Mi final en la tierra visto desde este mundo

Entramos en la casa que Annie, mi hija y yo ocupábamos en Arnhem.
Me asusté mucho al darme cuenta de que había otra gente viviendo en ella.
Me entró un sentimiento de tristeza debido a que aquí echaba de menos a Annie y a mi hija.
¿Dónde vivirían ahora? Me encantaría verlas.
Entonces papá me advirtió:

—Ten un poco más de paciencia, hijo mío.
Más tarde lo verás todo.
Tiene razón, también ahora me tengo que rendir por completo a su dirección.
El sentimiento triste sigue.
Entonces percibo imágenes del pasado.
Me veo salir de la casa con Annie y nuestra hija, camino de la estación.
Viajarán a Róterdam para visitar a los padres de Annie.
Por el camino me asalta una horrorosa tristeza: la pena oprimente, oscura, que también ahora estoy viviendo.
Apenas logro despedirme de mi mujer e hija.
Me surge la pregunta: ¿Las volveré a ver algún día?
El tren arranca y se las lleva.
Me viene un deseo aún más irresistible que hace unos instantes de por fin volver a verlas alguna vez a ambas.
¿Se mudó Annie de esta vivienda, de esta ciudad?
Se lo pregunto a papá, aunque este insiste:

—Pero ¡ten paciencia, Theo!
Esto también tienes que aprenderlo: ejercer la paciencia, hijo mío.
Después decido que será mejor darme por vencido y me sintonizo por completo con papá.
Ahora me veo entre soldados.
Están muy alborotados.
Se está discutiendo apasionadamente la pregunta de si seremos arrastrados a la guerra.
Nadie puede responder con suficiente seguridad.
Después se me acercan los muchachos, con quienes ya había hablado de temas espirituales, preguntándome cómo han de actuar cuando en breve la guerra sea un hecho.
¿Tienen que devolver el golpe? ¿Está permitido que maten?
Son preguntas con las que yo mismo he luchado.
Me sintonizo con papá —ahora veo lo que ya sentí entonces— y está conmigo en estas horas difíciles y graves.
Es su palabra la que me ofrece una respuesta clara a todas mis preguntas tortuosas, y es él también quien me inspira cuando advierto encarecidamente a los muchachos que no maten, que no maten bajo ninguna circunstancia, porque sería un asesinato y porque este los arrojaría a las tinieblas del infierno.
Es Jack, según siento de repente, quien habla a los soldados impulsado por papá.
Poco a poco Theo se va sumergiendo en esa personalidad.
Y es que nadie más que Jack puede hablar así, con su posesión interior.
La oscuridad de la noche cae sobre la tierra.
Pero aún percibo otra oscuridad más: aquella en la que viven a quienes hay que considerar como parte de los demonios del infierno.
Ahora viven en la esfera de la tierra, están al acecho para obtener placeres bajos y crueles que esperan vivir cuando luego estalle la batalla.
La tormenta de sentimientos de la que caigo presa ahora que se me va a conectar con los acontecimientos y problemas que causan una impresión tan aplastante en mi alma y que incluso hicieron que entrara en la vida eterna, hace que pierda el dominio sobre mí mismo.
Ya solo pensando unos instantes en las horribles vivencias de la Línea Grebbe me veo arrastrado hasta allí.
Me adelanto a papá, pero esto ya no es una vivencia.
Esto es dejarme arrastrar por los acontecimientos, un precipitarse hacia adelante a ciegas.
Me adelanto al ritmo en que se produjeron los hechos y por eso tengo que convertirme en juguete de los poderes y las fuerzas que los hicieron tan terribles.
De modo que volvemos a casa.
Allí primero tengo que aprender a sintonizarme bien; de lo contrario no sabré nada de todo lo que ocurrió.
Papá me hace sentir que en esta vida no se puede saltar nada; aquí hay que vivir todo hasta en el detalle más profundo para no tener que volver a empezar una y otra vez desde el comienzo.
Pero aunque soy completamente consciente de ello, me sigue costando, no obstante, un esfuerzo sobrehumano concentrarme.
Una y otra vez la Línea Grebbe consigue atraparme y entonces corro el riesgo de perderme a mí mismo y me disuelvo en los espantosos acontecimientos.
Pero sigo resistiéndome y paulatinamente me entra el sosiego necesario.
Papá me hace sentir que ahora tengo que atravesar todos esos horrores de manera consciente, no puede ayudarme a hacerlo.
Tiene que dejarme libre, no como en otros tiempos en la tierra cuando se conectó conmigo para ayudarme a vivir la terrible matanza masiva.
Entonces lo viví todo como si no fuera conmigo, como si estuviera viendo pasar los acontecimientos en un cine.
Pero ahora no me queda más remedio que vivirlo todo, y además en toda su cruda realidad.
Ahora papá va por delante y yo lo sigo.
Por todas partes vemos movimientos de tropas.
Los soldados avanzan hacia las posiciones que tienen designadas.
Presto mucha atención porque quiero seguirlo todo.
Junto a algunos soldados veo seres astrales, padres y madres, hermanas y hermanos.
No puedo imaginarme por qué los acompañan.
Ya obtendré una respuesta a ello.
Todavía ahora percibo los dos estados de oscuridad: el de la tierra, donde es de noche, y el de este mundo, la esfera de los demonios.
Me veo a mí mismo entre las tropas cuya función es reforzar la Línea Grebbe.
Y al instante ya me apresuro a este lugar, el acontecimiento me ha vuelto a atrapar.
Demasiado rápido, según papá; me modero y regreso.
Primero tengo que volver en los sentimientos que me acompañaron durante la marcha a la Línea Grebbe.
Mientras progreso voy haciéndome otra persona.
Es como si soñara, coloco del todo maquinalmente un pie delante del otro.
En el fondo vivo desde hace varios días en ese estado onírico.
Es como si ya no estuviera en la tierra.
Esta extraña sensación no ha hecho más que agravarse desde la partida de mi esposa e hija a Róterdam.
Papá está conmigo en este viaje.
Incide en mí y me eleva a su mundo.
No le cuesta, las fuerzas que le permiten hacerlo están en mí.
Ya no soy completamente Theo, sino que este está descendiendo en mi subconsciente.
Allí tiene que seguir viviendo.
Es Jack quien poco a poco irá controlando el organismo y quien actuará por Theo.
Así es como mi propio yo va transformándose mientras avanzamos.
Todo esto no era tan palpable en la tierra, porque esos cambios en mí afectan de todas formas mi vida como Theo.
Theo se fue al servicio militar, pero es Jack quien ahora tiene que vivir algo.
Theo aún no ha quedado sumergido del todo.
Cuando llegamos a nuestras posiciones sabe cómo actuar, da y ejecuta órdenes.
Jack también lo vive todo.
Yo, en calidad de Theo, estoy petrificado por dentro.
Todos se percatan de que algo no va bien conmigo.
Así no actúa un ser humano normal.
Así nadie me ha visto nunca.
Miedo, piensan; porque muchos se muestran ahora miedosos y nerviosos.
Se me ordena presentarme ante el comandante.
Que si tengo miedo, quiere saber, y que eso no me está permitido, prosigue sin pausa.
Casi todos tienen mujer e hijos, o padres.
Que por qué no doy un buen ejemplo.
Me encojo de hombros.
Me es imposible responderle, podría decirle tantas cosas.
No estoy atemorizado, odio esos pensamientos de miedo.
No le temo a la muerte.
Nada me da miedo.
Lo único que pasa es que no hay sentimientos en mí.
¿Cómo debo explicárselo?
¿Tengo que decirle que todo me deja frío como una piedra?
No me comprendería, ni siquiera yo lo comprendo...
Una hora después tuvimos que presentarnos un gran grupo ante el teniente coronel.
Allí están reunidos los generales al mando y nos insisten mucho en que no nos apartemos ni un ápice en caso de que hubiera que luchar.
Uno de ellos se fija en mi actitud apagada.
Me llama para un cara a cara.
—¿Tiene miedo?
¿Siente miedo a la muerte?
Balbuceo algo, sin haberle comprendido bien.

—Los nervios —oigo que dice.
Nervios: casi todos los están padeciendo.
Cada uno reacciona a su manera, pero todos, sin excepción, se sienten temblorosos.
La sensación de vacío en mí no hace más que agudizarse.
Apenas ya puedo pensar.
Tengo el torso oprimido, justo por debajo del corazón.
Allí falta calor, se siente frío.
A ello se añade una inquietud que crece a cada hora que pasa.
Estoy frío como un témpano, y sin embargo ardo.
Me tomo una aspirina, pero no hay mejoría.
Solo después de bastante tiempo se me va yendo el frío.
Pero la opresión alrededor del corazón permanece.
Y entonces se me instala en el interior un profundo silencio.
Ese silencio me seguirá acompañando y será mi morada mientras aún esté en la tierra.
Por aquel entonces no me daba cuenta de todos estos diferentes sentimientos.
Pero ahora respondo a ellos.
Es papá quien me ha conectado con ellos.
Estaba entonces, igual que ahora, a mi lado y me seguía.
Estaba por encima y por debajo de mí, a ambos lados, delante y detrás, más aún: estaba dentro de mí.
Nuestras almas eran y son del todo una.
Me protegía y eso podía hacerlo porque pudo elevarme en la vida de Jack.
Dado que esta personalidad vive en un problema grande para este mundo, papá consiguió hacerlo.
Siendo Jack, no tengo más que un objetivo que me impulse.
Recibí la vida para enmendar y vivir cosas.
Ahora estoy ante esas vivencias.
Mi vida como Jack, que es un erudito, trasciende mi conciencia como Theo.
Pero más tarde harán la transición el uno en el otro.
Eso es lo que siento ahora.
Entonces —después del acontecimiento que me espera— la vida de Jack será completamente predominante, y esto es posible porque en la vida de Theo no viví nada que sacudiera mi alma.
Ahora voy a sentir más profundamente y eso a papá se lo agradezco mucho.
Es tremendamente instructivo lo que voy a sentir y a procesar.
Cada vez tengo más claro que no es Theo quien lo quiere vivir, sino Jack.
Theo no tenía sentimientos como erudito, no sabía nada de este estudio, eso era algo de Jack.
En esta última vida en la tierra soy Theo y pertenezco a papá.
En aquella otra vida también existía, sin embargo, un lazo entre nosotros: era mi amigo.
Así es posible que ahora me ayude, lo que de otra manera quizá habría resultado inconcebible
Ahora empiezo a ver lo complicado que es el ser humano.
En Jack se ha hecho el silencio.
Theo ya solo forma parte en un veinticinco por ciento del cien por cien que soy.
Para él no hay guerra ni horror, todo lo ve como en un sueño.
Jack, en cambio, es muy consciente, está sintonizado con un solo punto y se prepara para vivir la experiencia.
Papá le ayudó a hacerlo.
Ahora toca quedarse a la espera de lo que vaya a suceder.
A Jack las instalaciones no le parecen más que un desbarajuste.
Tanto arrastrarse y esperar le desagrada.
Poco tiene que ver él con todo lo relacionado con ese lío bélico.
Solo vive para sus enfermos, a los que siente próximos.
Mientras tanto, Theo va de un lado para otro haciendo bromas.
Los soldados y sus superiores ya no piensan que tenga miedo.
Habla entusiasmado y hace justamente como si no hubiera peligro de guerra.
Contagia su indiferencia a la masa.
Los muchachos se sienten apoyados por su buen humor y se olvidan un poco de la tensión en el ambiente.
No obstante, el día transcurre con una lentitud tortuosa.
Ahora vuelvo a percibir en este mundo y veo que miles de seres astrales han venido a la tierra.
Papá me hace sentir que todas esas almas han abandonado su cielo para venir a recoger a quienes luego caerán en la batalla y que podrán ser llevados a las esferas.
Veo a padres y madres junto a sus hijos, están cerca de ellos, conectándose con ellos.
Los hombres no se dan cuenta.
Siguen su rutina, inconscientes de que a su lado los seres espirituales esperan el instante en que estalle el infierno.
Todas estas figuras que irradian luz tienen un aire a Cristo.
Igual que Él, quieren servir, dar, entregarse.
Veo que su aura irradia todo el amor que sienten por la vida de Dios.
Pronto me llama la atención que ninguno de ellos está inquieto.
Veo que se pasean jóvenes mujeres de gran hermosura, vestidas con preciosas túnicas, como si se encontraran solas en medio de la naturaleza más gloriosa.
También veo entre ellas la presencia de niños; papá me hace saber que tienen más de catorce años, porque si son más jóvenes no pueden estar aquí.
Cada uno de ellos está acompañado de su preceptor y están preparados para hacer por los suyos lo que esté a su alcance.
A mi alrededor veo miles de estos espíritus del amor.
Hablan entre ellos y sus conversaciones tratan del acontecimiento que los ha traído hasta aquí.
En todos ellos hay serenidad y paz, incluso siento la alegría que albergan por la cercana reunión con sus seres queridos.
Ahora también en mi padre hay felicidad.
Pero hay otros, según percibo, a quienes el dolor interior deja mudos.
Empiezo a seguir su pena, con solo sintonizarme con ellos ya recibo en mí sus pensamientos.
Pero también hay seres, según se me ocurre de repente, que no puedo sondar de esta manera.
Es como si al sintonizarme los atravesara, no encuentro un asidero, no los siento.
Pregunto a papá lo que significa eso y me llega la respuesta de sentimiento a sentimiento.
Estos seres tienen una sintonización más elevada que la mía, por lo que esos mundos de los sentimientos me resultan insondables.
Puedo percibir ahora esas almas porque se han sintonizado con este acontecimiento terrenal.
Pero si se retiraran a su propio mundo, entonces se disolverían todas ante mis ojos, haciéndose invisibles para mí.
Estas almas, dice papá, viven en el segundo, tercero, cuarto, quinto, sexto y séptimo cielo.
Saben exactamente para qué han venido hasta aquí.
Planean por el espacio pero no se quedan esperando sin más, sino que ya están conectándose con la vida en la tierra.
Qué conmovedor y hasta abrumador se me hace la idea de que estas almas hayan abandonado sus cielos para ofrecer ayuda a sus seres queridos, enfrentados a problemas de semejante gravedad.
¡Qué grandiosa y buena y poderosa es la organización del mundo de Dios para que esto sea posible!
Hay almas que sienten cómo se eleva en ellos la felicidad al pensar en sus seres queridos en la tierra, mientras que otras además sienten tristeza.
Las comprendo.
Ya saben en estos instantes que sus allegados, que pueden ser sus hijos, padres o hermanos, se olvidarán a sí mismos.
En la batalla que se avecina matarán, cometerán asesinatos en serie y así se sintonizarán con las tinieblas.
Los infiernos serán los únicos lugares a los que entonces podrán entrar.
Dios no consiente que liquidemos Su Vida Sagrada.
Estas almas de aquí saben que eso sucederá.
¿Es de extrañarse que les duela el corazón por saber eso?
Lo que es intervenir, no pueden ni tampoco detener al ser humano mientras el odio y el mal gobiernen sus corazones.
Tienen que aceptar como padres que sus hijos se arrojan a sí mismos a los tenebrosos infiernos.
¿Qué padres pueden sentirse felices pensando en que la vida que aman se destruye a sí misma?
¿Qué madre puede permanecer en su cielo y vivir su felicidad sabiendo los estragos que va a causar su hijo?
Por eso están aquí y ayudarán a sus hijos en todo cuanto puedan.
Sienten tristeza por la idea de encontrarse aquí ante un muro, erigido por sus propios seres queridos; sienten pena por ser terriblemente conscientes de que en el fondo no pueden hacer nada de nada, porque su hijo, padre o hermano solo escuchará la voz que sale de su propio interior tenebroso.
Y así de todos modos no puede con ellos su tristeza, porque su conciencia adquirida les dice que es del todo inevitable que estas pobres almas tengan que pasar por la pena provocada por ellas mismas, para aprender así que ni un solo ser humano, en la circunstancia que sea, tiene derecho a matar la vida de Dios.
Saben que algún día también se abrirán las esferas de luz para estas almas, después de tanta destrucción, tanto sufrimiento y tanto enmendar.
Ahora vivo otro milagro, que me impacta mucho.
Ya oigo hablar alemán y aun así todavía no es visible el enemigo.
¿Dónde oigo este idioma? ¿Es en la tierra o de este lado donde está siendo hablado?
Y ¿quién lo habla con tanta fluidez?
Sigo las almas que están aquí, y ahora sé que desde hace tiempo se está hablando este idioma.
Pero hasta ahora no lo había oído.
Esto ya lo viví más veces; sé por papá que un espíritu solo puede seguir aquello que lo mantiene ocupado; todo lo demás que suceda se le pasa desapercibido.
Delante de mí veo una preciosa figura, que irradia una luz celestial y que es de una belleza increíble.
Es tan difícil ofrecer en palabras terrenales una imagen del aspecto de estas almas.
Ella es una madre, según me hace sentir papá, está esperando a su hijo, que es un alemán.
Ella y también muchos otros se han sintonizado no solo con los acontecimientos venideros, sino también en el idioma que hablan sus familiares o amigos.
Esa diferencia de idiomas ya no existe en las esferas.
Todos entienden allí a los demás, por ser todos uno en el amor.
La única diferencia que hay es en la sintonización, y consiguientemente la de la profundidad de los pensamientos, sentimientos y actos.
Qué diferencia con la tierra.
Allí el hombre no se esfuerza por entender al otro, allí la gente se combate con las armas más terroríficas que la mente humana haya podido imaginar y se derraman ríos de sangre.
Qué diferente de la imagen que ofrecen las esferas.
Helos allí, a los espíritus de la luz, reunidos como hermanos y hermanas, siempre dispuestos a servir y a dar.
Y así lo quiso Dios.
Quiso que cada día que Él diera a Sus criaturas se afanaran en acercarse unas a otras y fueran construyendo un vínculo de amor duradero.
La madre que se me concede percibir, y junto a ella muchas personas más, hablan alemán y eso aquí a nadie le molesta.
Saben cuánto se odia la especie a la que pertenecen sus hijos.
Pero también saben que un alemán es igualmente un hijo de Dios, el Padre de todos nosotros.
Y con esa conciencia están aquí para ayudar.
También entre los alemanes que luego atacarán mi país hay quienes prefieren caer ellos mismos antes que levantar la mano contra la vida de Dios.
Y para los demás —y eso también incluye a nuestros soldados, que aún albergan odio y violencia—, aquí también hay ayuda, al menos en la medida en que su estado, su sintonización, la admita.
Si no fuera posible ayudarlos en la tierra, les espera ayuda de este lado.
Porque cuando se hayan liberado del caos, del horror de la guerra, y sus almas se hayan sosegado, sus familiares irán de nuevo hasta ellos desde las esferas luminosas para intentar elevarlos hasta su vida y conciencia.
Si consiguen abrir estas almas entonces harán absolutamente todo lo posible para desarrollarlas espiritualmente.
Incluso entonces hay algunas —me lo hace saber papá— a las que todavía no se puede ayudar.
Estas continúan luchando en la tierra o en las esferas oscuras durante cientos de años más y siguen sintonizadas con la destrucción y el odio.
Son inalcanzables para sus parientes y a estos no les que queda otra opción que regresar a sus esferas y seguir viviendo allí su propia vida.
Pero no dejan de seguir a estos pobres, esperando el instante en que por fin lleguen a sosegarse.
Es espantoso tener que observar con los brazos cruzados cómo se destruyen a sí mismas.
Y reflexiono sobre qué no tendrá que pasar por un espíritu de la luz cuando tiene que vivir que su amado hijo, padre o hermano sigue luchando durante siglos sin poder liberarse del envenenado odio que lo domina...
Pero qué tremenda es la guerra.
Hay allí gente que ha perseguido el bien incesantemente, que se ha deshecho a sí misma, que ha combatido sus cualidades negativas para convertirlas en buenas, gente que creía en Dios y que procuraba servirlo —y en la guerra pone en juego todas sus posesiones arduamente conseguidas, perdiéndolas por matar...
Piensan que todavía están haciendo el bien, creen que están sirviendo a su Dios prestando oídos a las órdenes de sus autoridades para que defiendan su patria.
Pero...
Dios solo conoce de Sus criaturas y Él les dio la orden de que se amaran.
Quien quiera entrar en las esferas de luz no puede tener sangre en las manos.
Un solo mal pensamiento ya hace que se nos cierren las puertas de las esferas.
¿Cómo iríamos a poder entrar allí entonces con un asesinato en la conciencia?
Dios nos pide que obedezcamos Sus sagradas leyes.
Son estas las que nos tienen que introducir en la felicidad eterna.
Dios desconoce leyes que representen el mal.
Han sido pensadas por el yo malo en nosotros, los seres humanos.
¿Es un acto de amor matar al prójimo?
¿Es posible entonces que la ley que lo ordene proceda de Dios?
Todo espíritu que pueda considerar un cielo como su morada podrá contarte que solo fueron los actos de amor los que le abrieron las puertas de su cielo.
Un asesinato —y matar al prójimo en una guerra lo es— te remitirá irrevocablemente a las tinieblas de las esferas infernales.
Así lo manda la justicia de Dios, y pobre hombre el que no lo crea así.
La dura realidad de aquí lo tendrá que convencer.
 
Se ha instalado el silencio en la Línea Grebbe.
Aún más silencio hay del otro lado.
Los soldados han dejado de reír.
Holanda aguarda, está en estado de alerta.
También está preparado el otro lado.
Ahora tengo que empezar a sintonizarme con muchos sucesos.
En la Línea Grebbe cae la noche.
Algunos soldados están convencidos de que muy pronto va a pasar algo.
¿De dónde sacan esos presentimientos?
A mí también me entran esos pensamientos, me los da papá cuando me duermo unos instantes.
Lo mismo les ocurre a mis compañeros.
Hay otros seres astrales que han sintonizado con los acontecimientos del otro lado de la frontera.
Por eso saben que allí han concluido los preparativos y que en pocas horas los alemanes invadirán nuestro país.
Imprimen este conocimiento, cuando es factible, sobre sus parientes, y así resulta posible que estos anuncien categóricamente la llegada de las tropas alemanas.
De ese modo se pudo alcanzar a un pequeño muchacho rubio de mi compañía.
Está seguro de que los alemanes llegarán.
A primera hora, ya lo verán.
Está tan seguro que está dispuesto a jugarse la cabeza.
Ya está celebrando el enfrentamiento.
“Menuda la que se va a montar”, dice con el rostro desencajado.
Se cargará a más de un puñado.
Ahora percibo que él mismo será una de las víctimas de la violencia que tanto está anhelando...
Y el espíritu que ha venido hasta él desde el otro lado se irá con las manos vacías: el odio en su hijo lo excluye de cualquier tipo de ayuda.
Llegó la hora: van llegando noticias de que los alemanes han cruzado nuestra frontera.
Y en poco tiempo la guerra empieza su cruel y horripilante juego.
Los aviones extranjeros entran por oleadas en nuestro país.
También aparecen por encima de nuestras posiciones y lanzan bombas.
Estos monstruos estallan en mil pedazos y provocan un terrible caos; hay muertos y heridos.
Observo a esos muertos desde el mundo donde me encuentro ahora.
—Gracias a Dios— dice una voz tenue a mi lado.
Es la de un espíritu femenino.
Es una madre que está junto al cuerpo sin vida de su hijo—.
Gracias a Dios, mi hijo se ha salvado.

El alma, en su calidad de espíritu, está inconsciente.
La madre se inclina por encima de esta vida, y con ella otro ser más: una hermana del soldado.
Entre ambas se llevan el alma a las esferas.
Su felicidad es grande: esta vida del alma ha podido dejar atrás la tierra sin mancillarse odiando o asesinando.
La felicidad de ellas es infinita, con su preciada carga sobre los brazos planean hacia la vida eterna.
Angélica planeó así algún día con papá hacia las esferas de luz.
Es algo sagrado.
Me entra la felicidad de estas almas; también se transmite a los demás seres astrales que están aquí.
Veo morir a decenas de hombres.
Vivo varias transiciones a este mundo.
Hay gente a la que también se puede recoger; sus seres queridos se los llevan a las esferas, donde volverán a abrir los ojos para que se convenzan de que han abandonado sus cuerpos materiales y de que en adelante tendrán la vida eterna.
Pero también hay a quien no se puede ayudar.
Sin embargo, no han matado: fueron presas de la muerte antes de poder disparar un solo tiro.
Papá me lo aclara: la vida terrenal de estas almas transcurrió inmersa en odio y pasión.
Fueron amontonando un error tras otro.
Son demonios, inaccesibles para la ayuda espiritual, aunque esté presente allí.
En este mundo se quedan dormidos, y les atraen las tinieblas de las que ya hablé.
Hay un infierno que atrae a estos demonios, que se echan a dormir allí hasta haber descansado y estar preparados para hacer su aportación a la vida diabólica de aquí.
Y también en ese infierno existe la chispa de Dios; pero cuántas cosas no han de cambiar en ellos antes de que puedan volver a su Creador...
Aún otra gente, y es más numerosa, no se queda dormida.
En esta vida están de inmediato listos para luchar, orientan su odio y furia hacia el enemigo cuyos proyectiles los hicieron caer.
Pero aún tienen que esperar: murieron por las bombas lanzadas desde el aire, no ha habido todavía combates sobre el terreno, aún no ha habido contacto con las tropas enemigas.
Entonces vivo que estas almas son arrastradas fuera de aquí.
Gracias a papá comprendo a dónde van.
Les atrae la masa que en otro lugar está envuelta en intensos combates.
Allí tienen la oportunidad de desahogar su odio y pasión.
Entonces se acerca el enemigo, aumenta el ruido infernal.
“Jamás podrán pasar por aquí”, se gritan los hombres con rabia.
Comienza una terrible matanza.
Me veo a mí mismo abriéndome paso entre ese terrible caos.
Ya no albergo sentimientos.
Soy un estorbo para los demás.
¡Dios mío, qué horror!
Mis amigos van cayendo por todas partes.
Los demás no lo ven, una y otra vez vuelven a apuntar sus fusiles; en los labios se les asoma el veneno.
La imagen que desde este mundo ofrece el campo de batalla es desgarradora.
¿Qué hacen los pobres a los que un proyectil lanza fuera de sus cuerpos?
¿Qué hacen a quienes se les arranca miembros que quedan esparcidos por doquier?
En este mundo es lo primero que empiezan a buscar.
Veo a un chico al que la metralla de una bomba segó la cabeza del tronco.
Aquí empieza a buscarla como un poseso.
Y sin embargo su figura astral está completamente intacta, lo que me enseña que es imposible destruir o dañar el alma, ¡jamás de los jamases!
Al chico le mueve un solo pensamiento: encontrar su cabeza arrancada.
Papá me hace sentir el significado de esto.
El alma así lo determina porque esos miembros pertenecen al mundo de los sentimientos.
Rastrea cada metro de tierra.
Encuentra otras cabezas, torsos, brazos y piernas.
Y por fin puede cesar su búsqueda lúgubre: allí se encuentra con una cabeza que reconoce como la suya.
Ahora que la ha encontrado se ríe como un niño pequeño.
De tan contento que está quiere levantarla, pero... no lo consigue.
Intenta agarrar la cabeza, quiere rodearla con las manos, ¡pero estas la traspasan!
No ceja en sus intentos, es horrible verlo, su furia ciega, su miedo casi animal de no poder recoger su cabeza y tener que seguir sin ella...
Veo a decenas de muchachos como él.
Otros llaman a gritos a sus madres y padres, suena como el aullido de un animal agonizante.
Han sido lanzados a esta vida con un tremendo tirón.
No saben nada de la vida eterna; en cambio, están completamente disueltos en odio y miedo.
Hay otros que de este lado retoman el combate al instante, desconociendo que han entrado a la muerte y así a otra vida.
Se abalanzan sobre los soldados alemanes atacantes y no comprenden que estos no notan nada de sus golpes y gritos.
Pero entonces se dan cuenta de la presencia de los alemanes caídos.
Estos seres, que ahora son astrales, se atacan los unos a los otros con terribles alaridos e intentan destrozarse.
Pero el alma no puede ser destruida como el cuerpo; entonces siguen luchando hasta que el otro pierde la conciencia y se desploma.
Y mientras tanto continúan los combates en la tierra.
En medio del estruendo infernal de las explosiones los hombres se arrojan sin parar unos encima de otros.
Los combates se van recrudeciendo sin cesar, los cuerpos humanos vuelan por los aires hechos añicos.
Muchos se vuelven locos en este terrible infierno, salen corriendo de las posiciones para entablar un cuerpo a cuerpo con los alemanes, pero a solo unos metros los siegan a tiros.
Otros tienen que ser abatidos por sus propios compañeros...
Y lo más terrible de todo es ver entonces cómo se regodean los demonios del infierno —porque este se ha vaciado— en el peligro, el miedo y el dolor del pobre ser humano terrenal.
Se desternillan de risa —es horrible oírlo— y aguzan las orejas aún más, desahogándose a costa de los soldados que combaten y de los que han caído.
Los demonios están aquí de fiesta y es lo más horroroso que puede suceder entre el cielo y la tierra.
Pero ¿qué sabe de todo esto el hombre terrenal?
¿Cómo tengo que procesar todas estas imágenes indescriptibles y horripilantes?
Lloro grandes lágrimas, se me parte el corazón.
Pienso cada vez que voy a desfallecer.
Lo mismo me ocurrió en la tierra en esta guerra, la peor de todos los tiempos.
Deambulé como atontado.
Recé a Dios para que interviniera, para que obligara al hombre a parar esta locura.
Pero cuando al paso de las horas la violencia no hace más que arreciar me voy vaciando por dentro, me quedo sin sentimientos, ya no puedo rezar ni pensar.
De no haber tenido en mi interior las fuerzas de papá y de Jack, me habría disuelto en la violencia y el odio que se extienden como un gas venenoso por encima del teatro bélico y me habría olvidado a mí mismo disparando y asesinando como los demás, indignado por tanta injusticia y semejante violencia brutal.
Entonces tropiezo con el cuerpo de mi comandante, mutilado como un animal.
Tal como lo veo ahora desde este mundo, su alma usa todas sus fuerzas para liberarse de su cuerpo.
Pero este sigue apresándolo.
El rugido que profiere es horrible.
Quiero acercarme corriendo para ayudarlo, pero papá me detiene.
De pronto comprendo que ya no se le puede ayudar.
La lucha que se libró aquí entre cuerpo y alma ya terminó hace mucho.
Pero de esta forma tan natural es como puedo percibir las imágenes del pasado.
El rugido es incesante, solo después de bastante tiempo el pobre se tranquiliza.
En estas terribles horas no deja de llamar a su madre.
Igual que muchos otros.
La madre es a quien más se llama, tanto en alemán como en holandés.
El vínculo con la madre predomina sobre todos los demás.
Las esferas tenebrosas lo atraen a mi comandante; allí despertará, una vez que se haya serenado.
La noble vida militar, que tantos elogios le mereció siempre, lo ha arrojado en esta miseria.
Cuando hablaba del uso de las armas no había nadie más fanático que él en las filas militares.
En su manejo un hombre podía mostrar lo que valía, enseñar que era un valiente que de su enemigo no dejaría más que pedazos.
¿Qué lugar se ha asegurado en la vida eterna con estos “ideales”?
¿Hay otra cosa que Dios le pueda asignar a este ser humano que no sea un infierno?
¿O es que acaso tiene que ofrecer un lugar en Su cielo a quien pensaba así de una vida humana?
Hombre de la tierra, te pregunto si sabiendo esto aún serías capaz de tomar las armas que despojarán a tu prójimo de la vida que le dio Dios y que a ti te arrojarán a los abismos del infierno.
¡No habrá nada —nada—, ni una sola meta en todo el mundo ni una orden de quien sea, que te permitirá encontrar una justificación a los ojos Dios!
¿No crees que con esto está dicho todo?
 
Las imágenes que me ofrece la contienda que no cesa son cada vez más horrorosas.
Ya casi no puedo más.
Si papá no me ayuda al final sí que desfalleceré.
Pero entonces se me concede vivir algo milagroso.
Una vez más obtengo una prueba de cómo el otro lado quiere y puede ayudar al hombre.
Papá se adelanta a los acontecimientos al dejarme percibir eso; lo siguiente ocurrió después de que terminaran los combates en la Línea Grebbe.
Pero por lo visto papá hace esto para ofrecerme durante un tiempo un panorama más bondadoso en esta horrible fase.
Se están echando los cadáveres en un montón, enseguida se los llevarán.
También están evacuando a los heridos.
Siguiendo esto reparo en un joven al que un disparo en la pierna ha dejado en un estado de profunda inconsciencia.
Vienen a recoger su cuerpo, convencidos de que está muerto.
El joven soldado se ha desdoblado del cuerpo, pero el cordón fluido que lo une al alma sigue intacto, por lo que para él la vida en la tierra aún no ha terminado.
“Está muerto”, constatan los hombres, sin embargo, después de echarle una ojeada, mientras el jefe del grupo señala las montañas de cadáveres detrás de él.
Desde este mundo, el chico ve con horror el grave peligro en el que se encuentra; tirarán su cuerpo junto al montón de muertos y luego lo enterrarán o quemarán.
Da un alarido para detener a los hombres, pero no le sale ningún sonido de la boca.
El muchacho sigue gritando, desesperado, sin saber qué hacer.
Veo que papá se acerca rápidamente junto a otros espíritus del amor.
Uniendo fuerzas obligan al joven a que vuelva a su cuerpo.
Ahora puede moverse otra vez y también le vuelven a obedecer las cuerdas vocales.
Ha quedado fuera de peligro.
Los milicianos (voluntarios) de la Cruz Roja se lo llevan.
Así, y de otras maneras, son ayudados varios hombres.
¡Así de poderoso es el otro lado!
Entonces, de pronto, me llama la atención este agudo contraste: aquí hay dos mundos —el otro lado y los médicos terrenales— que juntan todas sus fuerzas para salvar a un solo hombre; al mismo tiempo se envía por nada a miles de jóvenes vidas al fuego, y son masacradas.
Qué mundo tan enloquecido: personas enloquecidas que se llaman a sí mismas líderes de los pueblos y que de esta manera tratan las vidas que se confiaron a ellos...
Y por estos pensamientos de golpe vuelvo a estar inmerso en la violencia bélica.
Conforme avanzan las horas las pasiones se intensifican, los hombres pelean como diablos.
El silbido de los proyectiles, el retumbar de las explosiones, los gemidos de los heridos y de los moribundos no acaban nunca.
Parece que el mundo fuera a estallar, y lo único que me hace feliz es ver que hay soldados en ambos bandos que disparan por encima de sus adversarios.
Los mueve el amor que albergan por su prójimo, al que no pueden odiar por su amor a Dios y Cristo, cuya orden de no matar quieren obedecer.
No hay más que lamentos y dolor, muerte y degeneración a mi alrededor.
Dos de mis amigos han sucumbido a la locura.
Han trepado al exterior de las trincheras y han corrido hacia el enemigo.
Los abaten a tiros.
Esta imagen me quiebra algo por dentro.
Theo suplanta a Jack en mí, ahora soy sargento-mayor, que conoce el ejército, las armas.
Me ha nacido una furia enloquecida.
“¡Esos diablos, asesinos!”, grito cuando ya no aguanto ver más tiempo cómo el enemigo, que no respeta nada ni nadie, siembra muerte y destrucción en este glorioso y pacífico lugar.
Nunca les hicimos mal alguno, jamás, y ahora están provocando un baño de sangre entre nosotros.
Es absolutamente necesario que esto cese, y como para vengarme de tanta justicia apunté.
Pero ahora vivo que mi mano no puede apretar el gatillo.
Por unos instantes, muy breves, había salido de Jack, de papá: fue en ese momento que aquí caí en manos de la Línea Grebbe, de la violencia y el odio.
Pero entonces papá vuelve a elevarme.
Es él quien aprieta mi fusil hacia abajo y me grita: “¡Eso no, hijo mío, eso no, Theo!”.
Reconozco la voz de papá, lo llamo.
Entonces oigo un tremendo silbido que no deja de acercarse.
A mis pies estalla una granada.
En ese instante quedo hecho trizas.
Experimento una tremenda sacudida y pierdo la conciencia.
Solo es un instante, después la recupero.
Vivo la liberación de mi vestidura material.
Pero todavía predomina en mí un sentimiento punzante; es el dolor provocado al desgarrarse mi cuerpo.
Todo sucede tan deprisa que no puedo darme cuenta plenamente del suceso.
Salgo despedido a varios metros de altura y veo que caigo en los brazos extendidos de papá.
Mientras tanto ya abro los ojos y veo un rostro, primero turbio, pero que al desvelarse va adquiriendo nitidez, hasta que reconozco su cara.
Después se va mitigando el intenso y cortante dolor, se me relaja el alma, me sereno y me siento como si acabara de recuperarme de una grave enfermedad.
Sigo viéndome en la Línea Grebbe.
Papá me ha recostado en el suelo.
Ahora he llegado al punto en que me puede llevar a mi esfera.
Estoy viviéndolo con una aguda conciencia.
Me libera del todo de la tierra, y puede hacerlo debido a que ya no hay nada que me vincule a mi cuerpo material desgajado.
Planeamos por el espacio.
Va aumentando continuamente la distancia entre nosotros y la tierra.
Así fue, pues, cómo se produjo mi transición a este mundo.
Papá me la deja vivir ahora de nuevo; todo es tan poderoso, tan difícil de vivir y procesar de una sola vez.
Vuelvo a vivir la horrible sacudida que me arrojó fuera de mi cuerpo; de nuevo sigo cómo se rompe el cordón fluido y cómo caigo en los brazos de papá, que enseguida irá planeando conmigo por el espacio.
Tengo el cuerpo mutilado hasta la repugnancia, pero mi alma vive, está intacta, no hay nada que pueda destruirla.
Para averiguar esta realidad Jack ha estado estrujándose la cabeza vida tras vida.
Buscaba esta verdad con una entrega total.
Y ahora, en la vida después de la muerte, obtiene la respuesta a sus preguntas.
Nada le ocurre al alma, nada, cuando el cuerpo resulta desgarrado, porque es imposible que al alma le pase nada, es eterna porque en ella vive la chispa de Dios.
¿Qué saben del alma el psiquiatra terrenal o el psicólogo?
¡Oh, ojalá conocieran las leyes y los estados del alma! ¡Qué posibilidades tan enormes se nos abrirían entonces!
Ahora se me vuelve a imponer la vida de Jack con una conciencia muy aguda.
Hago una transición completa en ella; veo y pienso como el erudito que no conoce más que una sola ambición: indagar los misterios que hacen tan inescrutables las vidas del alma de sus pacientes y que tiene que conocer a toda costa si quiere poder contribuir a su recuperación.
Que Dios quiera que algún día me sea posible llegar a conocer y comprender el alma humana.
Ya me he acercado un pasito más.
Pero el alma del hombre es de una profundidad imponente —estando en la vida eterna me doy cuenta de ello mejor que nunca.
Todo me da vueltas cuando en un fogonazo se me revela esa profundidad, y tengo que forzarme a no desplomarme.
Mis ojos buscan a papá; el amor y la fuerza que me vienen de él como un flujo me dan fuerza.
Extiendo las manos hacia él y le doy las gracias desde el fondo de mi corazón por todo lo que he recibido de él y a través de él.
Ahora me toca a mí retener y procesar toda la sabiduría obtenida.
Ahora nos despedimos de la Línea Grebbe.
Lo que tenía que vivir allí lo he vivido ahora.
He saldado mis cuentas con la vida terrenal, he quedado libre de la tierra, ya no hay nada que me vincule con ella.
Va a empezar para mí una nueva vida.
He entrado al mundo del espíritu, allí me esperan tesoros espirituales.
Pero allí siguen todavía mi mujer e hija.
Tengo muchas ganas de ver cómo pasaron la guerra y cómo viven ahora.
Papá me hace sentir que también esto lo seguiré todavía.
Forma parte de la vida de Theo.
Luego, Jack irá desplazando por completo a Theo cuando este haya concluido su vida.
Jack arde en deseos de empezar, quiere seguir su estudio, quiere hacer algo para la ciencia y por tanto para la humanidad.
De esas dos personalidades en mí es Jack quien puede aportarme algo bueno, algo útil.
En las esferas solo seguimos edificando las vidas en las que nos afanábamos por una tarea, un cometido, que tuviera significado espiritual.
Por eso es imprescindible que la vida de Theo se vaya hundiendo en mí, porque no tiene nada que aportar al mundo: vivió el mundo como un niño pequeño y despreocupado.
Oh, qué claro y real es todo.
La intensa e incesante ambición de Jack de conocer el alma, en aras de la humanidad sufriente, lo ha convertido en una personalidad que se fue fortaleciendo en cada vida subsiguiente.
Es esta la personalidad, este el mundo de los sentimientos, este el Jack cuya voluntad de servir y cuya animación desplazan otras personalidades en mí.
Es él también quien una vez llegado a las esferas busca de inmediato los caminos que lo puedan conducir a la realización de sus ideales.
De otra manera no podría ser.
Quiero estudiar, padre, saber todo aquello que mi espíritu pueda procesar.
Quizá entonces se me conceda volver alguna vez a la tierra.
Es algo que anhelo, padre.
No deseo otra cosa que volver a nacer.
Quiero ayudar a la ciencia, comunicarle todo lo que se me concede experimentar aquí en relación al hombre y la vida de su alma.
Estos sentimientos y deseos viven en mí.
Pediré a Dios si puedo regresar.
Y papá me hace sentir que haré bien en pedírselo.
Parece que dentro de mí Theo escucha a papá y a Jack.
También lo quiero a él.
Ahora lo seguiré.
Como Theo pienso en mi mujer e hija; como Jack no significan nada para mí.
Entonces las quiero como a toda vida de Dios.
Papá me dice que tengo que prepararme para nuevas experiencias.
Y responde a mi pregunta de a dónde iremos que nuestro destino es Róterdam.