Noche del jueves 17 de abril de 1952

—Esta noche voy a comenzar con...

(Tose).

... un poco de tos.

(Risas).
(Jozef lee):
“El maestro Zelanus habló el pasado domingo sobre las fuerzas creadoras del universo, el primer grado cósmico, el segundo y el tercero, que obligan a los planetas madre a describir sus órbitas fijas alrededor de esta fuerza creadora, el sol.
‘Curioso’, pensé, porque justamente llevábamos con eso un par de semanas..., con que en el transcurso de los tiempos algunas bolas de luz llegaron a dilatarse y endurecerse bajo las leyes de dilatación y endurecimiento, hasta convertirse en oscuros planetas transitables, mientras que la fuerza creadora, que desde luego también se densifica y dilata y que está sujeta a las mismas leyes, siempre permanece siendo una bola de luz ardiente; es más, cuyo fuego y fuerza luminosa incluso aumentan”.
Sí.
“La pregunta es: ¿se refería el maestro Zelanus a eso el pasado domingo cuando habló sobre las cámaras incineradoras en el corazón de la fuerza creadora, que en la tierra llamamos ‘sol’?
Mire, era algo nuevo, aún sin encontrar en los libros”.
Señor Reitsma, eso lo recibirá en los libros de la cosmología.
Si llegamos hasta ese punto, porque primero tenemos.... lo que vivimos ahora es el universo, visto de esta manera desde fuera.
Pero ahora descendemos en ese sol.
Y eso son los libros que además habrá que escribir más tarde.
Pero el sol es parto y creación.
Toda la vida tiene paternidad y maternidad, el sol también.
El parto se produce en el sol y la irradiación, a su vez, es creación, y allí, en el sol... es un poderoso horno de fundición, ¿verdad?
Y eso en el fondo lo alberga cualquier planeta, solo la tierra lo ha conocido de forma muy poderosa, y aún hoy.
En la tierra está ardiendo sin cesar, ¿verdad?
Otros planetas...
La luna no lo conoció, porque el estadio más elevado fue en la luna: un lodazal, agua.
La luna no conoció ese endurecimiento.
Y otros planetas tampoco.
Pero aun así se endureció, y ahora es dura como una piedra.
Pero allí ustedes, quizá alguna vez ... más tarde, si llegamos allí alguna vez con un cohete, cuando se hayan convertido en profesor esto profesor lo otro, y se hagan para ustedes mismos un cohete...
(Señor en la sala):

—Eso no es posible, ¿no?
—¿Cómo dice?

Bueno, en fin, sí hagamos un momento lo que...
Ya llegarán allí alguna vez, entonces también tendrán que vencer miles...
Los eruditos pueden llegar allí, aunque tengan que vencer miles de fuerzas centrífugas y leyes de atracción, ya llegarán alguna vez.
Pero él, claro, ya no llegará allí.
Llegará allí como espíritu.
Y allí pueden ver de vez en cuando unos diamantitos de cuatro quilates, quizá de un quilate, que han sido transformados por arte de magia, a partir de ese lodo, ya por el sol, en cristal.
Pero por lo demás la madre tierra ha recibido esa conciencia.
Todo en la tierra es para este espacio.
Hace poco estuvimos hablando de la paternidad y maternidad del árbol, de la flor y de la planta.
La gente me dijo: “Que hermoso aquello del árbol”.
Pero ¿conocen ustedes el diamante como padre y madre?
También las piedras preciosas tienen paternidad y maternidad.
De allí sacamos todo, todo, llegarán a ver ustedes en todo paternidad y maternidad, también en los diamantes y las perlas.
En las perlas, no.
Bueno, hay perlas masculinas y hay perlas maternales.
Y ¿cuáles tienen la mejor irradiación?
¿Cuándo es un perla completamente poderosa?
Y entonces dicen: “Esta es una del corazón.
Esta es una, esa no, pero esta que tengo aquí es una perla que vale dinero”.
¿Por qué?
Hay siete grados diferentes para las perlas.
Señor Reitsma, en las perlas existe la homosexualidad, también la hay, ustedes también lo tienen, la maternidad inconsciente.
Porque la perla más elevada que mejor se venda es madre a plena conciencia.
El Estradivarius: maternidad.
El sonido de la madre, para los instrumentos: todo maternidad.
Todo.
Un erudito, un músico, un compositor, que empieza sobre los sonidos, el timbre de un violín.
Digo: “Señor, ¿conoce usted...?”.
A bordo del “Veendam” tuvo uno de esos...
Esa hombre está ahora aquí en La Haya, o vivió aquí, digo: “¿Conoce el timbre del Stradivarius?”.
“Bueno, sí”.
Digo: “¿La maternidad del Stradivarius?”.
Digo: “Stradivarius ha interpretado la inmaculada maternidad por medio de un pequeño violín; unas tablillas y unas cuerdecitas”.
Y entonces dijo: “Eso no tiene que estar colocado así, sino así, contra esto”.
Y entonces se manifestó el sonido pleno como parto.
Pero colocar esas líneas inferiores del violín, y desde fuera y por debajo, para producir la parte redondeada, eso ha sido una búsqueda.
Yo puedo enseñarle a un constructor de violines.
Digo: “Vamos, ¿por qué no pones ese sonido así? Es posible sentirlo, ¿no? Así se consiguen estados dimensionales para el sonido, de cómo se dilata el sonido.
De lo que se trata es de darle eco al violín.
Es eso, ¿no?”.
Si conoce el universo, señor Reitsma, conoce usted todas las leyes.
Cada cosa, da igual a dónde llegue usted, de lo que hable usted, ya no hay nada en el mundo, en el ser humano o el espacio, que no posea las mismas leyes.
Cada ciencia queda descubierta a la luz del día si usted tiene conciencia cósmica, si conoce el sistema planetario como grados y leyes.
(Señor en la sala):

—¿Viviré eso?
—Sí, lo vivirá.
No se le ocurra preguntarlo aquí: en dos días estaría en su caja.
No sería usted capaz de procesarlo.
(Señor en la sala):

—No.
—Porque lo que hay que hacer es...
Ahora lo comprendo.
El maestro Alcar me llevó a Egipto, pero lo que allí... allí uno atraviesa miles de muertos y locuras y entonces hay que conservar la conciencia.
Hay que vivir la locura completamente y aun así pensar: soy mí mismo, sé lo que hago.
Es que yo eso lo he vivido.
Una tarde me encontraba —por cierto, eso lo pueden leer en ‘Una mirada en el más allá’— ...: “Ah, sí, eso es una mesa, eso es una silla, soy yo mismo, y esto es luz, y eso es la radio, y eso son los cigarrillos”.
Digo: “Sí, sabe bien”.
Entonces entró mi mujer: “Ay, Dios”. Digo: “No pasa nada, nada ocurre, quédate allí un momento”.
Digo: “Ya estoy aquí otra vez, ya estoy aquí otra vez”.
He salido un momento de la locura, de la locura del espacio.
Aquí hay... tener los pies en el suelo y desde luego no ir caminando sobre las manos por la calle Spuistraat.
Porque eso es posible, es posible.
Con que solo extienda un dedo equivocado, la gente piensa: ‘Ah, ahora está loco’.
Y, bueno, me encanta estar loco, pero no a la manera de ellos.
Es posible... ¿no? Aquí uno recibe esto en todo, ese ser uno del que estuvimos hablando la semana pasada; si oye esa cinta, merece la pena, sobre el color del pelo y todo lo demás, y todo es maternidad, paternidad, y el espacio entero está abierto.
Y sin embargo estar con los pies en el suelo y actuar aquí, porque los domingos, inmediatamente después de una conferencia, si no puedo volver a tener el control sobre mí mismo de inmediato...
El maestro Zelanus me dice: “Sal de allí, André.
Bien, recupera el control”.
Y me voy a la derecha y él a la izquierda, y yo estoy metido.
Y directamente: actuar como un ser humano.
Deberían intentarlo alguna vez.
Entonces estuvimos en el espacio, ¿no? Planeábamos entre las estrellas y los planetas.
Con tamaña animación y aun así intentar que no estalle en mil pedazos.
Si esa concentración entre nosotros fallara tan solo un instante, una millonésima de un segundo, la sangre saldría volando por la boca, se detendría el corazón.
Con esa fuerza, es una explosión, es un choque interior.
¿Tenían más preguntas sobre esto?
Pero las oirán todas en esas tres (conferencias)...
No, no oirán todo, pero sí un montón en Diligentia.
Y cuando llegue la cosmología...
Aquí tengo... solo tengo dos notas breves esta noche.
Pero entonces mejor lo ponemos en la sala.
“Dios no conoce los lechos de muerte, pero en ‘Jeus de madre Crisje’ puede leerse: ‘Sí, querido Karel, pronto vas a volar’, dijo Jeus, ‘vas a recoger bellas flores para Nuestro Señor’.
Pero a mí me gustaría decir: Karel también estaba en su lecho de muerte, ¿no?”.
¿De quién es eso?
Pero, señor, ¿no podría haber pensado un poquito más para saber que medio mundo muere en la cama?
El pequeño Karel no estaba solo, ¿no?
Así que tendría que haber pensado un poco más.
Medio mundo realmente está tranquilo en la cama y se muere, se libera, así que Dios no conoce lechos de muerte.
Entonces se preguntarán...
Claro, yo a usted lo entiendo: Dios no conoce lechos de muerte, pero el pequeño Karel se muere, medio mundo, media humanidad se muere en la cama, se libera; no es morir, lo sabemos.
Pero hay millones de personas que también vienen al otro lado y que viven esa evolución por un coche, aviones, veneno, un asesino, por lo que sea, muchos accidentes, claro.
Eso lo oyeron hace poco: un padre y una madre, con seis hijos, aquí, en Holanda, eso tampoco son lechos de muerte; todos murieron quemados vivos.
Sí.
Así que eso ustedes lo conocen.
“Porque el pequeño Karel también estaba muy cómodo; muy cómodo, tan pancho, así estuvo muriéndose.
Mi padre tenía setenta y ocho años, lo atropelló un coche, lo hizo papillas, lo crujió, lo dejó inconsciente, cuatro días después hizo la transición.
¿Tenía que ocurrir así?”.
Señor, quizá, si hubiera tenido un poco más de cuidado, entonces... para sí mismo, si su concentración aún hubiera tenido fuerza...
Pero la muerte, el nacimiento, van por sí solos y la evolución es más fuerte que la personalidad.
Solo poca gente sabe de antemano: ahora me voy.
Se oye muchas veces, un señor en nuestro barrio, dice a su mujer: “Oye, que voy a colgar un momento una cosita en el salón”.
Pero se sentó y estaba muerto.
Al final, el cuadro lo tuvo que colgar ella misma.
¿Qué clase de cosas son esas?
Es cuando el ser humano no lo sabe.
No, esa muerte ya viene, ya lleva mucho tiempo trabajando en el ser humano.
Bueno, algo sienten, un síntoma, y para eso ni siquiera hace falta ser especialmente sensible.
Y aunque sea usted extraordinariamente sensible, ni así sentirá nada.
Porque esa evolución los lleva en pensamientos a espacios, a esto y a aquello, y piensen ustedes que son ustedes mismos, pero no lo son.
Así que esa evolución atraviesa sus propios pensamientos, porque tiene que atravesar esa fuente, y entonces se hacen ustedes con el control y piensan: ‘Simplemente, estoy pensando’.
Pero detrás del ataúd podrían haber dicho: “Maldita sea, ya lo sabía desde hacía cuatro semanas, porque he pensado en esto y aquello, y ahora estoy.
Ahora se acabó”.
Y luego hay otros mil fenómenos y sentimientos que se sienten de esa forma.
Escribe usted aquí: “...más tarde hizo la transición.
¿Tenía que haber ocurrido así?”.
Todo eso es posible.
Puede ser la evolución, también puede ser negligencia de él, que no haya tenido cuidado en la calle y entonces te quedas tirado.
Entonces te agarran a la primera en estos tiempos.
“Mi hermano tenía cuarenta años y lo ingresaron en el hospital.
Más tarde el médico, a eso lo llaman médico: ‘Mañana se acabó’.
No falleció hasta tres semanas después.
En este caso, ¿también estuvo muriéndose tan pancho?”.
Ya lo dice él mismo.
Estaba muriéndose tan pancho, sí.
“Cuando el ser humano muere por un paro cardíaco, ¿es una ley o un trastorno material?”.
En realidad, ¿qué es lo que suele pasar en la mayor parte de los ataques al corazón?
Son la mayor parte de los casos cardíacos, de los paros cardíacos.
Pues bien, es el fenómeno puro de cuando el espíritu se libera directamente, y entonces siempre se trata de un ataque al corazón.
Suele ser la misma transición natural directa para el espíritu: el ataque al corazón.
Y entonces el ser humano dice: “Sí, ya estaba... ese corazón ya no estaba... iba a trompicones, el corazón no estaba bien”.
Pero, señor, todo eso son tonterías, porque aquí anda gente con un corazón y medio o medio corazón, y ni tan mal, siguen corriendo.
Hace poco he... había alguien en Francia que tenía dos corazones, uno en el lado izquierdo y otro en el lado derecho.
Y ese hombre, claro, albergaba demasiado amor, señoras.
Qué contentas estarían las señoras si tuvieran un marido como creador con dos corazones, pero también puede salir el tiro por la culata.
¿Cierto o no?

(Risas).

Y sobre todo cuando tienes un tiempo tan bueno como hoy.
“Una vez que el ser humano está en las esferas de luz y ha asimilado el amor universal, ¿qué aspecto tiene entonces donde ahora...?
Y tiene...”.
¿Quiere decir usted: “¿... y por qué, por qué sigue teniendo entonces... sigue habiendo órganos sexuales?”.
¿Qué aspecto tiene entonces, para los órganos sexuales del ser humano? ¿Es eso lo que quiere decir?
Menudo lío que se ha hecho.
“Una vez que el ser humano está en las esferas de luz y ha asimilado el amor universal, ¿qué aspecto tiene entonces?”.
(Señor en la sala):

—“... ahora en lo que se refiera a los órganos sexuales”.
—Señor, seguirán estando exactamente donde tienen que estar.
Es usted exactamente igual que aquí.
Y no se preocupe, que no irán a parar a su frente.

(Risas).

Y tampoco los llevará con desenfado en el bolsillo, sino que habrán llegado a tener un lugar universal divino, y el ser humano piensa y sienta desde allí.
En realidad, ¿qué es el ser humano?
Usted se refiere a eso.
(La gente habla a la vez.
Alguien dice):

—Hay una ventana abierta.
—¿Una frente a otra?
Había corriente, ¿verdad?
¿Lo ve, señora? Ese señor sí que sabe.
Ese señor sí que sabe.
Pero a partir de qué fuente...
En el fondo, ¿qué es un planeta y qué es un sol y qué es el ser humano?
Si empiezan a hablar de eso y quieren conocer al ser humano... porque no creo que haya ni un solo psicólogo en el mundo que en el fondo conozca la imagen cósmica del ser humano.
El ser humano piensa: aquel que camina por allí lo es todo, y su pensamiento lo es todo, y su sociedad lo es todo, su personalidad lo es todo.
Pero no lo es para nada.
Eso, pues, son aquellos órganos.
Esta maternidad predomina al ser humano entero, a la vida entera hasta aquí.
Y entonces el ser humano puede asimilar algo para sí mismo.
Y lo que entonces asimila suele seguir siendo algo.
Porque tenemos la suerte de que hemos recibido este espacio por medio de los maestros.
Pero los millones de personas en la tierra no conocen, en primer lugar, el organismo, no saben para qué viven, no hay psicología, no hay espacio, no hay nada.
Sin embargo, se lo he explicado hace poco, después de los treinta y ocho, de los cuarenta años, el ser humano empieza a asimilar algo para su personalidad.
Y lo que entonces asimila encima no suele ser nada.
Las artes y las ciencias no significan nada, y significan todo; sí que se los llevan ustedes, tienen sus cuadros, tienen cosas hermosas con un significado espiritual, por el arte, por la ciencia.
Pero un artista de las matemáticas no verá en las esferas todos esos numeritos en la pared, ¿no?
Un ingeniero técnico —no lo tengo agarrado por su personalidad, ¿verdad, señor?—, pero un milagro técnico, un genio en esto y lo otro, todo eso sigue en la tierra.
Todo se queda en la tierra.
Y solo la paternidad y maternidad, que son divinos, eso continúa con el envoltorio.
Aquí el cuerpo, allí el espíritu.
Allí el espíritu vuelve a cerrar el alma, allí se sienten ustedes exactamente iguales.
Solo allí verán y tendrán que aceptar su personalidad como se sienten interiormente.
Aquí pueden determinar sin lugar a dudas, por medio de ‘Una mirada en el más allá’, a dónde van y a dónde llegarán a parar allá.
Cómo son, cómo piensan, así es su cuerpo.
Basta con que piensen tan solo unos instantes mal sobre el amor y la felicidad y la vida y todo, entonces también se deforma el cuerpo, porque es cuando llegarán a tener psicopatía espiritual, la inconsciencia espiritual en las esferas de luz, que son verdad, armonía, justicia, amor.
Y con que solo estemos un poquito al lado de esa realidad de aquella armonía, para ese amor, entonces ya no tenemos una cara normal y ya está deformada, ¿verdad?
Esas manos, lo que les dije, se convierten en garras, esos ojos son fuego ardiente.
Pero esta noche no voy a volver a hablar de esos ricitos.
¿Quién tiene más preguntas? Creo, hijos, que ya les he contado bastante por esta noche.
Creo que...
Señor, aquí en La Haya ya están llenos.
Ya no les daré nada más.
Han perdido el norte.
Pero yo mismo tengo que hacer preguntas, y no lo hago.
(Señor en la sala):

—Eso usted lo hace mejor.
—Tengo que hacer preguntas para ustedes.
También puede hacerles las preguntas yo y se las hago responder a ustedes.
Señor, ¿qué deseaba?
(Señor en la sala):

—Tuve un colega que estaba casado, su mujer no podía tener hijos.
Resulta que ese hombre, según él, tenía un deseo interior de tener hijos de todas formas en esta vida y procreó un niño con otra mujer, con el beneplácito de la suya.
Y desde luego que lo cuida, mensualmente, o lo que sea, ofrece una buena compensación.
Dice: “Me parece extraño”, dice, sí, es que le parecía extraño.
Dice: “No sé lo que es, pero es como si fuera un apéndice mío”.
Pues he pensado: ‘Sí, quizá haya tenido que ver algo con esa alma que en esta vida sí...’.
Señor, hace no mucho hablamos de eso, hace medio año, sobre alguien con un problema parecido, y entonces la gente, las señoras hablaron de... o hubo una pregunta al respecto: tener un niño por medio del médico, con una inyección.
Pueden recibir una inyección.
Una madre puede ir a buscar allí un niño, hoy o mañana, sin problema.
Y entonces alguien dijo... empezamos a hablar de aquello aquí y dijo...
En Ámsterdam había alguien que hizo esa pregunta al maestro Zelanus, alguien dijo: “A mí que no me venga ella con esa jugada”.
Era un oficial inglés, y esa madre suya (la mujer) no conseguía tener niños.
Sí, él también se había hecho examinar y no era posible, él no tenía el esperma creador, no albergaba la célula.
Y entonces ella se fue al médico, fue a por una inyección y después tuvo un niño, y eso él no lo aceptó.
Pero, miren, y entonces hizo al maestro Zelanus la pregunta: “¿Qué teníamos que haber hecho?
¿Y qué tiene que hacer ese hombre?”.
Señor, lo que me está contando me parece muy infantil.
Quiero decir: si lo he comprendido bien a usted, ese hombre...
Vamos a ver, gente: tienen ustedes una imagen grande, una imagen poderosa, de sí mismos.
Pero qué pensaría Dios de eso?
Está usted casado y aquel es su esposo y aquella es su esposa, y ¿pensaba usted de verdad que Dios, Dios mismo, no una esfera, sino Dios mismo...?
Es usted la divinidad misma, pero Dios para el espacio, la Omnifuente y las Omnifuerzas...
Pues bien, si una mujer, una criatura de Él, que representa Su creación, no puede tener hijos, y puede tener uno por medio de un amigo, o de un hermano, o de otra persona, resulta que para la sociedad es ser como una puta, hacen picadillo de esa mujer.
Y dicen: “Ha tenido un hijo con otro”.
Ja, ¿y qué más da, señor, una vez que empezamos a conocer las leyes del otro lado?
Pero no dijo usted algo de que el marido de esa criatura, de esa mujer, hizo que le entregaran dinero a ese hombre?
(Señor en la sala):

—No, era el hombre el que tenía muchas ganas de tener niños.
—Y lo consiguió por medio de otra persona.
(Señor en la sala):

—Sí, por medio de otra mujer.
No por medio de su mujer social, legítima.
—A ver, a ver, a ver.
Esa hombre y esa mujer están casados.
(Señor en la sala):

—Sí.
—Ella no podía tener hijos.
¿Era por él?
—No, era por ella misma.
—Ah, era ella quien no podía.
Y entonces él tuvo un niño con otra mujer.
Que si es otra madre u otro padre, claro, no dice nada.
¿Y entonces qué?
(Señor en la sala):

—Pues que luego pasó aquello, con la aprobación de su mujer legítima.
Pero, bueno, a mí... a mí eso no me parece tan extraño.
Aunque, claro, siempre había gente y colegas en el entorno a quienes sí les parecía extraño.
—Señor, eso es de lo que estamos hablando hoy.
Y ahora el marido y la mujer, pues, que demuestren de lo que son capaces.
¿Usted qué haría, señor?
Sí, señoras, ahora llegamos al meollo de nuestro interior.
Es que, claro, si tienes sesenta años, o setenta, ya te da igual, obvio.
¿Cierto o no, madre? Entonces ya no importa.
Pero ahora eres joven todavía y hermosa y resulta que aparece otra y el hombre que quiere tener hijos y tiene uno con otra madre.
La madre ¿será ahora tan grande fuerte y amorosa como para compartir el amor? Porque... la sangre de él está allí dentro, pero tienen un hijo.
¿Cuánta gente no adopta hijos —cuando la madre sí puede tener hijos— porque es el padre quien no puede crear?
Y ahora, pues, que adopten uno.
Señor, ya hay tantas cosas, que han provocado guerras, ¿ya me entiende, verdad?
Divorcios, sí.
Empiecen a ver todo esto con una amplitud espiritual, vamos.
¿Qué queda entonces de nuestro pensamiento humano?
Entonces estamos encima de esa imagen, ¿no?
Esa pequeña imagen mía.
Y eso es mío y esto mío.
Y la esencia y evolución divinas no las aceptan.
¿Por qué no?
Porque esa imagen es mía, ese es mi marido, aquella es mi mujer.
De eso habló usted hace poco.
(Dirigiéndose a alguien que entra):

Señor, siéntese por aquí, tenemos sitio de sobra.
Aquí quedan tres.
Pero lo que debería hacer... mire, lo que debería hacer es ponerse frente a esos problemas; ¿cómo actuaría?
Y eso tampoco lo puede empezar a tratar así, sin más, en el espacio.
Tiene que colocarse ante esos problemas; y entonces solo podrá demostrar cómo es usted por dentro.
¿Conoce usted todas esas leyes?
Creo que si alguien de ustedes con un poco de sentimiento y un poco de espacio se encuentra con esto, que ya sabrá cómo tiene que actuar.
Pero ese ser humano ... ¿entiende?, el ser humano está, en general, sintonizado en: sí, eso es mío, eso mío, y eso es mío.
Conozco a gente aquí en el mundo que es tan tremendamente feliz y que no querría ninguna otra cosa, nada; eso es, eso es, ¿verdad?
Y detrás del ataúd no se pertenecen.
Entonces salen...
Pero allí también vamos tranquilamente al amor universal.
Ya entenderá usted cuántas cosas tenemos que superar los seres humanos, cuando estamos ante ellas.
No hace falta buscarlo.
No tienes que buscarlo.
Lógico, ¿no?
¿Más preguntas sobre esto?
Esto ya lo pueden analizar.
Pero entonces tienen que ver el estado ante ustedes.
Empezar sobre eso sin orden ni concierto es algo que no les servirá de nada.
Hechos.
¿Más preguntas sobre esto?
(Señora en la sala):

—Sí, y ¿qué pasa con esa otra madre que ha dado a luz a ese niño? ¿Lo cede sin problema?
—Si quiere saber lo que pienso, si quiere saber lo que piensa, pues, mire, allí estamos otra vez, es una bonita pregunta.
Esa madre que dio el niño...
(La gente habla a la vez.
Algunas personas dicen):

—No.
—¿Cómo dicen?
(La gente habla a la vez).
Sí, todos a la vez, así no se entera nadie de nada.
A ver, esperen su turno.
La madre que ha dado a luz a ese niño, por medio de él, así está la cosa, ¿no?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Es ella la que tiene que ceder el niño.
(Varias personas a la vez):

—No.
(Señor en la sala):

—Pudo quedárselo.
—¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—En este caso pudo quedárselo.
—¿Pudo conservarlo?
(Señor en la sala):

—Sí, solo que él quiso cuidarlo.
De lo que se trata es esto: un conocido...
—¿Ven? Esa es una bonita historia la que emerge.
Así que ella lo pudo conservar, el niño no era para él.
(Señor en la sala):

—No, pero tenía muchas ganas de cuidarlo, quería...
—Quería saber si era capaz de crear, digámoslo así.
(La gente habla a la vez).
(Señora en la sala):

—Él la amaba.
—¿Cómo dice usted?
Estoy muy espeso esta noche, pero...
(Señora en la sala):

—Él tenía mucha ilusión en tener el niño.
—Él lo quería tener, señora, pero ahora oigo que esa madre, por la que él creó, que ella se pudo quedar con ese niño.
(Señora en la sala):

—Sí, pero él podía cuidarlo.
—Sí, entonces él lo cuidó, pero para nosotros no se trata de eso.
(La gente habla a la vez).
Para nosotros no se trata de si él...
Por mí como si hubiera tenido diez mil florines para cuidar de ese niño.
Él lo cuidó; no, señora, allí salen a relucir los codos.
(Señora en la sala):

—No lo está comprendiendo usted.
—Sí que lo comprendo.
(Señora en la sala):

—No, quiero decir: fue su amiga la que se encargó entonces.
—¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Fue su amiga la que lo cuidó de entonces en adelante.
—Pero, señora, si le estoy diciendo que esa cosa material no significa nada ahora.
Pero aparecen trampas y escollos.
¿Lo ven? Allí está.
Y eso significa: su querida mujer no podía dar a luz, ¿y por eso él tiene que acudir a...?
Si esa mujer sabía de la creación, a partir de arriba: tengo que tener un hijo, entonces tiene que ir a buscarlo en la sociedad, pero donde quienes están por la labor, porque esos hombres existen.
Esas fuerzas creadores existen.
Pero para eso ella no lo necesitaba a él.
Él mejor se olvida de...
(Señora en la sala):

—Era él quien quería tener un hijo.
—¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Era él quien tenía ganas de tener un hijo.
—Pero él no lo llegó a recibir, se lo quedó ella.
De eso se trata ahora.
El sí quería quedárselo, pero fue ella quien se lo quedó.
Él quería...
(La gente habla a la vez).
Vaya, vaya, vaya.
(La gente ríe con ganas).
Miren...
Miren, estos son los problemas.
Bien, él quería, sí, él puede, quería... lo que queda es solo esto: él ya tenía ganas de saber si realmente era un hombre.
(La gente vuelve a reírse con ganas y a hablar a la vez).
Dígame, señor.
¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—... dejó las cosas claras.
—Vamos a recomponerlo.
(Señor en la sala):

—... hablar con ese hombre y dice: “Sí, no sé lo que es”, dice, “pero me encantaría tener un descendiente”.
—Ah, sí.
(Señor en la sala):

—No lo hacía, digamos, por su apellido o lo que sea.
—No.
(Señor en la sala):

—Para nada.
Pero después sí he pensado sobre ese caso y entonces pensé para mis adentros: ¿acaso tenga que ver él algo con aquella alma?, ¿acaso tiene que enmendar algo ante esa alma porque le dio la vida?
—Señor, así que él pensaba que el alma que atraía... que tenía que ver con ella.
(Señor en la sala):

—No, no lo pensaba, lo imagino yo.
—Eso lo imaginaba él.
(Bullicio en la sala).
Señor, déjeme ir ya, ¿dónde se mete usted?

(La gente ríe de corazón).

Tengo que sacar esa cosa corporal.
Hay algo en eso.

(Risas).

Vaya, señor, ahora estamos casi al final, ¿verdad?, así que empecemos de nuevo.

(Risas).

Sí, porque tengo algo divertido, tengo algo divertido.

(Risas).

Él, ¿verdad, señora...?
Señora, a ver, ¿era él o es que era ella?

(Risas).

Sí, seamos honestos, esto es algo que en realidad da juego para darle unas cuantas vueltas.
Pero no era ella, era él.
Era él.
Y ahora tenía ganas de tener un sucesor, un hijo suyo, y ella no se lo daba, su mujer, sino que lo consiguió de otra mujer, y a ella le pareció bien.
(Señora en la sala):

—Desde luego.
—... también con su mujer.
Pero esperen un poco, un poco de silencio, ahora viene...
(Señor en la sala):

—A su propia mujer le parecía bien que para tener el hijo dejara embarazada a otra mujer.

—Sí.

(Señor en la sala):

—Porque ella entendía que no podía satisfacer los deseos de él.
—No conseguía tener hijos con su mujer.
Llegaron a un acuerdo y entonces apareció otra madre que le daría ese hijo.
¿Verdad?
Pero ella se lo quedó.
(Señor en la sala):

—Sí, ella se lo quedó.
—Así que él tenía un sucesor aquí, por alguna parte en el espacio.
Y él daba dinero por él.
(Señora en la sala):

—Sí.
—Bueno, eso es cosa suya.
Pero, señor, eso lo puedo hacer, y usted también, y entonces atraemos a cuatro mil.
Eso lo puedo hacer aún hoy y usted también.
Sí, pero ya la gustaría al señor, claro.
Vamos pasando así por la tierra y nos ponemos en veinte, veintidós, veintitrés, cualquier madre puede atraerlo.
Y entonces tengo cuatro mil, señor, es de eso, justamente, de lo que estoy hablando.
Él no tendría que haberse metido allí, señor.
(Señor en la sala):

—Él, bueno, según él mismo...
—Mire, quiero analizarlo, por eso lo retengo.
Dice: “Ah, sí, sí que hay una madre disponible.
¿Por qué no? ¿Por qué no?”.
Pero al mismo tiempo diré, señor, que yo tuve una sola criatura; muerta, luché por ella e hice todo lo posible, y esto habría sido algo para mí.
Y no se nos ocurrió.
Cuántos millones de personas no dicen: “Sí, lo lamentamos, nos va de maravilla, pero no tenemos hijos”.
Si, con tal de que ese hombre y esa mujer —todos quienes no tengan— se pongan a buscar la madre o el hombre allí y lo otro allá, ¿entienden el caos y el tinglado enloquecido al que llegaríamos a parar?
Ya no habría un límite ni un asidero.
Así llegamos a las leyes: ese hombre no tendría que haberse metido allí, tendría que haberse desprendido de aquello.
Yo puedo crear con miles de madre, pero ese no es mi karma ni mi mundo.
Porque si me pongo a crear, atraemos, irremediablemente; no tengo que ver con eso, pero eso viene.
Y ahora dice usted que él pensaba: ‘Quizá tenga que ver yo con esa alma’.
Señor, entonces ya quizá atraiga a doscientas mil.
(Señor en la sala):

—Al menos, es una conclusión que más o menos he sacado.
—Mire, quiero sacar esa cosa humana para hacer que se manifieste lo cósmico.
Así que él tendría que haberse desprendido de aquello —ni más ni menos— , y eso lo tengo que hacer yo, igual que todo el mundo, igual que millones de personas.
Y por mucho que él diga: “Yo tengo que ver con esa criatura...”,
pero si yo la hubiera tenido y yo, sin lugar a dudas, hubiera... —puede suponer una ley, no es necesariamente una pasión, aquí se trata de una cosa poderosa, sagrada, una criatura, una nueva vida— habría hablado con esa madre y habría dicho: “Oiga, mire, dámela, por favor, porque esa criatura es mía.
Es duro, pero vendrá usted tranquilamente, irá a pasear con la criatura”.
De todas formas llegará a ser un caos si esa gente no se entiende entre ella.
“Pero entonces esa criatura es para, se lo ruego, porque yo quiero ser el padre”.
Y eso habría estado muy bien.
Luego aún se le podrá pasar por la cabeza: ‘Quizá haya otra más entre el cielo y la tierra que atraeré sin problema’.
Pero si tiene cuarenta florines a la semana, no le da.

(Risas).

Porque as ni tendrá unos zuecos viejos para esos niños.
Pero, ¿entienden?, eso es.
Sin embargo, no tendría que haberlo hecho, porque siempre va... esa creación, señor, no es para el creador: siempre es para la madre.
Si esa madre hubiera dicho: “Quiero tener un niño y tú no eres capaz de dármelo”, y si hubiera dicho: “Y que venga de donde venga...”.
Porque el cien por cien de la maternidad quiere la criatura.
No es por la criatura, sino que es el parto.
Y esa evolución impulsa esa personalidad hacia allá.
¿Y qué es lo que dice la sociedad? No dejen que eso les impida ver: “Esa mujer ha engañado a ese hombre por un niño de otra persona”.
Y Dios dice: “Hijo mío, está bien así”.
Pero la sociedad destroza esta vida.
El creador, sin embargo, no da a luz.
Eso ya les gustaría a los señores.
Pero la madre está en condiciones de decir: “Quiero un niño, tú no eres capaz, nuestro karma es así, y ahora quiero tenerlo”.
Y entonces, si este es el verdadero sentimiento, me toca a mí inclinarme, nos toca a nosotros como creadores inclinarnos ante la fuerza de la madre.
Y es cuando hay que tener el amor, hombres, de poder acoger esa vida así.
(Señor en la sala):

—Es increíble.
(Se percibe el silencio).
—¿Ahora qué dicen los alborotadores?
¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—Ese hombre ¿había llegado al punto de poder tener el pensamiento de que atraería un alma y de que así hacía un buen trabajo?
—Señor Götte, esta mañana se me ocurre: ‘Tengo que dar a luz a niños por todo el mundo”.
Aquí, en Holanda, ya llevo dos semanas en la cárcel.
Y después iré a Alemania y a Francia.
Nuestro Señor me envía a todo tipo de madres de veinte años, de veinticinco.

(Risas).

Pues, sí, señor Götte, ni tan mal, ¿no? Eso que usted...
(Señor en la sala, en alemán):

—Pero hable entonces con el corazón encima de la mano.
—¿Con el corazón...?
(Señor en la sala):

—Encima de la mano.
(En alemán):

—¡En la mano!
No: “encima de la mano”.
“Está allí dentro, donde arde tan profundo como el alma, como dice el diablo”, eso dijo alguien en Alemania.
Pero de eso se trata.
¿Lo ve, señor? Quiere llevarnos por mal camino.
En eso hay algo de verdad, ¿no?

(Risas).

Señora, tenga cuidado con este señor.
Ya está empezando a dudar de sí mismo.

(Risas).

Señor, señora, ¿tiene más preguntas al respecto?
Porque ya no tengo nada que añadir.
Pero, señor, es posible, ¿entiende?
Aquí hemos tenido en el pasado un estado, y entonces era la madre.
Siempre se trata de la madre.
Imagínese que se les ocurriera eso a los señores y que Jozef Rulof se ponga a predicar esta doctrina.
“Pues”, dice, “menudo guirigay que hay montado aquí”.
Pero ya entenderán ustedes —eso lo quiero sacar ya, todas mis maniobras iban encaminadas hacia allá— que ese hombre no debería haberlo podido hacer.
Porque el alumbramiento, señor, y la atracción siempre pasa primero por la madre.
Aunque el hombre tenga contacto con eso.
Señoras y señores, ¿comprenden ahora a sus hijos?
Si ese morrito se les parece es porque lo han atraído, pero ahora tienen uno mío, con mi cara y entonces no hay comprensión.
Pero fíjense entonces un poco, señora, esa alma, un niño tal, un niño cual.
Y la madre tiene una monada, y que este niño sabe hacer lo que sea y el otro, nada.
De este niño son capaces de aguantar más cosas, y este niño tal y este niño cual.
Pero aquí también aparece el enmendar de los niños entre ellos.
Y entonces uno se parece a la madre y el otro al padre, y entonces el padre ha atraído, además de la madre, pero eso pasa por la madre, aunque el padre tenga que ver con esa vida.
El padre conoce ese alma.
Así que la madre da a luz para sí misma y también lo hace para el hombre.
Así que allí están activos dos karmas diferentes.
El karma creador y el karma maternal.
De eso nunca hemos hablado todavía, ¿no?
(Gente en la sala):

—No.
—Solo sobre un tipo de karma, pero la madre atrae sus vidas.
A una madre con diez hijos le ves diez hijos diferentes.
Se parece al padre, se parece a la madre.
Y entonces surge: la madre atrae y el hombre atrae.
Y son dos mundos diferentes.
¿De dónde venimos?
¿Dónde hemos vivido antes de esto?
Ella quizá en Rusia o Francia o cualquier otra parte, y entonces, a partir de ese cosmos, volvemos a encontrarnos infaliblemente allá donde nos dimos el primer toque.
Claro, suele ser karma espiritual.
Engaño.
Robado.
Cada pensamiento equivocado que hemos dado al ser humano para que cargue con ella, o sea, karma espiritual, significa: allí donde empecé a desmantelar y el ser humano vertió una sola lágrima por mí; tengo que reconducirlo y transformarlo en felicidad.
De lo contrario no entran en la primera esfera.
Por eso me muero de ganas y de miedo de darle al ser humano esto, lo otro y aquello.
Si no lo comprenden, seguramente que pueda ser que mi ataque contra ustedes sea algo duro: “Así sucederá”.
Pero a las esferas no llegarán hasta que esa lágrima no haya desaparecido.
¿No les parece honesto?
Porque...
A ustedes también los han pegado y pateado.
Y ahora la madre, o el alma, esa personalidad, tiene que encargarse de que esas lágrimas, ese dolor de siglos pasados, vidas pasadas, se transforme en amor por arte de magia.
Y entonces esa personalidad adquiere felicidad y ahora puede verlo sin lugar a dudas, porque la paliza siempre se le da al ser humano sufriente, sensible.
Así que esas son las lágrimas.
Cada golpe, cada gruñido, cada patada, lo que se les ocurra, vívanlo, eso es, ¿no?, cuando se empieza a sentir, a comprender algo de la vida eterna, entonces —y esa sensibilidad— una palabra dura o algo que desintegre es un puñal clavado en el corazón, ¿no?
Es como para que cualquier ser humano se ponga a llorar, ¿no?
Y ahora robarle a otro la vida, es posible robar un ser humano.
¿Entienden?
Eso en ’s-Heerenberg lo llamaban “mangar”.
(Señor en la sala):

—Antes.
—Sí, antes.
Lo tuvimos la semana pasada, cuando estuvimos con el canibalismo, y entonces no nos hacía falta el alma ni el espíritu; fuimos a por los huesitos, a por la carne.
Pero así es como roba el ser humano, y esos robos los tendremos que volver a enmendar, no hay otra.
Y así hay centenares de miles de cosas que uno vuelve a ver en el ser humano, en el niño.
Pero las líneas maestras son: la madre lo atrajo, el padre atrajo esa alma, y entonces atraviesa nuestros sentimientos, señor: es cuando el niño se parece al padre.
¿No es sorprendente que sea posible distinguir esos dos mundos? Porque existe el rostro materno para el ser humano, el chico se parece a la madre.
Y la niña se parece al padre: es cuando el padre tiene que ver con la criatura.
Porque entonces es cuando reaparece lo que es el alma que se ha infundido, de hace diez mil años, veinte mil años, treinta mil años, porque eso es aquella unión, y esa unión... es por eso que regresa esa alma; y el padre no lo sabe, piensa: voy a tener un niño, ¿verdad?, y resulta que ya lleva unido a esa vida desde hace cuarenta, cincuenta siglos.
Y para eso, para esa atracción, se han colocado aquellos fundamentos.
¿Tienen más preguntas?
(Señor en la sala):

—¿Señor Rulof?
—Sí, señor.
(Señor en la sala):

—Según la ciencia biológica, el sexo contrario es engendrado, o sea, también pasa mucho en divorcios, que se supone que las niñas, o las mujeres, son engendradas por el padre...

—Ya, claro.

—... y los chicos por las madres.
¿Es cierto?
—Mire, señor, eso son majaderías.
Pero usted sabe que el alma se da a luz a sí misma porque esta como ser humano —como ser humano, ¿verdad?— atraviesa la paternidad y la maternidad.
Imagínese que eso lo controlaran el padre y la madre.
Entonces desde luego tendríamos algo de Dios.
Pero esos fundamentos divinos no los llegaremos a controlar jamás.
Imagínese las tonterías que dice ese biólogo.
El padre atrae a las niñas y la madre los hombres.
Vaya, vaya, vaya.
Menuda ciencia es esta, ¿verdad?
¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—De modo que usted dice: eso no es cierto.
—Señor, eso no solo no es cierto, sino que son majaderías, ya se lo dije, locura, sinsentidos.
Es alguien que no conoce el espacio, alguien no conoce el parto y la creación divinas.
Hemos..., lo pueden leer en los libros, ¿no?, recibirán ustedes... entonces él podría decir, entonces podríamos preguntar: “Pero, señor: ¿quién ha traído, pues, la homosexualidad a la tierra?”, la que ustedes llaman homosexualidad.
Eso es semiconsciente desde la paternidad hacia la maternidad, ¿quién sino lo hace?
¿También el hombre aquí en la tierra?
Entonces va a resultar que encima tenemos la culpa nosotros de los homosexuales que andan por aquí (véase el artículo ‘Homosexualidad’ en rulof.es).
Eso es maternidad inconsciente y paternidad inconsciente; esa palabra sucia tendría que desaparecer del mundo.
Igual que esas desagradables palabras “está muerto”.
No, ¡vive!
E igual que en la tumba: “Que en paz descanse”, él y ella.
Y ella vuela y revolotea, y adiós.
No es nada aquello que yace allí.
¿No?
Todo eso hay que sacarlo del diccionario.
Ese diccionario nuestro no vale para nada.
Somos nosotros, el ser humano, ha inventado ese diccionario, ¿no?
Antes no eran más que garabatos, señor, en la edad de piedra no teníamos más que un cuentito así y entonces ya lo sabíamos: ah, a la derecha, a la izquierda, allá me puedes encontrar.
Hemos hecho signos, ¿no? Y eso se convirtió en escritura.
¿Qué es lo que el ser humano ha inventado para sí mismo?
Imagínese lo que respecto del alma, del espíritu y de la vida se ha...
Cuando se dice: el sentimiento en el ser humano.
Sí, eso es puro, es cierto.
Pero ahora están llegando ustedes a otras explicaciones.
Se dice: los ojos.
¿Qué es un ojo?
Sí, saben: son capaces de mirar.
El cerebro: eso ya no lo saben.
Dicen que es necesario que haya un cerebro, si no no podemos pensar.
Pero resulta que el cerebro es accesorio, han vuelto a meter la pata.
El cerebro bajo el cráneo tiene un significado muy diferente para el espacio que aquello en lo que lo hemos convertido por la palabra.
Señor, ¿qué es, pues, el cerebro, para el espacio?
¿Qué es el cerebro?
Hemos hablado de ello hace poco.
¿Qué es la fuerza del cerebro de cara al espacio?
(Señor en la sala):

—Sentimiento.
—No, señor, no, el espacio.
¿Qué es lo que le permite a usted determinar en el espacio el cerebro del ser humano?
Y entonces dice usted: cielos, cómo es posible.
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

—Dígame, señor.
(Señor en la sala):

—El cerebro solo transmite el sentimiento.
—No.
Bueno, sí, pero estoy hablando del espacio.
¿Dónde vive?
(Señora en la sala):

—En la atmósfera.
—No, señora.
No, señora.
Esta vez tampoco lo van a saber.
(Señor en la sala):

—¿En la vía láctea?
—El la vía láctea, brr.
La vía láctea.
Señor, ¿sabe usted lo que es la vía láctea para usted como ser humano?
El ojo de gallo en el dedo meñique del pie.

(Risas).

Eso también es una protuberancia.
Y la vía láctea es una protuberancia.
Son las migajas de ese universo.
¿Es que no tienen aquí algunas verrugas en su cuerpo, en alguna parte, migajas de esas pequeñas?
Es algo de su vía láctea sobre su organismo.
Está pegado a su cuerpo, señor, ¿verdad?, pero no significa nada, son las creaciones posteriores.
La vía láctea es creación posterior.
Creo que no lo va a adivinar nunca, señor.
(La gente habla a la vez).
Ahora dejaré que esta gente piense un poco.
(Señor en la sala):

—La Omnifuente.
—La Omnifuente, dice usted.
(Señor en la sala):

—La atmósfera.
—La atmósfera, señor.
Está usted cerca, pero no tiene nada que ver.
(Señor en la sala):

—La atmósfera.
—¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—La atmósfera.
—Señor, vamos de mal en peor.
Y enseguida dirá usted: “¿Cómo es posible?”, señor.
Usted, ingeniero, usted...
(Señora en la sala):

—¿El firmamento?
—El firmamento.
Bien, estamos hablando del universo, eso es el firmamento, pero tampoco es eso.
Señor, ¿lo sabe?
(Silencio).
¿Lo sabe, señor?
¿Nadie?
Pues allí están mis adeptos.
Sí que podemos... pues no hemos agotado este asunto aquí.
(Señora en la sala):

—Cae por su propio peso.
—¿Cómo dice usted?
(Señora en la sala):

—El sistema solar.
—No, señora.
No, dama.
Bueno, ¿qué es?
Allí estamos.
(Señor en la sala):

—Haga lo que haga usted...
—Señor Berends, ¿lo sabe?
(Señor Berends):

—No.
—Ah, todavía no ha llegado a ese punto.
Bueno, siempre podremos...
(Señor Berends):

—Hay más gente que no lo sabe, así que bueno, que yo sea uno más.
—Es que pensábamos que ya había llegado usted a ese punto.
(Señor Berends):

—No, señor.
(Señor en la sala):

—¿El freno para acoger los sentimientos?
—No, señor.
(Señora en la sala):

—¿Los genitales?
—¿Los genitales del espacio?

(Risas).

Señora, los genitales del espacio son el sol y la luna.
No, eso tampoco es.
¿Qué es el cerebro para el espacio de cara al ser humano?
Mire lo que los eruditos aún tienen que aceptar y transformar en sentimiento.
Ellos dicen: no es sentimiento, ¿verdad que no?
Mire, nos falta muchísimo para empezar con la cosmología.
Me voy un momento al Gouden Hoofd (”Cabeza Dorada”, un restaurante de La Haya), no tardaré en volver.
Creo que si vivo otros cinco años más en la tierra seguirán sin saberlo.
Y entonces aparecerá alguien, quizá yo ande entonces por la esquina de la calle Laan van Meerdervoort y me dirá: “Por favor, vuelva, porque ya lo sabemos”.
En el otro lado, cuando reciban clases universitarios y usted dice: “Maestro, ya estoy”,
él dirá: “Bien, entonces le haré un examen”.
Y entonces dice él: “¿En qué tiempo... a qué distancia estaba la tierra cuando el sol se encontraba en tal y cual estadio?”.
Y entonces ves el sol, ves una luz violácea y aparece el sol, allí, en el cielo, tenuamente.
“¿A qué punto había llegado la madre naturaleza en tal y cual tiempo?”.
Y es cuando André-Dectar dijo: “Entonces la tierra aún no existía”.
“Gracias”, dice el maestro Alcar, porque no era posible.
Y si dices: “Sí, a tal y cual distancia en la tierra”, ya has metido la pata.
No hay más que una sola respuesta.
También aquí.
No hay más que una sola fuerza centrífuga en el espacio y eso es la dilatación y la contención, la dilatación del sentimiento y la contención de esos planetas.
Solo después aparece la atracción y el rechazo.
Atracción y rechazo: ocurren desde el punto mismo, desde el planeta mismo.
¿Entienden?
Lo que poseen la luna, el sol, los planetas y las estrellas es rechazo y atracción.
Pero la fuerza centrífuga que allí lo acoge todo..., o sea, el cerebro, como fuerzas centrífugas, tiene que procesar y transmitir nuestros sentimientos.
¿No es hermoso eso?
¿Alguna pregunta más?
Seguro que eso jamás lo habrían averiguado, ¿verdad?
¿Y no es posible intuirlo de forma inmaculada, pura, natural?
Son las fuerzas centrífugas.
Así que tiene que ser posible acoger nuestros sentimientos como fuerzas centrífugas.
¿Y quién es eso ahora, señor?
¿A ver?
(Señora en la sala):

—El plexo solar.
—¿El plexo solar?
Desde allí lo emitimos.
¿Y ahora qué se añade?
¿Qué es lo que está directamente en armonía con esas fuerzas centrífugas para el cerebro?
(Señora en la sala):

—El sistema nervioso.
—El sistema nervioso.
Entonces lo que habrá es... la circulación de la sangre ya no significa nada, pero la circulación de la sangre está debajo.
Y si ahora se nos cruzan los cables, a nosotros como personas, y esos nervios, entonces lo que ocurre es “bum bum bum bum” y el corazoncito empieza a latir.
Y así es como aparecen en el ser humano esos trastornos atmosféricos.
¿Vale la pena?
Me gusta hablar de eso, porque así es como se llega a conocer el cuerpo.
Es cuando aparecen los riñoncitos, entonces aparece la circulación de la sangre, los nervios, los sistemas endocrinos.
Vaya, vaya.
Y solo entonces empezamos a comprender cuántas palabras innecesarias tiene que aprender el ser humano...
para llegar a ser conscientes para el espacio.
Entonces pueden echar por la borda la mitad de su diccionario si empiezan a ver la creación.
Por ejemplo: ya no habrá muerte, eso se llamará entonces: evolución, “continúo”.
La muerte es continuar.
Hay que ver lo desagradable que suena esa palabra, “muerte”, en la tierra, ¿verdad?
“¡Se ha muerto mi madre!”.
Y nosotros decimos: “No, señor, adquirió ‘alas’, continúa, o regresó a la tierra”.
Fíjense qué diferencia.
Hay millones de personas que miran la tumba y que depositan allí flores, estupendo.
En veinticinco años quedarán unos huesitos y las ratas ya habrán acarreado unos cuantos por el subsuelo.
Eso no es más que material y ahora vamos a comprobarlo espiritualmente.
Pero ¿cuánto de esto es espiritualmente verdadero?
Ese Juicio Final, por ejemplo: hay que ver la cantidad de fe y de religión que hay que tirar por la borda si uno quiere entrar en comunicación con Dios, y eso es, se me haría absolutamente imposible hablar sobre ello de no haber visto las leyes.
Yo estuve detrás del ataúd.
Veo esas leyes, enseguida les contará lo que yo mismo he vivido.
Porque lo que vi...
No puedo ser más grande y espacioso si no he visto esto y aquello; he visto el cosmos, he visto el Omnigrado.
A ese punto hemos llegado.
¿Y qué es lo que hay que echar por la borda?
¿Bueno?
Muchísimas cosas.
Quedan tan poquísimas cosas, para el alma y el espíritu no se sabe nada.
Si se habla sobre los sentimiento, sí.
Si se habla de cordialidad, entonces sabemos lo que es, ¿entienden?
Con amor, cumplimiento del deber, bien, perfecto, pero eso va a al carácter.
Para el carácter hemos inventado palabras maravillosas.
¿Por qué, señor?
Porque están cerca de nosotros.
Si le doy una bofetada sin que se la haya merecido, dirá: “Menudo bruto”.
Es duro.
Está mal.
¿Entienden?
Y si nos ponemos a robar, soy un mangante, y eso tampoco vale; entonces procede esa palabra “mangar”, o “robar”.
Pero ahora vamos al espíritu, al alma, a los sentimientos, y entonces debería ver usted lo que se tira por la borda.
El sol es femenino (”sol” es de género masculino o femenino en neerlandés).
Ni siquiera conocen una flor.
La luna es femenino, sí, un planeta.
Pero el sol también es femenino, y el sol es padre.
Este espacio es tan increíblemente sencillo.
Sí, increíblemente sencillo, señor.
Puede usted analizar el espacio con toda la pachorra que quiera.
Es vida y muerte, ahora oyen las conferencias, es vida y muerte, es dilatación, es paternidad y maternidad, eso es el espacio entero, vida y muerte.
No hay vida y muerte: evolución, paternidad y maternidad y renacer, evolución.
Eso lo tienen los planetas, lo tenemos nosotros, lo tiene todo lo que vive.
El espacio es tan increíblemente sencillo, siempre que se conozcan los fundamentos divinos, y las transiciones.
Sí, ¿ahora qué?
¿Algo más?
¿Sí, señor?
(Señor en la sala):

—Señor Rulof, al finalizar nuestro paso por los planetas...

—Sí.

—...¿también se acabaría así la existencia del sol, de la luna, etcétera?
—Cuando usted acabe aquí...
(Señor en la sala):

—Esto, no, cuando la humanidad..., ¿verdad?
—Sí, señor, lo ha leído, en ‘Los pueblos de la tierra’ volvemos a tratarlo un poco.
Pero ya entenderá usted: en lo último, esas últimas dos páginas...
El maestro Zelanus dice: “Tengo que escribir doscientas mil páginas sobre este libro”, podríamos haber escrito siete obras al respecto, pero no es necesario, porque solo se trataba de explicar Adolf Hitler y esa guerra, y que Dios no libra ninguna guerra.
‘Los pueblos de la tierra’ es un libro que no se ha analizado ni espiritual ni espacialmente para el ser humano.
Es decir, por medio de ese libro aún no se ha analizado el espacio ni al ser humano, no es más que la historia de la humanidad.
(Señor en la sala):

—... una historia general.
—Un poco de historia como leyes naturales, leyes divinas.
Y llegamos a ver a Cristo.
Ahora llegamos a ver lo que pasaba detrás del velo.
Pero ahora vamos a empezar.
Enseguida...
Aquí tienen todavía...
En Semana Santa estuve en (el parque zoológico ornitológico de) Avifauna, ves una avestruz de esas; después de la era prehistórica: un elefante, una jirafa, todos esos animales grandes, ballenas, peces planos, pulpos, todo; el pulpo es una creación posterior como animal prehistórico.
Y también hay pulpitos así de pequeños, se arrastran por la calle, así.
Aquí también los tienes, aquí.
Hace poco lo hemos tratado, lo hemos comentado: el ser humano ni siquiera conoce su propio piojo.
Ni la pulga.
¿Qué conciencia tiene un animalito de esos?
¿Y cómo surgen esos piojitos?
(Señora en la sala):

—Por la contaminación.
—Por la contaminación.
Pero tienen alma, tienen espíritu, tienen sentimientos, tienen una personalidad.
¿De quién les vino esa personalidad?
Se lo demostraré: que las creaciones posteriores tienen infaliblemente sentimiento.
Infaliblemente.
Y hay...
¿Por qué el ser humano está trastornado y dividido en su sentimiento?
¿Por qué?
Una creación posterior, un pulpo, un piojo, una pulga y todos esos animales, una rata, un ratón, una mariposa —fíjense en esas maripositas tan hermosas—, una creación posterior tiene maternidad, paternidad, en un solo estado, luz, vida, también amor.
Una creación posterior tiene el reino de los colores de Dios.
Observen una mariposa de esas: es una creación posterior.
En el más allá no se ven mariposas, porque han surgido a partir de la podredumbre.
Una serpiente significa tanto como esas mariposas preciosas, hermosas, coloridas.
Deberían ir a ver esos miles de especies diferentes, millones, en Oriente.
Aquí no tienen tantos, aquí tenemos un poco, unas cuantas manchitas, y un poco de blanco.
¿No es así?
Un moscardón de esos que se posa un momento en el cuello y claro, luego te sale un bulto tremendo.
Todos esos insectos: creaciones posteriores.
Pero es capaz de picar, incluso tiene electricidad y todo, un mosquito de esos muertos, un escuchimizado de esos, a ver, lo toco un instante, nos sale algo, mañana andaremos así.
¿Qué clase de veneno es eso?
(Señora en la sala):

—Malaria.
—¿Dónde apareció el veneno, señor?
¿Qué es el veneno?
¿Por qué un oriental, un mago, puede decir, uno que ha mordido, dice: “Pues hasta aquí y no más, cerremos el chiringuito aquí, esto puede infectarse, no importa”?.
El veneno puede matarse, y se puede matar todo, pero de eso no estamos hablando.
Todas esas creaciones posteriores...
Miren, si conocen el espacio, si conocen el universo, encontrarán en primer lugar el resultado más elevado de la creación: el hombre, la madre, el ser humano.
Y después aparece el mundo animal, esos millones de tipos de animales.
Los centenares de miles de diferentes tipos de monos que han surgido a partir de un solo grado.
Cada grado, un mono, tiene siete ramificaciones, transiciones, antes de que uno vaya a dar con otro grado más bajo.
Y así existen siete veces siete diferentes tipos, o sea, cuarenta y nueve, que todos dan a luz y que crean y que representan un mundo propio, que dan a luz a una nueva vida, que crean.
Adéntrense un poco en eso.
Entonces verán monitos que son así, de este tamaño, y los ves que son casi tan grandes como media casa, esos gorilas.
Los hombres mono, eso sí que es algo.
Esos forzudos que abrazan un rascacielos y lo pulverizan a muerte.
Sí, señor, ¿qué me va a preguntar?
¿Qué desea saber sobre la creación?
(Señor en la sala):

—Sobre la creación posterior: ¿también se destruye la vida espiritual?
—En la creación posterior no hay nada que se pueda destruir, aunque esos animales se coman, eso no dice nada.
Un león y un tigre son especies animales conscientes.
Existen siete grados de creación conscientes.
Es decir: tenemos nuestros siete grados desde la jungla hacia la raza blanca (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es).
Y un tigre tiene siete transiciones diferentes; y entonces voy a parar a los maullidos en casa y es el gato.
Y así es como hay una línea del gatito al tigre.
Es la especie más salvaje.
Y entonces voy desde la jungla, desde el grado más bajo... ahora ese grado más bajo es el más grande.
¿Entiende?
La especie de pez más baja en las aguas es una ballena, es la especie más grande, es el grado más bajo para el animal.
Hasta que aparece la mariposita.
(Señor en la sala):

—Una ballena es un mamífero.
—Un mamífero, eso digo, esa cosa de tipo mamífero, prehistórico, tiene que salir de allí para convertirse en otro animal.
Porque el mamífero en esas aguas tampoco puede elevarse más y permanece allí, pero tiene que elevarse más, y entonces aparece esa especie maravillosa, que no es más que así de grande, señor, no más grande, que es el pececito normal con maripositas y colorines y todo, con luz, electricidad, que pasa así a nuestro lado, y entonces uno simplemente se queda detenido.
Todo lo de la creación vive en ese animalito, con la maternidad y paternidad.
Y esa cosa prehistórica tiene que disolverse.
Ahora llego a la pregunta para el señor Götte: ¿cuánto tiempo dura eso?
Todo eso tiene que disolverse, llega a existir.
Si se quedara un solo pececito en las aguas y no tuviera evolución, entonces Dios no sería justo y eso es imposible, ¿no?
Así que ese sol no puede desaparecer antes.
Esa luna empieza a empequeñecerse, se hace cada vez más pequeña, va encogiéndose.
Pero dentro de cien millones de años se la seguirá viendo en el espacio.
Y después llegará un tiempo en que la luna haya desaparecido, pero entonces... imagínense, a quién se le ocurriría quitarla de allí: ¡ese espacio se derrumbaría!
Es igual que si pusiéramos en los mares... si pusiéramos cien mil barcos aquí en el Mar del Norte, entonces, de verdad, señor, entonces el agua no llegaría a ser tan grande, porque su fuerza centrífuga es también su asidero y diría: “Sí, ya te sujetaré”, así que entonces tendría que aparecer aquello.
Y entonces el agua quizá saltaría por encima del paseo marítimo, por la presión de esos barcos, pero si de pronto quitamos toda esa tierra, ¿qué queda entonces de esa agua?
Ya nada.
Y si esa luna desapareciera del espacio, este se derrumbaría íntegramente.
Pero eso empieza a dilatarse poco a poco, empieza a difundirse, y si esa luna en tal y cual tiempo... si un planeta ha llegado a ese punto, entonces ya está... ya está...
Por debajo de la luna, y alrededor de ella, el aura vuelve a estar lista para coser esa creación, esa vestidura, como si dijéramos, es una túnica, y todo eso son leyes y fuerzas, se hace un solo conjunto por succión, solo esa luna está de por medio.
Si ese camino...
Un meteoro que queda anulado se pega como una ventosa, sin problema alguno, y es entonces cuando surgen verdaderos trastornos cósmicos.
Cuando aparece esa succión se ve que algo se agita: es una fuerza huracanada en el espacio y un chisporroteo que ni te digo, una succión que es enorme, macrocósmica, y que los seres humanos ni siquiera somos capaces de medir.
Pero eso se forma por sí solo.
Eso no puede ocurrir con los planetas.
Pero llegará a haber un tiempo en que esa luna realmente habrá desaparecido y entonces aún habrá gente en la tierra, las aguas ya estarán vacías, el cuerpo será espiritualmente consciente para el ser humano, ya no habrá animales, ya no habrá vacas, ya no habrá caballos, todo eso se irá disolviendo lentamente.
Ya no se verán águilas en el espacio.
Ya lo habrán entendido: la madre naturaleza se embellece a sí misma, cada animal llega a alcanzar una conciencia más elevada, igual que el ser humano; este espacio se extinguirá por completo, pero el otro estará listo.
El nuevo universo para el ser humano, o sea, el cuarto grado cósmico, está listo; están todos listos, el quinto, el sexto y el Omnigrado están listos.
Los seres humanos vivimos en la era más imponente que existe, no para la conciencia espiritual, sino para todo lo que vive en el espacio y en la tierra, y ahora pone los fundamentos para el ser humano de dentro de diez millones de años.
Y ese ser humano ya no estará aquí.
Esta noche deberían preguntarme: ¿qué viviremos en el año cuarenta y cinco mil veinticuatro, el miércoles por la mañana a las nueve?
Señoras y señores, allí está el té.
Entonces se lo explicaré.
DESCANSO
Enseguida me darán... me darán monedas de plata de diez florines.
(Un señor dice algo).
A ahorrar... del verano pasado, rebajas.
Bien.
Ah, el cacharro (la grabadora) ya está en marcha.
Ya lo encontrarán en Ámsterdam.
Aquí ya tengo la primera pregunta.
“¿Cómo nacen niños que no se parecen al padre o a la madre”, ya ven, el ser humano piensa, “y que además tienen rasgos de carácter muy diferentes?”.
¿De quién es eso?
(Señora en la sala):

—Mío.
—¿Suyo, señora?
Señora, ¿no lo sabe usted misma?
¿No lo sabe usted misma?
¿No lo sabe?

(Risas).

Pero, señor y señora, sí, aquí sí que tenemos personas, ya lo saben, ¿entiende?, sí que lo saben.
¿Quién de ustedes lo sabe?
¿En qué vive eso?
(Varias personas en la sala):

—En los antepasados.
(Gente en la sala):

—En vidas anteriores.
—Los antepasados.
(Señor en la sala):

—Los antepasados muy lejanos.
Los indios encantados.
(Señor en la sala):

—Eso.
—Miren, hoy les voy a dar... yo soy el creador.
Pero eso les dije, les pregunté hace un rato: “¿Señor, se conoce usted a sí mismo?”.
Y también a la madre, ¿se conoce?
En esa semillita, en ese óvulo suyo, madre, viven setecientas mil eras.
Todavía contiene la jungla.
Y si ahora se le aparece un mono de esos y anda usted por aquí con esa carita urbanita, uno se pregunta: santo cielo, ¿de dónde viene eso?
Entonces el hombre de pronto dijo en tal y cual ciudad, dice: “Pero ese de allí no es ninguno de los míos, porque no se parece en nada, y encima pelirrojo; ese de allí es el vecino”.
Sí, señor, pero no es posible.
Y era el vecino, y hubo una bronca, y la criatura se parecía al vecino.
Y entonces dice ella: “Sí que he mirado bastantes veces al vecino, pero no está prohibido, ¿no?”.
Mirar no es cometer pecados.
“Sí”, dijo, y entonces estaba analizando la Biblia.
Pero ya mirar, eso dicen las Escrituras, está mal, ¿verdad?
Y así la gente ya se ha quebrado, solo porque la criatura fuera pelirroja y morena, o verde, y que no se parecía en nada.
Pero el padre y la madre llegan a tener muchos hijos y entonces de pronto aparece uno que no se parece en nada.
Y mejor créanselo: el alma y el espíritu son una personalidad propia.
Pero ya reciben ustedes del pasado, de tantas eras y siglos, ya recuperan un grado de sentimiento y es la millonésima partícula de esta célula pequeña, y es consciente, y tiene prioridad, y entonces el padre...
Porque eso ya no es el padre, porque el marido que ahora tiene usted, no es; ¿a partir de qué fuente crea hoy?
No a partir del estadio actual, porque eso ni siquiera es suyo, aún tiene que hacerse consciente.
El estadio actual, señora, está en el fondo del hombre.
Eso no verá la luz, cuando tenga que volver usted a la tierra, no verá la luz hasta dentro de siete mil años, setenta mil, porque pasarán miles de años antes de que el hombre regrese a la tierra como creador, y entonces recibirá usted a partir de esta y aquella fuente: esa semillita de allí en nosotros es consciente, y aquella de allá ahora va... por ser consciente...
Porque no es posible hacer que se eleve el tercer grado.
Así que siempre nos nutrimos del pasado; esta semilla, la creación del hombre, tiene millones de años.
La de usted, la que se está construyendo ahora, señora, si tiene que volver usted, quizá regrese después de siete siglos, y entonces se parecerá a quien ya ha desaparecido desde hace mucho.
Cada criatura, todos ustedes, sus padres y sus madres, no significan nada, porque allí la conciencia diurna escasea, la tiene una entre millones de criaturas.
Mire, aquellas que son igual que su padre no tienen su espíritu.
Se dice: “Te pareces como dos gotas de agua a tu padre”, y sí tiene el carácter; entonces tenemos la influencia espiritual, la influencia sobre los sentimientos.
Pero aquí la célula, como semilla, crea la imagen del padre, que resulta que era consciente, y se convierte como si dijéramos en el hermano gemelo del padre.
He conocido a un padre con su hijo de doce años: el padre era moreno, aquí un holandés, empezó a tener el rostro moreno, con rizos que eran una gloria, había un árabe puro en su interior, pero el chico también lo tenía, sin duda.
Dice: “¿Qué te parece?
Pero si es que no es mi gemelo, es mi hijo”.
Más tarde, sin embargo, cuando empezamos con la cosmología, entonces era posible volver la mirada.
Digo: “Sí, esta célula es consciente ahora y a ella se debe que se haya revelado el estado, y que exista el parecido.
Y después seguimos a los sistemas endocrinos y ¿cómo es esa sangre?
Sangre.
En la célula... esa célula es un... a eso se le llama el espermatozoide, esa célula es la fuerza creadora del ser humano, ¿verdad?
Es algo que nosotros tenemos.
Ustedes tienen la recepción, allí también está.
Esa célula como materia no significa nada, pero en ella sí viven esos sistemas endocrinos, el cerebro, en esa materia, materia ínfima, ese poquito de nada, lo que ni siquiera se puede ver, allí vive una creación entera; incluso con las enfermedades, con las enfermedades y todo incluidas, tiene que llegar a despertar.
El médico y el psicólogo todavía no ven ante lo que se encuentran cuando miran al ser humano y a la madre, al hombre; creación, alumbramiento, evolución.
Aquí tenemos: los dos rubios, ambos rubios, la madre rubia, y allí está otra vez el erudito, él rubio, ella rubia, hijos rubios hermosos, y tienen un hijo negro como el carbón; y entonces, claro, que era del vecino, ¿verdad?
Él sabía, ellos sabían, que no habían tenido contacto físico, porque habían estado aquí, allá y allá; pero seguía sin fiarse, dice: “¿Acaso no ha venido por aquí algún vendedor ambulante?”.
Y dice ella: “Pero ¿de qué me estás hablando?”.
Dice: “Pues míralo, ese crío es negro como el carbón”.
Y ahora el ser humano tiene que ir a una escuela y decir: “Señor, la materia procede de este y aquel tiempo, de esta y aquella era, y es de usted.
Usted no ha hecho más que transmitirlo, señor, porque allí no hay nada suyo, ni de usted ni de su mujer”.
Qué divertido, ¿verdad?
¿Y qué sabrá el médico de ese hombre?
¿Qué sabrán de los colores?
La semana pasada estuvimos hablando del cabello, pero ¿qué sabe usted de esa celulita, señor, de esos pequeños rasgos?
¿Qué sabe usted de eso?
¿Se conoce el ser humano a sí mismo?
¿Se conoce la mujer? ¿Se conoce el hombre?
Señor, en el futuro la escuela será: cómo el ser humano, cómo aquí el ser humano...
Ese ser humano raquítico en esta sociedad tiene millones de problemas, y busca y busca y busca y busca, no se conoce, no para Dios, no para el otro lado, sigue estando encima de esa condena desagradable, encima de esa palabra “condena”, que no significa nada, sigue estando ante un Dios de odio y venganza, y entonces aún tienen que empezar sobre el cuerpo, el poderoso cuerpo de la madre y el hombre.
¿Qué es lo que vive en ese hombre?
Piensan ustedes, hombres, que son seres humanos, porque tienen esa figura, pero no es así para nada, es en su creación profunda donde vive la esencia de sus personalidades.
Y son sus órganos para crear, tienen todo lo que hay en el mundo.
Es que ustedes no son nada, están mal encaminados.
Por mucho que hoy se hagan ingenieros o médicos, sepan algo de la vida, no saben nada de la creación ni del alumbramiento ni de la cosmología, ni siquiera conocen a sus mujeres por dentro y por fuera.
No conocemos los sentimientos, estamos unos delante de otros y decimos: “Pero ¿por qué hará eso ahora?”.
Y: “¿Por qué hace él eso ahora?”.
No conocemos el contacto cósmico, no conocemos el ser uno, ese ser uno nuestro no es otra cosa que la madre del espacio que se despierta en nosotros, y no tenemos más que obedecer.
Y pensamos que lo somos, pero es la reencarnación nuestra, si no nos haríamos completamente infantiles.
Sí.
Alborotadores.
Sí, oigan, señoras, estoy dirigiéndome a los hombres.
Al hombre se le puede decir algo de vez en cuando, pero a las señoras se les puede... (inaudible).

(Risas).

Señor, ¿ahora lo sabe?
Señora, ¿ahora lo sabe?
Y son pruebas, aquí tenemos a una señora... aquí muchas veces viene gente... así me pasó hace poco, y me dice esta señora: “¿No le parece extraño?”.
Digo: “Sí, señora, que la entiendo”.
Entonces dijo: “Es como si fuera yo negra.
Todavía dicen: ‘Es algo que viene de un negro’”.
Tenía ricitos igual que una negra, también oscuros.
“Y todos mis hermanos son de La Haya y blancos y eso”.
Digo: “Sí”.
Allí estamos.
En el pasado les ofrecí la imagen de las palomas.
Dos palomas rojas allí abajo donde mi casa, el hombre dice: “¿Tú entiendes eso?”.
Es cuando los oigo hablar, pero con esa gente no se puede hablar.
Miro abajo, sentado en mi pequeño balcón, y dice: “Sí, mira, vamos, hay que ver qué hermosas estas dos rojas, y resulta que sale una que es negra como el carbón”.
No lo entiende, no lo comprende.
Alguna vez ya lo comenté con ese hombre...
“Mira lo que dice ese allí arriba”.
Pienso: ‘No digo nada.
No dije nada’.
Pero sí que era con todas las de la ley.
Dije: “Los ‘drudels’.
Los ‘drudels’, señor”.
Pero entonces se nos aparecen dos hermosas palomas rojas; miren esos colorcitos.
Mire, señor, si que es que se ven las mismas manchitas y motas y los pelillos de la paloma se ven en el ser humano.
La paloma, los pájaros —el gorrión no, este sigue en su evolución, allí no hace falta que se le envíe ningún estornino, la naturaleza se busca a sí misma— no van al siguiente grado, se mantienen color a color, cuerpo a cuerpo.
Pero el ser humano tiene tantas profundidades, fue hacia el rojo, azul, verde y amarillo, ¿verdad?
Entonces no es más que lógico, ¿verdad?, que aparezca una negra de estas con un mechón rubio, de lo que estuvimos hablando la semana pasada.
(Una señora en la sala dice algo).
¿Cómo dice?
Es cierto que se puede comprar por quince florines, pero la creación también lo tiene, ¿no?
En Avifauna he visto un azul con una irradiación verde, esos encima tenían la irradiación, un pajarito de Sudáfrica, un azul violáceo con un copete verde.
Irradia.
Pero donde mejor se ve es en el mundo de las palomas.
Entonces hay dos rojas y sale una negra como el azabache, y encima con una mota de esas.
Sí, era algo todavía del padre Piet Hein, o ¿cómo se llaman esas palomas?
¿El pequeño Hendrik o Jan?
Y entonces dicen: “¿Tú lo entiendes?”.
Estaba criando a su manera.
Criaba yendo del color rojo al negro.
Señor, eso no lo llegará a controlar usted nunca.
Lo comentaba con una campesino que cultiva tulipanes: “Señor, ¿qué grado quiere dividir?”.
Justo lo mismo.
Tengo aquí a alguien entre el público, Ari, que cultiva tulipanes.
Digo: “¿Quieres que te cuente, que te explique la reencarnación del tulipán?”.
Y aunque no sea yo un experto en tulipanes, sí que conozco la creación.
Y entonces, pues nada, se lo expliqué una mañana, entre las once y las doce.
Dice: “Pues vete a Lisse, Jozef, allí podrán aprender de ti”.
Digo: “Lo entiendo.
Porque aunque allí conocen la reencarnación, saben que tienen que esperar siete años antes de conseguir una especie nueva”.
Siete años.
Digo: “Pero aun así siguen estando equivocados, porque tienen que...”.
¿Dónde está el primer grado?
De este tulipán, hace siete veces cuarenta y siete años, fijó... fijó el árbol genealógico de ese tulipán, igual que el del perro pastor; queda fijado y entonces puede volver a ver los colores, encontrarlos, volver a mirarlos, igual que con las palomas.
La flor tiene exactamente lo mismo; en el tulipán viven siete grados, señora.
Si compra usted uno, señora, tendrá un tulipán con una antigüedad de siete años.
Y tal vez más grande.
Porque si lo dejan en un solo grado, puede usted seguir cultivándolo.
¿Entienden?
Así siempre sale el mismo color.
Pero ahora vamos a dividir.
Digo: “Sí”.
“¿Qué puedo hacer, Jozef?”.
Digo: “Entonces con ese y el otro grado tienes que...”.
Digo: “Pero ¿conoces el pasado?
¿Conoces su reencarnación?”.
“No”, dice.
Digo: “Entonces mejor ni empieces con ello.
Quizá salga un color, no lo conoces para nada”.
“Y luego lo que es hermoso”, dice.
“Todo encaja a la perfección.
Mira, tengo una tierra entera, y entonces me pongo a mirar: cada año sale un color nuevo, salen dos, tres nuevos colores”.
Dice: “La naturaleza lo ha hecho ella misma”.
Lo ha hecho la madre naturaleza, ¿no?
Ahora el ser humano ayuda a dividir.
Hace poco...
¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—¿Cómo explica usted, pues, la ley de Mendel?
—De Mendel?
(Señor en la sala):

—Sí.
Siempre uno de cada cuatro.
(Señor en la sala):

—Mendel, aquel monje, ¿verdad?, que...
—Mendel, un filósofo.
(Señor en la sala):

—Sí, había...
Con judías que crecían más y con judías que crecían menos...

—Sí.

—... empezó a cruzarlas...

—Sí.

—... y entonces descubrió algo curioso.
Porque lo que descubrió...
—Sí, estuvo cerca este Mendel.
(Señor en la sala):

—Sí, pero descubrió esto...

—Sí.

—... que siempre era uno de cada cuatro.

—Sí.

—También lo hizo con vacas, por ejemplo...

—Sí.

—... con una vaca de la raza lakenvelder y un toro colorado, y entonces siempre salían tres de tipo lakenvelder, uno rojo, tres negros.
—Bien, señor, ¿oye la pregunta?
Pero ¿están oyendo esa pregunta del señor, señoras y señores?
(Algunas personas dicen):

—No.

(Otras personas dicen):

—No.
—Pues debería usted hablar un poco más alto, así todos lo sabrán.
Y Mendel sí que era un crack, ¿no?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Entonces todos lo sabrán, si les digo que Mendel puede empezar a tomar clases con ustedes si él le hiciera esa pregunta.
Y entonces debería usted decirlo tan alto que esas personas lo oigan todas.
Háganlo un momento.
(Señor en la sala):

—¿Lo mismo?
—Sí.
(Señor en la sala):

—De cada cuatro descendientes...

—Sí.

—... de...

—Sí.

—...dos vacas...

—Sí, exacto.

—...una pinta y una colorada...

—Una pinta y una colorada.
O una negra, por ejemplo, eso cuadra mejor, una vaca negra con un toro colorado.

—Sí.

—Entonces salen tres de color negro frente a uno colorado.

—Sí.

—Uno de... cuando muere... una vaca llega a tener más o menos veintisiete terneros, ¿verdad?, veintiocho en total, siempre habrá de cada tres de color negro uno colorado.

—Sí.

—Ahora, vamos a cruzar esas criaturas...

—Sí.

—... una y otra vez con vacas negras.

—Sí.

—Entonces seguirán saliendo siempre tres de color negro y un colorado.
Y eso a veces también se ve con los niños entre las personas.
—Desde luego.
¿Y a qué se debe eso?
(Señor en la sala):

—Pero siempre tres frente a uno.
—¿Tres de una raza y uno colorado después?
(Señor en la sala):

—Cuatro en total, de los que uno según el padre...
—Y tres según la madre.
(Señor en la sala):

—Sí.
—Pero la división está allí.
Aunque entre el tercer y el cuarto grado, ¿entiende?
Y ¿qué es lo que ocurre aquí en esos grados?
En primer lugar...
Fíjese ahora en primer lugar ante lo que habría estado ese Mendel si hubiera conocido la creación, a la que se dirige, pues.
En primer lugar se produce también en el animal la homosexualidad, la maternidad, porque existen toros y vacas.
Así que la paternidad crea el propio cabello, el espacio y el rostro, eso ya lo hace la paternidad.
Y la maternidad también lo crea.
Así que ya estamos atados a esa maternidad y paternidad.
Porque uno no sabe... ahora no sabemos si es una ternera o un toro lo que habrá.
Allí ya estamos, ese mundo no está en nuestras manos.
De modo que ese mundo ya continúa.
Si quisiéramos mezclar, dividir con dos tipos, entonces ya estamos sin poder hacer nada, ahora no puedo hacer nada, porque aquí tiene prioridad la paternidad y la maternidad.
¿Entiende?
(Señor en la sala):

—Sí, eso...
—Y entonces aparece el alumbramiento para la atracción, eso es entre los tres y cuatro, es cuando se produce esa división, la transición.
El cáncer es entre el tercer y cuarto grado... entonces todavía se puede ayudar, después ya no.
Pero el nacimiento para el animal en cuanto a color ya llega a despertar desde el tercer y cuarto grado, es cuando ya se produce el cambio... el cambio de color, pero no en el quinto, sexto ni séptimo, esos no reaccionan, no muestran nada.
Así que no puede ser de otra manera que en el tercer y cuarto mes, porque, madres, entonces es cuando la criatura se manifiesta en la madre: es cuando aparece el macho o la hembra, creación o alumbramiento.
¿Entiendes?
Así que en ese tercer grado... también produce tres grados sucesivos de evolución, porque aún no están el cuarto ni el quinto.
Así que la única posibilidad es tener para ese mundo, tres y cuatro, y eso se llega a ver también donde la gente.
Después del parto la criatura es diferente, el cabello es diferente.
El padre y la madre son negros, el niño es rubio.
Pues bien, eso ocurre igualmente en el mundo animal.
Así que Mendel, si pudiéramos hablar con Mendel, esta noche, y decir: “Mendel, mejor déjelo ya porque no lo conseguirá jamás”.
Porque es la propia creación la que determina ahora —la división de usted no sirve de nada—... porque no permitirá que se desequilibre a base de golpes.
Aunque siga usted con el colorado... pues ponga uno verde entre ellas, así conseguirá otro mundo.
Pero ¿cuándo llego eso por fin?
Ahora resulta que ese hombre desconocedor de la creación piensa: “Bueno, pues entonces lo que haré será que un toro negro como el carbón, con una blanca...”.
Y les sale: rojiblanco en el primer grado hasta el tercero y el cuarto, o sea, alumbramiento otra vez, otra vez creación, porque: ya se lo dije a la señora de allí, ¿verdad?, el hombre que crea no le da a usted su semen directamente, sino a eras anteriores.
Es el tercer y cuarto grado, llega a evolucionar, a tomar conciencia y eso puede bajar hasta el tercer grado y entonces tenemos: ¿qué color aparecerá ahora?
Es así con las vacas, con los perros, con los gatos, con la naturaleza entera.
Así que Mendel ya puede empezar a recibir clases universitarias aquí.
Y sin duda que era alguien.
Y sigue siéndolo.
¿Entienden cómo se abre eso?
¿Lo entienden?
A ese Mendel, a Schopenhauer, a todos esos grandes: Kant, Jung, Adler, Sócrates, Platón, la universidad de aquí para los sistemas filosóficos... señoras y señores, si uno empieza a pensar como es debido y empieza a hablar con esa gente es posible ponerse a jugar a ser catedrático, y entonces dirán: “Santo cielo, ¿de dónde saca usted esa sabiduría?”.
Actualmente, les es posible analizar por estos conocimientos cada reacción de cara a la paternidad y maternidad, cada vida.
Sí, es lo que aprenden ustedes.
Lo dije hace poco: empiecen a hablar un poco entre ustedes, la de cosas que uno entiende.
Si uno está sentado tranquilamente y ha concluido las tareas diarias y se es hombre y mujer, se está con los amigos, no hablen por hablar de esa sociedad desagradable, mortecina, no contiene nada: empiecen, en cambio, sobre la vida, así se llega a pensar.
Hay gente que tiene noches, seis, siete seguidas, en que leen los libros y entonces dicen: “Mira, eso es lo que hemos sacado de allí, y lo recibimos del maestro Zelanus”.
Ahora surge: esa gente puede dar clases universitarias.
El maestro Zelanus dijo hace poco: “Si yo les preparara...”.
Él prepara a un ser humano en cuatro meses.
Dice: “Pero entonces me sirven más las madres que el hombre”.
Entonces alguien dijo: “Y eso, ¿cómo es posible?”.
Sí.
La madre es ahora más profeta que el hombre.
Señor, el hombre ha echado a perder la profecía en la tierra.
Hay cinco mil padres, los (en inglés:) blancos, y hay cien millones de evangelistas; y resulta que cada uno es más infeliz que el otro.
Observe ahora una madre real en el camino para el espacio, consigue hacer las cosas mejor que nosotros.
Este siglo requiere que el evangelista Pablo sea madre, no padre.
Si fuera libre de irse de casa y no tuviera que dar a luz, a la madre habría que enviarla por todo el mundo, conseguiría más cosas que el hombre.
¿No le parece, madre?
Nosotros, los hombres, hemos dejado la Biblia hecha una pena, hemos dejado la creación hecha una pena, hemos dejado todo hecho una pena.
Somos unos lelos.
(Señora en la sala):

—Menudos chapuceros.
—Hay que ver qué chapuceros, ¿verdad, señora?

(Risas).

Sí, ¿qué vamos a hacer con ellos?
El ajo tiene más conciencia y significado que la personalidad del ser humano.
¿Eso lo sabía usted también, señora?
El ajo.
(Señora en la sala):

—Sí, pero apesta, eso sí.

(Risas).

—No, señora, no debe decir esa palabra, tiene una personalidad como olfato e irradiación.
Una delicia, ¿no le parece?
Rico.
Rico, salsa picante indonesia con cebollitas.
Señor, ¿tenía alguna pregunta más sobre eso, sobre Mendel?
Pero ¿sienten ustedes lo poderoso que es eso?
Él también lo aportó.
Y ahora viene, ahora decimos, es lógico, ¿no?, señoras y señores, es lógico, ¿no?, ahora llegamos, damos a luz, pero el padre y la madre son negros y aparece un niño rubio.
Y entonces aparece: “Ese crío no se parece al padre ni a la madre”.
Entonces dicen. “Qué extraño, ¿no?”.
Pero entonces volvemos a la familia, y vuelve a aparecer de forma pura esa imagen de entonces, y eso es entre el tercer y cuarto grado.
Es decir: el primero lo podemos...
La conciencia diurna ya ha desaparecido, porque es lo que soy, y es mía, si esa criatura se me parece, sí, genial, entonces nosotros hemos... entonces predomina la paternidad.
¿Entienden?
Todo eso es paternidad, pero la paternidad como fuente, como fuente material, con tal y cual roce e infusión de alma, y entonces ya estamos entre el tercero y el cuarto; con que solo sea un poco más profundo, aparece esa gran familia, a un poco más de profundidad, al margen del cuarto y quinto.
Allí vive toda esa familia.
Sí, bisabuelo, añadiendo incluso a veces los rasgos, los rasgos del carácter; entonces esa célula —ha sido una célula viva— se ha hecho ser humano, se duerme, el ser humano se fue, vive en el ser humano porque ha surgido a partir de la fuente.
Es cuando el ser humano dice: “Los rasgos de carácter...”.
No se nos regala nada.
No, pero sí podemos estar sometidos a influencias.
Y entonces sueles oír decir a la gente: “Esa criatura es que es igual que el bisabuelo, porque también fumaba así en pipa”.
Él también tenía esos rasgos.
Y entonces resulta que incluso esa célula, como materia, ha sido fecundado, porque es la semilla del bisabuelo, esa semilla de la personalidad aún fue fecundada, solo toma siete meses, y siete años; siete años y entonces la criatura empieza a cambiar y ya va apareciendo una personalidad propia; pero entonces la materia está aún influida.
Porque es de ese hombre.
Ahora damos a luz a niños, esas semillas volverán en diez mil años por la tierra, los hijos de su hijo aún darán a luz y crearán, señoras y señores, y será cuando se manifieste su propia carita, es cuando usted se manifestará, y dirán: ¿cómo es posible?
Van a tener una semilla maravillosa, caballeros, porque la suya estará espiritualmente influida.
Hay que ver cómo se dilatará luego ese mundo nuestro, ¿verdad?
(Señora en la sala):

—Esperemos.
—¿Cómo dice usted?
Hay que ver la conciencia que las madres darán a sus propias vidas.
La Universidad del espacio ha infundido alma a nuestras semillas.
¿No le parece divertido, señora?
Sí.
El ser humano futuro, ¿cómo comprenderá, cómo acogerá y procesará todo esto?
Enseguida alguien me dirá: “Jozef, ¿cómo serán la tierra y La Haya en quinientos mil años?”
Digo: “Bueno, pues escribe un libro”.
Puedo empezar así: “El ser humano en quinientos mil años”.
En primer lugar, el ser humano sabrá en quinientos mil años todo lo que saben ustedes.
Ya no habrá escuelas, señoras, porque ya no estaremos allí.
No, entonces dejaremos que los niños anden y caminen, y lo explicaremos por medio de la naturaleza.
Sí que estaremos en la escuela, pero ahora será un espacio.
En ‘Los pueblos de la tierra’ —¿ya lo han leído?— irán ustedes por el espacio...
Luego los niños ya no les pertenecerán, padre y madre, porque primero tendrán la conciencia del estado.
Y entonces los niños irán...
El estado se encarga de... habrá unión universal humana en la tierra, los pueblos de la tierra habrán alcanzado la unión, iremos a China, a Japón, primero tenemos que... hasta catorce años... tenemos que llegar a conocer los pueblos de la tierra, los hijos del espacio, los planetas.
Llegarán a vivir ustedes la cosmología, un niño de catorce años, una chica y un chico, en esos tiempos ya serán casi cósmicamente conscientes.
Y entonces esas chicas y chicos recibirán el análisis de la paternidad y la maternidad, el alma que es atraída.
El estado acogerá cualquier karma, ya no habrá causa y efecto.
¿Pues?
Ustedes se pondrán a volar, irán a otros pueblos, los aviones los estarán esperando, ese milagro técnico.
Sí, señora, ¿no le gustaría volver?
(Gente en la sala):

—Sí.
—Luego ya no estarán en el cochecito del bebé, sino que estarán encima, con él se irán volando hacia el espacio.

(Risas).

Esa señora que la semana pasada, o hace algún tiempo, preguntó, dice: “Sí, pero ¿cómo surgieron los seres humanos?
Ha hablado usted de Adán y Eva, pero ellos también fueron niños, ¿no? Y entonces todavía no los había”, dice esa mujer, “esos niños necesitarían pañales limpios, ¿no?”.
Esa pregunta también se hizo aquí; y es que es cierto, esa mujer pensó más allá.
Dice: “Cada uno su propia imagen”.
Lee la Biblia.
Paternidad y maternidad, Abraham, Adán, Abraham, Eva: ¿quiénes fueron en realidad? Y ¿Jacob, Isaac, Herman, Gerrit, Piet?
(Señora en la sala):

—Adán.
Adán y Eva.
Entonces esa mujer dijo a su marido: “Oye, pero escucha, Herman, ¿esto cómo puede ser así?
Adán y Eva, ya tienen una edad avanzada, pero también han sido bebés, ¿no?, un bebé necesitará ayuda, ¿no?, tuvo que haber habido una caldera con agua caliente y un buen pañal limpio, no?”.
En el paraíso Nuestro Señor ni siquiera habló de pañales.
Se olvidó de la mitad.
(Una señora dice algo).
¿Cómo dice usted?
(Señora en la sala):

—En la jungla tampoco lo tenían.
—¿No tenían pañales?
(Señora en la sala):

—Qué va.
—Pero, claro, en la jungla ya no les hacen falta pañales, saltan al agua y vuelven a estar limpios.
Pero ¿es que no entiende usted en qué pensaba esa señora?
Adán y Eva también fueron niños.
¿Y cómo se pusieron esos niños, que fueron paridos, ¿no?, cómo se pusieron los pañales?
(Señor en la sala):

—No les hacían falta, ¿no?
—¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—Que no los necesitaban, un florín basta y sobra, ¿no?
—Sí, pero, señor, ¿es que no entiende que un niño de un minuto no ha recibido alimento y que tiene que morirse?
La Biblia se olvidó de todo eso.
Pero el ser humano no piensa más allá.
Esos niños como Adán y Eva tienen que haber sido críos, ¿no?
No, Dios creó seres humanos.
(Una señora dice algo).
De eso no estamos hablando, señora.
Pero esa señora estaba pensando un poco, ¿no?
Y así —da igual que fuera necesario o no— llegó a esto, dijo: “¿Cómo es que esos bebés se las pudieron apañar?
Porque”, dice, “no es necesario que Adán y Eva fueran bebés?”.
(Señora en la sala):

—No, no fueron bebés.
Dejaron de ser niños de golpe.
—¿Entonces no había bebés todavía?
(Señora en la sala):

—No.
—Así que esos pañales tampoco hacían falta.
Entonces la Biblia tiene razón.

(Risas).

Así que la Biblia tiene razón, no había pañales.
Eva ni siquiera tenía, ni siquiera tenía, ni siquiera tenía, ni siquiera tenía...

(La gente ríe con ganas).

Quiero decir Adán, Eva lo tenía todo, pero Adán...

(Risas).

Adán estaba por allí y ni siquiera sabía la hora que era.
Cuando Eva dijo una mañana: “Está oscureciendo, Adán”, él dijo: “Y yo, ¿qué tengo que ver con eso? Si yo es que siempre veo una sola cosa”.
Y dice ella: “A ver, Adán, ¿de qué me hablas?

(Risas).

Dice: “Pues me apetece fumarme unos cuantos cigarrillos”.
Vaya, cómo iba a haberlos, claro.
Allí, señoras y señores, no se trataba del árbol de la vida, no se trataba de eso para nada.
Había un árbol y entonces Dios dijo: “Hay un solo árbol y ese ni tocarlo”.
Y entonces Adán miró al árbol —Adán, sí, Adán— y que mira al árbol y pensó, creo, durante meses y meses y años, dice: “Y eso, ¿qué significará?”.
Ese hermoso fruto de aquel frutal.
Vaya, y entonces: “Adán, ¡ni tocarlo!”.
Eran melocotones, albaricoques.
Esas ciruelas rojas tienen que haber sabido muy bien en el paraíso, señor, ¿lo sabía?
Había ciruelas masculinas y maternales.
Y había melocotones masculinos y maternales; unos eran amarillos y los de la madre tenían un colorcito rojo.
Porque Adán todavía no tenía conciencia, aún estaba pálido.
Pero, finalmente, hubo una mañana en el paraíso en que el viento jugó con una de esas barajas de cartas...

(Risas).

... y entonces Adán se puso a barajarlas y le echó las cartas a Eva; media hora después supieron exactamente...

(Risas).

Y dice Adán a Eva: “¿Quieres que te eche las cartas?”.
Y ella que le contesta: “Yo ya no te necesito, porque tengo una bola de plata, sé exactamente la hora que es”.
Y Eva se hizo clarividente.
Y se pelearon, señor.
Se pelearon.
Sí, pero fue un drama hermoso.
No sabían francés ni alemán ni inglés, no había ningún idioma.
Hablaron entre ellos, se dice.
Los domingos Adán jamás iba a la iglesia.
No, porque dicen: “Dios crea la iglesia de Cristo, la iglesia de Dios”.
Pero Adán no tenía ninguna iglesia.
No tenía protestantismo, no sabía nada de Buda ni de Mendel, señor.
Vacas sí había, pero nunca vieron una auténtica, porque para beber iban a las aguas.
Que una vaca diera leche era algo que tampoco sabían.
Como si hubieran ordeñado una serpiente, porque también tenía leche.
Sí, se ríe usted, señora, pero todo eso estaba allí en el mundo y vivía en el paraíso, sí, sí.
De verdad, esas majaderías las debería usted...
Debería hacer una obra de teatro con esto, la gente se troncharía de la risa.
Si empiezas así: Entonces el viento jugó con una baraja de cartas en el paraíso, y Adán y Eva empezaron a echarse las cartas, estaban quietos una mañana que lucía el sol, y Dios vio y dijo: “Adán, ahora tienes un bonito juego, conóceme ahora”.
Y detrás de eso tiene que haber habido alguien con unas bonitas hojitas de papel en blanco del diario ‘Haagsche Courant’ que lo anotó todo.

(Risas).

Es cuando empezaron a deambularon por la tierra y eso se convirtió en hojas de papel, fue dilatándose y al final se convirtió en la Biblia.
Ay, cómo nos matarían si lo oyeran.

(Risas).

No lo sé, pero cuando ves ese circo de Adán y Eva...; Nuestro Señor hizo allí una bonita figura y extirpó una costilla de Adán y dijo: “Paf, ay”.
¿Cómo dice usted?

(Risas).

(Señora en la sala):

—Sopló.
—¿Cómo dice usted?
(Señora en la sala):

—Sopló.

—Sopló.
E hizo un nuevo... y “Adán, te guiaré”, dijo Dios.
Y extirpó una costilla de Adán; así fue, ¿no? Del lado izquierdo, ¿verdad?
Él entendía más de eso.
Y después, en ese barro auténtico, señora, en esa arena auténtica, ¿verdad?, primero bien metido en el barro y después bien moldeado.
Ahora entiendo, señoras y señores, por qué tenemos escultores en el mundo.
Ellos también están gimiendo siempre con ese barro, y entonces se ponen a pulirlo, esa fue la verdadera creación del paraíso.
Señora, ¿ de qué otra manera iba a ser?
Pero con que ese escultor tan solo tomara una costilla de su Eva, esa imagen viviría.
Y entonces dijo Dios: “Ffft”.
Y mira, la Eva de Adán abrió los ojos y dijo: “¿Qué, cosa rica?”.

(La gente se ríe con ganas).

Y entonces Eva miró los colorines en los ojos y dijo él: “Cariño mío, todo esto es para nosotros...ven, vamos a dar una vuelta”.
Sí, entonces se dieron un paseo, señoras y señores, por el paraíso, que duró cuatrocientos mil años.
Y cuando volvieron... porque el paraíso era grande, oigan, no era un trozo de pasto sin más, y tampoco estaba delimitado, se podía seguir, había árboles por todas partes.
Había melocotones por allí y por allá había ciruelas y allí...

(Risotadas).

... y allí había... allí había...
No sé lo que digo; si ahora seguimos formando parte de la iglesia, nos salimos, yo siempre salgo por mi cuenta.
Pero, señora, así podría seguir durante horas y entonces sacaría a lucir todas esas memeces, porque todo esto no es más que eso.
Y de eso se puede hablar sin problema.
Una vez incluso tuvimos a unas personas de esas aquí, me habrían matado, porque entonces estuve hablando del Juicio Final.
¿Les gustaría que les cuente ese drama?

(Risas).

Pero el paraíso donde estaban el árbol y Adán y Eva... y Dios dijo: “Y este árbol ni tocarlo”, y entonces se les prohibió tener niños, porque Nuestro Señor pensó: ‘Entonces esto se pondrá peligroso, porque empezarán a pelearse’.
Y entonces Adán y Eva hubieron vivido el espacio, el ser uno divino, y hubo un niño y se echó a esos dos pobres del paraíso a puñetazos, junto a un ángel con una túnica llameante.
Bien.
(Varias personas en la sala):

—Con una espada.
—Y eso lo siguen creyendo millones de personas.
Y entonces dicen: “Y así fue”.
(Señora en la sala):

—Y nadie estuvo allí.

(Risas).

—Miren, esta señora tiene algo de Eva del paraíso verdadero.
Porque allí no había nadie más.
Eso es, precisamente, señora.
Pero ¿de dónde es que venimos nosotros?
Y ¿de dónde han venido esos millones de Adanes y Evas en el mundo?
Esa es la creación divina.
Esa es la evolución.
Ese es el proceso de reproducción.
Y la Biblia dice: “Adán, tú entiendes más que Eva, el árbol de la vida ni tocarlo”.
Bien.
(Señor en la sala):

—Pero ¿qué fue primero? ¿El huevo o la gallina?
—¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—A ver: ¿qué fue primero? ¿El huevo o la gallina?
—Llegaron a la vez.
(Señor en la sala):

—Bien, bien.
—Llegaron a la vez.
Nunca hubo una gallina antes que el huevo, y nunca el huevo antes que la gallina.
Adán fue lo primero, pero si miran bien en ese paraíso, Eva ya llevaba mucho tiempo espiando unas frutitas, ¿no?, ya tenía que haber estado ella.
Sí, de lo contrario Dios no le habría podido dar esa conciencia, ¿verdad?
Pero menudas majaderías.
Vivimos en el año 1951, 1952, y ¿qué supone un año?
La creación tiene billones y billones de eras de antigüedad, señora, señor, y aun así la semana pasada sale ese catedrático en la radio: “Les doy las gracias, con sinceridad y cordialidad”.
Pienso: ‘Pero, hombre, has estado contando unos cuentos a esa gente y ahora encima les quieres dar las gracias, con sinceridad y cordialidad.
Por esos cuentos.
Se refería al paraíso; le habían hecho una pregunta sobre el paraíso, que si realmente era así.
Y sale ese profesor doctor con una sarta de tonterías en torno a eso.
Y yo: “Ejem, ejem, ejem.

(Risas).

Ay, ay, ay, ay, y eso que vivimos en 1952.
Si tengo muchas ganas de sondar si usted de verdad tiene sentimientos, señora, pues, nada: me pongo a hablar por los codos.
A bastante gente ya la he echado de aquí con esa imagen, porque no me sirve de nada, de todas formas no llegarán nunca.
Esa gente aún no tiene que empezar con esto.
Esas personas todavía tienen que quedarse en ese paraíso con ese taparrabos, con esa hojita en las espaldas.

(Risas).

Nacimos desnudos en el paraíso y dos semanas después ya nos habían colgado una camisa vieja.
¿Cómo es posible?
Tuvimos que subirnos a los árboles, de lo contrario la vida era demasiado difícil.
Ay, ay, ay, ay, en 1952 siguen hablando de un ángel que con una espada llameante... y Adán...
Así es como se fueron.
Basta con que vean Miguel Ángel, él los pintó así.
Y esa pobre Eva, sí, mira por dónde, se fue embarazada, ¿a que sí?
Y Dios la expulsó de Su lugar, de Su paraíso para la creación y el alumbramiento.
¡Qué pobreza!
Ay, ay, ay.
¿Cómo dice usted?
(Una señora dice algo).
Y estuvo persiguiendo y pegando: ¡y darás a luz con dolor!
Y fue Él mismo, es Él mismo, allí pegó a Adán y a Eva hasta en el infinito.
Esas criaturillas fueron expulsadas del paraíso de forma dura y brutal.
Bonita historia de la Biblia.
¿Y eso tenemos que seguir aceptándolo?
Pues deberían oír ustedes el pastor, el protestantismo, los protestantes reformados, el catolicismo, y entonces ellos tienen que recurrir al Juicio Final y además a la condena, y tienes el infierno, arder eternamente, y que te vas al infierno, qué gusto; de allí no sales jamás, porque Dios es tan divino que lo único que hace es dejar a Sus hijos ardiendo allí.
Peor aún...
Entonces, ¿qué es lo paradisíaco, señora?
Eso no es nada en comparación con lo que hubo después.
Y Adán y Eva se habían olvidado, les estaba vedado tocar esas manzanitas ácidas.
Bueno, a mí que dejen de tomarme el pelo, yo saco entre ellas aquella que está dulce, si hay una.
Ese colorcito...
¿Van a seguir permitiendo que les tomen el pelo y que les digan que llevan una costilla de Eva y ella una de ustedes?
Pues, estará por aquí.
Señoras y señores, ¿no tienen nada más? Si no me voy al Juicio Antiguo esta noche, al Juicio Final.
Cuando llegamos al otro lado, los maestros dicen: “André, a ver, esa cuestión hazla trizas”.
A ver, pulveriza ese Antiguo Testamento.
Y de esa cosa paradisíaca de allá, de antes, de antes, vamos, conviértela en felicidad celestial”.
¿Verdad?
Y eso hago yo ahora.
Aquella señora tiene miedo.
¿Qué tenía usted?

(Risas).

(Señora en la sala):

—Hablaba usted de división, una tarde lo vi con la hoja de una flor...
—¿Cómo dice usted?
(Señora en la sala):

—Hace un rato hablaba usted de división...

—Sí.

—... lo he visto con la hoja de una flor...

—Sí, también.

—... la hoja de una yedra...

—Sí.

—... con una aralia...

—Sí.

—... la hoja era igual que la de la yedra, pero tenía cinco puntas.
—Sí.
La naturaleza entera es así.
Tenemos el mundo de las flores.
En la naturaleza, en la jungla está la plante, fíjense, señoras, esa planta, allí dicen “cactus”, y otras flores, y otras plantas, esa planta es en su núcleo de un amarillo rojizo y entonces llega aquí, y no va más allá, entonces lo que tenemos es la tercera evolución de la planta.
Es cuando aparece otro colorcito, la planta es así y es asá, entonces sale la flor, la paternidad.
Pues bien, en esa planta hay, sin embargo, paternidad, maternidad en cuanto a color.
¿Entienden?
Y así es posible repasar la naturaleza entera, así se les abrirá la naturaleza entera si conocen los grados de vida cósmicos para el alumbramiento y la creación.
¿Ha quedado claro?
¿Más preguntas?
Entonces ya no volvemos al paraíso.
(Señora en la sala):

—Sí.
—Sí, señora.
(Señora en la sala):

—El maestro Zelanus dijo durante una conferencia: “Al comienzo de la creación, la tierra era redonda...

—Sí.

—... ¿ya era por entonces una sustancia sólida?”.
—No, al comienzo de la creación la tierra era visible, porque esa bola astral ya se podía ver así en el espacio.
(Señora en la sala):

—Entonces todavía era una bola...
—Era una bola astral, a la que se había infundido alma de forma material, vida.
O sea, esa vida, ese firmamento del universo que se desgarró, solo estaba orientada hacia la paternidad y maternidad, pero allí vivían millones de chispas más.
¿Y dónde podemos ver y vivir esos otros millones de chispas como seres humanos por los que surgió la tierra y otros?
Pues bien, ¿qué es la tierra?
Cuando creamos y damos a luz, padres y madres, todavía conservamos un universo en nuestro interior.
Y también llegan a desarrollarse si creamos y damos a luz.
Así que esa criatura nuestra —ahora es humana— también se pone a crear y a dar a luz y nos da la evolución.
De modo que para los planetas: la primera maternidad y paternidad irradiaban luz hacia ese espacio, y así es, por lo tanto, como se infundió alma a planetas y partes de esa luz divina alrededor de aquella paternidad y maternidad.
Por lo que esa vida astral —eso eran esas bolas, lo llaman bolas, pera eran partículas de Dios, ¿verdad?— ya empezó a irradiar, porque la luna empezó a densificarse.
Y eso succionaba...
De modo que el espacio entero, en tal y cual entorno, por todas partes —aquí vivían millones de células—, también células, un planeta no es más que una célula, absorbieron esa paternidad y maternidad.
Y cuando nosotros estuvimos listos, o sea, la vida de la luna, fuimos siguiendo y estuvimos exactamente en armonía con la tierra, es cuando la tierra estuvo lista.
Pero el ser humano como vida había adquirido ahora una personalidad.
Así que esa alma que atraemos ahora —¿verdad?— también tiene una personalidad.
Y entonces fuimos absorbiendo tanta aura, tanta aura vital de la tierra, que era materialmente semidespierta.
(Señora en la sala):

—¿Y ese es el color rojo?
—Sin duda, señora, porque, ¿por qué habla usted del color rojo para la tierra?
¿Qué es?
Es decir, era su irradiación espiritual, y lo verde solo salió a relucir después del endurecimiento y la materialización.
¿No le parece algo muy sencillo?
Y entonces la tierra empezó a tener otra irradiación.
Porque en el macrocosmos puede ver usted la irradiación de la tierra.
Y, señora, ¿cuántas irradiaciones puede ver usted, pues, como color de la tierra?
Cuando está usted encima de la tierra, puede...
Eso los maestros lo saben hacer, yo también lo he... le veía en cada viaje, volvía a mirar atrás, entonces ves la tierra como una elipse, la ves inclinada, igual que la luna, entonces ves la mitad oscura.
Si te vas de madrugada, por la noche, ves la tierra, por encima de ella, la ves medio oscura, medio iluminada, casi nunca se despoja de ese oscurecimiento, apenas durante unas horas.
Pues entonces pase un momento por encima del mundo, así ya podrá saber cuando aquí sea de noche.
Y entonces debería contemplar el tiempo en la tierra, así podrá calcular exactamente desde el espacio cuánto tiempo se puede ver la tierra en su conjunto, son casi varios minutos, algunas horas, y vuelve a oscurecer.
¿Entiende?
Y eso continúa, ¿verdad?, se blinda, y así es como nunca se ve la luna, casi nunca, como un cuerpo plenamente consciente, siempre hay oscuridad y luz.
Pero eso, en cambio, es para las eras posteriores.
Así que al comienzo había la criatura de la luna y el sol, y los demás planetas adquirieron fuerza y conciencia e irradiación a medida que la paternidad y maternidad adquirió conciencia para el espacio.
Y, señora, ¿la conciencia es para el espacio?
¿Señora Revallier?
¿Qué es la conciencia en este instante del espacio?
¿Cómo puede determinar usted la conciencia de este espacio en este instante?
(La gente habla a la vez).
¿Qué?
(Alguien dice):

—Irradiación.
—¿Cómo dice?
¿Qué dice la gente?
(Señor en la sala):

—El sol.
(Alguien dice):

—La luz.
—La luz del sol es la conciencia del espacio.
Basta con que regresen millones de eras, entonces la tierra era tan roja como por la noche en el último segundo, cuando todavía hay unos instantes de luz sobre la sociedad y el mundo, bueno, para nosotros, un instante aún de irradiación débil como luz, cuando el sol se sumerge, por tanto, en el mar, allá, entonces el espacio todavía se refleja; y a mayor profundidad, mayor es la velocidad que adquiere la tierra, y comienza con la noche, con la rotación... entonces se pone el sol, pero es la tierra la que se encarga de eso.
Señora, puede usted vivir todos los estados del comienzo de la creación.
Puedo contarle exactamente cuándo el sol marca las doce, la una, las dos.
Entonces puedo explicarle todas las eras de la creación por la luz solar, por el momento y la hora, por la luz del sol.
Ahora cada vez no regresamos más de millones de años, y cuando luego es de noche, señora, tenemos que regresar otros millones de años, porque esta noche es consciente.
La noche para la tierra aún es consciente, porque la noche de la tierra tiene conciencia, es parto, parto consciente, ¿verdad?
Si quiere vivir usted la oscuridad de antes de la creación... , señora, esa ni siquiera se puede vivir en las aguas, aunque descienda mil millas en ellas, seguirá teniendo luz en el agua.
¿Por qué, señor?
¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—Entonces el agua también es consciente.
—Todo es consciente.
Todo tiene luz, vida, y todo tiene vida, y esta vida está materializada y espiritualizada.
Así que ya no puede usted vivir en ninguna parte la noche propiamente dicha de antes de la creación.
Tampoco ya puede vivir el silencio de antes de la creación, y aun así, si los eruditos descienden trescientos metros en las aguas, ya les entra miedo, solo por el silencio.
El silencio ya no existe.
Y eso, en cambio, ¿por qué es?
¿Cómo se puede constatar eso, en cambio?
Si hubiera verdadero silencio, señoras y señores, tendríamos aún menos oído.
Porque el oído del ser humano está sintonizado conforme a la fuerza y la conciencia de la vida alrededor nuestro.
Oye usted, señor, conforme a la conciencia.
Oye puramente según los sentimientos que posee el cuerpo en cuanto a conciencia.
Porque el habitante de la jungla oye de una manera diferente a la nuestra.
(Señor en la sala):

—Pero con agudeza.
—Sí.
¿Y por qué, señor?
En realidad, ¿qué es el oído, señor?
Sentimiento.
Nuestro oído, nuestro aparato del oído cósmico, señor, está fragmentado.
Porque oímos por medio de nuestro sentimiento.
Esas cositas que están allí, esas tapitas, y todas esas otras cosas, no significan nada.
Pero el habitante de la jungla oye con una tremenda agudeza, porque él también...
Sí que lo puede recuperar.
Porque aquí tenemos marineros, tenemos marineros y tenemos gente animal, que dicen: “Bah, eso es aquel animal, ese animal tiene esto y lo otro”, porque ya conoce esa ley.
“A ese lo persigue,”, dicen, “un halcón, mira, allí está ya: ‘Oa, oa’”.
El oído del ser humano conoce esa ley.
Pero los seres humanos nos hemos fragmentado en millones de sentimientos de cara a las creaciones divinas.
Nos hemos desprendido de la creación.
Albergamos conciencia social.
Pero de nuestro instinto natural inmaculado no queda ni rastro, en millones de cosas.
Qué divertido, ¿no?
Es más sencillo que nada.
Sí.
¿Algo más, señora?
Sigamos los dos un poco más.
(Señora en la sala):

—Sí.
—Ya no tenemos mucho tiempo.
(Señora en la sala):

—Hace poco estuvimos hablando de Saturno y que ese anillo...

—Sí.

... entonces dijo usted: son las tres transiciones.
Pero no me dirá que Saturno no tiene siete transiciones, ¿no?
—Y las tienen, señora, si usted a cada órbita de Saturno...
Lo comenté con aquella señora allí, dice que en Leiden...
¿Era en Ámsterdam?
¿En Leiden?
(Señora en la sala):

—En Leiden.
—Dijo: “Por qué tiene Saturno ese anillo, así?
“Es que no lo sabemos”.
—No lo saben.
Alguien me lo pregunta.
Digo: señor, a ver, mire qué maravilla.
El planeta es convexo, pertinentemente redondo, igual que ese reloj de allí.
Pero la órbita que describe la tierra de verdad que no es redonda, es una elipse, ¿verdad?
Y entonces, mire, ahora el maestro dice, el maestro Alcar dijo: “¿Cómo se puede ver?”, me lo preguntó a mí cuando estábamos con la cosmología: “¿Por qué se puede ver, André, que la órbita que el planeta ha descrito en tal y cual era, está materializada, está...?”.
Si provocas, por ejemplo, un fuerte viento y atraes la fuerza del cosmos...
Es que desde luego es el movimiento cósmico que atrae a las estrellas y los planetas, entonces puedes ver...
En invierno se hiela nuestro hálito, ¿no?, se queda congelado, está densificado, no helado, sino densificado.
O sea, aura humana, un empuje de un ser humano puede experimentar la densificación por medio de la materia.
La tierra se desgarra porque los sentimientos de la tierra experimentan ese empuje.
Una bola por fuera, esa de las arrugas, es una dilatación interior que estalla por fuera.
Saturno, al comienzo de tal y cual estado, ha... entonces entró en tal y cual línea, entre la luna, el sol y las estrellas, y en tal y cual grado...
Para el cosmos también tenemos norte, sur, este y oeste.
Pero ahora ya no es ningún norte ni es ningún sur ni es ningún este ni es ningún oeste.
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

—¿Qué es ahora, señor, para el cosmos?
(Nadie dice nada).
El ser humano dice en la tierra —primero les aclararé esto— que ese círculo, esa órbita alrededor de Saturno es por tanto la que el planeta ha llegado a tener de ese modo, girando alrededor del sol, de sí mismo.
Así que esa órbita de Saturno se ha endurecido en mi...
Ahora tenemos que regresar, millones de años: entonces el sol, Marte y todos esos otros planetas, Saturno, Urano, Júpiter y todos esos órganos vivían en un estado de construcción.
Y ese fue el primer instante en que la leche fue endureciéndose.
Y cuando...
Por ejemplo... ¿quiere saberlo, señora?
Pues vaya a buscar alguna vez leche y a batirla —pero entonces hay que volver todavía hasta el interior de la vaca—, pero ahora póngase a batirla, entonces verá cómo se va densificando poco a poco.
Y por medio de ese empuje que usted aplica —la fuerza está allí, ¿verdad?— empiezas a densificarla.
¿Qué es eso?
Eso es empuje y esta la conduce a las fuerzas centrífugas.
Sí, sí, la conduce al este y el oeste, al sur, al norte, al espacio; pero para el espacio no existe sur, norte, oeste, señor.
Y hay que ver cómo nos ponemos aquí por el sur, norte y oeste.
Hablan de Egipto, de: la estrella polar estaba encima de Egipto.
Señor, ¿qué es una estrella polar?
El ser humano, los eruditos, deje por una vez que venga el astrónomo, señor, ¿qué es esa estrella polar?
Eso lo llama usted estrella polar, lo llama la Osa Mayor, señor.
No, señor: parto, creación, vida, muerte, eso es lo que ha hecho la estrella polar.
Lo que ha densificado la vida y muerte propias son un planeta, una estrella, que no representa norte ni sur, señor, sino parto y creación, maternidad, paternidad, renacer.
Y así es como dijeron allí: esa estrella está allí y allí y se llama “estrella polar”.
Esa estrella polar... señor, en el espacio no existe ni norte no oeste ni este ni sur, en el espacio solo se puede vivir paternidad y maternidad y nada más.
Y lo que hay entonces son los grados de la paternidad y maternidad, las leyes de dilatación, o sea, ese planeta de allá, está justamente fuera de la paternidad y maternidad, y adquiere conciencia semidespierta, y eso, pues, aquí lo llaman... en el ser humano lo llaman homosexualidad.
Así que fue edificada por la fuerza que irradia, al margen del organismo; debido a que allí todavía no había aura ni plasma vital tuvo que densificarse a sí mismo.
Y así uno puede ponerse a analizar una por una esos millones de estrellas que están allí tan juntas unas de otras.
Pero entonces se borran del mapa el sur, norte, este y oeste.
(Un señor en la sala dice algo).
Del mapa.
Y entonces se llega a la cosmología.
Porque eso, a su vez, lo descubrió el ser humano: Osa Mayor y Piet Hein, y todos los nombres que les ponen.
Todos han adquirido nombres humanos, pero tienen otras leyes, y son de Dios mismo.
Señoras y señores, ¿se me ha concedido ofrecerles algo esta noche?
(Gente en la sala):

—Sí.
—¿De verdad?
Entonces me despido.
Hasta la semana que viene.
Gracias por su atención.
(Suenan aplausos).