Noche del jueves 8 de mayo de 1952

—Señoras y señores, buenas noches.
(Gente en la sala):

—Buenas noches.
—Voy a comenzar con la última carta que tenía aquí la semana pasada y que no he podido tratar.
Trata de ‘Una mirada en el más allá’.
“Allí, en la página 113 de ‘Una mirada en el más allá’, se habla del pobre perro al que le quitan jugos gástricos después de no darle de comer y de hacerle cortes en el cuello.
¿Es cierto que al ser humano le empezarán a faltar los medicamentos si se detiene la vivisección”.
Señora, no se trata de extraer el medicamento directamente del perro —es una salvajada, ya lo sabe, la vivisección existe—, sino que para los médicos se trata de hacer esas pruebas, que recibirá el ser humano, en el animal.
(Suenan los aullidos de un perro).

Aquí ya lo tenemos, ¿lo ve?

(Risas).

Este ya se lo ha olido... es telepático este perro, ya está aullando.

(Suenan ladridos).

Vamos, vete, ya, que no te vamos a sacrificar esta noche.

(Suenan aullidos y ladridos).

Oye, ahora fuera de aquí.

(Risas).
Señora, el ser humano dice que tiene una sintonización telepática.
Pero ¿no le darías a este animal un beso? ¿Un rico huesito?
Él siente, no, es una hembra, siente ella que hay peligro, y se pone a ladrar.
¿No es así?

(El perro ha vuelto a tranquilizarse).

Creo que sí.
Porque se vuelve a dormir.
(Jozef continúa leyendo).

“Al hombre se le dan inyecciones que se han confeccionado por medio del animal”.
Y ahora dice usted aquí...
O sea, eso no se aplica al perro, pero lo que se desea es producir esos sueros por medio del animal, son pruebas.
(Señora en la sala):

—Sí, pero... decían: “Si ya no hubiera más vivisección, entonces...”.
—No, son tonterías, así que ya se lo explico: se han confeccionado los sueros, pero no por medio de las mucosas o del esperma o de lo que sea ni por medio de la sangre de un perro.
(Señora en la sala):

—Pero lo que quiero decir es...
—Se intentan cosas, se descubren, ponen un inyección al animal para producir los sueros, medicinas, para el ser humano.
Pero el animal recibe...
Las salvajadas ya son bastante graves de por sí, pero antes, hace veinte años, era francamente terrible.
Aquí tiene usted: “A veces sus inyecciones me causan”, ¿mis inyecciones? ¿Es que yo también le doy inyecciones a usted?
“A veces sus exposiciones”, ah, sí, eso sí que es otra cosa, ¿verdad?, “me causan la impresión de que es el propio niño quien elige a sus padres y que además los junta, otras veces me parece poder deducir que es atraído por el padre o la madre, o por ambos.
Pero ¿cómo es exactamente?”.
Así que quiere saber de mí: si dos madres, dos padres, hombre y mujer, hermano y hermana, chica y chico, procrean, que es el padre el que lo quiere, ¿y la madre?
¿Y ahora quiere saber si eso es el alma?
(Señora en la sala):

—Sí, yo lo que pienso es que es el alma la que lo lleva a cabo... llega donde el padre y la madre...
—Aquí lo he explicado, y así son las leyes: cuando el ser humano...
(Dirigiéndose a alguien que entra):

Pase, por favor.
Aquí hay sillas libres, señora, señor.
Cuando el ser humano empieza a dar a luz y a crear, el alma que nos atrae ya lleva tiempo viviendo ese nacimiento.
Así que puede ser, y esa es la ley...
Cuando pensamos...
“Pedimos a Nuestro Señor, o a Dios, un bebé...”, dice el padre, o la madre; y lo tienen, entonces se ponen a dar gracias a Dios.
Pero eso ya no hace falta, porque esa alma, esa reencarnación, ese renacer, ya está listo, esa alma tiene que ver con sus vidas.
Y no solo por karma y causa y efecto —eso lo sabe usted, ¿verdad?—, no hace falta que lo trate, sino también por la ley natural, el parto de la madre naturaleza.
La madre naturaleza tiene...
Eso lo hemos analizado, señoras y señores, ¿verdad?
Después de la guerra nacieron más niños que niñas, y una noche analicé aquí el instinto natural, el parto natural que tiene la tierra como madre.
¿Aún se acuerda?
Porque cuando el ser humano...
(Dirigiéndose a personas que están entrando):

Pasen, señoras, hay sillas de sobre, allí hay dos, aquí otras dos.
Así que cuando el ser humano piensa que puede decir: “Quiero tener un bebé”, y ella también, y la madre también, entonces es que no se enteran ustedes de nada, porque eso sigue siendo algo que controla la madre tierra.
Y así es como en esos tiempos nacieron más niños que niñas, porque la paternidad, la creación, fue exterminada por la última guerra; surgió un trastorno, un trastorno cósmico entre la paternidad y la maternidad.
Así el alma ya está lista y eso se de debe a que es ella quien quiere nacer.
Usted ya nació, ¿verdad?, usted está en la tierra.
Pero quien tiene que venir...
¿Y eso por qué es, señoras y señores?
Esas leyes se las he explicado espiritual, material, cósmica y divinamente.
¿Y por qué, pues, esa alma entre la vida y la muerte, o sea, en el mundo para el renacer, es la fuerza creadora, que da a luz, la voluntad, la personalidad para comenzar con una nueva vida?
Eso lo pueden ver y percibir en toda la naturaleza, puede verse hasta en la brizna de hierba más pequeña.
Una comparación: mira usted en la naturaleza, quiere usted conocer la paternidad y la maternidad, y ni siquiera sabe usted... ni siquiera ve el poderoso...

(Dirigiéndose a alguien que entra):

Pase señora... el poderoso desarrollo que tiene lugar en la naturaleza.
Cuando una semilla entra en la tierra, señoras y señores, ¿qué significa?
Si ponen una semillita en la tierra, ¿qué quiere decir para el ser humano?
Es el mundo para el renacer.
Ustedes ya están.
Dicho de otro modo: a la pregunta que hace usted ahora le puedo responder ya: no, no lo es usted, irremediablemente.
¿Y por qué no?
Eso lo puede seguir en toda la naturaleza.
El árbol, la flor, y todo lo que adquiere espacio es alumbramiento y creación, desde luego, es paternidad y maternidad y todo.
(Dirigiéndose a alguien que entra):

Pase, por favor.
Pero esa misma materia como flor y árbol y agua ya ha experimentado la densificación, eso acéptelo también.
Así que eso ya no significa nada para el alumbramiento, porque ese alumbramiento ya ha tenido lugar.
Y aquello que ya se ha recibido a sí mismo como alumbramiento y creación, como organismo, no puede decir: “Creo un niño, doy a luz a un niño”, eso ya controla esas leyes.
Así que ya pueden constatar por las leyes en la naturaleza, de manera científica espiritual pueden vivir esta respuesta, que el alma es sin duda la única ley para el nacimiento, y que controla la voluntad y todo, y que puede decir: soy yo quien nace donde usted, pero no usted por mí, padre, madre.
¿No es eso muy sencillo y sin embargo justo de manera natural?
¿También había llegado usted a eso después de todas esas conferencias?
(Señor en la sala):

—No.
—Ya lo ve.
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

No, señor, puedo estar hablando con usted mil años y aun así pasaríamos por algunos núcleos que no se tocan.
¿Pero no es necesario verlo?
Y esto es muy natural, la ley es así: o sea, el alma determina el renacer.
Y no usted, usted solo es el medio.
Divertido, ¿no?
¿Ya lo sabe ahora?
Bien.
Pues entonces seguimos.
(Señora en la sala):

—Esa primera pregunta...
—¿Sobre esa vivisección?
(Señora en la sala):

—No es cierto lo que pone allí...
—Ya se lo dije, son tonterías.
(Señora en la sala):

—Sí.
—Bien.
Y ahora tenemos aquí: “Una ley deja de existir cuando hemos asimilado las fuerzas que sintonizan con una esfera más elevada.
‘Una mirada en el más allá’, parte 2, página 108”.
Una ley deja de existir cuando hemos asimilado las fuerzas que sintonizan con una esfera más elevada.
“¿Qué se quiere decir con esto?
Se dice en relación con la determinación de una transición del ser humano —por un espíritu—, el momento exacto de hacer la transición”.
Tiene usted ahora millones de leyes, cada rasgo de carácter —eso nos lo enseñan los maestros— es una ley, es un espacio, es una esfera, es un mundo.
Cuando se dice: “Yo soy amor”, el amor es una ley.
El amor es una ley, ¿no?
Si otra persona le da una paliza, eso —claro está—, no es amor, y entonces no controla usted esa ley del amor, que es una esfera, un mundo, una personalidad.
¿Ha quedado claro eso?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Es usted armonioso, cariñoso y justo: tendrá sintonización con una esfera, la primera, segunda, por su vida y todos sus rasgos; y ahora son leyes.
¿Está claro?
Y ahora lo que ha hecho usted es alcanzar esa armonía, está en armonía con la primera esfera, ahora la ley está en usted, ahora la ley vida ha pasado, porque ha asimilado usted esa ley como espacio, como amor, como luz, como vida, como espíritu.
(Señora en la sala):

—... deja de existir...
—Ahora deja de existir.
Ya no hace falta luchar por ella, porque vive bajo su corazón.
Es usted misma.
¿No lo había deducido?
¿Y a que una vez más merece la pena, verdad, señora?
Es más sencillo que nada, ¿verdad?
Nos convertiremos en Dios y somos dioses.
Y al haber asimilado a Dios como ley, esta habrá desaparecido de todas formas, porque la personalidad como Dios y ser humano es lo primero.
¿Ha quedado claro?
¿Tienen preguntas sobre esto?
(Señor en la sala):

—... a partir de las leyes.
—¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—Nacida a partir de la leyes.
—Nacida por medio de las leyes.
Si es “a partir”, usted parte.
Partir de la casa, partir de la vida.
Parte usted de donde estoy yo, señor.
Por medio de la ley, por medio del amor, por medio de, por medio de.
(En inglés): ¿Qué les parece?
¿Así bien, señora?
¿Tiene otra pregunta, señor?
(Señora en la sala):

—Tengo otras dos.
—Sí, tengo más, señora, pero todavía estoy con esto.
¿Tenía algo más?
¿De verdad que no?
(Señor en la sala):

—No, no en este ámbito.
—¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—... bueno, en este ámbito.
—Ah, en este ámbito.
¿Tiene algo de otro ámbito?
Ah, pues cuando quiera.
(Jozef continúa leyendo): “‘Una mirada en el más allá’, página 130, allí se habla de un pobre perro”, esa ya me la hicieron, ¿verdad?
Así que esa notita se ha colado de golpe.
Quizá yo haya...
Pues, sí, tiene más texto.
“‘Una mirada en el más allá’, primera parte, página 208: ‘La gente que es incinerada, que incluso en las esferas de luz conserva cicatrices de esa incineración, ¿cuánto tiempo...?’”.
¿He dicho yo eso?
(Señora en la sala):

—Eso viene en...

(Jozef interrumpe):

—... sí, interiormente, claro.
—... a los que sin duda les falta algo, que sufren molestias.
A la larga, ¿cómo se anula eso entonces?
—Pero es que así no saca lo que dice.
Si eso figura allí de verdad, es que el maestro Alcar ha cometido un error.
Tienen que saberlo ahora.
Si figura así, podemos decir en este momento: “Oiga, maestro Alcar, encima comete usted errores”.
(Señor en la sala):

—Es imposible, ¿no?
—Pero lo es.
(Señor en la sala):

—No.
—“‘La gente que es incinerada, que incluso en las esferas de luz...”.
Así que hace un momento hablábamos de la armonía y la luz y la ley y todo, y del amor.
El ser humano que es espiritualmente consciente no tiene cicatrices, señora, tampoco por la incineración ni por el suicidio.
Así que eso debería usted leerlo otra vez.
En la primera esfera se es consciente, armonioso, justo, cariñoso; ha convertido usted todas las hermosas y poderosas palabras que están en nuestro diccionario por medio de concienciación espiritual y entonces ya no pueden tener problemas ni cicatrices de la incineración.
Porque la incineración, señora, ¿dónde vive, pues?
¿Eso sobre la incineración lo leyó en ‘Una mirada en el más allá’?
¿Sabe usted, señor, dónde viven esas cicatrices ahora?
(Señor en la sala):

—En la tierra.
—¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—En la tierra.
—Dice: en la tierra.
¿Y usted, señora?
(Señora en la sala):

—En las esferas tenebrosas, porque alguien que...
Vaya, vaya, vaya, vaya, no señora, eso, a su vez, es...
Así que allí están mis discípulos.
Todos ustedes deberían saberlo.
Es una vergüenza que no sepan eso.
A ver, ¿quién lo sabe?
(La gente habla a la vez).
¿Cómo dice usted?
(Señora en la sala):

—Interiormente.
—Vamos a ver, esta es una criatura que ha estado aquí dos veces, la semana pasada también hizo estas poderosas preguntas.
Hay adeptos... asisten a setecientas conferencias y siguen sin enterarse de nada.
Y esta señora dice: interiormente.
Porque la incineración es interior, o sea no exterior, porque el espíritu es inconsciente.
La materia que se ha quemado entera..., el espíritu ¿puede quemarse?
Esa pena interior, debido a que no es consciente el espíritu como personalidad...
Chapó, señora.
Sabe usted pensar bien.
Hay que ver.
(Señora en la sala):

—Sí, pero, señor Rulof, es que eso es lo que quería decir: el ser humano que de verdad está sintonizado con la primera esfera, al que le queman el cuerpo, ya está al margen.
—Pero entonces tendría que haber...
(Señora en la sala):

—No padece efectos de esa incineración.
—Pero entonces tendría que haberlo sabido.
Así que dígalo.
Interiormente.
El ser humano porta las cicatrices...
Si está usted por debajo de la primera esfera, verá... entonces también estará...
Si ha vivido usted la raza blanca (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es)...
Allí tenemos seres astrales negros, morenos.
¿Es posible, señora?
(Gente en la sala):

—No.
—¿Es posible eso?
¿Pueden ser allí negros, blancos y morenos?
(Gente en la sala):

—No.
—Dicen que no.
De mí han oído “no”, y ahora digo: sí, sí es posible.

(Risas).

Ja, ya estamos otra vez.
Cuando usted sigue siendo inconsciente, señora, ¿es entonces posible que enseguida la raza negra y morena (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es)...
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

¿Qué pasa allí?
¿Se ha puesto mal alguien?
(Gente en la sala):

—Sí.
—¿Quiere un poco de agua, señora?
¿Un sorbito de la mía?
Está sin tocar.
Tenga.
(Dirigiéndose a alguien):

Señor, mejor deme eso.
Cuando viene usted de la tierra, es usted negro y continúa, porque no le hace falta...
Ya sabe: cuando salimos de la jungla tenemos que vivir los cuerpos como organismo, tenemos que vivir siete grados, y entonces llegamos a la raza blanca (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es).
Y los mestizos también son...
Y los chinos y los japoneses, todos tienen que... han alcanzado su organismo.
Pero los negros que ya han alcanzado el organismo más elevado y que ya han enmendado cosas en esta vida, cuando mueren, ha desaparecido el color de su personalidad, su sintonización corporal.
Pero cuando el ser humano... a la primera esfera...
Atención ahora.
Oigan, que todos ustedes tienen razón, pero ahora hay que pensar un poco más allá, así tendré yo otra vez razón.
Pero si usted carece de conciencia para la primera esfera, no podrá desprenderse así como así de aquella vestidura negra.
De modo que tiene que experimentar una purificación en el otro lado, que en primer lugar es corporal, y después, claro, la recibe espiritualmente; y poco a poco se va disolviendo ese color negro de su piel y llega a tener usted la sintonización cósmica, el color de la piel que tiene y porta como criatura espiritualmente consciente, como hombre y mujer.
(Hay algo de ruido en la sala, Jozef dice):

Hay un ambiente bastante sofocante aquí, señora.
Sobre todo cuando nos alejamos mucho, señor.
(Jozef continúa):

¿Lo entienden, señoras y señores?
Así que cuando el ser humano no es consciente... no solo se refiere a la incineración, no solo al suicidio, es posible vivir miles de cosas: por un accidente o lo que sea, un ahorcamiento consciente, por así decirlo, es posible destruirse uno mismo; pero a medida que posean sentimiento y conciencia, amor, se irán acercando a la sintonización cósmica para su pequeña túnica humana en el otro lado.
¿Ha quedado claro eso?
¿Tengo razón?
Así que hasta aquí.
Y después, naturalmente, señora, recibirá usted...
Si el ser humano es espiritualmente consciente, no habrá cicatrices y entonces negro, moreno y blanco no vienen al caso, porque la túnica espiritual se divide en un millón de partes.
Ya casi no es posible analizar al ser humano de la primera esfera cuando ve el color de su piel.
Y ahora la segunda esfera, la tercera.
He visto al ser humano en el Omnigrado con su manitas y el color de su piel.
Estuve tres veces en el Omnigrado y allí vi al ser humano; cuando uno ve ese color de piel ve en esa piel, en esa carne, la creación entera.
Los ojos de un ser humano del otro lado de la primera esfera, señora, se proyectan hacia usted de forma radiante y llenas de amor, la segunda esfera, la tercera.
Bueno, ¿qué?
¿Señores?
¿Señores?
(Señor en la sala):

—¿Señor Rulof?
—Sí, señor.
(Señor en la sala):

—Cuando habló de esa primera esfera, bueno, sobre las cicatrices de la combustión, de la incineración...

—Sí.

—... eso me caló hondo: no es posible...

—No.

—... que las tengamos allí, por eso tampoco logro encontrar una respuesta.
—Pero ¿qué es lo que sí tienen?
(Señor en la sala):

—Pues yo pensaba: cuando estemos en la primera esfera, ya tendrás que haberte librado de todas esas cosas que has vivido en tus vidas, ¿no?
—Sí, claro.
Ahora ya las tiene, tiene usted cicatrices espirituales...
Sí, claro, tiene usted cicatrices espirituales, pero entonces son de pasión y violencia.
Les he contado que he visto personas con unos labios, muy pequeños, en los que era posible colocar media tierra, en esos labios, porque besaban el mundo entero: pasión.
Un mangante, ¿verdad?, un ladrón; señor, eso ya no son manos, son garras.
Dante se acercó mucho, Gustave Doré que hizo las fotos (los dibujos) para Dante, con personas con las barrigas abiertas...
Ay, señor...
Les he contado cien veces que si el maestro Alcar hubiera tenido que escribir el libro tal como es el ser humano en las tinieblas en su pasión y violencia, ya no habría leído usted ese libro, señor.
Habría tenido usted pesadillas toda la vida.
Pero ¿no es cierto, pues, que cuando hacemos de las nuestras aquí, que realmente es algo que tenemos?
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

¿Me puede oír, señora?
Qué lástima, ¿verdad?
(Señora en la sala):

—No todo.
—No todo.

(Jozef se pone a hablar un poco más alto).

¿Qué tal si me pongo a gritar un poco esta noche?
(Señora en la sala):

—Sí, así sí.
Bien, pues ya estamos enterados.
Y ahora por fin hemos tratado esa ley.
Aquí tengo: “A veces llego a tener la impresión por sus interes...”, eso ya lo tuve también, “Sus palabras me causan la impresión de que el niño...”, a eso también ya he respondido.
“Allí se hablaba de un pobre perro”, también.
Y ahora tenemos aquí: “Sabemos en cuanto a las personas cómo surgió la disarmonía”, en cuanto a las personas, “¿también se sabe cómo es eso con los animales?”.
En los animales no hay disarmonía, señora.
Y en los seres humanos tampoco hay disarmonía.

(Risas).

Y el ser humano tampoco tiene pecados, señora.
El ser humano es incapaz de cometer pecados.
Asesina, roba, incendia y atraviesa el mundo, vive el submundo, y aun así no hay mal.
No hay mal en la tierra.
Hay que ver cómo vamos a contracorriente de todo eso.
Solo hay evolución.
Para Dios no hay odio ni tonterías ni cotilleos, para Dios tampoco hay enfermedades; pero nosotros andamos con eso.
Dios no ha creado odio ni enfermedades ni desintegración ni mangoneo.
Porque entre los hombres y las mujeres no existe la disarmonía, ¿no?
(Murmullos).

Vaya, vaya, menudos angelitos que tenemos aquí.

(Risas).

Los hombres y las mujeres todavía tenemos...

(Risotadas).
¿Qué dice...?
¿Está riéndose otra vez, señora?
(Señora en la sala):

—¿Piet Hein?
—¿Otra vez Piet Hein?
(Señor en la sala):

—Llevo toda la semana buscando un pastizal.
—¿Lleva toda la semana buscando un pastizal?
Los hombres y las mujeres nunca hemos pensado mal todavía unos de otros.
Ya verá mañana, y puede hacer usted el mal, así que entonces diga: ‘Jozef dice: “No hay disarmonía, lo que hice estuvo bien”’.
Sí, sí.

(Risas).

Pero entonces los arrastraremos de las orejas y demostraremos que al fin y al cabo no es así como se hace.
Entonces, señor, su esposa le dirá: “Mira fuera, junto a la puerta pone ‘Conócete a ti mismo’”.
Con eso apareció mi hermano anoche, Hendrik, dice: “Cuando haya vuelto a Estados Unidos, diré a los norteamericanos: ‘Estuve en la casa donde vivió Sócrates’”.

(Risotadas).

Dice: “Aquí vive Sócrates”.
Digo: “Es de Sócrates”.
Y me dice: “¿Vivió aquí?”.

(Risas).
Y yo que digo: “Sí, Hendrik.
Ya puedes ir contándolo en Estados Unidos, para que se rían un poco”.
Hasta se lo creen.
Puedes decir tranquilamente que aquí en Holanda también tenemos un Sócrates, ¿no?
Entonces tomamos...
Ah, no, usted es Piet Hein.
Pero también tenemos otros Sócrates.
Bueno, señora, voy a seguir.
¿Y de qué estábamos hablando, señora?
(Señor en la sala):

—De las cicatrices.
—¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—De las cicatrices.
—No, señor, ya no estábamos hablando para nada de esas cicatrices, ya habíamos avanzado mucho.
(Dirigiéndose a la gente que está entrando):

Señora, siéntase, aquí hay un sitio estupendo.
Ah, no, estos siempre se sientan en aquel rincón.
(Jozef continúa leyendo):

“Allí se habla sobre un pobre perro...
A veces sus palabras me causan la impresión de es el propio niño quien elige a sus padres...”. ¿Lo ve? Tengo que volver a empezar desde cero.
“De los seres humanos sabemos cómo surgió la disarmonía”, y ahora quiere usted saber: “¿también se sabe cómo es con los animales?
Son, entre otras cosas, codiciosos e intolerantes”.
¿Es así, señora?
Un tigre es tolerante, ¿no?
Un auténtico león salvaje, señora, obedece al ser humano, ¿no?
¿Y qué me dice de una gloriosa serpiente, de una cobra salvaje?
“Por mucha comida que haya, aun así el pájaro espanta al otro”.
Señoras y señores, eso el ser humano también lo hace, pero solo se encarga de la sociedad y de tales y cuales cosas por medio de su pensamiento y sentimiento... y en eso es igual que el animal.
Pero, en realidad, ¿qué significa, señora, lo que usted vea en el animal y compare con el ser humano?
Porque cuando nosotros...
Mejor le ayudo un poco, ¿lo sabe?
(Señora en la sala):

—... en su sintonización.
—¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—En su grado de sintonización.
—En su grado de sintonización.
(Señora en la sala):

—Unos animales están por encima de otros, ¿no?
—Unos animales están por encima de otros.
Hay animales que no lo hacen para nada, porque incluso vienen por otro animal...
Fíjese, por ejemplo, en el cuco: pone huevos en el nido de otro y encima la cría de este cuco espantará a las crías de ese nido.
Porque sabe... aún es muy joven, recién nacido, tiene dos días y entonces las crías propias de ese otro pajarito se ponen... las espanta del nido y entonces tiene que...
Hace poco vi fotos de eso y el señorito estaba echado, así, extenuado, porque había echado a dos.
Y después viene ese pajarito y resulta que el muchacho ya es así de grande, y a comer y comer.
Porque ya sabe de antemano, con dos días, ese canalla ya sabe que luego tendrá hambre si los otros siguen allí.
¿Cómo es posible?
El instinto.
Eso es lo que quiero contarles.
Señora: el instinto.
Cuando estábamos en la jungla y recibíamos nuestros alimentos y el jefe de la tribu no lo repartía equitativamente —pero que eso se sigue haciendo— entonces quitamos allí una mitad y allá otra, porque en esos cuerpos negros teníamos hambre animal.
Y allí ya ocurría.
Según los grados del instinto.
El ser humano también tiene un instinto.
Tenía un instinto puro cuando todavía vivíamos en la jungla.
Pero cuando fuimos empezando con la sociedad, con esa construcción, hemos fragmentado el instinto natural.
La naturaleza entera tiene un instinto telepático.
Y debido a que en la naturaleza solo hay una ley: arréglatelas para conseguir comida, y de dónde venga de allí viene...
allí una vida sirve a la otra.
Y cuando aún estábamos en la jungla, señoras y señores...
Eso nosotros lo hemos vivido alguna vez aquí, qué gloria, alguna vez hemos cocinado un hombre sabroso aquí, ¿no?
Entre todos hemos determinado qué carne era la más rica.
Es cierto, señora.
Porque todos éramos caníbales.
Alguien dijo: “A mí siempre me ha gustado ese pulgar, era rico”.
Digo: “Sí”.
Digo: “Un omóplato de esos tampoco está nada mal”.
Pero nos hemos dedicado al canibalismo y entonces también nos comíamos al ser humano.
Así que el instinto come en la medida en que ese animal está sintonizado con la comida y la vida propia, pero mientras va elevándose, y más y más, va cambiando esa vida.
De modo que la naturaleza arrasa en el primer grado de todos —es el instinto natural, así de sencillo— y arrasa y se llena el buche y sigue y sigue hasta que se hayan disuelto todas esas especies animales.
Y entonces ¿qué se nos aparece, señora?
(La señora dice algo inaudible).
¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Los Alados.
—Sí, sí, entonces aparece la especie alada, pero así no hemos llegado todavía.
Pero esta tarde estuve mirando media hora a las palomas, y aunque en realidad son... son animalitos muy agradables, también son diabólicos.
Si ves...
Esos no hacen caso alguno a nada.
Le picotean a uno, siempre que quieran conseguir un granito el otro pajarito ya estará encima del tejado.
Pero ahora he aprendido: hay que ver el estado tan terrible en que viven en ese hermoso mundo de las palomas.
Digo a mi hermano: “Mire esto, era su hembra”, digo: “y ahora papá se lía con su propia hija”.
Sí, y la vieja, la abuela ahora...
Ese hombre ha hecho plagio, es más que malo.
Y entonces el viejo se pone a arrullar y tienen un huevo.
Él la ama a ella, pero la vieja de antes ya se puede poner a volar detrás de papá, porque la hija tiene prioridad.
Y a usted, ¿qué le parece eso, señora?
Es la pregunta que deberíamos hacernos, esa sí.
Y ahora papá lo hace que da gusto... porque ella ya es una muchacha madura, así, un buchón, y es oscura, qué gloria, y potente y hace: “Urú urú”, lo sabe hacer muy bien; y papá se pone a volar con su propia hija, da gusto, y está haciendo un nidito.
(Un señor dice algo inaudible).
¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—El Arca de Noé.
—Sí.
¿Sabe usted lo que hacíamos nosotros antes en la jungla?
Señora, mejor dejemos de sacarlo otra vez, porque entonces...
Mejor dejemos de sacarlo otra vez porque si no igual nos ponemos malos.
No, señora.
Claro, está satisfecha, porque...
(Señora en la sala):

—Sí, aunque no solo se trataba de esa codicia...
—Vaya, señora, ahora va a tener el remate.
Lo último es..., por eso mejor tomo lo último: en la jungla nos hemos comido los unos a los otros como seres humanos.
A las seis venía el jefe de la tribu a uno de nosotros cinco y entonces teníamos que pasar por encima de la colina para ir a por medio de esos, “y siempre el más gordo”, dice, teníamos que traerlo por encima de la montaña y así por la noche teníamos un buen muslito y por la mañana, sopa.
Si tomo eso como ejemplo, disculpe que le diga, ¿qué pasa entonces con la intolerancia?
Mejor le saco un poco la punta a esto.
(Señora en la sala):

—Sí, pero usted sigue con el ser humano, yo hablaba del animal.
—Sí, pero me preguntó por el animal y después por el ser humano.
Si este ya es así, y el animal no lo es...
Me fijo en lo peor y después mejor usted misma piense un poco más allá, porque de lo contrario tendré que escribir diez libros.
¿Es así?
¿Ve? Por eso digo que nos hemos cocinado, asado y ahumado los unos a los otros.
Sí, eso también lo hubo, señor Götte.
Eso nos lo hemos hecho los unos a los otros: no se nos ocurría otra cosa.
Hemos hecho exactamente lo mismo que lo que hacía el animal.
Entonces, ¿qué queda de lo placentero, del amor?
Y si encima de lo que se trata es del amor, señora...
Ahora quiere usted seguir hablando de eso, así podrá hacer otras cien preguntas.
Si quiere analizar aquí las leyes, entonces en el amor el animal es mucho más elevado que el ser humano.
Es cuando el animal..., vuelve a experimentar..., por el instinto vuelve a experimentar el afecto, la docilidad, una lucha a vida y muerte para entregar la propia vida.
Una vez oí decir a un viajero: “Sí”, dice, “el león macho no hace nada, pero la leona madre se va de casa todas las mañanas, a hacer la compra, y luego vuelve a casa con un corcito de esos”.
Eso es cierto.
Así que la madre se va a hacer la compra.
Y entonces llega a haber comida.
Comen hasta reventar, otra vez los buitres, lo acaban, y así continúa una y otra vez.
Todo eso existe.
Pero cuando se trata de amor, señora —¿no se lo conté hace poco?—, ni siquiera llegamos a la altura de los animales en la jungla.
Un gorila, hace tiempo, una historia: un hombre en Estados Unidos se adentra en la jungla, era un boxeador, ahora se llama Jimmy el de los gorilas.
Solo captura gorilas.
Y es una familia.
Es la familia más elevada en la vida animal.
En Róterdam, deberían ustedes... allí también hay unos cuantos gorilas; si se quedan sentados ustedes un buen rato y el gorila está sentado de esta manera, pues lo mejor es que regrese, y se verán ustedes mismos.
Y no paran de mirar.
Primero capturaban al macho con una red, ya no podía avanzar, ni avanzar ni retroceder, y de miedo empezaba a golpearse el pecho, porque piensa: ya no puedo ni avanzar ni retroceder; y empezaba a llorar; le disparaban una flechita, eso lo hacen los pigmeos, y se quedaba tirado.
“Esa hembra”, dice ese hombre, “la madre con sus dos crías, la madre gime y solloza”; él dice: “El corazón te da un vuelco”.
Pasan meses hasta que esa madre se haya muerto de tanto llorar.
“Y entonces están en un zoológico”, dice, “y están completamente groguis”.
Torturados hasta la muerte.
“Un gorila está afligido toda su vida si descomponen ese pequeño ser humano, si lo desgarran”, dice el médico que trató eso.
Dice: “Es horrible desgarrar una familia de gorilas, una familia doméstica”.
Y a ese hombre le dan seis mil dólares por una hembra de gorila.
Y luego están en el zoológico y no se ve más que la canallada que ha hecho el ser humano.
Y ese animal llora día y noche, porque tiene la conciencia más elevada para el grado animal.
Porque se dice: “El mono es igual que el ser humano”, ¿verdad?
Darwin.
“¡Ya te gustaría, Darwin!”.
Pero él tiene la sombra del amor, la sombre del amor del ser humano, pero ahora al cien por cien sagrado y natural según la naturaleza.
El ser humano, sin embargo, está fragmentado, carece de amor, parlotea, cotillea, piensa mal sobre los demás.
Un gorila, señora, señor, ni siquiera es capaz de eso.
¿Quieren aprender algo los unos de los otros? Tenemos que regresar a la jungla, porque hemos fragmentado nuestro instinto natural de Dios, lo hemos violado, enterrado entre cotilleos y robos.
Eso es lo que hemos hecho.
¿Quiere algo más?
Debería irse a Róterdam, señora, así se verá a sí misma.
Bueno, no me estoy dirigiendo a todos ustedes; es a aquella señora.
Pero los caballeros también pueden ir, porque...
Aquí tengo: “Gracias a la lectura de sus libros y por los centenares de conferencias desde luego que podemos decir que hemos empezado a pensar, aunque no sea más que un poquito.
A mí el que me gusta mucho leer es la segunda parte de ‘Jeus de madre Crisje’.
Este libro me llega al alma, hay de todo que va emergiendo.
El bien y el mal, pero también alegría, compasión, comprensión, tristeza, y un largo etcétera.
Esos libros lo tienen todo; es cuando un ser humano se pregunta: ‘Pero ¿quién soy?
¿Cuándo soy quien soy?’.
No por saber quién eres vas a estar en armonía, ¿no?”.
No, diablos, no.
Porque puedes ser quien eres y entonces cometemos un asesinato, ¿cierto o no?
“Tenemos todo en nosotros, pero es precisamente por eso que tantas veces quedamos noqueados, ¿no?
Y así puedo seguir un rato más, señor Rulof.
Conócete a ti mismo dice la criatura consciente de todo lo que vive.
Cuando los seres humanos decimos: “Hago esto o lo otro”, ¿es en ese momento la personalidad?
Pero entonces ¿cuántas personalidades somos, señor Rulof?
Pregunto todo esto porque quiero aprender.
Por lo demás, mi gratitud”.
¿De quién es eso?
(Señor en la sala):

—Mío, señor Rulof.
—¿Suyo?
Señor De Jong, cuando se relaciona con los seres humanos y pregunta algo de forma educada y le dicen...

(Jozef grita).

... “Oyeeeeee, ¡a ver si miras un poco!”, entonces te das un susto de muerte, ¿no?
Pero en eso el ser humano ni siquiera piensa.
Cuando alguien dice eso...
Si se quiere llegar a la primera esfera, el otro ser humano no le dirá a usted —lo sé: usted es muy sensible—, el ser humano no le dirá: “Jauwauwau”.
Dirán: “¿Cómo dices, criatura?”.
Hay gente que está por allí y que dice algo.
Y aquí está quien lo tiene que oír.
Están hablando y esas cosas.
Y ella piensa: ‘Ah, bueno, eso ya lo oirán por allí”.
Pero el otro no oye nada.
Sale y dice: “Estás mal de la cabeza, ¿o qué? Llevo llamándote cuatro veces”.
“Dios”, dice el otro, “pero, Dios mío, es que no te oía”.
“Ya, ya.
Ya, pero es no me volverá a pasar”.
¿Cómo? ¿Que eso no volverá a pasar?
Pues, señor, eso ocurre a diario.
Hace poco estaba ante la gente.
Digo: “Vaya, vaya, vaya”.
¿Quieren saber lo que yo habría hecho, u otra persona?
Si no están más que a medias allí en Scheveningen, señor, yo tendré que esforzarme si es que quiero poder contarles algo.
Digo: “Señor...”.
Esto..., sí, entonces no tiene que hacer lo mismo que yo.
Si vas al cuarto de estar y dices: “La leche se está saliendo”...
y yo que estaba con las narices encima...
entonces, claro, vas por mal camino.
Pero estaba soñando.
No, consciente de uno mismo, uno dirá: “¿Qué pasa?
¿Qué te pasaba?”.
“Oye, criatura, escucha un poco, hace un rato pensé en esto y lo otro, ¿qué piensas tú?”.
Cuando no poseemos fundamentos básicos para ser corteses con los demás, señor, señora, ¿cuándo van a querer comenzar con la felicidad?
Cuando digo: “Es así”, y me has llegado a conocer, y el otro, son verdaderas, entonces esa palabra es ley.
Lo acepto.
Pero ahora empiezo a ver yo mismo su veneno, su falsedad, su engaño.
Pues, sí, ¿ahora qué?
Ahora empiezo a ver el descuido, empiezo a percibir la vileza en el ser humano.
No, entonces ya no me hace falta preguntar nada ni me hace falta decir nada, porque no tengo nada que ver con las mentiras y los engaños.
Y si eso no sale ahora, señor, como hombre y mujer, no avanzarán nunca, nunca, nunca.
Estarán en un punto muerto.
¿Es así?
¿Por qué gruñe el ser humano? ¿Por qué da patadas el ser humano?
Porque aún no quiere.
Dicen: el ser humano no es capaz de hacer eso.
No, y es que eso es imposible, es que tampoco es capaz todavía.
Pero tampoco está la voluntad.
Porque cuando nos decimos: nos amamos, hermanos o hermanas...
Una noche dije aquí, digo: si mi hermano no quiere y no lo tuviera aquí a mi lado, y no quiere, digo: “Sí, pero así es”, pues entonces que se las arregle para averiguar, descubrir si yo tengo verdad; y si la tengo y a él no le da la gana, bueno, por mí que lo parta un rayo.
Yo he conocido el otro lado, el cosmos, la sangre ya no dice nada en el otro lado, la familia ya no dice nada, la paternidad y la maternidad ya no dicen nada, porque llegamos a la unión universal en el amor.
¿No es así?
Así que si se quiere quitar de en medio, le pregunto: “¿Quieres soga o gas?”.
¿Qué?
“Duro, ¿no?”.
Y entonces me increpan.
“Menudo bicho ese, me pregunta si quiero quitarme de en medio con gas”.
Digo: “Señor, mejor ahógate”.
Por cierto, eso me lo han dicho a mí también alguna vez, oigan.
Hubo una vez que quise quitarme de en medio, y ya estaba poniéndome como un energúmeno, y me dice: “Bueno, mejor te tiras al agua”.
Pero entonces es que tampoco lo hice.
Ni él tampoco.
Pero si seguimos sin aceptarnos y sin comprendernos y no queremos, solo es posible llegar a esto y decir: “El ser humano aún no ha llegado a este punto”.
Porque para vencer algo así, señor, y eso lo saben todos ustedes, eso les aseguro que no es sencillo, para eso hay que librar una batalla a vida o muerte.
Y si después reciben ustedes golpes y patadas, pues, a aceptarlos, porque detrás del ataúd eso será historia.
Y ya aquí lo es.
La pasada semana el maestro Zelanus...
Una hermosa pregunta.
La gente en Ámsterdam hace preguntas hermosas, una señora dice —allí tenemos una cosa de esas, y ya estamos ante el diccionario entero—: “¿Qué es el deseo?
¿Me está permitido desear?”.
¿Desea usted, señora?
El ser humano desea armonía, justicia, posesión.
Bien.
“Conviértase en eso”, dice el maestro Zelanus, “y lo será”.
¿Quiere amor?
“Deseo una pizca de amor”.
Sea amor y lo será, lo tendrá.
Alguien me dijo: “¡Si supieran quién soy!”.
El maestro Zelanus lo adoptó, dice: “¡Demuéstremelo y lo veremos a usted!”.
Sí, pero eso ni funcionó, claro.
“Si supieran quién soy por dentro”.
Tonterías, señora.
Demuéstrelo, señor.
Si dice: “Ay, es que mire cómo me están pegando y pateando”, entonces sigue sin ser amor, porque quien ama no se deja pegar ni golpear.
Señoras y señores, ¿han leído ‘Aquellos que volvieron de la muerte’?
Señor, ¿todavía lo quiere?
Siga entonces a Gerhard, el cochero, vamos.
A ese muchacho lo conocimos aquí.
Lo vi todavía la semana pasada.
Digo: “Gerhard, qué bien te veo”.
Dice: “Sigo con lo mismo de siempre”.
Digo: “Tú llegaras a ser alguien, ya lo eres”.
Pero cuando en las tinieblas, cuando en la desgracia, cuando en esa miseria, en esa descomposición, en esos infiernos uno...
Oigan, que eso no son cielos, porque llegarán a vivir las peores pasiones que existen en la tierra, ni siquiera es posible desfogarse de esta manera en la tierra, así es la gente allí.
¿Y pensaba usted, señor, cuando allí le sacan los ojos por detrás y desde todos los lados, y le arrancan una pierna...?
¿Es que entonces va a querer enfadarse?
Entonces ya habrá desaparecido, entonces estará sometido a su fortuna.
Así que hay que mirar a esa gente así, conscientemente, a los ojos, y entonces ya pueden poner allí una cosa de esas afiladas y darle al botón de la luz y les sacarán los ojos de la cabeza, y si luego usted se enfada un poco, ese cuchillo tendrá contacto con su ojo, con su ojo interior; y allí también mirará usted.
Pero si uno sigue poseyendo el amor —es usted amor, señor— ese cuchillo le atravesará sus ojos, así, sin más, y la carne, la luz de sus ojos es indestructible.
Cuando un ser humano me dice: “Me echa usted a la calle como un mendigo”, y yo no siquiera pensaba en eso ni lo quiero, entonces esa persona es conscientemente un mendigo, señora, pero no yo.
Y entonces yo ya tengo que tener cuidado, señor y señora.
Cuando el ser humano dice: “Allí me echan como a un mendigo, me echan de casa a patadas como un mendigo”, y el ser humano no es consciente de nada, entonces no soy yo quien lo tiene, porque estoy al lado de Cristo, sino que tengo que tener cuidado, porque aquí está la falsedad en pensamientos a mi lado.
¿Es cierto?
Hay seres humanos que fueron recibidos por otros seres humanos.
Y esa gente tenía buenas intenciones y lo dieron todo.
Y estaban en la calle cuando dijeron: “¿También te has comido esa comida podrida?”.
Y entonces los demás que lo oyeron más tarde dijeron: “Deberían saber que nosotros mismos no hemos comido en todo el día ni en veinticuatro horas para regalárselo a ellos”.
Encima les increparon por esas papas (patatas) secas que deberían haber comido ellos mismos pero que dieron a otros, y eso era “comida podrida”.
Y así podemos seguir.
¿Qué más tenemos que perder... si el ser humano —de eso se trata—..., de qué modo tenemos que mejorar nuestras vidas para al final llegar al punto en que digamos: “Cada palabra del ser humano”, si uno se encuentra de verdad con el ser humano que haya empezado a trabajar en sí mismo y en el prójimo, “cada pensamiento de esas personas es bueno.
Hable como hable el ser humano, todo es bueno”.
En el mundo no hay malas personas.
No hay personas con odio.
Pero si ustedes vienen a verme y me dicen: “Me tratan ustedes como a un mendigo” y yo eso no lo he querido para nada y usted no me comprende ni al mundo, entonces es usted quien es el inconsciente, entonces se golpean a sí mismos.
¿Es cierto o no, Piet Hein?
(Señor en la sala):

—Desde luego.

(Risas).
—Sí, señor; oigan, que el señor no se llama Piet Hein.
¿Cierto, no? No se llama usted Piet Hein, ¿no?
(Señor en la sala):

—Creo que no.
—No, yo tampoco lo creo.
—Señor De Jong, puedo seguir sobre este tema, pero ¿tiene usted mismo más preguntas?
Puedo convertir esto en una conferencia.
Puedo ofrecerle cien mil ejemplos.
Si un ser humano no me quiere aceptar...
Digo: “Tome, lo digo con toda la sinceridad del mundo”.
“Pfff, bien, bueno, ¿te lo crees tú?
Tonterías, ese tipo está loco, esa mujer está loca”.
Pues, sí, entonces ¿qué tenemos que hacer?
Empiecen por fin a aceptar al ser humano.
Al ser humano no le da la real gana.
Pueden entregarlo todo.
El dinero, las posesiones, ya no significarán nada.
Si el ser humano cree a otro y se trata de desintegración y destrucción —¿cierto o no?—, señor, entonces puede...
Nuestro Señor se encontraba ante Caifás y Pilato y estos dijeron: “Sí, han contado esto.
¿Es así?
Den pruebas”.
¿De verdad que pensabas que Cristo se iba a poner enfrente de Pilato y de Caifás y que les diría: “Sí, pero Yo no lo he dicho”?
Señora, no se puede hacer nada.
¿Cómo quiere enfrentarse a ese mal?
¿Cómo quiere convencer a ese mal, eso que está mal, ese pensamiento satánico, de que usted no ha dicho eso ni que lo ha hecho?
Señor, es usted incapaz de eso.
Así que el ser humano consciente, señor, guarda silencio.
Pero el ser humano consciente como hombre y mujer sigue amando la vida.
Aunque no haga nada.
No dice nada.
Ya me han lanzado tantas cosas a la cabeza estos años, señoras y señores, ¿alguna vez me han oído decir algo así sobre alguna persona?
Señor, en ese caso me habría largado.
El ser humano no sabe...
Si oye que le pongo verde —Piet Hein, que sea entre nosotros esta noche, ya nos conocemos desde hace algún tiempo—, si empiezo a ponerle verde y usted dice: “Pues eso no me gusta de Jozef”, debería ponerse a pensar: ‘¿Lo dirá en serio?’.
Porque un ser humano de vez en cuando se debe de poder poner un sombrero con una pluma que se agite hacia alguna parte, ¿no?
(Nadie dice nada).
Sí, señoras.
¿Qué dice Frederik van Eeden?
Pues pónganse una buenas sandalias, aunque midan dos kilómetros de más.
Dense el gusto de avanzar de espaldas y anden así hacia el sol y digan: “Oh, que gustosa es la luna esta noche”.
Arrullen alguna vez para otra persona.
Pero la gente no quiere arrullar por otros.
Jamás empiece, señor, aunque sea usted a quien le den la paliza.
Tiene que decir usted: “Estupendo, qué gusto”.
¿Saben cómo lo he aprendido yo?
Había gente que pensaba poder agarrarme.
Pienso: si tú cometes un error y dices algo asqueroso o feo sobre mí, frente a eso pondré algo hermoso y divertido.
¿Y qué pasó, pues, señor?
Eso yo lo he vivido, señor, me lo ha mostrado el maestro Alcar, dice: “Así están construidas las esferas de luz”.
Un ser humano que me pega; frente a eso pongo algo divertido, al instante.
El ser humano se hunde y yo me elevo.
Recibí un templo y un espacio; y un ser humano, el otro, empezó a pegar y patear, se hundió.
He tenido que encontrarlo al otro lado de la tierra, pero debajo de la tierra, ya no saldrá de allí.
Si el ser humano le hace algo... entonces Cristo dice: “Eres tú quien lo dice”.
Si se quiere hablar de verdad con un ser humano, señora, ¿por qué no se acerca a él y se sienta tranquilamente en un banco en un parque o en su casa, y le dice lo que le pesa?
Pero ¿por qué hace usted eso en la calle?
El ser humano siempre habla en la calle sobre los demás y nunca a la cara: no se atreven.
No se atreven, señor.
¿Verdad que no, señor?
No se atreve.
Y es que el ser humano siempre está escuchando cotilleos, desintegración; nunca lo bueno.
Todavía no ha habido nunca nadie en este mundo...
Sócrates es un canalla; para la humanidad, porque lo envenenaron.
Y todo lo que hay para lo constructivo es...
Y al ser humano no se le comprende, señor.
Es algo a lo que primero le dan golpes y patadas.
¿Por qué?
Porque esto es lo hermoso para despertar.
El ser humano tiene que evolucionar.
Todavía no hay conciencia espiritual.
Pero si yo... una sola cosita... si Cristo hubiera dicho una sola cosa, con que solo les hubiera echado una mirada severa, así, con de verdad algo de enfado por dentro, entonces Su espacio divino se habría oscurecido.
Y si hacemos eso y recibimos una bofetada y una paliza y agarramos el zueco y devolvemos el golpe, señor, entonces no hay beneficio, al contrario, se expulsa a sí mismo del paraíso a base de golpes.
“Con que haya uno solo que me atormente”, el maestro Alcar me lo dijo.
“Si hay una persona que lo atormenta, una sola que hable de usted, que lo ofenda, no lo ofenda a su vez, no ofenda esa vida, sino que adopte aquello con gusto, André, es conciencia, sabiduría.
Un solo pensamiento equivocado de vuelta y ya no lo podré alcanzar”.
No habrían recibido ustedes un libro mío si alguna vez en mi vida hubiera estado enojado de verdad, no sé lo que eso.
Sí que puedo estarlo y hago algo, pero entonces significa algo.
Si nos enfadamos fuera de nosotros mismos, al margen de nuestro propio yo, ¿saben a dónde conduce eso?
Entonces entra de inmediato alguien del mundo astral y en cinco minutos, en media hora estamos en (el centro psiquiátrico de) Rosenburg.
Porque minamos nuestra conciencia diurna.
(Señor en la sala):

—Gracias.
—¿Se da las gracias a sí mismo o a mí?
(Señor en la sala):

—Le doy las gracias a usted.
—Gracias.
¿Algo más?
¿Quién de ustedes?
Puede escribir un libro sobre esto, señor.
Bien, señor, mejor imagínese el resto de lo que se trata de verdad, de lo humano, de lo social, de lo espiritual, de lo espacial.
¿Lo hará?
(En alemán):

Adiós.
(Señor en la sala):

—Gracias.
Aquí tengo: “De qué manera es responsable que una madre casada se deje inseminar conscientemente por un hombre casado, con o sin permiso de su esposa despierta, o no, espiritualmente?”.
(En inglés):

Miren qué cosas.
Eso viene de algún sitio.
De esto hemos hablado la semana pasada.
Hace unas semanas alguien hizo una pregunta y dijo...
¿Se acuerdan, señoras y señores? Entonces estuvimos hablando de esto: una madre que no era capaz de tener un bebé.
En Londres ocurrió mediante una inyección.
La mujer de un oficial que no podía tener hijos, ese hombre no era creador, no tenía la célula.
Entonces ella fue, dejándolo a él al margen, al médico, otra inyección más; y cuando él volvió ella estaba de cuatro meses.
Y entonces él dijo: “¡Por allí no paso!”.
Y se divorciaron.
Eso ya lo he tratado aquí cinco veces.
La gente hace siempre esas preguntas.
El sí o no...
Esa pregunta la sometieron al maestro Zelanus en Ámsterdam.
Y hemos hecho lo malo y lo bueno.
Entonces la madre dijo: “Hombre, hubiera preferido con mucho haber conocido a un hombre, pero te he protegido.
Por eso fui a la universidad.
Pero ahora sé lo egoísta que eres.
Y yo estoy contenta de ir.
Quiero tener un niño”.
Y una madre al cien por cien...
(Dirigiéndose a una señora que oye mal):

¿Lo entiende, señora? ¿Puede oírlo?
Lástima.
Una madre en la plenitud de sus fuerzas como madre tendrá ese niño, fijo, y tendrá que ser madre, fijo.
Porque si de verdad actuáramos conforme a nuestros sentimientos que tenemos como hijos de la naturaleza —aún nos avergonzamos un poco— entonces haríamos lo que se vive en el reino animal: ¡esos niños los habrá!
Y que si es de un perro gris, o de un perro salchicha o de un pastor, o de quien sea, pero esa hembra dará a luz y tendrá crías.
Pero nosotros en la sociedad decimos: “Sí, pero no estoy casado”.
Entonces la madre tiene que...
Hace poco vino a verme una señora, me dice: “Ya, ¿es que tengo que ir a pedirle a un hombre: ‘Dame un hijo’?”.
Digo: “Eso no es así”.
Y ahora hay personas que siguen nuestra doctrina, que... los maestros... —atiendan— los maestros han hablado de amor universal espiritual...
Y ahora hay un señor que piensa —esto seguro que vendrá de un señor—, resulta que hay un señor que piensa: si tengo amor universal, tengo que representarlo, y ahora aparece la mujer de un hombre o de alguien, viene por allí y no puede tener niños, y yo sí se los puedo dar, entonces tengo que hacerlo con mi amor universal, ¿no?
Hace poco nos reímos con ganas de esto.
Y yo digo, si esta noche alguien, una señora, está aquí por primera vez, que diga: “Pues si esos no están locos, ya no sé qué pensar.
Pero esta gente de verdad que está loca, esta gente que...”.
Porque ¿qué iba a decir ese señor?
Digo a los señores: “Muchachos, ¿qué les (os) parece?
A ver, imaginemos que...
Tenemos a esos jeques en Voorburg, o ¿dónde vive esa gente?, detrás del Dam, esos sultanes con sus cuarenta hermosas amiguitas, encima tienen razón”.
Porque el hombre dice: “Los maestros dicen: ‘Quien tenga amor universal dará a luz y creará”.
Señor, entonces lo convertimos nosotros en un caos asqueroso, guarro, si hacemos eso.
Es que no comprenden que en el otro lado y aquí en la tierra el amor universal no tiene nada que ver con el alumbramiento y la creación; reciben ustedes su propio karma, su propia vida.
Que si lo son o no, que si tendrán un hijo o no.
Pueden ir al médico —sí, eso ya ha ocurrido—, pueden ir al médico.
Pero imagínense, ¿qué quedaría de nuestra sociedad si se explicaran así las leyes del otro lado: tienes que tener amor universal y ahora los hombres, pues, a crear?
(Nadie dice nada hasta que empiezan a sonar risas).
Claro, los señores se ríen, ¿verdad?
Ya les gustaría.
“Ah, no, ¿por qué?, no, no, ni siquiera quiero decir eso: ya me gustaría”.
Desde luego.
“Oiga, que no.
Nada de eso”.
Pero ¿a dónde conduce esto, señoras y señores?
El amor universal solo es espiritual —tenemos que amar todo— y ese es el mundo que representan ustedes por la vida de sus sentimientos, por su espíritu.
Pero la creación y el alumbramiento corporales, el ser uno, señor, es para ese señor de allí y para aquella mujer.
Y si después esa mujer no llega a tener un niño, pues que se encargue de tenerlo en armonía en diez, veinte vidas; porque esa vida es disarmónica, ¿verdad?
Otra persona dijo: “Hay un hombre que ha tenido dos hijos, encima mellizos”.
Entonces el hombre dijo... era a su manera un plasta, era callado, y así, y así, y así...
Entonces esa mujer me dijo: “Pero ¿es que no está permitido que tenga un niño de otra persona?
Mi marido ‘está como muerto’.
Puedo tener todavía un niño, ¿no?”.
Sí, señor.

(En alemán): Ya te gustaría.
Digo: “¿Qué es lo que habría querido usted entonces?”.
“Bueno”, dice, “pues que si mi marido no es capaz de darme un niño, puedo tenerlo de otro hombre, ¿no?”.
Digo: “Ah, ¿sí?
Vaya”.
Digo: “Señora, ¿quiere usted quemarse las manos, los ojos y el corazón?
Bueno, pues, adelante”.
Digo: “Si su marido no es capaz de dar a luz ni de crear...
¿Cuántos matrimonios desea tener aquí en la tierra?”.
Ya no nos encontramos en una jungla ni vivimos allí.
Y, señora, ¿sabe usted que esas cosas ni siquiera ocurren en la jungla?
Cuando compra allí a un negrito (cuando se celebraron estas noches informativas, de 1949 a 1952, la palabra “negrito” era una denominación habitual para alguien de piel oscura), primero hay que poner encima de la mesa un par de ovejas.
Sí, sí.
Usted pensaba, claro, que la gente que venía allí decía: “Ah, esos negros te los puedes llevar sin más...”.
Sin duda.
Allí, en la selva, luchan por una mujer.
La mujer vale más.
Después ya no.
Pero para conseguirla...
Porque esa especie, como grado, en la jungla, tiene que continuar.
Ese jefe de tribu tiene mucho que decir antes de que esas criaturas puedan casarse allí, y dar a luz.
Pero aquí, en la sociedad, la unión espiritual es, como amor, interiormente, o sea, espiritualmente... el ser humano tiene que vivir su propio karma, su propia causa y efecto en su matrimonio, para su cuerpo, y con eso los demás nada tienen que ver.
Si la gente realmente fuera capaz de materializar esto, entonces ya comprenderán ustedes que...
Si los maestros...
Imaginénse que el otro lado transmitiera esto, entonces no todo estaría bajo tierra, sino que sería un batiburrillo.
Aquí, una noche, hemos...
(Dirigiéndose al técnico de sonido):

¿Cuántos minutos me quedan?
(El técnico de sonido):

—Tres, cuatro.
—Tres, cuatro: así podré tratar esto todavía.
Una noche hemos vivido esos dramas aquí.
Llega un señor... había un señor aquí en la sala, ahora está en París, dice: “He tenido amigos..., la madre no puede tener niños, entonces él me dice”, a su amigo: “Oye, encanto, eres mi amigo, danos un hijo”.
Es posible.
Y pasa muchas veces.
No tiene la semilla creadora.
Esas cosas se las he explicado.
He tenido gente conmigo en los años 1936, 1937, otra historia de aquellas.
Ese señor dice: “No puedo tener hijos y resulta que mi mujer quiere uno.
Así que le he dicho: ‘Deja que mi amigo te dé un hijo, se lo suplicaré’”.
Bien.
“¿He hecho lo debido?”.
El hombre había leído libros.
Digo: “Señor, qué más da”.
Digo: “Pero ¿cómo trata esto?”.
Dice: “Ahora hemos tenido un hijo.
Pero ¿qué ocurre?”, dice.
“Ahora tenemos ese hijo y me muero de celos”.
Dice: “Ahora veo ese hermoso niño y tengo que decir: no es mío”.
Digo: “Lo entiendo”.
Regresa a verme a los cuatro años, señora.
Dice: “Ahora puedo hacerlo yo mismo, hemos tenido mellizos”.
Dice: “Ahora, ¿qué?”.
Un caos.
Porque no tenía amor.
Ella podía dar a luz, según resultó ahora, él no tenía el esperma, no tenía la semilla, no tenía la esencia.
Pero siete años después —el ser humano cambia cada siete años— el hombre llega a tener nuevo esperma, la madre que ahora no es capaz de dar a luz a un niño, sí que estará lista en cinco, seis años.
¿No lo sabían, señoras?
Todo eso lo sabían, ¿verdad?
Así que ese hombre dice: “Y ahora he tenido mellizos”.
Dice: “Y ¿qué es ahora lo más hermoso?
Primero un montón de broncas, un montón de desgracias, caos, incomprensión, y ahora ese primer bebé, que no nos pertenece, aunque a ella sí, pero no a mí, ahora —fíjese qué cosas— es la vida más hermosa entre nosotros dos, porque hemos empezado a tener felicidad”.
Dice: “Y es que ahora nos dan hasta ganas de llorar”.
Y era una hermosa niña rubia.
Y tenía más edad que los demás, claro, y empezó a criar a los mellizos.
“Papá dice esto y mamá lo otro.
¿Entonces por qué haces esto?
Porque como tienes que hacerlo es así”.
Casualmente, era una hermosa criatura.
Y entonces viene él, dice: “Una cosa, señor Rulof”, dice: “Un canalla, eso es lo que soy”.
Digo: “¿Cómo?”.
Dice: “Mi amigo me ha regalado un cielo.
Y ambos somos felices”.
Dice: “Voy a darle veinte mil florines”.
Digo: “¿Tanto tiene?”.
Dice: “Un bonito coche”.
Dice: “Hay que ver qué sinvergüenza que soy”.
Sí, sí, señora.
Pero la personalidad dijo: “Porque yo tenía celos, he amargado a mi mujer en todos estos años.
He sido un déspota con ella por esa criatura”.
Dice: “Claro, tú siempre con lo de la criatura, y con lo otro”.
“Años enteros destruidos y resulta que mi amigo nos ha reglado un cielito”.
Dice: “Porque esos mellizos, pues...”, dice, “no puedo decir: ‘No valen un centavo’, pero se quedan cortos en comparación con esa niña”.
Y así es como el ser humano llega a ver su evolución y así es como llega a vivir sus problemas.
Y esta sí que es la realidad.
Si la madre desea tener un bebé y aunque hubiera aquí cien mil personas, hombres, y solo esa madre, ni uno podrá decir: “Soy yo”.
Señoras y señores, todo está en manos de Dios.
Alumbramiento y creación, hombres y mujeres han nacido por medio de Dios, son ustedes dioses.
Dios mismo vendrá: la ley cósmica de la que hablé hace poco, para la paternidad y maternidad, dirá: “Si esa madre de verdad es madre”, ¿entienden?, “si de verdad es madre al cien por cien, entonces vendrá una visión, o una palabra, desde el espacio”.
Y esta dirá: “Vete esta noche a la izquierda, allí, asegúrese de tener algo de comer bajo los brazos que valga la pena”, ahora ya saben hacia dónde va esto, “vete al Bosque de La Haya entre las nueve y las diez de la mañana, quizá aparecerá una criada de aquellas empujando y cuidando un bebé que es de otra gente y te ayudará a dar de comer a las palomas y en dos semanas estás embarazada”.
Muchas gracias, señoras y señores.
DESCANSO
Señoras y señores, vamos a seguir.
(Señor en la sala):

—Señor Rulof, ¿me permite hacerle una pregunta?
—No, señor, fui yo quien empezó.

(Risas).
(Señor en la sala):

—Aun así me podría dejar...
—Señor, entonces le doy la palabra.
Pero no es muy cortés, ¿no?
(Señor en la sala):

—No, pero esta vez quiero no serlo, por una vez.
—Ah, pues entonces también me parece...
¿De buena manera?
(Señor en la sala):

—De buena manera.
—Señor, ¿qué tiene?
(Señor en la sala):

—Hemos oído que su hermano de Estados Unidos está aquí.
—Es usted un fisgón.

(La gente se ríe con ganas).
(Señor en la sala):

—Es que me gustaría saludarlo desde aquí.
De hecho creo que represento a muchos de aquí para saludarlo.

(Risas).
—Señor, siéntase, no, siéntase un momento.
¡Que se siente!

(Risas).
—Johan está aquí, Bernard está aquí y Hendrik está aquí.
(Gente en la sala):

—Vaya.
(Señor en la sala):

—Tenemos al mangante de peras entre nosotros.

(La gente se ríe con ganas y aplaude).
Señoras y señores, allí es donde está nuestro bueno de Bernard.
Bernard, toda esa gente ha seguido tus peripecias, ha sufrido cuando terminaste bajo el tranvía.
(Gente en la sala):

—Sí.
—Gente, lo queremos mucho, ¿verdad?
(Gente en la sala):

—Sí.
—Lloraron, Bernard.
Me preguntaban: “¿Dónde vive?”.
Digo: “No lo sé”.

(Risas).
No, me faltaba tiempo para ello.
Quisieron mandarle flores.
A Hendrik también.
Mandaron flores a Hendrik en Estados Unidos, le escribieron cartas.
La gente ya me ha preguntado ahora: “¿Dónde vive Bernard?”.
Porque la gente ya quiere que les haga un traje.
(Aplausos).
Solo digo esto: Bernard, Hendrik, Johan, ¿pueden levantarse (podéis levantaros) un momento por mis hijos, hijos de los maestros? ¿Pueden (podéis) mirarlos un momento a la cara?
(Suenan aplausos).
Johan es el mayor, ¿verdad?
Y Bernard viene después de Johan, y después yo.
Y después viene Gerrit, que ya está en el otro lado, y entonces viene el gordo de allí, Hendrik.
Y después viene Miets, también ya en el otro lado, y Teuntje.
A Teun también lo vieron ustedes.
Señoras y señores, quisiera decirles una sola cosa: espero que en esta vida siempre pueda seguir infundiendo alma a mis hermanos como Jeus de madre Crisje, para que los Rulof Brothers...
Lo que los Rothschild supieron hacer como brothers...
Pero los Rulof Brothers, Hendrik, algún día llegarán a ser famosos, porque los Rothschild trabajaron para la destrucción y ese asqueroso dinero guarro que tanto necesitamos... pero nosotros... —sin duda, así fue— pero nosotros esperamos continuar nuestro trabajo para las esferas de luz, para nuestro Señor.
Señoras y señores...

(La gente vuelve a aplaudir).

... no, esperen, aún no estoy.

(Risas).

Señoras y señores, les digo en nombre de los maestros: “Yo he visto el otro lado”.
Una noche conté aquí: cuando era niño y me fijé en mamá, ¿verdad?
Digo: “Bernard, ¿por qué está mamá tan gorda?”.
Y dice: “Eso mejor pregúntaselo a Johan”.
Pero cuando llegué donde Johan, me dice...
(Señora en la sala):

—¿No quería saberlo?
—“No tengo tiempo”.
Y cuando llegué una noche aquí, digo: “Pues que venga a verme él: ‘No tengo tiempo’.
Voy a dejar que pregunte hasta que se ponga negro”.
Digo: “Mamá, por qué te estás poniendo tan gorda?”.
Y me dice: “Bueno, es que me está gustando la comida, ¿sabes?”.
Y entonces dije: “Bueno, será cierto”, lo han leído, ¿verdad?
Digo: “Pero a mí también me gusta, aunque estoy como un palillo”.
Y, Bernard, eso tú lo has vivido.
Y lo sabemos.
Gente, solo espero... y lo sé, también lo sabe el maestro Alcar: dentro de mí viven los Rulof Brothers, quiero representarlos a todos.
Pero también tenemos otra cosa, cierto: espero que todos estén conmigo, porque a veces se pone difícil portar toda esa familia solo.
(Gente en la sala):

—Oooh.
—Sí, sí, claro, estos pensaban que iban a recibir algo divertido, ¿o qué?
Yo fui capaz de hacerlo y seguiré haciéndolo.
Solo que quisiera decir: se nos concedió construir un templo gracias a Crisje y Hendrik el Largo, nosotros representamos la Universidad de Cristo.
¿Y por qué esas otras criaturillas de Crisje no iban a sentarse encima de esos pequeños fundamentos delante de la puerta y saludar a las personas que van entrando allí una tras otra?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Chicos, si necesitan (necesitáis) una paliza, allí está mi hermano Bernard.
(Bernard):

—Sí, sí.
—Y si tienen (tenéis) una carta para enviarla por correo, allí está Johan.

(Risas).
Y si necesitan a Hendrik, entonces arréglenselas para conseguir un barco, tendrán (tendréis) que ir a donde está él.
Y entonces les (os) mostrará el camino hasta los Rulof Brothers en Estados Unidos.

(En inglés):

Todos tenemos que trabajar por la humanidad, tenemos que hablar y amar, tenemos que hacer algo.
Señoras y señores, mejor paremos, porque tengo mejores cosas que hacer.
Pero allí están.
Y allí seguirán.
Bernard, suerte por parte de toda esa gente.
(Señor en la sala):

—¿Así que me perdona la impertinencia?
—Y perdonamos la impertinencia del señor Götte.
(Señor en la sala):

—Gracias.
—¿A dónde vamos esta noche?
Señoras y señores, sí, ya me gustaría decir más cosas, pero entonces me pondré a sollozar, y eso no lo quiero hacer.
Espero que esté bien.
Aquí tengo: “En ‘Las máscaras y los seres humanos’ Frederik habla de William Scor, y dice en la página 171, de la parte 2”: ahora viene algo hermoso, “Por mí vete hasta Londres, al Thamesway, second piso...”.
Qué loco ese Frederik, ¿verdad?
¿Quién ha extraído eso de allí?
¿De quién es esto?
¿De usted, señora?
“’Por mí vete hasta Londres, al Thamesway, second piso, y pregunta por Sir William Scor..., añádele un billete de diez florines’, dice, ‘y lo verás al instante, colecciona dinero antiguo.
Pídele que venga a cenar esta noche a mi casa, pero no cometas estupideces, no se lo puedes pedir de golpe.
Suele asustarse por nada y primero tiene que sintonizarse’”.
¿Quién ha extraído eso de ‘Las máscaras y los seres humanos’?
Allí figura, pero ¿quién lo ha comprendido?
Pero si se lo pides, te servirá una copa de vino y podrás ver todas sus esculturas desnudas porque le encanta el arte escultórico y solo posee desnudos.
Posee a todas las mujeres del mundo, hasta a las reinas.

Vete a verlo y tan solo dile que te manda Tomás de Kempis...’”, ajá, menudo este Frederik, ¿verdad?

¿De dónde lo saca?
“‘... que te manda Tomás de Kempis.
Dile que juntos yacimos bajo la pirámide de (la ciudad holandesa de) Rijswijk y que nosotros mismos nos cavamos una salida para salir de allí’.
¿A quién se refiere con William Scor?
¿Y qué significa todo esto exactamente?”.
Señora, esto es un lío de mil demonios.
Señora, es el ser humano, el hombre, la mujer, que quiere poseer lo desnudo.
Y a las reinas las podemos comprar.
Es el Thamesway que no existe; no existe.
De modo que ese hombre no tiene a Dios.
Ese lenguaje figurado de ‘Las máscaras y los seres humanos’, señoras y señores, nadie lo ha sacado de allí.
Hay siete llaves.
Hay una señora que me dice, así dice: “La semana pasada me dijo usted: hay siete llaves para ‘Las máscaras y los seres humanos’”.
Digo: “Sí, señora, las demás todavía las tenemos que mandar a imprimir”.
Digo: “Pero esas siete mejor las saca usted misma”.
Digo: “Aquí estamos hablando del bien y del mal”.
Pero más adelante, señoras y señores, escribirán diez, veinte, veinticinco libros sobre ‘Las máscaras y los seres humanos’, cuando ya no estemos.
Hendrik los había leído en Estados Unidos, dice: “Dios mío, Dios mío.
Me encontraba enfermo...”.
Y entonces dijo a Teuntje —estaba enfermo y empezó a leer—, dice: “Estaba yo allí acostado...”.
Oigan, que Hendrik es agudo.
Dice: “Maldita sea”, piensa Henk.
Bernard dijo: “Eso es decir palabrotas”.
“Maldita sea”, dicen en ‘s-Heerenberg.
Y la semana pasada me dice Bernard: “¿Sigues diciendo palabrotas?”.
Digo: “¿Es que te has olvidado de ‘s-Heerenberg?”.
Digo: “Pero si eso no es decir palabrotas, ¿no?”.
Hendrik dice: “Maldita sea, Dios mío, menudos libros esos”.
Dice: “Durante treinta años he estado construyendo restaurantes, de todo.
La gente llega allí a hablar desde todas partes”.
Dice: “Pero en esos treinta años no he aprendido tantas cosas como en esos cuatro días que leí ‘Las máscaras y los seres humanos’.
Y esa es la verdad.
¿No es así?
(Hendrik dice):

—Sí.
Y eso no lo puedes aprender.
Entonces llamó, Henk, Hendrik solo se encontraba a unos 800, 1400 kilómetros de Teun.
Llamó, dice: “Ya has mirado a través de esto, detrás de ‘Las máscaras y los seres humanos’?”.
“No”, dijo Teun, “sigo sin entenderlo, la primera parte”.
Dice: “Es que entonces no tienes unas sandalias,
Pero yo las llevo.
Yo las tengo”.
“Santo cielo, Jeus, escribo una decena más de esos”.
Digo: “No puedo.
Es imposible.
Solo los puedes escribir una vez”.
En estos momentos, ¿quién ha sacado...?
William Scor.
Dice: “Vete por mí a Londres a la Thamesway...”.
Mira, esa es la sociedad.
¿Entienden? Él también podría haber dicho: “Vete a París...”. “A la Thamesway, second piso...”, así que uno ya entonces no pisa la tierra, esto hay que verlo de forma espiritual, “y pregunta por William Scor.
Añádele un billete de diez florines y lo verás al instante”.
Es decir: al ser humano se le puede comprar.
De lo contrario no abrirá la puerta.
Al ser humano lo pueden comprar por cinco florines.
¿Es así?
Por un tubo.
Por cinco o diez florines compras un alma humana.
No, no me refiero a esa calle Wagenstraat de aquí, por florín y medio puedes comprar un ser humano, por veinticinco centavos.
A las primeras de cambio te roban el monedero, pero de eso no se trata.
Puedes comprar un ser humano por diez florines.
“Y lo ves directamente; se dedica a ahorrar dinero viejo”.
Ahorra inconsciencia, la vieja herrumbre del mundo de esta personalidad.
Es la nobleza más elevada en la desintegración para la tierra.
William Scor... compra... ama la escultura y está todo rodeado de desnudos; señoras y señores, es la pasión.
Es la pasión.
Ese hombre mira todas esas hermosas damas, a esas personas, solo tiene desnudos.
¿Cómo tendríamos que prepararnos si en la escalera y en el dormitorio y en la puerta, por todas partes, hubiera desnudos, señora?
¿Pues?

(Risas).
¿Y eso les da risa?
¿Pero qué pasaría con el mundo?
Ese hombre no ahorra, ahorra chatarra herrumbrosa, dinero viejo.
“Y si le das diez florines, te deja entrar al instante”.
Mira, así es el ser humano que paga.
El ser humano que recibe al otro ser humano, solo por el vil metal.
El ser humano que no está abierto a la cordialidad ni a la benevolencia ni a una buena palabra.
El ser humano que quiere ver aquí diez florines.
Y entonces Frederik dice: “Ahorra dinero viejo”.
Moneditas de plata.
O sea, eso es un ser humano que está encima del dinero y al que solo se le puede comprar con dinero.
¿Eso también lo había extraído usted?
¿No lo sabe?
Ah, sí, a ese señor no se le puede decir nada.
Ese tiene una tarea extra.
“... ahorra dinero viejo.
Pídele que venga a cenar esta noche a mi casa, pero no cometas estupideces, no se lo puedes pedir de golpe, de lo contrario se asustará.
Suele asustarse por nada y primero tiene que sintonizarse”.
Porque cuando le pides algo al ser humano, así, sin más, esa podredumbre en la sociedad, y este está abierto, con honestidad, y dice: “Señor, venga a verme esta noche y le ofrecerá una cena estupenda”, eso no se lo cree nadie, ¿no, señora?
Algo de la llave, todo el carácter del ser humano habla aquí.
Pero también puede escribir un libro entero sobre esta frase.
Si yo esta noche, en la calle...
Me encuentro allí con gente en la calle —eso es, ¿no?—... me encuentro: “Señora, señor, por favor, ¿le gustaría venir a cenar esta noche a mi casa?”.
Si es una dama de veintisiete años, ya estoy en la cárcel.
Claro, quizá, si es una madre de noventa y dos...
Pero esta encima se reirá de mí en plena cara, y dirá: “Señor, en casa tengo con qué alimentarme.
¿Qué quiere usted?”.
O dice: “Agente, me están agrediendo sexualmente”.
Y entonces ya no me quedará otra que tener que demostrar en la comisaría si iba en serio.
Eso no se puede hacer, señora.
Porque si ando por La Haya, aquí en la calle Groenmarkt, por la calle Venestraat, qué bien me va y estoy más feliz que una perdiz y pregunto a cada señor y señora: “¿Quiere venir a cenar en mi casa esta noche?”,
estaré en diez minutos en (el psiquiátrico de) Rosenburg.
Eso es, señora.
Estaré en diez minutos en Rosenburg si pregunto al ser humano: “Viene a cenar esta noche a mi casa?”.
El ser humano verdadero se asusta.
Y dice: “Señor...”.
Mi hermano me contó una hermosa historia.
Había un periodista en Estados Unidos, casi lo mismo, y son las máscaras y los seres humanos.
Hendrik, mi hermano, dice: “Un periodista, un hombre rico”, ahora en Navidad, en Estados Unidos, “quería hacer el bien por Navidad”.
Estamos hablando los dos día y noche sobre las máscaras y los seres humanos, disfrutamos.
Digo: “¿Lo has leído?”.
“Vaya que si lo he leído”.
Y entonces le beso a Henk, porque lo comprende.
Ya casi se pierde media mejilla.

(Risas).

Dice: “Allí viene ese millonario, tira el dinero por la ventana, dólares y dólares”, en diez minutos ya estaba en el manicomio, en la cárcel.
No lo creyeron, se rieron de él.
Un periodista que dice: “Ese hombre está loco”.
Un manicomio.
Solo quería hacer feliz a la gente, lo tiraba por la ventana.
Señor, eso es.
Otro, un periodista que está en Broadway, dice: “Aquí, veinte dólares por diez dólares”.
¿Cuántos vendió, Henk?
Debieron de ser tres, ¿no?
(Hendrik): “Cuatro”.
Cuatro.
Lleva encima doscientos, solo se quitó cuatro de encima.
El ser humano ya no cree nada.
Cristo llegó a la tierra.
Dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
¿Quién lo creyó?
Si digo: “Soy el Pablo de este siglo.
Soy un consciente cósmico.
Soy el profesor de la Universidad de Cristo”, entonces dicen aquí, quienes me conocen y los que lo han vivido todo conmigo, dicen: “Sí, lo sabemos, Jozef”.
Pero hace poco hubo unos cuantos que ya abandonaron la sala y dicen: “Ah, ese tipo está loco”.
Pero por mis ochocientas cincuenta conferencias, mis libros que recibí por los maestros, y ellos mismos que les hablan a ustedes... es que mi gente se viene conmigo.
Si a la gente de aquí le preguntara esta noche: “Oigan, chicos y chicas, chicas y chicos, a las once y veinticinco vamos a ir a la hoguera por la Universidad de Cristo.
Pero ahora ya no de forma inconsciente, sino consciente.
Porque podemos salvar al mundo del ocaso”,
¿cuántos de ustedes se vendrían?
(Gente en la sala):

—Todos.
(Señor en la sala):

—A mí ahora mismo.
—Miren, uno que dice “ahora mismo”.
Las mujeres y los hombres se suben conmigo a la hoguera, dicen: “Jozef, ¿puedo morir por ti?”.
Sí, eso también se lo dijeron a mi hermano en alguna parte, y entonces él estaba... casi le dieron un tortazo, porque al instante le quisieron quitar mil dólares.
Digo: “Mira.
Pero por lo que luchamos nosotros, por lo que lucha el mundo, por lo que vive el mundo, es: “Te quiero” y “Si no te tengo a ti, no puedo vivir”.
Señora, en cuatro días la echarán a la calle.
Los seres humanos dicen unos a otros: “Ah, es que te quiero tanto”.
Señora, tonterías, mejor no se lo crea, porque el ser humano no conoce su amor.
No se conoce a sí mismo.
Y así es ese señor Scor con su escultoras desnudas.
Ya no tiene realidad, tiene la creación como piedra.
Bonito, pero así no es el ser humano como alma y espíritu.
(Dirigiéndose a alguien en la sala)

:¿Cómo dice, pequeño Sjaan?
Ah, pensaba que usted se llamaba Sjaan.

(Risas).
Sí, mire, siempre tiene que haber algo, porque ya vi cómo estaba parpadeando usted, ¿entiende?
Y eso viene directamente de ‘s-Heerenberg.
¿Es verdad o no, Bernard?
(Bernard):

—Sí.
—“Sí”, dice.
Nosotros hemos recibido la jovialidad de Hendrik el Largo y los sentimientos inmaculados, hermosos de Crisje.
Y hay que ver cómo nos ponemos a llorar todos cuando empiezas sobre Crisje.
Yo llevo barro en las suelas, de ‘s-Heerenberg, no aprendí holandés, Bernard, pero aquí en La Haya sí que les puedo enseñar alguna cosilla, ¿verdad?

(En dialecto):

Y aquí encima puedes ganar dinero hablando en dialecto.
Claro, allí ya están riéndose por lo bajini.
El ser humano tiene sed y hambre, pero no alcanza nada, señora, cuando ponemos las esculturas desnudas de los escultores a nuestro lado.
Vayan a la madre naturaleza, vamos, que ese hombre, ese señor Scor vaya hacia Dios, y que contemple la vida de Dios.
¿Qué se dice cuando llega un señor así y cuando en un bazar o tiendas de esas anda un desnudo?
Entonces el señor dice: “Señor, aquí ya le han precedido tres pretendientes”.
Y entonces dice:”¿Cómo?”.
“Que aquí ya hubo esta tarde tres pretendientes para esa mujer, pero no tenían el dinero, cuesta doscientos cincuenta florines”.
Y responde: “¿Es que yo soy un pretendiente?”.
Y dijo: “¿Qué se cree usted si no?
¿Qué se cree usted entonces, señor, que es?
¿San José?
¿Pedro, acaso?
¿Por qué se agencia un desnudo para su casa? ¿Eh?
“¿Es que no está permitido?
“Entonces es usted señor Scor.
Señor, entonces estás a la venta.
Entonces no buscas conforme a la realidad”.
Señor, si está usted rodeado de eso por todas partes, señora, y en una escalerita en la esquina, y se abre una puerta donde hay otra que es más grande, señora, entonces algo nos pasa.
Y entonces no llevamos sandalias.
Entonces vamos recorriendo la Thamesway.
Y no nos ahogamos, señora, porque no tenemos agua.
Pero tampoco tenemos un fondo sobre el que pisar.
Señora, ni por asomo iremos bien.
No tendremos nada.
(Jozef continúa leyendo):

“Suele asustarse por nada y primero tiene que sintonizarse.
Pero si se lo pides, te servirá una copa de vino y podrás ver todas sus esculturas desnudas”.
Señora, si me sintonizo —digámoslo sin complejos— con esa pasión y ese libertinaje, entonces me siento con el señor a la mesa.
Y usted como mujer, como madre, ya podrá meterse en una nevera, en una túnica de hormigón que él no pueda atravesar, de lo contrario ya estará usted destruida, espiritual y físicamente.
Y después estará usted colgada de la pared, del mismo modo, y estará por alguna parte expuesta como escultura de un desnudo.
Eso son el señor y madam Scor.
¿No lo sabía?
¿De verdad que no lo sabía?
¿Vale la pena?
¿Por qué no leen alguna vez ‘Las máscaras y los seres humanos’?
Tenemos siete llaves, pero esa es una de pasión y violencia, de líos raquíticos.
El ser humano que sabe, el ser humano que es consciente no tiene por qué asustarse de los demás.
Y tampoco hace falta que le dé diez florines y se los ponga encima de la mesa, porque ese ser humano de verdad que los recibe a ustedes.
Y si de verdad llegan a tener al ser humano verdadero que dice (en inglés): “Me gustaría cenar con usted.
Me gustaría cenar con usted”, entonces también llegas.
A esa gente también la he vivido en Estados Unidos, esas Sally con ciento sesenta y cinco mil florines, ciento sesenta y cinco millones.
Y luego había una condesa española de esas, una grande de esas, que dice: “Tiene que venir Jozef.

(En inglés):

Nos gustaría cenar con él”.
Le gustaría darle las gracias a Jozef.
Quería hacer conexiones para mí.
Y eso, pues, tenía que hacerse mediante una cena.
Digo: “Voy”.
Y entonces me indispuse.
Y cuando salí afuera, ni siquiera había terminado todavía, había comido un poco, pienso: ‘Vaya, vaya, qué mal me estoy sintiendo, ¿no?’.
No hacían otra cosa que hablar de Cristo, y más y más.

(En inglés):

“Y tenemos que hacer por el mundo”.
Digo: “Oh, yes”.
Y cuando quise ponerme a comer, pensé: ‘Vaya, qué malo me estoy poniendo.
Qué falso es esto’.
Estaba sentado con una madam Scor de esas.
Llego afuera, Teuntje me estaba esperando.
Digo: “Teun...”.
Señoras y señores, eso ya se lo puedes ir contando a toda La Haya, aquí a veces decimos palabras verdaderamente duras.
Pero no tengo que convertirlo en otra cosa, y es que tampoco me da la gana.
Digo: “Teun, en Holanda habrás oído alguna vez el holandés, ¿no? Cuando dicen: ‘Es que el ser humano me da asco’?”.
Digo: “Juaaa, allí va”.
Hala.
Se me revolvió el estómago de lo desagradable que fue.
Allí están en la mesa, con sus ciento sesenta y cinco millones de florines.
“Y me gustaría hacer algo por Cristo, tenemos que estar al servicio de la humanidad”.
Entonces ni siquiera lo entendía todavía, tampoco podía contarlo después siquiera.
Digo: “Claro, claro”.
Y entonces llegué a Park Avenue; allí me encuentro con una señora norteamericana, la condesa Bounty y ella sí que sabe lo que es Park Avenue.
Digo: “Señora, allí estuve anoche y otra vez me mareé.
No quieren otra cosa que verme”.
Y entonces hablé, señora, sobre Sócrates, sobre Platón.
De las paredes colgaban cuadros de Rembrandt.
Y entonces el hombre del periódico dijo: “Aquí, esta noche, ha aprendido más en hora y media que en veinticinco años en el periódico.
Y, Jozef, si yo dijera algo sobre usted, me echarían luego a la calle”.
Y allí estaba yo.
Y entonces preparé algo, señoras y señores.
¿Y sabe lo que pasó, señora?
Le digo a Teun: “Hay una cosa que quiero vivir en esta poderosa metrópoli”, digo, “como Jeus de madre Crisje de Güeldres, hijo de la calle Grintweg”.
Una que se llamaba Lisbeth, tenía setenta y cinco millones, digo: “Lisbeth, ¿le gustaría ir a dar un paseo conmigo?”.
Y la tomé por el brazo, así, sin más: estaba arrastrando sesenta y cinco millones por la habitación.

(Risas).
Digo a Teun: “¿Sientes algo?”.
Y dice Teun: “Yo, nada”.
Digo: “Yo nada de nada”.
Digo: “Me da igual que tengan cien millones o que lleven zuecos”, digo, “a mí mejor me das las pantuflas de Crisje”.
Digo: “Esos sesenta y cinco millones que ahora llevo de la mano no valen un centavo; por dentro hay un frío glacial, traicionan a Cristo”.
“¿Está disfrutando del paseo, Jozef?”.
Digo: “Tú tienes uno que va directamente hacia la tumba”.
Digo: “¿Conoce mis libros?”.
“No”.
Digo: “Si no ya le contaría a dónde iría a parar usted”.
Y yo que me largo.
Ya nunca más voy a querer tener que abrazarme a gente con sesenta y cinco millones, señora.
Si hay algo que dar de comer, iremos juntos afuera, a dar de comer a las palomas.
Y lo bien que estaremos, señora.
Ni siquiera pueden vivir sin las migajas de un pan que es tan grande como la tierra.
(En inglés): “Nos gusta hacer algo por Cristo”.
Digo: “Sí, lo están matando”.
Otra Sally.
Digo (en inglés): “Usted, señora, usted tiene ciento sesenta y cinco millones”.
Digo: “Aquí en Nueva York viven millones de personas, están hambrientos y sedientos, no tienen comida”.
Digo (en inglés): “Y usted compra todos los días flores frescas para su casa por trescientos dólares”.
Todos los días flores recién cortadas por trescientos dólares, señoras, y por la noche adiós, se regalaban.
Y un apartamento —no, no me lo invento, oigan, que yo eso allí lo he...— tan grande como esta calle De Ruyter, bañado en oro.
¿Y estos quieren servir a Cristo?
¿Y darme de comer a mí?
¿Y ver para mí... un contacto?
¿Mientras estoy allí encima del oro?
Señora, allí había una madam Scor de esas.
Entonces sí que pensé en ‘Las máscaras y los seres humanos’.
¿Quiere hacerme creer usted que usted sirve a Cristo?
¿Mientras colocas a tu hermana y hermano como estatuas desnudas en el pasillo?
¿Es posible eso?
¿Y quieres que se paseen por la Thamesway?
Eso es llevar al ser humano de mal en peor.
¿Tenía usted eso?
Vuelva a leer ‘Las máscaras y los seres humanos’.
Y váyase alguna vez con una Sally de ciento sesenta y cinco millones y con una Elizabeth de setenta y cinco millones, no, no está tan mal, y váyase a dar una vuelta.
Señora, ¿sabe usted lo que pesan?
Me parecía haber perdido un brazo, de tan vacías y pesadas; y aún no había hecho más que caminar por esas habitaciones.
Digo: “Dios mío, ¿qué voy a hacer con semejante criatura inconsciente de Nuestro Señor?”.
‘Viva Crisje’, clamé en Broadway y nadie lo entendió.
Pero se pudo oír hasta en Jerusalén.
Digo: “Padre, ¿tú también estás?
Si no es que te...
Antes eras un cuentista, Hendrik el Largo.
¿Ahora también estás?”.
Digo: “¿No me ves aquí?”.
Anduve por Broadway, señoras y señores, pero eso mis hermanos no lo saben, nunca se lo conté.
Que lo oiga Hendrik esta noche, por fin.
En Estados Unidos sufrí, Henk, y si lo cuento otra vez se me saltarán las lágrimas, pero no me da la gana.
Anduve allí por Broadway, y estaba llorando cuando una señora que estaba allí: “¿Por qué lloras, Jozef, señor Jozef?”.
Digo: “No se creerá usted lo que soy.
No puedo decirlo”.
Hendrik, anduve por Nueva York y elevé directamente a Nuestro Señor: “Señor, deja que aquí en Nueva York venda la luz de mis ojos por ti, para que mi hermano Hendrik pueda seguir con los libros.
Pero a cambio pido cien mil dólares”.
“¿Quién quiere la luz de mis ojos?”.
Lo estuve gritando durante dos días, durante cuatro semanas.
Pero nadie quiso la luz de mis ojos.
Y entonces volvió desde el cielo: “No se lo merecen, ni a cambio de millones”.
“Y así”, me dijo Nuestro Señor en Broadway, “no hace falta poner los fundamentos para el reino de los animales”.
Y me alegro de que no haya ocurrido, porque ahora al menos puedo decir algo.
Pero ya me habría gustado venderlos para darte a ti el dinero para que tú pudiera seguir.
No solo me alegraron los cuadros, también entregué mi corazón y sangre y la luz de mis ojos, todo eso lo verán en el otro lado, señoras y señores.
No tengo cuentos.
Esta misma noche todavía quiero vender mi luz para poder publicar todos mis libros cósmicos.
No necesito más que cien mil florines.
Y quiero ser ciego, pero adquiero la luz del espacio y de Cristo, esta noche me infunde alma el maestro Alcar.
Y vende su luz y el maestro Zelanus lo hace por su propia cuenta.
¿Qué es lo que ustedes pondrían sobre la mesa?
Hace poco hubo un chorro de dinero que entró por el buzón, quinientos florines, hace poco con ‘Jeus II’, cinco mil florines, y ahora vuelve a haber otro chorro.
Señoras y señores, yo no quiero saber... ustedes no quieren saber de dónde viene ese dinero, no ponen ninguna indicación.
Pero no me pregunten nunca —y eso ya no lo desean—... no me pregunten nunca quién son ustedes.
Quiero dar mi luz, mi sangre ya la he dado cien mil veces; y tenemos seguridad, conciencia, felicidad, tenemos amor.
¿No es así, madre?
Nadie quería mi luz.
Y si me hubiera podido quedar allí dos años más, ya no me habría vuelto a ver la vienesa.
Digo: “Y si Nuestro Señor dice mañana (en inglés): ‘Vete y anda, Jozef’, pues, me voy.
Entonces haré lo mismo que Pedro y Juan”.
Pero tan a gusto me quedo aquí con ustedes.
Juntos podemos hacer mucho más que si termino allí entre esos extraños turcos (personas rudas y groseras; según el diccionario neerlandés ‘Van Dale’ es un uso metonímico basado en propiedades atribuidas antiguamente a los turcos; con esto no se señala, por tanto, a los actuales habitantes de Turquía).
¿Cierto o no, señora?
¿Qué voy a hacer yo con un turco, de todas formas no lo entiendo.
Primero tendré que aprender árabe.
¿Y por qué iba aprenderlo si ahora puedo hablar allí un holandés en toda regla?
Y también ya sé algunas palabras en inglés.
¿Eso ya lo sabía usted, verdad?
También ya sé alemán, (en alemán): lo aprendimos en casa porque, claro, estuvimos en Emmerich.
Tienen incluso ‘Jeus II’.
“Bueno”, dice Jeus cuando llega a Emmerich, “ya he comenzado”.
Vaya, a que se rió usted, ¿verdad señor De Jong?
Bah, es que allí aprendemos alemán con los zuecos puestos.
Pero ¿ya no es necesario que vaya otra vez? Otra vez a Jerusalén, no, ¿verdad?
Nuestro Señor: no me harás ir a Rusia, ¿no?
Porque no entiendo el ruso, no lo domino.
Mire, señor, hay gente que se pone una sábana blanca y que se pone a caminar.
Con una sábana blanca, señor, y hermosas sandalias.
En París hubo hace poco unos cuantos que dijeron: “Yo soy Cristo”.
Esa historieta se la he contado, también es un señor Scor.
Después se lo encontraron en una tienda, señora, era Cristo con su mujer.
Se fue a Roma.
Primero en el tranvía, con una túnica hermosa, una bonita perilla, pelo hermoso, ojos hermosos, pero eran vacíos, una hermosa túnica blanca, un poco amarillenta, ¿verdad?, y con sandalias.
Y así iba por la calle.
Media hora después ese mismo Cristo estaba otra vez en una tienda y se compró un bocadillo de fiambre de hígado, porque tenía hambre.
Entonces un periodista dijo: “Mmm, esto de verdad huele a la sociedad”.
Y cuando el señor llegó a Roma, cuando le preguntaron...
Dijo: “Soy Cristo”.
Dijeron al Santo Padre: “Cristo está delante de la puerta, quiere entrar”.
El Santo Padre cuchicheó algo con uno de sus mejores cardenales, señora, dice: “Adelante, díselo.
Vamos, pregúntaselo”.
¿Y se creen que en Roma están locos?
Para nada.
Roma es sabia.
Es una lástima que siga con la condena, con el Juicio Final.
El cardenal se fue al portón, dice: “¿Hace cuánto tiempo estuvo Cristo en la tierra?”.
Dice: “Mil novecientos años, tantos meses, tantas horas y tantos minutos”.
Dice: “Pues llegas justo diez minutos tarde.
Porque Él estaba aquí hace un momento.
Eres el número diez”.
“¿Qué?”.
Roma no tiene respeto por una sábana blanca.
¿Quieren empezar a jugar a ser Cristo, señoras y señores?
Los hay de sobra, en Oriente tenemos a Mena Baba.
En Nueva York perdí todos mis fundamentos que habíamos colocado, y solo por tener que traicionar a Paul Brunton y tener que aceptar a Mena Baba en Oriente, entonces: “Él es Cristo”.
¿No conocen ese libro de Paul Brunton?
Está delante de Mena Baba; este ya lleva doce años sin decir nada.
“Y cuando llegue el instante y tenga que empezar con mi tarea”, escribió él sobre un papel, “bendeciré el mundo y la humanidad”.
Qué bonito, ¿verdad?
Pero ahora el resto.
Solo faltan los dones.
Solo falta la conciencia divina.
Pero, señoras y señores, sigue callado, aun hoy.
Mary Pickford yacía ante sus rodillas, ante sus pies, y muchas de esas estrellas; pero él no dice nada, escribe pequeñas notas.
Tenía que irme a Nueva York; y allí estaba yo, un chico de ‘s-Heerenberg en Carnegie Hall, yo solo: “Ladies and gentlemen, les transmito los saludos de los Países Bajos y de mis hermanas y hermanos”.
Y entonces tuve que empezar: wrrlu wrrlob.
Y hasta les pareció bueno.
Sí, los negritos me besaron, porque de pronto era (en inglés): “Usted cree que solo ha venido en...”, sí, señor, ya se me olvidó, en un maravilloso... eso no es un traje, ¿no?, un cuerpo no es un traje, no es un vestido, ¿no?
No, no es un vestido.
A ver, ¿como se llamaba eso, señor, esa lengua la conocemos, ¿no?
“Ahora ustedes son negros y en otra vida serán blancos”.
Ah, sí.
Digo a esa blanca de allí, casualmente una catedrática, le digo: “Señora”, porque la conocía, había estado en la exposición, pienso: ‘A esa la necesito’, era una parapsicóloga, digo: “Usted es blanca, pero en cuatrocientos tendrá que volver y será allí negra también”.
Y entonces cuatro negritos... (cuando se celebraron estas noches informativas, de 1949 a 1952, la palabra “negrito” era una denominación habitual para alguien de piel oscura) me dieron unos buenos besos, yo ni siquiera era negro, porque el beso era blanco.
Dice: “Vamos, Bistro, vuelve, y le traeremos Harlem entero”.
Digo: “Me quedan unos días”.
Pero es una lástima, de verdad que me habría encantado haber estado toda mi vida entre los negritos (véase el artículo ‘Anti racismo y discriminación’ en rulof.es) en Harlem, de verdad que no me habrían comido allá, porque allí ya no se ve ningún puchero.
Allí ya no ves ningún puchero.
Digo: “¿Quiere hacer sopa de mí, señora?”.
Señora, todos esos ya no son Emschor sino Scor, nada más que falsedad, falsedad documental, vacío.
Sí, puedo seguir, pero eso de todas formas no me servirá.
Acabaré rápidamente su carta: “Recibe usted hermosas imágenes, allí recibe usted todas las mujeres del mundo”.
Sí, señora, ya lo dije: el ser humano está a la venta.
Y el señor Scor compra todo por poco dinero.
La escultura lo vuelve loco.
¿No es la estatuilla de Nuestro Señor, la verdadera estatuilla, un orgullo de la fuerza creadora?
¿No es eso el ser humano?
¿No es eso el ser humano?
“Posee a todas las mujeres del mundo, hasta a las reinas”.
Desde luego.
“Vete a verlo y tan solo dile que te manda Tomás de Kempis”.
¿Quién era Tomás de Kempis?
(Señora en la sala):

—¿... un doctor de la iglesia?
—¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—¿Era un doctor de la iglesia?
—Exactamente, señora.
Así que la fa todavía no tiene a ese hombre.
Frederik dice: “Mejor dile que lo manda Tomás de Kempis.
Así que ese maldito ladrón —eso lo digo yo—, ese señor Scor no tiene fe, señora, no tiene una iglesia ni una Biblia, no tiene absolutamente nada, y entonces uno primero tiene que...
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

—¿Qué le decía usted a ella?
¿Qué decía?
(Señor en la sala):

—¿Quiere saberlo?
—Están cuchicheando.
Sí está usted en mi línea y hace esto, me quedo fuera, ¿entiende?
Sí, entonces trastorna mi línea, ¿comprende?
Mi línea.
Pero mi línea está trastornada.
Ahora habrá que ver cómo volver a meterse, se me ha ido todo, ¿entiende?
Estas cosas pueden pasar, señora.
(Señor en la sala):

—Tomás...
—No, no permitiré que nadie me moleste, no tengo nada que ver con usted, señor.
Tomás de Kempis, señora, eso es la fe, la Biblia.
Y entonces: “Mejor diga que lo manda Tomás de Kempis”.
Frederik tiene allí una metáfora que ha sido igual que la de Cristo.
Las metáforas de Cristo a veces eran todavía animales, materiales, naturales; pero todavía no ha dicho nada del espíritu ni de las leyes espaciales, porque no era posible.
Pero Tomás de Kempis representa la fe, la sabiduría, las revelaciones para el ser humano, que puedes colocar como pequeños fundamentos.
Y por eso dice Frederik: “Mejor di que te manda Tomás de Kempis”.
Y ahora creo que viene otra cosa más.
“‘Dile que juntos yacimos bajo la pirámide de (la ciudad holandesa de) Rijswijk”’, no la de Egipto ni la de Giza, sino la pirámide de Rijswijk, la pirámide de la calle Wagenstraat, señora, y de las calles Weteringkade y de (la prisión) Oranjehotel.
La pirámide de Rijswijk.
Miren, es todo tan cierto, porque ese hombre, ese señor Scor, no tiene nada, es la pasión, es el vacío en el ser humano y del mundo.
“Es detrás de eso donde hay que mirar”, decía Hendrik, “entonces te conoces a ti mismo”.
Sí, Hendrik, eso es sabiduría divina.
Esos libros los puedes leer mil veces.
Millones de años más tarde, Hendrik, seguirán leyendo esto.
Lo seguirán leyendo.
No hay ni uno solo de los libros de los maestros que se pueda reventar.
Todos los libros llegarán a cada uno de los seres humanos en la tierra.
La sociedad “El siglo de Cristo” se hará tan rica como el mundo y le vaticino esta noche que será muy sencillo: luego nuestros libros serán propiedad estatal.
Eso llegará, señor.
Ya será así en cien años.
Y quien pertenezca entonces a la Universidad de Cristo, quien forme parte de los Rulof Brothers, será portado por millones de personas, porque serán los hijos de la eternidad.
¿No lo sabía, señor?
¿No lo sabía, señor?
Pero si es más sencillo que nada, ¿no? Usted también es un Rulof Brother.
Todos somos hijos de la Universidad de Cristo.
Los hijos de los maestros no se extinguirán, señor.
Nuestra sabiduría es eterna.
Los maestros trabajan ahora para el Mesías; Él dijo: “Llagará a haber quienes sepan más que Yo”.
Ahora está en nuestras manos.
Señor el teósofo —allí tenemos a una teósofo de peso, uno grande, no, aquel, allá, señor tal y cual—, hemos conversado y él ha vivido a los rosacruces, a los teósofos; ¿verdad, amigo?
¿Qué ha quedado de eso?
¿Pueden con nosotros?
Annie Besant, ¿puede con nosotros?
Puede decir, tal como estamos actualmente en la tierra: “Vete a Oxford y Cambridge y recibirás a Cristo”?
Nosotros decimos: “Señora, ese solo nace entre el barro”.
¿No es así?
A ese no le puedes enseñar nada.
Eso también se lo llegué a decir en Estados Unidos.
Ya no podrán dejar de lado nuestra sabiduría, porque procede directamente del entorno de Cristo, porque allí viven Sus hijos que ahora tienen que llevar a cabo una tarea en la tierra.
No hace falta que nos imaginemos nada, pero seamos honestos: lo tenemos.
Y ya nadie nos lo quitará.
¿No es así, madre?
Quien construya una pirámide de Rijswijk, señora, y quien yazca debajo vive como un topo bajo la tierra.
No necesitará sufrir ninguna crucifixión y no ha construido leyes fundamentales por medio de la piedra, como la pirámide de Giza, ese ser humano tiene una pirámide de Rijswijk.
Que se derrumbará como un castillo de naipes.
¿Ha quedado claro?
¿Volverá a leer alguna vez ese pasaje?
Tómese cuatro horas para completarlo y después reflexione sobre todo ello.
Y si puedes hacer eso como hombre y mujer mientras disfruta de un té, una gloria, después del trabajo, y la mujer, la madre, está allí tranquilamente y el hombre dice: “Hija, a ver, tú quédate sentada que yo ya haré el té.
Pero escucha bien, oye”.
Y entonces te pones a analizar el uno para el otro la pirámide de Rijswijk.
Te vas al señor Scor y verás todos sus desnudos.
Y el último beso, cuando todo eso haya pasado, cuando diga: “Qué alegría que ahora estés conmigo, bombón, porque ahora eres auténtica”.
Y entonces ya vería usted lo que es vivir ese beso, señora.
Cuando tienes noventa años, señora, y aún no has vivido el beso espiritual, ya le enseñaré a besar, a arrullar.
Porque el beso espiritual, señora, aún no lo ha vivido ni un solo ser humano en la tierra.
Usted, claro, pensaba que me estaba inventado algún cuento.
El beso espiritual tiene profundidad espacial.
Es el ser humano con verdad.
Es un ser humano con confianza.
Es un ser humano con conciencia, con justicia y nada de cotilleos.
Ese ser humano habla siempre sobre la vida, piensa siempre bien sobre la vida.
Y si uno conoce entonces el universo y la vida detrás del ataúd y puede decir de sí mismo: “Mi vida irradia luz, sabiduría y despertar”, entonces tendrá usted a la madre del espacio a su lado, o se van entonces al dormitorio y se acuestan, tomados de la mano y hacen un viaje universal, y solo entonces podrán decir: “Mi beso es amor”.
Miren, allí ya hay gente llorando.
Tomen...

(Lanza un beso).

... ¿qué hermoso verdad? Qué divertido, ¿verdad?
Bwww.
¿Quién puede decir: “Mi beso es verdad”?
Nos damos la mano y hace un instante nos hemos masacrado por dentro.
Viene una señora que dice: “¿Esa de allí?
Oh, son tan falsos, esa gente lo tiene”.
Santo cielo, estoy con las narices encima, hay una señora allí que dice...
Viene esa señora —a veces se dice: “Hablando del rey de Roma, por la puerta asoma”— y allí entra justamente ese bicho, señora, del que estaban hablando.
“Vaya, ¿tú aquí?
Oh, qué bueno”.
De verdad.
“Entra, cielo”.
Ah, sí.
“¿No te parece que hace un tiempo espléndido?
¿Cómo están los hijos?
Ah, qué maravilla”.
Pienso: “Madre del amor hermoso, menudo bicho”.
No debe decir eso, señor.
Nosotros, como hijos de Rembrandt y Piet Hein, no decimos cosas así.
Siempre tenemos la verdad.
Allí reciben a un ser humano: “Sí, señora, claro que sí”.
Digo: “¿Lo dices en serio?
¿Mm?
Señora, no debe escuchar usted eso, porque entonces ya es una oyente del mal.
¿O es que no es cierto?
¿Tengo que enseñarle cómo debe pensar?
¿Lo que tiene que hacer para dar por fin ese beso?
Sí, nosotros mismos tenemos la culpa.
Si me da usted una patada, madre, como hombre, y es usted, no, no un bicho, pero es usted esto y lo otro, y algo así, no es divertido, ¿qué desea usted entonces de mí cuando la vea, y al revés?
Si el hombre golpea a la madre, si el hombre engaña a la madre en sí, y el hombre es algo tirano, lo sabe todo y la pega, dice: “Tú no sabes nada.
Y cierras el pico, ¿entiendes?”,
pues, entonces, mejor que cierres el pico.
¿Cómo quiere usted recibir entonces esa vida, a esa mujer?
Detrás del ataúd no hace falta aprenderlo.
Pero en la primera esfera, en esa esfera, en ese mundo del que estuvimos hablando al comienzo de esta noche, allí tienes que tener esa benevolencia.
Porque esa esfera dice: “Alto, espera un poco, tú todavía tienes demasiado descaro.
Usted va todavía demasiado rápido.
Usted es demasiado ocurrente.
Sigue usted asustando al ser humano”.
El ser humano no debe asustarse, a la vida no se le debe asustar.
Porque Cristo siempre llegaba caminando y nunca estaba rodeado de cadenas.
Eso aquí solo pasa con San Nicolás.
Cuando el ser humano se presenta con cadenas y látigos, señoras y señores, entonces algo pasa.
Entonces mejor echen el cerrojo.
Pero ante ustedes está el ser humano, la sociedad sigue siendo así, y les dice: “Ay, cariño, qué alegría volver a verte.
Lo que he sufrido”, pero cuatro días después se pelean y uno la clave al otro un puñal.
“No puedo vivir si ti.
Si no te tuviéramos, señor, ¿qué sería entonces de nosotros cuando tú ya no estés?”.
En cuatro meses, señora, te echarán de casa.
Tonterías, majaderías, engaños, nada más.
El ser humano dice: “La amo”.
Pues demuéstralo.
Hace poco hubo un señor, fuera, tenía que acudir a la conferencia, fue en Róterdam, hace unos años, y dijo..., tenía un bonito coche...
Y había dos pobres diablos, ese hombre ganaba veintisiete florines y medio a la semana, dice: “Señor, puedo ir con usted en el coche?”.
“Ah, no, no”.
Y entonces ese señor se peleó con una señora, que dice: “Entonces yo tampoco voy con usted”.
“Pues eso es cosa suya”.
Ese hombre metió el coche en el garaje, porque no quería llevar a esas personas.
El prójimo solo quiere dejar que el ser humano disfrute de los alimentos de Nuestro Señor, pero nada más.
Porque el ser humano dice: “Esa gente está loca de remate”.
¿Cuándo somos serviciales?
¿Cuándo estamos abiertos?
Cuando de todas formas vas por un mismo camino.
¿Verdad? Tenemos que ir por un solo camino a Jerusalén.
Y ese hombre está allí.
Y pasa a nuestro lado con el coche, levanto el pulgar, y en mi cartel pone: “Yo también tengo que ir a Jerusalén”.
Pero, señoras y señores, entre nosotros no faltan quienes se dejan los unos a los otros en el borde del camino y dicen: “Por mí, que revientes”.
La gente tiene que ir por un solo camino, también a la calle De Ruijterstraat, y también a Jerusalén, porque esto es Jerusalén.
Hay gente en la cuneta con el pulgar levantado y no la ven, encima los atropellan como si fueran conejos.
Porqué él —él sí— está solo en un palacio de esos.
Señora, eso lo pueden usar para cualquier cosa.
Pasamos al lado de la gente, estamos ante ella, no la conocemos, no la vemos, solo somos “yo”.
Son todos como ese señor Scor, son estatuas desnudas.
Hay gente que dice: “Por ti doy la vida.
Y puedes hacer conmigo lo que quieras”.
Señora, mejor no empiece con eso, porque mañana le arrancan el corazón de entre las costillas.
Dicen: “¿De verdad que dije yo eso?”.
“No, señor, pero si eso yo no lo dije, ¿no?”.
Resulta que hablaron en ruso.
“¿Que yo he dicho eso, señor?
No lo decía en serio.
Ah, no, oiga, es que entonces no me entendió”.
“Por ti daré la vida”.
Ay, señora, haga el favor de no creerse eso.
Mejor no elevemos esa gran palabra.
Mejor sigamos con sencillez en la tierra y mantengamos los pies en ella.
Mejor hablemos entre nosotros y digamos: “A partir de ahora voy a hacer todo lo que pueda para ser una persona honesta y por pensar con pureza”.
Usted me da igual.
¿No es así?
Aquí otra cosa más, lo leeré rápidamente, ya es la hora.
¿Está satisfecha, señora?
Aquí también tengo: “¿Qué piensa usted de la Biblia?
O dicho de otra manera: ¿qué clase de libro considera usted que es la Biblia?”.
¿De quién es eso?
Señora, entonces ya no hace falta que le diga nada, porque ya sentía que era de usted.
Así que con eso empezaré la próxima vez.
Puedo responderle a esto, pero entonces recorreré todos mis libros.
¿Ya los leyó?
¿Todavía no?
¿Ni uno?
¿Terminó de leer las tres partes de ‘Una mirada en el más allá’?
Tenga la bondad de volver a hacerme esa pregunta cuando los haya terminado, porque tengo que irme al otro lado.
Y si usted esa Biblia...
Si usted no lee esos libros no puedo explicarle las leyes de cómo vemos la Biblia, de cómo el propio Cristo la ve.
¿Lo acepta?
“Me gustaría saber de usted si está de acuerdo con que Jesús dijo las siguientes palabras en la cruz: ‘Ay, Dios, ay, Dios, ¿cómo puedes abandonarme?’.
¿Qué opina sobre ello?”.
¿Dijo Él eso?
(Señor en la sala):

—No.
(Señora en la sala):

—¿Puedo decir lo que opino?
—No, solo tiene que decir...
(Señora en la sala):

—No.
—Bien, señora, eso lo han puesto en boca de Cristo.
Dios cuelga allá de la cruz y Dios no puede decirse a sí mismo: ‘¿Cómo puedes abandonarme?”.
Señora, entonces estará usted contenta esta noche.
(Al técnico de sonido):

Solo me queda un minuto, ¿verdad?
Él dijo en Getsemaní: “Aparta de mí este cáliz”.
Pero ¿quién estaba con Él?
(Señora en la sala):

—Nadie.
—¿Quién lo oyó cuando esos lelos de Él, todos Sus apóstoles, se habían quedado dormidos?
¿Quién fue?
¿Es extraño?
(Jozef sigue leyendo):

“Podría explicarme lo que se quiere decir con ‘alma’”?
Es su Dios, es Dios como alma.
Dios como espíritu, el espíritu en usted, ya es la personalidad humana como espacio, sentimiento, vida.
Pero el alma es el núcleo divino en usted.
Es la sintonización divina que es usted como alma.
Tiene que despertarla.
Despertarla por medio del bien.
¿Ya entiendo eso también?
(Señora en la sala):

—Sí.
Entonces somos veloces, señora.
“Se lo pregunto porque algunas personas aseguran que el alma de todo ser humano es creada de inmediato por Dios...”.
Señora, eso es Dios.
¿Está claro?
¿Realmente claro?
(Señora en la sala):

—Sí.
—Le doy las gracias, señora.
Gracias, entonces podemos seguir.
(Jozef continúa leyendo):

”... mientras otros opinan que Dios dio al ser humano una especie de fuerza para crear, por lo que el alma del niño se genera a partir de nada, que el alma existía antes de la formación del cuerpo”.
Sí, señora, el núcleo divino ya estaba, entonces el mundo espiritual tenía que empezar, y después el material.
Pero ahora tenemos que ir a ‘El origen del universo’, y entonces les ofreceré seis, siete y ocho; siete, ocho y nueve (los tres libros de la trilogía ‘El origen del universo’ fueren el séptimo, octavo y noveno libro que recibió Jozef Rulof), voy a ofrecérselos, ‘El origen del universo’, y entonces llegarán a ver el alma divina como espacio, la Omnialma, el Omniespíritu, la Omnipaternidad y la Omnimaternidad.
El alma divina vive en nosotros, eso lo somos como seres humanos, pero esa alma, por medio del bien, la despertamos, la edificamos, la hacemos evolucionar por la justicia, la armonía y el amor, el verdadero Cristo.
¿Está contenta, señora?
Muchas gracias entonces.
(Señora en la sala):

—Estupendo.
—¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Estupendo.
—Gracias, señora, qué sentimiento tan hermoso tiene usted.
Tengo una sola pregunta más, pero conecta, a su vez, con la de esta noche; puedo añadirla.
Señoras y señores, ¿les he ofrecido algo?
(Gente en la sala):

—Sí.
Desde luego.
Sin duda.
—Presten atención: el domingo por la mañana los maestros hablarán en Diligentia a las diez, y es a ellos a quienes tienen que oír, señoras y señores, porque Jozef Rulof no es más que un gran lelo.

(Risas).

Les agradezco su atención.
(Suenan aplausos).