En el umbral de la conciencia semidespierta

Una tarde acudió a André una enfermera con la petición de si quería hacer un diagnóstico por medio de un retrato.
Era una foto de su hermana, una mujer de cincuenta años.
André tomó la foto entre las manos y fue sintiendo como empezaba a conectar con el aura vital de la enferma.
Cuando sucedió eso ocurrió algo milagroso en su vida interior, que no lograba entender de inmediato.
Poco después sintió como se fue sumiendo en un abismo; en sus sentimientos estaba siendo alejado mucho de su conciencia diurna.
‘Qué extraño’, pensó.
‘¿Qué es esto?’.
Aun así se entregó por completo a estos fenómenos, y por otra parte intentaba intuir al mismo tiempo qué significaba esta incidencia que le entraba con tanta fuerza.
Lo que era parte de la tierra lo veía y sentía ahora en un estado crepuscular, envuelto en una densa emanación; era medio consciente de su vida y comprendió que esto tenía que ver con la enferma.
Pero el “por medio de qué” y el “porqué” lo tendría que recibir en breve de su maestro; él mismo era incapaz de encontrar una respuesta.
‘Ya no soy consciente’, pensó, ‘es como si me hubiera asaltado un sueño, y sin embargo estoy despierto.
Puedo sentir y pensar, pero esto no es normal; así no me siento en mi vida del yo de la conciencia diurna.
Y ¿todo esto tiene que ver con esta mujer enferma?’.
Ya está haciendo preguntas, porque está en un sitio, aunque no entiende su entorno.
‘No tengo ni idea del tiempo, ni del día ni de la noche, y todo lo que es parte de la vida terrenal permanece envuelto para mí en una densa emanación’.
Piensa durante bastante tiempo y se queda a la espera, porque su maestro aún no le ha dado una explicación.
Pero para André es un fenómeno extraño.
Aun así, pensó sentir algo, porque le estaba entrando una fuerza que dominaba su vida.
Un poco después oyó que su maestro decía:
—¿Intuyes este estado, esta enfermedad, André?
—No, maestro Alcar, no logro enterarme.
Para mí es algo nuevo, aún no lo he vivido.
Así que no lo sé.
—¿Qué sientes? —Oyó que dijo Alcar.
‘Pues sí’, pensó André, ‘¿cómo he de explicar todas estas cosas extrañas?’.
Respondió:

—Ya no soy yo mismo.
—Exacto, evidentemente, André, porque esta mujer está mentalmente enferma y de cara a la sociedad está demente.
André se asustó.
‘¿Es así la demencia?
Pero ¿qué es en realidad la demencia?
¿Está esta mujer física o mentalmente enferma?
El vacío que me ha entrado, ¿es demencia?’.
Se pregunta: ‘La densa emanación que ha blindado mi sentir y pensar, la conciencia diurna, ¿es la enfermedad de esta mujer?’.
Podría hacer numerosas preguntas que bien le gustaría ver respondidas, así que pregunta a su líder espiritual:
—¿Puede hacer algo por esta enfermedad y explicarme al mismo tiempo estos fenómenos?
Recibe de su maestro:

—Sí, André, es posible.
Te aclararé este estado.
Nosotros podemos sanar a esta enferma.
Dile a la mujer que te quedarás la foto hasta mañana y asegúrale que podrás sanar a su hermana.
Cuando se haya ido te explicaré las leyes y los fenómenos de este terrible estado.
André transmite el mensaje y dice:

—Se puede curar a su hermana, así que la puedo ayudar.
Está mentalmente enferma.
¿Conoce usted su estado?
—Sí, estamos al tanto, aunque todavía no comprendemos cómo ha llegado a este estado.
Ayer me encontré con amigos que me enviaron a verlo a usted.
Pero le digo: esta es mi última esperanza, si no tendrá que ir mañana a Malinas, una pequeña ciudad en Bélgica.
Quizá mejore allí.
También es posible que no volvamos a verla; ya no tenemos esperanzas.
La enfermera prosiguió:

—Ay, señor, no nos dé esperanzas si no tiene absoluta seguridad.
Ya nos ha costado un montón de dinero y nosotras, mi hermana y yo, tenemos que cuidarla.
Cuánta pena y cuánto dolor ya hemos sufrido por ella.
Si también esto termina en una decepción para nosotros, quebrará nuestra vida.
Ya no podemos más, de ninguna manera.
No comprendo nada de las fuerzas de usted, no sé quién es usted ni de qué es capaz.
Pero le pido: no me despida con la esperanza de una mejora si no está seguro.
No hemos rechazado ninguna clase de ayuda, lo hemos intentado todo; pero sus médicos dicen que ahora ya no se puede hacer nada.
Y encima ya no la podemos atender en casa.
Tengo mis propias tareas y mi otra hermana no siempre se puede quedar en casa para ella.
Así que estamos muy preocupadas.
Le suplico: dígame la sagrada verdad.
Sea como fuere, ya no quiere más decepciones.
Así que le pregunto: ¿Puede ayudarla?
Con los ojos llenos de lágrimas, la enfermera observa a André y espera una respuesta.
Sus palabras lo han emocionado mucho.
‘Es un estado muy grave’, piensa André, ‘urge un doble control’.
Le dice:
—Espere un poco más, enfermera, le diré enseguida si la puedo ayudar.
Ahora André tiene que volver a hablar con el maestro Alcar.
Se ha sintonizado con su líder espiritual; tiene que recibir la respuesta espiritual para estas vidas desde el mundo astral.
Va tomando conciencia de la santidad de toda esta miseria, es consciente de lo que le espera, y se esfuerza con más nitidez que nunca; quiere estar listo para su maestro, para que se le pueda alcanzar.
Pero de pronto se siente elevado en el mundo de su maestro.
André se va hundiendo en un estado en el que ya estuvo muchas veces.
Su maestro se ha conectado con él, y desde ese mundo ve y oye, puede hablar con su maestro y recibirá ahora el diagnóstico infalible.
Para él como instrumento este es el instante más elevado de todos.
No puede ascender más.
Este es el límite absoluto para este don, por el que cala enfermedades, hace diagnósticos y transmite sus mensajes astrales.
Ahora es uno con su maestro.
El maestro Alcar habla de inmediato a su instrumento y dice:
—Te he elevado en mi vida para que no dudes y hagas un diagnóstico infalible.
Ciertamente, ya lo comprendiste: es un estado muy grave y por eso me parece necesario darte estas pruebas, para que mañana puedas ayudar con todas tus fuerzas.
Te lo repito, André: se la puede ayudar.
La sanaremos.
Se ha adueñado de su vestidura material una personalidad astral.
Esta mujer está poseída, tal como llaman su estado en la tierra, pero sin saber de qué hablan.
En su cuerpo y espíritu vive ahora un anciano que no puede liberarse de su vida terrenal.
Te explicaré mañana cómo se adueñó de esta mujer.
Todo esto es muy profundo, pero conoces nuestra vida y sabes que esto es posible.
Vuelva ahora a tu cuerpo y dile que su hermana va a mejorar.
¿Me oyes, André?
—Sí, maestro, lo veo y lo oigo.
—Pues bien, ¡se curará!
El maestro de André se disolvió y sintió como fue sumergiéndose de nuevo en su vestidura material; allí es donde despertó, y transmitió este mensaje a su visitante.
A esta le caían lágrimas de felicidad por las mejillas, ahora que había recibido una respuesta afirmativa a su pregunta.
—Oh, Dios mío, ¿cómo he de agradecérselo? —dijo a André.
Si es verdad, podré volver a rezar y habré recuperado mi fe.
Oh, si ocurriera, si se hiciera verdad, ¿cómo seríamos entonces?
Porque mejor se lo digo sinceramente: ya no creo en un Dios de amor, porque hemos rezado durante años y de nada ha servido.
Me voy rápidamente a casa para decírselo a mi hermana menor.
La visitante se va.
André se queda pensando y se abisma en profundas meditaciones.
Ella cree haberse quedado sin su Dios por la enfermedad de su hermana, y ha perdido la fe.
Han llorado hasta más no poder, y encima lo perdieron todo.
Esta terrible enfermedad ha quebrado estas vidas, las ha partido, espiritual y físicamente, ¡incluso casi las ha destruido!
Pero hay más personas como estas.
Hay millones de seres viviendo en la tierra y todas esas personas —de eso está seguro— tienen que despertar todavía.
Muchas están rotas por dentro.
Perdieron sus asideros en esta vida, y también a su Dios.
Ahora dicen: No hay un Dios de amor, porque ¿cómo puede consentir todo esto?
“Si puede ayudarme usted, entonces sí que volveré a creer en un Dios, entonces sí que podré volver a rezar, entonces sí que habrá otra vez felicidad y volverá a lucir el sol”, dicen todas esas personas, y estos pensamientos también se manifiestan en esta enfermera.
‘Esto es’, piensa André, ‘porque toda esta gente no tiene ni idea de las leyes astrales ni puede aceptar la vida en la tierra, sea como fuere lo que se les venga encima.
Y aun así, ¡Dios es amor!
Pero ¿cómo tengo que explicarles eso?’, piensa.
‘¿Es posible aupar a toda esta gente en una conciencia más elevada?’.
Sentimiento, fe y amor por Él, que se entregó de lleno: son las cosas, según sabe André, que les faltan a todas estas personas y que sí tienen que asimilar si quieren llegar a conocer las leyes astrales para la existencia propia, si quieren mantenerse en pie durante su vida terrenal, que las ha quebrado y derribado.
Su Dios es ahora un Dios de miseria, un Dios que las ha despojado de todo, y por eso tampoco ya lo pueden amar.
Así es el ser humano en la tierra, si no sabe nada de la vida eterna ni del propósito de estar en la tierra.
La mujer, que cuidaba a enfermos, también incurrió en eso y por eso se reveló inconsciente.
Se podía notar esta inconsciencia en su personalidad, porque quien ha perdido a Dios no irradia nada.
Esta gente es mortecina, deplorable y desanimada, pobre y torpe si quieren perseguir lo verdadero, y es justo en esto donde reside la fuerza y la fe en Dios, y entonces el ser terrenal es capaz de mover montañas.
Lo que ve y vive ahora es la pobreza de la personalidad humana.
Es una visión raquítica, que no le brinda más que disgustos, miseria humana, peor aún que cualquier enfermedad, por despiadada que esta sea y por mucho que desguace el cuerpo.
Cuando este ser humano da por perdida la vida —según sabe por su maestro Alcar—, cuando ya no quiere ser un eslabón en la poderosa cadena, cuando esta criatura se entrega al llanto y a rechinar los dientes, cuando esto lo somete, se siente como si hubiera sido noqueada para siempre.
¡Entonces queda desprendida de la divina armonía!
¿Qué decirle entonces a ella?
Ya no dispone de oído ni de sentimiento, ha sido aplastada a conciencia, ha sido sopesada y se la ha considerado demasiado liviana para su Dios, que ¡a pesar de todo sí es amor!
André piensa: ‘¿Cómo voy a poder convencerla de que se está deshaciendo a ella misma y que se está blindando contra las esferas espirituales de luz?’.
Se sintoniza con su maestro.
Su alma y personalidad ansían tener sabiduría, tienen hambre y sed, y siempre son insaciables.
Su maestro lo está esperando y dice a su querido instrumento:
—Han padecido mucha tristeza estas personas, pero ahora volverán a ser felices.
Aun así, el Dios de amor nos la envió, André, o jamás habría podido recibir esta ayuda, porque Dios ama a todos y cada uno de Sus hijos.
Si esto no es así, el alma como personalidad se encuentra ante sus leyes astrales y la propia causa y efecto.
Pero de eso ya no suele querer saber nada, porque reclama sus derechos vitales.
Estemos agradecidos por que se nos conceda hacer este trabajo, y por que se nos conceda devolverle a ella y a otros la fe en nuestro Padre.
¡Ahora es posible!
Pero ¿cuántos no habrá que a pesar de todo sí se hunden y que han perdido la fe en Dios?
¿Por qué son destruidos durante su vida terrenal?
Esta gente ya no tiene ninguna salida, sucumbe bajo su dolor.
Pero te enseñé para qué vive el ser humano en la tierra, y que hay un Dios de amor, por terrible que pueda ser para muchos la existencia material.
Te enseñé por medio de la vida de Lantos (véase el libro ‘El ciclo del alma’) que todo es causa y efecto, el efecto de los actos cometidos en vidas anteriores, y descubriste las leyes espirituales correspondientes.
Te llevé a parajes desconocidos, a infiernos y cielos, te di enseñanzas y te enseñé a comprender la vida terrenal; es más: a aceptarla.
Ni una sola persona que viva en la tierra puede decir de sí misma: este no es mi sitio.
Pero tampoco puede ser destruida ni una sola alma creada por Dios.
No hay ni un alma en la tierra, o de este lado se sabe por qué está en la tierra.
Te digo que ni una persona en la tierra es consciente de su propio pasado, que sin embargo alberga en la profundidad de su ser, y del que forman parte todas las enfermedades y disgustos, o todas estas cosas no ocurrirían; pero el alma como ser humano tiene que aprender a enmendar lo que una vez se hizo mal.
Estas son las leyes sagradas de Dios, pero para el alma como ser humano, la propia causa y efecto.
No porque el ser humano viva la vida terrenal en dolor, le da derecho a maldecir a su Dios.
Cuando el alma como personalidad está en armonía con lo infinito, nada estará en condiciones de influir en ella y ¡estará salvaguardada del mal material, de la enfermedad y del dolor y la pena!
Entonces ya no entra en juego influenciar.
Si la personalidad no tiene esta seguridad espiritual, estará abierta a las oscuras fuerzas y leyes astrales y podrá tomar posesión de la personalidad terrenal un ser tenebroso.
Y eso es lo que ocurrió con esta mujer.
Ahora una personalidad astral ha tomado posesión de esta vida.
Este ser se adueñó del ser humano terrenal con violencia, y por eso se fueron manifestando todos estos fenómenos.
Ahora es una mujer, André, pero también se les influye a los hombres de esta manera: es como se desfoga en la tierra el oscuro mundo astral.
Lo habitual es tener que llevar a esta gente a una clínica, porque han perdido cualquier asidero en la sociedad.
La ciencia aún no puede sondar la profundidad de todos estos estados espirituales y todavía no se acepta nuestra ayuda, pero solo nosotros somos capaces de resolver esa miseria.
Aquí es un anciano el que no es capaz de liberarse, porque él mismo se forzó una entrada en el aura de ella y ya no puede abandonar su vida, ni siquiera si ahora lo quisiera.
Escucha ahora bien lo que te voy a contar, André.
Esta mujer es un ser que ha vivido la vida terrenal de forma tranquila, pero tiene deseos, quiere tener, igual que otras personas, una casa propia y disfrutar los placeres terrenales, lo que para muchos y para ella representa la felicidad.
Pero esa felicidad no le llegó.
Sus deseos eran poseer, pero por fortuna no se centraron en tener niños, porque entonces habría sido imposible ayudarla, dado que este deseo habría influido de forma más profunda en la vida de su alma.
Su vida es como un mar en reposo, no hay tormentas que hayan trastornado la paz de su alma.
Vivía en un sueño, aceptaba todo, pero seguía anhelando esa cosa concreta, la felicidad, que —no me digas que no— le espera a todo ser humano.
Hay silencio en su vida, pero si este no lo hubiera habido en ella, se habría sintonizado con la pasión y la violencia astral.
Esto, naturalmente, es muy sencillo y comprensible, pero la vida terrenal no suele ser consciente de ello y actúa por la influencia astral.
Su personalidad tranquila y sosegada no atrajo, sin embargo, esa pasión consciente, lo que le protegió de muchísima miseria e intensa violencia.
Pero a pesar de su naturaleza infantil fue a parar a manos del mundo astral.
En la profundidad de su ser yace el deseo de tener una casa y, sobre todo, la de vivir su tarea como ama de casa.
El mal consciente del mundo astral tenebroso la habría hecho salvaje e inhumana, el paso previo a un encierro forzoso.
Pero ahora se quedó bajo la supervisión de sus hermanas y resultó ser apta para la vida normal.
Son los deseos por la pasión que conducen al alma como ser humano al grado más profundo de la demencia.
Así que está tranquila en su estado, pero sí puede rebelarse de pronto y entonces no hay quien la pare.
Esos sentimientos revoltosos los ahogan ahora sus rasgos de carácter buenos y el silencio en su personalidad.
El ser humano, André —ya conoces estas leyes— se protege a sí mismo contra la ruina total.
Ahora esta mujer no se puede hundir más y sigue viviendo en un estado inconsciente.
Este es el límite de la conciencia semidespierta, porque la personalidad astral vive en su conciencia diurna, y así ha destruido su vida.
Así que esta mujer es vivida por otra personalidad.
Estos son además los grados de vida para esta enfermedad y las profundidades en la insondable alma humana, que ya has conocido por medio del trance y el sueño humano.
Se me concedió explicarte todas estas leyes, por lo que ahora me puedes comprender.
Esta enferma se encuentra en el tercer grado para la conciencia humana, pero a veces vuelve a su conciencia diurna y entonces habla y actúa como cualquier otra criatura.
En ese estado vuelve a sentirse brevemente como de costumbre, pero esto significa que la personalidad astral se ha desprendido unos instantes de ella o que esta se ha quedado dormida.
Ahora bien, si ella otorga fuerza y animación a sus deseos, entonces eso hace que él se despierte; vuelve a forzarse una entrada en los pensamientos de ella y actúa por su propia cuenta.
En ese instante cambia la personalidad de ella y dice incoherencias, un idioma que se desconoce en la tierra, pero que forma parte de la vida del espíritu, donde vive esta personalidad astral y donde ha de vivir porque falleció en la tierra.
¿Comprendes, André, lo profundo que es todo?
¿Lo alejado que está de esta vida cotidiana el espíritu de ella, y que mejorará cuando eliminemos este espíritu, este ser humano astral de su aura vital?
En cuanto se disuelvan estos trastornos espirituales ella volverá a sus pensamientos y sentimientos normales y se sentirá completamente sana.
En la vida de su alma se abre un profundo precipicio, producido por la personalidad astral.
Este es su estado y su enfermedad; para la tierra esto se llama demencia.
¿Te ha quedado todo claro?
Mañana volveré a tratar esto para aclararte todas esas leyes y fuerzas.
Así que vete donde ella, estoy contigo y te diré lo que tienes que hacer (—dijo).
André volvió a encontrarse solo y se estremeció por toda esta miseria.
Era profundo todo lo que le había contado su líder espiritual.
Pero ¿qué se sabía de esto en la tierra?
¿Aún no había avanzado la ciencia tanto como para conocer estos secretos, las fuerzas del ser humano que había fallecido en la tierra?
¿Qué se sabía de una pervivencia?
Él, como el instrumento de su maestro, había llegado a conocer la vida del espíritu.
Se le había concedido vivir los infiernos y cielos, y en las esferas de luz se le había manifestado un Dios de amor.
Así que también podía aceptar estas leyes y comprendió que su maestro le aclararía leyes y fuerzas nuevas, desconocidas, de las que acababa de sentir la realidad.
La mañana siguiente se puso ya pronto de camino para ir a visitar a esta persona enferma.
Lo recibió su hermana, que lo condujo hasta ella.
Esa noche había estado muy inquieta y apenas había podido dormir.
—Esto ya no hay quien lo aguante —dijo—, esto tiene que acabar.
André entró a la habitación.
A su lado vio a su maestro, por lo que supo que podía contar con Alcar.
La enferma estaba sentada en la mesa y lo observaba con una mirada penetrante; en sus ojos había locura.
Era una fuerza que lo tomó desprevenido.
‘Así es como pueden mirar los moribundos’, pensó André, ‘cuando el espíritu va a abandonar el cuerpo material’, lo que había visto y vivido en muchas personas.
La mujer estaba sentada delante de un plato con unos bocadillos; estaba llenándose la boca de forma indecente.
La manera de comer era más como la de un animal hambriento que devora un alimento.
No le quitaba la mirada de encima y mientras comía se preguntó quién era el que había entrado.
Entonces inclinó la cabeza y se le congeló la mirada, pero siguió comiendo en la misma postura.
André se sentó muy cerca de ella, por lo que pudo verle bien el rostro, pero ella mantuvo la mirada perdida y de pronto dejó de comer.
De repente dijo:
—¿Y tú qué quieres?
¿Quién eres?
Quiero comer, necesito comer como sea, me muero de hambre.
¡Quiero comer! —gritó de golpe y muy fuerte—. ¡Comer! ¡Comer!
¡Tengo hambre! ¡Hambre!
Le vomitó una cascada de palabras sobre comida y querer comer.
Su hermana lloraba y su hermana menor, también presente, salió de la habitación.
André pensó: ‘Una loca de remate, pide comida y está comiendo y aun así no es consciente de eso’.
Entonces comprendió a esta enferma, aunque todavía no podía sondar del todo la profundidad.
Pero sí que se le habían aclarado ya muchas cosas.
Con la boca llena todavía, ella empezó a gritar de nuevo.
‘Es una enfermedad terrible, y para mí es un misterio’, pensó.
Pero su maestro tendría que explicarle estas leyes.
En ese instante oyó decir al maestro Alcar:
—Aun así, este misterio no es tan profundo como para que nosotros, de este lado, no sepamos resolverlo y explicarlo.
Con “nosotros” quiero decir el ser humano que vive de este lado y que ha depuesto su vida terrenal, y que ahora es consciente de su pervivencia eterna.
Pero ahora tienes que actuar de forma inesperada.
Escucha: somete a radiación solo su cabeza e intenta calmarla, concéntrate en tu propia vida y así la elevarás en tu propia vida; te ayudaré a hacerlo.
Yo desde este lado, y tú en la tierra.
Las fuerzas de los sentimientos de cada uno de nosotros las concentramos en los pensamientos de ella y así obligaremos a este ser astral a abandonarla.
Reza durante el tratamiento y pide a Dios que te ayude.
Hace falta mucha fuerza para eliminarlo del aura de ella.
Observa y percibe, André.
Entonces André vio a un hombre dentro de ella y ese ser sintió lo que se deseaba de él.
La enferma quiso marcharse, pero en ese mismo instante estaba André a su lado.
Le tomó la cabeza entre las manos y le dijo con un suave timbre de voz:
—Tiene que estar callada, muy callada, estar tranquila, vengo a ayudarla y no le haré mal.
La enferma se sentó y permitió que él incidiera en ella.
‘Gracias a Dios’, pensó André, ‘ahora ya no te escaparás’.
Mientras rezaba y se concentraba sintió que la voluntad de ella se iba debilitando.
Vio alrededor de él mismo una gran luz; esta luz que incidía en ella, él la sentía y reconocía.
Era la de su maestro.
Después de haber rezado vio que el espíritu astral hacía todo lo posible para no perder a su presa, pero también vio que el ser no podía con todas esas fuerzas.
Vio que la personalidad astral su fue sumiendo en una profundidad inexplicable y que ya no podía imponerle a ella su propia conciencia.
En ese instante la enferma ya estaba en poder de ellos.
André sabía ahora que se la podía sanar; ya había habido un cambio por esa breve pero intensa incidencia.
Aun así, el espíritu astral volvió y de nuevo ella intentó liberarse.
—Tranquila —le dijo André para sosegarla—, no se altere, no le hago nada.
Seguía siendo atacada, porque el espíritu astral llevaba viviendo muchos años en esta vestidura material, y si se le quitaba este cuerpo, habría terminado su vida terrenal desde el espíritu.
Todo su cuerpo se agitaba ahora y profería gritos de miedo.
André sentía una intensa pugna y vio con claridad el espíritu astral, que se forzaba de nuevo una entrada en el aura de ella mientras dominaba la vida de su alma.
‘Dios mío’, pensó él, ‘qué repugnantes son estos seres’.
Sus hermanas observaban y sus rostros estaban cubiertos de sudor frío.
La más joven, que estaba cerca de él, lo miraba.
Había comprensión en su mirada.
André le preguntó:

—¿Siente usted que está mejorando?
—Asintió con la cabeza—.
Rece entonces, pero hágalo con el corazón, con todo su sentimiento y dé gracias a Dios por esta fuerza y gracia.
La hermana más joven por lo visto todavía no había perdido la fe y se arrodilló.
La otra hermana, la que había ido a verlo, también se entregó por completo; desde su corazón se elevaban ahora oraciones.
André se sintió feliz, en primer lugar, desde luego, por esta pobre mujer, pero aún más por la que había recuperado su Dios y su fe, todo lo que mantiene en pie al ser humano en la tierra.
La pobre enferma se entregó ahora por completo a él, y todas esas fuerzas juntas derribaron el espíritu astral, porque contra esto no podía hacer nada.
Pero la enferma se había quedado dormida bajo las manos de André.
Estaba exhausta, pero esta incidencia le devolvía la calma.
Aun así alzó la mirada cuando detuvo el tratamiento; lo observó con una mirada muy severa.
Pero ya había cambiado algo en sus ojos; le había entrado más calidez y conciencia, lo que sin embargo no había estado en ella antes del tratamiento.

André le dijo:

—¿Ya ve que no le hago daño?
No hacía falta todavía preguntarle cómo se sentía; aún no era consciente de su propia vida.
Pero había cambios y eso a él le dio una gran satisfacción.
Había estado irradiándola durante media hora y se sentía agotado, como si se le hubieran escapado todas sus fuerzas vitales y lo hubieran succionado hasta dejarlo vacío.
‘Pero eso no importa’, pensó, ‘esas fuerzas las recuperaré pronto y entonces volveré a estar en condiciones de ayudar a otros’.
La enferma se preparó para ir a su habitación y André la dejó irse.
Volvería mañana.
Su hermana la llevó a su habitación y no tardó en volver; dijo:

—Es asombroso, porque cuando está así ya no hay quien la pueda parar.
Arroja la comida y bebida, lanza maldiciones, brama e insulta, y durante días está alterada.
Ahora no ha pasado; sigue tranquila.
Oh, si resultara que sí hay sanación, ¡lo agradecida que estaré a Dios!
—Lo primero es que usted conserve la templanza y la tranquilidad —dijo André—, y una de ustedes tiene que quedarse con ella.
Ya ha habido cambios para bien, lo que es muy asombroso.
En cualquier caso, mañana todavía no se irá a Malinas, de momento se queda con ustedes.
Puede curarse, retengan eso y recen, las ayudaré.
Mañana volveré.
La hermana más joven, que había ido a ver a la enferma, volvió y dijo:

—Duerme, señor, y profundamente.
Eso también es asombroso.
¡Oh, ojalá que por fin se cure!
André comprendía su enorme felicidad; para ella era un milagro.
Que estas enfermedades pudieran disolverse por medio de fuerzas humanas en la tierra era una gracia de Dios.
La ciencia ya está convencida de que esas fuerzas están latentes en el ser humano.
Pero que haya personas que poseen el don de volver como seres astrales en el cuerpo terrenal, humano, eso es algo que los expertos no pueden ni quieren aceptar.
Si conseguía que esta sanación prosperara —lo cual ya no dudaba— podría convencerlos.
Cuánto dolor y pena no se disolverían entonces.
Se despidió hasta la mañana siguiente.
‘Qué asombroso’, pensó, ‘había estado a punto de ir a una clínica, y una vez allí, ya no habría salido de ella’.
Había un monstruo, una figura espiritual que la mantenía presa, y quizá hasta su muerte.
¿Cuánto tiempo más tendría que vivir?
Imagina que tendría que llegar a los setenta u ochenta años.
¡Todos esos años en semejante estado!
Su vida sería entonces terrible, horrible.
Después de verla a ella fue a otros enfermos, y ya una vez en casa entró en comunicación con Alcar, su líder espiritual.
Su primera pregunta fue:

—¿Está progresando, Alcar?
—Sí, hijo mío, se curará, pero aún no ha sido liberada.
Puedes estar seguro de que el ser humano astral ya no se podrá apoderar de ella, aunque tampoco se puede liberar todavía.
He dicho a mis ayudantes que se queden velando junto a ella.
Ahora hay alrededor de ella una densa emanación de fuerza espiritual, para que el ser humano astral no pueda adueñarse de nuevo de ella e influirla enteramente.
Esa fuerza espiritual permanecerá hasta mañana y entonces la irradiaremos de nuevo.
La fuerza del ser humano irá cediendo entonces poco a poco y se desgarrará su aura, por lo que se debilitará su poder sobre ella y se romperá.
Volverá a su propio cuerpo, en el que la trastornaron durante años, y podrá pensar y sentir otra vez de forma normal.
Entonces comprenderá que vive en la tierra, lo que nosotros llamamos la conciencia diurna.
—Pero ¿cómo es posible esto, Alcar? ¿Por qué el espíritu astral se topó precisamente con ella, o la buscó justo a ella, y por qué quiere eso?
—Eso es un problema grande y profundo, pero intentaré explicártelo.
Todas estas personas son más o menos mediúmnicas y por eso se las puede alcanzar.
Sabes desde hace tiempo que desde este lado es posible entrar en contacto con el ser humano en la tierra.
Este espíritu pertenece a las tinieblas pero sí que posee fuerzas vitales.
No es un espíritu maligno, que siembre la muerte y la perdición a su alrededor, porque como ya te dije, lo que quiere es vivir en la tierra y no se siente feliz de este lado en las tinieblas.
En su vida hace frío y todo es terrible.
Toda esta gente alberga un deseo: quieren poseer y al hacerlo pueden darse calor.
Todos esos seres encuentran en la tierra esa posesión.
Es con el ser humano material con quien se conectan por completo.
¿Te ha quedado claro?
—Sí, Alcar.
—Pues si lo comprendes, André, también te habrá quedado claro que no solo destruye la vida de otros, sino que él mismo también está detenido en su desarrollo y que todo esto lo tendrá que enmendar.
Hace mucho hizo la transición en la tierra y entonces entró en esta vida.
Se le dijo que empezara con otra vida más elevada, pero eso no le apetecía nada.
Quería estar en la tierra, y siendo consciente de sus fuerzas de poder hacerlo se fue en busca de un ser humano terrenal, encontró uno; a saber: a esta mujer.
De haber sido ella receptiva a la pasión que albergaba él, ella también habría sido uno de esos seres animales.
Ya te estarás dando cuenta de que en la tierra es insondable la profundidad de esta demencia y de que apenas se les puede ayudar a estos seres.
Si está en el carácter del ser humano que este quiera poseer y desfogarse, entonces ya no se le puede ayudar.
¡También nosotros nos encontramos impotentes ante los rasgos del carácter!
A estas personas no se las puede cambiar, porque ellas mismas no lo quieren.
Pero en este caso hay sosiego, el espíritu astral quiere estar en la tierra para volver a vivir una vida humana.
En él solo hay deseo de poseer una mujer, y obtuvo contacto con ella porque el interior de ella se corresponde al suyo.
No es mala, pero tampoco buena.
Ya sabes cómo es esta gente.
Hay muchos seres en la tierra a los que es imposible conmover, están muertos en vida.
Carecen de profundidad, de profundos deseos, solo desean aquello que es parte de su vida cotidiana; se contenten con lo que sea.
No son conscientes de lo que quieren otros.
No conocen esos deseos, es que simplemente no los tienen.
En su interior no hay ninguna tormenta; no están despiertos ni dormidos.
Aun así había en ella un deseo de tener su propia casita y un esposo que la cuidara y la amara.
Pero no los obtenía.
Así fue pasando su juventud en la tierra, pero su anhelo siguió intacto.
Pedía y suplicaba; es más: siguió deseando y alcanzó esta edad.
Pero siguió sola.
Su espíritu aún está dormido, pero solo en esto está despierto y consciente.
¿Has podido seguirme, André?
—Sí, Alcar.
—Maravilloso, pero hay más.
Escucha: veo diferentes escenas, entre otras que está con sus hermanas y que allí ven cómo va cambiando.
Es allí donde la encontró el espíritu astral y que se incautó de su vida interior.
Fue él quien la obligó a partir.
Sus súplicas por tener una casita, lo que no tiene nada de raro para el ser humano en la tierra, se fueron haciendo muy intensas, pero le estaban siendo impuestas por otra voluntad, por otra fuerza.
Era el espíritu astral el que quería poseer eso; por eso ella quería irse lejos, fuera de la ciudad.
Quería huir de toda esa gente, pero era él quien la incitaba a ello.
Pero primero tendré que aclararte otros estados y sentimientos, si quiero seguir tratando esta cuestión.
Así que escucha bien, André, lo que te voy a decir: el ser astral la encontró y entró a la fuerza en su aura.
Una vez enredado en esta, ya no es fácil liberarse desde este lado, o hay que conocer y poseer las fuerzas para ello.
Era ahora la propia voluntad de la enferma la que le impedía a él irse, incluso si él mismo lo quisiera.
Pero los sentimientos de ambos coincidían.
Anhelaba tener un esposo, y ahora que este no le venía, era la posibilidad para ese espíritu de tomar posesión del organismo terrenal de ella.
Era la voluntad de ella misma la que lo retenía.
Una vez establecida la conexión, surge la transición hacia otro estado y la toma de posesión de este.
Atraído por la fuerte voluntad de la mujer que lo mantenía preso como un imán, pero también por la voluntad y deseos de él de vivir en la tierra, se sentían completamente uno.
Pero la voluntad de él dominaba la de ella, y así fue recayendo en un estado inconsciente.
Poco a poco fue hundiéndose.
Él tenía la voluntad y los deseos de ella sometidos, de lo contrario es imposible influir sobre alguien.
Solo por eso hizo la transición en él.
Esta es la posesión de ella y estas son las fuerzas que lo atrajeron hacia ella, pero que a él le dieron encima la posibilidad de poder alcanzarla.
Podrás comprender lo que ocurrió entonces.
Los primeros fenómenos que veo y siento son estos, de los que ya hablé.
De pronto quería salir y tener una casa propia.
Se le dio permiso después de muchas deliberaciones.
La veo en el silencio lejos del lugar donde vivía, apartada.
Pensaban estar ayudándola por el bien de su salud, pero si ya entonces hubieran sabido lo que le pasaba y se hubieran negado, no habría caído tan profundamente y él no podría haber hecho una transición completa en ella.
Pero la verdad es que el ser humano en la tierra es incapaz de ver estas consecuencias.
Solo nosotros, aquí, en nuestro mundo, conocemos estos poderes y fuerzas.
Un psicólogo terrenal no puede sondar estas fuerzas, para eso tendría que ser clarividente.
También tendría que aceptar una pervivencia eterna y ponerse en comunicación con fuerzas terrenales, es decir las de los médiums.
Entonces sería posible calar todos estos fenómenos y determinarlos hasta allí mismo, pero ya dije —y mañana podrás controlar todo esto— que obtuvo su casita, y esta posesión le fue fatal.
Así que repito: en esta posesión, su deseo, no vieron nada extraño.
Pero veo muchas cosas por las que sentían y por las que se daban cuenta de estar ante una persona anormal.
Pero esto era imposible de aceptar para sus hermanas, que la iban a visitar a veces.
Mientras, su vida en sí había cambiado tanto que llegaron a conocer en ella a un ser completamente diferente, pero eso no fue todo.
A veces hablaba durante horas y decía las tonterías más grandes a cualquiera que se prestara a escucharla.
Sus ojos ya estaban empezando a difuminarse, su vida interior ya resultó estar perdida y quienes la conocían empezaron a considerarla anormal.
Aun así no hacía cosas malas, y por eso evidentemente ni las siento ni las veo de ninguna manera.
Por fin se consultó a un médico, pero este no sabía qué hacer con esto.
Mañana podrás preguntarles lo que hizo de esa forma, André, y si hay algo que no te queda claro, te lo explicaré (—dijo).
Alcar partió y a André se le habían aclarado ahora muchas cosas.
La siguiente mañana vivió nuevos problemas.
Lo llevaron al dormitorio.
Estaba sentada en el borde de la cama, con la mirada perdida.
André se quedó en el quicio de la puerta y sondó su interior.
Había habido cambios en ella.
Su rostro estaba más vivo y lo asilvestrado del día anterior había desaparecido.
Así que ese único tratamiento ya había obrado milagros.
Parecía diez años más joven.
Esos rasgos de persona vieja habían desaparecido, tenía los ojos radiantes y en la boca ya no estaba esa mueca cruel.
Pasaron algunos segundos.
De pronto lo vio y le dijo:

—¿Qué quieres?
¡Fuera de mi habitación, vamos, rápido, fuera de mi habitación!
Su hermana la aplacó y dijo:

—Ya, ya, tranquila, es el médico, viene a ayudarte.
¿Es que no te sentó bien?
Vamos, siéntate, tranquila.
Su reacción fue muy cortante y dijo:

—Este no es médico, mientes.
André comprendió el significado de estas palabras.
No, no era médico, pero ¿cómo había averiguado esta verdad?
¿Cómo sabía con tanta precisión que él no era médico?
Volvió a decir:

—¡Fuera de mi habitación!
Rápido, de prisa, fuera de mi habitación, quiero estar sola.
‘Otro problema nuevo’, pensó.
¿Cómo sabía ella que esta era su habitación?
¿Por qué se sentía de repente en casa aquí?
¿De dónde le venía la comprensión de querer estar sola?
Preguntó a su hermana:

—¿Sabía antes de que viniera yo que esta era su habitación?
—No, porque ya no era consciente de su entorno.
Ahora sentimos que está progresando, aunque es más rebelde que nunca.
Antes era a veces así, de modo que en eso veo que vuelve a ser como era.
André se sintonizó con su maestro y recibió una respuesta inmediata.
Oyó:

—Pero si ya te dije que es mediúmnica, ¿no?
Ve, oye y siente.
Todos estos seres son más o menos mediúmnicos, o no habrían sido alcanzables y ningún espíritu podría influirlos ni vivirlos.
El ser humano recibe influencias desde este lado en miles de situaciones.
Pero aquí hay progreso.
Así que actúa de forma imprevista, como ayer.
André se acercó un poco, pero ella no quería saber nada.
Aun así, tenía que poder tratarla.
De pronto ella se levantó de un salto, se fue a una esquina de la habitación y lo miró amenazante.
—Usa una argucia. —Oyó que le dijo Alcar—. Siéntate en su cama.

André hizo lo que le dijo su maestro y fue a sentarse en su cama.
Pero ella reaccionó de inmediato:

—¡Bájate de allí!

Se acercó en dos saltos y él hizo lo que le había exigido.

—Disculpe, no me lo tome a mal, ya me voy y no la molestaré más.

Su hermana empezó a llorar; pero también esto no era más que un recurso para cambiar su humor.
Ahora la enferma miró a su hermana, después a André y volvió a sentarse en su cama.
‘Ahora tengo que actuar’, pensó.
Le dijo:
—Ya, tranquila, no le haré nada, no se preocupe.

La enferma se quedó sentada y permitió que la tratara.
André sintió que le entraba una tremenda fuerza.
Volvía a tenerla en su poder y sentía que se iba tranquilizando.
Sus nervios se relajaron; se desplomó exhausta.
Pensó: ‘¿Estás en un estado de trance o estás durmiendo?’.
Al instante oyó decir a su maestro:
—Este estado es de semitrance, André.
Nos vienen a ayudar sus sentimientos, porque su espíritu está bajo nuestra influencia.
Si no fuera así, entonces, créeme, tampoco habríamos podido ayudarla.
André incidió ahora intensamente en ella y dio gracias a Dios por esta gracia.
Sentía que ella estaba tomando conciencia de muchas cosas.
Cuando tuvo que parar seguía dormida, y se fue a otra habitación.
Se dejó caer en una silla, agotado.
Quiso entonces hacer algunas preguntas a su hermana, porque habían pasado muchas cosas con la enferma.
Empezó diciendo:

—Dígame: tal como está ahora, ¿no la ha visto en mucho tiempo?
—No, como es ahora era antes, pero no tan dominante.
Ya se está acordando de muchas cosas.
Ya no sabía nada de su habitación ni de irse a dormir ni de sus cosas y ocupaciones cotidianas.
—¿Cómo se manifestó esta enfermedad?
¿Todavía se acuerda?
—Sí, me acuerdo muy bien.
Eso ya no lo olvidaremos jamás.
Vivíamos las tres en otra casa.
Como sabe, mi hermana y yo somos enfermeras, y ella es nuestra hermana mayor.
Mis padres fallecieron hace ya mucho.
Nunca fue una persona fuerte y por eso decidimos que ella llevara nuestra casa.
Todo iba de maravilla y fuimos muy felices durante unos años.
Pero entonces llegó un tiempo en que nos parecía muy nerviosa, y fuimos a consultar a nuestro médico de cabecera.
Este dijo que estaba un poco estresada, pero nada más.
Le dieron un jarabe y el médico ya no volvió.
Pero siguió estando estresada, tanto que su estado empeoró.
Volvimos a consultar a nuestro médico y de nuevo le dieron medicamentos, pero tampoco sirvieron.
Después la examinaron entera, pero el médico no encontró nada.
Lo que ella decía es que no estaba enferma.
Y es que en todo se comportaba muy normal.
Así fue durante dos años, hasta que quiso salir de la ciudad.
Decidimos mudarnos, pero también allí, en esa casa nueva, seguía agitada.
Mientras tanto fue agravándose su estado, y ya no supimos qué hacer.
Lo achacamos a la casa así que volvimos a mudarnos.
En esa última vivienda solo nos quedamos unos meses, porque allí nos hacía la vida imposible.
No comprendíamos que estaba muchísimo más enferma de lo que apuntaban los fenómenos y nos fuimos de nuevo a otra casa, o sea, a esta, donde ya llevamos viviendo varios años.
Aun así no dejó de hacernos la vida imposible.
Un nuevo examen reveló: neurastenia y estrés.
Ella quería salir al campo y cuando también el médico nos aconsejó hacerlo decidimos esforzarnos por ello y gastarnos nuestro último dinero, con tal de que mejorara.
Pero antes de decidirlo, consultamos algunos especialistas, que también se mostraron todos partidarios de enviarla al campo.
Sacrificamos el dinero que habíamos ido ahorrando.
De todas formas fuimos desaconsejándolo y yo le decía: “¿Por qué no puedes encontrar la paz aquí? ¿Por qué quieres salir de la ciudad?
Es que te necesitamos mucho”.
“Tienes que ser capaz de valerte por ti misma”, respondió de forma concisa y tajante, “y yo también quiero hacerlo.
Tú encárgate de ti misma, yo también lo hago”.
“Pero”, preguntamos nosotras, “¿quién te cuidaría a ti?”.
Se sintió ofendida por ello y nosotros sentimos que habíamos sido rudas, y dejamos que las cosas siguieran su curso.
Y entonces consiguió su pequeña casa.
Encontramos algo apto para ella cerca de Gouda.
Aun así no entendíamos por qué nos dejaba solas, porque no la encontrábamos rara en nada.
Así fue viviendo bastante tiempo sola, hasta que empezaron las desgracias.
Nos preocupábamos mucho de que se comportara de forma tan extraña y que no se entusiasmara para nada cuando íbamos a visitarla.
Hacía como que la cosa no iba con ella, y eso no lo comprendíamos.
“Pero ¿es que todavía no está contenta?”, decía mi hermana, y nos asaltaba una profunda tristeza.
Pero cuando nos íbamos hablaba con franqueza y volvíamos a arrepentirnos de haber pensado así.
Siempre cuando íbamos a casa se alegraba, pero cuando llegábamos era presa de algo que no entendíamos.
Me preguntaba qué podía ser, pero no lo averiguaba.
Nos pareció que había envejecido muchísimo en poco tiempo.
“Este entorno”, le dije a mi hermana, “tampoco le hace bien”.
Durante algunos meses nos mantuvimos alejadas de ella y cuando fuimos a visitarla de nuevo la encontramos hecha una idiota.
Imagínese, ¡parecía una bruja!
Nos miraba con cara de asombro y preguntó lo que queríamos.
Me sorprendió y entristeció mucho, y comprendí que se había vuelto completamente demente.
Al informarnos en sus círculos resultó que todos la tomaban por loca.
Aun así parecía que algunos días estaba muy bien, lo que en efecto constatamos después.
Pero lo extraño era que hubiera adoptado rasgos masculinos y que ya no hubiera nada femenino en ella.
Se había vuelto muy sucia y su ordenada casa se había convertido en un desastre.
Todas sus cosas hermosas se encontraban en estado de abandono.
Cavilaba, según nos decían, durante días enteros.
Era capaz de quedarse durante horas en exactamente el mismo sitio, con la mirada perdida en un espacio vacío.
Decía que todo era oscuro y tenebroso, que no había luz en ninguna parte.
Y además, ¡siempre ese frío!
Ya habíamos advertido que atizaba demasiado la estufa, pero no reaccionaba ante eso.
No aceptaba nada de nosotros.
Hacía lo que ella misma quería.
Su habitación siempre era un horno, no era posible aguantar allí ni diez minutos.
A veces le daban ataques de rabia, que eran una pasada.
Siguió así hasta que empezamos a adoptar medidas y mandamos hacerle un nuevo examen.
Como ya dije, cuando fuimos indagando resultó que la tomaban por idiota.
Preguntaba a la gente si no tenían luz; quería tener luz como fuera.
Decía incluso más disparates, de los que no entendíamos nada.
Estaba empezando a quedarnos claro que ya no era consciente de su vida.
A las preguntas normales no te daba respuestas suficientes, o eran erróneas.
Un niño de dos años te habría respondido mejor de lo que lo hacía ella.
Para mí estaba claro que había perdido completamente la memoria; cuando ibas a verla te encontrabas con restos de comida por todas partes, en cualquier esquina.
Había grandes trozos de pan por todas partes.
Podría explayarme horas, pero ¿de qué le iba a servir a usted?
Ya no quiero ni pensar en cómo habrá sufrido la pobre.
Pero ahora, desde ayer, es capaz de pensar de nuevo
Estuve hablando con ella todo el día y me dio respuestas claras.
Pero si le preguntaba por cosas que habían pasado hace veinte años aún no sabía recordar nada al respecto.
Sin embargo, he mantenido conversaciones asombrosas con ella.
Me preguntó de improviso: “¿Cuánto tiempo llevamos en esta casa?”.
Le dije: “¿Por qué preguntas eso?”.
Cuando se lo dije me quedé esperando a ver qué respuesta me daría, pero recayó en profundas reflexiones.
Después agitó la cabeza y desapareció, para volver al poco tiempo y preguntar de nuevo: “Pero ¿dónde estuvieron (estuvisteis) todo este tiempo?
¿Por qué me dejaste sola?”.
Ya comprenderá usted que me sorprendió oírla hacer estas preguntas.
Porque no la habíamos dejado sola.
Respondí: “No te hemos dejado sola, lo que pasa es que tú querías estar sola”.
Volvió a sumirse en profundas meditaciones, se colocó a mi lado y siguió mirándome con mucho cariño y de manera infantil, lo que me conmovió mucho.
Entonces dijo de pronto: “Papá y mamá saben que no tengo culpa de nada”.
Me la quedé mirando con sorpresa.
Cada palabra que decía me asombraba, porque sentía que estaba hablando con mi hermana de antes.
Me eché en sus brazos y las dos nos quedamos largo rato llorando, lo que me reconfortó.
Después se fue y me quedé sola.
Pero después de un tiempo regresó y empezó a hacer de nuevo preguntas.
“Pero ¿dónde he estado todo ese tiempo?”, preguntó.
“¿Es que entonces no me dejaron (dejasteis) sola?
Entonces ¿quién me alejaba de ustedes (vosotras)?
¿Por qué tenía que irme toda sola hasta allí?”.
Ya no entendía nada de nada.
¿Estaba volviendo en sí?
¿Es que no sabía nada de todos esos periplos?
Era ella quien había querido salir de la ciudad, nosotras se lo habíamos desaconsejado.
¿Sabe usted, señor, lo que significa todo esto?
¿Puede ofrecerme una explicación?
La enferma, sin embargo, dijo más cosas: “Ya no tengo tanto frío, qué delicia que esté llegando el verano”.
Pero estamos en septiembre, así que lo que se avecina es ¡el invierno!
“Ahora volverán otra vez los días largos”, prosiguió, “y volverá a lucir el sol.
¡Qué gloria esa luz!
Qué contenta me siento de estar otra vez aquí.
Pero entonces, ¿por qué me alejaron (alejasteis) entonces?”.
Otra vez esa pregunta sobre mandarla fuera, que se me hacía incomprensible en ella.
“Tesoro”, le dije, “eras tú misma la que quería irse afuera”.
“¿Yo?”, preguntó sorprendida, “eso no es cierto.
Fueron ustedes (fuisteis vosotras), yo no quería”.
¿Qué significa todo esto? Dígamelo, ¿no? —preguntó su hermana a André—.
¿Lo sabe usted?
André se sintonizó entonces con Alcar y pronto entró en comunicación con él.
En este estado empezó a ver y le dijo lo que estaba percibiendo.

—No fue ella misma —empezó diciendo— la que quería salir de la ciudad, sino que era un espíritu.
Este tomó posesión de ella, que actuaba en función de los deseos de él, no le quedaba otra opción.
Así que en nada de lo que hacía era ella misma.
Que pregunte ahora por qué la enviaron afuera es porque está volviendo a ser quien era, mientras que en todo este tiempo estuvo actuando conforme a la voluntad de otra personalidad.
Es triste, pero esto podría haber terminado muchísimo peor.
Debido a que está volviendo su conciencia está haciéndole ahora estas preguntas.
Todos sus recuerdos están volviendo, y tal como dice usted, ya se puede acordar de muchas cosas del pasado.
Yo mismo pienso que es asombroso y estoy contento de que se esté recuperando, y que ya haya llegado hasta ese punto.
Hable ahora mucho con ella y guarde la calma en todo.
Intente aclararle la mayor cantidad posible de cosas de antes y evóquele asuntos que conozca y haya vivido.
Pero sobre todo aquello que amara muchísimo.
Todo eso le ayuda para volver a su propia vida.
—Pero ¿puede usted aclararme todas esas cosas extrañas?
André volvió a sintonizar con Alcar y oyó decir a su líder espiritual:

—Que quisiera tanto alimento y lo esparciera a su alrededor era el deseo del espíritu astral.
Cualquier espíritu que viva en las tinieblas tiene hambre y desea aquello que tuvo en la tierra.
También ese frío forma parte de su vida interior, igual que la búsqueda de luz.
Para la tierra decía disparates, pero en el espíritu era la pura verdad, que sin embargo no se conoce en la tierra.
Ya no estaba en su propia vestidura material; él, el espíritu astral, dominaba en cualquier estado.
Que haya dejado todo en un estado de abandono es porque el espíritu no podía dominarla en todo y porque así llevaba a cabo sus asuntos cotidianos en estado semidespierto, por lo que todo se fue ensuciando.
Compara esa situación contigo mismo, André.
Tú albergas dones y esos dones nos ofrecen la oportunidad de tomar posesión de tu organismo.
Pero nosotros difundimos el mensaje de una pervivencia eterna y solo hacemos la transición en ti cuando queremos hacer uso de tus dones.
Nos encargamos de que nada pueda interferir en ti.
Pero aquí hubo un ser inconsciente que tomó posesión de su cuerpo, sin conocerlo ni comprenderlo.
De modo que ella hizo la transición en él en diferentes estados.
Pero en otros, en cambio, era consciente, eran las fuerzas de ella las que dominaban las de él, y estaba normal.
Cuando el espíritu astral se adueña por completo del ser humano, este último se hunde irrevocablemente si no tiene sentimientos más elevados, lo cual significa posesiones en el espíritu.
En ella estaban ahora presentes esos sentimientos, y así es como vivía entre dos mundos, a saber: en la vida del espíritu de este lado y en su vida terrenal.
Así ha habido centenares de personas que han sido privadas de su vida terrenal.
Nosotros sabemos cómo se pueden disolver estas enfermedades.
Conocemos todas estas leyes, pero solo después de haber alcanzado nosotros mismos las esferas más elevadas.
Un espíritu tenebroso, es decir, un ser humano que no posea luz ni conozca todas estas leyes, irá a pique, genera disarmonía en el cuerpo humano y en la vida espiritual.
Ya dije anteriormente, André, que las fuerzas de ella misma la preservaron de una ruina total.
A un espíritu astral no le fue posible poseerla con sintonización inferior, o ella tendría que haber aceptado la vida animal.
Pero esos rasgos y deseos tampoco estaban en este espíritu que vivía en ella, ambos hicieron la transición en el otro.
Ella por medio de su deseo y él por su anhelo de poseer, para huir de su vida tenebrosa y fría.
Si todo te ha quedado claro, sentirás la profundidad de este estado; y aun así: este problema lo pueden resolver seres humanos terrenales que posean los dones de ver y curar.
Lo que hicimos nosotros no fue otra cosa que alejarlo del aura de ella.
Este estado se conoce como demencia o posesión.
¿Que a qué se debe que le haya tocado a ella y para qué sirve toda esta desgracia?
Podría escribir libros enteros sobre ello; puedo explicarlo, sin embargo, en unas pocas líneas.
Porque has de saber que se está en la tierra para aprender, y para vivir la causa y el efecto.
La consecuencia en su vida tiene como causa un acto anterior, que ahora tiene que enmendar.
Todo es profundo porque esta vida, este acontecimiento, tiene que ver con el pasado y encuentra en este su sintonización.
Hace siglos —lo veo y puedo aclarártelo— ella hizo exactamente eso.
Hubo una vez en que también ella destruyó la vida de otra persona.
Pero ahora no es consciente de ello y le está afectando.
—Pero ¿tiene que causar eso sufrimientos a otros?
—Eso también es la causa y el efecto.
Ellos también tienen que enmendar cosas.
Te digo a ti y a todos quienes quieran escucharme: no ocurre nada, nada, o es una ley, o sea, una de las leyes sagradas de Dios.
No puede suceder nada, por terrible y animal que sea, sin que sea causa y efecto, y tenga que ver con esta ley, la más poderosa que conocemos.
Todas esas preocupaciones, toda esa lucha, todo ese sufrimiento, no han sido en balde.
Todos han aprendido y cuando ahora llegue la sanación se la deben a su gran Padre.
Tienes que intuir lo profundo que es todo, porque todo supone amor; tienes que intuir que es Dios que vela por todos Sus hijos, pero has de saber que estás enmendando algo.
Todo lo que vivas, todo lo que te hagan, todo con lo que te encuentres: son leyes espirituales.
Bueno o malo, todo tiene un significado.
Si no recibes más que cosas buenas, entonces es que has llegado al punto en que el mal se ha alejado de ti y que formas parte de los felices, de los más fuertes; es más: de los que están listos para entrar en las esferas de luz.
Pero ¿quién puede decir eso de sí mismo?
¿Quién está libre del pecado?
¿Quién conoce su pasado y quién sabe de sus vidas anteriores?
Y aun así, hijos míos, todo esto tiene que ver, aun así el pasado se disolvió por ello.
También esta mujer ha vivido lo que una vez hizo a otros.
Quienes posean la felicidad y estén haciendo algo por los demás, y lo sientan, están asimilando posesiones espirituales.
Hay que dar las gracias a Dios desde lo más profundo del corazón, hay que rezar, rezar mucho, y hay que intentar construirse una nueva fe, poderosa.
Dios no permite que ni una sola criatura sufra cuando se haya enmendado todo.
Solo Dios conoce a todos Sus hijos y sabe que destruyeron a otros.
Es el ser humano quien se blinda contra una vida más elevada y quien se pregunta por qué y para qué todo este sufrimiento, pero no se conoce a sí mismo.
Algún día, sin embargo, te conocerás a ti mismo.
Entonces aceptarás todo, da igual como vaya a ser e inclinarás la cabeza profundamente.
Entonces pedirás perdón y que se te conceda enmendar todo.
Pero haces más, porque entonces desciendes en las esferas tenebrosas para ayudar y apoyar a tus hermanos y hermanas que viven allí.
Estarás dispuesto a llevar a cabo el trabajo más pesado que te encargaron y ya no preguntarás: ¿Por qué tenemos que sufrir tanto? No hicimos nada malo, ¿no?
No, entonces sabrás e intuirás, que Dios es todopoderoso y que conduce a todos Sus hijos hacia el camino, el único que sube hacia las esferas de luz, hacia tu vida eterna y la nuestra.
Ahora sigue con el tratamiento, André, pronto se habrá recuperado.
Esta vez la despedida de André fue cordial.
Todos estaban más que felices.
Para él se había resuelto un gran problema gracias al maestro Alcar, porque solo su líder espiritual podía darle esta verdad.
‘Una mañana espléndida’, pensó André, ‘porque se me ha concedido convencer también a ellas de una pervivencia eterna.
Ahora cambiarán sus vidas y la enferma ya no se verá sometida a semejantes influencias, porque ha sido liberada de ellas de una vez para siempre.
André llegó a conocer milagros espirituales de los que en la tierra no se sabía nada, o habría que aceptar la vida eterna.
Y eso no se quería, la ciencia aún no había llegado a ese punto.
A la mañana siguiente se la encontró en un estado extraordinario.
Ya era capaz de hacer retroceder su memoria hasta los diez años.
Podía acordarse de todo lo que era parte de esos tiempos.
Había estado haciendo preguntas durante todo el día y sus hermanas se habían quedado con ella para ver cómo se producía este milagro.
Era como si resucitara de la muerte.
Tenía por delante una nueva vida.
Cuando entró André ella lo saludó con mucha amabilidad y se sentó para recibir el tratamiento.
Ahora lo consentía bien dispuesta, y le hacía bien.
—Me tranquiliza —le dijo.
‘Qué curioso’, pensó André, ‘cómo ha cambiado’.
A pesar de ello se seguía sintiendo exhausta, pero ese cansancio también desaparecería pronto, porque su estado físico era normal.
Esta vez no se quedó dormida, sino que siguió consciente de todo.
Él también comprendía y sentía esto.
Pronto volvería a recuperarse del todo, porque su cuerpo material ya tenía la fuerza para procesar su fluido.
Los primeros tratamientos la habían dejado dormida.
Entonces su sistema nervioso no había ofrecido la menor resistencia.
Pero ahora estaban volviendo sus fuerzas físicas, debido a que el organismo espiritual dominaba la vestidura material y a que estos volvieron a hacer la transición el uno en la otra.
Así que se había anulado el trastorno mental.
Ella se fue después del tratamiento; él comentó su estado con sus hermanas.
—Ahora ya —dijo André— puedo parar, pero la tratará una sola vez más.
Así que no es necesario que vaya a Malinas, porque está curada.
—Nos faltan palabras —dijeron—.
¡Cuánto no ha hecho usted por nosotras! ¿Cómo podemos agradecérselo y enmendarlo?
—No hace falta que hagan nada ni que enmienden nada.
Estén agradecidas y den las gracias a Dios, tal como les dijo mi líder espiritual Alcar.
Es todo lo que tienen que hacer.
Cuando vino al día siguiente ella misma abrió.
André la miró y ella le sonrió, y estaba muy feliz.
Irradiaba gratitud hacia él.
Le había sucedido un milagro.
Por esos pocos tratamientos su pensamiento se había hecho consciente, y en ella y alrededor de ella había sosiego.
Era increíble y aun así, esto había que aceptarlo.
Alcar, su gran líder, la había sanado.
Se quedó charlando un rato después del tratamiento, y ya no volvería más.
Alcar le dijo que estaba curada.
Ella ya no podía recordar nada de su enfermedad.
Tampoco de haber estado muerta en vida, y estaba muy sorprendida de haberse comportado tan extrañamente.
—Es asombroso, asombroso —dijo—, ¿cómo he llegado a semejante estado?
Aunque ya no fuera consciente de nada, ella le dio las gracias desde lo más hondo de su ser.
Estaba temblando cuando le contaron todas esas desgracias.
No obstante, ahora demostraba poder con ello.
Esta sacudida vital también le había enseñado muchas cosas, aunque tampoco era consciente de eso.
Se había convertido en otra personalidad.
A André le costó despedirse de ella, pero lo estaban esperando otros enfermos.
En la vida de estas mujeres había entrado ahora algo que ya nunca más volverían a olvidar.
Habían recibido una nueva fe y una confianza poderosa, grande.
Habían llegado a conocer a un Dios de amor e inclinaban la cabeza ante las fuerzas y el amor inmaculado del otro lado.
Alcar había conquistado sus corazones.
Ya no se olvidarían del líder espiritual de André.
Cuando se fue se les caían las lágrimas por las mejillas.
Las había conocido profundamente doloridas, pero André las dejó llenas de felicidad.
Así es como solo llegaba a conocer profundidades y problemas espirituales, y eso por quienes eran considerados muertos, pero que aun así pervivían plenamente conscientes.