El ser uno humano y universal

Buenos días, mis hermanas y hermanos:
Esta mañana vamos a comenzar con el siguiente viaje, todavía en la tierra, el revivir: ‘El ser uno humano y universal’.
Nos volvemos a preparar para ese viaje al macrocosmos, a la vida embrionaria.
Espero que dentro de una, de dos conferencias lleguemos a ese punto, pero en todo caso les hace falta la preparación, porque volver a volar de una vez hacia esa luna, hacia ese macrocosmos, sintonizarnos con esos problemas imponentes, no se puede hacer así como así.
Lo han vivido con esas conferencias anteriores, no estuvimos más que estar en el espacio, espacio, espacio, y sin embargo, ahora es necesario porque aprendimos a pensar de manera terrenal, humana.
El ser uno —pronto lo vivirán— el ser uno universal para los seres humanos, no lo es solo para nuestro instrumento, André, pero si escuchan bien y nos siguen, también lo será para todos ustedes.
Porque más adelante, también a ustedes les dará vueltas la cabeza y se desplomarán cuando despierte la chispa divina, cuando hablen las leyes divinas dentro de ustedes, con conciencia diurna, y ustedes tendrán que espiritualizarlas y materializarlas.
Y eso son gemidos, quejidos, es un dolor que tiene que vivir André y ahora otra vez, en esos tiempos, 1944, noviembre.
Las cosas se ponen cada vez peores, y sin embargo la gente puede pensar universalmente si conoce las leyes.
Saben dónde nos hemos quedado.
No quiero dar una introducción así de profunda, porque nos alejaremos otro poco de la tierra —lo vivirán ustedes esta mañana— porque algo ocurre con él.
Saben dónde me he quedado aquí.
Tuvimos que detenernos, ya había vuelto a pasar nuestra horita, nuestra hora y media.
Para lo que en realidad quisiera dar esta mañana me hacen falta seis, siete horas.
Pero desgraciadamente, eso no puede ser.
Sí que podremos hacerlo cuando estemos detrás del ataúd, entonces haremos ese viaje y seguiremos juntos —ustedes con sus seres queridos, los maestros a su lado— mil, dos mil, cinco mil años de viaje.
Y entonces ya no habrá noche, solo día, solo luz espiritual.
Tomados de la mano planearemos a través de leyes vitales divinas y de las que podemos decir: todo esto me pertenece.
Quiero fijar sus sentimientos en eso esta mañana, tocar de vez en cuando lo que ustedes pueden alcanzar para sus espíritus por medio de sus vidas materiales.
Nos hemos quedado donde André andaba por la calle, han oído hablar a esa mujer, esa teósofa.
Pero un poco más tarde ya se encuentra otra vez ante otra cosa, la gente lo conoce, son los lectores de sus libros, y ahora se encuentra ante otra mentalidad que dice: “Buenos días, Jozef.
¿Qué tal?”.
“Bien, hija”, dice.
“¿Oíste esos cohetes V2 esta noche?”.
Quien venga aquí por primera vez y quiera vivir una conferencia cósmica, pensará: ‘¿Qué voy a tener que ver yo con cohetes V2?’.
Pero esto es ‘La cosmología’, escrita y vivida en los últimos meses de 1944, durante la guerra.
“Qué horroroso, ¿no?”.
“¿Te cuidan bien los maestros?”.
Contesta: “Sí, señora, no tengo nada que temer en cuanto a eso”.
“¿Sigues en contacto con el maestro Alcar?”.
“Sí, señora”.
“¿Ya terminaste tu último libro?”.
“Ya estoy con algo nuevo, señora”.
“¿Cuándo se nos concederá leerlo entonces?”.
“Para eso todavía falta un poco”.
“Que te vaya bien, Jozef”.
“Que le vaya bien, hija mía”.
“Igualmente”.
Qué cariñosa, piensa André, pero así no voy a resolverlo, así no voy a avanzar.
Y un poco más tarde, cómo es posible, la tercera vez esta mañana: “¿Qué tal, señor Rulof?”.
Ahora es al “señor Rulof”, el de la ciudad —lo han leído en ‘Jeus III’— a quien André tiene que acoger.
Y de pronto, André da una nimiedad al de la ciudad, y entonces Jozef puede decir: “Muy bien, señor”.
“Ande, cuénteme: ¿lo ha cuidado bien su maestro?”.
“Ahora sí que me da risa, señor”, dice, esto es de André, “¿acaso tendría que haberme mandado pollos asados?
¿Tendría que haberme llenado la casa de alimentos?
Lo conozco demasiado bien, o pensaría que me está tomando el pelo.
Sí, estamos en esta miseria y tenemos que salir de ella, saldremos de ella”.
“Así tiene que ser, Jozef.
¿Y su esposa?
¿Sabe aceptarlo?”.
“Sí, también se entrega, señor, pero creo que mejor voy a dejar que haga lo que quiera.
Es cosa de ella.
Tiene que hacerlo ella.
Ahora el propio ser humano tiene que decidir.
Mi mujer sintoniza conmigo y se entrega a los maestros, también ella tiene que poner las cartas sobre la mesa.
El otro lado nos pregunta: “¿Qué quieres?”.
La deidad en nosotros, señor, pregunta: “¿Qué quieres?”.
Cristo, el espacio, las leyes macrocósmicas preguntan: “¿Qué quieres, ser humano?”.
Somos unos privilegiados, señor, porque se nos concede saber”.
“Eso es verdad”.
“Créame, no quisiera comer ahora todo lo que conocíamos antes de la guerra.
Pero he avisado a cientos de personas: compren de todo, aprovisiónense todo lo que puedan, pero nosotros mismos no fuimos capaces de hacerlo, señor.
No sé si comprenden esto, pero ahora se puede comprar el alma, a la gente, hombres y mujeres, por un panecillo, señor.
Vaya, vaya, ¿no le dice nada?”.
“¿Solo por el miedo?”.
“No, señor, es el hambre, la miseria, la gente se pierde por sus sistemas materiales.
Yo no.
A mí y a los que hemos leído mis libros la muerte nos importa un bledo.
Usted lo sabe.
Pero tampoco tomamos latas de leche, señor, para mantenernos con vida, quitándosela a los bebés”.
“Lo dice como si yo lo hiciera”, dice ese señor.
“Nada de eso, señor.
Claro que no, pero así es, ¿no?”.
“Su rostro, señor, ya muestra esas famosas manchitas, ¿no lo sabe?
Se está llevando hacia el edema de hambre.
Señor, ¿tan mal está aprovisionarse de comida?”, dice.
“No, señor, no está mal, pero entonces aprenderá poco”.
“Eso es cierto”.
“Yo aprendo enormemente ahora porque no tengo nada que comer.
¿Lo cree?
Ahora también comprendo a Ramakrishna, comprendo a Buda, a Sócrates.
El ser humano que se llena de comida y bebida no puede conducir su mente a la dilatación, a las leyes vitales divinas, porque ese comer y beber lo mantiene atado a la materia, y así está conectado y lo seguirá estando”.
“Sí, señor, lo sé.
Dios”, dice este señor, “lo comprende y lo sabe, porque está trabajando para todos Sus hijos”.

“Eso es”, dice André, “con usted puedo hablar, señor.
Es la verdad.
Ahora no son los amigos los que le dan algo a uno, es Dios mismo.
Hace un momento tuve una conversación imponente con una mujer, pero me insultó llamándome idiota.
¿Lo comprende usted?
Los amigos que vienen ahora —es un árbol, es agua, son los pájaros— reclaman: ‘Cómeme, si puedo servirte, si conmigo usted aporta, da, trae algo bueno a la humanidad’”.
“¿Qué dice usted?”.
“Lo dice un pájaro, señor, lo dice un pez.
‘Si quiere usted servir a la sabiduría, si quiere vivir a Cristo, si quiere conducir a Dios a la dilatación, daré mi alma, mi espíritu, mi organismo a usted’.
Y mire, señor, tiene los milagros delante de usted; los vive, puede sacar el pez de las aguas así como así, porque quieren ser comidos”.
“¿Ha usted vivido eso?”.
Dice: “Apenas antes de ayer, pero entonces salí corriendo rápidamente”.
“Lo comprendo.
Está usted lejos, señor Rulof”.
“Sí, señor, lo estoy.
Iré incluso más lejos.
Iré tan lejos, señor, hasta que la tierra y su espacio se disuelvan ante mi vida”.
“¿Has oído a ese pastor protestante esta semana?”, dice, “ofreció una conferencia y dijo, señor: ‘Dios quiere enfrentarse a los seres humanos’”.
André dice: “Acabo de ver ese cartel allí, en una ventana.
Tal vez el pastor viva allí.
No soy capaz de romper esas ventanas, pero me habría gustado cambiarlo por otra cosa.
Y entonces diría: ‘Gente, gente, lleguen a poner las cartas sobre la mesa.
Porque el Dios que ustedes han llegado a conocer por medio de la Biblia seguirá siendo, siempre y eternamente, un Padre de amor.
Ustedes reciben ahora su propia paliza’.
Pero, señor, voy a seguir”.
Y retiene a ese pastor protestante y al instante esto sale volando de su vida: “Pastor, eres un lelo”.
André escucha.
“Pastor, eres un inconsciente”.
Otra vez nada.
“Ese no me da consejos, no puede acogerme”, dice André.
“Pastor, usted no es hijo de Su vida, si no se te ocurriría otro título, lo sentirías, para apoyar a la gente”.
Continúa.
De pronto anda por el lado derecho de la calle, y una y otra vez siente que va hacia la izquierda.
Ya ni siquiera puede controlar el volante.
Y ahora lo sabe: hay algo por dentro.
Tiene que seguir recto forzosamente, y sin embargo el organismo va deslizándose hacia la izquierda.
Se deja llevar.
Avanza un poco y vuelve a estar ante personas.
Un hombre que lee sus libros, que lo ve a diario y que vive en esa calle, dice: “Qué peligrosa tu manera de moverte, Jozef.
Te veo dando bandazos, diría, es temprano todavía, apenas son las diez, no habrás estado bebiendo, ¿no?”.
Pero da bandazos, va de un lado para otro, a la derecha y a la izquierda.
“Ay”, dice André, “mi voluntad, mi vida, mi animación, mi espíritu tiene demasiado sentimiento, y eso ¿este corazoncito no puede procesarlo?
No, domina ahora lo maternal en mí, en mi organismo, en mi espíritu, en mis sentimientos”.
Continúa.
Pero dos pasos más allá se detiene, se palpa el corazón, mira hacia arriba, envía a su maestro: “¿Qué significa esto?
No me importa, si no puedo detenerme, me voy al agua.
Pero es sospechoso, he perdido el equilibrio.
Lo que viví esta noche, el Omnigrado, está ahora en mi corazón y lo he de vivir, tengo que procesarlo; está claro que este revivir no es tan sencillo.
Bien.
¿Cómo ha usted podido hacer todo esto allí?”.
El maestro Alcar ya lo ha visto desde hace mucho.
Continúa, pero un poco después está otra vez detenido en la calle, sin más.
Mientras tanto, del lado izquierdo tiene su corazoncito en las manos, se irradia a sí mismo, pero la presión, lo ligero, la falta de equilibrio no se va.
Y es como si la gente lo sintiera, se abalanzan sobre él y quieren hablar.
Gente extraña.
“Buenas, señor”.
Claro que les da educadamente los buenos días, y sigue.
Se dice a sí mismo: “Estar en la calle da miedo.
Pero ¿de qué me sirve hablar con estas personas?
Tengo que experimentar, tengo que reflexionar.
Porque en mi corazón, así es, pues, vive el Omnigrado.
Vivo algo.
Estoy en ello.
Estoy tan imponentemente en ello, y de lo que la gente no conoce las leyes”.
Y de pronto viene —ahora que está allí, mirando el cielo al lado del agua, cerca de un árbol, simplemente con la mirada perdida, pero está pensando en problemas divinos, vive el ser uno con las leyes divinas— oye de pronto que le llega en alemán, desde el espacio: “Quiero vivir”.
Dice: “Es el soldado alemán que ayer subió las escaleras de mi casa y que fue a por todos los libros”.
La voz viene desde el espacio, en que también sigue presente esa bondad.
“Sí, holandeses”, dice de pronto, y envía al espacio, “no cada alemán es un asesino”.
¿No les dice nada?
“Ese hombre ya no quería tener nada que ver con la vida castrense.
Tiene que ir a Rusia, dice, tiene que ir allí, pero no disparará a personas, se lo ha prometido a Cristo y al Gólgota.
Ni tampoco lo hará.
¿Tienes que odiar entonces a esa criatura de Nuestro Señor, protestante?”.
“¿Qué busca ese boche allí en la escalera de su casa, señor?”, dijo la gente de la calle.
“Querido protestante, católico honesto: ese boche fue ayer a mi casa a por los libros espirituales de los maestros.
Dijo: ‘Veinte soldados están leyendo los libros, y ya no hay nada que se pueda hacer con esos soldados’.
Pero para ti, protestante, católico, soy un hereje.
Y ¿ese sería un diablo, ese boche de allí, que tiene un Cristo, un Dios como tú, solo que uno mejor?”.
Y de pronto vuelve a volar por su cabeza: ¿busca Dios un altercado con la gente?
Vuelve otra vez ese pastor protestante.
Se ha ido esa voz del espacio.
“Sí”, dice André, “ese es el Dios de ustedes, pero no el mío.
Ustedes tendrán que despertar primero”.
Sintoniza un poco más con el espacio, ya no oye nada, se va quedando dormida la telepatía del espacio con los seres humanos, respecto de los sentimientos, la vida y el alma, y André vuelve a pensar para sí mismo.
Se pone al lado de un árbol, en la orilla del agua.
Si quieren saber con certeza dónde fue, fue su Canal de Suez (un canal en La Haya que popularmente solía llamarse el Canal de Suez).
Miren, vale la pena escuchar lo que experimenta con eso.
Pero esta mañana, ¿qué tiene que decir la madre agua?
Hermanas y hermanos míos, si pueden hablar con el agua, con la vida, en el espacio... los poetas, las artes y ciencias...
Pero sin duda que los poetas le han escrito poemas, lo han vivido.
Sin duda que Beethoven, Mozart y Bach lo han convertido en arte.
Pero no esta misma unidad, porque entonces los sonidos se hacen más etéreos, entonces habríamos podido enseñarles el oficio a Beethoven, Mozart y Wagner.
Ahora es cuando las cosas se ponen sensibles, porque ahora recibirán el verdadero ser uno con el alma y el espíritu, la personalidad agua, que es una madre para el espacio, porque toda la vida nació en las aguas.
Dice: “Hola, viejita.
¿Ya me has entendido?”, porque ve el rostro de esa madre, y es una aparición imponente.
Es una vida de lo más hermosa, es como si fuera Dios mismo.
Eso es una madre con una imponente túnica, mejillas sonrosadas y labios hermosos, ojos hermosos, según ve André, y un cabello de una belleza cuyas leyes André conoce, y de la que son dueños los ángeles, las madres con conciencia cósmica en la quinta y en la séptima esfera, también en el cuarto grado cósmico, así de hermosa es la personalidad de la madre agua.
“¿Qué tal, viejita?”, dice.
“¿Qué tienes que decirme esta mañana, madre?
¿Ya me has intuido?”.
Allí está, al lado de un árbol.
“La gente dice que apestas.
La gente dice, madre, que hueles feo, que no tienes suficiente corriente, la asquerosidad de la gente, ya lo sé, madre, en tu vida, no quiere irse ahora”.
Porque si ustedes han vivido todo eso allí en ese vecindario, ya no había corriente entonces desde La Haya hacia el mar.
¿Lo recuerdan?
“Sí, madre”, dice André, escuchen bien lo que viene ahora, “he recibido leña”.
Porque unos días antes, un árbol le había dicho: “Te cuidaré, André”.
Y una tarde, a las tres y media, alguien tocó el timbre y se fue, y había un saco de leña delante de la puerta.
Pero el árbol la había dado de sí mismo.
“André, ¿por qué no tomas un brazo mío?
Aquellos no se lo han ganado aún, pero me encargaré”.
Un árbol.
Podemos ahora analizar y seguir y acoger cada dicho del Antiguo Egipto y de la Biblia, cuando Dios ha hablado de verdad, porque André vive aquí los fenómenos proféticos: el ser uno, el ser uno universal con Dios, con la vida, con el espíritu, los sentimientos de la madre naturaleza.
“Es un milagro, madre”, dice.
Aún no oye nada.
“¿Qué tal, madre?”.
Y de pronto, los sentimientos del agua empiezan a hablar.
“Hola, mi André”.
“Querida mía”, dice él, “he vuelto”.
“¿Qué tal tu viaje cósmico, André?”.
“Ahora, madre, estoy asimilando ese calor.
He visto a Dios.
Lo he vivido.
Se me concedió mirarlo al rostro, madre.
Y Su espacio es verdadero.
También en eso pude sentirme como un ser humano, madre, porque ni un solo instante perdí el pensar y sentir de la tierra como ahora converso contigo, como hablo contigo como si nada.
He visto los tesoros de los cielos, madre, y es un lugar hermoso.
Y ahora puedo decirte: quien me siga, madre, llegará a vivir el reino de Dios en la tierra y en los cielos.
Sé ahora, madre, cómo es y qué significa la vida en la tierra para el espacio divino.
Pero la gente ya no sabe qué hacer”.
Está allí, y les he contado y aclarado en el primer libro que entonces empezó a hablar el árbol, y que André llegó a la unión con el árbol, que anduvo hacia él y quiso abrazarlo, y a la vez recibió un golpe en la cabeza: menudo chichón.
Se adentra en el agua, hasta las rodillas está en ella, se habría ahogado si el maestro Alcar no hubiera tirado de él, diciendo: “André, ¿quieres ahogarte?”.
El ser uno con la vida, pues, perderte a ti mismo, disolverte por completo y sin embargo pensar de manera humana sin dejar de pisar fuerte, ¿es ese el truco?
No, esas son las leyes para la gente, para toda la vida de Dios.
La madre agua dice: “Lo sé, André.
¿Pensaste también en mí? ¿Vivía yo también en todo allí?

¿Cómo es mi espacio allí?
¿Cómo es mi conciencia allí, André?
¿Viste mi alma y mi espíritu despiertos, más hermosos?
¿Has llegado a conocer mi profundidad ahora?
¿Has entendido y visto mi concienciación?
Y ¿soy allí amor y felicidad para todo lo que vive?
¿Has podido seguir mi renacer?
¿Lo viste de manera viva y consciente, André?
Acércate un poco más y continúa conmigo”.
André todavía está fuera de la vida de ella.
Aún no hay un ser uno espiritual.
Ya hay hablar, sentir y pensar, pero ahora esa unión completa con la vida de Dios.
Dice: “Sí, madre, llegué a conocer tu profundidad.
Todo es verdad.
La gente y todo lo que vive nació por medio de tu vida, madre.
Eso puedo demostrarlo ahora, puedo aclararlo.
La gente, toda la vida de nuestra madre y nuestro padre nació en tu vida y recibió densificación y ampliación por medio de tu alumbramiento.
Atravesamos las aguas, madre, hasta la conciencia de la tierra, y luego más allá, pero yo y tú somos una sola vida, un solo espíritu, una sola alma.
Y es lo que se les dio a vivir a los planetas, madre.
Es asombroso y tan sencillo a la vez, ¿verdad?
Pero la gente de aquí, ya lo ve, mire por allí”, y a la vez se conecta con la tierra, con la materia, “ha enloquecido por el hambre.
Está loca”.
La madre agua dice: “¿Has vivido el Wayti divino, André?”.
Les he aclarado lo que es Wayti.
“Sí, madre”.
“Y claro, por eso estás tan feliz”.
“Por supuesto, madre”.
“Me lo imagino, eres un hijo del espacio”.
“Sí, madre, en eso me he convertido.
Se me ha concedido escuchar las leyes divinas, madre, y el revivir me dará la conciencia para todos esos grados de vida.
Vi la imponente belleza de la madre naturaleza, de todas las leyes vitales y todos los grados cósmicos y ahora sé cómo he de actuar como ser humano si quiero vivir la armonía de estas leyes, si quiero continuar, elevarme más; y solo entonces podré representar a mi Dios para todos estos espacios, para estos millones de mundos.
Sé ahora, mi madre querida, para qué vivo.
Sé ahora por qué pertenecemos a la vida, madre.
¡Soy consciente, madre!
Dios no es duro ni es odioso.
Dios no busca ningún altercado con la gente, madre, lo hace la gente misma.
Gracias a Dios tú me intuyes y comprendes, o nos perderíamos el uno al otro.
El ser humano es inconsciente, madre, y por eso este mundo, esta sociedad, la gente es tan torpe.
Pero todavía no hemos llegado.
Les aclararé las leyes, madre.
Los elevaré hasta tu vida.
Les daré aquello por lo que la gente te conocerá.
Los elevaré, madre, por lo que podrán vivir tu alma, tu vida, tu espíritu, tu personalidad.
Les diré que Dios nuestro Padre es amor eterno.
Pero ¿quién podrá aceptarme?”.
Pero así está hablando, de pie, en silencio, por dentro.
“¿Qué quieren hacer todavía los pueblos de la tierra?
¿Qué quiere hacer el pueblo alemán?
Tengo en mis manos el libro ‘Los pueblos de la tierra’, madre, conozco la conciencia de todos los pueblos.
Y las leyes que se me concedió vivir, madre, analizan cada chispa de esos pueblos en la tierra, y entonces se encontrarán ante tu vida.
Tú podrás contarles todo, madre, pero yo puedo hablar con tu vida.
Ay, madre, si pudieras verte a ti misma, más adelante.
Ahora la gente te pasa de largo, no comprenden que han nacido en las aguas, que allí recibieron sus vidas, eres un organismo apestoso, madre, y para mí eres tan limpia como la claridad divina cuyos rayos abarcan la conciencia humana en todo.
Qué diferencia de pensamiento y de ser uno.
No, no es tan sencillo.
De verdad, has dado tu vida a cada chispa.
Has dado tu vida y tu alma para alumbrar y crear, y allí están ahora los seres humanos.
La vida más elevada que creó Dios llegó a tener alumbramiento y ampliación, madre, por medio de tu cuerpo.
¿Quién sabe esto? ¿Quién conoce esto?
Pero, madre, ahora comprendo por qué Ramakrishna gritó y se metió al río Ganges, el agua sagrada para los orientales.
¿Por qué esa agua es sagrada?”, dice el oriental, dice la criatura occidental.
“Están locos, están dementes”.
Pero Ramakrishna dijo: “Madre mía, ven a mis brazos.
Dame un beso, por favor, porque ya no puedo procesar la vida”, y se tiró a sus brazos.
Si su alumno no hubiera estado allí, madre...
¿Lo conoces?”.
“Lo sé”, dice ella, “André, entonces Ramakrishna se habría ahogado corporalmente”.
“Pero era espiritualmente uno contigo.
No es tan extraño que se diga ‘agua sagrada’.
Esos orientales no están tan locos, madre.
Pero nosotros, los occidentales, toda esta vida de aquí no comprende nada, todavía tenemos que llegar a conocernos.
¿Y a eso habría que llamarlo erudito?
Eso sería un catedrático, un doctor, y habla, habla, habla sobre: ‘¿Busca Dios problemas con los seres humanos?’, mientras que ese mismo hombre, esa misma vida ¡es Dios!
Ahora ya estoy”, dice de pronto a la madre, “ahora ya estoy de pronto sintiendo y pensando de verdad sobre ese famoso Darwin de quien se habla aquí, madre”.
“Y tú eres capaz de hacer eso, André”, dice ella.
“Sí, madre, ahora sí que le voy a demostrar que los seres humanos no tenemos nada que ver con esa conciencia de mono, nada.
Uno por uno convenceré a esos grandes, madre.
Porque el Dios de todo lo que vive me ha dado esta sabiduría.
Estuve en el Omnigrado, madre, en el Omnigrado divino.
Esta noche vi y viví la Omniconsciencia.
Pero también veo a los seres humanos.
No me creen, madre.
Todavía no me pueden aceptar.
Ay, santo cielo, madre, si llega ese momento...
Pero tengo que continuar.
Claro, he escrito tu nombre allí.
Cuando más adelante llegues al Omnigrado, madre —porque tendrás que recorrer ese mismo camino— verás en el Omnigrado divino que en ese espacio dorado está escrito: he hablado con la madre tierra como agua, fui uno solo con ella; y más adelante su espíritu y sus sentimientos estarán representados en el estadio de la Omniconsciencia para su vida, su espíritu divino”.
“¿Has hecho eso, André?
¿No lo has olvidado?”.
“Claro que no, madre.
De verdad que pensé en ti, madre”.

“¿Cómo era allí?”.
“Ay, madre, era tan infinitamente enorme”.
“Solo puedo decirte, André”, dice ella, “si necesitas algo, piensa en mí y te lo enviaré”.
“Lo sé, madre.
Sé que puedo contar con tu vida, tus sentimientos.
Eres una fuerza primigenia para mí y para todos los de este mundo, siempre y cuando los seres humanos desciendan en tu vida.
Y eso lo tienen que llegar a conocer los seres humanos”.
“Madre”, dice André con alegría y felicidad, y lo envía al espacio:
“¡Entonces los seres humanos ya no albergarán miedo, madre!
¡Hay ahora paz y sosiego en ellos, madre!
¡Llegará a haber unión y amor universales en los seres humanos, madre mía!
Y la paternidad y la maternidad llegarán a la divina claridad inmaculada.
Llegará a haber paternidad y maternidad para la iglesia protestante y la católica, madre.
Porque siguen viviendo como parásitos en la masa.
Lo sabes, ¿no?
¿Cómo recibieron sus cuerpos?
Más adelante eso cambiará, aunque todavía tome un poco más de tiempo, madre.
Porque lo he visto allí.
Los seres humanos hemos vivido millones de años, madre.
Hemos conocido millones de vidas y todavía estamos ante la concienciación espiritual.
Pero ahora Oriente se acerca a Occidente, los seres humanos como criaturas de Dios tienen que despertar ahora, en este siglo”.
Y entonces André todavía dijo: “¡Y para esto no hace falta rezar, madre!
¡Ni hace falta confesarse para eso, madre!”.
“Lo sé, hijo.
Conozco todas estas leyes.
Lo sé”.
“La iglesia católica despertará, madre.
Tiene que desterrar la condena, y solo entonces llegará a haber para esa criatura claridad espacial, ser uno divino, espiritual, espacial para los seres humanos.
Todos esos perifollos, madre, tienen que desaparecer ahora.
Cada secta tendrá que despertar y llegar a conocer las leyes, solo entonces llegará a haber armonía en la tierra.
Ahora, como seres humanos, somos capaces de mover montañas, madre.
Claro que sí, tengo que asimilar todo esto.
Dentro de un par de días estaré listo, madre, y entonces el maestro Zelanus podrá comenzar a escribir.
Veo ahora a los seres humanos por dentro y por fuera, madrecita mía.
Pero veo más: ¡veo manos que dan amor!
¡También veo manos, madre, que roban y asesinan!
Veo manos que golpean a la criatura de Dios en este siglo y la asfixian.
Veo manos que asesinan lo más sagrado de ellos mismos y para los espacios, que lo rompen.
Veo manos que quieren torturar.
Manos de Dios, que los seres humanos han recibido, madre mía, para hacer el bien.
¿Qué va a querer hacer toda esta vida?
¿Qué quieren hacer consigo mismos los seres humanos?
¿Sientes este aliento vital, madre?”.
Ella dice: “Sí, hijo, porque lo sé.
Mira las densificaciones, las leyes que Dios nos puso en las manos, y podrán seguir.
Es celestial, y solo ahora puedes vivirme a mí y vivir los espacios, cada ley.
(Cristo dijo): ‘De verdad les digo a todos: quien me siga a Mí poseerá el reino de los cielos’.
Pero, André, según las leyes y los grados de vida, verdad, y entonces aprenderás a verme y podrás aceptarme y entonces me amarás”.
André dice: “Sí, madre, así es.
Vi las densificaciones, esos grados de vida para todo lo que vive, y son ahora reinos.
Una paloma, madre, una gaviota, todas esas aves poseen ese espacio, pero los seres humanos aún han de despertar para ello.
Todavía no tienen “alas”.
Por lo tanto, el animal se les ha adelantado.
Los seres humanos no se conocen a sí mismos.
Toda la vida alumbra, es padre y madre, tiene espacio y conciencia, pero ha sido densificado materialmente, se siente preanimal y animal.
La vida ha recibido el espacio y como ser humano se siente pobre, pequeña y desalmada.
Cuando más adelante sigamos esas leyes, madre —luego volveremos a la luna— descenderemos hasta esa fuente vital para cada grado de vida, y entonces estaremos enseguida ante las creaciones posteriores”.
“Exactamente, André, así es.
Basta con que mires mi cuerpo, y sabrás con precisión lo que pertenece a mí misma y qué pertenece a las creaciones posteriores.
Incluso a mi vida más pequeña le doy espacio.
Y a la existencia más miserable de todas en mi organismo, André, ¿no se lo di todo a esa criatura, no le di a esa vida?
Mira mi vida, mira mis organismos, pueden servirte, pero a esa ampliación se le dieron a densificar y materializar leyes vitales y vemos cómo van surgiendo las creaciones posteriores.
Y eso ¿no es algo que se le ha reservado a cada entidad?
O...”, escuche ahora, madre agua.
“¿O es un piojo una creación divina?
Y ¿no ves mis piojitos?”.
“Madre”, dice André, “qué correcto es todo eso.
Hay piojos de agua y los hay humanos.
Y los dos surgen: en el caso de las personas por estar sucias, y en el caso de usted hay putrefacción”.
“Sí, André”, dice ella, “pero la putrefacción sigue siendo putrefacción, la suciedad es suciedad.
Sin embargo, el espíritu mío da una nueva vida a ese insecto, un nuevo nacimiento y en el caso de los seres humanos: exactamente el mismo acontecimiento, André.
¿No te parece imponente?
Ahora de verdad estás mirando a través de todas las creaciones, André.
Y con solo verte lo sé, porque tus ojos son profundos, escudriñadores, irradian una inconmensurabilidad, André.
Y seguro que lo oirás, he creado muchos tipos de estas vidas, hijo mío, André.
Pero que no piensen que tienen relevancia, porque entonces daré un pequeño paso hacia adelante y les aclararé a qué grado de vida pertenecen y para qué han nacido, para qué han surgido.
Les aclararé que con mi materia tienen que vivir la muerte y que tienen que continuar en la tierra.
Volverán a la materia.
Pero yo misma y mis organismos más elevados que surgieron de mí, André —¿no lo viste allí?— vuelven a Él, para representarlo allí, porque seguimos siendo uno solo”.
“¿Todos ellos permanecerán en la tierra”, dice André, “madre?”.
“Por supuesto, se quedarán aquí y se extinguirán, André.
¿Para eso hemos creado cielos? ¿Para piojos, para lombrices, para disgustos y desgracias?
Llegarás a conocer todos esos grados de vida, André, cuando los maestros desciendan al reino animal para los seres humanos.
Han surgido, André, cuando comenzó Darwin, pero él no miró detrás de ellos.
No pudo mirar detrás de estas leyes porque entonces el mono salió de debajo de sus pies”.
André sonríe.
“Primero tendría que haber visto el aspecto humano, luego el animal y llegar a conocer las leyes de esto, André.
Entonces esta persona podría haber puesto fundamentos para los seres humanos futuros.
Pero ¿es eso posible?
Ya es una revelación, André, que los seres humanos piensen de esta manera.
Porque a pesar de ello, esos sentimientos han estado viviendo tu unión universal para Dios, Cristo, los espacios, los animales, la madre naturaleza.
Y solo entonces los seres humanos, los eruditos, vivirán las creaciones posteriores para ellos mismos.
Ahora lo veo todo.
¿Me has comprendido, André?
¿Entiendes lo que son los pájaros?”.
“Sí”, dice, “veo ahora la vida de una paloma, madre, lo imponente que es todo.
Reconozco ahora los grados de vida de un perro y para un gato.
Veo el alma de una flor, pero también veo el espíritu.
Reconozco todos los grados de vida para el mundo animal, mi madre, y sé ahora que una simple gallina de esas no solo es padre y madre, sino que este grado de vida también ha recibido los grados de densificación en conciencia propia, y todo eso es asombroso.
Eso se abalanza ahora sobre mi vida, madre.
Tengo que procesarlo, pero ¿me has visto hace un momento?
Sé que eres alma, espíritu y materia, pero que has llegado a las leyes de dilatación por medio de la paternidad y la maternidad”.
Y cuando André piensa que no vuelve a recibir esa pregunta que hizo a esta vida, la madre dice: “André, ten cuidado y piensa con fuerza, porque es imposible girar a la izquierda y pensar a la derecha.
Pero el maestro lo sabe, André, no te preocupes”.
“¿Sabe usted qué es, madre?”.
“Por supuesto, cuando en mi vida algo va mal, André, llega a haber tormentas, se les llama ‘marejadas’.
Claro, las densificaciones elementales se me acercan y participo en ellas, tengo que ir con ellas.
Conozco todas esas leyes vitales, esos empujes para el corazoncito humano, porque mi corazón dio el espacio al tuyo.
Mi corazón vital como espacio, como conciencia pensante, André, se lo dio a los seres humanos, a los animales, a toda la vida que se ha densificado y que ha surgido en mí”.
Vamos, escuchen todo eso.
“Sí, André, toda la vida es alma, espíritu y materia.
Una flor es alma, espíritu y materia.
Un árbol es alma, espíritu y materia, André.
Todo el verdor que ves es espíritu, alma y materia.
¡El alma, el espíritu y la materia han densificado las nubes!
La noche es alma, espíritu y materia, sin embargo has de retroceder millones de años para ver las primeras revelaciones.
¿No es eso correcto?
¿Cómo he tenido que construir mi organismo, André?

¿Cómo llegué a tener esta conciencia?
Poseo la conciencia natural, según se dice, André, lo dicen los biólogos, los geólogos.
Esos académicos dicen: he recibido una conciencia, pero soy y seguiré siendo agua, no me conocen.
Pertenezco a la madre naturaleza.
Pero cada entidad tiene animación maternal.
Sin embargo: ¿quién es exactamente la madre naturaleza?
Deberías ponerte a reflexionar sobre eso”.
Y entonces André puede decir: “Es lo que eres tú, madre”.
“Tengo esa fuerza, soy esa animación, André.
Soy la madre naturaleza, vive en mí.
¿Qué es la madre naturaleza?
Yo soy esa madre, soy alumbramiento, creación; y a eso se le llama naturaleza.
La terminología divina, André, es algo muy distinto.
(De ‘Cosmología II’: Soy la madre), te he dicho, para toda la vida que puedes vivir como ser humano por medio de la naturaleza, eso es otra cosa que lo que se me ha dado a vivir a mí, a mi alma, mi espíritu, mis sentimientos, que lo que he tenido que densificar, ¿no?
¿Entiendes ahora, André, que como ser humano puedes vivir conciencia humana, animal y natural, pero que en todos esos grados de sentimiento está presente el pensar divino?
Tenemos ahora conciencia para nuestra vida, también la tienen los animales, igual que una flor y un árbol; la gente pasa delante de ellos y piensa: ‘Un árbol, una flor, agua, y encima agua apestosa’.
Y el espíritu divino inmaculado, cristalino como sentimientos, como un rostro, como una personalidad elocuente se puede vivir ahora, y eso lo han conocido los sacerdotes de Oriente, y estuvieron en esa unión.
Toma por ejemplo”, dice la madre agua, “una brizna de hierba de esas, André, esa misma vida tiene conciencia para el propio mundo y para el espacio como grado de vida al que pertenece el alma, el espíritu, la materia.
Toma por ejemplo una palomita, André, ese animalito vuela...
Por supuesto, y esa es la conciencia animal para las “grandes alas” de los seres humanos.
¿No conociste esas leyes con los maestros?
Los seres humanos; por más que poseas la conciencia humana que piensa y siente, por la que puedes vivir todos los grados de vida, ¡el origen es y seguirá siendo mío y de mi madre la luna!
Cuando los maestros sigan esto, André, el origen de todos estos espacios vitales, llegarás a ver tu propio yo con claridad cristalina, tendrás que vivirlo y desde luego aceptarlo”.
André dice: “Te doy las gracias, madre.
Todo eso es verdad.
Y es tan imponentemente poderoso para mí que desde el espacio, en Dios, en el Omnigrado, de nuevo se me dé a vivir y ver y palpar el Omnigrado en ti, y los seres humanos no son capaces de eso”.
Se hace el silencio...
Allí está André, pensando, también mira un momento a los seres humanos.
“No, hijo mío”, dice ella, “los seres humanos no sienten esto.
No habrá nadie en el mundo, André, que pueda vivir esto y que viva este ser uno contigo, lo sé.
Pero ¿no estamos nosotros?
Los sentimientos de los seres humanos, ¿son diferentes de los míos?
No.
¿No dijo eso el Mesías, André?”.
“Sí, madre, lo sé.
Sé todo eso.
Lo sé demasiado bien, madre.
Y tendré que vencerme, eso no es tan sencillo.
También sé ahora que pronto veré las esferas, madre.
Ya ahora sé que haré un breve viaje para reparar esto, este corazoncito en un santiamén.
Lo sé.
El Omnigrado me grita: “Mantente fuerte.
Porque se trata ahora de todo.
Se trata ahora de realidad vital”.
Es el ser uno con cada chispa, madre.
Y si vuelvo más adelante, volveré a descender en ti para experimentar y vivir juntos estas leyes, que un ser humano no puede darme”.
“Así es, André”, dice la madre agua, “y solo ahora lograrás avanzar”.
“Reflexionar conscientemente, madre, hasta que lo sepas, de eso se trata, ¿verdad?
No parar de pensar, madre, hasta que el grado de vida lata debajo de tu corazón.
Y ahora el Omnigrado late en mi corazoncito”.
“Lo comprendo, André”.
André dice: “Mantendré mi sistema nervioso con fuerza, madre.
Forzaré a mi personalidad a inclinarse, madre mía, ante cada ley.
Aceptaré la vida, madre.
Si llamo a mi Wayti, ella me ayudará.
Y el espacio es elocuente.
Seguiré siendo alegre, madre, ante cada ley, ante cada grado de vida, o no llegaré.
Pero se ampliarán mis “alas”, solo entonces podré vivir esa unión macrocósmica para sus vidas y para las del espacio, nuestro universo.
¿No es eso acaso el beso, madre, para mi vida? ¿El beso de Dios?
¡Es Cristo, madre!”.
Ella contesta: “Lo sé”.
“Cristo vino a la tierra desde el Omnigrado, madre.
Y entonces deberías escuchar lo que dicen de eso todos esos clérigos.
Es como un latigazo, madre, te lastima, te hace daño”.
“Lo sé, André”.
“Pero los convenceré.
Recibiré esta flor de loto divina, madre, y sé ahora lo que Buda quiso decir con ella.
Sé ahora lo que quiso por medio de ella.
Más adelante lo veré a él, madre, y entonces seguiremos juntos.
Las manos de él obraron milagros y las mías ya no se olvidarán.
Madre, ¿no es esto la verdad sagrada?
Mis manos ya no asesinarán.
Mis manos ya no robarán.
Mis manos solo llevarán a Dios a la dilatación, y solo entonces serán claras e inmaculadas para acoger el pan y la bebida del espacio, y Dios dirá: ‘Bebe, hijo mío, y come’.
Sé ahora, madre, por qué las personas no tienen comida, porque las manos son incapaces de acoger el alimento espiritual del espacio, no pueden cargarlo.
Los seres humanos en el espacio, con los planetas, han perdido las fuerzas de gravedad, todo se ha convertido en sentimientos, madre.
Pero los seres humanos están ante su Dios y tienen otra gravedad, que densificaron y edificaron la disarmonía, el odio, la destrucción, la envidia, la pasión y la violencia; y ahora esas manos son pesadas”.
“Cuánta claridad en todo eso”, dice la madre agua, “André”.
“Sí, madre, lo sé.
Ahora no robo botecitos de leche.
Comeré lo que tengo que comer.
Pero ¿qué significa esto, si pienso, si siento, si sé lo que quiero?
Y entonces mi organismo dice: “No me vayas a asesinar, si tienes una pizquita de amor por mí, tengo que servirte, ¿no?
Soy tu templo.
Por favor, no me dejes comer.
Deja que también piense contigo”.
Y, madre, sé ahora cómo se amplían los sistemas de mi organismo.
Sé ahora por qué los seres humanos del aire y la luz y la vida pueden vivir por medio del espíritu y del alma.
Sé ahora, madre, por qué los seres humanos ya no pueden procesar comida en el cuarto grado cósmico.
Y deberías escuchar, pues, madre, lo que en la tierra dicen de ello todos esos clérigos, esos eruditos, lo que han vivido de ello.
Si tan solo pudieran oírme y seguirme, porque entonces yo volvería a ser un poseso, un loco, un demente, ¿no?
Pero mi Wayti se mantiene fuerte, madre.
Mi Wayti se mantiene tan imponentemente grande y poderoso, no permito que nada de este se oscurezca, seguirá eternamente debajo de mi corazón y en mis sentimientos”.
André espera un momento, y entonces la madre agua todavía dice: “André, estuviste en el Omnigrado.
Has escrito mi nombre allí”.
“Con todo mi amor para la madre agua”.
“Y ahora lo veo, cuando me veo a mí misma allí puedo llorar de felicidad, y ya ves, todavía es posible.
Pero ¿has pensado también en los seres humanos, André?
¿Sabes que nos mantuvimos puros?”.
“Sí, madre”, dice André.
“Pensé en los seres humanos, en mis amigos, en mis adeptos, madre.
Podría haber representado sus nombres por medio de una flor, de una señal para su espíritu, y cuando pensé en uno de mis hijos, de mis amigos, para escribir el nombre, madre, no pude seguir más y fui a dar al suelo.
Ay, mi madre, el momento llegará —según vi en el Omnigrado—, es tan imponentemente poderoso y a la vez tan humano que no puedas hacer nada para los seres humanos si ellos mismos no empiezan a hacerlo.
Quise escribir el nombre de muchas personas a las que he conocido.
Sí, salió una sola cosa, madre, una sola santidad, y entonces me sentí feliz, pero en ese mismo momento me desplomé y el maestro Alcar me acogió en sus brazos y me llevó cargando de regreso a la tierra.
Escribí el nombre “Crisje” en el Omnigrado, y con eso di todo de mi personalidad a Jeus”.
Y a la vez emerge Jeus.
“Madre, hasta más tarde”, dice André.
Sigue su camino, va hacia sus amigos, en esos tiempos también pinta allí.
Toca el timbre, sube y lo recibe Loea.
Y ahora tendríamos que escribir además un libro nuevo, hermanas y hermanos míos, sobre Loea, porque es la madre de Dectar, que perdió a su hijo en el Antiguo Egipto cuando los sacerdotes le quitaron a Dectar y se quedó sola, porque en esa época, era una psicópata.
La violó allí un hombre salvaje.
El padre era cazador y una mañana se fueron, porque él quería ver caza nueva.
Su hijo, su único hijo allí...
Es un libro imponente, pero todavía no lo hemos escrito —podemos escribir cien mil más—, sería una imponente escultura para una creación cinematográfica.
Se van, hay tormenta, está lloviendo y arrojan mantas encima de la criatura, de la niña loca, está debajo de las pieles, y él se va con su carro, quiere ver un entorno nuevo para cazar.
Se va haciendo de noche y en el crepúsculo de la noche, a esta vida, a él y a su mujer, los atacan unos leones y los hacen pedazos.
A las bestias se les hace pedazos, es una manada.
Pero Loea está en ese carro, debajo de todas las cosas, que la protegen, y no la ven, y esa noche otra persona, alguien de allí, un cazador, la acoge, la ve y cuida de ella.
Y cuando Loea, pues —les doy ahora una imagen, esta mañana, de quién y cómo es Dectar—, y cuando Loea, o sea, esta criatura, esta criatura retrasada, tiene quince años, ese cazador, ese salvaje, la viola, y así surge Dectar.
Ese es, pues, el Dectar que nació de una madre demente, una persona psicópata.
Pero cuando la madre que llega al otro lado con el padre...
El padre tiene que volver, pero la madre está allí y con fuerza se impone a la niña: “¡Ve, ve, ve, ve!”.
Y cuando la pequeña Loea tenía casi diecinueve, veinte años, tomó un carro, una carreta y algunas cosas de comer y beber y se largó; bajo de la animación de su propia madre, directamente desde el otro lado a la tierra.
Y al borde del camino, lejos de allí, a jornadas más allá, Loea se sienta a la orilla de un bosque y espera el nacimiento de su criatura.
Pero la madre de Loea va al Templo de Isis.
Y de vez en cuando los sacerdotes se mezclan con la gente, y ven que en esa madre hay una imponente conciencia, unos imponentes sentimientos, y dice: “Volveré, hija mía, y te ayudaré a dar a luz”.
Y entonces llega Dectar.
A los tres, cuatro años, con cuatro años, Dectar ya está sanando.
Habla con serpientes y las atiende.
“Ay, mamá”, dice, “cómo va a ser malo este animalito, mira tan solo esos hermosos colorcitos”, y entonces lo va siguiendo una cobra.
El niño es uno solo, sana.
Y los sacerdotes ven que el espíritu de Dectar despierta, lo sacan de allí y Loea se queda sola.
“Tiene que aportar ese sacrificio”, dicen los sacerdotes, “porque este niño tiene algo que traer para el mundo, para la humanidad”.
Eso es Dectar, el sacerdote.
Ahora tal vez quieran todavía más a Dectar, el del libro ‘Entre la vida y la muerte’.
Seguramente que lo entenderán ustedes: aquello vuelve a tener una conexión y una dilatación, y podríamos comenzar de inmediato con eso.
Pero ¿ahora qué? Madre e hijo son separados a la fuerza.
No obstante, el Dios de todo lo que vive cuida de sus reencarnaciones, y cuando hay que vivir ese sentimiento —lo han leído ustedes con Frederik van Eeden en ‘Jeus III’, ¿no?—, también ese sentimiento vuelve a cobrar conciencia; y una mañana, una tarde hay alguien en su casa preguntando: “¿Puede ayudar a mi mujer?”.
Y cuando André va donde esa madre —que padece dolores corporales— y está así delante de ella, mirándola a los ojos, llega Dectar.
Y entonces hay una conversación interior, espacialmente hermosa, infinitamente cariñosa.
Y Dectar dice: “André, mi madre, déjame a mí sanarla”.
Dectar recibe la conciencia de André.
Y eso lo tiene, estuvo allí y ella lo sabía, pero no podía decir nada.
Entonces de pronto dice: “Cuando me estabas tratando allí, cuando recibí esas fuerzas y esas radiaciones, me vi a la orilla de un bosque.
Estaba allí sola.
¿Acaso estaba loca?”.
Entonces Jeus dice inmediatamente después: “Lo sigues siendo”.
“Sí”, dice ella, “todavía estoy verdaderamente senil”.
Pero cuando él, el Dectar en André, ha vivido todo eso y vuelve a ver a su Loea, y cuando todo eso ha sido procesado y esa mañana, después del Omnigrado, él vuelve y ella oye —porque no le hace caso a Dectar—, y él dice: “Ahora no toques a Dectar, haré y pensaré por ti todo lo que pueda, pero no puedo darte mi conciencia...”.
Pero muy por dentro, Loea entiende que conoce e intuye a su Dayar, como es él, y ella dice: “Buenos días, pequeño Jeus”.
Él contesta: “Hola, mi Loea.
¿Cómo va todo con el pequeñito por dentro, Loea?”.
Está embarazada.
“¿Ya te da besitos?
¿Ya te tocó percibir tu amor, Loea?
Y ¿es ese amor diferente que cuando yo estaba dentro de ti?”.
Entonces ella dice: “No, pequeño Jeus, es exactamente igual.
¿Sería también una criatura consciente?”.
Entonces André dice: “No”.
Dectar dice: “¡No!”.
Dectar habla de otra manera que André.
¡No!
“Pero es hermosa.
Es tan sagrada, pequeño Jeus, a esta criatura ya nadie me la va a quitar”.
Y si les contara también cómo llegó a la tierra esa criatura, esa alma, llorarían esta mañana, se dirían a sí mismos: “¿Cómo puede la gente ser así?”.
Porque André tuvo que pelear con ella para recibir esta criatura del señor creador, que ya había asesinado a ocho.
“¿Dónde está el jefe?”, dice Dectar.
“Hace truquitos, pequeño Jeus”.
Y entonces el señor ese daba una voltereta.
Estaba practicando yoga.
“Lo que faltaba”, dice Dectar.
“Siempre que quiera el interior”, dice Dectar, “nosotros avanzaremos y él llegará a la dilatación.
¿No es cierto, Loea?”.
“Sí, pequeño Jeus”.
Mira un momento hacia esa habitación, y entonces oye: “Ah, el maestro”.
Dectar no le contesta.
No es capaz de hablar a esa vida.
Pero dice: “Haz lo mismo que haces ahora para tus sentimientos internos, tu personalidad y tu espíritu, y recibirás ampliación.
Pero la leche (recibido para el bebé con cupones de racionamiento de guerra) ni tocarla”.
Habla un poco más, se sienta un momento y así, como el Dectar del Antiguo Egipto, sigue a su madre.
Ve las cosas que ella hace.
Ve que Loea cambia los pañales y dice: “Loea, ¿todavía recuerdas el tiempo en que yo tenía esa edad?
¿Qué me ponías a mí entonces?”.
Dice: “Unas hojas del bosque”.
Dectar contesta: “Es verdad.
¿Cómo lo recuerdas?”.
Responde: “Hay tantas cosas que se vuelven conscientes en mí, tantas cosas que vuelven.
No podemos pensar en ello ni hablarlo, pero pequeño Jeus, estás tan cerca de mí y me perteneces tanto”.
¿No es una revelación?
¿No es imponentemente poderoso, amplio, amoroso, que se pueda vivir todo esto en este caos de 1940?
Y ¿saben cómo se ha hecho el diagnóstico aquí?
La madre siempre tenía dolor, dolor, el útero, los ovarios se dilataban.
Cinco operaciones para poder mirar por dentro, pero los dolores no ceden.
Y entonces llega el maestro Alcar.
Dectar del Antiguo Egipto hace ahora el diagnóstico por medio del maestro Alcar y dice, o sea, por medio de los maestros: “Solo un niño quitará los dolores”.
Los catedráticos han hecho esto y lo otro y dicen tal y cual y aquella cosa.
André dice: “Da un hijo a esta vida, hombre.
Dale un hijo y los dolores desaparecerán.
Y si no lo haces, te apuñalo a muerte”.
Toma un cuchillo en las manos y una mañana dice: “Y mírame a los ojos y verás que lo haré.
Por esta vida estoy dispuesto a asesinar, quiero vivir la putrefacción.
Pero no lograrás destrozar a mi Loea.
Dale un hijo o te quedarás tieso”.
Y entonces Loea recibió su criatura.
Más adelante, ya nacido el niño, cuando este le sonrió y él dijo: “Pobre de mí, qué desgraciado soy”, dice al pequeño Jeus, delante de él: “¿Habías hecho eso?”.
Entonces Jeus contestó: “Sí, ni que estuviera loco.
Ir a la cárcel por ti, ¿no?, y ¿tú a divertirte y a ser feliz?
No, hombre, solo quise darte una nimiedad de Dios y añadí un poco de violencia, de lo contrario no habrías hecho caso”.
Así siguen siendo los seres humanos.
Dice a Loea: “Voy a subir”.
Y cuando llegamos arriba, llega allí con otros amigos, se sienta.
Lo miran a los ojos y ya se oyen las primeras palabras: “Qué aspecto tan débil tienes esta mañana”.
Tiene que hablar, pero no puede.
Está allí, sentado en un rincón, pensando en Loea, porque Dectar vive en su conciencia.
Pero aquí algo está torcido... en el taller, por eso es que André pinta.
André ha de volver, el maestro, el maestro Alcar, lo aúpa.
Dectar tiene que volver a sus sentimientos.
“Porque”, dice el maestro Alcar, “prepárate, André, harás un breve viaje a las esferas de luz.
Tenemos que trabajar un poco en el organismo”.
O sea, en trance.
Sale como un relámpago desde ese rinconcito, toma un lienzo, prepara las pinturas, entrega el organismo.
Están allí el doctor Frans, el maestro Cesarino y Damasco para hacer que lo que late por dentro entre en vereda divina, y en este momento lo hacemos todos juntos, pero por medio de Yongchi, quien pinta un Gólgota para él, un Gólgota.
Y cuando el maestro, el maestro Alcar está a su lado y vuelve a mirar a André a los ojos, dice: “Sí, André, Jozef, ¿lo entiendes? Has percibido el amor por el pequeño Jeus.
André acaba de hablar.
Esta mañana ya has vivido un universo, y lo has vivido.
Pero aún hay que pintar también, porque andas demasiado a la izquierda, tu corazón domina.
Ha llegado a haber un desequilibrio para los sistemas materiales, y ahora vamos a resolverlos rápidamente.
Estaremos juntos, André, tengo algo hermoso para ti, un regalo desde los cielos: un regalo imponente porque te esfuerzas, porque piensas y sientes y llevas la vida del espacio al despertar humano”.
André se entrega.

Todavía oye como se dice: “Ven a la vida y a la muerte, André, y atraviésalos.
Vive ahora la vida y la muerte, y continuaremos”.
En unos cuantos minutos, todo queda listo, los maestros se hacen cargo de él.
Yongchi desciende en su organismo.
La persona que vive allí ve el milagro, pero no sabe cuántos miles de mundos vive y llega a tener que aceptar este instrumento, esta vida de los sentimientos.
Pero como ahora también, esta mañana, y pronto otra vez al irme yo, ustedes llegarán a vivir el milagro y detrás del ataúd, André estará a mi lado.
El maestro Alcar dice: “André, ve al maestro Zelanus, vete ahora, ve a tu Gommel, ve a tu Miets y habla con tu hermanita y con tu hija, tal vez también llegues a ver a Hendrik el Largo”.
Y de pronto llega a haber relajación en él.
Estamos listos.
Yongchi va a pintar, los maestros se encargan del organismo, del esqueleto, y enseguida me pregunta, ahora es otra vez un “gran alado”: “Maestro Zelanus, ¿a dónde vamos?
Esto es una verdadera sorpresa para mí”.
Y entonces puedo decir: “El maestro Alcar ha sentido y seguido el organismo, ahora no llegará a tener satisfacción.
Ya no tendrá derrames ni ataques, André.
Pero ¿lo sientes, André? Cuando con ‘El origen del universo’ empezaste con estas leyes...
¿Entiendes, André, que esto es otra vez un pequeño ataque, pero uno que sostenemos espiritualmente, que vencemos, André, pues no pasará nada porque con los sentimientos —sucumbiste miles de veces entonces— el cuerpo llega a esa dilatación con nosotros?
Estás ahora demasiado lejos del organismo, André, de la tierra.
Sí que estás, pero ya no estás.
Y eso hay que evitarlo ahora.
Lo vivirás, André, te encontrarás con tus seres queridos y será por medio de ellos, André, que vencerás todas estas leyes.
Ahora tu alma anhela comprender, tu personalidad pide comprensión y una palabra cordial, y eso lo has visto ya, pero profundizas más, y eso no vive ahora en la tierra.
Sin embargo tenemos que continuar.
El maestro Alcar lo puso en sus manos, en mis manos, André.
Nuestro maestro tiene que hacer algo y más adelante llegará a nosotros, pero entonces tu organismo estará listo otra vez.
Y estarás libre del Omnigrado, y sin embargo vivirás allí, porque es necesario de cara al futuro.
Dentro de algunos días volverás a disolverte y entonces te hablará la madre agua como todavía no has conocido su vida, como no has podido sentirla, porque otra vez profundizarás más, hasta que su personalidad posea la divina claridad inmaculada”.
Y resulta que esta mañana, de pronto habría querido...
Ya se lo dije, ya se lo dije, hermanas y hermanos míos, no puedo darles esta lucecita.
Por supuesto que es eso de allí.
No puedo darles esta luz.
Haríamos ahora un viaje desde la tierra, pero comienza nuestra siguiente conferencia, nos iremos de la tierra y les daré, pues, la siguiente conferencia, nuestro ser uno: ‘Los seres humanos y su ser uno espiritual y astral’.
“Nos vamos de la tierra.
La luz del sol baña la tierra, pero sintonizamos con el mundo astral espiritual, y ahora se va haciendo la oscuridad, por lo que el sol desaparece.
Ustedes conocen todas esas leyes, porque tienen los veinte libros.
Ya lo entenderán: tienen que ser capaces de leer veinte libros y haberlo hecho para que puedan procesar la cosmología.
Porque tienen que saber ahora lo que todos nosotros vemos y vivimos, y por lo que podemos decir: nos disolvemos para la conciencia diurna porque queremos acceder a los mundos espirituales.
André piensa ahora para sí mismo y para la vida de la madre tierra.
Pronto verá a su hermana Miets —y ahora va emergiendo Jeus— y a su hija.
Y entonces podrá decir, más tarde: ‘He vuelto a ver y vivir a nuestra Gommel’.
Una gracia del maestro Alcar, porque está dispuesto a servir para esta concienciación, para esta humanidad apaleada.
Me dice: ‘Esto me hace bien, maestro Zelanus’.
Y entonces yo digo: ’No me llames maestro Zelanus, André, llámame Lantos Dumonché.
Llámame simplemente Lantos.
Para ti soy un hermano.
Somos de un mismo grado, de una misma vida, de un mismo sentimiento, porque también tú quieres perderte.
¿No es mejor?
Ahora seremos uno solo para la Universidad de Cristo, André, pero cuando hablen las leyes, tendremos que pensar de otra manera.
Ahora somos hermanos.
Y es que es necesario, ¿no?
Somos seres humanos ahora, André’.
Y entonces André puede decir: ‘Sí, es imponente, todo es verdad’”.
Y, hermanas y hermanos míos, con eso seguiré más adelante.
Seguiré haciendo este hermoso viaje imponente con ustedes.
Esa mañana nos quedaremos entonces en las esferas de luz, intuiremos un momento donde viven sus hermanas y hermanos, sus padres, sus hijos, descenderemos en esas almas.
Y entonces podrán ver, más adelante, cómo piensan ustedes mismos cuando estén delante de su hermana, de su hermano.
Ahora André llega a estar ante su hermana Miets, como Jeus, y ante su hija, su Gommel, y luego tiene que aceptar —y eso lo vivirán ustedes— que su criatura es una maestra.
Miets todavía puede seguir aprendiendo de Jeus, de André-Dectar.
Y con esta santidad como orquídea, como ampliación, como saber, como amor y felicidad, nos despedimos e interrumpimos nuestro contacto, y ya no decimos una sola palabra más.
Pero desde el fondo de nuestro corazón les damos las gracias por sus hermosos sentimientos y pensamientos hacia ustedes mismos, su alma, su espíritu, su personalidad, Cristo, Dios.
Que les llegue el bienestar, el buen criterio, la comprensión amorosa, y ustedes mismos enviarán su buen y pequeño yo a la claridad espacial.
Gracias.