Noche del jueves 3 de abril de 1952

—Buenas noches, señoras y señores.
(Gente en la sala):

—Buenas noches.
—Esta noche voy a empezar con una larga carta, con: “Muy señores míos”, y señoras, claro, “El abajo firmante ruega que tomen en consideración su propuesta que se detallará a continuación.
Desde hace años diferentes personas están intentando reunir bajo un solo techo a todas las agrupaciones que piensan de forma espiritual.
Esos planes, sin embargo, se quedaron una y otra vez en papel mojado.
A pesar de ser muy consciente de las dificultades que conlleva este plan, también yo quiero aventurarme a hacer un intento en esa dirección”.
Escuchen esto.
“Aquí en la ciudad hay una panadería cuyo propietario está dispuesto a transferir una parte de los beneficios, 15 centavos, a una cuenta para un fondo con el que construir un templo en el que se pueda albergar a cualquier grupo espiritual.
Este plan solo se podrá llevar a cabo con el pleno respaldo tanto de los líderes espirituales como de las directivas de las asociaciones con sus socios.
Imagínense: este templo podrá albergar una biblioteca, una sala de exposiciones para obras mediúmnicas, un sala de cine, varios auditorios”.
Así que todo incluido, ¿eh?
“Cuanta más gente que piensa de forma espiritual compre su pan en esta empresa”, no está mal, buena idea, “antes se podrá materializar el ideal.
Intentemos todos generar esa unanimidad que será muy necesaria para poner en práctica esta propuesta.
También se ha enviado un ejemplar de este escrito a otras asociaciones.
Con la esperanza de que este escrito pueda dar sus frutos, le saluda atentamente, T. Schaminee, calle Van Timorstraat 122, en La Haya”.
Este hombre vino a verme, le digo: “Presenta algún escrito, entonces reaccionaré”.
Digo: “Así lo podremos comentar”.
Pero, claro, tengo —y así se lo dije— otros cien ejemplos, o más, naturalmente.
Aunque no es ni tan mala idea eso de que vayamos a comprar el pan donde ese hombre en particular.
Digo: “Pero ¿cuánto tiempo tomará para que podamos comenzar con ese templo?”.
Y para mí no se trata por el momento de ningún modo del templo.
La gente ha dado dinero para el templo, podríamos construir la Universidad de Cristo, pero eso ni siquiera basta para doscientas personas.
Y si comienza ese templo, entonces los maestros comenzarán con algo muy diferente, porque entonces recibirán ustedes su propio asiento en él, es lógico.
Porque cuando no estén y dejen que otros ocupen su sitio... —todavía no quiero tener socios, y eso ya lo hemos contado y explicado antes—, pero si otra persona ocupa su sitio, esa Universidad se detendrá.
Y ¿qué vamos a hacer con doscientas personas con un templo de esos de un millón de florines?
Pero tengo otros muchos medios.
Pero ¿qué piensan de esto, señoras y señores?
Dejemos que esta persona... —señor, es uno de los nuestros, y anda con este plan, es algo muy imponente—, que lo intente, así se lo dije, con otras asociaciones, con los teósofos, con los rosacruces, con los espiritistas.
Si todos ellos se unen, seremos tan poderosos como no te puedes imaginar, y tendremos en cuatro semanas media hora de tiempo de emisión en la radio; siempre que ustedes se unan.
Los espiritistas tenían antes de la guerra media hora de tiempo de emisión en la radio.
Media horita.
Y entonces me ponía malo, porque en esa media horita venían con rimas.
Digo: Dios mío, Dios mío, les dan un rato la oportunidad y vienen con poemas.
Y salía un tipo de esos muy beatos... y declamaba una de esas bonitas rimas que duraba un cuarto de hora, y otro cuarto de hora para unas palabras, y adiós media hora.
Digo: “A ver, denme a mí solo cinco minuto”, pero claro, no me los dieron.
Bueno, pues eso era otra vez un grupito de gente que se había reunido; a él si que le daban permiso, él sí puede hacerlo, y entonces había eso de “es que es una maravilla cómo habla”...
Bueno, eso yo también sé hacerlo, a ver, denme la radio y nos pondremos a hablar que da gusto.
¿Cómo quieren oírlo esta noche? ¿En el dialecto de Güeldres o con acento urbano?

(Jozef habla con afectación).

“Tienen que...
Empezaremos a pensar de otra manera...”.
(En inglés): “¿Cree usted que nos gusta preguntar siempre...?”.
Bueno, entonces hablamos de forma engolada y empezamos a gorgorear.
Pero ¿qué piensan de esto?
Yo he dicho esto:
miren, teatro —teatro, no; bueno, también se puede meter—, cine, conferencias, libros, exposiciones.
Señor —¿dónde está?—, tengo el plan, el plan ya está listo, desde hace años, y está firmado por un arquitecto de La Haya, un tal Van de Hoek.
El templo está completamente listo, la arquitectura está lista, calculada y todo.
Eso ya está listo, desde hace mucho.
No solo tengo mucha gente a quienes les interesa, incluso hay una compañía cinematográfica con interés.
Y cuando esa gente recibe dinero...
Ya han hecho una película, que se paralizó, pero aun así la han retomado para seguir con ella, porque tiene demasiada cosas bonitas.
Cuando haya llegado el momento y la pongan aquí a La Haya, los avisaré.
Pero esa sociedad, el año pasado..., hace año y medio...
Era un banquero, un adepto, en Ámsterdam, del maestro Zelanus, y dijo: “Jozef, ya has hecho bastante tú solo.
Ya es hora de que empecemos nosotros también, vamos a darte un tercio de la película para los libros”.
Y eso quedó reflejado en los documentos.
Y el hombre, el director y todos...
(Dirigiéndose a la gente en la sala):

... pasen, señoras y señores.
El director y todos aquellos que querían ayudar —y estos a su vez también eran adeptos de nosotros— leen los libros y son conscientes, así es, y solo quieren hacer eso en concreto...
¿Qué pasa?
El banquero enferma y me hace llamar, voy al hospital, y me dice: “Voy a darte cien mil florines”.
Digo: “Bueno”.
Está echado, dice: “Y ya he llamado a Estados Unidos, a uno de los reporteros más grandes del país, un amigo mío, del New York Times...”.
Digo: “Estuve allí.
No lo he visto”.
Dice: “... y va a venir a Holanda, lo haremos venir, porque tiene que escribir sobre ti”.
Y todas esas cosas más.
Digo: “Bien, señor”.
Yo no hacía otra cosa que mirarlo.
Me sujetaba la mano.
Dice: “¿Volveré a curarme?”.
Digo: “Sí”.
Dice: “Porque tú ya has hecho bastante.
Somos unos holgazanes”, dice, “no hacemos nada y yo... tenemos nuestro más allá, tenemos las esferas y tenemos nuestros espacios y tú te enfrentas a todo eso solo.
Lo hacen los maestros, pero ¿es que no tenemos nada que decir nosotros?
¿Es que no podemos hacer nada nosotros?”.
Es así, ¿no?
Mis libros son los de ustedes, ¿no?
¿O no es ese su más allá?
Y ese hombre lo había comprendido, dice: “Voy a darte cien mil florines”.
Voy a la conferencia, porque tenía que ir a una conferencia, digo al hombre que apareció allí más tarde, ese director de cine, digo: “Aquel me prometió cien mil florines”.
No, ni siquiera se lo dije.
Me fui arriba, digo: “Maestro Alcar, ¿tiene más millonarios de esos que en una semana estarán en el ataúd y que todavía me quieran prometer cien mil florines, para usted?”.
Una semana después el señor estaba en el ataúd.
Adiós los cien mil de Jozef.
No dejaron nada de la película; adiós tercera parte.
Pero tenemos otra posibilidad, y es esta, señoras y señores, demuestra, ¿no es así?, que ese núcleo lo recibes de todas formas; este hombre, ese señor de aquí, no es mal plan, pero tenemos cosas mucho más poderosas para llegar, porque es muy hermoso, eso de que ese panadero se muestre abierto al bien.
El domingo por la noche, después de la conferencia, alguien tiró, echó un sobre en el buzón con 535 florines para los libros.
Aquí llegan muchas veces notas; ala, a abrirlas en casa.
Y allá billetes de 20 y de 50 y de 100 y de 500, y así podemos seguir.
¿No basta eso? ¿No basta que el ser humano sepa que los libros son de ellos y no solo míos?
Quinientos treinta y cinco florines, casi nada, pero para ‘Jeus III’ había cinco mil florines en el buzón.
Esto es para ‘Jeus III’.
Miren, yo digo que..., yo siempre digo que, yo para mí, yo...
No pone ninguna dirección, no pone nada, y eso me parece aún más imponente.
Y entonces no me pongo a mirar de ninguna manera, no quiero saber nada de eso, porque son las orquídeas para el Gólgota.
¿Entienden?
No es cosa mía.
Pero por lo visto sí que saben a dónde va, de lo contrario no lo harían.
Señor, eso la gente no lo hace así como así.
Y por mucho que nos echen carros y carretas de lodo, también van pasando carritos dorados, ¿entienden?
Y entonces se me hizo un nudo en la garganta, pienso: ‘Gente, suerte, oigan: suerte, ánimos’.
Lo transmitiré enseguida y luego ya lo verán.
Miren, esos importes de dinero... ya se lo he contado varias veces, esos importes, eso ya ha sido bastante, pero también les dije: en estos momentos contiene poder, un montón.
El maestro Zelanus lo ha contado en Diligentia: “Su dinero se usa para los libros”.
Y es lógico, ¿no?
¿Por qué íbamos a colocar eso entonces y no hacer nada con ello?
No, los libros tienen que ser publicados.
Y esa es nuestra posesión.
Poco a poco, esa Universidad de Cristo, el Círculo Científico Espiritual “El Siglo de Cristo”, eso va a ser..., en veinticinco años todavía no, sino en cincuenta, cuando empiece a hablar el aparato de voz directa, entonces será propiedad del estado.
El estado retomará esa palabra.
Porque esos libros irán a cada casa que tenga que aceptar a Cristo y a Dios; aquel que nosotros hemos visto detrás del ataúd, Él tiene que ser aceptado.
Y entonces, ¿qué harán nuestros libros?
Ahora estoy con el de ‘Preguntas y respuestas’ de usted, que ha preparado la señorita Bruning.
Y ahora lo copio a máquina, porque habían desaparecido muchas cosas, y eso usted de todas formas no lo puede hacer.
Pero si lee usted las preguntas que ha hecho allí y cómo las han respondido los maestros, desde aquí mismito, eso es imponente.
Luego tendremos el dinero para eso, diez mil, para hacerlo imprimir en un plisplás.
Porque multicopiar, se lo diré honestamente, esa era la intención, eso no es más que quebrar el trabajo del espacio.
Esto hay que convertirlo en un bonito libro: un libro blanco con una cruz en la tapa y un cochecito de bebé con un niño.
Y entonces dirán: “¿Qué cosa tan rara es esa?”.
Debajo de la cruz de Cristo un cochecito de bebé con un niño dentro y además una mano detrás que va empujando, un hermoso simbolismo.
Esa es la nueva vida para el ser humano.
Eso lo veo ahora a la primera, la cruz de Cristo, un libro blanco, una cruz azul en la tapa, y debajo de la cruz un carrito con un bebé dentro, una mano —una mano hermosa, claro, ¿eh?— que lo va empujando.
Y eso es: ven a mí y estarás a salvo.
Eso es este libro de aquí.
Señor, señor, señor, señor, sí, ¿qué haremos?
Ya le dije: incluso está en ello una productora de cine.
Tengo listos seis guiones.
Tengo mi arte.
Tengo cien platos.
Me puedo quitar de encima treinta, según les dije hace poco, y si quieren uno no tienen más que venir a ver, si llegan pronto, si no habrán volado.
Aunque entonces oirán mañana cómo brama la tormenta.
Pero ¿cómo me las ingenio para ver uno por uno? Es lo más extraño, ¿verdad?
Eso es cosa de ustedes, sin embargo.
Y hay algo más, y todo es, como siempre, para esto, señor, para aquello, los libros.
Primero me encargaré de los libros, es mi tarea.
Y hay otra gente que ya está construyendo ese templo.
Si nosotros, a esas diversas sectas, esos aspectos variados, el espiritismo..., también se lo he contado al señor...
Vamos a tener... los rosacruces no los tendremos de ninguna de las maneras, la teosofía tampoco la conseguiremos; pero con los espiritualistas, ya solo en Holanda, señor, entonces ya seríamos ricos, estaríamos forrados.
Pero aquellos que están allí sentados sobre un caballo, ¿serán capaces de sentarse allí y de escuchar?
¿Es que me tiene que parecer bien que en ese templo...? Se lo he dicho...
Entonces compramos un templo y entran todas esas asociaciones, llega ese señor, cierra los ojos y habla; una señora, y entonces estoy con las narices encima mientras cuenta majaderías, señor, en nuestra casa que tiene justicia y veracidad.
Señor... (inaudible), entonces los nuestros ya estarán barriéndolos hacia afuera; así que no lleva a ningún lado.
Ese pancito, señor, se queda ácido debajo y en sus manos.
Y ¿ahora qué vamos a hacer?
No es tan sencillo.
Pero voy a seguir.
Y esperen a oír todo lo que diga esa gente, y entonces verán, señor, se encallará usted porque esos galgos quieren vivir su propia pista de carreras, y volar por ella.
El ser humano no quiere apearse de ese caballito.
¿Cierto o no?
Se han convertido en alguien, han hecho algo, tienen sus sesiones, tienen esto, reciben sus flores, reciben sus serecillos humanos...
Y Antoinette van Dijk (cantante, presentadora de radio, 1879-1975) se muere, ha sido maltratada y torturada en el campo de concentración, o aquello otro, pero ese mismo ser humano, esa personalidad, habla a la semana siguiente ante la radio: “Que sigo viva”, eso mejor lo tiran; pero la señora continúa.
¿Y eso en tu propia casa?
¿Entiende?
(Señor en la sala):

—En el templo.
—¿En el templo?
Señor, hagamos de esto un mercado, así sabremos al menos que también estarán las peladuras y las cajas.
Y quizá también una naranjita que se haya ido rodando, nos la metemos, pues, en el bolsillo, pero más no recibirá usted de ninguna de las maneras.
Pues, sí, señoras y señores, ¿qué vamos a hacer ahora?
(Señor en la sala):

—A esto va unido algo más...

—Sí.

... porque si ahora vuelve a fijarse en ese señor Meinders, que es presidente de un Círculo Espiritista Protestante de esos, en los que ha reagrupado a los diferentes círculos espiritistas, las sesiones, y le dan por eso un sueldo de cinco mil florines por el primer año, y seis mil por el segundo...
Yo diría: pues ni tan mal, ¿no?
Pero si son esos los señores que van a dirigir los asuntos, solo por el dinero, será mejor que se queden en casa.
Yo, por lo que respecta a mí, preferiría decir: “Déjalo ... (inaudible), pero de todas formas son menos maduros para estas leyes”.
No nos sirve de nada, señor.
Para los maestros no se trata de un templo; ya podría haberlo.
El maestro Alcar dijo: “Nosotros llevamos el templo interior a la tierra”.
Y eso no es cualquier cosa, señor, porque siempre se han construido templos, señor, pero la materia interior, la conciencia de ese templo, siguió siendo pobre como las ratas.
¿Cierto o no?
Y ahora controlamos el templo interior.
“Pero el templo exterior, el material”, dice el maestro Alcar, “lo dejaré al ‘Siglo de Cristo’”, es el tiempo que vendrá después de nosotros, “se lo dejaré al ser humano de la sociedad para que lo vaya construyendo”.
Lo mejor será que entre todos hagamos que estén los libros, solo con eso ya no damos abasto.
Y eso es una tarea muy hermosa, se lo aseguro.
Pero mandar construir otra pequeña oficina más y dejar que se desintegre y mancille todo a diestro y siniestro...
Y en cualquier caso, se trata de seis o siete mil florines; pues, señor, menuda proeza, yo jamás he visto algo así.
(Señora X):

—Señor Rulof, tengo una pregunta para usted.
He tenido a alguien que dijo: “No, no existe el destino”, dice.
—¿Cómo dice?
(Señora X):

—He hablado con alguien que dijo: “El destino no existe”.

—Sí.

—Después dijo: “Pero Napoleón se fue a Rusia y allí encontró su fatal destino”.
Y entonces tuve que dejar eso de lado.
—Sí, claro.
(Señora X):

—Vaya, ¿y eso cómo es posible?
—Señora, si juego a la lotería y voy por encima de mi capacidad, entonces estoy de lleno encima de mi destino.
(Señora X):

—No, yo...
—Señora, estuve en Montecarlo, me llevé quince millones y volví sin nada.
(Señora X):

—Bien, pero ¿quién tenía razón?
Él dice que yo no tenía razón.
Digo: “Entonces sí que existe el destino”.
—Sí, señora, pero no estamos hablando ahora de un templo marcado por la fatalidad.
(Una señora en la sala):

—No, pero entonces...
—Sí, pero, no, ahora no está siendo justa, ahora me parece..., no, no está siendo amable.
Estamos hablando del templo de la Universidad y usted me viene con el destino, pero sí que creo, señora, que tiene usted razón, porque se convierte en destino si sacamos a toda esa gente.
(Señora X):

—No, ahora no estoy hablando de ese templo.
Pero de eso estábamos hablando.
Estoy con esa pregunta.
(Señora X)

—Sí, pero para esa pregunta he... he venido a verlo a usted.
—¿No habría sido entonces mejor...?
(Señora X):

—Pensé: ‘Rulof, ese sabe tantas cosas’.
—¿Ah, sí?
Vaya, vamos de mal en peor.
Pero, señora, cuando la profe está con algo, ¿podemos hacer preguntas diez a la vez? Eso no funciona, ¿no?
Usted lo que debería hacer un poco... (La señora habla al mismo tiempo).
¿Me permite entonces un momento enseñarle que hay que esperar?
(Señora X):

—Ya, pero no puedo esperar mucho tiempo porque tengo que irme enseguida.

(Risas).
—Bien, señora, eso lo respetamos.
Voy a acabar esto de inmediato y entonces empezaré con su destino.
Y haremos que salga algo bonito.
(Señora X):

—Bien, porque es por eso que vengo expresamente, por ese destino.
—¿Solo por ese destino?
¿Y no por nada más?
Vaya, pues entonces igual meto hasta un regalito en esa bolsa de usted y así se lleva alguna cosa extra.
Pero, señor y señora, señoras y señores...
Ya comprenderán, señor, le diría: siga trabajando y prueben a ver lo que consiguen, quizá salga algo.
(Alguien en la sala dice algo).

¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—Es usted escéptico.
—Digo: “Quizá salga algo”.
(Señor en la sala):

—Sí, había gente por todas partes que no lo veían con malos ojos.
Van Engelen, por ejemplo, que...
—Sí, eso no es cualquier cosa.
Entonces sí que está usted con un alcalde en el ámbito ocultista.
Pero, claro, no quiero tener que ver con esas cosas.
Intentaremos que salga algo bonito de esto, pero lo propongo, solo hay una garantía: si fuera posible, ¡habría que ver!
De todas formas los reto a todos, a los teósofos, a los rosacruces, a los espiritistas.
Digo: pues pónganme a prueba durante diez años.
Si entonces he demostrado que tengo algo, acéptenlo, inclínense, y seremos tan fuertes como nadie se podría imaginar.
¿Cierto o no?
(Señor en la sala):

—Pero no vendrán.
—Pero no lo harán, señor, porque le digo: ese Van Engelen y los demás, todos ellos tienen que sentarse allí, porque no es más que palabrería al espacio.
Y no lo harán.
¿Qué quiere ir a hacer ese hombre luego, cuando aquí solo pueda sentarse y ya no pueda recibir esos cinco mil florines?
Señor, entonces tendrá que ir a la fábrica de papel.
No creo que lo haga.
Digo: “Señor, ¿qué le cuenta a la gente?”.
Bueno, pues, traigan a ese señor, adelante, y entonces siéntanlo aquí: ya verán lo que ustedes le pueden contar a él; lo golpearán mortalmente con sabiduría.
Esos espíritus de esa gente, eso ya lo han superado hace mucho.
Porque sigue siendo una búsqueda y un cuento de pastor protestante.
¿Y ustedes siguen aceptándolo?
Aquí les he intentado mostrar, no me digan que aquí no he intentado...
¿Y ellos no son capaces?
No, eso tampoco es posible, usted tampoco puede hacerlo, señor, si no hay un buen contacto; y esos no lo tienen.
Si entran en trance —es algo que sin duda pueden leer en ‘Dones espirituales’, y aquí se ha demostrado, ¿no?, lo he demostrado con mis ochocientas conferencias, ¿cierto?, y con mis libros—, si entro en trance y ellos entran en trance, es exactamente lo mismo, ¿no?
Y entonces pónganse a hacer preguntas, señor.
¿Bueno?
Ah, hay un montón de gente entre ustedes que lo han hecho.
¿Y qué reciben?
Nada.
Dicen: “Señor, mejor vuelva a abrir los ojos porque sigue metido allí que da gusto”, porque lo ven, lo conocen, lo saben.
Porque ‘Dones espirituales’, los dos libros, son tan afilados como una espada que corta espiritualmente.
¿Cierto o no?
Y ustedes no pueden eludirlo.
Y ahora ya pueden ponerse a hacer una comedia, señor: el ser humano que lea eso dice: “Pero ¿y eso, señor? ¿Y esto, señor? ¿Y aquello, señor?
No lo saben.
No tienen contacto.
No son médiums.
Cada ser humano tiene sentimiento, el perro y el gato lo tienen.
Pero dones, señor, para el otro lado...
¿Verdaderos videntes?
En ‘Dones espirituales’ pone que si hay verdaderos videntes, señor, quizá entre diez millones de personas solo haya uno o dos.
¿Y no lo ha averiguado usted en los años después de la publicación de ‘Dones espirituales’?
Mejor inténtelo.
¿Puede eludirlo?
Pues, señor, ni para ver ni para curar, pintar, escribir, la voz directa, desmaterializaciones, madre mía, no tiene más que intentarlo.
Pero ahora vamos a empezar, señor, usted hace todo lo posible y ya oiremos algo de usted, ¿verdad que sí?
Y si tenemos que comprar pan y lo hay, señor, ese hombre ya podrá hacer su pedido mañana.
¿Cierto o no, señoras y señores?
Tenemos aquí entre nosotros a algunos roterdameses, y entonces haremos que ese hombre incluso lleve un pan a Róterdam.
Señora, y entonces no pediremos todos los días un solo pan, sino que tomaremos dos, porque así tendremos quince centavos más.
(La señora X dice algo).
—¿Cómo dice?
(Señora X):

—Eso lo dice mi madre también.
—Ah, sí.
Señora, usted quiere saber: ¿qué es el destino?
Ya digo: ¿qué es el destino?
Va una persona y dice: “Voy un momento al médico, porque mi madre no está bien”.
Y acaba de doblar la esquina, señora, y lo atropella un coche mortalmente.
Y la madre seguía viva quince años después, pero el bueno del otro, la otra persona que quería ir al médico para buscar ayuda para la madre, a él lo mató un coche justo en la esquina de la calle.
Entonces, ¿qué es el destino?
(Señora X):

—Pues debería haber tenido más cuidado.

(Risas).
—No, señora, eso fue, pues, su final dichoso.
Y así es como uno puede irse, si además hay un accidente, siempre es...
(Señora X):

—No, eso no fue el destino, porque si hubiera mantenido los ojos bien abiertos, no lo habría matado el coche.
(Señor en la sala):

—Napoleón igual.
(Señora X):

—Dice él: “El destino no existe”.
Y entonces dice que Napoleón se fue a Rusia, allí encontró su fatal destino.
Pues, entonces el destino existe, ¿no?
—Sí, entonces existe.
¿Ha leído usted todos los libros, señora?
(Señora X):

—Sí, ya he leído un par.
—¿Un par? Pues hay diecinueve.
Si usted no se toma la molestia de leerlos, yo tampoco la tomaré ni tendré la fuerza de explicárselo, porque tengo que ir a esos libros.
(Señora X):

—Sí, pero eso no se hace así sin más, leer todos esos libros rápidamente uno tras otro.
—Rápido, rápido, rápido...
De lo que trata, señora, se lo puedo explicar bien, se lo puedo explicar espiritual, humana y espacialmente, y se lo puedo explicar divinamente.
Porque el hombre que dobló la esquina, ¿simplemente tendría que haber tenido más cuidado?
Señora, le había llegado la hora.
(Señora X):

—En eso ya no creo para nada.
—No.
Hay un avión, ese avión que acaba de estrellarse en Alemania; ¿por qué la gente que iba en el interior no se precipitó a tomar el mando del avión, el mando de navegación, y no lo pilotaron ellos mismos a la pista de aterrizaje?
¿Por qué no lo hicieron?
¿Entienden?
Un tren que es arrollado, ¿es también su propia culpa?
¿Es la culpa del maquinista que no se detiene allí?
Y hay otro hombre de esos que tiene que cambiar las agujas y no lo hace, y entonces el tren se lanza sobre la otra vía y se descarrila volando.
¿Eso también es el destino?
(Señora en la sala):

—Sí.
—Señora, el destino no existe.
Todo tiene un destino.
Y todo está calculado con precisión.
Pero sí que es posible vivir chapuzas.
¿Es el destino que Napoleón se fuera a Rusia y que sucumbió allí, a las puertas de Moscú?
No, señora, es su propia desintegración.
Se ahogó en su propia desintegración y casi se mata.
Y así es con todo.
Y ya puede recurrir a centenares de miles de ejemplos, que yo le saco... los tiene que hacer usted misma, ahora habla usted de Napoleón, pero no pienso —ni falta que me hace— sacar todos esos ejemplos.
Y así podrá hacer una lista con centenares de preguntas, todo cosas que sucedieron por circunstancias que resultaron ser fatales, y entonces le explicaré la ley espiritual, espacial, de cara a la vida, el sentimiento, la personalidad, la paternidad, la maternidad, la reencarnación, el renacer.
Por ese estado fatídico en concreto está usted vinculado al espacio, al tiempo, a la vida y la muerte, al renacer, a la paternidad y maternidad, a los planetas y las estrellas.
Porque si existiera el destino, la tierra no se mantendría en su órbita y se desmoronaría todo, porque entonces estaríamos suspendidos en el espacio.
(Señora X):

—¿Entonces sí que tenía razón?
—¿Qué decía ese hombre, pues?
(Señora X):

—El destino no existe.
—No, señora.
Ese señor tiene razón, irrevocablemente.
Sí, sí, desde luego, ese hombre tiene razón.
(Señor en la sala):

—Pero todo es la ley de causa y efecto, ¿no?
—Sí, la ley de la causa y el efecto, el karma.
Señor, pero de eso ni siquiera hace falta que hablemos.
Aquí se trata del tiempo corriente y moliente, y entonces hay... mire, sabemos... y eso usted también lo acepta: no ocurre nada al margen de Dios, o para nosotros, que Dios no sepa.
Eso lo acepta usted, ¿no?
(Señora X):

—Dios, Dios, para mí no existe ningún Dios, señor.
Dios me la pega.
—¿Cómo dice?
¿Según usted no existe ningún Dios?
(Señora X):

—No.
—Señora, entonces lo dejo ahora mismo, lo dejo.
Y si lee esos libros, es usted una objetora cabezona.
Eso es lo que son margaritas para los pollos.
(Señora X):

—Me criaron rodeada de santos, en cada rincón había uno.
—Señora, a mí también (la señora habla a la vez), a mí también, señora, a mí también y hay más católicos que no han visto otra cosa que Cristo y santas Marías y Josés.
(Señora X):

—Todavía no he terminado.
Si hay alguien que ha rezado, soy yo, desde lo más hondo del corazón, y ahora ya no creo en Dios.
—Bueno, pues...
Señora, aquí hay madres que han sido golpeadas y pateadas (la señora habla a la vez), no, señora, yo tengo la palabra...
(Señora X):

—Bien, de acuerdo.
—... ahora le daré la palabra.
Nosotros hemos sido golpeados y pateados y seguimos amando a Dios, Él dice: porque es nuestra propia culpa.
(Señora X):

—Anda, venga ya.
—Señora...
(Señora X):

—Si amo a alguien, pues no vas a meterlo en la tumba a base de golpes, ¿no?
—Y que Dios hace todas esas cosas, ¿no?
(Señora X):

—Dios hace esas cosas, sí.
—Señora, lo dejo, muchas gracias, porque a esto es imposible responder.
(Dirigiéndose a la sala):

—¿Es posible responder a eso?
(Gente en la sala):

—No.
—Señora, lo dejo, no hay forma de responder a esto.
Lo siento muchísimo, pero a esto no es posible responder.
Si tengo aquí a alguien que dice: “No acepto ningún Dios y los maestros no existen”, entonce digo: “Muy bien, señor, entonces arroje los libros a la basura”.
Estoy contento de haberlo visto y de tener ese asidero y esa seguridad, de lo contrario...
Creo que frente a tanto rechazo en la tierra uno, ciertamente, volvería a lanzar esos libros al fuego.
Pero un ser humano que dice: “No existe ningún Dios”, eso es prehistórico, y entonces usted tampoco cree en Cristo ni en nada.
(Señora X):

—En Cristo, sí.
—Ah, eso sí.
Sí.
No, señora, entonces no soy capaz de..., en estos momentos no soy capaz de.... —y de verdad que esto no es sarcasmo, sino que es la verdad—, no soy capaz de... y me inclino de inmediato...
No lo dejo porque no soy capaz... (la señora habla a la vez).
Señora, todavía estoy hablando.
(Señora X):

—Sí, bien.
—Sí que soy capaz, no lo hago, me quedo sin poder hacer nada, porque usted ningunea al Dios de todo lo que vive, así como así.
“No existe”.
A eso no se puede responder.
No, lo dejo.
Ya no hace falta que diga nada más.
Apáñese como pueda.
A eso no es posible responder.
No...
(Señora en la sala:

—... nada más que averiguar.
—Señora, sus golpes me dejan fuera de... no de combate, pero me priva de la posibilidad de construir fundamentos, porque el Dios de amor existe.
¿Y usted ha leído dos o tres libros míos?
Eso no le sirve de nada, señora.
(Señora en la sala):

—¿Por qué no?
—Porque sigue diciendo ahora...
Ya empezamos con la primera palabra: Dios es un Padre de amor, la primera palabra que consta en los libros es: El amor es el bien más elevado que le fue dado al ser humano, el amor es lo que hace vivir y profunda emoción hace sentir...
Y entonces empieza usted diciendo: “No existe ningún Dios”, señora, me dan ganas de llorar.
Eso es...
(Señora X):

—Bien, y ¿por qué?
—¿Que por qué?
Porque esto ya le hace sentir una profunda emoción al ser humano, como padre y madre.
Entonces yo también podría decir: mi padre no existió y mi madre no existe.
Entonces ellos ya no existen tampoco.
Usted solo se aferra a la tierra, a la materia, a esto, y Dios no existe; el Dios de todo lo que vive tiene que quitarse de encima todas esas pequeñas cosas materiales que usted misma se ha impuesto.
Vamos, vamos, vamos...
Pero aquí lo dejo, señoras y señores, voy a ir a una nueva pregunta.
Basta.
Lo siento.
(Dirigiéndose a la sala):

¿Tengo derecho a hacerlo?
(Gente en la sala):

—Sí.
—Gracias.
Voy a seguir.
¿No tiene que irse, señora, ahora?
(Señora X):

—No, voy a esperar un poco.
—Ah, puede hacerlo, sin problema, pero como tenía tantas prisas.
(Jozef continúa con la siguiente pregunta).

“¿Qué es lo que pasa realmente cuando por un accidente”, ya estamos otra vez, “o por un choque espiritual pierde la conciencia?”.
No, esto sí que es diferente.
“¿Y qué pasa si después de haber vuelto en sí ha perdido sus recuerdos?”.
Pérdida de la memoria.
¿De quién es esto?
Señor, cuando un choque...
Mire, atienda: un choque, puede ocurrir justamente por un shock, también por una caída.
Y es posible que un ser humano pierda la memoria por un choque o una caída y deje de vivir en la conciencia diurna existente.
De modo que ese choque habría preparado algo por el que quedan anulados sus sentimientos.
Eso no es pérdida de memoria, pero es cuando aparece un trastorno en el pensamiento normal, natural, espiritual, que desde el centro de los sentimientos, el plexo de los sentimientos, el plexo solar... atraviesa el cuerpo por encima de la espalda y regresa y atraviesa el cerebro, y de pronto eso ya no puede seguir porque allí se ha descompuesto, se ha desequilibrado algo.
¿Entienden?
Y entonces el ser humano ya no puede pensar y dicen: “No, ya no lo sé”.
Sí que conservan el habla, porque eso permanece.
Pensar, sí, no...
Y a eso se añade algo extraño, algo raro, y lo han vivido los médicos, dijeron...
“Sí”, dice, “entonces empecé a hablar sobre las vacas que yo tenía, y estuve allí, allí y allí, en mi entorno: ya, pero ya no vivo aquí, ya no vivo aquí”.
Entonces esa gente dijo: “¿Lo ves? Ha desaparecido la memoria”.
Entonces el ser humano se encontró decididamente, y de pronto, por un shock, por ese choque, en la reencarnación, la vida anterior.
No entendían nada de eso.
Ha pasado muchas veces, señor.
¿Ha quedado claro?
Claro, ahora puedo continuar siguiendo esos fenómenos, pero ya ni siquiera hace falta, porque este es el núcleo.
Así que por el choque usted puede perder realmente la memoria, eso es sentir y pensar con la conciencia diurna, porque usted desde..., porque no por medio...
en esa máquina se ha roto una plumita, un pequeño engranaje, y entonces no puede seguir pensando, así que se queda detenido en algún sitio.
¿Dónde está usted?
Encima de su vida anterior, solo allí.
Dice: “Sí, estoy, he aprendido a hablar, eso sigue, todavía puedes pensar”.
Dice: “El pensamiento continúa”.
Sí, pero ahora ese pensamiento ya no atraviesa el cerebro, esa fuente, sino que parte directamente de los sentimientos, y en eso instante el erudito, el médico, podría haber dicho: “Dios mío, Dios mío, ese ser humano piensa sin cerebro”.
Se busca con rapidez una vía y continúa.
Eso yo lo he presenciado, oigan, con un ser humano, con un chico que vino a verme y que se había caído, dice: “Ya no puedo pensar, señor”.
Dice: “Sí puedo hablar”.
Entonces el maestro Alcar dijo: “Está pensando sin cerebro”.
Pues, conseguimos liberarlo, porque había un pequeño tumor que estaba ejerciendo presión, no podía pasar y eso hemos conseguido quitarlo.
Y entonces salieron de esos oídos unos huevitos así, qué gusto, por detrás de las orejas, los sacamos, la suciedad fuera y el señor volvió a pensar; la vía se había vuelto a abrir.
Pruebas.
(Jozef continúa).

“¿Es posible curar con ayuda espiritual a alguien de la demencia si la causa de esta es cambio, defotma...”.
¿Eso qué es?
(Señor en la sala):

—Deformación.
—Ah, “deformación”, iba a decirlo: me pareció una te.
“... deformación del cerebro como consecuencia de un accidente?”.
Sí, señor, eso también existe, el alcoholismo y la sífilis, sí, todo eso es posible.
Pero ¿es posible curar a alguien de estas cosas con ayuda espiritual?
Naturalmente que no, porque si tiene usted sífilis y se dedica a empinarla, bebe demasiadas de esas copas que saben a gloria, entonces no es posible; o tiene que haber una posibilidad de, digamos, el veinticinco por ciento, es cuando ya se puede conseguir algo.
Pero si se está en un dos por ciento, un cinco y un diez, entonces estamos ante un noventa y cinco por ciento de predominio.
¿Y cómo vamos a vencer eso?
Mientras que no se recibe nada del ser humano, porque se toma sus copas, tiene sus demás aficiones.
Entonces no se puede hacer nada.
Y cuando se trata de un tumor, sí, entonces hay que arreglárselas para deshacerse de él.
Entonces sí que vuelve a ser posible a ayudar a ese ser humano, porque existe la posesión material, es por el tumor, es lo mismo que con ese hombre del choque.
Los médicos... ya ha habido algunos fenómenos de personas, psicópatas, a quienes se curó por el choque, pero la demencia estaba a la vuelta de la esquina y llegó, y todo no hizo más que agravarse.
Así que primero la sensibilidad, la psicopatía: no continúa el pensamiento, todo mal, erróneo.
“Sí, entonces hablan en mi interior y dicen: ‘Pues entonces no comas’”.
Aquí tuvimos a uno, vino a verme y me dice: “Sí, entonces dicen, señor Rulof: ‘Entonces no comas, eres un tragaldabas y el mundo entero padece pobreza y tú no haces más que comer’”.
Eso lo oye ese hombre.
Dice: “Pues entonces ya no comeré”.
Y el hombre dejó de comer, se quedó más flaco que un palillo.
Y entonces vino a verme: “¿Qué tengo que hacer?”.
Digo: “Ir como una flecha a un restaurante y meterse un buen solomillo”.
“¿Lo dice en serio?
Pero eso puede ser en el otro lado, ¿no?”.
Digo: “El otro lado ¿tiene la intención de deshacerlo a usted?”.
Digo: “Señor: como una flecha al restaurante”.
Bajó las escaleras, volvió a subir: “Así que un solomillo, que sí, ¿no, señor Rulof?”.
Digo: “Sí, ese solomillito, con una ensaladita y algo rico.
Se va usted a ese restaurante y se da un pequeño homenaje”.
Digo: “Haga lo que quiera allí”.
Está en la calle, vuelve a subir: “¿Así que tengo que...?
Entonces lo hago ahora mismo, ¿no?”.
Digo: “Señor, ahora mismo”, eran las siete, digo: “ahora todavía puede ir, mantenga la tranquilidad y no hable con la gente”.
Digo: “Tómese el tranvía de la línea 3 y se va a disfrutar a la ciudad o donde esté, ¿dónde vive usted?, allí, y se va a la ciudad y se da un festín”.
“Ah, bien”.
Y adiós.
Pienso: ‘¿Es que volverá?’.
Me quedé mirándolo y entonces se quedó pensando en la calle, todavía no se daba cuenta.
Señora, ya se dará cuenta, pero esos sentimientos, señor, no puede asumirlos, están divididos y ahora están allí impotentes, impotentes, impotentes.
En la sociedad no existe la voluntad de actuar, y de eso están llenos, no nuestros campos de concentración, sino los manicomios, Rosenburg aquí, la clínica Ramaer etcétera, Maas en Waal en Róterdam, y en Utrecht tienen aun otro nombre, Bloemendaal, nuestros locos están por todas partes.
Media humanidad, señor, es psicopática y demente.
Hay tanta gente ahora entre ¿qué?
Nosotros sabemos lo que es.
Y tienen que asimilarlo todavía.
Cuando la humanidad y el universo evolucionan, señor, entonces mejor escuche, entonces el psicólogo empieza a entender al ser humano, y entonces los psicópatas y los dementes se curan.
Pero entonces se puede ver el primer fenómeno en las aguas, porque es cuando se disuelven las ballenas y las alimañas, todos esos monstruos, esos animales gigantescos, ya no se ve ningún elefante ni ninguna jirafa, porque esas eras prehistóricas —aún es la era prehistórica—... esa jirafa aún tiene que ir luego a la mariposa, no, a un pájaro.
Imagínense, pues, cuánto tiempo no pasará antes de que un caballo haya perdido su largo cuello.
Y después con otro cuello más largo una garza, por ejemplo, ¿verdad?; y pic, pic, y que entonces está al acecho de una rana.
Antes de que se haya completado esa evolución ya habremos avanzado un millón de años.
Qué divertido, ¿verdad?
Y la ciencia dice: “Vaya, vaya, vaya, ¿cómo es posible?
¿Así que usted nos quiere explicar que el elefante luego esté cantando en una jaulita y se le llame ‘canario’?”.
Digo: “Sí, señor”.
Entonces dijo: “... (inaudible) encerrado.
Mejor enciérrenlo, porque eso es imposible”.
Pero ¿a dónde tiene que ir esa vida de Dios?
¿A dónde van esos pájaros?
La vida en las aguas ¿no llega a tener ampliación, evolución?
¿Es que ese animal siempre tendrá que seguir deambulando por esas aguas?
Y un león y un tigre, las verdaderas especies animales en la tierra, también el mono, ¿tienen que quedarse allí todos?
Adquieren alas y muchos animales ya las tienen y más adelante también llegan a tener alas espirituales y entonces vivirán detrás del ataúd, en el otro lado, y vendrán con nosotros al divino Omnigrado consciente.
¿No leen eso en ‘El origen del universo’?
¿No está construido de forma poderosa?
(Dirigiéndose a la señora X):

—¿Se queda un poco más, señora?
Oiga, estupendo.
Si es que somos buenos amigos, ¿cierto o no?
(Señora X):

—Claro que sí.
—De eso se trata, qué bueno, claro.
Señor, ¿está satisfecho?
Sí, a veces nos podemos tirar un poco de los pelos, pero eso da igual, ¿no?, mientras no se pierda la amistad.
Miren, hay gente que todavía anda...., entonces dicen... entonces no soy un “canalla”, señor, sino que soy un tipo despreciable, eso tampoco se puede decir, y entonces se van.
Digo: “Pero, señora, ¿por qué se va ahora? Tratémoslo hasta el final”.
No se trata de la razón, se trata de una ley.
Y resulta que en el mundo hay cien mil personas que dicen: “Sí, pero así es como es”.
Y entonces sí que habrá un serecillo humano que se levante y diga: “Esto no lo acepto”.
Hasta que esté detrás del ataúd y diga: “Dios mío, Dios mío, vivo.
Y esos otros cien millones de personas tienen razón”.
¿Pero aquí?
No hay manera de metérselo.
Y esa es la lástima.
Y entonces ya puedo decir... la señora puede pensar: ‘¿Es que usted es el único que lo sabe?’.
Yo tengo mis pruebas.
Tenemos aquí a un señor, estoy escribiendo sobre eso, dejo constancia de ello (véase ‘Preguntas y respuestas’, parte 1, primera edición, página 257; la primera parte de la serie ‘Preguntas y respuestas’ la compuso y editó el propio Jozef Rulof).
Aquí tenemos una noche un señor y este me pone ante las santas revelaciones de Juan —no sé si ustedes todavía se acuerdan— de la Biblia, algo bíblico, completamente bíblico.
He luchado con él, más o menos un cuarto de hora.
Y digo: Sí, señor, pruebas, pruebas.
Tengo mis libros, soy de Güeldres, no sé hacer nada, jamás he leído.
Ya lo tenía de niño, me desdoblaba corporalmente y entonces veía la vida detrás del ataúd.
Ya podrá decir: ‘Sí, claro, majaderías’, pero tengo mis libros, tengo mi sabiduría, y esa sabiduría no la puede aprender usted aquí en la tierra, porque ya lo dice usted mismo: ‘Es imposible’.
Y hay gente capaz de ello.
Pero si usted a la sabiduría...
Miren, aquí dicen: “¿Está usted en trance?”.
Santo cielo, les cuento y les explico, conscientemente o en trance o inconscientemente, da igual, las leyes del espacio.
¿De dónde viene eso?
Han de ser capaces de escuchar por la palabra que aquí ocurre algo.
Porque esa palabra —lo cual está pasando ahora mismo en Diligentia, ¿verdad?— no la pueden vivir en ninguna parte, en ninguna universidad.
Así que ¿quién es el loco que está hablando allí por encima de su conciencia humana, social?
¿Es un loco?
Ahora recibimos por las pruebas, por esto, cosas normales que podemos controlar, esto, eso, eso, eso...
Ahora tenemos que decir, de eso les digo: “¿Ha leído usted dos libros?”.
Y encima dice usted: “No existe ningún Dios”.
Sí, entonces uno se queda sin poder hacer nada.
(Señora en la sala):

—Señor Rulof, pero usted mismo también lo ha dicho, ¿no? Que Dios no existe.
—¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Usted mismo también lo ha dicho, ¿no? Que Dios no existe.
—Un centenar de veces, fácilmente, he...
(La gente habla a la vez en la sala).
(Señora en la sala):

—... si eso es lo que pone en la Biblia, que quizá lo quiera decir de esa manera.
(Jozef responde a las palabras de alguien):

—No, no, no, no, señora, quien tiene que aclarar eso es ella, no se tiene que poner usted a buscarlo, que se apañe ella misma.
(Señora en la sala):

—El tema tratado era rezar...
—De eso no se trata.
No, ese señor, al que me refiero yo, dice: “Pfff”.
Esa noche le dije al señor lo siguiente: “¿Pruebas?
¿Más pruebas todavía?”.
En Ámsterdam, eso ustedes lo han presenciado, el maestro Zelanus aporta..., va..., es cuando tuvimos esa poderosa conferencia en Ámsterdam, se fue desde la luna al Omnigrado —¿se acuerdan?— y se encuentra ante Cristo, en ese momento habla al ser humano y se concentra en Cristo, dice: “Ahora estamos ante el Mesías”.
Creo que fue al final de la conferencia, ¿no?
Y entonces dijo Cristo: “¿Has visto a un solo ser humano con estas marcas?”.
Y el maestro Zelanus se clave en Cristo y se acaba la conferencia, y tengo las cicatrices de Cristo en la mano.
¿Se acuerdan?
Entonces el maestro Zelanus había cortado una flor allí, había analizado su maternidad, y entonces hubo una señora, dice: “Doy mil florines por la flor que el maestro Zelanus ha tenido en sus manos”.
Entonces el maestro Zelanus dijo: “Esa flor no está a la venta.
Ni hablar”.
Y entonces la gente lo vio, querían besarme las manos.
Digo: “Señora, váyase”.
El maestro Zelanus vuelve a hacerse conmigo, dice: “Esto no es nada.
Esto es más sencillo que nada, me he pasado un poco en la concentración”.
Estigmas.
“¿Puede convencerse ahora?”, digo al señor aquí, esa noche, a la sala.
Digo: “¿Tiene ahora pruebas, señor?
Eso son estigmas.
Y sigue sin tener nada de Dios, aunque esos fenómenos estén allí”.
Cuando pienso un poco en eso me vuelve a arder.
Digo: “Señor, eso son estigmas, es un fenómenos oculto.
¿Es Dios?
No, señor, nada todavía”.
Pero ahora, habría que ver los aspavientos que haría otro, ¿que ese de allí tiene los estigmas de Cristo?
Fíjense en Therese Neumann
¿Una santa?
Señor, una enferma, un ser humano enfermo, sin más, que recibe allí cada año las marcas de Cristo.
Esa se ha puesto ciega de autosugestiones, señoras, y eso ustedes también lo pueden tener mañana si... eso empezará a funcionar en un año.
Ya tenemos las pruebas, ¿no?
Si usted deja fuera de juego a esa mano, se quedará de todas formas paralizada en dos semanas, y en cuatro, cinco meses estará seca, ¿no?
Todo eso es concentración humana.
Los maestros son de una forma, gracias a Dios, que no se les puede comprar por esos mil florines por haber tocado esa flor, porque entonces ya nadaríamos en el dinero y también ya estaría ese templo, señor; ya solamente por la sensación.
¿Sí?
Y ahora, ¿qué?
Y ese señor dice: “Sí”.
Digo: “No, señor, a mí eso no me dice nada de nada”.
¿Cómo se puede convencer, pues, al ser humano?
Eso lo tienen que averiguar ustedes mismos, no se lo puedo dar.
Aunque les expliquemos las leyes, aunque tengamos el poderoso arte, aunque tengamos libros; todo eso da igual.
Ahora se trata de lo que hagan ustedes mismos con eso, nosotros ponemos los fundamentos.
¿Alguna pregunta más sobre esto?
No, ¿verdad?
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

Sí, señor.
(Señor en la sala):

—Esos choques artificiales que aplican en diferentes clínicas, no pueden tener jamás de los jamás como resultado que los pacientes se curen, ¿no?
—Claro, claro.
No soy médico, pero hay médicos que han venido a verme.
Uno que me dice: “Jozef....”.
Uno que también se había leído un par de libros, un hombre simpático, no todos son obstinados, no todos niegan.
Dice: “¿Qué conseguimos con un choque?”.
Digo: “Entonces tienes que conocer los sentimientos y la personalidad del hombre y la mujer”.
—¿Hasta qué profundidad se puede aplicar el choque?
Digo: “Te daré las pruebas que ustedes alcanzan y ven”.
Digo: “Se coloca el choque sobre esta y aquella atmósfera...”.
(Señor en la sala):

—¿Es eso presión de vapor o eléctrico?
—No, es una diatermia.
(Señor en la sala):

—Diatermia.
—Y esa corriente te atraviesa; no es otra cosa que los nervios que lo acogen y que elevan con ellos los sentimientos.
Así que se sigue estando bajo la conciencia diurna, y entonces los sentimientos tienen que ir también, debido a la reacción de los nervios y otros sistemas, eso obliga a los sentimientos a ir también, y eso es lo que provoca el choque.
Entonces dijo: “¿De dónde sacas eso?
Esto está explicado infaliblemente”.
Digo: “Pero ahora el resto.
Tengo una enfermedad en mi interior y está dormida, se despierta por esa reacción.
Dos días después: una enfermedad del riñón”.
“Eso también ha ocurrido”, dice.
Digo: “Otra cosa más”.
Digo: “Viene alguien, tenía un poco de acidez y era esto y lo otro, pero aún estaba latente”.
Digo: “Un problema gástrico”, directamente.
“Eso también ha ocurrido”, dice.
Digo: “Hubo alguien con metrorragias, sangre”.
“Eso también ha ocurrido”, dice.
Dice: “Ya casi ni nos atrevemos a aplicar esa cacharro asqueroso, porque solo provoca accidentes”.
Digo: “¿Por qué?
Porque en primer lugar no conocen ustedes el organismo y no pueden mirar por dentro lo que falla allí y allá.
Entonces a uno le falta la mentalidad y la conciencia del sistema nervioso, tampoco lo tienen, y es cuando aparecen los sentimientos que tienen que acoger todo eso, y lo desconocen por completo”.
Otra señora recibe un choque, todo va de maravilla, dos días después anda por la calle, se derrumba con violencia: está inconsciente.
La tuvieron allí cuatro semanas: inconsciente, inconsciente, inconsciente.
¿Qué ocurre?
Aquí ha surgido un trastorno entre la materia y el espíritu.
Con el choque se manifiestan las cosas más extrañas.
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

¿No ha oído usted de muchos casos como estos, hermana?
Y entonces dice ese médico: “¿Y tú no eres médico?”.
Digo: “No, señor, puedo decirle al instante por la luz del ser humano, en los ojos, y por otras posibilidades: hay que ajustar el choque hasta aquí; hay que suministrar este”.
Digo: “Ya no, porque usted quiebra allí algo que es tremendo”.
Digo: “Es una reacción.
Es exactamente lo mismo que la incineración; es cuesta abajo, y esto es construir.
Eso es el choque y ahora será mejor que empiece.
No soy médico, señor”.
Pero ese choque lo puedo calcular de cara al ser humano.
Eso también lo pueden leer en ‘Los pueblos de la tierra’, cuando se trata el cáncer con... no con uranio, sino con...
(Gente en la sala):

—Radio.
—... radio.
Pero una cosa sorprendente que yo mismo he vivido.
Alguien con resaca de radio —una madre—, así lo llaman, resaca de radio, una bonita resaca.
Que han constatado cáncer en la matriz y se la han quemado.
Quemado completamente, señor.
¡Un dolor terrible!

Y a eso lo llaman la resaca, pero eran los tejidos: el radio los había acelerado hasta el punto en que ya no quedaba ningún tejido normal.
Los jugos vitales se habían secado.
Es como un trapo mojado que se arroja de pronto al fuego.
¿Qué queda de eso?
Y eso es el radio para el cáncer.
(Señora X):

—Pero ¿algo habrá para el cáncer, que lo combata?
—Señora, de nuevo, de eso no estamos hablando, ahora estamos hablando todavía de aquello.
(Señora X):

—Estás hablando sobre el cáncer, ¿no?
—Sí, es cierto que estamos hablando sobre el cáncer, pero no nos referimos a esos problema, ahora estamos tratando el radio, el método de curación que tiene.
Debería aprender usted, si me permite que le enseñe algo, que si estamos hablando del pan, no estamos hablando de naranjas.
(Señora X):

—Pero estaba hablando sobre el cáncer, ¿no?
—Sí, señora pero usted se va por otra...
Sería una buena escritora, porque saltaría de una cosa a otra.
Pero usted no desmenuza nada, sino que al instante se va a otro problema y eso la gente no lo comprende.
(Señora X):

—Un libro así de gordo.
—¿Un libro así?
Pero entonces es un amasijo de granos de arena seca y eso no hay quien lo lea.
Ahora estamos hablando todavía del radio.
Entonces fuimos a curar a esa mujer y dice: “Señor, qué frío está eso, qué sensación de frescura”.
Y entonces el magnetismo humano fue...
Eso yo lo he vivido, señoras y señores.
Fíjense ahora en lo que un ser humano es capaz de hacer en el fondo cuando tiene una sintonización pura: entonces mi magnetismo se hizo más fuerte que el radio y se fue enfriando y...
Cuatro, cinco meses después estaba fuera.
Porque entonces se liberaron los órganos del radio y volvieron a tener nueva vida; ella aguantó, había desaparecido.
El ser humano es aún más fuerte que ese radio increíble, por lo que el mundo se volvió loco, ¿se acuerdan?
(Gente en la sala):

—Sí.
—No, señor, la vitalidad humana, universal como aura vital es divina si esas leyes penetran hasta ese punto y a la posibilidad hacia donde tiene que ir, para la que sirve.
Qué divertido, ¿verdad?
Ha quedado demostrado.
Yo mismo he vivido cien mil cosas por las sanaciones, con las que borré del mapa el radio y todo.
Y después hablé con ese médico.
Entonces ella se fue al médico.
“Ya puede ir a decir en nombre mío que la ha quemado que da gusto”.
Digo: “Así él me podrá retar”.
Entonces dijo él: “Bueno...”.
Y lo contó y entonces él se enfadó.
Y que viene ese señor.
“¿Ah, sí?”.
Digo: “Pues hablemos”.
Digo: “¿Tengo razón?”.
Pero llegué a tenerla.
“Sí, si no mencionas mi nombre”.
Dice: “Porque eso destruiría el hospital entero”.
Digo: “En el fondo tendría que hacértela pagar, amigo”.
Digo: “No tengo que ver con usted, ni siquiera tengo permiso para sanar, así que usted también puede decir esto”.
“Pero, claro”, dice, “son estudios.
No lo sabemos”.
Al igual que el choque no está calculado, señor, el médico desconoce la fuerza del radio.
Pues, sí, allí van.
¿No han oído ustedes los gemidos en la sociedad de esos miles de personas que fueron sometidas a tratamientos con radio y en quienes terminó quemada la célula y el tejido en lugar del cáncer?
Es estúpido, ¿es estúpido?
(Señor en la sala):

—En estos momentos está reconocido por la ciencia médica.
El médico de donde vivo había estado en mi lugar en un congreso en Bolduque explicó él mismo, textualmente, lo que usted ya había explicado años atrás...
—Y así hay más.
(Señor en la sala):

—Si eso afecta a los tejidos sanos...
—Ahí está.
(Señor en la sala):

—... la bomba atómica... (inaudible), la energía atómica, lo que usted hace algunos años...
—Sí, entonces irradiaban algo muy diferente.
Pero son los propios médicos quienes lo dicen: “Tiene un peligro mortal”.
—¿Algo más, señor Berends?
(Señor en la sala):

—No, pero sí pueden constatar...
—Pero ¿merece esto la pena?
Cuando leen esto luego en las noches de aquí, ‘Preguntas y respuestas’, entonces dirán: “Dios mío, tenemos a un catedrático médico ante nosotros”.
Y yo solo lo sé porque me lo ha contado el maestro Alcar; yo mismo no tengo nada.
Y si él, a su vez, no se enterara, tampoco habría un Dios de amor.
Seamos honestos.
Es arte.
(Señora X):

—Oiga, ¿es que voy a poder decir algo por fin?
—Señora, le voy a decir una cosa: si usted viene aquí para en el fondo divertirse descuajaringándolo todo, haré que la expulsen de la sala.
Sí, sí, porque ahora se está poniendo pesada.
(Señora X):

—¿Por qué?
(Señora X):

—Debería esperar un poco.
(Señora X):

—Pero si estoy preguntando...
—Sea educada y espere, señora.
(Señora X):

—Pero sí estoy siendo educada, ¿no? ¿No he preguntado si podía decir algo?
Y el maleducado es usted, dice: “Haré que la echen”.
Estoy siendo educada.
—Bueno, si sigue usted así, estará fuera en diez minutos.
Estoy con ese señor, allí, con ese señor.
Porque ahora está molestando.
Pero ¿qué quería usted?
(Señora X):

—Sí, mire, ahora ya pasó.
—¿Lo ve? Encima malas pulgas humanas, así no tenemos nada.
“Ahora ya pasó”.
(Señora X):

—Sí, eso es muy importante.
—No, señora, no es importante, lo que dice usted no nos dice absolutamente nada.
(Señora X):

—¿Por qué no?
—No, señora, porque usted misma ya ni lo sabe.
(Señora X):

—Que sí, lo sé muy bien, oiga.
—Señoras y señores, voy a seguir, y aquí tengo la pregunta del señor Reitsma.
“El pasado domingo, mientras estaba en Diligentia y escuchaba el discurso del maestro Zelanus, que nos infundía alma, me llamó la atención con cuánta intensidad este se centraba en la figura de André-Dectar como instrumento, el nexo entre el otro lado y la humanidad en la tierra, que nos trajo una mina de sabiduría cósmica.
Antes, según los libros, discípulo del maestro Alcar; se me hacía que ahora los papeles se habían invertido”.
Sí.
“Pregunta: ¿era André-Dectar en este estadio un Gran Alado?”.
—Sí.
¿No asistió a la primera conferencia en Diligentia?
Cuando nosotros..., cuando la primera...
¿No asistió?
(Señor en la sala):

—A la primera de todas no...
—Pero usted ya lleva asistiendo durante años... habrá asistido a unas seiscientas o setecientas, señor Reitsma, pero lleva muchos años oyéndolo.
Si usted... —escuche bien—, no es para nada soberbia, no para mí, no para usted, pero cuando a un hijo de Dios se le infunde alma, habla Dios en esa vida.
Y entonces usted, y los catedráticos del mundo, solo tienen que escuchar.
¿Entiende?
Y si usted tiene que completar una tarea con otras personas de cara a... digamos a la justicia aquí para la sociedad...
Ustedes son jueces y tendrán...
Y ahora tienen que sentarse como lo hicieron los apóstoles...
Ese momento yo también lo vi, fue cuando Cristo no estaba y entonces ellos dijeron: “Vamos, sentémonos”.
“Hay que abrirse”, dijo Juan entonces a Pedro y los demás, “hemos cometido errores, ahora hay que abrirse y a quien reciba la palabra se le habrá infundido el alma de Cristo.
Porque no imagino que...”, dijo Juan.
Porque ellos gimieron cuando Cristo no estaba.
Y hay que ver Pedro, renegó de Cristo.
Juan lo hizo.
Y cuando estaban reunidos, Juan dijo...
Ese momento lo he visto, el maestro Alcar dijo: “Ven conmigo y te lo mostraré”.
Dice: “Hemos hecho todo trizas, Pedro.
Y hemos dudado.
Uno de nosotros lo ha traicionado a Él.
Pero quien ahora reciba la palabra...
No imagino que todavía albergues dudas, Pedro, porque esto lo tenemos que enmendar, y eso haremos, ábrete y quien reciba la palabra estará infundido con el alma de Él”.
Y entonces fue el propio Juan.
Y empezó todo.
Y si ahora tienes que hacer el viaje para Cristo, o ese, o ese —y hay cientos de miles que todos juntos están de camino— ... y si entonces usted es el maestro, el iniciado, y es una persona cósmicamente consciente, señor Reitsma, y si el ser humano se revela imbuido de alma y sentimos y sabemos: ya no es de él mismo, porque esto representa la justicia divina, universal y la armonía y el amor, entonces obedecemos como niños pequeños y no queda más que aceptarlo.
Y cuando volvimos a lo universal, a lo omnipoderoso y divino, a la fuente anterior, al estadio inicial de la creación y la Omnifuente, la Omnimadre, la Omniluz —eso lo hemos vivido— entonces el maestro Alcar dijo: “Cuando salgamos del círculo de la tierra y de las esferas, estaremos todos bajo la inspiración y usted estará en condiciones, André-Dectar, de representar y poder acoger la Omniconsciencia divina, porque entonces su palabra será ley y divina”.
Y ahora viene: la cosmología que tengo no ha venido así como así del otro lado, señor: ha sido por orden de los maestros más elevados en el Omnigrado.
Ya no del otro lado.
Esa cosmología que tengo son los primeros cinco libros de la nueva Biblia, eso ya no es del otro lado.
Señor, lo que experimenta usted en Diligentia es Omniconsciencia divina.
Sí.
Y entonces André dijo de pronto: “Maestro Alcar, ¿le ha quedado claro?”.
Y eso lo puede preguntar, porque el maestro Alcar era ahora un adepto.
Y el maestro Zelanus lo es ahora de los maestros en el Omnigrado.
Y André recibió el alma que se le infundió; ya oirán luego lo que cuente André.
Porque este explica allí en ese instante el espacio entero para la armonía, para la paternidad y maternidad.
Y tendríamos que haber seguido aún cuatro páginas más: era hasta ese punto que se le infundía alma a André.
Y entonces deberían oírlo y decir si ese André de verdad es un príncipe del espacio y un gran alado, de lo contrario eso no saldría de su boca, ¿no?
¿Vale la pena?
Porque dicen, claro, que Jozef Rulof está mal de la cabeza.
Pero ustedes también pueden hacerlo.
Cuando luego estén allí, será para todos ustedes, lo recibirán todos.
Pero a ver si son capaces de hacer como yo allí.
A ver, escuchen lo que viene todavía, hay cinco libros listos, eso sí que merece la pena leerlo.
Cuando los haya terminado de leer, señor, esos cinco, madre mía, ay, ya no necesitará nada más y entonces llevará todas las universidades en el bolsillo.
Solo que no tenemos dinero.
Ya vendrá.
(Señor en la sala):

—... justo a tiempo.
—¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—Llegará justo a tiempo.
—Sí.
Hay que ver lo que dice ese señor.
Voy a bregar a bregar y a bregar, voy a buscar y a buscar.
Señor, si en dos semanas necesito tener el millón de florines, estará en mi casa, estará encima de la mesa, entonces ni siquiera hará falta que le eche un vistazo, porque el trabajo estará en marcha, se oirá por todas partes.
Una noche tuvimos aquí a una señora, aparece allí, pienso: ‘¿Qué colorcito es ese?’.
Y dice: “Señor, estaba en el barco en el océano y allí ya oí de usted”.
Eso también lo hemos vivido aquí.
“Allí ya recibí dos libros y entonces dijeron: ‘Si está en La Haya, vaya entonces allí y allá, y escuche a Jozef Rulof’.
Y ahora lo recibo; lo que no encontré en Egipto ni en la India colonial, en los templos —estuve con iniciados, con los más grandes de todos, y no lo sabían— resulta que lo oigo en La Haya”.
Aquí lo hemos recibido.
Se acuerdan, ¿verdad?
Lo leí esta tarde por casualidad.
Pienso: ‘¿He dicho yo eso?’.
Sí, eso lo hemos dicho nosotros.
Y así conseguimos espacio, evolución, dilatación, ¿y cuántas cosas más, no?
Cuántas cosas, ¿no?
Voy a terminar esto y entonces tendremos preguntas después del descanso, directamente desde la sala.
Así que preparen luego algunas y entonces seguiremos.
(Jozef continúa con la pregunta).
Aquí tengo: “¿Tengo que comparar esto con el Antiguo Egipto y con el templo de Isis?”.
Señor Reitsma: entonces no eran más que niños pequeños.
Pero ¿en el templo de Isis?
Allí me he visto a mismo.
Otro dice: “Cuántos aspavientos, qué desgracia y cuánta soberbia”.
Pero yo me vi andando allí como el sacerdote Dectar, con una túnica, acompañado de un Alado, y entonces fuimos al rey, fuimos al faraón, y después volvimos.
Dice Venry: “Llegará un día, Dectar, en que no solo representará un pequeño templo, sino la humanidad”.
Y entre eso y hoy median la friolera de 3800 años.
Pero lo que tenemos, sin duda, son las “alas”.
Y justo para eso hicieron falta vidas, y había vidas que estaban listas.
Y entonces llegamos al otro lado, primero nos hicimos astrónomos, fuimos chocando respecto a leyes divinas y planetas y estrellas, nos estrellábamos.
Y en el más allá, detrás del ataúd, directamente desde la tierra crepuscular, llegó el maestro Alcar y dijo: “Ahora los llevaremos, con los maestros, a la luna, a Júpiter, a Venus, a Saturno, si lo conocen...”.
Lo hemos llegado a conocer después de ciento cincuenta años y entonces nos convertimos en fuerza de voluntad, tal como lo pidió Moisés, tal como él lo pudo hacer, volví a nacer y llegó la madre Crisje, y entonces abrí los ojos en ’s-Heerenberg, con el universo en el bolsillo.
Lo que hace el maestro Alcar ahora no es otra cosa que despertar el universo, que hemos vivido juntos en el otro lado, con el maestro Zelanus, los tres —¿y por qué los tres?—, ahora solo lo está despertando.
Solo que ahora hemos traído la cosmología a la tierra y eso son para mí los nuevos tiempos.
Porque con el noveno libro, ‘El origen del universo’, tendría que haber muerto, dado que, según dijo el maestro Alcar: “No para los libros ni el espacio ni los maestros ni Cristo ni el otro lado, sino porque usted sucumbe”.
Y entonces me desdoblé corporalmente —eso también se lo he explicado, lo han leído— tres veces y volví, de nuevo de vuelta, y entonces llegaron los ángeles y las personas, las personas, las personas, las personas de la primera y la segunda y la séptima esfera a la madre del cuarto grado cósmico, y esta me miró a los ojos y dijo: “André, todos en el cuarto grado cósmico querrían poseer esa tarea”.
Y entonces me dije a mí mismo: “Lo que ellos saben hacer, yo también lo sé hacer”.
Lo conseguí, pero los gemidos continúan porque ahora todo está hablando.
Si el niño pequeño en usted habla, madre, ¿no es eso conmovedor?
¡Y fíjese cuando le hable el Dios de todo lo que vive!
Me he convertido en parto cósmico de sabiduría, y eso es mucho peor, porque estoy encima mismo de eso, vivo inmerso en eso.
Y usted no lo lleva más que por dentro y eso todavía es inconsciente.
¿Comprendido, señor Reitsma?
Todo eso lo está esperando.
Y entonces podrá decir: “¿Por qué yo y por qué no otro? ¿Por qué no nosotros y usted sí?”.
Señor, las esferas de luz están habitadas.
El Omnigrado está habitado.
Pero todos se convertirán en un Pedro y en un Juan, porque todos ustedes son apóstoles de Cristo.
Y es que lo son.
Y un buen día todos tendremos que hablar, hablar, hablar, hablar, hablar... pensar, pensar, pensar, pensar...
Y cuando empiece usted entonces —mamá, ahora no le hago nada, tranquila— y cuando empiece y diga al espacio y a todo lo que vive: “Dios no existe”, tampoco habrá un Dios que le pueda infundir alma, porque así lo alejas de ti a golpes.
¿Lo ve? Ahora puedo seguir estimulándoles, pero no me sirve de nada.
Pero ¿no está enojado conmigo aquí, no?
Unas pocas palabras más, señoras y señores, y ya nos iremos a tomar un rico té.
(Dirigiéndose a la señora X):

—La invito para que se tome...
¿Se tomará un té a cuenta mía, señora?
Para por el camino, señora.
(Señora X):

—No, eso ya lo haré en casa.
—Qué bueno, bien calentita allí, qué bueno, con una bolsita de cacahuetes.

(Risas).

Galleta, galleta, galleta.
Dijo: “Galleta —señor, ¿tiene galletas?—, con una galleta”.
(Dirigiéndose a la sala):

—Aquí tengo todavía a un niñito pequeño.
(Jozef sigue leyendo):

“Pero”, dice el señor Reitsma, “qué fue de esa gente entre nosotros que mancillan y enlodan a André-Dectar afirmando que esta criatura es soberbia y un lelo en comparación con Ramakrishna?
¿No dijo el maestro Zelanus que ahora puede dar clases universitarias a todos los grandes místicos y que Oriente le tiene envidia?”.
Esto ya no hay quien lo destruya, señor Reitsma, gracias, y se lo demostraré.
A mí nadie me conseguirá destruir, señoras y señores, porque nosotros tenemos contacto con los maestros en el otro lado, con Nuestro Señor más allá y en mayor profundidad.
Que vengan, señor, y si se da lo que es infundir alma, señor, hablaré con usted hasta que esta noche se quede usted anclado a su silla.
Mejor tómese ahora esa taza de té, porque ya no nos queda tiempo.
Hasta ahora.
(La señora X dice algo).
Uno detrás de otro, primero el té y después el café.
DESCANSO
Señoras y señores, seguimos.

(En alemán):

Segunda estrofa.
(Jozef continúa leyendo):

“¿Es posible asimilar la calidad de maestro mediante estudio en la primera o segunda esfera?”.
¿De quién es esto?
“¿Es posible asimilar la calidad de maestro en la primera o segunda esfera?”.
Señora, entonces ya lo es usted.
Pero ¿por medio de qué recibe uno la calidad de maestro?
¿Por leer libros?
Sí, claro.
(Una señora en la sala dice algo).
Señora, entonces no se ha enterado de nada.
¿Qué es lo que le da la calidad de maestro?
De eso he hablado aquí muchas veces.
¿Cuándo se es una maestra?
¿Pintando? ¿Por las ciencias?
Todo de la sociedad, es usted un Rembrandt, un Tiziano, un Beethoven y todo, pero usted: “A la porra...”.
(En alemán): “Lárguese de aquí”.
Y entonces la mano izquierda en alto con algo más, entonces sabrá usted exactamente la hora que es.
¿Es que lo es si dice: “Heil Hitler”?
¿Es que entonces lo es, señora: un maestro?
¿Por medio de qué —por medio de todas las artes y ciencias, cualquier facultad de la tierra, ya entiende a dónde quiero ir— se puede asimilar entonces la calidad de maestro?
(Varias personas en la sala):

—Por medio del amor.
—Aunque hable todos los idiomas del mundo, si no va acompañado de amor para detrás del ataúd, para las esferas de luz, que se llama justicia, armonía, señora, entonces no es usted nada, dijo Cristo.
Así que ya es usted un maestro y se hace cósmicamente consciente, y lo seguirá siendo; puede usted, como ser humano, vivir su vida espiritualmente consciente, y entonces será una maestra y un maestro si cada acción y acto y pensamiento está sintonizado con esa primera esfera, entonces sí que lo será.
¿No es eso justo?
Así que, entonces usted dice...
No hace falta que lea.
Bueno, puede leer... puede leer todos los libros, puede acoger en usted todas las ciencias, y si no empezamos a quebrar ese diablillo en nuestro interior y a partirle ese precioso cuello, entonces esa cosa continúa y estaremos en disarmonía.
Y si luego dice: “A mí qué me importa, yo también ya llegaré”, estará igual de detenida que si dijera: “Ese Dios, demuéstramelo que existe”.
Y usted no me cree, pero como aquello de aquí, con que solo diga un instante, un solo instante: “Sí, pero..., esto..., espere un poco”, y encima quiera echarse un farol y dominar, entonces una vez más no estará en armonía con la realidad.
(Dirigiéndose a una señora con tos irritativa):

Señora, tome esto, un trago.
¿Quiere beber un poco?
(Señora en la sala):

—Ya me tomé un sorbito.
Tengo un poco de picor.
—¿Se ha tragado una miga?
(Señora en la sala):

—No.
—Si no tendremos que extraerla, claro.
Aquí tenemos cirujanos de sobra.
(Jozef continúa):

Pero entonces no llegará a tener conciencia ni sentimiento.
Porque por ese pensamiento y servir verdaderos su conciencia empezará a ampliarse como sentimiento y llegará a tener usted en sus manos la calidad de maestro en armonía y justicia y amor, eso superará todo para todos los espacios de Dios; y eso son los fundamentos divinos para el ser humano, y en su interior, que ahora pone usted misma al estar sirviendo, y para eso ni siquiera hace falta un libro.
¿No es así?
La teología, este libro...
Ahora estamos hablando de teología.
Y entonces mejor debería empezar usted con la sociedad.
Si resulta que ahora quiere ser algo y pone el listón demasiado alto para sus manos, y no lo tiene, no lo posee, ¿qué hará entonces?
Pues sea por ejemplo espiritualista e imagínese que es un maestro, o un artista sobre el escenario, entonces ya se lo dirán, entonces el crítico dirá: “Vamos, fuera de aquí, y rápido, estudiante”.
En Diligentia aparece uno de esos (Jozef dice algo con solemnidad) y entonces toca y dice ese crítico (en alemán): “Desde luego que esos aullidos de gato no nos sirven de nada”.
Y entonces es usted una gata que está aullando.
Y si ahora va a las ciencias, tendrá que demostrarlo, porque no llegará a tener su titulito en Leiden, no se doctorará.
Pero algo que el ser humano pueda agarrar y que penda entre la vida y la muerte, tal como lo hacen los médiums aquí, y entonces dicen..., parpadean y anuncian cualquier cosa... y detienen la evolución, no saben.
Y así viene en ‘Dones espirituales’, desde luego, violan a Cristo, porque Cristo trajo evolución, pero ellos traer mentiras y engaños.
El ser humano que viola los dones mediúmnicos es peor que el que asesina al ser humano material; este aún puede enmendar.
Pero ahora trata de la humanidad; detendrá usted a millones de personas por la palabra que ofrece como médium, y que es engaño y quebranta lo bueno.
Lucho —se lo conté hace poco— contra Elise van Calcar, no consigo echarla de la sala
Y dice: “Deshazlo todo”.
Blavatsky (fundadora del movimiento teosófico, 1831-1891), también me dice a mí: “Deshaz lo que he dicho allí”.
“Primero fuimos naturaleza, después animal y finalmente ser humano”, dice, “André-Dectar, esto está requetemal”.
Digo: “Los teósofos no me quieren”.
Vaya, vaya, vaya.
Mary Baker Eddy (fundadora del movimiento Christian Science, 1821-1910) vino a verme en el Gólgota.
Llegué a Estados Unidos y digo: “¿Aquí cuántos médiums tienen?”.
Me dijeron: “Pues, quizá más de veinte mil, treinta mil”.
Digo: “No tienen ni uno solo verdadero”.
“¿Cómo sabe eso?”.
Mary Baker Eddy tuvo que venir a Holanda para dejar constancia de un mensaje en ‘Dones espirituales’ donde el maestro Alcar, y dice: “Primero vaya al médico si una mano está rota y después podrá rezar”.
Porque ha habido brazos de niños pequeños que se han podrido, por el Christian Science.
Y entonces vino a verme a mí —¿no lo han leído en ‘Dones espirituales’?—, para eso no hizo falta que Mary Baker Eddy estuviera en Estados Unidos con los indios y con todos esos grandes médiums, no, solo hizo falta que acudiera a la calle Esdoornstraat 21.
Digo: “Ustedes no tienen médiums”, sino seguramente que sí que la habrían oído.
¿O piensan ustedes que no?
¿O es que el mensaje de Mary Baker Eddy solo está destinado a los vertederos de la ciudad?
¿Entienden lo grave que es esto?
¿Y qué hace Mary Baker Eddy, pues?
Allí sigue habiendo centenares de miles de personas que están rezando: solo Dios es capaz de todo.
Sí, sí.
Pero ¿qué fue de las ciencias?
Que están rezando.
Y esos padres al cien por cien Christian Science, pero la niña de ocho años se había chocado con algo, el brazo que se disloca, fracturado: a rezar, rezar y rezar; el dolor desaparece porque el Dios de todo lo que vive escucha y lo sana.
Y dos semanas después el brazo se había podrido y a los padres se les despojó de su patria potestad, porque habían metido la pata.
Pesa sobre la conciencia de Mary Baker Eddy.
Anda por allí, porque ese error la persigue y dice. “¡Aquí!
¡Pare!”.
Imagínense que ella pudiera vivir la primera esfera con esta desintegración, entonces allí también reinaría la mentira y el engaño, la desintegración.
Ahora el ser humano viola los dones.
Y no se trata de un solo ser humano —un asesinato, señora, no es tan terrible como esto—, porque ahora se trata de Holanda, Bélgica, Japón, los pueblos de la tierra asumen el control.
¿Y saben que Christian Science ha creado iglesias por todo el mundo? ¿Saben que también tenemos una aquí en la calle Andries Bickerweg?
¡Y lo que allí se reza!
¿Son capaces ustedes de rezar si el ser humano tiene una pierna rota?
Entonces el otro lado, los maestros dicen, y también Cristo lo dijo: “Al médico para que le ponga yeso”.
¿No es eso honesto?
Ahora Mary Baker Eddy está atada a sus propios errores, Blavatsky también, porque ya no consigo sacarlo.
Hay teósofos que eso ya ni siquiera lo aceptan, dicen: “Nacimos en las aguas”.
Desde que se publicó mi ‘El origen del universo’, desde 1939, han ocurrido bastantes cosas y ha cambiado de todo en los centros teosóficos.
(La señora sigue tosiendo).
Señora, hay que ver lo testaruda que es, vamos, tome un sorbito de agua.
¿Lo ve que está siendo testaruda otra vez?
(La mujer dice algo y Jozef replica con un sonido).
Sí, usted al menos es capaz de resistirlo, pero, ay, si no fuera capaz de ello.
Porque teníamos razón, ¿no?

(Alguien le da agua a la señora).

Ahora ya remitirá, ¿a que sí?
Mejor quédesela porque podría volver.
Señora, yo hablo toda la noche y jamás miro al agua, qué extraño, ¿verdad?
Somos capaces de hablar diez horas.
Si toma agua como orador, mejor será que ordene traer un barril entero, porque uno no acaba nunca.
Imagínese, eso también es arte espiritual, el maestro Zelanus es capaz de hablar diez horas sin agua.
Dice, en cambio. “Entonces me bastan tres gotas”.
Porque en una sola está contenido el espacio.
Pero vuelve como espuma.
Si hablo demasiado tiempo, aparece espuma, se parece a la nieve y es tan suave como la seda.
Es una maravilla.
Pero de eso no hablábamos, señora.
Estábamos con la pregunta: ¿cómo puedo ser un maestro en la primera esfera?
Señora, claro, entonces recibirá automáticamente, si ya tiene el amor, la ampliación, la cordialidad.
El ser humano le dirá: “Qué persona tan buena.
Siempre es veraz”.
Es usted amable, cortés, benevolente, cariñosa.
Y los viejos vuelven a rejuvenecer y los ojitos empiezan a radiar.
Sí, y la vida le dará a usted un beso.
Y entonces nace un silencio, un verdadero silencio.
Señora, eso incluso apetece cuando se han pasado los noventa años.
Sí que es extraño.
Mientras haya vida en el ser humano, este desea amor, cordialidad y la verdadera amistad y camaradería.
Y entonces podrá vivir usted el diccionario: ¿qué tenemos en cuanto a verdadera amistad, amor fraternal y todas esas cosas?
¿Qué tenemos de eso?
¿En qué quiere alcanzar usted la calidad de maestra?
¿Por medio de qué?
¿De conciencia cósmica?
Cuando luego tengan en sus manos ‘Jeus III’, habrá al final del libro una foto, allí estará, y al comienzo podrán ver otra foto, una mía y de Crisje, y también algo más, y eso será el inicio de ‘Jeus el escritor’, o sea, yo, pero que no soy yo, aunque sí lo soy.
Y al final recibirán, escuchen: ‘Jeus el pensador’, eso ya lo leyeron en la segunda parte, ‘Jeus el vidente’, también lo hubo, ‘Jeus el sanador’, también lo hay, ‘Jeus el artista’, el pintor, también lo hay.
Porque allí siempre tendrán Jeus esto y Jeus lo otro, Jeus tal y Jeus cual; pero al final recibirán esto: ‘Jeus el pensador’, ‘Jeus el vidente’, ‘Jeus el sanador’, ‘Jeus el docente’, ‘Jeus el orador’, ‘Jeus’, el escritor ya lo tenemos, ahora es ‘el artista’, y entonces tendrán además ‘Jeus el docente’, ‘el maestro’, ‘Jeus el psicólogo’, ‘Jeus el consciente cósmico’, y ‘Jeus el Gran Alado’ para la Universidad de Cristo, y todo eso lo habrán vivido ustedes entonces y dirán: ‘Sí, ciertamente, allí está’.
Y son diez dones; yo no tengo ni uno solo, son los maestros, yo no era más que un pequeña canal.
¿No les parece divertido?
Del barro, señor, de ’s-Heerenberg, desde las calles Zwartekolkseweg y Montferlandseweg se puede ver, los árboles lo comentan y dijeron: “Jeus, vete, anda.
Desaparece de aquí”.
¿Cómo dijo usted?
Cuando me encontraba en el garaje —señora, todo depende de eso—, cuando me encontraba en el garaje y este había despegado, con un par de muchachos y cinco vehículos, entonces el maestro Alcar de pronto dijo: “Mejor deja esa birria y sígueme a mí”.
Y abandoné todo.
Llegué a casa sin nada, digo: “Mi sueldo semanal también te lo doy, porque ahora quien me paga es Nuestro Señor”.
Y me marché y lo abandoné todo, digo a los muchachos: “Quédense (quedaos) con el tinglado”, adiós acciones mías y todo lo demás, “porque voy a trabajar para Nuestro Señor”.
Digo: “La próxima semana ganaré doce florines, por los enfermos, y después diecisiete, y a la tercera semana veinticuatro, y entonces vamos en un santiamén a veintisiete y treinta e iremos a aún más”.
Y digo: “Mañana recibiré a tres pacientes: una señora tiene una úlcera y a aquella le duele allí, y ese señor no puede dormir”.
Y vinieron de verdad.
Digo: “Y entonces tengo a la mañana siguiente, mañana por la tarde vendrá esa gente y tienen esto y lo otro, y entonces vendrá una madre con una niña y un niño, y entonces volverá ese señor y vendrá aquella mujer”.
La gente venía en tropel, y eso que todavía teníamos que conseguirla, pero ya estaba allí; y yo lo que hacía era ver.
Digo. “Y entonces seguiremos y escribiremos libros y haré cuadros”.
“Oye, ja, ja, ja”, dijeron, “no me hagas reír”.
“Pablo Nabo”, eso dijeron.
Dijeron: “Pablo Nabo”, y entonces pasaban un palo por la pared —eso lo leerán más adelante— en el garaje.
Y yo a esos cabaleros les habría...
En ese libro vivirán ustedes milagros, y solo, señora, porque yo siempre era capaz de escuchar.
Nunca he dudado.
Nunca.
Nada.
No es cualquier cosa.
Ya de niño veía detrás del ataúd.
Pero ¿piensan que la gente se lo creía?
Lo comentaba hace un rato con un señor, le digo: “Señor, esa maldita duda en nosotros golpea la justicia, la armonía y el amor —la felicidad, el matrimonio de la gente— y los destroza entre ellos”.
Y esa duda siempre está allí.
¿No bastan estas pruebas?
Pero, señora, una cosa le diré: tenga cuidado con los dones espirituales, es muy preferible que haga otra cosa.
Y no se meta allí.
Puede ayudar a la gente, hablar con ella, pero vuelva a sintonizar siempre con aquello de lo que sienta; si lo digo, es que al menos no me equivoco siglos.
Porque de lo contrario cavará su propio hoyo.
¿No es honesto esto?
Lo he vivido, lo he visto.
Y entonces se elevará usted, podrá hacer lo que quiera en la sociedad.
Hágase buena persona, hágase vida, hágase tierna, entonces la primera esfera estará abierta y lista para usted como un poderoso templo —no tiene más que entrar— y hay muchos caminos que conducen allí, para poder recibir al ser humano y a usted.
¿Tenía alguna cosa más?
¿No?
¿Todo?
Es así, ¿no?
No podrá eludir esto jamás, así de afiladísima es nuestra palabra siempre hacia una cosa y entonces estamos ante la ley.
Antes me preguntaba: “Maestro Alcar, ¿hacia dónde va usted?”.
En ‘Una mirada en el más allá’ tuvo que acogerme como hijo de la Biblia.
Digo: “Esa Biblia no la conozco”.
Dice: “Pero tenemos que hacerlo, si no la gente no nos comprenderá”.
Después, sin embargo, seguía y entonces volaba por el cosmos y al término llegaba el punto final divino con el signo de exclamación, y uno ya no tenía nada que añadir.
No.
¿No han visto eso aquí?
Pero si siempre asisten a eso.
Al final, divinamente, siempre llega...
Ya no termina con un signo de interrogación; aquí pasamos a través.
¿Ya nadie más?
Entonces tengo esto...
(Señor Berends):

—Señor Rulof, si portamos la duda en nosotros, eso también debe hacer que nuestra personalidad y vida del alma en realidad anden una al lado de otra, no una dentro de otra”.
—¿Cómo dice?
(Señor Berends):

—La vida del alma es el yo espiritual, y el yo material...
—Vamos a ver, Berends, escúcheme bien: le he enseñado que el alma es Dios.
Así que en el alma no hay duda.
(Señor Berends):

—No.
—No, el espíritu tampoco es.
Es la personalidad, en cambio.
Porque ese cuerpo suyo de aquí ya no representa mentiras ni engaños, sino lo que vive en él.
Y el espíritu, a su vez, es en el otro lado el envoltorio para el alma y sus sentimientos.
Así que la personalidad...
Ahora va a comenzar usted.
(Señor Berends):

—Así que es en la personalidad, en la nuestra propia, donde vive la duda.
—... ”vive la duda”.
Entonces, ¿cuál es la duda?
(Señor Berends):

—Bueno, yo lo diría así: que esto es un producto de todas esas vidas previas.
—No, señor, mejor déjelo aquí cerca en la tierra.
La duda es, no cabe duda, pero es inconsciencia.
Esa palabra, “duda”, la puede tirar por la borda, sin problema.
Pero ahora hay algo de ese subconsciente, y de ese espacio, y de esas vidas anteriores... hay algo que se aferra a su conciencia diurna y entra en comunicación con la personalidad; y si bien es cierto que puede haber algo de duda, al final solo es inconsciencia, porque así es como acogemos la psicopatía y la demencia, todas las enfermedades y todo, de lo contrario borraríamos del mapa a Dios.
¿Entiende?
Porque entonces Dios sería un deforme, odiaría, un Dios de la venganza.
(Señor Berends):

—Eso no es posible.
—No, señor.
Pero la duda por el amor y la justicia...
El ser humano dice: “Pero he hecho el bien, ¿no?”.
Sí, ¿en qué grado lo hizo?
Y entonces nos ponemos a buscar y al fin resulta que todo eso es inconsciencia.
No tiene que enfadarse con un ser humano que no actúe bien.
Pero cuando no les da la gana, cuando están con las narices encima, para decir...: “Quiero tener la razón cuando es blanco”, bueno, eso es aun peor, aun peor que la duda;
“Así lo pone aquí, eso es blanco”,
entonces dicen: “No, eso es negro”.
“Y lo único que quieres es tener razón”, se dicen entonces entre ellos.
Entonces a unos no les da la gana aprender, poseer la capacidad de inclinarse, para decir: “Dios mío, Dios mío, tiene razón”.
No, entonces no quieren que se les ataque.
Entonces quieren protegerse, señor y señora, y eso es lo más triste en la tierra crepuscular, porque a esos jamás los conseguirás sacar.
(Señor Berends):

—Eso es diabólico.
—No, que no.
(Señor Berends):

—¿No?
—No, señor.
Diabólico no, señor.
Es que eso es tan patético y doloroso.
¿Por qué?
No conseguirás sacarlos de esa tierra crepuscular, porque en la primera esfera estás ante la realidad.
Y ya no es: eso es blanco, y es negro.
No, señor, eso es azul y allí ya no hay ningún otro color.
Y entonces no nos hace falta decir: “Bueno, pero ¿de verdad será así?”.
No, hay que decir: “Si lo dice usted, así será, porque usted posee la realidad de la primera esfera”.
Al final, ¿de dónde viene entonces el primer fundamento?
Pero ¿es que no tiene que ser una persona de un estado donde haya vivido realmente justicia?
Es la parte crucial para los sistemas de Sócrates, cuando se pregunta en el mercado de Atenas y dice: “¿Qué es la justicia?
¿Qué soy cuando estoy contento?
¿Qué sentimiento tan extraño es ese?”, ¿no?
Es algo que hoy en día no pueden analizar todavía.
Yo sí, Schopenhauer, Kant, vamos allá, así les contaré dónde está contento el sentimiento y posee la realidad de Él, que nos ha creado.
Señor, ese es el primer pequeño fundamento para el ser uno armonioso con la vida.
Y eso Kant no lo sabía, porque Kant desconoce lo profunda que es la vida.
Y Schopenhauer no lo sabe, y Sócrates lo sabía aún menos en esos tiempos.
En el otro lado viven esas esencias y vivíamos nosotros, pero un ser humano las quiebra, porque dice: “Desde luego”.
Allí estoy.
Si usted no es capaz de inclinarse, tampoco saldrá nunca de esa esfera.
Y entonces el ser humano añade rápidamente: “Bueno, sí, entonces ya lo veré”.
Y ¿esa es toda la consideración con la que pretende tratar las leyes divinas mientras esté leyendo libros?
¿Son ustedes, hombre y mujer..., son, por el amor de Dios, aún prehistóricos? ¿Vienen de un manicomio?
Eso me duele.
¿Por qué?
Porque les tomaría el pelo a las esferas de luz.
A Dios, a Cristo y todo el tinglado.
Pues a mí eso me da igual, pero hay gente entre ustedes que tienen que ver con ustedes, y resulta que unos quieren avanzar y otros dicen: “A la porra”.
Bueno, en fin, ese que no quiere dar la razón, no quiere.
Dios mío, Dios mío —¿ha leído ‘Una mirada en el más allá’, señor?—, si se niega a inclinarse, señor, ¿no siente entonces la esfera si a eso se añade un poco de dureza?, ¿hacia dónde va uno?
Y ¿no es triste entonces que aquí mismo haya gente que diga: “Pero hago mal”?
La gente dice: “Actúas mal, no puedes hacer esto, no está permitido que hagas aquello.
Pero ¿por qué hace eso, señor?”.
“¿Quién dice eso?”.
Y entonces van en contra.
Me la refanfinfla: si tiene que ser entonces que me contagien y cotilleen y charlen sobre mí, y soy yo, entonces me pongo a mirar y pienso: ‘Tienen razón’.
Pero eso no me dice nada, señor.
Ya me aclararé.
Quien me ponga verde, es el verde; ay, si no soy yo.
Bueno, bueno, entonces tengo el universo entero a mi lado.
Y Nuestro Señor estará entonces muy cerca, es cuando Él te pone una mano en el hombro y dice: “Continúa y no te molestes por la desintegración”.
¿Qué es lo que quería saber de eso, señor Berends?
(Señor Berends):

—De lo último.
—Un poco más de lo último.
Mire, le advierto.
Y ya no es cosa de advertir; yo he visto el otro lado.
Gente, vale mucho más que uno padezca hambre y no posea nada y no hable jamás, porque entonces no es posible hacer nada malo.
Porque toda palabra equivocada, acuérdense, es un fundamento contra nosotros, y eso lo tienen que superar.
Y esa primera esfera tiene que ser lisa y pura, porque esas briznas de hierba que salen allí lentamente de la tierra... es la nueva vida, es el despertar, es la pureza para la vida, tenemos que inclinarnos ante eso, y ser verdad, benevolencia y amor, dice el maestro Alcar, de lo contrario uno no avanzaría ni un paso.
Y si están ustedes aquí para enriquecerse y quieren despertar, siempre les suplico —y entonces el ser humano se va dando cuenta, por medio de las conferencia de Diligentia, de la conciencia cósmica, la aparición de la paternidad y maternidad divinas—: ¿por qué no empiezan ya?
A un hombre lo puedo aplastar a muerte de tanto amor que siento, no a una mujer, señor, pero a un hombre que tenga amor lo beso seria y espacialmente, a partes iguales.
Eso Cristo también lo ha dicho: “No vayan a Mi hermana, no, vayan a Mi hermano”.
Y si son capaces de eso...
Primero tendrán que querer jugar la baza de que la gente diga: “Qué tipo tan agradable es este”.
Lo he hecho.
Y cinco años después volvió la primera respuesta.
Entonces el maestro Alcar dijo, dice: “Es algo que tiene que decir la propia gente”.
Y si yo ahora, un poco... (inaudible).
Entonces yo era un santo, era un fenómeno y un ser humano increíble.
Pero entonces me puse a pisar fuerte, y era un demonio, ¿verdad?
Pero es que ese es el honor; ese lodo es el honor.
No hago caso alguno y así no me molesto con esa gente.
Pero si van directamente en contra de la armonía divina y no quieren otra cosa que llevar la voz cantante, hablar y hablar, y dicen que lo negro es blanco...
¿Sabe usted por qué estaba yo tan enojado la semana pasada, señora?
No lo estaba, se me había infundido alma cósmica.
Podría haber arrasado el edificio entero, tuve que contenerme, porque se te echan encima las penas de la humanidad, y entonces estás ante la impotencia, cuando lo que soy es una persona cósmicamente consciente.
Y ahora puedo dar clases a cualquier universidad.
Y entonces casi estallo y ya no estás enojado, no, lo que haces entonces es aplastar de un puñetazo la realidad por detrás en el cerebro humano hasta que los sentimientos digan: hasta aquí y no más, ya no puedo procesarlo.
Eso es lo que ocurre entonces.
Y después ¿que se infunda alma?
Señora, se desangrará usted cuando empiece a ver la verdad.
Yo siempre estoy sangrando.
Y es cuando uno empieza a comprender un poco a Nuestro Señor, por qué se le golpeó más por no poder alcanzar la humanidad —eso, por cierto lo sabía él también— que por toda esa muerte en la cruz.
Porque el ser humano en los campos de concentración ha sufrido más que Cristo.
A ellos los arrancaron las uñas del alma.
Respeto a esa gente que dijo “no”.
Pero ¿a qué?
¿A Adolf Hitler?
¿A Mussert?
¿A esta maldita sociedad que está más podrida que nada?
Nos engañan por delante y por detrás, nos tratan injustamente, la gente había dado su vida por eso, y cuando la guerra hubo terminado les dieron una patada, pero los sinvergüenzas están ahora bien ensillados.
Entonces yo me quedo con Mussert, porque al fin y al cabo fue honesto, y también Max Blokzijl (véanse los artículos ‘NSB y el nacionalsocialismo’ y ‘Hitler’ en rulof.es).
Pero lelos infelices, inconscientes, aunque unos niños pequeños tan auténticos.
No solo estaban contentos con una condecoración de oro, sino también con (en alemán) polainas: Heil Führer.
Llegué a ’s-Heerenberg, señora, en 1942, volví a mi tierra natal en ’s-Heerenberg, y entonces los de la NSB andaban así.
Me dejaron estar con la élite, o sea, en Heining, es un bonito café —yo no iba nunca allí, se me hacían demasiado fanfarrones—, allí solo había notables, iba el alcalde, vaya, allí no podía acudir un hijo de la calle Grintweg, lo echaban.
Pero entonces llegué allí, ya llevaba en las manos unos doce o quince libros, y entonces empezaron a inclinarse un poco y: “Bueno, ese Jeus sí que tiene algo”.
Y entonces entré y allí estaba la élite de Mussert.
“Vaya”, digo: “¿Qué está pasando aquí en ’s-Heerenberg?
Maldita sea, todos levantan el brazo, pero ¿esto qué es?
¿Están locos?”.
Y digo: “Y todos han apostado por un caballo blanco, cojo, ese caballo luego se derrumbará”.
Y entonces dijo mi amigo, era un gerifalte allí, hijo de Van Bree, el alto, dice: “Si no hubiera sido Jeus, no podría haber hecho nada por él, tendría que haberlo encarcelado”.
Pero era Jeus.
Digo: “Willem”, cuando la guerra hubo acabado, digo: “Willem, si se te hubiera ocurrido hacerlo, te habría arrancado el pelo”.
Y cuando volví después de la guerra, dijo: “Jeus, Jeus, hay que ver lo estúpidos que fuimos, ¿no?
No lo sabíamos.
¿Podrás perdonárnoslo?”.
Digo: “Pero si no me enojé con ustedes (vosotros), ¿no?
Niños”.
Pero eso ocurre a diario, señora, y entonces el blanco es negro.
Y eso los saca a golpes de la primera esfera, señoras y señores.
Porque cómo es posible —así se lo dije a mi gente que ha leído mis libros—, cómo es posible apostar tu vida por un lío salvaje, cuando Cristo dijo: “Quien a hierro mata morirá por la cruz”.
Y eran conocedores de la Biblia, no se crean.
Entre ellos había quienes tenían sesiones con los “maestros” en el otro lado y estos decían: “Así estuvo bien”.
Digo: “Ya está bien de tanta tontería, no tienen (tenéis) nada”.
No querían perder eso.
¿Saben cuándo lo perdieron, señora?
Estando en el campo de concentración.
Entonces lo perdieron: Jozef tenía razón.
Y si ahora digo: “Callen la boca y no digan tantas bobadas y sean cariñosos y denle la razón al ser humano e inclinen la cabeza”, es lo mismo que levantar el brazo ante todos esos Mussert y Hitler.
Y ustedes ni siquiera necesitan que yo se lo dé, cuando llega esa voz del espacio y van un momento a echar un vistazo en el Gólgota, señoras y señores, ¿sigue sin estar allí la voz divina y espiritual que dice: “Criatura mía, ¿qué ejemplo te di?”.
Pero no es que a ustedes no les dé la gana: no les da la real gana.
No dicen: “Sí, es un diablillo en mi interior”.
Pero hay vidas que quedan destruidas así.
Hubo un hombre que dijo: “No, no puedo evitarlo; es que entonces hay algo que sale de mi interior y vuelvo a soltar un gruñido”.
Digo: “Sí, señor, son de esos diablos malditos que están entonces en tu interior”.
Digo: “Sí, señor, pero a tu mujer e hijos ya los tiene hechos polvo.
Ya ni hace falta, los ha quebrado por completo por ese diablillo”.
Destrozados.
Hay vidas que quedan destrozadas por esos malditos diablillos.
Si usted sabe conscientemente, señor, que se asesina a sí mismo a diario por esos malditos rasgos de su carácter, ¿por qué no para entonces?
Y no destruya la vida de un ser humano.
Lo veo a diario, lo oigo.
¿Quiere desarrollarse usted espiritualmente y repartir leña a diestro y siniestro, y que el ser humano diga: “Pero ¡Dios mío!”?
Cure al ser humano; el ser humano tiene que decir, pero entonces al magnetizador, lo que pasa, pues: “Señor, ¿por qué tengo que desvestirme?
¿Tengo que desvestirme, señor?”.
Sí, quieren la desnudez.
Esos magnetizadores no quieren ver lo nudo, sino lo desnudo.
Ladrones malnacidos, asquerosos, guarros.
¿Es esa la felicidad?
¿Es eso?
No toquen los espacios, basta.
Yo creo que antes me ahorcaría, así al menos tendría algo que enmendar, si es con eso lo que tengo que meterme.
¿Cierto o no, señor?
Y de eso de trata, créame, de verdad.
Señora, ¿ya lo sabe ahora?
Todavía estamos con su pregunta.
Todo eso funciona detrás del ataúd, eso sigue, si no hace nada...
La gente de los tiempos de la guerra ha recibido su lección.
Si sabes algo y tienes fuerza y puedes dar algo a la gente, conserva entonces toda la sencillez y hazlo aún más sencillo que la tierra en la que se mete esa papa (patata).
¿Porque oye usted que la madre tierra hable a sus cultivos y gima y haga aspavientos?
Pues vaya a mirar luego lo que cuelga de esos árboles, de eso no oirá nada: todo sigue de forma infalible.
Y si tenemos esa armonía, señora, y le dice al ser humano en la calle...
Ese ser humano viene con usted en la calle y dice: “No estoy bien, señora, los últimos tiempos no me siento bien”, y entonces usted dirá: “Señora, sintonice con el espacio y habrá desaparecido”.
Pero si es de verdad un tumor —y un tumor no se quita así como así, no hay medicinas para eso— entonces es el médico quien dice: “Lo abriré y lo haré desaparecer”.
Y a eso, a su vez, tiene que entregarse usted.
Pero la ley es ley.
La armonía es armonía, y esta la lleva a los sistemas divinos que tienen la justicia, y de los que Sócrates abrió y desveló el primero como los fundamentos para la universidad de ahora; por los que surgieron un Kant, un Schopenhauer y un Adler y un Jung, y que siguen sin enterarse, porque (en alemán): el sentimiento es sentimiento.
Y para Freud todo era homosexualidad y sexualidad, nada más, nada más, porque Freud no sabía nada del más allá.
Y era un profesor mundialmente conocido.
¿No es así?
¿Preguntas al respecto?
(En inglés):

No.
¿No, señora?
¿Preguntas? ¿Tiene más preguntas?

A ver: ¿qué tal lo he dicho?
Aquí tengo: “A mi profesor Jozef Rulof”.
Vaya, ¿y cómo me tomaré esto?
“Después de algunas conferencias con el doctor Reinmond estuve en el observatorio astronómico de Leiden para admirar la madre luna y otras constelaciones a través del telescopio.
Fue imponente ver a la madre luna tan cerca de mí.
Fue como su pudiera ponerle las manos encima”.
Lo creo sin la menor duda, señora.
“La saludé muy suavemente y le di un beso imaginario”.
Oiga, qué bonito, ¿verdad?
¿De quién es? ¿De la señora Revallier?
¿Dónde está usted?
Atrás, en el rincón.
¿No fue una delicia ese beso, señora?
Y después mirar un poco en silencio, debería haberse quedado a mirarla un par de horas, sola.
Me hubiera gustado estar a su lado, tomados de la mano, y hablar así un poco con la madre luna.
Vaya, vaya, hacer una delicia de vuelo desde aquí; eso es posible, señora.
¿No le parece?
¿Es que no nos emocionamos un poco por dentro cuando se pone a hablar el espacio?
Eso lo vivo todos los días, señora, y ahora conscientemente.
Cuando la luna...
La luna dice ahora: “Estoy muriéndome, André, pero echa un breve vistazo sobre unos años atrás, son millones de eras para los eruditos en la tierra, observa un poco mi juventud cuando tenía seis años, siete, diez, y cuando todavía tenía que empezar mi primera vida celular como existencia embrionaria, y siente después el beso de mis años de pubertad y tendrá usted mi amor, y sabrá”.
Bueno, ya me está saliendo poesía, así puedo seguir.
Y entonces dicen “escribir un libro”, señora, así sigue, y entonces hablo durante veinte páginas de forma libre, suelta; pura (en alemán) poesía y verdad.
Tiene que sentarse a ello un poeta.
Y entonces dicen: ¿de dónde vengo?
Y entonces somos uno con la luna y esta empieza a hablar y cuenta de forma cósmicamente consciente cómo ha sentido y vivido su maternidad, paternidad, alma, espíritu, vida, luz, espacio, justicia, armonía.
Eso continúa día tras día, y por las mañanas tenemos un libro, no hace falta hacer nada con eso.
Y la gente a veces dice todavía: inspiración.
Yo me he convertido en ella.
Ya no me hace falta preguntar.
Si tienes unión, habla la vida.
¿O es que estoy hablando por los codos?
¿Hablamos por los codos, señor ingeniero?
(Señor en la sala):

—No, todavía no.
—Gracias.
Bueno, yo simplemente lo miro a usted porque así tengo enfrente a alguien con clases universitarias.
Leiden y Delft incluidas.
Y cuando él frunce el ceño echo un poco más de leña al fuego y se le vuelve a relajar.

(Risas).

Me encanta hablar, es mucho más difícil hablarles a ustedes, a los seres humanos corrientes.
A mí denme intelectuales, porque entonces tenemos fundamentos y seguimos, y así se lo tragan como si nada.
Ahora es mucho más difícil, eso allí lo oyes, porque no hace falta decirle a un ingeniero y un médico y otro ser humano: “Dios no existe”.
Es que eso es imposible.
No hay eruditos en el mundo que digan...
Sí, cuando se han desfogado, pueden decir: “Dios ya no existe”.
Pero eso no lo dice ningún ser humano con una erudición decente de este siglo veinte, con un doctorado, es imposible, ya no dice: “No existe ningún dios”, ¿no?
¡Una locura!
(Jozef continúa con la carta).

Pero ahora vamos a darnos el gusto de volver a la luna, los dos, señora.
“La saludé muy suavemente y le di un beso imaginario.
Cuando me bajé del puesto de observación, fui al ayudante, que nos dio explicaciones.
Este señor estaba a punto de acabar sus estudios universitarios.
“La luna está muriéndose, ¿verdad?”, dije, “y ahora es una masa dura.
¿No hubo nunca vida en la luna?”.
(Una señora en la sala corrige a Jozef):

—La hay.
—¿Cómo dice?
(La señora añade):

—¿No hubo nunca...?
—Eso digo.
—‘¿No hubo nunca vida en la luna?’
—‘No’, dijo, ‘nunca hubo vida en la luna, siempre ha sido una masa de fuego ardiente.
Ahora está dura con montañas de cinco mil metros de altura y profundos cráteres; pero siempre una masa ardiente’”.

Cómo es posible.

“‘No, señor’, dije, ‘la luna ha cumplido una tarea en el universo’, le conté cómo surgimos nosotros y los animales en la luna y cómo nacimos a partir de ella.
No entendía nada de eso ni sabía nada de eso, dijo.
Al doctor Reinmond le pregunté si era verdad que el sol escupía planetas.
‘No, los planetas surgen por otro poderes y fuerzas’.
A los demás astrónomos les pregunté: “¿Cómo ha conseguido Saturno su anillo?”.
‘La ciencia’, contestó, ‘imagina que una de las nueve lunas que planean alrededor de Saturno, se ha divido y que le cayó encima.
Y el anillo así...’.
Pero, escuche, resulta que esa gente habla de fuerzas de la gravedad y centrífugas y empujar de vuelta e impulsos hacia fuera y ahora saben que si disparas algo grande hacia arriba, vuelve a caer porque aquí existe la fuerza de la gravedad.
¿Cómo va a ser posible que un planeta de esos se suelte y se estrelle contra los demás?
Adiós universo.
Es así, ¿no?
Pero eso es lo que dicen esos eruditos.
No entiendo que esa gente se quede en ese punto muerto.
Quieren buscar algo y hablan hasta desaparecer del mapa.
‘No, señor’, dijo, ‘es que así no es’.
Ahora tengo que volver un poco.
Ah, sí.
‘... dividido y caído sobre Saturno.
Y así ha formado el anillo’”.
Cómo es posible, eso es una casa sobre una casa y entonces surgió un anillo, y en este anillo una chimenea que echaba humo.
¿Así bien?
Y abajo había un ser humano que estaba horneando pan, pero el ser humano que tenía que comerlo no estaba.
“‘No, señor’, dije, ‘así no es’.
También a él le conté lo que el maestro Zelanus nos ha explicado en una de sus conferencias.
‘Usted quiere explicar esto de forma ocultista’, dijo.
‘No, señor, no hay nada ocultista en el universo’”.
Muy bien, señora.
“‘¿Cómo sabe esto de Saturno’, preguntó.
‘Soy una alumna de Jozef Rulof’.
‘Ah, bien, sí, alguna vez me han hablado de él’.
Después de intercambiar unas frases sobre ese asunto, pregunté: ‘¿Cree usted entonces en la paternidad y maternidad en el universo?’.
‘Sí’, dijo.
‘Ah, bien, pues entonces léase mejor los libros de Jozef Rulof y así ya lo sabrá’.
Naturalmente, no conseguí nada con ninguno de los tres.
Espero que el folleto que les enviaré haga el resto del trabajo.
Con mi relato he querido confirmar lo ricos que somos con nuestra ciencia espiritual, aunque no seamos más que unas criaturillas de nada en este ámbito.
Aun así podemos decir: “Somos felices con ese ciencia que nos da la Universidad de Cristo”, con lo que, lógicamente, honro a los maestros y a su instrumento Jeus, André-Dectar, de madre Crisje.
Todas las madres deberían llamarse Crisje”.
Señora, muchas gracias.

—Esas dos palabras salen de la boca deslizándose así como así.
Oiga, pero mi madre también era un tesoro, era una segunda Crisje.
—Señora muchas gracias, también por las cosas que hace, porque eso desde luego lo sé, y solo diré esto: haré todo lo que pueda y concluiré el trabajo, y si hago algo mal, ya pueden darme un golpe en la cabeza con un fleje.
Pero no creo que vayan a tener la oportunidad de hacerlo.
Porque si hay algo y la gente dice... entonces primero vendrán a verme a mí...
¿No es así?
En los tiempos en que empezaron a gritar tanto hubo alguien que vino a verme, un señor, y viene y me dice: “Estaba usted en alguna parte, señor”, para ver si todavía había lucecitas, pero ya no las había.
“¿Ves las mías todavía?”.
Y dice: “Sí, siguen en su sitio”.
Digo: “Y ahora largo de aquí, maldito ladrón”.
Dicho de otro modo: observa tus propias cosas y no tengas el descaro de mirarme los ojitos, señor, tiene usted el tejado de vidrio.
Señor y señora, cambiemos primero nuestro tejado de vidrio, y después vendrá el derecho de mirar alguien a la cara.
¿De quién se trataba?
Que se larga.
“Caramba”, dice, “una paliza humana”.
“No, señor, la verdad”.
Señoras y señores, señora, gracias, la Universidad de Cristo desafía la ciencia.
Pero cuando resulta que ahora están sentados —todos ustedes son de Leiden y Utrecht— y explico: ¿Qué es la luna...?
¿No lo han leído en ‘Las máscaras y los seres humanos’? ¿Y no lo han leído en ‘El origen del universo? Si René despierta allí y el pastor protestante, el astrónomo, el psicólogo también están allí, y entonces, pues, lo que tienen que hacer mejor es...
Dios mío, Dios mío.
Y entonces tenemos que empezar por fin: ¿hay vida detrás del ataúd?
¿Hay reencarnación?
Y entonces puedes repasar la Biblia, toma veinticinco años hacerlo, es imposible de analizar, allí están otra vez.
¿Surgen dudas?
No, señor: ¡palabra de Dios!
Y Dios dijo: “Hago una luz para la noche”.
Una vez me tronché de la risa.
Añadiré alguna cosilla.
Voy a ver a un relojero, entro y había dos luchando, con palabras.
El relojero allí y había otro que estaba allí; y durante el trabajo, a ratos, recibía clases sobre la Biblia, con el relojero.
Yo estaba allí presente, esperando, me encendí un cigarrillo: “Señor, tranquilo, ya esperaré un poco”.
Y dice el hombre: “Y entonces dijo el Señor...”.
Digo: “Señor, adelante”.
“¿Usted también es protestante?”.
Digo: “Sí, señor”.
Y me senté de esa manera, con las manos plegadas y entonces él sintió: bien, está bien.
Y él dale que dale.
Y de repente dijo algo, sí, es cuando se me separaron las manos volando, ya no tenía contacto conmigo mismo y tuve que reír.
“¿Se está riendo usted?”.
Digo: “Señor”, digo, “sí”.
Digo: “Mire aquí...”.
“¿También se interesa por la Biblia?”.
Digo: “Señor, naturalmente, naturalmente, naturalmente, es Dios, ¿no?
Sí”, digo, “pero lo que dice usted, no cuadra”.
“¿Y cómo es que lo sabe entonces, señor?”.
Digo: “¿Quién es usted?”.
“Soy un parapsicólogo”.
Digo: “Miente usted”.
Digo: “Tiene que decir usted que lo que hace es dedicarse a la parapsicología.
Porque si es parapsicólogo, es usted médico, y no lo es, de lo contrario no se dedicaría a eso ni a la Biblia.
Un parapsicólogo sí que tiene que ver algo con la Biblia, pero no es su estudio”.
Digo: “Así que está presumiendo con un título que no tiene”.
Entonces dice el relojero: “¿Entonces estás mintiendo?
Pues ya no quiero oírte hablar de la Biblia”.
Dice: “¿Usted también se dedica a esa Biblia?”.
Digo: “Sí, señor”.
Digo: “No me importa participar, pero entonces lo del comienzo hay que eliminarlo todo.
Todo esto, por ejemplo”.
“Pero ¿cómo es posible eso?”.
Digo: “Señor, Dios dijo. ‘Hacemos una luz para la noche y una luz para el día’”.
Y la luna recibe la luz del sol, y la tierra hace la noche, no la luna.
¿Quién es pues?”.
“¿Conoces la Biblia”, dice a ese hombre, al parapsicólogo.
Y dice: “Tú no sabes nada de esto”.
Digo: “El señor tiene que apartarlo, todo eso hay que borrarlo del mapa, porque antes de que empezara la Biblia la tierra ya tenía millones de años”.
Y dice: “Pero ¿quién es usted?”.
Digo: “Me llamo Jozef Rulof”.
“¿Es usted ese hombre de Diligentia?”.
Ay, ay, madre mía.

(Risas).

Digo: “¿Usted qué tiene?
¿Qué está pasando?
Señor, no le hecho nada, ¿no?”.
“No, mi mujer... toda La Haya está hablando de usted, hablamos cada noche de usted”.
Digo: “Yo soy”.
“Señor, ya estuve en su casa”.
Digo: “Señor: ese reloj ya lo he mandado reparar cinco veces, soy ese mismo”.
“Pero eso no lo sabía.
¿Es usted ese rebelde espiritual?”.
“Sí, señor”.
Digo: “¿Lo reparará todavía?
Mejor sea honesto, porque hay más relojeros”.
Digo: “Pero eso es lo que se eliminará para mí.
Y usted no es un parapsicólogo”, digo, “y ahora no quiero saber ninguna otra cosa, señor, que de dónde sacó Abraham la mostaza”.
Digo: “Y cuando Abraham recibió mostaza, seguía estando encima de la condena y del Juicio Final y entonces ni siquiera se aclaró, porque tenía que morir”.
Y dice: “No entiendo nada de esto”.
Digo: “Ya me lo parecía”.

(Risas).

Señoras y señores, señora, ha sido una historia muy divertida, pero con eso te encuentras a diario en la sociedad.
¿Tienen alguna pregunta más para mí?
Y entonces dice ese relojero, cuando llego yo, la vez siguiente también fui a verlo, medio año después, y entonces le había explicado unas cuantas cosas, dice...
Ya lo conocía durante la guerra, y entonces le dije, digo: “Señor, así es como sucederá, así es como sucederá”.
“¿Me habla en serio, señor?”.
Digo: “Sí, señor”.
Todo eso se cumplió.
La guerra, que lleva terminada cuatro días, señor, y ya tenía miedo de que hubiera una tercera.
“Señor, no habrá guerra, ¿no?”.
Digo: “No, señor.
Mejor mantenga los pies en el suelo, señor”.
“No habrá guerra, ¿verdad, señor Rulof?”.
“No, señor”.
“¿No habrá...?
¿No llegarán los rusos?”.
“No, señor, no vendrá ningún ruso”.
Digo: “¿Pero sabe lo que sí hay? Un ruso muy diferente, y este es mucho más peligroso”.
Digo: “Dice usted que es un hijo de Dios, ¿verdad?”.
Dice: “Sí, lo soy”.
Digo: “Señor, miente más que habla, porque duda más que la noche, porque Dios se lo puede contar, pero usted a Él no lo oye”.
Digo: “Señor, ¿por qué no se lo pregunta a Cristo?”.
“¿Cómo dice?
¿A Cristo?”.
Digo: “Sí, señor”.
Cuatro días, vaya casualidad otra vez, salgo de casa, voy andando: “¿Verdad que no habrá guerra, señor Rulof?”.
Digo: “”Señor, los ‘drudels’.
Vaya a casa, vaya a Abraham y pregúntele cómo se enteró de dónde estaba la mostaza.
Y entonces ya oirá, señor, que lo envía directamente a Utrecht o a Ámsterdam o a Delft”.
Dice: “Señor, eso solo es de las hojas de laurel que hemos mezclado con un poco de vinagre y algo más, y luego una etiqueta encima, eso es lo que come usted”.
Entonces dijo: “Tampoco entiendo nada de esto”.
Digo: “Señor, ya entenderá: es usted un indeciso con dos patas.
Y no llegará a tener Dios ni a Cristo.
Y de la Biblia tampoco recibirá nada, señor, porque usted acepta la condena, acepta un Dios de odio y de venganza, señor”.
Digo: “Y a ese ya no lo podrá ver en mi casa”.
Digo: “Y eso de verdad que da miedo, mi casa es fantasmagórica”.
Y un abrir y cerrar de ojos, en un segundo, bajó todas las escaleras.

(Risas).

Y ahora, siempre que me ve, señor y señora, se va por otra calle.
Se asusta si estoy en las inmediaciones, pero entonces ya se ha alejado un buen trecho y dice: “¿No habrá una tercera guerra, ¿verdad que no, señor?”.
“No, señor, no habrá una tercera guerra, porque Stalin no es tan estúpido ni tan lelo como era Adolf, porque Stalin, según consta en ‘Los pueblos de la tierra’, dice que le quiten lo bailado.
Señoras y señores, ¿he podido ofrecerles alguna cosilla esta noche?
Entonces les doy mis más sinceras gracias.
Y eso, claro, es del catedrático de la radio.
Señoras y señores, duerman en paz, y si se arrullan con un poco más de ternura, eso les ofrecerá los pequeños fundamentos —¿o esperamos un poco?— para la primera, segunda, tercera y cuarta esfera del otro lado.
Señoras y señores, en Crisje, en Cristina, desde luego hay algo, pero si te falta el sentimiento por dentro, jamás podrán irradiar ustedes lo universal, eso también lo tenía ella.
Y si todos ustedes tienen eso, estarán...
¿Saben ustedes donde vive Crisje?
En la tercera esfera, con Hendrik el Largo, y eso se lo han ganado honestamente con su propia sangre.
Señores y señores, un beso de Crisje.
(Suenan aplausos).