El amor divino para el ser humano – parte 1

Buenos días, hermanas y hermanos míos:
Esta mañana les ofreceré la conferencia ‘El amor divino para el ser humano’.
Hemos vivido la justicia divina, la armonía divina, y por fin vamos hacia el amor divino.
¿Qué es eso?
¿Cómo puede asimilar el ser humano el amor divino?
¿Qué dio la Biblia, la universidad, al ser humano?
Los teólogos, los doctos de la Biblia, ¿tienen algo del amor divino?
¿Qué personas han puesto los fundamentos para la felicidad universal, el divino ser uno?
Allí iremos más tarde y hablaremos del ser uno con los espacios creados por la Omnifuente, el Omniamor, la Omnimadre.
Por mucho que hablen ustedes de un Dios de amor —y ahora no se asusten—: no existe.
El mundo entero se rebelará cuando oigan ustedes: no hay un Dios de amor.
Y sin embargo, sí lo hay.
Al menos, no ese Dios que quiere explicarles la Biblia, tal como lo recibe el teólogo y lo transmite a la humanidad.
Ese Dios de amor no existe.
¿Verdad? El ser humano va a rezar, el ser humano habla; ¿está sintonizándose con los espacios divinos?
No: con un ser humano, la Biblia ha creado un ser humano.
Y no hemos llegado a conocer a un ser humano divino, a un padre que es amor, en ninguna parte.
Pueden ustedes vivir millones de mundos: no verán un Dios de amor como ser humano, no es posible vivirlo, porque esa divinidad tiene que ver realmente, ciertamente y verdaderamente con la vida.
En la Omnifuente, en la Omnimadre, en la Omniluz, la Omnivida, la Omnipersonalidad éramos alma y espíritu, ¿verdad?
Hemos vivido esas leyes, hemos visto cómo la Omnimadre —prepárense— comenzó con su parto.
Y después de esto llegó Dios, el Dios como padre.
Y ahora se dice: “Ese Dios, esa luz, esa vida, esa alma, ¿de verdad ama?”.
Aquí se encuentra el fundamento universal, el divino, que las universidades habrán de aceptar algún día.
Es en esto donde vive todo, irrevocablemente.
Y entonces se liberarán ustedes de la Biblia, de sus instituciones dogmáticas, ahora el Dios de amor es ciencia espiritual, realidad espiritual, la veracidad de la vida, el alma y el espíritu.
Cada insecto representa, pues, un Dios, que ha comenzado por Sus creaciones armoniosas, justas, con su espiritualización y materialización.
He tenido que explicarles que la palabra “Dios” ha sido recibida por los seres humanos, pero que fueron los maestros quienes la trajeron materializada a la tierra, abarcándolo todo.
No se sabía cómo tener que explicar al ser humano quién es en realidad Dios.
Y tal como ustedes recibieron los fundamentos, tal como los recibió Moisés —eso es algo que hemos de aceptar— el ser humano ha recibido un ser divino que es espacial —eso nadie lo sabe— pero que quiere ser ante todo un ser humano.
Ese Dios de amor no lo hemos llegado a conocer, al menos no detrás del ataúd.
Yo, precisamente, descendí con ustedes en esa Omnifuente para destacar la Omnialma, el Omniespíritu, la Omnipersonalidad, para que vean cómo surgieron los espacios.
Estábamos en la luna, hemos vivido la vida embrionaria, atravesamos todos esos millones de leyes, hasta el estadio de pez definitivo.
Y entonces el ser humano continuó, el alma, el núcleo que surgió y que adquirió una entidad desde este universo por las divisiones de la Omnimadre.
De modo que detrás del ataúd ustedes llegarán a experimentar a una madre y desaparecerá la palabra “Dios”.
Sí, sí, vivimos las fuerzas creadoras para la maternidad.
Vamos a comenzar con el parto y la dilatación; las densificaciones, la materialización de esa ley se hace paternidad.
Entonces se reunieron los maestros con Cristo, con el mentor más elevado de todos, el más consciente de todos en el Omnigrado divino, y dijeron: “¿Cómo tenemos que abarcar todo esto?”.
¿Cómo podemos acoger al ser humano por medio de una sola palabra para que empiece a sentir respeto por este Omnigrado, por los millones de mundos que hemos vivido y que se nos concedió vencer?
Los he colocado ante ese instante durante aquella mañana cuando el ser humano accedió al divino Omnigrado.
Naturalmente, están ellos ante el cuarto grado cósmico, ante el quinto, el sexto, el séptimo, sobrevivieron esos grados, un universo tras otro, por la maternidad, por la paternidad.
Pero lo que conecta el alma es sobre todo la maternidad; la esencia de Dios, la chispa que tiene sintonización con Dios, con esa Omnifuente, que surgió de esa Omnifuente, se conecta ella misma con los espacios, que una y otra vez pueden ser vencidos por la maternidad.
Fuimos de planeta en planeta, fuimos por las tinieblas y la luz, y fuimos experimentando justicia, armonía.
Y estuvimos unos instantes fuera de esa armonía, no teníamos verdad ni densificación, rompimos esas leyes elementales; eso lo hemos visto, se lo expliqué aquella mañana, vimos los primeros trastornos y la madre pudo dar a luz a tres hijos, a cuatro, cinco, diez, doce.
Y eso significa ahora disarmonía de cara a ustedes mismos.
Pero en ese Omnigrado, cuando el ser humano accedió a la Omniconsciencia, entonces preguntó, naturalmente: “¿Dónde está, pues, el padre, el creador de todo esto?”.
Y es que no existía.
Eso: no estaba.
De nuevo empezaron a largarse.
Se explicaron a ellos mismos las leyes, miraron a todos lados, arriba y abajo, y a sus espaldas, y no había ningún Dios, solo la luz, la vida, el espíritu también.
Porque la materialización empezó —eso lo aprendieron— por medio del espíritu, así es como hubo empuje visible.
Pero ¿dónde está, pues, Dios, el Dios de amor?
Porque por el bien, por estar en armonía —eso lo hemos vivido en la tierra, en el cuarto grado cósmico estaban libres de las leyes disarmónicas— hemos podido vivir el ser uno con esas leyes y después se nos concedió aceptarlas, y fuimos avanzando más.
Así que: ser armonioso, ser justo reconduce al ser humano, a la célula, a la chispa hasta esa vida para vivir el yo del Omniconsciente divino y para representarlo después.
Allí, en ese Omnigrado, cuando el primer ser humano accedió al Omnigrado divinamente consciente, allí surgió la Biblia, allí surgió el pensamiento más elevado para la tierra, para esta humanidad.
El ser humano sabía que en ese espacio, en este universo en el que ustedes están, solo viven el bien y el mal.
Y después de esto —eso lo aprenderemos en breve— veremos que el ser humano posee ciertamente de forma consciente un pensamiento malo, equivocado.
Pero ese mal consciente se volverá enseguida inconsciencia, es que el ser humano aún no lo sabe.
Pero de cara a la primera esfera —eso se lo he explicado— el ser humano está ante los fundamentos que ha colocado, y tiene que aceptar cómo es, pues, su personalidad respecto de la paternidad y maternidad omniconscientes.
Que enseguida la masa, la humanidad, la universidad, el teólogo tienen que aceptar que ya no se puede hablar sobre un Dios que es amor.
No, a fin de cuentas solo es armonía, ser justo y vivir el ser uno con las leyes que posee la madre naturaleza, la Omnimadre, por lo que pudo empezar con su materialización y espiritualización.
Ante lo que están ustedes ahora lo tienen que aceptar, y entonces se hace muy clara la vida, su conciencia, su personalidad, pero, eso sí, de cara a la primera esfera, porque es allí donde vive el ser humano en su armonía, en su justicia, después de esto en el amor.
¿Qué es, pues, el amor?
Hemos tenido que aceptar, desde la luna, que el dar a luz y el crear, el ser humano, la chispa, cualquier célula, aunque viva uno en la era prehistórica, representa una ley, una ley vital.
El cura, el teólogo habla de: “Y el Padre te lo perdonará todo...”.
En ese instante —ya se lo expliqué—, al comienzo de las creaciones en el estado embrionario, fue en ese instante cuando los seres humanos lo recibimos todo, absolutamente todo.
Y un poco más atrás —eso lo tuvieron que aceptar los apóstoles, eso lo tuvo que aceptar Cristo, eso cualquier insecto lo tiene que vivir y tiene que inclinarse ante eso—, un poco más atrás y estamos ante la Omnialma, la Omnivida, el Omniespíritu, la Omnipersonalidad, la Omnijusticia y la Omniarmonía.
Todo eso junto es, pues, una personalidad, pero se convierte en maternidad.
En maternidad, la Omnimadre.
El Dios que se ha llegado a conocer en la tierra está reñido, para el ser humano, con la realidad; y eso solo significa que el ser humano aún no se conoce a sí mismo, el espacio ni la Omnifuente como madre.
Y todo gira en torno a eso, en eso vivimos las esferas de luz, en eso vivimos la sociedad, la universidad, allí se tropieza y se cae todo que no posee justicia, que no posee armonía.
¿Entienden?
Ya pueden ponerse a analizar la Biblia, eso lo hace cualquier teólogo, pero ya no hay sabiduría, no hay un Dios de amor, solo existe una madre que ha construido leyes vitales, solo existe una Omnifuente que da a luz, después de lo cual se manifestaron los sentimientos creadores, ¿comprenden?
Y eso se convirtió en un ser humano, eso se convirtió en un hombre.
Cuando el primer ser humano accedió al divino Omnigrado y empezó a experimentar su pensamiento y sentimiento, empezó a ver que solo había vida en forma de luz —¿entienden?—, de luz.
Había silencio, desde luego.
Cuando están ustedes en armonía y viven la justicia, van hacia la armonía, y a eso se le llama amor.
Eso es el ser uno con la vida, con la fuente a la que pertenecen ustedes.
Y entonces el ser humano pudo preguntar: “¿Dónde está Dios, pues?
¿Dónde está Dios como padre?”, porque habían aceptado las leyes vitales, asimilaron esas leyes como espacios, no tienen otra cosa que ellos mismos.
Surgieron a partir de esa fuente.
Nacieron a partir del espíritu —¿entienden?—, entonces aún no había materia procedente de esa Omnifuente espiritual.
Las divisiones, nacidas por el universo, adquirieron entidad cuando el macrocosmos empezó con la paternidad y maternidad.
¿Les parece complicado?
Esos son los fundamentos para la Biblia, para las universidades, para la humanidad entera, si esa masa quiere acceder al reino, a la conciencia espacial, y entonces el ser humano será el príncipe, la reina, un rey para el espacio.
Por eso los maestros lo llamaron el reino de Dios.
Por el yo espacial.
Este universo tiene que manifestarse en el ser humano.
Y luego, cuando abandonemos ese Omnigrado, cuando hayamos visto y palpado un poco la primera esfera, preguntaremos: “¿Y qué es lo que tenemos en nosotros en relación con el amor divino?
¿Qué hacemos?
¿Qué queremos?”.
Para mí de lo que se trata —y eso es así para cada ser humano, para cada animal, para cada ley vital como grado— es el instante en que esa gente tuvo que aceptar el Omnigrado y pudo seguir adelante, profundizar y elevarse; en el divino Omnigrado podían verse siete grados, más y más elevados, más y más etéreos, y entonces regresaron a las tinieblas de antes de la creación.
Y de nuevo van a aceptar y a vivir ese viaje, ese viaje universal, divino.
Atraviesan esa Omnifuente, porque detrás de esta vida aún sigue estando la Omnimadre como alma, como espíritu, como personalidad.
En esa nada, en esas tinieblas está absolutamente todo.
Y ese todo lo eran ellos mismos.
Lo sentían: es —y así surgió el diccionario— armonía, justicia, benevolencia, cordialidad.
Pudieron asimilar todos esos pensamientos más elevados que los conducen a ustedes a esa armonía.
Pensar mal, solo un momento, al margen de la ley los conduce a las tinieblas, los conduce a lo inconsciente, a golpear, patear, a la lepra, a las enfermedades —sí, más tarde, cáncer y tuberculosis—, enfermedades y desgracias, miserias impresionantes, que ellos mismos han creado; locura y psicopatía.
¿Golpea Dios al ser humano quitando a la madre el niño al que quiere dar a luz con amor y que quiere poseer?
¿Cómo le puede parecer bien eso a un Dios de amor?
¿Cómo puede deformar un Dios de amor al ser humano por medio de la locura, de la epilepsia, de la lepra, y así podemos seguir, todas esas cuestiones miserables que la humanidad conoce y posee?
¿Cómo le puede parecer bien a un Dios de amor que unas personas lo tengan todo y otras nada?
Eso lo estamos descubriendo ahora.
¿Cómo puede un Dios favorecer a una iglesia y destruir y pulverizar el otro pequeño yo, una secta, una secta que también quiere regresar a la Omnifuente?
¿Cómo puede un Dios...?
Y así podemos seguir haciendo preguntas miles de años.
Pueden ustedes construir una y otra vez leyes, analizarlas, y entonces solo verán un Dios de venganza y odio, que de cualquier manera no habremos llegado a conocer.
No lo hemos visto por ninguna parte, porque ese no existe.
Ese Dios, visto como ser humano en la Biblia, no existe.
Ahora pueden regresar desde el Omnigrado.
Y es lo que hacemos, hacemos ese viaje de vuelta.
Volvemos a ir por encima de la luna, por el sistema planetario, a la tierra, y nos colocamos en la primera esfera, donde todo es armonía.
Quieren ir ustedes a esa primera esfera.
Allí tienen que ir porque luego representarán ustedes su personalidad espiritual de cara a su Omnifuente, su Omniespíritu, su Omnipersonalidad.
Porque ya les dijimos que podemos explicárselo, y es algo que han de aceptar: el ser humano es una divinidad.
Pero ¿cómo es el Dios en ustedes?
¿Cómo llegó a despertar en ustedes el amor divino de cara a su sociedad?
¿Qué síntomas tienen ustedes para cada pensamiento, para cada rasgo de carácter, para su vida social, su paternidad, su maternidad, su tarea?
Entienden, ya podemos hacer las preguntas.
¿Qué queda de nosotros?
¿Qué tengo de René?
¿Qué tengo de Frederik?
¿Qué tengo de Erica?
¿Qué tengo de Hans?
¿Ya sienten ahora que ustedes mismos tienen que empezar con esas máscaras con el fin de arrancárselas para este su ser yo universal?
Podemos empezar enseguida con arrancarlas una por una, porque no hay un Dios que tenga que vivir como ser humano.
Porque veremos que el ser humano es el Dios, el Dios material; y es lo que tenemos que aceptar —todo el mundo— detrás del ataúd.
Y eso es algo muy diferente a lo que les dan las universidades, a lo que les explica la Biblia.
Esa teología ya no significa nada, porque cada pensamiento se convierte en el camino de Sócrates.
Es el fundamento que hemos podido poner —nosotros, ustedes—, que otros han podido poner en el Antiguo Egipto, por lo que pudimos aceptar la vida y la muerte, eso es:
la felicidad para el ser humano, de poder contemplar una y otra vez el yo espacial, de poder vivirlo, de que se conceda aceptarlo, el ser uno con el grado definitivo, que entonces los conduce a ese amor universal, espacial, divino.
Es acoger esa ley, de ustedes, para ustedes, por medio de ustedes, al siguiente estadio, y entonces el ser humano se encuentra ante un nuevo grado.
Todo eso se lo he enseñado, todo eso se lo he tenido que explicar.
Y sin embargo, ¿qué han hecho ustedes con todo eso?
¿Qué tiene, pues, la sociedad, qué tiene la humanidad, qué tiene la Biblia, qué tiene la iglesia de la divina ley vital?
Nada de nada de nada de nada.
Sí, cuando habla la iglesia —basta con que escuchen— entonces el cura, el sacerdote, habla al margen de las verdaderas tesis, de los fundamentos echados por la Omnimadre, porque siempre se ve a Dios como ser humano.
Un Dios que tiene amor, sí, desde luego, por el ser humano.
Adelante, ustedes recen, inclínense, y no tendrán nada que ver con enmendarse, con poner nuevos fundamentos, con aceptar nuevas vidas, con el renacer; ustedes confiésense y se habrán quitado todo de encima.
Y eso ya les gustaría.
Hemos tenido que inclinar la cabeza.
Cuando puse fin a mi vida y entré en la tierra estaba al lado de mi ataúd y al mismo tiempo estaba anclado a él.
Porque mi cadáver decía: “Hasta aquí y no más”.
No, la vida decía: “Le di sesenta, sesenta y siete, sesenta y ocho años, dos días y tantos minutos y usted tiene que vivir ese tiempo, porque servía para su paternidad, o no podrá aceptar la maternidad”.
Es decir: me dediqué a asesinar, a golpear..., me maté a mí mismo, a golpe limpio me arrojé fuera de la armonía divina, de esa justicia divina, y ya no pude aceptar ni vivir ninguna armonía.
Viví y creé disarmonía, desintegración, destrucción para mí mismo.
Pero no había un Dios que me castigara.
Me castigaba a mí mismo.
Les he preguntado: roben y se robarán a sí mismos.
Desmantelen y desmantelarán su divina armonía, su justicia, su ser uno y después su divino amor, hasta romperlo; pulverizarán del todo los cabos que los unen a esos fundamentos divinos que en la luna, en el estadio embrionario y detrás, se nos concedió ver y conocer.
Pero de lo que se trata es que el ser humano que regresaba desde el Omnigrado y que pudo contar a los maestros en la séptima esfera, a la tierra:
¿Cómo se vieron a sí mismos allí?
Y entonces les salió de la boca la palabra material —habían estado en la tierra, podían expresarse, podían analizarse ellos mismos— y la palabra circuló entre los seres humanos.
La palabra del que es divinamente consciente se adentró en el espacio, adquirió entidad y materialización para la tierra, y entonces la ley se volvió palabra.
Y solo entonces —se lo he explicado y se lo explica ‘Los pueblos de la tierra’— los maestros pudieron comenzar a edificar esta humanidad.
Les ofrecí una conferencia por la que los maestros han anclado al ser humano al milagro: no golpees, no asesines al ser humano, haz el bien, sirve, o te condenarás.
Y fue el propio ser humano quien más tarde añadió fuego.
Pero esto ahora tiene que desaparecer.
Los maestros saben que condujeron al ser humano a las tinieblas, porque vivía en esa disarmonía, pero luego volveremos a poder acogerlo para reconducirlo al estadio al que habían llegado Cristo y Sus millones de personas.
“En este Omnigrado estamos solos” fueron las primeras palabras que los maestros pudieron materializar para la séptima esfera.
Naturalmente, el ser humano, el maestro de la séptima esfera empezó a hacer preguntas sobre el cuarto grado cósmico, sobre el quinto y el sexto.
Y entonces se revelaron los sistemas espirituales.
El ser humano empezó a materializar las leyes divinas, era posible analizarlas, porque los maestros podían decir: “Somos y seguiremos siendo armoniosos.
Y por la armonía de aceptar cómo creó la Omnimadre la ley, nosotros, poco a poco, al margen de todo, vamos más allá, más arriba, y vamos adquiriendo una nueva conciencia”.
No se olviden de que a esta gente solo se le concedió conocer la era prehistórica —según les he explicado— y que tuvieron que aceptarlo sin Dios, sin Cristo, sin Biblia, sin arte, sin música.
Estas criaturas no tenían nada para sentirse felices, solo tenían la vida.
No había cuestión de un Dios que sea amor.
Les ofrecí esa explicación, ese análisis de qué tiempos son los más difíciles para el ser humano.
Esos tiempos allá, en aquella era prehistórica.
Esos millones que no han conocido luz ni felicidad ni felicidad material pudieron recorrer un solo camino, y este fue para ellos mismos.
Recibieron la paternidad y la maternidad, y continuaron por medio de estas, llegaron al otro lado, se liberaron de ese mundo inconsciente.
Volvieron a la luna —esta mañana les he dejado vivir ese viaje—, desde la tierra se adentraron en mayores profundidades, siempre más profundas, hasta el macrocosmos, llegaron al estadio de pez, siguieron yendo a profundidades aún mayores y entonces pudieron decir: “Mira, ahora todo se disuelve, el espacio pronto se dividirá, y una vez que eso haya ocurrido —creo, siento— podremos volver a adentrarnos en profundidades aun mayores”.
Ir a profundidades mayores, siempre mayores, significaba, pues: pensar y sentir a mayor altura, directamente a esa Omnialma, ese Omniespíritu, esa Omnipersonalidad como padre y madre.
Y allí llegaron y en ese silencio comenzaron a hacer esas preguntas.
Les he hecho vivir la ley por la que la conciencia más elevada llegó al pensamiento y sentimiento materiales.
Y después el hacer el bien, el tratamiento del ser humano material en la tierra, el desprenderse de esas leyes, la entidad para el ser humano, el liberarse para el espacio al que pertenecen, y la entrada del mundo espiritual, astral, aún inconsciente.
Todavía no habían rezado nunca, no conocían una oración.
¿Lo ven?
No había una iglesia, no había sabiduría ni universidad ni pastor protestante ni Biblia: no había nada, nada, nada para esta gente.
Y vivían como ustedes, tenían la vida, tenían el pensamiento y el sentimiento.
Atravesaron la paternidad y la maternidad, y más..., más..., más tampoco hay.
¿Están pensando ustedes, empiezan a sentir: se va a complicar?
Y sin embargo: la vida es muy sencilla cuando uno la comprende y cuando uno se conduce a sí mismo a esa justicia, a esa armonía, porque eso lo tuvieron que aceptar los primeros seres humanos que completaron su ciclo de la tierra.
Poco a poco nos condujimos a mayores alturas, siempre mayores, y entramos a la primera esfera.
Sin duda: más allá, de regreso, a más altura...
Surgió la segunda esfera, la tercera, la cuarta, la quinta, la sexta —ya se lo dije—, la séptima, como luz, como espacio, como sentimiento —¿comprenden?—, como espíritu, como esencia de esa divinidad.
Y pudieron seguir aún más, esto no se detenía.
De modo que la séptima esfera no posee el Omnigrado divino, no posee la conciencia divina.
Llegaron a las regiones mentales, volvieron a ser embrionarios.
Mientras tanto la luna —esa mañana les dibujé el cosmos—, la luna, el sol, las estrellas y los planetas habían materializado sus leyes de dilatación, y había surgido el cuarto grado cósmico.
Allí se empezó a pensar por primera vez de forma universal, macrocósmica.
Determinaron para ellos mismos que habían completado allí sus vidas en una inconsciencia animal, y que luego se hicieron materiales, que empezaron a pensar materialmente, en armonía con el cuerpo, con la vida allí en la tierra, y después espiritualmente, y entonces espacialmente.
Y ahora, desde el cuarto grado cósmico, empiezan a pensar y a sentir y además a actuar de forma divina y espacial.
La vida se hace hermosa, la vida se hace poderosa, pero la vida es sagrada seriedad.
La vida es veraz y consciente si el ser humano vive la armonía, la justicia, el ser uno espacial para la paternidad y maternidad, entonces no pasa nada, eso lo han podido aceptar.
Es el mentor más elevado de todos, que regresa desde el séptimo grado cósmico, desde el divino Omnigrado consciente y que se presenta con los Suyos, y que puede decir: somos dioses.
Ese acontecimiento se encuentra billones y billones y millones de años atrás, pero puede conducirse, de forma armoniosa, hasta la palabra, hasta la sabiduría, para el estadio actual del que forman parte ustedes.
Tengo que hacer ese viaje un momento, tengo que volver a palpar el Omnigrado divino, tenemos que poner fundamentos, tenemos que regresar a esa Omnimadre, a ese Omnipadre, a ese Omniespíritu del que cada célula adquirió un empuje material, pero que tuvo que empezar con la espiritualización para sí misma como la personalidad divina, de la Omnifuente, ¿entienden?
Ya estarán comprendiendo lo que pronto sucederá cuando vayamos a vivir conscientemente la tierra, nuestra tarea, nuestro pensamiento, nuestro sentimiento, nuestros actos para la humanidad, para la madre tierra, para su divinidad.
Ahora ya sentimos el miedo, ya estamos viendo el dolor, las penas que hemos materializado para nosotros mismos.
Para eso dijo Cristo: “Y ahora, a volver a la tierra para poner los primeros fundamentos.
Tenemos que poner los primeros fundamentos para poder acoger esa masa, esa masa salvaje, inconsciente, y para colocarla ante todo esto”.
Y entonces se vivió la palabra de Dios.
Ya pueden decir ustedes: la vida.
Pero ¿por qué se menciona siempre a Dios, a Dios, a Dios?
Entonces se ve la Biblia, se ve al Dios que habla a Moisés.
Y ‘Los pueblos de la tierra’ —es algo que pueden aceptar—, el libro escrito para y por Cristo, les dice: Moisés vivía detrás del ataúd.
Y allí apareció un maestro y dijo: “Soy uno con la divinidad en usted.
De verdad.
Puedo ofrecerle una nueva vida”.
El ser humano, el maestro, es que es divinamente consciente, ha vencido los espacios, estaba libre de iglesia.
Aún no había una Biblia, no había universidad.
El ser humano no requiere acoger nada —eso tendrán que aceptarlo ustedes pronto y podrán vivirlo—, no requiere acoger nada de esta sociedad, porque ahora la vida lo es todo.
Pero el primer ser humano en la séptima esfera, esos maestros hacían preguntas como hijos de la tierra:

“Pero ¿es que no se han encontrado allí un empuje visible como el ser humano que somos nosotros mismos?”.
“No”.
“Pero entonces, ¿cómo es la Omnimadre, la Omnifuente?
Somos espíritu, estuvimos en la tierra, hemos construido esos millones de leyes vitales, y las hemos vencido, ¿cómo es entonces la Omnimadre?”.
Y entonces el primer mentor dijo a los maestros de la séptima esfera:

“Miren, ¿en qué viven aquí?
Esta esfera, este cielo, este espacio es armonía, es justicia, es luz, es espíritu, porque ustedes son espíritu.
Ustedes son la fuerza etérea que condiciona e impulsa la materia, que ha densificado las leyes materiales, que ha podido construirlas mediante la energía elemental y que al final ha podido vivir el espacio de ellas.
Eso es lo que son ustedes...
Y ¿siempre estuvieron en armonía? —lo vivieron, tuvieron que aceptarlo—, ¿pudieron continuar y recibieron una nueva vida, un nuevo nacimiento?
Ahora saben que solo la maternidad es el todo por el que pudieron acoger esta conciencia espacial.
Este ser uno universal y divino los conduce a las regiones mentales, al cuarto grado cósmico.
Allí no se ve a ni un solo ser humano anterior a nosotros.
Cuando llegamos a ese yo divinamente consciente pudimos ver a una distancia de millas y millas, de millones de años; no había ni un solo ser humano.
Así que el Dios al que tenemos que materializar en la tierra no es en el fondo más que: la vida.
La vida”.
Cuando luego nos encaramemos un momento a sus universidades, cuando trepemos por ellas y estemos ante su teólogo, entonces esa vida tendrá que contar que no lo sabe.
El ser humano como erudito no sabe lo que es la vida, no conoce el alma, no conoce el espíritu ni la personalidad divina de la Omnifuente.
Aún no se sabe nada de una Omnimadre que lo es absolutamente todo.
Y entonces, en ese instante los maestros entraron en contacto —ya se lo expliqué— con la sexta esfera, con la quinta, la cuarta, tercera, segunda y primera, y se empezó con la exploración a tientas de los sentimientos terrenales.
El Dios de amor, a este lo tuvieron que... la fuente que solo es armonía y justicia, tuvieron que desprenderse de ella, porque ese ser humano inconsciente no podría comprender ni abarcar esa Omnipresencia.
La dificultad de abarcar en una sola palabra a Dios, el espacio, este respeto, esta justicia sí debería suceder.
La dificultad, a su vez, de proporcionar una esencia a esa masa inconsciente, por la que el ser humano se siente aferrado al yo espacial, para que pudiera vivir el ser uno con el después detrás del ataúd, con otros miles de leyes vitales y grados de vida más, pero siendo libre de la Omnifuente que es amor...
Los maestros se blindaron y empezaron con la meditación espacial.
Sin duda que no era tan sencillo llevar a esa masa salvaje, inconsciente hasta el sentir y pensar de la Omnifuente.
¿Cómo tenemos que hacerlo? Se lo he explicado y eso ahora es ‘Los pueblos de la tierra’. ¿Cómo podemos comprender a esos padres y a esas madres?
¿Cómo podemos alcanzar ese instinto que aún está sintonizado con la selva, y elevarlo al margen de la esencia en sí?
Porque cuando tenemos que decirles, y nos ven: “Nosotros somos dioses, yo soy una divinidad, estoy sintonizado con la Omnimadre, la Omnifuente, la Omnivida, la Omnialma, el Omniespíritu”, entonces nunca se nos acepta.
‘Los pueblos de la tierra’, el libro que se escribió para esta humanidad como el primer libro, como la primera obra vital para la nueva Biblia, es ahora, textual y completamente, el fundamento divino para el Cristo en el ser humano, para la justicia divina, la armonía y, finalmente, el amor.
Entonces los maestros comenzaron a colocar fundamentos para esa masa inconsciente para verse ellos mismos como una divinidad.
Y es cuando surgió la primera palabra; el primer pensamiento espacial adquirió materialización, y se colocó el primer fundamento para la Casa de Israel.
Los fundamentos para Jacob, Isaac, Abraham, Moisés y después los profetas, que colocarían los fundamentos para lo más elevado, el Omnigrado divino, para Cristo, para Jerusalén.
Y vean: de pronto el ser humano en la tierra recibe un pensamiento y sentimiento más elevado.
Moisés fue, sin duda, quien colocó —con respecto al más allá, a la primera esfera, a la segunda y a todos esos millones de otras esferas— el primer fundamento divino espacial como rasgo de carácter.
Como rasgo de carácter.
Perdemos el norte rodeados de millones de leyes vitales, y aun así: en el primer grado de todos, en esta aurora del despertar, puede verse un fundamento que sí que se materializó directamente desde el Omnigrado divino, y que se llama: no matarás, no robarás, no engañarás al prójimo.
Pero sobre todo: no matarás.
Porque los maestros vieron que al matar, que al practicar el canibalismo, eclipsaron su ley vital para el nacimiento y la maternidad.
Cuando desde el más allá nos elevemos más y más, y directamente queremos vivir el amor divino como justicia, y queremos llevarlo a la tierra, entonces ya comprenderán seguramente que de todo este pensamiento material, espiritual, eclesiástico no queda nada, y a la vez todo.
Porque cuando el espíritu habla, pues, como pastor protestante y teólogo —ya comprenderán: ahora me desprendo de este Omnigrado y voy a mirar cómo somos y sentimos los seres humanos, cómo vivimos las leyes—, entonces el cura, el clérigo es capaz de declarar, aun así: “Ama todo lo que vive”.
Pero ¿por qué llevan ustedes entonces al ser humano a la muerte, a la destrucción, a la tortura?
¿Por qué pueden aprobar que una criatura de un pueblo tenga permiso para poder matar al otro ser humano, la otra vida de Dios, porque representan a una patria?
¿A quién tienen ustedes? ¿Cómo es su Dios?
¿Es una ciudad? ¿Es una masa? ¿Es la humanidad? ¿Es el espacio? ¿Es solo el planeta tierra?
No, la divinidad, pues, de todas esas instituciones dogmáticas no es más profunda que la personalidad que habla ahora.
Todo se tambalea y se cae con respecto a la Omnimadre, que es verdaderamente amor, y ese amor se va manifestando.
Ese amor porta una túnica poderosa, pura, universal, creada por los planetas, las estrellas y las chispas.
Esta túnica contiene nebulosas.
El nacimiento para el ser humano, la paternidad y la maternidad lo poseen todo.
Es una túnica que a fin de cuentas no representa otra cosa que sabiduría e irradiación, y que los acoge a ustedes directamente en la armonía para todas aquellas creaciones más elevadas, espirituales y materiales que tendrán que aceptar después del ataúd.
Claro, ya podrán decir: “Los maestros escriben libros y cuentan cómo es Dios en ustedes”, pero ustedes tendrán que dirigirse e impulsarse a sí mismos a esa armonía, a esa justicia —se lo conté hace poco—, si quieren poder y desear vivir la fuente espiritual como madre, como amor.
Cuando ese cura, ese cura, ese teólogo dice: “Ama todo lo que vive”, entonces, ¿por qué, por qué añaden ustedes, una vez más, esos fundamentos falsos, destructivos, que de todas formas no significan nada?
Saquen, pues, de su Biblia la autoridad divina, pero sepan: ¡Dios jamás habló como ser humano y no es un ser humano!
La ley vital material de la maternidad y la paternidad representa a Dios, a la Omnimadre —se lo tuve que explicar—, porque nosotros hemos de aceptar esas leyes.
Allí los tuve que conducir de ese modo por aquel macrocosmos para ver solo a Dios, pues, como amor; que es justo, armonioso, y que después da el ser uno a Su célula, Su chispa.
Nos hemos detenido en ese instante para nuestra primera vida, la primera muerte, pero que es el regreso al segundo estadio en esa vida celular, con el fin de que pudiéramos ver las siguientes reencarnaciones.
Pero ¿qué sabiduría tienen ahora para su sociedad en relación con Moisés, en relación con el más allá, en relación con Cristo y Dios?
He tenido que ofrecerles conferencias por separado sobre y por Cristo, sobre Dios, sobre la fuente que es todo, y después la Biblia
Por eso escribimos después en primer lugar de todos el libro ‘Una mirada en el más allá’ para conducirlos a través de esas tinieblas, que no son infiernos —eso se nos concedió contárselo—, solo mundos inconscientes, que también fueron aceptados por el ser humano en la era prehistórica.
Detrás del ataúd solo hay vida, no hay más que vida, pensar de forma consciente e inconsciente.
El ser humano atraviesa espacios oscuros, inconscientes, hacia figuras luminosas, que después es él mismo.
Y ahora nos preguntamos de cara a la primera esfera: Moisés, ¿qué trajiste a la tierra?
Oiga, teólogo: ¿qué tiene usted de cara a la primera esfera, de esa justicia divina, de esa armonía, de cara a la segunda esfera, de la tercera, la cuarta, la quinta, la sexta y la séptima?
¡Nada!
Solo cuando vivan ustedes mismos la ley, si materializan esos pensamientos espirituales y esos sentimientos, y después los espiritualizan y envían y sintonizan con aquellas esferas: entonces la vida se pondrá a explorar por si sola espacialmente.
Es decir: entonces nacerá algo en ustedes, entonces despertará en ustedes algo parecido al sentimiento y sintonizarán ustedes con su palacio real, con los sentimientos principescos, con el reino de Dios para cada pensamiento.
Les aclaré que los pensamientos del ser humano, sus sentimientos, tienen que ampliarse por el impulso.
Y ya pueden ponerse a rezar, ya pueden suplicar por fuerza, por espacio, por felicidad, pueden suplicar a Dios que los salvaguarde de enfermedades, de la peste, el cólera y de todo, pero nosotros hemos de aceptar ahora —si volvemos la vista un instante— que estamos ante nuestra reencarnación y que estamos encima de la desintegración, esa desintegración consciente en la que empezamos con las tinieblas para nuestra vida.
Y ¿eso es, pues, la selva? ¿Eso es la era prehistórica?
No, para el estadio actual poseemos otros aspectos muy diferentes.
Aunque el ser humano puede echar la vista atrás en esa era prehistórica y se puede aferrar a esos seres humanos, este ser humano recibió la Biblia, la iglesia, el arte, la música, conciencia material, social con respecto a allá.
Pero ellos, ellos viven en las esferas de luz en los mundos más elevados, las leyes y los grados cósmicos de los que representan ahora el Omnigrado.
Viendo eso, viviendo eso para el ser humano en la tierra, para las esferas de luz, hacemos las preguntas: ¿cómo llegué allí?
¿Qué tengo que hacer para conseguir, para poseer esa luz, esa esfera, esa armonía, esa justicia?
¿Qué es mi casa?
En realidad, ¿para qué vivo?
¿Qué es la vida?
El Dios, el amor divino para el ser humano reside y vive ahora en él mismo, y es lo que este tiene que hacer despertar, tiene que infundirle alma, tiene que darle conciencia.
Una acción, un acto tiene que estar, pues, en armonía con la creación, con esa Omnimadre, esa Omnifuente, ese Omnipadre, esa Omnialma, ese Omniespíritu, esa materialización elemental de un acto y para un grado de sentimiento, por la que verán y vivirán los nuevos fundamentos.
Miren ahora en la tierra, comparen su sociedad con los libros, con los millones de leyes, y pregúntense: ¿qué tengo yo de armonía?, ¿qué he hecho yo y qué pude hacer para la justicia?, ¿qué he hecho yo y qué pude hacer para la paternidad y maternidad, para mí mismo, para mis espacios?
Pero el asidero está ahora al lado de ustedes, aunque el maestro de esas esferas conscientes haya entregado un engaño inconsciente a Moisés.
Estaba allí como una divinidad junto a esta esencia, el alma que se preguntaba: “¿Qué puedo darle a mi madre?
¿Por qué no saben mi padre y madre que vivo?
Tengo que vivir el nuevo nacimiento, tengo que recibir un organismo material...”.
El ser humano que se colocó a su vera y que le dijo desde su espacio: “Lo oigo, lo oigo clamar, oigo sus súplicas.
Yo puedo darle ese nacimiento”.
Y ustedes han leído todo eso.
Cuando leen aquí en la tierra miles de libros —prepárense ahora— y si quieren vivir y recibir el amor divino como vida, como personalidad, como alma, como espíritu —no hace falta que lo repita cada vez, pero es que si no ni siquiera lo comprenderán—, y si quieren materializarlo, entonces tienen que experimentar y materializar ahora armoniosamente esa ley elemental como nacimiento.
Eso va todo por sí solo.
Pero entonces llega el nacimiento y estarán ante su yo de la conciencia divina.
Vuelvan ahora la mirada a la jungla.
Ya lo ven, ya lo sienten, ya lo oyen: se nos echan encima millones de leyes vitales, y solo se puede vivir una.
Hay millones de leyes vitales que nos pertenecen, pero ¿a cuáles hemos hecho conscientes?
¿Hemos sintonizado nuestro carácter?
¿Está listo nuestro ser uno con esa primera esfera, esa primera esfera en la que estábamos?
A través de Getsemaní a Pilato, a Caifás —¿verdad?, no se olviden de esos tiempos—, directamente al Gólgota, allí es donde nos crucificaron, allí es donde nos despedimos de Jerusalén y accedimos finalmente a la primera esfera.
Pero en esos tiempos habíamos perdido a millones de criaturas nuestras, padres y madres, porque aún no habían alcanzado esa sintonización.
Gritaban: “No me dejes solo”.
Puedo explicarles ahora millones de leyes vitales, porque ustedes son padres y madres, hermanas y hermanos.
Piensan que son madres, quieren vivir y poseer a sus hijos eternamente.
Sí, claro, quieren volver a disfrutar detrás del ataúd ese ser uno espacial como madres, pero sus hijos matan, ustedes mismos desintegraron.
¿De verdad que ustedes propulsan, infunden en alma, dan, sirven espiritualmente, son veraces, justos?
¿Qué queda de nuestro yo humano?
Porque en la primera esfera —ese fue el motivo de las conferencias edificantes—, allí es donde vive el ser humano y es uno en todo.
Y ser uno en todo pretende explicar: representar la vida como luz para esos espacios —¿entienden?— y para la Omnimadre como amor.
Yo estoy aquí como espíritu, mis pensamientos y sentimientos están en armonía con los animales, las plantas, con la luz, con la noche, con las tinieblas.
Cuando habla el ser humano estoy ante él como la chispa justa, que infunde alma y que está lista para dar esa armonía como amor.
No podemos pensar de manera equivocada, no podemos descender en la desintegración material, porque entonces nos volvemos a destruir a nosotros mismos.
Hemos edificado ese espacio con mucho esfuerzo, hemos ido colocando fundamento tras fundamento por medio de los actos, por pensar, por servir.
Y ahora —eso lo hemos aprendido, eso lo hemos visto— un solo rasgo del carácter es un fundamento que pisarán ustedes luego detrás del ataúd.
Y comparar eso con lo que trajo Moisés, reconducir eso en armonía, a una altura más elevada todavía, al cuarto grado cósmico, hacer una comparación con nuestro Omnigrado divino en nosotros, eso sí que quiebra el pensamiento y sentimiento humano para la tierra como sociedad, y se manifiesta, tal como lo pudo decir Cristo en aquel instante, en este instante imponente en Getsemaní, a Judas: “Judas, Judas, ¿por qué me das este beso?”
Porque esto fue una traición.
Cristo no lo quiso ver como traición.
Nosotros hemos luchado, hemos llegado a conocer a Judas, hemos dado todo por esa personalidad, porque poseía en su interior el pensamiento, como sentimiento final, de espolear a su maestro; y entonces no fue una traición.
Pero ese momento para el ser humano se ha hecho elocuente y espacialmente profundo y se ha convertido en responsabilidad divina de los miles de pequeños yos de ustedes, sus miles y millones de tareas, su estar aquí en el planeta tierra.
¿Entienden?
¿Por qué se dan ustedes —dice Cristo— un beso falso, desintegrador, inconsciente?
Me di un beso a mí mismo cuando puse fin a mi vida y me colgué de las rejas del calabozo, porque ahora tenía la verdad.
Al final resulta que sí que era feliz, por estar ante la ley justa: a la propia vida, ni tocarla, porque es divina, y yo interrumpí mi vida de forma humana, como hombre.
Todos esos dolores allí en la tierra son indescriptibles, he tenido que vivirlos, y después tuve que aceptarlos.
Y cuando se liberó el momento en que se rompió el cordel en relación con mi cadáver, con mi organismo, y pude ir explorando con toda tranquilidad ese espacio, vivía en un mundo invisible para mí mismo.
No se veía a nadie, nada verde, nada de luz, allí me encontraba solo yo.
Estaba solo en una inconmensurabilidad.
No había luz, ni una palabra, nada.
No había nada que pudiera alcanzarme de eser amor divino —¿verdad?—, de esa sintonización divina, de esa justicia, de este ser uno universal.
No había nada que pudiera alcanzarme, ¿entienden?
Estaba ante la realidad, vivía solo allí.
Había otro suicida que yacía allí y vivía su propio grado.
Los rasgos de mi carácter habían construido un mundo propio, yo era invisible para otro suicida, porque esta era mi luz, era mi pensamiento, mi sentimiento, mi conciencia, mi amor...
No pueden ustedes vivir los dolores si solo leen eso; si hacen la transición en eso, es algo que ustedes mismos tienen que experimentar, solo entonces la ley divinamente justa hablará a su personalidad.
Pero yo veía —y eso es un fundamento divino nuevo por el que llegamos a conocer la Omnimadre como amor— que no se podía ver ninguna condena: me encontraba vivo.
No estaba en un infierno, no había fuego, sino que vivía; y andaba y paseaba, y seguía paseando, atravesaba ese espacio, sentía tierra firme bajo los pies; sí: era una materia blanda, y no veía a nadie.
Año tras año, porque aún tenía que vivir años y, finalmente —eso lo pueden leer—, esa niebla se disolvió, esa miseria, esas tinieblas, y volví a la realidad.
Mis ojos, mis sentimientos... cuando vi que volvía a haber vibraciones a mi alrededor —¿entienden?—, que el Dios de todo lo que vive volvía a despertar en mí, como ser humano, con la sintonización humana, ya me caían las lágrimas por las mejillas, porque pude decir: vivo, no hay nada que destruir, voy a seguir.
Di un paso en falso.
Ya entonces tenía que ver con la Biblia, con los infiernos, era religioso, era orante, pensante, un sentimiento más hermoso que ni se sabe; pero el ímpetu, lo terco en mí para poder atacar a un ser humano —aunque se me robara mi amor— me partió por completo, espiritual y físicamente.
Y sin embargo, alegría, alegría de poder decir por fin: vivo, hay espacio.
Hay un Dios de amor.
No: este espacio mismo es amor.
Me he salido un momento de esta armonía, de la justicia, hacia lo inseguro, hacia lo insignificante, el yo humano, el sentir pensante.
Pero después de esto me liberé de la putrefacción, de la peste, el cólera y de la lepra cadavérica, y pude seguir.
No había condena.
Entonces llegué a los infiernos, en los mundos tenebrosos donde vive el ser humano en disarmonía que ha aceptado las leyes vitales terrenales, que de forma orgánica ha hecho añicos las leyes armoniosas para la madre tierra y el ser humano que roba, asesina e incendia.
Con esos seres humanos me encontré.
Los seguí.
Viví a millones de ellos, y les pregunté: “¿Qué hacen ustedes?
¿Qué sienten?
¿Conocen a Dios?”.
Claro, el ser humano que busca a Dios, que busca el espacio, el espíritu divino como Omnifuente, solo es alcanzable.
Pero cuando empecé a ver esas leyes vitales, cuando empecé a materializarlas, cuando acogí al ser humano de forma palpable, cuando lo atravesé y empecé a vivir que era capaz de experimentar el ser uno con la madre y el padre, fue entonces cuando este universo se me lanzó encima y me arrojé al suelo, de rodillas, y pude exclamar: “Un Dios como ser humano no lo veo, porque este espacio —¿entienden?—, esta ley, esta fuerza que me liberó de la putrefacción en la tierra, eso es el amor universal, el amor de la Omnifuente para los seres humanos, los animales y la vida de la madre naturaleza”.
Durante años y años, durante siglos llevé una venda en los ojos y en el fondo no hice otra cosa que vivir la vida, ya no me atrevía a mirar, de tan grande, poderosa y amorosa que me parecía la vida y que la vivía.
Esta vida que me liberaba del suicidio; tuve que enmendar cosas, y no obstante, recibí las nuevas “alas”, la nueva energía.
Mi sintonización volvió a estar en armonía, a la armonía y pude empezar con la continuación de mi vida, de mi espíritu, de mi pensamiento y sentimiento personales.
Y entonces me convertí en cordialidad, entonces me hice amor.
Tenía miedo de llevar a cabo un acto.
Conocía a Moisés, llegué a conocer a Emschor, y este dijo: “Mira, allí camina Moisés.
¿Lo ven? Para esa tarea ya no están preparados ustedes”.
Pero esa humanidad no era diferente, a la humanidad habría que pegarla.
La humanidad recibió poderosos rasgos de carácter por medio de los maestros, las chispas de Dios, los dioses como ser humano para la tierra y los cósmicamente conscientes para el reino en el otro lado, quienes sienten el universo y lo piensan.
Moisés tuvo que echar los primeros fundamentos de eso, que se materializaron desde el pensamiento y sentimiento, de forma armoniosa para la tierra, para la criatura de la madre tierra.
Pude decir: “Pues, no, eso no lo tenían”.
No.
Pero ¿qué es lo que poseen los eruditos?
¿Qué es, pues, lo que posee el teólogo?
¿Qué posee el rabino?
¿Por qué asesinaron a Cristo?
¿Por qué los judíos no supieron inclinar la cabeza?
¿Por qué no aceptó Israel al Mesías?
Miren, ahora estamos ante un pensamiento y sentimiento dogmáticos, es decir: el ser humano, la masa, que se ha hecho una idea de ese Dios espacial y que ahora declara todo esto divina santidad.
La palabra ¿se convierte ahora en ley?
No, la ley representará la palabra.
Ahora miran ustedes como seres humanos —y eso lo aprendí— detrás de sus propios pensamientos y sentimientos materiales.
Miré de inmediato detrás de la paternidad y la maternidad.
Miré detrás de las iglesias.
Miré detrás de Roma.
La miré a fondo, la palpé a fondo y entonces supe que todo ese sermoneo y que tanto rezar no significaban nada si nos nosotros mismos nos deformamos, si oscurecemos de cara a todos estos millones de leyes vitales.
Antes que nada el ser humano debe preguntarse —yo tuve que hacerlo, millones de personas fueron capaces de hacerlo—: ¿Quién soy?
¿Qué quiero?
¿Qué hago?
¿Para qué sirvo?
Vayan por fin —se lo dije y pedí hace poco—, vayan por fin a dar un paseo, atrévanse por fin a dar ese paseo a través de su sociedad, y pregúntense a sí mismos: ¿Quién soy?
¿Qué hago?
¿Qué he conseguido?
En realidad, ¿qué represento?
Y entonces vayan a seguir por fin sus pensamientos y sentimientos.
Unos seres humanos deshacen lo que otros levantan.
Nunca está la aceptación espacial, el verdadero querer experimentar de que solo hay bondad, justicia.
Y quien interpreta la vida debajo de esa justicia vive inconsciencia —ya ni siquiera hay tinieblas—, y en cambio no el amor.
Ahora, como seres humanos, representen en primer lugar su tarea y encárguense —se lo he explicado— de que tengan algo que llevarse a la boca, por la armonía, ahora por la justicia, o su vida se habrá malogrado del todo, será tinieblas, inconsciente, demolición.
Se pondrá difícil, pero es muy sencillo si se mantienen en armonía con su sociedad —¿verdad que sí?— de cara al otro lado, de cara a su propio espíritu.
Ahora van a hacer preguntas: “¿Puedo hacer eso?”.
Yo les pregunto, las leyes, Cristo, el Omniamor les preguntan: “¿Es que son capaces de hacer todo para su sociedad en la tierra, si se le quiere dar a usted una tarea?”.
Ahora estamos ante la duda, estamos ante el inclinarse, ahora estamos ante los diez mandamientos.
En primer lugar de todos Moisés: no matarás, es lo que ahora tiene que aceptar el ser humano, nada más.
Amarás todo lo que vive.
Esas fueron las palabras, o son los pensamientos de los maestros, materializados como leyes vitales.
Tienen ustedes, por tanto, un asidero, saben que la Omnifuente es verdaderamente amor.
Pero —y eso no lo saben todavía— ese amor tendrán que ganárselo por la armonía, la justicia y, fundamentalmente, materializarán esas leyes vitales para después hacerlas etéreas, con el fin de que puedan acceder al fundamento espiritual detrás del ataúd.
La ley vital reclama ahora amor, armonía, justicia, todos esos rasgos de carácter, bondad; además, las hermosas palabras, todos los pensamientos de su diccionario les preguntan: ¿Qué han hecho ustedes con ese amor y armonía divinos, de la Omnifuente?
¿Qué fundamentos ya pusieron ustedes para miles de rasgos de carácter para ustedes mismos?
¿Qué universidad —les pregunto yo, les preguntan los espacios— posee ahora justicia y verdad divina como amor?
Porque cuando acceden a la justicia, a la armonía como ley vital... y eso supone: aquello por lo que Galileo entró a la cárcel cuando el papa violó la vida de este despertar, la justicia, la armonía —porque Galileo había nacido para eso— y dijo: “Padre, padre, la tierra gira alrededor del sol”, esta “santidad” dio un puñetazo en la mesa y dijo: “No”.
Así es como esta vida se blinda para millones de eras, porque detuvo la evolución para la humanidad.
Y así es el papa y el católico, y ahí está el protestante, y allá está la Biblia, el ser humano que ha hecho de la palabra sagrada única una cosa sugestiva para la masa, sobre la que ha emitido, construido, materializado una declaración que ya nada tiene que ver con este Omniestadio como amor.
Ahora quiero —esa es, pues, la intención— que acepten los libros increíblemente, creíblemente, y que estén dispuestos a vivirlos a una profundidad increíble, si quieren volver a fundamentar para ustedes mismos esos rasgos del carácter.
Esa es la intención.
Ahora, claro, ya pueden decirse inmediatamente a sí mismos, para sacar a un primer plano la esencia final, si han vivido el catolicismo: déjenlo estar mejor, porque por la iglesia no llegarán nunca jamás.
Pero sí por medio de la palabra, de los sentimientos de esa alma que habla y que dice: “Ama todo lo que vive”.
Tampoco es que puedan echarlo todo por la borda.
Pero sí la palabra de cara al clero, del más allá, la paternidad y la maternidad; es cuando llegan los errores, la demolición y ya no queda nada de la iglesia católica, de este divino fundamento humano.
Porque ¿por qué la madre no da a luz para la iglesia?
Les he dicho: “Señor cura, ha de crear usted algo, porque no avanza”.
He dicho: “Monja, hágase madre y vivirá usted a Dios y Cristo.
Ahora no vive usted nada”.
Y ¿qué es lo que hacen ustedes al margen de esa iglesia, del protestantismo, de la corriente reformada?
Les dije a gritos y le di a la humanidad: “Lutero, ¿por qué desencadenaste todos esos sinsentidos?
Ahora mismo aún estás en la condena”.
¿Cuántos dogmas surgieron, cuántas sectas, y quién detenta la verdad?
¡Eso es!
Ahora hablan los maestros, ahora habla la Universidad de Cristo, las universidades de sus vidas —¿entienden?—, esa universidad vive en usted, esa es la cordialidad, la bondad.
Por fin van a comenzar con esa edificación verdadera.
Van a convertirse en verdad, en justicia, en armonía y amor.
Dejarán de deshacer.
Tendrán que aceptar al cien por cien, de una vez por todas, al ser humano.
Vivir la vida y justificarla no les servirá de nada, aunque accedan a su propio amor.
Si su hijo asesina, si su hijo, su padre, su madre han asesinado, no los volverán a ver detrás del ataúd.
Esas vidas —se lo he explicado, nos lo ha demostrado la cosmología, ¿entienden?—, esas vidas representan una entidad propia y tienen que regresar a la tierra para dar un nuevo cuerpo a esas personas que fueron asesinadas.
Esas personas adquieren una nueva vida y eso es lo que ustedes tienen que hacer.
Eso es lo que ustedes harán, porque son vida, son espacio, son una Omnifuente como madres y padres.
Y eso es ahora para su vida, su sociedad, sus tiempos.
Y ante esa vida tienen que enmendar cosas, solo tienen que dar a luz para ella.
Sí, eso es lo que hemos podido traer a la tierra y es lo que los maestros fundamentaron.
Eso son los templos, esa es la sabiduría en la que vivimos.
Nosotros regresamos.
Hemos cometido asesinatos, sin duda, pero en nosotros no podía verse ninguna condena, recibimos una nueva vida como organismo.
Volvimos a ser padres y madres, regresamos a la tierra para continuar nuestra vida.
Miren ahora un poco en su Biblia, y ¿qué queda de ella?
Escuchen un poco a esa palabrería inconsciente de sus teólogos.
Escribí para ustedes y puse en sus manos este preciado objeto: Dios no condena; difundan eso por el mundo.
El astrónomo va a la universidad y está listo ahora para estos tiempos, para esta era, para poder acoger al teólogo y decir: “Empiezas con una falsedad.
Tú tienes que estudiar siete años y entonces te arrojan a esta masa, pero yo puedo explicarte que el ser humano nació en las aguas”.
¿Siguen creyendo ustedes en un poco de barro y de aliento vital?
¿Se creen que Dios creó a Eva quitándole una costilla a Adán?
Son majaderías.
Y las hemos llegado a conocer.
Porque un Omniamor divino, espacial, quiere decir: al ser humano se le asignó el alma como sintonización directa desde la fuente divina.
Esa chispa como vida empezó a espiritualizarse y después a materializarse, o sea, empezó a ver espacio, continuó, paso a paso, y así fue como la personalidad venció al planeta.
Recibieron ustedes planeta tras planeta.
Lean ahora las asombrosas obras del maestro Alcar, ‘El origen del universo’, pero empiecen con ‘Una mirada en el más allá’.
Primero aprendan a ver infiernos, desciendan en ellos, hagan ese viaje hasta en la séptima esfera; después sigan.
Y también miren un poco en la psicopatía.
Vivan después el ataúd, ‘Aquellos que volvieron de la muerte’, se lo he pedido.
Después entren en el suicidio: ‘El ciclo del alma’.
Adéntrense en ‘El origen del universo’ y en ‘Entre la vida y la muerte’, y se verán a sí mismos.
Saben que anhelan llegar a conocer como amor al Dios en ustedes.
Adéntrense en ‘Las máscaras y los seres humanos’, en ‘Dones espirituales’, y comprendan entonces que han de merecerlo todo.
Les he dicho a gritos: si quieren sanar al ser humano, háganse sanación.
Sean veraces, sinceros... y entonces su aura hará la transición en el ser humano.
Pero un solo pensamiento equivocado, soberbio, arrojará su aura hacia otro lado, porque esa voluntad, esa aura inconsciente de ustedes no lo quiere el ser humano consciente, ¿verdad?
El ser humano viene a por ayuda, a sanarse, y resulta que solo la verdad sana a la criatura.
No se hagan seres adultos, sigan siendo criaturas, háganse verdaderamente criaturas de Dios.
Porque, ¿qué quiso decir Cristo en Getsemaní por medio de su Evangelio?
La criatura en el espacio lo acepta todo y no ve ninguna falsedad.
De modo que la persona que hable aquí en la tierra sobre falsedades, sobre mentiras y engaños lo es ella misma.
Quien cotillee y venda cuentos, no solo desmantela la entidad divina, sino que se frena y se conduce al estadio inconsciente, y a eso lo seguimos llamando “tinieblas”.
Esas personas llegan y no pueden vivir una primera esfera; para eso hay que estar listos en todas sus propiedades, para todas ellas, para los millones de rasgos de carácter en ustedes.
Tienen que estar fundamentados por la justicia, por la armonía, por la bondad, por servir, por portar, por la maternidad.
Esos rasgos de carácter les darán luz, y solo entonces podrán decir ustedes la palabra “sí”.
Hablar sobre Dios, pensar sobre Dios y no hacer nada, eso es demolición, eso es estancamiento, esas personas experimentan su propio cadáver.
Sus pensamientos son inconsciencia, carecen de conciencia, están moribundos.
¿Lo ven?
¿Cuándo podrán ustedes conducir su yo radiante hacia arriba, infundiendo alma, hacia los sistemas filosóficos, para que despierte en ustedes el “Sócrates” y el “Platón?
¿Cuándo querrán representar a la diosa de Isis?
¿Aceptando desmantelamiento, la destrucción de otra vida, la condena?
Eso no puede ser, ¿verdad?
¿Fui complicado? ¿Me alejé demasiado de sus vidas?
Comprenden que la Biblia les dice todo, ¿verdad que sí?
No, la vida les ofrece todo.
Pero deberían leer ese libro milagroso y sacar de él las mentiras y poner la verdad bajo sus corazones: solo entonces se les habrá infundido alma espiritualmente y serán verdaderos.
Entonces sus bocas, sus labios, ya no representarán el mal.
Dios, la Omnimadre —ya se lo dije alguna vez— les dio la boca, ella creó la boca para que pudieran comer y beber, pero no para formular el mal ni habladurías.
Recibieron bocas solo para comer y mantenerse con vida, y no para materializar así lo que son capaces de liquidar, eso ya no es edificar.
Entonces el espacio debería haberles sellado los labios, así al menos se habrían librado de millones de desintegraciones.
Pero la Omnimadre nos dio absolutamente todo, nos dio el corazón viviente del macrocosmos, el universo que se dilata.
Nos dio los sentimientos que dieron a luz los planetas y las estrellas, que dio luz a sistemas solares.
Y todos esos sistemas solares viven debajo del corazón, y dentro de él, por la circulación del ser humano viviente en la tierra, y no lo sabe, no lo siente.
Dice: “No soy nada, estoy condenado, estoy enfermo, estoy enfermo”.
Dios no creó para la humanidad la lepra ni el cólera ni el cáncer ni la tuberculosis ni la desintegración ni la enfermedad ni los chismorreos.
La Omnimadre solo creó y dio a luz por medio del amor.
Y esos sentimientos, hermanas y hermanos míos, los tendrán que asimilar; para eso los maestros trajeron los libros a la tierra por medio de André-Dectar.
Todo esto procede directamente del divino Omnigrado, de la Universidad divina de Cristo.
Hasta aquí; espero que ahora empiecen con su propia vida universal, espiritual, que mis orquídeas de las esferas de luz hayan llegado a sus corazones.
Gracias.