Noche del jueves 15 de mayo de 1952

—Buenas noches, señores y señores.
(Gente en la sala):

—Buenas noches.
—Esta noche comienzo diciendo con que en junio les ofreceré tres noches más.
(Suenan aplausos).
Así que después de finales de mayo vamos a seguir, a continuar, tres semanas más.
(Señora en la sala):

—¿Ah, sí? ¿Aquí?
—Sí, sí.

(Risas).
Y entonces voy a comenzar... o sea, hasta la tercera semana en junio.
Aquí tengo —me lo metieron la semana pasada en el bolsillo, al final—: “‘La procesión de la Santa Sangre, detenida por un burro’.
‘La colorida procesión de la Santa Sangre en Brujas sufrió el lunes un atraso cuando el burro que portaba a María se negó a continuar a la altura del puente de los Dominicos’”.
Pues, creo que eso no habría ocurrido en Jerusalén.
“‘Ángeles que había alrededor’”, claro, irían al lado de ese burro, “‘y Joseph’”, (Jozef pronuncia el nombre con una p), “’intentaron que el burrito se pusiera en marcha’”, sí, así dice, señoras y señores, “‘tirándole del rabo.

(Risas).

También unos cuantos monaguillos enérgicos’”, así que también estaban por allí, “‘echaron un cable.
Finalmente, arrastraron al animal por encima del puente y pudo continuar la procesión’”.
Me gustaría decir lo siguiente: qué sagrado es esto.
Y ahora quieren saber de mí por qué el burro se negó a que María...

(Risas).

¿Sí, no? De eso va, ¿no?
Y ahora quieren saber de mí por qué se negaba el asno.
Claro, era un burro holandés, porque esa familia de asnos de Jerusalén tiene una sintonización muy diferente.
Es lo que único que contiene.
¿Por qué se niega ese burro a llevar a la santa María y a José y a los niños por encima de ese pequeño puente?
(Señora en la sala):

—Porque era un burro.
—¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Porque era un burro.
—¿Realmente era un burro?
Y encima por el rabo.
Es horrible, ¿no?
¿No le parece, señora?
¿No está Piet Hein esta noche con usted?
Ah, allí está.

(Risas).
Bueno, señoras y señores, ¿qué les parece eso? Porque aquí estamos ante un sagrado milagro, una sombra del suceso que tuvo lugar una vez en la vida de Jerusalén, hace dos mil y pico años.
Y ahora estamos en Brujas.
Y allí dicen en dialecto: “Vamo, vamo.
Vamo, ¿no puedes cruzar el puente?”.
Deberían haberle hablado al burro en hebreo y habrían pasado.
Deduzco de esto que el burro pensó de manera belga, y que siente así, y que se olvidó de los sagrados proverbios y del hebreo de Jerusalén.
Y que dijeron al animal: “¡Arre!”.
Y eso significa en Jerusalén: “¡Sooo!”.

(Risas).
Bueno, ¿usted le encuentra explicación, señora?
Se ríe, pero ¿por qué se ríe?
Es una explicación, ¿no?
Pero ¿por qué se ríe?
Ese burro entiende flamenco y francés, claro, algo de francés sabrá.
Pero podrían... podrían..., pues, judío tal vez también es posible, judío o hebreo, o griego...
Imagino que ese burro sabrá más latín que lo que se hable en Brujas.
Esta gente no vivió la realidad del latín.
Y ahora les ofreceré una palabra muy hermosa, así lo sabrán todos de una vez para todas.
Señora, aquí tenemos lo que es copiar.
Si lo oye la iglesia, volverán a darme una paliza.
Otro pedazo de madera para la hoguera de Jozef Rulof.
¿Cierto o no?
Seamos honestos.
Ese burro, señor, tenía más sentimiento que el ser humano que anda a su lado con esa camisa blanca.
Y el burro pensó: de todas formas María y José no son auténticos.
¿Entienden? No son auténticos.
Y entonces siempre hay algo en la sociedad o la naturaleza que se niega.
Cuando somos antinaturales, señoras y señores, siempre hay algo que se niega si lo queremos reconducir a la sacralidad del Creador.
(Señor en la sala):

—Hacia atrás.
—¿Hacia atrás hacia adelante?
Le dieron la vuelta, señor.
No, yo no estuve allí, ¿entiende?
Mejor aclare eso usted mismo.
Mejor escriba a esa gente cómo pasó en realidad, quizá tengamos un cuentito nuevo.
El ser humano que vuelve aquí por primera vez piensa: ¿a qué se dedica esa gente?
(Señor en la sala):

—Estoy seguro de que si lo tiras por el rabo, irá para atrás y nunca para adelante.
—Está usted seguro de que si a un burro de esos lo agarras por el rabo...
Pero, claro, ese barrio se había dado la vuelta, no quería cruzar el puente.
Y entonces quisieron... así... por el rabo...
Sí, eso lo comprende todo el mundo, si ese burro se niega a pasar por el puente y lo tiras para que vuelva, así, entonces vas de mal en peor.
Así que ir para adelante hacia atrás.

(Risas).

Vea ahora esa película si se detiene allí unos instantes.
Así que me imagino: ese puente iba así.
Brujas tiene montones de esos pequeños puentes hermosos.
Los pintores siempre tienen de esas hermosas paletas.
Así que el burro ya está así.
Y después así.
(Jozef interpreta la escena).
A ver, ¿quien me arrastra ahora por encima del puente?

(Risas).

Y los monaguillos y María y José pensaron: ‘¿A dónde vamos hoy?’.
Me parece un consejo divertido para la iglesia católica, para que empiece a pensar de otra forma.
Lo encuentro una notita muy hermosa para enviársela al Santo Padre en Roma, así podrá ver que algo les pasa a la María y el José a los que vamos dando vueltas por nuestra sociedad.
¿Cierto o no?
Ya me gustaría tener un cardenal aquí esta noche; le ofrecería algunas sonrisas espirituales.
Quiero luchar con esa gente.
(Dirigiéndose a alguien la sala):

—Dígame, señor.
¿Sabe usted algo sobre el burro?
¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—Que quizá otras personas hayan añadido algo.
—Señor, eso no se nos ha concedido saber.
(Señor en la sala):

—Sí, puede ser que encima del burro... (inaudible).

(Suenan risotadas en la sala).
—Señor, es posible.
Es posible.
Una vez un verdulero me dijo, dice: “Cuando llego aquí y allí...”.
(Una señora dice algo inaudible).
Y de un campesino.
Sí, pero eso es donde nosotros, en el campo, ¿entiende? Eso en una ciudad no se vive así, allí la vida transcurre a demasiada velocidad.
Pero donde nosotros, en el campo.
Allí el verdulero ambulante siempre estaba en la esquina de la calle, con un caballo, y desde ese punto no conseguía que el animal siguiera, empezaba a negarse.
Y veinte años después, cuando ya estaba viejo el animal y casi moribundo, señor, entonces preguntó a ese señor: “¿Puede convencerme y contarme por qué mi padre siempre se detiene aquí?”.
(Dirigiéndose a alguien que entra):

Señora, pase, no se preocupe.
¿Y qué se imagina, pues, señor? ¿Por qué?
¿Por qué?
¿Lo sabe?
(Un señor dice algo inaudible).
No, es otra cosa.
Descubrió que ese hombre tenía un muchacho, como caballo, de la misma madre, y ese animal olía su hermano.
Y cuando llegaba allí, siempre oían: “Ji, ji, ji”.
Y entonces venían...
Y así el granjero tenía que haber sentido lo que significaban esos relinches.
Y decía: “¡Hola, hermanita!”.
Y entonces se detenía.
Ella también, eso mismo.
Pero ahora no hay camisas blancas de esas ni María ni José.
Sí, claro, de vez en cuando se ven esas cosas.
Podríamos dedicarle una noche hermosa.
Pero tengo que seguir.
(Jozef lee): “Hace unas semanas me puse en manos de un magnetizador, a raíz de trastornos intestinales nerviosos.
Después del primer tratamiento no experimenté resultados palpables, pero después del segundo, la semana pasada, llegué a sentir un frío glacial en el cuelo y en las piernas a través de la espalda.
Desde entonces me he puesto más nervioso que nunca.
¿Es un fenómeno habitual?
Su respuesta quizá pueda ser útil para todos nosotros.
Muchas gracias de antemano”.
¿De quién es eso?
(Señor en la sala):

—Mío.
—Sí, señor, no tengo intenciones de ponerme a analizarle ese magnetizador.
Y usted empezó a sentir un frío glacial en el cuello, y en las piernas a través de la espalda, y se puso cada vez más nervioso.
Claro, puedo ponerme a ofrecerle un diagnóstico, para mí mismo, que yo viví.
Por ejemplo: tenía gente y se ponía más nerviosa, solo un momento.
Un momento.
Tenían que ponerse más nerviosos porque esa fuerza acelera el sistema nervioso.
Pero es así como podré explicarle lo que ocurrió.
Y también ese flujo glacial en la nuca.
Porque parte del sistema nervioso astral y es aquí donde se divide; así que ese empuje de sus nervios atraviesan el cerebro y hacen... describen una órbita a través del organismo, regresan hasta los sentimientos y usted lo adopta.
Y entonces usted se puso cada vez más nervioso.
También puede ser que a usted se le acelere, que se le aceleren los nervios.
Pero, claro, claro, si tengo que comprobar, por medio del maestro Alcar, que llegó la aceleración, usted recibiría tanto más que nosotros lo desaceleraríamos; un instante una reacción más elevada y después otra vez serenidad.
Esa noche ya dormiría.
¿Y cuántas semanas lleva usted ya así?
(Señor en la sala):

—Cuatro.
—¿Cuatro semanas ya?
¿Y está cada vez más inquieto?
Entonces urge que vaya directamente a un buen médico de cabecera, señor, y pida...
Tal vez ya haya tenido medicina de sobra, ¿verdad?
¿No?
Entonces quizá una cosita de nada le sirva más que todo ese lío del magnetismo.
Quizá los nervios necesiten otra cosa, algo más fuerte.
Pero le tiene que dar serenidad.
Y si entonces en dos, tres, cuatro, cinco veces no la obtiene, señor, ya es demasiado tiempo.
Hay psicópatas y dementes, y personas que son una ruina, pero no veo que usted esté hecho una ruina.
Tampoco lo veo como un psicópata.
Dicho de otro modo: no está usted tan enfermo que esa profundidad se haya hundido de tal forma para esa enfermedad que el magnetizador no lo pueda hacer emerger.
Y entonces necesitará usted medio año hasta poder pisar suelo firme.
Eso, por ejemplo.
Pero no le haré un diagnóstico en lugar de su magnetizador, eso mejor se lo pregunta usted mismo a quien lo esté tratando.
Señor, exija que se le explique qué es lo que está pasando.
Y si no son capaces de eso, señor, si no saben hacerlo de forma espiritual científica —porque siempre podrá comparar mis diagnósticos con los de un médico— salga entonces corriendo.
Sea quien sea, salga corriendo.
Eso lo exigirá, ¿verdad?
Y es obligatorio.
El magnetizador tiene que ser capaz de analizar su estado, de lo contrario no lo es.
Y si usted siente que no dan en el clavo, señor, váyase, pues, porque entonces no hay seguridad.
¿Está contento?
Gracias.
Aquí tengo: “Ya llevamos un par de semanas con la cuestión de ‘la gallina y el gallo’”.
Ahora viene.
“El punto del que se trata principalmente es que la gallina también puede poner huevos sin aparearse con el gallo”.
Eso lo sabemos.
“De estos huevos no pueden salir polluelos, dado que no han sido fecundados por el gallo, ¿no?”.
¿De quién es eso?
(Alguien responde).
¿De qué se ríe?
(Señora en la sala):

—Yo pensaba lo mismo.
—¿Pensaba usted que esa señora había hecho la pregunta?
¿Qué pensaba?
(Señora en la sala):

—No, no pensaba nada.

(Risas).
—Sí, señora, el ser humano a veces también le da vueltas a lo de “yo y el huevo” y “el huevo y yo”.
Pero así no estamos todavía, ¿entiende?
Una gallina, una gallina clueca normal y corriente, una pollita, ¿puede dar a luz a crías? Esos huevos ¿son capaces de volver a dar a luz y de crear polluelos una vez que ese huevo haya salido sin que el gallo le haya prestado ni siquiera una mirada?
Bueno, ¿cómo quiere que lo diga si no, señor? Seamos honestos.

(Risas).
¿Es posible eso?
No, ¿verdad?
Así que entonces podría haber dejado de lado ese interrogante sin problema.
Así que la madre gallina —primero vamos a seguir eso—, la madre gallina pone huevos y así es como posee el alumbramiento y la creación.
Pero el ser humano tiene los mismos sistemas y usted no es capaz de eso, ¿verdad?
Pero usted, sí, señora.
Usted sí es capaz.
Usted pone...
Bueno, entonces lo digo yo.

(Risas).

Las señoras, las madres, no se conocen a sí mismas ni el erudito conoce la creación.
Y entonces volverán a decir: “Sí, Jozef Rulof lo sabe todo, solo él lo sabe.
No es más que fantasía”.
Sí, pero les demostraré que ustedes sí ponen huevos.
En su momento, toda madre pone un huevo.
(La gente responde).
¿Cómo dice?
(Una señora dice algo inaudible).
Sí, señora, usted tiene millones.
Sí, pero aún son interiores.
Eso la gallina, la clueca, también lo tiene, tiene ovarios, igual que los tiene el ser humano.
Cada animal; cada animal, bueno, no todos los animales, pero los mamíferos, todos.
Pero ¿a qué se debe, pues, que ustedes pongan huevos?
¿A qué se debe?
(Señora en la sala):

—A la menstruación.
—¿Quién dice eso?
¿Quién dice eso?
Allí está la hermana.
Cuando usted tiene la menstruación, señora, pone un huevo.
Pero ¿pueden aceptarlo?
(Gente en la sala):

—Sí.
—Es a es la evolución, es la evolución de ese huevito que rompe allí.
Es sangre, ¿verdad?, y ese huevito es creación, ¿verdad?
Es sangre.
Pero esa sangre es creación, es alumbramiento.
En ese huevito que se desgarra allí vive todo, ¿verdad?, tiene alma y espíritu.
¿No es así, señora?
¿Es así?
Sí, señor, ahora estoy mirando a otro Piet Hein.
(Señor en la sala):

—Claro.
—No, señora, ¿es así?
En ese huevito hay espíritu y alma y vida.
(Señora en la sala):

—No, eso aún no.
—¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Eso aún no.
—Pues no.
¿Ha empezado a vivir eso?
Es la vida divina misma, ¿no?
Así que eso es...
Le pregunto si eso posee alma, vida y espíritu.
(Señora en la sala):

—Eso no es más que vida.
—¿Por qué?
¿Qué hemos aprendido ahora?
(Señora en la sala):

—Si fuera alma y espíritu, ya sería una fecundación.
—Mire, señora, allí es donde la quería tener.
De modo que si a ese huevito se le hubiera infundido alma, tendríamos una fecundación.
Entonces no existiría la menstruación.
Pero es una materia, vida y espíritu, y tiene una personalidad.
¿Cierto o no?
Esas menstruaciones, pues, son sangre, son espíritu, son materia; y eso es blanco y rojo y amarillo, ¿verdad?
Y el huevito de la gallina es, según el organismo, es blanco y amarillo, es materia y espíritu.
Y solo cuando... cuando llega evolucionar donde la madre y una empieza a menstruar... entonces la gallina pone su huevo, y es exactamente lo mismo.
Pero el ser humano, este mundo, y el animal, aquel otro.
¿No es sencillo?
Y ahora el gallo, señora, ahora el gallo.
“Sobre este punto hemos recibido todo tipo de respuestas, que solo salen polluelos de los huevos fecundados por el gallo”.
¿Lo ve?
“O que a la gallina no le hace falta para nada ser fecundada...”.
Es que no hace falta, entonces da a luz y crea...
Usted no ha sido fecundada.
Si lo hubiera sido y es posible...
Ahora estamos atados todavía a leyes, pero la gallina no.
Tiene... pone... ¿cuántos huevos no pone una gallinita de esas?
De una profundidad universal.
Miles, centenares de miles, en una vida pequeña, corta, y entonces aún poseerá cien millones de huevitos en su interior y ya no podrá poner, se le habrá pasado el tiempo.
Una clueca de esas viejas, dicen, ya no pone, solo se le da de comer y entonces hacen sopa con ella.
Otra cosa diferente, claro.
Pero esto, “... que para nada es necesario fecundar a la gallina...”, eso es imposible para poner huevitos, para revelarlos, porque eso está... eso estaría reñido con la creación del ser humano.
Y el alumbramiento y la creación para la creación entera, para la vida entera, es exactamente lo mismo.
En eso no hay ninguna diferencia.
O, naturalmente, nos vemos ante creaciones en un solo grado.
Y eso es: hay vidas que se pueden fecundar a ellas misma y que por medio de ellas mismas...
En eso tenía razón Max Heindel, y es lo que él pensaba, lo había leído, en la naturaleza, a través de diversas especies animales...
Y ahora pensaba: también el ser humano.
Y resulta que en ese punto metió la pata.
Y Max Heindel vino a verme, dice: “Jozef Rulof...”.
Tenía que leer el libro suyo y entonces el maestro Alcar me lo trajo a él.
Digo: “Bueno, ¿es que también tengo que ponerme a combatirlo a usted?
Porque ahora no conseguiré a los rosacruces, puesto que usted ha dicho cosas por las que el ser humano... que hubo un tiempo en que este podía fecundarse a sí mismo, y eso es imposible”.
Dice...
Pero él veía al animal.
¿Y cuáles?
O sea, las creaciones posteriores, que lo han vivido todo.
¿Por qué precisamente la creación posterior posee alumbramiento, creación, y en la propia evolución también?
Es decir: las creaciones posteriores son capaces de dar a luz y de crear, y además de fecundar.
Toda la divina evolución macrocósmica está en manos de las creaciones posteriores, y no del ser humano ni de la gallina clueca ni de los organismos que son animales, materiales, humanamente naturales.
¿Y por qué es eso?
Ahora los pongo de repente ante ese huevito de nada, raquítico, hermoso, universal, macrocósmico, de la gallina clueca, de la gallina, los coloco ante la cosmología, que el maestro Zelanus explica en Diligentia, ante las estrellas y los plantes.
Y entonces cuéntenme lo que les parece.
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

—¿Qué desea comentar?
(Señora en la sala):

—Regresan a su vez a la fuente primigenia.
—¿Regresan a su vez a la fuente primigenia?
(Señora en la sala):

—Representan la fuente primigenia.
—No está nada mal lo que comenta usted.
Regresan otra vez a la fuente primigenia.
No está nada mal, pero eso no es.
Sí que está cerca.
Su pensamiento desde luego que es hermoso, profundo.
(Señor en la sala):

—No había final.
—Y no había final.
No sir. No sir.
(Señora en la sala):

—Que están condenados a extinguirse.
—¿Perdón?
(Señora en la sala):

—Que están condenados a extinguirse.
—No, señora, de eso no se trata.
“Estar condenados a extinguirse”, no.
Porque eso significaría otra cosa, pero eso no es.
(Señor en la sala):

—La creación posterior procede de la vida común, tanto de la paternidad como de la maternidad.
—¿Qué aprende usted en Diligentia cuando habla el maestro Zelanus sobre la divina entidad paternal?
¿Qué es lo que eso le enseña?
¿No lo sabe?
Quizá no llegue usted.
Es que en realidad no es fácil, porque hay que saber ver esto de manera cósmica.
Ya no de forma humana.
Y realmente no...
Claro, lo pueden...
Todo eso vive en la tierra, pero aquí en la tierra ustedes tienen problemas cósmicos, realidad cósmica.
Y el ser humano no las ve, no ves esas realidades, los problemas tampoco.
Pero se lo explicaré y entonces lo entenderán a la primera.
(Un señor dice algo inaudible).
Es que lo es, pero en el fondo no es eso.
De verdad, me gustaría darles la oportunidad y entonces verán, después de todo lo que han aprendido, que nunca llegaremos a estar en un punto muerto.
Tenemos esos...
Si ustedes también son cósmicamente conscientes, tienen que poder analizar cada ley, y eso no es más que: esta es la palabra, esta es la ley para la palabra.
Yo no puedo hablar al margen de la creación, porque he visto que el maestro Zelanus y el maestro Alcar y todos esos otros maestros se han convertido en entidades para la paternidad y la maternidad.
(Señor en la sala):

—¿Señor Rulof?
—Sí, señor.
(Señora en la sala):

—El juego que normalmente tiene lugar en la naturaleza, tiene lugar en el animal...

—Sí.

—... en cuanto a lo masculino, y probablemente también en cuanto a lo femenino, el animal no tiene...
—No, tiene que haberlo.
(Señor en la sala):

—¿Sí que tiene que haberlo?
—Todo eso tiene que haberlo.
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

—Dígame.
(Señora en la sala):

—Eso, pues, representa una sola paternidad y maternidad.
—¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Eso representa, pues, una sola paternidad y maternidad”.
—Exacto, señora.
Pero, ¿por qué?
Exacto, señora.
(Señora en la sala):

—No sabría decirlo.
—Mire, solo hay que pensar un poco más allá, eso es, pues.
Representa una sola paternidad y maternidad.
¿Y por qué?
Sí, eso le permite determinar que es usted Dios, y que es Dios como padre y madre, y que esas vidas en concreto no forman parte de la creación existente.
¿Y por qué?
Y que Dios al final no permite que esa vida se atonte, porque todos esos dones que usted posee como hombre y mujer llegan en las creaciones posteriores en un solo mundo —no solo el alumbramiento, la creación, el reino de los colores—, evolución en un solo estado, porque es ahora cuando se vuelve a dividir la paternidad y la maternidad y llega a ser un solo núcleo; pero entonces es creación posterior.
Así en realidad, las creaciones posteriores tienen más que nosotros, señora.
Una mariposita que sale de la pupa —y allí hay más—, y miles y miles poseen el reino de colores, la paternidad, maternidad en la propia fuente, se conduce a sí misma a la evolución.
Imposible de hacer con nuestras propias fuerzas.
Para eso requerimos la paternidad si es usted madre.
Pero eso es entidad como madre, la entidad como padre, ¿verdad?
Y son leyes divinas, creaciones, o sea, leyes existentes.
Y esto forma parte de las creaciones posteriores y no forma parte de la creación existente, porque estas vidas siguen en la tierra, han surgido a partir de la putrefacción.
¿No es algo poderoso?
Claro.
Contra eso no puede el erudito porque esta es la verdad.
(Jozef continúa leyendo):
“Nos gustaría recibir una respuesta al respecto, porque esta conversación simplemente se está convirtiendo en una pesadilla”.
De lo que todo el mundo está hablando.
“Sea donde fuere que llegamos, mi marido habla de la gallina y el huevo.
Una noche, incluso, me despertó...”, menudo, este, “cuando según él por fin tuvo...”, quiero hablar con ese hombre..., “una respuesta”.
Y yo dije: “Lamentablemente, resulta que yo no estoy de acuerdo”, y volvimos a estar dándole vueltas y comentándolo en plena noche”.
¿De quién era esto?
¿De usted que está allí?
¿De quién es esto?
Ah, de usted.
Hay que ver qué cielos son ustedes.
¿Y salió bien así entre los dos?
¿Encendieron la luz?
Encendieron la luz, calentaron un poco más de té.
¿Despabiladísimos?
Despabiladísimos.
(Señora en la sala):

—Sí, completamente despiertos.
—Hay que ver lo ricos que son ustedes.
Claro, eso sí que es hermoso, estas criaturas van a comenzar ahora.
Acaban de casarse, ¿verdad?
Hace no mucho, ¿verdad?
Miren, eso sí que son unos encantos.
Pero cuando luego ustedes también cumplan cuarenta años, cuarenta y cinco, le dirá a él: “Oye, para ya con darme la tabarra”.
Bueno, es que todavía no los creemos a ustedes.
Hoy comemos...
Hoy...
Ustedes siguen arrullándose, ¿verdad?

(Risas).

Todavía se encuentran en la era de arrullar.
Pero, ay, en breve, cuando nos... cuando hayamos dejado de estudiar.
Miren, señoras y señores, aquí empieza el nuevo siglo, he aquí dos hijos que han asistido a todas las conferencias, han leído libros.
El hombre ha vuelto a leer, ella le lee en voz alta, él a ella, tienen tiempo.
La madre, claro, tendrá enseguida un bebé, entonces ya no habrá tanto tiempo.
Entonces ella quizá diga...
Es cuando esté el renacuajo allá y tiene que venir un nuevo bebé...
“Oye, escucha”, dice él, “de repente me ha venido”.
Y ella dirá: “Sí, yo también lo sé, tengo que conseguir que esto se vaya”.
Claro, entonces ya no tienes tanto tiempo.
Después de veinte años, quince años...
Porque todo hemos empezado así; y entonces a ella le encanta que la despierte.
Y él dice: “Ay, hija, es una maravilla”.
Pero ahora hay otras cosas.
Si podemos retener eso, a pesar de todas esas desgracias sociales, se mantendrán jóvenes, se mantendrán hermosos, así entrarán en contacto.
Ese es el paraíso, señora, señor.
Reténganlo.
Señor, ¿saben ahora de dónde viene ese gallo?
Mejor me hubieran llamado un momento a mí, entonces habría subido y se lo habría contado a la primera.

(Risas).

Qué contento estoy de no haberme comprado un teléfono en todos estos años.
Porque la gente me ofreció una mansión, un coche modelo Cadillac y un teléfono en casa.
“No te cuesta nada, Jozef”.
Digo: “Sí, ya lo sé.
Y mañana te tengo al teléfono”.
Digo: “Pues no quiero ningún teléfono”.
Digo: “Pero...”.
Hay más de esos: “Oye, llamemos un momento al señor Rulof, aunque sea de madrugada, qué más da”.
“Bueno, es que eso, un teléfono donde los maestros, cuesta mil florines”.
Pero entonces ya no llaman de buenas a primeras.
Señor, ¿de verdad que lo sabe ahora?
(Señora en la sala):

—Quería hacerle una pregunta más.
Un conocido nuestro ha recibido un...

—Gallo...

—... recibió un gallito, un pequeño faisán; y contó que los huevos que ponía la gallina sin que el gallo se apareara con ella... de diez huevos hubo dos de los que sí salieron polluelos.

—Es posible.

— ¿Es factible eso?

—Sí, es posible.
Pero ¿de qué depende eso, pues?
Es una ley muy poderosa.
Es posible, sí.

—Claro, por eso nos vimos despistados.
—Sí, despistados.
¿Por qué la madre puede tener cinco hijos, cuatro, tres?
Por allí van los tiros.
Así que todavía ha quedado algo del gallo, de Herman, en el cobertizo, en la habitación, de lo anterior, que aun así influyó en la madre y la fecundó, inesperadamente, y sin que apareciera el señor.
No es más que eso.
En el espacio celular al que llega su semilla, su esperma, siempre permanece una atmósfera como mucosa, y es eso lo que se ha puesto a crear.
Que se ha puesto a construir.
Son esas primeras células.
La atmósfera.
Entonces se densifica y así ya se produce la división —es la luz del espacio— y surge la célula en sí que se pone a crear en ese gallo, ¿verdad?, que...
(La gente habla a la vez).
¿Cómo se llama él?
(Gente en la sala):

—En la gallina.
—No, no no, no, esto sigue siendo todavía el gallo y...
Ah, sí, sí que es en la gallina, sí que tienen razón: en esa gallina.
Y entonces aún hay algo allí por lo que entre diez, veinte, hay uno o dos que todavía han podido ser fecundados en un plisplás, pero que aun así es, sin la menor duda, del propio Hendrik, del propio gallo.
No estoy diciendo que eso lo haya hecho mi hermano.

(Risas).

Pero ese gallo se llama Hendrik o Piet.
Donde nosotros lo llaman... había uno, así de grande, señora, que se llamaba Jan.
Y Jan que venía corriendo.
Obedecía por el nombre de “Jan”.
A uno también le pusieron mi nombre, este se llamaba Joseph (Jozef pronuncia el nombre con una p).
“¡Joseph!”.
Y entonces aparecía y se giraba... y le daban ricos granos y después, bueno, pues, se volvía a marchar.
Entonces ese granjero dijo: “Estoy en contacto con mi gallo”.
Dice: “¿Sabe usted por qué?”.
Digo: “No, señor”.
Y me dice: “Mejor no lo comentaré”.
Y entonces aun así lo supe.
Eso es lo que deberían analizar ustedes dos esta noche.
A ver, analicen eso.
¿Hemos terminado, señora, con ese gallo y esa gallina?
Hay mucho más, ¿lo sabía?
A ver, piensen sobre eso.
Pero no hay que hacerlo por la noche.
Señor...
¿Lo quiere...?
Señora, alguna vez lo despierta usted a él?
(Señora en la sala):

—No, es él quien me despierta.
—Lo hace él mismo.
¿Y sabe usted lo que tiene que decir entonces, señora?
“¡A dormir!
A dormir, porque si no tendré que mandarte al médico en un mes.
Entonces se habrán enfermado los nervios”.
Por la noche hay que descansar, señor.
¿Lo hace usted?
Por las mañanas los ojos algo pesados, ¿verdad? Y solo por ese huevito, y solo por esa gallina clueca, ese gallo.
A partir de ahora a dormir, y después de cenar a charlar.
Aunque no tenga tiempo, pues, a esperar.
De madrugada a dormir y desprenderse de estas cosas.
Lo que estoy construyendo ahora usted lo vuelve a desintegrar por su búsqueda.
Pensar durante el día.
A mí tampoco me permiten pensar por la noche.
Si repasa eso alguna vez —de todas formar no conseguirá repasar la creación entera—, pero continúa, ¿sabe usted lo que construimos entonces, lo que usted mismo construye?
Está minando su salud porque se ponen a analizar, tan panchos.
Pero, oiga, eso no tiene ningún misterio.
Es el mismo problema que otra persona que quería jugar a ser Frederik.
Ahora están cosmologando sobre patines.
Hacia adelante de espaldas, a la derecha, a la izquierda.
Y por las mañanas uno llega así: “Vaya”.
Pues esa hora la han perdido, y eso mina su sistema nervioso.
¿Es que por la noche llega con cara larga a casa?
Claro que no, ¿verdad?
Siempre animado, ¿verdad?
(Una señora en la sala):

—Sí, eso sí.
—¿Sí? ¿Eso sí?
Claro, no se les escapará nada inconfesable.
Claro que no.

(Risas).
¿No le parecen divertidos estos dos, señora?
Son una delicia.
Continúo.
Si nos comprendemos, no está nada mal decirse otras cosas, sino todo se seca, se pone todo tan árido aquí.
(Jozef continúa leyendo):

“Estimado señor Rulofs”, aún siguen escribiendo Rulof con una s, me apellido Rulof, “me gustaría que me respondiera a las siguientes dos preguntas.
Algunos grupos cristianos predican —y se sienten felices ante esa idea— que Cristo murió por nuestros pecados y les parece eso más destacable que verlo como un ejemplo enviado por Dios.
¿No queda nada de este pensamiento y consuelo?
Siempre me topo con esto cuando lo comento con esta gente”.
¿De quién es esto?
Señora, si empieza con eso, se le sublevarán todos los protestantes, protestantes reformados y protestantes liberales y con todo, y se pelearán si dice usted eso, porque esa gente sigue anclada en esto.
No se lo puede quitar.
Porque lo que están diciendo, señora, no existe.
¿Y quiere explicárselo?
Si con esa gente usted...
Si entra en sus círculos, señora, ahórrese el esfuerzo —al menos si acepta usted esos libros nuestros—, porque... ahórrese el esfuerzo, porque nunca lo conseguirá con esa gente.
No se malgaste su energía.
No intente convencer a un ser humano protestante.
Si cree usted que quiere convencer a la gente, señora...
Si cree que yo quiero convencer a la gente... para nada es esa mi intención.
Usted sabrá en lo que convierte mis cosas.
De todas formas, no lo puedo seguir.
Y a esa gente no la puedo convencer, ni soñarlo.
Si me dejaran hablar mañana en la iglesia, si me dejaran decir esto y lo otro, ni siquiera lo haría, porque de todas formas no lo aceptarían.
Quizá sí si yo pudiera aclarar aquello: es así y asá.
Basta con que lo haga una sola vez, señora, y entonces ya arrancaré de esa masa: “¡Fuera ese hombre!”.
Esa evolución ni siquiera la pueden alcanzar, ni en una noche ni en un año.
Ni siquiera en una vida.
Porque cuando llegan a ese punto, sienten que se atreven a pensar al margen de la Biblia y de la palabra de Dios.
Señora, mejor déjeles hablar tranquilamente y cuando se sienten y tengan verdadero dolor, sed, hambre de aprender algo, entonces usted puede estar preparada y dirá: “¡Por aquí!”.
Pero entonces es que lo aceptarán, porque es cuando se ponen a pensar.
Esa gente no piensa todavía, dejan que otros piensen.
Pero el ser humano que anhela...
Me gustaría darles a todos el consejo: no busquen al ser humano que quiera aceptar esto ni busquen al ser humano para darle esto que es nuestro, de los maestros, del espacio.
Señora, no hace falta que usted busque eso.
Tiene que esperar hasta que el ser humano vaya a verla y diga, cuando esté delante de usted y le mire fijamente a los ojitos: “¿Sabe usted algo de Dios?”.
Una vez —en Estados Unidos, en Indonesia, en Estados Unidos— conocí a un señor, venía de Estados Unidos, había estado donde mi hermano.
Vino aquí y dijo, aquí a Holanda: “Señor, aquí estoy.
Oiga, a ver, escuche lo que me pasó”.
Y esto es aún peor, señora.
Ese hombre...
Hay más personas así.
Tenía la sensación de que tenía que cargar el espacio entero.
Con tal de que oyera...: “Ay, Dios, allí están empezando otra vez una nueva guerra, ay, de nuevo otra guerra, de nuevo otra guerra”,
y entonces sentía verdadero dolor.
Y ese ser humano...: “Ay, gente, ¿a qué viene tanta dureza y tanto horror?
¿Por qué hay que darle veinte años a ese hombre?”.
Un juez.
Y por todas partes sentía: él era quien cargaba con eso.
Así es el ser humano que carga demasiadas cosas sobre el cuello, sobre los hombros, que no se conoce a sí mismo y el que se desguaza por completo a sí mismo: un inconsciente.
Es cuando parece que esas personas ya disponen de un apostolado; quieren portar el dolor de la masa para Cristo y no hacen más que destrozarse.
El hombre dijo esto: “Llevo años y años en la selva y siempre ese ser uno con la naturaleza...”.
Preguntas, preguntas, preguntas, preguntas.
Y le hizo padecer a su mujer un infierno, porque él sufre y tiene dolor por querer conocer a Cristo y a Dios.
Es alguien que se muere de anhelo y de hambre... de hambre no es, ¿verdad?
No es de hambre, ¿no?
Tiene hambre, pero suena tan feo, tan raro.
Y hambre es lo que tiene, no recibe bastante, ningún libro...
Y cualquiera que sepa lo más mínimo de Dios, hacia allá se precipita.
No recibe respuesta, nunca se sacia.
Y una mañana se levanta y dice: “Mujer, hoy tiene que ser, lo estoy sintiendo: hoy tiene que ser”.
Y entonces dice: “Marido, lo espero.
Lo espero, espero que llegues a tener paz”.
Una tortura.
Dice: “Entonces tuve que irme de Bandung (una ciudad en Indonesia), de Bandung, detrás de Bandung”.
Pero ese día estuvo corriendo durante ocho horas —ocho horas, señoras y señores, en ese calor sofocante de allí—, desde las nueve de la mañana hasta las cinco de la tarde, como un completo demente religioso, podría decirse, no, sino como un ser humano que sabe conscientemente: todavía vivo, aquí sigo yo mismo.
Pero qué dolor y pena, y más pena, y una pena, pena, pena.
Entonces llegó de Bandung, por la noche, completamente hecho polvo.
Estaba por allí en un rincón, ¿entienden?, piensa: ‘Sí’, se mete en un portal, ya está en la ciudad; y allí está, pobre ser humano, apaleado y pisoteado por dentro, allí está, piensa: ‘Sí, oye, Dios, es que tengo que marcharme otra vez, porque si no la gente quizá piense que soy un ladrón.
Tengo que irme de este portal’.
Se va, llega aquí de pronto, de pronto está delante de la tienda.
Y él que mira: Dios mío, allí está.
‘Una mirada en el mas allá’, ‘Aquellos que volvieron de la muerte’, libros de Jozef Rulof.
Vuelve a llamar a aquel hombre: “¿Dónde puedo localizar a ese hombre?”.
Saca al hombre de su casa.
“Señor”, dice, “deme esos libros, deme esos libros, y aunque cuesten mil florines, necesito tenerlos”.
Ese hombre le vende todos los libros que había entonces.
Vuelve corriendo, se sube al coche y se va a casa.
Se sienta, toma una taza de café, también toma un poco de agua y dice: “Mujercita mía, acuéstate, esta madrugada voy a leerme todos eso libros.
Y mañana también”.
Por la noche, al día siguiente, había acabado los cuatro libros.
Entonces comenzó...
(Señora en la sala):

—Qué pena.
—Sí, qué pena.
Empezó a leer de nuevo.
Estuvo leyendo dos días, al tercer día se derrumbó, ya no podía más, se fue a dormir cuatro horas, cinco, a leer otra vez y entonces lo repasó de nuevo, dice: “Pues, ahora lo sé, Dios, Dios, Dios, gracias a Dios, ahora sé un poco más”.
Ese hombre tiene que ir de Indonesia a Estados Unidos, llega allí y oye el apellido “Rulof” y se encuentra ante mi hermano.
De inmediato me escribe: “Voy a ir a Holanda, ¿puedo ir a visitarlo?”.
Viene a verme: “Señor Rulof, ¿habrá guerra? ¿Volverá a haber guerra?”.
“No, ya no habrá guerra”.

Bien, eso fue antes de 1947.
Así que tenemos más libros aún para él.
Digo:

“Puede llevarse todos los libros”.
“¿Habrá guerra?”.
“No, señor”.
“¿Habrá...?”.
“No, señor”.
“La condena, ¿existe?”.
“No, señor, no existe la condena”.
“¿Existe un Juicio Final?”.
“No, señor, lo ha leído, ¿no?, los infiernos y...”.
“Ah, sí, claro.
¿Y de verdad que lo dice en serio?
Imagínese, señor, que eso fuera verdad.
Dios, ojalá pudiera creerlo a usted”.
Digo:

“Señor, no tiene más que continuar un poco”.
“Ojalá pudiera creerlo a usted”.
Digo:

”Señor, los ‘drudels’”.
“¿Cómo dice?”.
Digo:

“Pues, entonces mejor váyase a Güeldres, allí se lo cuentan aún mejor.
En La Haya a eso también lo llaman los ‘drudels’”.
Y entonces dice:

“¿Por qué?
¿Por qué? ¿Por qué, señor?”.
Digo: “Bueno, señor, ¿de verdad que pensaba que yo pueda convencerlo?”.
“¿Es cierto, señor, lo que dice?
¿Es verdad todo lo que ha vivido?”.
“Sí, señor”.
“¿Lo de la pintura también?”.
“Sí, señor”.
Digo:

“¿Ya se ha convencido?”.
“De verdad que usted mismo no sería capaz de pintar?”.
Digo:

“No, señor.
Y además, ¿qué más da si ya tengo un Rembrandt?”.
“Pues, sí, señor”.
“‘Rembrandt, ¿es suyo eso?’.
Rembrandt dice: ‘¿Mío?
¿Qué es mío?’”.
Digo:

“Señor, ¿está convencido de eso?
Señor, los cuadros no son capaces de convencer al ser humano, pero ahí están.
Yo no lo aprendí.
¿Y qué más da? ¿Y qué más da?
Pero escribir libros, señor, sobre esta doctrina... no es posible conseguirlos en Oriente, en Francia tampoco, ni en Alemania, señor.
Sí hubo un teósofo de esos y una mujercilla en el ámbito espiritualista, aquí también hubo uno, pero no se enteraba de nada, porque este lo explicaba de manera material.
Realmente, hay libros, señor, pero contienen potentes errores, porque los he visto: ¡esto sí que es cierto!
“Ojalá pudiera creerlo”.

(Risas)
No, señor, mejor no se ría, porque el mundo entero es así todavía.
Aquí hay algunos de los nuestros que todavía dicen: “¿Y será cierto eso?
Y, claro, dice esto, pero ¿será verdad?”.
Aquí hay gente que vino durante tres años, cuatro, señor, cinco a Diligentia, y ahora, de verdad, eso fue hace tres meses, decían: “¿Tú te lo crees que está en trance?”.
Pues, señor, lo que recibimos allí en Diligentia ya no es moco de pavo, ¿no?, ustedes ya me entienden.
De todas formas, lo que recibieron el domingo ya no es una fuerza humana la que habló allí.
He escuchado esa cinta.
Pero me... tuve que parar porque no podía procesarlo.
Allí es donde estoy en trance y aquí estoy despierto.
Y entonces fíjese, señor, en lo que me ocurre cuando asiste usted a eso.
Es que me debería usted... allí tengo que... (inaudible) allí en trance y es otra persona la que habla y yo estoy sentado aquí; entonces tengo que entrar, tengo que salir y me voy hacia allá, voy volando hacia el espacio y entonces tengo que aprender a quedarme sentado.
Allí ya tiene el fenómeno que no puede ser mío.
Y además, ¿qué más da, señor, si no sabe quién habla allí?
¿Y qué más da, señor; qué es lo que se cuenta allí?
Compárelo, por ejemplo, con el mundo.
¿Y qué más da, señor, qué le importa, pues, si en esos momentos hablara el maestro Alcar o el maestro Zelanus, o Cristo o Pedro o Judas?
Señor, se trata de lo que allí se cuenta, eso en este mundo todavía no se oye.
Bien, ese señor.
Así que llevan tres, cuatro, cinco años a tu lado en la mesa y piensan: ‘Menuda palabrería’.
¿Es que quiero enseñarles algo a esas personas?
Ese hombre no se enseña nada a sí mismo, está muerto en vida, señor.
No, señor, ese hombre no tiene sed, no tiene hambre.
Esa es la gente sensacionalista sentada alrededor mío que piensa: ‘Bueno, eso ya me gustaría verlo’.
No tienen sed, ¿no?
Para esa gente no se trata de la sagrada seriedad, del despertar, de Dios, de Cristo, ¿no?
Con mi sagrada seriedad estoy arrojando a la cara de esa gente mi sangre, mi vida, mi alma, mi espíritu.
Desciendo en esas personas y digo: bien, bien, bien, gente, si fuera capaz de dar mi corazón y mi sangre, me gustaría convencerlos.
“Bien, sí”, dice, “pero eso es cosa tuya.
Es cosa tuya.
A mí todavía no me dice nada si tú quieres dar tu sangre”.
Usted, ¿qué piensa entonces, señora?
(Señora en la sala):

—Que revienten.
—“Que revienten”, dice alguien por allí.
Ah, bueno, pues nada...
¿Por qué hay que decir a la primera “que revienten”? No es necesario, ¿no?
No, señora, si nos comprendemos, puedes hacerlo en tono mitigador y dices: “Los drudels”.

(Risas).
Pero ¿piensan ustedes que esa gente...?
¿Qué piensan de cuando estuve delante de Crisje y dije: “¿Sí, pero entonces me voy al Auténtico.
Y el cura de todas formas no sabe nada”.
Porque le he tomado el pelo.
Y he hecho que se le acabara el juego.
Pienso: ‘Si de verdad está en contacto con Nuestro Señor... porque lo está, ¿no?, es lo que no nos enseñan, ¿no?, en el catequesi, catequegi, catetecaja, catejéjus...

(Risas).
Y entonces volvía allí y el cura decía otra vez: “Bueno.
¿Has pecado?”.
“Sí, señor cura.
He robado peras, he robado manzanas”.
Pienso: ‘Es que no me da la gana contarte qué más cosas he hecho.’
Pienso: ‘Ahora ya me gustaría saber si ese señor de verdad... porque Nuestro Señor lo sabe todo’.
Digo: “Mamá...”.
Sí, primero desafié a Crisje.
“Mamá, Nuestro Señor, ¿lo sabe todo sobre los seres humanos?”.
“Sí, claro.
Nuestro Señor lo sabe todo”.
Digo: “Y el señor cura, ¿verdad que entonces...?, ¿verdad que entonces Él también sabe lo que sabe el señor cura y el señor cura, a su vez, lo que sabe Nuestro Señor?”.
Entonces ella pensó: ‘Claro, allí hay algo, ¿verdad?’.
Dicho de otro modo, Crisje dice: “El señor cura es la representación de Nuestro Señor”.
Pienso: ‘Entonces ya estoy’.
Y yo que me voy al señor cura.

“¿Señor cura?”.
“Dime”.
“Robo de peras y manzanas”.

Siempre la misma historia.

(Risas).
“¿Alguna cosa más?”.
Digo:

“No, señor cura”.
Casi dije “sí”.
Estupendo, el resto me lo callé, y pienso: ‘Ahora quiero ver si Nuestro Señor habla con este.
Pero, señora, no ocurrió.
A él se le podía tomar el pelo; pero no a Nuestro Señor.
Entonces dije a mamá, cuando volví, digo:

“Mamá, ese no sabe nada”.
“¿Por qué no?”.
Digo:

“Porque no le he contado todo”.

Digo:

“Ahora voy a ir al Auténtico, pero el Auténtico, Él sí que sabe.
Porque me ha entrado miedo”.

Y entonces me entró miedo.
Y entonces dije:

“Voy al Auténtico”.

El Auténtico verdadero.
Y ese tiene todo.
Y eso aquel señor, del que estamos hablando, jamás podía encontrarlo.
Eso no puedo dárselo ahora a la gente.
Y si le hubiera dicho a Crisje...
Más tarde, fui a verla, volví a contar la vida de nuevo, digo:

“¿Te acuerdas de aquello?”.
“Sí”.
“¿Te acuerdas de esto?”.
“Sí”.
“¿Te acuerdas de entonces, de aquello?”.
“Sí”, dice madre.
Estaba a solas con ella.
Otros fueron.
Crisje no dijo nada.
Otros vinieron: “Crisje, ¿de verdad que ocurrió eso con Jeus?”.
Crisje ni dijo nada.
¿Saben lo que decía la gente ya por entonces?
“Tonterías, yo he hablado con Crisje.
Crisje ni siquiera lo sabe”.
Pero no sabían que Crisje no hablaba de cosas sagradas ante terceros que no tuvieran nada que ver.
Porque eran cosas sagradas de Hendrik el Largo y de ella misma, mías y de Bernard y Johan y Hendrik, y de los hijos.
Estos decían: “Nuestra madre nunca ha hablado a la gente sobre su ser uno sagrado con sus hijos y Hendrik el Largo y Nuestro Señor”.
Eso, bueno, es lo que conseguíamos sacar de vez en cuando, pero entonces era sagrado.
Eso mi gran Crisje no lo hacía.
¿Y pensarían ustedes que si el ser humano no conoce las leyes de Dios y Cristo, que Nuestro Señor sea capaz de hablarle a nuestro cura?
¿Y se imaginan que esta fe, este sentimiento, ese anhelar de verdad, el señor los...?
Porque entonces la gente ya no dice: “¿Será verdad?”.
Señor, entonces es pan para su hambre y anhelo, porque será saciado.
Da igual que entonces proceda de Juan o de Enrique y da igual que sea usted el profeta Pablo o cualquier otro, o si habla francés, alemán o inglés, señor, entonces, señor, es (en inglés): “Sabe usted algo sobre Cristo, sobre el Señor”.
Y entonces puedes decir: “¿Sabes hablar en dialecto?”.
Si eso lo cuento en dialecto, según dice el maestro Zelanus en los libros, y Jeus escribe luego: “Ej que yo sí lo vi”, entonces es posible decir que uno es de Leiden, eso lo leerán más adelante en la parte 3: “Es un idioma de poca monta”.
Pero Jeus dijo: “Yo lo he visto, y ej que yo también lo he visto.
Porque yo estaba allí.
Lo vi”.
Pero el ser humano que no puede ni quiere aceptar eso dice: “¿De verdad que será así?”, y “Es cierto eso, señor?”.
“¿No habrá guerra, señor?”.
“¿No existe la conden...?”.
“¿Es cierto todo eso que escribe?”.
“¿No es demasiado hermoso para ser cierto?”.
“No, señor, ¡es cierto!”.
“Dios, entonces ya me lo creeré”.
“¡Los ‘drudels’!
Fuera”.
El señor se fue a Estados Unidos.
“Sí, señor, qué contento estoy.
Oh, qué contento estoy”.
Un poco, a pesar de todo, un poco.
“Ahora ya puedo seguir.
Oh, ahora ya puedo seguir.
Voy a trabajar para Cristo”.
“Bien, señor.
Estupendo”.
Llego a Estados Unidos y él que se viene de inmediato a la exposición.
Pues ese señor ha hecho muchísimo para las Naciones Unidos en los Países Bajos, ¿verdad?
Era el encargado de adquisiciones para los peces gordos, para el país y esas cosas.
Hacía todo, era un hombre pudiente.
Quizá le venda un cuadrito, as podré ayudar a mi querido Hendrik, así lo ayudo, ¿verdad?
“¿Qué cuesta eso, señor?”.
“Quinientos dólares”.
“¿Eso, señor?”.
“Trescientos cincuenta”.
Pienso: ‘Santo cielo, ese es el hombre que daría lo que fuera para aplacar su sed’.
Pienso: ‘No sería mejor agarrarle por las solapas y echarle del hotel Barbizon Plaza?’.
Pero, claro, eso no lo puedes hacer, ¿verdad?
Allí está ese señor, ha estado en Holanda, ya estuvo allí.

“Señor Rulof, ¿de verdad que eso...?
¿Sigue pensando en serio lo que me dijo en Holanda?”.
Digo:

“A ver, largo de aquí, y rápido”.
Digo:

“Señor, ¿es usted pobre?”.
“No”.
Digo:

“¿Le va bien?”.
“Sí”.
“Tiene usted coche propio?”.
“Sí”.
“¿Y también tiene un buen trabajo?”.
“Sí.
Tampoco es para tanto, ¿eh?, no es para tanto”.

Pero sí que estaba en Park Avenue.
Bien.
“Señor, eso cuesta quinientos dólares y con eso publicamos los libros para Nuestro Señor, para los maestros, para el más allá, para mejorar la humanidad”.
Sus refunfuños y sus dolores y sus sufrimientos y todas esas cosas que experimenta allí no le sirven de nada a la humanidad ni a la sociedad, porque el ser humano no lo sabe.
A mí ya me conocen un poco.
Señor, écheme una mano con la compra de un cuadro; digo: “Así Hendrik puede mandar imprimir otro libro”.
Pienso: ‘Pues, señor, un poco más’.
“Qué bonito este.
Ah, es precioso”.
Digo (Jozef pone un voz impostada): “Sí, señor, precioso, sí”.

(Risas).
Claro, y encima quieren que sea educado y tenga respeto por esa gente.
“Sí, señor, es precioso”.
Digo:

“Póngase de rodillas y a rezar”.
Y allí estaba la gente, echada:

“Señor, (en inglés): ¿me permite que medite ante sus cuadros?”.
Digo:

“Señora, por mí como si se los come”.
“Por mí como si se los lleva a casa.
Mejor póngase a rezar, señora”.
Pues, allí estuvieron echados durante horas y horas.
Digo:

“Ay, Señor, Señor, se me va a pique mi exposición”.
Y me puse aún más como un energúmeno.
Esos allí en Estados Unidos se ponen a meditar delante de mis cuadros.
El mundo dijo: “¿Lo ves? Ya estamos otra vez con lo mismo”.
La imagen hermosa, auténtica y pura de los maestros como arte en color, señora, la empezaron a mancillar ellos mismos, porque otra vez querían convertirla en una deidad.
Pero a aquel muerto de hambre, y a esa alma sedienta ni siquiera le vendí un cuadrito.
Ni siquiera tomó un libro de la mesa, señor, se fue.
Ni siquiera dijo un “buenos días” espiritual como Dios manda, porque esa educación estaba ausente.
Digo: “Y ahora fuera de aquí, déjeme de dar la murga, no quiero saber nada de sus ronquidos y refunfuños, deje de darme la lata.
Ya no tengo palabras para usted”.
Entonces mi hermano dijo: “Hay que ver cómo te pones”.
Digo: “Sí, tengo mis motivos”.
Digo: “Ya no quiero ver a ese hombre”.
Digo: “Salga, señor”.
Digo: “Váyase a Jerusalén y pregunte donde ha vivido su judaísmo”.
Digo: “Señor, ¿sabe quién vive en usted y se encarga de que se queda tan disarmónico?”.
Sí.
Digo: “Señor, este andaba en la guerra con una estrella sobre el abrigo, así lo sabíamos de inmediato, pero usted la lleva por dentro, eso es aún peor”.
Era Caifás, señor.
Uno de Jerusalén, que ha preparado allí algo y que ahora anda por el mundo... (inaudible).
¿Pensaba usted, señor, que Nuestro Señor iba a dejar reventar a la gente día y noche, de pena, de dolor, porque usted tenga miedo de que se hunda el mundo?
Entonces uno sí que debe de haber tramado alguna cosa.
Sí, lo vi.
Vino directamente del entorno de Caifás, aún le sonaban todos esos peniques.
Pero no quería deshacerse de ni uno.
Pero, oigan, que no era Judas.
Digo: “Vete, rácano”.
Allí están.
La semana pasada les ofrecí una imagen: iba caminando con una que tenía ciento sesenta y cinco millones.
El único placer que sentí allí fue (en inglés): “Permítame que vaya a dar un paseo con sesenta y cinco millones sobre la pierna”.
Ah, sí, “leg” es “brazo” en inglés, ¿no?
(Varias personas hablan a la vez.
Varias dicen):

“No”.
Ah, vaya, ahora aparecen los lingüistas.
Y yo que me pongo a caminar, digo a mi hermano: “¿Sientes algo?”.
Dice: “¿Y tú qué sientes?”.
Digo: “Más pobre que las ratas”.
Son más pobres que las ratas, ciento sesenta y cinco millones.
Y entonces todos, ah, sí (en inglés): “Nos gustaría hacer algo por Cristo”.
Bueno, lo digo de la misma manera, porque me lo tragué.
(Señora en la sala):

—“Esos libros suyos no era posible comprarlos en Nueva York”.
—¿Dónde dice?
(Señora en la sala):

—Imposible.
Imposible donde Macy’s, ni en Campbell’s.
En ninguna parte de Nueva York.
—¿No?
(Señora en la sala):

—No.
—¿Esta tarde?
Es posible, señora.
(Señora en la sala):

—No, allí no estaban a la venta”.
—Señora, aquí sí.
(Señora en la sala):

—No, en Nuevo York, se lo estoy diciendo.
—¿En Nueva York no?
(Señora en la sala):

—No.
—¿No en esas tiendas?
No, porque se podía...
(Señora en la sala):

—No.
Ni en Macy’s ni en ninguna parte.
—En Macy’s.
¿Estuvo usted en Nueva York?
(Señora en la sala):

—Yes, sir.
(En inglés:)

—Ah, ¿y también entiende holandés?
(Señora en la sala):

—Yes, sir.
—Señora...
(Señora en la sala):

—... aquí en Holanda.
—¿Es usted holandesa?
(Señora en la sala):

—No, soy norteamericana, pero no puedo oír.
—Ah, qué divertido, tenemos dos de Estados Unidos aquí.
(Señora en la sala):

—¿De verdad?
—Sí, señora.
Solo puede tener ese libro...
(Señora en la sala, en inglés):

—La gente holandesa es terrible.
—¿Terrible?
¿Por qué?
(Señora en la sala):

—Esto aquí me parece horrible.
—Ah, es posible, señora.
Sí, pero...
A ver, señora, mire, claro, (en inglés:) es posible, la gente holandesa es gente terrible, todos estamos locos y somos terribles.
(Señora en la sala):

—Locos.
—¿Locos también?
(Señora en la sala):

—Sí.
—Sí.
Naturalmente.
Señora...
(Señora en la sala):

—También, están locos.
—Locos, sí.
(Señora en la sala):

—Sí, sí.
—Sí.
Sí, así es.
(Señora en la sala):

—... de los libros...
—Señora, esos libros solo se pueden conseguir en White Plains, donde los Rulof Brother y no en Macy’s.
(Señora en la sala):

—¿Ah, donde West Plains?
—Sí.
(Señora en la sala):

—¿Donde Morristown?
¿Donde está Preston Park?
—Pues, no lo sé.
(Señora en la sala):

—¿No sabe usted donde está Preston Park?
—No.
(Señora en la sala):

—Es un lugar agradable.
—¿Es bonito, señora?
(Señora en la sala):

—Sí...
venga algún día.
—Ah.
(Señora en la sala):

—Sí.
—Pero allí puede conseguir los libros.
Y no donde Macy’s.
(Señora en la sala):

—Ni donde Macy’s ni donde Campbell’s.
Porque habla usted... (inaudible) tantas veces...
—Sí, señora, pero aún no hemos llegado a ese punto.
(Señora en la sala):

—Ah.
—Allí hemos empezado hace poco.
—¿Lo comprende ahora, señora?
(Señora en la sala):

—Yes, sir.
—Gracias.
(Señora en la sala):

—¿Señor Rulof?
Hablaba hace un rato de la estrella.
Soy judía, me gustaría tener una aclaración sobre esto.
—Señora, ¿es usted judía?
(Señora en la sala):

—Sí, señor.
—¿Ha leído usted mi ‘Los pueblos de la tierra’?
(Señora en la sala):

—No, todavía no.
—Le agradecería que lo leyera, señora.
(Señora en la sala):

—Bien, señor Rulof.
—Entonces...
Mire, ahora pensará, debido a que es judía...
Espero que no se lo haya tomado como una ofensa...
(Señora en la sala):

—No, no se trata de eso.
—Señora, andamos todos todavía con ella.
(Señora en la sala):

—¿Cómo dice?
—Todos andamos todavía con la estrella de Judá en nuestra alma.
Porque procedemos de los judíos.
Todos nosotros.
También los cristianos.
Pero debido a que aquí en Europa al hijo de Caifás se le ha marcado a fuego, como si dijéramos, con esa estrella...
Eso fue un acto horripilante.
Pero dentro de nosotros, señora, de eso estoy hablando.
El hombre aquel que estaba buscando —porque vi su pasado—, estaba buscando; ha vivido, naturalmente, un dolor y una lucha a vida o muerte en otra vida, y esa vida nos condujo a mí y a él de vuelta a Jerusalén.
Tuve que... hice lo que pude, pero lo que recibí fueron lamentos por cualquier cosa, y eso me recondujo a Jerusalén en tal y cual tiempo, y es cuando tuve que aceptar, según vi, que ese hombre vivió allí una lucha horrible.
Y ahora llega a la estrella.
La estrella es la señal de la Biblia y ... basta con retroceder.
Pero si quiere tener la explicación de eso, tendrá que leer la Biblia judía.
Y entonces llegará a ver también la cristiana, pero entonces nosotros ya no estamos dentro.
Y era eso, ahora ya no la llevaba sobre el abrigo, pero la tenía todavía por dentro, porque ese pasado, esa tarea, y a saber lo que hizo ese hombre allí, no era capaz de olvidarlo, seguía viviendo dentro de él.
Y todavía esa duda, ahora viene: “¿Eres Cristo?”.
Y entonces dijo Cristo: “Sí, tú lo dices”.
Y allí sigue metido.
Ese hombre duda sobre cualquier cosa.
Y eso lo reconduce a Jerusalén.
Y eso es lo que me parecía.
¿No ha extraído usted eso?
(Señora en la sala):

—Bueno, claro...
—Mire, ahora eso se convierte en sabiduría.
¿Entiende?
Ahora se convierte en sabiduría vital.
Lo hemos sido todos.
Pero los maestros les dicen: si en Jerusalén Caifás hubiera aceptado a Cristo, señora, ahora habríamos recibido la conciencia espacial, divina, para todos los pueblos, ¿no?
Y eso ahora no ha pasado, no ha sido posible.
Y ahora el pueblo judío vuelve a seguir y se blinda contra Cristo, y espera hasta que aparezca Él sobre las nubes.
Pero, señora, eso se lo puedo explicar sin duda, y puedo decirle, según he aprendido por medio de los maestros...
No tengo nada mío, todo lo he recibido por medio de los maestros, porque tengo este contacto.
Ellos dicen: “¡Él estuvo!”.
Y es que es Él.
Y ahora están esperando otra vez para nada.
Y esa es la duda, señora, tenemos que serlo todos, pero es la duda en este ser humano.
Ese hombre, esa mujer, es imposible convencerlos, es imposible darles nada, porque la duda de Jerusalén es la esencia profunda por la que sufren.
¿No es cierto eso?
(Un señor dice algo).
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

—¿Qué es?
(Un señor dice algo).
Bien, también tengo aquí: “Me gustaría recibir...”.
¿Terminé esa pregunta?
(Señora en la sala):

—Sí.
—¿Está acabada del todo?
¿Tiene más preguntas?
Se trata de la duda.
Se trata de la duda.
Se trata de la Biblia.
Se trata del ser humano que no es capaz de aceptar al Dios de todo lo que vive ni a Cristo.
“Me gustaría que me respondiera a las siguientes dos preguntas.
Algunos grupos cristianos predican el pensamiento de que Cristo”, de eso se trata, “murió por nuestros pecados, y eso les llena de felicidad”.
Mire, señora, ya estamos otra vez con lo mismo.
Él murió por nuestros pecados.
No, señora, a Él lo asesinaron.
Y eso, a su vez, suena duro.
Al Mesías lo asesinaron a conciencia.
No se lo creyeron.
Ya estoy aquí otra vez machacando y machacando y machacando y machando y diciendo: “Sí, es que así es”.
Como esta misma tarde, con un doctor, con un erudito, una hora antes de llegar aquí, una lucha a vida o muerte.
Dice: “Claro, es que ustedes están tan seguros.
Y ahora, claro, piensas que nosotros somos alucinaciones’.
Digo: “Sí, señor, hace tiempo me contaste una vez algo, que sentiste una mano que te guiaba”.
Digo: “¡Pero de allí has salido!
Estás detenido.
Antes tenías humildad y sencillez.
Y entonces decías: me vino desde el universo la mano de Dios que guía”.
De lo contrario el hombre se habría cortado las venas de las muñecas con un cuchillo de afeitar.
Y entonces alguien en el espacio y de su entorno dijo: “No lo hagas y escucha, e inclina la cabeza”, y la inclinó y sigue vivo.
Digo: “Pero de allí has salido ahora”.
¿Y por qué, señora?
El hombre está ahora en la vida con mayor estatura, y ya se olvidó de esa dirección.
Lo golpeé, pero él quería ser golpeado.
Pensó que iba poder epatarme, pero no fue capaz de hacerlo con su ciencia.
Porque la esencia y la dirección, señora, vienen del mundo astral.
Y entonces volvemos con eso de: “¿Tú te crees ese cuadro?”.
“¿Usted se cree esos libros?”.
“¿Se cree usted esa palabra?
¿Y no cree usted que ese hombre no estará...?
¿Lo ponemos en la hoguera? Porque otra vez se está excediendo”.
Y es que vamos muy lejos.
Porque hemos mirado detrás del ataúd.
Ahora está usted allí otra vez.
Mejor se lo da.
La mano que guía es cuando el nacimiento, y lo es cuando la muerte, y así con todo; eso se ha podido ver e intuir de cierta manera, pero no del todo; desaparece igual de rápido.
Si esta madrugada pudiera ver usted todo eso detrás del ataúd, yo ya no tendría nada que contarle, señora, ya podría irme a casa a descansar y pensar: ‘Ahora por fin voy a hacer otra cosa, porque es mucho más hermoso’, pero usted todavía no mira allí detrás.
Hay personas que anhelan de verdad y que aceptan palabra por palabra.
¿Qué ha pasado conmigo desde que soy niño?
Ojalá hubiera venido alguien cuando yo miraba al espacio y veía globos, y mi madre decía: “¿Y ahora qué estás viendo?”.
“Globos, mamá”.
Mamá.
Donde nosotros no decimos “mami”, allí es “mamá”.
Y si dices “mami”, entonces pasa algo.
Bueno, otro dice: “Mami”, “dime, mami”.
Y entonces yo ya vivía el holandés desde el mundo astral.
Holandés: “mami”.
Aquí se dice “mamá”.
Más tarde eso desapareció.
Pero esos globos allí estaban.
Había una figura al lado.
Hendrik el Largo dijo: “Está loco.
Anda ya.
Y hoy, ¿qué cosas hemos vivido?”.
Ay, Dios, estaba en el atrio.
¿Ha leído usted mis libros ‘Jeus de madre Crisje’?
(Señora en la sala):

—No, acabo de empezar con...
—Ah, señora, debería usted leer esos dos libros, así tendrá el comienzo.
Sí, claro, ahora he podido mirar detrás del ataúd.
Usted no puede.
Pero hay gente que ha recibido sueños, mensajes de sus hijos, de sus padres y madres.
¿De verdad?
Bueno, ¿y cómo han vivido ustedes eso?
¿Cuándo recibe usted fundamentos?
Puedo hablar como un cicerón, puedo contar a la gente, a mis hermanos, a mis hermanas y a todo el mundo los asuntos más sagrados.
Señora, no piense que no siento, que no siento categóricamente: sí, tanto entra sobre ruedas y el resto se lo lleva el viento.
Él todavía no lo puede aceptar.
Y ella todavía no lo cree.
Y aun así continúo.
Aguanto.
Tengo valor para luchar por el amor y un ser humano.
Y con que me digan una sola vez: “Oye, a ver cuándo dejas de dar la matraca.
Ya no quiero oír tu charlatanería gratuita”, pues, entonces me iré, pero seguiré amándolos.
Tan feliz.
Puedo decir con honestidad, señora: “Aprecio al judío, y al católico y al protestante, porque es vida.
No voy a deshacer al ser humano porque tengan la fe.
No me malinterpreten: en la guerra luché por el judío.
Digo: “Espantajos tontos, dejen de aceptar al Caifás y a ver si se atreven por fin a aceptar ese Cristo verdadero.
Acepten tan solo por diez minutos que es Él.
¿Y qué más da?
¿Trajo cosas malas?
Lo que dice la Biblia es sorprendentemente divino y hermoso.
Él no nos conduce a una guerra.
No nos deja tirados por un puñado de monedas.
Ustedes venden a cualquiera si es posible.
¿Fue malo ese rabino, ese judío?”.
—Pues, algo de razón tiene.
—Sí, sabe qué más tiene, señora?
Allá, un tecito, qué rico.
Hasta ahora.
DESCANSO
Hace solo unos momento me entró un hermoso pensamiento.
Y era una conversación que mantenía con un ser humano sobre esto... sobre esto de las dudas, ¿entienden?
¿Cómo se le puede convencer al ser humano?
¿Y cómo le pueden despojar de la sensación de que esto y aquello es verdad?
Y también hay gente que reza, reza, reza, reza y reza y que pide: “Dios, Dios, Dios, dame la verdad, la luz y la vida”.
La iglesia católica reza, la criatura protestante.
Cuando uno oye cómo se reza...
Aquí hemos recibido preguntas por las que el ser humano reza, reza, reza.
“Dios, dame la verdad y hazme saber algo”.
Y entonces la gente me dijo, me pidió: “¿Es posible rezar por cualquier cosa?”.
Y entonces dije: “No”.
¿Y por qué no?
Señora, su hijo tiene que morir, es evolución, porque la muerte no existe.
¿Cómo quiero conseguir a base de rezos, pedirle a Dios que dé la vida a esa criatura?
No quiere usted perder su hijo, pero este vive su propia evolución y tiene que irse, porque no hay muerte.
Así que la muerte es evolución.
¿Por qué tienen que detener ustedes, padre y madre, a su hijo, la evolución de su hijo rezando contundentemente?
Pero ¿quién se lo puede creer?
Aunque es algo poderoso, ¿no?, porque: “Sí”, dicen, “claro, claro”.
Ah, sí, señora, ah, sí, señor.
Van aprendiendo, no es usted católico, no es usted protestante, puedo comenzar ahora mismo.
¿Por qué?
¿Por qué no cree usted?
¿Por qué no se cree esto? Dios hace todo conforme a Su saber, Su justicia, Su armonía.
Y entonces hago la pregunta, la repregunta: ¿De verdad que Dios es justo?
¿Sí?
Bien.
¿Es Dios Dios?
¿Sabe Dios lo que hace Dios?
¿Lo que Él hace?
“Sí”.
Bien.
¿Todo bien?
“Sí”.
¿Por qué no se desprende entonces de ello y se lo da a Dios?
Entonces estará bien, ¿no?
Así que muerte muerta.
Bien, ni siquiera muerta.
La muerte es muerte, pero el niño hace la transición.
Adiós oración.
Dios sabe lo que Él hace.
Ya está.
No, todavía no, otra vez algo nuevo.
Bien.
Otro dice: “He rezado para esto”.
Alguien fue a ver a ese ser humano, hablaba, cotilleaba, parloteaba sobre el otro ser humano: desintegración.
Y entonces dijo ese ser humano: “No, no tengo al otro ser humano por el que recibo la verdad.
Me elevo”.
Y ese ser humano se fue elevando.
Y dijo: “Dios, Dios, Dios, dame la verdad.
Permíteme saber”.
Y fue una oración muy seria, una petición muy seria al Poder Supremo: dame la verdad.
Entonces ese hombre dijo, preguntó: “¿Es posible eso?”.
Digo: “No, señor, no es posible, esa oración no dice nada.
¿Por qué no se ha ido usted a ese otro ser humano para peguntar: ‘¿Es verdad aquello que cuenta ese señor?’.
Señor, entonces no hará falta que haga súplicas y ya no hará falta que durante cuatro, cinco años, quiera pedirle a Dios: “Dame una respuesta”.
Vayan a la verdad, a quien es sobre el que se habla, cotillea, parlotea, deshace; y ya la tendrían.
Así que esa oración y todos esos dolores y todas esas peticiones allí en su ser uno, en su casa y donde quiera que esté, todo eso es para nada, si van directamente hasta la verdad en la tierra”.
¿No es así?
“No hace falta que el ser humano dude.
El ser humano...”, dijo el maestro Zelanus la semana pasada en Ámsterdam cuando hubo la pregunta: “¿Qué es el deseo?”.
Señor, si desea de verdad, si desea de verdad hacer el bien, lo será usted.
No, señor, no hace falta que desee hacerse bueno y hermoso: empiece y lo será.
Adiós dolor, adiós empuje, adiós estar buscando todo el tiempo.
“Me gustaría tener esto”.
Señor, séalo y lo será.
Claro, si pide tener un rascacielos y un hermoso chalé y un Cadillac..., claro, señor, entonces ya son otras cosas.
Pero si queremos elevarnos para nuestra vida interior espiritual y decir: “Quisiera que algún día el ser humano pudiera aceptarme.
No me topo más que con desintegración”.
Señor, eso son tonterías, señora.
Si usted irradia amor y cordialidad y justicia, entonces no ha habido todavía nunca un ser humano loco en la tierra que no lo haya querido tener.
Hágase verdad, hágase justicia, séalo, deséelo, además, y vivirá y recibirá deseo espiritual, lo verá, lo será, lo irradiará.
¿No es así, señor?
¿Es que es tan difícil?
El ser humano: “No puedo, no puedo.
Es demasiado difícil para mí”.
¿Qué es difícil? ¿Pensar con claridad? ¿Pensar de forma justa y con amor, para sus hermanos y hermanas, para un ser humano?
No hace falta cargar con eso.
Señor, ¿cuándo se piensa en la dirección equivocada?
Su usted no para de entrar en casa de una mujer, como hombre, cuatro días seguidos, para hablar con esa señora, con una mujer que está sola.
¿Qué dicen los vecinos?
“Vaya”.
¿Por qué no tiene usted el respeto de pensar: ‘Ya estaré mancillando a ese ser humano si toco la puerta’?
¡Deje de hacerlo!
Sí, eso también ocurre.
Hay entre nosotros quienes quieren convencer a los seres humanos, llaman cuatro veces a la puerta en plena noche y entonces quieren hablar con esa gente, pero no entienden que así ya mancillan al ser humano.
Porque el mundo habla.
Un ser humano que lee estos libros ya no necesita a los demás; tienen que venir a verme a mí, de usted no van a aprender nada.
¿Es cierto?
¿Lo ven? Locura soberbia.
Crear y dar a luz, señor, pero, vamos, aprenda primero los fundamentos: quiero ser respetuoso, humilde benevolente, justo, amoroso.
Si usted me ama, señor, entonces ¿por qué llama en plena noche y me molesta cuando duermo?
¿No es así?
El ser humano que...
Esa es la maldita duda en el ser humano.
El ser humano dice: “Yo rezo, yo rezo”.
No hace falta que rece si quiere ser veraz; entonces el amigo vendrá por sí solo.
Pero si lo sabe, ¿cuándo dice usted: “Ponte detrás de mí, Satanás”?
Una vez hablé con un hombre al que calumniaban, mancillaban, infamaban.
Y entonces dijo: “Cuando oí lo bueno y lo verdadero y lo real”, entonces dijo, “entonces ya no tuve nada que decir”.
Y después vino aquel a verme y miré en esos ojos, dije: “Estuve allí y se me explicaron las leyes, eran amorosas, benevolentes y cordiales, ¿qué más tiene que decir usted?”.
Miré en esos ojos y se pusieron amarillos, verdes, azules, pálidos.
Y el ser humano salió corriendo.
Adiós ser humano.
¿Por qué, señor?
El Satanás salió del paraíso.
Miren, es cuando ese bicho de la serpiente se va arrastrándose.
Y entonces quiere largarse, de lo contrario se le corta la cabeza.
¿No es así, señor?
¿No vive usted eso a diario?
¿Qué quiere usted si busca a Dios, si busca a Cristo, y “¿será verdad eso?”?
¿No dijeron eso a su vez en Jerusalén?
¿No dijeron eso en Jerusalén?
Y “¿Eres Tú de verdad?”.
¿Qué más da?
Y entonces dijo Cristo: “¿Has visto a un ser humano con estas marcas?”.
“Sí”, dijo un mago, “eso yo también lo sé hacer.
Las tengo en cinco minutos”.
Y empezó y los tuvo.
¿Ves?
Sugestión.
Pero los tenía.
Le salía sangre de las manos.
“Soy Cristo”, dice.
Y entonces dice Cristo: “Encima eso también se mancilla”.
No, señor, eso no fue mancillado, porque se convirtió en arte, arte mágico espiritual.
La ley oculta como fuerza de pensamiento y sentimiento produjo estigmas.
Y era él, pero por muy poco no lo era.
Ah.
Porque detrás de eso, señoras y señores, vive el Verdadero con las verdaderas señales.
Y cuando estás delante de eso, ya no es arte oculto, sino sangre viva de Su corazón.
Y si miras a esos ojos, señor, sigue habiendo todavía colorcitos y lucecitas.
¿No es cierto?
Y cuando veo al equivocado, señor, al mago equivocado, ese ya no tiene una lucecita en los ojos.
Les contaré otra cosa hermosa, lo glorioso que puede ser el ser humano cuando busca.
He vivido un drama, que el ser humano iba a otro —sigue tratándose de esa duda en el ser humano— y este oía tantas cosas, y estaba ante la verdad, también había fanfarronería, locura soberbia, pero no había esa verdad.
Dijo: “Ya te contaré algo”.
Y el ser humano entró y miró a los ojos, a las lucecitas del ser humano que habían estado, y de pronto dijo: “Oye, tío, eh, para ya.
Tus lucecitas han desaparecido de los ojos y eso lo dice todo, ¿no?”.
Señoras y señores, si se enojan de verdad, ¿no creen entonces que su marido, o su esposa, verá que se le cambian los ojos?
Entonces entra otra cosa.
Y si se trata de Dios y de Cristo, sí, señor, y de la realidad del espacio, directamente, sin embargo, de Gólgota allá en Jerusalén...
Y entonces también se trata de un burro, aunque iba directamente por las calles de Jerusalén, y no había quien lo parara, porque le había infundido alma el Yo divino, el Mesías: era uno con ella.
¿Pues?
Y entonces ese ser humano fue al otro y dijo: “Ponte detrás de mí, Satanás”.
Ingeniero, ya puede ponerse a llorar, me parece bonito.
Tiene usted un corazón, sensible, hombre, llore, llore.
Qué alivio, verdad, cuando uno puede llorar de verdad, por dentro.
Sí, eso le hace bien al ser humano.
¿Lo ven, muchachos? Allí tienen a dos que ya son adultos y que todavía saben llorar.
Ustedes comienzan, pero estos ya tienen una buena edad y estas personas han vivido cosas poderosas, una vez lucharon por la verdad, por la justicia.
Y pensaban que era Él, pero él justamente no lo era.
Tengo sentada conmigo aquí gente tan hermosa, golpeada y pisoteada.
El ser humano maldice a los colaboracionistas holandeses de los nazis, pero son precisamente buenas criaturas (véase el artículo ‘NSB y el nacionalsocialismo’ en rulof.es) que pensaban: ‘Ahora va a empezar, ahora vamos a tener un nuevo mundo’.
Y no tuvimos un nuevo mundo.
Pero lucharon por el bien de la humanidad.
Pero no por el rojo, el blanco y el azul.
(En inglés):

¿Qué tal esto?
Oigan, pues sí que es hermoso lograr hacer llorar así a los hombres.
Cierto, uno tiene que haber vivido el dolor, y después uno tiene que haber conocido una lucha, y después hay que conocer la sociedad, y entonces uno conoce la mentira y el engaño, y entonces uno conoce las desgracias y la traición.
Y si es entonces cuando uno llega al ser humano, después, después de todo ese júbilo y esas torturas, y después de esto, cuando nos atravesaron todas esas desgracias del diccionario y pasaron por encima de nuestra cabeza, y si entonces uno todavía puede decir: “Amo a Cristo verdaderamente y no se puede dudar de Él, porque es imposible crear evolución por medio de la dureza y la destrucción y de la violencia descarnada, pero sí de manera material animal, pero no, no, no espiritualmente”, y si entonces uno sigue siendo incapaz de la matraca gratuita de un loco como Jozef Rulof, entonces desde luego que tiene que haber algo en sus corazones que haya llegado a despertar”.
Entonces la sangre no le saldrá corriendo por la boca, sino que el corazoncito dirá, “tic, tic, tic”, en la buena dirección.
Ppwrft, ppwrft.
¿Qué tal dije eso, Bernard?
Aquí tengo la pregunta: “¿Cómo podemos ayudar a quienes fueron nuestros seres queridos y que fallecieron?
Si pensamos mucho en ellos, quizá los estemos apartando de su tarea.
Pero si todavía son inconscientes, ¿cómo los ayudamos entonces?”.
Esta sigue siendo la pregunta suya, señora.
¿Verdad?
Señora, estas preguntas las leerá usted después en este libro nuestro.
Pero sí que le ofreceré algo.
Estas preguntas se han hecho bastantes veces.
Ya hemos acabado un libre, mire, estas preguntas de 1950-1951.
Este invierno volvimos a acabar otro libro.
Esas preguntas han sido analizadas.
Las tenemos en un cierto plazo, están listas, luego el dinerito, y a la imprenta.
Es el libro más hermoso para la humanidad, porque contiene miles de preguntas explicadas espiritual, espacial, divinamente.
Señora, a sus fallecidos, a sus seres queridos no los puede ayudar.
Tampoco puede rezar por ellos.
Allí estamos otra vez.
¿Es duro?
¿Es duro?
Cuando parta de aquí y llegue “detrás de la muerte, del ataúd”, entonces vivirá allí como una personalidad astral, o bien ya estará usted en el mundo del renacimiento, volverá a la tierra y aún no tendrá una continuación astral consciente, eso es el más allá; entonces lo que tendrá que hacer es volver a la tierra y volverá a ser usted hombre o mujer.
Pero si están detrás del ataúd —¿ha leído usted ‘Una mirada en el más allá’, así podré profundizar más con usted?—, si están allí y tampoco querían escuchar aquí, señora, el amor y la cordialidad y la benevolencia de usted, ni ver lo bueno en usted, sino que prefieren el dinerito, prefieren la sociedad, no tienen hermanos ni hermanas, señora, entonces estará usted impotente ante esa vida de Dios, y entonces ya no será su padre ni su madre ni su hijo: será un grado de vida del espacio de Dios, porque contiene a Dios.
Y si esa vida sigue siendo inconsciente y dice: “No quiero eso, porque no lo creo”, y si todavía no son capaces... todavía no son capaces de pensar de forma espiritual y espacial, si siguen unidos a la Biblia y les gusta la condena, el Dios de odio del Antiguo Testamento y de la destrucción, señora, entonces estaremos impotentes y no podrá hacer usted nada para los seres humanos.
Así que si son inconscientes y viven debajo de la primera esfera, ¿cómo va querer usted alcanzar a esa gente?
¿Qué quiere hacer usted para esa gente?
Lo comprobará a diario, yo también, por mucho que hable no me va a convencer, y puede tener cien mil pruebas, esos cuadros y esos libros y más cosas, allí está...
Pero ¿quién me da la realidad?
Y esa realidad está y si usted dice —porque de eso se trata para nosotros—, de eso se trataba para Cristo: “Hay que amar todo lo que vive”, y hay que ser cordiales.
¿Por qué tenemos que traicionar nuestros hermanos o nuestra propia sangre, y venderla y despilfarrarla?
¿Y ahora la otra vida? ¿Gente con la que no tenemos que ver?
¿Cierto o no?
Así que al ser humano que vive aquí debajo de la primera esfera ya no se le podía ayudar.
Y allí tienen que... ahora viene un estadio siguiente; y entonces verá usted ‘Aquellos que volvieron de la muerte’, y leerá el libro aquí.
¿También lo leyó ya?
Entonces verá a ese cochero calvo al que conocimos aquí en La Haya, que dijo en (el cementerio de) Oud Eik en Duinen: “Paf, paf, paf”.
Y allí estaba yo con mi taxi, había llevado allí a gente, digo: “Si es así, ¿vas a abuchearme ahora?”.
“Pom, pom, pom”, dice: “Estoy día y noche encima de los cadáveres y los fiambres no oigo nada”.
Eso fue un sarcasmo.
Digo: “Tienes razón, Gerhard”.
Digo: “Pero ya estoy dibujando por medio de esos fiambres y ya estoy pintando y veo”.
Y estaba encima del pescante con ese gran Stetson negro —ya sabe usted, los que llevan en los Estados Generales, pero en este caso negro—, allí estaba, dijo: “Bom, bom, bom, y todavía no he oído nada”.
Digo: “No, claro”.
Dos semanas después estaba detrás del ataúd y un tiempo después volvió y se le concedió contar sobre su vida en ‘Aquellos que volvieron de la muerte’.
Señora, ese ya no da golpecitos, ya no lo hacía.
La poderosa prueba de Rosanoff —ahora puedo pronunciar ese nombre, la conciencia más elevada de la iglesia rusa ortodoxa, que he tratado aquí, las hijas y los hijos, las hijas, los hijos pequeños no querían que yo hablara, pero ahora que lo sepan.
Era Rosanoff, ese ruso, que leyó ‘Una mirada en el más allá’ y que se puso enfermo y me convocó: “¿Es cierto esto?”.
El señor hablaba un holandés pobre.
Hablaba con la misma hermosura que un niño: “¿Es cierto esto, señor?
Es demasiado bonito para ser cierto.
Ah, ah, si fuera cierto”.
Digo: “Es cierto, señor”.
“¿Usted todo vivido?”.
Digo:

“Sí, señor”.
“¿De verdad, señor?”.
“De verdad, señor”.
“Ay, Dios, ¿usted profeta?”.
Digo:

“Pues, seguramente.
Que come pan, añada eso, mejor.
Al que le gusta tener luego veinticinco centavos, o cinco”.
Un profeta que come pan que está fumando un cigarrito, ¿y cómo va a ser eso un profeta?
El hombre regresa, se pone peor, cáncer.
Nada que hacer, señora, solo puedo aliviarle.
A las seis y media me llega alguien de Scheveningen para un tratamiento y le trato la cabeza, con su pequeño pólipo, y de pronto se manifiesta el ruso por medio de mi maestro Alcar.
¿Tonterías, señora?
Y dice: “André, ¿quieres mirar un momento su tu amigo el sacerdote está aquí?”.
Y Rosanoff dice: “André, Jozef, yo volar aquí, todo verdad, todo verdad.
Me tiro de cabeza.
¡Maestro aquí, maestro aquí!”.
Digo:

“Sí, te veo, corazón”.
“Esta madrugada, tres y media, morir.
Fuera, siempre fuera, eternamente fuera.
Volar, aprender.
Maravilloso, maravilloso, maravilloso”.
Digo al señor:

“¿No oye nada?”.
“No, señor”.
“¿No ve nada, señor?”.
“No, señor”.
Digo:

“Aquí se manifiesta un enfermo mío que esta madrugada morirá a las tres y media.
Lo dice él mismo, mi maestro también está”.

Digo:

“Cuéntelo a sus amigos, señor.
Mañana por la noche lo podrá leer en el periódico.
El cadáver, allí en la calle Sweelinckstraat, del sacerdote Rosanoff, el obispo de la iglesia rusa ortodoxa, griega, un sinfín de cosas, todo junto, me acaba de contar: esta madrugada a las tres y media se va a morir, y ya ha salido ahora”.
¡Telepatía, mundo, según consta en ‘Jeus III’, parapsicólogo, telepatía!
Lo consigné para la vienesa.
Vinieron amigos míos, digo:

“Mañana por la noche se podrá leer en el periódico que el ruso Rosanoff ha muerto, vino a contármelo él mismo”.
Y: “A las tres y media de esta madrugada nos ha dejado nuestro querido obispo Rosanoff”.
Entonces fue verdad.
¿Es telepatía?
Cuando yo tenía cuatro o cinco años, señoras y señores, y me dieron cinco centavos para ir a la verbena...
A Johan le dieron diez centavos porque tenía esos años, y a Bernard le dieron siete y a mí cinco; y Hendrik aún tenía que aprender a andar, aún estaba en la cuna, todavía le daban el pecho, todavía no sabía nada de golosinas ácidas ni de arenques en vinagre ni de Fannys.
Y también estaba Gerhard.
Hendrik también estaba, sí.
Y Teun y Miets todavía tenían que nacer.
No, también estaban, cierto.
Y entonces me gasté mis cuatro centavos en dulces.
Llegué a casa, no tenía nada, digo:

“¿Te queda algo para mí, mamá?”.
“Sí”, dijo, “tengo trabajo de sobra.
Pero no te voy a dar ni un centavo más, porque mañana será otro día”.
Yo ya había trabajado para ella fiándole.

(Risas).

Ya durante cuatro semanas me había esforzado al máximo, y ¿piensan ustedes que me dieron un solo centavo más?
Nada de eso.
Dije: “Mamá, pero si usted me debe dinero”.
“¿Qué me estás diciendo?”.
“Me debe usted dinero, porque ya empecé hace cuatro semanas”.
Siempre era el primero.
Entonces apareció Bernard.
Y seguíamos sin recibir nada.
Eso fue malo, no fue bonito lo que hizo Crisje.
Estoy echado por allí, señoras y señores, ya lo han leído, y aparece un cordel desde el espacio, lo sigo, hacia la colina Hunzeleberg.
Cuando uno llega a ‘s-Heerenberg... ¿vendrán este verano a ‘s-Heerenberg?
Sí, irán, ¿verdad? Primero la calle Montferlandseweg y después en linea recta a Hunzeleberg, y entonces prueben a ver si son capaces de encontrar ese cordelito mío.
Allí había dieciséis florines y unos cuantos centavos.
Señora, con eso deberíamos haber convencido al mundo.
El mundo debería haber dicho: ese es el cordel que inspiró a Pablo y que hizo decir a Isaías lo que tenía que decir.
Pero este cordelito tiene ahora intelectualidad y habla holandés, y entonces se hablaba hebreo.
Y ahora se llama ‘s-Heerenberg.
Pero ese ‘s-Heerenberg también es parte de Jerusalén.
Porque donde ocurren esas cosas, señoras y señores, existe una conexión con el yo divino, con el Cristo del espacio.
“Y así es como ese día”, dijo Gerrit Noestede, “comimos roscón”.
Porque llegué a casa con un roscón de dieciséis centavos para Crisje.
Y entonces me metí hasta el cuello en el fango.
Eso ocurrió, señora.
¿Lo leyó en ese tomo?
Puede conseguirlo, está allá, en la biblioteca.
Mire, esos son los problemas para el ser humano por el que podemos convencer a la masa.
Pero la masa dice: “Oiga, pero ¿de verdad pasó eso?”.
Pues, sí, y entonces iba sentado en la parte de delante de la bici y el que la llevaba era Hendrik el Largo: “¿A dónde tengo que ir?”.
“A la izquierda, papá.
Ahora a doblar esa esquina, vamos, y después recorremos esa carretera todo recto.
Ahora otra vez a la derecha, papá.
Y ahora a la izquierda, papá.
Ahora tienes que pasar por encima de esa tumba”.
Bueno, pues entonces El Largo tuvo que bajarse de la bici, si no encima habría dado una vuelta de campana.
Y otra vez a la izquierda.
Y: “Allí”.
¿Qué dijeron?
“Claro, claro, claro, tú lo sabías”.
Papá se olvidó.
Estaba encima mismo de los milagros, ya no los veía.
Y todavía dudas.
Mire, gente, si no son capaces de aceptar nunca, señora, si la gente de todas formas no lo quiere...
Les estoy mencionando aquí las pruebas.
He vivido centenares de miles de pruebas.
El dinerito en el bosque.
Allí, el Gólgota como niño.
Cien mil cosas.
Señora, en ‘s-Heerenberg también hay quienes han vivido muchas cosas, pero no han visto nunca nada.
Cuando llega usted allí: “¿Y tú te crees eso del loco de Crisje?
Esos estaban completamente locos allí en la calle Grintweg”.
Estábamos completamente locos, entienden, sí, esos muchachos de Crisje ... les falta alguna tuerca.
Unos son esto y otros lo otro; todos están locos.
Sí, todos están locos.
Pero la sociedad ya podía haber tenido esto.
Señora, cuéntele alguna vez a sus seres querido, a sus conocidos: “Nosotros tenemos cordelitos espirituales auténticos”.
Se reirán de usted en plena cara.
Señora, si su padre y su madre están allí, y están en la primera esfera, y estuvieron aquí: sí, soy tan...
Y su “sí” sigue siendo “sí”, y su amor es bueno...
“La amo, señora.
Oh, no puedo vivir sin usted”, pero en dos semanas me largo.
Entonces usted estará en la tierra crepuscular o en la del odio.
Porque usted no es verdadero.
No está usted en armonía, no es usted justo.
Porque una vez que diga: “La amo”, ¿por qué entonces me lo quita al día siguiente si de todas formas no he hecho nada?
Realmente, no he hecho nada.
(Jozef continúa con la pregunta).

Pero cuando el padre y la madre están en la primera esfera, señora, no hace falte que rece por ellos ni que piense en ellos; es cuando son ellos quienes tienen que pensar por usted, y por nosotros, porque son ellos quienes saben.
Nosotros, nosotros aún no sabemos nada.
Son ellos quienes tienen que pensar en nosotros para ayudarnos a nosotros.
Es el ser humano, precisamente, quien lo hace mal; va a la tumba, pero el viviente tiene que ir a los vivos.
¿Lo ve?
Al ser humano que vive en la primera esfera, señora, ya no hace falta que lo ayude.
Ellos dicen: “Ahora mejor piensa en ti mismo.
Y haz todo para ti mismo”.
Y no se dividan para nosotros; usen esos sentimientos, en cambio, para su propio pequeño yo, para esta vida, para miles de otras cosas, y serán benevolentes, amorosos, armoniosos, justos, con el amor de ese Frederik un poco raro y ese amor procedente de Jerusalén de aquel Niño más elevado de todos procedente del Omnigrado, Cristo, e iremos directamente a una esfera que tiene esplendor, luz, armonía.
Les llegarán los pájaros —basta con que lean ‘Aquellos que regresaron de la muerte’— y dirán (lo dice susurrando): tship tship tship; y les aparece el trino de un ruiseñor de esos.
Y si siguen eso, eso se llama: “Hijo, estoy, te espero.
Un poquito y más y nos verás”.
Señora, ¿está usted contenta?
(La señora dice algo inaudible).
Gracias.
Aquí tengo: “El pasado domingo, el maestro Zelanus, durante su conferencia en Diligentia (la número 37, ‘El ser humano y sus reencarnaciones’, en el libro Conferencias, parte 2), ofreció un perfil nítido de la figura André-Dectar.
Hace tres mil ochocientos años, según dijo el maestro Zelanus, ese ser humano era un poderoso sacerdote en el Antiguo Egipto, en el Templo de Isis”.
Poderoso no fue, ese señor.
“Hoy en día es Pablo, el profeta del siglo veinte”, no lo soy, “el Gran Alado”, bueno, algo de eso tengo, pero todavía no lo soy, sí que lo soy, no lo soy, “el instrumento en manos de los maestros para traer la cosmología a la tierra.
Este ser humano ha tenido que librar una lucha a vida o muerte, sobre todo durante la ocupación, solitaria, incomprendido por sus adeptos más cercanos.
Ramakrishna aún tenía doce apóstoles para que velaran su organismo, pero a este ser humano lo abandonaron a su suerte”.
Lo dijeron de una forma mucho peor, señor.
“A pesar de la lucha, del sufrimiento, de la traición y de las puñaladas traperas”, ciertamente, las recibí, desde dentro, por delante, por detrás, desde arriba, desde abajo, “no hubo manera de destruir a este ser humano ni esta obra”.
No, señor, aquí seguimos, ¿verdad, señor Reitsma?
“Sócrates tuvo que beberse el cáliz con cicuta”, sí, eso también lo hicieron, “a Rudolf Steiner lo quebraron, la obra de toda una vida fue pasto de las llamas.
A Cristo lo traicionaron, renegaron de Él, le escupieron, lo crucificaron.
Pregunta número uno: ¿qué le espera a André-Dectar?”.
Nada, nada, señor.
No me espera nada.
Porque ya he llegado al punto, ya se lo he contado alguna vez...
Hablé con Rudolf Steiner detrás del ataúd, entonces me dijo (en alemán): “Fui tonto”.
Digo: “¿Por qué?”.
Dice: “Todavía exigía.
Todavía deseaba.
Todavía quería”.
Ok, digo: “¿Por qué?
¿Y qué importó eso?
¿Y qué trajo?”.
Pitágoras: él siguió, continuó.
Entonces también eran unos tiempos en que sus adeptos al templo lo...
Su adepto más elevado, al que no podía aceptar porque era una persona falsa, prendió fuego a su templo.
Eso me lo mostraron los maestros, eso ha ocurrido.
Rudolf Steiner dijo (en alemán): “Fui tonto.
Realmente, tonto”.
Aún esperaba algo del ser humano.
Yo no espero nada de usted, señor, absolutamente nada.
Ni de mis propios hermanos.
No quiero tener nada de usted, absolutamente nada.
Todavía no he dicho nunca nada malo del ser humano.
Y aunque me clavara usted un cuchillo entre las costillas, seguiré amándolo.
Si yo dijera: “Bicho asqueroso, repelente”, habría odio en mí, desintegración.
No puede usted matarme, señor.
Rudolf Steiner desconocía la muerte, de lo contrario no habría tenido miedo de ese ser humano.
Yo no les tengo miedo a los asesinos.
Pitágoras aún no conocía el cosmos.
Porque yo mismo habría dicho a ese adepto: “Venga, no hace falta que haga eso a mis espaldas, señor.
¡Préndale fuego!
Toma, aquí tiene fuego”.
Y entonces no lo habría hecho.
¿Qué pasará conmigo?
Conmigo nada, señor, porque no quiero que se me haga nada.
¿Sabe usted cuándo se es fuerte?
Cuando se sigue amando a la gente.
Ustedes se dicen a diario: “Te amo”.
Y “tesoro”.
Y “cariño”.
Una noche les conté...
Estaba en Noordwijk, en casa de amigos, y entonces lo que allí decían era, ah, ese hombre no se cansaba nunca de mis libros: “Ven a verme”.
Digo: “Voy, eres una buena persona”.
Y entonces iba y me relajaba un fin de semana.
Allí estoy.
“Sí, cariño”.
“Claro que sí”.
“Ah, sin duda, papi mío”.
Pienso: ‘Qué hermoso, qué educado’.
“¿Tendrías la bondad?”.
“Claro, niña”.
“¿Me permites?”.
Una maravilla.
Dios, Dios, Dios.
“¿Y qué estás mirando ahora?”.
“Lo digo en serio, es cierto”.
Qué gente tan agradable.
Y hacia las tres oigo...
Pienso: ‘Pues a esta gente de verdad que todavía no me la he encontrado en la tierra’.
Porque o bien es camuflaje o bien es realidad; entonces yo también lo puedo hacer, los amaré más incluso.
Pero de pronto vi algo.
De pronto me dijeron algo, es que yo soy... es que me dedico a la telepatía.
Ya lo leerán luego cuando tengan ‘Jeus III’.
Me dedico a los cordelitos.
Porque ese mismo cordelito también está en el ser humano.
Él también me lo puede dar con una historieta.
Y si yo lo acepto entonces a usted, señor, y no tengo odio ni disarmonía, y lo acepto de verdad, usted mismo contará el resto correspondiente.
Y eso es, pues, la telepatía de la naturaleza.
De eso hablan los parapsicólogos.
Y eso lo llaman: “De vez en cuando en el blanco”.
Pisometría, ¿entienden?, se dedican a la pisometría.

(Risas).
Cualquier pisómetro podía hacerse cargo de lo que hiciera el otro, según me dijo un erudito.
Digo: “¿Dónde has aprendido eso?”.
“Me dedico a la pisometría”.
Pero yo también me dedicaba a la pisometría y sé que esa gente en siete u ocho años ya no podía verse y ni tragarse —de pronto—, pero que de puertas afuera representan la cortesía.
Digo: “Son ustedes unos embusteros corrientes y molientes.
Me voy”.
“¿Por qué?”.
Digo: “¡Así me contarán ustedes la verdad!”.
Y entonces se pusieron a confesar sus cosas.
Digo: “Pues, luego volveré, si no ya no me habrían visto nunca más, porque son unos embusteros.
Juegan a la cortesía de cara al mundo: “¡Sí, tesoro, sí, cariño!”.
Digo: “Y allí es donde vas a dormir tú, y casi duerme debajo del suelo”.
Apenas se aguantan ya, señor.
Pero ya desde antes de...
Digo: “¿Y pensaba usted de verdad...?”.
“¿De quién tienes eso?”.
Digo: “Lo dijo usted mismo porque me dijo algo, y entonces hubo un eco de esos, señor.
Vi luz y vi sombra.
Veo un poco.
Pero me dedico a la telepatía”.
Pisometría, ¿qué es eso, señor?

(Risas).
Pero usted...
Yo ahora casi... “¿Conoce usted el Peace Palace, señor?”.

(Risas.
Digo: “Eso es paz y felicidad, pero no allí no está.
Y donde usted tampoco, señor, porque ha construido usted una torre con sacos de harina.
Eso se lo lleva el viento a la primera, fffft”.
Pero el verdadero núcleo del ser humano es incapaz de mentir y de engañar.
La auténtica verdad no trata de desgracias, miseria ni desintegración.
Sentir la realidad como amor en el ser humano es algo proverbial.
Siempre dice el real.
Y entonces se llama “altruismo”.
Y entonces no hace falta para nada decir “cariño”, señor, entonces uno se mira a los ojos y ocurre exactamente lo que te hubiera gustado.
¿No es así, señor?
¿No había oído eso usted también?
Señor, conmigo no pasará nada —tendré que volver de todas formas a ese señor—, en mi casa no pasará nada, señor.
Con André-Dectar no pasará nada.
Le digo: no dejo que me hagan nada.
Ya pueden ponerse ustedes a parlotear y a cotillear, señor, e increparme de la forma que sea, porque de todas formas me he largado con los millones de la asociación, puse pies en polvorosa.
Cuando fui a Estados Unidos, me había pirado con mi propia caja de dos millones.
Pienso: ‘Ojalá los tuviera’.
Ojalá los tuviera por fin.
Y me vieron una vez en la calle Spuistraat, y yo que llego allí, así.
Y mi mujer que dice, junto a la demás gente: “¿Cuándo fue eso, señor?”.
Digo: “Ah, sí”, digo, “pues yo estaba en casa escribiendo libros, tan a gusto”.
Digo: “Pero no era yo.
¿Vieron el equivocado?”.
Me topo con gente: “Señor, lo he visto, sin duda, los cuatro juntos, pasó usted en coche a nuestro lado, sin duda”.
Digo: “Señora, eso es imposible, porque ese día estaba durmiendo”.
Resulta que me habían visto en otro lugar.
Hay que ver la de dobles que estoy empezando a tener, ¿verdad?
¿Qué pasa? ¿Que Cristo no tuvo sucesores en el camino entre Jerusalén y Nazaret, y entre Jerusalén..., con señales en forma de cruz?
Frederik dijo en ‘Las máscaras y los seres humanos’: me encontraba tranquilamente en la cama, y la ranura... desde la calle, de esa lucecita, se mete entre las cortinas y forma una cruz.
Y de pronto vi la señal de la cruz.
‘Oh’, pensé, ‘qué hermoso’.
Me desperté.
Y entonces resultó que era la cortinita.

Y entonces dijo...
Señor, ¿ha leído usted ‘Las máscaras y los seres humanos’.
¿No?
Pero la gente que leyó eso...
A ellos pregunta Frederik, dice: “Los espiritualistas y los teósofos, ¿no tienen también señales de esas de la cruz por una farola en la calle y una cortina?”.
Dice: “Seguro que habrá más”.
Es decir, señor: tenemos que buscar la verdad.
Y vivirla.
Porque tenemos el ocultismo.
Son videntes.
Y son omniscientes.
Y resulta que luego van a otros y les dicen: “Oye, échame las cartas”.
A mí no tiene nada que enseñarme usted, señor, lo recibí desde el espacio, de niño.
Señor, ese mismo Dectar todavía no es un Gran Alado.
Soy una caja torácica común y corriente, esta noche se lo explicaré con toda claridad.
La recorren cables y lucecitas, y eso es el corazón, aquello son los riñones, y esto es el sistema nervioso.
Otros hablan por medio de mí.
El Pablo de este siglo, ¿sabe usted quién es?
Es el maestro Zelanus.
Y el profeta que hay detrás se llama maestro Alcar.
Y lo hacen por medio de mí.
Yo todavía no quiero tener que ver nada con eso, señor.
No.
Si yo...
Esta tarde alguien me dijo: “Eres un creído”.
Digo: “Pues, vale, lo acepto”.
Pues, sí, así es, ¿no?

(Risas).
Señora, eso puede decirlo ese señor, ¿no?
Digo: “Si me demuestras por qué, me tomaré, agarraré un trozo de madera y lo sacaré a golpes.
Dame la verdad, por favor.
¿Qué falta todavía?
¿Es que soy un creído?”.
Digo: “¿Cómo quieres verme?”.
“Sí”, dice, “hay que ver qué cosas”.
Digo: “Entonces mientes.
Porque si no sabes eso, tampoco sabes lo que es ser un creído.
Porque entonces puedes explicarlo”.
Pero el señor no era capaz de hacerlo.
(Hay alguien que no para de toser).

Señora, ¿me permite ofrecerle un poco de agua?
(Señora en la sala):

—Ya la tengo.
—No era capaz.
Miren: tonterías, desvaríos.
Hablar.
Las cosas hay que analizarlas.
Del ser humano, del espacio no hay que decir: imposible, si uno no sabe.
Y eso lo pensaba el ser humano.
Les daré otra imagen más.
Hace años alguien me dejó.
Pienso: ‘Vaya’.
Eso no debería haberlo intentado en el Antiguo Egipto, señor.
Y eso tampoco tiene que intentarlo uno en el otro lado, cuando tiene al maestro a su lado o lo que sea, y uno va caminado al lado de enfrente, hacia lo que es más bajo, debajo de la primera esfera, eso de preguntar: “¿Será que tiene razón?”.
Ese hombre no lo sabe.
Ahora uno parte de la ley que determina y dice: así es como es.
¿Y es que entonces uno se va a la tierra crepuscular para preguntar: “¿De verdad que será cierto eso?”?
Bien, vuelve usted donde su maestro.
A hurtadillas.
Dice usted: “Señor, ya estoy otra vez.
He meditado un poco”.
Entonces el maestreo dirá: “Oye, estás empapado de lodo.
¿Dónde has estado?
Se trataba de mí.
Yo no tengo ni un poquito.
De lo que se trataba.
Pero tú volviste... vuelves embadurnado de fango, con el barro de la humanidad y de Dios.
Estás mancillado por el vil metal, lo inconsciente, la duda, la desintegración, el cotilleo”.
Se trataba de mí, pero yo me libré, no tengo ni una manchita.
Pero, ay, si fuera yo.
Y si no fuera yo, señor, tampoco lo vería.
Pero lo veo porque no me contagié.
¿Pensaba usted, señor, que estando en el fango hasta el cuello, que podría ver las manchitas de fango de los demás?
¿Pensaría usted eso?
Entonces es: “Satanás, ponte detrás de mí”.
No, señor, entonces lo es usted mismo.
Con lo verde y lo moteado de debajo de la tierra.
Porque no hay luz del día.
Bien, señor.
¿Por qué dudaba, señor?
¿Qué me pueden hacer?
¿Qué quieren hacerme?
Yo no soy el profeta.
Soy el Gran Alado por medio del que hablan ellos.
Así cuando lo dicen ellos sobre el escenario...
Decían: “Tú te vienes”.
He aprendido algo, he llegado a tener conciencia para el espacio, conciencia cósmica.
Pero solo aceptaré todo eso cuando la humanidad entera me lo daría si se me permitiera demostrarlo.
A todos ustedes, y otros muchos que lo aceptan sin rechistar, se lo he demostrado.
Todavía no han logrado abrir la más mínima fisura.
Y para ustedes ya tengo conciencia: espiritual, espacialmente.
Eso lo hemos jugado aquí por la noche entre todos hasta el final.
Y con las preguntas sobre el universo.
¿Que si eso es verdad?
Sí, las hemos analizado de tal forma que ustedes, a su vez, también lo pueden ver aquí.
Se nos concedió aceptarlo, aceptarlo un poquito: sí, hay conciencia.
Pero ya me cuidaré mucho de no ponerme a andar por aquí, por (la plaza de) Buitenhof y la calle Spuistraat y la Venestraat, con una tabla en la espalda: “Soy un Gran Alado”.
Y con que haga eso, señor Reitsma, y digan: “Mira, allí va”, y hagan cola diciendo: “Bwbwbwbw”, ya saben, ¿verdad?, y por todas partes esté izada la bandera, bueno, pues entonces yo volveré una vez más a la calle Zwartekolkseweg y me situaré donde la cabaña de Sint de Tien y diré: “¿Tú qué pensarías de esto?
¿Ya sería posible?”.
Ni entonces sería posible.
Porque, señor, ¿usted cuándo lo ha...?
Lo que un ser humano tiene que asimilar para sí mismo y tiene que aprender —porque te amo y te quiero; y en dos meses ya no conocen a la otra persona y la echan de casa—, eso también es para la masa.
Y sabemos lo que un ser humano ya tiene que demostrar, lo que tiene que demostrar para aquello.
Y entonces los regalos de usted y todo serán pasto del fuego.
Ya no se necesitarán.
Es usted sucio, un error, una equivocación.
Cuando la masa ice la bandera espiritual de la Universidad de Cristo —una bandera, una banderola blanca, una tela de seda blanca con siete estrellas y en el medio la cruz—, entonces aceptaremos esto.
Pero entonces recibiremos la respuesta de los maestros y dirán: “André, ahora lo eres”.
¿Bien?
Pasará en mil años.
Si por entonces existiera el instrumento, el aparato de voz directa, sería así.
Esperemos que sigamos estando juntos otros setenta y cinco años, así echaremos alguna partida entre todos, en medio de la calle Spuistraat, en la plaza Groenmarkt.
Y no hay agente que nos pueda echar a palos de allí.
Porque dirá: “Ahora la palabra es ley”.
Y esa palabra viene del espacio.
“Señoras y señores”, clamaremos entonces.
“Él ya llegó.
A sentarse.
¡A sentarse!”.
¿No es así?
“Ahora ya pueden dar los plátanos, los limones y las manzanas, porque no están contaminadas por la serpiente.
Ya pueden morder”.
¿Qué le parece, señor Koppenol?
(Hay un largo silencio).
Un hermoso silencio, ¿no les parece?
Cuando el ser humano enmudece, tampoco ya hace falta gritar.
Qué silencio tan hermoso el de esta noche.
Siéntanlo, adelante.
Sientan ese silencio.
Y entonces habrá algo a su lado.
(Silencio).
(Da unos golpecitos suaves sobre algo).

¿Estás allí, cariño?
¿Qué pasa?
(Golpecitos suaves):

¿Estás dando golpecitos?
¿Sí?
¿Puedo hacer una pregunta?
Y entonces hice, donde las hermanas Fox en Estados Unidos, ...
Era una señora, y tiene rappings (sonidos de golpes), los golpecitos, las percusiones.
Y entonces dije en ese silencio, en ese mismo silencio...
Mi hermano estaba allí, pero no sabía de lo que trataba.
Digo: “¿Me permites que haga una pregunta?”.
Primero en inglés, no tardé en aprenderlo.
Yes.

(Da tres golpecitos).
Otra vez tres golpecitos.
Digo: “¿Están todos locos de remate aquí?”.
(Da tres golpecitos).

Yes.
“¿Es todo engaño con lo que me encuentro aquí?”.
(Da tres golpecitos).

Sí.
Digo:

“Entonces lo sé”.
Digo: “Entonces ya preguntaré allí quién es aquí verdadero”.
Entonces ya no hubo nadie auténtico, señoras y señores.
Porque era un loco el que estaba hablando.
Y entonces el drama lo que tuve que...
Cuando volví a Holanda, no, un poco después, el maestro Alcar me contó quién estaba dando golpecitos.
Y entonces (resulta que) era un niño que había sido torturado en Rusia, junto a la madre.
Y que el niño había muerto dentro de la madre, y ella también.
Y la madre de nuevo a la tierra.
Y el niño en el otro lado.
Y ahora el niño estaba atado a la madre y daba golpecitos.
Y era inconsciente.
Y desde luego que daba golpecitos, eran auténticos.
Pero el golpecito, el rapping, era inconsciente.
Porque el rapping tiene una personalidad, conciencia.
Y entonces se me quedaron mirando fijamente y me dijeron: “Sí, Jozef, vas mil años por delante de nosotros”.
Gracias.
Pero entonces me echaron.
Dijeron: “Enciérrenlo y no lo envíen allá, ese tipo ve de verdad”.
Dice, estaba en Silver Bell, y me preguntó: “¿Conoces la personalidad y la conciencia de esos rappings?”.
“¿Has oído alguna vez de eso?”, dijo un espiritista al otro.
Y dice: “Eso es imposible, ¿no?”.
Pero allí está.
Dice: “Fuera ese tipo, viene de Holanda, que no vuelva aquí jamás”.
Señoras y señores, si yo hubiera destruido eso, no habría vuelto vivo de Estados Unidos, jamás.
Pues, sí, allí estamos otra vez.
“¿Qué puede pasar con André-Dectar?”.
Ver la verdad, vivir la verdad y remitirlo a usted a los libros.
Porque cuando lea ‘Dones espirituales’, señor, sabrá lo que son los rappings.
Todo: saber, conciencia.
Y cuando uno mismo es inconsciente y llegas allí con desmantelamientos y destrucción y traición, señor, entonces se dan verdaderos golpes locos por usted.
Entonces no estará esto.
Ese sonido, ¿entiende?
Cuando es su madre quien da golpecitos, señor, eso va directamente al plexo solar.
Y entonces solo son besos.
¿Ha vivido usted eso alguna vez?
Eso lo hemos vivido donde nosotros.
Voz directa, desmaterializaciones, levitaciones, materializaciones; mi hermana que estaba en la habitación, blanca como la nieve, dijo algo, una trompeta, todo era auténtico, y entonces tuve que parar, porque continuaron.
Y entonces los maestros empezaron con el trance psíquico.
El desdoblamiento corporal real.
Y entonces tuve que parar.
Y entonces al mundo lo tuve...
Atienda, entonces al mundo lo tuve...
Todos eso lo tendrá usted en ‘Jeus III’, porque ahora recibirá usted mucho más que ‘Una mirada en el más allá’, porque el maestro Alcar lo tuvo que rodear.
Allí hubo espiritistas, una figura destacada de La Haya, y tuve a un catedrático, única y exclusivamente para mí, se les concedió presenciarlo.
Y entonces terminamos.
“Ah”, dice, “Jozef, ahora el mundo ha quedado abierto.
Y ahora podrás convencer a millones de personas”.
Y entonces mi maestro dijo: “Para”.
Y entonces aparecieron sus maestros y dijeron: “Jozef está ahora equivocado.
Ahora que esta criatura ha llegado a este punto se le está subiendo a la cabeza”.
Digo: “Eso no es así”.
Que había soberbia.
Que “quería hacerme el jefe”.
Digo: “Eso no es así, señor”, esos también son farsantes.
Digo: “¿Es que no habla ningún idioma?”.
Si yo fuera soberbio, señor, entonces justamente querría cruzar el mundo y diría a mi maestro: “Bien, ahora que he terminado, puedo convencer a la gente, ahora puedo convertirme en un fenómeno para el mundo, y ahora me dice usted: “¡Para!”?
Y ese círculo dijo que yo era ahora soberbio.
“No, señor, ahora soy sencillo, no lo hago, no lo quiero”.
Claro, siempre puede decir: “Ese loco de allí está arrojando poderosos dones a los basureros de la ciudad.
Ni siquiera los quiere”.
Pero yo esa noche me desdoblé corporalmente.
Digo: “Señor, su círculo se equivoca, porque es usted mismo quien escribe”.
Gente que lo hacía con la planchette.
¿Entienden?
De golpe desaparecieron para mí.
“Señor, usted mismo escribe desde hace muchísimo.
No son más que bonitos cuentos”.
Digo: “Si usted no hubiera ido a la escuela en La Haya, señor, eso ni siquiera se manifestaría, pero habla holandés en regla”.
¿Entiende?
¿No viene así en ‘Dones espirituales’?
Así es como querían lanzarme a las tinieblas frente a mi maestro, así querían hacerlo frente a mi maestro.
Digo: “Señor, eso no lo acepto.
He de parar y paro”.
Y estaba bien, porque entonces los maestros empezaron a hacer desdoblamientos corporales espirituales y escribimos libros.
Y después llegué al maestro Zelanus y Damasco, al doctor Franz.
Dicen: “André, así está bien, ahora vamos a empezar.
Deja que hablen”.
Entonces ya conocía ese círculo.
Justamente no debo vivir ningún espectáculo.
Debería habérselo contado a un médium, si es que lo hay de verdad.
Señor: “Un milagro, vivimos milagros”.
Allí fuimos viviendo milagros.
Fui, se me desmaterializó, a través de una puerta, en presencia de cuatro personas.
Dicen: “Dios mío, es una revelación”.
Me disolví para esas personas, con luz y todo.
Y me fui, di una vuelta por la calle, porque estaba agotado.
Tenía que andar: tenía la circulación de la sangre trastornada.
Al día siguiente, señor, llegó el pastor protestante y dijo: “Hijos, ¿cómo pueden dejarse influenciar por los satanases?”.
Me convirtieron en un embrujado.
Sí, entonces fue..., el letrado Nederburg fue allí, un presidente de un tribunal indonesio, de aquí en La Haya y en Indonesia, dice: “¿Era cierto?”.
“Señor, era un loco”.
Lo hemos visto.
Era un diablo”.
“Pues”, dice, “entonces ya sé bastante.
Porque los diablos también tienen leyes ocultas”.
Sí, pero de qué te sirve, ya había vuelto a ser renegado.
Pues entonces los maestros comenzaron con esto, señor, con esa Grandes Alas.
Pero son ellos.
Yo no soy más que una casa, solo soy un pequeño castillito.
Yo soy el grifo de agua por el fluye el agua.
Ahora en palabras.
No soy más.
No quiero ser más.
Y a mí, ¿qué me puede pasar, señor, si de ninguna manera quiero hacerme pasar por profeta?
Pero, vamos, adelante.
A ver, vengan.
Si piensan que tengo los bolsillos vacíos: los sigo teniendo llenos, me lo dieron los maestros.
Sigo pudiendo ofrecerles la palabra, de aquellos que me dieron lo que sabían, y que les doy yo.
¿Que es divertido?
Pues vamos.
Ya han hecho bastantes preguntas.
Muy bien, vamos a seguir.
“Sócrates tuvo que beberse el cáliz con cicuta”, eso ya lo tenemos.
Pregunta número dos: “Si la gente de entre nosotros da su bendición para acompañarlo a la hoguera, para ir con usted a la fosa de los leones y dejarse clavar con usted en la cruz del Gólgota, eso no se lo toma al pie de la letra, ¿verdad?”.
Señor, aquí tengo quienes... y eso lo sé, se pondrían en mi lugar, no voy a dar más detalles, pero lo sé.
“Oh, si llegara alguna vez el día, Jozef, te lo demostraré”.
No voy a entrar en eso.
Eso es cosa de esa gente.
Pero los hay de sobra.
Y ya hay demasiados.
Pero ya tenemos más de siete.
Y tenemos más de treinta.
Y entonces uno es fuerte, señor.
Solo necesito tres.
Tres.
No necesito once como Ramakrishna.
Tengo unos que son mucho mejor, tengo que son mucho mejor que Ramakrishna.
Y los tengo aún mejores que los que tenía Rudolf Steiner.
Mejor que Pitágoras, señor.
Porque estos se han hecho espiritual y espacialmente conscientes.
Esos sí que saben.
Lo primero que tiene que hacer usted es anhelar.
Enseguida le mostraré aquí unos cuantos.
Tengo tres que se llaman Ari, esos se irán directamente conmigo al ataúd.
Sí, señor, porque anhelan.
Hay uno atrás, también se vendrá conmigo.
Basta con mirarlo a la cara.
Morirá a la primera por mí.
Ese muchacho vino de (el barrio de) Bezuidenhout, quebrado.
Sin ojos, sin brazos, sin piernas.
Estuvo postrado un año entero en una coraza rígida y dijo: “Dios mío, ¿puedo saber por qué?”
Y entonces llegaron a sus manos los libros de André-Dectar, y dijo: “Allí está.
Gracias a Dios, estoy contento con mi desintegración”.
¿No es... (inaudible)? Señor, ¿por qué no le da usted un beso? ¿Quién puede hacerlo?
Sí.
¿Necesita usted más aquí?
Con solo señalarlos, señor, ya se ponen a llorar de alegría de que pueden venirse conmigo.
¿No es así, Willem?
(Señor en la sala, en inglés):

—Muy bien, teniente.
(En inglés):

—Muchas gracias.
Sí, mujeres también.
Señor, las tengo.
Aquí las tengo.
No voy a entrar en eso.
Que luego lo demuestren.
Eso ni siquiera lo exijo.
El alboroto que podría montar, señor, con semejante benevolencia.
La gente me pregunta: “¿Se nos concede ser serviciales?
¿Se nos concede ser serviciales?
¿Se me concede postrarme ante tu puerta como felpudo?”.
Hombres y mujeres, señor.
Pero ni siquiera reacciono ante eso.
Ese amor ni siquiera lo tomo todavía.
Los creo.
Si viene algún día, señor, sabré a dónde acudir.
A mi lado no hay traidores.
Solo hay felices de espíritu.
Y el resto que todavía no lo quiere ser; allá ellos.
Y no creo que quien diga: “Quiero morir contigo”, sean más que los otros que todavía no son capaces.
No, señor.
El ser humano es ser humano, es vida.
Amo a todos mis hermanos por igual, aunque alguno pudiera golpearme con una barra en el cuello.
Cosa suya.
Pero también tendrá que demostrar alguna vez que ese golpe fue certero.
Y entonces le devolveré el dolor.
Soy capaz, señor, de luchar por usted a vida o muerte.
Y entonces puedo darle una bofetada, en plena cara, para servirle.
Para ayudar, para despertarlo a golpes.
Pero eso no lo hago más que una sola vez.
Nunca en la vida volverá a tener el segundo golpe.
No.
Cristo también dio golpes.
¿Sabían eso?
Y entonces dijeron: “¿Por qué haces eso?”.
Dice: “Eso no lo hago más que una sola vez.
Para agitarlo y despertarlo.
Pero no mancillaré Mis manos ni Mi vida por la falta de voluntad de usted”.
Porque, señor, ¿pensaba usted que al otro no le duele si a esa mano le tiene que entrar vida para enviarla en línea recta a su carita?
¿Eso cree? ¿Que cuando la madre ve que el niño no quiere obedecer... cuando se quema los dedos?
Siempre junto a la estufa que está ardiendo, y de pronto la madre dice: “Bueno, pues, que ocurra”.
Y el crío vuelve a acercarse: “Raca”.
Bueno, pues, lo de la estufa se acabó para siempre.
¿No es duro para la madre?
¿No es duro para la madre?
Eso lo hemos vivido.
Y hay otra gente que lo vive.
Que uno ve de verdad que el ser humano se destruye a sí mismo, y uno no puede hacer nada.
¿No es eso duro?
¿No es eso horrible?
Y ahora para el espíritu, en el espíritu, señor.
Demuéstrelo.
No, señor, nunca dudé de eso.
Aunque me diga usted mil veces...
Y entonces dice usted...
Y entonces veo, sí, sí: no tiene usted ni el cinco por ciento.
Pero si dice: “Señor, quiero morir por usted”, ¿pensaba entonces, señor, que me pondría a dudar de su palabra?
¿Pensaba usted que haya dudado del ser humano que me dijo: ‘Te quiero.
Lo digo de verdad, ¿qué vamos a poder hacer sin ti”?
Señor, ¿pensaba que dudaba de eso?
Pero yo sabía que eran cuentos.
Yo ya sabía por ese sonido y sentimiento que no era de verdad.
Pero no dudo de usted.
No me hacía falta dudar, señor: sabía.
Y entonces uno está seguro.
Pero Rudolf Steiner eso no lo sabía.
Ese señor ni siquiera ha sufrido.
¿Por qué no?
Debido a que no era capaz de portar ni de captar ni de representar la plena conciencia para sus adeptos ni el yo espacial universal; porque él mismo estaba buscando.
Sí, señor.
Solo cuando conozca la ley será capaz de portar, señor.
Le daré el ejemplo, así lo aceptará a la primera; otra imagen: si conoce usted a La Parca, señor, pero en realidad no la conoce, entonces sigue habiendo, a pesar de todo, una duda.
Aquí hay gente, señor, que dice: “Ahora conozco a La Parca”.
Sí, desde luego, luego iré a verlo cuando debajo de la cama empiecen a sonar crujidos, y a diestro y siniestro, aquí, y ya esos clavos: bum bum bum.
Y entonces dicen: “¿”Ahora es de verdad, Jozef?”.
Digo: “Sí, ya llegó ella”.
“¿Cómo, cómo, cómo?”, dice otro, “¿cómo, cómo, cómo?”.
¿Lo dices en serio?
¿Ha llegado?
Seré... seré fuerte”.
“Bah, a mí no me puede pasar nada, mujer, me voy y nosotros...”.
“Vaya, ¿qué es lo que dije?
¿De verdad que pensarías que ya llegó el momento?”.
Él quería decir: “Nos volveremos a ver”, y entonces se le cayó la dentadura de la boca.

(Risas).

Y de pronto ya estaba delante del “ataúd”, señora, y dijo: “Sí, es de verdad, realmente es de verdad”.
Pero léalo enseguida, señora, y entonces ya irán apareciendo las briznas de paja.
Briznas de paja.
Y dice el ser humano...
(Dirigiéndose al técnico de sonido):

¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—El final.
—¿Es el final?
“¿Cómo puedo demostrar eso, señor?”.
“Sí, he llegado, no tengo nada que ver con usted”.
“¿Cómo puedo demostrar eso?”.
“Señor, eso ya lo demostrará usted alguna vez, y entonces tendrá que demostrar que en la muerte... que ama la muerte”.
(Dirigiéndose al técnico de sonido):

¿Me queda una rayita más?
Entonces tengo aquí todavía: “¿Quién de nosotros puede decir: “Me conozco”?
Eso con usted ya lo he vivido desde hace mucho.
Eso mejor léalo allí fuera.
Allí pone lo que dice mi hermano: “He estado en La Haya en la casa de Sócrates.
Porque fuera, en la puerta, ponía: Conócete a ti mismo”.
Digo: “Hendrik, eso ya lo puedes ir contando, porque los norteamericanos tampoco lo conocen”.
“¿Quién es capaz de atestiguar de sí mismo: “He quebrado por completo al Pilato, al Caifás y al Pedro y a la figura de Judas en mí, y les he retorcido el pescuezo?”.
Señor Reitsma, aquí tengo otra pregunta, y con ella empezaré la semana que viene.
Señor Reitsma, ¿no lo sabe?
Si dice usted hoy: “Soy verdadero y veraz”, ese Caifás ya ha desaparecido.
Y si luego le dice...
(Dirigiéndose al técnico de sonido):

¿Sigue funcionando?.
(El técnico de sonido):

—Sí, sí.
—Y si luego dice a la gente: ”Creo lo que dice usted”, y si se demuestra en el futuro que ese hombre duda, entonces será él quien haya dudado, no usted.
Y entonces ese Judas ya habrá vuelto a desaparecer.
Y la traición, si no empieza con eso, señor, y no tiene la intención de hacerse mañana carterista en la calle y todas esas cosas, y de decir cosas malas sobre el ser humano ni de cotillear sobre él y de soltar habladurías...

(Jozef va acelerándose).

Imagínese que ese cacharro de pronto se acabe...

(Risas).
¿A dónde tendremos que ir entonces, señor Reitsma?
Tenga clemencia para el ser humano, por favor.
Y acéptenlo.
Señoras y señores, he llegado.
Mejor busquen ustedes el resto espiritual, humano, interior, corporal, espiritual, espacial, divino, para su mujer y sus hijos, para su paternidad y maternidad, su alma, su vida, su espíritu, su personalidad, y entonces la noche será espacio, porque en el espacio jamás hubo tinieblas.
Señoras y señores, hasta la semana que viene.
(En inglés):

Que descansen, espero que tengan un buen...
Ay, no, no.

(Risas).

Espero que tengan un buen descanso, un descanso agradable y también hermosos sueños.
¿Qué les parece?
Señoras y señores, hasta la semana que viene.
Y saludos para sus hijos, para sus padres.
Señores y señores, soy feliz.
(Dirigiéndose al técnico de sonido):

¿Ahora ya se acabó?
Sí, señoras y señores, hasta pronto.
Hasta pronto.
(Suenan aplausos).