Noche del jueves 24 de abril de 1952

—Buenas noches, señoras y señores.
(Gente en la sala):

—Buenas noches.
—Para empezar tengo un mensaje para ustedes de la señora Veenkamp.
Siempre estaba allí.
Cuarenta y ocho años.
Ha recibido las alitas espirituales.
(Gente en la sala):

—Vaya.
—Una perforación de estómago y una peritonitis: operación exitosa y adiós paciente.
Pero ahora está “volando”.
Me pidió que los saludara a todos.
Dice: “Mejor envía algunos más”.
Pero entonces en cualquier caso ella...
(Alguien dice algo).
¿Qué?
¿Qué dijo, señora?
¿Qué dice?
(Señora en la sala):

—Le ha tocado.
—Le ha tocado, sí; el preludio de Chopin.
Un hermosos vuelo, con alitas espirituales.
Esta noche no tengo más que una sola nota aquí, señoras y señores.
Espero que preparen sus preguntas, así podremos...
No tengo más que una sola nota, a ver si esta noche intentan dejarme en jaque mate.
Pero entonces tienen que preguntar todos, lo más rápidamente posible, preguntar; y entonces intentaré transmitirlas lo más rápidamente posible, una tras otra.
Y entonces podrán volar.
Espero que esas preguntas vuelen por todo el universo.
Que vuelen, ¿verdad?
Pero eso es cosa de ustedes.
Aquí tengo: “El abajo firmante, J. J. Grouw...”.
¿De quién es esta nota?
(Señor en la sala):

—Mía.
—Señor, no es una nota muy agradable.
“... tiene un terrible miedo, neurosis, por la muerte”.
¿Ha leído nuestros libros?
(Señor en la sala):

—No, señor.
—Señor, tengo veinte para usted que le despojan de la muerte.
Si quiere quitarse de encima esa neurosis, empiece a leer ahora mismo ‘Una mirada en el más allá’.
Incluso sería mejor que se pusiera con ‘Jeus de madre Crisje’, si es que todavía están, porque allí...
Tenía yo once años cuando falleció mi padre —y yo siempre veía detrás del ataúd— y cuando lo enterraron andaba conmigo detrás de su propio cadáver.
Así quedará usted curado de una vez, se habrá librado de una vez de La Parca.
Le costará diez centavos, señor, allí (en el descanso era posible tomar prestados libros de la biblioteca de la asociación), y se habrá librado de La Parca.
No es demasiado caro, ¿no le parece?
Y La Parca perderá infaliblemente su corona si lee eso.
Rápido, llévese un par de libros, señor, así se librará de esa neurosis.
Pero ha habido más personas: “Tengo miedo, miedo, miedo”.
Y por mucho que uno les dé cien mil libros, señor, ni con eso sirve.
Eso también es un estado, es más profundo.
Eso no es cualquier cosa de la conciencia diurna: “Tengo miedo a la muerte”.
Suele haber algo por lo que se le masacró al ser humano de manera horrible en un estado anterior, en una vida anterior, y de ese modo el miedo por la muerte...
Y entonces usted lee eso... lee eso y el miedo no desaparece.
Por ejemplo, tenemos aquí a personas que no se atreven a ir por la calle; alguna vez fueron atropelladas, infaliblemente, o lo que sea.
Aquí tenemos alguien entre nosotros incapaz de estar solo en una casa pequeña, en un espacio cerrado, entonces le entra miedo y está a punto de estallar.
Esa alma —miré en esa vida y lo vi— se ha quemado viva.
Se vuelve con ese miedo, con ese suceso se vuelve.
Ni los médicos ni mil otras cosas pueden ayudar a esa personalidad, o hay que volver a meterla en ese espacio pequeño, y entonces no ocurre nada; solo entonces desaparecerá.
¡Imposible de eludir!
Así que está bien que se ponga a leer, pero que si le servirá de algo...
En cualquier caso, sin embargo, su visión será muy diferente.
¿Y tiene usted una enfermedad incurable?
(Señor en la sala):

—Así es.
—Señor, cuando luego se muera, mejor anhele la muerte, es mejor desearla, deje que venga: no va a morir, allá continuará, llegará a tener “alas”, y allí vivirá conscientemente.
Quizá vuelva usted a la tierra, llegará a tener una nueva vida: es la reencarnación, si es capaz de aceptarlo.
(Señor en la sala):

—Sí, ya lo sé.
—¿Ya lo sabe?
(Señor en la sala):

—Sí...
—Bueno, señor, entonces seguro que estará familiarizado con La Parca.
Si conoce y acepta la reencarnación, entonces no hay una muerte, ¿no?
Y aun así, ese miedo existe, ¿no?
(Señor en la sala):

—Sí, sí.
—Pues debería usted echar una partida de cartas con ella.
Tiene que jugar a las damas con ella.
Pero ojo, que no le gana nunca.
Y cuanto más la pueda engañar, señor... métase en la manga un montón de cartas, un montón de corazones, un montón de tréboles extra, así la muerte siempre perderá.
Pero, oiga, no es la muerte, es una madre.
Hace poco recibí una pintura, un platillo, un platillo de porcelana; si lo ve ahora, dirá usted: “Pues bien, es La Parca, es la muerte”.
Y entonces ve allí una figura poderosa, una figura espiritual como una madre.
Está planeando.
Mira usted del todo a través de ella de tan etérea que es la pintura.
Y allí hay un viejo, sentado allá, y entonces esa madre señala con su vara —la vara es una ley, la evolución es una vara, es una ley— y señala ese libro de la vida y dice: “Hoy ha llegado su hora”.
Pero allí hay una manzana en el suelo y hay vida y una flor —así que él atraviesa la vida— y al lado hay una chica, así que su reencarnación es la de una chica.
Eso se llama ‘Maternidad’.
En un platillo de esos.
Increíblemente bello.
Oigan, señoras y señores, que tengo una idea para la nueva temporada, esos platos nuevos...
Hay algunos de los que no quiero deshacerme ni por todo el oro del mundo, porque se han pintado sin lugar a dudas para la ‘Cosmología’.
Así que si luego llega un rico de esos, tenemos que poder hacer de eso un libro.
¿Cierto o no, señora?
Por ejemplo, una serie de esos... ya les han hecho fotos, pero en blanco y negro, no son tan caras.
Porque cuando uno está rodeado de todos ellos, pues, tienen una irradiación, una fuerza...; unos siete u ocho.
Si en la nueva temporada todavía nos queda aliento, intentaré... (inaudible).
“Así que”, dice el señor, “puede pasar todos los días: ‘Me siento fatal, mal’”.
Cualquiera lo diría, ¿verdad, señor?
“Y además ese miedo a la muerte”.
Sí, señor, ¿qué puedo darle ahora por eso?
Veinte libros que le quitan el miedo de encima.
Pero puede que después de la lectura siga andando con ese miedo.
Y entonces será una parte de su subconsciente.
Mire, miedo a la muerte por ignorancia, eso es lo que vive en la conciencia diurna.
Un protestante y un ser humano que no sabe nada de estas cosas: para esas personas la muerte sigue siendo muerte.
Es lo que pasa con los muy creyentes, con los conocedores de la Biblia: “Sí, continuamos.
Lo dice la Biblia”, si uno es capaz de sacarlo.
Pero el ser humano que en la vida ignora por completo las leyes de la vida y la muerte, para esa persona la muerte en la conciencia diurna también es miedo.
Pues bien, siento curiosidad, señor, si se le irá ese miedo cuando se ponga a leer.
El señor Hartman ya le podrá dar los libros, allí.
Aquí los puede conseguir.
El domingo, si viene a Diligentia, también los puede comprar.
Eso sería mejor, claro.
(La gente en la sala expresa su aprobación).
Entonces las cosas mejorarán, señor.
Sí, señor, aquí no mentimos.
Sí que me gustaría venderle unos libros.
Somos auténticos mercachifles, señor, seamos honestos.
Sí, hay que ser honestos.
Pero, bueno, si se pone a leer ahora, espero que desaparezca ese miedo a la muerte.
Aquí la gente ya no tiene miedo a la muerte.
La muerte es evolución, continuar de forma consciente en el mundo astral.
Si lee ‘Una mirada en el más allá’, ‘El ciclo del alma’, ‘Entre la vida y la muerte’, allá, entonces tendrá...
Una cosa lleva a la otra, señor.
Cuando haya terminado esos veinte libros, espero que esa muerte haya desaparecido, desde luego.
Y aunque tenga usted ese miedo como una ley psicológica en usted...
Es decir, lo que expliqué hace unos momentos, esto es lo que hay: en una vida anterior un habitante de la jungla hizo sopa con usted, como si dijéramos.
Eso puede retrotraerse, señor, hasta en la jungla, porque un ser humano que llegue allí a la jungla y al que le agarre una horda de esas y se lo zampan el domingo por la mañana que da gusto, eso sin duda lo deja a uno impactado.
Y una muerte corriente y moliente, así, sin más, en la calle, no penetra de ese modo hasta la vida espiritual, como si a uno lo quemaran vivo, o algo así.
Y eso de verdad que no son cuentos.
En ese época, entre 1930 y 1940, tuve a varias personas, entonces me dedicaba a curar, y esa gente arrastraba los mismos sentimientos.
Me dice una: “Sí, lo sé todo”, también había leído, se dedicaba a la teosofía, vino a verme para los libros, “todavía no me lo he quitado de encima, señor”.
Y ese miedo permanecía.
Yo digo: “Mejor sintonice con eso, ahora vive en la sociedad”.
Y entonces mi maestro dijo: “Allí tienes un caso de esos, alguien al que se comieron las hormigas”.
Que conscientemente...
Mire, si les ocurre un accidente aquí en una jungla, o algo así, lo atacarán a usted, se quedará impactado por el momento.
Pero también hay gente...
¿Cuántas torturas diferentes no vive el ser humano y a cuántas no someten a la gente, al ser humano, antes de que este muera de verdad?
Y esa tortura, ese miedo que se ha vivido...
Los embadurnan con almíbar y dejan que las hormigas se coman al ser humano.
Los embadurnan con pez y les prenden fuego.
Son cosas que se van al subconsciente.
Y de eso es que uno no se desprende.
¿Siente usted la poderosa diferencia de un miedo por la muerte en la conciencia diurna, del ser humano que desconoce las leyes, frente al miedo que tiene que ver puramente con la reencarnación, con sus vidas anteriores?
Son poderosos problemas.
Es posible constatar a partir del ser humano —a condición de que uno entienda una pizca de eso— si se trata de verdad de reencarnación.
De eso... siento mucha curiosidad si...
De eso tiene que ser capaz de disfrutar usted mismo si conoce esas leyes.
¿Sabe algo de la reencarnación?
(Señor en la sala):

—Ah, sí.
—Si aceptan sin dudar la reencarnación, la muerte tendrá que haber desaparecido, y ese miedo también tendrá que disolverse.
Y el que esté realmente enfermo o no, señor...
Nosotros estamos contentos de poder irnos.
No por quienes se queden atrás, eso, claro, no es ninguna gracia, de eso no nos reímos.
Pero sabemos, ¿verdad?, que luego estaremos ante el ataúd, y nos vamos, unos antes que otros, pero nos volveremos a ver; continuamos, viviremos en un mundo consciente, es el mundo astral espiritual.
Para nosotros ya no hay muerte.
A La Parca con sus perlitas la hemos cosido en las solapas.
Yo al menos vendí una vez cuatro mil en la calle Spuistraat.
Si viera mi Parca, señor, es más pobre que las ratas, es andrajosa.
Pero para el mundo esa Parca, esa muerte, sigue siendo más rica que no sé qué, una reina con un cetro.
Yo me río de ella en plena cara.
Y si tiene cuentos, le lanzo: pfft.
Digo: “Anda, tú, largo de aquí”.
¿Entiende? De eso siempre hablamos aquí.
Señoras y señores, he terminado, ya no tengo nada.
¿Nos vamos a patinar sobre el hielo, señor?
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

Allí empieza: ¿usted?
(Señor en la sala):

—Las transiciones para el mundo animal..., ¿cómo... cómo tienen lugar?
—Señor, se producen según las leyes de la madre naturaleza, las que ella controla: a tiempo.
Pero imagínese ahora lo siguiente: hace poco estuvimos hablando del mundo espiritual para los animales —esa pregunta se ha hecho pocas veces— y entonces surge una noche muy hermosa.
¿Dónde vive el mundo astral para la gallina, y el perro, y el pez?
Piense un poco sobre eso.
Así que comience preguntando: ¿Dónde...?
¿Cómo dijo?
(Señor en la sala):

—... el mundo astral para la gallina...
—Primero tome su primera pregunta.
(Señor en la sala):

—¿Cómo tienen lugar las transiciones para el animal?
—De forma normal.
Claro, pueden llegar a tener un accidente, igual que el ser humano, pero eso no significa nada para el mundo animal.
(Un señor en la sala dice algo).
En el fondo ya no significa apenas nada para el ser humano, pero para el reino animal nada de nada.
Un accidente en la calle no significa nada para el ser humano ni para su vida entera en la sociedad, señor.
¿Lo sabía?
¿Por qué?
(Señor en la sala):

—Por la conciencia más profunda del ser humano respecto al animal.
—No, señor, no se entera de nada.
Debido a que la vida terrenal no significa nada, señor, solo el amor y la paternidad y maternidad.
Todo lo que usted ya es...
Hace poco dije: “Aunque sea usted alcalde de La Haya, y almirante, señor, ¿qué más da eso si no tiene sentimientos para cuando esté allá?
Todo eso es terrenal, se queda atrás”.
Mi maestro, Van Dyck, dijo: “¿Qué soy como pintor?
¿Y qué más da?
He creado asesinos y ladrones en la tierra, porque si pueden robar mi arte, lo harán”.
Dice: “Si convenzo a un solo ser humano de las leyes divinas, habré alcanzado más que en mi vida como artista”.
Todo se queda atrás.
Así que para el reino animal es exactamente lo mismo.
Todavía somos humanos y comenzamos con el nacimiento, y nos hacemos abogados y generales y médicos y todas esas cosas, pero todo eso es terrenal y lo seguirá siendo, y en la tierra se queda, en el otro lado ya no podrán hacer ustedes nada, nada.
Porque ¿qué tienen que hacer allí?
Allí ya no hacen falta los médicos, ni los artistas de las matemáticas, ni artistas, ni música, ustedes mismos tocarán interiormente el primer violín, y el decimosexto.
¿Ha quedado claro?
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

—¿Qué deseaba?
(Señor en la sala):

—Tengo que regresar un instante a esa primera conversación.
Se habló de que ese miedo surgió porque el alma había vivido algo en la vida anterior.
—El alma no, señor.
El alma no.
El alma jamás vive nada.
El alma a usted solo lo despierta.
El alma no sufre ninguna muerte, la sufre la personalidad espiritual.
El alma, sin embargo, como núcleo divino, lo reconduce al Omnigrado.
Pero el alma nunca vive ninguna desgracia, eso solo lo hacen sus sentimientos de la conciencia diurna.
¿No es eso real?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Bien.
Y ahora ¿qué?
(Señor en la sala):

—Pero ahora la cuestión sigue siendo: ¿qué leyes juegan entonces un papel para que justamente ese miedo tenga que manifieste en esta vida?
Debido a que ese ser humano fue a parar allí al puchero de los caníbales y a que han vivido allí, allí y allí una muerte terrible, que ya no pueden quitarse de encima a no ser que pueden experimentar la imagen opuesta.
Y entonces también van a parar al puchero y dicen: “Ah, no ocurre.
Mejor vete como una flecha a casa, aquí tienes un bollo de pan y le dices a tu madre que no te hemos hecho nada”.
Entonces eso ya no estará.
Pero ese impacto; es un impacto, señor, es una reacción formidable, no es moco de pavo cuando te desuellan allí, te desuellen y al puchero.
Porque no tenga la menor duda de que todos fuimos caníbales.
Allí quizá pusimos a secar como bacalao sabroso a dos mil o tres mil de esos negritos (cuando se celebraron estas noches informativas, de 1949 a 1952, la palabra “negrito” era una denominación habitual para alguien de piel oscura) y sus hermanos y hermanas, al aire libre.
Sí, señora, no hay ningún motivo para que se asuste por eso.
¿Cómo es esa vida allí?
Váyase un rato a la jungla, señor, entonces volverá a terminar en el puchero.
Y el hombre que hace eso algún día se verá ante ese hecho.
Recibe usted el impacto, llega a vivir la reacción interior, como blanco, u occidental u oriental, da igual.
Pero ese hombre tiene que enmendar ese canibalismo, ¿no?
Usted, sin embargo, es quien lo ha vivido.
Y eso no es una muerte normal, señor, solo ha sido un tortura profunda, grande, y se lo lleva con usted.
No se librará de ello, a no ser que lo...
Eso tiene que disolverse, poco a poco, por miles y miles de muertes, de nuevo.
Fíjese por ejemplo en un...
Vive usted un impacto interior, da igual por qué; eso la ocupará durante años.
Jamás me olvidaré...
Dicen: “Eso lo puedes anular sin más”.
Pero un ser humano alguna vez puede estar enfadado consigo mismo.
Corría el año 1936, iba a ir a Viena, el padre de mi mujer había fallecido, digo: “Mejor adelántate tú”.
Y sigo ocupado, era 1938, todavía estaba trabajando en ‘El origen del universo’.
Y yo viviendo en el espacio, tan a gusto.
Hago las maletas, me voy a la estación, me subo al tren, me voy a Utrecht.
Y estaba mirando el tren, qué placer, qué placer, le digo a ese hombre: “¿Por dónde llegará el tren?”.
Me dijo: “Por allí”.
Bien, le hago caso.
Ese hombre lo sabrá, ¿no?, uno de esos que trabajan en la estación.
Digo: “¿Señor, está seguro?”.
“Sí, señor”.
Entonces me dejé llevar.
No debería haberlo hecho nunca, yo mismo tengo que mirar.
A mí también me dieron una paliza que ni les cuento.
El tren entra por la izquierda, veo la Liftinck: madre mía, qué fuerza, ¿verdad?
Y yo sentado encima de la maleta, tan a gusto, mirando al tren, digo: “Cielos, menudo trabajo que es eso, ¿verdad?”.
Puf, puf, estaba resoplando, resoplando, resoplando.
Y que empieza a sonar el silbato y miro: “Dios mío, ¡mi tren!”.
Y yo que todavía quería subirme con la maleta, pero me agarraron.
Estaba como un diablo.
Pienso: ‘Eso me pasa una vez y nunca más’.
Señor, durante dos años, de vez en cuando volvía a encontrarme en ese andén y de nuevo que se me pasa el tren y que no me subo nunca.
Pienso: ‘Vaya’.
Lo único es, señor, que...
Eso lo soñaba una y otra vez.
Reaccionaba con vehemencia, porque el maestro Alcar dice: “Es que ahora también estás ... no importa, porque ahora también estás con los pies en el suelo, porque te habrías ido a Viena y no te habría servido de nada”.
Y así es.
A él es como si dijéramos que le parecía bien, desprenderme del universo, tenía que suceder con un impacto, y yo estaba allí.
Pero de vez en cuando: trenes, trenes, trenes; que se me iba delante de las narices.
Pienso: ‘Ay, mi madre, en un rato me voy a Utrecht y voy a volver a hacerlo otra vez’.
Pero dos años después lo volví a hacer.
Y, claro, me dieron una paliza, porque había estado atontado.
Digo a mi mujer: “¿Ah, sí?”.
Y dice...
“Pues ahora tú pregunta de dónde viene ese tren”.
Pienso: ‘Ya no lo volveré a preguntar, yo mismo estaré al loro’.
Y dice ese hombre: “Allí, señora”.
No, ahora venía justo aquí.
Digo: “Bien”.
Entra un tren, tuve que meterla con fuerza por la derecha.
Y dice ella: “Aquí viene”.
Digo: “No, está allá.
Tenemos que subirnos a ese”.
Y es que nos habían vuelto a tomar el pelo.
Digo. “Y a ti también casi te agarran”.
Y solo entonces, señor...
Imagínense, un tren de esos muertos.
Un tren de esos, muertos, en el fondo está muerto, un trozo de acero.
No haces más que ponerte en camino.
Señor, esto me ocupó durante dos años, porque eso no me lo...
Ya podía darme de golpes en la cabeza por haber estado tan atontado.
Pero ya estaba en los planetas, estaba hablando con la luna y estaba entre Júpiter y entonces tuve que irme en tren.
No me habría servido de nada, porque no estaba en ese tren, estaba en el espacio.
El maestro Alcar dice: “Ahora a disfrutar”.
Y eso es lo que hice.
Solo que llegué cuatro días más tarde; durante el camino volví a bajarme, otro que perdí.
“Ay, ay, ay, otra vez con las suyas”.
Digo: “No estoy haciendo nada, ese tren no tenía tiempo y yo estaba mirando”.
Así que todavía seguía soñando.
Pero ya solo ese impacto y seguía viviendo.
Ahora, sin embargo, nos morimos y nos torturan, señor.
Nos pegan, ¿no?
No, pero no es cualquier cosa que te coman allí las hormigas.
O que estés por allí...
Mencionemos esas terribles matanzas, las maneras en que uno puede masacrar a un ser humano.
Un martirio, señor, como antes, y no se creerá que puede olvidar eso así como así, ¿no?
Señor, para eso hacen falta quinientas vidas, para que se disuelva; es tan profundo, algo así abre un boquete en su alma.
¿Que le abre un boquete en su alma?
No, abre un boquete en su vida.
Eso impacta, señor.
Es incomprensible, es increíble.
Y por eso ya tengo ganas de ver si se le disuelve a ese señor por medio de la lectura.
Y, claro, bien se puede decir entonces: “Sí, lo sé, lo sé, lo sé, lo sé”.
Y da igual que diga: “Señor, señora, aquí no hay miedo y aquí no hay nada que arda”.
Sí, pero esa puerta hay que abrirla, esa puerta hay que abrirla; se ponen a gritar, señor.
Los psicólogos no lo saben.
Es más sencillo que nada: hay un boquete en esa vida, y eso ya ocurrió una vez.
Pero esto es la imagen pura, que el ser humano no quiere estar blindado; es imprescindible que haya una apertura.
Y en eso se les ha quemado vivos, entonces ha pasado algo.
Quién sabe lo que ha pasado.
Pero algo terrible; que se lo digo yo.
Después de veinte vidas, señor, todavía llega de forma consciente, ese miedo vuelve a cada vida.
Y no hay manera de convertir ese miedo.
Hay que volver a vivirlo, uno tiene que volver a estar en un estado así.
Y cuando me fui a Utrecht por segunda vez, estaba bien metido, muy a gusto; adiós, adiós sueño.
Ya nunca más lo molestará.
Esas cosas las puede ver, si cometemos errores, cómo nos persigue.
Esto no es más que un tren común y corriente.
Y aquí es esto y allá es lo otro, cada ser humano tiene sus propios problemas.
¿Y eso al ser humano le hace arrullar?
No, le hace sufrir, mientras duerme.
Durante el sueño no somos inconscientes, esos sentimientos en la profundidad continúan, y precisamente, van emergiendo, es con lo que sueña la gente.
(Señora en la sala):

—¿Señor Rulof?
—Sí, señora.
(Señora en la sala):

—Pero ¿eso cuándo se disuelve?
—Pues, señora, yo...
(Señora en la sala):

—¿Tiene que trabajar una misma en eso o...?
—Siento curiosidad si ese miedo se le habrá ido al señor después de haber leído veinte libros.
Y para otros es esto.
Señora, las señoras o las personas que lo tienen: aquí ese espacio minúsculo, que está cerrado, y a gritar y a pegar voces: algo ocurre...
Señora, hay que volver a meter a esa mujer, o a ese hombre, en ese cuartito y entonces todo estallará en mil pedazos, pero ahora no pasará nada, entonces ya no lo tendrán.
Y entonces aún es posible que esa otra vida, si hubiera sido un solo gramo más fuerte, todavía emerja.
Y eso tampoco significa nada.
Un gramito de los cincuenta kilos de peso, eso dice aún más sobre el accidente; es a lo que se ha aferrado.
Y eso es una vida y es un estado y es el pensamiento y es el sentimiento; esa personalidad entera no tiene nada que contar, señora, solo por esa única cosa.
A esas personas se las puede analizar infaliblemente.
¿Y cómo se disuelve eso?
Ni en diez o veinte vidas se lo habrá quitado usted de encima.
¿Pues?
(Nadie dice nada).
¿Quién de ustedes?
(Señora en la sala):

—¿Cuál es la diferencia entre alma y espíritu?
—¿Todavía no lo sabe?
Entonces tiene que bajar dos categorías.
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

Tiene que saberlo, ¿no le parece, señor?
(Señor en la sala):

—Sí, yo diría: el alma es el núcleo del espíritu.
—No, señor, hace poco ella volvió a hacer una pregunta y entonces se le contestó, pero se ha vuelto a olvidar.
Yo no me he olvidado todavía.
Señora, el alma es Dios y el espíritu es usted misma.
¿No lo sabía?
(Señora en la sala):

—Sí.
—Ya me parecía.
¿Quién de ustedes?
(Señora en la sala):

—¿Señor Rulof?
—Sí, señora.
(Señora en la sala):

—Por usted sé, por todos esos libros que he leído, que volvemos, o que llegaremos a la luminosidad... al cielo, como si dijéramos, pero aun así no me he librado de ese miedo de justo antes de morir.
—¿Todavía no se ha librado de él?
(Señora en la sala):

—Todavía no.
—¿Ya lo sabe? ¿Ahora ya?
(Señora en la sala):

—No, lo sigo teniendo.
—¿Así que ahora también ya tiene miedo de que se muera?
(Señora en la sala):

—No, no miedo de morir, sino del momento de justo antes de morir...
—Claro, claro, quizá usted también haya vivido algo.
Hermana, podríamos intentarlo esta noche: meterla media hora bajo tierra, así lo sabrá de una vez por todas.
Sí, así lo sabrá de una vez por todas.
(Señora en la sala):

—Es que presencio tantos lechos de muerte y no me libro de él.
—En el Antiguo Egipto... aquí no puedes venir con esas cosas, pero allí hemos sanado gente.
Y ahora me dirá usted: “¿Es que estuvo allí?”.
Sí, soy un egipcio de antes.
Quien acaba de venir aquí dice: “Vaya, qué fanfarrón este”.
Y cuando uno oye eso no me cuesta demasiado imaginar que la gente piense: ‘Madre mía, esa gente en la calle De Ruijterstraat son unos majaderos.
Dicen que son egipcios de antes y que han estado allí y allí...’.
Pero es allí donde hemos podido sanar a gente, y es aquí... en Oriente también hay esas escuelas, donde uno de esos yoguis, ¿no?, te mete en la tierra sin pestañear y te deja allí un rato, pero entonces uno se queda sometido a su concentración, a la voluntad de él.
Un faquir, un mago no son capaces.
Un yogui, un iniciado, es capaz de sanarlo, y sana sus miedos y temblores.
Y también es posible sanarlo por medio de la hipnosis, pero entonces uno anda sometido a la fuerza y voluntad de otra persona, durante toda su vida.
Pero es posible sanarlo, aunque entonces tienen que pasar bastantes cosas para librarse de ello.
Y si entonces sigue teniéndolo, es seguro del todo —porque ha leído usted todos los libros, ha asistido usted a todas las conferencias— que tiene que haber algo en usted que piense: sí, allí ocurrió, o: ocurrió aquí.
¿Cuántos de nosotros no hemos vivido un ahorcamiento que daba gloria?
Sí, se ríe usted, señora.
Pero si en tal y cual época en París...
Me vino a ver alguien, el hombre está enfermo y resulta que alrededor de la garganta...
Tenía cuarenta y dos años, era un intelectual de La Haya, era el año 1937, me acuerdo, dice: “Señor, es como si entre las tres y cuatro, a la hora de mi primer sueño”, ¿ven?, algo significa, “es como si me estrangularan.
Y entonces me ahogo casi y me despierto”.
El maestro Alcar tiene que hacer un diagnóstico y desciende en esa vida, pero a ese hombre lo habían estrangulado, estrangulado.
Otro caso.
Digo: “Señor, no voy a conseguir quitárselo”.
Entonces no puedes hacer nada.
Es el ser humano quien lo tiene que superar.
Un ser humano, una señora, me dice: “Con que solo oiga la palabra ‘tumba’...”.
Miedo no a la muerte, sino a la tumba.
Y dice: “Con que solo me acerque a un cementerio, ya oigo gritos y gritos y gritos”, y dice, “entonces me quedo paralizada.
Es como se me viera hipnotizada.
Señor, ¿puede quitarme eso?”.
A esa señora la habían enterrado viva.
Nada que hacer.
Ante eso no podemos hacer nada.
Alberga a centenares de personas con fenómenos mentales, primero fue recorriendo todos los psicólogos aquí en La Haya, en todas partes...
Alguien había deambulado por todo el mundo.
“Me ha costado miles y miles de florines”, dice, “y todavía no me lo he quitado de encima”.
Ese hombre, por ejemplo, que inconscientemente, allí, en Indonesia —pueden leerlo en ‘Dones espirituales’—, no era consciente..., lo hicieron casarse, lo unieron a una mujer; si están esas fuerzas, espiritualmente, ¿qué reacciones no podrá vivir entonces el ser humano por ahorcamiento?”.
Y si lo hace uno mismo no es tan terrible que si lo estrangulan, porque si uno mismo quiere estrangularse no existe ese miedo.
¿Sienten esta poderosa diferencia?
Pero siempre es..., cuando otra persona nos estrangula, cuando sufrimos una tortura a manos de terceros, no es tan horrible que cuando uno mismo se decida a hacerlo.
(Alguien dice algo).
¿Cómo dice, señora?
(Señora en la sala):

—Dijo usted: ‘No es tan horrible’, pero sí es horrible si lo hace otra persona.
—Si lo hace uno mismo, señora, tiene que escuchar bien, entonces no es tan horrible.
Pero si lo hace otra persona, señora... porque entonces no hay voluntad en usted.
La voluntad de usted de hacerlo mata el miedo, porque la personalidad está ahorcándose a conciencia, tan a gusto, quitándose de en medio que es una gloria.
El ser humano al que gasean y al que torturan, o sea, que no quiere morir de ninguna manera...
Debería someter eso a un psicólogo, señor, estos dos problemas.
¿Es consciente mi miedo, señor?
¿Acaso me habré suicidado yo mismo, o me habré matado de alguna otra manera? ¿Me habré ahorcado, habré saltado por la borda o me habré dejado comer por las hormigas, o lo que sea, porque tenía ganas de experimentar cosas?
¿O es algo impuesto, señor?
Lo impuesto, es decir: el ser humano que nos estrangula, en contra de mi voluntad: entonces se convierte en miedo.
Si lo hago yo mismo, no hay miedo.
Es algo muy diferente, ¿entiende?
Y entonces surgen esos problemas.
Pero, hermana, en el bosque de Scheveningen hay hermosos lugares, intentémoslo, métase, sin problema, tenemos aquí enterradores de sobra.
Yo ya rezaré por usted.
Cantaré: “Aleluya, y ahora se va”.
¿Quiere que sea un domingo por la mañana o un sábado por la tarde?
¿Tenía algo más, señora?
Inténtelo allá.
(Señora en la sala):

—Señor Rulof, ¿puede ser, dudar de una misma?
—¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Dudar de una misma...

—Sí.

—... aunque hayas leído todos los libros de usted...

—Sí.

—... entonces sabes que la gente que ha sido buena alcanzarán las esferas más elevadas.
Pero ¿no es posible decir de una misma: “Alcanzaré la esfera de luz”, porque una sea consciente de los errores propios? ¿No?
—Entonces tampoco lo conseguirá.
Es muy sencillo.
Con que aquí..., si lanzo golpes, patadas, miento y engaño, y me pongo como un energúmeno y odio, envidia —¿qué es la envidia?— no es para tanto, pero los pensamientos verdaderamente demoledores, y eso lo puede leer usted y no tenemos amor, pues, no, entonces no encontrará un lugar en ese mundo; es un mundo de armonía.
Pero allí ya no hará falta que dude de lo que pone en los libros.
Si eso no puede decirle nada...
Tome entre las manos un solo libro, que es: ‘Jeus de madre Crisje’.
Las primeras pruebas que han aparecido cuando allí jugaba con globos, eso no le sirve de nada.
Pero cuando más tarde aparecí ante el Gólgota, tampoco; entonces dirá usted: “Claro, eso pueden haber sido imaginaciones”.
Pero esos dieciséis florines en el bosque, cuando tenía cinco años, a los que me condujo un cordoncito en la colina Hunzeleberg, eso no son ficciones y dudas, es la realidad, y con eso en el fondo debería ser posible convencer a todo el mundo.
Porque desde el espacio apareció un cordón, y ese cordón lo vi, y salió de nuestro jardín dando saltitos, avanzó por la calle Grintweg, se adentró en el bosque y allí encontré —mientras dormía, estaba en trance, me había desdoblado corporalmente—, como niño espiritual, tantos florines y centavos.
¿Ha leído usted ‘Jeus de madre Crisje’?
(Señora en la sala):

—Sí, no digo que dude de sus libros, sino que dudo de mis propias cualidades.
Es que dudo de que llegue a parar a esas esferas.
—Eso es otra cosa.
(Señora en la sala):

—... miedo...
—Y eso es otra cosa también.
Lo que entendí es: aunque lo diga allí, usted sigue dudando; claro, entonces no puedo ayudar al ser humano.
Entonces hay que poder ayudar al mundo entero.
Pero si usted duda de sí misma, señora, elimine la duda a hachazos y comience con otra cosa, con algo que le dé satisfacción y que y no la haga dudar.
(Señora en la sala):

—Pero sí intento vivir lo mejor posible, aunque entonces un ser humano sí vuelve a cometer alguna vez errores como ser humano normal.
—Pero querida hija mía, aquí hay más gente que se desploma.
Todos siguen desplomándose.
(Señora en la sala):

—Nadie puede contarme que haya llegado al punto en que entre en alguna esfera de luz.
—Pero querida hija mía...
(La señora dice otra cosa inaudible).
Sí, por eso digo: es que todos se desploman.
Yo también, yo tampoco entro siquiera.
Todos tenemos nuestro lado malo, pero ¿qué más da? Lo que importa es que sepa usted que está en ello.
Eso es todo en el fondo.
Qué quiere que le diga, esas esferas me importan un bledo.
Aquí no hacen otra cosa que hablar de las esferas y las esferas y las esferas; eso no le dice nada a un espíritu, a un ser en el espacio, en las esferas, no le dice nada: casi nunca lo consiguen.
Siempre viven en las tinieblas y están buscando, están de camino para ayudar a la gente.
Aquí los seres humanos no queremos otra cosa que ir a esa primera esfera.
Sí, se quedarán pasmados cuando lleguen allí, a ese mundo; es un mundo de una belleza increíble.
Ya tendrán ganas de ir a pasear un poco por allí, es el verdadero paraíso, con sus hermanas y hermanos, con sus padres y madres, los pájaros les cantarán; basta que lean ‘Una mirada en el más allá’.
¿Lo han leído?
(Señora en la sala):

—Sí.
—Pues bien, cuando hayan visto todo eso emprenderán camino, porque querrán seguir, querrán elevarse, y eso no lo podrán vivir si se quedan quietos, mirando esas hermosas imágenes, todo eso no dice nada.
Todo está en el ser humano cuando este dice: “Quiero hacerme mejor de lo que soy ahora”.
Si dicen: “Sigo dudando de mí misma, y aunque quiero, todavía no funciona”.
Hija mía querida: toda esa gente realmente está librando una batalla aquí.
Pero eso tampoco lo creerán y yo tampoco lo creo.
Porque hay gente a punta pala, y bastan y sobran, que sí piensan, pero todavía no hacen nada por ello.
Leen, señora, y todo eso les parece estupendo y están hablando y ya saben un montón; y dan patadas a diestro y siniestro.
Dan patadas a diestro y siniestro.
Sí.
Y aquel dice: “Sí, son esos diablillos dentro de mí”.
Si saben ustedes que esas cosas están ahí —son las cosas odiosas que nos damos—, ¿por qué no hacemos picadillo de ellas...?
Porque eso no se hace de golpe, ¿verdad?
Vencer un pequeño rasgo de carácter, señor, es una lucha a vida o muerte.
Pero una vez que le haya cogido el tranquillo...
Aquí tenemos a gente...
Entra por aquí y sale por allí, y así sempiternamente.
Hay gente que me ha lanzado insultos con todo lo que hay de feo: “Ese maldito tío.
¿Qué quiere de ese gente?”.
Y ahora están ellos mismos y se dicen a sí mismos: “Santo cielo, santo cielo, hay que ver el bicho que era yo mismo”.
Ahora han despertado de pronto y dicen: “Dios mío, Dios mío, ¿qué me ha pasado?”.
Eso ha de despertar de pronto.
Y cuando entonces empieza el ser humano, si ya dice: “No soy más que un tremendo bicho y sigo dudando de mí mismo”, entonces es que está usted trabajando con ahínco para desprenderse de ello.
Porque el resto del mundo ni siquiera quiere pensar en duda alguna ni en esas palabras, porque todos están en un pedestal elevado.
Yo no soy más que un maldito bicho.
No hace falte que me lo digan los demás.
Pero ahora todavía se pueden hacer bromitas con eso, señora, y puedes decir por dentro: “Vamos, sigue, rápido”.
¿Entiende, señora?
Aquí todos están gimiendo.
¿Quién no gime?
Si comienza esta batalla, estará gimiendo, se sacará de quicio a sí misma.
¿Tiene alguna otra pregunta?
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

—Sí, señora.
(Señora en la sala):

—Un niño que se suicida, ¿también tiene que volver a vivir ese proceso de putrefacción?
—No, señora.
¿Y por qué no?
Eso ya lo hemos tratado todo aquí.
Es una transición común y corriente.
¿Y por qué?
(Señor en la sala):

—Porque es inconsciente.
—Ese niño precisamente es consciente, señor, es consciente al cien por cien para hacer la transición.
(Una señora en la sala añade algo).
—Porque esta vida aún no ha alcanzado el estadio adulto.
Así que esa criatura corta para sí mismo la transición, la muerte, corta este trozo de vida y sigue.
De lo contrario un niño no llega a esa estadio, ¿no?
(Señora en la sala):

—Pero ¿hasta cuándo es eso?
Quiero decir: ¿qué edad tiene? ¿Qué edad tiene que tener ese niño?
—Cuando uno cumple los catorce y alcanza la pubertad, usted, como madre, y llegan las menstruaciones, entonces empieza la ley divina, en ese momento, comienza con la primera gota.
¿No le parece poderoso?
Entonces es usted madre.
Y es cuando empieza a hablar en usted la maternidad, como ley.
Así que esto todavía es un niño.
Pero cuando la ley de la paternidad y maternidad...
Los hombres nos quedamos ahora un momento al margen.
Pero cuando es usted como una madre, como una madre, entonces la ley la...
¿Qué ley agarra usted ahora y dice: “Vaya, un momento”?
Recibió usted esto, y tiene aquello, y ¿vive usted en esto y lo otro?
Así que si usted toca una ley de la madre naturaleza, de Dios, y la echa a perder, rompe algo en ella, sentirá que esa ley de la maternidad la agarra, no Dios, sino que esa ley de la maternidad la agarra a usted y dice: “Sí, por el tiempo que usted sea madre vivirá algo allí por este motivo”
Y entonces, claro, hay miles de estados.
¿Para qué?
Para el espíritu, para sus sentimientos, para la personalidad, para la maternidad, o lo que sea, causa y efecto, una ley del karma.
¿No es interesante eso?
¿Ha quedado claro?
Pero un niño, un chico puede llegar a los catorce y entonces lo supera lentamente, aunque también después de los catorce, cuando son los años de la pubertad, y el chico despierta, es el estadio semidespierto, es la mitad, es el tiempo que usamos para colocar los fundamentos para el organismo.
Y esos años vuelven a decir: vaya...
(Señora en la sala):

—¿Así que eso para las niñas es más profundo?
—La madre es más profunda, el hombre camina al margen de la creación.
Pero debido a que usted es madre —por cierto: eso pueden leerlo a su vez en ‘Dones espirituales’, lo poderoso que es la ley “madre”—, también está unida a eso, directamente, a la ley “maternidad”: es que usted lo es.
Y esa ley dice ahora: eso lo han vivido, así que han adquirido conciencia por medio de la maternidad.
Y esa conciencia le dice: hasta aquí y no más, o: a ver, espera un poco.
Entonces pueden estar atadas un tiempo a ese cuerpo, a ustedes no las meten en la tierra, porque en esto no cometen un asesinato consciente, no es un suicidio consciente.
Pero eso también se va añadiendo.
Otra pregunta más que requiere ser analizada si quiere usted tratar el caso en su integridad.
Pero ¿lo entiende?
Bonita pregunta, señora.
¿Algo más?
¿Dónde están ahora los señores y las señoras?
(Señor en la sala):

—Me gustaría continuar un momento con mi pregunta de hace un rato...

—Sí.

—... es decir en este punto: la primera transición de todas, así que digamos, el mono que se acerca al siguiente estadio...

—Sí.

—... y todavía no había animal así, el siguiente animal todavía no existía...

—¿En la luna?

—Por ejemplo.
O en la tierra.
—Me pregunta usted: empieza en algún punto, se conecta usted con un tiempo; ¿con qué tiempo?
¿Para el ser humano?
Dice usted: cuando empezó la tierra, el ser humano también comenzó en las aguas como vida embrionaria.
(Señor en la sala):

—Sí.
—Entonces vino el reino animal.
(Señor en la sala):

—... es comprensible, porque continúa en un solo estado, siempre evoluciona...
—¿El ser humano?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Sí.
(Señor en la sala):

—Pero ahora el animal, ¿verdad?, el animal ha ido pisándole los talones al ser humano...

—Sí.

—... pero tiene que experimentar miles de estados...

—Sí.

—... es decir: llegan varios miles de animales diferentes.
—El animal como vida, ¿verdad?, como vida divina, para el animal, vive millones de organismos.
Usted también, pero como ser humano.
(Señor en la sala):

—Mi pregunta, pues, es, por ejemplo: ¿y cuándo aparece esa primera paloma?
¿Verdad? Es el grado más elevado, ¿de dónde sale de pronto?
—Es la evolución, ¿no?
Entonces tiene que decir usted: ¿cuándo fue que usted...?
Puede hacer una comparación con el ser humano en la jungla, en medio de la jungla, ese primer grado, ese habitante de la jungla.
Ese viaje, ese cambio del ser humano en color, en irradiación y todo, es el cambio, también del animal.
Aunque el ser humano siga siendo ser humano.
El ser humano sigue siéndolo, si uno al menos...
En la jungla también son seres humanos, se les llama, sí, caníbales y papúas; son personas en el grado preanimal.
Así que eses cuerpos, ese sistema óseo y todo...
Antes de que ese sistema óseo se haya deformado, es imponente, porque no se deforma así como así.
Claro, usted habla de “de la jungla a la raza blanca” (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es) y se pone a analizar el organismo, entonces se encontrará detenido en un solo grado durante siete mil años antes de que este huesito baje un poco y esa nariz por fin alcance una forma hermosa y se estrechen esos labios.
Ay, señor, para eso hacen falta centenares de miles de vidas.
O sea, ese embellecimiento es paulatino, y es el tipo de raza (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es), son siete grados para el organismo.
Pero el animal primero sale de las aguas a la tierra, y finalmente adquiere alas, es un águila, y todas esas primeras grandes especies, esas especies salvajes, que en Róterdam en...
¿Cómo se llaman esos? ¿Congos? (quiere decir “cóndores”); ¿lo digo bien?
Hay por tanto diferentes especies, esta es la más grande, pero la más baja.
Y entonces sale allí al final la raza más elevada para el mundo animal y es la paloma y el pajarito, es el ruiseñor, y todas esas pequeñas especies encantadoras.
Pero si sigue usted un rato más encima de la vida y quiere captarla, un gavilán de esos, por ejemplo, y todas esas especies —todo eso sigue siendo salvaje, ¿verdad?— aún no pueden ir a las esferas.
Pero lo que le afirmaba: ¿dónde vive, pues...?
Un pájaro pone huevos y los empolla, y es madre y padre.
¿Cómo surge lo paternal en el mundo animal? ¿Y lo maternal?
¿Y dónde vive el mundo espiritual, el mundo de lo inconsciente para el pájaro, y una paloma?
¿Lo sabría usted?
Aquí nunca se ha hecho esa pregunta.
(Señora en la sala):

—Cerca del animal.
—¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Cerca del propio animal.
—Cerca del animal.
Porque el pez...
El mundo del renacer —para el ser humano es el mundo del inconsciente, ¿no?—, el mundo para el renacer es una inconmensurabilidad al margen del ser humano... al margen de nosotros.
Es el universo entero... el universo entero.
No solo es la atmósfera alrededor de la tierra, sino el universo entero, señora.
Pero ¿por qué?
(Señora en la sala):

—Porque...
—Sí, dígamelo.
(Señora en la sala):

—¿Porque son tantos?
—No, en el espacio no existen muchos.
Es posible seguir hablando durante millones de años sobre millones de personas, y ni así habrá llegado.
Y cada ser humano tiene, sin embargo, su espacio.
Señora, usted pasó hoy como un fogonazo a través de millones de seres astrales.
¿Los vio?
Atravesó miles de mundos.
¿Se dio cuenta?
Yo sí.
Cuando recibes esos mundos...
Pero todos se atraviesan según la sintonización que tengamos.
Pero, señor Berends, ¿por qué es...?
No, ahora no lo voy a decir.
¿Dónde vive el mundo, el mundo astral para ese...?
El del ser humano es inconmensurablemente profundo, espacialmente profundo.
Ni un grado más profundo...
El mundo de lo inconsciente, ¿dónde vive usted ahora en este mundo? ¿Y tiene que volver a la tierra?
Ese mundo para el renacer, ¿qué de profundo es?
Este, señor, señora, lo podemos, sin duda alguna...
Yo lo he visto, lo pueden ver y delimitar infalible e íntegramente.
¿Sabía eso, señor Berends?
(Señor en la sala):

—No.
—¿Cómo es posible? Usted podría saberlo, enseguida dirá: vaya.
¿Usted?
Dígame, señora.
(Señora en la sala):

—Lo que se posee en cuanto a conciencia.
—No, cosa rica, no.

(Risas).

Quise decir: “No, rica”, pero, claro, eso no puede ser.
No, señora, eso no es.
(Señora en la sala):

—Junto a cada planeta de vida humana.
—¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Junto a cada planeta de vida humana.
—Bien, se está acercando usted mucho.
(Un señor dice algo).
—¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—En el tiempo de antes de la creación.
—¿Es que no lo entiende, señora? Hemos vivido el espacio de la luna, entonces solo teníamos la esfera de la luna.
Pero entonces empezó a haber planetas de transición; así que ese mundo de lo inconsciente, para el renacer, empezó a ampliarse.
Así que desde la primera vida embrionaria en la luna y esta vida, el mundo astral espiritual es muy profundo para el renacer; o sea, el universo entero.
Pero ¿dónde vive ahora el mundo astral para la gallina?
¿Y para el perro?
Nosotros hemos aprendido que los peces... y eso está muy claro, el mundo astral espiritual vive en las aguas, es materia y espíritu, y nada más.
Un pez no sale de su esfera, eso también es el mundo espiritual.
¿Sabía eso, señor De Jong?
(Señor en la sala):

—Sí, lo sabía, lo dijo una vez el maestro Zelanus.
—Eso lo ha dicho el maestro Zelanus.
Pero ¿dónde es que vive el mundo espiritual astral para el renacer, para la atracción, para la gallina, por ejemplo, y el perro y el gato?
(Señora en la sala):

—Pero usted ha dicho que en el mundo astral había una sección separada para esos animales, ¿no?
—Sí, señora, pero eso no es.
Eso no es.
No, eso no lo he dicho, señora, eso no es.
(Señora en la sala):

—Allí tienen su propia esfera.
—Sí, pero eso no es.
(Señora en la sala):

—Digamos una sección.
—Eso no es.
Es posible vivir...
Pero eso también lo he explicado aquí.
Así puede ver que ya no queda nada de lo que cuento aquí.
Cuando luego lo reciban en los libros, en el libro que esté listo, sobre esto de aquí, entonces dirán: “Ah, sí”.
Pero es que lo que es penetrar...
Siempre me doy cuenta de eso, cuando hay que retenerlo un momento...
Sé exactamente lo que he dicho en 1950.
Porque soy incapaz de contar otra cosa.
(Señora en la sala):

—No, pero usted sí que...
—No, pero aquí se hizo la pregunta, estaba el perrito del maestro Alcar.
Digo: “Sí, también estaba”.
Así que hay un mundo astral.
Pero el mundo para el renacer es otra cosa, entonces el ser humano se disuelve, entonces se disuelve el animal.
¿Dónde vive, pues, ese mundo astral espiritual?
Oiga, ¡fíjense en esa poderosa diferencia!
(Señora en la sala):

—Yo diría que en el propio gallinero, porque no tienen que esperar.
—¡Ja, ja, ja!

(Risas).
Señora, está usted cerca.
Sí, ciertamente, tenemos que entrar al gallinero.
(Gente en la sala):

—A la tierra.
(Alguien dice):

—Al huevo.
—¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—A la tierra.
—¿A la tierra del gallinero?
(Señora en la sala):

—Al huevo.
(Señora en la sala):

—A la tierra.
—A la tierra.
No, no, señora, no, allí no están las gallinas.
(Señora en la sala):

—Al huevo.
—En los ovarios.
No al huevo, porque eso ya es creación.
La gallina no tiene mundo astral para esperar, porque eso está en los ovarios, en la maternidad de ese animal; también en el caso del perro y del gato y de todas las especies que crean y paren está el renacer en el ovario.
Cuando esos ovarios desaparecen, para esa gallina, para ese animalito, se acabó.
Porque la gallina lleva consigo la Omnifuente.
¿No es eso algo poderoso?
¿Se lo imaginaban?
También para un perro.
Pero un perro que... o sea, un animal de esos tiene crías, un perro tiene crías.
Pero el espíritu...
Así que esa célula, esos ovarios de ese animal, de esa madre, también posee el mundo de lo inconsciente.
Y eso como madre ustedes no lo tienen.
Atraemos... atraemos una vida distinta.
Pero en ese perro... esos grados poseen el mundo de lo inconsciente, paternidad y maternidad, reencarnación, el reino de los colores de Dios, Grandes Alas, todo, todo, todo, todo.
¿No es imponente eso?
Y solo entonces empezamos a conocer la vida de un perro y un gato.
Y es muy sorprendente, porque a partir de Dios el animal que no tiene un mundo en el que existir, que por tanto en este momento aún tiene que reencarnarse...
Nosotros no podemos llegar a ser otra cosa que seres humanos, ¿verdad?
Pero un perro se hace pájaro.
Así que Dios dijo: entonces tendrás que poseer todo para mandarte a ti mismo al animal alado.
Ese animal tiene que poseerlo todo porque no es capaz de pensar de forma consciente y creadora; es según la naturaleza, como maternidad y paternidad.
¿No es poderoso eso?
Y por eso ese animal, el perro, el gato, las gallinas, lo tienen todo; y resulta que los ovarios.... eso es el mundo espiritual para la gallina.
En esos huevitos también están el espíritu y el mundo astral.
Si un animal de esos se extingue, quedan millones.
Y entonces esa vida se disuelve...
Ahora hay algo más, jamás lo averiguarán.
Ahora tienen, por ejemplo, si quieren empezar a tratarlo de forma cósmica respecto a las leyes macrocósmicas divinas, entonces tomamos esta noche, por ejemplo, una hora y decimos: y es una ley para el mundo; por ejemplo, todas las gallinas tienen mocos o la enfermedad de las gallinas.
¿Cómo se llama eso?
Así que tenemos que sacrificarlas todas.
Entonces se produce un boquete en la transición, porque esa gallina tiene, a su vez —primero se sale de la jungla y vive de forma salvaje—..., esa gallina tiene una transición para otra vida, se hace más pequeña, y más y más, y poco a poco está en la pequeña jaula y tiene que cantar.
Porque en el otro lado, señora, no vemos una gallina.
Allí no le darán sopa de gallina.
Pedro no ofrece sopa de gallina, él dice: “Porque ya has destruido bastantes en la tierra”.
Pero ahora aparece un boquete y si hacemos que esas vidas se disuelvan, dirás: “¿Qué va a haber ahora?”.
Porque sí que es un boquete en la creación.
Y entonces aparece... el siguiente grado —y eso también lo hemos vivido donde los seres humanos—, el siguiente grado se encarga automáticamente de sí mismo, de que no se pueda disolver.
Por ejemplo, pienso que las gallinas se largarían y que se meterían en la jungla para protegerse si empezaran a sentir maternidad... —y eso lo siente porque es la unión divina para el animal y el ser humano— para protegerse, con el fin de que el ser humano no pueda exterminar ese grado.
Y así sucede, porque eso la gente también lo tiene.
Pues bien, ¿saben —es hacia donde quiero ir ahora—..., saben dónde viven esos fenómenos? ¿Saben que la ley “cuerpo para la paternidad y maternidad” se cuida a sí misma?
El ser humano también lo tiene.
Si me hacen una pregunta a mí, si el maestro Alcar me hace una de esas preguntas, tengo que darle la repuesta de inmediato, tenía que ser capaz de ello para la cosmología, de lo contrario él tendría que haber vuelto, y no podría haber seguido.
No podíamos vivir cosmología y decir...
Jamás habría vivido esa cosmología si no hubiera hecho lo mismo con ‘El origen del universo’ y no lo hubiera escrito.
De modo que si desean ustedes tener conciencia cósmica...
Eso, naturalmente, lo ha construido el maestro Alcar para sí mismo, porque cuanto más me enseñaba, más podía dar.
Pero cuando hace esa pregunta no me queda más remedio que tener esa respuesta en particular, porque él es capaz de... para la cosmología no es posible empezar a dar explicaciones, porque entonces se es todavía un alumno y un adepto, es cuando pones los primeros fundamentos.
Es exactamente lo mismo que aquí para la tierra cuando se te dan las últimas clases para sacar el título de doctor, entonces te hacen preguntas y reciben: sí, sí, sí, está bien.
¿De qué dependen esos fenómenos?
¿Dónde podemos ver y vivir en el ser humano la armonía propia y el cuidado del grado de vida propio?
¿Cómo puede verse eso?
(Señora en la sala):

—Unos necesitan tener muchos más hijos.
—Miren, a esta criatura le doy ahora un diez.
Señora, esa es la verdad.
Cuando luego llegue usted al otro lado y ya no tiene que hacer nada más, avanzará con rapidez.
Y no es la primera vez que noto que piensa usted con agudeza.
Cuando nos vino encima la guerra de 1940-1945...
Unas madres dan a luz a más hijos que otras, también depende de eso.
Pero de esto se trata —todavía no es la respuesta en sí—, pero está usted cerca.
Nacieron más chicos que chicas.
Así que los chicos, o sea, la fuerza creadora...
Eso ya no está en manos del ser humano.
No, la madre naturaleza dice...
Miren, la balanza en el espacio de todos nuestros seres humanos en la tierra son tantos hombres y tantas mujeres.
Ahora exterminamos a todos los hombres que podamos y el nacimiento se convierte en un caos.
En Alemania y esos países sigue habiendo miles de mujeres que no pueden conseguir un hombre y que tienen que dar a luz, así que ese caos ya existe.
Y ahora van a tener ustedes..., ahora viene la siguiente imagen de que unas madres tienen que dar a luz a cinco, diez, veinte niños y otra madre ni siquiera los quiere tener.
Pero ahora han exterminado a los hombres.
Así que esa fuente primigenia, que es la tierra, que es solo paternidad y maternidad, hace que ahora nazcan varones.
Y de lo que el erudito no sabe nada dice: “No son más que varones, no son más que chicos, no son más que chicos”.
Pero la madre naturaleza...
Entonces dicen: “Sí, de eso se encarga la madre naturaleza”.
No, señor.
Bueno, si toma la madre naturaleza como madre.
Porque la ley “madre naturaleza” dice: “Tengo tantos hombres y tantas madres, y de estos no se puede ir ni uno solo”, porque de lo contrario habrá caos.
Y entonces debería mirar por toda la tierra —cuánta gente no ha asesinado y quemado cosas, nos hemos destruido a nosotros mismos—, cuánto caos hemos creado en él y cómo hemos estropeado las divinas leyes armoniosas para el renacer, la paternidad y maternidad.
¿Entiende?
Esta ley...
Y si sacrificáramos esas gallinas...
Señora, ni siquiera somos capaces de eso, porque entonces la maternidad, a su vez, se encarga de que todo vuelva a su sitio.
Porque el propio ser humano también lo tiene, pero ahora es al margen de él.
¿Entiende?
Así que si ahora entro en el estado, ¿qué ocurre entonces?
Así que, por ejemplo, exterminamos equis millones de hombres, y ahora hemos aprendido que estamos atados a leyes del karma y también a leyes corporales, porque yo soy hombre y ahora tengo que ir a la maternidad, así que tengo que reencarnarme para hacerme madre.
Pero ahora viven millones de almas inconscientes en el mundo, esperan un cuerpo, tienen que ver con el karma y con la causa y el efecto.
Y ahora lo que sorprende de algo que ...
El maestro Alcar dice: “Mira, de todas formas, jamás, aunque el ser humano se rompa a sí mismo, aunque ocasione víctimas, no llegaremos a controlar las leyes divinas”.
Porque ahora la madre tierra se encarga ella misma de que nazcan varones, y dice: “Hay que parar ese karma propio: primero mi armonía”.
Y ahora la ley “nacimiento” precede a la de la creación, a cualquier karma humano, y nacen varones.
Así que ahora llegamos a ver infaliblemente la ley, y este es un libro grueso, así de gordo, y se me abalanzan miles de problemas.
Ahora es un libro grueso, por el que vamos a ver que la madre tierra es el Dios, que posee la sintonización divina, y la ley y la fuerza y la armonía para hacer que continúe esa vida nuestra.
Si pudiéramos llegar a controlar también esas leyes y esas vidas y esos organismos, destruiríamos aún más cosas.
Porque en la selva... ¿y dónde no hemos comenzado con ello?
Y eso, señora —ahora vuelvo con lo suyo—, también es para todo el mundo animal.
Cada animal vive en primer lugar la paternidad, la maternidad, también la palomita —¿verdad que sí?—, eso lo he visto donde las palomas, apareció una hermanita, un hermanito.
Y si ahora preguntan al hombre: “Señor, ¿por qué le ha salido un buchón?”,
¿Y por qué es él quien arrulla, el hombre, el creador, y por qué es eso la palomita?”, entonces no creo que en Holanda haya una sola persona, un criador de palomas, que conozca la paternidad y maternidad de la paloma.
Dice: “Sí, ahora tengo otra vez una palomita, pero necesito un buchón”.
¿Cómo se llama?
Un palomo, se llama eso, ¿verdad?
¿Por qué hay buchones y por qué hay palomas?
Señora, señor...
(Dirigiéndose al técnico de sonido):

Creo que tenemos justamente el tiempo necesario, ¿verdad, señor Van Straaten?
Señora y señor, son las leyes del parto divinas para toda la vida de Dios, no solo para el ser humano, sino incluso para el insecto más pequeño, más nimio; allí vive la paternidad y maternidad divina, y posee el organismo.
¿Ha quedado claro?
El té está listo.
Por favor.
DESCANSO
Señoras y señores, he recibido aquí la pregunta: “¿Está permitido usar violencia para evitar un asesinato u otro crimen, si no hay tiempo para hacerlo de otra forma?”.
¿Está permitido usar violencia para evitar un asesinato?
¿De quién es esto?
Señor, un crimen...
Alguien sube las escaleras de su casa y quiere asaltarlo y hacerle algo a su mujer y a sus hijos, y usted se encuentra ante eso —y, claro, eso no le parece bien— y le pega un tiro a ese hombre, entonces usted es un asesino.
(Señor en la sala):

—... no, claro, eso no.
Le daría un tortazo sin matarlo, claro.
—Claro, eso puede hacer.
Si es usted un buen boxeador le da usted un “upside down”, o un...

(Risas).

Y, claro, eso no es así, le da usted un “upside down”, le da usted un boca abajo, y si después se va cayendo por veinte escaleras y no se ha roto nada, es que no pasa nada.
Pero está fuera de toda duda que usted se puede defender, nada le obliga a aprobar que se le asesina a usted y a sus hijos.
Es que hay que ver.
Pero si de todas formas nos extralimitáramos y lo derribáramos, sería usted irrevocablemente un asesino.
Irrevocablemente.
Sí.
Un poco de jiu-jitsu o una porra, detrás en la cabeza, un poco así...
(Señora en la sala):

—Un poco una paliza.
—Un poco una paliza, señora, ¿no?
Señor, si asesina usted al ser humano por estar enojado, por estar enfadado —todas esas leyes se pueden analizar, he tenido que preguntarlo— si usted...
Si ese hombre que va subiendo allí, o donde sea que ocurra, y nos enojamos y derribamos a uno, entonces eso es un asesinato.
O, si ese hombre, si hubiera llegado su hora...
La semana pasada hemos hablado de eso aquí, sobre los distintos lechos de muerte; Dios no conoce los lechos de muerte.
Y si ahora...
Alguien así en la calle se alborota un poco y le damos una bofetada en plena cara y lo dejamos ciego, eso es peor, es peor aún, peor aún, porque entonces puede usted volver otra vez, solo para devolverle la luz a los ojos.
Pero es asesinato.
¿Tiene usted más preguntas sobre esto?
(Señor en la sala):

—Por ejemplo, un chófer que por una conducción temeraria hace que se accidente un autobús entero con la gente dentro.
—Sí, señor, pero eso no es un asesinato, eso ese hombre no lo quiso.
Lo consciente, sí, todo lo que ocurre conscientemente.
Así que me sintonizo...
Hay personas que se ponen a buscarlo, es odio consciente.
El odio puede analizarse desde lo inconsciente a lo consciente; hay gente que odia, albergan odio y no saben por qué.
Hay personas que se irritan por otros seres humanos sin saber por qué.
Hay gente que está de mal humor y que tiene todos esos otros pequeños rasgos, sí saben la razón, pero no a causa de qué son así.
Sí saben que son así, digámoslo así.
Pero un conductor de autobús, un piloto que asciende al espacio y que se lleva a usted con él siempre habrá fallecido demasiado pronto.
No es un asesinato consciente.
Porque ese hombre, ese piloto y ese conductor de trenes, no tiene la intención de asesinarlo a usted conscientemente, porque entonces lo harían de otra forma.
Por tanto, mientras el ser humano no sintonice con el odio consciente, con lo que surge el asesinato, la muerte, no estará usted atado a esa ley.
Porque no habrá vivido usted esa ley ni esta habrá llegado a ponerse en marcha.
Si se pone usted a matar conscientemente, despierta esa ley, y entonces está atado a ese estar despierto.
¿Ha quedado claro?
Es muy sencillo, ¿no?
Hay personas, hoy hay miles otra vez, conscientes o inconscientes, que han muerto, que han hecho la transición; quizá también algunos miles asesinadas, en París, o quizá aquí en La Haya, uno no lo puede saber, pero es posible.
Todo lo que el ser humano hace conscientemente y que termina siendo en defensa propia, entonces uno no solo... no llega a estar ahora ante el asesinato consciente, porque si llega alguien a su casa y quiere jugársela a sus hijos, o a usted, o a su mujer, usted se defenderá y habrá un accidente: un hombre muerto.
“Sí, tuve que defenderme”.
Entonces el juez... ya empezará diciendo: “Mire, señor, es que no tendría que haberle pegado”.
“Sí, señor, pero fui atacado”.
“Sí, señor, de todas formas tendrá que irse a la cárcel, tres años, cuatro años, o seis o siete meses”.
Así que a usted ya lo castigarán aquí.
Y la ley espiritual lo castigará por descontado.
¿Algo más?
¿Quién más de ustedes?
¿Nadie ya?
(Un señor dice algo).
¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—Sobre ese suicidio.
—¿Otra pregunta sobre esto?
¿Todo claro?
Así que no lo hará, señor Götte.
(Señor en la sala):

—No, mejor no lo hago.
—Nada de revólveres en casa.
(Señor en la sala):

—No.
—No, señor.
(Señora en la sala):

—¿Señor Rulof?
—Dígame, señora.
(Señora en la sala):

—Hace poco dijo usted que ir en un avión o que ponerse a volar con él ya es un suicidio.
—Es hacer la transición demasiado pronto.
Forma parte del suicidio, pero no la meten en la tierra, se queda usted atada a su cadáver.
(Señora en la sala):

—Ah.
Claro, claro.
—Aunque se quede atada...
Mire, atienda, esas cosas, esas leyes las he explicado aquí al menos un centenar de veces, creo.
¿Y ya lo sabe?
¿A que está atada?
¿A qué están atados, señoras y señores?
¿Dónde están ahora mis adeptos?
(La gente habla a la vez).
(Alguien dice):

—Temeridad.
—Bien, y ¿qué es la temeridad?
(Señor en la sala):

—El suicidio.
(La gente habla a la vez).
(Señor en la sala):

—Un pequeño suicidio blando.
—Un pequeño suicidio blando.
Ja, ja, ja, ja.
Qué bueno, un pequeño suicidio blando.
Está usted... —ahora lo traduciremos—, está usted atado a la negligencia y la temeridad, ¿verdad?
Y esa temeridad lo conduce a ¿qué?
No está usted metido en la tierra con su cadáver, sino que este se va a la tierra, su cuerpo se va a la tierra.
No está usted atado a él.
¿A qué sí está atado?
(La gente habla a la vez).
¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Al avión, a la ley.
—Al avión, pero ese cacharro se quema entero.
(La gente vuelve a hablar a la vez).
En eso se equivoca.
Señoras y señores, esa es la razón por la que antaño la gente empezó a ver fantasmas.
El ser humano que está atado a su tiempo...
Todavía no saben lo que es un fantasma.
Este se ha analizado en ‘Dones espirituales’.
Pero ese piloto y ese hombre que hace la transición por negligencia y temeridad, tal como cada semana se estrella un caza, esos niñatos, esos críos de veinte y veintiún años, supongamos que ese chico llegue a los sesenta, a los setenta años, se queda atado, sin embargo, sesenta años a esa aviación y no se desprende.
No ha cometido un asesinato consciente, para él se trata de volar, para él no se trata de un asesinato.
Pero ese mismo piloto de veintiún años, si tiene que cumplir ochenta años, señoras y señores, si fuera su hijo, podrían decir tranquilamente: ese ha quedado fuera de combate durante sesenta años.
Ese llegará directamente al mundo al que llegó Lantos Dumonché, maestro Zelanus, después de la putrefacción.
Esos no tienen ni vida ni muerte, viven en un mundo que no es visible.
Ningún clarividente puede percibir ese mundo: ya no tienen luz, tienen una leve niebla grisácea, inconsciencia.
Es un mundo que se sitúa entre el mundo consciente, entre el mundo del renacer y el mundo humano, y puede verse.
Si esos chicos tienen que llegar a cumplir los ochenta años, se han atontado durante sesenta años, se han atontado espiritual y humanamente.
Porque han hecho algo por lo que ponen fin a sus vidas, por lo que las han hecho añicos, fragmentado; no violado, sino deformado.
¿No ha quedado claro?
Y así es para centenares de cosas.
Un motorista, conducir un coche, aviones...
Con ese coche, ¿qué clase de...?
Imagínense ahora: ¿qué clase de demencia es esa, pues?
Es romper récords.
Un boxeador al que golpean en el cuadrilátero: muerto, y ya.
Pues esas leyes me las conozco todas.
Ese señor, boxeador, yace allí; durante cuarenta, cincuenta años está en ese cuadrilátero y de allí no sale.
Durante sesenta años sentirá que lo golpean y el instante en que hace la transición, ese último golpe que lo provocó, lo sentirá durante sesenta años.
Y cada segundo de nuevo.
Eso se convierte en una tortura, es igual de horrible que si a usted... es igual de horrible que la incineración, que también es espantosa.
Pero al boxeador al que le dan una paliza, que se desploma y que se va al ataúd...
Porque deja que lo echen a golpes de la vida, sesenta años demasiado pronto.
Ciertamente, son caracteres apasionados humanos, ¿no?
No son leyes divinas que Dios se haya inventado, ¿no?
¿Entienden?
Todo ese sensacionalismo por el que muere el ser humano, por el que el ser humano se ve arrancado de su cuerpo, es desintegración espiritual.
E imagínense ahora un poco a quien esté a diario un poco atado a su entorno, a ese boxeo, esas carreras, esos atletas velocistas y todas esas otras cosas.
Aparece un motorista de esos que en el curva... pumba: adiós, señor.
Sí, a ciento sesenta, pumba, por encima de la valla: más muerto que muerto.
¿Cuántos años le quedan por vivir, señor?
A ver, veamos.
Ah, setenta y cuatro, setenta y cinco años.
¿Ahora tiene usted treinta, veinticinco?
Ese seguirá ahora atado durante sesenta años a esas prisas locas.
No conseguirá desprenderse, porque eso de ir como locos y aumentar su espíritu y toda su personalidad...
Lo normal ya no lo puede vivir, porque “normal” es lo humanamente normal, y eso significa nada de ir como locos para batir récords, es la conciencia diurna humana normal, tranquila, y eso es trabajar, trabajar, trabajar y dormir, y nada más, y esforzarse por hacer la vida hermosa.
Son cosas que hemos inventado en la sociedad y por las que el ser humano se deja a sí mismo clavado a su propio estado.
Y eso es igual de horrible, señor y señora, que la incineración.
Entonces el ser humano dice: “Pero así eres libre”.
Pero lo que ocurre —por desconocer las leyes— es que se sigue sin estar libre del propio cuerpo, uno se va, simplemente, después de la incineración... te queman, pero entonces sí que llegó su hora.
O bien uno, conscientemente, tiene que... también un asesinato, un asesinato...
Allí no es posible ir vivo a un crematorio y decir: “Señor, vamos a ver, quémeme”, para suicidarse, porque eso no lo hacen.
Así que el ser humano que se muere, lo hace.
Dicho de otro modo, el ser humano que esté sano y cuya vida termina por su propia frivolidad, estará atado por esta a esa misma frivolidad, hasta que llegue la hora, el minuto de la muerte normal, y entonces el hombre, la madre o el padre, esa alma irá al mundo de lo inconsciente para nacer de nuevo, o bien para la paternidad o la maternidad, o irá al otro lado, y entonces uno será allí exactamente como era en el momento de morir.
Ninguna otra cosa.
Pero esos sesenta años uno está detenido; anulación completa de todo.
Porque uno vive allí y...
“Vuuuuu”, y eso no para nunca, nunca, nunca; porque es una desintegración que se ha vivido al cien por cien y que es anormal, así que esa anormalidad en la que vive uno mismo...
Es que uno lo que es es ese motorista, ¿no?
Así que es imposible soltarse de eso, o uno en la tierra tiene que poder decir conscientemente: “Lo dejo”.
Pero ahora ya no se desprende uno de eso.
Eso solo es posible dentro del cuerpo.
Allí es donde se tiene la fuerza y la voluntad para desprenderse.
Pero ese espíritu se ha llevado ese asunto entero, ese mundo entero, esa desintegración entera, y entonces no se puede cambiar la personalidad, porque ya no se tiene realidad.
Eso es muy desagradable.
Parece algo tan tremendamente inocente, que allí alguien con... que conscientemente...
En la calle ya es posible que te den un tortazo con treinta, cuarenta kilómetros por hora, y al hospital.
Pero si uno sabe a conciencia con un coche de esos: bien, voy a lanzarme, voy a sacar todo lo que tenga...
Bueno.
Yo también he sido malo alguna vez, hace unos años.
¿Se acuerda, señor?
(Señor en la sala):

—Sí, claro que me acuerdo.
—Y allí recibí mi tortazo.
Si el maestro Zelanus no hubiera tomado el control del volante, yo habría enviado a cinco al hospital.
Y solo porque yo...
Esas curvas te las sabes.
Yo me olvidé.
En la calle... estaba aquí en Marlot (un barrio de La Haya), pienso: ‘Cielos, cielos, en estos siete, ocho años hemos pasado cincuenta veces, cien, dos mil veces por Marlot, por aquella esquina, de forma calculada, había un poco de oscuridad, veníamos de Ámsterdam, lo calculo demasiado tarde, voy demasiado lanzado y entonces bum bum’.
Sí, de golpe, plenamente concentrado, ya ni siquiera era yo mismo, y así...
Si hubiera...
Él es un buen conductor, pero dice: “Un solo movimiento equivocado, Jozef, y habríamos dado una vuelta de campana, así, sin más”.
Digo: “Tendré cuidado.
Tendré cuidado.
Tendré cuidado”.
Y aquí estamos ahora.
Puede pasar.
Soy un conductor riguroso, conduzco igual que hablo, igual que escribo, igual que con todo.
¿Verdad que sí, señor?
Veníamos de algún sitio los dos, dice: “Para”.
Digo: “Qué parar ni qué ocho cuartos”.
“Es que”, dice, “si viene alguien por allí...”.
Digo: “Sí, ahora tiene que aceptar, señor Van Straaten, que yo conduzco y veo”.
Así lo he aprendido, así que no soy capaz de conducir de otra manera.
Sí que tengo que tener en cuenta...
Empecé a conducir de forma clarividente, porque aprendí a manejar —eso lo podrán leer más tarde en ‘Jeus III’— sobre una silla, y entonces vino un mecánico desde el otro lado —se le ofrezco para que lo hagan— y él me enseñó, y en una semana...
Solo tuve una semana para examinarme.
Y entonces mi hermano Johan dijo: “Ese no soporta la ciudad, tiene que volver a Crisje, porque va a volverse loco”.
Dice: “¿Encima tienes que examinarte?”.
Digo: “Sí”.
Pero me encontraba en ese cuartito en casa de mi hermano el sastre, moviéndome de aquí para allá, sentado en una silla.
Y esa silla era un vehículo y yo iba en coche por la calle Venestraat, nos metíamos por la calle Leidsestraatweg, digo: “¿No puedes tener un poco de cuidado?”.
Y casi me trago con el coche a una señora allí, en la Leidsestraatweg.
Y mi hermano se enteró, dice: “Estás chalado”.
Bernard dijo: “Ese está tarado”.
Y yo que vuelvo.
Y Bernard que dice: “¿Lo dices en serio?”.
Digo: “Pero ¿es que no sabes lo que me pasó hace tiempo?”.
“Pero, no es posible hacerse chófer sentado en una silla, ¿no?”.
Johan dijo: “Tiene que volver a casa”.
Bien, pero de eso no estamos hablando ahora.
Pero una noche resulta que...
Dice: “Para”.
Digo: “No, señor, nada de parar, ni hablar”.
Digo: “Un coche verde”.
Entonces miraba a través de las casas.
Y me encontré en la esquina de la calle: bum.
“Ejem”, dice.
¿No es cierto?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Clarividente: atravesar las casas con la mirada.
Pero si voy conduciendo detrás de un coche sin estar atento...
Es posible que en la calle... que en la calle haya otra persona que me envíe al otro lado.
Pero, señoras y señores, si lo quieren ver bien —y así es que tampoco debemos vivir, porque tenemos que adaptarnos a los tiempos—, y entonces puedes analizar el estado y el tiempo de cualquier ser humano, porque no hay apenas nadie que llegue al otro lado de forma normal, porque en la calle los vehículos hacen papilla a la mitad de la humanidad, y tiene sus propios errores, y pasa volando como les dé la gana.
Vamos, vayan a mirar cuando tengan todas esas leyes, y las conozcan, todo lo que por irreflexión, por no mirar en la calle...
Una señora no mira para ningún lado, cruza la calle, zas, al hospital, muerta.
¿Eso qué es?
Ahora tenemos que adaptarnos a la sociedad.
¿Lo ha creado Dios?
Así que esa madre, o ese hombre, alguien, va por allí pensando, pensando, pensando y le pasa un tren por encima.
¿Eso qué es?
¿Es la voluntad de Dios?
¿Es culpa del maquinista?
¿Por qué no prestó más atención ese hombre?
Han ocurrido accidentes por negligencia, por perderse en pensamientos.
El hombre al que casi atropellan, porque el conductor tuvo que frenar en seco.
Dio una vuelta de campana con toda su gente, de pronto se oye: quince, dieciséis personas muertas.
Pero ese muchachito que andaba por ahí soñando.
Si el chófer no hubiera tenido que frenar, no habría pasado nada.
Ay, señor, y así ocurren accidentes que uno no quiere.
Alguien vino a verme la semana pasada y me dice, dice: “Lo que no me ocurre nunca: casi he... freno como un loco, un crío por la calle, cruza volando, sin mirar, y yo que paso por allí, que se estrella contra el coche.
Pienso: ‘Ay, Dios, ese está muerto’.
El crío salió despedido por los aires, vuelve a caer, se queda mirando un poco: todo bien”.
Pero hay cien mil que se matan.
¿Culpa de él?
Para nada, porque él no lo deseaba.
¡El crío!
Pero los adultos son iguales.
Y entonces en el fondo haces la transición demasiado pronto.
Ese boxeador y ese piloto de coches, y el ser humano que hace esto y aquello, que se dedica al deporte y todas esas cosas para batir récords, y pilotos de avión y todas esas cosas, toda esa gente hace una transición prematura.
A la hora de la verdad de lo que se trata, señoras y señores, es qué tarea buscamos y queremos hacer para nuestra evolución normal aquí en la tierra.
¿Cierto o no?
Y es la verdad.
Cuando uno llega a las leyes divinas, entiende: eso es un árbol de la vida, tiene ramitas.
Aquí hacemos una transición prematura y eso es disarmonía, porque hacemos... creamos disarmonía por ir como loco por la calle con ese buga o con ese avión.
Pero hay madres que no quieren hijos, no tienen amor.
Y también hay madres que dicen: “No quiero hijos, de ninguna manera”, y vuelve a despacharlos por donde vinieron.
Exactamente lo mismo.
Así que ya existe para la maternidad, ya existe la disarmonía y la desintegración.
¿Y de verdad que la personalidad no tendría que ver nada con todos esos rasgos salvajes de cara a su personalidad y sentimientos?
Tendrá que significar algo, ¿no?, cuando el ser humano cruza la calle volando como pato silvestre y lo hace así y asá.
Yo digo: “No, no sería de extrañar para nada, señor, si mañana usted se rompe la crisma.
Y a mí ¿qué me importa? Es cosa de usted”.
Pero está atado a algo, se anula demasiado pronto.
Y no es un asesinato consciente, sino que la gente está atada a su negligencia, a su frivolidad, y eso es: no se desprenden de ese estado hasta que llegue la hora de morir.
Y eso puede tardar cincuenta años o puede tardar sesenta años.
Esa gente son fantasmas.
Si pudieran entrar en contacto con la tierra, señor, la sociedad, la humanidad ha adquirido demasiada conciencia, pero si no oiría usted... oiría al ser humano, en pleno día: rrrrt, no se oye.
Es cuando se viene acercando un tipo astral espiritual con una moto espiritual de esas, señor Van Straaten, y le aseguro que lo deja hecho trizas.
Viene uno: ruuum.
Eso pasa.
El motorista que se sale de la curva allí en el TT (Touring Trophy, circuito de carreras), en Assen, señor, no está allí... más que para hacer: rrrrt
Si eres clarividente, y usted es clariaudiente, puede ver pasar volando a un muchacho de esos desde su cocina, porque él está atado a eso.
Irremediablemente.
Toma la curva, sin más, en la cocina, y entonces la madre dice: “Sí que es extraño, todavía oigo ahora a mi hijo”.
Digo: “Sí, señora, él es un fantasma”.
Su Norton (una marca de moto) la sigue teniendo con él.
Señor, no se desprenderá usted de eso hasta que no recupere el pensamiento normal, porque ya entenderá que está usted loco por ese deporte, disuelto en darle al acelerador, y eso es algo de lo que uno no se desprende así como así y piense: ah, ya pasó.
No, señor, seguirá usted metido.
Y debido a que vive la unión con eso, no se desprende de ello.
Y eso es para las artes y las ciencias, señor.
Si dice usted: “Eso no me cuadra”, se lo demostraré.
¿Y cómo puede verse eso?
Los locos conscientes viven en el manicomio, el ser humano que se lo puede demostrar.
Pero ¿quiénes son?
Es igual de grave.
(Señora en la sala):

—... para el estudio...
—Esta criatura recibe esta noche las mejores cualificaciones.
Sí.
Escucha usted bien.
Hace poco les conté: había un chico... viene a verme una señora: “Bueno, señor Rulof, ¿puede hacer usted algo por mi hijo?”.
Digo: “Señora, ¿qué pasa?”.
“Es que está en Rosenburg (un centro psiquiátrico)”.
Dominaba dieciséis idiomas, y bien, de maravilla.
Un chico que sabía estudiar.
El idioma número diecisiete le rompió la crisma.
Allí está ahora.
Sabía...
Dominaba el francés, alemán, inglés, italiano, hebreo, latín y griego —y de todo hace un mejunje— y entonces aparece uno: “Wrlumwrlum”, empieza a caer y a caer; y allí está su enfermedad.
Y toda su vida...
Porque sigue vivo, ¿entienden?
Sigue vivo.
Y ¿pensaban ustedes...? Ahora sabemos que detrás del ataúd tenemos una personalidad espiritual...
¿O es que ese cuerpecito habla por los codos?
¿Quién es la persona que con sus idiomas vuelve a...?
Traduce y es poeta, encima tiene rimas.
Ese espíritu humano que en Rosenburg...: “Ah, siéntese, esta mañana tenemos francés”.
Y entonces empieza a decir (Jozef imita sonidos franceses): “¡A sentarse!”.
Y entonces esos locos tienen que... los agarra por las solapas y dice: “¡A sentarse!”.
Y entonces se presenta como profesor y de repente habla del hebreo de allá, y habla de Jerusalén y allá de lo otro, y después está en un rincón y ya no hay gente, y aparece el enfermero...
“Y yo mismo estoy allí”, dice la madre.
“¡A sentarse!”.
A su madre.
Y ella que dice: “Pero, chico”.
“¡A sentarse y si no: fuera!”.
Y así lo hace.
Y entonces empieza.
Es cuando la madre tiene que...
Y piensa: ‘Sí, así al menos estoy todavía un rato con él’.
Y entonces tiene que aprender hebreo.
Pero italiano de golpe.
Y entonces ella piensa: “Ay, Dios, pobre muchacho mío.
¿Es que no sabes que estoy?”.
“¡A sentarse!”, y entonces se manifiesta el profesor.
El maestro está loco de remate.
¿Que si es triste?
Entonces dijo: “Ojalá tuviera una tienda de ultramarinos.
Y ahora tengo un erudito.
Con lo orgulloso que estaba de mi chico”.
El profesor dijo: “Oh, señora, es un genio de los idiomas”.
Entonces dijo: “Sí, doctor, es maravilloso, verdad”.
Y ahora está en Rosenburg.
“Ojalá hubiera tenido una tienda de ultramarinos”.
Digo: “Señora, entonces tendría que haberse puesto a contar tantos granos de trigo que ya habría vuelto a... (inaudible), si entonces continúa”.
Pero ya lo ve, de lo que se trata para nosotros es que si ese hombre sigue estando ocupado con sus idiomas...
Y allí tienes este y allá tienes al pastor protestante...
El pastor de allí... dice: “Bueno...”.
Ha leído usted ‘Las máscaras los seres humanos’: “Dios, Jehová, Dios”.
“Sí”, dice Hans.
Pero eso es aquí en Rosenburg.
Y en cada manicomio ve usted a los pastores protestantes, a los dementes religiosos; esos penden ahora entre la vida y la muerte, y se olvidaron de llevarse una escalerita para volver.
Buscan a Dios y van demasiado lejos, ya no regresan, ya no pueden regresar, porque se han disuelto.
“Eeeh...”, ya empiezan.
Miles de locos, tenemos dementes religiosos.
Si el maestro Alcar no hubiera puesto conmigo fundamentos, así, uno por uno, seguridades, seguridades, allí, allí, allí, allí...
Ahora he vivido el cosmos.
Entonces qué son dieciséis idiomas, ¿señor?
Debería usted hacerme aquí cien millones de preguntas.
Una señora...
No puede ser, ¿no? Porque entonces lo tienen que hablar todos de antemano.
Para ver de una vez por todas...
Así podrán determinar, por fin, la conciencia, ya lo saben un poquito, porque así podremos ahondar en eso, pero rápidamente: bla, bla, bla.
Aunque constaten cien mil, señor, ni así me pondrá usted nervioso.
Pero ese hombre de allá se parte el cuello, su cuello espiritual, por un puñado de idiomas de esos.
¿Qué más da entonces si los idiomas del mundo uno los...?
Hay un señor que sí era capaz, porque hace poco leí que sabía unos ciento cuarenta y cinco idiomas, dialectos incluidos.
Esa gente también existe en el mundo.
Pero mire, esa es la conciencia, es sentimiento.
Pero este hombre se pasó justamente un poco de la raya y desconocía sus sentimientos, y entonces empezó a desvariar y se disolvió en los idiomas y más idiomas, y si eso es para él, ahora todavía, sigue vivo...
Pero si ocurre un accidente... ese accidente de ese hombre es la misma cosa de locos detrás del ataúd que la de aquel en el manicomio, señor, porque no hay ninguna diferencia.
¿No es justo?
Así es.
Pues a ver quién se lo va a contar a un psicólogo.
(Señor en la sala):

—¿Señor Rulof?
—Sí, señor.
(Señor en la sala):

—Un maniaco del ajedrez, ¿también puede estar jugando al ajedrez al otro lado?

—Desde luego.

—¿Es así?
—Sí, pero en los cielos también juegan al ajedrez, porque este juego no es tan infantil.
Por las mañanas...
En los cielos uno a veces se aburre, señor Götte.
También se puede jugar allí a las damas.
(Señor Götte):

—No me creo nada de eso.
—¿No se lo cree?
Bien, pues, primero esto, primero tengo esta pregunta, si no me riñe esta señora, me dirá: “Ese señor no hace más que hablar por los codos y se olvida de hacer algo”.
(Jozef lee otra pregunta primero).
¿Esto qué es?
“Un amigo nuestro sueña cada noche sobre su trabajo de hace veinte años”, encima eso, señora, “cuando aún era un subordinado.
En este momento ya lleva un año enfermo, totalmente extenuado.
Gracias de antemano”.
“Un amigo nuestro sueña cada noche sobre su trabajo de hace veinte años, cuando aún era un subordinado”.
Pero es que antes de enfermar, antes de quedarse desquiciado, ¿es que entonces era su propio jefe, señora?
(Señora en la sala):

—Sí.
—¿Sí?
Y ahora, sin embargo, ¿no ha dejado de soñar sobre esos tiempos?
(Señora en la sala):

—Todos los días.
—¿Sobre esos tiempos?
(La señora añade algo).
¿Y él no entiende lo que es?
(Señora en la sala):

—No.
—Eso de ser el jefe lo ha enfermado, ¿entiende?
Se pasó de rosca, mire.
Eso no debemos decirlo: se pasó de rosquita.
Pero la sociedad dice: se pasó de rosca, de rosquita.
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

Pase, señora.
¿Busca a alguien, señora? No me diga.
¿Está buscando a alguien aquí?
(Señora en la sala):

—No, qué va, no se preocupe.
—Ah, que no hay que preocuparse.
Bueno, pues espero que no haga falta preocuparse.
(Jozef continúa con la pregunta).
Pero ahora está totalmente agotado.
¿Y ahora quiere saber usted por qué ese hombre sueña una y otra vez sobre su juventud?
Y está extenuado y enfermo.
(Señora en la sala):

—Ahora tiene veintinueve años.
—Y está enfermo.
(Señora en la sala):

—Sí.
—Mire, señora, esto es un hermoso fenómeno, de cómo tiene que ser, de cómo no tiene que ser.
Porque se puede estar enfermo, se puede vivir una desintegración física.
Porque no hace falta alardear de eso.
Un ser humano puede trabajar, trabajar, trabajar, trabajar, y para eso no hace falta que enferme; y si no estás fuerte, te pasas de rosca si continúas.
Si el ser humano pudiera calcular su cuerpo, no se aceleraría.
Pero los tiempos en que no tenía tantas cosas en qué pensar, ahora hablan en su interior, lo normal.
Allí ya podría haber empezado a pasarse de rosca, claro; pero esto, cuando aún era aprendiz, o cuando no se complicaba la vida tanto, y absorbía todo con más tranquilidad, estos tiempos le hablan ahora.
Y eso es lo normal.
Lo anormal es que vive en un estado en el que se ha pasado de rosca trabajando, en el que se ha quebrado física y espiritualmente.
Y eso está librando ahora una batalla en su interior.
¿Quién quiere tener razón?
Eso bueno, eso que es normal, habla ahora contra la desintegración, y eso es lo que vive ahora.
Por eso sueña con los tiempos de su estado.
¿Conoce a ese hombre?
Y si se pusiera a hablar a fondo con él, ¿de qué se pondría a hablar?
¿Qué le puede enseñar ahora?
¿Cómo puede curar a ese hombre para que ese suplicio de esos sueños...?
Allí sigue estando ese suplicio.
Porque le puede servir: lo que vive en sueños se lo puede ofrecer usted hablando.
¿Con qué va a empezar ahora?
(Señora en la sala): “... (inaudible), pero no quiere empezar”.
No quiere empezar.
Mire, si habla ahora con este ser humano...
Si yo tuviera a ese ser humano, y lo... y se recuperara, tenía que curarlo, digo: “Señor, pues lo primero que vamos a hacer es mirar dónde están los errores”.
(Señora en la sala):

—Él es muy egocéntrico.
—Sí, ya estamos, y entonces él piensa: pues adelante.
Y si entonces sigue siendo egocéntrico y con esas cosas quiere...
Es un análisis psicológico puro para el carácter, y eso el psicólogo también lo puede hacer, y lo hace.
Si el médico quiere sanar a ese hombre, a esa mujer, entonces dice: “Primero vamos a mirar dónde están los errores”.
Y allí y allí...
“¡Habla!”.
Y se pone a contar.
Y entonces dice aquel: “¡Para!
¡Allí hay un error!”.
Y entonces tenemos que hablar primero hasta corregirlo.
“Así es como tendría que haber actuado usted”.
Hasta el instante en el que viva —y ya se puede retroceder veinte años, treinta, y vivir cada día— iremos a explicárselo, y así el hombre se conocerá a sí mismo.
Entonces toma lo bueno y lo malo y analizará; y podrá usted liberarlo de esa presión sobre sus sentimientos.
Y el psicólogo tiene que hacerlo de esa forma, de lo contrario no podrá ayudar al enfermo.
Y si están estresados, también les dará un poco de medicina para serenar esos nervios, pero todo eso es camuflaje y es llevar al ser humano de mal en peor, porque entonces se anestesia el sistema nervioso y se queda atontado y él ya ni siquiera será capaz de pensar.
La gravedad del error equivocado, si usted lo...
¿No es entonces así? ¿No es sencillo entonces?
Hacemos algo mal y estamos dándole mil vueltas y lo enmendamos, ¿no ha desaparecido entonces de golpe?
Entonces por dentro somos mucho más fáciles, ¿no?
Es el remordimiento para el ser humano.
(Señora en la sala):

—Sí, pero es que nunca acierta nada.
—¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Tiene miedo de que cada vez el error...
—Señora, a ese hombre se le doblan las rodillas, pero fijo.
Ese ya está temblando, no tiene ningún asidero en ninguna parte.
Usted sí tiene asideros.
¿Por qué se le doblan las rodillas al ser humano?
¿Cuál es su asidero?
¿Cuál es nuestro asidero en la sociedad, en esta vida?
¿Pues?
(Señora en la sala):

—¿Lo espiritual?
—Sí, lo espiritual, señora, pero con eso no hemos llegado todavía.
Ahora vamos a otra cosa.
¿Ya lo sabe?
(Señora en la sala):

—La fuerza cósmica.
—No, todavía no se ha aclarado, mire.
No, todavía no se aclara.
No, eso no es.
(Señora en la sala):

—La paternidad y la maternidad.
—¿La paternidad y la maternidad?
Sí, eso es muy fácil.
(Gente en la sala):

—Autoconfianza.
—Autoconfianza dicen por aquí.
La voluntad propia, ¿verdad, señora?
(Señor en la sala):

—... con la sociedad.
—¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—Vivir en armonía con la sociedad.
—¿Quién está diciendo eso?
Señor, la armonía en la sociedad.
Si hacemos algo mal, si hacemos esto, entonces sí que tenemos...
No hacemos más que acumular remordimiento y más remordimiento y más remordimiento, hasta que este pasa por encima de nuestros sentimientos y nuestra personalidad; es cuando ya no tenemos asidero alguno en parte alguna: adiós sueño, adiós descanso, ya no hay armonía, adiós lucecitas, adiós contactos; nos sentimos quebrados, señor.
¿No ha hablado jamás con un ladrón de verdad, señor? Con un ser humano con remordimiento, ¿jamás se ha encontrado con uno?
Atienda, señora, así conseguirá una confesión como si se estuviera confesando Dios.
¿Jamás ha conseguido llorar por un hombre que sentía remordimiento? Por uno que dijera: “Ay, ojalá pudiera enmendarlo, ojalá pudiera enmendarlo”.
Señor, vamos, adelante, debería usted escuchar esos pobres asesinos en la cárcel, para enmendar, para enmendar.
El pasado año les conté: en Róterdam, en la cárcel; allí alguien había escrito sobre la cárcel de mujeres, y entonces escribí a aquella señora, a la directora.
Digo: “Señora, tengo libros espirituales.
¿Puede usted colocar quizá algunos libros para esas pobres mujercitas de allí?”.
“Sí, claro”.
Fui allí con el señor Van Straaten, les dimos dos juegos, digo: “Haz que los lean”.
“¿Quiere usted...?”.
Digo: “Si es necesario, también les puede dar las explicaciones”.
“¿Conferencias también?”.
Digo: “Sí, señora, les ofreceremos conferencias”.
“¿Y de quién?”.
Digo: “Esos libros son míos.
Aquí tiene mi juventud, y aquí tiene esto, si quiere leerlo...
Esa gente recibe... tiene que...
El remordimiento espiritual que usted alberga ... con una pluma de escribir no puede... con eso no puede leer novelitas espirituales cuando se trata de una feria y todas esas otras cosas.
Esa gente allí, esas pobres mujeres están metidas en una lucha, es más que horrible”.
Y entonces dijo ella: “Oh, qué maravilla”.
Se lo he contado, ¿verdad?
Digo: “Quizá este invierno una conferencia en Róterdam, en la cárcel”.
Señora, ocho meses después me llegó una nota: “Bien, ¿podría hacernos el favor de venir un día, porque aquí hay gente que lo han consultado...
Pero, claro, les gustaría hacerle preguntas”.
Digo: Ah, sí, su pastor protestante, ¿verdad?
¿Su católico?”.
Digo: “Señora directora, no está cumpliendo con su palabra.
Debería haber entregado esos libros.
Dijo: ‘Los entregaré’, pero eso es palabrería, señora”.
La directora de la cárcel de mujeres en Róterdam.
Digo: “Señora, debería haber cumplido su palabra, pero lo que hace es conservar su condena, es eso”.
Señor pastor protestante, el señor cura, estaban en medio.
Pero a aquellas pobres criaturas les podría haber despojado de su remordimiento si les hubiera contado que...
Porque esa gente está allí, y está allí, y ya ni se atreven a mirarle a Dios a la cara, porque, ay, Dios, con que solo miren un poco hacia arriba...
Y había tres intelectuales allí, una baronesa de esas, una condesita, habían cometido asesinatos y todas esas cosas.
Había veinte, con cadena perpetua.
Y allí vuelven a meterse el muermo del pastor protestante y el cura, pero principalmente, la Biblia con la condena.
Y entonces, claro, al pastor le pareció que...
Porque eso es todavía nuestro parlamento: la Biblia.
Y ahora resulta que no es posible alcanzar esos pobres diablos.
Digo: “Señora, deme la posibilidad de ir a hablar con esas criaturas y entonces les quitaré ese remordimiento”.
Cadena perpetua.
Digo: “Señora, deme la oportunidad.
Si me esfuerzo, señora, ¿cree que sacaré a diez?
Entonces me sentaré en la cárcel por esa gente, toda la vida.
Lo haré, si a diez...
No me merece la pena por siete.
Pero a diez las tengo que sacar.
Si saco a diez de estas...
Estoy listo, señora, usted está lista, pero ellas aún no, y por ellas ya me gustaría dar la vida, para que puedan volver a dirigirse a la sociedad y empezar una nueva vida y enmendar algo, por eso entregaría yo mi vida.
Y así seguiría cinco años, quizá veinte, treinta años, hasta la edad que tenga que alcanzar, arreglando asuntos para esas personas.
Y en ese caso le aseguro que nadie me verá llorando.
Lo hago encantado.
Así ayudo al ser humano.
¿Ha pensado alguna vez en eso?
Digo: “Señora, ¿me permite que compre cinco para sacarlas de aquí?
A cambio ingresaré yo”.
“Ja, ja, ja, ja”: le entró la risa.
“¿Le parece raro, señora?”.
Me puse a hablar un poco, empezaron a tener lágrimas.
Pero el señor pastor vuelve a estar en medio.
Y se anula la conferencia.
Esos pobres asesinos, esas asesinas, miren esas pobres criaturas, yo no las vi, pero lo decía el periódico, allí andan, remordimientos ambulantes.
Señora, si esta medianoche recibo la noticia: “Señor Rulof, lo acepto, se lo doy, saldrán diez”,
yo diría: “Estas empezarán una nueva vida”,
y ocuparía durante mi vida entera su lugar en esa cárcel, con una sonrisa.
Pero mañana ya estaré escribiendo libros.
Gritaré: “Hurra, voy a dar conferencias allí”.
Pero ahora el señor pastor se entromete.
Esa gente sigue deambulando con su remordimiento, no salen de allí.
Señor, ¿sabe usted cómo roe eso, qué clase de horror es?
Pero ahora les he contado una historia y resulta que lo primero se me ha escapado por un instante, porque me alejé demasiado.
En realidad, ¿de qué hablábamos?
¿Ustedes se acuerdan?
Si no lo saben, pues sigo, como si nada.
Pero algo se me ha olvidado.
He hecho una pregunta.
Y entonces dije: está cerca, no estaba en ese momento.
(La gente habla a la vez).
(Señor en la sala):

—Lo ha contestado.
—¿Que lo he contestado?
Estupendo, si lo contesté, continúo, pero tengo que acogerlo conscientemente, de lo contrario esta noche el que no duerme soy yo.
Si voy a casa y hay una pregunta que no he tratado aquí según las leyes, me despierta, no hace falta que lo haga el maestro Alcar, pero esa pregunta me mantiene despierto.
Y entonces digo: “Sí, se lo prometo, se lo prometo”.
Y entonces, gente, querría que todos ustedes vinieran aquí rápidamente otra vez, de madrugada, para terminar esa pregunta, y después ya me quedo tranquilo y me duermo.
Porque si no no puedo dormir, porque la pregunta me domina y quiere ser respondida.
Así es como reaccionan las leyes espirituales.
De darse el caso de que no trate bien una pregunta, de forma negligente, señor, entonces recibo una paliza, más contundente que la propia cárcel, porque aquella es como un hachazo instantáneo, me anula y me tortura.
Y todo eso ustedes también lo reciben.
Pero ahora el remordimiento de semejantes personas.
Despojar al ser humano de un estado así... imposible, señor, porque el señor pastor... nuestras cárceles siguen siendo bíblicas.
Allí no se piensa: esto es un ser humano.
Pero me salió una sola admiradora, según me escribió, y esa señora, esa criatura, está leyendo todos los libros.
De modo que al final, con nuestros esfuerzos, sí que saqué a una admiradora de entre esas presas.
Digo: “Señora, mejor envíe esos libros de vuelta”.
“Sí”, dijo, “ya se leyó la mitad”, una mujer de cuarenta y cuatro años, no la vi, pero ya se leyó la mitad, “y cuando haya terminado con el último, se los devolveré”.
El resto, sin embargo, que se fastidie.
Tendrá que arreglárselas para quitarse de encima ese remordimiento.
Y, señor, señora, ahora lo sé, ahora está volviendo, se trata de ese hombre, y también de aquellas personas, si ahora ustedes son capaces de explicar eso, esa enfermedad, por la que empezó con ese estrés y esas prisas y esa cosa salvaje, entonces podrán sanarlo mediante la palabra.
“Y esa gente”, dijo la directora, “es incurable, está destrozada de por vida”.
Y para el pastor están condenados para la eternidad.
Y esa es nuestra sociedad, están eternamente condenadas.
Han hecho algo.
Y no hay un Dios de amor.
Así que: ¡fuera libros!
Porque el señor cura y el pastor piensan: no, son libros ocultos, no pueden leerlos.
Pero entonces habrían sabido exactamente que Dios no las golpea y que Dios no las condena, sino que eso lo podrán enmendar más tarde en otro organismo —y que como madres darán un nuevo organismo al alma— y así al menos se habrían librado de ese remordimiento.
Allí son como verdugos, deberían ustedes...
Por eso dije: “¿Jamás han hablado con un ser humano que siente remordimiento?”.
Ese criatura allí dijo: “Sigo dudando de mí misma”.
Dios mío, Dios mío, si ya se dicen a ustedes mismos: “Todavía estoy dudando y bien me gustaría verme de otra forma”, señora, entonces ya está al cien por cien trabajando de forma consciente.
Porque otros todavía golpean y patean y tiran las cosas y condenan a la masa.
No aceptan un pequeño error cuando cometen errores.
Los errores se justifican, no toques esas personalidades de poca monta.
Tengo una señora que dice: “No soy más que una tremenda bruja y una lela, no soy más que un desastre, no sé nada”.
Pero ¿cuánta riqueza no tiene ya ese ser humano al dejar de tener esos pequeños pedestales?
Eso es, ¿no?
Y vayan a echar ahora un vistazo allí, miren un poco en la sociedad.
(Señora en la sala):

—¿Señor Rulof?
—Dígame, señora.
(Señora en la sala):

—Yo he trabajado en la cárcel, y entonces también les di sus libros... (inaudible)... que tenían ganas de leer entonces.
—Sí.
Sí, yo eso también lo he hecho, se los leía allí.
Digo: “Deme la posibilidad”.
Quería...
Me desprendería de inmediato de ustedes, señoras y señores, todavía en toda esta vida.
Ya no les ofrecería conferencias si me permitieran visitar las cárceles.
Porque entonces ya no las necesitarían, ¿verdad?
Entonces me recorrería Holanda, porque tenemos un buen puñado de cárceles con gente a la que le gustaría saber.
“Ay, ay, ay, ¿puede usted ofrecer conferencias?”.
“No, señora, el gobierno sigue estando detrás de esto.
Aún tenemos la Biblia y la Biblia prohíbe participar en estas cosas”.
Así que todo eso es eclesiástico.
A la presa que está allí no se le pregunta cómo siente y piensa por dentro.
Y en cambio, allí no entra todavía ningún erudito metafísico.
El pastor que está allí y que dice: “Sí, Dios...”.
Sí, ahora se explican las leyes.
Y aparece un viejo por allí, que ya lleva treinta años en la cárcel: “Maldito canalla, ¿quieres decirme ahora encima que Dios me va a golpear aún más profundamente en mi miseria?”.
Eso arrastran, día y noche, en las tinieblas, y también esas tinieblas en esa alma, en ese espíritu.
Eso es terrible.
Eso sí que es terrible.
¡Es tan terrible!
A mí no me dejan entrar.
Me quedo sin poder hacer nada ante semejantes bandidos; esos pastores, esos curas, son bandidos espirituales malnacidos que de un pisotón aplastan aún más al ser humano en su miseria.
¿Pensaban ustedes que haya un solo ser humano en el mundo que liquida el ser humano, que asesina, así como así, conscientemente, porque a ese ser humano le haga gracia y le divierta?
¿Pensaban ustedes que esas mujeres que andan por allí...?
Para una madre me parece cien mil veces peor que para un hombre.
Si un hombre se enfada allí y sigue golpeando como un energúmeno...
Un chico que no consiguió una chica y que la cortó la cabeza de un hachazo, y ahora está allí.
Ese mismo periodista escribió...
Sí.
Dice, ese director dice: “Aquí está ingresado”.
“¿Dónde está ese muchacho de tal y cual tiempo, de 1917, de 1918, que asesinó a aquella chica, ¿está aquí también?”.
“Sí”, contesta, “por aquí anda”.
Ya es... ¿de hace cuánto que es eso?
¿Diecisiete años?
Eso pasó aquí en Holanda, en 1917, en 1918.
Hace unos veinte, veinticinco años.
Dice: “Entonces fui a observar a esa gente”.
Dice: “Allí está”.
Dice: “Sí, es él.
Ahora tiene cincuenta años.
Dice: “¿Ese es él?”.
Y resulta que allí había otro muchacho, también había violado a una mujer, a él también le dieron cadena perpetua.
Y dice: “No”, dice: “ese está allá, con la gorra ladeada, es él”.
Vaya drama.
Dramas.
Pero para un hombre no me parece tan terrible como para una madre.
Esas pobres madres, esas mujeres que están encarceladas, otro bebé que tiene.
Y ese terrible mundo duro, vacío, de una directora como esa y de un señor de esos, un señor juez y nuestro parlamento, que allí no hacen otra cosa que pasar por encima de cadáveres.
¿Ustedes también ya tienen los medios?
Eso lo quieren enmendar; meten dinero a raudales, millones.
Y entonces lo que quieren es que el ser humano entregue sus cuartos.
Escuchen —¿no lo han leído en (el diario) ‘Het Vaderland’?—, aquí en los parvularios donde los niños que ya no tienen padres... y críos a los que arrumban sin más, niños que se están aburriendo como ostras, que están bizcos por no tener nada, nada, pero es que nada de nada, nada...
Ahora oyen: “¿Quién tiene esto?
¿Y quién tiene un vestidito?
¿Y quién tiene aquello?”.
Señora, ¿a usted eso le sirve de algo?
Mientras tanto tiramos por la borda millones y millones; y de un pobre nene de esos de año y medio ni siquiera se cuida de forma decente, paternal y maternalmente.
Eso venía en ‘Het Vaderland’.
(Señor en la sala).

—Sí, sí.
—Horrible.
Es tan tremendo, es algo terrible, y además les da vergüenza.
Ahora empiezan con que no lo saben.
Pero debería ir usted un día a visitar la cárcel, donde el ser humano vive con remordimiento espiritual y anhelo espiritual de conocer a Dios; porque alguien que es indiferente, que no lo ha alcanzado todavía, está allí en plan: “Me da igual.
Déjame en paz con tu Dios”, no se les puede alcanzar.
Pero hay centenares y miles que sienten a diario ese tormento y esa tortura; y a ellos ni usted ni yo los podemos alcanzar, porque el señor cura los entierra, a patadas, aún más profundamente.
Es cierto, señor.
Y la señora directora dijo: “De acuerdo, pues venga”.
Digo: “¿Para ese malnacido que ha escrito sobre eso?”.
Digo: “¿Ha leído los libros?”.
Digo: “No pretendo convencer a su juez —no me dan la oportunidad— y a ese señor del periódico aun menos, y a Curro el cura tampoco ni al señor pastor protestante, porque esos se ríen de mí, en plena cara.
¿Qué clase de perifollos son esos?
Señora, deme la posibilidad de poder hablarles a sus veinte condenas perpetuas, y les infundiré alma.
Y las haré felices, si hace falta”.
Pero no me dan la oportunidad, no prospera porque el señor pastor mete las narices.
Nuestro Señor...
Ojo, cuando ese muchacho enseguida llegue, un instante, detrás del ataúd, tendrá preparada una porra.
Entonces el mismo pastor recibirá una paliza de él mismo, tan fuerte como el ser humano ni siquiera es capaz de pegarse a sí mismo.
Nuestro Señor no viola esos pobres diablos.
Pero los pastores y curas que condenan al ser humano aún más profundamente en su miseria, y que lo torturan espiritualmente aún más, recibirán su paliza, señora.
Y eso no lo hace Nuestro Señor, sino que es obra de su propia ignorancia, es igual de absurdo que ese hombre que va como una bala a ciento sesenta y cinco kilómetros por hora por la carretera y que ese hombre con sus veintisiete idiomas en los que sucumbió, todo eso no es mas que una sola ley, una sola sola desgracia, una sola tortura; y esa es nuestra sociedad.
¿Tienen más preguntas?
Cuando oigo eso, lloro hasta más no poder por esa gente, pero no puedes hacer nada.
A todos ustedes los defraudaría si les dijera...
Yo, ¿ahora qué...?
¿Por qué no me preguntan lo que más me gusta hacer?
Miren, entonces me encierro y salvo a diez.
Digo: “... (inaudible) si me prometes, si de verdad me prometen (prometéis) que quieren (queréis) empezar a servir, entonces yo adoptaré por ustedes (vosotras) una cadena perpetua: me voy a la cárcel”.
Ese sí que es el camino que nos enseñó Nuestro Señor y por lo que en realidad vino a la tierra; y por lo que no murió, porque nosotros lo hemos asesinado.
Pero ¿qué hacemos los seres humanos?
A esas personas, a esas pobres, a esas pobres madrecitas, encima les quitamos la única posesión y su existencia y pensamiento, y además nos ponemos a condenarlas para la eternidad, porque de ese infierno no saldrán; son asesinas.
A un asesino jamás se le perdona, ¿no lo sabían?
Es que dan ganas de...
(Dirigiéndose al técnico de sonido):

¿Ya es la hora, señor?
—Sí.
—Señora y señores, el domingo por la mañana el maestro Zelanus hablará del universo que se dilata.
¿Se me ha concedido ofrecerles algo esta noche?
(Gente en la sala):

—Desde luego.
—Pero este domingo por la mañana hablarán los maestros, porque Jozef Rulof es (en inglés) un gran estúpido.
Que descansen, hasta el domingo por la mañana.
Señora y señores, gracias por su atención benevolente.
(Suenan aplausos).