El ser humano y Cristo

Buenos días, hermanas y hermanos míos:

Esta mañana van a recibir la conferencia ‘El ser humano y Cristo’.
Ya conocen la cosmología de Cristo: han podido leer sobre ella en ‘Los pueblos de la tierra’.
Conocen Su vida desde la luna, de vuelta al Omnigrado divino; y lo que hizo y supo hacer Cristo antes de eso, eso esperamos vivirlo ahora, pero en esta ocasión para ustedes mismos.
No es necesario que me vuelva a los planetas, a los sucesivos grados de vida.
No es necesario sintonizarme con esas eras: los tres libros de ‘El origen del universo’ les explican cómo el ser humano comenzó para sí mismo con esa evolución.
Si vuelven a tomar entre las manos ‘Una mirada en el más allá’, la primera parte, y si se ven ante los infiernos, comprenderán que ese caos en el que viven todos esos millones de personas tiene plena sintonización con la tierra, con el interior de ustedes, con la sociedad, con la humanidad.
De los millones de criaturas de Cristo, de Dios, ¿quién puede decir: “Estoy en la primera esfera.
Estoy en armonía.
Soy justicia.
Soy amor.
¿Soy comprensión”?
¿Quién?
Que quede claro, ahora y para siempre, y acepten esto: que el Mesías vivió la misma lucha, que tuvo que aceptarla, la misma que ustedes, que la humanidad, que cada chispa de la Omnifuente, de la Omnimadre, que tuvo que vivirla, que la vivirá para representar al final el Omnigrado divino.
Eso vuelve a ser, y así siempre de nuevo: luz, vida, amor, personalidad, espíritu, paternidad y maternidad.
Cristo no recibió más de la Omnifuente que paternidad, maternidad y el haber vuelto a nacer, reencarnación.
Les he explicado: esas tres leyes son leyes esenciales para todo lo que vive, vivan donde vivan, miren a donde miren.
Esa fuente vive en el ser humano y por eso el ser humano es una divinidad, por eso el ser humano alberga esa Omnifuente divina.
Cuando uno mira a un ser humano ve a Dios como luz, como vida, como sentimiento.
La naturaleza de ese sentimiento la conocemos y, si es posible, la analizaremos por completo para que ustedes estén listos, para luego poder aceptar su ataúd, su evolución, la continuación, con un sentimiento de alegría, con el profundo estar abierto, con la voluntad de vivir todos esos sistemas divinos, de asimilarlos; lo cual, por desgracia, el ser humano aún no ha empezado a hacer.
Cristo atravesó los planetas desde la luna y llegó por fin a la tierra.
Eso lo pueden leer en ‘Los pueblos de la tierra’.
Fue el primero que instruyó al ser humano, a Sus criaturas con las que vivía y de las que formaba parte.
Tuvo el primer sentimiento, la sensibilidad, de decir: “Desconocemos quién es todo esto.
Tiene que haber una fuerza que piensa.
Somos parte de esa fuerza, de lo contrario no existiríamos”.
Fue el instante en que los primeros seres humanos empezaron a liberarse del mundo material, en que despertaron, cuando hubieron llevado al ser humano a estar poseído, es decir: regresaron del mundo astral, preguntaron por el sol, por la luz, y empezaron a buscar, tomaron posesión del ser humano terrenal.
Ya se lo conté: en esos tiempos en realidad todo ser humano estaba poseído; de forma natural, no de manera enfermiza.
El ser humano solo veía, miraba, tenía hambre y sed.
Eso lo vivía la personalidad astral en el ser humano material.
No había demolición.
La persona demente, la psicopatía que ahora viven ustedes en este estadio consciente, era imposible de experimentar para el ser humano de aquellos tiempos.
En cuanto capten esto un poco comprenderán que el ser humano evoluciona, que cada pensamiento adquiere espacio.
Y después, cuando Cristo (con Su gente)... cuando ese ser humano, ese primero —era un ser humano— hubo seguido ese camino, y pudo aceptarlo, y se liberaron de la tierra, cuando pudieron vivir el espacio, entonces regresaron al instante de su primer nacimiento y vivieron su existencia celular en la luna.
La luna —eso pueden y han de aceptarlo— es la Omnimadre para este espacio, el sol, el padre; todo eso lo saben.
Es la cosmología de Cristo, para el Mesías.
Y eso es también su vida, su evolución, el despertar suyo para su vida interior, sus sentimientos, su sintonización con Dios, con todo.
Y todo eso lo reconducimos ahora a la tierra con el fin de que despierten.
Más adelante recibirán la conferencia ‘El ser humano y su despertar espiritual’.
La primera conferencia que hemos vivido juntos nos condujo a la introducción para todos estos sistemas.
Ahora podemos empezar.
Dije: el tiempo había desaparecido.
Ahora podemos empezar a regresar a la tierra desde el Omnigrado.
Pero retengan ahora, deposítenlo en su interior, que Cristo no recibió nada a cambio de nada y que Él tuvo que asimilarlo todo.
Tan solo imagínenselo: ¡el ser humano vive en el Omnigrado!
Preguntan ustedes a André: “Y yo, ¿quién soy?”
Se me pregunta: “Pero cuando viva en el otro lado y ya no tenga nada que hacer, entonces ¿qué?”.
¿Y qué se imaginaban que hace, que es, Cristo, el espíritu —eso lo verán luego— en el otro lado?
Para explicarles esos sistemas me adentraré en la vida de Sócrates.
Comenzó a colocar sistemas materiales para el ser humano interior.
Pero ahora el asidero de ustedes es Cristo.
Dios no es un asidero para ustedes.
Escuchen lo que les digo: el mundo, la iglesia católica, el protestantismo, cada ser humano que cree en una religión ahora me declara loco, porque ese Dios que busca el ser humano y que adora no existe, ya se lo dije.
Yo soy un hereje, un demoledor, pero si son capaces de escuchar recibirán ahora los nuevos fundamentos para su futuro, para su paternidad y maternidad: el Cristo en ustedes.
Les he pedido más de una vez: dejen que despierte Cristo en su interior.
Pero si ustedes mismos no comienzan a hacerlo, no habrá nadie que los pueda ayudar.
No hay nada que hacer con la inspiración.
Tampoco pueden conseguirla rezando mucho; eso no tardarán en comprobarlo, luego.
Pero que si se ponen manos a la obra, esa es otra cuestión, un nuevo problema.
¿Van a comenzar de verdad con la batalla para servir a cada pensamiento, darle evolución, infundirle alma, amor, justicia, armonía, conciencia espacial?
¿Van a hacerlo?
Cuando los primeros seres humanos hubieron completado su ciclo de la tierra hemos podido vivir y tenido que aceptar a continuación esas leyes.
Hicimos un viaje desde la luna para seguir a ese primer ser humano, ese primero que vivió allá y que convirtió los fundamentos para sí mismo en luz, en luz.
Convertir un fundamento en luz será luego el acto en su sociedad, en su pensamiento, en su sentimiento, en sus acciones, en lo que hagan y dejen de hacer.
Ya no podrán eludir esas leyes.
Y ya dará igual quiénes sean y lo que hagan.
El ser humano, la criatura del campo, que ama el amor y las leyes de Dios, será el príncipe, la reina, la princesa del espacio.
El ser humano sencillo tiene ahora dos mundos de felicidad, pero también mundos para la armonía y la justicia.
Y eso solo es así porque ama incondicionalmente, porque es capaz de inclinarse incondicionalmente ante el bien.
Y ya lo oyen, allí está ahora Cristo.
Cristo camina.
Ustedes lo buscan, quieren sentirlo a fondo, tienen muchas ganas de verlo.
Nosotros lo vemos a cada instante.
Somos capaces de hablar con Él cada segundo.
Se sienta allá y escucha.
“Cuéntame”, suele decir entonces, “¿qué te ocurre?
¿Qué deseas?”.
Pero no busquen al Dios que les ha ofrecido la Biblia, que les entregó el teólogo, la iglesia católica o el budista, Mahoma; esos Dioses no existen, nunca los hubo.
Un Dios que hablara a Moisés y que hiciera navegar a Noé por los mares vitales, ese jamás existió, jamás, jamás.
Porque Dios es la vida.
Dios es Wayti.
Dios no es más que una palabra.
Pero la ley vive en la naturaleza, en el espacio, es un planeta, es un sol, es una estrella, es el ser humano; el ser humano como Su imagen, como sentimiento, como paternidad, como maternidad, como reencarnación.
¿Acaso es tan incomprensible que la madre pueda dar a luz y que esto vuelva a ser una nueva vida?
¿Es que el ser humano nunca de los jamases es de una profundidad materialmente inagotable, espiritualmente profundo, cósmicamente profundo cuando se encuentra ante Cristo y su divinidad, cuando se le coloca ante la realidad de estas sorprendentes cosas materiales que pueden tomar ustedes, así, sin más, entre las manos?
El ser humano busca su Dios, y resulta que lo es él mismo.
Cuando se dice: “No, no son el papa, ni un cardenal ni un obispo ni un cura, sino que son una divinidad”, entonces el ser humano se pone a mirar al espacio, y hace esto, una locura: “Allí es donde vive Dios”.
Sí, el Dios con su barba.
El ser humano capaz de hablar, el ser humano que piensa humanamente: un Dios palpable, que reparte gracias, ¿entienden?, que oye rezar al ser humano, capaz de darle algo de Sus espacios, de Su luz, de Su verdad, de Su sentimiento, de Su paternidad, de Su maternidad; eso es lo que tienen ustedes: son ustedes padres, son madres.
El ser humano que recibe una fe y que quiere sintonizar con ella, que se entrega por completo a esa sagrada tarea, resulta que solo se tiene a sí mismo, un Dios que se ha construido para sí mismo, pero que no es una realidad.
¿Entienden?
Dios no les sirve como contacto.
Es por medio de Dios que pueden...
Les hablo de cosmología, de sistemas cósmicos, los conduzco a la esencia divina en ustedes mismos.
Todo esto es una herejía.
El ser humano ve —cuántos millones de personas no habrá en la tierra—, sigue viendo a Dios como una poderosa imagen humana, ¿no es cierto?
Pero las leyes, los espacios vitales, la luz, la vida y el amor, todo eso vive en el ser humano.
¿Cuántos cardenales y clérigos hemos tenido que convencer de ello... cuando estas criaturas... cuando han vivido bien y han completado su ciclo de la tierra?
No pierdan de vista que estas vidas no son destructibles, que no es posible resquebrajarlas.
En verdad, hay curas, pastores protestantes y clérigos que llegan al otro lado y que tienen su propia luz.
Nos encontramos ante estas criaturas y dicen:

“Pero ¿dónde está Cristo?”.
“Cristo existe, pero ustedes quieren ver y vivir a Dios”.
Y entonces llegamos a ver —tal como André les ofreció a ustedes esas imágenes— , llegan a ver ustedes una gran mesa, Dios está sentado en una silla grande con Su Cristo y Sus discípulos, los santos, a su mano derecha.
Llegan ustedes a un gran edificio donde hay un portero, un guardián, que les pregunta:

“¿Qué desea?”.
“Quiero ver a Dios”.
Y una y otra vez, desde hace siglos, desde el instante en que el primer ser humano... —la primera esfera, no, no, cuando se hubo densificado la séptima esfera y llegaron a estar listos el cuarto grado cósmico, el quinto, el sexto y el séptimo— hasta el momento en que pudo mirar en el Omnigrado, supo: yo soy el Dios al que busco.
Él como ser humano no existe y sí existe porque yo soy...
Los clérigos no nos creían y no fueron capaces de aceptarnos.
Es cuando comienza el viaje a la madre luna.
“Vamos, acompáñeme”.
Y así es como regresamos con millones de almas, con miles de vidas, con hombres y mujeres, al primer nacimiento para experimentar esa veracidad y comprobar después que a partir de esa divinidad que ven y quieren vivir solo se reveló la Omnimadre como Omnifuente, como Omniluz, Omnivida, Omnipaternidad, Omnimaternidad, y que entonces pudo comenzar la vida macrocósmica humana.
Eran sistemas, son planetas.
Un planeta: eso soy.
Un sol: eso soy.
Un trozo de naturaleza, la densificación en la materia: eso soy, es mío, me pertenece.
He podido vencer esos espacios porque me hice madre, porque era padre: creaba, daba a luz.
Fui de un cuerpo a otro.
Ya no soy capaz de seguir esos millones de vidas de tantos billones de veces que fui padre, madre, hijo: de nuevo reencarnación.
Y entonces no estamos todavía más que ante los primeros de todos los grados de vida en la luna, en la luna.
Y no habíamos avanzado más.
Y ahora todo esto.
Vamos a comenzar.
Pues bien, si son capaces de que su vida interior alcance esa concentración, comprenderán que no es necesario que sigamos estos grados como células, como vidas.
Y entonces verán la luna en su conjunto.
Allí han vivido ustedes millones de veces.
Continuamos porque la muerte no existía.
Nos atraía la primera célula que experimentó con nosotros la división para nuestro ser uno como padre y madre.
Todo eso ya lo conocen, se lo ofrecí en conferencias anteriores, durante la temporada pasada.
Los libros hicieron que ustedes evolucionaran de ese modo.
Ahora pueden seguir el resto del plan para aquella dilatación.
Aquellas personas también, y entre ellas están los clérigos de la tierra, los eruditos.
El ser humano que ahora no tiene ninguna posesión —ni siquiera hace falta que hablemos de esa gente—, el ser humano que ahora no quiere, que quiere vivir pasiones, que desintegra, que asesina, que provoca incendios —ya se lo dije en el pasado—, esas personas no las podemos alcanzar en estos momentos.
A esas personas no se les puede hablar.
El ser humano tiene que empezar con Getsemaní, meditando.
Sí, sí, en breve volveremos a Getsemaní para vivir, para palpar lo que hizo Cristo allí en realidad.
Y entonces el ser humano se asustará.
Pero mientras tanto se ha liberado de la Biblia, porque aquí estamos detenidos.
¿Entienden ahora que en todos esos años solo se me concedió dar imágenes, y que no podía hacer otra cosa que analizarlas, materializarlas, pero que no podía detenerme ni un solo instante —y es que no es posible— ante ese único despertar?
Solo un momento: cómo nació la luz en el ser humano, cómo el sol le proporcionó luz; esos sistemas los podemos analizar.
Podemos hacerles vivir cómo son madres, cómo se hicieron padres, cómo nacieron, cómo se les atrajo, cómo llegaron a despertar en esa célula, todo eso se lo podemos analizar.
¿Por qué?
Porque hemos seguido esas leyes.
Se nos atrajo.
Nos fuimos adentrando en la muerte, en el primer grado celular, en el segundo, en el décimo y en el millonésimo.
Éramos células.
Éramos peces.
Más tarde, sobre la superficie terrestre, como seres humanos.
Con un ser humano fuimos atravesando el ataúd hacia el mundo de lo inconsciente.
Allí se nos condujo a ese silencio y hemos seguido pensando, conscientemente.
¿Qué sienten ustedes?
Y entonces oyen la voz humana.
Porque ahora el ser humano es consciente, sabe hablar, pero también es capaz de sentir.
Es el ser uno con esa ley, la ley para el nacimiento, le ley del regreso hasta esa chispa.
Miren, eso es despojarse de la conciencia, el despojo por completo, el ser libre, el hacerse libre, imaginarse y sentir a fondo una sola ley: el nacimiento.
Y entonces nos hicimos chispas, pequeñas células insignificantes.
Esa célula vivía allí y se sentía ahora inmaculada, pura, espiritual y espacialmente una con la Omnimadre, la Omnifuente, porque habíamos vuelto a ser fuente.
Pero ahora nos hemos tranquilizado un poco, estábamos durmiendo.
Pues bien, nosotros permanecimos conscientes —reténganlo—, porque empezamos a seguir el camino como seres humanos, como seres conscientes, que tuvieron que aceptar a Cristo.
Y para nosotros se trataba de eso.
Los cardenales, muchos obispos, precisamente antes que nadie el ser humano de la iglesia católica, el que grita, el que anhela, el que tiene hambre de despertar, de conocer a su Dios, esas personas están abiertas a nosotros y aceptan todo, porque ven.
“¿Ustedes lo vivieron?”.
“Sí”.
“Y ¿qué es lo que les entra entonces?”.
Les he ofrecido imágenes sobre la humanidad que durante miles de años no era alcanzable.
Y así todavía.
La humanidad pudo ir caminando hacia arriba, hacia la paz espiritual.
La humanidad recibiría esta evolución.
Pero ¿dónde están los millones de personas que ahora quieran aceptar a Cristo para esta conciencia diaria, social?
El mundo, esta poderosa humanidad ¿está lista para poder aceptar que no puede rezar hacia un Dios, y a un Dios, sino que ese Dios vive en ustedes y que ustedes son verdaderamente divinidades?
La iglesia católica los maldice a ustedes.
El teólogo dice: “Largo de aquí, hereje”.
Y luego —recuérdenlo— esta será la veracidad universal, eterna, es lo que será la verdad, será esencial durante millones de años.
Esto seguirá porque esta palabra tiene conciencia espacial.
Estoy encima de la Universidad de Cristo.
Y la Universidad de Cristo es Su vida.
Tienen que comprender ustedes bien que mi tarea es quitarles ese Dios material.
Pero les ofrezco la divinidad espacial, la real; es lo que les doy a cambio.
Así es como les doy felicidad universal: la posesión más grande, más poderosa, más profunda para el ser humano en este mundo.
Al otro lado eso ya no tendrá ningún mérito.
Pero si ahora se ponen a prepararse para hacer que esa luz, esa divinidad se dilate, entonces también se les podrá captar a ustedes detrás del ataúd para su propia evolución.
Podemos hablar y ahora —retengan esto también— mi palabra es ley.
Todo lo que digo está legalmente determinado.
Esta materializado, está espiritualizado.
Adquirió espacio.
Se convirtió en esferas, en mundos con sintonización cósmica.
Eso se convirtió, pues, en la divinidad Omniconsciente.
Y eso es el ser humano que representa al Omnigrado como luz, vida, paternidad y maternidad, amor, amor, amor...
Pero ¿qué es el amor?
Esta mañana les colocaré fundamentos para hacer eclipsar al Dios que ve la sociedad, con el fin de hacer despertar al Dios interior dentro de ustedes.
Naturalmente, estaremos enseguida ante la oración, la fe, ante miles de problemas.
Y llegaremos a detenernos brevemente y volver a poner fundamentos para liberarlos de esa fa, de esa condena, del Dios que no supo hacer otra cosa en el Antiguo Testamento que desintegrar, destruir.
¿Entienden?
Basta con que digan una sola palabra dura para que se vean ante Cristo y entonces lo habrán perdido.
Si no quieren comprender a un ser humano, a una parte de esa Omnifuente, y no se esfuerzan por ello —eso lo vivirán en breve, cuando regresemos brevemente a Getsemaní—, entonces no serán nada: ni la Omnifuente ni millones de personas serán capaces de elevarlos, porque se niegan en redondo a acoger esa ampliación.
Tienen que trabajar a fondo, tienen que dar forma a cada rasgo de carácter —como ya les dije y expliqué—, pero entonces no se hallarán ante un Dios del espacio: solo les quedará como asidero el verdadero paso de Cristo, que los precedió a ustedes a través de los espacios.
Porque Él llegó desde la luna al Omnigrado, vivió en la tierra como ser humano, incluso en los grados preanimales, en los grados de inconsciencia, vivió en un estado de golpes y patadas, de deformación, porque es lo único que conocía.
Pero tampoco hay cuestión de que para el espacio haya un saber, en el espacio no hay ciencia, solo hay sentimiento; y vivirlo, eso es la Omniley divina y espacial.
Y esta los coloca a ustedes ante la armonía tal como allí aconteció, ante la justicia y ante el increíble, poderoso volver a nacer para un nuevo tiempo, para su nueva evolución, para la paternidad y la maternidad que tienen en ambas manos.
Ese, pues, es su asidero divino, así es como ampliarán su divinidad.
¿Su Cristo?
Eso desde luego aún lo tenemos que vivir.
El ser humano vuela ahora mejor a Dios.
Piensa: si soy buena persona y quiero, y, claro, rezo, y quiero ser una buena persona...
Pero entonces estarán solos, y solo serán una buena persona para ustedes mismos.
Pero en el espacio todo les pertenece, ese planeta lo han vencido.
Han conocido ustedes millones de vidas para vencer ese planeta como espacio, como sentimiento, como cuerpo.
Y fueron capaces de ello porque en su interior vive la esencia divina, porque esa esencia tiene que regresar, de vuelta a la fuente desde donde pasó a evolucionar, a espiritualizarse, y después a materializarse.
Es entonces cuando el ser humano es divino de modo astral, espiritual y material; y a esas personas las hemos visto, oído, hemos hablado con ellas.
Nos hemos postrado ante estos pies.
Las hemos visto en sus túnicas divinas, doradas.
Hemos visto cómo esos ojos irradiaban aquella luz, no: entraba dentro de nosotros.
Allí ya no hace falta hablar.
Hay algunas personas en el otro lado que han vivido eso.
Nosotros lo hemos vivido debido a que tuvimos que traer la cosmología a la tierra, porque tuvimos que materializar la cosmología.
De modo que hemos seguido al verdadero Cristo que fue al otro lado desde la luna a través del sistema planetario, y que se espiritualizó.
Es cuando llegó el despertar espacial, y desde allí, pues, ese ser humano de la tierra accedió a Su divina entidad.
Y entonces les dije aquella mañana, cuando ellos llegaron al Omnigrado, los primeros pensamientos volvieron a ser por supuesto: ‘¿Y ¿dónde está Dios?’.
Pero a Dios todavía no lo conocían, ni siquiera habían sabido formar la palabra, ni siquiera existía todavía.
Y sin embargo, cuando llegaron —el ser humano— al Omnigrado y fueron elevándose más y más, vieron que todavía podían ampliarse en ese Omnigrado.
Porque no habían hecho más que llegar al primer fundamento.
Y entonces volvimos a ver esos siete grados para la ampliación.
Aquella mañana atravesé con ustedes Dios, el Omnigrado, la Omniluz, esa Omnivida, de vuelta al instante cuando reinaban las tinieblas.
Habíamos vuelto a la Omnimadre, la Omniluz, la Omnivida, la Omnialma, el Omniespíritu, la Omniverdad, la (Omni)justicia.
En ese Omnigrado no existen las preocupaciones, no había enfermedades, no hay nada, pues, en ese Omnigrado de lo que tiene el ser humano en la tierra.
Entonces fuimos continuando un poco más; y, vean, surgieron las primeras nebulosas.
Eso, pues, es Cristo.
Cristo, el Mesías.
Es decir: el ser humano divinamente consciente.
El ser humano que es divinamente consciente en su luz, en su vida, para sus leyes, para su pensamiento, su sentimiento, su paternidad y maternidad, su justicia, su armonía, su servir, su predicación.
Ya pueden traer el diccionario, adelante, la palabra adecuada: Cristo ahora lo es todo, todo, todo.
Todo lo que se puedan imaginar, eso es Cristo, para el bien, para el alma, para el espíritu, para Su sintonización divina.
Todo eso es Cristo.
Y vieron que no había ninguna silla de un juez ni ninguna mesa ni ningún edificio.
Tuvieron que aceptar que ese espacio podía ser un solo mundo igual que los demás, y que lo es.
Comprendieron que llevaban en su interior esa divinidad material, el despertar espiritual para esa esencia, y que a partir de ahora tenían que representarla.
Y entonces esos primeros seres humanos se sentaron con el Mesías, eso hicieron, en la hermosa naturaleza divina y pudieron decir: “¿Qué tenemos que hacer ahora?
Estamos aquí y todo me pertenece.
¿Lo sienten ustedes también?”.
“Sí”.
Había millones de personas en el Omnigrado al mismo tiempo que Él.
“Podemos seguir, pero entonces regresaremos al comienzo de la creación.
Todo es igual de poderoso y profundo: esto se ha espiritualizado y materializado aquí, somos nosotros, pero cuando lo atravesamos regresamos a la Omnitud invisible, a la vida invisible, que sí existe.
Porque por esto y por aquello procedimos a esa evolución y llegamos a poseer este estadio.
Ahora sabemos”, dijo Cristo, “cuántas personas viven en estos espacios, cuántas chispas hay de esa Omnifuente que aún tienen inconsciencia, y para eso vamos a trabajar.
Esa vida tiene que regresar, esa vida tiene que despertar”.
“¿Qué tenemos que hacer?”.
Pues bien, el ser humano regresó desde el Omnigrado hasta el séptimo grado en el otro lado, y comentó con los maestros de allí qué hacer.
“Vayan y pongan sus fundamentos en la tierra”.
Esa imagen de Moisés ya se la ofrecí.
Tomen entre las manos ‘Los pueblos de la tierra’ y verán surgir el instante en que el ser humano empezó a pensar espiritualmente y a poner fundamentos desde el otro lado para la tierra material, la madre tierra y sus hijos, para elevar a ese ser humano desde aquella jungla salvaje y ofrecerle un mínimo asidero para esa dilatación, de que entre el cielo y la tierra hay más que él mismo.
Y entonces al ser humano —ya se lo expliqué— le entró miedo.
Solo había coacción, la imposición directa de violencia, de violencia espiritual.
Pero bien, más no eran capaces de conseguir.
Por eso es natural que el maestro Alcar les trajera a ustedes ‘Los pueblos de la tierra’ y que solo pudiera comenzar con la humanidad a través de los infiernos hacia los cielos, hacia el Omnigrado, para hacer despertar al Dios, al Dios cósmico en el ser humano, para llevarlo a esa felicidad, a esa vida, a esa justicia.
Porque en el momento en que el ser humano sea capaz de entender su divinidad estará en condiciones de vivir la felicidad.
Solo más tarde, solo más tarde llegará a los rasgos más refinados, a los sonidos etéreos para su interior, y entonces los sentimientos hablarán para el otro lado.
Eso puede vivirse y seguirse paso a paso.
Entonces podrán ver a Cristo, hablar con Él y palparlo.
Él puede hablar a sus vidas en cualquier instante si aceptan esas leyes de que no hay ningún ser humano que viva como Dios en el espacio, o sea, un Dios que esté sentado allá, mirando hacia abajo, sino que la vida lo tiene todo, todo, todo, todo.
Las iglesias, la fe, han de regresar ahora a la ley metafísica.
Más adelante, cuando el instrumento, la voz directa, esté en la tierra, eso ocurrirá en solo unos segundos, lo sabemos.
Pero ahora que esa voz directa aún no está, los maestros hablan, Cristo habla por medio de los libros y Él trajo a la tierra una universidad para la humanidad.
Porque Él lo dijo una vez: “Recibirán Mi vida, Mi espíritu, Mi personalidad, y entonces tendrán todo lo que ven aquí: espacios”.
Los planetas y las estrellas, los soles y las lunas —no tienen más que creerlo— ya no tendrán importancia alguna: ustedes los serán.
Habrán vencido ustedes la vieja vestidura, que ahora es un planeta.
Ya no necesitarán esa túnica, pero todavía pisan ustedes la tierra, siguen sintiendo su vida, su amor, su corazón, su circulación sanguínea.
Y ahora la tierra tiene la conciencia más elevada de todas para este espacio.
La tierra, entre la luna y el sol, está protegida.
La tierra hizo que ustedes evolucionaran.
Ahora no hablamos sobre la aparición y la toma de conciencia de Júpiter, Venus, Saturno —miren, esas leyes ya se las expliqué—, sino que para nosotros se trata del ser humano divino interior, del Cristo dentro de nosotros.
Y cuando ahora rezan a Dios pasan al lado de Cristo sin darse cuenta.
Solo Él está en condiciones de decir: “Sigue este camino”.
“Padre, dame la luz, Padre, dame, ayúdame, para saber si hago esas cosas bien”.
Claro, eso la dará igual a ese padre, porque no los oye, dado que no existe.
La ley vital en la que viven ustedes dice: vivencia, dilatación.
Quizá, tal vez pierdan su capital entero, pero eso será entonces su escuela, porque el dinero, las posesiones, muchas posesiones carecen de significado para el espacio.
Ahora pueden imaginarse ya sus propias vidas, si son capaces de elevar ahora esa vida material.
No deseen ser reyes ni emperadores ni reinas —ya se lo dije—, porque han de asumir esa responsabilidad.
Cuando se les ordene matar a un ser humano matarán su propia divinidad, cerrarán su divinidad para la evolución, para el amor.
Lo ha dicho aquí a gritos: si ya adoran a Cristo y tienen un Dios, ¿por qué siguen siendo capaces de matar a un ser humano?
Les he preguntado: ¿por qué se han perdonado ustedes mismos su ilegalidad?
Pues sí, a cambio de ¿qué?
¿De la podredumbre de su sociedad?
¿Pensaban que así servirían a Cristo y que harían evolucionar, tomar conciencia, a su divinidad?
No han hecho más que estar al servicio del mal.
Ahora pueden imaginar palabras, ilustrar escenas y convertirlas en poemas, y entonces podrán decir: “Pero ¿quién desarrollará entonces la tierra y quién hará que evolucione la humanidad?”.
Entonces les podré decir de inmediato: Cristo no ha conocido ninguna sociedad.
Cristo no tenía nada que ver con dinero, con el arte, con nada de eso.
Regresó al divino Omnigrado de manera inmaculada y pura desde el grado de vida preanimal.
Y ¿lo aceptó?
No, ¡Él lo era!
Las artes y ciencias —ustedes temblaban y se estremecían, al igual que haría la sociedad, que diría: ese tipo está mal de la cabeza— carecen de significado en el otro lado; solo lo tiene el sentimiento.
Pero ustedes tienen que comer, tienen que beber, y por eso me referí a las coles.
Pero cuando sientan que soy uno con Dios, con Cristo y que entonces he de aceptar su alimentación y que he de seguirla, seguramente que comprenderán que ni siquiera eso lo olvidaremos, y que no serán capaces de golpearnos con palabras; sabemos dónde está y reside la dificultad, pero eso, en cambio, lo son ustedes mismos.
Entonces nos veremos, naturalmente, ante la personalidad, y les pregunto: ¿son vagos?
¿Piensan por el bien?
¿Piensan de manera armoniosa?
¿Quieren luz?
¿Quieren vivir?
¿Quieren que se les porte?
Entonces serán esclavos de ustedes mismos, por siempre jamás.
Cristo no quiso ser portado por Sus apóstoles, Él mismo los portó a ellos.
Ese camino largo, universal, divino, que tuvieron que seguir los primeros seres humanos a los que pertenecía Cristo fue una vida de pensar, sentir, materializar y espiritualizar las cosas, las leyes de la Omnifuente, la luz, la vida, la armonía, la justicia, la paternidad, maternidad, pues sí, y cuántas cosas más.
Ay, ay, con que solo pudieran seguir y quisieran aceptar a esas personas unos instantes, cuando estuvieron en esa soledad...
El ser humano que había vencido la tierra a partir de la era prehistórica, que había completado el ciclo de la tierra, no tenía una sociedad que pudiera rezarle a fondo a Él, carecía de velas, de incienso, no hacía falta ningún cura, no existía la imagen de los santos.
No había nada, nada, nada, nada.
Y esas personas viven ahora en el Omnigrado y son divinamente conscientes.
¿No les dice eso nada?
Cuando el cardenal —he hecho despertar a decenas—, cuando el cardenal yacía a mis pies y quiso besármelos, dije: “Váyase y bésele a Él, primero dese un beso a sí mismo”.
“Eso no lo comprendo”.
“¿No entiende lo que quiero decir?
Bésese a sí mismo, ámese a sí mismo.
Pero ámese tanto —no para acogerlo todo en su interior, eso pudo hacerlo en la tierra, aquí eso ya no es posible—, tanto que esté al servicio de la justicia y la armonía para todo lo que vive, porque le pertenece.
Esa vida es parte de su sangre.
De modo que vive usted para hacer que evolucione usted mismo, pero mientras tanto su vida se dilata.
También la del ser humano”.
Entonces hubo perdido su Dios como materia pero recibió los nuevos fundamentos para el macrocosmos, para el otro lado, la primera esfera, y después la segunda.
Me encontré con él, con el pobre, en los tiempos que yo mismo me vi sometido a los infiernos.
En esos nueve siglos me encontré con muchos.
Muchas veces me encontraba ante Roma, que yacía en su pobreza, en sus desgracias.
“Sí, fui lo más elevado para millones de personas en la tierra, y ahora soy lo más bajo para mí mismo.
Ahora no tengo nada.
Porque todavía no representaba nada.
Todavía no me habían representado.
No representaba ninguna realidad.
Por mucho que me haga grande en mis estudios —es que no era más que un estudio— estuve pensando, era un papa.
Se me dio el nombre de ser un santo, pero yo no había visto a ningún Cristo, ningún Dios, y a Él lo había representado en la tierra.
Rezaba por el ser humano”.
Pero no es rezando como se consigue.
Lo que tienen que hacer ustedes es ampliar su vida material, y eso solo es posible elevando esa armonía; dando “alas”, algo de la esencia divina en ustedes a las cosas, a las cosas, a las cuestiones que hagan, que experimenten a diario.
La introducción que les ofrecí hace poco solo fue para situarles ante esa esencia.
Si hablan ahora, habla su divinidad.
Y si odian, tendrán la sintonización de esas tinieblas de allí y entonces su esencia divina, su representación divina no adquirirá espacio, ni espiritualización, al contrario: se animalizará.
Aquí vive Getsemaní, aquí.
Nosotros estuvimos en Getsemaní.
Ahora llego desde la cosmología, de vuelta desde el Omnigrado a Getsemaní.
El otro lado vive allí.
Aquí está la tierra, aquí estamos ahora, estamos arrodillados ante una tarea.
¿Rezamos?
No.
Ahora vamos a...
Cuando llegamos hasta ese punto con toda esa gente dije a mis seguidores, dicen los maestros: “Ahora descenderán en Cristo”.
Ahora sabemos que Cristo alcanzó el Omnigrado desde la luna, y que ahora llegó a la tierra, donde nació.
Ahora está en Su espacio vital, Él ya va caminando por la tierra, es un ser humano, es un ser humano.
Lo hemos seguido a Él desde el nacimiento cuando aún yacía en el pesebre, cuando María estaba a Su lado, dándole de comer.
El niño, el niño divino, el divino Yo consciente necesitaba comida.
Cristo recibió alimento de la madre.
Lo hemos seguido y visto, cuando Cristo se arrastraba por el suelo y aún no era capaz de caminar.
Hemos visto como María lo envolvía, como lo limpiaba, y vimos que besaba al niño, que le daba besos, deseándole buenas noches.
Pero María no dijo: “Y ahora reza” cuando el niño era capaz de hablar, porque ella no lo sabía.
El Dios llegó a la tierra, el divinamente consciente en la tierra que representa a Dios en todo, en la materia, en el espíritu, y quisieron enseñarle cómo rezar.
Es cuando Cristo, cuando estuvo listo para pensar —fueron muchos los años que pasó meditando— dijo a Sus apóstoles, a Pedro, y a Juan, y fueron palabras hermosas: “No hay que rezar por mí ni por ti mismo: actúa.
Una oración, Juan, elevada al Dios de todo lo que vive, esa sí que es la vida.
En verdad, puedes recibir inspiración.
El Dios, la vida, la Omnialma, el Omniespíritu puede infundirte alma si después empiezas con la edificación, con la materialización”.
Cristo no podía dar en ese momento una cosmología a los apóstoles, pero ya les había demostrado que con solo pensar sanaba al ser humano, al ser humano enfermizo; pero espiritualmente, interior y espiritualmente, tampoco era capaz de hacerlo.
Dijo: “Los ciegos sanarán a los ciegos”.
Dicho de otro modo: aléjense de mí porque ustedes no son alcanzables.
Él sabía, desde luego que lo sabía, hermanas y hermanos, que tenía que ganárselo todo, que tenía que remover tierra tras tierra y que tenía que colocar fundamento tras fundamento a través de millones de leyes vitales y de grados de vida, y que no podía representar ni experimentar la justicia al noventa y nueve por cien, no, no, no, se daba al cien por cien porque sabía cómo había tenido que vencer el ciclo de la tierra, este universo, el cuarto grado cósmico, el quinto, el sexto y el séptimo.
Y entonces lo vimos a Él...
Desciendan ahora en este Cristo, este es el ser humano divinamente consciente, el Dios como ser humano, y entonces tendrán un asidero.
Pero ¿qué es lo que tienen que hacer, pues?
También Él vivió aquí, y hay más personas con semejantes tareas.
André también ya vive en eso, pero no es un Cristo.
Nosotros no somos más que adeptos, discípulos, seguidores.
Estamos haciendo cosas, trabajamos duro.
Me pidió: “Cuando haya terminado con eso, cuéntelos entonces cómo tuve que hacerlo Yo.
Cómo me llegaba la paliza a cada instante”.
Y André se sintió agradecido por ello.
“Golpéenme, adelante.
Yo, en cambio, quiero ser amor, quiero tener justicia, quiero ser justicia, eso quiero.
Quiero significar armonía”.
Entonces descendieron allí en Cristo y ¿qué llegaron a ver y a vivir?
Cuando uno llega a Getsemaní es posible echarse en cualquier parte, y ¿saben ustedes lo profundo, lo grande, lo poderoso que es Getsemaní para la humanidad?
Es la tierra de ustedes.
En la segunda y tercera planta, y en la decimoséptima, en su hoyo bajo la tierra, allí vive Getsemaní, allí también estarán en Jerusalén.
Allí está la Omnifuente, la Omnialma, el Omniespíritu, el Omnipoder, la Omniluz para elevarlos ustedes, para iluminarlos, para infundirles alma si así lo desean, si no buscan, si son una entidad, si no andan refunfuñando y quejándose y quieren ser portados.
Ustedes lo que son es empuje.
No toleran ser portados, porque entonces representarán la ley de servir, del empuje.
¿Cuántas personas viven en este deseo de ser portados?
¿Qué hacen ellas mismas?
Aquí está Getsemaní, desciendan ahora en Cristo si son capaces, si se atreven.
Ahora ya no es cuestión de atreverse, hay que ser capaces.
“Ahora bien, si resulta que ustedes no albergan sentimientos”, dije al cardenal y los demás, a los teólogos y los artistas, “si no hay en ustedes comprensión, un querer de verdad, un anhelo, ni siquiera llegarán a esta esfera, cerrarán una puerta”.
Esa puerta, de la que hablé cuando me encontré con ustedes esta semana, estará entonces cerrada.
Es cuando uno llama a esa puerta sin que se abra.
Entonces Cristo está cerrado y clausurado.
Es cuando Getsemaní ni siquiera es visible.
Estarán encima del macrocosmos viviente en el amor, no harán más que tumbar esa vida a patadas, y patearán a Cristo, a su divinidad.
Cuando se habla de puertas abiertas y cerradas nosotros estamos allí.
Con que tan solo en alguna parte se piense adecuadamente, espacialmente, espiritualmente, con que el ser humano quiera durante un instante vivir amor verdadero y pueda darlo, nosotros estaremos allí, para Cristo, por medio de Él, y Él dirá entonces: “Vean, ahora ustedes me están representando espiritualmente.
Gracias.
Pero es para ustedes mismos”.
Aquí en Getsemaní yació Cristo, pensante, solo: ‘Pero ¿cómo he de hacerlo Yo?
No soy capaz de soportar errores.
No puedo cometerlos.
¿Qué más da esa cruz?
Lo sé, van a asesinarme, a golpearme y a escupirme.
Voy a verme ante la justicia secular.
Enseguida vendrá alguien que se lavará las manos en inocencia.
Pero ese hombre aún no es capaz de representarme.
Es solo que ese hombre no quiere experimentar nada, nada, nada.
No quiere tener que ver conmigo, con Mi justicia divina, Mi armonía, Mi amor, Mi luz, Mi vida.
Dice: “Yo no me meto con esa podredumbre.
Ustedes abusen de un ser humano.
Yo ya apartaré la mirada, me iré a casa, tan pancho.
Me voy a mis propiedades”.
Ahora tienen que empezar a pensar de modo humano, tienen que empezar a hacer preguntas humanas.
Pero sí que me puedo detener junto a Cristo, lo cual a ustedes les encanta, les impresiona, son ustedes uno, pero ahora empezarán a pensar para ustedes mismos.
Y ¿es que vuelven a lavarse ustedes las manos en inocencia, una y otra vez?
Y si no quieren tener que ver con la construcción, con el despertar y con la lucha de verdad y el verdadero servir, con el amor para la humanidad, para su divinidad, entonces también serán unos inconscientes.
Allí está Cristo y mira, sigue un rato más con Juan y Pedro, y dice: “Ahora esto va a comenzar.
Exijo todo de ustedes (vosotros), si son (sois) capaces”.
Bien sabía lo grandes, lo profundas que eran Sus criaturas.
Sabía con absoluta seguridad que cuando hiciera subirse a Pedro al cien por cien a la hoguera cósmica esta criatura se encogería y se retiraría.
Y entonces Cristo ve, y tiene que vivirlo, que la debilidad de pronto puede asaltar la conciencia divina espiritual, y entonces también la humanidad, la vida se encuentra frente a otra y dice: “Así que Yo pensaba que me amabas, pero no eres tú”.
Cristo se hablaba a sí mismo y ahora a Él lo pueden oír hablar, pensar.
Todo eso lo pueden vivir y seguir cuando luego vivan entre nosotros.
Entonces les reconducimos a ese instante, ya lo pueden vivir aquí y entonces lo podrán oír a Él.
No dijo: “Dame la fuerza, la sabiduría y el amor para poder cargar todo esto”.
No dijo nada.
Tampoco pensó, solo sentía.
No representaba ni un solo sentimiento ni un pensamiento: descansaba.
Estaba en Su divino silencio y desde allí accedió al ser humano viviente y entonces dijo, cuando tuvo que aceptar allí: “Pero ¿es no pueden (podéis) velar ni un instante conmigo?
¿Es que no son (sois) capaces de abrirse (abriros) un solo instante, de sintonizarse (sintonizaros) con la verdad, con la realidad?
Porque en cualquier momento se derrumbará su (vuestro) macrocosmos y ya no tendrán (tendréis) nada.
Porque si los (os) dejo solos, Pedro, Juan, también dejo sola a la humanidad.
Y ¿es posible eso?
Pero he de aceptar hasta qué sentimientos han (habéis) llegado”.
Y ahora: a pensar, a sentir...
Cristo no pensaba en nada.
Aquí he exclamado de voz en cuello que la humanidad puso en boca Suya: “¡Dios mío, Dios mío, aparta de mí este cáliz!”.
Estoy feliz de haber tenido que sufrir el suplicio que Él tuvo que aceptar.
El otro lado entero está listo para entregar la sangre vital.
No tenemos miedo a las torturas, a las hogueras, a ninguna muerte, porque no existe.
No tenemos miedo a absorber sus enfermedades, su cáncer, tu tuberculosis y a amar de verdad.
Denme su tuberculosis, su cáncer, su contagio, y seré feliz si con eso consigo algo para ustedes.
Esos fueron Pedro, Juan, y eso fueron los demás, es la humanidad.
Para eso vino Cristo.
Y ¿encontró apoyo en esta gente?
Conocen ustedes el problema.
Saben cómo actuaron ellos.
A cada instante se encuentran ustedes ante su propio canto del gallo y entonces no solo reniegan de ustedes mismos, sino también del ser humano al que traten.
No tienen espacio.
Carecen de amor, de amor espiritual, de armonía, de justicia.
Solo piensan en ustedes mismos.
Son grandes en ustedes mismos, sí, pero eso es todo.
No, sus oficinas no significan ahora nada para Getsemaní, porque eso lo hacen para comer.
No ganan nada con eso.
Aunque cuiden a sus padres, madres, mujeres e hijos y a ustedes mismos y tengan una personalidad irreprochable, seguirán siendo unos pobres tiesos, conscientes en lo material, no albergarán nada más si Getsemaní aún no habla en su interior, si Getsemaní aún no ha llegado a ese despertar, si aún no ven que el otro ya materializa el canto del gallo y que este está al por caer y pueden decirse a sí mismos: “Vaya, vaya, vaya, vaya, cierto que canta, pero es que soy yo.
Vuelvo a renegar a cada instante de esta hermosura, de este asunto divino, de Cristo”.
El ser humano y Cristo.
Eso significa que tienen que vivir la realidad del Mesías, materializarla y espiritualizarla, y que ustedes tampoco responderán de ninguna de las maneras, pero es que de ninguna, si son golpeados por el ser humano.
Confíen y no tengan miedo de su pequeña personalidad, que sigue siendo terrenal.
Vamos, piensen solamente en su esencia divina, en su yo divino espacial, porque esa es la imagen de Getsemaní para el ser humano.
Y cuando salgamos de Getsemaní...
Cuando...
Cristo por fin tuvo que decir: “Sí, he de levantarme, ya me gustaría quedarme aquí, pero aquí vivo en el Omnigrado, aquí vivo en lo divinamente consciente, pero ahora he de salir de aquí, he de dejarme ver”.
Y cuando empezó y pensó que los ayudantes estarían a Su lado, aquellos que representarían Su vida después de esto, estaban dormidos, también Juan.
Y ahora todos ustedes están durmiendo, están caminando, o sea, despiertos en la sociedad, pero durmiendo para Getsemaní.
¿Han despertado por medio de sus pensamientos y sentimientos justamente aquello que abre la migaja de sentimiento de su esencia divina, o sea, aquella puerta, que la eleva a la conciencia diurna de la que el ser humano quiere poseerlo ahora todo?
Ahora se dice: “Qué cariñoso es ese ser, qué amplio, que amable”.
Getsemaní posee ahora su cordialidad, su justicia, su fuerza de voluntad, porque Cristo mismo quiso entregarse para este despertar.
Y ahora tienen ustedes que entregarse para el despertar, para su casa; no para su tarea primordial por la que tienen que comer, ese es el entorno suyo que es material.
Pero ahora, ¿cuándo hacen algo para ese interior divino?
¿Cuándo pueden decir ahora: “Hoy rocé una centésima parte de un millón de una chispa y me la coloqué como un nuevo fundamento”?
¿Cuándo?
¿Cuándo, pues, son espirituales?
¿Cuándo piensan al margen de los apóstoles y de la humanidad y, en cambio, directamente desde su primera esfera, de vuelta a la tierra, para Cristo?
¿Cuándo?
¿Cuándo son sensibles, seguros, suaves, portadores?
Miren: cuando uno empieza, los demás también deberían empezar alguna vez.
Pues bien, si quieren portar la sociedad no lo harán para la sociedad, sino que lo harán para ustedes mismos.
Es entonces cuando Cristo abandonará Getsemaní.
Se encuentra ante Pilato, un poco después ante ese horrendo Caifás, y ahora miren, por favor, hermanas y hermanos: ¿cuánto siguen albergando ustedes en su interior, debajo de sus corazones, de Pilato, de los Pedros, de los apóstoles, cuánto de los Caifás? Ni siquiera me refiero a los verdugos que lo golpearon y azotaron a Él.
¿Cuánto?
¿Cuánta conciencia les puede ofrecer entregarse por completo a Cristo?
Es un espacio de luz, un espacio de amor.
Un amor que ni siquiera son capaces de cargar aquí en la tierra.
Una mañana les dije: no es necesario que crean ya; ustedes saben.
Y entonces el ser humano dice encima: “No lo sé”.
Pero ¿es que no saben que tienen allí a Pedro delante de ustedes?
¿Y que ya nunca de los jamases podrán quedarse dormidos si su continuación divina necesita esa inspiración?
Saben ustedes que no existe la condena.
Saben ustedes que van de la luna al Omnigrado y que tienen la sintonización divina.
Son ustedes una divinidad, lo son.
Pero en la jungla viven personas, no se conocen a sí mismas, no tienen ni idea de Cristo ni de Dios.
No tienen arte.
Ni siquiera tienen la ropa de ustedes ni su comida, no tienen nada.
Y aun así son dioses.
Pero ustedes saben que se encuentran aquí y que más adelante partirán de este mundo y que entonces tendrán que representar su interior espiritual.
Entonces estarán en su luz, en su acto, en su actuación.
¿Cómo son ustedes ahora?
¿Cómo quieren ser?
¿Qué hacen ahora, enseguida, en unos minutos?
Harán lo que puedan.
Eso también lo hizo Pedro, eso es lo que hicieron los apóstoles, pero no daban para más.
Es que su voluntad también brillaba por su ausencia.
Sí, es una gloria encontrarse cerca del Mesías, pero si ustedes mismos no comienzan, Él no podrá hablarles.
Tienen que empezar ustedes.
Tienen que hacerle preguntas a Él y tienen que pensar esa pregunta a fondo, sentirla a fondo y materializarla entonces de modo armonioso.
Ahora tienen su matrimonio, su ser hombre, su ser mujer, luego llegaré a ‘El ser humano y su paternidad y maternidad’, y entonces ya me captarán.
Entonces los pondré patas arriba y veremos qué tienen como madres.
Para la iglesia católica, para el protestantismo y esta sociedad el ser madre no es otra cosa que dar a luz.
Encargarse de que esos niños tengan qué comer, y eso lo hace él.
Pero no hay más.
Claro, entonces el ser humano se dedica un poco al arte, el ser humano se dedica un poco a las invenciones.
El ser humano se inventa algo.
Crea cosas poderosas, pero se olvidó de entregar su espíritu, esa cosa poderosa, por un acto bueno.
Boxean ustedes.
“¿Saben lo que significa para un ser humano de aquellos, en toda su rudeza, querer vencer?
¿Hacer atletismo?”, dice André.
¿Levantar un Rembrandt?
¿Dedicarse al arte?
En el fondo es impresionante cómo juegan ustedes con sus fuerzas, con su sabiduría.
Pero no saben ustedes todavía lo que hacen.
Y ahora es posible —porque eso lo hemos aprendido— vivir de forma material, pero pensar de forma espiritual.
Y su tarea material, su actuación allí, aunque tengan que ver ustedes con centenares de personas o con nadie, la pueden...
Cada cosa tiene, pues, su alma, tiene espíritu, tiene Getsemaní detrás, está ante Pilato, ante Caifás, y finalmente esa misma cosa recibe sobre los hombros una cruz, como rasgo de carácter, y tendrá que arreglárselas para demostrar hasta dónde... y ahora ascendemos al Gólgota, arrastrándonos.
Cada rasgo de carácter —ya se lo dije, ya se lo enseñé, tienen que aceptarlo, porque nosotros también tuvimos que hacerlo— recibe esa cruz sobre los hombros.
Cuanto más los golpeen ahora —tampoco tiene por qué ser así— mejor será para ustedes.
Porque ahora sabemos: el ser humano llega a ver su evolución, a tenerla entre las manos, mediante una buena paliza espiritual material.
Porque están ustedes tristes, se suman en el silencio, bueno, maúllan un poquito más, pero eso todavía es parte de ello.
Pero la verdadera esencia mira a Pilato en los ojos, está ante Caifás, y dice: “¿Qué dice esa personalidad?”.
Cuando al ser humano le gruñen y bufan y dicen: “¿Ya llegó usted, señor o señora? Pensé que llegaría más tarde”, entonces le gruñen a su Cristo y resulta que no tienen ustedes espacio.
Entonces Cristo se retira interiormente en el ser humano y en el macrocosmos, porque a la luz divina no se la puede gruñir, ni bufarla.
Eso hay que querer vivirlo.
¿Ven?
Y ¿cuándo es que son felices como seres humanos?
¿Cuándo pueden decir: “Cristo despertará en mí”?
¿No es cierto que estamos ahora ante el arte, la paternidad, maternidad, humanidad, los pueblos de la tierra, las ciencias, la justicia, el ser rey, ser emperador, ser madre, las escuelas, cada ser humano, cada cosa, su diccionario entero? Aquí estamos ante el ser humano, ante los Pilatos, los Caifás.
Ahora tenemos que elevar todos esos miles de millones de problemas a la personalidad humana si quieren ver algo de su Cristo.
¿Me darán ustedes tiempo para ello?
¿Tengo tiempo?
Eso es el macrocosmos.
Eso es el otro lado.
Eso es el Omnigrado, la Omnimadre, el Omnipadre, el Omniespíritu, y es lo que tengo formular, materializar, aquí entre ustedes.
Nunca de los jamases llegaremos a...
Se estarán preguntando: “Ese loco, ¿cómo es capaz de aguantar hasta el final?”, bueno, la sociedad.
Pero ya habrán entendido: soy capaz de soltar mil millones de conferencias y ni así estaré listo, todavía no, así de profundos son ustedes.
Si quiero espiritualizar todo lo de su conciencia diurna respecto a Getsemaní, los espacios vitales para ustedes mismos, entonces estaré viviendo —y ustedes también— en la infinitud; pero ustedes todavía tienen que morirse.
Luego hablaré más y entonces estarán dormidos o en el mundo de lo inconsciente o estarán en su muerte que se acerca, en su propio proceso de putrefacción, y entonces ya no me oirán.
Si elevan esa putrefacción en su propia personalidad y no es posible acercarse a ustedes mediante el sentimiento espiritual, tampoco me oirán, aunque esté delante de ustedes.
¿Y cuántas veces, cuántas veces no les pasa en la tierra, con su marido, con su madre?
¿No están cerradas entonces las puertas?
Quieren ver ustedes puertas abiertas, pero ustedes mismos están cerrados a cal y canto.
Todavía no son felicidad, todavía no son amor, porque entonces es que lo serán.
Si un solo ser humano, si ustedes mismos pueden decir —pero sean honestos, vamos, inclinen las cabezas— si saben: estoy de mal humor, hay algo, ahora no lo soporto...
Tienen que poder soportarlo todo, porque entonces es que también lo tienen todo.
Así es como André se ganó esta posibilidad, se la ganó, para deslomarse en pro de la humanidad.
Porque al final cascaré esta vida, destrozaré por completo este organismo para ustedes, y lo haremos encantados.
André desea en cualquier momento sucumbir aquí ante sus ojos y que les salpique a ustedes la sangre en los ojos.
Encantado, encantado, encantado.
Eso es lo que más deseamos poseer.
No para demoler sino para poder agotarnos completamente, para darlo absolutamente todo de nuestro corazón.
¿Por qué va serpenteando esa sangre por nuestras venas?
¿Por qué hemos recibido un cerebro?
¿Por qué una voluntad?
¿Por qué toda esa fuerza?
¿Para boxear?
¿Para hacer atletismo?
¿Para decir sinsentidos?
No, para hacer que despierte dentro de nosotros Getsemaní.
Para eso nos dejamos la piel.
A cada instante estamos postrados en Getsemaní, pensando.
Así es como accedemos al ser humano a cada instante.
Ya no quiero cometer más errores, no quiero ver durezas ni una comprensión errónea.
No me meto con los cotilleos ni con las habladurías ni con las demoliciones.
No quiero ser un cotilleo porque entonces me mancillo a mí mismo.
¿No es sencillo?
Es muy sencillo.
Pero ¿lo harán ustedes?
Cuesta esfuerzo.
Cuesta mucha fuerza.
Porque ¿no les dije, no les dije que cada pequeño rasgo de carácter tiene que vivir una pugna como la del Gólgota y que ese rasguito se ve sometido a una muerte en la cruz, que tiene que aceptar querer torturar y que experimenta visiblemente los escupitajos en el rostro humano sin sentimientos contrarios del tipo “a ver si me lo haces otra vez”?
Solo entonces estarán en condiciones de rezar.
Y solo entonces estarán listos para mirar a su marido, a su esposa, a los ojos.
Y entonces no habrá lucecitas falsas.
Entonces estará abierto ese ojo.
Su gato, su perro siente cuando entran ustedes en esos humores desagradables, ¿no lo sentiría también un ser humano?
¿Les gustaría poder decir y afirmar para el Cristo en ustedes que cuando les brotan de los labios las malas hierbas en forma de palabras, de sentimientos... cuando esa irradiación alcanza y golpea al otro ser humano que está listo y que ha abierto sus puertas, pensaban que eso no se siente?
Vamos, intenten alguna vez cuando tengan que ver con un hombre y una mujer...
Si están solos, tendrán espacio.
Pero empiecen con ustedes mismos para estar agradecidos por el instante en que les coloquen delante de las migajas en la mesa.
Pero mejor no se imaginen que las prepararon ustedes.
La otra persona que lo mereció hizo aún más por ello.
Y al final esa es la oración real, espiritual, espacial, divina, y podrán decir: “Doy gracias a ese espacio.
Doy gracias a mi vida.
Les doy las gracias.
Qué feliz soy hoy, porque tengo qué comer otra vez”.
La humanidad entera se queja: “No tengo nada.
Esa persona lo tiene todo, pero yo no tengo nada”.
Y, claro, ahora se imaginarán que esa otra persona vendrá para regalarles billetes de mil, para darles comida: entonces ya estarán detenidos y un punto muerto.
Desde luego, otro problema.
No tengo que vivir ese problema, no debo tocarlo ni analizarlo, pero ya llegaremos allí.
Entonces ya no querrán que se les dé nada, preferirán morir de hambre que recibir algo.
Y es mucho más sencillo: van a comenzar a trabajar, harán algo, aunque se desplomen, qué más da.
Espiritualmente nunca podrán desplomarse.
La muerte no existe.
No existe el desplomarse ni sucumbir.
Son ustedes dioses en y por Cristo.
Siempre, eternamente, porque ustedes lo son.
El ser humano y Cristo son una unidad.
Es una Omniconsciencia.
Él no está muy alejado de sus vidas.
Está cerca.
Cuando Él oiga que la boca de ustedes tiene elocuencia y que son capaces de otorgar espiritualmente palabras a las estrellas y a los planetas Él les infundirá alma, saber, si avanzan la ley apropiada.
¿Por qué no nos agotamos nunca?
Por las mañanas siempre les puedo preguntar: ¿cómo quieren tenerme hoy?
¿Humanamente?
¿Espiritualmente?
¿Espacialmente?
También puedo ser divino.
Pero no me lo figuro.
Porque ahora lo recibiré, hablará Él.
Lo puedo ver a Él.
Ahora lo miro a los ojos y le doy las gracias.
Pero Él no quiere agradecimientos, sino que sabe que estoy elevándome por medio de Él en Su amor, en Su vida.
No hacia las esferas de luz, sino a Getsemaní, para preguntarme los fallos que sigo teniendo; para cascarlos, para clavarlos en la cruz por mí mismo, para desangrarme, porque solo entonces lo sabré...
Saludos de Nuestro Señor.
Hasta dentro de dos semanas.
Gracias...