Me veo a mí mismo como Jack

Papá iba planeando por delante de mí.
Me entregaba por completo a su dirección.
Había vuelto a vivir ahora a grandes rasgos mi vida en Róterdam.
Todavía se me hacía significativa la pregunta de por qué había abandonado esa ciudad y mi tienda para apuntarme al servicio militar.
Porque a fin de cuentas tenía apego a mi domicilio y regentaba un negocio con muchos clientes.
¿Por qué dejé todo eso atrás, sin más, y por qué preferí la vida irregular del servicio militar a la tranquila seguridad de una existencia como civil?
La respuesta a esta pregunta me aclararía mucho sobre mí mismo, de modo que tenía que sumergirme mucho en ella, me llevara a donde me llevara.
Según el modo de medir terrenal ya era tarde, estaba haciéndose de noche.
Otro día más había pasado.
Pero no tenía sueño.
Tampoco estaba cansado, a pesar de tanto pensar.
Para ello no usaba el cerebro, sino los sentimientos, que me introducían en los problemas y me daban la solución, por supuesto con la ayuda de papá, que también ahora tenía que volver a ayudarme.
Me dijo que tenía que seguir sintonizándome con él con mucha precisión.
Este agudo pensar en papá ya lo había llegado a conocer en nuestro viaje, se me hacía cada vez más fácil.
Ahora que me sintonizaba con la decisión que me hacía aceptar el estado militar como profesión, me volvían a surgir los sentimientos que me llevaron hasta allí.
¡No salían de mí mismo pero a la vez sí que lo hacían!
Era como si moraran en mí dos personalidades, de las que una tenía predominio sobre la otra e imponía su voluntad.
Esta, la más débil, se llamaba Theo.
¿Cuál era el nombre de la otra?
Entonces me entró el nombre de Jack.
¿Era Jack la otra?
Él, pues, podría introducirme en el significado de mi decisión trascendental de hacerme militar profesional.
Ahora hice una transición aún más profunda en papá para poder percibir su sentir y pensar mejor y con más nitidez.
Fuimos desplazándonos por el espacio.
El cielo es azul, la tierra, gris.
Si quiero ver a través de la emanación gris que envuelve la tierra se hace más denso lo que vive allí.
Y eso es evidente, porque al mirar a la tierra me conecto con ella.
Es papá quien me hace ver las imágenes que aún me urge vivir en este estadio de vivencias.
¡Qué inteligente es papá!
Él lo posee, no es para menos.
En los años que lleva ahora de este lado ha sabido asimilar este conocimiento de las leyes.
Empiezo a sentirme muy tranquilo y me entra otra mentalidad.
De nuevo tengo que pensar en las dos personalidades que moraban en mi interior cuando me decidí.
Vuelven a levantarse en mí y siento cómo Jack, porque así se llama, predomina sobre Theo.
También ahora lo hace, ¡me estoy convirtiendo en Jack!
Miro a papá, me veo ahora totalmente obligado a hacerlo, y veo su querida cara muy cerca.
Su rostro irradia hasta tal punto amor y felicidad que su Dios lo tiene que haber bendecido.
Viéndolo ya no puedo pensar más tiempo en mí mismo.
Sonríe y sus ojos son estrellas.
No me sueltan, en sus destellos leo la felicidad de papá.
Ha sido bendecido, de distintos modos.
Él un cielo lo puede llamar su lugar de residencia.
Hay en su interior sabiduría espiritual y —lo que es su mayor tesoro— vive dentro de su alma gemela y al lado de ella.
Todo esto se lo brindó Dios en recompensa por servir, por su fe y por su amor.
¿Por qué sonríe papá tanto, y por qué tanto brillo en sus ojos igual que estrellas?
¿Es en Angélica en quien piensa?
Esas palabras, ¿proceden de mí? ¿Proceden de papá?
—¿Ahora lo comprendes?
¿Ya lo sabes ahora, mi todo?
¿Estás muy seguro ahora?
De que te quiero, de que te amo con todo lo que hay en mí.
Alma mía, que he recibido de Dios entre el cielo y la tierra, ¿ahora lo sabes?
A papá lo estoy sintiendo.
Ahora se me concede leer en su interior más profundo.
Siento, sé, experimento.
Es Angélica la que le habla.
Porque de todas formas, separados siempre son uno.
Capté las palabras de ella, las palabras que deben su forma a sus sentimientos más entrañables.
Y ahora ya se me hace imposible seguir pensando en Jack y en todo lo que me mueve y ocupa, y esto seguramente que también estará bien así.
Papá escucha a Angélica y todo su ser está pendiente de sus palabras.
En él hay silencio, respeto y emoción, ahora que le habla su propia alma y le cuenta del amor de ella.
Y, sin embargo, consigue ayudarme todavía, me sujeta, a mí, que apenas sé cómo portar tanta santidad.
¡Qué torpe, qué inútil soy todavía en mi sentir y pensar, yo que aún lo tengo que aprender todo en este mundo!
El amor de Angélica le insufla nuevas palabras: son más hermosas que la música más hermosa.
—Ay, amado mío, mi amado.
Ay, querido mío.
Estoy aquí fuera, pensando en ti.
¿Olieron las flores alguna vez más gloriosamente?
Los pájaros repiten cantando las palabras que manan de mi corazón.
Y cuando me inclino por encima del agua veo tu cara en su espejo cristalino.
Estoy escribiéndote una carta a ti, amado, y esa carta se dirige directamente de mi corazón a ti.
¿En lo que tengo que pensar ahora, amado? ¿Sabes en qué?
Cuando hayamos llegado más tarde a ese punto —seguro que pasarán mil años o más, pero para nosotros no existe el tiempo, ¿verdad?—, cuando lleguemos entonces al punto en que se nos conceda entrar al otro grado (el cuarto grado de vida cósmico), más elevado, tendremos de nuevo un hijo.
Y serás tú quien me lo dará entonces, seré tuya y Dios nos mirará sonriendo.
Amado mío, ¿tendrás cuidado y harás que el niño que ahora está explorando su vida junto a ti no se pierda?
Sabes que también ahora estoy contigo, ¿verdad?
Cuando miro a quien es tu hijo tengo que pensar en el pequeño ser que más adelante podré poner en tus manos.
Mi amado, padre de tu propio hijo, ¿cómo me verás entonces?
¿Cómo serán entonces tus pensamientos?
Oh, lo sé, imagínate que ahora viviéramos en la tierra.
Entonces te pondrías tu mejor traje y te irías a pasear conmigo y con nuestro bebé.
Entonces la gente vería tu cara radiante y sabría que en nuestra casa vive la felicidad.
Ambos miraríamos a nuestra criatura y agradeceríamos a Dios habernos confiado esta vida.
Oh, amado, mi felicidad, ¿volverás a estar luego un poco conmigo?
Ya te seguiré, naturalmente, te seguiré.
Pero quiero estar solo unos instantes muy cerca de ti, y ¿me abrazarás entonces con fuerza?
Con más fuerza, ¿con tanta fuerza, cariño, que haremos la transición el uno en el otro y se haga uno el latido de nuestros corazones?
Y ¿me sentirás entonces, estés donde estés, por siempre jamás, igual que en ese instante bendito?
Porque ¿no es esta la voluntad de Dios? ¿Acaso no nos entregó este lazo?
Pero ¿quién eres, mi todo en el espacio, como para que yo tenga que amarte tanto?
¿Seguro que esto no será malo?
Pero eso es imposible, porque ¿no hemos alcanzado la primera esfera en nuestra eterna felicidad?
Y cuando hayas terminado este viaje y hayas conseguido que también tu propio hijo esté listo para todas estas sagradas revelaciones, ¿sabes, mi amado, lo que nos espera entonces?
Cuando Jack comience sus estudios y también yo haya concluido mi trabajo.
¿He de decírtelo todavía?
¿Como en la tierra?
Pero aquí puedes saberlo sin que yo te lo diga.
Porque ahora eres completamente uno conmigo y no tienes más que pensar para sentir cómo te entra el saber.
Y aun así no lo haces.
¿Quieres ser como en la tierra? ¿Prefieres oírlo de mi propia boca?
Eres tan cariñoso en todo.
Escucha, pues, amado mío: ahora mismo ya estoy viendo a la criatura que nos será dada cuando hayamos entrado a esa concienciación más elevada.
Allí volveré a ser, y por tercera vez, tu Angélica.
Oh, mi alma querida.
Entonces seré tu amada.
Mi ser querido, mi parte de mí misma.
Te amo tan verdadera y claramente, lo sé.
Dios me lo hace ver y sentir.
¿Aún me escuchas?
Vamos a prepararnos ahora para eso.
Paso a paso continuaremos subiendo.
Los dos juntos, mi amado querido.
Solo entonces viviremos las leyes como Dios lo ha querido, y seremos padre y madre.
Oh, ¿no es poderoso lo que ya veo y siento ahora?
Es algo que todos deseamos, dice mi maestro, porque de lo contrario aquí la vida se detendría.
Y es que eso es imposible.
De todas formas tenemos que seguir avanzado y profundizando en la transición al ser padre y madre, incesante y eternamente.
¿No es el propio Dios padre, pero también madre?
¿No te conté eso ya en la tierra, cariño? ¿Cuántos días y cuántas horas han transcurrido desde entonces?
Parecen siglos, de tantas cosas que vivimos, y así está bien.
Cuando vuelvas conmigo y vayamos a caminar de nuevo por nuestra esfera, saludando los pájaros y las flores, entonces, mi todo, te haré un gran regalo.
Será para ti, mi alma, mi querida vida, y te hará muy feliz.
Con eso te esperaré en nuestra esfera; te abrazaré y besaré con la plenitud de mi gran amor cuando vuelvas una vez cumplida tu hermosa tarea.
He hablado con mi maestro, cariño mío.
No, justo ahora es cuando no debes pensar.
Ahora has de cerrar los ojos y no querer saber cuál es el regalo que te daré entonces.
Tiene que seguir siendo una sorpresa.
Eso en la tierra es posible, allí puedes mantener secreta una sorpresa si es preciso.
¿No pensarás?
Mi queridísima Alma, ahora esperaré hasta que vuelvas a tener tiempo para hablar conmigo.
Ahora te tomo la cabeza entre mis manos, y mis labios rozan los tuyos y tu rostro.
Te beso...
Mi amor por ti es inmaculado, inmaculado y eterno.
Todavía te estoy viendo, aún te veo, pero ahora haces la transición en tu propio hijo.
Adiós, amado mío, mi querido amado.
Adiós, mi Alma.
 
Es sagrado lo que se me concedió escuchar, no se me escapó ni una sola palabra.
Se me concedió leer en el interior más profundo de Angélica y experimenté los sentimientos que impulsaban sus palabras al espacio, en línea recta al corazón de papá.
No me atrevo a mirar a papá a los ojos; preferiría encogerme y esconderme.
¿Por qué no pudo cerrar para mí estas cosas sagradas, que en el fondo solo eran para él?
¿O es que me dejaba participar a propósito en estas vivencias? ¿Lo hacía adrede?
¡Sin duda era eso!
Pero ¿no sabe entonces que anhelo poder amar así también?
¿No sabe que me consume el deseo por palabras así, sentimientos así?
¿Que quiero que me llamen “amado”?
¡Estos sí que son espíritus, ángeles!
Qué naturales son en su amor.
O sea que el amor entre dos almas puede ser así de grande, así de profundo.
¡Dios mío, Dios mío! ¡Mi corazón parece que va a estallar! ¡He sentido lo que significa amar, esto es grandioso, esto es imponente!
Esto me supera, ay Dios, ayúdame ahora a llevar esto.
Y Dios oye mi plegaria.
¿O es papá?
Empiezo a sentirme más liviano y el incendio que el sentimiento amoroso de papá y Angélica ha desencadenado, va extinguiéndose.
Puedo volver a erguirme y ahora sé que es papá el que me ayuda a hacerlo.
Se me concedió vivir unos instantes en el amor de ellos dos y pensé que el poder de este sentimiento me aplastaría.
Así que es en este sentimiento en el que viven papá y Angélica.
“Oh, Padre mío que estás en los cielos, ¿estará en el destino de cada uno de Tus hijos alcanzar este amor?
¿Es a esto a lo que se llama el amor verdadero?
¿Fue esto lo que quiso decir Tu Hijo, Jesucristo, cuando ordenó al hombre, en Tu Nombre sagrado, que asimilara el amor?
Y ¿es este el amor por el que tanta gente en la tierra se abisma en la muerte?
¿Fue esa la razón por la que creaste el cielo y la tierra para Tus hijos? ¿Para darnos la posibilidad de perfeccionarnos en el amor?
Pero, Dios mío, entonces todavía nunca he amado de verdad.
¿Cuáles fueron mis sentimientos en la tierra al lado de los de papá y Angélica?
Ciertamente, había calor en mí, pero ahora que se me ha concedido vivir la fuerza y sacralidad que irradia el amor entre aquellos dos sé que también en este aspecto me queda todo por aprender.
¡Dios mío, enséñame a amar, enséñame a amar de verdad todo, todo lo que vive!
¿Me ayudarás?”.
Nuestro ritmo ha vuelto a bajar por mi pensar y procesar; en lugar de avanzar con rapidez planeando, caminamos.
Pero papá me hace sentir que eso ahora no importa, al contrario, es precisamente lo que tengo que hacer: pensar con rigor si quiero poder comprender todo lo que hay que vivir todavía.
Al reflexionar sobre el amor empezará a haber luz en mí.
Y en esta vida la luz significa sabiduría en el espíritu.
Los sentimientos que irradio hacia papá y Angélica son cálidos.
Les agradezco profundamente los sentimientos que me permitieron vivir con ellos; el vistazo que me dejaron echar en sus corazones.
Y también les doy las gracias por haberme despojado de aquellos sentimientos, despertados por su amor, en el instante en que corrí el peligro de que me hicieran sucumbir.
Sucumbir bajo el amor: casi llego a vivirlo.
Mi respeto por papá y Angélica es indeciblemente grande.
Angélica quería hacerme sentir el grado del amor que profesa a papá.
Quería introducirme en el amor que la vida de los sentimientos alberga en calidad de madre.
Fue por eso que me dejaron contemplar sus inmaculadas vidas llenas de amor, por eso quiso estar desnuda delante de mí.
Tampoco papá llevaba en esos momentos ropa.
Estaban desnudos, y aun así ataviados, con el sagrado amor de Dios que les caía de los hombros como si fuera una capa.
Pero, por Dios, hombres de la tierra, ¿tienen ustedes conciencia de lo que quiere decir amar?
Recen conmigo para que puedan conseguir ganar más amor.
Inténtenlo, cada hora de su vida.
Dios lo contemplará y sonreirá.
Les extenderá las manos y los bendecirá porque harán lo que es Su sagrada Voluntad y porque darán amor a todo lo que vive en Su espacio.
Papá y yo retomamos el camino.
Por debajo de nosotros navegaban las nubes.
Papá me hizo sentir que debía mirar hacia abajo.
Fue como si me quedara mirando dentro de un agujero azul.
Vi la tierra.
Fue apareciendo una casa.
Estaba edificada en un estilo sencillo pero hermoso y tenía un precioso jardín alrededor.
Iba acercándose a ella un señor.
Oh, milagro, si es que soy yo el que toca a la puerta.
Mi sentimiento no me engaña.
Me siento uno con esa persona.
Me miro a mí mismo.
Y el que me saluda en la puerta es un amigo mío, un médico.
La forma en que nos hablamos es cortés.
—¿Puedo decirle a quien es mi amada que no volverás a irte en seguida? —pregunta mi amigo, y le respondo:
—Me encantaría quedarme un rato.
Mi amigo me lleva después a una habitación; es un espacio alto y espacioso; veo a quien me une una gran amistad.
Está ocupada, secando hierbas aromáticas.
Después de habernos informado sobre nuestro mutuo bienestar llevamos la conversación de inmediato al asunto que nos ocupa de lleno y de continuo, tal como estamos reunidos.
Pregunto a mi amiga si está avanzando.
Y me responde:
—Sí, he avanzado.
Y ha sido la naturaleza, con sus profundas posibilidades, la que me ofreció la lección.
Aún no lo sé todo, solo poseeré certezas cuando haya terminado mis estudios.
Quiero intentar explicarte las convicciones que tengo ahora.
Cuando al hombre lo terminan de socavar las sacudidas interiores eso para mí es la prueba de que no aprovecha todas las fuerzas que tiene y que la rica e inagotable vida hace fluir hacia él; o no se trataría de un trastorno.
Estas sacudidas interiores sí pueden afectar al cuerpo, pero nunca al alma.
Ella conservará la vida, aunque el cuerpo sucumba.
Voy a sacar un ejemplo de la naturaleza.
Una ramita posee todas las fuerzas que posee el árbol.
Ahora bien, si la ramita resulta dañada, paralizada, tendrá que terminar por morir.
Pero el propio árbol seguirá creciendo.
Ahora, tú opinas que el alma tiene que ceder todas sus fuerzas para eliminar las consecuencias causadas por las sacudidas interiores en el ser humano.
¿No es así, Jack?
Eso yo no lo acepto.
¿Que si tengo razón yo? ¿Y quién de nosotros está bien encaminado?
Aún no se puede decir.
Mi tesoro intenta averiguar la verdad examinando el cuerpo humano, tú sigues la vida del alma, yo busco en la naturaleza.
Sea como sea, es bueno investigar, nos brindará sabiduría, profundidad.
No es el alma, querido Jack, el que puede ayudar aquí, esto solo lo puede hacer la naturaleza, que lo posee todo para ayudar al cuerpo enfermo y proveerlo de nueva savia.
Le pides demasiadas cosas al alma, Jack, y al mismo tiempo no ves su grandeza.
Estás buscando con total entrega si es posible desgarrar y destruir el alma con una tremenda sacudida, igual que ocurre con el cuerpo.
Pero ¿cómo va a ser posible buscarla?
Dado que somos Divinos, para mí el alma es eterna, y mi marido te lo confirmará.
El cuerpo es posible desgarrarlo, el alma ¡jamás!
Es por eso que creo que avanzaremos con nuestra investigación.
Porque también la podremos continuar después de esta vida.
Si no la acabamos ahora proseguiremos con ella en otra vida consecutiva.
Nuestra alma es eterna, nuestra vida es eterna.
El deseo que vive en nosotros de llegar a conocer la esencia del hombre y de la naturaleza nos lo trajimos de vidas anteriores.
Mi sentimiento me dice que ya hemos pasado varias vidas en la tierra.
Explicaría por qué unos poseen ciertos deseos y otros, diferentes deseos, unos más sabiduría, otros más arte, y aún otros nada de nada.
Y por eso creo que algún día sabrás lo que soporta el alma cuando se vive la última sacudida.
Y que algún día se te concederá poder ver en el alma para saber cómo es y comprenderla.
Créeme, así es como lo siento (—dijo).
Después de su larga exposición estuvimos un rato callados.
Ahora nos veo sentados, reflexionando.
Y entonces sé de golpe que es Angélica quien me hablaba allí.
Y papá es allí su esposo y mi amigo.
Quiero conocerme a mí mismo; pues bien, entonces he de ver dentro de mí mismo, tal como estoy sentado allí con ellos, hablando y escuchando.
En aquel cuerpo de allá vive mi propio pensar y sentir.
Ese de allí soy yo, y Angélica está allí como es ahora, igual que papá.
Ya entonces se querían, y me querían, solo que ahora son más conscientes de las leyes.
A Angélica y papá se les concedió poder vivir las leyes vitales; ahora las conocen y a mí me están ayudando a penetrar en ellas.
Ahora siento lo que quiero y lo que nos cautivaba allí.
Soy psiquiatra, una persona docta, que quiere conocer la profundidad del alma.
Hacia acá se orienta mi sentir y pensar, mi vida.
Allí en la tierra, ahora en el espacio.
No hay diferencia.
Angélica estaba en lo cierto cuando suponía que no había ningún obstáculo para concluir nuestro estudio.
Dios es así de bueno.
Gracias a este pensamiento vuelvo a la habitación, luminosa y amplia.
Ahora soy yo quien tiene la palabra.
—Cada sacudida, amiga mía, me desespera mientras no conozca su profundidad.
Siento mi impotencia cuando estoy frente a mis enfermos.
¿Cómo no va a haber una cura para toda esa gente?
Dices que eso lo puede conseguir la naturaleza.
Pero quiero saber si el alma no puede ser la sanadora, si es posible devolverle la vida, despertarla una vez que haya experimentado la sacudida.
Si no puedo obtener esa seguridad haré mejor en dejar mi trabajo.
¿Cuántas sacudidas no llega a tener que procesar el ser humano en la vida cotidiana?
Son innumerables.
Tengo que conocerlas todas.
Bien, quiero aceptar que tus hierbas aromáticas sean una medicina.
Pero entonces aún no he llegado.
El hombre sensible sufre el tormento de sacudidas nuevas, siempre cambiantes.
¿Servirán esas hierbas en todos los casos sin excepción?
¡Ay, ojalá conociera yo el alma!
Quiero entregarme para llegar a conocerla.
No creo que en toda nuestra sociedad haya un problema más trascendental que el del alma humana.
Conociendo a esta, conoceremos al hombre.
Pero se me hace que cada día me alejo más de ella.
Ando por un laberinto y continuamente me encuentro ante nuevos obstáculos que barren todas mis esperanzas de encontrar la salida.
Si es verdad lo que tú supones, que tuvimos varias vidas, ¿quedaría determinado con eso que tampoco se puede destruir el alma?
¿Ni por una terrible sacudida que deje el cuerpo hecho añicos?
Si ello fuera cierto, que recibimos más de una vida, solo se me complica todavía más.
Porque entonces también queda fijada en el alma la enorme cantidad de impresiones que el hombre acumuló en todas esas vidas anteriores.
Con solo pensar un momento en ello todo me da vueltas por los nuevos problemas que eso conlleva.
Sea como fuere, no deja de ser de una belleza impresionante seguir la vida del alma, intentar sondarla, descifrarla.
Si es como tú crees, que hemos vivido varias veces y que podemos volver una vez más, entonces eso me haría profundamente feliz.
Entonces querría volver a la vida, una y otra vez, hasta saberlo todo del alma humana.
Quiero hacer todo por ello.
Darme por completo si fuera necesario.
Quiero perderme, dejar que mi cuerpo se quede hecho jirones para averiguar de esa manera lo que el alma vive entonces.
Quiero rezar a Dios para obtener de Él esta gracia (—dije).
Aquí me callé y pasó un tiempo antes de que volviéramos a hablar.
Después Angélica me contestó muy resuelta:
—Es mi sagrada convicción que seguimos viviendo, porque el alma, que fue creada por Dios, es eterna.
Siento que soy originaria de Oriente.
Es allí donde aprendí lo que significa enmendar lo que se hizo mal (—dijo).

Y mientras continuó hablando posó su mirada llena de amor en su marido:
—Aquí volví a ver a quien es mi alma.
No, no he avanzado más que él, aunque yo sepa más de las leyes.
Es él quien posee el amor, ese amor que más tarde nos juntará para siempre.
Yo lo he recibido y quien me lo dijo puede saberlo porque no vive en este mundo, sino que es un maestro en la vida eterna.
Y dice que algún día sabré a dónde se dirige la vida del alma cuando muere el cuerpo.
Sí, algún día en mi vida lo sabré todo, todo... (—dijo).
—Es profundo lo que dices y para muchos será demasiado asombroso, hasta increíble.
No conozco ese mundo dentro del cual tú piensas y experimentas.
Aun así no te perderás, tus vigorosas piernas te mantendrán en pie.
¿No es así, colega? (—pregunté).
Más tarde me veo marchar, completamente absorto en los problemas vinculados a la conversación y mi trabajo.
La charla tuvo lugar hace siglos y no se perdió nada, ni una frase o palabra.
Todo me da vueltas.
Me agarro a papá, me sujeto bien a su mano.
Seguimos con el viaje y mientras tanto intento procesar todo para estar listo enseguida.
Todo esto casi me supera.
Esas imágenes del pasado, ¡cuántas cosas no me prueban!
Vivo: viví innumerables veces.
Quería llegar a conocer el alma y aún ahora me impulsa ese deseo.
Quería sacrificarme a mí mismo para conocer las leyes para el alma, y entretanto eso ha sucedido.
Tuve la oportunidad para ello en la Línea Grebbe.
Fue entonces cuando Angélica y papá estuvieron conmigo; ahora lo están de nuevo.
Nos unía, y nos sigue uniendo, el amor y el anhelo por la sabiduría espiritual.
La vida es grandiosa y poderosa.
Dios es grande y poderoso.
Me entran silencio y quietud, ahora que sé todo esto.
Es imposible destruir el alma.
El alma es eterna, igual que el ser humano.
Quiero seguir reflexionado sobre esto, porque siento que al hacerlo llegaré a conocer y a comprender la sagrada Creación de Dios.
Papá también está inmerso en pensamientos.
Veo cómo la luz se debilita en el horizonte.
Va cayendo la noche, la gente se va adentrando en ella.
Pero para mí no hay oscuridad, a mí los rayos de luz me dan en la cara.
¡Y me llegaban desde el pasado!