El despertar de un alma

Por el camino me entró la sensación de volver a mostrar que había aprendido a sintonizarme.
Pasé como un rayo por el espacio y me sintonicé con las ciudades donde habíamos vivido.
Volé veloz como el pensamiento hacia ellas, percibí y tan rápido como había venido regresé a mi padre que había abandonado la primera esfera dando un paseo.
Me había seguido, así que sabía dónde había estado.
Un pensamiento que me entró me decía que más adelante recorrería este mismo camino solo con Annie.
Mi padre me demostró que lo había sentido correctamente al preguntarme:
—Podrás convencer a Annie de esta vida tú solo, ¿no es así, Theo?
¿O todavía me necesitarás?
La mejor manera de alcanzarla será estando en este espacio con ella sola (—dijo).
Me alegró la propuesta de papá.
Me ofrecería la oportunidad de servir y de demostrar que había aprendido aquí unas cuantas cosas.
Ya me veía planeando con ella por el espacio, tal como lo había vivido con papá, pero ahora con mis propias fuerzas.
—Cuando estés de camino, Theo, y creas necesitar ayuda tienes que pensar en nosotros, en Angélica y en mí.
Te seguimos a donde vayas y te ayudamos.
Nuestra unión se ha hecho completa, nadie puede interferir.
Te entrarán los pensamientos como ya lo viviste aquí una y otra vez.
—Entonces ya no tengo miedo, padre.
Lo haré lo mejor que pueda (—dije).
Pronto llegamos a la tierra crepuscular.
De nuevo andábamos entre todas esas pobres personas, muertos en vida, que deambulaban por esta tierra envuelta en niebla.
Y sin embargo estaban tan cerca de la luz y del calor.
Si tan solo quisieran hacerse conscientes de su estado, si solo tomaran las riendas de sus vidas, aquí había ayuda para todos ellos.
—¿Ya está Annie convencida de su vida, padre?
—Eso no, hijo mío, pero está dispuesta a escuchar, y eso ya es mucho.
Cuando la vimos la primera vez, vivía en un estado de choque espiritual.
Ha despertado de ese estado.
La hermana que la cuida ya ha hablado de nosotros.
Pero eso aún no lo acepta.
Pero cuando nos vea, tendrá que darse por vencida.
Entonces ya no huirá de nosotros.
Su pequeño mundo aún no ha cambiado, cierto, pero para eso tú darás el primer paso si la ayudas a convencerse de su vida terrenal.
Ya sabes que solo cuando se haya liberado de esa vida podrá comenzar con esta.
—Padre, dime, por favor, ¿qué cosas tendré que contarle?
—Eso lo sentirás en el instante en que hables con ella.
No dejes de sintonizarte con nosotros, Theo.
—Y a su madre, ¿quién la ayuda?
—Ella, a su vez, recibe ayuda de otros.
Cuando Annie haya llegado a ese punto, podrá hacer algo por su madre.
Entonces se llevarán a la primera esfera.
—¿Tengo que quedarme con Annie, padre, para ayudarla a seguir?
—No, no hace falta, Theo.
Cuando hayas conseguido que pueda empezar con su propia vida, tú volverás a construir tu propio estado.
Hay suficiente ayuda para ella en la esfera.
—Pero, padre, ¿no hizo usted también todo lo posible por Liesje y por mí?
—En tu vida existía esa posibilidad.
Si no hubieras sido alcanzable para esa ayuda completa, tendría que haberte soltado.
Entonces todo tu desarrollo se habría desenvuelto de otra manera.
Te habrían ayudado otros y yo habría seguido en mi propio estado.
—¿Por qué, padre?
—Tienes que preguntar, hijo mío, quién regula estas leyes.
Pero eso es muy natural.
Aquí existe una ley según la cual no está permitido que unos puedan ser vividos por otros.
Si Annie aún no hubiera llegado a este punto, ni siquiera se te habría concedido hacerla consciente de su vida terrenal.
Entonces lo habrían hecho otros por ti.
Así que es una gracia que ella misma se ha ganado.
De este lado los seres humanos no pueden vivir a costa de los otros, ni siquiera si estos se mostraran dispuestos a ello.
Está completamente descartado.
Quien no quiera tendrá que esperar, pues, y ver pasar los siglos con los brazos cruzados.
Porque así aquí hay muchos —pudiste seguirlos— que se muestran inaccesibles a la ayuda de esferas más elevadas.
Prefieren esperar a Cristo, dicen, porque les han hecho creer que en la vida eterna Él irá a ellos.
Viven en Su paraíso, dicen, en Su atrio, y esperan a que Él venga a buscarlos para llevarlos a Su cielo.
Los años van pasando y Cristo no viene, y es que no puede venir, porque ¿cómo iban a entrar en un cielo estas pobres almas, cuyo amor es tan yermo como la tierra que pisan, cómo iban a estar preparadas?
Ahora conoces la primera esfera, Theo, y por encima de esta hay otras seis.
Y Cristo ni siquiera ha visto todavía a un maestro de la séptima esfera.
Ni siquiera estos están preparados para entrar en la esfera de Cristo.
Tendrán que recorrer muchos grados antes de poder alcanzar ese punto.
Pero ¡el hombre que se adentra desde la tierra en la fría tierra crepuscular como sintonización suya cree que Cristo lo estará esperando!
¡Y esa terrible alucinación se la metieron en la cabeza las iglesias!
Así es como se han destruido innumerables almas para los próximos siglos.
Pero, gracias a Dios, algún día empezarán a dudar y solo entonces serán alcanzables para la ayuda espiritual.
Mira, Theo, estamos llegando al lugar donde reside Annie.
Está sola (—dijo).
Ahora la vi yo también.
Iba andando de aquí para allá, sumida en pensamientos, con la cabeza inclinada hacia el suelo.
Se le notaba que había habido cambios en ella.
Papá me dijo que esperara.
Primero hablaría él con ella, yo tenía que seguirlo en todo, así podría escuchar su conversación.
Era posible gracias a la clariaudiencia, un grado que en las esferas de luz poseía cualquiera.
—Hola, Annie —oí que dijo papá.
Annie se asustó, no había oído llegar a papá.
Se lo quedó mirando largo tiempo, intentando averiguar quién era.
Por lo visto vio algo en sus rasgos que le resultaba familiar.
—¿No me conoce? —preguntó papá entonces.
Se quedó pensando profundamente.
No le quitaba ojo.
Papá estaba incidiendo en ella, depositando sentimientos en ella.
Entonces dijo:
—Soy el padre de Theo, Annie.
Ya llevo mucho tiempo en este mundo.
—Pero eso no es posible, ¿no?
Papá esperó unos instantes y entonces dijo, lentamente y con mucho énfasis:
—Créeme, hija.
Digo la sagrada verdad.
¿Quieres aceptar que soy el padre de Theo?
Me quedé en vilo mirando a Annie y no pude suprimir un suspiro de alivio cuando por fin respondió:
—Sí, padre, lo creo.
—Hija, ¿quieres aceptar entonces también que falleciste en la tierra y que ahora resides en la vida eterna?
—Eso es lo que aquí me dicen también, padre, pero se me hace imposible creerlo, porque a fin de cuentas estoy viva.
No estoy muerta, padre, vivo.
Y ¿dónde está Theo?
¿Por qué no viene a casa?
¿Estuve enferma?
¿Por qué no viene Theo?
Y ¿dónde está Liesje?
Papá la deja terminar tranquilamente.
A ella la tranquiliza poder hacer esas preguntas.
Entonces papá dice, señalándome:
—Por favor, mira allí, Annie.
Vuelve a asustarse mucho.
Otro encuentro tan rápidamente la supera, le mete miedo.
Está a punto de desmayarse, pero papá la sujeta con su voluntad, por lo que sigue consciente.
Entonces me acerco.
Sé cómo he de actuar.
La miro a los ojos y no aparto la mirada.
Entonces ocurre algo con lo que yo no había contado de ninguna manera.
No da ninguna señal de reconocimiento.
Me sigue mirando como si fuera un extraño y dice entonces:
—No conozco a ese hombre, padre.
Es un desconocido.
Theo no es.
A mí no me dirige la palabra.
Pero papá me deja sentir que todo va bien.
Annie, mientras tanto, me mira continuamente, intenta sondarme.
Siento ahora que no es capaz de hacerlo, la conciencia inferior no puede sentir la superior.
—Mi Theo —vuelve a decir Annie— es mucho mayor.
Este hombre sí que se parece un poco a él, pero tampoco lo es realmente (—dice).
Papá no responde más a estas palabras.
Le dice que tiene que ver en mí a su maestro que la ayudará en todo y que quiere convencerla de su vida.
Sola no logra avanzar aquí más, según le da a entender, por eso tiene que acompañarme a la tierra, donde le quedará claro todo lo que ahora no comprende.
Y Annie vuelve a reaccionar diciendo:
—Pero todo eso no son más que majaderías, ¿no?
Porque estoy viva, ¿no es cierto?
Entonces papá habla muy seriamente con ella y le indica que tiene que entregarse a nuestra ayuda si quiere conseguir salir de esta tierra desagradable y fría.
Esto ayuda.
Ella dice:
—No es que no quiera, créame.
Pero ¿dónde está mi madre?
—Aún tiene que quedarse un tiempo aquí.
La ayudaremos más tarde.
Annie da un paso hacia mí y acepta de este modo mi ayuda.
Papá se despide de nosotros.
Ahora comienza mi tarea de convencer a mi esposa, a mi Annie, de su vida eterna.
Me doy cuenta de que me busca.
Pero no está familiarizada con mi aspecto.
En la tierra ya tenía calvicie, estaba empezando a tener canas, y aquí soy como un hombre joven de treinta años con el pelo rubio rizado.
Pero aun así hay algo en mí que cree reconocer, y que le recuerda a su Theo.
Esto la acerca a mí.
Me estremece esta gran felicidad.
Quisiera postrarme para agradecer a Dios esta gracia.
Pero ahora tengo que actuar.
—¿Me quiere seguir, por favor? —le pregunto.
—¿A dónde me lleva? —desea saber de inmediato.
—Vamos a la tierra, tengo que mostrarle allí diversas escenas que usted conoce.
Después volveremos a las esferas.
Seguimos caminando juntos.
Ninguno de los dos dice nada.
Entonces siento que tengo que intentar elevarla, igual que hizo papá conmigo.
Le digo que puede hacerme preguntas si quiere saber algo.
Asiente con la cabeza, pero no dice nada.
Entonces me sintonizo con el espacio material y le pido que me dé una mano para conseguir el contacto adecuado.
Entonces nos elevo a los dos.
Esto sucede tranquilamente, la tierra crepuscular se va difuminando, ya vivimos en el espacio material.
Qué poderoso es todo.
Así de rápidamente ya se me concede transmitir a otros lo que yo recibí.
¡Dios es bueno!
Quiero darle las gracias y exclamar:
—Dios mío, Padre mío, qué poderosamente hermosa es la organización de Tu vida.
Qué bueno eres para los hombres.
¡Cuánto amor no me diste ya!
Pero siento que ahora no debo rezar.
Es mejor que piense en Annie, según me hace saber papá, sus pensamientos me llegan de lejos, lo que a su vez me hace desbordar de felicidad de otra manera; debo seguirla en su pensar y sentir.
Así lo hago.
No habla y su interior está vacío.
No pregunta dónde está y no tiene interés por todas esas estrellas luminosas que nos rodean.
Sí que piensa, pero sus pensamientos no tocan nada, revolotean sin orden ni concierto.
Aun así es necesario para su desarrollo aquí que aprenda a pensar en profundidad y con claridad.
Desciendo en ella, toco la vida de su alma y la elevo hasta las estrellas y planetas.
Poco después mira con sorpresa a su alrededor, a la derecha y la izquierda.
No comprende nada, va andando y sin embargo no ve ningún piso.
Quiero que haga una pregunta y me concentro en ello.
—Pero esto ya no es caminar, ¿no?
—Esto es planear, hija mía, ir planeando por el espacio (—dije).
¿Que ella estaba planeando?
No, eso no lo cree.
—¿En el espacio, dice?
—Sí, hija.

Siento necesidad de llamarla así, me une a ella.
Sé que recibo esos sentimientos de papá y cuando me sintonizo con él veo a papá y a Angélica delante de mí.
Incluso puedo hablar con ellos y así se me queda confirmado de nuevo que en la vida eterna no hay alejamiento ni distancia.
—Pero ¿dónde está entonces ahora el suelo sobre el que siempre andamos? —quiere saber Annie.
—Ahora vamos a la tierra, hija mía, y allí podremos volver a andar.
—Pero ¿entonces de dónde venimos ahora?
—Estaba usted enferma y ahora está convaleciente.
Ahora está en la vida después de la muerte.
Murió usted en la tierra (—dije).

Siento que tengo que decir esto último.
Reacciona al instante.

—¿De verdad que tengo que creerme eso?
¿No será que me están tomando el pelo de verdad?
—No, hija, esa gente allí dice la verdad (—dije).
Papá me hace sentir que ya no debo insistir más en esto.
No puede con más.
No puedo avanzar más que paso a paso.
Solo cuando hace preguntas puedo darle algo más.

—Tan solo cuando sientas que sabe suficiente puedes continuar avanzando —explica papá.
Pero Annie ya ha vuelto a regresar a su propia vida pequeña, ya no tiene nada que preguntar.
Sin que se dé cuenta acelero el avance.
Allí veo la tierra.
Ya celebro poder hacerla entrar en nuestra vivienda.
¿Cómo reaccionará?
Me sintonizo con la ciudad de Amersfoort.
No tardamos en llegar allí.
Caminamos entre las personas.
Annie las ve y quiere hablar con ellas, preguntarles si es verdad que ha muerto.
Pero al andar atraviesa la gente...
—Cuando enseguida entre en su vivienda, ¿cuidará de mantener entonces la calma? —le advierto.
Asiente con la cabeza y entonces entramos en la casa.
Annie ve que hay personas desconocidas viviendo en sus habitaciones.
Entonces me mira y dice:
—Pero es que aquí ya no vivíamos, tengo que estar en la ciudad de Arnhem.
La llevo hasta allí y entramos en nuestra vivienda.
Rápidamente nos damos cuenta de que hay otra gente viviendo en ella y que nuestras cosas han desaparecido.
Me sintonizo con el pasado y veo que mi propia madre ha estado aquí con el padre de Annie.
Repartieron juntos todos los bártulos y los vendieron.
Annie siente entretanto mucha tristeza.
Le caen las lágrimas por las mejillas.
Comprendo lo que le pasa por la cabeza.
—¿Dónde están mis queridos muebles? ¿Usted lo sabe?
—Se vendieron, hija.
Su padre los vendió.
Pero ya no los necesita, ¿no? (—dije).
Mejor no le digo nada de mi madre, solo la desequilibraría.
—Vamos —insisto—, aquí de todas formas ya no sirve que esté más.
Se deja llevar dócilmente, llorando por sus propiedades perdidas.
La dejo llorar, de cualquier manera aquí ya no puedo cambiar nada.
Pero sí queda claro el apego que siente por esas cosas.
El cielo y la tierra la dejan indiferente, las estrellas y los planetas apenas le merecen un vistazo.
Pero por sus queridos muebles que fueron vendidos llora amargamente.
Este es su mundo...
La llevo a Róterdam.
No se le secan las lágrimas.
No intervengo.
En la Línea Grebbe vi otro tipo de lágrimas, allí, en medio de esa locura, esa crueldad, ese miedo.
Con solo pensar unos instantes en ese horror también me puedo poner a llorar, pero entonces las lágrimas me pesan como una tonelada...
Dios mío, ¡si esto es todo!
Qué pobre e infeliz es mi mujer.
Se encuentra en medio de la poderosa creación de Dios, le esperan Sus milagros, ya los está viviendo y aun así todavía puede verter lágrimas por sus mueblecitos...
En la tierra eran su fijación, de modo que aquí no puede actuar de otra forma.
De este lado se recibe el mundo que uno siente en su interior...
¿Cuánto no llorará luego cuando experimente que encima ha perdido su propia vida?
Vamos andando entre la gente en Róterdam.
Por el bombardeo ha surgido un campo abierto.
Camino un poco sin rumbo fijo.
Annie reacciona diciendo:
—¿No conoce el camino? ¿Por qué deambula por aquí?
—Vaya usted entonces delante —digo, y así la interno de nuevo en mi propia vida.
Ahora pasa a la acción y su tristeza va menguando.
Se apresura hacia el lugar donde se alojó una vez.
Ahora está viendo en el pasado al que la conduzco.
Ahora que está dentro la dejo libre.
Entonces está de inmediato en la realidad y se ve a sí misma, junto a su hija y madre, sepultada bajo las ruinas.
Emite un llanto que da miedo.
Se deja caer de rodillas, escarba con los dedos entre las piedras, quiere sacar los cadáveres de entre los escombros y me suplica que la ayude.

—Pero mire, aún viven, aún viven —grita.
Y tiene razón, aún vivieron unos instantes, cierto, pero entonces sus almas se desdoblaron de los cuerpos.
Pero es algo que ella no puede percibir.
Annie se ha desplomado.
Conozco ese desfallecimiento, se encuentra tan solo un grado por debajo de su conciencia.
Incido en ella y tiro de ella para que vuelva a su propia vida.
Unos instantes después alza los ojos y pregunta:
—Pero ¿dónde estoy?
¿Dónde estoy?
¿Es que entonces hemos muerto de verdad?
—Es algo que tiene que aceptar —digo—.
Murió aquí, en Róterdam.
En este lugar encontró su fin.
Annie llora y estas lágrimas sí que son verdaderas y naturales.
Adquieren peso por la pena que le dan las personas.
Dejo que vuelva a serenarse.
Ahora puede volver a pensar, y de pronto da un respingo y grita:
—¿Y mi marido?
¿Dónde está mi marido?
¿Sabe usted quizá dónde está? (—pregunta).
¿Qué he de decirle?
Aún no me reconoce.
—La llevaré hasta él.
Sígame.
Nos vamos de Róterdam y vamos directamente a la Línea Grebbe.
Allí la conecto con mi vida.
Le muestro el instante en que deambulo como muerto en vida entre los horrores.
Me ve y se apresura hacia mí.

—Theo..., Theo..., Theo...
Quiere aferrarse a mí mientras ando por allí.
Pero Theo no la ve.
Annie rompe a llorar.
Aquí en la Línea Grebbe está una mujer llorando por su marido, al que cree perdido, pero que se encuentra plenamente consciente a su lado...
La conecto con una siguiente imagen.
La espera más tristeza, pero tiene que pasar por ella para que le vuelva la vida.
Ve cómo apunto mi fusil, oye la voz de mi padre, después suena el terrorífico silbido de una granada y cuando Annie ve que esta le quita la vida a Theo, se desmaya.
La coloco en el suelo, me siento a su lado y espero a que vuelva en sí.
Para la tierra fueron tres días y tres noches antes de que Annie volviera a abrir los ojos.
Durante ese tiempo tuve la oportunidad de meditar.
Estar con Annie también a mí me hizo reflexionar mucho.
Está echada aquí, a mi lado, durmiendo.
Cae la noche y esta se retira cuando llega el día.
Los pájaros cantan y trinan entre las ramas.
Me hacen pensar en mis amiguitos plumados de las esferas.
Me caen lágrimas por las mejillas, Dios, Dios mío, qué grande y bueno eres.
Ahora puedo darle las gracias, ahora hay tiempo para hacerlo.
Y mi alma encuentra sin dificultad alguna las palabras que han de decirle lo contento que estoy por el hecho de vivir y por que pueda trabajar en Su espacio.
Entonces me sintonizo con lo que ocurre en la tierra.
Y el horror no tarda en volver a presentarse a pasos agigantados...
Aún hay aquí innumerables muchachos —holandeses y alemanes— que prosiguen los combates en el mundo astral.
Siguen abalanzándose unos encima de otros y se asesinan espiritualmente.
Cuando uno queda inmóvil el vencedor va a por otro.
Y cuando quedan extenuados se desploman igual que Annie y recuperan fuerzas mientras duermen.
¿Cuánto tiempo continuarán luchando, convirtiendo este lugar en un sitio fantasmagórico?
Ahora sé lo que son los fantasmas para la tierra.
Aquí viven multitud de fantasmas.
¡Su existencia es terrible!
Puede que fueran las once de la mañana cuando hubo algo que me llamó la atención, que sin duda también es horrendo.
Se me pierde la mirada entre las incontables cruces del cementerio que se ha creado aquí.
Las fuertes pisadas de las botas militares rompen el silencio.
¡Dios mío! ¿Cómo es posible?
Qué diabólico, asqueroso, hipócrita es lo que veo.
Primero nos destruyen y ahora vienen a traernos coronas de flores.
La mentalidad de esta gente es repugnante.
¡Y entre ellos también hay holandeses!
Mira lo que irradian, sus hermosos uniformes no lo paran.
Los he visto en los infiernos más tenebrosos, allí vive su mentalidad.
En ellos vive la sed de sangre, para ellos una vida humana no tiene valor alguno.
La destruyen y después vienen a traerle flores.
¡Y ahora incluso los oigo hablar de amor y camaradería!
Su negocio es vomitivo, ¿qué sabrán precisamente ellos de amor y camaradería?
De este lado se encontrarán ante el mundo creado por ellos mismos, aquí tendrán que vivir en su propio hedor, ¡hasta que empiecen a darse cuenta de lo que es el verdadero amor, la verdadera camaradería!
También hay holandeses que con la mano dan el saludo satánico.
No tienen ni idea, son muertos en vida.
Annie duerme y no ve nada de lo que ocurre a su alrededor.
En el fondo es una lástima, podría ser una escuela muy importante para ella.
Duerme en su vida inconsciente y ahora sueña con sus queridos muebles.
Ahora ni siquiera se acuerda de su hija.
¿No está claro lo que por el momento aún sigue predominando en su pequeño mundo?
Annie abre por fin los ojos.
Me buscan.
Piensa profundamente.
Entonces dice:
—Mi marido cayó en la batalla, maestro, ¿dónde está ahora?
—En las esferas, hija mía —respondo.
Vuelve a pensar.
Ahora irradia una luz muy diferente.
¡Ha empezado a haber incidencia en ella!
—¿Puedo verlo?
—Es posible, Annie, sin duda.
—¿Me conoce usted? —pregunta sorprendida de que la llame por su nombre—.
Imagino que por mi suegro, ¿verdad?
—Así es —digo, comprendiendo que aún es pronto para mostrarle quién soy.
Hay que incrementar su deseo.
Tiene que empezar a haber en ella respeto por mi vida.
Jamás me respetó, ahora tiene que aprender a hacerlo, según me hace sentir papá desde lejos.
Prosigo:

—La conozco por quien ha querido convencerla de su vida.
¿Está dispuesta ahora a escuchar y ya tiene preguntas que hacer?
—Sí, maestro.
Lo quiero saber todo.
¿Puede llevarme a mi marido?
—Eso todavía no es posible, hija mía, primero tiene que estar convencida de su vida.
—Maestro... ¿ha avanzado mi marido más que yo?
—Sí, es algo que tendrá que aceptar usted.
—¿Es que entonces sí tenía razón?
—Su marido ya sentía interés por esta vida en la tierra, ya entonces sabía que la vida eterna es como ahora la está viviendo usted.
En eso tendría que haberlo aceptado usted.
Annie escucha con atención.
Ahora le hablo en detalle sobre la vida de nosotros dos en la tierra, le muestro, le señalo cómo era inevitable que se desintegrara en pedazos.
Así se va haciendo una idea de nuestra vida y cuando luego la vuelva a llevar a la Línea Grebbe verá sus propias deficiencias y se dará cuenta de por qué solo era posible que aquí se la recibiera en la tierra crepuscular.
Ahora también comprende que Theo, que ha avanzado más que ella, ya no le pertenece y que está trabajando en su propia vida, igual que ella tiene que empezar a hacerlo ahora en la suya.
Me pregunta:

—¿Qué me aconseja que haga, maestro?
—Ahora tiene que volver a su propia esfera, reflexionar mucho e intentar ayudar a su propia madre.
—Pero ¿es que la puedo ayudar?
—¡Sin duda!
—¿Y no estará entonces Dios molesto conmigo? ¿Querrá ayudarme y darme fuerzas?
—Dios es amor, nada más que amor, hija.
Te apoyará, sin duda.
Se me queda mirando pensativa, siente mucho de Theo en mí.
Entonces me hace una pregunta que toca su religión y le digo que esa pregunta la responderán los maestros que más adelante la ayudarán a seguir avanzando.
—Solo vine hasta usted para hablarle de su vida en la tierra (—digo).
Quiere saber por qué precisamente yo.
¿Es que conozco toda su vida?
—Sí —digo—, por su suegro, al que también yo conozco.
—¿De las esferas?
—También de la tierra.
Dejamos atrás la Línea Grebbe y la tierra.
Por el camino Annie pregunta:

—¿Podré volver allí alguna vez?
Me gustaría ver entonces otra vez toda mi vida.
—Es posible, sin duda.

Algún día volverá allí con otros, y estos a su vez le contarán más cosas sobre su vida y la mía.
Papá me hace sentir que entonces se despertará por completo para esta vida.

—Ahora sería posible mostrarte ante ella, pero ¡imagínate lo que eso le supondría!
No sería capaz de procesarlo.
Papá tiene razón: recibiría demasiado, pero más adelante sabrá que estos días estuve a su lado y que fui yo quien le contó todo sobre nosotros dos.
Annie me demuestra de manera hermosa que algo en ella se está abriendo cuando dice:
—Qué bello es todo en el fondo cuando sabes que nunca serás destruida.
¡Que a todo ser humano se le da la oportunidad de volver a Dios, al Padre de todos nosotros!
—Así es. Hacen mucho daño las iglesias de la tierra cuando enseñan que Dios puede condenar a Sus hijos.
Eso es algo que ya puede aceptar ahora, ¿verdad? (—pregunto).
Y Annie puede aceptarlo ahora que vive en la realidad de la vida eterna.
Le ha entrado luz, y eso me hace feliz.
Luego la dejaré, pero algún día, según ahora sé, y antes de que yo vuelva a la tierra, podré volver a hablar con ella.
Papá me da esta visión.
Y Liesje le dirá que fui yo quien la convenció de su vida y muerte en la tierra.
Entonces no podrá concebir lo feliz que es.
Es como si Annie sintiera que estoy pensando en Liesje.
Me pregunta:
—¿Puede llevarme a mi hija, maestro?
—La verá, pero primero tiene que estar lista con usted misma (—respondo).
Aunque a Annie se le asome una mueca y sienta tristeza, durante este viaje ha aprendido que de este lado nos encontramos ante leyes férreas, leyes que nosotros mismos ponemos en marcha.
Liesje ha asimilado luz, hay que impedir que el subconsciente de su madre le provoque el más mínimo rasguño.
De eso se encarga Dios.
—¿Es porque todavía no me conozco a mí misma, maestro?
—Así es, querida, primero tiene que vencerse a sí misma.
—Pero, si me esfuerzo al máximo, maestro, ¿veré pronto entonces a mi Liesje?
—Claro que sí, hija, pronto.
Dios es amor y Él la ayudará (—digo).
Y meditándolo todo dice:
—¿Así que mi hija ha avanzado más que yo?
Le digo que Liesje vive en la esfera que hay por encima de la suya y le explico cómo también ella puede asimilar este cielo.
Y Annie acepta ahora todo lo que digo, la han convencido las imágenes en la tierra.
También a ella las leyes de Dios le han hablado su idioma.
Ahora ella también tomará conscientemente las riendas de su vida y empezará a servir a otros.
Incluso ahora ya sabe que aquí por llorar no avanzará, sino que solo habla el acto de amor, plenamente respaldado por la personalidad entera.
—Tienes que aprender —le digo— a entregar todo lo que tengas por amor al otro.
En la tierra podemos significar algo para los demás por nuestras posesiones terrenales, pero este tipo de posesiones no tienen nada que ver con el alma.
De este lado solo cuenta la obra que se pague con el alma, con la personalidad entera (—digo).
Volvemos a adentrarnos en la tierra crepuscular, de la que Annie se va a separar ahora.
Las hermanas de allí, a quienes la entrego, me relevan.
Gracias al amor de Dios se nos concedió a ambos vivir un viaje milagroso.
Un viaje que convenció a Annie de su muerte y de su vida eterna, y que me enseñó mis propias fuerzas, además de brindarme incontables nuevas impresiones sobre los inagotables milagros de Dios.
Me espera mi padre, mi maestro, en el límite de la primera esfera.
Nos damos un abrazo muy fuerte.
Entonces empieza a repasar mi viaje y me señala mis errores.
Después puedo hacer preguntas.
Y le pregunto:
—¿Qué tengo que hacer ahora, padre?
—Tienes que empezar a sintonizarte con la tierra, porque ha llegado el momento en que se te concede hablar sobre tu vida (—dice).
Comprendo que tengo que prepararme muy seriamente para este acontecimiento.
Angélica nos da la bienvenida en su morada espiritual.
Doy las gracias a ambos por todo lo que se me ha dado, pero no las aceptan.
Entonces me adentro en la naturaleza y hablo largamente con Dios, y le digo lo agradecido que me siento.
Cuando quiero empezar a meditar, papá me hace sentir que vuelva a él al terminar.
Pasaron meses según el tiempo terrenal antes de que me sintiera preparado para mi tarea.
Seguí mi vida entera, así como aquellas en las que trabajé como Jack.
También me sumergí en las vidas de papá y de Angélica.
Regresé aún más, hasta donde Dios se dividía y me colocaba a mí —una chispa de Su fuego— ante la tarea de vivir Sus sagradas leyes y asimilarlas.
Entonces volví a Angélica y papá.
Me sentía preparado.
Descendimos a la tierra y entramos en el instrumento por medio del que ahora escribo.
Y ahora he llegado al final de mi tarea.
Me queda por contarte lo que voy a hacer ahora.
Voy a hacer una transición completa en la vida de Jack.
Esa vida se va a hacer completamente consciente en mí.
Theo ha sido elevado hasta esa vida y ahora forma parte de ella.
Lo amo, se ha convertido en mi hermano.
Esto es incomprensible para la tierra, pero a quien haya leído en mi vida le quedará claro que yo hablo así.
Más adelante me encontraré con mi nuevo maestro, porque papá y Angélica van a seguir ahora en sus propias vidas.
Tengo que empezar a asimilar las leyes que el maestro Alcar ha dado a conocer al mundo por medio de este instrumento talentoso.
Me preparará para mi tarea en la tierra, donde aportaré nuevos conocimientos a la psiquiatría.
Allí me encontraré entonces con mi alma gemela y con ella quiero perfeccionarme para ese poderoso amor.
Albergo el sentimiento para ello, igual que ella.
Dios nos da esta gracia a los seres humanos, y aun así hay quienes en la tierra hablan de un Dios que puede condenar para la eternidad a Sus hijos...
Delante de mí veo el espacio: lo creó el amor de Dios, y lo conserva.
He intentado ofrecerte a ti, lector, una imagen de ello, con mis palabras sencillas.
Si he podido convencerte de que tu vida es eterna, si he podido abrirte los ojos a las imponentes posibilidades que Dios ha puesto en manos de nosotros, como hijos Suyos, si he logrado que des el paso para ir a perfeccionarte más que nunca en el amor, entonces me sentiré muy, muy feliz.
Y a ti, querido instrumento del maestro Alcar, a ti te doy las gracias por todo tu amor.
Solo necesité poco tiempo para transmitirte esto.
Tú me enseñaste a trabajar.
Ser uno contigo también me ha dado mucha sabiduría.
Toda tu vida está al servicio de los maestros, la mía sintonizará con ello.
Ha llegado el momento de despedirme también de ti.
Te saludan padre y Angélica.
Te dan las gracias por tu voluntad de servir.
He de decirte que para ellos eres el instrumento perfecto para ser tocado por el otro lado.
Esta música espiritual que a la gente le llega como sabiduría hará vibrar sus almas, para así abrirlas.
Amigo mío, que Dios te brinde a ti y a tu maestro la fuerza necesaria para proseguir tu hermosa obra.
Pido Su bendición para ti y me voy en profunda meditación.
Me despido de la tierra por mucho tiempo.
Algún día volveremos a vernos en la vida eterna.
¡Que la sagrada bendición de Dios descanse sobre esta obra!
 
Fin