La verdad divina para el ser humano

Buenos días, hermanas y hermanos míos:
Esta mañana vamos a tratar ‘La verdad divina para el ser humano’.
En las conferencias anteriores se les ofreció la justicia divina.
Pero antes de eso los conduje a la vida, a la vida del espacio para su personalidad, su espíritu, su mundo astral, la sociedad.
Ahora estamos ante la verdad, y después estaremos ante el amor divino para el ser humano.
Poco a poco iremos elevándonos más y más, y accederemos a los grados de vida etéreos, espirituales para la esencia de Dios en ustedes, que llega a despertar por la paternidad y maternidad.
Eso es lo que hemos aprendido.
Fuimos por el espacio desde el estadio inicial, por las nebulosas, cuando se manifestó Dios, cuando la Omnimadre empezó con la vida: fue entonces cuando accedimos a la justicia divina.
Y lo que pretende significar esto es: la verdad como ley, como grado de vida, como una personalidad, como luz, como alma y como espíritu.
La verdad divina la volvemos a ver en los sistemas universales, porque el sol, la luna y las estrellas tienen esa esencia, gracias a esta nacieron.
Han podido aceptar ustedes que el ser humano es capaz de vencer este universo.
Les expliqué que la ciencia aún no ha llegado a ese punto y que el psicólogo todavía no entiende —esos fundamentos están pendientes de echarse— que la fuente de todo eso vive en el ser humano.
Tampoco se sabe todavía cómo puede asimilar esas leyes.
Que hay un mundo astral, pues, sí, así es para millones de personas, es una verdad para ellas porque recibieron ese impacto espiritual.
Pero esa verdad sigue sin existir para el núcleo como humanidad; todavía no la hay, esos fundamentos están por echarse todavía.
Y por eso nos colocamos a nosotros mismos ante la conciencia de esta humanidad.
La humanidad —se lo he explicado— tiene una conciencia material.
La conciencia espiritual, en la que entonces vivirá esa verdad, aún no ha despertado.
Eso es lo que tiene que asimilar la masa, la humanidad, el individuo.
Cuando luego accedamos brevemente a la primera esfera y lleguemos a encontrarnos ante esas genuinas leyes vitales, comprenderán ustedes que esa esencia, como una certeza metafísica, como un espacio espiritual, como justicia y entidad divina, sí vive en el ser humano, a pesar de tanto buscar, de tanto extraviarse, de todas esas tinieblas.
La mirada del ser humano parte de la verdad divina.
Vive su espacio consciente o inconscientemente.
Esta vida está provista de esa justicia porque esa entidad se ha convertido en una fuente de concienciación, ha nacido a partir de esa esencia, de este universo, de esta luz, de esa vida, de ese espíritu, de esa persona divina de la Omnimadre que hemos de aceptar detrás del ataúd.
Nos fuimos alejando mucho de casa, pero aun así tengo que volver esta mañana desde ese espacio, y enseguida, cuando hablemos sobre el amor divino, tendré que volver a la tierra para depositar en sus manos esas leyes, ese espacio.
Tienen que aprender ustedes a ver para qué viven en realidad.
Gracias a esa justicia ya hemos entrado en contacto con verdades vitales, pero también con las majaderías, con las falsedades que tiene la humanidad y de las que esta todavía se nutre, por lo que surgieron las iglesias, pero a la que millones de personas ya han entregado, aun así, sus vidas, su yo, su mismidad.
Siempre es igual: cuando la verdad, la verdad divina, tiene que tomar la palabra, aunque esta siga siendo humana, entonces el ser humano tiene que entregar todo lo suyo.
Y entonces no se les regalará a ustedes ni una pizca de sentimiento de esa verdad.
Parece duro, esa doctrina parece tremendamente severa, pero no lo es.
Es muy sencillo: pueden ustedes construirse una vida muy hermosa una vez que hayan puesto esos fundamentos, que se dediquen a lo que es justo, que acepten esa verdad, porque después despertará algo en su interior, y entonces serán los sentimientos los que hablen para el amor.
De cualquier manera: todo gira alrededor del amor.
Al espacio lo que le importa es el amor.
Ese espacio surgió en el amor.
Ningún ser humano ha llegado a tener en sus manos un planeta.
El sol, la luna y las estrellas viven allá, describen sus órbitas, irradian su luz, dan a luz a sus vidas.
También la tierra lo pudo hacer, el ser humano vive en ella y no se conoce a sí mismo.
Pero ese núcleo espacial, que vive lejos de sus vidas —se lo demostraré— lo volvemos a ver junto a las fuentes esenciales hechas por el ser humano; el ser humano, una y otra vez.
Porque también Cristo estuvo como ser humano en la tierra —no antes de Su momento como Cristo en Jerusalén—, pero vino desde aquellos espacios, recorrió ese camino desde la luna, fue pasando de un planeta a otro, llegó a la tierra, vivió la era prehistórica, por fin quedó libre —eso lo pueden leer en los libros, les ofrecí esas imágenes— y pudo decir, a sí mismo y a los demás: “Creo que poseemos verdad.
Creo que vamos a vivir, que por fin vamos a vivir.
Si nos mantenemos libres —eso lo hemos comprobado— de esa gente y no nos hacemos con sus posesiones...
Hemos descendido en el ser humano inconsciente, hemos vivido las influencias para la paternidad y la maternidad.
En el fondo nació nueva vida por medio de nosotros mismos, eso lo hemos presenciado, pero no debimos habernos metido allí.
No deberíamos haberlo hecho.
Y ahora que somos libres llegamos a la verdad divina, a Sus leyes de la justicia.
Porque cada ser humano —eso lo hemos visto—, mi madre y mi padre y mi hermana y mi hermano: todos poseen esa esencia divina, esa entidad, y es allí donde vive absolutamente todo.
Nos hemos liberado de la tierra, fuimos los primeros en llegar a conocer esas leyes.
Hemos regresado al estadio inicial.
Hemos vivido la disolución y la manifestación de la Omnimadre, esas nebulosas las hemos visto, solo eran nebulosas.
Los espacios se fueron llenando y ese llenado fue genuino, fue infundir alma, fue inspiración; lo que fue fue la voluntad de vivir, la voluntad de servir, la voluntad de reproducirse.
Ahora estamos viviendo miles de leyes vitales como sistemas verdaderos, y de eso asimilaríamos las fuentes fundamentales, como sabiduría vital, como luz, también como vida espacial, con los pensamientos de esa esencia, esos fundamentos: el hecho de saber.
Y ahora, ahora nos habla la personalidad divina.
Hemos llegado al punto en que vamos a poner esos nuevos fundamentos, al siguiente paso, al ir adentro, al ser uno con la vida, con la justicia, la verdad.
Y después nos entró sentimiento para empezar a amar la vida, esa justicia, esa verdad”.
Los primeros seres humanos que completaron el ciclo de la tierra —ya se lo expliqué— tuvieron que aceptar que tenían una personalidad propia al margen del mundo material.
Eran seres humanos, sabían pensar, disponían de manos y pies, sabían desplazarse, podían pedir a gritos la luz que no les llegaba.
El sol había desaparecido, se había disuelto su paternidad y maternidad, pero ellos mismos eran verdaderos.
Se tenían a sí mismos, se poseían, aunque hubiera tinieblas; vivían.
Esas leyes las tuve que analizar con fundamentos, para sus vidas aquí, en esta sociedad, para que así puedan dar el siguiente paso y dejar que Dios hable a sus vidas como verdad.
Pero ¿en qué vive la fuente?
En esa era prehistórica la verdad divina, la justicia divina, de nada le servían al ser humano.
El ser humano no conocía el amor, no tenía un Dios ni un Cristo, nada, nada de nada.
Tal como vivía en la naturaleza parecía estar completamente solo, y era más pobre que las ratas.
Y así resultó ser.
Daba la impresión de no tener más que ese poquito de sentimiento como conciencia que tenía que representar ese mundo tenebroso, y allí es a donde quedó libre de la tierra, libre de sus espacios: su pequeño yo, su personalidad que tenía que vivir allí las leyes materiales; se encontraba detrás del ataúd.
Entonces aún no disponían de ataúdes —¿entienden?—, una vez más hablamos desde estos tiempos.
Al ser humano se le metía en la tierra, estaba muerto.
Ya no tenía vida y el espíritu llegaba a ver su espacio universal.
Aunque ese espacio fueran tinieblas —se lo acabo de decir—, el ser humano se daba cuenta, no obstante, de que lo tenía todo.
Cristo fue el primero, como ser humano.
Ese nombre de Cristo de esta vida lo he de recordar.
Ese nombre, Cristo, lo he de liberar de la era prehistórica, porque todavía tardaría millones de años en venir a la tierra y aceptar y recibir el nombre de Cristo, bendito sea, la conciencia viviente.
Esas personas —les ofrecí la imagen y así los reconduje de inmediato a ‘El origen del universo’, los tres libros del maestro Alcar, los llevé a ‘Los pueblos de la tierra’—, ellas continuaron, por fin llegaron a la primera esfera.
Hemos visto cómo lo tuvieron que hacer.
Después accederemos a las leyes de cómo han de hacerlo ustedes para la sociedad en la que viven.
Cristo, los primeros seres humanos que hubieron completado su ciclo de la tierra, pudieron aceptar que eran verdaderos como seres humanos, porque en sus vidas estaba presente la fuente.
¿Qué fuente?
Se les abalanzaron millones de problemas.
Cuando por fin se hagan ustedes conscientes, ese sistema universal empezará a hablar a su vida.
Y ahora pueden hacer preguntas.
Naturalmente, tendrán que empezar a hacerlas, porque solo después llegará el verdadero saber.
Hacerlas es lo que va construyendo el deseo.
Hace que a la voluntad se le infunda alma, le da impulso, el mirar en esa ley vital, la sintonización, el descenso en ese núcleo verdadero, y solo entonces el ser humano despierta para sí mismo la esencia a través de la cual recibió la sintonización con todos esos problemas divinos.
La verdad divina, hermanas y hermanos míos, nos conduce, desde el espacio, este universo, desde el otro lado, directamente a la tierra, y entonces accedemos al estadio actual al que ustedes pertenecen.
La verdad divina existe.
Pero las universidades todavía no la tienen.
El ser humano vive en la inconsciencia, no conoce una Biblia ni un alma ni un espíritu ni un saber astral.
Todavía desconoce la fuente primigenia, el estadio inicial donde se colocaron todos esos fundamentos divinos.
Eso el ser humano, la universidad, esta humanidad, aún lo tienen que asimilar.
Millones de personas murieron para eso —como les acabo de decir— y una y otra vez se encontraban ante la esencia.
Y entonces hablaba la verdad divina, los sentimientos del espacio por medio de su yo y su voluntad, y entonces no tenían más que demostrar: izquierda o derecha, o de frente.
Dios dio a este universo —o sea, a la Omnimadre— la vida, la vista, la personalidad, el sentimiento y el pensamiento.
Yo les di la entidad para ver el espacio, la personalidad como una entidad, pero también el ser humano, el animal y la vida de la madre naturaleza.
Eso lo hemos tenido que aceptar.
Cuando me liberé de esas tinieblas —esos nueve siglos en los que viví después del suicidio—, entonces tuve que aceptar como verdad que con mi cuerpo experimenté el proceso de putrefacción.
Allí estaba, y millones de personas más junto a mí.
En ese calabozo como verdad —ya conocen ‘El ciclo del alma’— me encontré por fin ante mí mismo.
Había recibido un tiempo de vida.
El nacimiento quiere decir... la cosmología para el nacimiento, eso es una profundidad.
La justicia divina me brindó una nueva vida, y junto a ella el tiempo, la profundidad, el aura vital para poder infundir alma a este organismo material.
La otra vez no les aclaré lo profunda que es la justicia divina, lo profundo, lo imponentemente profundo que es Dios en Sus leyes de lo que es justo.
En manos del ser humano hay leyes: no una sola ley para la vida, para el alma, para el espíritu, para la paternidad y maternidad, sino millones de leyes divinas de lo que es justo.
Eso lo tuve que aceptar, millones de personas lo tuvieron que aceptar conmigo.
Porque ahora estamos, por esa ley, ante la verdad divina, y esta fue para mí como una sacudida, como una paliza de lo tremenda que es.
La verdad para mí: “Te quitaste la vida, pero Yo te di cincuenta, sesenta, setenta, setenta y cinco, setenta y seis años, cuatro meses, tres semanas, cinco días, veinticuatro minutos y siete segundos de tiempo para vivir, y tú le pusiste punto final.
Me arrojaste a la cara tu vida, y ahora tendrás que acepar la ley para la putrefacción, que habrás edificado tú mismo, eso es lo que tendrás que aceptar”.
Y allí estaba yo, debajo de la tierra, con mi cadáver hediondo.
Y cuando resulta que el ser humano dice: “No te suicides, porque estás ante una ley divina, una verdad que es tremendamente horrible”, entonces en esta sociedad pragmática, inconsciente, la gente se encoge de hombros y piensa: ‘¡Vete al cuerno!’.
Pero ese “vete al cuerno” está pudriéndose allí, en este mundo, bajo la tierra.
¿Hay que infundirle miedo al ser humano?
No, ahora ha llegado el momento para que se disuelva la Biblia, para que desaparezcan las falsedades y la verdad dé un paso adelante como una figura universal.
“No mates, si no quieres que te maten.
No robes, si no quieres que por la noche te asalte el ladrón.
Pero sobre todo: no asesines, porque no tienes el derecho de excluir Mi vida.
Te di Mi Yo, te di Mi amor, te di Mi justicia, una entidad que es universal y que lo seguirá siendo”.
La humanidad primero tiene que verse ante la apaleada palabra “verdad” como una antorcha llameante.
Pero esa ley vital los puede golpear y quemar aún más terriblemente, incluso flagelarlos: los flagelos de su mundo no son nada en comparación con eso cuando se multipliquen esos procesos de putrefacción y la verdadera vida falsa bajo sus corazones, y dentro de ellos, y los corroa.
No hace falte que tiemblen ni que se estremezcan.
Esta mañana solo voy a colocarlos ante los espejos divinos, para que ustedes mismos vean en esas leyes y esas verdades la justicia para el alma, el espíritu, la paternidad y la maternidad, y la conciencia espacial.
Quizá se tranquilicen entonces y empiecen a portar.
Porque la verdad es y siempre querrá decir, eternamente: el acceso al primer fundamento que los conducirá a esa cordialidad, bondad y al amor.
Lo primero: ser verdaderos para su yo, para sus otros, sus amigos, su sociedad, su madre, su padre, su hermana, su hermano, para Cristo, para Dios.
Y solo entonces despertarán en ustedes el sentimiento y el deseo; pero eso va a ser su posesión, la comprensión, la dilatación, la inspiración, el poderoso sentimiento: ahora estoy vivo, empiezo a ver verdad, voy a representar la verdad.
Los maestros —según les he explicado— no pudieron hacer otra cosa que atar a la masa en la tierra, por medio de Moisés, a leyes divinas.
Esas conferencias se las he ofrecido, éramos uno con esas tinieblas.
Moisés, en su esfera, esa pobre alma, que hablaba, pedía, suplicaba: “Que alguien me dé un organismo para que pueda convencer a mis padres, a mis hermanas, a mis hermanos y a esa jauría salvaje.
¡Pero si estoy vivo, y nadie lo sabe!”.
Hemos visto que el maestro descendió hasta Moisés y que lo colocó ante la divina veracidad, porque puede decir: “Yo soy Dios”.
—¿Eres Dios? —dijo Moisés, pregunta esta alma.
—Estoy sintonizado con las leyes divinas.
La fuerza para darte un nuevo cuerpo está y vive en mi interior, para darte un nuevo organismo para que prosigas tu tarea allá, para poder hacer algo para tus hermanas y hermanos, para tus padres y tus madres”.
Y ¿qué ocurre, pues, con la vida que recibe la palabra del maestro, que entonces, en el fondo, ha de ser como una gracia?
No, ese maestro sabe, en tanto consciente divino, en tanto sentimiento espacial, ese maestro sabe que Moisés, que el alma, la personalidad misma, tiene que empezar con esa edificación, con ese deseo.
Si a Moisés le hubieran llenado a base de hablar, y si ese espíritu, esa personalidad, hubiera vuelto a él una y otra vez dándole bonitos cuentos, y si esta vida no se pone manos a la obra, entonces Moisés, esta personalidad, se habría quedado en esa niebla, en esa tierra crepuscular.
¿Lo oyen?
Moisés vivía en una niebla, en una tierra crepuscular, donde llegó a tener que desempeñar una tarea divina, a pesar de su inconsciencia.
Regresó a la tierra desde esta tierra crepuscular, y fue aquí donde se puso en sus manos una poderosa tarea.
Pero allá arriba, lejos de su vida, a millones de años luz de pensar y de sentir y de dar amor, allí vivía la primera esfera, y allí había millones y millones de personas, hombres y mujeres, dispuestas para desempeñar esa tarea.
Pero no se les concedió aceptarla.
No pudieron aceptarla, porque vivían en la verdad, en la justicia, en la conciencia para el amor.
Que el espacio, que Dios, que los maestros hayan infundido alma a Moisés es una imponente ley vital y un espacio vital para la sociedad, y eso es algo que se manifestará en el futuro.
Porque aquí habla la justicia divina como una poderosa personalidad, un Dios de amor.
Porque el maestro no puede elevarlos, no puede darles una tarea, no es posible comunicarlos con esa justicia y esa ley vital para la verdad si todavía no poseen esa luz, ese amor.
Cuando un ser humano vive en las tinieblas y se imagina que posee la primera esfera, y empieza a portar la túnica de su espacio como luz, entonces todo ese impresionante mundo tiene un sagrado respeto por la luz que irradia esa vida, porque tiene algo que decirnos, como personalidad.

Pero cuando eso no es verdad y nos llegan las apariencias engañosas, la mentira y el engaño, la soberbia, la locura, entonces serán ustedes presas de ese proceso de putrefacción detrás del ataúd.
Aquí pueden hacer y deshacer a su antojo, pero luego, cuando abandonen este organismo, estarán ante su falsedad, sus verdades, sus entidades como pequeños rasgos de sus caracteres, que forman parte, no obstante, de su yo profundo.
Moisés tuvo que aceptar esa tarea para llevar la verdad a la humanidad.
Les he ofrecido las imágenes de que los maestros no pudieron hacer otra cosa que advertir al ser humano: “No abuses de la vida, no violes el espíritu ni la personalidad ni la madre naturaleza, porque es tu propia condena”.
Así es, se pegarían a sí mismos.
¿Es que yo no me he condenado para ese tiempo?
¿No basta esa putrefacción, la vivencia de los tejidos humanos, corporales, su necrosis, la muerte de la circulación sanguínea, experimentar los instintos animales en sus corazones, en sus ojos, en sus sentimientos? ¿Tiene que ser aún peor?
Eso ya no es una condena, esto se convierte en una paliza tan tremenda y horrible que uno se estremece, tiembla por dentro, pero entonces a una profundidad espacial, porque enloquecerán miles de veces de pena, de dolor, pero también de miedo, porque no saben, porque han mancillado la verdad.
El ser humano en la tierra vive en la inconsciencia, en las tinieblas.
Y ustedes hacen lo que sea para eso.
Para eso Cristo hace todo, pero no logra alcanzar al ser humano si este no tiene verdad.
Hoy los seres humanos son amigos, mañana se les abandona a patadas, entonces el protagonista en esa personalidad es el propio yo y el ser humano —como lo dice Jeus— que reviente, pues.
Entonces ya nadie necesita esa vida ni la verdad, porque cuando al ser humano se le pone ante esas leyes, la personalidad se retira y se coloca detrás de una pantalla blindada.
Entonces ya no es alcanzable.
Eso no es así detrás del ataúd.
En breve nos veremos detrás del ataúd; es cuando nos veremos ante las verdaderas leyes vitales, de las que no poseemos fundamentos.
Primero les tengo que demostrar que Dios golpeó a la humanidad por Su veracidad.
Es imposible que Él condene, de lo contrario se condenaría a sí mismo.
Es imposible que haya creado la lepra ni el cáncer ni la tuberculosis; entonces Él mismo estaría enfermo.
Dios no está enfermo.
Dios no ha creado la miseria para su sociedad; Dios no ha inventado los cañones; Dios no quiso el engaño ni las mentiras; todo eso lo ha hecho el propio ser humano.
El propio ser humano es mentira y engaño, es inconsciente.
Pero con esa inconsciencia no avanzamos nada; tienen que ver esos fundamentos que echaron ustedes mismos y entonces estos se convertirán en engaño, desintegración consciente, destrucción, mancilla... y ¿qué más?
¿Dónde queda..., qué pasa entonces por fin con el amor?
Y ¿con la verdad?
¿De dónde procede esa verdad?
No tiene sentido que sigan a Moisés y lean su sabiduría y acepten el comienzo de la Biblia, si estando delante de Cristo no pueden inclinar la cabeza ante Su ley de la veracidad.
Y entonces una vez más será: ese amor, el saber, el dar, el servir a otros.
Dios, por Su vida, ancló a este universo una conciencia que se va dilatando para el ser humano.
Y les acabo de explicar, reténganlo, o no avanzaremos; ustedes tienen que vivir esas leyes por medio de la paternidad y maternidad, y por el renacer volverán a esos estadios.
Han vuelto a ver por la justicia divina una y otra vez un nuevo organismo que estaba listo.
Claro, no lo saben, pero esta es la verdad.
Aunque hayan cometido asesinatos, arrojado gente a la hoguera: la justicia divina es universalmente veraz y les dio una nueva vida.
¿Cuál es la profundidad —eso he querido darles, eso he querido demostrarles; podemos analizarla para los sistemas universales—, cuál es la profundidad de Dios en Su justicia?
Naturalmente, al margen de sus leyes vitales de la tierra, al margen de la sabiduría de su universidad, porque esta los conecta con bobadas cuando empieza a hablar la psicología para su espíritu.
De modo que no atacamos a ningún astrónomo ni a ningún médico ni ninguna de las ciencias que aún tienen que empezar, sino la psicología; todo lo que tiene que ver con la vida, eso se llevó a la tierra directamente desde la Universidad de Cristo.
Y para eso sirvieron Moisés, los apóstoles, los profetas.
Sirvieron... ¿para qué?
¿A quiénes?
Los profetas —pueden seguir ustedes ahora estas vidas una por una— no conocieron la divina verdad universal, o tendrían que haber hablado de un modo muy distinto, pero aún no habían llegado a ese punto.
Como que la Biblia comienza y que sus autores tuvieron que empezar diciendo que Dios creó al hombre insuflándole por la nariz un poco de aliento vital y con un poco de barro, y que luego se creó a Eva quitándole una costilla a Adán.
¿De dónde salieron estas palabras?
No pueden vivirse en el otro lado.
Allí hemos tenido que constatar que volvimos a la luna, que en el estadio embrionario obtuvimos conciencia, que íbamos de planeta en planeta.
¿Cómo se materializaron estas majaderías?
Falsedades.
La verdad divina la tenemos aquí al lado y dice: el ser humano nació en las aguas.
Eso comenzó en la luna.
Esta también es la Omnimadre para este espacio.
¿Qué saben ustedes de eso?
Nada de nada de nada.
No hay erudito ni astrónomo que pueda aceptar ahora que esa luna haya sido verdaderamente una madre divina.
“Haya sido”: porque está moribunda.
Cuando se dice: “La luna está moribunda, esa madre dio su vida para el Omnigrado y para el ser humano, para el animal y la madre naturaleza”, entonces eso no dice nada, pero esto lo es todo.
Lo que son profecías divinas, eso la Biblia no las ha podido experimentar, porque esa gente, esos profetas aún no habían alcanzado esa primera esfera, ¿entienden?
Y en aquellos tiempos —y ¿por qué ahora?—, y en esos tiempos el ser humano no era capaz de vivir este contacto.
Y ¿por qué ahora?
En esos tiempos los maestros aún no habían colocado esos fundamentos.
No han podido colocar esos fundamentos, porque la conciencia de la humanidad aún poseía lo animal.
De modo que es muy sencillo.
Pero eso tiene que desaparecer ahora.
Y por eso hablamos ahora sobre la justicia divina, sobre la vida, sobre la verdad, y pronto, o sea, en quince días, sobre el amor divino para el ser humano.
Y ¿cómo fue, pues, que llegué a la dilatación para el amor?
¿Qué es sentimiento?
Es solo la cosmología —¿entienden?—, la que de todas formas los reconduce a las personalidades de ustedes mismos, a la humanidad, a la universidad, al médico que vivirá la verdad —y que así tendrá que hacerlo— para sus enfermedades, al astrónomo que tiene que materializar la divina verdad para su ciencia, al psicólogo que más adelante tendrá que recibir la verdad para el alma y el espíritu, al artista que, como si dijéramos, ensangrentará su verdad, que tendrá que darse por su arte si quiere ver el arte inmaculado, material o espiritual.
La palabra que ofrecen ustedes a sus amigos, hermanas y hermanos, padres y madres, ¿es la verdad?
¿A esa verdad se le ha infundido alma por medio de su sentimiento, de su voluntad de vivir y de amar?
Ya lo habrán entendido: desde la cosmología regresamos directamente desde el corazón viviente del Mesías, del Dios de todo lo que vive a su divino estado humano, a su divina personalidad humana, y comenzamos con el análisis.
Y punto.
¿Ven?
Pero...
Moisés puso fundamentos.
Ustedes se ponen de los nervios por los profetas del Antiguo Testamento, pero estos ya no pintan nada para la conciencia de la Universidad de Cristo.
Les dije: los maestros no fueron capaces de eso.
A esa gente se le infundió alma, lo mismo pasa con el Antiguo Egipto.
Y el Antiguo Egipto contó verdades, porque allí se vivió, se pudo analizar, se pudo escamotear al espacio que el ser humano vive como alma detrás de la materia.
Esos fundamentos se colocaron, como dioses; ahí es nada.
Continuaron otros templos.
Así es como surgió la sabiduría.
Así es como la humanidad se llevó a sí misma —¿a dónde, pues, para los tiempos de ustedes?— a Jerusalén.
Y ahora salimos por fin después de todo este engaño, de estas cosas inconscientes, del estado primigenio, seguido directamente por la era prehistórica, y llegamos al Antiguo Egipto, a China, a Japón.
Y vemos el mundo, sentimos esa humanidad, sentimos esa conciencia, sentimos el sí y el no, el poder, y el estar impotentes ante la sociedad, ante esas vidas, ante esos sentimientos.
Y, por fin, después de esto, nos vamos elevando más y más —¿verdad?— y ascendemos en sentimiento y accedemos al nacimiento de Cristo.
Ya pueden sentir ahora a dónde vamos.
Por tanto, que Dios, que la Omnimadre haya impulsado la vida es una ley veraz como la vida, divina, una verdad vital como fundamento humano, una sustancia visible capaz de pensar, de sentir, poseedora de justicia si uno vive esa vida exactamente del mismo modo en que también lo supo hacer esa Omnifuente como madre, como luz, como padre, como madre, como personalidad, pero ante todo: como proceso de alumbramiento de vida.
Si hubiéramos sido capaces de quedarnos en esa armonía divina, si hubiéramos podido y debido materializarla como protección para nosotros mismos, entonces no habría pasado nada.
Entonces habríamos seguido siendo espaciales, universalmente inmaculados y conscientes.
Y contra esto es lo que tropieza toda esta humanidad.
¿Por qué —se pregunta la masa— Dios de una vez no nos terminó del todo?
Vean, eso lo entendieron los autores de la Biblia.
La verdad divina nos dice enseguida... autor de la Biblia, eso no lo comprendiste, de todas formas no habrías podido procesarlo.
Pero nosotros sabemos muy bien, el otro lado sabe muy bien para qué escribiste esas palabras, lo que se te pasó por la cabeza.
Porque en el otro lado andamos a diario de aquí para allá con los autores de la Biblia.
Otra vez hay algunos en la tierra.
Los otros que han trabajado en ello conocen, pues, las leyes, y se preguntaron, naturalmente: “¿De dónde me han salido esas majaderías?
¿Por qué no he podido dejar constancia de la verdad divina? ¿Por qué no se me ha concedido materializarla?”.
Y entonces llega Moisés, y llegan los apóstoles y otros más, llegan los maestros del Antiguo Egipto: se elevan por encima de estos sentimientos, porque ellos tienen la vida, tienen el espacio, tienen la muerte, tienen la paternidad, tienen la maternidad, tienen el alma, tienen el espíritu; pero los autores de la Biblia ¡no tenían nada, nada, nada, nada!
Nada de todo esto, solo a Dios.
Bueno, más tarde tenían algo de Cristo, y han podido poner un pequeño fundamento aquí y otro allá.
Han seguido una familia, han vivido una historia que primero iba de frente y que después dio un giro hacia la izquierda, y es entonces cuando empiezan las falsedades.
Aún no hay nadie en el mundo, no hay más que unas pocas personas, y empiezan a pelearse; y se va y regresa con una criatura de avanzada edad, con una mujer.
Pero ¿es que no nació en esos sentimientos ni siquiera un poco de inspiración para comprender que aquí tenemos que ver con falsedades?
Esas criaturas —¿entienden?—, esas criaturas que siguieron a la humanidad recibieron inspiración para empezar a ver al ser humano, para experimentar lo que este hace, y acoger de allí el sentimiento más elevado y determinarlo; eso sí que fueron los autores de la Biblia.
Si empiezan ahora, y no saben nada de ninguna cosa, aunque hayan leído los libros...
Ahora ya pueden fijar y materializar los hechos como verdades; porque ustedes saben mucho, recibieron los libros.
Pero tomemos por ejemplo a un ser humano directamente de la sociedad que no sabe nade de todas estas cosas, y a esta persona en concreto le van a infundir ustedes alma, desde fuera, no directamente por la palabra, sino desde fuera, como sentimiento.
Les entra sentimiento, y este les dice: está el Padre, el Señor.
¿Qué, pues, tienen que contar estas criaturas? ¿Qué pintan ahora?
Y así es como empezaron las falsedades para los autores de la Biblia, porque ellos mismos aún no tenían la primera esfera como sintonización, la conciencia para el universo.
Eso es todo.
Y cuando luego, cuando ahora vayan a dar su paseo en el otro lado —ahora vamos un momento desde la tierra al otro lado— y lleguen allí y conserven todavía todo eso, se lo he demostrado, les di varias conferencias en las que machaqué mucho en esa imagen: que tenían que desprenderse ustedes de todas esas tonterías, de esas falsedades, que las tiraran por la borda, porque la verdad divina la tienen que aceptar allí en esa vida para sus espíritus, para su yo universal.
Y de eso se dice ahora: el ser humano nació en las aguas; la verdad divina.
Dios no condena; verdad divina, porque el ser humano se condena a sí mismo.
La luna es la madre del espacio, y el sol, el padre.
La vida surgió por la paternidad y la maternidad, por estas divisiones divinas, de la Omnifuente; es verdad divina.
Así es como se densificaron las nebulosas y se llenó este espacio en el que vivimos.
Entonces pudo empezar la vida y el ser humano accedió por medio de las divisiones de la luna...
La luna surgió a partir de ese Omnigrado, la luna recibió esa entidad, y entonces hubo una separación; por ese estadio de las nebulosas —o sea, un nuevo parto tal como lo supo y tuvo que hacer la Omnimadre para espiritualizarse y materializarse— depositó en ella misma, en esa vida, todas esas propiedades divinas.
De modo que primero el macrocosmos.
El cosmos empezó a dividirse —eso se lo he explicado, ese viaje lo hicimos juntos—, entonces empezó la luna y esta dividió tal como lo supo hacer para ella misma la Omnimadre.
Y ahora empieza el estadio para el ser humano.
La vida embrionaria absorbe muchísimo sentimiento de esas divisiones para la luna, recibe esa división, la vive —o sea, el dar a luz, madres, es el mismo de ustedes, que aún vivirán—, pero allí como chispa embrionaria, el ser humano vive como chispa en las aguas la primera entidad.
Es una ley de una certeza divina, que las universidades de la tierra aún tienen que asimilar.
Y punto.
Así es como la vida atravesó el espacio.
La paternidad y maternidad son las leyes divinas esenciales por las que ustedes pueden evolucionar, ¿verdad?
Viendo la paternidad y maternidad, los grados de la maternidad, viviendo la nueva vida, mediante el descenso, el ser atraídos —eso se lo he explicado, una mañana lo dibujé aquí—, el desprenderse de uno mismo, el darse uno mismo, ¿entienden?
En ese primer estadio embrionario de todos esos es verdad divina.
Porque también ahora esa verdad aún vive en ustedes, porque la madre recibe, también ahora segrega, se multiplica esa célula en la célula materna, y comienza la nueva vida.
Eso ahora la ciencia lo sabe.
El médico puede explicarle que la vida comienza así, pero aún no sabe que la reencarnación, el renacer, vive detrás de esto.
Y eso es ahora la verdad divina, que ustedes reciben como humanidad e individuos desde la Universidad de Cristo.
De modo que así es como el ser humano llegó por fin a la tierra, viviendo su estadio de la jungla, el comienzo primigenio.
También la tierra comenzó en el estadio embrionario.
Pero me voy a una siguiente era.
La tierra ya está lista y vuelve a acceder al instante en el que vemos a ese primer ser humano que ha completado su ciclo para la tierra.
Allí si que no había ninguna condena, no había Biblia —se lo he explicado—, no había Dios y no había Cristo, estaban allí solo para ellos mismos.
No había más.
Había noche, había luz; el sol se estaba poniendo.
Eso aún no lo sabían, lo fueron conociendo.
Regresaron —según les dije— y entonces tuvieron que aceptar —ahora viene el fundamento divino— que el ser humano realmente venció este universo.
Es una verdad divina que el ser humano aún no siente para estos tiempos, pero que tuvieron que vivir los primeros seres humanos para la tierra, porque regresarían al Omnigrado divino, para representar allí al Dios de todo lo que vive.
¿Como alma?
No, ahora como personalidad divina, como padre y madre.
O sea, una verdad divina, que dice —y entonces se quedarán ustedes sin sus complejos de inferioridad—: el ser humano es universalmente profundo, y ha vencido el universo, que parece infinito, por ser padre y por ser madre, porque el ser humano fue de planeta en planeta.
¿Qué erudito como astrónomo, biólogo...? Y ¿qué sabe el teólogo, pues, de estos sentimientos espaciales?
Esa verdad les cuenta que la Biblia empieza, por tanto, con tonterías.
El ser humano nació en las aguas.
Cuando los autores de la Biblia empezaron a pensar habían alcanzado los sentimientos de las experiencias de Moisés.
Lo que vivió Moisés en el mundo astral, lo vivieron allí los primeros seres humanos que escribieron el cuento de que allí habían vivido seres humanos que dijeron: “Existe un Señor”.
Esa gente no lo tenía, pero lo recibiría.
Pero los sentimientos —y eso también es una verdad divina— se adaptaron a este estadio animal, inconsciente para la humanidad en la tierra, y ante eso los maestros tuvieron que inclinarse.
Ahora accedemos poco a poco a la verdad divina que es imponente... que es imponente y terrible para la sociedad si conocen y experimentan, pues, su verdad divina.
El ser humano, esos primeros seres humanos tienen los siete grados como oscuridades... son, pues, los infiernos, pero allí no conocemos infiernos, los llamamos infiernos porque es lo único que, a su vez, sabe la humanidad.
“Muerte”, esa palabra de ustedes, tendría que haber sido desterrada desde hace mucho de la tierra, porque no hay una muerte, solo hay evolución, pervivencia, parto y creación.
Pero esos primeros seres humanos llegaron a la primera esfera, fueron edificando la segunda, la tercera, la cuarta, la quinta, la sexta y la séptima, de las que les explicaré las leyes en las siguientes conferencias, para que por fin empiecen con esa construcción y con la colocación de esos fundamentos universales.
Ese es el regalo de Cristo.
Se liberan en la séptima esfera, entran en contacto con el cuarto grado cósmico, con el quinto, el sexto, el séptimo —juntos hicimos ese viaje— y allí el ser humano despierta y puede decir: “¿Dónde está Dios, dónde está el Dios de todo lo que vive?
¿Quién nos creó?”.
Estas primeras personas omniconscientes viven la verdad divina cuando vuelven en sí y pueden preguntar, cogidas de la mano de su madre a su lado: “¿Dónde, pues, está la palabra parlante?
¿Dónde están las cosas que hemos creado?
¿Quién ha edificado, espiritualizado y materializado todo esto?
Porque sabemos que somos personalidades astrales.
El ser humano material no nos ve, no nos conoce.
Hemos atravesado mundos, hemos conocido millones y millones y millones y millones y billones de vidas como padre y madre, y una y otra vez fue de modo consciente.
Había una fuerza y un ímpetu en nosotros que nos impulsaba para que mejor aceptáramos esta vida.
Pero ¿tienen ustedes todavía bajo sus corazones esas leyes inconscientes?
Estamos ante un padre y ante una madre, porque yo soy padre, me he hecho creador, y ustedes son madres y también padres.
Yo los represento a ustedes, y ustedes a mí.
Hemos cometido un asesinato.
Nos hemos dedicado al canibalismo, hemos asesinado a la gente, hemos violado la vida de Dios”.
Y a pesar de todo —y esto ya lo conectaré ahora un momento con sus propios tiempos, o ya lo haré en breve—, asesinando..., a ver, piénsenlo bien: eso lo han tenido que aceptar en el otro lado y lo han podido constatar, igual que nosotros, aunque hayamos cometido y vivido miles de asesinatos: el nacimiento continúa.
Tardó tiempo, nos arrojamos fuera de ese tiempo, de esos tiempos divinos, los tiempos verdaderamente divinos para los que habríamos nacido a tiempo, por lo que pudimos recibir la nueva vida.
Pero debido a que nos pusimos a dominar, el nacimiento volvió a llegar más tarde, tuvimos que esperar miles de siglos, miles de años por un solo asesinato, porque hubo otros quienes nos antecedieron, ellos estaban en armonía.
No tenían nada que ver con sombras, con desintegración, con mancilla, con mentiras ni con engaño, simplemente, nos antecedieron.
Fueron paseando para el nacimiento de una forma muy natural por nuestra vida, y nos precedieron, recibieron la maternidad, la paternidad.
Y nosotros... eso lo hemos tenido que constatar y eso lo vio el primer ser humano divino de forma consciente en el Omnigrado: todos esos millones de leyes vitales para el alma, para el espíritu, para la paternidad, para la maternidad, para infundir alma, para el pensamiento, para el servir, para el renacer, para la verdad, para la justicia, para las leyes de densificación elementales y todos los sistemas que habían experimentado venciendo al cosmos, yendo de grado en grado, los conocían ellos mismos, así como cada pensamiento, y comprendieron que habían llevado todas las leyes a la verdad por medio de la armonía.
Y ahora son seres humanos divinos y pueden preguntarse: ¿Quiénes somos?
En otra ocasión los conecté a ustedes con un instante en que ellos preguntaron: “Y ¿dónde está Dios?”.
Pero no había ningún Dios; ellos mismos eran la sintonización divina para este espacio divino.
Padres y madres, nada más.
Cuando el maestro más elevado, el mentor que pronto se convertirá en Cristo y que volverá a la tierra para llevar allí el Evangelio divino, cuando materializó la primera palabra en el Omnigrado —eso sucedió primero de sentimiento en sentimiento, pero Él quiso materializarlo—, entonces pudo decir Él: “Yo soy una divinidad”.
A ese alumbramiento, a esa fuente de la que hemos nacido se le tiene que haber infundido alma maternalmente; no hay otra cosa.
Ahora vamos a intentar, y esa imagen se la he ofrecido...
Hubo una mañana en que volví con ustedes desde el Omnigrado a la Omnimadre; ellos fueron elevándose más y más, fueron accediendo otra vez a siete grados de conciencia.
¿Temblando y estremeciéndose?
No, ya no.
Continuaron conscientemente.
Y entonces hubo en esta divina luz dorada una leve oscuridad.
Habían llegado al punto más elevado de y para la concienciación divina; descendieron y se les abalanzó encima de sus vidas esa oscuridad como una veracidad divina, y tuvieron que aceptar y pudieron experimentar cosas: todo nació de la nada, que entonces desde luego que es el todo, y de allí hemos regresado al Omniestadio.
Pero de eso, ¿qué siente el ser humano en la tierra?
Lejos de su sociedad, lejos de sus esferas, del pensamiento humano.
Aquí vivimos la veracidad divina, humana, y tenemos que reconducirla a la tierra y acomodarla a la sociedad, para que la comprenda la vida.
¿Qué quieren de nosotros?
Pueden recibir la concienciación divina, pero ¿les servirá de algo?
Y entonces viene Cristo a la tierra, sabe que solo la madre tierra posee la conciencia más elevada para este espacio.
Pero también sabe que esta es abrumadora en la tierra de los seres humanos, porque estos permanecen allí demasiado tiempo.
El ser humano en su sociedad —esto es una verdad divina— ... si mienten ustedes, si engañan, si deforman la vida, si roban, si asesinan, y sobre todo si aniquilan y arrasan...
El asesinato los mantiene atados a esta tierra; ahora ocupan la vida de otra persona.
Succionan los jugos vitales de millones de otras personas, porque se quedarán ustedes aquí por haber quebrantado y mancillado las leyes vitales.
El asesinato no solo los conduce a ustedes a los procesos de putrefacción humana, a la desintegración espacial y a la destrucción de sus sistemas espirituales, sino que ustedes succionan, hasta llenarse de ella, el aura vital que pertenece a otra persona.
Mejor dedíquense a la mentira y el engaño; en breve nos encontraremos ante el amor divino, ante las esferas de luz, la tercera esfera, la cuarta, la quinta, la séptima.
Y por fin llegamos a martillar en el divino yunque en nosotros, y serán golpes que les harán temblar y estremecerse, si pueden aceptar esa veracidad.
Eso va a ser.
Entonces nos hacemos trizas nosotros mismos, nuestra personalidad, hasta que nos quedamos tirados, gimiendo.
Gemir de verdad, el verdadero dolor profundo, el verdadero sentimiento que quiere vivir e interpretar la verdad, vale más que todas las posesiones de su sociedad hedionda, desintegradora.
Un solo pequeño rasgo de carácter —eso lo veremos luego cuando descendamos desde ese sagrado amor a las tinieblas terrenales en las que viven ustedes, con las que tienen que ver cuando lo hacen ustedes mismos—, ya solo esa ley vital nos conduce a ese despertar espacial o nos tira allí en esa marisma apestosa, con la que queremos tener que ver y de la que formamos parte.
¿Se les regala todo eso desde las esferas de luz, así como así?
No, por medio de la verdad divina lo hacemos despertar, lo llevamos a la exploración espacial, y entonces la palabra de ustedes se convierte en ley.
Entonces su palabra se hace ley, desde luego que sí, y ya no patearán a su prójimo, porque entonces servirán.
Entonces serán benditos y ungidos.
Estarán abiertos para la esencia de su divinidad, que solo puede y quiere irradiar.
Tengo que retener esto, porque aún no voy a entrar en Getsemaní, aún no voy recorriendo la vida de Cristo.
Porque ahora que en breve daremos una conferencia, dos conferencias, tres, y que la viviremos sobre el amor divino en el ser humano, volveremos a Getsemaní y nos veremos ante Pilato, y después ante Caifás, y solo después accederemos al Gólgota para ver si somos verdaderos.
¿Qué hay dentro de nosotros?
En el pasado les dije con desdeño, arrojándoselo así como así desde mi vida: “Hay quienes suben al Gólgota en coche”, eso ya no se les ocurrirá a ustedes durante las próximas conferencias, y quizá ni siquiera el resto de su vida, porque se trata de su esencia divina, y tendrán que ganársela como seres humanos, como divinidad, como padre y madre.
Algunos de los puntos que el otro lado lleva a la tierra desde la Universidad de Cristo son: Dios no condena, el ser humano se hace con una nueva vida.
El ser humano, aunque asesine, está parado, recibirá nuevas vidas.
¿Cuál es la profundidad de Dios en la justicia que ustedes albergarán entonces?
Hoy son ustedes vagabundos.
Les he mostrado miles de escenas e imágenes, las ha conectado entre ellas, tuve que ir zigzagueando, ir subiendo y bajando, ir del alma al espíritu, a la paternidad y maternidad, a la sociedad, a los pensamientos y sentimientos de ustedes para mostrarles esos fundamentos que enseguida agarraremos juntos, y entonces la esfera de luz, su paternidad, su cosmología, puede decir y preguntar: ¿Qué tienen ustedes de eso para sí mismos, para ahora, para enseguida, para luego detrás del ataúd?
Porque de eso se trata, ¿no?
Para eso viven, ¿no?
¿Por qué están en la tierra?
Para representar a Dios, no a la sociedad, ni cañones ni fusiles, solo a Cristo en la inmaculada personalidad que el ser humano se tiene que ganar a pulso.
No a aquel al que se golpeó y mutiló en Getsemaní poniéndole palabras en la boca: “Dios mío, Dios mío, aparta esto de mí”.
A ese debilucho no lo conocemos.
Porque Él ha vencido los espacios de Su divinidad para Su figura divina.
Ese sí que es Cristo.
Cuando luego accedamos al amor, al despertar universal para el amor humano, espiritual, espacial, divino, entonces, hijos míos, accederemos de nuevo a Getsemaní e iremos a Pilato.
Y entonces nos sentaremos y les... les arrancaré el corazón.
Hablaré de tal forma que el Dios de todo lo que vive, que los maestros me infundan alma.
Les haré sentir que a diario estarán lavándose las manos y que golpearán la vida de Dios.
Mataremos esos pequeños rasgos de carácter.
Ahogaremos lo falso en nosotros.
Aceptaremos la veracidad, la atraeremos infundiéndole alma.
Les dije: si quieren curarse, si quieren convencer al ser humano, intenten entonces primero poder vivir la verdad.
Venga de donde venga esa realidad, ese infundir alma, siempre que sean verdaderos, entonces recibirán la verdad.
Si esos sentimientos y esa concienciación no están todavía en ustedes, tendrán que gemir, porque tendrán que vencer las tinieblas, y eso es dolor.
Eso es el ser golpeado para la sociedad —¿verdad?—, porque son enfermedades, es locura, es psicopatía, es la lepra, cáncer y tuberculosis.
Eso es ser una falsedad.
Dios no creó a seres humanos enfermos.
Dios jamás se metió en esas cosas, nuestra divinidad en nosotros jamás quiso desintegración.
Pero nosotros hemos quebrantado los organismos.
Nos hemos mancillado a nosotros mismos como seres humanos.
A base de golpes nos hemos arrojado fuera de la armonía divina.
A base de patadas nos hemos arrojado fuera de esa armonía divina como espacio vital y justicia.
Esa es la verdad.
El otro lado, desde la Universidad de Cristo, todavía sigue diciendo: Dios es la imagen elocuente del ser humano y para el ser humano.
Dios creó al hombre a Su imagen y semejanza.
Pero no como un organismo, sino como un espacio vital.
La imagen de este universo y los demás que llegarán a despertar para la vida de ustedes, que ustedes mismos espiritualizarán y materializarán, esa es la imagen de su divinidad.
Despréndanse del ser humano, libérense de ustedes mismos pensando.
Libérense de sus pensamientos sintiendo a fondo.
Llegaremos a estar libres de la sociedad, de sus actos y pensamientos, porque solo entonces será posible acceder a la primera esfera y a ese amor.
Todos ustedes quieren amor.
Quieren calor y felicidad, pero la Biblia no se lo puede ofrecer, porque habla de condena y de un Dios que odia.
¿Sienten la pobreza, el estar apaleado por la palabra divina?
¿Cómo es posible que Dios se golpee a sí mismo?
Somos nosotros dioses.
Analizaremos millones de problemas, y estos serán analizados cuando nos veamos ante esa verdad divina.
Y entonces la verdadera vida dice: el ser humano vence el universo por la paternidad y maternidad —es algo que tengo que destacar una y otra vez— porque estas solo existen en el espacio, recibiendo la vida con naturalidad.
Esas dos leyes: sean madres y sean padres, justos en armonía.
Trabajen, trabajen, trabajen... y sirvan y no despilfarren sus dones, porque ustedes mismos son un don divino como una figura humana.
Les he hablado, pero entonces vuelvo a tocarlos un poco en su alma y espíritu: si quieren curar a las personas, si quieren curar a las personas, conviértanse entonces en verdad, en justicia, sigan siendo eternamente amor, porque el enfermo será portado.
No digan sinsentidos.
A ver si por fin aprenden a hablar y a pensar.
Aprendan una y otra vez a decir lo bueno.
No se apeen de esa palabra hasta que no vivan la esencia como verdad; eso será entonces un nuevo fundamento para su nueva personalidad, la espiritualmente consciente.
¿Verdad que eso lo enseña la sociedad?
Eso se lo dicen las leyes del espacio, lo dicen las leyes para el renacer, ¿entienden?
Eso lo dice el giro, ese infundir alma del espacio... y entonces irán ustedes hacia una nueva vida.
Eso se lo explica el otro lado.
Eso Cristo no lo dijo en Getsemaní.
Tampoco lo dijo a Pilato ni a Caifás, sino que lo mostró.
Mientras le arrojaban de todo a la cara, mientras lo pegaban, mientras le escupían, seguía sin decir nada.
¿Lo ven?
¿Por qué no dijo Cristo nada? Se lo dije y se lo he explicado una vez: escuchen bien ahora, y será además lo último que diga esta mañana: porque Él, con un solo pensamiento duro para esa masa inconsciente... y eso es igual para ustedes como hombres y mujeres e hijos.
Si hay otras personas malévolas que quieran dominarlos y salirse con la suya, mejor no digan nada, porque el ser humano se arroja a sí mismo a patadas en ese mundito, en esa inconsciencia.
No dejen que se mancille su santidad, su sentimiento y pensamiento espaciales, no se den por aludidos.
Con que emitan una sola palabra o un solo sentimiento duro, con que materialicen el sentimiento por medio de una palabra dura, entonces habrán perdido su pequeño fundamento en el mismo instante, y así no avanzarán.
Cristo se dio en Getsemaní —y eso lo viviremos luego por medio de las otras conferencias— a Pilato y Caifás, pero en el Gólgota lo dio todo porque estaba sufriendo el proceso de morir con sintonización divina.
El ser humano que quiere vivir en armonía, en justicia, para la verdad, ese ser humano al final se convertirá en amor, y esa es la orquídea bajo su corazón, en su corazón, para la otra vida, para su ser madre y su ser padre, y que entonces ustedes dos depositarán directamente a los pies del Gólgota, de la cruz, y que Él aceptará desde su Omnigrado.
Esta mañana no les daré un beso espacial, sino el beso de la criatura divinamente consciente desde el Omnigrado, porque es el que me infundió alma y el que me tocó.
Gracias.