El morir

Abandonamos Ámsterdam: nuestra voluntad nos llevó a nuestro nuevo objetivo, a Róterdam.
Por el camino reflexioné sobre todas las cosas que papá me había mostrado.
Había vivido y aprendido mucho en este breve tiempo, muchísimo.
Que esto nos esté reservado de este modo a los seres humanos debería de colmar de respeto por Dios el Padre hasta al ser más escéptico y descreído en la tierra.
Pero vivir esta gracia solo es posible —según se me ocurrió— cuando la vida en la tierra está sintonizada con las esferas de luz.
Si en la tierra hubiera sido un viva la Virgen, entonces mi padre no habría podido ayudarme.
Miré hacia abajo y vi gente que iba caminando.
Había vivido entre ellos.
Medité sobre los sentimientos que había tenido por ellos.
Había sentido amor por ellos.
También había querido mucho a mi mujer, a pesar de todo.
Sin ese amor por Dios y las personas me habría excluido a mí mismo de la primera esfera.
Qué inmensamente feliz me consideraba por poseer este amor.
Aún sabía poco del mundo en el que había entrado ahora, tenía que aceptarlo, todas sus leyes todavía se me tendrían que revelar.
Pero bajo la dirección de papá llegaría a conocer ese nuevo mundo, poco a poco, sin saltarme ni un solo paso.
Primero, sin embargo, tenía que saber todo sobre mi vida terrenal.
Mientras siguiera albergando preguntas al respecto, no estaría listo para absorber y procesar otros problemas y nueva sabiduría espiritual.
‘Pero qué asombrosamente natural es la vida eterna’, reflexioné, ‘esta vida eterna a la que entré por mis experiencias en la Línea Grebbe’.
Esa línea defensiva había supuesto un horror para tantos otros, los había destruido en este mundo y habían visto cómo se les abrían los infiernos.
A mí este lugar maldito me brindó experiencias, me devolvió el contacto —¡y qué contacto!— con mi querido padre.
Así obtuve sabiduría espiritual y experiencias impolutas.
‘Sí, padre, te siento, estoy empezando a darme cuenta, en cierta medida, de lo que supone para mí la Línea Grebbe.
En cierta medida, porque aún me falta vivirla.
Pero también allí me llevarás.
Padre, te estoy tan agradecido; padre, no hay palabras para expresarlo’.
Se me ocurría un torrente de pensamientos mientras planeaba, como una partícula minúscula, sirviéndome de la concentración de otro ser, que estaba dedicado a mí, por el espacio inconmensurable de Dios.
Me sentía pequeño, indeciblemente pequeño, en esta infinidad, y sin embargo ahora no albergaba temor.
Porque era imposible —eso lo sabía— que ese espacio pudiera aplastarme, dado que me encontraba trabajando.
‘Trabajo.
Estoy trabajando en mí mismo.
Aún no estoy sirviendo y sin embargo sirvo.
Sí, estoy sirviendo, pero primero a mí mismo, antes que nada tengo que asimilar conciencia espiritual.
Solo entonces podré mantenerme en pie con mis propias fuerzas en este poderoso espacio y empezar a servir a otros.
¿No es todo magnífico?
Dios, Dios mío.
¡Padre!’.
Así era como pensaba, hablando para mis adentros.
‘Soy como un niño aquí, en esta vida’.
Se añadió una nueva alegría a las muchas que ya tuve que procesar desde mi entrada a las esferas de luz.
Es impresionante, es increíble lo que veo, y lloro profundamente emocionado.
Papá comprende mis sentimientos y deja que llore.
No hay persona en la tierra que pueda vivir esa alegría tan intensamente, y sin embargo, lo que veo pertenece a la tierra.
Veo cómo la luz del día se va retirando gradualmente y cómo su lugar lo va ocupando la oscuridad de la noche.
El sol se va poniendo...
Un poderoso milagro, que me apabulla, como si lo viviera por primera vez.
Es que ahora también lo vivo por primera vez tan intensamente, como hijo de la tierra jamás experimenté este milagro así.
Inclino la cabeza profundamente y doblo las manos, embargado como estoy por el respeto hacia el omnipoder de Dios que aquí se despliega tan claramente.
Me acometen nuevos pensamientos: cuántas leyes tiene que dominar el universo, el espacio de Dios.
Lo atisbo y ya todo me da vueltas, otra vez me siento pequeño e insignificante.
Alzo la vista hacia papá, como buscando su apoyo.
Sin él —eso lo sé— estaría perdido en este espacio inmenso.
Aún no se me concede profundizar demasiado en las leyes y los problemas relacionados con lo que llegué a ver durante nuestro primer viaje por el universo.
Todavía no puedo procesar todo, solo acabo de dar unos pocos pasos en la vida eterna, y lo que ahora se me da a absorber ya es de por sí abrumador.
Tengo que ir paso a paso, y no he de saltarme ni uno solo, o mi caída será profunda.
Cuando en breve sea de noche en la tierra y la gente duerma profundamente, nosotros, papá y yo, seguiremos con tranquilidad la tarea que se nos ha impuesto.
El cuerpo del hombre terrenal requiere sueño, requiere descanso, y nosotros, liberados de la vestidura material y sus trabas, planeamos sin descanso ni impedimentos por el espacio, explorando, viviendo cosas.
Cuántas leyes no estarán vinculadas, a su vez, a este estado, se me ocurre.
Pero de nuevo siento que será mejor que tampoco profundice en esto, si al menos quiero mantenerme en pie.
En esta vida un problema despierta el siguiente, una ley atrae otras mil.
Miro a papá y al instante habla conmigo, de sentimiento a sentimiento.
Dice:

—Está bien que pienses, hijo mío.
Quiero desprender tu pensar y sentir.
Cuanto más profundo seas en tu sentir y pensar, más rápidamente avanzaremos.
Nos esperan otras tareas.
Pero has intuido correctamente que de momento no has de pensar más profundamente que lo que te permitan tus fuerzas.
Por eso sigo muy sintonizado contigo, para poder avisarte de inmediato si te excedes (—dijo).
Estoy en la vida del espíritu como un niño dependiente, tengo que aprenderlo todo: caminar, pensar, procesar.
Esto lo experimento así una y otra vez, ahora también.
En nuestro viaje con los acontecimientos tan asombrosos para mí, me fueron surgiendo continuamente deseos de agradecerle a Dios todo lo que se me ha dado.
Quisiera comprarle entonces flores, flores blancas como la nieve, para depositarlas ante los pies de mi Padre más elevado.
También ahora me surge de nuevo este deseo.
Sin embargo, no es su intensidad la que de golpe me hace tambalear.
Se debe más bien al poder de los pensamientos y sentimientos, a los que mi deseo dio forma.
Provocan un caos en mí.
De modo que lo primero que he de hacer es poner orden en la vida de mis pensamientos.
De lo contrario me será imposible poder empezar con un nuevo problema, siendo entonces mejor que papá abandone y vuelva a su esfera.
Estaba pensando en comprarle a Dios, el Padre de todo lo que vive, un ramo de flores, claveles níveos, o mejor aún lirios inmaculados: solo las flores más hermosas pueden expresar mi gratitud.
Pero al sintonizar con esto tengo que experimentar que en esta vida me encuentro sin dinero ni flores, y que por lo tanto ni siquiera le puedo mostrar a Dios mi gratitud de una forma tangible.
Entonces empecé a sentir de repente la enorme profundidad vinculada a este problema, y todo me dio vueltas.
Lo que es posible en la tierra —comprarle a alguien flores para mostrarle tu amor— no es posible en este mundo.
Dios pide al hombre que demuestre ese amor, esa gratitud, de una manera completamente diferente, menos fácil.
‘Pero ¿cómo pues?’.
Y entonces me entra la respuesta, de papá naturalmente:

—Aquí, en esta vida, “servir” es la manera de hablarle a Dios de tus sentimientos por Él.
Cada acto de bondad demostrado a Sus hijos es una flor, y cuantos más servicios de amor, más grande y hermosa será la composición floral que puedas ofrecer a Dios.

Eso es lo que hace papá, y con él millones de almas más: entregarse por la vida de Dios.
Así es como muestran su gratitud por todas las buenas acciones y el amor que su Creador les demuestra sin cesar.
Una vez más me doy cuenta de cuánto me queda por aprender antes de que esta vida, el mundo del espíritu, me pueda acoger completamente.
Mi pensar y sentir, mi conciencia: siguen siendo terrenales, es imprescindible que se hagan espirituales.
¿Cuántas cosas no tendré que asimilar todavía en esta vida, si ni siquiera soy capaz de pensar en un ocaso sin que todo me dé vueltas y parezca que vaya a derrumbarme?
Cada ley que vive en el cosmos la tendré que aprender si quiero elevarme y avanzar.
De este modo, mientras trabaje y sirva, exploraré la vida del espíritu, así como infiernos, cielos y el espacio inconmensurable, que es la creación de Dios, y seré introducido en ellos, aprendiendo a incorporarlos a mi conciencia.
Proseguimos nuestro camino sobre la tierra, papá y yo.
Llegamos a la tierra procedentes de la primera esfera.
¿Qué distancia habría entre esa esfera y la tierra?
¿Cuánto tiempo pasaría antes de llegar aquí desde allí?
Pero ¿es que era posible todavía hablar en esta infinidad de distancia y tiempo?
Aún así no creía —según seguía dándole vueltas— que durara mucho tiempo.
En cualquier caso, debió de haber sido más rápido que ahora, porque ahora parece como si camináramos.
Solo avanzamos muy lentamente y ¿todavía sigue sin aparecer Róterdam?
Y ¿por qué dura ahora tanto?
Al instante vuelvo a sentir que debo ser cauto en mi pensar.
Mis preguntas sobre la distancia y el tiempo me conectan de inmediato con el espacio, y ese espacio es inconmensurable.
Papá ha captado mis preguntas.
La respuesta a la última pregunta me entra gradualmente.
Que avancemos ahora con esta lentitud se debe a mí.
Voy divagando ahora por aquí, después por allá, sin tener mi voluntad completamente sintonizada con la meta que queremos alcanzar y que se ubica en Róterdam.
Pienso, pero en el fondo no lo sostengo del todo.
No pienso más que al cinco por ciento, he de aceptarlo.
Si pudiera seguir pensando a fondo y fijar al mismo tiempo mi voluntad en nuestra meta, entonces sí que podría avanzar como rayo.
Papá sabe hacerlo, eso lo ha asimilado.
Pero yo —he de reconocerlo una vez más— ni puedo ni debo profundizar mucho en lo que pienso, porque así atraigo hacia mí desde el espacio leyes que me abrumarían y apabullarían, dado que soy un niño en este mundo.
Así que haría mejor en sintonizarme con alcanzar la meta fijada.
Hago lo que dice papá y hete aquí que volamos por el espacio y solo un segundo después entramos en nuestra vivienda en Róterdam.
Aprendí mucho, muchísimo, entre Ámsterdam y Róterdam.
¡Más de lo que jamás podría haber comprendido en la tierra!
Una vez en casa, papá me hace sentir que puedo sintonizarme con nuevas preguntas y problemas.
Me dará respuestas a todo lo que quiera saber.
No me hace falta pensar mucho tiempo y le pido a papá que me conecte con el acontecimiento más trascendental y que domina todo los demás, y que viví un día en esta vivienda: ¡su enfermedad y muerte!
Sigo a papá a la habitación donde pasó su enfermedad y murió.
La imagen que se me había quedado para el resto de mi vida volvió a aparecer ante mí.
Papá estaba en la cama, en silencio y con la mirada perdida, meditando, y yo estaba en una silla a su lado.
Sobre una mesita al otro lado había algunos medicamentos y un pequeño jarrón con flores blancas.
Hemos vuelto a trasladarnos al pasado y resulta que nada se ha echado a perder.
Surgen nuevas imágenes y me muestran el transcurso entero de la enfermedad de papá, hasta el final.
Papá se siente enfermo y su cansancio ha ido tan en aumento que ya no puede abandonar la cama.
Insisto en hacer venir al médico, y por fin papá accede.
Después de examinarlo, el médico declara con aplomo que papá no tardará en recuperarse.
Pero papá mismo asegura que el médico se equivoca; ya no volverá a levantarse de esta cama, afirma.
Ha percibido una voz que le sonaba muy familiar, y que le dijo que dentro de poco entraría en la vida después de la muerte.
El cansancio de papá es cada vez mayor y a pesar del dictamen optimista del médico su estado empeora.
Ahora empiezo a percibir el significado de ese cansancio.
El cuerpo de papá se debilita, debido a que él ya no sintoniza sus fuerzas en su conservación.
Su alma está trabajando en una nueva tarea y se prepara para hacer la transición a la otra vida.
Naturalmente, el cuerpo se ve desprovisto de esas fuerzas y se manifiesta el cansancio.
Si papá hubiera tenido enfermedades o padecimientos se habrían agravado y habrían provocado la muerte.
Ahora la vida animadora no siente más que cansancio.
Es todo lo que se puede sentir.
Esta es su enfermedad, que en breve detendrá su corazón.
Papá ya lo sabe y se entrega por completo a ese cansancio.
El médico, entretanto, ha tenido que reconocer que papá ya no se recuperará.
Sí, constata, el pulso cardiaco se ha debilitado tanto que el final tiene que estar próximo.
No le da de vida más de una semana.
Pero papá demuestra una vez más lo estrecho que ya es su contacto con el mundo del otro lado y lo grande la seguridad que allí gana.
Lo que es morir, morirá, le dice al médico, eso ya se lo aclaró al comienzo, pero no será en menos de una semana.
Mañana estará en condiciones de decirle con precisión el día y la hora.
Se ha hecho de noche.
La enfermera de noche ha apagado la luz, al lado de papá solo hay encendida una lamparita.
De pie junto a papá vuelvo a ver este acontecimiento tantos años después.
Papá me hace sentir que no es necesario que me sintonice con la enfermera, pero sí que sería bueno seguir a nuestra ama de llaves.
Lo hago y veo a Betsje muy ocupada, yendo de aquí para allá.
Entonces empiezo a ver su irradiación y enseguida me llama la atención que contiene manchas negras.
Al mismo tiempo descubro su significado.
Las manchas oscuras señalan los graves errores que esconde su carácter.
Miro a papá y veo su túnica espiritual.
¿Cómo es posible —me pregunto atónito— que no la haya visto antes?
Entonces lo comprendo: tengo que tener en cuenta que aquí lo vivo todo con las fuerzas de papá y que solo me muestra lo que considera necesario.
Y todo esto en el momento justo, porque de lo contrario me aplastaría la variedad de impresiones que aquí ofrece a vida.
La vestidura de papá le cuelga holgadamente de los hombros, como una túnica romana.
Tiene un color precioso.
Papá me deja sentir cómo se formó.
Fue la vida de su alma la que la hiló, tejiendo los hilos hasta formar este patrón, y fueron sus cualidades los que la colorearon.
De esta forma, pues, es como la vida interior del portador queda fijada en la túnica espiritual.
Cada alma en el espacio tiene una vestidura; ni una sola alma, da igual donde se encuentre, aunque sea en el infierno más profundo, tiene que ir desnuda.
La irradiación de Betsje permite percibir claramente cómo sería la suya.
Las manchas oscuras que contiene indican que Betsje no sirve.
La sigo mientras va de un lado para otro.
Ahora entra a la habitación de papá y le lleva algo de beber a la enfermera.
Así es como termino por posar la mirada en papá.
¡Cielos! ¿Puede ser cierto esto? ¡Veo a papá por triplicado!
Hay que ver cómo está de pie junto a mí y en la cama.
Pero allí también percibo una sombra y estoy seguro de que es papá.
Pero no me quedo pensándolo mucho tiempo, casi al instante vuelvo a mirar a Betsje y su irradiación.
Ahora veo que es una ladrona.
Se lleva dinero, una y otra vez.
Siempre me faltaban pequeñas sumas de dinero en la caja en la tienda, se me ocurre ahora.
Pero nunca pensé que se tratara de hurtos.
O sea que era Betsje.
De golpe la veo mientras está delante de un armarito.
Duda, mira a la derecha y a la izquierda, y saca unos cuantos billetes de dinero.
Trescientos florines.
“Dios mío, Padre en el cielo, ¿es que entonces no hay nada que se le escape?
¿También eso ya está determinado?
¿Es que entonces nos encontraremos más tarde ante cada acto de nuestra vida?
Si eso es así, Dios mío”, sigo rezando, “perdónaselo entonces a Betsje, porque tampoco es que fuera tan mala.
Cuidó bien de papá, y de mí también, por cierto.
Se lo hemos perdonado, Padre, Dios de todo lo que vive, sería mejor que ya no lo vuelvas a mencionar, el dinero se lo hemos donado”.
Papá, acostado en la cama, sigue a Betsje con la mirada, mientras esta le lleva algo caliente a la enfermera.
Leo esa mirada y entonces sé que papá está completamente al tanto del robo de Betsje.
Para estar seguro se lo pregunto.
Pero no dice nada, aunque sí que me deja sentir que, en efecto, lo sabía todo.
Ahora no quiere hablar de ello, porque entonces en esta vida se despiertan demasiadas cosas.
En aquellos días previos a su muerte la sensibilidad de papá había aumentado tanto que podía leer en Betsje.
Adoptó sus deseos equivocados, su ansia por el dinero, sus robos.
¡Esta era la transmisión telepática de ella!
Papá mira a Betsje pero no dice nada.
Ahora también sé por qué.
Papá estaba preparándose para su transición, estaba despidiéndose de la vida terrenal, y ya no podía ni quería sintonizarse con estos actos equivocados.
A él eso lo haría volver de manera cruel a la tierra, y de todas formas no iba a poder cambiar de golpe a Betsje, reprendiéndola.
Así que yo tampoco voy a tratarlo más y prefiero seguir la irradiación de Betsje; papá tiene la misma intención.
Dejo de mirarla, lo miro a él y después me miro a mí mismo.
Mientras papá estaba preparándose para su transición depuso su túnica terrenal, pero por encima de esta fue tejiéndose otra, espiritual, que por aquí y por allá ya iba coloreándose.
Entonces de repente me llamó la atención que mi uniforme, que aún llevaba puesto, estaba difuminándose.
Al verlo me asusté, pero al mismo tiempo me entró una gran felicidad.
Estaba empezando a comprender ese difuminar de mi trajecito terrenal.
Debido a que yo estaba haciendo paso a paso la transición a esta nueva vida, me iba alejando de la tierra y de todo lo que allí me ataba.
Más adelante, cuando yo haya seguido y vivido todo, este uniforme seguramente se disolverá del todo.
Porque ahora sentía que detrás estaba empezando a tomar forma otra túnica.
Pero, qué asombroso, y todo esto lo recibía por mirar a Betsje y los puntos negros en su irradiación.
Tenía que esforzarme para procesar todos estos acontecimientos, que en sí eran problemas muy grandes.
Aun así, todavía no había llegado al final de mis experiencias.
Volví a dirigir la mirada a mi padre.
Parecía estar durmiendo, pero no era el caso.
Sus rasgos estaban levemente iluminados por la pequeña lámpara.
La enfermera, al verlo así de sosegado, lo había dejado solo.
De pronto una gran luz inundó la habitación y vi que se acercaba a papá una gran figura.
Era Angélica.
Estaba de pie junto a su cama y lo adormecía.
Entonces se conectó con él y elevó el alma de papá en el mundo de ella.
De este modo él podía verla y oírla.
Ella le dijo cuándo viviría su transición.
Ahora me surgía la pregunta de cómo podía predecir esto.
La respuesta me vino con fluidez, al instante.
Por su completa transición en él, Angélica podía leer cada vez más en su aura —que se difuminaba cada vez más— cuánto faltaba según el tiempo terrenal para que se desprendiera su alma del cuerpo material.
Yo observaba con un respeto sagrado la escena que se desarrollaba ante mis ojos: dos personas que se pertenecían, según lo dispuesto por Dios, y que se profesaban un amor que no había imaginado que fuera posible.
Dejé que los acontecimientos incidieran en mí tranquilamente: ya no debían apabullarme.
Por la mañana papá me contó que esa noche se le había aparecido Angélica y que esta le había dado a conocer el momento de su transición.
Fueron transcurriendo los días y el médico no tardó en tener que reconocer que su ciencia había fallado.
Pero dijo que eso tampoco era tan extraordinario: que muchos moribundos sabían decir con precisión cuál sería el momento en que cerrarían los ojos para siempre.
Sin embargo, no tenía claro cómo podían saberlo, y entonces tampoco podría haber aceptado la verdad.
Ahora, no obstante, me encontraba ante los hechos y estos no mentían.
Ahora veo la irradiación del médico, y también esta contiene puntos negros.
Si hubiera podido verlos en la tierra me habrían servido de aviso.
El médico no es honesto, finge interés, pero le cuesta esfuerzo no reírse de las palabras de papá.
Cree que está loco de remate.
Su alma está muy alejada del poderoso acontecimiento en el que vive papá.
Los días van consumiéndose y el final de papá se acerca cada vez más.
Su sensibilidad no deja de aumentar.
A medida que esta crece, su cuerpo se va debilitando y su aura se disuelve cada vez más.
Pero vuelve a reconstruirse en el mundo del espíritu, en el mundo en el que estoy ahora, y se me concede observar todo eso.
Es la sombra que percibí hace un rato.
Papá empieza a ver y a sentir en este mundo.
Sus fuerzas interiores hacen posible este proceso.
Para ello recibe también la ayuda de quien es su alma gemela.
Las leyes de la vida y la muerte lo hacen posible.
Varía en cada persona, según las leyes que tenga que vivir y que ella misma haya hecho despertar.
A papá no le llegará un final repentino.
Hará una lenta transición de lo terrenal a la vida eterna.
Ni siquiera es necesario que sienta una sacudida.
De modo que para él la muerte ha perdido cualquier significado: ¡es que no existe para él!
Cuando mi padre hubo muerto al cincuenta por ciento empezó a predominar la otra vida.
Vi que su aura si iba haciendo cada vez más densa en ese mundo.
El ver y sentir de papá en la vida del espíritu no dejaba de agudizarse.
Por medio de Angélica incluso veía en algunas de sus vidas anteriores; esto se hizo posible por haber tenido conexión con ella en esas vidas.
Así también fue conectado con la vida en la que fue médico.
La sabiduría acumulada en ella se hizo consciente en él y le daba el derecho de llamar colega a su médico.
A mí me conoció en esa vida como Jack, y al instante me llamó así.
—Le diré cómo es, compañero.

Así es como papá le habla al médico, y después trata muy en detalle la incapacidad del sabio terrenal. Aquella no se disuelve hasta que este no llegue a conocer el alma, lo esencial de nuestra existencia humana.
Para el médico no es más que el delirio de un moribundo, un galimatías sin sentido ni significado.
Pero ahora sé que el inconsciente no era papá, los inconscientes éramos nosotros.
Cuando habló era una persona profundamente consciente, que tenía conexión con las leyes espirituales más poderosas.
Leyes que le permitían echar un vistazo en las vidas vividas por él, en las que con mucha lucha y gran esfuerzo fue acumulando sabiduría que se convirtió en indivisible posesión suya.
No nos habló como un moribundo cuyas capacidades mentales estaban debilitándose, sino al contrario, como una personalidad agudamente consciente que siente hablar en su interior la fuerza y la realidad de su pasado.
Qué alejados estábamos entonces de él.
Nos encontrábamos ante la profundidad que existe entre la vida y la muerte, que era inabarcable e insondable para nosotros, para el médico y para mí, y que solo papá podía salvar, con la ayuda de su Angélica.
Ahora, solo en esta vida, papá conseguirá tender un puente hacia mí.
En la tierra tuvo que fracasar entonces por mi duda.
El porcentaje sube de cincuenta a setenta.
Puede verse en el cuerpo material, cada vez está más socavado.
Ya no habla mucho.
Está preparándose para su transición en silencio.
Lo que quería decirme, ya me lo comunicó.
Mucha sabiduría, de cuya profundidad y realidad empiezo a tomar conciencia solo ahora, y ni siquiera en su conjunto.
Papá mismo incluso me dio una prueba que debía convencerme de su pervivencia después de la muerte.
Me pone sobre aviso de las prácticas que mamá no tendría empacho en llevar a cabo para servir sus propios deseos equivocados.
El proceso de muerte prosigue.
El médico asegura que ahora ya tiene que acabar en cualquier momento, sí o sí.
Pero vuelve a equivocarse.
Aún falta para el final de papá.
Se puede ver en su aura.
Todavía es demasiado densa y tendrá que hacerse traslúcida antes de que el alma abandone el cuerpo material.
Papá ya no presta atención a su entorno.
Mantiene los ojos cerrados, pero no duerme, piensa.
Junto a él se encuentra su felicidad eterna, Angélica, que mantiene sus manos en las suyas.
Qué inmaculado es su amor.
Hacen la transición el uno en el otro, esta hora hermosa es exclusivamente para ellos dos.
Es un regalo del que Dios es el Dador.
Angélica le dice algo y papá le responde.
Es este hablar el que me llamó a su cama.
Me veo a mí mismo sentado junto a la cama, pero no oigo lo que dice papá.
Angélica se queda, no los molesto.
Ambos estamos sentados en silencio junto al enfermo al que tanto amamos.
Angélica se va cuando ya es bien de día y aumenta el bullicio en las calles.
El día despierta a papá y vuelve a la conciencia que aún pertenece a la tierra.
Luego, cuando la noche se eche encima de la ciudad y acalle el bullicio, él volverá a hundirse en su vida inconsciente, en aquella vida en la que su espíritu vuelve a ser entonces muy activo.
Empieza la última noche de papá en la tierra.
Veo que su aura está haciéndose traslúcida.
También se cumplirá esta predicción de Angélica.
El médico ha decidido quedarse con papá.
Ambos pasamos la noche velando.
Una última vez nos dirige la palabra y se despide.
Despunta el alba.
Angélica planea como un ángel por encima del cuerpo material de papá y lo besa.
Ahora se disuelve por completo en papá.
La luz crepuscular busca una entrada por las cortinas, que no están cerradas del todo, y se derrama por el lecho de muerte.
Todo esto lo percibo ahora, nada se queda oculto.
De este lado veo que su cuerpo astral se va haciendo más denso y que adopta formas.
Falta algo de tiempo para que el alma de papá sea completamente libre.
Aún hay un cordón plateado que une el cuerpo con el alma.
Pero eso también se va difuminando, se hace más y más etéreo.
Entonces papá queda libre, abre los ojos en la vida eterna y ve a aquella que le pertenece.
—¡Angélica, mi Angélica!
Lo recibe entre sus brazos y se va con él, planeando.
Puedo seguirlos ahora con los ojos, se van alejando cada vez más de la tierra y entonces se les abre su cielo.
El lecho de muerte que se me concedió observar es poderoso, es sagrado.
¡Qué grande es Dios, cuánto amor tiene por Sus hijos!
Miro a papá, pero no puedo decir ni palabra.
Pasa un cierto tiempo antes de que haya podido vencer mi emoción y logre pensar otra vez de manera normal.
‘Y ¿cómo fue mi lecho de muerte?’ se me pasa por la cabeza.
Entonces me entra la palabra de papá.
El hermoso lecho de muerte que se le concedió vivir solo es para quienes se han preparado para él en muchas vidas.
Cualquiera, sin excepción, puede vivir esta gracia si se prepara para ella espiritualmente.
—Tú también puedes adquirir esto, Theo —dice papá—.
Eso ya vendrá, hijo mío.
Vas por el buen camino.
Sé que ocurrirá, esta gracia algún día también te llegará a ti, porque ya ahora estoy viendo esas leyes.
Naturalmente, creo en las palabras de papá, y durante unos instantes, sin embargo, me asalta un sentimiento triste.
¿Quién me acompaña ahora en mi camino por este mundo?
¿Dónde vive aquella que me pertenece?
¿Dónde está ella? ¿Por qué no me dio la bienvenida cuando entré aquí?
Me entra un enorme deseo de poder poseer una pequeña parte del amor que estos dos, Angélica y papá, se profesan.
Los había visto sentados juntos como dos niños completamente felices, sabiéndose cubiertos por las manos bendecidoras de Dios.
Había sentido yo que eso sí que era amor, amor inmaculado, que hace servir y portar, comprender y cantar.
Solo así puede haber querido Dios que se amaran los seres humanos.
Y ¿qué logran finalmente?
En la tierra no me lo había imaginado de otra manera, así es como hubiera querido amar a quien allí era mi mujer.
No pudo ser, para construir un vínculo de amor hacen falta dos.
Papá también tuvo que experimentar esto en la tierra.
¿Cuánto más amor, cuánta más comprensión, fuerza y sabiduría podría haber dado a mamá?
Siento que papá quiere continuar y de inmediato se despliega ante mis ojos una nueva imagen.
Me veo andando detrás del féretro de papá.
Pero me cuesta desgajarme de la esfera sagrada a la que me condujo la vida de su amor y de Angélica.
Ya me gustaría quedarme a vivir un poco más en ella, pero entonces me atrapa la nueva imagen.
Voy en el cortejo fúnebre que va a enterrar el cuerpo material de papá, y solo cuando dirijo la mirada a mamá veo lo vacío y frío que es su ser.
Incluso ahora todavía no piensa más que en dinero.
Leo en esos tenebrosos pensamientos y el frío que expide su interior me hace estremecer.
Está deliberando cómo convencerme para que la deje vivir en mi casa.
La acompañan seres tenebrosos que solo intensifican sus pasiones y deseos equivocados.
Pero veo que tampoco ahora estoy desprovisto de protección.
Angélica ha vuelto y está junto a mí.
Deposita en mí las respuestas que he de dar a mamá.
Es gracias a ella que no cedo ante la presión a la que me somete mamá para arrastrarme hasta su asqueroso mundillo.
Es sagrado y conmovedor ver esta protección.
Me hace llorar de felicidad.
Ni un solo ser humano en el mundo está solo.
Para todos hay ayuda y protección espiritual, al menos en la medida en que uno esté abierto a ellas.
Papá me hace sentir que esto lo vivirá todo ser humano.
Mamá se largó hecha una furia.
Se van haciendo visibles nuevas imágenes y retienen mi atención.
Papá ha vuelto a mí desde su cielo.
Intentó conectarse conmigo y lo hizo mediante la escritura.
Cerca de él está Angélica.
Papá escribe por medio de mi mano.
De tanto en tanto hace preguntas a su alma gemela.
El proceso vuelve a repetirse, igual que con la escritura por medio de Angélica.
Papá desciende en mí.
En sentimiento llegamos a la unión espiritual.
La escritura va por sí sola debido a que ahora me entrego por completo y a que papá y yo tenemos la misma sintonización.
Qué sencillo es todo esto, y también: qué poderoso.
Pero entonces comienzan otra vez mis dudas, papá siente que tendrá que parar en breve.
Ahora que me encuentro en esta vida siento ganas de darme bofetadas.
Cuánta sabiduría no podría haber recibido en la tierra si hubiera albergado fe y entrega.
Pero ahora ya no es posible cambiar eso.
Tengo que aceptar que mi conciencia no poseía por entonces ese grado necesario de sentimiento y pensamiento.
Ahora, morando en la vida eterna, me sería imposible seguir dudando.