Noche del jueves 1 de mayo de 1952

—Buenas noches, señoras y señores.
Aquí tengo la primera pregunta.
¿Dónde la he...?

(Jozef repasa unas hojas).

Un montón esta noche, veo.
Trata de la Caja de Ahorros para el Bien Común (Nutsspaarbank).
¿De quién es?
Sobre la Caja de Ahorros, en Scheveningen, la sede central, en la calle Badhuisweg.
¿De quién es esta carta?
(Señora en la sala):

—Viene indicado detrás.
—Señora, aquí detrás también pone algo, mejor empiezo por allí.
“¿Cómo llega a conocerse el ser humano? ¿Cómo aprende a ver sus propios errores?
De eso necesitamos todos un poco.
¿Hay algún librito en el que se traduzcan las palabras extrañas de sus libros?”.
—Sí, señora, las palabras extrañas de los libros la llevan a otra terminología, espiritual, y eso va por sí solo si lee ‘Una mirada en el más allá’...
¿Ha leído usted todos los libros?
(Señora en la sala):

—Todos no.
—Pero ¿unos cuatro, cinco o seis?
(Señora en la sala):

—Sí.
—¿También ‘Una mirada en el más allá’?
(La señora dice algo inaudible).
Entonces en realidad debería conocer un poco todas esas terminologías, porque nosotros no tenemos palabras extrañas, sino la palabra pura para la ley o el estado del que hablan los maestros.
Y entonces surge por sí solo: vida astral, es vida espiritual.
Sí, esas palabras ya están más o menos explicadas debidamente en el diccionario, pero tampoco del todo, porque aún no tienen el significado, así que aquí se ve usted ante su propia terminología.
Y si esas leyes se hubieran explicado según nuestro diccionario, nadie las comprendería, y ahora sí, en cierta medida.
Porque cuando uno se pone a hablar sobre las leyes materiales y la vida, y si las quiere analizar, espacial y espiritualmente, uno se ve, en cambio, ante una vida muy diferente.
Y esa vida, a su vez, tiene otro significado.
Y por eso se le ofrece aquí, aquí y allá, alguna palabra, no más, en esos libros.
Porque ¿qué palabras serían las que no comprende?
¿Las ha anotado?
(Señora en la sala):

—Sí, varias incluso, señor Rulof.
Por ejemplo, la explicación de: grados, esferas, del karma, universo, evolucionar, astral, karma, primer grado cósmico, por ejemplo, Venus, los planetas de transición, el tercero..., la tierra.
Y todas esas cosas en el fondo no se entienden para nada.
—Pero si todo lo que usted está mencionando es más sencillo que nada..., porque cuando accedemos a una esfera esta es explicada como un mundo, como un espacio, como un ser humano, y eso debería haberle quedado claro, ¿no?
Cuando se habla de un grado...
La tierra también habla: un grado de la técnica.
Y un grado de conciencia, pues, es una parte, una partícula de esa conciencia, ¿qué si no?
Pero cuando se habla de esto, de una palabra extraña, señora, va acompañada, infaliblemente, de una explicación.
¿Cierto o no?
(Señora en la sala):

—Sí.
—Así que entonces tiene que sentir usted un momento lo que significa esa esfera.
En todos los libros se dice claramente: una esfera es un mundo, también es un grado de conciencia, una parte de Dios, un espacio, sentimiento.
Una esfera tiene luz, tiene una personalidad, tiene irradiación.
Claro, si eso todavía no ha quedado claro, pues, ya me dirá usted.
(Señora en la sala):

—Quizá no haya leído sus libros en el orden correcto.
—¿Por dónde empezó usted?
(Señora en la sala):

—Eso tendría que mirarlo un momento.
—Si comienza usted con ‘Una mirada en el más allá’...
Cuando los maestros hablan de eso, de ‘Jeus de madre Crisje’, si hubiera empezado con eso, y allí hablan de “mangar”, uno diría, sí, claro, eso se suele decir “robar”; pero eso ya se entiende más o menos en la sociedad.
Y allí también aparecen palabras más o menos espirituales, pero aun así el maestro Zelanus se queda entonces en (la región) Achterhoek y conserva el dialecto de Güeldres, porque no va tan lejos como para analizar la terminología espiritual.
Pero cuando haya leído todos los libros, haya terminado unos diez, once, le tendrá que quedar claro —y eso es muy sencillo— cuando se hable de grados, cuando se analiza, y así comprenderá lo que es en realidad.
Bien, creo que la gente está de acuerdo conmigo.
(Gente en la sala):

—Sí.
—Casi no es posible, porque cuando cae una palabra extraña, esta suele estar conectada con un estado.
Y entonces recibe usted la explicación, el análisis de ese grado, un grado de sentimiento, un grado de conciencia.
El cosmos está repartido entre millones de grados y leyes vitales, un grado es, a su vez, una ley, y una ley es, a su vez, un grado de vida.
Los grados del sueño, los grados del arte, los grados de la música.
Se empieza con el jazz en la jungla y terminamos con Beethoven, Mozart; y para el arte: Tiziano, Van Dyck.
Tenemos pintores que lo embadurnan todo, Piascos modernos, y esos nos llevan por sí solos al Rijksmuseum; entonces prefiero sentarme ante Rembrandt, entonces sé que he dejado atrás los Piascos.

(Risas).

¿Es así o no?
Es la verdad, ¿no?
Y llegan ustedes a ver un grado de arte, un grado de sentimiento, de conciencia, representación, para las artes y las ciencias.
¿Tiene alguna pregunta más sobre esto?
¿Le ha quedado claro?
¿Sigue sin comprenderlo?
(Señora en la sala):

—Bueno, déjeme que primero lo piense y procese un poco, señor Rulof.
—Pues yo creo, señora, que entonces ya lo sabrá.
Si continúa tranquilamente después de ‘Una mirada en el más allá’, y recibe usted ‘Los pueblos de la tierra’, ‘El ciclo del alma’... ‘Entre la vida y la muerte’ sí es un poco más difícil, porque allí estamos en el Antiguo Egipto.
¿También lo leyó ya?
Grados de sentimientos, grados de sueño: es lo que tiene allí.
Pero mire, también: el sueño es como si fuera la caja de la escalera, empieza usted por arriba, allí está encima del tejado, es la conciencia diurna para el ser humano, y después va descendiendo lentamente por las escaleras, y así va al sexto piso...
Aquí en Holanda tenemos pocos rascacielos, pero sí que tenemos casas de siete pisos, ¿verdad?
Y entonces vamos al Bosque de La Haya, o tenemos allí en Scheveningen la cárcel de Oranjehotel (notoria en la Segunda Guerra Mundial), se parece un poco.
Y entonces va bajando, así, y empieza a ver los grados del sueño, una representación del sueño.
Y justamente esa palabra de los “grados” es aplicable; o puede hablar del reparto del sueño.
Pero ya comprenderá: escribir estos libros ya es una increíble dificultad para encontrar la palabra adecuada.
En eso, sin embargo, los maestros son artistas.
Artistas.
Y nuestro diccionario ya cambiará, se lo aseguro, señora, a medida que el ser humano adquiera más conciencia, entonces la palabra “morir” se llamará... ¿está claro, señora?
Pero, señora, eso no está claro para las masas y el mundo.
Porque morir ni siquiera existe.
Tampoco hay un morir —aquellos que mueren— y matar a golpes: “Sí”, dicen, “he asesinado a un ser humano”, pero más adelante ya ni siquiera será posible asesinar a nadie.
Todas esas palabras desaparecerán de nuestro diccionario.
Y entonces recibirá usted la palabra espiritual, además del significado.
Tenemos tantas palabras en nuestro diccionario aquí que no significan nada, y que además son falsas.
Eso no lo tiene usted en nuestros libros.
Morir.
Y cuando llega usted entonces al camino cósmico, es decir, cuando llegue a tener que ver con las leyes cósmicas y la ciencia, ya conocerá la mitad de ese diccionario, que representa la ciencia espiritual, la psicología...
Entonces el erudito no se entera de nada.
Y entonces sí que dice: “Eso es esto”, pero no lo es.
Lo que tienen que hacer es dar nombres al ser humano como cuerpo y como ser humano.
Si el erudito, el psicólogo y el médico conocen al ser humano, llegarán para los riñones, los intestinos, la circulación de la sangre, los ojos, la boca, la matriz y los sistemas de parto al vocabulario universal, y el organismo recibirá el significado divino para cada organismo; todo eso se disolverá alguna vez en el tiempo.
Ya les he dicho varias veces aquí: vivimos en un tiempo asombroso; exacto, nosotros, los seres humanos.
La gente refunfuña y pega y patea, pero nunca antes se había vivido la historia tan intensamente ni se puede fundamentar como a través de este siglo, de 1900 a 2000.
Esto es tremendo.
Dentro de millones de años seguirán hablando de este tiempo, porque la humanidad está colocando ahora los fundamentos materiales y espirituales.
Hace doscientos años vivíamos todavía en el grado de vida animal, señora, en la inconsciencia.
Bueno, el ser humano sí tenía una fe.
Pero ha habido tantísimos cambios en el ser humano, y sobre todo por esa última guerra; en cinco años de guerra hemos vivido una revolución.
Ahora empieza la colocación de fundamentos espirituales.
Cuando la sociedad, el psicólogo, los eruditos tengan que aceptar luego todas las facultades espirituales que nosotros ahora representamos por medio de los maestros, a la humanidad entera le dará vueltas la cabeza —ni siquiera digo que le estallará la cabeza, sino que le dará vueltas—, porque entonces la humanidad creará y dará a luz según las leyes del espacio, de Dios.
Pero este tiempo es imponente.
Porque nosotros hemos colocado pequeños fundamentos para el vocabulario y las palabras, y hemos buscado palabras, hemos edificado una universidad, y esta todavía es inconsciente para todas las facultades, es completamente inconsciente, es basta material.
Ahora pueden empezar ustedes con cualquier facultad espiritual y entonces les podré responder de inmediato.
Si quieren hacer comparaciones con aquellos libros, con los maestros, lo que sabemos ahora, entonces todo se caerá y será radiante, lo atravesaremos.
Y cuando vea esa imagen, señora, ya sentirá que la humanidad adquirirá nuevas palabritas.
Si escribiéramos una pieza y la hemos analizado espiritualmente —mediante este diccionario es imposible analizarlo terrenal, material, socialmente—, ellos no comprenderán nada, porque jamás han oído hablar de esos sistemas.
Hace poco hubo algo escrito en el periódico, trataba sobre la anguila.
Nadie sabe por qué la anguila se va hacia el Mar del Norte, hacia los mares.
Se lo escribí a ese hombre, digo: “Señor, yo le explico el universo en una sola página”.
Esto es un universo para la anguila.
Que si lo aceptan, no lo sé.
Señora, es una revelación espiritual científica que di a la gente, porque es más sencillo que nada si conoce usted esas leyes.
Pero ahora ese mar ya no se llama “mar”, sino que es un espacio para parir.
Igual que usted, como madre, posee los órganos de alumbramiento, como la matriz, eso para el mar es el espacio para parir y se puede analizar por completo, aunque requiera un libro de quinientas páginas; y se puede contar en una sola.
De eso no entienden ni jota.
¿Por qué no?
Porque no hay ni un solo erudito entre la humanidad entera que sepa algo de eso.
No conoce el mar, no conoce el alma ni el espíritu, y tampoco conoce una entidad propia para cada pequeño insecto; y después la entidad para los mares.
¿Siente usted la poderosa profundidad ante la que se encuentra esa gente? ¿Y que, ciertamente, es imposible analizarla por medio de palabras materiales?
Para eso se necesita espacio espiritual.
La primera pregunta, señora: “¿Cómo llega a conocerse el ser humano?, ¿cómo aprende a ver sus propios errores?”.
Sí, de eso ya me gustaría hablar alguna vez durante veintiséis años.
Si uno no empieza con eso...
Aquí tengo gente... me asusto y lloro todos los días; se llora por dentro.
Tenemos gente, señora, viene aquí, han estado viniendo aquí dos, tres años, y ahora empiezan para ellos mismos.
Dicen: “Bueno, puedes venir conmigo, porque yo también enseño todavía a partir de la Biblia”.
Ese gente dice: “Sí, luego hablaré”.
Y aquella persona va a curar y la otra va a hacer esto; y entonces esa gente tiene que conocerse.
Pero se pegan a ellos mismos, no hacen otra cosa que marginarse y entonces empiezan hablando de esto y con lo otro y, bueno, optan por saltarse toda esa sociedad humana, en nuestro terreno.
Y si entonces va a la sociedad —¿cómo llego a conocerme a mí mismo?—, estaremos ante centenares de miles de problemas.
El ser humano no quiere.
Y un solo problema es lo peor, es esa voluntad humana loca, horrible, imponente, animal, preanimal a la que lo le da la gana.
El ser humano es esto, el ser humano es lo otro.
Esta tarde estaba leyendo en Jeus III.
Ojalá lo tuviera usted.
Dios mío, Dios mío, gente, he tenido que leerlo como André, como un auténtico extraño.
Dios mío, Dios mío, gente, cuando lean eso, lo que reciben allí, entonces...
Si tuviera el libro, le diría a la señora: “Lléveselo ahora mismo, así lo sabrá todo de una vez”.
Se viven centenares de miles de problemas, inclinaciones, inclinarse del todo ante esto y lo otro, y tal y cual y no sé qué más, la entrega al cien por cien; allí lo encuentran todo.
Allí encuentran todo.
Y si quieren todo eso, ser un instrumento para el otro lado...
A la gente que quiere avanzar le puedo ofrecer una escuela que genera felicidad cósmica, una escuela de una belleza sin precedentes, de fuerza de voluntad, de cumplimiento del deber, de sencillez, de inclinar la cabeza, inclinarla una y otra vez, amar, comprender al ser humano, querer comprenderlo; si es que son capaces de valerse por sí mismos en la sociedad.
Da igual, así dice, lo que sean ustedes —lo dicen todos los libros—, pero no se sirvan de la demencia soberbia.
Si hay algo que no poseen, señoras y señores...
Hay personas que se han dedicado al arte, de pronto se hunden, ya no pueden más, aun así el ser humano se aferra a ese arte y no quiere quitárselo de encima, nunca.
Los cantantes y violinistas, por ejemplo, ya no son capaces de su repiqueteos ni de conmover sus cuerdas porque quizá esos dedos se estén agarrotando, su sentimiento sea equivocado, y entonces, pues, optan por seguir; y desintegran más de lo que construyen.
¡El ser humano con complejos de inferioridad!
Pero eso no es tan grave como el ser humano con demencia soberbia.
Es que dan ganas de...
Pero uno no hace nada, porque son niños.
Los adultos son niños.
Para aprender: ¿cómo aprendo a pensar?
Para aprender: ¿cómo llega a conocerse un ser humano?
Dios mío, santo cielo, dame veinticinco años y ni así habré llegado.
Se lo puedo enseñar en un año, en una sola noche.
Ya me he pasado de rosca aquí hablando esos años.
En los libros también hay mucho.
Pero ¿cómo aprende el ser humano a inclinarse?
Eso me gustaría tener.
¿Cómo aprende el ser humano a entrar en armonía con quienes han escrito allí esos libros, con los maestros?
¿Cómo entro en armonía con una esfera?
No se lo creerán.
¿Cómo llego a conocerme?
Tenemos aquí gente que lee y lee y lee y que hace preguntas y preguntas, volví a vivirlo uno de estos días, y entonces dices: Dios mío, Dios mío.
Digo: “Hombre, ¿sabe lo que necesita usted?”.
Digo: “Un buen trago de ginebra añeja”.
Digo: “Eso lo volverá a poner sobre los pies materiales”.
La gente lee libros, la gente hace preguntas sobre Dios y el Omnigrado.
Sigo teniendo la educación de responder a esa gente, pero habría que darles una buena paliza en el trasero.
La gente hace preguntas, lo sé, no se me olvida: “Señor Rulof, ¿qué me pasará cuando estemos en el Omnigrado?”.

(Risas).
Sí, ríase, señora, pero aquí hacen esas preguntas.
Pero cuando la señora se fue al ataúd a él lo tuvieron que apoyar dos personas para que no se derrumbara.
Y esa gente hace preguntas: “¿Qué me pasará...?”.
Los tienes allí delante de tus narices, están allí sentados delante de ti, y entonces viene esa gente que está aquí por primera vez, piensa: ese señor Rulof está loco de remate.
Y yo eso lo acepto.
Y si yo no añadiera alguna pequeña amabilidad, pensarían: allí hay una pandilla de locos con la cabeza como un reloj.
Pero piensan: ‘Vaya, ese hombre encima los hace reír’.
Sí, si puedo poner algo patas arriba a martillazos, como la condena y el Juicio Final, llego como una flecha.
Pero la sagrada seriedad nunca desaparece.
Pero lo que es aquí, señora, hacen preguntas —y enseguida volveré a usted y a esa palabrita—, aquí hacen preguntas: “¿Cómo seré cuando esté en el cuarto grado de vida cósmico?”.
Y: “¿Cómo seré cuando esté en el Omnigrado como Dios?”.
Y aquí siguen derrumbándose, señora, cuando tienen que perder a su pareja.
Entonces ya te puedes poner a llevártelos de la tumba a rastras.
Y entonces dice la sociedad: “Dios mío, Dios mío, ¿lo ven?, nada más que alucinaciones”.
Esas personas viven todas por encima de su capacidad mental —y de la soberbia—, por encima de su vida en la sociedad y la personalidad.
¿Y esos quieren enseñarnos, esos pobres diablos?
¿Quieren demostrarnos cosas, esos lelos?
Ja, ja.
Y esa gente encima quiere, señora, que vaya a tocarles a la puerta, llorando: “Qué desgracia, ¿no?
Sí, ¿los metiste en la tierra, tan a gusto?”.
Entonces soy duro.
Digo: “¿Qué quieren de mí, yo que conozco los mundos astrales?”.
Quiere usted aprender a pensar.
Aquí ya lo han tenido muchas veces, señora: ¿Cómo llego a conocerme a mí mismo y cómo empiezo a pensar?
El maestro Zelanus...
¿Estuvo usted el domingo en Diligentia con nosotros?
(Señora en la sala):

—Sí.
—Señora, allí dijo el maestro, lo último: “Aprende a pensar”.
¿Y es pensar si uno se pone a leer libros, a hacer preguntas durante dos años, centenares, si ha asistido a ochocientos conferencias? ¿E incluso así se derrumban?
¿Es ese el truco?
Ese hombre, esa gente, ¿aprendió a pensar?
No, señora, piensan de forma equivocada; piensan, de acuerdo, pero ese pensamiento aún no es posesión.
Ahora están solos y abandonados.
Esa gente no ha aprendido nada, en todos esos años no han pensado, en todos esos años no han sido capaces de asimilar ni una pizca de nada.
Es hablar con borregos.
Una vaca asimila más de lo que uno le diga, señora; si me pongo con una brizna ante ese animal, me da un lametazo como Dios manda.
Prefiero con mucho hablar con caballos y vacas.
No me refiero a usted.
Vaya.
No piense eso.
¿Cómo aprendo a pensar?
¿Cómo aprendo a conocerme?
Bien, entonces necesito tener una escuela.
¿Por dónde quiere empezar?
No me mire tan mal, señor, no le he hecho nada, ¿no?

(Risas).
¿Por dónde quiere empezar?
¿Qué quiere hacer?
¿Cómo aprende a pensar?
Sí, ¿cómo es su vida en la sociedad?
¿Qué hace usted?
Entonces, señora, tiene que empezar primero, para seguirla por completo, con lo que tenga que ver usted, con lo que toda esa gente tenga que ver.
¿Cómo es uno frente al otro?
¿Qué dice uno? ¿Qué piensa el otro?
Ahora primero tenemos que aprender a pensar según manda la creación, es decir: cuando una semillita entra en la tierra, aún no tiene nada que decir antes de que aparezca la flor.
Empiezo a hablar y entonces al instante me veo desequilibrado a golpes por otro problema de aquel otro ser humano, y entonces hay algo que avanza.
“Para”, digo entonces.
“A esperar hasta que yo haya terminado y después empiezas”.
No, oyen algo, al instante aparece una historia: adiós beatitud, adiós problema, adiós emoción.
Quiero ofrecerles a ellos una emoción y quiero contarles algo que es poderoso; resulta que surge una historia que mide veinte kilómetros: adiós sentimiento mío, adiós problema mío.
No nos vivimos el uno al otro.
Así que para aprender a pensar primero deberíamos intentar aprender intuirnos mediante una conversación, y entonces vivirán ustedes lo más poderoso que hay, si se dedican a ello, a esto.
Porque ahora se junta a eso vida y muerte, reencarnación, paternidad y maternidad, personalidad, sentimientos.
Dios, Cristo, planetas y estrellas, señora, para eso tenemos libros.
Si quieren, con amigas, con amigos, se sientan a gusto y encima les invitan a un delicioso vaso de rayos de sol en forma de vino, entonces vivirán Grinzing (un vino de cerca de Viena) y todo, y tendrán un imponente y maravilloso viaje juntos, y así se aprende a pensar... se aprende a pensar.
Aprendan a terminar un pensamiento.
Eso lo he vuelto a leer ahora en ‘Jeus’.
Tengo un sagrado respeto por Jeus.
Él colocó fundamentos cósmicos.
André se quita el sombrero ante Jeus porque él es la roca a la que todos nos aferramos.
Pero cuando en la calle Montferlandseweg...
¿Quizá haya leído usted mi libro ‘Jeus de madre Crisje’?
(En dialecto): Si lo has leído en dialecto, señora, ya lo sabrás de una vez para todas.
Cuando oyes eso, ya sabes de una vez para todas si lo has leído.
¿No lo has leído en ese librito? Cuando crezca, me pondré a escribir libros.
¿Lo has leído?
Esta noche me voy a poner a hablar un poco en dialecto, ¿por qué no? Quizá lo entiendan mejor, ¿no?
Señora, estuve un momento en ’s-Heerenberg.
Me refería a ‘Jeus de madre Crisje’; si usted se adentra allí, aprenderá a pensar, aprenderá a sentir y aprenderá a inclinar la cabeza.
Y cuando luego venga a la sociedad y más adelante llegue a tener entre sus manos los otros tomos y atraviese infiernos y cielos, hacia el macrocosmos, y vuelva a sentarse y regrese cuando haya leído uno de esos libros, y lo comenten entre ustedes, tendrá que escoger a las personas adecuadas que tengan los mismos sentimientos, así podrá caminar muy a gusto por la creación, vivirá usted un paraíso terrenal, humano, espiritual —¿no le parece?—, si quiere, claro.
¿Cómo aprendemos a pensar?
¿Cómo se llega a conocer a sí mismo un ser humano?
Otra cosa más: ver los errores propios.
Sí, ¿cómo aprendemos a ver nuestros errores?
Señora, ¿hay personas entre nosotros que de verdad quieren ver sus errores?
Pues, sí, allí estamos ahora.
(Señora en la sala):

—Sí.
—¿Sí? ¿Usted sí?
¿De verdad que ha llegado a ese punto, señora?
(Señora en la sala):

—Veo muchos errores míos.
—Cuando su marido está a su lado y él ve un error, ¿lo reconoce usted?
(Señora en la sala):

—Sí, yo sí.
—Señora, entonces yo le regalaría flores todos los días.
Claro que sí, es así de valioso.
Bueno, no sé si me llegaría el dinero, no se trata de eso.
Pero si usted a ese Piet Hein suyo...
Bueno, señor, me permite que diga eso, ¿verdad?
Porque una tonelada de plata no es nada si la comparas con él.
Pero si ese tesoro suyo lo ve, señora, cuando el ser humano como hombre —lo mejor será que me siga a mí mismo— ve a la madre que sabe inclinar la cabeza...
He tenido aquí a personas que dicen: “Sí, señor Rulof, tengo que volver a la tierra, he dejado las cosas hechas trizas”.
Nosotros sabemos por qué, sin lugar a dudas.
¿Entiende?
(Señora en la sala):

—Pero eso da igual, ¿no?
—Eso da igual.
Todos venimos de la jungla.
No está entre mis planes meternos cada semana en el puchero y dedicarnos al canibalismo.
Pero es cierto, en el espíritu seguimos siendo caníbales, porque no hacemos más que comernos y bebernos ese cosmos, y sorberlo y machacarlo a patadas; ni nos conocemos.
¿Cierto o no?
Pero cuando el ser humano es capaz de reconocer su error, no hay ninguna trampa, ningún agujero.
¡Ojalá fueran capaces de eso!
Eso es lo que machacamos una y otra vez.
Yo siempre me he mantenido en pie, señora, porque le aseguro que eso no es sencillo, ya lo leerá en ‘Jeus III’.
¡La de cosas que ha vivido ese pobre Jeus!
Entonces el maestro Zelanus dice: “Bueno, Sócrates, Platón, Pitágoras, Dante, Darwin”, ¿quién más?, “a ver: ¿quién quiere ser el primero?, porque eso sí que no lo han vivido.
Ni uno solo estuvo en ese macrocosmos.
Pero ¿qué hay que hacer para eso?
Llorará hasta vaciarse cuando siga a ese pobre Jeus; pobre Jeus.
Cuando lo siga y viva lo que va a pasar, si de verdad entabla usted una conversación con usted misma, es decir: el ser humano que presta atención a sí mismo.
Y si entonces el ser humano, hombres y mujeres, si ustedes han aprendido algo este invierno, les aconsejaría: fíjense en sus propios sentimientos y piensen, piensen, piensen.
Si de verdad hay un error material...
Los espirituales los cometemos todos los días, los cósmicos también, sí, claro, para eso somos seres humanos, todavía estamos en ello.
Pero cuando ese error existe y usted no es capaz de inclinarse, habrá un gran boquete, eso es infalible.
Y no serán capaces de vencer ese escollo, ni salvarlo, porque no hay levitación, nadie les ayudará, y estarán impotentes ante esa personalidad en concreto; no avanzarán ni un solo paso.
Y eso continúa así, eso continuó así años, años, años, años, así sigue el ser humano.
“Sí”, dice esa madre, “tendré que perdonárselo”.
O dice: “Mejor será que se lo perdone”.
Pero ese amor, ese enorme amor de los tiempos en que empezamos a arrullar, ¿verdad?, cuando empezamos a mirarnos los morritos, y se manifestaron esos temblores interiores, a partir de ese momento surgieron errores y escollos.
Y a partir de ese instante ya hemos tenido que inclinar cien mil veces la cabeza ante algo, pero no fuimos capaces.
Y eso sigue allí.
¿Cómo podemos conseguir estar frente a los demás habiendo hecho borrón y cuenta nueva?
Entonces todos seremos papel de lijar.
¿Sí, cómo llegamos unos a otros, puros en la forma de pensar?
Y si usted quiere, y si es capaz, todo ese pasado profundo, poderoso, de todas formas será borrado del mapa y así pondrá usted nuevos fundamentos, señora.
Eso lo han demostrado los libros, las novelas, las películas y las obras de teatro: al final resulta que aparecerán esas inclinaciones y los sentimientos humanos, y seguiremos de nuevo.
Pues bien, dos personas en la tierra —aunque todavía formen parte de la iglesia católica y del protestantismo, sean judíos o de otras sectas—, dos personas en la tierra, como hombre y mujer, pueden representar y vivir un paraíso si son capaces de inclinarse el uno ante el otro.
Y entonces se llega a vivir cada vez más profundidad.
Entonces empiezas a decir: “Dios mío, Dios mío, qué tesoro, ¿verdad?”.
Qué abundancia.
Qué belleza; aunque tenga usted ochenta años.
Una vez dejé caer ante alguien: “Viejo cabrón”.
Sí, pienso: ‘Dios mí, Dios mío, ¿en qué lío me he metido esta vez?’.
Porque eso es lo que salió de mi boca, “viejo cabrón”; ¡y era una mujer!

(Risas).

Y así, sin más, digo: “Viejo cabrón”.
Pienso: ‘Dios mío, Dios mío, Jozef, si la señora no lo comprendo me echará, claro’.
Pero lo dijo la sociedad.
Porque yo vi algo muy diferente, porque primero vi ese viejo cabrón y después vi esa hermosa criatura juvenil en esta personalidad.
Pero eso no llegó a salir de mi boca porque de pronto nos separamos corriendo.
Y esa mujer se fue con eso de “viejo cabrón” a casa.
No durmió aquella noche, porque habrá dicho: “¿Por qué será que ese hombre me dice ‘viejo cabrón’?”.
Pero es la sociedad.
Y eso también procedía de esa sociedad, porque si un ser humano es viejo, ciertamente es un viejo cabrón.
Pienso: ‘Algo de cierto hay en esto porque es la sociedad la que habla’.
Nuestra vida dijo: “Viejo cabrón”.
Y eso me atravesó, pienso: ‘Menuda faena’.
Pero no tardé ne gritar: “Señora, ¿verdad que ha comprendido...?”.
Digo: “Ahora le contaré la imagen opuesta, para que se pueda alegrar”, digo, “porque es usted tan jovenzuela”.
No “un joven”, sino “una jovenzuela”.
“La flor está saliendo.
Es usted igual que un árbol de la vida soltero en flor”.
Y así fue entonces.
Pienso: ‘¿Cómo es posible?’.
Cuando el ser humano empieza a pensar y a sentir de verdad, señora —porque aquí se piensa—, entonces el ser humano recibe... se convierte en lo mismo que el árbol de la vida en ‘Las máscaras y los seres humanos’.
Claro, no lo habrá leído todavía, ¿verdad?
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

¿De qué se ríe, señora?
(La señora dice algo inaudible).
¿Le pegaron una buena tunda en las narices?
No será verdad, ¿no?
Cuando una empieza a leer y a vivir y a sentir eso, el ser humano empieza a ser plenamente primaveral, a estar en flor; no con flores rojas, blancas y azules (los colores de la bandera holandesa), sino los del arco iris.
Y entonces llegan a tener ustedes espacio.
Sí, entonces ellos lo comprendieron.
Pero el ser humano, el joven y el no tan joven , es viejo, tremendamente viejo, porque el ser humano no es capaz de pensar, porque el ser humano piensa al margen de la creación, de cabo a rabo.
Sí, es la verdad.
No pensamos conforme a la creación.
Y ahora estamos ante esa palabrita de Sócrates: ¿cómo llego a conocerme a mí mismo?
¿Cómo aprendo a pensar?
Si la próxima temporada —si estamos todavía— me colocaran ante esos problemas, si me los sometieran la próxima temporada, y si me pusiera a analizarlos de verdad, escribiríamos un nuevo libro.
Aquí está.
El primero está listo, de 1950 y 1951, señoras y señores.
Ojalá tuviéramos ahora un banquero entre nosotros, entonces se imprimiría de inmediato; porque vale la pena, se lo aseguro.
Contiene el análisis de sus preguntas.
Y ese libro, señora, es todavía más útil que aquella veintena que tengo allí.
¿Cómo aprendo a pensar?
Porque esas preguntas las han hecho aquí cinco veces, seis veces, siete veces, y ahora están consignadas en él, con un análisis maravilloso.
Pero sobre cada pregunta...
Señora, si quiere —¿cuánto dinero podré ganar?—, se lo pregunto un momento a los maestros, y empezaré mañana a escribirle un librito de cien páginas.
‘¿Cómo aprendo a entrar en armonía con Dios?’, un libro de trescientas páginas.
‘¿Cómo aprendo a inclinarme?’, un nuevo libro.
‘¿Cuándo soy verdad?’, número tres.
Sobre el amor no es necesario que empecemos nunca, porque eso será el número setecientos.
Pero el ser humano empieza de inmediato: ¿Cómo seré...?
¿Y quién está tan mal de la cabeza para decir y preguntar en esta sociedad desquiciada: “¿Cómo doy cariño? ¿Cuándo soy amor?
¿Cuándo lo soy en verdad?
¿Y qué es el amor, pues?”.
Son dos libros más, es una trilogía en un solo volumen.
Es el amor basto material, material y espiritual.
Mejor no vivamos el animal, porque ese ya lo conocemos en la sociedad, pueden ustedes vivirlo en cualquier parte.
¿Cierto o no, señor Joost?
(El señor dice algo inaudible).
¿En serio?
(Nadie dice nada).
¿En serio?
(Señor en la sala):

—Yo diría que sí.
—Sí.
Ah, gracias.
¿Cuándo podremos escribir esas cosas, señora? Entonces las recibirá, habrá libritos.
Esta misma tarde pensé en eso.
Llevo dos días ganduleando.
Me he sentado durante dos días en el balcón.
El pasado invierno ofrecí casi cien conferencias, escribí cinco guiones, pinté cien cuadros, y después copié a máquina, como quien no quiere la cosa, un libro de cuatrocientas páginas y entonces descansé dos días.
Y ahora vuelvo a rebosar de alma que se me ha infundido.
Podría empezar ahora mismo si lo quisieran los maestros; entonces escribiría este año siete libritos de esos.
Cada semana uno.
Así tendríamos cincuenta y dos.
Pero ¿quién tiene el dinerito?
¿Dónde viven nuestros banqueros?
Tenemos aquí en (la sala) Cónocete a ti mismo, de 1950-1951, ‘Preguntas y respuestas’, de Jozef Rulof.
Ojalá lo tuviéramos, el dinero, así eso iría ahora mismo a la imprenta, porque merece la pena.
Eso lo hemos tratado aquí entre todos.
Oigan, señoras y señores, ¿no sería bueno empezar por fin a imprimir billetes falsos?
Pero entonces habrá que hacerlo de tal forma que nunca nos agarren.
Pero, ay, si supiera hacerlo.
Si me dijeran: “Ponte ya”, lo haría de inmediato.
Porque entonces nunca me agarrarían.
Y así publicaríamos nuestros libros con cargo a nuestra sociedad, qué gloría.
Cómo les gustaría meternos en el Oranjehotel (una cárcel notoria durante la Segunda Guerra Mundial), qué bien se lo pasarían.
Pero, señora, ¿quién tiene más preguntas sobre esto?
¿Cómo llego a conocerme?
¿Cómo aprende el ser humano a inclinarse?
Inclinarse lo es todo.
Inclinarse lo es todo.
Ustedes tienen que...
Si no aprenden a inclinarse...
¿Cuáles son, pues, los primeros fundamentos para Sócrates?
¿Cómo llego a conocerme?
Señor, ¿cuál es pues, el primer fundamento para ello?
Sí, señor Götte.
(Señor en la sala):

—Saber cuál es tu origen para qué vives.
—No, no, no, no, no es necesario leer libros, para nada.
No se trata de: dónde vive el origen y lo que eres y cómo eres; ya lo acabo de contar: primero hay que inclinarse ante cada cosa, ante la pena, ante el dolor.
La gente de la que hablo, que lo ha leído todo y que aun así se derrumba cuando tiene que aceptar la pérdida —que no es pérdida— no se inclina ante la verdad; son los lelos, los pobres diablos.
¿Es verdad o no?
Sí.
Sí, lo que sí tienen que...
Bien es verdad que pueden decir... aquí están ahora, están aquí todos juntitos, tan a gusto, siguen hablando todos, pero si no son capaces de inclinarse ante esa muerta, ante esa Parca...
Lo saben todos ustedes, conocen las leyes, ya estuvieron detrás del ataúd; sí, claro, ya les gustaría.
Enseguida tendrán que demostrar ustedes, uno por uno, de lo que son capaces, ahora queremos verlo.
No se crean que me pondré a llorar con ustedes junto a la tumba.
Para mí el ser humano adquiere sus alas espirituales; aún no tiene Grandes Alas, porque todavía es alicorto, es infalible.
Las Grandes Alas y las alas espirituales solo las recibiremos si conscientemente me demuestras ... cuando este dicho de Sócrates tenga y adquiera un significado para sus sentimientos y personalidad: ¿cómo llego a conocerme?
Allí el primer fundamento es: ¿cómo aprendo a inclinarme ante todo?
Es algo que tiene que hacer el protestante y es algo que tiene que hacer el católico.
Además, durante la guerra conocí a gente que tenía más, mil veces más, que ustedes aquí, que todos ustedes.
No sé cómo deberán actuar luego.
Pero ya lo hemos recibido de muchos, y se lo hemos visto: no se derrumbaban; y estaban ante el pelotón de fusilamiento para ser acribillados.
Y aquí hay gente que lee libros, que asimila algo, pero que no se inclina ante nada, señor.
No piensa, piensa pero no se entera de nada.
Dan rodeos que da gusto.
Ay, señor, hablan en la sociedad y entonces dicen: “Ay, señor, déjese de historias.
¿Que su mujer está muerta?
Ay, señor, siga”.
La mujer de él vive, ¿a que sí?
“Sí, su mujer vive, señor, ¿quiere que le cuente una cosa?
¿Quiere leer libros?”.
Cuatro meses después lo tienen que demostrar ellos mismos, señor, y se derrumban.
Es bluf, señor, allí en la oficina.
Cuando usted, señor, llegue al otro lado y se encuentre allí y quiera convencer a la gente y usted mismo todavía no lo ha demostrado; señor, esa esfera ni existe.
Usted ni siquiera tiene un otro lado, señora y señor, ni asidero y dónde pisar, porque eso lo tenía que haber demostrado inclinándose primero aquí, allí y en cualquier parte.
Inclinándose.
Y a esas personas las oyes hablar a diario en la oficina y son personas que andan allí con dolor, pena y desgracia.
¿Y cómo pensaba usted que yo aprendí a pensar cuando el maestro Alcar empezó conmigo?
Solo para dejar perplejo al ser humano: yo lo sé todo, estuve en el otro lado, escribo libros, pintan, me permiten que me desdoble y vuelo por el espacio, ¿no?
Bah, señora, primero tengo que poder vivir una escarlatina común y corriente, una deliciosa pulmonía, para demostrar si puedo inclinarme ante una estupenda bofetada en plena cara, ahora en los pulmoncillos.
Sí, ¿no es así?
El ser humano pregunta cómo es él en el Omnigrado y se olvida de cómo será aquí en verdad.
Si empieza a hablar usted de la cosmología, ahora en Diligentia estamos hablando de la cosmología, about the universe, sobre el universo...
Señora, cada pensamiento es universalmente profundo, dice el maestro Zelanus y dicen los maestros, y es la verdad.
Primero demuestren de lo que son capaces.
Fanfarronear, gritar y alborotarnos, eso sí que lo sabemos hacer.
Cuando luego lean ‘Jeus III’...
El ser humano me quiere imitar poseyendo los dones.
Ya me gustaría que fueran ustedes capaces, ciertamente; entonces se lo regalaría todo, si lo hicieran igual.
Pero en una sola semana los habrán borrado por completo del mapa, de la sociedad, entonces los esperarán en Rosenburg.
Y Rosenburg, aquí en la Laya, lo conocemos todos, es un manicomio, un centro siquiátrico.
Pero el ser humano quiere esto y hace lo otro, y el ser humano quiere esto y lo quiere todo; claro, ¡de los demás!
Pero cuando llega a encontrarse ante el ataúd aquel, ante la muerte de ese pequeño rasgo de carácter...
Señores y señores, ¿es cierto o no? Si uno es capaz de entenderse y es capaz de inclinar la cabeza ante los demás y realmente se cuidan de no querer vivir trastornos, entonces uno tiene un cielo como un paraíso.
Y entonces de verdad que no hace falta ser rico, es totalmente irrelevante si uno tiene dinero o no.
Pero entonces vale más un paseo por la naturaleza que ir al teatro, que una gran cena y que ir al cine y que un coche, señora, porque valerse por sí mismo en la madre naturaleza y el ser uno, la poltronita y la conversación y las risas y el sentimiento de esa alma agradable a tu lado porque nos entendemos...
Pues, sí, allí estamos ahora.
Y entonces vuelve esa gloria del arrullo natural.
Y cuando cumpla sesenta o setenta años, señora, arrullará con mucha más conciencia y más gloriosamente y más espiritualmente que cuando tenía veinte, veintiún años.
¿No es cierto, Dante?

(Risas).
Estaba arrastrando los pies así que ahora, de una vez por todo, lo he...
(Jozef continúa).

Si es capaz de vivir eso, señora, y el inclinarse...
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

¿Es eso agua de la semana pasada, señor?
¿De verdad que no la habían colocado hasta ahora?
¿Ah, sí?
Pensaba que ya llevaba aquí una semana.
Es que normalmente, no bebo, porque es muy peligroso, eso te da escarlatina, ¿lo sabía?
Si realmente es capaz de eso, señora, y se adentra en ese ser humano, desciende en él, de verdad habla con una deidad, con un dios viviente y renuncia usted a ese Herman, a ese Nico, o a ese Pedrito o a ese tal Klaas y a Kees —y qué más nombres no les ponen a las personas— y no controlamos nuestra propia cabeza, sino que nos vemos siempre como vida, entonces vivirá usted el paraíso.
Pero ¿no sabían todo eso?
De verdad que aquí no les estoy contando nada nuevo.
Pero, señora, ya llevo mucho tiempo con esto, espero llenar la hora entera con esto, porque esto merece la pena.
Si empieza usted con eso...
Nos hemos ocupado de esto muchas noches y no solo lo he explicado de forma basta material, material, espiritual y espacial, sino que además se nos dieron la explicación y el análisis divinos.
¿Es cierto o no, gente?
¿Y qué hemos hecho con ello?
A diario recibo las pruebas.
¿Y encima quieren que me ponga a llorar yo?
Entonces le digo al ser humano: “Necesita usted dos copas de ginebra para salvar sus nervios”.
Entonces siento respeto por el católico y el protestante que se dirige, algo inclinado y quebrado, al cementerio y que deposita allí a su ser querido y dice: “Sí, cuando llegue el Juicio Final, no volveremos a ver allí.
Descansa en paz, cariño”.
Pero preguntarle al ser humano, con sus ideales y su demencia soberbia, sobre: ¿qué soy en el universo, en el Omniestadio?, señora, sin ni siquiera ser capaz de vivir ni de hacer una inclinación ante una Parca corriente y moliente, próxima, esos son los lelos más grandes que tiene la humanidad en la tierra.
¿Es cierto o no?
Volamos, rugimos como las tormentas, nos dilatamos y todo eso no lo hacemos más que en pensamientos, porque cuando se presenta ante nosotros la realidad y los maestros nos sueltan en el océano...
Les aseguro que no flotaremos y que nos hundiremos como ladrillos.
Y no tenemos ni un solo pequeño fundamento; porque si tuviéramos un fundamento espiritual, esas cosas ni siquiera las preguntaríamos, porque las reconduciríamos nosotros mismos a la tierra.
¿Es que no es cierto? Cuando la gente llega aquí por primera vez y oye las preguntas que se hacen y se encontrarían con esas personas, dirían: “¿Lo ves? Estos no colocan fundamentos, están volados”.
Puedo enseñarles mucho más si saben cuándo tienen que inclinarse.
La cosmología que recibimos ahora en Diligentia es un regalo universal, un regalo divino, esas conferencias.
Un domingo por la mañana me topo con la personalidad de alguien y me dice: “Vaya, lo que recibimos ahora en realidad no son más que migajas, porque todo eso ya lo conocemos”.
Digo: “Vaya, vaya, qué cosas dice”.
A ese hombre me habría gustado calentarle el trasero, pero ni siquiera lo hago.
Puedo andar con eso cuatro años.
Y entonces le daré con la vara de las alfombras.
Pero el ser humano que vuelve a decir toda esa demencia, que tiene esa locura soberbia, dice: “Bueno, para nosotros, que hemos vivido todo eso, bien puede haber algunas migajas·”.
Mientras nosotros hablamos de las leyes de dilatación del espacio, que ningún catedrático de astronomía conoce, allí se les analizan, y les cuesta un florín con diez centavos.
Pero aquí sigue habiendo quienes dicen: “Bah, esto, bueno, de vez en cuando hay alguna migaja”.
Y eso me lo dicen en plena cara.
Se lo dije al maestro Zelanus, digo: ¿Lo ha oído?
Para estas y aquellas personas usted no tiene cosmología, solo migajas”.
(Señor en la sala):

—Dios, Dios.
—‘Dios, Dios, Dios’, pensé, ‘¿cómo voy a seguir subiendo al escenario?’.
¿No dan ganas de echar a esa gente de Diligentia?
Maldita locura soberbia, señora.
Mientras estoy llorando allí detrás del ataúd, emocionado por el poder de ese análisis, que ningún astrónomo es capaz de hacer.
Ni un erudito en la tierra recibe lo que recibe el ser humano en Diligentia.
Es otra cosa de esas.
Miren, señora, gente, hombres, allí se levanta en ustedes una maldita locura soberbia que dice... que se olvida de que ustedes siguen siendo lelos, yo también, igual, de cara a los maestros que de pasada explican las leyes de Dios, del universo, desde el origen, desde la Omnifuente.
(Señor en la sala):

—... como para poner a una persona de esas cinco minutos sobre el escenario.
—Señor Götte, antes eran mis amigos, mis hermanos, y entonces mejor no decía nada.
Y entonces ya no se conocen, ya no se sienten, ya no hay respeto ni deseo ni anhelo.
Señor, estos lelos se elevan por encima de Cristo.
Y esos lelos preguntaron a Cristo cuando aún estaba en la tierra, esos descarados de espíritu —los cristianos sencillos, los verdaderos, estaban llorando hasta más no poder en Getsemaní— andaban, sin embargo, al margen del camino, estaban sentados allí: “Eres Tú de verdad?
Anda, dinos algo”.
Cristo se giró y siguió caminando.
Dijo: “Otro de esos”.
¿De verdad que pensaban ustedes que se le pudiera gruñir a Cristo la pregunta: “Oye, ¿de verdad que eres Tú?”.
Y al instante hice una comparación y entonces digo: “Dios mío, Dios mío, eso debería haberlo intentado yo y haberlo dicho al maestro Alcar... mientras casi me derrumbo de emoción el domingo por la mañana.
Tan poderoso...
¿Es que estoy mal de la cabeza o estamos locos todos?
Esas conferencias de allí, ¿no son revelaciones, señor?
(Dirigiéndose a alguien en la sala).

Dígame.
(El señor no dice nada).
¿Estoy loco yo o lo está usted?
Yo me pongo a llorar detrás del ataúd.
Están el maestro Alcar, los maestros más elevados, y dicen: “Nosotros somos capaces ahora”, porque aún no ha ocurrido nunca, señor, en el mundo, “nosotros somos capaces ahora”, señora, esto se lo digo a usted, “de analizar y materializar el cosmos por medio de una palabra”, lo cual nunca antes se pudo hacer, porque en la tierra no hay eruditos que sepan por dónde empezar.
No saben qué palabras usar para el cielo, para a dilatación.
Si bien dicen “dilatación”, no saben ni siquiera lo que es.
Dicen: “Sí, si comienzas por aquí y te vas por un camino a Rusia llegarás allí a un final, ese camino se dilata”.
No, señora, eso está en la vida misma.
La dilatación de esta plantita es el despertar de la personalidad; es lo verde y es el tallo, la rama y después de eso quizá una pequeña flor.
Qué locura soberbia que la gente se atreva todavía a volar por encima de las ‘alas’ de los maestros, por encima de su conciencia cósmica, y a decir: “Bueno, de vez en cuando hay alguna migaja para nosotros en esto”.
A esos me gustaría echarlos a golpes a la calle, pero no lo hago.
¿Tengo el derecho a hacerlo? ¿Sí o no?
Es que dan ganas de...
Ya solo ese bluf, señora, ni siquiera estamos hablando de nosotros mismos, de lo que podemos asimilar para nosotros mismos.
Sino de lo que reciben desde los cielos.
Continúe ahora un momento con sus libros y léalos todos, y si entonces aún no tiene respeto por quien los ha confeccionado...
Yo sí.
Yo no era capaz; soy de ’s-Heerenberg, tengo barro en las suelas, señora, no había aprendido holandés, y sigo sin dominarlo.
Pero ahí están los veinte libros y tengo otros cinco más.
También tengo la cosmología con la que estamos ahora y de la que podemos hablar durante cien millones de años.
Y aun así todavía hay gente que se atreve a decirme a la cara, respecto a los maestros: “De vez en cuando hay alguna migaja para nosotros en esto”.
Sí.
¿No lo creen?
Sí.
Lo he puesto en manos del maestro Zelanus, digo: “Señor Zelanus, tómelo usted, porque así lo habré perdido yo, gracias a Dios; porque a esa gente le doy una terrible paliza, ya no los volverá a mirar a la cara, jamás”.
Porque primero les enseñaré a inclinarse, señora, para que todos los días sientan gratitud por que se les haya concedido llegar a conocer esta obra y estos libros.
La enorme gratitud que albergo por concedérseme cargar y procesar todo eso ya es espacialmente profunda, porque sucumbí en ella cien mil veces humana y espiritualmente, aunque volviendo a levantarme por inclinar la cabeza.
No por no poder con ello, no; porque esas leyes me hacían polvo, señora.
Sin embargo, al poder inclinarme en todo —no solo para la conciencia diurna, también para el subconsciente— el maestro Alcar pudo retomar el camino, no había boquetes.
Y ahora sigo siendo sencillo.
Los otros, sin embargos, son los fanfarrones, los gritones, los que deshacen, los locos de soberbia.
Al primero con que se topen entre ustedes mejor le tuercen el cuello espiritual, porque luego se lo agradecerán.
Yo ni hablaría de eso, pero quien lo haya dicho lo oye ahora y así podrá reflexionar, y los demás también, sobre lo que pasaría si algún día recibieran esa paliza.
Conózcanse a sí mismos, pero no se excedan en ni una sola estrella, ni en un solo gramo de sentimiento que alberguen ustedes, porque este se lo tendrán que ganar.
Y si ese gramo de sentimiento no está en ustedes, señoras y señores, y están ante la ley para demostrar de lo que son capaces y lo que tienen que hacer, entonces vendrá el sucumbir y se desplomarán.
¿Es cierto o no?
Miren, para aprender, esto les servirá mucho más.
Si el ser humano ya es capaz de despilfarrar de este modo las leyes y simplemente se las guarda en el bolsillo como si nada, Dios mío, Dios mío, vuelvan entonces a ‘Una mirada en el más allá’ y cuéntenme cuánto tienen de eso.
¿Es así, señor Koppenol?
Si pregunta usted: “¿Cómo llego a conocerme?”, descienda entonces cualquier momento en usted mismo.
Actualmente estoy...
¿Cuáles son mis vacaciones?
¿Cuál es mi pensamiento?
Todos los días pienso: ‘Dios mío, ¿habré hecho algún daño?’.
Cada día averiguo si he cometido los errores y si no me he inclinado, de lo contrario no estoy listo para los maestros.
¿De verdad cree que por dos florines con cuarenta centavos y trabajar duramente con pies y manos y cabeza físicos uno se puede ganar esos libros, señora, esta obra?
No se trata de esta obra, sino de nuestra vida interior, de esta personalidad espiritual detrás del ataúd.
Debería contar usted alguna vez allí, cuando enseguida llegue detrás del ataúd: “Bueno, pues, sí, aquí está el maestro Zelanus, ¿verdad?”.
“Ah, sí, pues, nada, ahora usted de todas formas ya no me puede enseñar nada, porque todo lo aprendí en la tierra”.
Pues, nada, ¿lo ve?
“Pues, nada, ya se lo dije entonces: “Alguna migaja hay para mí en esto, pero más no hay”.
Bueno, ¿qué esfera representa usted ahora como grado de vida, señora?
A esa gente la advierto.
Si lo vuelvo a oír una sola vez más, los espantaré para que se alejen de mí, porque yo...
Si oigo eso de la sociedad, no me dice nada, pero ustedes ya no lo tienen que decir aquí, si es que quiero tener que ver con ustedes de cara a los maestros, de Dios y a Cristo.
Por mí como si se quieren partir en dos y tienen una locura soberbia que los hará elevarse por encima de la conciencia humana de este mundo; a mí me da igual, tarde o temprano lo tendrán que demostrar de todas formas.
Pero me daría mucha pena por ustedes si empezaran a fragmentar conscientemente la conciencia adquirida.
¿No es así, mujeres y hombres?
(Dirigiéndose al técnico de sonido):

—Sí, ¿cuántos minutos nos quedan?
Señora, he estado ocupado la hora entera con usted y me encantaría seguir con ello, pero después del descanso tengo todavía un montón de preguntas que responder.
¿Tiene usted algo más?
Entonces podemos concluir esta cinta (del aparato de sonido).
Porque vale la pena, ya que el ser humano aprende algo de esto.
¿Lo ve?
Si saben eso y son capaces de aceptarlo, deberán decidir para ustedes mismos todo lo que ya conocen del macrocosmos.
A esa gente le he contado, digo: “Sí, yo ya sé lo que ustedes saben.
Saben que existen el cuarto grado cósmico, el quinto y el sexto, ¿verdad?, y entonces llega el Omnigrado.
Dicho de otra manera: esos maestros ya no tienen por qué contarnos nada, porque de todas formas ya sabemos que existen cuatro grados, cinco.
Y luego estaremos en el Omnigrado”.
Mira, allí tenemos un habitante de esos del Omnigrado.
Son habitantes del Omnigrado, ya viven en el Omnigrado y ya no necesitan nada, aquí son cósmicamente conscientes.
Que se sientan allí, así les haré algunas preguntas, entonces estarán fuera de inmediato.
¿No le parece, ingeniero?
Señoras y señores, no me lo tomen a mal, porque lo único que estoy haciendo es ayudarles.
El té está listo.
Enseguida nos vemos.
Señora, ¿está satisfecha?
(Señora en la sala):

—Gracias.
—Gracias.
DESCANSO
—Señoras y señores, seguimos.
Todavía me queda mucho por decir en respuesta a aquella pregunta.
¿Se fue la señora?
A, ¿está allí?
Pero será en otra ocasión, señora, porque es de una profundidad enorme y puede analizar y vivir muchísimas cosas de esa pregunta, por esa pregunta, y todo.
Mejor haga alguna vez un montón de preguntas en una nota, y entonces ya las trataremos.
Después de esta tendrán todavía cuatro conferencias, a finales de mayo ya no seguiremos aquí.
Así que entonces aún es posible.
Aquí tengo: “Cuando la luna empezó con su división”, ¿ven?, ya estamos otra vez, “y comenzó la existencia humana, el organismo material, la célula”, eso también era todavía, en efecto, un organismo, “la célula llegó al estadio de pez por medio de la dilatación, que era el organismo más elevado para la luna.
Mi pregunta es esta: cuando la vida del alma continuó, hacia el segundo grado cósmico, hacia Marte, y hacia el tercer grado cósmico, hacia la tierra, ¿es que esto también comenzó entonces como célula y se dilató hasta el organismo humano?
¿Cómo surgieron entonces esas primeras células en la tierra?
¿Es que el alma la densificó ella misma? ¿O es que la tierra se dividió primero, generando así células que atraían esta vida del alma, tal como la tierra experimentó el mismo proceso que la luna?”.
¿De quién es eso?
Señor, de esto ya hemos hablado cien mil veces.
Y aquella noche yo también lo vi a usted, así que tiene que saberlo.
Pero una vez más no lo sabe.
La luna empezó como vida celular...
¿Qué es, pues, dilatación?
El domingo hablaremos del universo que se dilata.
¿Ha comprendido usted lo que es eso?
Si asistió a la conferencia del domingo —¿estuvo allí, ¿no?,
asiste a todas, ¿no?—, si asistió a esa conferencia, debería haberlo sabido.
¿Qué es, pues, la dilatación?
(Señora en la sala):

—Es también crecimiento.
—No, eso no es, eso es el crecimiento material.
Ahora el ser humano entra en la madre.
Estamos casados, llegamos a la unión y entonces usted da su célula a la madre; eso es la luna, esta noche usted es la luna, como creador.
Pero la madre también lo es.
Ahora esa célula adquiere dilatación, empieza a crecer, con el crecimiento.
Así que esa criatura llega ahora a la tierra, con talento, en la luna eso no era posible, ni siquiera es posible en la selva.
El habitante de la selva sí tiene allí instinto, instinto natural.
Pero en la luna la célula tomó, o sea, la célula de Dios...
La luna empezó a dividirse por miríadas de células.
Así que, eso lo comprenderá, Dios, en el universo...
La luna, como madre, surgió por esa división.
En primer lugar se escindió el universo —eso lo hemos vivido, verdad?— por medio de la paternidad y la maternidad, se dividió, se escindió por la paternidad y maternidad: el sol y la luna.
Ahora el sol es creador y la luna, madre.
Así que en el cosmos no hay más que el ser madre y la paternidad.
Así que esa luna...
En ese universo entero... allí todavía hay millones de células, pero estas no tienen que ver nada con la paternidad en este momento.
En ese espacio en el que vive ese sol...
Si ahora nos ponemos a analizar la cosmología y a hablar según la sintonización macrocósmica, a conversar, tendría que hacerles la pregunta: ¿cuánta profundidad tenía en ese momento la fuerza creadora?
Esta fuerza creadora —es decir, la Omnifuente como padre y madre—se fue adhiriendo poco a poco hasta formar una unión; así que las fuerzas que había en ese entorno...
Pero ese universo se encontraba como si dijéramos a millones de millas de distancia, lleno ya de plasma.
¿No es así?
Y aquello de pronto lo succionó hasta formar un conjunto.
Y esa succión —señor Van Straaten, como técnico de sonido le contaré algo hermoso— tenía la misma profundidad que un granito de arena que se deja caer sobre el agua para ver hasta dónde llega la onda.
Un mar, eso es el Omnigrado, dejo caer una piedrecita allí, en un mar quieto, y entonces empiezo a ver hasta dónde va esa dilatación como vibración.
Pero ni en América ni en París ni en España ni en Rusia saben algo de eso, ni lo ven, y aun así es agua.
Así que esa Omnifuente...
¿No es hermoso, sencillo?
Esa Omnifuente lo succionó hasta formar un solo conjunto, después surgió la paternidad y maternidad, y eso se convirtió en la luna, un cuerpo enorme, mucho más poderoso y grande que lo que es ahora, porque fue comprimida, era un fluido.
¿Cómo fue comprimida?
En esos tiempos era alma y espíritu, solo espíritu divino, Omnialma.
La luna representa la Omnialma; usted como ser humano, un perro y un gato, y cada vida representa el Omnialma, salvo las creaciones posteriores, porque entonces vuelven a aparecer esos grados de desarrollo.
La luna se dividió.
Esa división sucedió exactamente igual que en el universo.
Eso lo han oído del maestro Zelanus.
Pero en la nueva temporada comenzaremos, un poco después, con el origen —y entonces lo sabrán todos— con el surgimiento del embrión humano y continuaremos el invierno entero desde el estadio lunar hasta en el Omnigrado y seguiremos el desarrollo del embrión humano como Omniestadio.
Y entonces estaremos en el Omnigrado y llegaremos a estar ante Cristo.
Ese viaje lo haremos después de esto.
Y entonces comenzaremos: ¿cómo surgió el alma?
Y después comenzaremos con cómo surgió la personalidad desde la luna; y llegaremos a través de los instintos animales.
Señora, ¿sabe usted ahora cuántos libros más tenemos que escribir?
Cien mil.
La luna se dividió como células.
No era más espaciosa que la palma de su mano, un millón de células, podía ponerlas encima del dedo, así como así, todavía ahora.
Una sola célula en el hombre como creador representa millones de células, una sola celulita, que ni siquiera se puede ver con el ojo.
Ahora tomamos... la luna se dividió y entonces aparece...
Así que la luna se dividió como vida embrionaria y eso es, por tanto, una célula como luz, como vida, como paternidad, como maternidad, como alma, como espíritu, todo, de la Omnifuente, en la luna, porque de allí surgió.
Adoptamos tantas cosas que podemos crear y dar a luz, y entonces llegamos al estadio adulto, es ser adulto para crear.
Y entonces —eso lo saben ahora—, entonces se escindió aquella célula, se juntaron dos células, porque en aquella está la paternidad y la maternidad, y después esas celulitas hicieron... shupp, una junto a la otra, se quedaron pegadas, eso duró un ratito, se encapsularon, así, y entonces hubo crecido plenamente y se soltó; y así surgió aquí una nueva celulita.
Por aquella vida y esta.
Y entonces se puso a crecer, hicimos la transición —entienden, ¿verdad?—, llegó el morirse para la primera célula y eso fueron nuestros hijos, pero aún estaban unidos el uno al otro.
¿Y qué ocurrió después?
Empezaron a crecer y se escindieron, el de usted y el mío.
Se escindió y se convirtió en dos células, suya y mía.
Y eso tiene que dar a luz, no le queda más remedio, y se hace adulto.
¿Y qué tiene que ocurrir ahora si quiere, puede, dar a luz? Eso preguntamos, preguntaba el Omnigrado divino cuando estábamos allí con el maestro Alcar y el maestro Zelanus para la cosmología.
¿Qué requiere, pues, esta célula?
(Señor en la sala):

—La parte de sí misma.
—Regresa, porque esta parte no es capaz de dar a luz si yo no estoy, porque entonces a aquella parte le falta precisamente aquello para crear y dar a luz, entonces no es posible.
Y entonces volvemos y vivimos la muerte, la reencarnación, el renacimiento, de nuevo, en el segundo estadio como vida.
¿Ha quedado claro ahora?
Eso mismo ocurrió en la luna, en los planetas de transición y en la tierra, y en el cuarto grado cósmico, el quinto, el sexto, hasta en el séptimo grado cósmico.
¿Ha quedado claro ahora?
Merece la pena.
Sería bueno que retuvieran eso un poco, entre todos, porque ustedes saben dialogar bien y así empezarán a dilatarse.
¿Y qué es, pues, dilatarse?
Tienen ustedes la dilatación material, pero no se trata de eso.
Aquella redondez de un planeta...
Una tierra es grande, pero para el espacio, a su vez, no es más que una celulita la tierra, como planeta.
Júpiter y Venus, Saturno, Urano, todos gigantescos: son celulitas, son partículas del organismo universo.
Eso no significa nada; y lo dice todo.
Pero la dilatación, ahora espiritualmente, es para la tierra que como seres humanos salimos de la selva, hacia la raza blanca (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es), y que ahora hemos alcanzado el organismo, lo más elevado que nos da la tierra corporalmente.
Por muy tonto que uno sea...
En la creación no existe la estupidez.
Si se habla de estupidez...
“¿Qué clase de vacas son esas?”.
“¿Qué clase de gente estúpida es esa?”.
Para el cosmos no existe gente estúpida, solo hay inconsciencia.
No existe la estupidez.
Tampoco existen pecados.
Todo es evolución.
Tampoco hay condena, señor, señora, tampoco eso, porque Dios no se puede condenar a sí mismo.
Ya entenderán que ahora estamos captando millones de leyes vitales como problemas para el ser humano y a continuación podrán analizar la entidad divina y la realidad, la armonía, la justicia.
Y eso es así para todos los grados de vida.
¿Qué es, pues, la dilatación espiritual?
Aquello, señora, de lo que estábamos hablando hace un momento: ¿cómo llego a conocerme?
¿Y eso vale la pena?
Les di los ejemplos, dije algo así de pasada, y entonces la gente pregunta sobre el Omnigrado y preguntan sobre lo otro; eso me agrada bastante, porque ese señor y esa señora han asistido ... han leído todos los libros, ya han asistido a trescientas conferencias, cuatrocientas, ¿verdad?
Así que ellos lo convierten en un estudio para ellos mismos y reflexionan.
Y si uno actúa conforme a ello y se pone, recibirá evolución y espacio, entonces el ser humano es hermoso; pero no vuelen por encima de su propia entidad si no son capaces de representarla.
¿No es así?
Y ahora, deberían ponerse a seguir y a analizar la fanfarronería y esa locura soberbia en la sociedad, y entonces se dirían: qué felicidad no ser nada.
Cuanto más sean ahora, menos sentimiento restará para ello.
Aquí también he dicho: ¿qué serán entonces todavía si son alcalde de La Haya, almirante, y no tienen nada de eso detrás del ataúd?
Claro, claro, claro.
Claro, claro.
¿Lo saben?
Continúen sobre eso que es una gloria y sabrán por ustedes mismos cómo se atrae aquello.
De modo que ustedes son atraídos por su propia vida.
Eso es así para todos los planetas, es así para todo lo que vive, para un perro, para un gato, para un animal, para un león y para un tigre; ya ninguna vida es atraída —esa palabra ya la podemos eliminar—, no, señor, esa vida se ha dado a luz y se ha creado a sí mismo para la reencarnación.
Ya no se trata de ningún modo de atracción.
Si se encuentran, aquí en la tierra, con su hijo y es psicopático, ya no es atracción, señor; no, señor, es la propia desgracia de usted de antaño.
¿No es justo?
De lo contrario Dios sería injusto.
Pero eso es imposible.
Ya no tienen ustedes, ni nosotros, que ver con ninguna atracción, señoras y señores, solo tenemos que ver con aquello que nosotros mismos hemos creado.
No solo para nuestro cuerpo, para el cáncer, la tuberculosis y todas esas cosas leprosas, también para nuestros sentimientos.
¿No es justo eso?
¿Ven?
Y eso se convierte ahora en dilatación.
¿Qué es, pues, la dilatación espiritual?
La vivencia de un grado orgánico, señora, la vivencia de un organismo, y ese cuerpo nos lleva por sí solo hasta el pensamiento y sentimiento más elevados; en la salva, al instinto; para nuestra sociedad, ya hacia el Gólgota, Cristo y Dios.
Esa es la dilatación espiritual.
Y si quieren vivir la dilatación, tienen que inclinar la cabeza —tal como les acabo de decir— ante cada cosa que vayan a vivir como seres humanos en la sociedad, porque si no son capaces de aceptar la verdad, no se dilatarán, estarán sin la menor duda en un punto muerto.
¿No es justo?
¿Y no vivimos eso todos los días, señor?
Bueno, diga algo, ¿no?
(Señor en la sala):

—Digo: sí.
—Ah, gracias.
Pero sí que me gusta la sinceridad, ¿entiende?
Eso de estar siempre callado es algo que no me gusta en los hombres.
Yo siempre grito.
Pues diga ya de una vez, de corazón, de verdad, al espacio: sí, así es.
(Señor en la sala):

—Así es.
—¡Gracias!

(Risas).
Aquí tengo otra cosa, las preguntas se corrigen ellas mismas.
Aquí tengo: “Si un maestro quiere volver a la tierra y nace, ya no es consciente de las esferas, según leo en los libros.
Usted una vez me contó que mi niña, que tuvo una visión, pronto dejaría la tierra”.
¿Dije yo eso?
“Solo un maestro puede vivir algo así, dijo usted”.
Señora, eso jamás lo he podido decir yo.
¿De quién es eso?
(Señora en la sala):

—Mía, bueno, quizá la pregunta no esté bien, pero eso usted lo ha dicho.
—Por tanto, si uno tiene que vivir una visión como ser humano, ¿tiene que morir a la vez?
(Señora en la sala):

—No.
—Tiene que irse a la vez.
(Señora en la sala):

—La visión trataba de que haría la transición, ¿entiende?
—Claro, mire, ahora está añadiendo algo.
Si un ser humano ve que el otro lado se manifiesta para usted mismo, puede suponer la transición.
Eso quiero decir.
(Señora en la sala):

—No, eso se lo contaron ella, lo vio.
—Bien.
(Señora en la sala):

—Lo vivió.
—¿Y ha sucedido?
(Señora en la sala):

—Ha sucedido.
—Mire, si se le muestra eso a una cría, tiene infaliblemente un poderoso significado, porque una niña no sabe nada de esas leyes.
Y entonces es un roce físico como el sonido de un reloj.
Indica el momento y normalmente hasta la hora exacta.
Y ahora me dice usted: “Ahora ha fallecida con catorce años.
¿Volverá a su misma esfera en la que vivía antes de que naciera en la tierra?
¿Y fue, a su vez, consciente de todo, de las esferas en las que vivió anteriormente?”.
—Señora, ha leído usted ‘El ciclo del alma’?
(Señora en la sala):

—Sí.
—Mire, si resulta que usted misma ha vivido algo así con su hija...
Y allí el maestro Zelanus dice: Nací en China, y me liberé, y Emschor me volvió a recoger de inmediato, porque yo sabía, ya me encontraba despierto...”.
Para vivir lo que es morir en la tierra, no, para experimentar esa evolución, porque él era consciente en la madre, y eso más tarde usted también lo vivirá, yo lo he vivido miles de veces aquí, un instante, en pocos segundos, el maestro Alcar tenía que mostrármelo.
Pero cada ser humano estará en condiciones, más adelante, de experimentar conscientemente, para usted, el nacimiento y la reencarnación conscientemente, de modo que así es como acompañamos a esa célula que es atraída como alma, seguimos despiertos, y vamos creciendo en esa célula, en el óvulo de la madre, llegamos a dilatarnos, llegamos a la dilatación corporal, y nos mantenemos espiritualmente despiertos.
Y entonces el maestro Zelanus cerró... igual que lo vivió mi hija.
Ella me dijo, con siete meses: “André, voy a volver al lugar de donde vengo”.
Y entonces me fui con la pequeña Gommel material al cementerio, pero la interior, la espiritual, ya me estaba mirando como una personalidad humana consciente, era una maestra.
Ahora estaba ante mi hija, y esa hija permanece, permanecemos siendo uno, ella...
Aunque he vuelto a ver a mi hija después de todos esos años, de verdad que ya no estoy ante una niña, sino ante alguien que es cósmica y espiritualmente consciente.
Porque esta persona solo vino a la tierra para vivir el nacimiento, la reencarnación.
Y eso también lo ha vivido la hija de usted.
Y la niña que lo haya vivido, señora, regresa a la esfera, y eso puede ser en cuestión de pocas horas si la conciencia ha alcanzado la tercera esfera.
Eso ni siquiera lo tienen la primera y segunda esfera, sino la tercera y cuarta...
Y entonces no se tarda en regresar, como si se tratara de un corto paseo, y se vuelve a la adultez en poco tiempo, se vuelve a tener las posesiones de antes... de hace pocas horas, señora, porque no ha habido tiempo; haber estado esos nueve meses o quizá cien años en el mundo antes de la reencarnación no significa nada.
Vamos hacia allá, nos quedamos dormidos y volvemos a despertarnos, y estamos de nuevo en las esferas.
Y entonces el maestro, si nos hubiéramos quedado dormidos, el maestro tendría que devolvernos a ese estado para mostrárselo ahora de forma consciente.
Pero si vive usted eso —y lo viven millones de almas, incluso ahora en la tierra, ocurre una y otra vez con los niños que mueren pronto— es que la hija de usted ha vivido conscientemente, corporal y espiritualmente, el nacimiento en usted, y el despertar en usted, y el crecimiento y la dilatación, y regresa a las esferas de luz.
¿Ha quedado claro?
Tendrá que apañárselas con esto, señora, porque ya es algo extraordinario cuando el ser humano da a luz a un niño.
Y llega entonces, cuando el ser humano ha tenido contacto con muchas hermosas vidas, o de lo contrario ni siquiera sería posible.
Entonces usted no atraerá conciencia espiritual, sino desintegración material, psicopatía y demencia.
¿No es así?
Aquí tengo: “En ‘Dones espirituales’, por ejemplo —me refiero a la página 96, parte 1— el maestro Zelanus escribe: Las leyes ocultas lo llevan a usted entre la vida y la muerte, tiene que vaciarse usted, así se coloca la voluntad propia fuera de su propia capacidad de raciocinio —¿lo ve?— y entonces puedo, yo, el maestro Zelanus, quitar el aura vital; después sigue la unión espiritual.
La pregunta es: ¿qué quiere decir el maestro Zelanus con ‘quitar el aura vital’?
Pero ¿por qué la quita y cómo lo hace?”.
Señor Reitsma, si lee bien ‘Dones espirituales’, entonces lee junto a las levitaciones “voz directa”, desmaterialización y materializaciones, ¿no?
Yo he presenciado la “voz directa”, yo mismo la tenía, tenía todos esos dones...
Yo no tengo nada.
Los tiene el maestro Alcar.
Pero fue por mi sentimiento que fuimos construyendo primero —podrá leerlo luego también en ‘Jeus III’— el trance físico, corporalmente, y cuando es profundo...
Cuando el médico que les anestesia... ni siquiera es capaz de...
Entonces el mundo astral ni siquiera es capaz de extraer el aura de usted, porque tiene que partir usted a mayores profundidades.
Esa voluntad nuestra es tan profunda.
¿Como qué, señor Reitsma?
La voluntad del ser humano sujeta su vida, porque la vida es voluntad y la voluntad es vida.
¿Cómo sería posible perder la voluntad y vida propias?
Si quiero hablar aquí y tengo que dar los libros y tengo que recibir todo eso, mi voluntad y mi vida tienen que desaparecer, o no me pueden alcanzar.
Eso lo leerán después en ‘Jeus III’, cómo está construida ese trance físico y psíquico.
Pero ya lo pueden leer en ‘Entre la vida y la muerte’, pueden leerlo en ‘Dones espirituales’, porque con eso comenzaron en el Antiguo Egipto.
¿Y ahora me sigue haciendo la pregunta, cuando allí recibe todas las explicaciones, de cómo puedo quitar esa aura?
Señor, vuelva a leerlo.
(Señor en la sala):

—Ese tema aparece...
—Bien, ¿quiere tenerlo?
Bueno, señor, entonces hemos terminado, ¿ve?; inténtelo, adelante, pero entonces tendrá las puertas abiertas en Rosenburg; ahora usted tiene que...
Tengo que seguir despierto y pensar en todo, señor, hasta en mi subconsciente más profundo, de lo contrario estaré perdido para el otro lado, irremediablemente.
Si todavía tuviera errores en mi subconsciente, esta noche ya me habrían agarrado.
Créame, señor, de verdad, estoy... estoy completamente abierto y nadie puede alcanzarme, solo el maestro Alcar.
Pero ahora he recibido conocimientos, espacio, espacio, y ahora, bueno, a demostrar de lo que soy capaz.
Sin embargo, no soy malo en mi subconsciente, porque estuve en la primera esfera, y la he visto, y eso ningún ser humano me lo va a quitar.
Ya pueden ustedes decirme, si quieren, que soy un bicho y un canalla, bueno, allá ustedes, pero yo vengo de alguna parte donde hay serenidad, paz y armonía.
De lo contrario, no podría haber hecho este trabajo.
Con un solo pequeño rasgo de carácter deleznable Jozef habría estado en Rosenburg, sin duda.
Porque sería igual de grande que en el caso de otra persona que solo tiene la sociedad, señor, porque yo fui al espacio, y ese rasgo, si no está calculado y es seguro, me habría dejado completamente quebrado.
Pero ese trance físico, señor, los nervios tienen que estar libres de su voluntad, de su circulación sanguínea, de su sangre vital, sus sentimientos tienen que estar completamente anulados, hasta en el límite más absoluto, donde empieza su pensamiento, para que los maestros puedan quitarle su aura.
Lo que escribe aquí trata de los dones metafísicos, de los dones mediúmnicos, de la “voz directa”, de desmaterializaciones.
¿Por qué iban a quitarle a usted el aura, señor?
Entonces esta noche se quedaría usted fuera, al instante, si le quitan el aura, toda el aura.
¿Sabe usted cuántos gramos tiene usted?
Cuántos gramos y kilos tienen que quitar los maestros en un ser humano?
El aura vital... el aura vital... si usted la...
Es usted una sola aura, vive usted por el aura, es el tiempo de vivir, es la vida como tiempo para su vida en la tierra, y eso es aura vital, es sabia vital, es leche vital de la Omnimadre por la que vivimos los seres humanos.
¿Qué es lo que lo mantiene en vida, señor?
¿Por qué vive usted? ¿Por qué no ha muerto aquí todavía?
Ciertamente, ¿por qué no se ha muerto aquí todavía?
¿Y por qué unos se van pronto y otros, tarde?
¿Por qué un ser humano tiene que llegar a los ochenta años, señor?
¿Ya me ha hecho usted alguna vez esas preguntas aquí?
No, ¿verdad?
No, pero yo no se las voy a aclarar, es algo que usted mismo deberá pensar, de lo contrario no aprenderá nada.
Puede usted hacer millones de preguntas más, y ni así habrá llegado.
Pero de lo que está hablando aquí trata sobre quitar el aura vital para las manifestaciones, y de eso no está hablando usted ahora, ¿no?
(Señor en la sala):

—Mire, lo que pienso es que el aura vital para nosotros es una teoría, no podemos imaginárnosla.
—No, pero su fuente entera...
Si se le pudre su brazo, señor, si empieza a descomponerse, regresará el aura vital de usted, ¿lo entiende?
No es usted más que un barril de agua, más no, con sal y otras partículas del espacio, un poquito de pimienta también, oxígenos.
Y cuando eso se evapora, también se evapora su célula vital para esta vida.
Y si esa célula...
Jamás me ha preguntado todavía, señor, dónde vive esa célula en el ser humano, que es, pues, la alimentación para la existencia de usted; jamás me lo ha preguntado nadie; mire, es que usted tampoco es capaz de pensar en esa fuente, porque eso es cosmología.
Todavía no hemos hablado sobre su personalidad, bueno, sí, pero no sobre la personalidad cósmica.
¿Qué asimila usted de Dios como personalidad?, ¿cuánto tiene usted de eso?
¿Cuánto sentimiento tiene del sentimiento divino en armonía, justicia, amor, paternidad, maternidad?
¿Cuánto sentimiento alberga usted ya, como madre y padre, de ese proceso de parto divino?
¿Bueno?
¿Todavía podemos escribir libros?
Señor, de lo que habla usted irá a los dones espirituales, y de eso no estamos hablando.
Todo eso viene en esos dos libros de ‘Dones espirituales’.
¿Qué quiere decir el maestro Zelanus con quitar aura vital?
¿Por qué la quita?
¿De qué le serviría a él succionarlo a usted esta noche hasta dejarlo vacío?
Porque si esta noche extrajera equis gramos de sentimiento de la vida de usted, señor, mañana se quedaría de rodillas.
Cuando un ser humano trabaja duramente, señor, ¿cansa entonces su cuerpo?
Desde luego.
Pero ¿qué pierde por su trabajo?
(Señor en la sala):

—Aura.
—Aura, señor.
Se evapora usted un poco, nada más.
Bien es cierto que puede cansar esos músculos, pero les ha dado usted fuerza y esta lo reconduce al aura vital de esos músculos y sistemas; y estos han perdido su aura por el trabajo duro.
¿Quiere llegar a conocer al ser humano?
¿Le gustaría aprender mucho, muchísimo, en la siguiente temporada?
(En alemán): ¿Lo entiende?
¿Lo entiende usted?
No, le hablo a usted.
¿Entiende todo esto?
(En inglés): Un poco, algo...
No, “little”, eso es español, pero (en alemán): algo, verdad, algo.
Bueno, pues, nada.

(Risas).
Mire, señor Reitsma.
Aquí dice también: “... el aura vital me lleva a la página 131, parte 2, de ‘Dones espirituales’, allí pone: los sanadores, sin embargo, han de saber que regalan su propia aura vital por las imposiciones de la mano.
Y que aún falta mucho para que se demuestre si su propia aura sana”.
Señor, hay sanadores que ya comienzan a...
Si quieres usted ser sanador...
Ya lo he explicado bastantes veces, puedo ofrecerle esta noche, de golpe, el don de sanar.
No se lo cree.
Ya lo he podido hacer varias veces.
En Ámsterdam tuve el ejemplo más hermoso y poderoso.
Una noche viene a verme un señor que me dice: “Jozef, ¿conoces un sanador para mí?”.
Digo: “No sé de ninguno capaz de hacerlo bien”.
Pensaba en alguien y se me ocurre: “Ay, no”.
Entonces me dijo el maestro Alcar de pronto: “Lo será él mismo, porque es una buena persona”.
Y digo: “Harás lo que hago yo, lo que diga yo”.
Su mujer, de treinta años, que está cansada, cansada, cansada, mortalmente cansada.
Veinte especialistas y no sirve de nada, nada, y que come huevos y bebe leche, nada sirve de nada, mortalmente cansada, extenuada.
Un cansancio mortal, siempre, ¿qué es?
Allí falla algo.
¿Sabe usted qué, señor?
¿Qué estaba fallando, qué fallaba en este organismo?
No en el ser humano, sino en este organismo.
(Señor en la sala):

—... aura.
(Señora en la sala):

—Demasiado poca aura.
—Señor Götte, este cuerpo tenía demasiado poca aura.
Y ese cuerpo no estuvo construyendo por tanto estadios vitales; ese cuerpo, esos nervios no eran vitales al cien por cien, porque la fuente recibía allí demasiado poco.
Así que había trastornos materiales incapaces de absorberla.
Y eso son en esos momentos en primer lugar las mucosas, la sangre, la médula dorsal; ahora vas a los sistemas materiales astrales, primero las mucosas, la médula dorsal, la sangre, el sistema endocrino.
Entonces, de golpe, recibió del maestro Alcar el don y en tres semanas la mujer dejó de estar cansada.
Aquí hay pruebas porque mucha gente los conoce.
Todavía la semana pasada esa gente estaba aquí en la sala.
Esa mujer se convirtió en un pedazo de vitalidad.
Pero ¿qué ocurrió entonces, señor?
Puedo sanarlo a usted, puedo darle el don de sanar.
Pero entonces estuve medio año detrás de ese hombre, porque tuve que empezar a dirigir.
Cuando dije: “Recibirá usted de mí el don de sanar, por encargo de los maestros”, era yo quien tenía que ponerlo a trabajar, no, yo le daba la fuerza.
Y entonces estuve atado al señor, día y noche.
Y cuando hubo terminado, le dije: “Gracias, señor”.
Digo: “¿Lo has hecho de forma hermosa?”.
Dice: “No lo sé”.
Digo: “No, señor, a usted se lo puedo decir todavía: fui yo”.
Digo: “Y cuando se eleve aún más, entonces será el maestro Zelanus, ¿verdad?, como primer adepto de los maestros, y después está el maestro Alcar.
Y si se eleva aun más, señor, entonces es Cristo”.
Había una mujer en Ámsterdam, tenía que operarse —se lo he contado—, con un terrible tumor de dos kilos, dos kilos y medio.
El médico dice: “Vamos a operar mañana a primera hora”.
Pero por la noche daba gritos de dolor.
Y había leído todos los libros, piensa: ‘Dios mío, Dios mío, André estuvo con el maestro Alcar en el Gólgota.
¿Por qué no me sintonizaría ahora con el Gólgota?’.
Señor, agarra el libro y se lo coloca encima de la barriga, encima del tumor, la tercera parte de ‘El origen del universo’, se duerme y por la mañana el tumor de dos kilos ha desaparecido.
Señor, esos milagros los puede vivir todos los días, si uno mismo está abierto a ellos y si nuestros sentimientos penetran verdaderamente hasta esa verdad.
Porque aunque queramos rezar, no tenemos la fuerza, señor, dado que toda esa parte infeliz que forma parte de nuestro subconsciente y nuestros sentimientos frena el verdadera ser uno y la oración del ser humano.
¿No es así?
Así que esa oración o esos sentimientos por la mejoría ni siquiera se elevan por encima de nuestra cabeza.
Porque, señor, estamos quebrados por dentro, por dentro somos mentira y engaño y pasión y odio y destrucción y envidia.
Y por eso no le sirve a usted, pero a otra persona sí.
Y entonces hay quien dice: “Sí, ese Dios es duro”.
A Lourdes, señor, hay quienes van para sanarse, pero son más los que se mueren, señor, que los que se curan.
Una persona, sí, una, cuando alguna vez hacen bingo in Lourdes, entonces la iglesia católica lo grita a los cuatro vientos, pero las cuatrocientas noventa y cinco mil personas que tienen que volver a casa, rotas y apaleadas, con su tuberculosis y su cáncer y su parálisis, de eso no se habla.
Pero esas leyes se las puedo explicar.
¿Ve?
¿Cuánta aura vital tiene usted ahora?
Puedo convertirlo en un sanador, señor, si hace de verdad lo que diga el otro lado, y si no se aleja en pensamiento de los maestros ni de Cristo.
Hay aquí quienes se pueden a sanar sin mas: “Ya te conectaré un momento con Cristo”.
Pero quieren ver desnudez; pasión y violencia y animalización.
Y esa chusma dice, así, sin más: “Ya lo conectaré un momento con Cristo”.
¿No sienten ustedes esa terrible fanfarronería?
¿Y la animalización?
Han aprendido aquí y ahora lo hacen por su cuenta, lo saben hacer mejor que yo.
Sanan.
¿Quiere sanar usted, señor?
Mientras cualquier insecto le podrá demostrar que está mintiendo y engañando.
¿Y así es como quiere dar su propia aura, señor?
¿Qué clase de aura hedionda, destructiva, animalizada está dando en ese caso a un enfermo?
Lo único que hará es dejarlos vacíos.
Yo puedo elevarme de forma honesta con dos dedos y decir: “He portado a mis enfermos.
Los amaba.
Quería morirme por mis enfermos”.
Y es que me he muerto por mis enfermos.
Señor, ya ni siquiera eran capaces de mirarme a la cara sin empezar a llorar.
¿Pruebas?
Todos esos años.
Y entonces sanaba y era feliz y era uno, es que me convertía yo mismo en enfermedad, pero es que también la adoptaba.
Ah, señor, señora, lo más hermoso y poderoso que hay ahora es sanar.
Pero me alegro de no tener que hacerlo más.
Sí, sí.
Todas esas cosas sagradas las he probado y comido, y ahora estoy contento de ya no tener que hacerlo.
¿Saben por qué?
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

¿Cómo dice?
(Alguien dice algo inaudible).
No, señor, lo que introduzco hoy mañana lo echan ellos mismos por la borda por broncas y odio.
Te quedas impotente cuando sanas, porque te desangras cuando estás atado a un enfermo.
He visto a niñas que le gruñían a la madre, digo: “Ahora que te den los ‘drudels’, ya no volveré”.
“¿Por qué no?
Con lo bien que me va”.
Digo: “Si la amas, te sanaré”.
Y entonces empezó a querer a la madre, entonces sané el carácter de la niña, el cuerpo, y a la madre también.
Los he construido a todos.
No ayudé a nadie, señor, que odiara, que desintegrara.
No, no.
Digo: “Maestro Alcar, ¿me permite que me niegue?”.
Y me dice: “Puedes negarte, porque Cristo nos dio el ejemplo.
Dijo: ‘Que los ciegos sanen a los ciegos’”.
Y si lo desea, señor, será mañana un apóstol para sanar.
Pero no tiene que haber ni un solo pequeño error en usted.
Ni una sola voluntad propia.
Siempre tendrá que...
Será mejor que no diga: “Ya lo conectaré con Cristo”.
Señor, son demonios quienes dicen eso.
Jamás me he atrevido a decirlo, ni ha salida nunca de mi boca.
Y he vivido milagros, señor.
He experimentado milagros, ¿entiende?
Un día que iba por la calle Rijswijkseweg...
Miles de sanaciones le puedo así... podemos escribir en los libros, ‘Una mirada en el más allá’.
Voy por la calle Rijswijkseweg: una niña de doce con unos agujeros así en la piernecita, en la derecha, tanto que podías ver ambos huesos.
Ocho años, al hospital, desde los dos, altas y bajas.
Llego allí, miro: el maestro Alcar, el doctor Franz, los maestros más elevados de la séptima esfera.
“André, ¿por qué no hacemos hoy algún milagro?”.
Digo: “¿Qué?”.
“Poner un poco de carne en esa piernecita, ¿no?
¿Qué tal si convertimos esa aura, tan a gusto, en carne densificada?”.
Digo: “Vaya”.
Señor, allí estaba el piececito de la niña; así, por encima y la pierna que está cerrada y sanada.
Agua aquí, agua allá. agua magnetizada, en una semana: listas las piernecitas.
A la mujer le entró miedo, a la madre le entró miedo porque todo iba demasiado rápido.
Digo: “No, señora”.
Una vez llego al Metropool, al cine, y allí estaba la niña, veintiún años, una preciosidad: “Ah, señor Rulof”.
Digo (susurra): “Mejor no digas nada”.
“Ah, señor, mire, mire”.
Dije: “Sí, está curada, ¿verdad?”.
Señor, ¡de golpe!
Y así centenares.
Y entonces el maestro Alcar dijo: “No tenemos la intención de jugar a ser Cristo.
Pero hace falta un momento”.
¿Por qué, señor?
Porque fuimos recibiendo aún más aura desde el espacio en cuanto a fuerza —un empujón— y sentimiento.
Y si desea usted eso, si solo quiere ser verdad, y cariñoso y cariñoso, entonces también recibirá libros, y recibirá también arte, y recibirá también sabiduría.
Señor, puedo mostrarle grado a grado como fundamento cómo eso se ha desarrollado a sí mismo en mi sentimiento.
Y entonces era yo uno con la enfermedad.
En lo que me convertí fue dolor.
En lo que me convertí fue un cálculo renal y un cálculo biliar, y estos salieron por su propia cuenta, debido a que esa aura salió de mí y entró allí.
Sí, por el maestro Alcar.
No fui yo, jamás.
Fueron ellos.
¿Quiere tener eso también?
¿Lo ve?
¿Es sanadora el aura, señor?
Si quiere ser un sanador, ya me puedo poner a hablar de esto cuatro semanas.
Hay personas entre ustedes que de vez en cuando estiran las manos, pero, gente, no lo haga, no lo haga.
Si no están seguros de sí mismos, no lo hagan, porque ay, Dios, ay, Dios, cuando te ves detrás del ataúd y ves que lo que ha salido de tus manos es fango...
Dios mío, Dios mío, el ser humano lo va arrastrando.
Uno desearía matarse a sí mismo, pero no es capaz de hacerlo.
¿No se lo he dicho cien veces? No violen los dones espirituales.
Porque entonces ya no se viola un don mediúmnico cualquiera para mirar, para ver, sino que se detiene el desarrollo de Cristo.
Uno tiene que ver con la humanidad, la evolución de millones de personas, y eso va directamente a Cristo, a quien quebraron, asesinaron, en el Gólgota.
Es decir: si dicen una palabra aquí a otra persona.
Es decir: cuando uno se quiere poner a sanar, señor, regalar aura a un enfermo, si de verdad posee amor inmaculado, señor, entonces ya empieza el flujo de su aura.
Sí.
Cuando el padre y la madre se aman de cara a los hijos y estos a su vez de cara al padre, ese hijo puede sanar al padre, y a la madre; y al revés.
¿No es así?
Entonces puedo convertirlos a ustedes en sanadores.
Pero ya no voy a ponerme con eso nunca más, porque he hecho algo aquí y ahora puedo irme a la porra.
Bien, señor, estupendo.
He trabajado durante años para darle al ser humano esa fuerza, y ahora que me vaya al cuerno.
Eso es cosa de ellos, adelante, que hagan lo que quieran, detrás del ataúd verán cuántas cuentas hay allí, señor.
No mías, sino de otra persona.
Y todo es cierto.
Bluf, aquí sí que pueden contarle algún cuento al ser humano, señor, ya le puede decir: “Oh, soy tan poderoso y hermoso”,
pero eso de todas formas nadie se lo cree.
Pero sí que lo pueden hacer con bonitos perifollos y todas esas cosas a su alrededor.
Bluf humano.
Si a usted le dicen: “Esta noche, mañana, ya le conectaré un momento con Cristo”, entonces dele una bofetada en plena cara a ese hombre o mujer y diga: “Largo de aquí, diablo, porque no eres capaz de eso”.
Ese ser humano ni siquiera existe.
Conozco el espacio, conozco el Omnigrado, para eso sí que no no conozco.
El propio Cristo sí es capaz de eso.
Ni tampoco un maestro.
El maestro Alcar ni siquiera es capaz de eso, porque no puede tomar entre las manos el cuarto grado cósmico, primero tiene que merecérsela.
Pero semejante sentimiento chapucero de la tierra dice a otro, a un ser humano insignificante, inconsciente: “A ti ya te conectaré un momento con Cristo”.
Es que dan ganas de...
Sí.
¿Y este ha leído libros?
¿Ha aceptado maestros?
Y entonces, pues, los “drudels” para los maestros y Cristo, y los libros, todos.
¿Son capaces ellos?
Vaya, vaya, vaya, vaya, vaya.
Pues, que se peguen a ellos mismos, a mí todo me parece bien.
Pero en el mercado eso no significa ni cinco centavos.
En el mercado, señor, ni en ninguna otra parte del universo quieren las fuerzas de usted ni regaladas.
Pero los inconscientes, sí.
Dice usted también que...
Sí, sobre aquello de sanar bien podemos seguir, pero ¿de qué me sirve?
“El propio sanador, ¿puede ponerse a prueba?”.
Señor, sí, allí estamos otra vez, se le echan encima centenares de miles de preguntas.
¿No puede ponerse usted mismo a prueba?
¿No sabe usted que no puede conectar al ser humano con Cristo? ¿No lo sabe?
Y la demás fanfarronería que se añade, ¿qué?
¿Qué fue de la humildad?
Debe usted saber, ciertamente, si allí lo impulsa el otro lado y el macrocosmos, es algo que tiene que ver.
No me atrevo a explicar ni una palabra de ese macrocosmos si no he visto esas leyes.
Todos ustedes reciben lo que yo mismo he visto.
Y esa es la seguridad que recibe el paciente.
(Jozef continúa leyendo):

“Si el paciente está agotado después de dos horas de tratamiento y tiene que descansar de inmediato, ¿no es eso una prueba de que el magnetizador no vale para su tarea?”.
Señor, hay centenares de miles de fenómenos que yo di.
A uno lo tuve que enviar a Scheveningen para mostrarle un momento la playa, y después media horita a casa.
Media horita a casa, un poco de silla y luego de nuevo a la calle.
Y a otro lo dejé dormir sin parar veinticuatro horas.
Y no fue capaz de dormir en tres días.
¿En qué grado de sentimiento vive usted y qué necesitan los sistemas?
Es un libro en sí mismo.
¿Está satisfecho?
Aquí tengo: “Muy estimado señor Rulof, esta es la tercera conferencia a la que asisto.
Naturalmente, mucho he...”.
(Dirigiéndose a la sala):

¿Es de esa señora que acaba de irse?
(Señora en la sala):

—No, soy yo.
—¿Quién es usted entonces?
Ah, señora.
Aquella mujer estuvo aquí también un par de veces.
“Esta es la tercera conferencia a la que asisto.
Naturalmente, mucho he perdido...”. No se ha perdido nada todavía, señora. “...pero espero recuperarlo”.
Y posible es.
¿Está esta noche aquí por primera vez?
¿Dos, tres veces?
Si usted, en todos los estados... o sea, si tiene ese sentimiento... aquí hablamos de armonía, de ser uno, del cumplimiento del deber y de inclinar la cabeza... si tiene todo eso, señora, quizá esta misma noche aventaje a centenares de miles de personas en el mundo.
No hace falta que recupere ninguna desventaja.
(Señora en la sala):

—No, no quiero decir eso.
—No, señora, mire, yo simplemente se lo digo, nada más.
(Señora en la sala):

—... explicado.
—Señora, solo se lo digo, nada más.
Está muy bien todo lo que le cuenten sobre el más allá, y si no lo ha leído, entonces por mucho que le... pero su sentimiento le dirá más, si lo tiene, que todas las explicaciones de esos libros; porque entonces es usted misma.
Se lo ofrezco, nada más.
Ya sé lo que quiere decir usted.
Ya recuperará esa sabiduría, porque si lee esos libros ya habrá avanzado un buen trecho, luego habrá... tenemos diecinueve y este año esperamos poner en sus manos también el número veinte.
Aquí tiene también...
(Dirigiéndose al técnico de sonido):

¿Cuánto me queda?
(Señor en la sala):

—Unos tres o cuatro minutos.
—Unos tres o cuatro minutos.
Aquí tengo todavía: “... recuperar.
Sobre todas las cosas que oí y leí he pensando profundamente —para lo que soy yo— y me gustaría hacerle las siguientes preguntas, quizá estúpidas...”. Eso ya lo he resuelto, porque no hay gente estúpida, gracias a Dios. “... quizá estúpidas, pero para mí son importantes.
Quizá enfoque lo siguiente mal: Dios comenzó Su creación dividiéndose, por lo que al final hemos surgido como somos ahora, eso lo hemos recibido”.
¿Está bien eso?
“Así que hemos surgido a partir de Dios y lo representamos a Él.
Yo lo que siento es que eso implica entonces que antes de la creación estábamos unidos en Dios y que, por tanto, éramos divinos.
Si ahora, al final, volvemos a Dios y volveremos a ser —cae por su propio peso— divinos, ¿no hemos vuelto entonces al mismo punto de partida?
¿Para qué teníamos que venir entonces a la tierra?
Eso ha sido intencionado por parte de Dios, naturalmente, de lo contrario no habría sucedido.
¿Puede ser la intención que al final de nuestro ciclo seamos conscientemente divinos?
¿Éramos conscientes de que estábamos unidos en Dios antes de la creación?
Ahora no sabemos nada de nuestras vidas anteriores.
Si Dios es eterno, o sea, ni comienzo ni final, si hemos surgido a partir de Él y por lo tanto lo tenemos que representar a Él, entonces también somos eternos, ¿no?
¿Es que entonces en nosotros hay un comienzo?
¿Por qué se nos creó entonces, finalmente, como seres humanos? Porque si antes de la creación estábamos unidos en Dios, ¿cómo éramos, pues, entonces?
¿Voy demasiado lejos, quizá?
No logro resolverlo”.
Lo entiendo.
Señora, muchas gracias por estas preguntas.
Pero se las leo, las reciben todas.
En primer lugar ‘Una mirada en el más allá’, ‘Aquellos que volvieron de la muerte’, ‘Las enfermedades mentales’, ‘El origen del universo’, y así hasta ‘La Línea Grebbe’, ‘Los pueblos de la tierra’, y cuando haya leído todo eso...
¿Ya los ha leído?
(Señora en la sala):

—No.
—Señora, allí recibirá todas las respuestas a sus preguntas.
Pero si solo son tres las veces que...
¿Ha estado aquí tres veces?
Entonces me quito el sombrero, por su pensamiento.
Piensa usted bien, ciertamente, porque sus preguntas son humanamente agudas.
Y eso no lo tiene mucha gente.
¿Y encima ha leído poco todavía?
(Señora en la sala):

—Sí, dos libros.
—¿Solo dos libros?
Señoras y señores, mejor compárense con ella y así podrán sentir que aquí hay alguien que piensa más allá.
Y que hay una respuesta a los libros.
¿Ha traído esta noche algunos?
(Señora en la sala):

—No, tengo dos en casa.
—¿Cuáles son?
(Señora en la sala):

—‘Las máscaras y los seres humanos’.
—Ay, hija mía, no debería haber empezado con ese.
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

—¿Aún conserva usted ‘El origen del universo’, señor Wim, señor Van Agthoven? ¿Tiene usted ‘El origen del universo’?
Pero, hija mía, llévese primero ‘Una mirada en el más allá’ y deje un rato en paz ‘Las máscaras y los seres humanos’, porque son novelas cósmicas.
Pero otra cosa más: por mí, puede leérselos.
Porque hay gente que no sabe nada de todo esto, ‘Las máscaras y los seres humanos’ les parece enorme, y es que lo es.
¿Por qué?
Porque nuestra gente lo que quiere es mirar lo antes posible detrás de esas máscaras; porque han aprendido mucho, ¿no?
Pero este ‘Las máscaras y los seres humanos’, señoras y señores, está escrito de tal forma que mis discípulos, aunque hayan asistido a setenta mil conferencias, no lo comprenden al comienzo, para eso necesitan ver analizadas las máscaras.
Y así podemos seguir.
Así que lea, pues, ‘Una mirada en el más allá’ y los otros libros.
Le repito: chapó.
Señoras y señores, ¿les he ofrecido algo esta noche?
(Gente en la sala):

—Sí.
Aún tengo dos cartas de la señora De Visser, ¿no?
Señora De Visser, ¿me permite que empiece con eso la semana que viene? ¿O voy un momento con usted a su casa y lo terminamos rápidamente? Entonces duerme un rato...
La semana que viene mejor, ¿no le parece?
Señoras y señores, gracias por su atención benevolente, y...
(Gente en la sala):

—Hasta la próxima.
—No, ¡qué descansen!
(Suenan aplausos).
Que descansen.