El pasado de Alcar

—En este viaje te esperan muchos milagros.
Te he conectado una y otra vez con el pasado, y puedo hacerlo siempre.
—¿A dónde se dirige ahora, Alcar?
—A Egipto.
Allí viví, y allí quiero mostrarte mi vida y la de mi amigo.
Ya te lo dije durante nuestra travesía pasada, que allí fue donde lo conocí.
Una disputa nos separó por la fuerza, y él perdió la vida en ese episodio.
Pero será solo más adelante cuando pase a ese tiempo, primero tengo que aclararte algunos otros estados.
Volveré ahora miles de años, y en esos miles de años estuve varias veces en la tierra.
En la primera vida que voy a seguir, poseía el cuerpo materno.
Es un problema asombroso e increíble, pero cualquiera que entre aquí lo vivirá.
También en otras vidas hice la transición, y eso es precisamente lo más increíble de todo, y sin embargo, la verdad.
Sin embargo, es solo para el alma, el alma tiene que vivirlo, de lo contrario no avanzaremos.
Ya te lo he aclarado.
La vida de los sentimientos se desarrollará, y solo es posible cuando podamos vivir el plan de la creación, y para eso hacen falta cuerpos.
—Entonces ese cuerpo material en realidad no es más que accesorio, ¿no, Alcar?
—Sí, André, pero ¿acaso no lo sabes ya desde hace mucho tiempo?
Por más grande y poderoso que sea ese cuerpo terrenal, más allá de eso ya no tiene importancia, y morirá.
Siempre llega gente nueva a la tierra, siempre nuevos cuerpos materiales, y en ellos siempre hay las mismas almas, nunca otras.
Sabemos que la vida del alma nació en el primer grado material, y que ha tenido que seguir ese proceso millonario.
La vestidura material y terrenal es sometida al proceso de putrefacción, el alma vuelve a las esferas y espera.
Y eso continúa, continúa desde hace millones de años y sigue todavía.
Sin embargo, la gente en la tierra no puede aceptarlo.
En la naturaleza podría indicarles miles de renaceres; en su germen, esa semillita insignificante, reside y vive una flor perfecta con miles de colores.
Saben todo esto, pero no reflexionan, no entienden que también ese milagro es el renacer para el reino vegetal.
Y tampoco es diferente para las personas y para el reino animal.
Pero aquí estoy donde quiero estar.
Aquí viví, André.
Aquí di a luz a dos niños.
—¿Qué dice?
¿Dio a luz a dos hijos?
—¿Para ti es incomprensible?
—No, no es eso, Alcar, pero es tan imponente.
—Aquí, André, me maldije a mí mismo y a otros.
Fue mi vida y aquí comencé a enmendar.
Mira, André, allí viví, en este entorno silencioso, al borde de este bosque.
André sentía que se iba hundiendo profundamente, la tierra de ahora desapareció de delante de sus ojos, otro mundo, el pasado, se reveló ante él.
Después empezó a percibir.
‘Dios mío’, pensó, ‘cómo es posible’.
En una humilde choza vio a un ser humano, y por todas partes colgaban pieles de animales.
Comprendía lo que significaba.
—Así que te he conectado con el pasado, André, mira ahora a esta madre.
Era una anciana, estaba allí sentada en silencio.
Estaba rodeada por un montón de miseria, era pobre y estaba amargada.
Albergaba odio, André lo sintió claramente.
Había silencio, y alzó la mirada a su líder espiritual.
No se atrevía a pronunciar palabra ahora, y esperaba lo que iba a ocurrir.
Entonces Alcar dijo:

—Voy a conectarte con ella.
Percibe bien, y pregúntame si quieres saber algo.
André sintió que descendió en este ser.
‘¿Qué voy a vivir ahora?’, pensó.
Había en ella un odio tremendo.
Estaba considerando poner fin a su vida, porque aquí estaba sola y abandonada.
¿Dónde estaban sus hijos?
Al pensar en eso, vio al instante otra escena.
Oyó decir a Alcar:

—Voy a retroceder cuarenta años, y verás lo que se me concedió ver en las esferas y lo que me mostraron los maestros.
André la vio ahora mucho más joven, y a dos criaturas, un niño y una niña.
Luego esta imagen se difuminó.
Vio que habían pasado nuevamente algunos años.
La niña estaba enferma y la madre estaba sentada junto a su lecho.
Estaba preparando algunas hierbas sobre un fuego.
—Ahora otra imagen —oyó decir a Alcar—, esta niña va a hacer la transición.
André vio que ocurrió.
Qué terrible era esto para ella.
Entonces alguien entró.
Era una figura robusta, que miró a su alrededor y se acercó a ella.
Ahora iba a vivir un acontecimiento asombroso.
El hombre habló a esta mujer, y André pudo comprender esas palabras.
Ocurrió así porque sintió lo que diría este ser.
Antes de que hubiera pronunciado sus palabras, André ya sabía lo que diría.
Preguntó a Alcar cómo era posible.
—En el espíritu no conocemos idiomas, André.
De este lado se trata de sentir, de vivir, o sea, solo sentir, y estamos conectados con esos sentimientos, y por lo tanto hacemos la transición en el ser humano.
No importa si eso ocurrió en el pasado, y aunque estas sean lenguas desconocidas, nada de esto es una traba en nuestra vida, hacemos la transición en sentimientos y sabemos lo que ellos piensan y tienen que decir.
Ahora puedes seguirlo en todos sus sentimientos.
Algún día también a él lo destruí.
Ahora la destruirá, perecerá por pena y dolor.
No soporta toda esa miseria, le rompe el corazón.
Él es cazador, y en su tiempo fue famoso por ello.
Esta vida se encuentra a miles de años de distancia, André, y sin embargo miramos en ella, podemos volver a vivirla.
Así que esta niña va a morir, André, y también esto está determinado, y esta joven vida hará la transición en el momento correcto, ni un segundo demasiado temprano o tarde.
Su marido, que estaba sempiternamente fuera, también estaba lejos cuando la niña hizo la transición.
Eso fue duro, muy duro, y algún día también él tendrá que enmendarlo.
¿Cómo puede la gente olvidarse de esta manera?
Él amaba a otra y la dejaba a ella sola con toda esa miseria.
No obstante, ella recibía lo que algún día le había hecho a él, aunque él volvía a hacer cosas equivocadas, y así somos como seres humanos cuando no nos comprendemos a nosotros mismos.
Él tendría que haberse quedado para esperar su final, solo Dios habría podido darle esto, lo que habría querido poseer.
Pero él lo tomó, vivía su propia vida y no pensaba en nada más.
Fueron pasando algunos años.
Su niño fue creciendo, y también a esta criatura se la quitaron.
Lo hizo pedazos un animal salvaje.
Ahora ya no le quedaba nada, estaba completamente sola y abandonada.
¿Podrá procesarlo?
¿Sabrá mantenerse en pie?
¿Ha llegado ya esta alma hasta ese punto, y están en ella estas fuerzas, que son posesión espiritual?
¿No es esta vida terrible?
Pero desconocemos la profundidad de la vida del alma, y no queremos ver el pozo que ya está desbordado de pecados, y sin embargo tenemos que enmendarlos.
Pero ella no podía soportarlo, André, y puso fin a su vida terrenal.
Mira y percibe, hijo mío.
André vio esta escena horripilante.
Se había ahorcado.
Dios mío, qué miseria, y André miró a su líder espiritual.
Alcar estaba sumido en pensamientos.
Le tomó mucho tiempo poder hablar, entonces André dijo a Alcar:

—¿Tuvo usted que vivir esto, Alcar?
¿En algún momento puso fin a su vida?
¿Y ahora está en la quinta esfera?
—No me avergüenzo de ello, André, porque he enmendado y he recorrido ese largo camino.
Esto ocurrió algún día.
Todo esto lo vi en el templo del alma, y muchísima otra miseria más, cuando se me proyectó mi propia película de vida.
A André se le llenaron los ojos de lágrimas.
Esto le conmovió profundamente.
Su líder espiritual era un ángel de la luz, y aun así había hecho esto hace siglos.
Alcar volvía la vista a su propio pasado, y eso requería valor.
—En este cuerpo terrenal, André, viví como el ser humano astral.
Yo, como una partícula de Dios, vivía en eso, porque soy espíritu y ser humano, soy alma y vida.
Como ser humano no sentía amor y mi alma, o sea, yo mismo, tendría que vivir esto.

Viví, pero sin comprender esa vida.
No obstante, tendría que asimilarlo, y para eso hacían falta muchas otras vidas.
Había vuelto aquí para enmendar, pero toda esa miseria me partió en dos, y por eso puse fin a esa vida.
Debido a esto —y te habrá quedado claro ahora, te hablé del alma que seguíamos, también ella perecía una y otra vez— hice más mal que bien, y tuve que vivir este horrendo error.
Mi alma, yo mismo, se consumía de odio hacia el que me hizo esto.
Dios no podía poseer amor, porque esto era insoportable, y lo maldije a Él y a todos los que hablaran de Él.
Había una fe en mí, y sin embargo Cristo aún no estaba en la tierra.
Pero había otros profetas, y habíamos llegado a conocer a un Dios.
¿Puedes comprenderme ahora, André?
Volveré a ese tiempo, entonces podrás percibir que soy yo quien vivía en esta vestidura material, en el cuerpo materno.
¿Qué sientes, André?
—Llego de ella a usted, Alcar, eso lo siento con mucha claridad.
—Así es, André.
Descendí en ese tiempo, y durante un breve momento acepté esa vida, o sea, el mundo de mis sentimientos de entonces.
Podemos hacer la transición en eso, y entonces seremos, por lo tanto, como sentíamos entonces.
Ahora voy a continuar, y te mostraré y aclararé aún más.
En esto me olvidé, y ¿qué iba a ocurrir entonces? ¿Qué me pasó a mí y a mi vestidura material?
Conmigo ocurrió lo que pasará con todos los que pongan fin a su vida.
Estuve atado a esta vestidura material y viviría el proceso de putrefacción descrito por Lantos.
Fue mi final en la tierra y la entrada en el mundo de los espíritus.
Mira ahora este cadáver, André.
Al lado de la vestidura material verás el otro ser, el astral, y es la vida del espíritu o del alma, o sea, soy yo mismo.
Viví el desprendimiento de mi vestidura material, y por lo tanto tuve que esperar hasta que se hubiera consumido.
Solo meses más tarde se encontró este cadáver y se le dio sepultura.
Debajo de esto está mi cuerpo material, y cuando se hubo enterrado, se demolió esta choza y yo había quedado en el olvido.
Significó el final de una vida terrenal como ser humano.
Pero cuando después de muchos años mi cuerpo terrenal se hubo descompuesto —también eso lo describió Lantos, y lo describió para mí, porque si no tendría que haberte dado una aclaración completa de ello—, vagué por el mundo astral, en un espacio vacío, y tampoco eso parecía tener final.
Sin embargo, ese final llegó, y también ese mundo se disolvió para mí, y entré en el mundo de lo inconsciente.
Allí esperé un cuerpo nuevo, porque tenía que continuar y volver a nacer para enmendar.
En esta vida, sin embargo, había destruido más de lo que había enmendado, y aun así esta vida no había sido en vano, pero no entendía ni sentía nada de ella.
En esa vida habría llegado a ser muy vieja, pero a la edad de sesenta y cuatro terminé con todo y entonces anduve deambulando en silencio durante quince largos años, los que todavía tendría que haber vivido.
También de eso habló Lantos, y por lo tanto no hace falta que te lo aclare.
¿Comprendes, André, por qué, si sigo un poco en esto, a Lantos se le concedió hablar de su vida?
Lo hizo por mí, porque yo tenía que hacer mucho otro trabajo.
A eso se suma que podía contar sus propias vivencias, porque en su vida había profundidad y un gran milagro, que es el renacer en la tierra y que vemos representado en Marianne.
Habló de su vida terrenal, de la entrada en el mundo astral y después de lo que vivió en la vida del espíritu.
Dije: después de esa larga caminata me disolví en el mundo de lo inconsciente, y esperé un nuevo nacimiento.
Si el renacer no fuera un hecho y si no hubiera sido creado para el alma, si Dios no hubiera podido darnos esta gran gracia, créeme, entonces habría tenido que seguir viviendo allí en ese espacio vacío, solo y abandonado, y entonces no habría llegado ningún cambio para mí ni para quienes terminaron con su vida terrenal.
Porque ¿cómo habría salido de eso?
¿Quién podía liberarme de eso?
Ningún ser humano ni ningún espíritu, solo Dios.
Sin embargo recibiría un nuevo cuerpo, porque aún tenía que enmendar, y para eso volví a la tierra.
Así que después de haber pagado, de haber revivido primero esa miseria, porque esto, o sea, ese acto, tenía que ver con esa vida, regresé a la tierra y volví a nacer.
Pero más adelante diré algo más al respecto.
Ahora primero seguiremos esta imagen astral, entonces podrás ver lo que he vivido.
Por lo tanto, haré la transición en otro estado.
Ahora veo que he sido liberado de mi vestidura material; la seguiremos.
André empezó a percibir.
Vio al ser astral sentado al lado del cadáver, y también vio que le entró vida nueva a esa masa exánime.
Entonces vio que este ser se fue y Alcar siguió a su propia sombra.
—Un acontecimiento milagroso, André, pero terrible para los que tengan que vivirlo en la realidad.
Allí andaba el ser humano astral, y también andaba aquí su líder espiritual en su propia sintonización espiritual que poseía ahora.
Una escena increíble.
Alcar continuó siguiendo a su propia sombra.
Si algún día se le había mostrado un milagro, era ahora.
Si algo hacía que se le infundiera respeto por la santidad de Dios, era este acontecimiento.
Dios mío, qué profundo es todo, qué verdadera es Tu vida.
Un ser humano como espíritu, como vida, seguía la verdadera y verídica realidad, el pasado andaba allí, delante de él.
Increíble, y a la vez tan natural.
Él sentía a ambos seres, del ser allí delante de él llegaba a ese otro ser humano, su líder espiritual Alcar.
Su líder espiritual era un espíritu de la luz, porque vivía en las esferas de luz, en un estado de felicidad inmaculada, pero lo que andaba allí no era más que miseria y disgustos; ese ser tendría que perecer por ignorancia y omisión.
‘Ay, qué repugnante’, pensó André.
Sin embargo, sentía la profunda verdad de este acontecimiento.
André vio que se sentó y que de inmediato se quedó dormido.
Así lo había vivido Lantos, así lo había vivido Alcar, y tal vez él también.
Vio ahora que ella despertó y nuevamente continuó, hacia lo desconocido.
André la veía andando, y la siguió.
Ya no se atrevía más a levantar la vista, porque ¿era esto Alcar?
Aún no lograba explicárselo, casi no podía creerlo, pero no le quedaba más que aceptarlo.
Entonces volvió a mirarla y vio que se desplomó y que por segunda vez se quedó dormida de cansancio.
‘Ay, ay’, pensó, ‘qué miseria’.
¿Se le había mostrado esto a su líder espiritual en las esferas, y había tenido que vivirlo allí?
Era horroroso.
Este ser estaba allí, pero ahora no se atrevía a hacer preguntas.
Aun así le entró un empuje y sintió que Alcar quería que lo hiciera.
Entonces André preguntó, pero manteniendo la mirada hacia adelante:

—¿Cuánto dura este sueño, Alcar?
—Meses, André.

’Es increíble, inimaginable y horrendo’, pensó.
Ahora vio otra escena.
Vio que ella se volvió a levantar y empezó a aceptar de nuevo su viaje demente.
Entonces Alcar dijo:

—Este viaje duró quince largos años, André.
Lo viví, mi hijo, y por eso también sé lo que significan la pena y el dolor y toda esa otra miseria en la tierra.
No hay pena en la tierra que yo no haya vivido.
Aun así, esto todavía no me bastó.
Tuve que sufrir en muchas otras vidas, porque en todos esos cientos de vidas el mal se había amontonado de manera tan inquietante, que yo tendría que volver varias veces si quería poner en equilibrio mi balanza espiritual.
Había destruido vidas, había hecho infeliz a otros, y lo tenía que enmendar.
Para eso volví a la tierra, y lo haría muchas veces más.
Ni siquiera toda esta miseria —y es lo más terrible que podamos vivir— fue suficiente, porque lo hice yo mismo, o sea, no pertenecía a mi karma.
Vendrían aún más cosas, porque tendría que enmendarlo todo, incluso hasta el último pensamiento equivocado.
Dios lo controla todo, solo Él sabe lo que Sus hijos han hecho con todas esas vidas.
En algunas vidas fui rico, aquí fui pobre, y más adelante, en cambio, poseía muchas posesiones terrenales y por ellas volví a perecer, lo que te mostraré más adelante.
Cuando hubieron pasado esos quince años, André, me disolví, me atraía entonces otro mundo.
Ocurrió otro milagro, hijo mío, y también ese milagro lo verás y vivirás.
Ella, André, allí delante de ti, este ser humano se disolvió y ya sabes qué mundo la atrajo.
Allí vivirá y esperará.
Tuvo que esperar muchos cientos de años para ser atraída de nuevo.
Pero tuvo que volver a la tierra, porque en el planeta tierra vivían todas esas personas a las que tenía que enmendar.
Y este milagro ocurrió.
Mira ahora qué natural es todo.
Has percibido (en el templo del alma) cómo se densificó el universo.
Luego fue cuando te mostré cómo la vida embrionaria se densificaba y disolvía, cómo una vida hacía la transición en otra.
En todo hemos podido seguirlo desde el estadio inicial.
Densificar y disolver, conectar y atraer, nacer y morir, es la creación de Dios.
También en esta ocasión se disolvió el alma y fue atraída por otro mundo.
Dormida, sin conciencia de nada ya, empezaría a prepararse para volver a nacer más adelante.
Sigue siendo una sombra de la realidad.
Mira, André, cómo se disuelve, cómo desaparece lentamente, pronto ya no la verás.
André lo percibió.
Había llegado a conocer otro milagro.
Esto era fabuloso, como todo era fabuloso y asombroso.

Ahora ella se fue, hijo mío, se fue de estas profundas tinieblas.
Todo esto ya te lo he aclarado, pero ahora también se te ha concedido vivir este gran milagro.
Ella, esta alma, volverá al primer estadio, pero estuvo en la tierra como ser humano.
Yo mismo descendí en eso y ya no me enteré de nada.
Otro mundo me acogió, en él viví, en él me tranquilicé.
Lo sentirás ahora, André, pon mucha atención y sintonízate conmigo.
Siéntate, André.
André hizo lo que Alcar quería.
Se sentó y sintió que lo asaltaba un sueño.
Ahora miró a su líder espiritual y Alcar dijo:

—¿Sientes que te asalta el sueño?
—Sí, Alcar, muy claramente.
—Te he conectado con este mundo y puedo hacerlo porque lo he vivido.
¿Te queda claro?
—Sí, por completo.
—Pues bien, entonces voy a conectarte por completo y sentirás lo que es y significa este mundo en realidad.
André sintió que se fue hundiendo incluso más, por lo que ya no supo de nada.
Después sintió que volvió a recuperar la conciencia, pero aun así este poder misterioso lo mantenía cautivo.
Como si fuera desde la distancia oyó que se le dijo:

—¿Me oyes, André?
¿Qué era eso?
Oyó su nombre en un susurro, pero no sabía lo que esto significaba.
Otra vez oyó:

—André, ¿oyes cómo te hablo?
Soy yo, tu líder espiritual y... —Y luego ya no oyó nada más.
No sabía cuánto había durado, pero cuando despertó y abrió los ojos, vio a Alcar.
—¿Dónde estamos, Alcar?
¡Cómo dormí!
Seguimos en el mismo lugar, y por lo tanto no nos hemos ido de aquí.
¿Qué sentiste, André?
—Sueño, y a la vez no.
Es como si perdieras la conciencia, algo así ha de ser, Alcar.
—¿Me oíste hablar?
—Sí, aunque no claramente, era muy suave.
Me llegaba como de lejos.
—¿Sabes ahora lo que significa este mundo?
Ya ni siquiera sabías dónde estábamos y no me oías hablar con claridad, cuando hablé muy fuerte.
—Quería escuchar y era como si usted se interrumpiera, pero entonces me hundí.
¿Puede ser, Alcar?
—Sí, así fue, y ahora solo has estado en este mundo durante unos segundos, luego algunos siglos, o para otros incluso más tiempo, en un estadio inconsciente.
El alma por fin es atraída entonces y volverá a nacer en la tierra.
Hay un delicioso silencio en esta vida del alma, ya no sabe de nada.
No hay más que silencio y sosiego, y sin embargo esta vida del alma alberga unas intensas llamas, odio, pasión y violencia.
Pero ese sosiego es necesario, porque si esta vida del alma fuera consciente —ya te he hablado de eso—, asfixiaría el embrión en el que desciende, y el fruto se destruiría.
Ahora puedes contemplar este milagro, ahora esto también está abierto para nosotros.
El alma desciende en el embrión como la chispa de Dios, y también eso te lo aclaré en nuestro viaje anterior.
¿Comprendes ahora que esto hace falta, y que el nuevo nacimiento significa una gracia?
Pero ¿entiendes también que fue así desde el inicio de la creación, y que por eso la gente ya no puede saber nada de todas esas vidas?
¿Que también despertará la vida del alma en el cuerpo materno, y que solo puede despertar en él conforme la criatura va creciendo con la madre?
¿No es, acaso, un gran milagro?
Lo has sentido tú mismo y has podido seguirlo.
Así que en este mundo viven millones de vidas, de chispas de Dios.
Todas son seres humanos, han vivido en la tierra y todas vivirán esto, pero en su siguiente vida en la tierra no estarán enterados de ello.
Así que aquí has vivido un milagro imponente, un proceso natural, y es el mundo astral y el mundo de lo inconsciente.
¿Has podido seguirme en todo, André, y todavía tienes que hacer preguntas de eso? Porque pronto voy a hacer la transición en otro estado.
—He podido seguirlo, Alcar, y sin embargo quisiera preguntarle esto todavía.
¿Por qué es así y debido a qué uno se queda dormido aquí?
—Una muy buena pregunta, André.
También eso te lo aclararé.
En primer lugar, sabes que este mundo es inconsciente.
Es decir, ya no puedes sentir nada, en otras palabras: perderemos en eso nuestra vida y nuestra conciencia.
O sea, un mundo en que no es posible existir.
Y sin embargo sigues sin saber a qué se debe ese estado, ¿verdad?
—Sí, Alcar, sigo sin saberlo.
—También eso está muy claro.
Este mundo, André, es ese mundo —habrías podido saberlo, porque te lo aclaré— de cuando fuimos a visitar el primer grado cósmico.
Cuando aún no había vida alguna, o sea, cuando el planeta todavía no estaba listo, cuando la vida embrionaria aún tenía que nacer, este mundo ya estaba listo.
¿Entiendes ahora lo que este mundo significa?
André reflexionó largamente, pero no dio con la respuesta.

—No lo sé, Alcar, tal vez le parezca terrible, pero no doy con la respuesta.
—Te doy las gracias, hijo mío, por admitirlo honestamente.
Pero puedes saberlo, porque te he hablado de eso.
Lo has visto y vivido.
—¿He visto y vivido ese mundo, dice?
—Sí, incluso de manera diferente.
—¿En el primer planeta, Alcar?
—Sí, allí y en ningún otro lugar.
André volvió a reflexionar, lo repasó todo, todo, pero no dio con la respuesta.
Miró a su líder espiritual y dijo:

—No, por más que reflexione, no lo sé, me parece un misterio, un nuevo problema para mí.
Alcar sonrió y dijo:

—Será mejor que te ayude, André, mejor no continúes.
Aunque podrías haberlo sabido, pero puedo imaginar tu ignorancia.
—¿Así que comprende usted que ya no pueda entenderlo o saberlo?
—Sí, André, sigues viviendo en la tierra; si estuvieras aquí, si hubieras depuesto la vestidura material, todo habría sido distinto.
Pero escucha.
Cuando estuvimos en el templo del alma y los maestros nos conectaron con el inicio de la creación, ¿qué viste entonces como primer fenómeno?
—Ya lo sé, Alcar.
Quiere decir las tinieblas, el cosmos invisible, ¿no?
—Exactamente, ya ves que lo sabes, pero no pensaste en que tuvimos que volver tan lejos y tan profundo para este estado, ese mismo es el significado de este mundo.
Así que volverás a la nada.
¿Ahora todo te queda claro?
—Es un gran milagro, Alcar, y no tengo palabras.
¿Cómo es posible? ¿Quién va a pensar en eso?
Regresar tanto, hasta el primerísimo estadio de todo, no, no pensé en eso.
—Lo ves, sin embargo tenemos que volver en muchos estados al estadio inicial si queremos poder contestar muchas preguntas, porque en ellas reside y vive la respuesta, está la verdad sagrada de todo.
El alma tiene que volver al primer estadio si la vida interior quiere poder hacer la transición en el embrión.
Te lo he aclarado, o sea que no tengo que hablar de eso.
Pero ese primer estadio pertenece a las tinieblas de antes de que se revelara Dios.
Por lo tanto no había conciencia aún —no hablo ahora de Dios, sino del estadio humano—, y al no haber conciencia, este empuje asalta al alma, cuando nosotros entramos aquí como seres humanos, o sea, como espíritus.
Tú has podido sentirlo, te asaltó un estado inconsciente.
¿Acaso te es tan extraño?
—No, Alcar, ahora le entiendo por completo.
Es una revelación para mí, un gran milagro, y además, sagrado.
Ahora estarás de acuerdo conmigo, más incluso que nunca, en que los seres humanos volvemos como vida interior y animadora a la chispa de Dios, para poder hacer la transición en el embrión.
—Y ¿cuál es ahora el empuje de mi propia vestidura material?
¿Por qué no pensé en eso? ¿Cuál es la interferencia, Alcar?
—Es mejor hablar de traba que de interferencia.
El organismo material sigue teniendo esa fuerza para poder ponerte trabas a ti, como ser pensante y que siente, para la transición entera, aunque ahora te hayas desdoblado.
¿También sientes esto?
—Sí, Alcar, ahora me queda claro.
Entiendo que es por eso que no puedo penetrar hasta esa profundidad, porque mi propio organismo me lo impide, porque me llegan sentimientos y empujes.
—En efecto, así es.
Estoy completamente libre de vibraciones terrenales y materiales.
Puedo conectarme, puedo descender mucho en el pasado y no siento la más mínima interferencia, porque pertenezco a esta vida.
Está abierta a mí la creación entera, puedo seguir por medio de un solo estado el inicio y el final de la vida humana.
Te habrá quedado claro ahora, y seguimos.
Ahora voy a conectarte un momento con otro problema, y también eso es un milagro.
También eso lo viví, pero en mi última vida en la tierra, en que fui artista.
Voy a conectarte con el hombre que acabamos de ver y que se fue.
Es posible desde este lugar.
Mira, por lo tanto, André, al que me abandonó y ya no volvió más.
En esta vida fue terrible, pero en la vida que está antes que esta, fui yo el que lo destruí.
También le quedaban por vivir decenas de vidas antes de hacerla transición en su última vida en la tierra.
Pero en mi última vida en la tierra, aquella en que fui artista, o sea, muchos siglos más adelante, esta alma fue mi maestra en el arte.
¿Quién iba a pensarlo, quién podrá saberlo y quién lo aceptará?
—¿Cómo puede ser, Alcar?
—He podido seguir todo esto en las esferas de luz.
Él se convirtió en una persona famosa, y en la tierra ya no será olvidado.
Pero ahora imagínatelo y quédate con este estado.
¿Quién podría pensar en eso?
Si esta vida hubiera sido la última para él y para mí, si no hubiera habido renacer, ninguno de los dos habríamos sido artistas.
Ve esta imagen de futuro, percibe qué imponente, qué profunda es.
Si Dios no nos hubiera dado la gracia del renacer, ni para él ni para mí habría habido cambio.
Mira cómo va por allí.
Ya alberga ahora una naturaleza efervescente y lo posee todo para convertirse en artista.
Allí va esta alma a la que la gente no sabe sondar.
Ahora él caza y seguirá cazando hasta el final de sus días, y sin embargo algún día será famoso en el arte.
Solo en el siglo XVII estuvimos juntos en la tierra y fue mi preceptor.
Pero antes de eso ya nos habíamos conocido en las esferas, y también allí fue mi maestro.
Luego nacimos y los dos llevamos a cabo una misión.
Imagínatelo si puedes, André: esa misión solo la completaríamos miles de años más tarde.
¿No tendríamos que estar agradecidos a Dios entonces?
Mira en mi vida y mira en la de él.
La tierra no nos olvida, nuestro arte está allí y así seguirá.
Sin embargo, los dos recorrimos nuestro propio camino, ya no lo había vuelto a ver en todos esos siglos.
Cuando esta vida hubo pasado, su alma, él mismo, fue atraído por otras vidas, y enmendaría.
Para eso tenía que pasar de una vida a otra, del cuerpo masculino en el cuerpo materno.
Volvería para enmendar todo, todos sus errores y pecados, y dejar algún legado en la última vida en la tierra.
Ese, pues, es el milagro del renacer en la tierra, es porque nuestro gran Padre en el cielo nos ha dado esa gracia.
—Qué milagro, Alcar.
¿Sabía usted en la tierra que lo había conocido antes?
—No, no fue sino hasta alcanzar la tercera esfera que se me mostraron todas mis vidas, y también esta.
En la tierra no sabía nada de eso, y él tampoco, porque aún no habíamos llegado hasta ese punto.
—Cuando todo se haya enmendado, ¿qué ocurre, Alcar?
—Entonces se desgarran las auras y se disuelven el odio, los celos y todo el mal, y podemos ir a donde queramos.
Es cuando intentamos merecer algo, convertirnos en algo de provecho, y solo entonces llegan la pena y el dolor, entonces tenemos que soportar y vivir, porque ese es la última enmendación de todas.
—¿Sigue siendo posible, cuando nos veamos ante nueva miseria, que volvamos a poner fin a nuestra vida?
—No, eso se ha vivido.
Con cuánta claridad lo describió Lantos.
Sintió en la vida del alma de esa pobre madre que ella consideraba suicidarse.
Sin embargo, Lantos vio que esto no era posible, el maestro Emschor se lo hizo sentir.
Ella no podía poner fin a su vida por segunda vez, ya lo había hecho antes y así se aprende.
Esa sabiduría estaba también en mí, porque volví a encontrarme muchas veces ante el suicidio, debido a que en esas otras vidas tenía que enmendar y me vi ante mucha miseria.
Sin embargo no pude llegar a tomar la decisión y viví toda esa miseria.
Un acto y una vivencia así abren heridas profundas en el alma humana.
Albergamos esa lucha y toda esa pena, pero no sabemos nada de eso, aunque nuestro profundo interior se niegue, le imponga un alto al ser humano, porque hayamos vivido este horror.
Por más terrible que pueda ser la vida terrenal, no hay suicidio que nos sorprenda cuando hayamos vivido ese proceso de putrefacción, que dejó un profundo boquete en nuestra vida del alma.
En otras vidas es precisamente esa fuerza la que nos protege, y entonces vemos que la pena y el dolor nos fortalecen, que nos hacen crecer, y que asimilamos nuestras posesiones espirituales por la vida que vivimos.
Cometemos muchos errores, André, pero cuando un error o un acto cometido ha penetrado profundamente en nuestra vida del alma, te aseguro que no nos pasará una segunda vez, porque fue por eso que hemos tenido que sufrir tanto.
Cuando me suicidé aquí, de lo cual no entendía nada, me protegió unos siglos más tarde, cuando volví a encontrarme ante el mismo problema, y si no lo hubiera vivido, me habría vuelto a olvidar.
Porque aprendemos, aunque pensemos que no se posible, porque no conocemos la profundidad de nuestro propio interior.
Algún día nos arredraremos ante errores cometidos, André.
Sin embargo cometemos muchas veces los mismos errores, aunque algún día dejaremos de hacerlo.
Cuando el ser humano pone fin a su vida material, es lo último, lo último de todo lo que podemos hacer.
La profunda tristeza que albergamos, lo espantoso que hemos tenido que vivir, ya no se puede olvidar, y esta vida de los sentimientos nos advertirá incluso en la inconsciencia.
Y cuando alberguemos entonces nuevamente pena y dolor, se elevará y sentiremos cómo nos va invadiendo una fuerza contraria.
Será entonces la pena vivida, y toda esa miseria de vidas anteriores.
O sea, si no pudiéramos volver, eso no sería posible, porque justamente en el organismo material despierta la vida del alma y vive el ser humano aquello para lo que ha recibido otro cuerpo nuevo.
¿Te queda claro, André?
—Sí, Alcar, todo.
—Entonces seguimos, ven, sígueme.
Se le habían aclarado nuevos milagros a André, unos incluso más profundos que otros.
¡Qué miseria!
Y sin embargo, Alcar era feliz ahora.
Qué grande era Dios para poder distinguir entre todas estas cosas.
Qué imponente era todo.
No había ser humano que pudiera controlar esto en la tierra, había que vivirlo de este lado.
Alcar continuó planeando, y André sentía curiosidad por saber lo que iba a vivir esta vez.
Cómo había sufrido su líder espiritual.
Solo ahora comprendía por qué Alcar entendía de toda esa miseria terrenal.
Así despertó el alma, y el ser humano hizo la transición en otros estados.
Se habían vivido miles de vidas antes de que uno se despidiera para siempre de la tierra.
Pero ¿cómo se podría aceptar esto en la tierra?
Sin embargo era tan sencillo, tan natural, porque de lo contrario la vida se detendría, y el ser humano era un ser divino, ¿no?
¿Cuándo llegaríamos nosotros allí?
André había visto suficiente de esta vida y comprendió que esto no se puede alcanzar en una sola vida.
Había personas que se encontraban ante un enorme montón de pecados y errores.

Por ejemplo, toda esa gente que atormentaba y asesinaba a otras personas.
No a una sola persona, sino a miles de ellas.
¿No tendrían que enmendarlo?
¿Podían hacerlo en una sola vida terrenal?
¿En esa en que habían destruido a esas personas?
Lo aceptó todo y comprendió por completo a Alcar.
—¿Sigue usted solamente sus últimas vidas, Alcar?
—Sí, André, te aclararé algunas de mis vidas terrenales, para poder hacer la transición en la última de todas ellas, si quieres llegar a tener una idea clara de lo que quiero mostrarte.
No puedo seguir todas mis vidas, porque hemos vivido en miles de estados.
Será demasiado, y tampoco hace falta eso.
Voy a aclararte algunas vidas en que se encuentra la conexión con mi amigo.
Las muchas otras vidas tienen un significado muy distinto, fueron grandes pero sin profundidad.

No sigo más que un solo camino, y pronto te aclararé otros milagros.
Así que sigo aquello que te bastará a ti, para que puedas ver cómo es el renacer.
Desde luego que no seguiré las vidas en que fui un muerto en vida, porque así pasaron miles de vidas.
Verás así que también yo fui un muerto en vida, y sin embargo alcancé las esferas de luz.
Entenderás también que la vida en la tierra sirve para asimilar sentimientos.
Solo sentimientos, y esos sentimientos se convierten en el amor que suaviza y cura, que carga a otros y solo entonces viviremos como Dios quiere que lo hagamos.
Tenemos que asimilar el amor puro e inmaculado, y para esos hacen falta miles de vidas en la tierra.
Sin embargo, de todas ellas no se sabe nada allí, y es otra gran gracia, porque las fuerzas humanas, nuestro sistema nervioso, no está pensado para tener que cargar con toda esa miseria conscientemente.
Mira, André, estamos en otra parte del mundo, en el Lejano Oriente.
Mis padres vivieron aquí, y te lo voy a mostrar.
Pero tengo que aclararte otros estados.
Pregúntame cuando algo no te queda suficientemente claro.
Voy a conectarte con el pasado; actualmente ya no queda nada de nuestra morada.
Sin embargo percibirás, porque también esto está determinado.
André sintió cómo se fue hundiendo, y sintió que hacía la transición en otro mundo.
Delante de él veía un gran edificio.
Delante de él se iba construyendo un edificio antediluviano, adornado con torres y figuras.
Se desarrollaba ahora una escena asombrosa ante sus ojos.
Entró su líder espiritual, y él siguió.
Su líder espiritual se detuvo en una gran sala, después de haber atravesado varias estancias más pequeñas.
—Mira allí, André, una madre con su hijo.
André vio a ambos seres y contempló esta escena con asombro.
‘Cómo puede ser’, pensó, ‘¡qué milagro!’.
Ahora oyó decir a Alcar:

—Esta madre era mi madre, André, y esta vida es anterior a la que te acabo de mostrar.
Pero en esta viví odio y violencia, y destruí al hombre que va entrando.
En ese mismo momento, André vio cómo iba entrando un ser humano.
—Mi padre, André, él fue a quien destruí.
De manera vil puse fin a su vida terrenal.
Solo ahora hago la transición en este estado, porque quise que tú lo conocieras y que supieras por qué tenía que enmendar.
También mancillé la vida de mi madre, pero ella había avanzado más que nosotros en el camino espiritual.
Enmendé a mi padre, a mi madre le enmendaré, pero en otra vida.
Pero ahora lo asombroso de todas estas vidas.
¿Sientes ya lo que voy a decir ahora?
—No, Alcar, no lo sé.
—Mira y piensa, hijo mío.
Allí, en esa otra vida fui madre, su mujer, aquí su hijo y poseía el organismo masculino.
—Dios mío, cómo no pensé en eso, Alcar.
André miró a su líder espiritual estupefacto, y no sabía qué decir.
—Un milagro, André, un milagro sagrado.
¿Qué tengo que añadir a eso?
Podría llenar volúmenes enteros al respecto, hablar de causa y efecto, de la atracción y la repulsión de ambas almas, pero sobre todo sobre la sabiduría de Dios nuestro Padre, que realizó esto, porque de lo contrario yo no habría podido servir ni enmendar mis errores.
En esto se disuelve todo, ya no me hace falta aclararte nada.
Se me torturó, debido a que él se fue, puse fin a mi vida.
Sufrí de manera horrorosa, pero él también.
Pero esta no es la voluntad de Dios, André, es causa y efecto, son leyes naturales como milagros, que conocemos solamente de este lado, y que sin embargo vivimos como seres humanos en la tierra.
A mi madre la engañé y robé.
En esa vida éramos ricos y poseíamos todo lo que pueda imaginarse un ser humano en su vida terrenal.
Después de la muerte de mi padre me fui y no volví.
En esa vida perecí y mi madre murió de pena.
Así que los había matado a los dos.
Para la tierra no fui castigado, no se me podía castigar, porque lo maté en toda soledad.
Sin embargo, hubo una fuerza que supo y que percibió lo que hice.
Dios lo sabía, y sin embargo no me castigó.
Ay, cómo recé cuando comprendí ese problema profundo.
Pero no antes de estar en las esferas de luz, allí incliné la cabeza y di las gracias a Dios por todo.
Dios no me castigó, al contrario, recibí otro cuerpo y volví a nacer.
¿Cómo fue mi vida allí?
Podía hacer conmigo lo que quisiera, y el castigo que recibí de Él fue, en comparación con lo que había hecho yo, una bendición.
Si yo no me hubiera matado a mí mismo, me habría tocado una profunda pena humana, pero no había sido necesario.
En eso volvemos a ver otro problema más.
Cientos de leyes están vinculadas a esto, André, pero no puedo tratarlas todas, porque iría demasiado lejos.
Pero ¿por qué no me mató?
Yo también lo había matado a él, ¿no?
Esa fuerza no está presente en la naturaleza, porque es una ley divina, y Dios no conoce el odio.
Pero ocurrió algo muy distinto, porque yo serví, tenía que servir y así sería, porque me convertí en madre.
En eso, en esta maternidad, el nacimiento, cargar su vida, a lo que fui sometido, se encuentra mi enmendación.
Se lo debía a él, y enmendé.
Me di por completo, y no hay ser humano en la tierra que conozca esta profundidad, porque en ella hay sabiduría divina y Omniamor.
Pues bien, entraría en conexión con el universo, con el infinito, con causa y efecto, con miles de leyes, si quisiera aclararte este gran problema.
Sin embargo es posible, porque nosotros mismos hemos vivido todos esos milagros y leyes.
Él se fue porque no me necesitaba, pero también eso tendría que enmendarlo.
Escucha, hijo mío, escucha bien, qué profundo es todo esto.
También eso tuvo que enmendarlo, porque un espíritu de la luz actúa de otra manera, no puede actuar así.
Así que Dios me dio todo esto, y yo maldije al que es solo amor.
Así somos todos, todos Sus hijos, y sin embargo: Dios nos ama, Dios nos dio Su propia vida.
¿Lo has comprendido, André?
—Sí, Alcar, inclino la cabeza incluso más ante todo.
—Te doy las gracias con mucho afecto, André, luego seguiremos y verás otro milagro.
Ven, nos vamos.
André estaba sumido en pensamientos.
¿Quién se conoce a sí mismo? ¿Quién se atreve a decir de sí mismo: soy bueno, lo sé, lo siento, así es como son las cosas?
Para él todo esto fue como una lección, una lección de vida que no volvería a olvidar jamás.
Ya no podía hacer preguntas sobre eso, no sabía cómo tenía que pensar.
Así eran las personas en la tierra, y no sabían nada de estos milagros y leyes.
¿Dios?
Sí, ¿quién conoce a Dios?
No había un solo ser humano en la tierra que conociera a Dios, porque entonces también conocerían estas leyes y milagros, y eso no era posible.
—Mira, hijo mío, estamos otra vez en un país diferente, y estamos en Occidente.
Mis padres vivían en el campo y trabajaban duramente por el pan de cada día.
¿Por qué nacería aquí?
¿Quién me atrajo?
Te mostraré esta imagen.
André empezó a percibir.

—Cómo es posible, Alcar.
¿Es su madre, nuevamente su madre?
—Sí, André.
Fue ella quien me atrajo, tenía que enmendar a ella.
Pero ¿quién es el que nos conecta?
¿Es Dios?
¿Es una ley?
Entonces esa ley y también Dios son infalibles, porque entre estas cosas hay cientos de años.
¿No es ya en sí un gran milagro que dos almas se encuentren en ese gran planeta?
¿Podemos los seres humanos calcular estos milagros y leyes?
¿Quiso Dios, te pregunto, que yo volviera a ella?
Otra vez preguntas que no podemos resolver, porque no conocemos estas leyes, pero aun así las vivimos.
¿No es asombroso, André?, pues he destruido la vida en la tierra de estos dos seres.
No pensé en leyes, no pensé en Dios, solo pensé en mi propia vida.
Aun así nací aquí, pero no conocíamos toda esta riqueza.
Mi padre era ahora otra alma, era un extraño para mí, pero mi madre volvió a tener que ver con él.
Pero ¿qué ocurrió en esta vida?
Te contaré sobre esto, escucha.
Cuando mi madre me cargaba —o sea, nuevamente poseía el cuerpo materno—, se cayó en un profundo hoyo.
Ocurrió entre el cuarto y el quinto mes.
A simple vista no pasó nada, pero una vez nacido yo, después de unos meses empezó la miseria y ya no pudo mover un pie.
Recibió ayuda y fui creciendo.
Cuando yo tenía catorce años, mi padre hizo la transición y ella se quedó atrás sola conmigo.
Con mi padre, André, yo no tenía conexión, en otras palabras: no tenía que enmendarle nada, solo mi madre, y por eso ella lo conocería.
Pero ya ves cuántos problemas vivimos.
Te lo dije hace un momento: cuando hube alcanzado la edad de catorce años, mi padre hizo la transición.
Nos quedamos atrás solos, y me encargué de esta alma, trabajé por ella y me esforcé día y noche hasta que tuve treinta años.
Así que cuando yo tenía treinta años, también ella hizo la transición.
Sufrió mucho, y sin embargo tampoco a ella le tocaba su última vida, sino que tenía que volver a la tierra y en otras vidas.
Una vez más me encontraría con ella y fue en Jerusalén, pero siglos más tarde.
Volveré a eso más adelante, cuando haya llegado a ese punto, pero ahora continúo con mi propia vida.
Así que me encontré con ambos seres, y para ambos hice lo que tendría que hacer.
Nuestras almas se atrajeron y no es Dios, sino la ley de causa y efecto la que lo realiza todo.
Hay algo invisible que conecta al ser humano, la pena infligida a otros nos impone un alto.
También yo poseí el cuerpo materno.
Me conecté con un ser y de eso nació una criatura.
Era una niña y esa alma, que vivía en esta vestidura material, se convirtió en mi amigo.
Desde este momento vuelvo a ver a esta vida unas cuantas veces, y por lo tanto tengo que ver con esta vida del alma.
Ya me había encontrado con esta alma hace miles de años, cuando le robé su amor.
Había vuelto a vivir en muchas vidas, me había encontrado con otros seres y los había destruido, había vivido ese karma, pero ahora este karma tendría que disolverse, aunque solo muchos siglos más tarde.
Estas leyes aún no estaban en funcionamiento, porque mis propias vidas dominaban este karma, y así volvimos a llegar a conocer otras fuerzas y leyes.
Porque ¿entiendes, André, qué asombroso es esto?
¿Entiendes que otra fuerza domina este karma? Porque ¿qué ocurrió?
Una enfermedad que llamó a muchas vidas de la tierra rompió esta familia, y así volví a quedarme atrás solo otra vez.
¿Aún no había sufrido suficiente?
¿No les había enmendado todo a mi padre y a mi madre?
Estaba ante un nuevo problema, porque me encontraba ante mi propia vida, ante el suicidio.
Lo consideré, quise poner fin a mi vida, porque me quedé atrás solo y abandonado en esta gran tierra.
Basta con que imagines esta vida, hijo mío, percibe lo que significa tener que vivir en ella.
Dios me parecía horroroso y destructor, y no repetiré las palabras con que maldije a Dios.
Y sin embargo, André, ya entenderás cómo vela Dios por Sus hijos, pero que como seres humanos no somos capaces de comprenderlo, aunque ese velar es ahora para mostrar lo que yo quería.
Seguí vivo, no terminé con mi vida y morí a edad avanzada.
Así que no había terminado con mi vida, sino que vagué solitario y abandonado, porque algo me mantenía en pie, y es eso lo que te aclaré.
Despertaría en mi propia vida.
Había algo en mí que se oponía a toda esta miseria.
¿Sientes cómo despertamos, André?
Por fin llegó mi final terrenal y volví a hacer la transición, y entré en el mundo de lo inconsciente.
Pero tendría que volver muchas veces más.
Así que volví a la tierra, pero ahora nos vamos de aquí y te aclararé otra vida.
—Todo es tan asombroso, Alcar.
—En efecto, André, pero ves que tenemos que demostrar lo que queremos.
Así que esta ley dominaba mi propia vida y ese otro karma, y sin embargo ya estaba nuevamente conectado con mi amigo, aunque este lazo ya se estaba rompiendo otra vez, y ambos hicimos la transición.
Pero yo tendría que mostrar lo que quería; por lo tanto ya había vivido ese empuje, esa vida anterior, y sin embargo no estaba por completo libre de eso, y seguía conectado con esa vida.
Me quedé atrás solo y quedarse atrás solo también es asombroso, porque te pregunto: ¿por qué yo, y no otros?
Pero para mí este karma tendría que disolverse.
Tenía que demostrar qué era lo que quería, tenía que cargar mi pena o volver a destruir.
Y aporté esas pruebas, entendía esa fuerza invisible, y esta fuerza dominaba mi propia vida.
Es el Omnipadre.
Él vela y empuja hacia arriba Su propia vida, y aunque esa vida reciba pena, tiene que superarla o se detendrá en el desarrollo, y ya no avanzará más.
O sea, esa vida era para mí mismo, pero aún no me había merecido nada.
Vemos ahora, André, que en una sola vida pueden estar presentes muchos problemas, pero que nosotros los desconocemos.
Sin embargo, todo tiene relevancia.
Si queremos cargar, tarde o temprano llega el fin de toda esa miseria, porque tiene que llegar un final, porque si no tenemos que hacer la transición en otras vidas, y enmendar también en ellas.
Ahora vamos al norte.
También allí recibí la vestidura materna.
Tenia que enmendar a quien me atrajo allí.
También a él lo había destruido, aunque de manera muy distinta.
Lo rompí por dentro.
Lo ves, André, los problema suceden, uno tras otro, y muchas veces tienen que ver aún con el anterior.
Ahora, por favor, entiende bien todo esto.
En esa vida anterior me encontré con mi madre, enmendé lo que tenía que enmendar.
Mi amigo, o sea, mi propio hijo, hizo la transición a corta edad, pero volví a tener conexión con esta alma.
De lo que se trata ahora para mí es lo siguiente.
En una sola vida, por lo tanto, me encontré con tres seres, a todos ellos tenía que enmendar, y al hacerlo a la vez viví mi propio karma.
Ahora te habrá quedado claro que no puedo seguir todas mis vidas porque entonces ya no podremos distinguir entre una cosa y la otra.
Pero todavía hay más.
Porque ¿por qué esta criatura hizo la transición tan joven?
¿Por qué hizo la transición ese otro ser, que era mi marido?
¿Por qué me quedé atrás solo?
Nuevamente, problemas, pero ahora sabemos que dominaban mis sentimientos por el suicidio.
Pero ¿quién se encarga de todo esto?
¿Quién quiere que vivamos eso y quién se encarga de este orden cósmico?
Ya no hace falta que te lo aclare, porque hemos podido seguirlo en todo.
Hemos de aceptarlo, y hemos de vivir todos estos problemas.
—Qué complicado es todo, Alcar.
—Y sin embargo residen en esto el orden de Dios, no tenemos más que seguirlo.
Cuando iba a aclararte mis vidas, te dije que solo te mostraría aquellas en que tenía que enmendar.
Pero en cada vida volvemos a cometer pecados y errores, y también eso se tiene que volver a disolver, porque me quedé atrás solo.
Muy al norte vivíamos de un mísero pedazo de pan.
Mi padre era pescador.
Cuando llegué a la tierra, ya se me maldijo, porque él quería tener un chico, y no se le dio un hijo.
Mira, André, allí me ves en este entorno, pero ¿cómo podrías percibir esa otra vida en Oriente?
Y sin embargo ese ímpetu y esa fuerza y esos deseos residen en la vida del alma.
Mi padre era robusto y salvaje y nos amargó la vida a las dos.
Me atrajo porque yo lo había destruido en otra vida.
Ahora, sin embargo, se echaba a perder mi vida y la de mi madre, y desde la madrugada hasta entrada la noche él nos fastidiaba y molestaba cuando estaba en casa.
Era como no puede ser ni una bestia.
Esto duró varios años.
Mi madre pereció, y así me quedé a solas con él.
Tuve que experimentarlo hasta que tuve treinta y cinco años.
Esa vida fue espantosa.
Pero también ahora llegamos a conocer nuevos milagros, porque en esto enmendé siendo niña.
El karma de mi madre dominaba el mío, ella hizo la transición rota, y de mi vida interior ya no se veía ni sentía nada.
Luego Dios intervino y llegué a estar libre.
Cuando él ya no volvió, yo me iba a casar.
Y también para mí llegó la felicidad.
Nacieron tres hijos, aunque no tuve conexión con ninguno de ellos.
Estos lazos pertenecían al que era mi marido.
Todos estos seres vivían sus grados materiales, y sabes lo que significa.
Nuevamente vivimos otros problemas vitales, o sea, conexiones para el ser humano interior.
Esa vida pasó sin sobresaltos, y entré al mundo de lo inconsciente.
Volvería una vez más a la tierra.
En todos esos estados había asimilado el amor materno, ahora hice la transición a la fuerza creadora.
En algunas vidas recibí posesiones terrenales, en otras tenía que crearme un estado propio.
En unas vidas tardaba cientos de años antes de volver a nacer, en otras, en cambio, menos tiempo para que recibiera un cuerpo nuevo.
También eso tiene importancia cósmica, pero no voy a seguirlo ahora.
Después de esto viví otra vida y fue nuevamente en Egipto, y más concretamente cuando se construyó la pirámide, a la que iremos pronto.
Todos estos seres, André, con los que tenía que ver, siguieron varias otras vidas, y vivieron problemas diferentes, su propio karma y también tuvieron que ser personas de provecho.
Pero ni un solo ser humano —escucha lo que digo— conoce vidas, o sea, almas, con las que no tiene que ver.
¿Entiendes lo que esto significa?
—Usted quiere decir, por lo tanto, que solo nos encontramos con aquellas personas con las que tenemos que ver, ¿no?
—Correcto, solo aquellas a las que tenemos que enmendar.
Todas esas otras personas —hay millones de ellas en la tierra— viven por lo tanto su propio karma, encuentran a personas con las que ellas a su vez tienen que ver, son sus padres, madres, hermanos o hermanas, porque una sola ley los junta, y es la ley de causa y efecto.
—Qué asombroso es, Alcar, pero qué natural.
—Así es, hijo mío, cada uno tiene que enmendar sus propios pecados y errores, y solo puede enmendarlos a aquellos a quienes infligieron pena y miseria.
Dios no permite que se encuentren con un solo ser humano, con ni uno solo con el que no tienen nada que ver.
También en esto reside la justicia de Dios.
Pero tampoco es posible que puedan dejar de lado a algún ser humano, porque no ha nacido pena o miseria que no se disuelva, y sabemos ahora cómo ocurre esto.
Estas leyes son infalibles, no hay ser humano que pueda escapar de ellas,
—Casi no hay familia sin pena, Alcar, así que ¿todas estas personas tienen que ver unas con otras?
—Sí, André, se han conocido en el pasado, ahora esa pena se disolverá, aunque piensen que Dios los ha maldecido.
Sigue ahora la vida en la tierra, mirarás a través de toda esta miseria, y comprenderás que todos están enmendando.
—Es asombroso, Alcar, qué natural es todo.
—Solo cuando todas estas personas hayan enmendado, van a comenzar con ellas mismas, y es para asimilar alimento espiritual.
Primero nos encontraremos con aquellas almas a las que hemos traído la pena más profunda, porque este karma domina.
Entonces seguiremos otros estados, y todo se disolverá por sí solo.
Hay estados en que el ser humano se ha metido él mismo, y luego tiene que esperar miles de años antes de despertar.
Te lo aclararé en las esferas tenebrosas, o sea, en el infierno, porque te he prometido visitar a los autócratas en el mal, es decir, a los que han transgredido todas las leyes.
Ven, André, nos vamos de aquí, por el camino podré contestar a tus preguntas.
—¿A dónde se va usted ahora, Alcar?
—A Egipto, a la pirámide, porque es allí donde volví a recibir un cuerpo material.
En esa vida, como ya dije, llegué a conocer a mi amigo, así que ambos estábamos en la tierra, pero nos separó violentamente un altercado en el que él perdió la vida.
—¿Por qué a los orientales les interesa el renacer, y nosotros en Occidente sabemos tan poco al respecto?
—La sensibilidad de todas esas personas es más cercana a la naturaleza que la de los occidentales.
Es el instinto primigenio y hacen la transición en ella.
Te he hablado de eso.
Los occidentales se aferran a un dogma y eso les hace falta, debido a que han depuesto esos primeros estadios de sentimientos, a que han avanzado más y se han elevado más en estado material, pero han perdido su sintonización natural.

Cuanto más se eleva el ser humano, tanto más despierta en él otro estado, pero tanto más se aleja de sus primeros estadios, del instinto primigenio.
Estos seres viven en esos primeros estadios, pero también en los más elevados de todos; sienten la mística en todo y tienen su propio Dios.
La gente que vive en la selva suele haber avanzado mucho más y estar más cerca de la naturaleza que los que hayan alcanzado el organismo más elevado de la tierra.

Su sensibilidad natural los acerca más a Dios que lo que pasa con los intelectuales de la tierra.
Son criaturas naturales y siguieron siéndolo en todo.
Por lo tanto, los intelectuales, los pueblos más civilizados, han asimilado otras fuerzas, pero también han depuesto esas fuerzas naturales.
Y con todas esas fuerzas naturales y rasgos, también sus sentimientos interiores.
En Oriente, se vive con el alma de los fallecidos, y se acepta por lo tanto la personalidad interior.
—¿Se puede decir con certeza desde este lado dónde nacerá el alma, Alcar?
—Sí, André, pero solo los maestros pueden conectarse con eso.
Ya te he hablado de eso.
Sin embargo, no está en nuestras manos ni en la de ellos, porque son las leyes más maravillosas que conocemos.
—Cómo Dios lo ha dispuesto todo, Alcar.
—En nada hay disarmonía, hijo mío, en nada.
En todas esas leyes hay orden, el orden del Omniespíritu.
Solo nosotros perturbamos esas leyes, porque cuando tenemos que enmendar no lo aceptamos, sino que preguntamos por qué y para qué, y ponemos fin a esa vida, porque pensamos: “lo muerto, muerto está”.
—Si le he entendido bien, no hay ser humano en la tierra que no haya puesto fin a su vida terrenal, ¿verdad, Alcar?
—Sí, André, muy bien, todos asesinaron y destruyeron, y cuando entonces nuestro propio karma nos impone un alto, ponemos fin a todo.
Pero entonces vivimos otras leyes, leyes que no tienen nada que ver con este acto, y vemos que estamos vivos.
Todo esto quiero llevárselo a la humanidad, quiero abrirle los ojos, quiero protegerla de su propia perdición.
Con que alcance a un solo ser humano —lo he dicho ya muchas veces— ya me quedo contento.
Poder proteger a un solo ser humano de esa miseria ya es una gran bendición.
Todos, sin excepción, pusimos fin a la vida terrenal.
Todos preguntaron por qué y para qué, maldijeron a Dios en el cielo, y sin embargo hemos llegado a conocernos, vivimos ahora en las esferas de luz, y otros ya han alcanzado el Omnigrado.
Así es nuestra vida, de esta manera despierta el ser humano interior.