Desintegración y construcción

—”Ahora le hablaré de esta vida.
Lo que ya hemos hablado pertenece a la vida en la que está, así que son verdades vitales espirituales.
Le hablé de las sintonizaciones y le conté que cada persona posee su propia sintonización.
Además, que el amor es luz y que de este lado significa felicidad.
Pero ahora vuelvo en mis pensamientos a la vida en la tierra, para aclararle algunas de esas sintonizaciones.
Así tendrá una imagen nítida del universo y de la vida eterna.
Los seres humanos en la tierra viven en la sintonización preanimal hasta la material.
Ahora sabe que sintonización significa esfera, y que en esas esferas viven personas.
Esas vidas o almas llevan y sienten amor, y conforme a ese amor encuentran sintonización con esta vida.
Usted se encuentra ahora en una situación que es la sintonización basta material.
Esta esfera, como ya le dije, colinda con la primera esfera espiritual.
Pues bien, los seres que han alcanzado la sintonización material viven en la primera, segunda y tercera esfera, para luego entrar a la cuarta esfera, que es la primera sintonización espiritual feliz.
Solo entonces están libres de pensamientos terrenales.
Así que le quiero mostrar que se encuentra en medio de todas estas sintonizaciones y que está en el proceso de asimilar la primera esfera existencial.
A la cuarta esfera le siguen la quinta, sexta y séptima, y todas esas esferas poseen un solo grado cósmico, y ese es el tercero, el de la sintonización universal.
Como dije, en todas esas esferas viven personas, personas como usted y yo, pero en un estado elevado.
La vida en la tierra sirve para desarrollarnos espiritualmente y para que volvamos con Dios.
Todos nosotros, los que ya estamos aquí y que hemos vivido en la tierra, tuvimos que asimilar esas fuerzas; quiero decir: la convicción de nuestra pervivencia eterna.
Pero eso tendría que haber pasado ya en la tierra.
Así que aquellos que en la tierra se olvidan a sí mismos y que llevan la vida como les llegue se ven aquí enfrentados con su propia vida y tienen que intentar liberarse de ella.
Así que entenderá y podrá aceptar cuando le digo que el cuerpo espiritual, el que posee ahora, es el cuerpo eterno, y que este portaba y dirigía la vestidura material, y que los sentimientos de usted son según cómo los sintiera y viviera en la tierra.
Todo eso se lo aclaré y, además, que entró a la vida espiritual con su sintonización terrenal de los sentimientos.
Lo dejé solo para que reflexionara sobre aquello de lo que hablé con usted.
Sin embargo, todavía no puede pensar; no puede retener ninguna de mis aclaraciones.
Siempre piensa en su vida en la tierra, regresa en sus pensamientos a esa vida y es una equivocación.
Puede hacer comparaciones, pero entonces debe partir desde este lado.
Ahora retenga bien lo que le acabo de decir, reflexione sobre ello una y otra vez y compare esta vida con su vida terrenal.
Es decir: aprenda a distinguir entre lo material y lo espiritual.
Es sumamente difícil, pero lo ayudaré a hacerlo.
Incido en usted de diferentes maneras y todo eso lo ayudará a entrar en esta vida.
Siente lo que quiero decir, ¿verdad?
Así que vive en la vida eterna, en una sintonización en el espíritu, pero esa sintonización es material y ahora intentaremos juntos deponer esos sentimientos materiales, para asimilar los espirituales.
Ahora usted está en paz, la paz espiritual y la fuerza que poseemos, porque he centrado mi concentración y mi voluntad en usted.
Así que vive por mis fuerzas y en este estado quiero dejarlo, para que todo pueda incidir en usted con calma”.
Lo escuchaba silencioso y meditabundo, pero no podía mantener abiertos los ojos.
Me volví a sentir somnoliento, y por más que me opusiera, no podía vencer ese impulso.
Aún alcancé a sentir cómo se me tendían unas manos amorosas, y luego ya no me enteré de nada.
Soñé con mis padres, mi mujer y mi hija, los veía juntos y escuché cómo mi madre le decía a mi mujer: “Vamos, hija, la vida sigue, aún eres muy joven y tienes que cuidar a tu hija.
Dios lo quiso así y ¿no recuerdas que él está en el paraíso?
Está mejor que nosotros y no hay nada que se le pueda hacer.
Tenemos que resignarnos”.
Después escuché que mi mujer decía: “Todavía era tan joven, y luego todo pasó tan de repente”.
Vi que lloraba, y ambas estaban profundamente afligidas.
A mí también me puso triste.
Cómo anhelaba estar con todos ellos.
¿Me encontraba en el paraíso?
¿Con Dios?
¿Con Dios en el paraíso?
¿Quién era Dios?
Dios, ¡ese poder desconocido!
¿Qué sabía yo de Dios?
En la tierra pensaba en Dios como toda la gente, como un gran poder desconocido, y dado que esa fuerza era tan grande y estaba tan lejos, no ahondaba en ella.
Así me parecía bien y no me esforzaba por llegar a conocer a ese Dios; sí que rezaba y también iba a la iglesia, pero aun así —lo sabía y lo sentía por dentro— ese Dios seguía estando lejos de mí.
Me desperté con estos pensamientos y proseguí mis vacilaciones.
Dios, pues sí, ¿quién era Dios?
¿Sabría esa grandeza desconocida que yo había muerto?
¿Que no tenía posesiones, que no estaba muerto, sino vivo?
¿Quién sabía quién era Dios y lo que significaba?
En ese hermano pensaba sentir a Dios, pero no sabía por qué lo sentía así.
El hombre que me vigilaba y que no se enojaba, ¿era algo o una parte de esa Divinidad?
Qué extraño que mi madre hablara de Dios y que esto me preocupara tanto.
Sí, tenía que llegar a conocer a Dios; si no, no avanzaría, porque quería avanzar hacia esas esferas de las que el hermano me había hablado.
Yo era una parte de Dios, mi vida era eterna, estaba vivo en el universo, y ese universo era yo.
Así me lo había aclarado el hermano.
Estaba muerto pero aun así vivo y lleno de espíritu.
¿Ya estaba empezando a sentir eso?
¿Iba por el buen camino?
Estaba empezando a pensar de otra manera que en la tierra.
Allí, para muchos Dios era una persona y eso no era cierto, por lo menos así me dijo el hermano.
Aquí, Dios era la vida y yo vivía en Dios.
Esos extraños poderes que poseía el hermano, ¿eran divinos?
Ahora que había muerto, ¿había sido acogido por esos poderes?
Y en la tierra, ¿qué?
¿No era esta vida la misma que en la tierra?
De eso también me acordaba; me lo había contado.
“¡Y aún era tan joven!”, había dicho mi mujer.
¡Muerto tan joven!
¿Estaba muerto?
Pero, estaba vivo, ¿no?
¿Cómo encajaba una cosa con la otra?
En la vida y en la muerte, allí estaba la solución de mi propio problema.
Dios, la vida y la muerte, esos tres poderosos fenómenos: todavía no podía discernirlos.
Aun así sentía, a pesar de no entenderlo para nada, que ya sabía y sentía más que las personas en la tierra.
Para ellas, yo estaba muerto y solo yo sabía que estaba vivo.
Había avanzado más que ellas, vivía en ese mundo desconocido del que no sabían nada.
Sin embargo, la muerte seguía siéndome un misterio, igual que Dios, y tampoco lograba entender la vida en la que estaba.
Pero iba a sentir, ¡así que había esperanza!
Por mi sueño sentía algo de aquello imponente y eso me llevó a estar en otro estado.
Vivía en el paraíso, había dicho mi madre, pero ¿cómo era mi paraíso?
‘Madre’, pensé, ‘qué poco sabe usted de mi paraíso’.
Sí, eso decían los clérigos, la iglesia, su religión.
Yo había sido acogido en el paraíso cerca de Dios.
Pero estaba encerrado en una jaula y ese era mi paraíso.
Sí, Madre, estoy vivo.
Para ellos estaba en el paraíso y aun así lloraban y sentían que estaba muerto.
¿Por qué llorar si estaba vivo?
Oh, gente de la tierra, ¡grande será la sorpresa que se llevarán cuando encuentren su paraíso de este lado!
Pero allí las cosas no son como piensan.
Estaba cerca de Dios, pero mi paraíso me daba risa; en medio de toda mi miseria me divertía la comparación que hacía.
Para los de la tierra era increíble, pero yo, yo vivía en la realidad.
Mi paraíso era un tugurio sin salida y yo estaba encerrado en ese paraíso propio, atado de pies y manos.
Sin embargo, era feliz, porque sentía que me podía concentrar en un solo punto.
Empezaba a sentir y a intentar liberarme de este paraíso.
Seguía absorto en pensamientos cuando se abrió la puerta y entró el hermano.
“¿Descansó?
¿Soñó y durmió gloriosamente?”.
Lo miré y en mi mirada reposaba la pregunta: “¿Ya no puedo pensar ni soñar sin que usted se entere?
¿Es que no hay nada, nada de nada, que aquí se pueda esconder?”.
“Nada, mi estimado amigo, nada.
Dios conoce a todos Sus hijos.
Dios vive en nosotros y en nuestra alma se encuentra la sintonización divina”.
“Pero mi pensar no tiene nada que ver con Dios, ¿no?”.
“Justo de eso le quería hablar.
Escúcheme.
Su vida es Dios, puede ser divina, así que usted tiene que ver con Dios, también cuando piensa”.
“¿Porque estoy vivo?”.
“Exacto, porque está vivo.
Nuestra vida y la de millones de seres que viven aquí y en la tierra y en todos los demás planetas: toda esa vida es Dios.
Sé con qué soñaba y en qué pensaba.
Si me es posible saberlo todo de usted, ¿cómo serán entonces esos seres de los que le hablé?
Le repito: ¿cómo serán las fuerzas de aquellos que viven en las esferas de luz?
Algo dentro de usted se sintoniza con esta imponente vida, que es Dios.
Pero cada persona, cada vida ve y siente de manera distinta y otros miles, a su vez, igual que ellas.
Como siente usted, sienten por lo tanto millones de personas.
Como siento yo, sienten otros; así continúa cada vez más hacia arriba, hasta que hayamos llegado a la sintonización Divina.
Así que cada vida siente según el amor que posea.
El amor, ya le dije, es luz, y poseer mucha, muchísima luz es la felicidad, es su paraíso de este lado”.
El hermano me miró y sonrió y sentí por qué; lo sabía todo.
“Así que todos estamos de camino para desarrollarnos en el espíritu”.
Pensé en mi sueño, porque todavía no lograba entenderlo, y pregunté: “Oí a mi madre hablar de Dios y de Su sagrada voluntad, pero ¿cómo sabe usted que yo pensaba en eso?
¿Acaso mi madre decía la verdad?”.
“Su madre decía la verdad, pero ahora no era su madre; era yo”.
“¿Usted?”.
“Yo, amigo querido, nadie más.
Si ya le dije de antemano que incidiría en usted de diferentes maneras.
Le mandé mis pensamientos, ya que quería darle una imagen de Dios.
Todo esto sirve para liberarlo de sus sentimientos terrenales”.
‘Nada es seguro aquí’, pensé.
“Nada”, dijo el hermano, “porque esta es su vida eterna.
Tiene que lograr asimilar las fuerzas que admira y cuando sienta esta vida, no querrá poseer ninguna otra”.
“Usted es un milagro”, dije.
“Usted se convertirá en un milagro igual.
¿No es glorioso poseer estas fuerzas?
¿No le gustaría?
Pues de nuevo: todo resulta de la concentración y de una voluntad férrea.
Ya ve que siempre sigo conectado con usted.
Su curiosidad está despertando, un asomo de luz reluce a través de toda esta oscuridad, de manera que pronto podrá discernir su vida espiritual de la material.
Si me entendió bien en todo, entonces siente que lo ayudo a pensar, pero cuando quiera puedo destruir incluso su pensar.
Así que lo único es que todavía no sabe pensar como debe.
Sus pensamientos son terrenales, materiales.
Luego le quedará claro que desde su llegada, como ya le dije, ha actuado y vivido a partir de mis pensamientos”.
‘Y esto qué querrá decir’, pensé, y dije: “Si sigue así, ¡me reducirá a la nada!”.
“Al contrario, permanece todo, pero todo eso es terrenal”.
“Y entonces, ¿por dónde empiezo, si no soy nada?”.
“Exacto, ahora hemos llegado: no es todavía nada en el espíritu y por lo tanto intentaré destruir su vida terrenal interior, para poder llegar a usted en el espíritu.
Así que hay que deshacer y construir, y por eso le quito todo, porque solo entonces empezará a vivir y entrará en esta vida.
De modo que rompo su pedestal por la mitad, pero no lo dejo solo y lo ayudo a construir otra vida, un nuevo pedestal: el del espíritu.
Para reemplazarlo le doy nuestra vida, nuestra vida eterna, y ¿acaso no estaría dispuesto a intercambiar su vida terrenal por tanta felicidad?
Aún no conoce nuestra vida, pero las fuerzas que hay en mí y que le parecen asombrosas, también las recibirá usted.
Asimilará esa vida, esa concentración”.
Allí estaba, no era nada, un gran cero en la eternidad.
En la tierra pensaba que no era mucho, pero aun así allá me sentía ya demasiado para no ser nada.
¿Cuánto no tendrán que deponer entonces muchas personas que viven en la tierra?
¿Tenía yo, un simple cochero, algo más que deponer?
No era nada y aun así era demasiado en esta vida; aun así había asimilado demasiadas cosas de la vida terrenal y no había aprendido nada en el espíritu.
Debí haber vivido de manera más espiritual.
Rezar e ir a sentarme en la iglesia no era suficiente; no generaba posesiones espirituales.
Las religiones no tenían nada que ver con esta vida, porque esta es diferente.
“Exacto”, dijo el hermano, por lo que entendí que me seguía en todo, “si hubiera empezado a vivir de manera un poco más espiritual en la tierra, dando amor a todo lo que vive, habría entrado en la primera esfera.
Usted es como un diamante en bruto, por fuera sin pulir, pero por dentro brilla su sintonización eterna.
Sirviendo a la vida, solo por eso, llegará a esa esfera.
Aquellos que viven en la primera esfera han asimilado esto, pisan tierra espiritual y no se volverán a hundir.
Pero para eso ha de deponer completamente su vida terrenal”.
“Pero ¿a qué debo todo esto?”.
“Imposible hacerme una pregunta más clara, continúe así.
Escuche, le diré por qué lo ayudamos; es lo que quiere, ¿no es así?
Quienes vivimos aquí, o sea, los hermanos y las hermanas en el espíritu, estamos aquí para ayudarlo a usted y a todos los demás.
Servimos a la vida y al servir a otros llegaremos a una esfera aún más elevada.
Ricos o pobres, sabios o no, aquí no conocemos distinciones y se ayuda a todos.
Amamos todo lo que vive y estamos abiertos a la vida.
Así que todo lo que yo haga por otro, lo hago por mí, es el amor servicial.
Así es nuestra vida y así es como se puede ir avanzando”.
Incliné la cabeza, Jozef.
Todo lo que hacía por mí y todo lo que me contaba significaba amor.
Realmente, personas como él no había conocido en la tierra.
Pero sí que las hay, como me contó el hermano más tarde.
“Vendrán tiempos difíciles”, continuó, “y por eso le aconsejo que se controle en todo.
Reflexione con calma y tranquilamente sobre todas las cosas.
Al reflexionar empezará a sentir la sintonización y la conexión de la manera en que a usted le hace falta.
Entonces tomará conciencia de esta vida y esta hará la transición en usted como posesión, porque entonces vivirá espiritualmente.
¿Siente lo que le quiero decir?”.
“Sí, le entiendo plenamente”.
El hermano me miró y dijo: “Le sorprenderá lo que le voy a decir ahora, pero no se deje desanimar por eso.
Dice que me siente, pero entonces le tengo que decir que siente esto por mis fuerzas, porque de no ser así, no podría entenderme.
Sigue sin volar con sus propias alas, porque poder vivir a través de sus propias fuerzas significa estar despierto en este mundo.
Sigue quedándose dormido; sin embargo, siempre volverá a despertar, y así hasta que haya llegado a la primera esfera.
Mucha gente en la tierra piensa que posee amor; sin embargo, todo es amor propio y no tiene significado alguno de este lado”.
“Qué difícil es esta vida”, dije.
“Pero real y natural.
En esta vida no puede equivocarse.
Si de verdad lo quiere, su entorno cambiará y los tesoros del espíritu se derramarán ante sus pies.
Y una cosa más: sobre todo no piense en cosas rudas.
Pensar y hablar de manera ruda hace que uno se sintonice con otros estados, a saber con las esferas tenebrosas”.
“Me esforzaré al máximo, hermano, y espero que se quede conmigo.
Conoce mi vida como si fuera la suya propia”.
“Así es, y si le digo que mi vida fue como la suya, a pesar de que mi condición social haya sido diferente, entenderá que en muchas cosas somos uno.
Por eso puedo intuir su vida con tanta nitidez.
Cualquiera que entre aquí, recibirá como maestro a aquel o aquella que posea una sintonización así.
Cuando entré aquí, como ya le dije, no había alcanzado aún esta sintonización”.
“Soy muy feliz, hermano”.
“Gracias, ya nos hemos hecho amigos y seguiremos siéndolo; hermanos en el espíritu, ¿no es así?”.
En ese momento se quebró algo en mi interior, de modo que caí de rodillas y lloré durante mucho tiempo.
Se me había roto el corazón, en sentimientos me había entregado.
Estaba profundamente emocionado, di las gracias a Dios y recé a esa fuerza desconocida para pedir perdón.
Me sentía como un niño; volví a ver pasar mi vida terrenal y de nuevo tenía la sensación de estar completamente destrozado.
Algo en mí había sido destruido: era mi pedestal terrenal.
Me sentía ahora muy alejado de la tierra, pero aun así vivía en ese instante mi existencia terrenal.
Sentí que el hermano me puso las manos en la cabeza y oí que dijo: “Muy bien, amigo mío, es glorioso tener un alumno que percibe la fuerza del espíritu y que sabe inclinar la cabeza”.
Alcé la vista hacia él y dije: “Haré lo que pueda, hermano, tan solo tenga un poco de paciencia conmigo”.
De nuevo pensé en mi vida en la tierra y me vi como a un niño, dulce y dócil.
Así es como tenía que ser, de esa manera iba a ser yo; ya no me sentía, porque era un “nada”.
Cuántos inútiles no había en la tierra, que no querían ser nadas, aunque aquí llegarían a serlo.
Todos los que se sienten en la tierra, se “sienten” a ellos mismos, son nadas en el espíritu.
Es andar por el camino que lleva directo a las tinieblas.
Todos nosotros, los que vivimos del otro lado y en la tierra, y también los de las regiones más elevadas, somos niños en el espíritu, hijos de ese Dios desconocido.
Jozef, tengo que detenerme, me lo dice el maestro.
Mañana podré estar de nuevo contigo.
Veo que ya he contado bastantes cosas, y aun así me falta mucho para llegar.
¡Qué rápido pasa el tiempo, Jozef! (—concluyó.)

Todavía lo pude oír decir:

—Le doy las gracias, maestro, doy las gracias a Dios por que se me haya concedido esto.
Oh, ¡estoy tan feliz!
Pero usted no desea agradecimientos, al igual que todos los que viven en las esferas de luz.
Hasta mañana, Jozef.
Ahora vi que Gerhard se disolvía y sentí cómo me quedaba liberado, de manera que la conexión se interrumpió.
‘Asombroso’, pensé, ‘con qué rapidez se ha desarrollado, cómo ha cambiado’.
El humilde cochero se había convertido en ser humano y en un espíritu de la luz.
No sabía qué había dejado escrito, pero pronto lo leería.
Sí sabía de qué me había hablado, porque lo había vivido, pero ignoraba todavía lo que entrañaría todo esto.
De esta manera, un traspasado podía contar sobre su vida del otro lado, gracias a que el ser humano, el médium, era aupado espiritualmente hacia su vida.
A la mañana siguiente lo volví a ver.
Intentó conectar conmigo, y lo logró.
Me abrí y oí que dijo:

—Aquí estoy de nuevo, Jozef. Hombre, ¡estoy tan feliz!
Ahora le hablé, pero de sentir a sentir; mis pensamientos hicieron la transición a él, para que pudiera captarlos.
Ya me sentía y me dijo:

—Sí, Jozef, ahora puedo hacer aquello de lo que hablaba el hermano; tú ya sabrás todo eso.
He asimilado esas fuerzas y aprendí todo, pero no fue tan sencillo.
Hombre, ¡qué asombroso es!
Entendí y sentí lo que quería decir.
Gerhard veía el milagro de haber muerto en la tierra y, a pesar de ello, de estar vivo en la tierra nuevamente.
Ahora estaba en conexión con el ser humano en la tierra del que en algún momento se había burlado.
Ahora él mismo era un espíritu.
—Admiré tus piezas —le oí decir—, resplandecen.
Son obras espirituales; poseen gran valor y una fuerza del amor que ilumina toda tu habitación.
Esas pinturas hay que intuirlas; de lo contrario, no te dicen nada.
La luz que irradian incide en uno de manera sanadora; es la paz espiritual del espíritu sintonizado de manera más elevada.
Le hice sentir que tenía que ir a visitar a mis pacientes.

—Bien —le oí decir—, te acompaño y te seguiré en todo.
¡Qué felicidad, Jozef!
Pronto estaba listo para irme y cuando salí vi a Gerhard a mi lado.
¿Quién me iba a creer?
Caminaba a mi lado y hablaba conmigo un ser humano, si bien ahora espíritu, al que había conocido en la tierra.
Gerhard estaba viviendo un acontecimiento terrenal.
Es que esto debería incentivar al ser humano a ponerse a trabajar en sí mismo, a conocerse a sí mismo, como tuvo que hacer él.
Todos los seres humanos tendrían acceso a estos milagros cuando ellos también entraran a esa vida.
Pero tendrían que empezar a hacerlo durante la vida en la tierra.
Si quisieran vivir de manera espiritual, si amaran la vida y todo lo que vivía, y sirvieran a los demás, llegarían a ese punto.
Para poder verlo en la tierra, interiormente uno tenía que poseer la luz necesaria.
Allí iba, el hombre que había hecho la transición hacía tan poco tiempo.
Ninguno decía nada y aun así éramos uno; hablábamos el idioma espiritual, el idioma de los pensamientos.
Gerhard había llegado a conocer la vida, eso se le había enseñado en las esferas.
Cuando algo le asombraba, me lo hacía sentir.
A veces planeaba encima de mí por el espacio, para después volver a descender hacia mí, como si quisiera mostrarme qué fuerzas poseía ahora.
No, yo era incapaz de hacerlo todavía; la fuerza de la gravedad aún no había sido anulada para mí.
Luego volvía a caminar a mi lado y me mostraba que caminaba a través de las personas terrenales.
Esas eran las posibilidades del espíritu, del ser humano que vivía en la vida eterna.
A él le gustaba mucho, porque ahora desapareció en la tierra, asomando la cabeza por encima del suelo, como si me quisiera demostrar que nada en la tierra le suponía un obstáculo.
Sentía, veía y escuchaba la vida en la materia y cuando me lo aclaró, le oí decir:

—He tardado mucho, Jozef, y he sufrido bastante, antes de poder concentrarme en la tierra.
Ahora veo todo y veo la vida como la veía cuando aún vivía en mi cuerpo material, y aun así soy espíritu, ¿no es maravilloso?

Cuando llegué donde mi primer paciente, vi a Gerhard y a mi líder espiritual a mi lado.
Alcar le mostraba cómo se le puede ayudar al ser humano desde el otro lado.
Gracias a la radiación magnética, las enfermedades dejaban de existir, debido a que el cuerpo material empezaba a funcionar de nuevo.
Gerhard lo sabía, pero no lo había presenciado todavía.
Estaba muy sorprendido cuando observó que el cuerpo humano se iluminaba por la irradiación de Alcar.
Oí que decía:

—Todo eso voy a aprender ahora, Jozef, cuando esté listo y haya regresado a las esferas.
Después de que hubiera ayudado a mi último paciente, regresé a casa y me preguntó:

—¿Empezaremos enseguida, Jozef?

—Tan pronto como se pueda —dije—, porque tengo mucha curiosidad por todo lo que aún me tengas por contar.
—Hombre —le oí decir—, qué envidiable eres, qué glorioso poder trabajar para nosotros.
Una vez llegado a casa, sentí una potente incidencia, un impulso por empezar.
Me concentré en él y me sentí entrar en una sintonización sosegada, de modo que Alcar pudo conectarme con él.
Gerhard descendió en mí, en mis sentimientos fui elevado espiritualmente y pudo empezar.