Noche del jueves 27 de marzo de 1952

—Buenas noches, señoras y señores.
—Buenas noches.
—Tengo aquí una bonita tarjeta postal que alguien me ha enviado, con el molino de Zeddam, no el que está junto al (río holandés) Vliet, ya lo oyen, nosotros también tenemos uno en nuestra casa, en el campo.
¿Quién quiere esta bonita tarjeta?
¿De quién es esta hermosa tarjeta?
¿Quién estuvo en Zeddam?
¿Estuvo usted allí, señora?
(Señora en la sala):

—Sí.
—¿Ha visto usted la calle Montferlandseweg y la Zwartekolkseweg y (la comarca de) Montferland y los árboles y también la cabaña de Sint de Tien?
¿Ha visto el cementerio de los judíos?
Pues está justo al lado.
(Entra alguien).

Buenas noches, señora.
Se la agradezco de corazón.
Me la llevaré conmigo y se la mandaré al médico aquel que juega tan bien al billar, así se puede ver a sí mismo.
¿Le parece bien?
(Señora en la sala):

—Sí, sin problema.
—Bien.
Señoras y señores, tengo aquí ‘Una mirada en el más allá’, de la semana pasada, una página, ya ven, no me he olvidado, señora, la 174. (Debido a las diversas ediciones de este libro es inevitable que haya un desfase en la numeración de las páginas. Puede usted encontrar este fragmento en el capítulo 8. ‘La verdadera clarividencia y el peligro de ver’).
“Pero cuando hubieron crucificado a Cristo, se desgarró por encima del Gólgota la masa de nubes negras formada por los pensamientos tenebrosos, malos, del ser humano, y en el cielo se manifestó la sagrada luz de Dios.

Esto también consta así a grandes rasgos en la Biblia.
Mi pregunta es esta: ¿es posible que estos pensamientos malos sean tan compactos que puedan percibirse con el ojo material, tal como ha debido ser el caso en el Gólgota?”.
Señora, esa masa de nubes del espacio, no tuvo nada que ver con los pensamientos humanos.
Cuando Cristo retiró Su luz de este mundo, cuando le privó de ella, este universo se oscureció; y eso es lo que pasó.
Es cuando de pronto hubo un terremoto; ocurrió.
Y Él había hecho esa predicción.
Y si usted...
Y eso también es para nosotros.
Demuestra que si a lo divino espacial le privamos de nuestra luz, y lo oscurecemos, entonces hay algo nuestro que falta en ese amor divino, espiritual, espacial, verdadero, justo, armonioso, amoroso; paternidad y maternidad, alma, espíritu y vida.
¿Es así?
Sucedió.
(Jozef continúa leyendo):

“Página 177 (capítulo 9: ‘Magia negra’): Los espíritus de un orden inferior no tienen una voluntad o existencia propias...”.
Esto se dice en relación con la magia negra.
“Pregunta: Esta voluntad ¿queda anulada por una mala conducta? Y ¿cuánto tiempo durará eso?”.
Esa voluntad del ser humano queda anulada para el bien; así es como tiene que leerlo usted.
A esa gente ya no le queda voluntad —se trataba de otra cosa— para el bien; esa voluntad queda anulada, esa voluntad ha sido matada, ahogada, esa voluntad ha sido mancillada, vilipendiada, violada, esa voluntad ha sido completamente deformada —ya pueden ir sacando el diccionario— respecto a la verdad, la benevolencia, lo amoroso, la amistad, la hermandad, el amor entre hermanas, el amor paternal, el cumplimiento del deber, la verdad.
¿Pues?
Y así podemos seguir.
(Una señora dice algo).
¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—La abnegación.
—Y también eso, señora, claro.
Todo eso ha desaparecido de esa voluntad, de esa voluntad humana, se ha disuelto en las tinieblas, en el odio, la pasión y la violencia, la destrucción, la mancilla, la violación y más.
Esa es la otra cara.
¿Comprende?
Tengo aquí también de usted: “‘Una mirada en el más allá’, parte 1, página 225: ‘No olvides rezar por el infeliz que dentro de poco llegará aquí’”.
Esto es referido al hombre que iba a ser incinerado.
“Pregunta: Pero no podemos hacer nada por los demás, ¿no?
¿Tenemos que hacerlo todo nosotros mismos, ¿verdad?”.
Es lo que les hemos enseñado, pero el maestro Alcar —así se lo he dicho muchas veces— ha escrito ‘Una mirada en el más allá’ conforme a nuestros pensamientos y sentimientos humanos, materiales, terrenales, sociales.
O sea, todavía no de forma espiritual, ni desde un punto de vista espacial o divino, sino siguiendo las cosas de forma corriente y moliente, de modo humano.
Y ahora, sin embargo, rezamos, es decir: nos sintonizamos con el ser humano, y con su interior, para que mediante nuestros buenos pensamientos —puede ser una oración— llegue a vivir, a pensar de otra manera.
¿Ha quedado claro?
¿Esto también?
Estupendo.
(Jozef continúa leyendo):

Página 214 (capítulo 10: ‘La incineración y el entierro’): Hay dos esferas de purificación; una linda con las esferas de luz y la otra con las regiones tenebrosas.
Pregunta: Esas dos tierras crepusculares ¿también son colindantes?
Pues...
Entre Róterdam y La Haya, señora, hay un largo camino, hay ríos, y si usted no recorre ese camino y se va allí a la izquierda, por el prado, se meterá en unas marismas y acequias, y de pronto se verá sumergida, sin asidero alguno, sin la más mínima luz.
Y esa lucecita dentro de nosotros nos va elevando desde las esferas más bajas.
Y entonces hay un reino de las esferas sintonizado con el país de odio, o sea, es cuando estamos justo fuera de ese odio, de esa pasión, y cuando después nos vamos elevando, aparecerá un mundo de las esferas, un estado nebuloso, que nos conducirá, a su vez, a pensamientos y sentimientos más elevados.
Porque aquellos junto a ese país de odio..., es un mundo con un color como de café (marrón), es una esfera de una luz parduzca, tenebrosa, negra no es, no existe la luz negra, sino que es un estado oscuro, donde ya no hay ninguna lucecita, nada, ni una brizna de hierba, una llanura árida, árida, vacía, pelada, con montañas y valles.
Pero llegará usted a ese país de las esferas: donde linda con la primera esfera, allí volverá a ver de esos brotes minúsculos de hierba.
Pero no hay primavera, no hay verano, no hay pajaritos, no se oye su trino, señora.
No llegará a ver allí el sentimiento de esa gente —la cordialidad— que la conduce directamente hacia arriba, y que da algo de calor; allá todavía gruñen y dan patadas y pegan.
Pero si usted sigue haciendo aquello con palabras, aún no está atada a eso; aunque ya esté atada a los gruñidos y los golpes, porque al fin y al cabo es usted misma.
Pero allí aún todavía no se puede ver ninguna brizna, ninguna vida, y esa tierra linda con... es cuando se llama tierra crepuscular, allí ya hay un crepúsculo —acabo de decírselo—, allí abajo hay tinieblas, pero empieza a clarear y el ser humano va despertando poco a poco.
Allí, sin embargo, permanecen durante dos mil años, tres mil, diez mil; puede usted conseguir salir de allí en cinco años.
Hay quienes son, sin embargo, de un acero tan tremendo, tan duros, y el alma humana es mucho más dura, un trozo de acero todavía se puede fundir, pero el carácter humano no.
Porque cuando el ser humano dice: “No me da la real gana”, entonces ya no se puede hacer nada, nos quedamos impotentes.
Hay alguien por allí que acaba de decirme: “Aparecen un cura y un capellán y resulta que he asistido a una conferencia en (la sala) Diligentia, y viene ese tipo y dice: ‘Y ese hombre, ¿qué respaldo tiene?
¿Por qué le vas a ir a entregar tu buen florín holandés, a semejante diablo?”.
Y esa mujer entra al trapo y deja de hablar más de un mes al padre de cinco hijos y dice: ‘Mejor lárgate y por mí que te parta un rayo’.
¿Lo ve? Todavía vivimos en eso.
Esa gente sigue siendo poderosa y fuerte.
Pero te da un vuelco al corazón cuando una madre le dice al padre de sus hijos: ‘Que te parta un rayo’.
Entonces te entran ganas de..., ¿no?
Y esas personas luchan por un poco de conciencia, y son cordiales y conscientes, pero están por medio el señor cura y el señor capellán, y estos no logran desprenderse de esa condena.
Pues, sí, allí es donde estamos ahora.
Es para llorar y no parar de llorar; pero por mucho que lo hagas, no sirve de nada.
Durante cuatro semanas el ser humano es incapaz de hablar.
¿No dan ganas de azotarles bien a esos dos, da igual quiénes sean, hasta sacarles eso?
Pero entonces nos pegamos a nosotros mismos.
Y eso en una sociedad...
Pues, esto no es nada todavía; hay inocentes que tienen que ir a la cárcel, cinco, seis o diez años, gente; hay inocentes que son fusilados.
Y ¿qué?
Y ¿qué?
La sociedad se ríe de un ser humano.
Seguimos siendo carne de cañón, si ustedes mismos así lo quieren.
“Aunque para bailar faltan dos”, eso no lo dicen allí en el otro lado, sino: “si bailo, ya bailaré por mi cuenta”.
Esta noche de verdad que estoy de mala uva, mejor ténganlo presente.
Lo que estoy haciendo ahora, señoras y señores, es analizar sus preguntas.
Ahora las copio yo mismo.
La señora que se ocupaba de ello (la señora C.C.M. Bruning trabajó en la confección de ‘Preguntas y respuestas’, parte 1) me dice: “Ya me las puedes dar a mí, así por lo menos vamos avanzando”.
Escuchen lo que contienen —madre mía, a ver cuándo tendremos el dinero para publicarlas—, sus propias preguntas, señoras y señores, están allí.
Escuchen lo que se diga aquí; así ya no necesitarán nada cuando las lean más adelante.
Y por eso estoy tan de mal uva, ¿entienden?
No, esta noche no habrá risas.
De verdad que no.
Eso está en el ser humano.
A veces la realidad lo deja a uno...
Entonces ya me gustaría que la historia de ese hombre ... ya me hace estallar, por dentro.
Ese hombre me inspira verdadera compasión, me da pena; ¿cómo es posible que una madre, una madre con hijos, una madre, sea así?
Es que dan ganas de...
Pues, sí, ¿ahora qué?
Pues a colgarlos.
Señora, ¿por qué no lo intenta con una faldita bonita, con unas flores?
(A alguien en la sala):

Oiga, ¿cómo dijo?
(Señora en la sala):

—... con dinerito, sí.
—El dinerito ahora nos da igual.
Mire, esa maldita voluntad humana se niega.
Con Dios tienen...
Tienen un Dios, tienen un Padre, van a la iglesia, rezan, se confiesan y comulgan y ponen a Nuestro Señor en sus lengüitas.
Pero antes, cuando tenía ocho años, yo decía: “Pero eso lo fabrican ellos mismos, no es más que de harina.
Eso se puede hornear”.
Y entonces decía Crisje: “Pero ¡Jeus!”.
Y yo: “Nada de “pero Jeus”, eso se compra en la panadería, allí te dan una bolsa entera por cuatro centavos, pero eso no es Nuestro Señor, ya te gustaría”.
Ya ayudaré un momento a ese hombre; señor, los dejamos que nos peguen, ¿no?
“Son dulces de harina horneada, y los venden como si fueran Nuestro Señor”.
Esta historia ya se la he ofrecido alguna vez, señor.
Hay más personas que lo han hecho, no se crea, no solo yo.
Lo ha leído en la segunda parte de ‘Jeus’, ¿verdad que sí?
Fue cuando apalabramos entre los tres —sí, ya volveré con usted—, fue cuando entre los tres apalabramos: pues, a ver, muérdelo.
Digo: “Ahora quiero saberlo”.
Y nosotros que primero nos ponemos a rezar allí, a confesar, adiós pecados; pero eso de sisar yo no lo había dicho, claro.
Digo: “He robado un par de peras, señor cura, y he...”.
Pues, sí, dije unas cuantas cosas; claro, eso no está permitido.
Pienso: ‘Sí, voy a contarlo todo aquí.
Pues entonces esto también’.
Y a la mañana siguiente mi amigo que va allí, fue allí y este...
Pienso: ‘Farsante, no te atreves’; y es que no se atrevió.
Y después yo.
Y me coloqué a Nuestro Señor entre las muelas, pienso: ‘Ahora la iglesia entera se viene abajo’.
Y entonces oí: “Desgraciado, ladrón, canalla”, de todo.
Pienso: ‘Santo cielo, ¿qué pasa aquí?’.
Y yo sentado, sentado, pensando: ‘Soy culpable ante toda esa gente, porque, claro, se van a caer muertos, la iglesia entera se les va a venir encima’.
Pero ¡no pasó nada!
El gallo aún estaba cantando cuando salí de la iglesia; pero medio año después seguía atado a eso, de puro miedo.
Ya no conseguía dormir.
A cada instante oía: “Maldito granuja, has masticado Mi vida”.
Y entonces le dije a mamá: “¿Tuvo mucho dolor Nuestro Señor?”.
Y “Claro” que dice Crisje, “normal.
Lo clavaron en la cruz”.
Pienso: ‘Ah, tiene razón.
Por estar Él entre mis dientes eso ni siquiera lo va a sentir, porque allá le dieron mucho más’.
Pero allí está.
Medio año después, señoras y señores, seguía anclado al miedo, pienso: ‘Imagínate, cuando sea un poco mayor, voy a irme directamente al gallinero de Nuestro Señor’.
Y esa gente allí dice, ahora todavía como madres y padres de niños: “Calla, no te estoy hablando a ti”.
Eso es incluso peor.
A ver, muérdele a Nuestro Señor.
Atrévete a meter un bocado, y Él te dirá: “Oye, espera un poco”, y podrán oírse los llantos a gritos del espacio; pero no hay ningún llanto, porque contiene los sacos de harina”.
Eso díselo al señor cura, se asustará, y no volverá nunca más.
Si los católicos les molestan llamando a la puerta...
A mí también me vino a ver uno, señor, le digo: “Señor, soy Jozef Rulof”.
“Vaya, vaya, vaya”, dice, “pues entonces me largo de aquí”.
Digo: “Gracias a Dios, ¡fuera!”.
Y esas personas, señora, siguen mordiendo la hostia sagrada en la tierra crepuscular.
Porque los católicos de allí también lo hacen y están buscando a Nuestro Señor, no lo encuentran y no vienen a la primera esfera, porque tienen que espiritualizar esa voluntad, hacerse más blandos, más hermosos.
Sí, sí, ya dirán ustedes: ¿Y usted qué tiene que ver con eso?
¿Qué hace mirando así, señor?
(Inaudible).
Bueno, pues adelante, ¿no?
Ah, sí, aquí le dije al señor...
¿Qué dije?
(Señor en la sala):

—“Me hacen disfrutar”.
—Ah, él... te hacen disfrutar, qué gusto cuando las...
(Jozef sigue leyendo):

“Un espíritu que vaya directamente desde la tierra a la tercera o cuarta esfera”, mmm, pues ya es uno, “apenas sentirá nada de la incineración; aun así, a su llegada les faltará algo en una esfera y padecerán las molestias.
¿Cuánto tiempo durarán estas?”.
—Sé a lo que se refiere.
La incineración no le provocará molestias en la medida en que usted tenga sensibilidad en el espíritu, en cuanto a sentimiento y amor.
Eso se lo he explicado hace poco; esa fuerza del cadáver, o sea, la tierra, la sustancia para la tierra que usted pisará en el otro lado, solo la podrá acoger usted una millonésima parte de un segundo, ahora, y no le hará nada.
Y ¿por qué no?
Y ¿por qué no?
¿Quién de ustedes?
También lo podrán leer por la noche en los libros: ¿son suyos?
“No señora”, pone.
Y Jozef dice: “No, señor, usted sí estaba, pero se equivoca de cabo a rabo”.
Así es como dice.
Y ¿por qué, señora, puede captar usted eso, así de repente?
¿Quién de ustedes?
¿Nadie?
(Señora en la sala):

—... ha perdido sentimientos terrenales.
—¿Porque usted...?
(Señora en la sala):

—... ha perdido sentimientos terrenales.
—Porque usted ha perdido sus sentimientos terrenales, desde luego, señora.
No, porque ahora usted tiene una conciencia espiritual.
Y esa conciencia succiona todo hacia usted.
Así que ha perdido usted la tierra.
Pero su amor... el ser humano que ama es indestructible y es imposible someterle a un choque.
El ser humano con sentimientos espaciales de pronto se encuentra ante un estado cuando se dice: “No, no me atrevo a decirlo”.
Digo: “Déjame que resuelva un momento ese trabajito”.
Alguien se había muerto.
“Ja, ja, wu, wu, wu, ahora al padre y a la madre los tenemos que...”.
Digo: “Déjeme que lo haga yo, señor”.
Pues yo para allá.
Digo: “Señora, ¿está feliz?”.
“Sí, señor, todo va bien”.
“Bien, señora”.
Digo: “Imagínese ahora que de repente le trajeran un mensaje, señora, que fuera acompañado de un poco de desgracia y que alguien se pusiera a prepararla a usted: ese ser humano salta al agua, pero aun así vuelve a salir.
Ese ser humano quería colgarse y alguien cortó la soga.
Pero otra persona de pronto fue arrollada por un tranvía y entonces todo se detuvo, y allí estaba nuestra felicidad, arrollada, entonces uno sí que se asusta.
Pero la muerte no es morirse.
La muerte es evolución”.
“¿Ha muerto mi marido?”.
Digo: “Sí, señora, está tranquilamente dormido, en la cama, pero mejor no se asuste porque la muerte es evolución.
Ha sufrido un accidente.
Otra persona no se atrevió a decírselo a usted y me envían a mí a verla”.
Pero, bueno, me lo había quitado de encima.
Y ella que se pone a pensar.
Digo: “Así va bien, señora.
Tranquila, no se altere.
Mejor hágase un café bien cargado”.
“Usted al menos lo comprende, señor Rulof”.
Digo: “Sí, señora.
¿Es que usted me conoce?”.
“Sí, mi hijo lee sus libros”.
“Sí, señora”.
“Pero yo no quería meterme con ellos”.
Digo: “Y ahora tendrá que hacerlo de todas formas, ¿verdad?
¿No se está derrumbando ya, señora?”.
Digo: “No lo haga, porque lo volverá a ver”.
“Qué alegría verlo a usted, porque nunca me lo creí, pensé que sería usted un hombre así y asá...”.
Digo: “No, señora, solo tengo cuarenta años”.
Y sí que se asustó un poco.
Pero imagínense que lo hubiera hecho él.
La madre se mantuvo entera, se fue tranquilamente al hospital, habló un poco con papá y entonces se despidió, y dijo: “Y ahora yo también voy a leer libros”.
Porque ahora ya le gustaría volver a verlo en ese canalito entre La Haya y Colonia, en ese tramito.
Sí.
¿Tenía usted alguna cosa más?
¿De dónde viene eso de repente?
Sale a borbotones, así, sin más.
Estoy leyendo aquello y resulta que aflora esto.
¿Cómo es posible, verdad?
Ah, sí, me quedé por aquí, señora.
Así que ese choque que vive el ser humano en la materia, y que tiene amor...
Otra persona se derrumbaría para esta vida y no haría más que llorar y llorar, y está emocionada y lágrimas y más lágrimas, pero el ser humano que tiene la primera esfera y que tiene amor dice...
Y eso también lo sabrá decir el católico y el protestante cuando sean adultos y tengan de verdad a ese Dios.
¿Leyó aquello de Crisje?
Treinta y nueve años, se nos fue Hendrik el Largo, y allí se quedó Crisje con siete críos.
“Bueno”, dice Crisje, “lo que haga Nuestro Señor bien hecho estará”.
Pienso: ‘¿Cómo es posible?
¿Quién es capaz de eso?’.
Y entonces empezó todo.
Pudieron leer en la segunda parte: Oye, Largo, traete un buen hueso para el domingo, para la sopa de los chicos, porque ya tienen qué comer.
Pero no eres capaz de hacerlo, Largo, solo de tocar violines hasta destrozarlos, aunque eso ahora no nos sirve de nada.
Pero no eres capaz de traer un buen cacho de hueso para los niños y Crisje.
Los ‘drudels’ con tanto tocar el violín, Largo.
Con catorce años me reí del Largo en plena cara cuando vino del otro lado, y de vuelta, digo: “Toca un poco más, pero a mamá no le sirve de nada tanto tocar, eso de rasgar las cuerdas”.
Porque entonces ya podía yo con él, claro, entonces podía con él.
Para mí ese enorme Largo ya no era más que una gallina.
Pero los huevos le importaban un huevo: en la tierra para eso no iba más que pisando huevos.
Y detrás del ataúd dijo: “Jeus, ahora sé en qué mundo mirabas”.
Digo: “Sí, si te lo hubieran dicho antes de ese tiempo, entonces no serían más que majaderías”.
Todo no son más que majaderías, el amor de un ser humano son majaderías.
Da igual que ese hombre diga “Mujer, yo soy el padre de los hijos”, no son más que majaderías, a la porra.
Bien.
Y si usted lo es y lo tiene, señora, no podrá encajar de pronto esos millones de leyes y fuerzas como un choque: entonces estará ante su nimio e insignificante yo y las polillas espirituales harán trizas su túnica.
Pero, a ver, ¿de qué estamos hablando esta noche?
Todo eso lo saco de las noches que estamos viviendo ahora.
Es la sagrada seriedad, señora, créaselo sin problema.
(Jozef continúa leyendo):

“Página 209: Se le oía gritar al ser humano que iba a ser incinerado: ‘¡Verdugos, asesinos!’”.
Sí, señora.
“Pero así lo había determinado él mismo, ¿no?”.
Sí, claro.
“Mi única respuesta a esto podría ser que él no sabía que había muerto.
¿Es así?
Pero añadió: ‘¿Eso es honrarle a alguien?’”.
(Jozef dice):

Ese hombre, ese músico al que estaban incinerando en ‘Una mirada en el más allá’, señora, veía que lo iban a quemar vivo.
Y eso lo ve cualquier persona a la que incineren viva, o muerta, porque el ser humano está atado a su organismo si tiene esa sintonización.
Si es usted rudo, bruto, y pega y arrastra al ser humano por la vida cogido por los pelos, y lo viola, y todas esas cosas más, entonces se queda atado a ese cuerpo de nada, porque entonces carecerá usted de luz.
Y no estará desprendido así, sin más, de ese organismo, eso va poco a poco.
Es como se viviera la experiencia de la sombra de un verdadera proceso de putrefacción para el suicidio.
Porque toda esa desintegración y destrucción los conduce a ese gran acto, esa gran voluntad: el suicidio.
Y ¿cuántas de esas cositas para la desintegración, pequeñas y grandes, no tenemos en nuestra alma, en nuestra cabeza, en nuestro espíritu, verdad?
Entonces casi ya están suicidándose, porque ya lo han hecho cien mil veces con su vida interior.
Y todo eso son chispas que salen despedidas de su alma, que salen de su personalidad, y son estas las que los quiebran a ustedes detrás del ataúd.
Y naturalmente, por la incineración; y entonces les tocará gritar y sufrir, y dirán: “¡Malditos canallas, que nadie toque mi cuerpo, asesinos!”.
Pero lo quisieron ustedes mismos.
Eso es la incineración.
(Señora en la sala):

—... eso lo quisieron ellos mismos...
—¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—... pues que lo quisieron ellos mismos, lo determinaron ellos mismos, ¿no?
—Sí, pero yo lo quise; aunque, claro, si usted luego no sabe cómo es esa ley...
Hubo uno que anhelaba convertirse en boxeador.
Y viene otro que le dice: “Bien, pues ven, te lo enseñaré”, y entonces comenzaron y lo pegaron y a la primera de cambio le ponen el ojo morado.
Y dice: “Pero no es eso lo que quería”.
Y dice el otro: “Pues no haberte puesto a hacer boxeo”.
Y así hay miles de ejemplos en la vida.
Otro que quería aprender idiomas, se metió con dieciséis.
Y dice la madre: “Ojalá hubiera sido panadero”.
Con el decimoséptimo terminó en Rosenburg (centro psiquiátrico en La Haya).
Y allí sigue.
Esa mujer vino a verme: “¿Puede hacer algo por él?”.
Digo: “No, señora”, ese de más le costó el cuello.
Dieciséis idiomas.
¿Qué quiere hacer alguien con dieciséis idiomas?
Es la locura de la soberbia.
Aprenda a amar, señora.
Aprenda a estar en armonía con lo infinito y con este lugar de aquí.
De eso hablamos en ese libro: ¿es usted vaga, es usted sucia, es usted comodona, es usted chapucera, una destripadora, una dilapidadora?
Señora, ponga entonces primero los correspondientes pequeños fundamentos y haga que entre en armonía con su casa, su marido, sus hijos; son, pues, los pequeños fundamentos espirituales para ir elevándose.
Aprender idiomas, dedicarse al arte y dejar, como pintor, que se muera de hambre su mujer, es el mayor asesinato que hay, y el más profundo.
¿No es así?
Y si le parece bien, bueno, pues dedíquense los dos al arte, pero no molesten a otra vida con eso.
Hay gente que se dedica al arte, mire el lío que arman, pero se empeñan en tener arte.
Bien, pues lo tienen; pero comida, ninguna.
Vaya, vaya, ja, ja, no me hagan reír; ocho mil deudas, aquí van al paro, pero son artistas, eso sí.
Anda ya, señor.
Se lo he contado.
Viene a verme un artista: “Señor Rulof”, me tocaba tratar a alguien, “venga a ver, por favor.
¿Qué le parece mi arte?”.
Digo: “Sí, señor”.
Vi sesenta, ni uno acabado.
La mujer al lado, tres hijos, los chicos con los ojos así.
Pienso: estos tienen hambre.
Y a él no hacía falta que se lo preguntara porque estaba así.
Y ella así.
Digo: “Vaya”.
Digo: “Señor, ¿puedo decirle algo?”.
“Ah, sí, claro.
¿Le gustan?”.
Digo: “No es eso, para nada, señor.
Pero no están terminados”.
Digo: “Acabe uno solo y arrégleselas para conseguir dinero por eso, porque esa mujer tiene hambre”.
“¿No te lo dije, Hendrik?”, dice ella, “Pero entonces me echas de casa a patadas y dices: ‘Me destrozas la inspiración’.
Sí”, dice, “sí”.
Igual que ese hombre que estaba toda la mañana dándole al piano.
Ya empezaba a las nueva de la mañana.
Y no hacía más que golpetear el teclado, los vecinos se volvían locos.
A él le daba igual, tocaba y punto.
Tenía que soltar los dedos porque por la noche tenía que tocar.
Pues nada.
Sí, solo daba clases, pero lo de la noche se volvió a suspender una vez más, tenía que dar clases.
Porque, claro, tenía que mantener los dedos ágiles.
¡Su arte!
Ella ya le había dicho cuatro veces: “Pero, hombre...”.
“¡Déjame en paz!”.
Y la echaba del estudio donde tenía el piano.
Al mediodía aparece el señor: “¿Está lista la comida?”.
Va ella y dice: “No”.
No dijo “come”, sino: “Tú trágate esas teclas, porque lo que quise preguntarte es: ‘¿Qué vamos a comer hoy?’, pero ahora ya es demasiado tarde”.

(Risas).

Y entonces dice: “¿Y eso es duro, señor Rulof? Que yo no dijera “come” sino “trágate”.
Digo: “No, señora, tendría que haberle... no, no podría haberle dado una boñiga, tendría que haberlo mandado al prado y haberle dicho: ‘Hombre, por el amor de Dios, tráete por lo menos un saco de hierba, así hoy por lo menos comemos un poco de verde.
Pero ¿qué dinero has ganado?
‘Ah, sí, a ver un momento, ¿dónde está mi cartera?’”, dice.
“Nunca la tuviste, marido.
Si la tuvieras metida en el bolsillo yo también lo sabría”.
Y va él y dice: “Bueno, pues entonces vete a pedirlo prestado, el de la tienda ya te dará algo y el carnicero también”.
Y contesta ella: “Allí tenemos deudas por cuatrocientos florines.
¿Qué vamos a hacer?”.
Vaya, vaya, vaya, y él que se puso a decir improperios cuando el ayuntamiento lo echó de la casa.
Y que el casero era un canalla y que era un estafador, que era un casero abusivo.
Sí, sí, que él le hacía falta al casero.
Ese casero dijo algo muy sencillo, pero el ser humano de la ciudad no lo entiende.
Él dijo: “Yo también tengo que comer, no tengo que ver con su arte, tampoco puedo comer de eso y usted para nada, porque ya lo veo, es un cadáver andante”.
¿No es así, señor?
Ah.
Sí.
Todo eso está en esas noches que hemos tenido aquí.
Le cuento exactamente lo que hemos vivido.
¿Le divierte?
Es la verdad.
Sí.
Hágase usted también pintora, señora.
Váyase a fregar suelos, váyase a ayudar algún día a los locos en el manicomio.
Señora, ese es el arte más hermoso que hay.
El hospital.
(Señora en la sala):

—No quieren tenerme.
—“Váyase de puerta en puerta”, dijo alguien, “y hable de Jehová”.
Pero ya no hace falta que lo haga , porque ya no lo aceptamos.
Y ahora todo depende de: ¿cómo soy de verdad?
¿Cuándo apareceré con piedrecitas? ¿Cuándo voy a poner pequeños fundamentos para otros miles y miles y miles de cosas?
¿Cuándo estaré en armonía con mi casa, con mi gente, con la sociedad?
Sous les étoiles de París; ¿cómo se llama?
Bonjour, monsieur.
Oui.

(Una señora dice algo).

Sí, también sé decirlo en francés, señora.

(Risotadas).

Y en ruso.
Vaya, esta noche los hago reír y todo, y yo que quería que no se rieran.
Digo: me voy a poner serio de verdad aquí.
De tal palo tal astilla, y entonces la rama se va hacia la derecha y la izquierda, pero la cosa está en la tierra, por dentro.
Seguimos.
“Página 209 (capítulo 10, ‘Incineración y entierro’): Se oía al ser humano que estaba siendo incinerado...”, eso se lo he contado.
“¿Es eso honrarle a alguien?”.
No, señora, así no se honra a nadie.
Si el ser humano quiere ser incinerado, pues que aguante esas desgracias.
¿Qué le parece? ¿Qué dice, madre?
Y si eso tanto le divierte, esa higiene...
Aquí en La Haya tienen “ Morti Mata Mutu”, ¿ya lo leyeron alguna vez en el periódico?
“Déjese incinerar porque nosotros nos encargaremos de usted”.
Y no saben lo que dicen.
Sí, hubo alguien que llamó a la puerta, dice: “Ah, es esta la casa de Rulof?
Ese tipo nos deja sin comer, porque esa gente se ha inscrito para hacerse incinerar y cuando llegamos a ese punto resulta que lo han cambiado.
Porque se hacen enviar a Eykenduynen (un cementerio en La Haya).
Eso es culpa suya, señor”.
Digo: “No tiene qué comer, señor?”.
Digo: “Señor, pues a ver si consigue un poco de pan con algo encima.
Pero yo no se lo voy a dar”.
Sí, me siguen por las calles y dicen: “Maldito ladrón, nos has quitado el pan de la boca, porque no quieres que nosotros incineremos a la gente”.
Digo: “Bueno, pues entonces insúltame, me da igual”.
Eso también lo carga mi conciencia.
Y vuelven los enterradores: “Gracias a Dios que sigue estando usted, señor Rulof, porque luego tendremos...”.

(Risotadas).

Me ha visitado el señor Innemee, dice: “Señor Rulof, quiere participar en las ganancias?”.
Digo: “Bueno, pues dame el veinticuatro...”.

(Risas).

Le digo al señor Innemee: “Bueno, pues dame el veinticuatro por ciento, así por lo menos podré publicar mis libros sobre la vida y la muerte, y así haré publicidad del antiguo y nuevo cementerio de Eykenduynen”.
Digo: “Ese laboratorio suyo allí va a ser afamado, tienen que decorarlo de rojo, blanco y azul, así sabrán exactamente que también representamos los colores nacionales holandeses”.
Y entonces dijo Innemee: “Te compensaré, te daré diez florines por cada ataúd”.
Digo: “Gracias”.
Pero todavía no los he visto a fecha de hoy.

(Risas).

Siempre me timan.
Eso dijo Charlotte Köhler (actriz holandesa, 1892-1977).
¿La ha visto, Piggelmee, esa película?
“Claro que sí”, y ella que se hace intelectual, “Pero, vaya, siempre nos timan”.

(Jozef habla de manera afectada).

Quiso decirlo bonito.
Eso yo también lo hago siempre.
Vuelve a reír.
Y yo que quería venir aquí esta noche con mala uva, y henos aquí otra vez tronchándonos de la risa y burlándonos y con risitas.
No quería hacerles reír.
Pero, ¿por qué se ríen?
Señor, ¿usted también se ríe?
¿No, verdad?
(Señor en la sala):

—Es sano.
—¿Es una risa sana?
¿De verdad que sí?
Entonces sigo.
(Señora en la sala):

—¿Señor Rulof?
—Sí, señora.
(Señora en la sala):

—Si tienes que reencarnarte de todas formas, ¿incluso entonces sigue molestando la incineración?
—Pero ¿es que no ve que sigue usted llevando en la espalda esas pequeñas quemaduras del pasado?
Señora, si mira bien, todas esas manchas de fuego de la incineración anterior de la era prehistórica las sigue teniendo.
(Señora en la sala):

—No, pero ¿no deja eso huellas o algo así?
—Voy a contarle ahora un auténtico sinsentido, un sinsentido espiritual.
La quemaron en la jungla.
¿A que no se lo cree?
La metieron en la sopa.
Y esa sopa sigue ardiendo en su vida, señora.
Señor, ¿a que no se lo cree?
¿Que no?
¿Se atreve usted aquí a mantener que no nos hemos dedicado al canibalismo?
¿Perdió el gusto por una manita humana, una de esas...?
Esto es lo más rico, dicen, esto.

(Risas).

(Señora en la sala):

—¿El pulpejo?
—¿Sabía usted que esos habitantes de la selva dicen que la parte interior de la palma de la mano es lo más rico?
Yo pensaba que esto.

(Risotadas).

Los mofletes, un buen moflete carnoso.
Un moflete es una delicia.

(Risas).

¡Ja, ja, ja!
Situé al maestro Alcar ante esas leyes, dice: “Vente y te mostraré, porque a mí también me han comido una vez”.
Dice: “Y entonces te mostraré el maestro más elevado, antes era el jefe de la tribu, en tal y cual tiempo”.
Digo: “No me hablará en serio, ¿no?”.
Dice: “Vente”.
Y entonces nos fuimos a la jungla.
Dice: “Ahora estableceré contacto para ti con el espacio y entonces verás a uno de los maestros más elevados en la séptima esfera, que fue aquí jefe tribal”.
Y entonces salimos de esa vida, lo vimos, y fuimos directamente a la séptima esfera, él era uno de los maestros más elevados y allí era un jefe tribal, acababan de meter a una persona en la olla.
Digo: “¿Cómo es posible?”.
Señor, hablo en serio.
Dice: “Eso lo vemos y lo volvemos a vivir todo, porque lo hemos hecho”.
Ahora sigo teniendo graves preocupaciones, porque en esa época me comí a mordiscos a mi suegra...

(Risas).

... a mi hermano, a mi hermana.
No a gente de nuestro propio pueblo ni de nuestro propio grado, sino que siempre pasábamos por esa loma y entonces íbamos a robar un ser humano.
Los domingos por la mañana tomábamos sopa con unos huesitos.
Igual que en aquella película de ‘Los verdes prados’.
Los domingos en el cielo nos dan un puro y veinticinco centavos y comemos pescado.
Y allá en la selva hemos arrasado familias enteras, señora, y ese incendio todavía sigue ardiendo dentro de nosotros.
¿No lo creen?
Es así de serio.
Y por mucho que se burlen un poco de eso, todos nos hemos dedicado al canibalismo, nos quemaban que daba gusto, así, por la naturaleza, nos caíamos en una cosa e íbamos a parar a una olla que ardía, se nos quemaba en el agua y en el fuego; y eso nos ha pasado miles de veces.
Pero ya no nos acordamos.
Y entonces esta incineración sigue sin ser nada, porque eso ocurre en solo unos segundos.
Pero todo eso es cierto.
Pueden reírse de ello, pero todo es cierto.
La selva sigue viviendo ahora mismo en el ser humano.
(Jozef continúa leyendo):

“En los libros se lee: ‘En el cuarto grado cósmico ya no se come carne’, ya estamos otra vez, ‘pero eso de todas formas ya no lo hacemos en la primera esfera’”.
Señora, ¿seguiría teniendo usted ganas de tomarse en el otro lado un rico plato de sopa?
¿Un sabroso arenque ahumado?
Los tenemos ahumados, en escabeche, marinados, ricas sollas.
Los domingos a las diez de la mañana, cuando llama Pedro, vamos corriendo y nos dan una deliciosa...[(Risas).

... platija frita.
Y una taza de café de la tierra crepuscular.
Y si descendemos aún más, señora, volvemos a estar en la frontera del mal y bebemos de nuevo nuestra ginebra añeja.
Cuanto más abajo llegamos, señora, un poco más hacia abajo, y ya le dan veneno animal, eso es whisky de verdad.
El maestro Alcar dice: “André, sigue un poquito más porque esta noche se están divirtiendo en los cielos, ya estamos esperándote”.
Eso lo creo sin vacilar, porque allí ya no tienen historias divertidas, ¿no?
Dice: “Todos los cielos están esperando, millones de personas, hombres y mujeres, esperan al Buziau (J.F. Buziau, cómico, 1877-1958) como el Pablo de este siglo, porque queremos volver a reírnos, reírnos de forma sana, con diversión”.
Es decir: extraer de lo equivocado, de lo anormal, la realidad y ponerle a esta una careta, de vuelta al ser humano, a la sociedad, a la mentira y el engaño, al almirantazgo.
Y ¿qué más da —se lo comenté la semana pasada— si es usted alcalde La Haya y no tiene eso detrás del ataúd?
Y ¿qué más da si es usted general, si es atleta velocista y sabe volar, si es ministro de Asuntos Sociales y tiene su dinero en el bolsillo, como nuestro Piet Lieftinck (ministro de Finanzas), y no conoce ese medio céntimo de Nuestro Señor, y encima lo reparte y lo roba a Él? Detrás del ataúd será usted más pobre que una rata.
Y basta con que quiera sentir usted entonces esas majaderías, entonces sabrá exactamente a dónde van todos esos doctos señores.
Hasta aquí, he terminado con usted.
¿Satisfecha, señora?
¿Satisfecha?
Esta noche usted me va a dar diez centavos.

(Risas).

¿Por qué no añade cinco más?
Por cada nota de usted diez centavos, así que esta noche he ganado mucho más.
Cinco centavos, el domingo quisiera ir un rato al cine, señora, cinco centavos, vamos.

(Risas).

Señora, hágame el favor de llevarme con usted media horita a su casa, así ya nunca más tendrá ninguna desgracia.
Le haré café pero dejaré que la leche se queme.
Cuando se dilate, iré a buscarla a usted, digo: “Señora, el universo que se dilata está en la leche”.
Y entonces ya no tendremos nada, no tendremos nada, ya no tendremos nada.

(Risas).

Mire, lo que tiene que hacer es...
¿Esta noche es la primera vez que viene aquí?
Entonces lo dejo.
(Jozef continúa).

“¿Cuál es la razón de que hasta los espíritus más elevados no están de acuerdo entre ellos sobre la reencarnación?
En Inglaterra no creen en ella.
Y en nuestro país ni mucho menos todos”.
Vaya, ¿y quiere hacerme creer que son espíritus elevados?
¿De quién es esto?
(Señora en la sala):

—Quería decir: ¿allí también tienen disputas?
—Sí, señora, la reencarnación...
Si oyera a los espiritistas: “La reencarnación no existe”.
El ingeniero Felix Ortt (escritor, periodista de prensa escrita, 1866-1959): “Jozef Rulof es un loco”.
Está escribiendo otra vez sobre mí: “El príncipe del espacio está loco de remate”.
Yo soy el príncipe del espacio, eso lo ha leído en alguna parte.
Le digo: “Señor, a ver, deme una respuesta majestuosa, espacial.
Y ¿no soy entonces el príncipe de la casa, igual que usted, señor?
Usted también lo va a ser.
Si usted de verdad es capaz de interpretar las palabras de Cristo y puede transmitirlas a la masa y la gente, a la sociedad, para el alma, la vida, el espíritu, la paternidad y maternidad, el renacer, entonces usted es príncipe de ese espacio”.
Y Felix Ortt dice que estoy loco porque no acepta la reencarnación.
Pero sus espíritus dicen que estoy loco; y los míos han desvelado el espacio, miran detrás de todos esos velos de la vida y la muerte, de la paternidad y maternidad, señor Van Straaten, el cuarto, quinto, sexto y séptimo grado cósmico, el Omnigrado divino.
Y van incluso más allá y regresan y hacen un viaje con nosotros —ahora en (la sala) Diligentia— al ser humano con conciencia divina, y los dejan a ustedes ante la vida y la muerte, que es para siempre y eterna.
¿Qué tal he dicho eso?
(Señora en la sala):

—Muy bien.
—¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Bien.
—¿De quién es esta nota?
(Señora en la sala):

—Mía.
—Señora, ese mundo espiritualista está atado a la palabra de Elise van Calcar (escritora, espiritualista, periodista, 1822-1904).
Allí hay una foto de la señora que dijo: “No hay reencarnación”.
Y resulta que me la he encontrado en el otro lado.
Digo: “Vaya”, y ahora escuchen y no se enfaden por lo que voy a decir.
Digo: “Vaya, callo, ¿qué haces por aquí?”.
Ahora vive en el otro lado, era una buena persona, era cariñosa.
¿No han oído hablar alguna vez de la clarividente señora Akkermans?
Ella tampoco creía en la reencarnación.
De vez en cuando sí, luego ya no y después tampoco.
Si iba en contra de ella siempre estaba mal.
Pero Elise van Calcar aportó entre los espiritualistas...
Habría unos, pues..., cincuenta, sesenta mil en Holanda.
La palabra de ella era ley, que el espiritualismo adoptó, creían en la mediumnidad, en el pensamiento y sentimiento del ser humano, y entonces todo se quedó en un punto muerto, porque la aceptaban: la reencarnación no existe.
Y ahora puedo...
Llegué al otro lado, digo: “Maestro Alcar, lléveme inmediatamente a Elise van Calcar”, digo, “y hay unos cuantos más contra quienes tengo que luchar, porque quiero azotarles un poco el trasero aquí”.
Digo: “Ahora estoy frente al espiritualismo holandés, puedo conectar al ser humano con Dios y sus reencarnaciones, con todas sus vidas, conectarlo con los pueblos de la tierra, y ahora estoy impotente frente a Elise van Calcar, porque ellos han aceptado su vida y su palabra”.
Es que a uno le entran ganas de...
Pues, sí, señora, así es.
He vertido lágrimas aquí en esta casa.
Se lo conté hace poco.
Vino la sociedad, hay una señora en ese sociedad que también habló aquí de: Dios es amor.
Esta señora también es un médium y estaba aquí: “¿Se acuerda, Jozef?”.
Digo: “Sí, me acuerdo.
Pero esos espíritus de ustedes tampoco fueron más allá de su propia charla”.
¿Es verdad, señora?
La cosmología no la conocían, eso ya lo aceptará usted, ¿verdad que sí?
Hágame cien mil preguntas, ¿por qué no?, sobre el cosmos y millones de leyes; recibiré aquí la respuesta directamente.
Y eso lo vi.
Pero usted lo ha hecho bien, mire, ha hecho usted que esa gente despierte, les ha dado una escuela.
Y puede estar usted contenta por eso.
Eso usted también lo tiene.
Ha conservado la sencillez, es usted una criatura de Nuestro Señor.
Hace unos momentos hablábamos todavía de ello, otra persona tenía ganas de tener títulos y más títulos, (en inglés): “Me gustaría reencarnarme en una condesa”.
Pero Nuestro Señor no los tiene, no los tiene.
Señora, el espiritualismo se encuentra en punto muerto porque el espiritualista no acepta la reencarnación.
Ahora puedo luchar como un pato salvaje, recurro a mis fuerzas y estoy aquí en Holanda.
Los teósofos ni siquiera lo saben todavía, dicen: “Sí, de vez en cuando, no para todos”, así que ese Dios es injusto.
No para todos.
Todo insecto es padre y madre y se transforma en crisálida, y se hace mariposa y se reencarna.
Y ¿resulta que el ser humano, la criatura más elevada para la creación, no?
Bueno, pues allí estamos.
Si la teosofía..., si los rosacruces y los espiritualistas vinieran a verme, háganme entonces preguntas durante diez años, pónganme por fin a prueba si de verdad quieren saber ustedes, pónganme a prueba con miles de posibilidades.
Aquí entre el público hay eruditos; que vengan el ingeniero, el doctor, el metafísico, el teólogo, el experto en la Biblia, todos los psicólogos, y pónganme aquí a prueba y denme entonces finalmente el “sí” o el “no”, porque así lo resolveremos; esto es morir matando, esto.
Sí, quieren ver a las sillas bailando y que haya golpeteos, pero allí, con ese golpeteo nos golpetean hacia lo inconsciente, al manicomio, a Rosenburg (un centro psiquiátrico en La Haya), porque esos golpecitos... no nos sirven de nada, queremos la palabra, la palabra pura, consciente, queremos cambiar ahora, queremos despertar, queremos evolución.
¿Cierto o no?
Y entonces estás allí otra vez, ante Elise van Calcar, que ya falleció hace veinte años, seguimos atragantados con Elise van Calcar.
¿Y que ahora ella allí es espiritualmente consciente, en la primera esfera?
¡Ya le gustaría!
Le pregunté: “¿Es usted feliz?
¿Tiene lágrimas?
¿Lágrimas? ¿Aquí en las esferas? ¿Todavía?
¿Llorar de pobreza?”.
Digo: “Señora, llore por su propia locura soberbia, por los faroles que usted conoció, que usted dio a la humanidad.
Pero usted no lo sabía”.
Eran faroles.
Era locura soberbia.
Solo digan algo, señora y señor, cuando lo sepan.
Entonces puedes decir: “Eso no existe”.
Yo he visto mis cosas, he visto reencarnaciones.
Cuando llevaba nueve meses en la cuna y la puse yo mismo en movimiento —eso sucedió, pueden leerlo en ‘Jeus de madre Crisje’, parte 1— de pronto tenía siete años.
¿De dónde sacaba yo eso?
Eso tenía que volver de otra vida, ¿no? No era yo, ¿no?
Nueve meses, estaba en la cuna, junto a la cuna tengo siete años, miro a Crisje, pienso: ‘Ya los asustaré un poco’.
Doy una patada.
“¿Qué es eso?”, dice Crisje.
Otra vez.
Miro a los ojos del maestro Alcar, digo: “¿Puedo?”.
“Mmm”, dijo Crisje, “mi Jeus está embrujado”.
Digo: “Sí, ya te gustaría, luego ya te lo contaré, lo que importa es que pueda hablar”.
Pero todavía no sabía hablar, maestro.
¿Tampoco reencarnarse?
Mire, señor, eso son pruebas.
¿Con qué me vine a La Haya?
Con conciencia universal.
Señora, todo eso vive en aquel molino allí cerca de (la comarca de) Montferland.
Vayan allí, señoras y señores, disfruten y vayan por el camino Zwartekolkseweg y el de Montferland, pasen por nuestra Plantage.
Pero mis hermanos también anduvieron por allí y no tienen nada.
“Johan, ¿lo sabes tú?”.
“No, no lo sé”.
“¿Sabes tú, Johan, cómo nacen los niños?”.
“Acláratelo tú mismo”.
La semana pasada les dije: ahora viene a verme.
Digo: “¿Por qué no has visto nada allí en el camino Zwartekolkseweg, Johan?
A mí me ha hecho escribir libros, pinto, hablo a la gente.
He conseguido un buen trabajo”.
Digo: “No me cambiaría contigo en Correos”.
Y entonces Johan no decía nada.
Y es que tampoco puede decir nada.
Señora, esto es una desgracia.
Por eso el mundo está detenido.
Los espiritistas leen ‘Las máscaras y los seres humanos’.
Hace poco alguien dijo en Ámsterdam, dice: “Felix Ortt está escribiendo otra vez sobre Jozef.
Tiene una fijación con él”.
Entonces mi mujer dijo, igual que otro, dice: “Bah, qué más da, no sabe nada”.
Dice: “Ahora habla del príncipe del espacio y de la reencarnación”.
Dice: “Pero esos espiritistas todos rechazan sus revistitas, porque quieren quitarse de encima su rollo”.
Y ahora dice: “La culpa la tiene Jozef Rulof”.
Dice: “Allí ya lleva manifestándose dieciséis veces un marinero, falleció hace dieciséis años, y sigue borracho”.
Y esa gente por fin ha leído esos libros, ‘Dones espirituales’, señora, y allí pone, el maestro Zelanus dice: Si usted, su marido, es usted hombre, ¿verdad?, es usted mujer, y se ha emborrachado por una vez que da gusto, ha tenido por una vez una fiesta de lo más agradable, y durante esa fiesta —se sentía un poco amodorrada— se murió usted, sufrió un paro cardíaco y se acabó.
Entonces dice él: “Pero ¿quién estaba borracho?”.
El cuerpo.
Pero ese marinero, señor, está regresando ya desde hace dieciséis años, una y otra vez, y entonces viene ese médium; y ya van viendo por el rostro que se pone borracha y entonces: “Raca”.
Y ella empieza, encima tiene que vomitar, porque de lo contrario no se lo creen, entonces no es auténtico, ¿entienden?
Vomitar de verdad y luego unas gotitas de ginebra a la boca, así es más auténtico todavía y entonces a hacerse la borracha.
Y allí están, pues: “¿Qué?”.
Y no hacen otra cosa que hablarle a ese marinero, porque a este no le da la real gana empezar su vida, a comenzar una nueva vida, porque no quiere deshacerse de esa borrachera, señor, detrás del ataúd.
Y entonces dicen esos espiritistas: “Pero ahora he leído un libro de Jozef Rulof y este dice, el maestro dice: ‘El cuerpo está borracho, no el espíritu’, aquí hay algo que no cuadra”.
Y entonces empezaron a pensar y le dijeron a Felix Ortt: “Tú también hablas por hablar, porque tú tampoco lo sabes”.
Y después se pelearon y ahora él se mete conmigo.
Pero, señor, “’Dones espirituales’”, dice el maestro Zelanus, “lléveselo, mejor, léalo y tendrá una espada espiritual entre las manos”.
Y aun así, esos espiritistas —esos espiritistas locos, señor, ¿verdad?, todos están locos— empiezan ahora a pensar.
Y si ahora saben lo que dicen esos libros...
“A mí se me ha educado de forma espiritualista”.
Y entonces dicen: “Lo destruye todo”.
Sí, la basura en ese sagrado espiritualismo.
Ya no hay borrachos en el otro lado, el cuerpo está borracho pero el alma, no.
Sí que tenemos psicópatas espirituales en el otro lado, pero no la borrachera, señoras y señores, porque eso es imposible.
¿Tengo razón, señor?
Y esos espiritistas lo aceptan.
Señora, ¿no será entonces que estoy ahora otra vez gritando y gritando y gritando?
Y podríamos haber construido un templo para Cristo, una universidad, entre todos, entre cincuenta mil, sesenta mil personas.
Tendría que haberme encargado de tener todos los días ciento cincuenta mil libros para los maestros.
Y ¿ahora? Y ¿ahora? Y ¿ahora? Todo este contacto universal, hermoso, poderoso, espiritual, está mancillado por la espiritualista Elise van Calcar.
¿No es una lástima?
¿Es que la ataco?
No, señor, no, señora, en el otro lado lo que querrán ustedes es la verdad.
Yo la he visto, digo: “Maestro Alcar”, durante años he tenido que oír eso, “¿dónde vive ella?
¿Ya vive en el otro lado?”.
Dice: “Sí, la conocemos”.
En el otro lado se conoce a cualquiera que diga tan solo una palabra para Cristo.
Y entonces fui a ver a esa viejita.
Seguía siendo vieja.
Una hermosa persona.
Una hermosa personalidad.
Y, señor, se mantenía vieja.
Digo: “Maestro Alcar, ¿qué pasa con esa vejez aquí?”.
Dijo: “Porque está atada a lo que no es verdad.
Eso el ser humano lo transmite.
Ahora no puede evolucionar.
Seguirá siendo vieja, seguirá siendo terrenal”.
Esos malditos pensamientos a los que ella dio espacio aquí en la tierra, en nuestra sociedad espiritualista, espiritual, la mantienen pegada a la tierra, no puede elevarse por encima de su interior.
Esa mentira que ha dado al ser humano la mantiene presa fuera de la primera esfera, señora, porque con semejante desgracia y tal mejunje no es posible acceder a la primera esfera, que es realidad.
¿Y dónde vive Elise van Alcar ahora?
¿Y dónde viven el rey de Inglaterra y todos esos emperadores y reyes que realmente fueron buenos y que tenían amor?
Y se pusieron a matar, hicieron asesinar a la gente y firmaron penas de muerte; y ¿dónde viven ahora?
¿En la primera esfera?
Tienen que volver a la tierra para hacerse madres con el fin de dar a esas vidas nuevos cuerpos.
Y ahora Elise van Calcar, digo: “Hay que ver lo bien que está usted en la niebla, ¿no?”.
Digo: “¿De verdad pensaba usted, señora, que iba a tener respeto por sus chirridos y crujidos y desintegración, y que iba a tener compasión con usted por no estar en la primera esfera, donde podría haber estado?
¿Pensaba usted de verdad que iba a vender a mi madre y que le daría la razón si no la tiene? ¿Que si mi hijo se equivocara mejor le daba una bofetada a otro niño porque es mi propio amor?
No, señora, eso en el otro lado ya no es posible.
Elise van Calcar tiene que aceptar su propia pobreza, igual que el autor de unas novelitas escabrosas.
Se siguen leyendo.
Vi a alguien llorando y gimiendo.
Dice: “Mi alma languidece llorando y no avanzo y es lo que quiero, quiero servir a Cristo, pero esos malditos libros míos están en la tierra, la joven generación, las chicas y los chicos leen mis lecturas llenas de pasión y no logro quitármelas de encima, una y otra vez me arrastran hacia esa porquería asquerosa, sucia, guarra, que les di.
Sigo muerto, muerto en vida”.
¿No es eso auténtico, señor?
Pregunté a esa gente por qué lo habían hecho.
Dice: “Bueno, es que no se me ocurrió otra cosa.
Pensaba estar haciendo algo.
Pensaba que lo mejor sería darle algo al ser humano”.
“No, señor”, dice, “es mucho más vil: quería comer y beber, era demasiado vago para hacer otra cosa y por eso me puse a escribir, tenía talento y escribí unos líos escabrosas, pasionales”.
(En alemán): ¿Tenemos un minuto más, señora?
Señor y señora, se acabó.
(Al técnico de sonido):

Señor, necesitamos luz, tenemos ganas de tomar un té.
Ya está, señor, el tiempo se ha acabado.
Hasta luego.
DESCANSO
Señoras y señores, aquí tengo: “La abajo firmante formaba parte de un círculo de mujeres, con él que, por él que...”, ya, ya estamos otra vez, ay, claro, toma un poco de tiempo, pero ya lo conseguiremos, confíen.
“La abajo firmante formaba parte de un círculo de mujeres en el que se conversaba sobre las leyes que usted intenta explicarnos.
También llegamos al ámbito de la inseminación artificial”.
¿De quién es esto?
“Se trataba de este hecho: si es una ley que una mujer no puede dar a luz a un niño, tampoco puede tener lugar mediante la inseminación artificial, ¿no?”.
Usted también ya habrá oído el drama, porque la ciencia nos convierte en un trozo de acero frío.
El amor humano luego ya no significará nada, solo para estos tiempos, porque ayer lo constaté, eso aquí lo hemos tratado.
Las preguntas y respuestas del edificio Ken U zelven (Conócete a ti mismo), y allí el ser humano se llega a conocer a sí mismo.
Señora, le pueden inyectar y entonces tendrá un niño.
Y ahora me pregunta: “Llegamos al ámbito de la inseminación artificial.
Se trata de este hecho: si es una ley que una mujer no puede dar a luz a un niño, tampoco puede...”.
Claro que no.
Si no es susceptible de serlo, sus ovarios, y la posibilidad de su vida materna interior se encuentra trastornada, no es posible que sea fecundada; tampoco por un médico, porque sigue siendo exactamente lo mismo.
(Señora en la sala):

—Pero se trata de otra cosa.
—No, ¿por qué?
(Señora en la sala):

—No, lo demás que consta en la pregunta.
—Pero esta es la primera pregunta.
(Señora en la sala):

—Sí.
“Pero si alguna anomalía en la mujer pudiera ser la causa de la infertilidad entonces también será así en el caso de la inseminación artificial”, eso ya se lo digo, es imposible, “naturalmente, de su propio marido.
Esto ya se ha demostrado”.
Pero ¿es que el hombre sí que la fecundó?
(Señora en la sala):

—No, ya está demostrado que la mujer no se quedaba embarazada por la vía convencional y sí mediante la inseminación artificial.
—Entonces es que el hombre era de ninguna manera capaz de fecundarla, de lo contrario es imposible.
(Señora en la sala):

—Fue por su propio marido, fue él quien la fecundó.

(Inaudible).

—¿Después?
(Señora en la sala):

—Por inseminación artificial.
—¿De su propio marido?
(Señora en la sala):

—De su propio marido.
—¿Y no era posible así?
(Señora en la sala):

—Así no.
—Es posible, porque entonces hay...
(Señora en la sala):

—... en la mujer.
—Entonces hay un trastorno material, y entonces el médico ayuda a transportar la célula del creador, el esperma, directamente a la célula materna, de lo contrario se queda atascada por algún sitio.
Nada más, ese es el único trastorno.
Es posible.
Eso también ya está demostrado, por cierto.
(Señora en la sala):

—Sí.
—Es posible.
Por tanto, lo que hay entonces es...
Por un trastorno material puede usted llegar a tener la ciencia como una ayuda, es muy sencillo.
Pero cuando el hombre no tiene esa célula...
(Señora en la sala):

—No, entonces no.
—Es imposible.
(Señora en la sala):

—Es imposible.
—Eso también lo sabemos ahora.
(Jozef continúa leyendo):

“Esto centró mi intenso debate, porque...”.
Pues, tuvo usted allí una buena conversación, señora.
(Señora en la sala):

—Sí, en efecto.
—... “porque dos de las mujeres estaban en desacuerdo”.
(Señora en la sala):

—No ha leído usted lo anterior, lo que había antes.
(Jozef continúa leyendo):

—“Pero si alguna anomalía en la mujer pudiera ser la causa de la infertilidad entonces también será así en el caso de la inseminación artificial”, pero eso ya lo hemos tratado ahora, “naturalmente, de su propio marido”.
También puede recibir otra inseminación.
“Eso ya está demostrado.
¿Es que ella misma ha creado una ley?”.
Ella no tiene que crear leyes y tampoco es capaz de hacerlo.
“Esto fue tema de debate”.
(Señora en la sala):

—De eso se trata, de este punto.
—Ella puede, usted puede, si usted...
Si usted es susceptible, el médico dice: “Está usted bien”.
Los órganos están todos bien.
Su marido no puede hacerlo y aquello no penetra hasta la célula materna.
Eso solo es por un trastorno en el órgano, en el conducto que va a ese Templo de la Madre.
Resulta que ahora no es posible por su propia fuerza y el médico la va a ayudar, es posible.
Y es muy sencillo.
Y ¿sobre eso han hablado ustedes?
(Señora en la sala):

—De eso se trata, precisamente, de este punto cardinal: si es posible crear algo por una ley propia, porque de eso no estoy...
—Usted no puede hacer nada, solo puede ayudar usted a la creación, nada más.
(Señora en la sala):

—Exacto.
—Y ya es mucho.
Así que tan loco no está el médico cuando hace eso.
(Señora en la sala):

—Sí, exacto.
—Si yo a él le doy mi esperma y lo recibe usted y no la puedo alcanzar de esta manera, y ese esperma mío, por ese largo camino... tiene que...
Porque eso toma un buen tiempo, es un camino muy largo para esa minúscula célula entre millones.
No es posible verlo con el ojo, señores, es igual que una culebrilla, y entonces es como un renacuajo, como decimos nosotros en el campo, ya saben, un pececillo de esos muy cabezón, y es muy pequeño; y esa colita, señora, eso es el universo.
Y va nadando hacia la madre y entonces ya no puede seguir haciéndolo por el camino, porque se eleva una isla de esas, por ejemplo, y detrás se aferra a la matriz, en el conducto del óvulo, y entonces surge una pequeña colina de esas, por ejemplo, y el animalillo no puede salvarlo y se queda atascado —menuda gracia— y la madre se queda sin niño.
Y entonces ese médico dice, lo veo, señora: “Él está bien, así que vamos a ayudarla”.
Muy sencillo: penetra, pasa por encima de la colina y quizá algún otro trastorno, puede que haya algún hoyito y el animalillo se cae dentro —es un animalillo, un animalillo humano— y entonces tal vez se ahogue por el camino, o permanece demasiado tiempo, se queda sin fuerzas, ya no tiene impulso, el torbellino ha desaparecido y allí se queda y entonces no ocurre nada.
Sí.
¿Y no le dieron la razón a usted?
(Señora en la sala):

—No, efectivamente.
—Pero es una hermosa conversación, entre mujeres es una hermosa conversación.
También pueden mantenerla con los caballeros, así aprenden algo, por lo menos.
Son los problemas más omnipoderosos que el propio ser humano puede analizar, porque son ustedes mismas.
No es necesario, de verdad que no, tratarlo de una manera impúdica, porque son las divinas leyes fundamentales, de eso ya están hablando en la radio.
Pero esto es lo primero, lo primero de todo, que tiene que saber un ser humano.
Pero tiene usted razón, señora.
No puede crear, sin embargo, una nueva ley.
(Señora en la sala):

—No, aquello continúa un poco más, allí es precisamente donde lo pregunto.
(Jozef continúa leyendo):

—“Este punto centró un intenso debate.
Porque había dos mujeres que no estaban de acuerdo conmigo.
Los seres humanos de todas formas no podemos intervenir en una ley divina, ¿no?”.
Sí, sí que puede hacerlo usted.
El descenso del alma en el cuerpo de la madre, eso no lo puede hacer.
Pero sí que es posible quebrantar esa ley.
“Pero en eso no tenemos nada que decir, ¿no?”.
Pero si la madre dice: “No quiero tener un hijo”, y espanta el fruto y lo mata, es cuando una quebranta el contacto con el espacio, con Dios, con la evolución, con el renacer, con la paternidad y la maternidad, con todo.
(Señora en la sala):

—No, pero la discusión no fue sobre eso.
—De eso no se trata.
Así que eso es matar a conciencia, es un asesinato, es el verdadero asesinato del alma.
No, eso no puede hacerlo, no puede cambiar nada de eso.
Si no interviene, al menos.
(Jozef continúa leyendo):

“Nos gustaría tener una respuesta sobre esto”.
¿Tiene alguna pregunta más al respecto, señora?
(Señora en la sala):

—No, me ha quedado claro del todo, muchas gracias.
—Gracias, aquí me tiene.
¿Quién de ustedes?
¿Nadie más?
Cuánto sabe la gente.
Y aquí tengo: “No está bien...”, eso también lo hemos tratado ya de cabo a rabo, “que comamos carne, pescado y aves, porque también es la creación de Dios, ¿no?
Para eso hay que matar, ¿no va eso en contra de las leyes?”.
¿De quién es?
Me gustaría conocer el nombre.
Señora, estimada mía, eso lo hemos tratado aquí una noche y entonces estuvimos hablando de papas (patatas) y sobre su reencarnación —¿se acuerda?—, sobre esas malditas papas.
Y estuvimos hablando sobre comer pescado y carne.
¿No está mal, señora, que tenga que sacrificar una vaca y un caballo y otro tipo de animal?
Me han venido a ver vegetarianos y entonces la gente decía: “¿Usted también se dedica a ser vegetariano?”.
Digo: “Señora, ¿para qué viene? ¿Para mí o para usted?”.
Entonces dijo: “Está mal, ¿no?
¿Quiere ayudarme?”.
Digo: “No tiene usted muy buena pinta.
Está nerviosa, flaca, pálida”.
“Sí”, dice, “no me siento bien”.
Digo: “Es posible, señora, está usted completamente desnutrida”.
Vegetarianismo.
No lo acepten.
Entonces vino mi maestro y dijo: “Si come usted un solomillo con papas (patatas) con buena grasa, yo la ayudaré”.
“Ja, ja”, ella se rió de mí en plena cara.
Digo: “Vaya a ver a su médico”.
Ella que se va al médico y este dice exactamente lo mismo.
Vuelve a verme, digo: “No, señora, no la voy a ayudar.
La clave está en el solomillo”.
El vegetarianismo, señora, es bueno para el ser humano que pueda prescindir de ello si el cuerpo vive en ese estadio, porque en los organismos tenemos diferentes grados.
O sea: el preanimal, el animal, el basto material, el material.
Y en la raza blanca (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es) ya tenemos el núcleo de la túnica espiritual y eso es el vegetariano, el vegetariano natural, nacido así.
Y esa gente ya no quiere comer eso y tampoco ya les hace falta, ya de niños tienen miedo a la carne y a toda esa grasa, y les da asco.
Pero no le digas al ser humano: “Deja de hacerlo”.
Ni: “Eso está mal”, señora, porque el pez, señora, nació a partir de nuestro organismo.
Señora, el delicioso rodaballo —¿de dónde viene?—, un lucio, los peces de agua dulce, o cualquier pez, toda la vida que puebla las aguas ha surgido a partir del ser humano.
Y así también el animal terrestre.
Pero hoy en día ya no comemos monos.
Y por mucho que se ponga a hablar, la dejaré en jaque mate ante cada cosa, ante cada pregunta, la dejaré en jaque mate, espiritual y cósmicamente.
Solo admito ante usted: quien pueda y quiera ser vegetariano: hágalo, porque el cuerpo ya no desea lo otro.
Pero ¿para qué nació la vaca?
¿Así? ¿Sin más?
Esa leche que necesitamos, ya no hace falta que se coma la carne, pero esa leche...
Aunque también hay cuerpos...
La vaca y cualquier animal, el animal que viene al hombre, la gallina, el huevo, todas las especies de animales alados que el ser humano come recibieron de este un organismo evolutivo y las grandes alas, pero nació de la médula, de los riñones, del sistema nervioso, de la sangre —no del cerebro—, de las mucosas y de los sistemas endocrinos; y para las aguas, señor, de nuestro bilis, la ballena, el pulpo y todas esas especies.
Eso yo lo he visto.
He hecho viajes, un millar, para llegar a conocer las aguas, como entidad.
Y ¿por qué la proteína de un rodaballito, de una solla, etcétera, que puede comprar usted así, sin más, en la tienda...?
Un lucio y una anguila, y todas esas cosas más, han surgido del ser humano, y si no las comemos, señora, entonces tarde o temprano aparecerán de buenas a primeras en la playa y dirán: “Por favor, cómeme, porque queremos evolucionar”.
Qué me dice a esto.
Eso no lo puede rebatir, ¿verdad?
No.
Y si lo quisiera usted...
Hemos tenido a la gente aquí, he hablado una hora de ello y al final, al final de la noche, resultó de todas formas —usted estuvo allí, señor— que yo tenía razón, ¿no es así señor?
Porque les demuestro de dónde han venido, de dónde surgieron esas especies animales, porque podemos ver nuestras propias proteínas en el animal.
Porque es en las aguas donde hemos nacido, y de las aguas nos fuimos; fuimos adquiriendo conciencia terrestre.
Pero la madre agua —eso es maternidad— generó vida propia por medio de nosotros, porque para eso dejamos allí los núcleos.
Eso lo he visto.
Es allí a donde me llevaron los maestros, porque yo me negaba a comer, ya no podía hacerlo, venía de los cielos, ese viaje lo hemos hecho, y entonces el maestro dijo: “Ahora vamos a empezar, la comida está lista”.
Digo, “Vaya, vaya, por Dios, no me hagas comer, no quiero ni ver la comida”.
Bueno.
Pienso: ‘Con solo pensar en comida ya vomito’.
Había estado en los cielos, venía de la cuarta esfera, de la quinta y de la séptima, y entonces tuve que volver a la tierra y me pusieron una albóndiga delante de las narices.
“Vamos, híncale el diente”.
Digo: “Ay, Dios”, y entonces el maestro Alcar me tuvo que hacer entrar en trance y tuvo que comer, porque mi cuerpo lo necesitaba.
Dice: “Tu cuerpo no ha alcanzado el grado vegetariano.
Porque si lo hubieras alcanzado, ya te habrías desmoronado hace mucho por estas leyes del espacio”.
Dice: “Tú naciste donde Crisje y ese cuerpo todavía necesita alimento animal”.
¿De qué grado viene usted, señora?
No se ría de quien coma carne, y que come esto y aquello, y si usted es vegetariana, estese contenta y feliz, pero no se lo aconseje a los demás, porque privará al ser humano de precisamente esa comida; por su consejo, señora, conducirá al ser humano directamente al “ataúd”.
Y entonces el ser humano se queda mirando: “Vaya, vaya, que mal sabe esto, fuera”.
Digo: “¿Ah, sí, señora?”.
Esta señora que vino a verme, y centenares, señora, en los años treinta y cuarenta, ya no las pude ayudar porque estaban desnutridas y tenían...
“Sí”, dice la otra, “hay aceites de sobra, y sobra esto y aquello”.
Señora, eso debía de ser sangre animal y alimento, eso está demostrado en la sociedad.
Se lo pueden contar los eruditos; no son sinsentidos, es la verdad.
Lo necesita usted porque su cuerpo aún posee un grado animal.
Y eso usted misma no lo sabe.
Aunque sea usted de la raza blanca (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es), vivimos en grados animales.
Hay cuerpos que irremediablemente necesitan esa carne, porque para eso ha nacido.
Y ¿no la necesitábamos nosotros? ¿Cree usted que Dios entonces no lo habría hecho aparecer para eso?
Es una lástima que esa vaca, que siempre da una leche tan soberbia, hermosa, poderosa, encima tenga que dar ese solomillo.
Mal.
Nuestra gallina, ese animal pone durante toda su vida el precioso huevito, poderoso, un huevo freído, un huevo frito, ¿cómo es que lo dicen por allá?
Y eso sabe a gloria, duro o en escabeche, ¿cómo le apetece comérselo?
Y cuando haya dejado de poner y emita un cloqueo lastimoso, entonces le torcemos el cuello y termina en la olla.
Y entonces comemos sopa de pollo.
¿Usted come todavía sopa de pollo, señora?
(Señora en la sala):

—Sí.
—Ya estamos otra vez, ¿lo ve?
El domingo el maestro Zelanus dice: “La gallina pigmea dice: mmm.
Lo sabe, esta ya no pone, tengo que contárselo a Hendrik...”, y entonces sigue la historia.
Claro, usted pensará: eso no va a ninguna parte.
Y al final de...
Me mondé de la risa cuando escribió eso, ¿verdad que sí?
Y al final del capítulo dice: “Y el domingo comemos sopa de pollo”.
Crisje dice: “¿Y qué voy a hacer ahora?
Ah, sí, esa blanca ya no pone, tengo que decírselo a Hendrik”.
Y entonces sigue otra historia maravillosa.
Y al final del cuento dice: “Y el domingo comemos sopa de pollo”.
¿Usted qué tenía?
(Señora en la sala):

—Quería preguntar: ¿por qué no nació un animal a partir del cerebro humano?
—Señora, ¿quién dice: “Eso no es posible”?
¿Usted?
Pero entonces es que tiene que demostrarlo si lo dice.
Dice usted: “Eso no es posible”, pero, a ver, demuéstrelo.
Puede usted decir: “Eso es imposible”, bueno, demuéstrelo.
Si digo: “No puede ser”, tengo que demostrarlo.
Eso me lo enseñó el maestro.
Dice: “Si dice usted: ‘Eso es imposible’, tendrá que demostrarlo ante Dios; en el otro lado estará detenido”.
¿Por qué no es posible?
(Señora en la sala):

—Porque es la capacidad de pensar.
—Está cerca.
Siga un poco más.
(La señora en la sala dice algo inaudible).
Lo ha intuido muy bien, señora, un diez.
Pero ¿por qué?
Adelante, siga un poco más.
Mire, todo el mundo tiene intuición.
(A alguien en la sala):

—Dígame, señora.
(Señora en la sala):

—Porque es el freno de los sentimientos.
(Otra señora en la sala):

—El alma.
—Sí, mire, qué cosas, pero no es eso.
(Señora en la sala):

—No tiene que ver con sentimientos ni con la capacidad de pensar.
—No, es un pequeño órgano, un medio, pero no es un órgano que dé trabajo.
El cerebro no segrega sustancias para alimentar al cuerpo.
Y esas sustancias como órganos han creado otra vida; el cerebro está muerto.
El cerebro ya pertenece a la creación posterior.
¿No es poderoso?
Cada cosa, señor, que sea susceptible de dar a luz y de crear...
Pero eso el cerebro no lo tiene, el cerebro es una materia muerta que solo capta sentimientos y los retransmite, de lo contrario nuestros pensamientos nos harían estallar, pero no es materia que infunda alma.
El cerebro no es más que el colchón sobre el que dormimos.
¿No es poderoso, señor?
A ver, ahora cuénteselo a su catedrático.
Bien, bien.
(Señor en la sala):

—Ya murió.
—¿Ya murió?
Bueno, pues entonces ya lo aprenderá allá.
Pero, señora, entienda, el cerebro...
De lo que estamos hablando, sin embargo, es del vegetarianismo.
De los riñoncitos, de las glándulas, precisamente de la bilis y del hígado, esas sustancias que le dan todo a ese bonito estómago para digerir la comida, la circulación sanguínea, las mucosas y todo, señora, han creado nuevas vidas, y sobre todo la médula dorsal.
El rodaballo sintoniza por completo con la médula dorsal, y con la leche de la vaca, y también con el huevito de su gallina.
(Señora en la sala):

—Y el mejillón.
—¿Cómo?
Y el mejillón.
Porque cada órgano, señora, se dilata y fue evolucionando y creó siete nuevos organismos a partir de esa única celulita.
Y entonces llegamos a ver diferentes grados de los organismos.
Esa es la vaca.
Un caballo ya no.
Nuestros intestinos han creado vida y entonces llegamos a las medusas en la playa y al pulpo y la serpiente en la tierra; una tortuga mortecina de esas produce, además, sopa rica.
Porque cada grado, a su vez, por animal que sea, señora, la serpiente también ha creado vida que para nosotros es susceptible de vivir en el grado más elevado y en el primero de todos, y entonces es la serpiente en las aguas y no se llama un pez serpiente, sino que se llama anguila.
Y ¿cómo se llama esa cosa larga?
Congrio.
Y resulta que la serpiente en las aguas de la tierra es peligrosa, pero salió de ellas a gatas y dejó algo allí que fue lo primero de ese primer grado, y continuó construyendo la vida.
Eso lo he visto.
Conozco una serpiente y un pulpo, que vengan los biólogos y los geólogos, entonces pueden recibir clases cósmicas.
Pero yo no he tenido estudios.
Pero ¿de qué estamos hablando esta noche?
¿De qué hemos venido hablando todos estos años, señor?
Sí, ay, si lo lee, lo que dice allí.
Señora, ¿se dedica todavía al vegetarianismo?
(Señora en la sala):

—No.
—Solo quería saberlo.
(Señora en la sala):

—Pensé: ‘Está mal matarlos’.
—Sí, así es el ser humano, ¿lo ve?
Pero cuando matamos...
Le digo, Cristo dijo a Sus apóstoles, los pescadores: “Lanzarán allí sus redes y entonces pescaremos”.
¿Por qué dejó que se masacraran allí cuatrocientos mil peces si Cristo posee un amor divino?
Y si Él lo sabía y lo hacía, ¿qué es lo que vamos a querer los seres humanos?
Y nosotros los seres humanos: “No me gusta el pescado.
Matar peces es animal, eso también es un asesinato”.
Y Cristo mataba allí todo.
¿Y pasamos por encima de Cristo con nuestros pensamientos y sentimientos?
Vamos, vamos.
Tómenlo a Él y así estarán seguros.
Y eso frito, señor, al mediodía o por la noche a las seis y media, sí, para eso dejo de lado las papas (patatas) de esa señora; esta noche no está.
Esta tarde un arenque ahumado frito y entonces digo: “Bien, ya no me dan mi hígado ni mis riñoncitos, pero mi hígado lo recupero”.
Digo: “Chico, ya has vivido bastante por ahora.
Te dejé dilatar, te di mi alma, mi espíritu, te di mi cerebro, pero ahora te tengo otra vez en la sartén”.
Menudo pájaro que soy, ¿no les parece?
¿Tienen más preguntas sobre esto, señoras y señores, porque yo ya no tengo nada.
Ya he dado bastante a las criaturas.
(A una señora en la sala):

—Sí, señora.
(Señora en la sala):

—Señor Rulof, en el fondo es igual de terrible matar un animal de esos para comérselo que matarlo para unas cuantas pruebas con medicamentos.
Quiero decir, en resumidas cuentas, naturalmente, no para torturar un animal, hay tantas maneras de hacerlo sin dolor, sin hacer cosas ruines.
Con lo que nosotros solamente ante...
—Sí, mire, cuanto más baja sea la conciencia para el erudito, un piojo y una pulga, y una rata que se está comiendo por allí sus habitaciones y todo...
Pues, deles a las ratas la posibilidad, señora, y ya no tenemos más carreteras ni casas, entonces la que mande será la rata, ¿eso también está bien?
Y eso de verdad que son alimañas, porque las ratas forman parte de las alimañas.
Pero no es necesario que a las alimañas como rata las...
Ya ni siquiera una marmota, señora...
¿Por qué no?
A una marmotita también se le fustiga y tortura.
Y de una rata dicen: bueno.
Pero esas bonitas marmotas...
¿De dónde viene esa marmota? ¿De dónde viene?
Y ya tiene una creación existente.
Y la rata es creación posterior, un ratón también.
Pero no por eso es necesario extraerle a ese animal el cerebro y la luz de los ojos con una cosa ardiente para ver si esos jugos vitales no sirven para que con el ser humano... su luz y su cabeza... (inaudible).
Pero cuando ve esa imagen de esa señora: allí han hecho una incisión en un conejo y sigue vivo.
Y después dejan a un mono con la barriga abierta para poder ver cómo late el corazón.
Qué verdugos tan asquerosos.
Y entonces tienen que ver latir ese corazón; sigue latiendo.
Si yo estuviera allí, le daría un tortazo con un trozo de hierro en la cabeza y le diría: “Pues, señor, solo estoy salvándolo, así ya no podrá hacer nada malo en esta vida.
Mejor le destrozo por ese lado”.
(Señor en la sala):

—Tic tic.
—Tic tic.
Uno para su cabeza y otro por detrás, señor.
Y entonces dijo Nuestro Señor: “Muy bien, Jeus”.
Cuando vi a Nuestro Señor, Él me dijo: “André, (en inglés): puedes hacer reír a Mi pueblo, a todas mis criaturas”.
Hablaba inglés Nuestro Señor.
Digo (en inglés): “Sí, Padre”.
Dice (en inglés): “Dile a mi pueblo, a mis criaturas en la tierra, que tengo Mi vida.
No me mataron a mí toda esa gente en Jerusalén, se mataron a sí mismos.
Tengo Mi vida, Mi propia vida.
Y Pedro y Juan el santo.
Pero Juan el santo y Pedro viven en la primera esfera, no en Roma”.
¿Cómo lo dijo Nuestro Señor?
Salud.
¿Tenía alguna cosa más, señor? ¿Puedo contarle algo más esta noche?
(En inglés): “Da en la tierra mi maravillosa sonrisa justa “, me dice Él.
Pero ya lo traduciré enseguida al francés.
Dijo: “Dale a mis criaturas mi maravillosa sonrisa justa, porque Yo de vez en cuando también me río”.
¿Nunca se lo imaginó, verdad, que Nuestro Señor exhibiera alguna vez una sonrisa, una risa?
Yo he visto sonreír a Nuestro Señor —qué cosa tan santa, ¿verdad?— en el Omnigrado.
Entonces vino de esta manera.
Solo un momento, así, ¿ven?, así, esos ojitos.
Digo: “Puedo morirme por ti.
Pero no dejaré que me destrocen como lo hicieron contigo”.
¿Tenía alguna cosa más?
(Señora en la sala):

—Señor Rulof, este señor echó la semana pasada una pregunta para usted...
—¿... una pregunta en el buzón?
(Señor en la sala):

—Sí.
(Señora en la sala):

—La semana pasada tuvo usted una pregunta suya.
—Pues, adelante, señor, porque saqué todas, saqué tres y no vi la pregunta de usted.
(Señor en la sala):

—Mi mujer estaba ingresada en el hospital, en una cama junta a una señora; esta señora tuvo un sueño, en el que vio cómo pegaban y apaleaban horriblemente a Cristo; y lo vivió con tanta intensidad en el espíritu que a la mañana siguiente ella misma estaba llena de moratones...
—Espere un poco, ayúdeme a recordar que a usted... enseguida tengo que...
Pregúnteme algo enseguida, tengo una bonita historia para usted.
Siga.
(Señor en la sala):

—Y le dolía el cuerpo...
—Acaba de surgir.
(Señor en la sala):

—Tuvieron que trasladarla, pero ya no era capaz de ponerse en pie.
Entonces las enfermeras la levantaron de la cama y la colocaron sobre una camilla, y así la transportaron.
Los médicos se vieron ante un misterio.
—Sí.
Creo que ella..., al ponerse enferma, esa mujer...
Dijo ella: vio cómo pegaban a Cristo.
(Señora en la sala):

—Soñó que clavaban a Cristo en la cruz y que entonces lo pegaron horriblemente...

—Sí, para aquellos tiempos.

—... y cuando se despertó por la mañana estaba llena de moratones, molida a palos.
—Señora, es una imagen que debe haber vivido ella en Jerusalén, de lo contrario es imposible soñar esas cosas a fondo.
Sí es posible soñarlas a fondo...
¿Es muy católica ella?
(Señora en la sala):

—Sí, mucho.
—Entonces no me lo creo ni loco.
(Señora en la sala):

—Yo lo he visto.
—Qué duro verdad, ¿verdad, señora? Así, ala: “Entonces no me lo creo”.
(Señora en la sala):

—Sí, yo lo he visto, estaba yo al lado de ella.
—Sí, ya lo vio usted, señora, pero entonces es la iglesia católica quien se lo da a ella y así carece de realidad.
Pero cuando no se es católico...
Puede haber sido siglos atrás.
Pero entonces ha de ser con rapidez, porque la iglesia católica tampoco apareció hasta después de Jerusalén —dos mil años—, entonces uno aún no ha tenido esa vidorra.
Porque si vivió usted allí en Jerusalén y vio cómo golpearon a Cristo y cómo lo torturaron y si usted también estuvo allí entre la gente: “¡Hay que crucificarlo y pegarlo!”, o estuvo allí entre toda la gente y dice: “Ay, Dios, mío, es Él, es Él, y ahora van a asesinarlo y van a flagelarlo, a escupirle en pleno rostro”, y si vio usted cómo lo clavaron en la cruz, porque todo eso era posible verlo, entonces sí que estuvo usted allí, señora.
Pero si viene usted de la iglesia católica y ahora está atada a ella, entonces seguramente que es algo que te dio el señor cura durante la juventud.
(La señora dice algo inaudible).
¿Lo ve? Por eso le pregunto de inmediato: ¿es católica?
Un poco rápido, ¿no le parece?
Una noche les conté aquí algo, y usted me preguntó: “La hipnosis ¿es buena para la gente en la sala?”.
Entonces dije: es lo peor que puede hacer el ser humano.
El veneno más fuerte.
Es despertar algo en el ser humano que tiene que conservar, y es imposible hacer que eso cobre conciencia, digo: es mortalmente peligroso.
Unos no sienten nada y otros sí.
¿Lo leyó? En Inglaterra, una chica que se puso a gritar.
Y ahora es psicopática, está enferma, por el hipnotizador.
¿A que tenía yo razón, señor, hace poco?
Gracias.
De eso se trataba para mí.
Digo: ya estamos otra vez.
Pero si lo digo aquí...
¿Y la sociedad?
Pues no.
Cualquier hipnotizador te dirá: “A cerrar los ojos.
¿Me siente?
Apriete, apriete”.
Yo entonces también estaba en Karseboom (una sala en La Haya), digo: “Para ti los drudels con todo eso de ‘apretar’.
Conmigo no cuentes”.
Y media sala estaba allí con las manitas.
Digo: “Señora, deje las manitas sueltas; sueltas.
Mejor déjelas sueltas, señor: sueltas”.
Entonces dijo: “No toques mi trabajo”.
Digo: “Váyase, señor, lo que usted hace no es más que una desgracia”.
Y que me viene una señora al escenario, que tenía que ponerse a darse un baño allí.
Bien.
Que tenía que darse un baño.
“Qué delicia, está usted en la playa y vamos a meter los pies en el agua, qué gloria, y hace sol y usted ve a la gente.
¿Siente el agua?”.
“Ah”, dice, y entonces subió un poco la falda, que la gente le viera las rodillitas.
Pienso: ‘Eso hazlo a mi hermana o a mi familia y te saco del escenario a rastras.
Están mancillando allí a la mujer.
Y al ser humano, a un buen ser humano entrado en edad, a un erudito, a un buen ser humano lo convierten allí en el escenario mediante hipnosis en un engendro.
Y eso a la sociedad de aquí le parece bien.
A todos esos hipnotizadores habría que cascarlos.
Resulta que aparece ahora una niña en Inglaterra a la que él le dijo que llorara, pero de verdad... (inaudible), y que la criatura ya está gritando de tanto llorar, porque la hipnosis ha impactado en los sentimientos y ya no sale de allí, porque se ha adherido como una ventosa a una cosa, y ahora el hombre ya no es capaz de soltarla.
En Inglaterra ya lo van a prohibir.
Pero el hipnotizador no sabe lo que despierta.
Se lo puedo explicar, porque conozco los sentimientos del ser humano, conozco los dones espirituales.
¿No se lo conté aquí una noche, señoras y señores?
Ahora estamos con el caso, he terminado por tener toda la razón.
Y así tenemos más cosas entre el cielo y la tierra, la vida y la muerte, señor, cuyas leyes el ser humano aún no conoce, y dice: “Bah”.
Después, detrás del ataúd, sacaré mi porra espiritual y tendré razón.
¿Me creen?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Gracias.
Sí, llevo hablándole a usted toda la noche, pero con corrección.

(Risas).
Y durante el descanso alguien dijo: “Ahora se ha ido el señor De Wit, allí en la esquina están los demás”.
Digo: “Ya volveré a encontrar otra persona”.
Necesitaré a alguien con quien tener contacto brevemente, ¿no? De lo contrario no hablaré aquí más que al vacío; ¿cómo dice, señor De Wit?
¿Me hará el favor de decirle eso a la señora De Wit, señora, señor?
¿Alguna cosa más, señora?
(Señor en la sala):

—Dijo que nos iba a contar una bonita historia.
—Señor, acabo de contársela.
Trataba de la hipnosis.
Ya se la he contado.
Señoras y señores, denme alguna cosa divertida, porque todavía nos queda un poco de tiempo.
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

Sí, señor.
(Señor en la sala):

—Hablaba usted hace un momento de la borrachera que no existe en el otro lado, pero en ‘Una mirada en el más allá’, allí, en esos infiernos, allí también beben, ¿no?

—Sí.

—¿Ellos no se emborrachan?
—No, es veneno espiritual.
Se mancillan.
No hace más que arder.
En los infiernos, ¡no se lo van a creer!
El maestro Zelanus alguna vez, algún martes por la noche, asustó a la gente en Ámsterdam.
Hubo alguien que dijo: “¿Qué es la pasión?”.
¿Perdón?
Pues, es imposible encontrar palabras para eso.
No puedo.
Es que yo no soy capaz.
Entonces levantó un pequeño velo, de qué era realmente la pasión.
Dice: “Los maestros escriben que ustedes son capaces de transgredir leyes, ¿verdad?”.
Y entonces hizo sentir un momento a la gente cómo se transgrede una ley.
Y la gente dijo: “Fue como si los diablos hubieran entrado a la sala”.
Y es que vienen.
“¿Todavía no tiene miedo, señor?”, dice.
Ojalá se fuera, qué asco, vi cómo fue se fue construyendo esa aura.
Dice: “Ahora los cielos están aquí”.
Dice: “Y eso no es más que una nimiedad”.
Señor, ¿qué es el fuego espiritual en el ser humano detrás del ataúd?
¿Qué es la pasión detrás del ataúd?
Aunque no se lo crea: en la tierra crepuscular no se le ataca; pero, ay de usted, señora, si tiene que ver con el odio, y señor.
Aquí siguen ustedes en la tierra, no se han desfogado viviendo, aunque se adentren mil veces en la sociedad y vivan el submundo, señoras y señores, no podrán vivir el cuerpo hasta agotarlo, porque es universalmente profundo, cósmicamente profundo.
Así que lo disfrutan a pequeños bocaditos.
Y entonces llegarán a otro lado, el espíritu llega allí y no tiene nada, aún lo tiene todo del espacio.
Y entonces se les acercarán hombres y mujeres y serán violados y violadas espiritualmente, tanto que dará gusto, señora, y eso no tendrá fin, señor.
Les privarán completamente de sus jugos vitales hasta que yazcan allí, succionados hasta quedar completamente vacíos, y entonces los dejan un rato tirados; de todas formas ya se volverán a recuperar porque su chispa divina los reconducirá a la normalidad, al pensamiento, y entonces volverán a crecer y a dilatarse, y después ellos volverán de nuevo, señor, y allí lo violarán espiritualmente.
(Señora en la sala):

—Señor Rulof, esto es, pues, en la tierra, porque ya es bastante grave que la gente...
—Imposible vivir eso aquí en la tierra, señora, aunque tuviera usted un harén como un señor, con cuarenta damas, y se desfogara usted tal como el ser humano no quiera hacerlo, señora, aun así no se desfogaría; porque todo esto es espiritual.
Desfogarse corporalmente, señor, si el ser humano sigue andando todavía...
Ya no le hará falta tener cerebro ni tener luz ni tener ojos ni tener tripas ni tener corazón ni circulación sanguínea, todo eso lo tiene que poder vivir hasta agotarlo.
Eso tiene que disolverse.
Esa sangre tiene que cambiar y tiene que convertirse en una pocilga, así de terrible es.
Eso puede hacerlo usted en el espíritu, pero no en la materia.
¿Es posible hacerlo aquí?
Es imposible, ¿no?
De eso se trata.
Y entonces llegará usted espiritualmente... como una personalidad espiritual tendrá sintonización con el odio, con la destrucción, con las patadas, con las palizas, con la desintegración asesina en todo.
Espiritualmente, el ser humano puede ponerse como una bestia, de lo lindo, y entonces uno ya entiende: allí uno llegará a ver a los que son de su misma especie, y son millones.
Señoras y señores, despierten y sean cariñosos, entonces no tendrán que ver con esas cosas allí.
A mí no me da la gana.
Los he visto allí, señoras y señores, tanto que anduve asqueado de esa gente durante meses.
Mi comida: tenía el hedor de las tinieblas.
Y allí el espíritu.
Digo: “Maestro Alcar, eso no lo aguanta ni un caballo, ¿no?
Huelo ese hedor de las tinieblas.
Los cielos, pues sí, ¿qué van a querer hacer los cielos si me has mostrado toda esa miseria del espacio?
“Tendrás que superarlo de todas formas, André”.
Ya no podía comer, ya no podía beber, ya no podía ver, ya no podía dormir, sentía compasión con todos los seres humanos.
Con tal de que un ser humano fuera duro yo ya me asustaba, pienso: ‘Ay, otro de esos que no se conoce y que no hace más que dar golpes y patadas’.
Y entonces creen...
“Vaya, claro, ¿será verdad eso? ¿Será verdad lo que dice ese tipo, eso de que ha estado allí?”.
Digo: “Señor, ¿es que no lo siente? ¿No fue Cristo quien dijo: ‘Ama todo lo que vive o te visitarán los diablos y los satanases’?”.
Pero a Cristo tampoco lo creen, porque eso es imposible.
Allí pone: no matarás.
Y resulta que tienen un Dios y rezan: y lo hago por Dios y fue Dios quien me puso en el trono.
Y firman penas de muerte que saltan chispas.
Y luego esto: ¿no matarás?
Se ríen de Cristo en plena cara, en plena...
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

¿Cómo dice, señor?
(Señor en la sala):

—Le pegan en plena cara.
—Se beben todos los días Su sangre.
Qué divertido, ¿no?
Bueno, todos ustedes verán los infiernos y las tinieblas.
Luego me dirán, o a ustedes mismos: “Ojalá que se hubiera servido del látigo”.
Pero, señor, al ser humano no le da la gana.
Lo vivo a diario.
Un ser humano que ha cometido un asesinato, que estuvo tan podrido durante veinte años, Dios mío, Dios mío...
“Te amo”, dice el Mesías, dicen los maestros, pero qué va, qué va.
Puedo besar a un hombre si deja de pegar, de golpear a muerte.
Y ahora una madre que dice por allí, ya estamos otra vez: “¿Qué ta pasa, por el amor de Dios?
Por mí, que te parta un rayo”, al padre de cinco hijos.
Entonce dice: “¿Cuánto tiempo tengo?”.
Y dice ella: “Por mí, seis semanas”.
Dios, mi amado Dios, mujer, ¿con qué puedo hacerte feliz? No para ese hombre ni para esos hijos, sino para ti mi, porque te fustigas.
Imagínate que ese pobre milagro —es un milagro— sale de inmediato, que está allá en la tierra de odio.
“Succionen hasta dejarla vacía, diablos, hasta que se entere, hasta que pare ya”.
¿Es eso lo que querías?
Porque así de duro se hace el ser humano.
Entonces dice: “Es severo”.
Hace un rato había alguien allí, digo: “¿Esas majaderías?”.
Alguien me mostró unos pequeños retratos, dibujos.
“Es lo más elevado de todo lo que me han dicho”, me dice mostrándomelos.
Digo: “Señora, anda ya, déjese de tonterías, eso lo hace un niño de ocho”.
Y eso dijeron los maestros.
¿Es mejor que me ponga a mentir? ¿He de decir: “Sí, qué bonito”?
Dice ella: “Es lo más elevado de todo lo que hay”.
Digo: “Señora, añada una cruz, así por lo menos es algo”.
Pero allí no había ninguna crucecita.
Y ahora me abandonan.
Bueno, pues, váyanse.
Si digo: el otro lado es espiritualmente consciente y Cristo se dio a sí mismo, no murió por los hombres, sino que lo asesinaron a Él
y si vuelves a pedir una pena de muerte, arrojas a Cristo a golpes del Gólgota...
Pero Él me dijo (en inglés): “A mí no me mataron, André; se mataron ellos mismos”.
Se mataron y asesinaron a ellos mismos, pero no a mí.
Digo: “Nuestro Señor”, cuando lo vi, en la cosmología, digo: “¿quieres aceptar que quiero dar mi sangre, mi cerebro, mi luz por ti?
Pero no a hienas humanas ni a ninguna conciencia ni ningún sentimiento de leones y tigres”.
Digo: “Y a la gente que viene a escucharme, Nuestro Señor, le enseñaré que ya pueden ponerse a dar golpes y patadas, pero no devolverán el golpe, ellos no; serán así de fuertes en su luz vital, porque es lo que generó el espacio”.
Y son ustedes (sois) fuertes, ¿sí o no?
“No dejes que te pisoteen”, y “no dejes que te golpeen”.
Deja que te torturen hasta el final; lo único que hará, señor, es torturarse a sí mismo.
Detrás del ataúd hay cien millones de personas al lado de usted y dirán: “Vamos, a colgarlos, ¿no?”.
No, señor, entonces ella dice: “Mejor me hubieras matado a golpes cuando dije: ‘Que te parta un rayo’”.
Yo también digo de vez en cuando: “Que te parta un rayo”, pero no lo digo en serio, suele ser una majadería.
Pensabas que el mundo y la humanidad...
“A veces hay que ser bruto y duro”, dicen.
Bueno, ¿para qué?
Pero ir un poco a la contra.
Así los seres humanos arrastrarán aún más pecados.
Pero eso ya tampoco lo hago.
Una vez, sí, una vez desde luego que me dio fuerte.
Digo: “Maestro Alcar, estuve con gente, no pude remediarlo, pero les di una bofetada en plena cara, porque han mancillado a Cristo, y a usted y los libros y todo”.
Dice: “No golpees, André, porque te sacarás a ti mismo a golpes de mi contacto”.
Digo: “Y no volveré a hacerlo nunca más”.
Digo: “Con que solo una persona toque los libros me echo encima”.
Digo: “Ya pueden asesinarlos, arrojarlos a la estufa, mancillarlos, cotillear sobre mí y someterme a sus habladurías, volver a destrozar a Nuestro Señor y volver los cielos locos de remate,
pero no les haré nada, luego me reiré en plena cara suya”.
Pero ya no volveré a pegar.
Ya me cuidaré mucho de no hacerlo.
No quiero odio, señora, no quiero bronca ni destrucción, no quiero gruñir ni bufar, y si me hace usted eso, quizá diga yo: “Los drudels”.
Bueno, claro, entonces usted tampoco quizá se aclare.
Pero el ser humano continúa, el ser humano golpea, el ser humano da patadas, y por mucho que uno grite o por mucho que uno lo diga y sepa todo, el ser humano no se lo cree.
Pero dentro de poco detrás del ataúd, ay, ay, ay, cómo me reiré, allí me sentaré encima de una montaña debajo del árbol vital del espacio y les arrojaré manzanas podridas.
Pero allí no habrá ni uno del que puedas extraer un juguito vital; y allí se asfixiarán de sed, mejor créanselo.
Mi propia madre y mi propio hermano y mi propia hermana...
No estoy en condiciones de agarrar una manzana y de tirarlas allí.
Digo: “Coman y beban”.
No, bueno, golpeenlo.
Señor, el ataúd está cerca.
Puede ocurrir esta noche.
¿Y estará entonces con un pie en la tumba?
No, señor, entonces estará con ambos pies detrás del ataúd.
En una vida espaciosa en la que odiaba, maldecía, gruñía, bufaba: “Maldita tipeja, maldito canalla, por mí que te parta un rayo”, en esa porquería estás metido.
Lo dejo, me niego.
¿Quiere usted que me ponga a odiar?
Vaya, vaya, señor, mejor asesíneme de una vez por todas, destróceme, vamos, arrójeme bajo el tranvía, ya me cuidaré de no odiarlo, de no decir nada de usted.
Sí, estoy loco.
Dejaré que..., dejaré que sus afrentas me expulsen de las esferas.
Porque Cristo nos dio el ejemplo del modo en que estuvo ante Caifás y Pilato.
Y Pilato dijo: “A flagelarlo”.
Y llegaron los verdugos y dijeron: “Raca”.
Y el pobre, el bueno de Nuestro Señor no dijo nada.
Y los Pedros y los Pablos que estaban sentados allí dijeron: “Ese sí que es nuestro Jefe, es nuestro Maestro, es Cristo, Él deja que lo golpeen, no devuelve el golpe”.
A ver, mueve un dedo, y habría echado a perder Su espacio divino, por el ser humano.
Sí, Él estaba loco.
No me sale de las narices, ya no lo voy a hacer más.
No digo: “No me da la gana”, señor, eso se lo puede decir a su familia en La Haya, aquí no soy ningún catedrático, ninguna institución intelectual, eso de todas formas lo tengo, pero no me da la gana odiarlo a usted, pegarlo, patearlo.
No, no, señor, ni que fuera a matar mi personalidad para complacerle a usted, para ir a atarme a su podredumbre, ni que fuera a pegarla y a calumniarla, señora; ni que fuera tonto.
Pues así es como pienso sobre mi propia vida y sobre la del ser humano.
Y si no quieren darse por enterados ni quieren aprenderlo, bueno, pues golpeen a diestro y siniestro: detrás del ataúd ya verán la porra que les toque.
(Señora en la sala):

—A uno lo declaran loco si no devuelve el golpe.
—Sin duda, pero entonces ya no queda nada de usted.
Esta sociedad devuelve las patadas y los golpes.
Yo ya no le doy la oportunidad de golpearme.
Solo les devuelvo el golpe de la sabiduría.
Una madre que ama tampoco le dice a su hijo: “Te voy a asesinar”.
En nuestra casa Crisje amaba al más difícil.
Decía: “Ese es exactamente como tú, también es hijo mío”.
Pero Gerhard era difícil.
No por eso la madre va a asesinarlo.
Ni devuelve el golpe.
Nos provocan para que golpeemos, señora, porque ahora las manos pican.
Y ya solamente...
Dan ganas de darle a un erudito de esos con un martillo en la testa por haber abierto en canal a un pequeño mono, fíjense en la carita del mono, atravesada de dolor.
“Toma, simio humano, feo, ¿así te parece bien?”.
Pero entonces encima cargas con un asesinato sobre la conciencia.
Porque uno no toca la vida, ni aunque...
Entonces ahora ya podrías meter entre rejas al mundo entero, porque la chusma se dedica a robar.
Te succionan el corazón hasta vaciarlo, señora, quieren tu alma y espíritu.
Eso también lo sabrá Johan de Wit.
Pero los “drudels”, señor Lieftinck.

(Risas).
Sí.
¿A que esta noche voy muy rápido?
Soy muy veloz, porque pienso a la velocidad del rayo, señor, es que da hasta miedo.
Jamás he bebido del agua de ustedes, esta noche lo hago de vez en cuando (del vaso encima del pupitre del orador).
¿Tiene usted algo más?
Entonces lo dejo.
(Señora en la sala):

—Señor Rulof, acaba de hablar usted sobre los sueños...

—Sí.

—... estoy teniendo unas pesadillas muy desagradables...

—Pesadillas.

—... ¿tendrá que ver eso algo con vidas anteriores?
—¿Con su amor anterior?
(Señora en la sala):

—Con la vida.
—Sí, su amor anterior, entonces desde luego que está viviendo usted a fondo la vida.
Sí, hay pesadillas sanas y las hay verdaderamente nocivas.
Es imponente y divertido vivir sueños, pero cuando se hace un cóctel de todo eso, es horrible.
Entonces no se duerme bien.
Es cuando lo persiguen a uno siempre sin que jamás lo atrapen, porque siempre estará a la carrera, ¿verdad?
Algo de verdad hay en eso.
Pero no tengo ningún asidero, señora, porque si usted anotara de verdad esa pesadilla, yo ya me encargaría de desmenuzarla, pero así no me puedo meter.
(Señora en la sala):

—Me persiguen un par de leones...
—Y, claro, nunca la atrapan, ¿verdad?
(Señora en la sala):

—No, quería huir, ¿entiende?
Pero tenía que bajar por unas escaleras, muy raro...

—¿Y ellos también?

—... unas escaleras en una tupida jungla.

—Bajar por unas escaleras en una tupida jungla, pues sí, aún peor, eso sí que es una pesadilla.

—Cuando por fin llegué a esas escaleras estas ya no estaban, me caí y me desperté.
—¿Y entonces se despertó?
(Señora en la sala):

—Entonces me desperté.
—¿Y los leones ya no estaban?
(Señora en la sala):

—Me levanté un momento y después me fui a dormir otra vez, pero todo empezó de nuevo, ahora eran arañas las que me molestaban, así de grandes...

—Unos bichacos, arañas de verdad con una crucecita en el dorso.
Las arañas de la cruz son peligrosas, ¿lo sabía?
Señora, son pesadillas de verdad, pero tienen un significado, solo que no tengo contacto, no puedo analizarlas, no puedo explicarlas porque usted a mí...
No sé lo que pasó antes.
Porque esos leones...
Esas personas alguna vez han venido a verme... esos leones, señora, esos caracteres leoninos los reconocemos en ciertas cosas, y entonces usted estaría en algún lugar —no lo dude— persiguiendo a alguien con un carácter leonino.
Y cuando llegó usted al pie de la escalera y se cayó, todo terminó de golpe.
Pero eso continúa.
Y el espíritu construye hasta la selva...
Oiga, señora, que eso es una selva, porque toda esta sociedad es una jungla.
Pero las pesadillas son repugnantes, eso es horrible.
Hace poco alguien me contó una historia.
Viene y me dice: “Siempre me pongo a gritar a las dos: entonces hay alguien persiguiéndome”.
Digo: “Pues tiende un trozo de cuerda por encima de la carretera y se partirá la crisma”.

(Risas).
Y dice: “Pero ¿cómo voy a poder hacer eso en el espíritu?”.
Digo: “Señora, así, a ciegas.
Aquí está la cuerda”.
Ahora en serio: es posible.
Nunca cuento tonterías o se me echa encima la sagrada seriedad, ¿lo sabían?
Una persona dice: “Siempre hay alguien persiguiéndome que quiere agarrarme.
Y así ya llevo quince años”.
Digo: “Señor, entonces ya lo dejaré caer un momento esta madrugada”.
Digo: “Lo ayudaré”.
Digo: “Váyase, tranquilo; váyase a dormir a las dos, antes no”.
Digo: “Y ese primer sueño profundo, así dormirá usted, la una y media, las dos y media, las tres...”.
Porque era un paciente mío.
Y los nervios del hombre estaban destrozándose, solo por no dormir.
Y una y otra vez, cada vez que se quedaba dormido, había dos tipos que lo perseguían ... (inaudible) ... y no querían más que agarrarlo, la cartera, el dinero y después a chantajearlo.
Digo: “Señor, ¿qué hizo usted en 1921, 1922? Veo ese invierno, noviembre, qué hizo entonces?”.
Y entonces él mismo fue la desgracia para ese chantaje.
Y eso lo perseguía, estaba metido en algo, él ofreció esa posibilidad y eso es lo que lo asustaba y lo que no lo dejaba en paz.
Digo: “Es usted mismo”.
Pero bien, hemos tendido un cordel espiritual por encima de la carretera.
Digo: “Esa carretera.
¿Cómo es la carretera?”.
“Así y así y así”.
“Bien, y ¿por dónde vienen entonces?”.
“De allí.
Están detrás de los árboles y entonces vienen y corren y tengo que escaparme”.
Digo: “Pues allí es donde se caerán”.
Y entonces lo que hicimos fue tender un cordel espiritual, con el maestro Alcar, y se cayeron, dieron una vuelta de campana, fueron a parar a una acequia, pensaban que se ahogaban, porque también era parte de eso, y cuanto más fuerte era el choque para esos seres, más profundo lo era también dentro de él y entonces pegó un grito, en ese lapso pudo esconderse y salieron del agua, siguieron corriendo, pero ya no lo pudieron encontrar.
A partir de ese instante se deshizo de sus pesadillas.
Le costó dos florines y medio ese tratamiento.
Y ya había perdido cinco mil florines con el psicólogo; pero ni así se había librado de ellas.
Conmigo costó dos florines y medio, señor.
Por ese cordelito espiritual.
(A alguien en la sala):

¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Mi marido también tiene pesadillas, pero esta semana casi me estranguló, aunque me desperté, mientras estaba dormida ya lo agarré a la primera.
Terminó bastante bien.
Ha habido más cosas, pero eso también ocurre con las pesadillas.
No es eso lo que él mismo pretende, creo.
—Ni siquiera lo sabe.
(Señora en la sala):

—No, si siquiera lo sabe.
No, porque el otro día se lo dije, y me dice: “No, quería levantarme”.
—Así que en su subconsciente está amándola que da gusto poniéndole las manos sobre la garganta de usted.

(Risas).

Señora, allí lo único que vale es darle una buena bofetada en las narices.
Así, raca.
No con una porra, sino con una regla de esas pequeñitas, zas, entonces se asusta y ese susto, ese susto...
Sí, a veces es necesario.
Eso no es pegar, pero ese cachete...
Cuando él lo haga entonces dice usted: zas, mmm: “Sí, marido, es por tu bien”.
Y ese susto lo detendrá a la hora de extender las manos mientras duerma.
(Señora en la sala):

—... (inaudible)... esta noche verá, esta noche él también verá algo, entonces saldrá de la cama...
—Sí, él es mediúmnico.
—Tuve una señora..., se dedicaba al espiritismo.
Y: “Sí, sí”.
“Y estamos tan bien”.
Y por fin...
Digo: “Señor, hágala parar, señor, porque eso son majaderías lo que usted ve allí”.
Bueno, vaya, que siguieron.
A las cuatro semanas tuve que acudir: “Señor Rulof, ay, venga, por favor, mi mujer está chalada”.
Y allí estaba sentada: “Vendrá el Espíritu Santo, y cuando lo veamos el mundo ya verá...
Digo: “Sí, ya estamos otra vez, vuelve a tratarse del Espíritu Santo”.
Digo: “Señor, me da, por favor, un cubo de agua fría”.
Y me dice: “¿Qué quiere hacer?”.
Dije: “Aquí solo servirá un cubo de agua fría, mi fuerza no la ayudará”.
Dijo: “Bien, pero yo no me hago cargo de eso”.
Digo: “Sí, causará molestias a los vecinos, pero necesito un cubo de agua fría”.
Y la habría metido bajo un chorro de agua y no bajo las fuerzas del maestro.
Pero bastó un cubo de agua fría.
“Y si no lo quiere usted, señor, estará en dos días en (el centro psiquiátrico de) Rosenburg”.
No querían.
Y solo quise causarle un choque, con el agua fría.
Dos días después estaba en Rosenburg, y entonces le dieron catorce choques, y ni así lo consiguieron.
Porque ella también quería ser una médium.
Ya conocerán ustedes esos dramas; no es de extrañarse que nuestras cosas estén tiradas por las calles de la ciudad.
Pero el marido de usted es de una sensibilidad natural, y él es natural, su subconsciencia está activa, porque hemos tenido cien millones de vidas.
¿De qué tratan sus pesadillas?
Entonces está ocupado con su lucha, señora, y usted está allí como una madre amorosa y resulta que la estrangula que da gusto.
Qué divertido, ¿no?
(Señora en la sala):

—Sí, pero lo hace más veces.
No, despierto no está...
—Pero ya es bastante triste.
No es tristeza, sin embargo, es el pasado que habla en su interior.
Pero cuidado, que la están estrangulando.
Porque tal como él vive el ser uno con ese estado en el que vive, por lo que se extienden sus manos y se relajan, así ha habido bastante gente estrangulada.
Sí.
Todavía puede haber peligro.
Pero ahora usted sabe cómo pintan las cosas.
Si él la estrangula, usted tendrá sus “alitas”, una gloria.
Y él tendrá que pagar los platos rotos, porque el juez no se lo creerá.
Este dirá: “Ha estrangulado usted a su mujer”.
Y entonces, claro, terminará en la cárcel.
(Señora en la sala):

—Sí, pero hasta allí no quise llegar; me propuse ir a dormir en otra habitación...
—No, hasta allí no quiere llegar usted, pero imagínese que él sí tuviera la oportunidad de estrangularla, entonces ya está.
(Señora en la sala):

—Entonces es demasiado tarde.
—Mire, sí que hay una posibilidad.
Si usted viene a verme, si hubiera venido por aquel entonces y hubiera necesitado un diagnóstico, entonces le pregunto al maestro Alcar: “¿Qué es lo que hace falta aquí?”.
Y dice él...
Si yo no soy capaz, se va usted al médico y le pide que le dé algo para los nervios de él, para que se tranquilicen.
Porque los nervios se apoderan de sus sentimientos, los nervios se ponen en marcha y desaparece su control, su concentración, que ahora es inconsciente, y entonces aquellos se ponen a actuar y también se le meten en las manitas, que también contienen los sentimientos, y así ya estará agarrándola; y él ni siquiera se da cuenta.
(Señora en la sala):

—Sí, pero algo que le den los médicos no tendrá ningún impacto sobre él, porque no hace efecto sobre su sistema nervioso.
—No, pero los nervios, de eso se trata, para calmarlos...
Sí, me sobran herramientas para él, si él quiere.
Que se dé un baño de agua helada.
Que este verano empiece poco a poco y que siga así durante un tiempo.
Cuando tuve ‘El origen del universo’, el maestro me colocó durante dos meses..., a las once y media de la noche ya podía ponerme a desvestirme, una gloria, y tenía que darme un baño de agua fría, una gloria, en pleno invierno.
¿Por qué?
Dice el maestro: “Porque esos nervios tuyos, André, están en el punto de ebullición”.
He tenido que ganarme mis cosas, señoras y señores.
Les aseguro que no era muy divertido darse todas las noches una ducha fría.
Pero mi organismo echaba llamas.
El agua se calentaba de inmediato hasta abrasar, tal era la intensidad de cómo me ardían los nervios.
Y nunca he tenido dolores de cabeza, solo una vez.
Y entonces lo quitamos a base de hablar.
¿Quieren ustedes ampliación?
Amplíen entonces su voluntad y no se dejen llevar por la pereza.
He dicho: “No quiero tener que ver con la pereza, y aún menos con el cansancio”.
Ahora ha recibido cien pinturas, hermosos platos poderosos.
Luego tendré treinta para ustedes, si quieren tener alguno para su casa, para su familia...
Claro, entonces me dirán: “Que nos sean demasiado caros, ¿verdad?”.
“Que no sean demasiado caros, ¿eh?”.
Pero son para ‘Jeus III’.
¿Qué es lo que estaba diciendo hace un momento?
(Señor en la sala):

—‘Jeus III’.
—Bueno, antes de ‘Jeus III’, sí.
No, eso no era.
No, se me ha ido.
(Señora en la sala):

—Pinturas.
—¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Sobre los platos.
(Señor en la sala):

—Esas pinturas.
—Sí, de eso estaba hablando.
Pero había algo más.
Ah, sí, ya lo tengo, señor.
Ya lo tengo.
No, ni siquiera lo había dicho todavía.
Hemos hecho un centenar, ahora ya estoy escribiendo otra vez, ya casi he acabado medio libro, pero no estoy cansado.
Nunca me canso.
No quiero tener que ver nada con el cansancio.
Porque el ser humano tiene profundidad espacial y se puede agotar siete veces, eso lo he vivido durante la guerra, lo he escrito, ahora hemos acabado veinticinco libros, y bien podría empezar otros veinticinco, pero ya no hace falta, porque los maestros dicen: “Luego estará en la tierra el aparato de voz directa , y ¿por qué íbamos a deslomarte ahora?
Mejor disfruta ahora de la madre naturaleza, habla alguna vez con una flor y una planta, porque el ser humano de todas formas no escucha”.
Pero eso no es cierto, porque usted también está aquí esta noche, señor.
Señoras y señores, hasta el domingo por la mañana.
Entonces hablarán los maestros en Diligentia, porque no soy más que un gran lelo.
Que descansen.
Hasta el domingo por la mañana.
(Suenan aplausos).