Al infierno

—El hermano me vino a recoger después de que le comunicara que me encontraba listo.
Desde mi esfera descendieron centenares y me encontraría con ellos en la frontera de las regiones oscuras.
Mi propio preceptor me acompañó hasta allí y desde su propia esfera incidiría en mí y me ayudaría.
Sabía ahora que era posible, pues lo había aprendido.
Pero nunca se me olvidará el momento en que nos separamos.
Cuando me miró a los ojos, poniendo en ello su gran amor, de modo que mi alma estaba colmada de esa fuerza descomunal, en ese momento volví a caer de rodillas y le di las gracias por todo.
Pero no quería agradecimientos; aquí, un ser humano que trabaja para los demás nunca quiere saber de agradecimientos.
Y allí iba de regreso, mi preceptor, para ayudar a otro ser humano.
Me incorporaron a una pequeña columna.
Primero tuvimos que someternos a unas pruebas y luego concentrarnos en una seña secreta, por la que nos reconoceríamos los hermanos.
Esa seña era una estrella de siete puntas, el símbolo de sintonización espiritual.
Quien no tuviera sintonización no podría percibir esa seña.
Así que dentro de mí ya había alguna posesión, por poco que fuera, pero estaba despierto, y quien estaba despierto, era consciente y vivía.
Ahora me sentía muy tranquilo.
Alrededor mío vi una luz marrón rojiza, pero cuanto más descendiéramos, más oscuro se haría.
De haber sabido lo que me esperaba, no habría estado tan tranquilo; no habría podido controlarme.
Claro que sentía curiosidad por saber a dónde nos llevarían.
Debía ser un lugar horrendo.
Las pruebas que tuvimos que hacer tomaron bastante tiempo, pero cuando también eso hubo pasado, nos hablaron y se nos llamó la atención sobre varias posibilidades.
Entre nosotros había guías espirituales competentes; muchos habían descendido ya varias veces y seguían dispuestos a hacer este trabajo para ayudar a esa pobre gente.
En primer lugar teníamos que controlarnos en todo, eso también me lo había recomendado encarecidamente el hermano antes de despedirse de mí.
Que sería peligroso allí ya lo sentía.
Por fin llegó el momento que significaría para mí un gran momento en la historia de progreso.
Nos separamos en cientos de grupos.
Nosotros éramos cinco, entre quienes había un guía competente.
No descendimos por las puertas del infierno, sino que los guías se conectaron inmediatamente con la parte más interior.
Si no hacían eso, se les atacaría al instante, como nos contaron los guías y también entendí más tarde.
Aun así, todavía me sentía tranquilo, pero cuando íbamos a conectarnos y por lo tanto estábamos siendo acogidos en ese estado e íbamos a aceptar esa vida, entonces me asaltó un miedo horrendo y fui presa de una sensación como si súbitamente alguien me estuviera estrangulando.
“Aquellos que bajan por primera vez lo sienten con más fuerza”, dijo el guía.
Me pareció espantoso, porque los hermanos que habían descendido conmigo parecían haberse convertido en animales.
También eso me sobresaltó mucho, a pesar de que ya hubiera aprendido todo esto en la escuela.
Sin embargo, me tomó por sorpresa y ahora también entiendes cuánta utilidad tienen estas lecciones espirituales.
Cuando hubo pasado esto y me hube recuperado un poco, caminamos por las calles, como en la tierra, pero alrededor de nosotros acechaban las hienas humanas, que se abalanzarían sobre nosotros en cuanto tuvieran la oportunidad de hacerlo.
El guía nos había ayudado a mí y a los otros que se habían sobresaltado mucho, y nos pusimos en marcha, camino a la vida desconocida y animal.
No tuvimos que esperar mucho.
Entonces olí una terrible pestilencia, la irradiación de aquellos que vivían aquí.
También de eso estaba enterado, así que no me afectó demasiado, pero a través de todo sentí el latir de mi corazón y en el fondo ya no estaba tan tranquilo.
Tu líder espiritual te ha aclarado todo esto y el maestro dice que no es necesario contarte nada de esto.
Pero pensé en ti, Jozef, que hayas tenido la valentía de enfrentarte a todo esto como persona terrenal y que lo hayas resistido.
Ahora todos los poderes oscuros me habían atravesado y junto con los demás había sido acogido en el infierno.
Esta vida nos había engullido.
Aquí convivían millones de personas, todas ellas malogradas de la tierra.
Aquí tendría que trabajar y permanecer durante mucho tiempo.
El guía me indicó que algunas personas habían llegado a las manos.
Miré hacia el lugar donde estaban peleando, pero en unos cuantos segundos ya eran cien.
Aquellos que se caían se defendían a patadas y golpes hasta derrumbarse inconscientes.
Aun así no los dejaban tranquilos, sino que los arrastraban hasta dejarlos impresentables.
Tanta crueldad me sacaba de quicio y apreté los puños, listo para abalanzarme sobre ellos, porque esto ya no era humano.
Sin embargo, el guía me detuvo y dijo: “¿Quiere ser destruido usted mismo?
¿No le enseñaron que hacer la transición significa destrucción y conexión?”.
Lo sabía, y aun así no se me había ocurrido.
Estaban unos encima de los otros como animales y vi sangre.
Sabiendo que se vive en el espíritu, es casi imposible de entender, pero también de esto me habían hablado en la escuela.
Los vencidos emitían unos alaridos aterradores.
Finalmente, junto con otro hermano vimos la oportunidad de liberar a uno de ellos de entre sus garras.
Era un hombre viejo y estaba inconsciente.
Por poco lo habían despedazado.
‘Pero qué pintas tú en esta vida’, pensé.
Lo llevamos lejos de allí y esperamos a que hubiera recobrado la conciencia.
El hermano a mi lado, que había bajado ya algunas veces, lo irradió.
No habría pensado en eso, a pesar de que me hubieran hablado de esto en la escuela, lo mismo que de todo lo que viviría en esta vida.
En las altas esferas se conocía perfectamente esta vida.
Profundas arrugas recorrían el rostro del hombre y este ser humano tenía el aire de un viejo animal salvaje.
¿Hasta dónde había descendido, qué pecados había cometido?
Lloraba y clamaba por su madre cuando volvió a recuperarse un poco.
Gracias a la irradiación magnética, pronto hubo recobrado la conciencia.
En esta vida, estos rayos obran milagros.
Qué cosa tan terrible tener que escuchar a un vejestorio clamando por su madre.
Qué terrible me pareció.
“¡Ay, ayúdenme!”, gemía.
“Ay, esa escoria!”.
“Queremos ayudarlo”, le dijo el hermano, “¡venga, síganos!”.
El malogrado nos miró; tenía los ojos inyectados de sangre.
Sin embargo, nos siguió mirando.
De repente gritó: “¡Aléjense de mí, váyanse, déjenme en paz!”.
Nos dedicó varios insultos y maldiciones, y nos habría destruido de haberse concretado sus palabras en acciones.
Sin embargo, fingimos no escuchar nada e intentamos tranquilizarlo.
“Somos amigos”, le dijo el hermano, pero al parecer nunca se había encontrado con amigos.
Nos miraba como si quisiera desgarrarnos.
Solo ahora comprendí lo difícil que era convencer a estas personas de una vida diferente.
No reaccionaba a nuestras palabras y solo gritaba que lo dejáramos en paz.
Nos insultaba y maldecía a todos, incluido a Dios, y antes de que nos diéramos cuenta se había levantado de un salto y desapareció de nuestra vista.
La oscuridad lo había vuelto a engullir y su vida, antigua pero nueva, empezaría una vez más de pe a pa.
Había recibido mi primera lección; había querido ayudar a un ser humano, pero este no quería que se le ayudara.
Por más que hubiéramos hablado con él, daba igual.
De nuevo nos disolvimos en la masa y en la esquina de una calle, en un oscuro nicho, vimos a otro ser humano.
¿Necesitaría ayuda?
Me acerqué al ser y empecé a hablarle.
Era un ser humano que se veía tan asilvestrado como aquel otro, aunque un poco más joven.
El hermano estaba a mi lado.
“¿Podemos hacer algo por usted?”.
“¿Por mí?”, dijo incrédulo.
“Sí, por usted.
Somos sus hermanos”.
En ese preciso instante nos contestó: “Por mí váyanse al infierno. ¡Jajá, hermanos!”.
Solo ahora vi lo salvaje y feroz que era este ser.
Sin embargo, no nos dimos por vencidos, y dije: “Venga, hay otra tierra, donde no se le atacará de nuevo.
Síganos, despídase de esta vida, no se quede aquí.
Si lo quiere, puede empezar otra vida”.
Pero también él abandonó el lugar donde lo habíamos encontrado.
Ahora estábamos solos y abandonados por los demás hermanos, en medio de este pozo de pasión y horror.
El hermano me llevó a un lugar en el que no se veía más que chabolas y cavernas en las que vivían personas.
Había estado aquí cuando vino la última vez y quería volver.
Después de deambular un buen rato por allí, volvió a encontrar el lugar y nos encontramos en medio de la miseria más grande que haya visto jamás.
Escuchamos lamentos y nos acercamos.
Había una persona necesitada de ayuda.
Pronto llegamos al lugar y en una oscura caverna yacía un ser humano.
En esa oscuridad emitía quejidos, de los que deduje que era una mujer.
¿Ahora qué me tocaría vivir?
Solo al acercarnos vi lo inhumanamente honda y miserable que era esta vida.
¿Una mujer?
¿Madre en la tierra y a pesar de ello caída tan bajo?
Pensé en aquellos que había visto con mi preceptor en la tierra.
¿Era una de ellos?
“¿Qué mal ha cometido para estar en esta vida, para llegar a esta miseria?”, le pregunté al ser.
No pronunció una sola palabra.
Ya casi no llevaba ropa.
Empezó a lamentarse con más fuerza aún y nos gritó que nos largáramos.
Vi que tenía la ropa hecha trizas.
“¡Váyanse!”, nos gritó.
Pensaba que nosotros también éramos diablos.
“Déjenme en paz”.
Mientras tanto, pensé: ‘Qué curioso que todos quieran que se les deje en paz; entonces, ¿aquí qué hacen?’.
“Queremos ayudarla”, le dijo el hermano.
“Ya sé lo que significa esa ayuda”, dijo y de nuevo empezó a lamentarse.
Se contraía a cada paso que dábamos acercándonos a ella.
“Malditos hombres, ya conozco esa ayuda suya.
Son todos unos desgraciados.
Quieren poseernos y luego abandonarnos como trapos.
Prefiero reventar”, dijo.
Entendí que tenía el alma desgarrada y que le sangraba el corazón.
Pero por más que intentáramos convencerla, no quería.
“Escoria, perros, degenerados bestiales, prefiero reventar”, dijo otra vez.
“Con violencia, pero entonces por encima de mi cadáver”.
‘Por el amor de Dios’, pensé, ‘qué cosas habrá vivido’, pero lo adiviné todo y me pareció repugnante.
El hermano incidió en ella concentrándose y así se calmó un poco.
Le hablé inclinándome hacia ella.
No podía percibir lo que ocurría alrededor ni detrás de mí.
Estaba demasiado absorto en mi trabajo de ayudarla como para haber podido fijarme en eso.
De repente emitió un alarido horrible y antes de haber podido prevenirme, se habían abalanzado sobre nosotros.
Ella gritaba que cochinos y alimañas, pero todo su griterío se perdía en el tumulto.
Un animal humano de aspecto salvaje nos tenía a ella y a mí en sus garras.
Caí al suelo, rodando por encima suyo, y me agarré de ella, porque no quería soltarla.
Mientras tanto, le daba puñetazos al animal, pero era como si una mosca quisiera atacar a un elefante; no podía con él.
Perdí la conciencia y no recuerdo lo que nos pasó después.
Recobré la conciencia en un lugar tranquilo, en un entorno diferente y librado de ese oscuro infierno.
La pobre mujer seguía inconsciente.
El monstruo casi había llegado a estrangularme y le pregunté al hermano lo que había ocurrido.
“Otros hermanos nos liberaron”, dijo, “y nos encontramos en otra esfera”.
“Gracias a Dios”, dije.
“¿No pueden alcanzarnos aquí?”.
“No, ¡imposible!”.
“¿Dónde está ese animal?”, le oímos preguntar.
“Tranquila”, dijo el hermano.
Gracias a la ayuda del hermano, que me había dado un buen tratamiento magnético, me recuperé pronto.
Aún sentía esas terribles garras apretándome la garganta.
Qué alimaña la que nos había asaltado.
Miré a la pobre mujer y me sentí feliz de que siguiera entre nosotros.
Ella también recibió ayuda.
Ahora el hermano intentó liberarme con unos movimientos de roce magnético del lazo oprimente, cosa que logró completamente.
Luego pude pensar mejor y sentí que me volvían las fuerzas.
Ahora la mujer preguntó:
“¿Dónde estoy?”.
“Tranquila, enseguida se sentirá mejor, aquí no hay peligro”.
Así que había conocido la vida después de la muerte en el infierno y no se me había recibido muy cordialmente.
Mientras tanto, la mujer se había quedado dormida; la dejamos dormir tranquilamente y esperaríamos a que despertara.
El hermano dijo:

“Cuando nos atacaron, algunos de los nuestros acudieron a los gritos de auxilio de ella y vieron en qué estado se encontraban.
Yo me había liberado volviendo a mi propia sintonización, porque no era capaz de dominar a ese animal por mi cuenta.
Usted también tiene que intentar evitar esto siempre; ¿sí se lo enseñaron, verdad?
Siempre tiene que procurar mantenerse fuera de su alcance y acercarse a los infelices con táctica, pero poco a poco aprenderá todo esto.
Sin embargo, pudo protegerla y no era algo tan sencillo, se lo aseguro”.
Mientras tanto, la mujer había recuperado la conciencia y por lo visto había escuchado nuestra conversación con disimulo.
En todo caso, sabía que había pasado a buenas manos.
Nos miró y dijo: “Permítanme que les dé las gracias.
¿Aún es posible encontrarse con personas buenas?
¿Cabe esperar todavía que se nos ayude, y confiar en ello?
¿Hay un Dios que nos perdonará?
Los quiero seguir a ustedes, sé que tienen buenas intenciones y a ese lugar no quiero volver.
¡Ay, el que me llevó a esa vida, el que destruyó mi vida!
¡Ay, ese canalla miserable que me destruyó!
A mí, que me olvidé de todo, ¿podrá y querrá Dios perdonarme?
Cómo he pecado, yo, que me entregué para la eternidad a ese animal que me mancilló y que me arrastró a ese abismo.
Descendí a las profundidades más profundas con él porque lo amaba; qué forma de destruirme.
¡Mamá, ay mamá!”, gritó de pronto, “Mamá, venga y perdóneme mis pecados; perdóneme mis errores.
¡Ay, mamá, me pateó y me pegó y me vendió!
¡Ay, ese animal con apariencia de humano!
Fui descendiendo cada vez más, mamá.
Cuánto tiempo estuve rezando, ¿no me oye?
No podrá venir a mí y aun así sé que me ama.
Ay, tengan piedad, Dios mío y madre mía.
Ya no quiero esta vida, no quiero volver.
Quiero volver a usted; Dios mío, perdóname mis pecados.
Mamá, mamá, ¿me oye?
Me dijeron hace ya mucho tiempo que podría llamarla y que vendría, pero no me atrevía a gritar.
Ahora grito desde hace tiempo, ¿no me oye?
Mamá, no deje que sea en vano, o vuelvo a caer; ya no puedo mantenerme firme yo sola”.
Me puse a llorar, Jozef, y el hermano también.
‘Pobre criatura’, pensé, ‘pobre mujer’.
Estaba sentado a su lado y recé por que se oyera su ruego.
De repente se le nubló la mirada y cuando miré hacia arriba, admiré a un ser hermoso que parecía sostenerse en nubes luminosas.
Ante sus ojos planeaba su madre.
Estaba manifestándose en esta oscuridad para salvar a su hija.
¡Así era el amor de una madre por su hija!
En el último momento hubo una intervención desde esferas más elevadas.
En este momento era posible llegar a ella, lo sentía y lo veía.
Es de lo que era capaz un espíritu elevado.
Cuando la persona perdida imploraba con fervor perdón, entonces había conexión y una oración podía obrar milagros.
El ser gritaba a su madre, llorando sin cesar.
Ante mis ojos se desarrollaba una escena preciosa; conmovía.
No había visto nunca antes algo tan bello.
“¿Me perdonará, mamá?”, le exclamaba la pobre mujer a la aparición.
El ser elevado asintió con la cabeza, con una sonrisa alegre en el bello rostro.
Era un ángel de la luz que había descendido al infierno para ayudar a su propia hija.
“Déjeme decirle lo que hice”, dijo con voz clara la infeliz.
“No me digas nada”, oí ahora, “lo sé todo; Dios te ha perdonado, y trabaja, trabaja mucho en ti misma, yo te apoyaré desde aquí”.
“Mamá, ay, ¡venga a mí! ¿Por qué no desciende de esas alturas para venir a mí?
Mamá, quédese conmigo, querida madre”.
Pero entonces la madre dijo: “Hija de mi alma, me tengo que ir, volveré”.
“¡Ay, es usted un ángel, mamá!
¿Volverá?”.
“Volveré, hija mía, velaré por ti.
Doy gracias a Dios; mis oraciones han sido escuchadas,” oí que dijo el bello ser. “Sabía que tarde o temprano sería posible ayudarte”.
Entonces la aparición se disolvió y desapareció ante nuestros ojos.
Se me había concedido presenciar algo asombroso.
Había partido hacia otras esferas vitales, a su propio cielo.
Este momento fue grandioso y estaba viviéndolo en el infierno.
Así que también aquí se podían vivir momentos bellos.
Llevamos cargando a la mujer a la esfera de conexión y la pasamos a otras manos.
Allí iban a cuidarla dándole los primeros auxilios espirituales.
Cuánto había descendido, pero había un ser que velaba por ella y ese ser era su madre.
Le había rogado a Dios por ayuda y esa ayuda había llegado.
En el momento menos esperado, las fuerzas divinas empezaban a trabajar y entonces existía la posibilidad de una conexión.
Ahora su hija había vuelto al camino correcto.
Me había conmovido profundamente, fue un momento glorioso, por eso me enfrentaría a lo que fuera.
Solo en el infierno había sentido el horror de su propia vida.
Cómo había sufrido, y únicamente porque pensaba estar amando.
Había amado a un animal con aspecto humano.
Aun así, había seguido a este monstruo, porque el animal no la dejaba en paz y su propia vida no había sido diferente de la de él.
Cuánta felicidad sentí por haber podido ayudar por vez primera a un ser humano.
Me quedé algo más con los hermanos y las hermanas y cuando volví a sentirme bien, ambos descendimos de nuevo, después de decidir quedarnos juntos.
De nuevo sentí cómo me envolvían las tinieblas y esa influencia apestosa.
Era terrible tener que vivir esto una y otra vez.
Nuevamente deambulamos por las calles de la ciudad que había sido construida a base de odio.
Todos temían ser atacados; la gente rehuía a los demás.
Vi establecimientos donde se podía beber alcohol, igual que en la tierra, pero la bebida te quemaba por dentro.
Esto era algo nuevo para mí, me causaba repugnancia y nos alejamos de allí.
Por ahí había unos luchando como animales salvajes, pero ahora los dejé; todavía no se les podía ayudar.
El maestro dice que viviste todo esto, así que no hace falta que te cuente nada al respecto.
Pero siempre me vuelvo a preguntar, Jozef: ¿cómo pudiste procesar todo esto siendo un ser humano terrenal?
El ser humano que hace la transición vivirá todo esto y se hará esa pregunta.
Porque quien escucha historias sobre el infierno de nuestro lado y siente que se quiere enriquecer espiritualmente descenderá, como yo, y querrá conocer todas esas situaciones.
Porque es sabiduría espiritual saber todo esto.
De repente alguien nos habló.
Teníamos ante nosotros a algunos seres y entre ellos estaba nuestro guía.
Nos alegró encontrarlos; me sorprendió mucho cuando me preguntó si había podido ayudar a esa pobre mujer.
“¿Acaso está enterado de eso?”, le pregunté.
“Si lo queremos, lo sabemos todo.
Ya lo ve, seguimos conectados, también cuando está solo.
Le quería mostrar que no tiene por qué temer y que siempre hay ayudantes, esté donde esté”.
Eso me fue un gran apoyo; los guías velaban por las gracias y desgracias de los hermanos más jóvenes.
“Concentración, amigo mío”, dijo, y le entendí.
Luego volvimos a separarnos.
Habíamos estado en varios edificios y ya había conocido mucho de esta vida.
Sin embargo, todavía no me sería posible dar con la esfera de conexión por mis propias fuerzas.
Pero me enteraría de eso, fuera como fuera.
Eso era posesión espiritual y quería asimilarlo.
Se me había hecho visible un atisbo de la vida animal de este lugar.
Vi varias peleas más, pero no me entremezclé y los dejé pelear tranquilamente, porque ya había aprendido la lección.
Deambulamos durante horas y sin darnos cuenta nos habíamos acercado nuevamente a las cavernas y las chabolas.
También allí estaban peleando y llegó el momento en que perdí al hermano y me encontré completamente solo en el horror.
‘¿Ahora qué?’, pensé, ‘¿cómo haré para volver a encontrar a los demás?’.
Busqué y busqué, pero a ningún ser le vi la estrella por la que debía reconocer a un hermano.
Pensé mucho tiempo sobre qué hacer ahora.
Como un ciervo ahuyentado corrí de una calle a otra.
Me arreaban de un lado para otro, hasta que me perdí por completo.
Ya no podía concentrarme, porque me había asaltado el miedo.
Por eso perdí toda mi concentración y decidí posicionarme en algún lugar para que alguien me abordara.
Si era un hermano estaría a salvo, y si era una de esas personas terribles, ya vería qué hacía.
Me posicioné en la esquina de la calle y esperé.
¿Por qué no me había fijado bien yo mismo en el camino que había recorrido con el hermano?
No se me había ocurrido.
En la esquina donde estaba, pronto me abordó un individuo terrible.
“¿Qué haces aquí?”.
No tenía preparada ninguna respuesta y no supe qué decir, sino que apreté los puños y estaba listo por si me atacaba.
Antes de darme cuenta, ya estaba envuelto en una terrible pelea.
Rodé por el suelo, el animal encima de mí.
Era como un tigre.
¡Qué fuerzas las de estos seres!
No podía con él, grité como un loco y me sentí irremisiblemente perdido.
Después sentí cómo me hundía y ya no supe nada.
Cuando abrí los ojos, había algunos hermanos a mi lado: me encontraba en la esfera de conexión.
Habían escuchado mis gritos de auxilio y me habían liberado de sus garras.
Eran repugnantes las personas en este lugar y nuevamente había recibido una dura lección.
A través de toda la miseria fui aprendiendo; sin embargo, de nuevo no había entrado aquí por mis propias fuerzas y por eso empecé a desanimarme.
Qué difícil era trabajar allí.
Todo esto me había afectado demasiado y quería volver a mi propia esfera, porque de no hacerlo, no aguantaría; me sentía abatido.
Pensé en esto durante mucho tiempo.
Era lo que me faltaba, que me hubieran molido a palos y sin que yo hiciera nada.
Sopesé los pros y los contras; volver a mi propia esfera o descender de nuevo.
Pensé en mi preceptor y en todo lo que me había dicho.
“Podría recaer y perder las esperanzas y de eso quiero guardarlo”, eso era lo que había dicho.
Sí, había perdido las esperanzas y dudaba de mí mismo.
Seguí con este humor durante un largo rato.
Pero ¿qué había ganado entonces?
¿Cómo podría contar de esta vida?
No había aprendido nada aún y sabía demasiado poco de estas esferas.
Muchos habían vuelto ya porque no habían podido aguantar.
Con estas dudas me surgieron otros pensamientos y sentí que se me estaba ayudando a distancia.
¿Era mi preceptor que venía a ayudarme?
No, no regresaría desanimado, mil veces no, me dije a mí mismo: lo que podía hacer otro, yo también sabría hacerlo.
Entonces volví a presentarme y descendí en otra columna.
Esta vez, oí el ruido de los aullidos y gritos terribles de las tinieblas.
‘Qué extraño’, pensé, ‘no haberlo escuchado al descender por primera vez’.
Pero el guía me dijo que seguía sin estar conectado.
‘Ahí está’, pensé, ‘qué poco sé aún de esta vida’.
Era horroroso lo que oía.
Era como si se anunciara un huracán, una gran tormenta de pasión y violencia.
Aun así, me alegré de haber descendido nuevamente, porque ahora me sentía fuerte y descansado.
Me habían aclarado que tenía que pensar en mí mismo.
Ahora velaría por mí mismo y tendría más cuidado.
De nuevo estábamos entre chabolas y cavernas; allá vivían los que habían caído más bajo, los necesitados de ayuda y solían ser accesibles.
Se aislaban de la masa y pedían ayuda, algo que solo ahora aprendí a entender.
En otro lugar vi manos que se retorcían pidiendo ayuda a través de las grietas.
Pero si alguien acudiera a sus gritos de auxilio, le fracturarían las manos.
A estos seres no se les podía ayudar.
Descubrí las fuerzas con las que se podía percibir a quien se podía ayudar y a quien no.
Nuestro guía me indicó que estábamos en la esfera de los suicidas.
Aún no había visto este estado.
Aquí vi a los asesinos de la tierra, todos habían llegado aquí de manera antinatural.
Allí estaban juntos mujeres y hombres.
Sentían sus dolores y penas con la misma intensidad con que yo los había sentido, pero qué dolor y pena y miseria tan diferentes.
Con sogas en los cuellos, orificios en las cabezas; en una palabra, yacían allí en la miseria más terrible.
Entre las mujeres vi escenas horrendas; vivían en sus pecados y todos esos horrores las rodeaban como siluetas; no podían liberarse de ellas.
Aquí vi a personas en las condiciones más inhumanas, algo imposible de imaginar.
Toda esa miseria me estremeció.
Condiciones que no quiero ni puedo describir, porque de cualquier manera no podría captar en palabras su verdadera desgracia.
¿Qué significaba mi miseria comparada con la de ellos?
En el mal yo era un niño; no había cometido ese tipo de pecados ni los conocía.
Pero, Jozef querido, no había manera de ayudarlos.
¿Cuánto les quedaba por deponer?
Y es que los suicidas son los seres más infelices de este lado.
Durante muchos años no hay manera de ayudarlos.
Ya dije que extienden las manos retorciéndolas, pero ay de ti si logran agarrarte.
Primero tenían que perder todo ese salvajismo, es decir, deponerlo, luego inclinar la cabeza y no querer saber nada de esta vida. Antes de eso, es imposible llegar a ellos.
Sin embargo, algunos ya habían alcanzado ese estado y a ellos visitaríamos.
Aquí llegaban mutilados desde la tierra y así seguirán durante mucho tiempo hasta que quieran empezar otra vida.
¿Puedes entender que estas personas necesitan cientos de años antes de que puedan desprenderse de su miseria?
Incluso yo necesité algunos años.
En un segundo se sumen a sí mismos en este estado, en esta sintonización miserable.
Con un disparo, un pedazo de soga o un salto al agua se sumen en esta miseria y eso les cuesta incontables años de tristeza.
Todo esto es realidad, ¡esta es la miseria humana!
Ay, no quiero ni pensar en lo que viví allí.
Sin embargo, estas personas se lo causan a sí mismas, porque Dios es un Padre de amor.
Él no quiso esto.
Podría seguir hablando mucho más sobre esto, pero toda esa miseria, ya lo dije, es indescriptible.
Nuestro guía y los demás ya se habían adelantado, cuando de pronto oí que alguien pedía ayuda.
Sonaba suave y doloroso, de modo que pensé que alguien necesitaba y quería ayuda.
Quise volver a intentarlo, pero tendría cuidado.
De nuevo intenté escuchar, y sí, otra vez escuché cómo pedían ayuda suavemente.
“¡Ayuda, ayúdenme!”, clamaba alguien con voz ronca.
Me había detenido para escuchar; ahora me acerqué un poco y lo escuché de nuevo.
“¿Me llama?”, pregunté cortésmente.
“Sí”, dijo la voz, “ayúdeme”.
Me metí como pude por una grieta y en un rincón de la caverna vi a un ser humano.
Yacía allí, encogido en cuclillas.
Me atreví a acercarme un poco más y volví a preguntar: “¿Lo puedo ayudar?
¿Quiere que se le ayude?”.
“Sí, quiero irme de aquí, ¡ay!, no me deje solo”.
Me sobresalté mucho; en algún momento también yo había exclamado estas palabras.
Ese “No me deje solo” me era conocido; me azotó el alma.
A él lo ayudaría.
Qué aspecto más terrible tenía este ser.
“No me haga nada malo”, dijo el ser.
“No”, le dije, “no le haré nada malo; lo ayudaré”.
Tendría que actuar con rapidez; cuanto antes me fuera de aquí con él, mejor para ambos.
Era un hombre viejo y me sentía muy feliz de haberlo oído y de poder ayudarlo.
Lo arrastré hasta colocarlo en un saliente para poder subírmelo a la espalda, porque por lo visto no podía ni estar de pie ni caminar.
Tenía las piernas paralizadas y le colgaban del cuerpo balanceándose.
De este otro lado de la grieta pude desaparecer con él, y pronto estuve de camino.
Pero ahora me vi ante un grave problema.
¿Cómo podría encontrar la esfera de conexión?
Pensé y pensé, pero no sabía qué hacer.
Le pedí mantenerse tranquilo y me concentré, y ¡vaya sorpresa!, sentí que me hacía más ligero.
Ese sentirme más ligero quería decir que había salido de esa espantosa influencia, haciendo la transición a otro estado.
Mi propio cuerpo estaba cambiando y por eso sentí que iba por buen camino.
Sí, lo sentía, había encontrado el camino correcto.
Sin embargo, no era fácil avanzar; algo me detenía, pero no sabía qué.
Aun así, quería avanzar y dejar ese infierno de miseria.
Por fin se hizo algo más fácil y cuando estuve seguro de haber dejado atrás las tinieblas, descansé un poco.
Lo puse en el suelo cuidadosamente y lo miré con detenimiento.
Qué aspecto tenía el pobre tipo.
¿Qué mal había cometido?
“¿Cómo llegaste allí?”, le pregunté.
Pero no hizo caso de mi pregunta y preguntó: “¿Dónde estamos aquí; a dónde me lleva?”.
“Oh, no se preocupe por nada, no le pasará nada malo ya, yo velaré por eso”.
El hombre se frotó las manos y no dijo nada.
‘Tal vez’, pensé, ‘ahora estaba realmente dispuesto a empezar una nueva vida’.
“¿Cuánto tiempo lleva allí abajo?”, le volví a preguntar.
“Puede que sean años”, dijo.
“Pero ¿tiene conciencia de haber muerto en la tierra?”.
“Sí, eso lo sé”, me respondió escueta y hoscamente.
‘Mira’, pensé, ‘eso lo sabes; yo no lo sabía en aquel tiempo’.
“¿Seguimos?”.
“Sí, vayámonos”.
Volví a cargármelo en la espalda y allí iba.
Se hacía cada vez más difícil y de nuevo quise descansar un poco.
“¿Tomará mucho más tiempo”, dijo, “llegar adonde encuentre la paz?”.
‘Qué sabrá de paz’, pensé.
Nadie aquí sabía nada de paz espiritual.
¿Quién o qué era él?
Ya no temía no encontrar el lugar, porque ahora me podía orientar y avanzar en la dirección correcta.
El hombre hacía como que las tinieblas y la vida no fueran asunto suyo.
Jamás había visto a un tipo así.
En muchas personas había visto lágrimas, pero, por lo visto, él aún no sentía dolor ni pesar por los muchos pecados que había cometido.
“¿De dónde saca eso de la paz?”, le pregunté de improviso, “¿la conoció en las tinieblas?”.
Mi pregunta me pareció tonta y confusa, pero ya estaba hecha.
“¿Esa paz?”, dijo.
“¿Acaso no me está diciendo que me llevará a otro país donde habrá tranquilidad?
Me entrego a usted”.
De nuevo me quedé desconcertado.
‘Curioso, este tipo’, pensé.
En todo caso, no es como aquellos “salvajes” de allí abajo, y aun así vivió allí.
Me resultaba incomprensible esta sintonización.
“¿Continuamos?”.
¿Tenía miedo o era curiosidad? En realidad, ¿qué sentía?
Asombrado, dije: “Me parece que no es tan infeliz como había pensado”.
Sonrió y dijo: “Si supiera concentrarse mejor y usar sus fuerzas, sin pensar demasiado en las personas allá y concentrarse más en su propio estado, ya habría sabido quién soy”.
Sorprendido, miré al ser y tenía enfrente a mi propio guía.
Se había despojado de su disfraz.
‘¿Qué diablos es esto’, pensé, ‘qué significa esto?’.
“Ahora sabe encontrar la tierra crepuscular.
Admiro su valor y su voluntad de avanzar y por eso decidí ayudarlo.
Sé de su vida y a quienes quieren de verdad los apoyaremos con todas las fuerzas que llevamos dentro.
Realmente, estoy contento.
De los cien principiantes, setenta y cinco ya han regresado; todos sucumbieron.
Desde el principio estuve incidiendo en usted y lo detenía, logrando así que aprendiera a fortalecer su concentración.
Hacer la transición a otras condiciones, desconocidas para nosotros, es la aceptación interior de esa sintonización.
Seguía sin aceptar y ahora lo he ayudado en ese aspecto.
Ahora puede llegar a esta tierra por sus propias fuerzas”.
Mi alegría fue grande.
A pesar de haber metido la pata, había aprendido algo.
Mi guía dijo: “Usted me cargó, yo le enseñé y sobre todo no se le olvide nunca —sea con quien sea que entre en comunicación— de concentrarse en su propia sintonización.
Así es como siente usted la vida de los demás y sabe cómo actuar.
Al conectarse con otros, uno hace la transición a esa vida.
¿Está listo para seguirme?
Entonces le enseñaré ahora todas las transiciones que conocemos en las tinieblas”.
De nuevo descendí y viví cosas horrorosas.
De un mundo pasaba a otro y cada problema era todavía más difícil que el anterior.
Lo que había visto hasta ahora era cosa de niños comparado con eso.
Aprendí a concentrarme en todas las transiciones y descendimos hasta las esferas más bajas, cada vez más hondo.
Luego volvimos.
Encontramos a los otros hermanos y luego empecé de nuevo a ayudar a infelices.
Subí a muchos; vi condiciones elevadas y también algunas profundamente trágicas.
Vi a un padre reencontrarse en estas tinieblas con su hijo, y ambos lloraron, mucho tiempo.
Vi a niños con otros niños y a madres que a pesar de todo eran imposibles de retener, y que habían descendido hasta sus seres queridos para buscarlos en este horror, año tras año, hasta ver por fin recompensada su búsqueda.
Vi desarrollarse escenas desgarradoras.
Di las gracias a mi preceptor, ya que sentía sus fuerzas que me habían mantenido firme.
Ahora conocía el infierno con todas sus profundidades y todos sus horrores.
Todo esto me había convertido en otra persona.
Había conocido el infierno en la vida después de la muerte; sabía ahora cómo se establecían las conexiones, había aprendido a concentrarme y lo más importante era que había hecho algo por los demás.
Cuando subí con el último de mis infelices, se me dijo que ya no tenía que descender, ya que mi columna regresaría a nuestra propia esfera.
Los demás no se hicieron esperar mucho y pronto estábamos listos para partir.
Ahora podíamos estar de nuevo algo más tranquilos.
Habíamos estado allí abajo durante nueve meses, según el tiempo terrenal.
Nueve meses de miseria, tensión y horror.
Cinco de esos minutos en la tierra ya son una eternidad para el ser humano.
Además de eso, tener que asimilar todas esas influencias diabólicas, no, lo digo honestamente: todos nos alegrábamos mucho de poder volver a nuestra propia sintonización para descansar un tiempo.
Nos acercamos a las esferas de luz planeando.
Había terminado mi primer viaje al infierno, pero, como ya dije, me había convertido en otro ser humano.
Qué grande fue mi felicidad al ver en el lugar de despedida a mi preceptor.
Sobra que te diga cómo nos saludamos.
Sabía de mis peripecias, o sea, una prueba más de cómo de este lado se puede seguir en conexión recíproca.
Nuevamente vi la naturaleza de mi propia esfera de otra manera; ahora toda la tenebrosidad había desaparecido.
Cavilé durante un largo tiempo y cuando terminé volví a hacer largas caminatas.
Las personas con las que había hablado seguían iguales a cuando las dejé.
Ni siquiera se les ocurría empezar.
¿Cuántos años tendrían que pasar para que ellos también empezaran a trabajar en sí mismos?
Y hacer algo por los demás era la última de sus preocupaciones.
Me sentía muy feliz, porque aquí realmente no había cambiado nada; solo yo había cambiado.
A quienes más se lo notaba era a quienes conocía.
Muchos me recibieron cordialmente en mi esfera y hubo una fiesta en honor de los que habíamos regresado.
Muchas mujeres seguían llorando de tal manera que pensé que dejarían sus almas secas a fuerza de llorar, hasta que no les quedara una sola lágrima.
Eran personas que causaban lástima, y ¿qué se tendría que hacer con estos seres?
Es que no había manera de ayudarlos.
Yo había logrado mucho y aun así no estaba todavía allí donde me gustaría estar.
Seguía sin estar contento con este resultado, porque quería llegar a la primera esfera.
Así que después de haber asimilado todo hasta los problemas más hondos y de haber penetrado en la naturaleza, volví a visitar después de un tiempo al hermano y entonces me comentó que volveríamos a emprender un viaje.
De nuevo conocí todo tipo de transiciones; después fuimos a la tierra y un año después regresamos a nuestra esfera.
Entonces el hermano me sometió a muchas pruebas.
Ahora podía rezar, porque en ese tiempo había aprendido cómo elevar una oración sencilla.
Antes de volver a nuestra esfera ya había decidido volver a descender durante unos años.
Ahora mi viaje a las tinieblas duraría algunos años, porque esta vez ya no reinaba en mí duda alguna.
Era consciente de todo lo que hacía y sabía cómo conectarme, sin importar lo que vendría a mí.
Aunque durara más, ya no tendría que sufrir tanto como en mi primer viaje.
No quiero describirte este viaje.
Baste con que diga que descendí y que no dudé ni un segundo en entregarme por completo donde hiciera falta ayuda.
Pasaron dos años enteros antes de que volviera a subir.
Mucho tiempo para la tierra, pero para la eternidad tan solo un destello.
Sin embargo, el destello me bastó para hacer mucho trabajo; pude convertir mucho sufrimiento en felicidad y aprendí infinitamente muchas cosas.
Alivié heridas y curé almas.
¡Ay, cuánto trabajo hay por hacer allí!
No nos detendremos hasta que el infierno se haya convertido en una esfera de luz.
Cuando hubo pasado también ese tiempo y volvimos a nuestra propia esfera, mi preceptor me recogió en la frontera de las tinieblas y juntos volvimos a entrar en mi esfera.
Ahora ya no vi el otoño; en mí estaba la tranquila paz de una buena sintonización espiritual.
Lo grisáceo que había visto y sentido en todo había desaparecido.
Permanecí en la naturaleza durante mucho tiempo y medité y reflexioné sobre todas las cosas que me habían permitido vivir.
Había asimilado todas las leyes psíquicas que me habían enseñado en la escuela, quiero decir las de los infiernos de la tierra, hasta mi propia sintonización.
Cuando terminé de meditar, el hermano me dijo que emprenderíamos otro viaje.