Pobre alma

Una señora fue a ver a André para pedirle su ayuda por un pobre desempleado.
“Quizá pueda hacer usted algo por él.
No tiene dinero, pero cómo vamos a dejarlo abandonado a su suerte, porque sufre terriblemente”.
André preguntó a su maestro qué tenía que hacer.
Alcar dijo:

—De este enfermo podrás aprender mucho, pero no lo pasarás bien con él, eso te quedará claro más adelante.
Pero te recomiendo que te ofrezcas.
‘Qué curioso’, pensó.
Cuando Alcar veía que no podría conseguir nada para un enfermo, nunca le concedía a André que ayudara.
Y ¿ahora?
¿Qué veía su líder espiritual en este enfermo?
André dijo a la señora que mandara visitarlo.
Este incidente no lo dejaba en paz, pero su maestro no le dio más explicaciones.
André ya estaba deseando ver al hombre.
¿Qué viviría esta vez?
Al día siguiente llegó a conocer el problema espiritual.
Ya en la puerta el hombre empezó a lamentarse.
Tendría unos cuarenta años, era estrecho de postura y nerviosísimo, con ojos como ascuas.
No eran hermosos, pensó André.
Leyó en ellos locura, pasión y horror, por lo que entendió que estaba frente a un gran problema psíquico.
Cuando el hombre entró los lamentos empezaron de verdad.
—Ay, señor, soy tan infeliz, tengo que sufrir mucho.
Si pudiera ayudarme, lo agradecido que le estaría.
Todo el mundo me cierra la puerta.
No encuentro ayuda donde los médicos.
No hay nada que hacer, dicen.
Y me persiguen día y noche, en ningún sitio encuentro paz.
Ay, ayúdeme, no me eche, no me diga que no me puede ayudar.
André le dijo que se sentara.
Miraría si podía hacer algo por él.
¿Era una persona extraña o estaba este hombre poseído?
¿Quién lo perseguía?
Le parecía una pobre alma, un pobre desgraciado.
Le tomó la mano —el contacto para el trance— y se quedó esperando lo que le dijera su maestro.
El examen no duró mucho; Alcar le dijo:
—Mira ahora, André.
André sintonizó con el enfermo.
‘Cómo es posible’, pensó.
Estaba viviendo un terrible problema.
Veía seres astrales dentro y alrededor del hombre.
Pero ¿qué es esto?
Estos seres humanos astrales moraban en su organismo.
Era una visión horripilante.
Estas personas se desfogaban por medio de la conciencia terrenal: por medio de este hombre.
Sobre todo estaba dominado por una joven mujer, que lo tenía completamente sometido.
André arrostraba una montaña de dificultades, porque entendía lo que esto quería decir.
En esta pobre alma vivían otras cinco personas, elementos tenebrosos.
Le parecían un gran problema, que en el fondo no era posible escudriñar.
‘Cielos’, pensó, ‘¿tengo que ponerme con esto?
¿Tengo que liberarlo de estas fuerzas tenebrosas?’.
Su maestro preguntó:
—¿Ves su estado, André?
—Sí, Alcar, es terrible.
No comprendo que este hombre no esté demente.
¿Puede explicármelo?
—Para nuestro mundo todo es posible.
Escucha.
No es solo que tengamos que liberarlo de todos estos seres, sino que también hemos de erigir su sistema nervioso, porque ya no se controla a sí mismo.
Su cuerpo no está preparado para esta fuerza quíntuple.
Tarde o temprano se derrumbará si no lo ayudamos.
¿Oyes cómo le late el corazón?
Es un gran misterio para los médicos, un ser humano estresado, un paciente mental.
Y encima anormal.
Pero ves por qué ya no es él mismo.
Su enfermedad también ha surgido por el mundo astral tenebroso; está bajo una influencia astral.
André, puedes aprender mucho de esta enfermedad, ya te lo dije; pero darle íntegramente la posesión, la concienciación, de su estado, no es posible.
O sea, quiero decir la sensación de poder ofrecer resistencia.
Además, esto va a ser un tratamiento a largo plazo.
Tienes que sintonizarte con ello, o mejor ni siquiera empezar con esto.
Sin embargo, podremos conseguir muchas cosas y para ti será un maravilloso aprendizaje.
Cuando más tarde te desdobles corporalmente, llegarás a conocer esta influencia astral múltiple.
En él reside una fuerza para mantenerse en pie, porque de lo contrario ya llevaría mucho tiempo demente, pero no llegará hasta ese punto.
Trata principalmente el sistema nervioso y yo haré mi trabajo de este lado.
André ya había decidido tratarlo y ahora estaba concentrándose en el enfermo.
Sintió después de poco tiempo que el latido del corazón fue serenándose y percibió que los seres astrales tuvieron que desprenderse del hombre por unos breves instantes.
El enfermo fue adquiriendo más personalidad por medio de sus fuerzas.
André ya entendía qué era lo que le faltaba a su paciente y por medio de qué era susceptible de ser atacado.
Tenía que asimilar la fuerza de los sentimientos.
Pero ¿qué iba a aprender semejante ser en un solo día?
Aún así, el enfermo aprendería por la intervención de André y de su maestro, siempre que primero pudiera volver a valerse por sí mismo y estuviera completamente libre de esta influencia mortal que lo hacía doblegarse.
A André le parecía un ser lamentable y haría por él todo lo posible.
Por medio de sus fuerzas, y sobre todo por las de su maestro, esos seres astrales tenían que desprenderse de él momentáneamente.
En breve volverían a atacarlo.
Pero mientras tanto el enfermo iba a aprender a sintonizarse; se haría más fuerte su voluntad y él podría ofrecer resistencia; no obstante, su sensibilidad se mantendría.
Este hombre es apto para la mediumnidad, según sentía y veía André por medio de su maestro, aunque sucumbiría por ello, porque la faltaba suficiente fuerza.
Iban a convertirlo en una persona demente.
El estado del enfermo era como el de la mujer que ya había tratado anteriormente, salvo que en él se hallaban numerosos seres astrales, de los que unos vivían por medio de otros.
En su interior había un gran caos.
El infierno se desfogaba por medio de esta persona.
A André le parecía horroroso.
Su líder espiritual irradió al enfermo y empezó a blindarlo contra el mundo astral.
Alcar dijo:
—¿Ves, André, lo que estoy haciendo?
—Sí, puedo seguirlo en todo.
—Estoy blindándolo contra el mundo astral.
Tenemos que repetir este proceso varias veces si queremos conseguir algo, porque su estado es muy grave.
Su sistema nervioso ha sido destruido y a eso se añade su vida interior inconsciente.
Tengo que eliminar todos estos seres de su aura, y eso no es tan sencillo.
Aun así podemos hacer algo por él, André, aunque para eso necesito todas tus fuerzas.
Ahora ya lo has irradiado bastante.
Tiene que volver en tres días.
André volvió a su conciencia diurna.
El enfermo preguntó de inmediato:

—¿Puede usted ayudarme?
Ay, señor, ya no me deje solo, no lo soportaré.
En todas partes me dicen que me vaya.
¡No me diga que me vaya!
Esto me ha hecho mucho bien.
Me he tranquilizado mucho.
Ya verá usted que me curaré.
Mi corazón tampoco ya habla de esa manera, se ha serenado.
¿Me ayudará?
El hombre hacía diez preguntas a la vez.
Estaba allí sentado, suplicando ayuda, lloraba mientras hablaba y se quedaba sin aliento.
—Mejor quédese tranquilamente sentado y no hable demasiado.
No puedo responder todas esas preguntas a la vez.
A ver, primero dígame, ¿qué es lo que habla por dentro?
—Mi corazón es el que habla, señor, cómo se lo digo.
—¿Tu corazón habla?
¿Es que tu corazón sabe hablar?
—Sí, señor, es mi corazón, y puedo entender cualquier palabra.
Ahora ha vuelto a hablar.
¿Quiere saber lo que dice?
—Lo sé —respondió André.

Pero le parecía un caso extraño.
Comprendía, no obstante, el estado del enfermo, y también sentía que el hombre desconocía sus propios fenómenos.
El enfermo dijo a André:

—Sí, mi corazón habla, lo oigo claramente.
¿Puede ayudarme? —volvió a preguntar, temeroso como estaba de que André no lo tratara.
—Te ayudaré.
No tengas miedo e intenta conservar la calma.
Pero has de obedecer; si no lo haces, no podré ayudarte.
De esto no te vas a librar nunca por tus propias fuerzas, así que necesitas ayuda.
¿Quieres curarte?
—Sí, por favor, claro, quiero hacer lo que sea, dígamelo usted.
—Pues bien, quiero que reces mucho, y sobre todo no te dediques al espiritismo.
No tienes que presenciar sesiones, o estarás obstruyéndome.
Si no haces lo que te diga, pararé de inmediato y entonces tendrás que apañártelas tú mismo, tú verás.
—Ay, no, señor, obedeceré, puede confiar en mí.
Me siento muy feliz de que me ayude.
Y siento que puede hacerlo.
¿Podré volver?
—Sí, el jueves volverás aquí a verme.
—Bueno, vea, la Biblia la leo día y noche, y rezo mucho, pero ella no me deja en paz, y es que se niega a irse.
Ay, señor, me atormenta mucho.
Con que mi alma cerrara la boca, entonces ni tan mal, pero habla, y encima mi corazón también.
André sonrió y preguntó:
—¿Sabes algo de esto?
—Sí, señor, porque a veces la veo, y junto a ella, a toda la banda.
Ayer me echaron a la calle como a un perro, y no tuve fuerzas para oponerme.
No fui capaz de ofrecer resistencia, porque de lo contrario me habrían machacado.
¿Puede imaginarse algo así?
Cuando les digo a los médicos que no son mis nervios, se ríen de mí.
No conocen esta enfermedad, pero usted lo sabe, usted conoce mi estado, ¿verdad que sí?
Ay, señor, haré todo lo que pueda, porque es horrible.
Ya no quiero tener que ver nada con ellos, y aun así me vienen a molestar.
¿Ve esos seres?
—Sí, los veo, e intentaré eliminarlos de su cuerpo.
—Gracias a Dios que lo sabe.
Por fin alguien me comprende.
Haré todo y rezaré mucho, se lo prometo.
El enfermo se fue, e iba a volver.
‘Qué caos’, pensó André.
‘Su corazón habla, su alma habla y él mismo habla.
Es consciente de la incidencia astral, los oye hablar.
Y es su corazón y otras veces su alma.
Pero para mí son estos diablos que se desfogan por medio de él’.
El hombre estaba viviendo las tinieblas.
Decía la genuina verdad, no había fantaseado nada.
Su cuerpo material era para todos ellos el medio para poder experimentar pasión.
Este ser humano ya no tenía nada que decir sobre sí mismo.
Lo succionaban por medio de sus fuerzas mediúmnicas hasta vaciarlo, según sentía André.
La joven mujer astral dominaba a todos los demás.
Ella tenía la conexión más estrecha con el enfermo, y los demás, a su vez, se aferraban a ella.
Unos recibían por medio de otros el contacto material.
Sentía lo difícil que era liberarlo de esas manos, y aun así, a esta pobre alma no se le podía dejar a su suerte.
André quería dar todo lo que tenía para ello.
Su corazón hablaba y hablaba su alma.
Pero ¡había que ver los misterios que vivía y las enfermedades que se daban!
El enfermo decía, igual que los demás, majaderías para la tierra, pero la verdad para el mundo astral.
¿Qué iba a poder hacer un médico con él?
¿Era posible para un erudito tratar sus chorradas en serio?
Y aun así, qué forma tan pura de hablar la de su corazón.
¡Con qué naturalidad hablaba su alma a la humanidad!
Pero esta todavía tenía que despertar para esta pobre alma.
Para su enfermedad aún no había santo remedio en la tierra; esa fuerza sanadora todavía vivía en el otro lado.
Y en la tierra no se quería saber nada del otro lado.
Se reían de un médium, igual que de esta alma.
¡Un médium que se alejaba demasiado de la tierra era un poseído!
Preguntó a su maestro:
—¿Lo he intuido todo bien, Alcar?
—Sí, desde luego, André.
El hecho de que oiga hablar su corazón se debe a la personalidad astral.
Oye que se habla en su interior y entonces cree que es su propio corazón el que habla.
Adopta de forma clariaudiente esa conversación, que para la tierra es un galimatías, pero que aun así tiene que experimentar, porque se desarrolla en su vida.
Lo que oye entonces es la conversación entre personalidades astrales, y no es bonita, porque quieren vivir.
Unos lo mandan a las mujeres públicas y otros al hombre.
¿Comprendes lo que significa esto?
En el fondo él es todo.
En él vive tanto la sexualidad astral como la material, es decir, estos seres se viven unos a otros, pero a la vez lo envían también a las mujeres.
Además, lo empujan hacia la homosexualidad.
Esta alma vive diez mundos a la vez y puede estarle agradecida a Dios por que todavía tenga conciencia de sí misma.
Sigue sabiendo lo que pasa dentro de él, aunque le deshagan su cuerpo material.
Sigue teniendo el control sobre sí mismo, aunque lo manejen a su antojo.
Desvaría cuando los seres astrales quieren dominar su voluntad, pero dice la verdad cuando se trata de su propio pensamiento y sentimiento.
Si se deja ir, no oye nada, pero cuando ofrece resistencia todos esos seres astrales se rebelan, y lo succionan hasta dejarlo vacío.
Aun así, he de admirarlo, porque sabes para qué lo necesitan y lo que quieren vivir por medio de él, ¿no?
Todas las maldades de esta tierra.
Está poseído al cien por cien, y aun así sigue conservando la conciencia.
Si su conciencia diurna se sumiera un poco más en la profundidad, André, ya podrían encerrarlo.
Ahora sigue estando bastante tranquilo, pero se siente enfermo.
Así que tiene que oír las conversaciones interiores, porque ocurre en la sintonización de sus sentimientos.
Vive dentro de ellos y debajo de ellos.
Tiene que oírlas, quiera o no, porque es incapaz de liberarse de ellas.
Tú ahora me oyes hablar en tu interior, y eso también lo puedo conseguir al margen de ti.
Él también oye esas conversaciones, y se asfixia en ellas.
Tú recibes sabiduría, él recibe todas las maldades de la tierra que el hombre y la mujer pueden vivir el uno por el otro cuando están sintonizados con la pasión y la posesión de la vida orgánica.
Por eso predomina en él a veces el sentimiento femenino y a veces el masculino; no obstante, sus sentimientos sexuales son normales, pero el mundo astral se desfoga por medio de él.
¡Así que no es él! ¡Es el mundo astral!
El psicólogo cree que es homosexual, y esa opinión es, sin embargo, irremediablemente errónea.
Es mediúmnico, y es por esta sensibilidad que el otro lado, el mundo tenebroso, se hizo con el individuo material.
Cuando la joven mujer entró en contacto con él, ella a su vez atrajo a otros demonios, y ahora disfruta de su propia vida, pero por medio de él.
No dio su organismo para eso, André, ¡sino que lo han tomado por sorpresa por medio de su sensibilidad mediúmnica!
La mujer en él quiere poseer un hombre, y el hombre astral, una mujer.
¿Es esto homosexualidad?
Intentaré explicarte esos problemas en este lado.
Cuando luego te desdobles corporalmente, llegarás a conocer todas estas posibilidades para el mundo astral tenebroso.
Pero este hombre ya lo vive en la tierra.
Se desfogan por medio de sus sentimientos, de su personalidad, ¿entiendes, André?
La personalidad astral masculina lo envía ahora a las mujeres.
La femenina también quiere tener experiencias por medio del organismo de él, y por eso se ve echado en brazos de los homosexuales.
Estos son los fenómenos que he podido seguir en él, y ahora está siendo arruinado por medio de esta demolición.
Pero te digo: aún está presente en él la conciencia.
Sabe lo que hace, pero es incapaz de resistirse a esta fuerza apabullante, y por eso tendremos que darle ayuda.
Lo liberaremos de estos seres tenebrosos.
Una vez llegados a ese punto, él mismo tendrá que saber lo que haga.
No puedo quitarle su sensibilidad, y es esta por la que luchará toda su vida en la tierra.
Estará abierto a esta pasión otros veinte años.
Solo entonces estará desgastado su cuerpo, y roto, si es que antes no sucumbe el sistema nervioso.
Este tiene que acoger y experimentar toda esta miseria.
Pero él, como personalidad, está sometido a esta pasión.
No sabe nada de nuestro mundo, de lo contrario podría armarse.
Esa conciencia está alejada de él y vive de este lado.
Pero cuanto más profundamente descienda en este caos, más intenso se hará su contacto, hasta que aparezca la demencia total.
Podría servir como médium, igual que la mujer que trataste, pero toda esta gente es demasiado débil para los dones espirituales.
Los harían sucumbir.
Ya sabes las condiciones que hay que cumplir para poseer dones espirituales.
Es algo que tú mismo has descubierto, y no es tan sencillo.
Pero están presentes en él las fuerzas sensibles, mediúmnicas, o no se le podría alcanzar.
Cualquier demente es mediúmnico, porque así es como esas personas pudieron ser atacadas.
También a ellas las conocerás más adelante, pero entonces a partir de mi vida, desde donde te explicaré las leyes astrales y los problemas ocultos.
Entonces podrás comprenderlo todo mejor.
Ahora vive en un caos espiritual.
Y sin embargo, André, ¿sientes lo valiente que es?
Se le envía a la calle, pero ¿para qué?
El hombre ni siquiera se atreve a contarlo.
Lo atacan día y noche.
Quieren vivir por medio de él el cuerpo material, algo que todos los seres astrales han conocido, pero que han perdido por la muerte.
Es el infierno; los habitantes del infierno se desfogan por medio de él y esa es la realidad en nuestra vida, de la que nosotros hemos llegado a conocer las leyes.
Él también tiene culpa en todo esto, naturalmente, porque él mismo está abierto a la pasión.
Aunque esta pasión sea vivir el amor material —el ser uno de los organismos que todo animal quiere vivir por exigencia del cuerpo—, el ser humano se encuentra de todas formas ante la realidad astral.
Y eso significa: lo que desea lo atraerá.
Querer tener amor —lo constatarás conmigo en este lado— conduce al ser humano al peligro astral.
Y ese peligro vive ahora dentro y alrededor del ser humano en la tierra, por lo que entra en comunicación, debido a que esos deseos están presentes en la vida del alma.
La personalidad quiere crear o dar a luz, quiere experimentar lo bueno y lo malo, según se sintonice con el ser humano en el plan de la creación.
El hombre y la mujer tienen el control sobre este asombroso acontecimiento, pero los seres humanos no se conocen a sí mismos y desde nuestro mundo atraen seres astrales que han vivido en la tierra.
Esos seres no están libres de estos deseos materiales, y regresan ahora, porque en la gran tierra hay una importante representación de su propio grado de vida.
Nuestro enfermo no es malo ni tampoco bueno; por ejemplo, no es capaz de asesinar.
Ha llegado a este estado debido a su hipersensibilidad.
Ya lo ves, André, reza y lee en la Biblia, pero todo eso no le sirve.
Estas leyes tienen que disolverse, estos seres tienen que desaparecer de su vida.
Solo entonces podrá rezar si tiene necesidad de ello, y entonces el otro lado lo podrá proteger.
De todas formas, sí tienes que decirle que siga rezando también ahora; mientras tanto podremos liberarlo de todas esas influencias —de estos seres astrales— y expelerlos de su vida.
Hacer la transición a otro ser humano, André, es tomar posesión de otra personalidad, y eso es lo que está viviendo este pobre desgraciado.
Si su vida hubiera estado sintonizada con la pasión animal, créeme que entonces hace tiempo ya que lo podrían haber encerrado.
Ahora se mantiene todavía en pie, pero el sistema nervioso ya no aguantará mucho más tiempo, y entonces se derrumbará espiritual y físicamente.
Pero hasta el momento su estado espiritual lo ha salvaguardado de la ruina total.
La joven mujer lo obligaba a que se entregara por ella.
Tanto es así que él se sintió dominado y que se dio por completo.
Pero eso ya lo ha vencido ahora.
Los impulsos sexuales de ella lo echan para atrás.
Se niega a convertir su cuerpo material en un infierno.
Prefiere ahogarse e incluso está considerando quitarse la vida.
Mejor eso que tener que escuchar —se dice a sí mismo— a todos estos demonios.
Ahora que es pobre, que no tiene dinero para costear esos excesos, es el mundo astral el que busca los medios.
Pero también ahora él los domina a todos.
Quieren llevarlo hasta el punto de que robe.
Tiene que haber dinero para dar rienda suelta a sus deseos, pero él se niega.
Todavía no roba, pero quieren que empiece a hacerlo.
Tiene que pagar a esas mujeres.
Son los deseos de los hombres astrales que ha atraído la joven mujer.
Y todos esos seres están viviéndose ahora a ellos mismos.
Todos han dado el paso hacia la podredumbre espiritual.
Ya te dice bastante su miserable vida.
Lo terrible de sus instintos te conduce a los infiernos más profundos de este lado.
Así que ella lo obliga a hacer cosas que están mal, y es contra eso que lucha él.
Así que has de tener paciencia con él y hablarle con severidad.
Así se reforzará su voluntad, porque él sabe que lo puedes ayudar.
Ha sufrido terriblemente, André.
Por todas esas desgracias se echa para atrás ante sí mismo y los monstruos astrales.
Se resiste con uñas y dientes a todas esas insuflaciones, pero no logra impedir que sucedan.
Se intenta escabullir, somete su pobre cuerpo a tormentos: de todas formas no le sirve.
Todavía no tiene la facultad de dominarse a sí mismo, y es por eso que tienen contacto con él.
Se le han ocurrido las cosas más horribles para quitarse de encima a estos espíritus astrales martirizantes, pero nada le ha servido.
Ha querido tomarles el pelo, pero eso tampoco sirvió, porque la desgracia está conscientemente sintonizada con él.
Está abierto a esta.
No pueden dejarlo sin sentido, porque su personalidad justo no es capaz de ello; ¡es y sigue siendo él mismo!
Esta es su propia salvación y felicidad, o ya habría sido hombre perdido desde hace mucho.
Todos estos problemas son increíbles, pero a la vez muy sencillos.
Ahora él está dando bandazos entre dos mundos, que viven por medio de él.
A veces lo arrojan muy lejos de su propio campo de visión, fuera de sus propias leyes vitales y fuerzas, debido a que el mundo astral es predominante.
Pero desde su prisión ve y siente lo que hacen con él, y vive todas estas asquerosidades.
Ahora no puede eludirlas.
Las ve y las siente, aunque no deje de estar consciente de sí mismo.
Sin embargo, ahora los demás lo torturan.
Cualquier pensamiento equivocado es para él una puñalada en su pobre corazón, toda manifestación de la voluntad de los otros, su agonía, pero conserva la vida, tiene que vivir, no hay otra, porque esta es su sintonización espiritual.
Y la joven quiere arrastrarlo hacia su propio mundo, porque solo entonces podrá vivir las cosas como ella realmente quiere.
Pero entonces él estará completamente demente.
Ella fracasa, pero aun así tampoco renuncia.
Ahora tiene que contentarse con estas experiencias, porque él la ha parado espiritualmente.
Se dijo a sí mismo y a todos ellos: ¡Hasta aquí y no más!
Es por esto, André, que quise que lo ayudaras, o te habría mantenido alejado de todos estos horrores.
Pero te dije: por medio de él aprenderás mucho, y ya sientes ahora lo que ha descendido en su vida, de lo cual la humanidad entera no sabe nada, ¡nada!
De modo que mientras siga conservando esta resistencia, no puede volverse demente.
Pero ay de él si sucumbe su sistema nervioso, porque solo entonces se le podrá vencer espiritual y físicamente.
André, ¿sientes lo profundo que es todo?
Y ¿has comprendido que a pesar de todo se manifiesta la vida material propia de la tierra?
¿Y que esta vida sí puede mantenerse victoriosa?
Cuando le haya entrado el amor inmaculado para querer desprenderse del amor material como pasión, entonces estarán a su lado otros seres conscientes que lo ayudarán.
¿Lo comprendes?
De este lado irás conociendo todas estas leyes.
Te las mostraré y explicaré.
Solo entonces comprenderás la vida del ser humano en estado material y espiritual.
Dije una vez a nuestros lectores: “No hay que tener miedo a la muerte, porque en ustedes (vosotros) está la vida eterna”.
¿Ves ahora, André, que lo que vive este hombre desde luego que es verídico, pero aun así diabólico, y fatal para esta vida?
Todo es genuino y tan vil que sería imposible que lo pudiera vivir un animal, tanto para él como para los demás, y por este estado la humanidad ve un infierno.
Un infierno en el que viven seres humanos, que aunque no hayan perecido quemados vivos, sí lo han hecho por su propia pasión.
Este hombre vive algo de esto.
Vivir en su conjunto el fuego pasional de los infiernos achicharraría su vida, por lo que entonces tendría que aceptar el ocaso total.
Irá consumiéndose si nadie lo ayuda, y su conciencia diurna se extinguirá como una vela por la noche, porque están chupando de él hasta dejarlo vacío.
A los seres astrales les seduce bien poco tener que vivir siempre en sus propias tinieblas.
Vuelven a ver cómo luce por medio de él la luz terrenal, y el cuerpo humano les brinda el calor corporal.
Cómo él hay millones de personas en la tierra, André.
Hubo hombres y mujeres que se fueron a pique por las esferas tenebrosas.
Unos se mantienen en pie y son vividos; otros sucumben y son declarados dementes y encerrados.
Y toda esta gente aún tiene que asimilar lo material consciente y todavía tiene que aprender a poder mantenerse firme, porque el amor espiritual atraviesa la locura material y nos lleva a través de ella.
Esa gente es demasiado débil para la vida terrenal.
Esas personas desean vivir algo de toda esa belleza material, corporal, pero son arrojadas en brazos de los tenebrosos, que han abandonado la vida terrenal.
Es esta unidad, André, la que las destruirá a todas ellas, porque ni una personalidad es capaz de desprenderse por sus propias fuerzas de esta miseria astral.
¡Poseer sentimientos significa para el ser humano sensibilidad, pero eso hace que mucha gente se pierda a sí misma!
Hay millones de personas en la tierra que viven esta miseria, y una vez que estén en manos de estos demonios la pasión astral asalta sus vidas.
Una vez que hayan entrado en su morada espiritual, la personalidad astral es predominante y este ser astral se ve enmarañado en el aura material.
Solo un psicólogo cósmico es capaz de desenredarla.
La sabiduría terrenal no se conoce a sí misma y no está en condiciones de ayudar a toda esta gente.
Lo que hacen los eruditos es aplicar pomadas a las heridas materiales, que ahora no hay, sin embargo, por lo que ahora sus ungüentos no servirán de nada.
Lo que hacen carece de significado y tienen miedo de tener que perderse a sí mismos.
Se ocultan para que no se vea su ineptitud.
Pero ¿hace algún bien eso a los enfermos?
Están con las manos vacías, todos estos eruditos, y aun así ¡les gustaría conocerse a sí mismos!
Entonces que no acepten la muerte por más tiempo, y ¡que se desprendan del propio “yo” nimio!
Así vivirán las estrellas y los cielos, porque solo entonces habla el Dios de todo lo que vive a su propia conciencia.
Pero ¿quién de ellos, de estos miles de eruditos, sería capaz de hacerlo?
El ser humano en la tierra, André, mantiene preso al ser astral.
Ya le gustaría a este pobre enfermo quitarse de encima a esta alimaña, pero de todas formas no puede sin ella, porque quiere vivir la pasión.
Al ser él mismo quien desea, atrae a los demonios.
¿Sientes el caos en la personalidad del ser humano?
¿Sientes lo que significa querer ser liberado de la miseria astral, y sin embargo volver a atraerla?
Es como esa mujer.
Ella tampoco pidió estar poseída.
Pero todos desean, son sus sentimientos los que lo quieren.
Esas experiencias son la pasión, el querer poseer la otra vida.
Eso no es malo si seguimos la creación de Dios, pero ¡Dios no dijo que solo fuera para experimentar nuestro propio yo!
Eso es algo que se olvida y esto no se conoce en la tierra, pero ¡es por esto que surgen los enfermos mentales!
¿Tan inverosímil es esto?
Te demostraré su veracidad, André, y lo transmitirás a la humanidad en mi nombre y en el de millones de personas de este lado.
Ofreceremos las pruebas correspondientes.
Y estas son al mismo tiempo el milagro espiritual, porque luego arrojaremos a estos seres fuera del cuerpo del enfermo.
Tendrán que soltarlo uno por uno.
¡Esa seguridad ya te la ofrezco ahora!
Y este ser humano lo vivirá.
Que la humanidad piense luego de eso lo que quiera.
Te digo: este enfermo no será capaz de ello por sus propias fuerzas, pero por medio de nosotros quedará libre de esta enfermedad astral.
¡Y eso demostrará que la vida después de la muerte continúa y que es eterna!
¡No estamos muertos, vivimos, y debido a que no hemos perdido nuestra propia conciencia, hay millones entre nosotros que regresan a la tierra para tener experiencias según la propia conciencia!
¿Tan extraño es eso?
¿Tan improbable es eso?
¿Tan ajeno a la tierra?
¿Qué son los dementes? Y ¿qué hacen?
¡Solo experimentan las cosas por medio de la fuerza de los demás!
¡Son vividos!
Y hablamos de sus amigos, hermanas y hermanos, padres y madres, que se fueron de la tierra, pero que por dentro aún no estaban libres de su pasión material.
No me perjudicará, porque es la realidad.
No les tengo pena, porque nosotros también vivimos un día en esa miseria espiritual, por la que hemos aprendido a fin de cuentas.
Ahora hemos alcanzado las esferas de luz.
¡Aún así lucho por ellos y por ustedes, porque gracias a mi propia lucha llegué hasta aquí!
Ahora puedo hablarte como un consciente.
¡Soy plenamente consciente de lo que te transmito a ti, André, y a la tierra, a la humanidad!
Síguelo en todos sus pensamientos, André, porque por él conocerás las leyes astrales (—dijo).
El enfermo volvió a André, con humildad y mucha educación.
André sintió miedo en él, miedo de que lo soltara de todas formas.
No obstante, el enfermo sintió que André lo comprendía, porque en el acto volvió a preguntar: “Me seguirá ayudando, ¿verdad?
No le puedo dar nada a cambio, y estoy sintiendo lo difícil que le resulta.
¿Qué tengo que hacer?
—Te sentarás allí tranquilamente en el diván, te ayudaré.
No te preocupes y tan solo sácate esos pensamientos de la cabeza.
Te ayudaré hasta que estés mejor.
¿Cómo estás?
—Igual que siempre, pero he conseguido dormir mejor.
No he dormido tan bien en años.
Ay, señor, no me diga que me vaya, porque usted puede ayudarme.
—Hombre, no me des más la tabarra.
Quítate esos pensamientos de la cabeza; no te diré que te vayas.
André irradió el sistema nervioso del enfermo.
Durante el tratamiento se concentró en los seres astrales que vivían en él.
‘Menudos diablos’, pensó.
Se habían ocultado muy dentro del hombre.
André vivía ahora milagros espirituales.
Sentía que estaba entrando en comunicación con estos terribles seres.
Pero ellos también lo sentían.
Se retiraron cuando sintonizó su concentración, cuando descendió en la vida del alma del pobre enfermo, cuando entró en la morada de su alma y sintonizó la luz astral espiritual mediante su nítida concentración.
Lo sintieron y en su tenebrosa existencia entró luz.
Hacían como si fueran sus presos.
Pero el mayor milagro fue que se habían hecho más pequeños.
Eran como chispas nítidas, serecillos humanos diminutos.
Alcar le hizo sentir cómo se podían retirar de ese modo.
La morada del alma del enfermo era ahora una prisión para ellos.
Más adelante se volverían a sintonizar con la vida material.
Pero André vio lo que su maestro llevaba a cabo.
El maestro Alcar envolvía al enfermo con un velo de fuerza astral para que los seres astrales ya no lo pudieran alcanzar.
Ese muro de fuerza astral se levantaba durante el tratamiento, y para eso hacía falta tiempo.
Hacerlo de golpe no era posible.
El enfermo interfería con él y dijo:
—Vaya, qué bien me está sentando esto.
—Tienes que mantener la boca cerrada, hombre, enseguida podrás hablar.
André oyó que aun así dijo a trompicones:

—Ya no siento que se me oprima con tanta fuerza el pecho.

Tenía que decirlo como fuera, y ahora ya estaba tranquilo.
Para André era una prueba de que estaba relejándose.
Había visto hace unos instantes la causa de ese relajamiento, porque los seres astrales ya se estaban retirando.
Sus fuerzas iban reduciéndose.
La mujer en el enfermo vivía ahora bajo la propia conciencia de él.
Quería ocultarse para esta luz astral.
La bruta se retiraba hacia el mundo astral.
Gracias a eso el enfermo podía respirar con algo más de holgura, porque sus ahogos eran por ellos.
Su interior se asfixiaba por su impulso lascivo de vivir.
Ahora que se relajaban sus órganos respiratorios, iba ralentizándose su taquicardia que le había provocado al enfermo la sensación de ser un animal perseguido.
Esos sentimientos atizaban los órganos materiales y luego le tocaba procesarlo como persona material.
André comprendió el estado del enfermo, porque podía percibir su enfermedad.
El silencio espiritual descendía en el pobre hombre.
Surgiría ahora una pugna de él y su maestro con estos demonios.
Y el paciente se ayudaría haciendo el bien, rezando y siguiendo ofreciendo resistencia.
El enfermo estaba envuelto ahora por la irradiación del maestro Alcar.
André vio que su maestro iba a densificar esa irradiación, para que ya no fuera posible atacar al enfermo desde fuera.
Los seres masculinos lo habían abandonado, pero la mujer seguía dominándolo.
Y también este problema lo podía sentir y controlar.
‘Porque ella’, pensó André, ‘era atraída debido a que esta personalidad en la tierra deseaba la mujer’.
El enfermo tenía que repelerla o recuperar la vida de sus sentimientos, y entonces también sería posible eliminarla a ella.
André vio este ser a su lado y le habló.
—Váyase, pobre criatura.
Salga de este organismo y empiece otra vida.
No precipite la vida de esta alma al abismo.
Libérese de sus pasiones y deje de hacer cosas equivocadas.
André sintió que ella pensaba: ‘¡Púdrete! ¡A ti qué te importa!’.

Cuando terminó el tratamiento, el enfermo preguntó:
—Ha hablado usted con ella, ¿verdad?
André se lo quedó mirando sorprendido, porque ¿cómo podía saberlo?
Aun así había oído la conversación, aunque se hubiera estado hablando de modo mental.
El hombre podría ser un buen médium, pero ¿qué quedaría de él si tuviera que procesar la vida de André?
Estaría poseído en un solo día, según sabía André, pero albergaba sentimientos sensibles.
—¿Sabe usted lo que dice, señor?
“De todas formas no me iré.
Seguro que se piensa que me puede echar así como así, pero no me iré”.
—Sí, señor, así es como habla siempre.
¿Cómo voy a librarme ahora de ella?
—Tienes que tener paciencia, poco a poco desaparecerá de tu aura vital.
No es posible de golpe.

—Me hace bien cuando me ayuda usted; ahora puedo respirar mejor.
Qué gloria.
André le aconsejó que sobre todo siguiera tranquilo y que se opusiera.
No le hacía falta explicarle todos estos fenómenos, porque solo interferiría con él.
Bastantes cosas ya tenía que procesar el hombre, y la explicación de su estado pesaría como una losa sobre su interior, y no se trataba de eso.
‘En el fondo el hombre sí vivía en milagros espirituales’, pensó.
¿Cuántas cosas no vivía André por medio de él?
Se sentía bien por haber empezado con este caso.
Nadie sobre la faz de la tierra se creería a este joven, porque a muchos les parecía que decía desvaríos.
Pero si se aceptaba la vida eterna, entonces era posible comprender todas estas leyes, y entonces eran fenómenos muy naturales.
Porque era posible erigir la personalidad humana en el mundo después de la muerte —eso era así—, y era allí donde vivían nuestros finados.
Quienes habían ido en busca de las tinieblas volvían a la tierra y se desahogaban por completo por medio de estos débiles de espíritu.
Era muy triste y grave.
Por cierto: es exactamente lo que se hacía en la tierra.
Todas esas personas se habían transformado en nada.
Si no hubiera una pervivencia, entonces no podrían regresar, y aun así la humanidad no era capaz de aceptar la pervivencia eterna.
Estos seres querían deshacerse de las tinieblas, del infierno en el que vivían, pero destruían la felicidad de los demás.
Todo era terrible, pero a la vez poderosamente interesante.
Le sirvió a André para aprender; recibió esta imponente sabiduría por medio de su maestro.
La siguiente vez el enfermo entró a la hora acordada y volvió a hablar inmediatamente.
—He tenido un par de días gloriosos, pero anoche volvieron a asaltarme.
Ay, cómo he sufrido.
Era como si mi cuerpo se alargara y por dentro recibía fuertes sacudidas, como si me descuartizaran.
Todos esos fenómenos ya los había vivido.
¡Son horrorosos!
Me empezó a brotar sudor, y tendría que haber oído cómo latía entonces el corazón.
¡Terrible!
Duró aproximadamente cuatro horas y por eso no pude dormir.
Estuve rezando toda la noche, y aun así no me sirvió.
Se ríen de mis oraciones.
Cuando encendía la luz iba un poco mejor, pero en cuanto la apagaba la miseria volvía a adquirir más intensidad.
Era como si se estuviera luchando en mi interior, y esa lucha la estaba viviendo yo.
Estoy muerto de cansancio, eso seguramente que lo comprenderá.
Ahora otra vez apenas puedo respirar y encima también me duele el pecho.
Me atacan a diestro y siniestro, por delante y por detrás, así que luchar contra eso es imposible.
A veces siento fuertes golpes.
Por todas partes donde pueden darme los siento.
Y devolverlos no puedo, porque son y siguen siendo invisibles para mí.
Cuando les pegas los atraviesas y entonces se parten de la risa.
Hay que ver lo alimañas que son.
Empezó ayer por la mañana, y pronto ya me echaron a la calle.
Pero allí ya no puedo ofrecer más resistencia.
Es raro, aunque así siento que es.
Pero entonces tengo la cabeza ardiendo y ando jadeando como un perro.
Es en la naturaleza donde luego me recupero.
Parece que dentro de casa soy más vulnerable a ellos.
Siento exactamente lo que quieren.
Ay, cómo me afecta, señor (—dijo).
El pobre tipo tenía un aspecto horrible.
André sentía pena por él.
¿Por qué luchaba con los seres astrales?
¿Cómo había sido la lucha?
Se lo preguntaría a su maestro.
—Anda, siéntate, te ayudaré.
Alcar se conectó con el enfermo y dijo a André:
—No pierdas el ánimo.
Ya te dije que tenemos que volver a empezar una y otra vez.
Y aun así venceremos.
Esa lucha se produce debido a que el espíritu astral es atacado por otros.
Esos seres quieren despojarla de él.
Esta batalla se libra en la morada espiritual.
Así que está conectado con esa batalla.
Entonces entra en su organismo esa horrible disarmonía con la que atizan sus sentimientos, por lo que su sistema nervioso ya apenas puede procesarlo.
Ahora la sangre se abre camino hacia su cabeza, el corazón empieza a desbocarse y está terriblemente estresado.
Así que la sensación de estar siendo descuartizado es por tanto la lucha espiritual, porque quieren echarlo a patadas del organismo, lo cual de todas formas es imposible.
Pero lo siente claramente.
Quieren eliminarlo de su organismo, pero así viviría la demencia.
La mujer que sigue sometiéndolo se opone a ese ataque, pero es a costa de las fuerzas de él.
Y lo que quieren esos otros ya te lo expliqué.
También el enfermo lucha con todas sus fuerzas contra las pasiones de ellos que van surgiendo.
Los golpes que recibe ahora los intuye astralmente.
Igual que al hablar llega también con esto a la unidad espiritual.
Su personalidad está ahora dividida; él vive en la conciencia semidespierta, entre la vida y la muerte.
De todas formas, sigue siendo consciente de su propia vida, o no podría saber nada al respecto.
Es una lucha monstruosa, André, su corazón ya no puede resistirse a esto mucho más tiempo.
Ya sabes lo que nos espera.
Así que trátalo con cuidado, mientras continúo blindándolo a él contra ella y contra el mundo astral (—dijo).
Después del tratamiento el hombre se volvió a sentir un poco más tranquilo.
—¿No ve? ¡Me puede ayudar!
Si no es capaz usted, estaré perdido.
Ojalá que mi alma guardara silencio, entonces no sería tan horrible y quizá me curaría pronto, pero mi alma habla con ella y la atrae.
Sin embargo, no quiero tener que ver nada con ella.
Lucho día y noche contra ese monstruo, y no va a conseguir someterme (—dijo).
André lo comprendía, pero no le respondió y le dijo que se marchara.
‘Una y otra vez ese cotorreo de su alma’, pensó.
‘¡Es su alma la que la atrae!’.
Quien lo oyera hablar de ese modo lo tacharía de demente.
¿Cómo podían hablar su alma y corazón?
Lo que pasaba es que se oía hablar a sí mismo.
Su deseo —según sentía André por medio de su maestro— había levantado un segundo “yo”, y era eso lo que hablaba, sentía y comprendía.
¡Esta personalidad estaba dividida!
Esa mitad era alcanzable para el mundo astral, pero la otra, la personalidad de la conciencia diurna, seguía predominando.
La mujer que vivía en él no poseía más que esos sentimientos, y era esa parte de él la que oía hablarle a ella.
Esa parte, veía André, era vivida y era allí donde se alojaba ese otro ser.
Una mitad de él estaba en manos del mundo astral; la otra libraba una lucha a vida o muerte y no podía liberarse a sí misma.
Para eso hacía falta ayuda, y esta la ofrecía el maestro Alcar.
Ahora veía lo mucho que había avanzado su maestro.
No obstante, ¡el proceso entero era aterrador!
Esta fue la escuela de aprendizaje para André.
Era enorme la sabiduría que ahora estaba viviendo por medio del enfermo.
De modo que esta era la división de la personalidad, causada por el deseo sintonizado con los rasgos inferiores del carácter, lo cual ofrecía al mundo astral tenebroso la posibilidad de atacar al ser humano y desfogarse por ello.
Qué sencillo era todo, una vez más, ahora que podía mirar detrás del velo, y que su líder se lo dejaba sentir y ver.
Si no fuera porque era tan terrible, a André incluso le parecería instructivo para el ser humano, porque así uno llegaba a conocerse a sí mismo.
El hombre estaba siendo atacado por dentro.
Su otra mitad recibía esos puñetazos, y él lo sentía conscientemente.
Era curioso, asombroso, es más: fantasmal.
‘Es eso’, pensó André, ‘su vida está llena de fantasmas’.
Algunos fantasmas necesitaban espacio.
Aparecían como fantasmas en su organismo y por medio de esto tenían experiencias.
Y esas experiencias eran alimentadas ahora por los deseos de ellos de poseer.
Pasión.
Otra cosa no era.
Era vivir amor por medio de él, por medio de este pobre hombre.
En él vivían numerosos espíritus; lo acogían por completo.
Ahora, sin embargo, había tenido que encajar demasiado y no era capaz de superarlo.
Las personas astrales se desfogaban en su interior desnudo y ahora se peleaban por él, por su presa, por medio de quien habían adquirido el contacto con la tierra.
Tendría que haberse blindado interiormente contra ellos, pero carecía de la fuerza para ello.
En esta vida había todavía rasgos inconscientes, y estas exigían ahora ser vividas.
‘Muy bonito no es’, pensó André, ‘y miles de personas se encogerán de hombros.
Pero ¿son distintas a él todas esas personas? Y ¿sienten de otra forma?
¿Habían avanzado todas esas personas terrenales acaso más que él en el camino ascendente?
¿Habían tenido que vivir alguna vez todos esos millones de seres esta división de la personalidad?
Esas leyes también las llegaría a conocer por medio de su maestro.
Qué poderoso era todo’.
Al ir a verlo el paciente la siguiente vez, empezó a hablar de las miserias vividas.
De todas formas, ahora las cosas le iban mucho mejor.

—Todo va bien —empezó—, estuve muy tranquilo.
¿Sabe lo que hacen ahora?
Quieren pegarme y no pueden darme.
Oigo todo el tiempo “zas”, y es justo como si ya no pudieran alcanzarme.
—Eso es fabuloso, y lo comprendo —respondió André.
—¿Sabe usted lo que significa?
—Mi maestro te ha blindado contra ellos.
Esto se ha convertido en tu protección y tu sistema nervioso se está recuperando mientras tanto.
—Qué bueno es eso.
Es lo que sirvió a André para constatar que el pobre diablo lo estaba viviendo todo, sin comprender nada, no obstante.
Mientras estaba con el tratamiento oyó que Alcar dijo:
—Ahora tienes que sintonizarte conmigo, André.
Ahora es posible desterrar a algunos de estos seres astrales de su aura por medio de tu aguda concentración.
¡El también tiene que orar y pedir fuerza!
Entonces no será capaz de pensar él mismo ni de atraer fuerzas.
La mujer ha vuelto a atraer a los demás, pero siente, igual que nosotros, que ha llegado el momento de demostrar lo que ella quiere (—dijo).
Ahora surgió una batalla a vida o muerte.
El enfermo se sumergió en la conciencia semidespierta y estaba más muerto que vivo.
Oyó un rugido salvaje en su vida interior y casi se ahogaba, porque apenas podía respirar ya.
Temblaba y se estremecía de miedo, y no comprendía qué le sucedía.
—Hombre, por Dios, reza, y piensa en mí, o estarás obstruyéndome.
—Estoy poniéndome tan malo, casi me ahogo —gemía.
—Ahora tienes que dominarte y seguir siendo tú mismo, enseguida te sentirás diferente.
Luego te lo explicaré todo.
Esta lucha era terrible, según veía André.
Era como si en la vida del enfermo hubiera estallado el infierno.
Se estaba desgarrando su aura vital.
Esto estaba causando un dolor agudo, que percibía el enfermo.
Tenía la sensación de estar siendo descuartizado.
Pero André vio que su maestro estaba eliminando a los seres astrales.
El pobre enfermo se estaba derrumbando bajo sus manos, y ya perdió la noción de todo.
André lo siguió irradiando, hasta que ya tampoco quedaron fuerzas en él mismo; se sentía completamente exhausto.
El enfermo alzó la vista:
—Ay, qué cansado estoy.
Pero ¿qué han hecho?
Estoy muy cansado.
¿A qué debo esto?
¿Qué será lo que me pasa?
¡Cada vez es peor! —exclamó.
El ser femenino permanecía, los demás habían sido expulsados.
—Mi pecho, ay, mi pecho —se quejaba el enfermo.
André no reaccionó y siguió observando cómo su líder liberaba al hombre de las tinieblas.
Entonces remitió la tensión y el enfermo pudo volver a respirar.
—¿Un poco mejor?
—Sí, gracias a Dios, va mejor.
¿Qué fue aquello de hace un momento?
—Fue el desgarre de tu aura vital, por lo que te empezó a parecer que te ahogabas.
Por eso sentías aquella tensión sobre el pecho, pero está disolviéndose ahora.
Ahora te vas a ir a pasear una horita por la naturaleza, y no te alteres.
La mayor desgracia ya la hemos vencido.
—Qué enfermedad tan horrorosa.
¿Ha curado usted a más personas que vivían igual que yo bajo esta influencia?
—A muchísimas, pero cada una tiene una cosa diferente.
—¿Y también les hablan los espíritus?
—No siempre.
—Sí, vea, algo sé de eso.
Esas cosas las vives en las diferentes sesiones de espiritismo.
Pero siempre seguí siendo yo mismo.
El hombre quería hablar y hacerle saber a André que estaba informado, pero este le dijo que se fuera.
¿Había vivido cosas en sesiones de espiritismo?
En las sesiones volvían locos a los participantes.
Vendían humo y a cambio de su confianza ¿qué recibía la gente?
Este enfermo lo estaba pasando fatal.
Para curarlo André tenía que entregar todo lo que tuviera.
En otros casos la influencia astral no había sido más que un juego de niños para André.
Su maestro arrojaba la personalidad astral en un solo tratamiento de esa aura vital y entonces el ser humano sensible se sentía curado.
Pero había numerosas leyes que detenían la curación, y sin embargo pronto él también estaría sano.
Alcar preguntó a André:
—¿Sigues cansado, André?
—Estoy agotado, Alcar.
—Que no te preocupe eso, pronto recuperarás tus fuerzas.
Piensa en la vida más elevada.

Una vez que hayas sido elevado en ella recibirás nuevas fuerzas que te dará Dios, porque tu vida es servicial.
Y esa fuerza es inagotable.
¿Pudiste seguir este proceso?
—Sí, Alcar, pero pensaba que yo mismo me asfixiaría.
—Sentiste esa opresión en el pecho porque fuiste teniendo unión con él, porque te conecté con su vida.
Al haber interferencias en sus sentimientos fue presa del semitrance y perdió la conciencia.
En ese instante eliminé los demonios de él.
Se habría asfixiado si esto hubiera durado más tiempo.
Así que tenía que suceder en poco tiempo.
Descendí en sus sentimientos.
Lo llevé a cabo por medio de mi concentración, de mi fuerte voluntad y del conocimiento de las leyes ocultas.
Así que sus sentimientos estaban siendo interferidos por un poder predominante, que era yo.
Fue acelerándose su circulación sanguínea, la respiración estaba siendo alterada y le latía el corazón en la garganta, porque yo estaba interviniendo en su vida con todas mis fuerzas.
Dado que los sentimientos están sintonizados directamente con el organismo, él vivía esta interferencia, de la que tú mismo sentiste los fenómenos.
Y como seguías conectado con él, tú mismo experimentaste esas interferencias, porque por medio de ti vuelvo a tener comunicación con él.
Aun así fue una hermosa tarde, André.
Te dio sabiduría vital.
Llegaste a conocer algo de las leyes astrales y de las ocultas.
Por esa sabiduría se hace de este lado lo que sea.
Aquí viven personas que se encierran en personas dementes para conocer esas leyes.
No hay mejor escuela de aprendizaje.
Y de ese modo vives también tú las leyes de nuestra vida.
Un espíritu de la luz ha pagado su esfera luminosa con su propia sangre vital, y eso quiere decir: ¡nada a cambio de nada!
Para eso también nosotros hemos de recurrir a todo lo que sea de nuestro propio “yo”, o jamás alcanzaremos la altura cósmica.
Llegamos a ese punto por el “querer servir”.
Pero para este caso necesité ayuda astral.
Algunos discípulos míos me ayudaron, o su organismo no habría sobrevivido esto.
Habrían surgido trastornos en el sistema nervioso, y eso ahora lo he evitado.
Mis ayudantes velaron por el organismo, mientras yo eliminaba todas esas fuerzas astrales de su vida.
Eso no pudo ocurrir hasta hoy.
¿No es una gloria, André, poder vivir esto como ser humano material?
Ahora continuamos y nos preparamos para su última batalla.
Ahora ya solo falta el ser femenino y habremos llegado allá.
Cuando ella haya sido expulsada él podrá empezar otra vida, una que sea armoniosa.
Te avisaré antes, cuando esto sea posible (—dijo).
Cuando el hombre regresó se había convertido en una persona diferente.
—Voy avanzando bien, vamos por el buen camino, porque me siento estupendamente.
—Todavía no hemos llegado, estimado, no cantes victoria todavía.
—Pero aun así estoy contento de que ya hayamos avanzado tanto.
Ahora ya no me atacan de forma tan fanática.
Ay, si supiera usted lo que significa poder dormir tranquilamente y tener la sensación de estar solo.
¡Nunca estaba solo!
Y la comida me ha vuelto a saber bastante bien.
¡Soy tan feliz!
André lo trató y Alcar estaba satisfecho.
Después del tratamiento el enfermo le dijo:
—Creo que ahora ya no viviré esas batallas nocturnas, porque ya conozco mi propia enfermedad muy bien y ahora siento cuándo me va a llegar.
Ahora he vuelto a ser yo mismo, porque esta mujer ya no tiene mucho que decir.
A todos les parece que tengo mejor aspecto.
Me doy ahora gloriosos paseos y me sientan bien.
¿Podría ir ya a una conferencia espiritual?
Me encantan las conferencias sobre todas estas cosas.
André le prohibió asistir a ellas y respondió:
—Ya basta con lo que has vivido de estas cosas.
Más adelante, cuando por fin seas del todo tú mismo, ya me dará igual.
Pero Alcar le hizo ver de pronto que entretanto sí que había ido.
El hombre tuvo que reconocer que André veía bien y prometió no volver a hacerlo.
—Qué terreno tan peligroso que es este —le pareció al hombre.
—¿Sabes por qué has ido a parar a esas manos?
—No, no lo sé —mintió.
—¿Quieres ocultármelo?
Se hacía el sumiso, pero respondió:

—Pero ¿es humano, no?
¿No tiene todo ser humano deseos?
—Así es, pero lo que buscabas tú te condujo a las tinieblas.
Puedes desear lo que quieras.
Tienes suficiente resistencia, pero no cometas estupideces.
—Ay, señor, pero no es pecado desear eso, ¿no?
Es que tengo un cuerpo, qué se le va a hacer, y también pide.
¿Pensaba usted que no quiero tener una casa propia, mujer e hijos?
Para eso uno está en el fondo en la tierra.
Y cuando eso no llega, ¿qué hace entonces el ser humano?
¡Desear!
Y entonces vinieron a mí.
—Te atacaron porque eres muy sensible a eso.
A otras personas eso no les molesta, y sin embargo también desean.
Esas personas tienen que asimilar esta sensibilidad todavía —según oigo ahora—, pero tú ya habías llegado a ese punto.
Eres un médium, como yo, pero te falta resistencia para esto; te conducen a un manicomio.
¿Te ha quedado claro?
—Sí, le comprendo.
Ya de niño veía yo en ese otro mundo, pero nunca me comprendían.
De niño vagaba durante horas buscando algo, pero no comprendía lo que era.
Cuando me vio un médico no supo ayudarme.
Siempre me escapaba de casa, pero en el fondo tampoco es que lo quisiera.
¿Estaría ya entonces bajo la influencia astral?
—Ya te perseguían durante tu juventud y cuando tuviste unos años más ese mundo pudo alcanzarte.
Tú sabes mejor que nadie lo que pasó entonces contigo.
El hombre se puso colorado.
Sentía que André lo estaba calando, pero también comprendía que era muy natural.
—Ojalá lo hubiera conocido a usted entonces: no habríamos llegado a este punto.
—No podría haber hecho nada por ti, buen hombre.
—¿Por qué no?
—Porque tenías que conocer toda esta miseria.
Tú mismo lo deseabas, ¿no?
Tu vida interior estaba abierta a ello y querías vivir esos deseos.
Esa pasión te condujo a las leyes astrales.
Ahora que estás harto de esto —ahora que has conocido el peligro y las desgracias— estás luchando para quitártelo de encima.
En esa época deseaba, pero solo podíamos ayudarte ahora que esos deseos habían sido apagados.
—¿A qué debo esto?
¿Es una maldición?
—Esto no tiene nada que ver con maldecir a nadie.
Tu sensibilidad te condujo al mundo astral.
Cada ser humano, dice mi maestro, tiene que atravesar esto, porque solo entonces llegas a la sensibilidad astral, una sintonización espiritual para el otro lado.
Es muy natural, pero cuando deseamos esto y no nos conocemos a nosotros mismos, si no tenemos suficiente resistencia —ya lo has vivido—, entonces nos ataca ese mundo.
Lo que tienes que hacer ahora es seguir siendo tú mismo en todos tus pensamientos, o estarás continuamente en contacto, y entonces seguro que te conducen de nuevo a esa miseria.
Mejor tenlo en cuenta, porque es por tu propio bien, por tu salud.
El hombre se fue y André pensó sobre todos esos problemas.
La vida en la tierra era muy peligrosa.
Cuanto más sensible se hacía el ser humano más peligrosa se hacía la vida en la tierra.
Pero esa sensibilidad la quería tener todo el mundo, y sin embargo ¿quién podía mantenerse firme?
¿Dónde estaba el límite de esta sensibilidad?
¿Cuándo podía decir el ser humano: “Ya he llegado”?
Quizá aún llegaría a conocer todas esas leyes y todos esos problemas humanos.
¿No había felicidad para todo el mundo?
¿Tan malo era si la gente empezaba a desear tener mujer, hijos y casa propia?
Había miles de esas personas que se volvían dementes por eso, y entonces caían en manos de personalidades astrales, de espíritus tenebrosos.
¿Se estaba en la tierra con un destino determinado?
¿Tenía todo en la vida un significado astral?
André no se pudo responder a sí mismo, pero por medio de la vida de Lantos sí había comprendido estas leyes en cierta medida.
Pero todavía había tantas cosas que quería saber, y con él miles de personas más.
Alcar, sin embargo, ya se lo mostraría todo más tarde.
¿Tenía que sucumbir ahora este hombre porque quería vivir amor?
Ardía en él como una enorme hoguera.
Eso es lo que lo atacaba.
Todo era profundo y a la vez muy natural.
Él comprendía estas leyes que el hombre tenía que asimilar.
La personalidad se desarrollaría, continuaría y seguiría viviendo en el otro lado por la vida en la tierra.
Era el desprenderse de toda pasión física.
Este hombre amaba pero en ese amor también había pasión.
Él estaba abierto a esta y por eso era alcanzable.
Entonces vino hasta él la mujer astral, que lo sorprendió, pero entonces ya era demasiado tarde.
Fue capaz de hacerse una con la vida de su alma y en ese momento comenzó la miseria para él, según sentía André.
¿Y cuántos años llevaba viviendo ya en ese estado?
Durante la conversación vio diferentes imágenes de lo que el hombre había vivido.
No era algo muy bonito, pero André podía comprenderlo.
Y esos sentimientos los tenía que vencer el enfermo, solo entonces podía curarse.
La lección que había vivido ahora lo ayudaría.
Y también sentía que el alma humana es insondable para la conciencia material, y de eso en el fondo no se sabe todavía nada en la tierra.
Era una pena grandísima, pero su maestro le contó que en el otro lado no existen los “qué penas”.
Era la conciencia de toda la humanidad, y esta, todos esos millones de almas, aún tenían que despertar para la siguiente vida.
Los eruditos aún eran inconscientes para estas leyes.
‘Ay’, pensó André, ‘quisiera que Alcar se las explicara’.
Se convertiría en un magnífico estudio, y entonces los eruditos ya no estarían tan impotentes.
La verdad para todos estos problemas vivía en la vida del otro lado.
El ser humano sucumbía porque deseaba, porque ponía demasiado alto el listón para la otra conciencia.
El alma como personalidad aún no era apta para esas vivencias.
Le parecía muy sencillo, pero ¿lo podría aceptar la gente?
¿Harían caso a esto aquellos que deseaban?
¡Él pensaba que no!
Incluso los enfermos querían vivir esta unión material y engendraban niños.
¿Cómo eran estos hijos?
¡Estaban material y espiritualmente enfermos!
Pero ¿era posible eso?
¿Era posible hacer que el espíritu enfermara aún más de lo que ya estaba?
Eran problemas para él a los que su maestro tenía la respuesta; sin embargo, mucha gente los arrastraba y perecía por ellos.
Quien seguía buscando durante la vida terrenal se destruía a sí mismo.
La vida que la humanidad entera tuvo que aceptar era a veces dura, pero André sentía detrás de esta la justicia de Dios.
Al reflexionar sobre todos estos problemas su líder lo elevó en su vida y la respuesta le entró como una visión, por lo que pudo aceptar esta explicación de inmediato.
Si toda esa gente pudiera vivirlo, significaría protección para ellos.
Pero tampoco se les podía alcanzar para eso.
Continuaban, pero cuesta abajo.
Quien buscaba intensamente despilfarraba sus fuerzas físicas hasta que fuera vencido su propio “yo”.
Solía significar estar completamente quebrados, pero después de todo esto el alma como personalidad hacía la transición a la felicidad más elevada.
Esa era la vida material habitual, según sentía André, que correspondía a la conciencia diurna material.
Solo del otro lado el ser humano llegaba a conocerse.
En la tierra no quería saber nada de eso, y aun así era lo más necesario de todo para vivir la vida material de forma consciente.
Pasaron meses.
El hombre venía a visitar fielmente y progresaba bien.
El sistema nervioso se relajaba y se recuperaba por completo.
De vez en cuando recaía un poco, pero se mantenía firme y en ese estado fue atacado de nuevo.
El ser femenino se seguía alojando en su vida, pero poco a poco se acercaba la hora en que su maestro también la podría eliminar a ella de su aura.
Una tarde vivió de nuevo el desgarramiento de estas auras.
El hombre pensaba que esta vez moriría, así de intensa fue la lucha de ella por poseerlo.
Sin embargo, tuvo que soltar su presa, y el enfermo pudo empezar otra vida.
En ese instante el hombre se sintió miles de kilos más ligero, tan fuerte había sido todo ese tiempo la presión sobre su equilibrio personal.
La personalidad astral pringaba la vida de su alma, colocaba en él el veneno astral de ella que le pesaba como una losa sobre el pecho, por lo que apenas podía respirar.
Ahora ella, con toda su presión, que pertenecía a las tinieblas, había desaparecido de él, y lloraba de felicidad, como un niño pequeño.
El hombre iba bailando por la habitación, rebosante de felicidad por que las tinieblas se hubieran desprendido de él tanto material como espiritualmente.
Ahora velaría por él mismo.
La maldita pasión de ella lo había dejado sin dormir, pero ahora dormía igual que antes y como no lo había hecho en años.
Pero en el otro lado no dejaron de seguirlo.
Tenía que vencerse a sí mismo, y esto tenía que ver con su carácter.
André lo había estado tratando durante ocho meses.
Cuando el hombre fue a mudarse volvió a ser atacado.
Quería escaparse de estas fuerzas, pero eso no era posible, y ahora tenía que seguir ofreciendo resistencia.
Esta vivía en él.
Durante el tiempo que André lo había ayudado, su voluntad se había visto reforzada y su personalidad se había desarrollado.
¿Qué tenía que vivir ahora?
Estaba de nuevo ante toda esa miseria.
Las personas que vivían con él y que en realidad no lo conocían se pusieron en contacto con los servicios de emergencia para que fuera ingresado de inmediato.
Allí pensaban que iba a morirse, pero era la mujer astral que de nuevo lo tenía agarrado.
El médico desconocía su estado y estableció un diagnóstico equivocado.
No veía detrás del velo de este problema y constató una dolencia del corazón.
De modo que ingresaron al hombre, porque le faltaba poco para un ataque, según decían.
Desde el hospital el enfermo escribió a André lo siguiente:
“He sido atacado de nuevo.
Hice de todo, créame, pero era como una gata salvaje.
Me insultaba y me pegaba donde pudiera, pero aun así seguí siendo yo mismo.
Pero las personas con las que vivo pensaban que me moriría y llamaron a los servicios de emergencia.
Y ahora estoy aquí, tan a gusto en una camita blanca, me dan bien de comer y beber, y me miman como nunca antes.
El médico me examina cada mañana, pero no logra encontrar nada especial, porque el corazón ha vuelto a tranquilizarse, y ella se ha largado.
Todavía dijo:
‘¿Qué voy a hacer ahora contigo? ¡Menudo burro que eres!’.
Ya comprenderá usted, y yo también la comprendí al instante, pero hice como si no la oyera.
Desde entonces tengo tranquilidad.
¿Le parece mal que no ayudara al médico? Porque me encanta estar aquí.
En el fondo les conté todo sobre mí mismo, pero no me creen.
Piensan que soy un psicópata, y aun así, cuando hablan un poco conmigo mueven la cabeza y siguen buscando.
¿Recibiré noticias de usted?
¿Seguirá pensando en mí?
¿Cree que ella volverá a molestarme?
Suyo, B., con gratitud”.
André le escribió y respondió que mejor no se dejara alterar por nada.
Ahora lo alimentaban bien y lograba descansar bien.
El enfermo escribió:
“Aquí ahora aguantaré, naturalmente.
Primero pensaba que tenía que partir por voluntad propia, pero ahora no lo haré.
En la otra casa me daban mal de comer, pero ya he engordado y eso por supuesto que es bueno para mis resistencias.
Sin embargo, esos médicos me dan pena.
¿Qué saben de semejantes problemas?
¡Nada!
Pero los dejo que busquen, mejor, porque lo que es creer, no creen en nada.
Solo ellos saben.
Y yo como y descanso a mi aire.
Nunca antes estuve tan bien.
Creo que cuando haya recuperado fuerzas ella ya no me volverá a agarrar muy pronto.
Ahora puedo luchar.
De lo contrario no es posible vencer a este demonio tan rápidamente.
Está al acecho como una gata.
Pero qué horror de mujer que es.
Anoche volvió a visitarme.
Y aproveché para dejarle las cosas bien claras.
Y ¿qué cree que hizo?
Empezó a imprecarme y a la vez a lamentarse.
Antes nunca se lamentaba.
Es por eso que entiendo que ahora está impotente.
Pero yo le importo un pepino, dice, y tarde o temprano volverá a agarrarme.
Le digo a usted que seguiré luchando, estese seguro de que ella ya no volverá a verme.
Vuelvo a darle las gracias por todo lo que ha hecho usted por mí.
Jamás lo olvidaré.
Su B.”.
Pasan los meses.
André no tiene noticias del enfermo, pero una tarde lo tiene delante de él.
Parece un muerto, la miseria le aflora en la cara y está sudando la gota gorda.
—¿Puedo entrar, señor?
Sí que ha vuelto a agarrarme.
André lo dejó pasar.
Contó entonces que lo habían dado de baja en el hospital.
Después fueron otros quienes lo cuidaron y fue allí donde ella volvió a con él.
Ya empezó en el hospital.

—Primero quisieron mandarme a una clínica para deficientes mentales, pero yo no quise.
Dije que era normal.
Pero es mi propia culpa.
Tendría que haberme callado allí.
El médico empezó a comprenderme y entonces opinó que mi sitio no era en el hospital.
Ahora, después de todo, han vuelto a someterme a control, y eso no quiero.
Quiero seguir dueño y señor de mí mismo.
¿Podría volver a ayudarme? (—dijo).
André preguntó a su maestro lo que tenía que hacer, y entonces oyó decir a su líder espiritual:
—Ya no tienes que ayudarlo más, André.
Ahora puede valerse por sí mismo.
Eso es lo que te vaticiné, no te vas a divertir con él.
Ahora tiene que demostrar lo que él quiere.
—No te ayudaré.
A ver si ahora muestras de lo que eres capaz.
El enfermo quiso ponerse a llorar, pero en el mismo instante llamaron a la puerta.
Un señor preguntaba si el hombre estaba con André.
Al entrar le dijo:
—Vaya, vaya, ¿estás aquí, pillín?

Y a André:

—Permítame que me presente.
Soy D.H., enfermero.
Está a mi cargo, pero esta mañana puso pies en polvorosa.
Ya me imaginaba que volvería adonde usted.
Y, claro, aquí está mi cliente.
Vamos, vente conmigo, muchachito, ya te cuidaremos nosotros.
El hombre se fue con el enfermo, pero más tarde volvería otra vez con André, porque tenía ganas de saber todos los detalles.
Cuando fue a verlo una semana después, André preguntó:
—¿Cómo le va al enfermo?
—Bastante bien, en el fondo muy bien, pero no quiere renunciar a su libertad.
No me da problemas, pero esta mañana desapareció de pronto.
—¿Lo ha llegado a conocer entretanto?
—Sí, ahora ya lo conozco.
Le gusta hablar, pero sé que no me cuenta cuentos.
Aun así no entro al trapo.
Hago lo que sea por mi gente, pero tienen que obedecerme.
He oído hablar de usted, y como sabía que lo trataba, he venido aquí.
Cuando esté seguro de que volverá conmigo, podrá venir a visitarlo otra vez, porque quiere saberlo todo sobre sí mismo, como dice él.
Usted puede ayudarlo todavía, dice, pero yo no lo creo.
—Eso lo ha intuido usted bien, porque no lo ayudaré más.
Ahora tiene que demostrar lo que quiere.
Mi tarea ha acabado.
He hecho todo lo que pude por él, y todo lo que tenía que hacer.
—Lo único que quiere ahora es irse a la calle.
Busca la forma de conseguirlo, pero yo lo vigilo.
Después de tres meses podrá hacer lo que él quiera, entonces ya no tendré que cuidarlo.
Pero mientras tanto no quiero perder el control sobre él, o el enfermo se me subirá a la chepa y eso no debe ser.
Tal como lo veo ahora, siento que ha estado sometido a influencias toda su vida.
He leído sus libros así que algo sé sobre la materia.
Ahora, si quiere, se enfrentará a su propia vida consciente, y tiene que luchar contra la influencia astral.
Y sin embargo, creo que necesita su ayuda, porque usted es capaz de hablar con él.
—Ahora ya no lo quiero ver.
Es momento de que demuestre lo que quiere.
Ya no es necesario que yo lo ayude.
El hombre se fue.
Pero semanas más tarde, hacia las diez de la noche, llamaron al timbre y estaba el enfermo delante de la puerta.
—Ay, señor, estoy otra vez fatal.
No me diga que me vaya, porque han vuelto a agarrarme.
Y con lo bien que estaba.
André sintonizó con el maestro Alcar y entonces empezó a percibir.
Ahora miraba a través del hombre, pero no veía incidencia astral; el hombre estaba sugestionándose él mismo esta situación.
André volvió a acordarse de las palabras del maestro Alcar: “No te vas a divertir con él”.
Y aquí estaba quejándose ahora el hombre, temblando y estremeciéndose, y aun así no estaba en manos del mundo astral.
El enfermo suplicaba ayuda, pero André respondió:
—No, buen hombre, no te ayudaré.
Ahora tienes que demostrar de lo que eres capaz.
Y sigues sin hacerlo.
¡Lo que sientes ahora no es más que sugestión!
¡No te pasa nada!
No puede pasarte nada, porque ni siquiera pueden alcanzarte.
Tranquilo, vete a casa, y ya no pienses más en esto.
Esto lo tienes que superar, y está en tus propias manos.
¡Ahora es todo o nada!
Si no luchas, te irás al manicomio.
¿Es eso lo que quieres?
Ya no te voy a ayudar.
Estás jugando con tu salud.
El enfermo lloraba, pero André lo dejó.
Alcar había hecho sentir a André que tenía que aplicarle mano dura.
El hombre podía irse, porque su vida interior estaba libre.
Fue bajando la escalera como un perro apaleado.
A André le pareció terrible.
Le dolía, pero no tenía permiso para actuar de otra forma.
Unos meses después volvió a encontrárselo por la calle.
El hombre no lo vio, silbaba un poco y se sentía como una sardina.
André se le acercó y preguntó:
—¿Te va bien ahora?
—Sí que tuvo razón usted, ahora lo he superado.
Ella ya no me hace nada.
Aun así pensé que aquella noche me había vuelto a agarrar, pero a la mañana siguiente me había recuperado por completo.
Y esa noche encima dormí bien, en contra de lo esperado.
—Tienes que seguir luchando.
Pensar siempre que te pueda asaltar.
Así quedará siempre sintonizada tu concentración, y ofrecerás resistencia.
Cuando te hayas acostumbrado un poco formarás tu propia protección y ya ni siquiera sentirás que estás sintonizado con ella.
Yo hago lo mismo de cara a mis enfermos.
¿Seguirás estando animado y luchando?
Ya sabes, si no te espera el manicomio.
—Y allí es justamente a donde no quiero ir, señor.
Haré lo que pueda.
Nunca olvidaré lo que ha hecho usted por mí.
—Mejor dale las gracias a Nuestro Señor.
Meses después André volvió a encontrárselo.
El hombre estaba trabajando y le estaba gustando.
Era completamente él mismo y ya no le molestaba el mundo astral.
Iba a fijarse en él mismo y en su mediumnidad.
La sensibilidad mediúmnica permanecía en él sin aprovechar, pero eso hacía que siguiera abierto para las influencias astrales.
Tenía que seguir luchando contra esto.
Él mismo lo sentía, de modo que puso toda la carne en el asador.
Silbando se despidió de André y desapareció entre la gente.
‘Un tipo extraño’, pensó André, ‘pero un pobre, a pesar de todo’.
Más tarde se enteró que de el hombre estaba sin trabajo, por lo que había vuelto a tener tiempo para él mismo, lo cual le dio mucha pena a André.
Cuando André preguntó si tenía que hacer algo más por el hombre, Alcar también le dijo:
—Es una lástima, André, porque ahora se vuelve a autosugestionar, y eso naturalmente es malo para su estado.
Tiene que poder trabajar, y si eso fuera posible, también podrá empezar una vida normal.
Pero la sociedad es así y en eso no puedo cambiar nada.
La humanidad aún no ha alcanzado el punto en que se ayude a esta gente.
Pero tarde o temprano ya encontrará trabajo.
No tienes que temer por él.
Ahora seguirá siendo él mismo.
André comprendió a su maestro y se quedó a la espera.
Volvería a desdoblarse corporalmente y llegaría a conocer todas esas enfermedades del espíritu.
¡Por medio de este enfermo había aprendido muchísimo!