo”.
Todas esas cosas las ha entendido usted de maravilla.
Y si lo retiene un momento y piensa más a fondo —¿lo hará?— entonces, como comprenderá, entonces llega a tener en sus propias manos un problema cósmico, y eso es una posesión grande y poderosa, porque si lo retiene bien, señor, entonces le llegará un libro de setecientas páginas, y eso lo está viviendo usted mismo.
¿No le parece divertido?
Pero lo ha entendido bien, muy bien.
Tengo que... solo quiero...
Mire, esa falta de voluntad, eso, pues, no existe, eso tampoco lo tira ahora, ¿no?
¿Que no?
¿Lo tira?
No, esos ojitos aún no me dicen gran cosa.
Que si tira por la borda eso de la falta de voluntad, ¿está resuelto?
(Señor en la sala):

—Sin duda.
—Gracias.
(Señor en la sala):

—Sí, yo..., yo..., sí...

(Risas).

—“Pero sí podemos generar de hecho nuevo karma”.
Eso lo sabemos.
“Todo lo que el hombre siembre, eso también segará”.
Señor, allí lo tiene.
“De eso se desprende que el ser humano no tiene voluntad en ese momento y que experimenta el karma de forma pasiva”.
Eso, ¿de qué estábamos hablando en realidad?
Eso es... pero eso a su vez va a la personalidad, al propio ser humano.
“No es fatalismo, dado que está en manos del propio ser humano mejorar su futuro karma, el nuevo karma, respecto al ya causado”.
Muy bien también.
“La madre que no quiere a dar a luz y que tampoco los tiene, pues, puso la semilla del no querer en vidas anteriores”.
Señor, eso está muy bien, ¿ve?
La madre, por ejemplo, que en cambio no es madre, eso no tiene por qué ser desintegración de la vida anterior; puede que esté lista.
De alguna manera todavía es para aquí.
Pero hay masas, millones de madres aquí que no tienen hijos, llegan a tener abortos, al cuerpo del niño se le saca del cuerpo hecho trizas; eso es karma, porque de lo contrario no existiría, ¿no?
Vive en desintegración, destrucción.
¿Cómo puede destruir la creación algo si evolucionamos de forma armoniosa, si estamos listos para recibirla?
—O sea, es un trastorno cósmico.
—No, señor, eso está dentro del ser humano.
Si lo trata más en detalle, señor, le podré decir por qué y cómo se destruyen esos tejidos, señor, y por qué esa criatura se queda torcida, señor, y por qué esa criatura yace allí de aquella manera, y así, y asá, y por qué, por qué, por qué.
Todo eso lo podemos explicar, los maestros son capaces de eso.
¿Por qué no se lo pregunta a un médico?
Ahora llegamos a los médicos, aquí el ginecólogo puede recibir clases, señor, no se entera, por qué, por qué, por qué.
Ahora se pone a buscar en los tejidos; y resulta que lo ha hecho el espíritu.
Pueden ahora surgir trastornos materiales por un paso, un querer equivocado, un yacer equivocado, pero la profundidad en el ser humano ha provocado el trastorno y le ha dado esa posibilidad.
¿No le gusta?
¡Es infalible!
Les he contado en el pasado de una madre.
Tuve que ver con ella.
“Pues”, dice su hermano, “está de doce meses y sigue sin tener el niño”.
Y entonces el médico esperó dos meses más.
Entonces dijo: “¿Estás loco o lo estoy yo?”.
Digo: “Ese médico tuvo que ser lelo, porque después de nueve meses... son cinco meses más... son más de catorce...
Cinco meses más, ¿y todavía no se había enterado?
¿Un retraso de cinco meses?
Yo me habría puesto a gritar.
Con un retraso de tres semanas yo ya estaría poniendo el grito en el cielo”.
Entonces me dijo: “Esto no lo voy a tolerar”.
Pues, sí, qué milagro.
Por sugestión, todo estaba.
Todavía estaba... estaba aún más oronda que una madre habitual.
Pensaban que iba a tener trillizos, y no había nada, solo aire.
El aire espiritual, señor, es algo terrible.
El aire espiritual es fuerte.
La voluntad del ser humano...
Bueno, ahora ya me dirá usted: el ser humano no tiene voluntad.
Pero la voluntad del ser humano es dar a luz y crear, señor, es más fuerte que cualquier otra cosa.
Atravesamos el acero con una seguridad infalible.
“La madre que no quiere, pues, dar a luz”, eso ya lo hemos tratado.
“La madre recibe ahora, tiene que dar a luz”, que es de lo que se trata para mí, “aquello a lo que ha dado vida en vidas anteriores, lo que ha causado”.
Hasta ese punto hemos llegado ahora.
“Le doy las gracias de antemano”.
¿Tenía alguna cosa más?
(Señor en la sala):

—Ahora no.
—¿Qué dice usted?
¿Nada más?
(Señor en la sala):

—¿Puede decir algo un momento?
—Señor, ¿es un problema poderoso?
Esto merece la pena.
(Una señora en la sala intenta decir algo).
Si los miles...
La Universidad de Cristo —enseguida estoy con usted— tiene centenares de miles de libros.
Y sobre todas esas cosas, señor, tengo que escribir libros, mi vida es demasiado corta, y sobre todas esas cosas, sobre miles de problemas, cuestiones humanas, divinas, espaciales.
Esos libros los escribiremos cuando estemos en el otro lado y esté listo el instrumento directo, el aparato, la voz directa.
Entonces estará lista mi tarea y la del maestro Zelanus allí y seguiremos.
Porque no hay ni una persona en la tierra que tenga libros como yo, como yo.
Mi tarea en el otro lado es que más tarde la humanidad, las clases académicas, las universidades... y entonces podrán poner esas cintas (las grabaciones de audio de estas noches).
Y eso ya no será dentro de mucho tiempo, las guardaremos como tesoros y diremos: escuchen primero esas noches que ofrecimos en Conócete a ti mismo.
Y ahora a sentarse, a sentarse y a escuchar, ¡mi palabra es ley!
Y ahora también sobre esto.
Ya podrán decir —siempre hay gente así—: “¿Seguro que es así?”.
Pero tengo en mis manos la ley divina como palabra y la oigo y la veo.
Y si les digo: “Así es, señor”, nunca más podrá cuestionarse, porque estoy seguro al mil por ciento.
Soy verdadero en estas cosas.
Porque ¿sabe usted lo que pasó conmigo?
Digo: “Eso se lo cuentas a tu abuela, primero quiero verlo”, y entonces me lo mostraron.
¿Tienen algo más por allí?
(Un señor en la sala):

—Aceptar está mal, ¿no?
—¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—Aceptar está mal, ¿no es así?
—Lo que tiene que hace usted es saber.
(Señor en la sala):

—Usted está seguro al mil por cien, ¿verdad?
No puede aceptarlo...
—Lo que tengo que hacer es saber.
(Señor en la sala):

—Sí, para usted mismo, pero cuando se está como oyente aquí.

—Aceptar está mal.
(Señor en la sala):

—Sí.
—Puedo decirle, alégrese de que pueda decirle: esta palabra es la verdad.
No hay condena.
No hay muerte.
Lo que hacemos, en cambio, es elevarnos más y más.
Ya sé que luego se irá a casa: “¿De verdad que será así?”.
Adiós velada.
Es lo más desagradable que hay, señor.
Es lo peor que hay.
Estas noches me dan náuseas, ¿no lo sabe?
¿Por qué?
Bueno, hay alguna que otra persona sentada allí a la que consigo elevar, y dice...
Porque ustedes no conocen mi felicidad; mi sabiduría es mi felicidad, mi vida, mi fuerza, lo que me infunde alma.
Y entonces siguen diciendo ustedes: “¿Seguro que será...?”.
No van a calarlo jamás, es que no.
Yo por mí encantado de volver a hacer lo que hacía antes —cosechar patatas— en lugar de esto.
Ustedes podrán asumir mi tarea enseguida, si así lo desean, es que conozco sus sentimientos, los conozco.
Están contentos, agradecidos, pero no logro sacar de ustedes lo que quisiera.
La aceptación, señor, es algo que tiene que poder vivir.
Yo lo he vivido todo.
Esa alegría de la sabiduría la pueden...
Aquí les he contado milagros, prodigios; y ¿dónde se han quedado esos milagros, esos prodigios?
Ay, señor, quizá estén tirados por las calles de la ciudad, pero eso es cosa de ustedes.
A mí me importa un comino su alegría.
¿Les parece que soy duro?
Señor, todo esto lo hago por mí mismo.
Me divierte, y de todas formas pagan ustedes sus entradas.

(Risas).

Y, señor, eso me permite comprarme mañana unos bocadillos, de lo contrario no me llegaría.
O sea, dicho de otra manera: no tengo que escatimar palabras, porque solo así me llega para comer.
Bueno, señor, o me pongo a vender flores: “¡Flores, bonitas flores!”.
Ya vería qué fácilmente y en qué poco tiempo me las quito de encima.
A las señoras las miro a los ojos y les digo: “Vamos, madre, tengo cuatro, cinco hijos y...”, yo también tengo que comer, ¿no?, “bonitos colores, miren, qué colorcitos”.
Eso sí tiene guasa, pero bueno, de lo que hablamos es: usted dice “aceptar”.
No, señor, eso todavía no es saber.
Si usted pudiera vivir mi palabra, los libros, en los infiernos y los cielos, yo ya no le haría falta.
Sé lo difícil que es, pero también sé cómo lo he recibido aquí.
He dado todo a cambio.
Les cuento una pequeña historia de la guerra, les puedo contar sin problema cien mil cosas por las que me dejé la piel, aunque fuera chófer.
Exprimo las cosas que hago a fondo, lo que hago es pensar.
Y cuando llegaron los maestros dije: “Claro, lelo, eso mejor se lo cuentas a tu abuela”.
Dice él: “Te lo demostraré”.
Al comienzo siempre hablábamos así de vulgarmente.
Entonces dice el maestro Alcar: “Así estaremos más cerca, Jeus.
Porque a ese André lo voy a construir de nuevo, aún no me conoce.
Y tengo que darle fuerza e infundirle alma”.
¿Lo entienden?
Señor, ya es la hora.
¿Hay una señora por allí con algo más?
(Señora en la sala):

—“Sí, según lo que piensa el señor, el hombre y la mujer que tienen contacto carecen de voluntad, y la mujer que se niega sí tiene una voluntad, pero eso es imposible, ¿no?”
—¿Es cierto eso, señor?
(Señor en la sala):

—No he entendido muy bien a la señora.
—La señora dice...
(La señora en la sala):

—El hombre y la mujer que tienen contacto carecen de voluntad y la mujer que se niega resulta que de pronto sí la tiene.
Es imposible, ¿no?
—No, claro, eso es imposible.
Tiene razón la señora, en efecto.
Dice usted...
(Señora en la sala):

—Eso está claro.
—Muy claro, en efecto.
(La gente en la sala se pone a hablar.
Alguien dice):

—¿Podría explicarlo usted un momento, porque ese señor no lo oye bien, está algo sordo.
(Jozef comienza):

—Ella dice: “Las personas que no lo quieren...

(La mujer completa sus palabras):

—... las que tienen contacto, no tienen voluntad, según el señor...

(Jozef continúa):

—... que tienen contacto como padre y madre no tienen voluntad, y la mujer que no quiere hijos, ¿tiene voluntad porque no quiere el bebé?
(Señor en la sala):

—Así es.
—Mire, vamos a las voluntades, señor, que son humanas, animales y preanimales, y que carecen de significado para Dios, es parte de la desintegración.
Eso está claro, ¿no?
Señoras y señores, ¿he podido aportarles aunque sea algo esta noche?
(Gente en la sala):

—Mucho.
—¿Cómo dicen?
(Gente en la sala):

—Mucho.
—Pues entonces hasta el domingo por la mañana en (la sala) Diligentia.
Gracias por su atención benevolente.
(Aplausos)