No hay muerte, solo hay vida

Un día recibí la visita de una paciente que me pidió hacer un diagnóstico.
El diagnóstico, que se me permitió determinar a través de mi líder espiritual Alcar, consistió en: “Nada que hacer, pero puedes mitigar su dolor”.
Pensé: ‘¿Cómo se lo digo?’. Pero mientras todavía estaba dándole vueltas, me interrumpió y dijo:
—Sé lo que me va a decir.
La miré y pensé: ‘¿Será que conoce su estado?’.
—Los médicos —dijo— me han desahuciado, con eso se lo digo todo.

Era abrumador; no era común ver entre la gente tanto valor para enfrentar su enfermedad y para aceptar esta fatalidad.
Exigía fuerza y personalidad.
Después me preguntó:

—Pero sí podrá aliviarme un poco, ¿verdad?
Me pregunté si sería clarividente y clariaudiente, por haber adoptado con tanta precisión mis pensamientos y el diagnóstico.
Indudablemente, era muy sensitiva y extremadamente sensible.
Le respondí:

—No puedo devolverla a su estado anterior, pero seguro que le ofrecerá alivio.
La señora se sometió a mi tratamiento, pero pasados dos meses ya tuve que ir a tratarla a su casa, porque le resultaba demasiado fatigoso desplazarse para venir a verme.
Su enfermedad fue agravándose a ojos vistas.
Le conté que mi primer libro estaba por salir y fue la primera persona que lo encargó.
Pero cuál no fue mi sorpresa cuando mi líder espiritual dijo en el mismo instante:

—¡Ya no lo leerá!

Sus palabras fueron breves pero contundentes.
‘Que ya no lo leerá’, pensé, ‘entonces hará la transición dentro de poco’, dado que mi libro ya aparecería en dos meses.
Era un mensaje muy llamativo, era sobre la muerte de mi paciente, con quien había trabado una entrañable amistad.
Pero no dudé ni por un momento de lo que mi líder espiritual me había contado, aunque naturalmente, no hablé con ella de esto.
Jeanne, como se llamaba, estaba convencida de una pervivencia y a menudo teníamos conversaciones maravillosas.
Me hablaba mucho de su vida, pero siempre volvía sobre la vida después de la muerte; era lo que más le interesaba.
La llegué a conocer como una mujer con mucha personalidad.
Era grande en sus puntos de vista, pues de la vida había aprendido a asimilar las fuerzas buenas.
Cuando me contaba sobre su vida era como una niña pequeña, aunque ya tuviera más de cincuenta años.
Interiormente llevaba un gran tesoro, era sencilla y estaba llena de amor por todo aquel que se le acercara; era suave de sentimientos y estaba dispuesta a ayudar a los demás.
Solía decir: “Nunca se sabe cómo podrás necesitarlos algún día tú misma, siempre lo he tenido en cuenta”.
Una mañana me dijo:

—Cuando haya llegado al Más Allá, vendré a visitarte desde ese mundo.
Porque me verás, ¿no?
¿O crees que no?
No dije nada, pero sonreí y pensé: ‘¿De dónde sacará un ser humano, una persona enferma, semejantes pensamientos?’.
—Sí, mejor no te rías, volveré a la tierra —prosiguió—.
Jozef, ¿no te parecería maravilloso?
Imagínatelo: qué hermoso, qué maravilloso poder vivir eso.
Pero —continúo—, si se concede, porque allí uno no puede hacer lo que se le antoje.
He leído bastante sobre eso y sé mucho de ello, conozco las dificultades inherentes.
Cuántos no dicen que volverán, pero después ni se los ve, ni se los oye.
Otros vienen a manifestarse a sus familiares y dicen que son felices y que viven.
Sí, la vida allí debe ser asombrosa.
La gente debería ahondar en ella, pero a la mayoría le da miedo hacerlo.
Es maravilloso estar allí, saber que estás vivo y que todavía recuerdes todo de tu vida terrenal, ¿no te parece?
—Sí —dije—, es magnífico y te hace sentir feliz.
—Tienes que haber llevado una buena vida —continuó Jeanne—, de otra manera no es posible.
¿Tú qué piensas?
—Lo mismo que tú —respondí, pero entretanto estaba pensando en otras cosas.
Porque estaba oyendo palabras bellas y mucha gente podría tomarlas como ejemplo.
Yo conocía a gente que no tenía ninguna enfermedad reseñable, pero que ya tenía miedo de morir.
Jeanne hablaba de la muerte como de una verdadera amiga; albergaba mucha fuerza, era la convicción de la otra vida.
Agregué:

—Allí es como dices tú misma.
La fuerza para volver a la tierra hay que llevarla dentro.
No todos los que llegan allí pueden conectarse sin más con el hombre en la tierra.
Entraña mucha dificultad y tenemos que aprenderla.
Son leyes, Jeanne, es un bien espiritual, es amor que debemos sentir por toda la vida creada por Dios.
Por eso hay tanta gente que no puede volver; no se conocía a sí misma.
Aunque estén en la esfera de la tierra, no poseen ni conocen esas fuerzas para llegar al hombre material.
Deambulan por nuestro entorno y esperan con dolor el momento en que puedan ser conectados.
Es una situación terrible; vivirla significa mucha lucha, mucha pena y mucho dolor.
Pensaban que la vida en el espíritu sería como esta vida, pero no es cierto.
Depende de la irradiación, que se debe poseer, y que es la fuerza del amor, la personalidad, o como se quiera llamar.
En el otro lado viven seres humanos que ni siquiera saben que han muerto en la tierra.
Ya te estarás dando cuenta de lo alejados de la verdad que están estos seres.
Primero tienen que poder imaginarse que se han despojado de su cuerpo terrenal, y eso es muy difícil.
Oh, si la gente supiera lo natural que es la vida al otro lado, qué real, qué humana; entonces ya empezaría a vivir de otra forma y querría llegar a conocerse a sí misma.
Pero vive de forma terrenal y quien viva así no puede conectarse desde esa vida con una persona en la tierra.
Sin embargo, también a ellos se les ayuda, para eso existen los espíritus más elevados.
Son ellos quienes los acompañan a la tierra, para conectarlos con sus familiares.
Pero para poder conectarse por fuerza propia, para eso se necesitan posesiones espirituales.
—Jozef, ¿no te parece triste que uno ni siquiera sepa que ha muerto en la tierra?
A mí me parece algo horrible.
—Es que lo es, Jeanne, es pobreza espiritual.
Son personas que se han olvidado de sí mismas y que nunca han pensado en la pervivencia.
—Entonces soy una afortunada, Jozef, porque ya sé mucho de eso y ni siquiera temo a la muerte.
Jeanne estaba sumida en pensamientos y continuó hablando mentalmente.

—¿Por qué —la oí decir—, por qué y para qué la gente no quiere ser convencida?
Cuando oyen hablar de la muerte, ya tiemblan de miedo y, sin embargo, puede ser algo tan hermoso.
—Jeanne, ¿qué quieres decir con que puede ser hermoso?
—Pensaba en este mundo.
Aquí podría ser tan hermoso si las personas supiesen, sí, si supiesen que continuarán viviendo y quisieran sintonizar con esa otra vida.
Entonces no habría tantas desgracias, habría felicidad para todos, una enorme y formidable felicidad, no matarían a sus prójimos y amarían todo lo que vive.
Así me imagino la tierra y en eso pensaba.
Jeanne era una luchadora por el bien.
Lo que ella manifestaba eran mis pensamientos y yo quería dedicar todo mi interior a ese objetivo.
Sí, entonces la tierra sería hermosa y todos serían hijos de Dios.
—Oh —continuó Jeanne—, no sé adónde llegaré, ni si poseo luz u oscuridad, pero una cosa sí sé: nunca he sido mala.
Nunca le he hecho mal a nadie, al menos no conscientemente.
Cuando la gente hablaba de mí o cuando hacía que me enfadara, me iba y no hacía caso.
Entonces uno sigue siendo uno mismo, ¿entiendes?, y no pueden entenderte, porque entonces los dominas.
Eso lo aprendí de mi madre.
Era valiente y sabia, y sensible.
Las personas que no sepan hacer eso todavía lo tendrán que aprender.
Pero ese aprendizaje no es tan sencillo, toma media vida, y ni así lo consiguen.
Se enojan por nada y en la vida allá no debemos enojarnos, porque allí solo reina la paz.
Si allí no fuera así, no valdría la pena que viviéramos.
No, Jozef, mala no he sido, al menos no a propósito.
Pero el ser humano comete pecados sin darse cuenta, ¿cierto, o no?
Y a veces son muy grandes, y tenemos que enmendarlos.
Dios seguro que sabrá cuál es mi rinconcito.
Cada persona ve luz y recibe su lugar según cómo haya vivido.
Se asigna su propio lugar en el Más Allá.
Así lo siento yo, así tiene que ser.
¿No es así, Jozef?
—Así es, Jeanne.
—Me preguntaba de dónde sacaría ella toda esa sabiduría—.
Dios conoce —continué— a todas las personas.
Ni una sola podrá esconderse.
No hay caja fuerte o edificio con suficiente grosor que Dios no pueda atravesar con su mirada.
Él conoce a todos sus hijos.

—Es tan maravilloso poder hablar contigo de estas cosas, no me aburre nunca y siempre puedes seguir hablando de ellas.
Es entonces cuando te das cuenta de que vives y vuelves a sentir fluir la sangre.
Hay que darle la cara a la vida, decía mi madre, y no tener miedo cuando las cosas no llegan como las queremos.
Sí, mi madre era sensata.
¡Oh! —continuó—, no temo la muerte, aunque ya tuviera que emprender mañana ese viaje desconocido, ¡cuanto antes, mejor!
Y tampoco es que esta tierra sea tan grata.
Uno trabaja día y noche y nunca se tiene descanso, a uno siempre le rodean las desgracias.
En mi vida ha habido poco sol.
Durante años me lamenté por cosas que me hubiera gustado tanto poder vivir, pero que de todas formas no me estaban reservadas.
La voluntad de Dios se hará.
Eso es así, aunque no se quiera.
Entonces siempre pensaba en las palabras de mi madre: “Acepta, hija, y toma las cosas como son, podrían ser mil veces peor”.
Eso también lo aprendí y mi madre decía la verdad.
Cuando ves a los demás, se te quitan las ganas de cambiar tu desgracia por la suya.
Lo que tienen ellos es aún más lucha y dolor y desgracia que la que ya tienes.
Cada uno debe saber cargar su cruz, los demás no te pueden ayudar.
¿No es así, Jozef?
—Eres valiente, Jeanne —dije—, muy valiente.
—La gente siempre mira a los demás —continuó—, pero cuando descubre lo que tienen los demás, entonces ya no quiere cambiarse con ellos.
Es cuando suelen curarse de golpe.
La mayoría suele hacer alarde de todas sus desgracias, cosa que yo jamás hice.
Para que todos lo sepan, vayan donde vayan hablan de sus penas.
Y sin embargo nadie puede ayudarlos.
Tienen que arreglárselas como puedan y más vale que así sea, porque si no uno se apoyaría en otro.
Así se pasa la vida sin haber vivido.
Cuando se sabe todo de otro, es cuando uno siente lo feliz que es todavía, y todo vuelve a ser soportable y más liviano sin que uno se dé cuenta.
Entonces la queja cesa por un tiempo.
Entonces vuelve a brillar el sol, que de todas formas ya brilla tan poco en la vida del hombre.
Hay momentos en que uno piensa haber llegado, pero después se te vuelven a echar encima y todo vuelve a acosarte, de cabo a rabo, y vuelves a cavilar.
Estamos aquí para aprender, decía mi madre, y lo que aprendas aquí ya no te lo tendrá que enseñar Nuestro Señor.
¿No te parece sensata, Jozef?
—Muy sensata, Jeanne —le di por respuesta.

—Nunca dejé de ser así —continuó Jeanne— en toda mi vida.
No sé lo que hacían los demás, porque nunca tuve muchos amigos o amigas.
Cuando brillaba el sol, lo aprovechaba.
No tardaron en llegar nubarrones que eclipsaron la luz.
Mi mamá está mejor allí arriba que en la tierra, porque era buena persona.

—Tu madre era una filósofa, Jeanne.
—Sí, lo fue; ayudó a muchas personas, ricas y pobres.
No era culta, pero sabía de la vida.
No sé cómo llegó a saber todo eso, pero siempre daba consejos y a cada pregunta te respondía al instante.
Creo que he heredado mucho de ella, si es que es posible.
En algunas cosas soy exactamente como ella, porque en mi carácter reconozco cualidades que ella también tenía.
Para ella morirse no era muerte.
Decía: “Es entonces cuando se empieza a vivir”.
—Es un gran bien cuando la gente es capaz de pensar así —dije—, porque entonces la vida no es tan difícil.
Esa es la gran confianza y esa es la que debemos poseer, entonces todo marcha por sí solo.
—Cuando mi madre partió, Jozef, fui la única que supo controlarse.
Mis hermanos y hermanas perdieron la cabeza y parecían deshechos.
Consideré todo como una ley y les dije: “Es que la volveremos a ver”.
Pero no eran tan creyentes como yo y no confiaban.
Para ellos fue una gran pérdida; para mí, una breve despedida.
Sí —continuó reflexionando Jeanne—, sí que es un largo viaje el que emprendes, lejos, a mucha distancia de la tierra, y sin embargo está muy cerca.
Pero eso hay que sentirlo, sentirlo con nitidez, si no, no te dice nada.
A todos nosotros nos llegará algún día ese momento y entonces hay que hacer las maletas (—dijo).
Me hizo reír, pero continuó:

—Pero a uno le basta con poco.
Es el viaje más barato que jamás podrás hacer y a pesar de ello es el más grande.
Ay, en la cama le doy muchas vueltas, es cuando se me pasan cosas raras por la cabeza, y a menudo me aparece en sueños.
Algunos, según me imagino entonces, cruzan valles y montañas y en ese viaje ven escenas naturales muy hermosas, muy diferentes a las que uno ve en su propio país.
Podrán disfrutarlas si no están nerviosos, porque la mayoría seguramente se habrá perdido a sí misma y sentirá miedo por lo que le espera.
Algunas veces veía a muchos viajeros delante de mí, los seguía uno por uno.
Entre ellos vi a personas que para nada querían irse de viaje.
Se resistían como podían, pero se las metía en el tren, al encuentro de lo desconocido.
Y veía a otros, que estaban muy tristes, y esa tristeza les venía porque estaban dejando atrás a tantos amigos y seres queridos.
Los que más se resistían eran los que tenían muchos hijos, porque se quedaban solos.
Veía a personas que se comportaban como bestias, no querían partir de ninguna manera.
Es que era muy inesperado, claro.
Preferían quedarse en casa con su copita de vino y todo lo demás.
Pero es que estaban muy bien en este mundo, y me parecía comprensible.
¿A quién le apetece ir a regiones desconocidas cuando se está tan bien en casa?
Pero también veía a gente que inmediatamente hacía las maletas y salía de viaje.
Por ejemplo, mi propia madre.
Se despidió de todos nosotros y comenzó el viaje.
Ojalá se me conceda partir como lo hizo ella.
Partió en silencio y fue maravilloso, oh, tan hermoso.
Fue exactamente como si la subieran al tren en brazos.
Y es lo que ella deseaba, lo sé, que muchos la acompañaran en el viaje.
No veía yo a esos seres invisibles, pero los sentía.
Entonces veía a gente que sin haber podido decir nada más había emprendido el viaje.
Ya llevaban tiempo de camino, antes de que los familiares lo oyeran, que entonces naturalmente se asustaban.
Sí, se quedaban tristes, muy, muy tristes.
De repente Jeanne dijo:

—¿Te parece que hablo mucho, Jozef?
—Para nada, Jeanne.
Después continuó:

—Pero tampoco olvides que aquí no hay nadie con quien pueda hablar de todo esto.
Lo temen, y en la soledad de la cama se te pasan muchas cosas por la cabeza.
He visto irse de viaje a gente que se topaba con oscuros túneles, que yo ya podía ver de lejos.
Entonces pensaba, ay, cómo les va a costar, porque no veía otro camino, tenían que pasar por ellos.
Jozef, ¿no te parece raro lo que te cuento?
—No, Jeanne, me parece maravilloso.
—Pero ahora lo más curioso de todo.
Solía soñar y entonces veía a la gente delante de mí, y siempre sabía con lo que había soñado.
Sí, conocía a mucha gente que tenía que emprender el viaje.
A veces ya lo oía pocos días después, y me preguntaba si tendría que ver con mis sueños.
Es imposible, ¿no?
¿A ti qué te parece?
—Te diré lo que pienso de esto.
En primer lugar: es posible.
Son sueños impuestos.
Sueños que te son dados por inteligencias, o sea, espíritus.
Yo, por mi parte, siento y veo que no es de otra forma.
Que vieras salir de viaje a mucha gente significa que se te quiso transmitir eso de antemano, o sea contártelo, por lo que sentiste que partirían.
Pero son sueños curiosos, deberías haberlos anotado.
—Entre los que vi partir había varios familiares y eso me asustó muchísimo.
Cuando tenga que partir yo, al menos espero estar rodeada de montañas, porque me gustan.
Las escalaré hasta la cima para ver desde allí todo el entorno.
¡Es maravilloso!
Ya de niña me subía a cualquier cosa y después mi madre tenía que bajarme, porque a menudo hacía cosas como para romperse la nuca.
Subida a alguna cosa, solía contarle entonces a mi madre lo que me parecía estar viendo.
Sí, eran momentos hermosos, así con mamá, juntitas.
No, Jozef, no temo el momento de tener que partir de viaje.
—¿De dónde has sacado toda esa sabiduría, Jeanne? ¿De los libros?
—No todo, pero siento mucho por la naturaleza y ya te dije que aprendí mucho de mi madre.
Mira lo que te voy a contar, así sabrás de una vez por todas por qué he dejado de temer a la muerte.
Eh, eso quieres decir, ¿no, Jozef?
—Sí —dije—, eso mismo.
—Antes, de niña, veía mucho, pero cuando me hice un poco más mayor ya no vi mucho más.
Lo que te quiero contar sucedió hace no tanto.
Me dio mucho miedo, porque sucedió tan de improviso.
Aunque aquí se crean que estoy loca o que son alucinaciones, yo sé lo que vi.
No me dedico a las alucinaciones, tengo demasiado sentido común para eso.
La gente que a fin de cuentas no cree en ello y que no es capaz de ver por sí sola piensa que te estás imaginando cosas.
Pero escucha.
Hace algún tiempo se me murió una amiga.
Fue muy repentino, así que me asusté mucho, porque solo unos días antes de que hiciera la transición, había hablado con ella.
Se llamaba Greetje y era una gran artista.
Si te digo su nombre sabrás a quién me refiero.
Murió en un accidente.
La brusca transición me alteró muchísimo y estuve llorando sin parar durante días.
No lograba entender el porqué.
Yo estaba convencida de la pervivencia, y a pesar de eso no lograba deshacerme de esa tristeza.
Más de una vez había hablado con ella sobre el espiritismo, porque Greetje poseía un don: a menudo veía con mucha nitidez, aunque no quería saber nada de eso, también porque la vida la acaparaba demasiado.
Esa tristeza duró un buen tiempo.
A veces me sentía un poco más aliviada, pero entonces de repente volvía esa pena con toda su intensidad.
Rezaba mucho por Greetje, pero tampoco eso me ayudaba.
¿Tú no la ves? —se interrumpió Jeanne a sí misma—. A menudo tengo la sensación de que está aquí.
—No, no la veo, pero veo a otra persona, de la que te hablaré luego.
Continuó:

—Una noche vi a Greetje y me asusté mucho.
Eran exactamente las cuatro de la madrugada cuando me quedé completamente despierta.
Pensé: ‘¿Qué es esto? ¿Cómo es que estoy tan despierta?’.
Era algo anormal, lo sentí claramente.
Mientras lo reflexionaba en la cama, la vi parada delante de mí.
Jozef, allí estaba —y me señaló el lugar donde había percibido la aparición—.
¡Justo delante de la cama!
‘Qué horror’, pensé, y grité pidiendo ayuda.
Mi hermana, que duerme aquí al lado, vino corriendo por mis gritos de auxilio y me preguntó qué me molestaba.
“¿Qué te pasa?”, dijo. “Estás muy pálida”.
Me temblaba todo el cuerpo.
Cuando me calmé un poco, le conté lo que había visto.
¿Sabes lo que le pareció a ella?
“¡Ay, niña!”, dijo. “No son más que imaginaciones, no te preocupes y duérmete, te taparé”.
Pero no iba a permitir que de esa manera me arrebataran lo que había visto.
“No soñé”, dije, “estaba completamente despierta, nunca lo he estado tanto.
¡Allí es donde estaba!”.
Pero mi hermana me miraba como si yo misma fuera Greetje.
Pero no quería asustarla y no dije nada más.
Imaginé que ya no dormiría mucho, porque no dejaba de pensar en ella.
Sin embargo, debí de dormirme de nuevo, porque de repente volví a despertarme.
Al instante pensé en Greetje y en lo que había visto y, en efecto, allí estaba por segunda vez frente a la cama.
Ahora ya no me asusté nada y estaba muy tranquila.
Me miraba y sonreía.
Oh, qué maravilloso era eso, qué feliz estaba, porque sentí que me embargaba una gran felicidad, que no sabría describir.
En ese mismo momento desaparecieron mi tristeza y mi miedo a la muerte.
Pero primero volví a frotarme los ojos, pensando: ‘¿Eres o no eres tú?’.
¡Pero era ella!
Volvió a sonreírse, pero cuando la llamé por su nombre, desapareció como había venido.
No entendía nada y estuve dándole vueltas mucho tiempo.
Pero no conseguía encontrar una explicación, y después no vi nada más.
¿Se asustó y fue entonces mi culpa que volviera a desaparecer tan de golpe?
¿No debí haberla llamado?
¿Lo sabes tú, Jozef?
¿Puedes explicármelo?
‘Por qué’, se me pasaba por la cabeza, ‘se deja entonces ver, para al instante desaparecer de nuevo’.
Me parecía tan extraño, porque tenía mucho que preguntarle.
¿No debí haber pronunciado su nombre?
—Escucha —le dije—, te lo voy a aclarar.
Es muy interesante lo que has percibido.
Cuando se manifiesta un espíritu, lo hace por su propia fuerza.
¿Tú pensabas haber visto a Greetje por tus propios poderes, o sea, por el don de la clarividencia?
Jeanne reflexionó y dijo:

—Sí, puesto que la vi.
—Exacto, eso es lo que te quiero aclarar.
Es justamente al revés, porque era “Greetje” quien deseaba que tú la percibieras.
Así que viste porque ella así lo quiso.
Porque, ¿por qué motivo no la ves ahora?
¿Tienes ese don?
Sí, en cierta medida, porque tienes predisposición para ello.
Y sin embargo ahora no ves nada y de eso se trata justamente.
El mundo espiritual te resulta ahora invisible, porque no posees la sintonización de los sentimientos que abarca el don de la clarividencia, si no podrías ver en cualquier momento.
¿Entiendes?
Jeanne volvió a quedarse pensativa y no tardó en decir:

—No, no lo entiendo, no consigo entenderlo, porque la vi, ¿no es cierto?
—Entonces escucha.
Al mismo tiempo que percibías a Greetje, estabas conectada con ella, eras una en sentimiento, por tanto sentías lo que ella quería que tú sintieras, y por eso te pudo despertar así tan de repente.
Mientras dormías, Greetje se conectó contigo, pero cuando te frotaste los ojos, puede que esa conexión ya estuviera cortada, por haber regresado en tus sentimientos a ti misma.
Pero Greetje mantuvo la conexión.
De modo que eras una en los sentimientos con ella, por lo que podía manifestarse como quería.
Te llevó a una sintonización espiritual más elevada: la de la clarividencia.
En ese estado uno solo puede sentir; por eso, cuando te pusiste a hablar y dijiste su nombre, volviste a tus propios pensamientos.
Habías vuelto a concentrarte en ti misma, quedó interrumpido el contacto y por eso ya no pudiste percibir nada.
Porque, ¿cuál es la razón de que ya no la vieras después?
¿No estabas siendo clarividente en ese momento?
Tendrías que verla también ahora, pero no es posible.
Por eso suele ser justo al revés.
De modo que fuiste tú misma quien interrumpió la conexión con Greetje.
La mayoría de las personas piensa que se han vuelto clarividentes, pero sigue sin ser un don propio.
Es maravilloso y una gran felicidad poder experimentar algo así, si es que te gusta.
Greetje habrá estado allí todavía mucho tiempo, pero ya no lograba comunicarse contigo.
Solo era posible en ese estado de inconsciencia.
O sea, habías vuelto a tu conciencia diurna, haciéndote inalcanzable para Greetje.
Mientras dormías, como ya te dije, eras una con Greetje en sentimiento.
Pero igual que tú viste a Greetje, así veo yo siempre en mi conciencia diurna.
Así que siempre puedo ver, pero solo cuando mi líder espiritual quiere que realmente vea.
Ya ves, de nuevo mediante la conexión.
Cuando los espíritus tienen que dar un mensaje deben quererlo ellos mismos.
Entonces me abro, recibiendo y pasando lo que tengan que decirme.
Poder abrirme bien y claramente no es tan fácil, pero eso me lo ha enseñado mi líder espiritual.
Cuando veo, entonces hago una transición a sus vidas, pero Greetje te atrajo hacia la suya, en la que vive ahora.
¿Has entendido ahora por qué no volvió?
—Sí, ahora lo entiendo, Jozef, ¡es tan sencillo!
—Sé cómo veo, Jeanne, y conozco todos esos grados de clarividencia.
Hay siete grados, pero en la tierra ningún clarividente alcanza el séptimo.
Hay tanto que contar sobre eso.
—¡Qué gloria como me lo has explicado!
Veo, siento y oigo que es así; otra explicación no hay.
Y esos milagros, ¿los estás viendo siempre?
—Siempre, Jeanne, y puedo imaginarme que tuvieras miedo.
Yo también me asusté cuando por primera vez vi a mi líder espiritual, y eso que es un espíritu muy elevado.
—Greetje tenía un aspecto glorioso, completamente radiante, pero fue tan inesperado verla.
—La mayoría de las personas que perciben algo de esta manera, por lo general interrumpen la conexión en el acto al esforzarse por verlo aún mejor.
Pero ese querer verlo mejor supone por tanto que vuelven a sus propios sentimientos y así interrumpen el contacto.
Greetje debe haberse quedado todavía bastante tiempo contigo para ver cómo reaccionabas.
Así es como nos rodean nuestros seres queridos, sin que la gente sepa nada de su existencia.
Cómo les gustaría contar todo de la hermosa y formidable vida en la que se encuentran, pero el ser humano resulta inalcanzable.
Están en nosotros y a nuestro alrededor, y sin embargo la gente no los siente ni los ve.
—Greetje había rejuvenecido y estaba más guapa, parecía tener treinta años.
Si todas las personas solo pudieran ver un momento, ya no temerían a la muerte.
Entonces la tierra cambiaría, porque tendrían una vida mejor.
Mira, por eso ya no tengo miedo.
¿Ha sido Greetje quien me ha quitado esa tristeza?
¿Sabría que yo estaba triste y que lloraba continuamente?
¿También me lo puedes explicar?
Me hubiera encantado oír su voz un instante.
A pesar de todo, di gracias a Dios de que se me concediera verla.
—Te lo voy a explicar.
¿Así que era Greetje?
—Sí, ella en persona.
—Debe haberse conectado contigo, ya bastante de antemano, hasta podría decirse desde el momento del accidente.
Cuando hacemos la transición, lo primero en que pensaremos es en quienes más queremos.
Nos unen los vínculos de amor y esas fuerzas espirituales solo las conoceremos en esa vida.
Cuando Greetje se despertó en esa vida, seguro que sintió que estabas triste.
Debido a que lo sintió, la atrajiste de vuelta a la tierra.
—¿Yo?
—Sí, tú.
—¿Cómo es posible eso?
—Ya ves lo intensas que pueden ser las fuerzas del pensamiento, lo experimentarás más tarde cuando también nosotros entremos en esa vida.
Interferiste en su felicidad, por estar afligida y vinculada a ella.
Eso es un gran obstáculo para ellos, cuando llegan allí.
Greetje volvió, pero vio que no la percibías; a pesar de eso, intentó transformar tu tristeza en felicidad y de una manera que ya conoces.
De modo que cuando se dejó ver, todos esos disgustos se disolvieron y tú volviste a tu propia sintonización.
—¡Qué bonito es eso, Jozef!
—Vale la pena, sin duda, porque esos estados tienen un significado más profundo.
Pero ya sentirás que hay miles que han hecho la transición que son atraídos de vuelta y que cuando visitan a sus seres queridos, experimentan que no los pueden alcanzar.
Es horrible, y entonces nace un dolor tan intensamente profundo y fuerte que solo lo puede resolver el espiritualismo.
Por eso el espiritualismo es sagrado, y es una enorme gracia para el hombre haberlo recibido de Dios.
El hombre en la tierra apenas sabe nada de todas esas leyes.
O sea, no había más que un solo ser que sabía que estabas triste, y era Greetje.
Ella lo sabía, lo sentía, eras una sola con ella, o sea, una en sentimiento.
Si Greetje no hubiese conseguido alcanzarte y hubieras permanecido mucho tiempo en ese sufrimiento, la vida se te habría vuelto insoportable.
Aquellos que siguen apenados sucumben y esa no es la intención de Dios, menos aún cuando la gente sabe de la pervivencia eterna.
—Conmueve lo bello que es, Jozef, poder verlos.
—Así es, Jeanne.
—¡Cuántos dones tienes como para que los puedas ver siempre!
—Los tengo, sí, y no quisiera vivir sin ellos, por nada del mundo.
De repente dijo:

—¿Qué piensas de mí?
—¿Que lo que pienso de ti?
—Sí, quiero decir, de mi enfermedad.
No voy a recuperarme, porque sé lo que tengo.
No hay con qué curarme.
¿También lo sabes?
Me miró con severidad y sentí que quería saber la verdad, pero miré para otro lado e hice como si no me diera cuenta.
‘De dónde habrá sacado eso, tan de repente’, pensé.
La pregunta había sido sin rodeos y demasiado drástica para su estado.
Reflexioné sobre todo esto como en un fogonazo.
No se lo podía decir todavía, por mucho que supiera ella de la vida después de la muerte y por mucho que estuviera dispuesta a morir.
De modo que no reaccioné y seguí mirando en la dirección donde percibía algo.
Entonces preguntó:

—¿Ves algo?
—Sí —dije—, veo a una inteligencia, a una mujer.
Ya lleva aquí bastante tiempo y está esperando a ser conectada, ya la vi cuando empezaste a hablar y creo que la conocerás, porque te pareces a ella.
Te la describiré.

Aún no había terminado de contar todas las particularidades del ser que yo percibía, cuando exclamó:

—¡Ay, mamá! ¿Está usted aquí?
Mamá, ¿es usted de verdad?
Es imposible que no lo sea, esa es mi madre.
La aparición me mostró algo y al mismo tiempo Jeanne dijo:

—Aquí, Jozef, mira, aquí lo tengo.
Me mostró el medallón que llevaba, con el retrato de su madre.

—Jozef, ¿dónde está ella?
—A Jeanne se le llenaron los ojos de lágrimas—.
Siento a mi madre, Jozef, está cerca de mí, ¿es posible?
¿No dice nada?
Vi que el espíritu que era su madre la abrazaba y que besaba a su hija.
Cuando lo percibí, de pronto Jeanne exclamó:

—La siento, Jozef, tengo la sensación de que me está abrazando, como antes cuando me daba un beso; ¡lo siento en la mejilla!
Estaba yo temblando de emoción.
Jeanne era clarisintiente; un grado más y sería clarividente.
Pero también esta conexión se interrumpió, y ahora hubo un breve silencio.
Jeanne sentía el silencio del espíritu que le había embargado por la llegada de su madre.
Primero tuvo que asimilar todo, pero después de una breve pausa dijo muy inesperadamente:

—Jozef, ¿sabes lo que siento ahora que vienen a verme mi madre y Greetje?
—No —dije, aunque ya sentía lo que quería decir.
—Que partiré en breve —y a renglón seguido dijo—: que moriré.
‘Qué asombroso’, pensé, ‘y de nuevo me atravesó con la mirada’.
Qué acertadas eran sus palabras, pero resistí su mirada y proseguí tranquilamente.

—Sí, bueno, qué te puedo decir, no siempre tiene que ver con la muerte.
Imagínate que todos a los que se manifestaban sus familiares hicieran la transición.
No sería posible, ¿no?
A menudo están en la esfera de la tierra, y están haciendo trabajos.

Pero entretanto pensaba yo: ‘en este caso sí es para venir a buscarte, porque ya no falta mucho’.
Jeanne se estaba volviendo demasiado sensible.
No solo decía la verdad, sino que la sentía, porque estaba en ella.
Pero aún no estaba satisfecha y dijo:

—Ah, ¿piensas eso?
Estoy tan sensible últimamente.
A veces pienso que las veo, pero entonces me entra miedo de que solo me lo esté imaginando, y no quiero.
Alcar me hizo saber que no le dijera la verdad y que me fuera.
De manera que me preparé y me despedí.
‘Hay que ver qué curioso’, pensé: ‘ahora que dejará pronto la tierra, siente el mundo espiritual’.
Pero yo ya conocía esos estados; se me había concedido percibir estas fuerzas e incidencias en muchos otros.
Cuando en poco tiempo emprendieran su gran viaje, como tan bien decía Jeanne, entonces sentían en el espíritu y sus sentimientos hacían la transición a esa vida.
Lo mismo le estaba pasando ahora a ella.
Ahora había tomado conciencia de la sensibilidad que ya poseía desde niña y que siempre había llevado consigo.
Pero me parecía muy valiente; a pocos oía hablar así.
No temía la muerte, para ella era una amiga de confianza.
Otra mañana, en cuanto entré me preguntó:

—Jozef, dime, por favor: cuando me muera, ¿me desprenderé de inmediato de mi cuerpo material?
—¿Ya estás hablando otra vez?
Primero buenos días y después ya veremos.

Y entonces me puse a tratarla.
Pero después del tratamiento volvió a lo mismo y preguntó:

—Bueno, ¿qué piensas, ya me desprendí?
Es que he leído sobre eso.
—Me miraba como una niña, sonriente.
‘Buena pregunta, desde luego’, pensé.
Rara vez los enfermos harían esa pregunta, porque no querían ni oír hablar de morirse.
Por eso admiraba a Jeanne, que pudiera entregarse tan completamente.
Entonces dije:

—Sí, ya te has desprendido.
—¿Lo sabes así de pronto?
—Me miró con cara de asombro y esperó la respuesta.
—Te diré por qué lo sé: porque lo veo y lo siento.
¿Satisfecha, ahora?
—No, todavía no, quisiera saber, por favor, por qué, y de qué depende, ya sientes a lo que me refiero.
—Entonces escucha.
Tal como te siento en mi interior, tal como percibo tu sintonización espiritual y tal como veo tu irradiación, te digo que te has desprendido de tu cuerpo material.
—Vaya, qué sencillo todo, me esperaba toda una historia.
Y sin embargo soy feliz, porque los últimos días estaba dándole vueltas a eso en la cama, no me dejaba en paz.
Supongamos, pensé, ¡que no se me liberara de mi cuerpo material!
¿Puedes contarme algo más de eso?

—En mi libro hablo mucho de eso.
La miré queriendo saber cómo reaccionaría ahora.
Pero no se dio por aludida, por lo que sentí que la ocupaban varios problemas.
El gran viaje que iba a hacer la llenaba, y dijo:

—Pero que no tarde mucho, porque sí que quiero partir.
—Ya había olvidado su primera pregunta y se reía a carcajadas.
Jeanne era grande, muy fuerte en sus sentimientos.
Continuó—: No te creas que voy a pasar por túneles oscuros, oh, no, ¡ya me veo en la hermosa naturaleza!
Con que no tenga que sufrir demasiado ya estaré agradecida.
‘Eres un tesoro’, pensé, ‘un auténtico pedazo de tesoro’.
Había en ella una fe muy grande y una profunda convicción.
Yo haría todo por hacérselo lo más llevadero posible.
Ahora preguntó de improviso:

—Tu libro, ¿todavía no ha salido?
—No, todavía no, pero falta poco.
—Qué bien —dijo—, estupendo, entonces lo leeré.
Hay una tranquilidad deliciosa aquí.
Pobre Jeanne, ya no lo leería.
Me conmovió mucho.
—Jozef, por favor, cuéntame algo de tu libro, ¿quieres?
¿O no tienes mucho tiempo esta mañana?
Ya me había preparado para poder hablar con ella.
Estas conversaciones, así me dijo mi líder espiritual Alcar, le dan fuerza para luego poder sobrellevarlo todo, le dan apoyo en las horas difíciles venideras y también cuando llegue a las esferas.

—Si quieres, pregúntame algo —dije— que te gustaría saber.
No tuvo que pensárselo mucho y al instante me preguntó:

—Cuando muera, ¿veré enseguida a mi madre y a Greetje?
—Sí, las verás.
—Qué gloria, que contenta estaré.
Estoy muy curiosa por saber cómo es todo allí al otro lado.
¿Estarán esperándome?

‘Es lo que faltaba’, pensé, ‘que preguntara si vendrían a buscarla’.
Pero no tuve que contarle mucho, dado que ya empezó a hablar otra vez
—¿Puedes creerte que ya lo estoy deseando?
¿Qué es lo que tengo en este mundo?
¡Nada!
Siempre sola con mi hermana, con la que no se puede hablar de nada.
Y después esa paz, esa inmensa paz sobre la que tanto escriben.
¡Oh, ese silencio!
¿Tú también lo sentiste allí?
Es casi increíble y sin embargo siento que así será.
Y entonces estás eternamente conectada, ¡para la eternidad!
Imagínate eso, Jozef.
Seguro que me tienes envidia porque parto, ¿verdad?
Jeanne era una filósofa, qué pensamientos tan profundos tenía.
Pasaba yo de un asombro a otro.
Yo lo que prefiero es morir.
Lo más bello que se me podría dar en la tierra era la muerte.
Pero también en ella se encontraba esta fuerza.
Y, sin embargo, ella no había estado en las esferas, no era clarividente, ni poseía la gran conexión que yo sí poseía.
Pero sentí por qué estaba tan segura de todo.
Cada vez estaba más cerca de su viaje y cuanto más se acercaba ese momento, más sensible se volvía.
Era todo muy natural, así deberían ser todos los seres humanos; deberían entregarse, así la muerte no sería un tormento, sino un viaje a la eternidad.
—¡Cómo me achuchará mamá, Jozef!
—¿Cómo dices?
—Que me achuchará —repitió—.
Es una palabra suya, una palabra como la que tiene mucha gente para expresar algo cariñoso.
En el Más Allá iré a vivir junto a una montaña alta, así puedo escalarla cuando yo quiera.
¿Será posible?

—También eso es posible.
El ser humano se construye su propia morada en las esferas.
En la tierra ya hemos empezado a construirla, al menos quienes desean enriquecerse espiritualmente.
Otros viven rodeados de tinieblas y frío, y tienen pobreza espiritual.

—De eso vendré a contarte una vez que esté allí y se me conceda volver a ti.
Rezaré por ello, Jozef, y sé que podré alcanzarte; incluso me parece muy fácil.
Te siento verdaderamente como un hermano y al sentirte así, cuando haya hecho la transición, podré alcanzarte fácilmente.
Parece que te conociera de toda la vida y sin embargo apenas han pasado unos meses.
Me resultas tan de confianza, tan abierto, Jozef, te das por completo, eres como un niño y a la vez una persona hecha y derecha.
Oh —continuó—, si se me concediera poder contarte mi llegada allí y cómo es mi vida al otro lado y la de mamá y Greetje y la de muchos otros, entonces no puedo ni imaginar la felicidad que será poder vivir esto.
Sí, rezaré por ello, una y otra vez, y Dios oirá mi oración.
También rezo para que no dure mucho más porque voy a desear mucho estar con mamá y Greetje.

—Es tan espléndido que puedas hablar de todo esto con tanto sosiego.
—Ya se lo agradezco a Dios y también me alegra mucho haberte conocido.
Jeanne cayó de nuevo en profundas cavilaciones y cuando la sondé, vi y sentí que había establecido un contacto espiritual.

—¿Tú también lo viste? —preguntó por sorpresa, como si supiera que yo la estaba siguiendo.
—Sí, lo vi.
—¿Qué viste, Jozef?
—La eternidad.
—De verdad, ¿era la eternidad?
Vi otra tierra, un país muy distinto al de nuestra tierra y vi luz, una luz grande y potente.
Después vi a personas vestidas con bellísimas túnicas que parecían estar planeando.
‘Mira’, pensé, ‘no son seres humanos terrenales y sentí que eran espíritus’.
¡Dios mío, qué bonito!
La de cosas que se pueden ver en unos segundos.
Sentí que estaba allí, como si yo misma lo estuviera viviendo.
¿Lo sentiste tú también?
¿Cómo fue eso tan de repente?
—¡En ese momento estabas siendo clarividente!
—Ahora entiendo aun mejor lo que quisiste decir cuando me explicabas lo de Greetje.
Ahora lo entiendo y lo siento, está en lo más hondo de mí.
¡Mi viaje, mi gran viaje!
Cada palabra la decía tranquilamente, pero tenía la mirada perdida, sumida en sus pensamientos.

—Están avisándome, lo estoy sintiendo, no, lo sé.
Están haciéndome las maletas.
Después, como si se despertase, dijo:

—¡Cuánto estoy hablando, me oía a mí misma!
¿Qué es eso, Jozef?
Anda, explícamelo.
Había estado yo todo ese tiempo escuchándola en silencio y con atención, pero al mismo tiempo en conexión con Alcar.
Jeanne hablaba en medio trance, formaba parte de la vida espiritual, pero aún conservaba su vestidura material.
Así hablaban muchos médiums y yo conocía ese estado.
—Venga —dijo—, di algo.
—Primero tengo que pensar y sintonizarme con mi líder espiritual —dije, pero en realidad ya no sabía cómo ocultarle la verdad—.
Mi líder espiritual te ha conectado con las esferas, te dejó ver porque eres tan valiente.
Se puso feliz como una niña y dijo:

—¡Qué detalle, Jozef!
Muy amable tu líder espiritual, dejarme vislumbrar toda esa inmensidad.
Estoy muy contenta, se lo puedes decir.
¡Qué hermosa es la muerte entonces!
¿No debería ser feliz la gente?
¿Qué más quiere el ser humano?
Poder abandonar para siempre este valle de lágrimas, ¿no es una gracia?
Es increíble, y sin embargo he visto que es la verdad.
Muchos sienten miedo, pero a mí me apetece partir.
¿No es una gloria para ti poder hablar con gente o pacientes que no le tengan miedo a la muerte?
Que estén dispuestos a morir.
No, yo no tengo miedo, ¿y no te parece fantástico? La muerte estuvo ante mi lecho y me sonrió.
Pero la muerte eran mamá y Greetje, ¡mi amiga, mi hermana!
¿Quién le sigue temiendo ahora a la muerte?
Yo no, ni nadie si viviera todo esto.
Para muchos la muerte significa pena y dolor, la pérdida de sus bienes, solo desgracias.
Pero desde que sé todo, la vida me resulta diferente y más completa, y siento el significado de la vida en la tierra.
Antes yo era una muerta en vida.
Espiritualmente me encontraba en un estado irreal, solo ahora comienzo a vivir, ahora, ahora que se aproxima mi fin.
Así lo veo, así lo siento, Jozef.
Miré a Jeanne lleno de admiración, que retomó la conversación profundamente humana.

—La muerte, en la persona de Greetje, es un verdadero amor.
Ella, a la que conocía desde hacía años y que está muerta, estaba allí, ante mi lecho, viva, joven y hermosa.
Vivía como tal vez nunca antes lo había hecho.
Ella estaba despierta, lo sentí claramente.
Si ella puede regresar, yo también puedo.
Me enseñará el camino y lo aprenderé.
¡Te encontraré, Jozef, volveré a ti!
—Me miraba mientras le corrían las lágrimas por las mejillas—.
Soy tan feliz, tan intensamente feliz, porque se me haya dejado ver un fragmento de todo lo inmenso que me espera.
¿Cómo agradecérselo a Dios?
Me tomó de las manos, apretándolas con cariño.

—Si piensas bien en la muerte —dijo al retomar la palabra—, no queda nada de toda su desgracia.
La muerte se había rejuvenecido y embellecido y me conocía, liberándome de todos esos disgustos.
La gente la considera cruel y dura, porque no conocen a la muerte.
Pero ahora yo la conozco y dentro de poco la conoceré del todo, pero en otra hermosura.
¡Qué grandioso es todo, Jozef! Pero lo más hermoso, sin duda, es que los que están muertos saben más que nosotros, que vivimos.
Pronto estará allí, pensé.
En pocas semanas saldría mi libro.
Porque ya no lo leería, ¿no?
Mientras esto me pasaba por la cabeza, hizo de pronto una pregunta, una que me asustó mucho:

—Jozef, ¿me dejarías leer las pruebas de imprenta?
—¿Las pruebas de imprenta? —dije, repitiendo su pregunta—. ¿Cómo se te ocurre eso de repente?
—Se me cruzó la mente hace un instante.
Qué sensible se estaba haciendo.
Después de todo, eran los pensamientos que había adoptado de mí.
Jeanne continuó:

—Pensé: ‘Imagínate que me vaya pronto, entonces no podré leer el libro’.
Quizá los de la imprenta ya estén y así leo las galeradas.
¿Todavía no están?
Tuve que ocultar con todas mis fuerzas mis sentimientos íntimos.
Jeanne se había vuelto médium clarividente, clariaudiente y clarisintiente.
La fuerza motriz de estos dones era la muerte, la transición al mundo espiritual.
El proceso de morir la estaba elevando, porque en su fuero interno quería, haciéndole sentir y ver la nueva vida.
Era sorprendente, pero entonces su fin sí que estaba muy próximo.
Los de la imprenta ya casi habían terminado.
En solo catorce días podría leer la obra.

—No —dije—, aún les queda.
—Lástima —fue todo lo que dijo.
Era como si sintiese que estuviera aproximándose a su fin—.
¿No ves a Greetje o a mamá?
—No, en este momento no veo nada.
—¿Cómo vendrán a la tierra, Jozef?
¿Sucede sin más?
—Por la fuerza de los pensamientos —dije.
—O sea que queriéndolo, ¿vas, sin más, al punto al que deseas ir?
—Así es, pero aún hay más estados y leyes que debemos aprender allí a nuestra llegada.
—Claro, ya me lo imaginaba —continuó—, si no ya me parecería demasiado fácil.
‘Eres asombrosamente perspicaz’, pensé.
—Pero eso también lo sé, Jozef.
—Vaya, ¿conque eso también lo sabes?
¿Qué es lo que sabes?
—Cómo se desplazan.
—Oye, ¿de dónde has sacado eso?
—Lo viví una vez, escucha.
Si quería ir rápido, entonces lo deseaba y sucedía por sí solo.
Planeaba en sueños sobre valles y montañas, y era consciente de todo.
¿Es porque me gustan tanto las montañas?
Iba tan veloz como el viento.
¿Es posible?
¿Me había desdoblado de mi cuerpo?
—Sí, es posible.
—¿De verdad?
—Cada persona se desdobla, consciente e inconscientemente.
—Pero estaba soñando, ¿no, Jozef?
—Eso es lo que tú crees, pero estabas en las esferas y consciente.
Durante la noche, muchos están en las esferas.
Cuando se despiertan, cuentan a menudo que estuvieron hablando con familiares que, sin embargo, hace tiempo ya murieron.
Saben recordar todo y hablan de belleza y felicidad; y, a pesar de eso, no lo aceptan.
Los acapara la vida terrenal, y así es como se pierden esas fuerzas espirituales.
Esos sueños suelen ser desdoblamientos, pero también hay sueños con deseos.
Por ejemplo, como tú misma dices, que te gusten tanto las montañas.
Puedes vivirlo espiritualmente sin haberte desdoblado.
Entonces estás y continúas estando conectada con tu cuerpo material, pero haces grandes viajes en el espíritu.
—Jozef, ahora me viene a la memoria otro sueño muy hermoso.
Una noche soñé que mi madre me decía que debía irme al médico y que no tardara demasiado en hacerlo.
Al despertarme por la mañana, lo primero en que pensé fue en mi sueño.
A pesar de eso, no fui, porque no me creía a mí misma al no sentirme enferma.
Sí sentía dolores, pero no valía la pena ir al médico por eso.
Pero imagínate, pocos días después volví a soñar lo mismo. Mi madre dijo, como si todavía estuviera en la tierra hablando conmigo: “Hija, vete al médico ya, si no, tendrán que operarte”.
Me asusté mucho y me desperté de golpe.
Ese mismo día fui al médico.
¿Qué crees que me dijo?
“Ha llegado usted justo a tiempo, si no tendría que ser operada”.
¿Qué te parece?
—Fantástico, Jeanne.
—Pero ¿fue un sueño, mi madre o un desdoblamiento?
—Fue tu madre, fue ella quien te dio esa verdad espiritual, pero no por desdoblamiento.
No quería correr el riesgo de que por la mañana, al despertarte, volvieras a olvidarlo.
Estuvo actuando sobre ti conscientemente y puso ese conocimiento en ti, mantuvo una conversación espiritual contigo y después hizo que te despertaras.
Te despertaste y supiste que había sido tu madre, sentiste miedo, y todo eso lo hizo el espíritu de tu madre.
Te hizo vivir todo eso, exactamente como lo hizo Greetje.
Ya has vivido cosas asombrosas, Jeanne.
—Sí, así es.
Mi madre me advirtió más cosas aún.
Una mañana quise ponerme a limpiar la sala, cuando oí, al querer abrir la puerta: “No entres allí”.
Me quedé de piedra porque por el tono de voz supe que era mi madre.
Pero no la veía, por más que lo intentara, aunque la voz de tu madre la reconoces entre mil.
‘¿Por qué no?’, pensé.
También podía entrar en esa habitación por un pequeño pasillo.
Eso hice y cuando entré lo vi de inmediato.
Encima de la puerta colgaba un pesado cuadro.
Estaba apoyado en la puerta y si hubiese entrado por el otro lado, se me habría caído en la cabeza.
¿No es milagroso?
—Estás protegida maravillosamente.
—Ahora también sé cuándo me volvieron esas cosas.
Fue cuando comencé a tener achaques.
‘Muy bien’, pensé, ‘pena y dolor, enfermedad y otros fenómenos hacen que la gente se ponga sensible’.
—Pensándolo todavía he vivido bastantes cosas.
Entonces, podía oírla, Jozef, porque mi madre podía alcanzarme, si no el cuadro se me habría caído con toda seguridad en la cabeza, ¿no?
—Sí, se te podía alcanzar.
Tu madre incidió sobre ti y lo consiguió del todo.
—Pareces un hombre de pensamiento por cómo me explicas todo.
—Y tú —dije a continuación—, tienes hambre de pensamiento.
Jeanne se rió y me preparé para marcharme.

—¿Te vas, Jozef?
Vaya, entonces tendré que esperar otros dos días.
—Sí, tengo que irme, hay más personas que me necesitan.

Esta despedida era difícil, Jeanne también lo sentía.
Me miró, aunque no dijo nada, pero yo sabía en lo que pensaba, porque la intuía.
No se habló ni una palabra más.
La rodeaba la muerte, a la que estaba esperando.
Lo sentíamos los dos.
Cuando volví la vez siguiente, vi de inmediato que estaba aproximándose su fin.
Su rostro reflejaba la muerte, su amiga, a la que pronto conocería.
Mentalmente tenía conciencia de todo y enseguida volvió a hacer preguntas.

—El otro día estuvimos hablando de los sueños, ¿verdad?
Poco antes de que te fueras dije que sabía cuándo me había vuelto.
¿Te acuerdas?
Deduje que había estado pensando día tras día en todas estas cosas y le pregunté:

—¿Qué quieres decir con eso?
—Quiero saber cómo es posible.
—Era muy aguda en sus preguntas, pero mi líder espiritual me dijo que no la fatigara más y que me fuera pronto.
¡Ya sabía suficiente!—.
Bueno, ¿no dices nada?
—Eres impaciente, Jeanne, primero tengo que pensar.
—La verdad era que estaba en comunicación con mi líder espiritual, sin que ella lo pudiera oír o ver—.
Que hayas soñado mucho es porque estás enferma, eso hace sensibles a las personas, pero solo cuando se quiere conocer la vida espiritual.
Cuanto más sensible la persona, más percibe en el espíritu cuando empieza a sintonizarse con la vida espiritual.
Solo cuando se pierde a un ser querido es cuando el espiritualismo adquiere valor, antes de eso se desprecia.
Lo vivo a menudo, muy a menudo, cuando la gente viene a verme.
Entonces uno no da abasto para hablarles de la vida después de la muerte y quieren saberlo todo.
Solo entonces leen libros espirituales, profundizando en ella.
Es cuando tienen el corazón partido y se les puede alcanzar.
De modo que cuanta más pugna, enfermedad, pena y dolor padezca la persona, más sensible se vuelve, por más horrible que sea.
¿Sientes lo que quiero decir?
—Sí, lo entiendo.
—Cuando el ser humano es capaz de renunciar a sus posesiones, solo entonces vive como Dios quiere.
Si no lo hace, entonces siente la pugna, y muchas veces sucumbe a ella.
—Entonces puedo congratularme —dijo Jeanne—, no siento apego por ningún bien.
Cuando volví a visitarla, el médico de cabecera había acordado con ella ingresarla en un hospital.
Ya no tenía nada que decir.
¡Cómo había empezado a quererla!
Se había hecho hermana mía.
Me quedé un buen rato con ella, ambos sentíamos el silencio del espíritu.
No decía nada, pero sus ojos reclamaban fuerza.
Con su mano en la mía, recé a Dios para que se le concediera partir pronto.
Inmóvil, pálida como una sábana, con los indicios de la muerte cercana en los labios, miraba hacia ese espacio imponente desde donde la iluminaba un rayo de luz.
Ya había perdido su vitalidad, su vida en la tierra estaba llegando a su fin.
Era una partida pura, una entrega espiritual a Él, a quien se llama Dios.
¡En Tus manos pongo mi espíritu!
Fue el pensamiento que se me vino a la cabeza.
¿También sería el suyo?
¿Pensaría en eso?
El gran problema había comenzado a manifestarse.
Hombre, hombre de la tierra, ¿sabes que tienes la vida eterna?
¿Sientes que algún día compareceremos ante el trono sagrado de Dios?
¿Que estaremos desnudos, por lo que todos verán cómo somos, cómo sentimos?
Ahora, una criatura de Dios iba a hacer la transición; ya no tendría que esperar mucho más, sus maletas ya estaban hechas.
Jeanne estaba medio dormida y me fui sin hacer ruido.
“Adiós, pequeña, adiós”, dije para mis adentros, “saluda a mis amigos en las esferas, pronto verás a tu mamá y a Greetje, ambas felices y eternamente hermosas”.
Había concluido mi cometido.
Unos días después vino a visitarme su hermana.

—¿Podría usted hacerle una última visita? Pregunta por usted.
—Con mucho gusto —dije—, mañana iré a visitarla.
—Es sorprendente cómo ha recaído, ya no la reconocerá.
Al día siguiente fui a verla.
Jeanne ya había perdido la conciencia y tenía la mirada quebrada.
Se me hacía glorioso haber podido hablar con ella tanto.
Sería de gran apoyo cuando hiciera su entrada a la vida en el otro lado.
En su interior estaba ese saber, era el sosiego para su vida espiritual.
Ya vivía en lo desconocido, en el espíritu, lejos de la tierra, justo allí donde vivían Greetje y su madre.
‘¿Dónde estará ahora?’, pensé.
Quizá ya viese y oyese en el espíritu.
Morir era sin duda algo asombroso cuando se sabía adónde se iba.
Tenía la muerte en la mirada, desprovista ya de brillo; la fuerza que antes irradiaban sus ojos se había sumido en la nada.
Como en un fogonazo recordé todas las conversaciones.
¡Qué gloriosos habían sido esos momentos, cuánta fuerza había tenido y qué valiente fue hablando así de la muerte!
No había vertido ni una sola lágrima de pena o miedo.
Jeanne era un gran ser y me alegraba haber podido conocerla.
Era un ejemplo para cualquiera, no la olvidaría en mi vida.
Planearía hasta esas alturas, aquellas alturas insondables que tanto amaba.
La muerte había dejado su cuerpo irreconocible, pero le daba una vestidura eterna, y lo eterno se haría cada vez más bello.
Allí yacía ahora, ¡la habladora!
Si me oyese, también le haría gracia.
Ni para ella ni para mí había tristeza, ni sufrimiento, dolor o desgracia.
Jeanne iba a una fiesta, estaba haciendo un hermoso viaje, pero a mí todavía me tocaba esperar.
¡Cuánto me hubiera gustado irme con ella!
Oh, qué grande se me hacía la felicidad de quienes podían hacer la transición así.
Tomé su pequeña mano, que hacía tan poco me había extendido calurosamente y rebosando alegría.
Ahora estaba fría, al parecer moriría pronto.
Me concentré en ella y sentí que se había dormido profundamente.
Ya no la pude encontrar, se había alejado mucho de mí en el espíritu.
Su hermana estaba llorando, porque para ella se estaba muriendo.
¡Qué diferencia en bienes espirituales!
Eran de la misma madre y sin embargo estaban tan lejos una de la otra.
Vi que mi líder espiritual Alcar estaba a mi lado.
‘Ahora ya no puedo hablar con ella’, pensé.
Qué pena no haber ido antes, pero no había encontrado tiempo para hacerlo.
Otros enfermos me necesitaban.
No me reprochaba nada a mí mismo, porque de todas formas ya me había despedido de ella.
Así estuve pensativo unos minutos, cuando oí decir a mi líder espiritual que tenía que concentrarme en él.
Hice lo que Alcar quería y entonces oí:

—Voy a conectarte con ella.

Al mismo tiempo sentí que me sumergía en las profundidades.
¿Adónde estaría yendo?
Desconocía el lugar al que me estaba llevando mi líder espiritual.
No entendía nada.
Sentí algo muy curioso.
Sabía que tenía la mano de Jeanne en la mía, que estaba al lado de su cama y que a mi derecha estaba su hermana.
El silencio era tal que podría oírse caer un alfiler.
Pero me sentía descender, que descendía más y más en los sentimientos y que llegaba al mundo donde ahora estaba Jeanne.
Me acerqué a ella en el espíritu, era algo fuera de lo normal; nunca había experimentado nada semejante.
¿O solo eran imaginaciones mías?
¿No serían alucinaciones?
Pero aun así tenía conciencia de todo.
Me pareció sentir a Jeanne, era como si estuviera cerca de ella, como cuando iba a visitarla antes.
Era algo poderoso, algo sobrenatural.
Llegué a conocer leyes de las que ni había oído hablar nunca.
Era asombroso.
En la tierra no se conocían estas fuerzas, de eso estaba muy seguro.
Entonces oí decir a Alcar:

—Escucha, hijo.
No son alucinaciones, ni ilusiones, ni pensamientos tuyos propios, pero voy a conectarte con Jeanne, para que de todas formas puedas hablar con ella; compréndeme bien, aunque para la tierra esté en un estado inconsciente.
—¿Hablar, dice usted? —pregunté asombrado.
—Hablar, Jozef.
A la gente en la tierra esto le es imposible, pero con mi ayuda, o sea, con nuestra fuerza, podrás hablar con ella enseguida.
Jeanne vive, Jeanne seguirá viviendo y como vive es posible hablar con ella, aunque esté muy alejada de su conciencia terrenal.
Me faltaban las palabras, todo esto me resultaba demasiado profundo.

—Puedo conectarte en un abrir y cerrar de ojos —oí decir a Alcar—, puedo conectarte ahora, pero quise que vivieras todas esas transiciones y la profundidad de su sueño.
Su cuerpo espiritual ya vive en el espíritu, y como yo vivo en este lado y conozco su sintonización, puedo conectarte con ella.
Repito, solo con la incidencia espiritual desde nuestro lado es posible que se produzca este milagro.
Quiero dejarte claro de este modo que, en realidad, no hay de hecho un estado de inconsciencia.
Su estado de inconsciencia significa que está entrando en la vida espiritual.
El vehículo ha abandonado, por tanto, el cuerpo material, sigue viviendo en este lado y es el cuerpo espiritual.
Jeanne se halla en un estado que desconoce, pero yo veo en lo que vive y conozco todas esas leyes.
Más tarde verá esa sintonización, cuando se vuelva consciente en esta vida.

’Ah, qué glorioso es esto’, pensé; ‘demasiado profundo para la comprensión humana; un ser humano no puede concebirlo’.

—Pero aun así verdad y naturaleza —oí decir a Alcar—.
Esas leyes están en nosotros, las somos nosotros mismos, son fuerzas del amor propias del ser humano.
Sentí surgir mucha paz en mí.
Era la misma paz de espíritu que sentía al otro lado, cuando estaba en las esferas con mi líder espiritual.
Pero Jeanne seguía conectada con su cuerpo material.
Cuando este cordón, un cable plateado iluminado, como estaba viendo claramente, se rompiera, moriría y podría abandonar su cuerpo material; no era posible hacerlo antes.
Solo entonces habría muerto para la tierra, y ahora me estaba quedando claro todo el significado del gran problema.
En ese momento sentí brotar en mí un suave deseo, y cuando me concentré en Jeanne supe que venía de ella.
Se había dormido, pensando en mí.
Qué asombroso, qué glorioso era este acontecimiento.
Ya había quedado fuera del alcance de la tierra, de sus hermanas y hermanos.
¿Quién habrá sabido alguna vez en lo que piensan los moribundos?
Pero a mí se me concedió vivirlo.
Se me aclaraban milagros en el espíritu y llegué a conocerlos.
La distancia se acortaba cada vez más y sentí cómo Jeanne entraba en mí, se nos estaba conectando espiritualmente.
La sentía, era una en alma y espíritu.
Ignoraba si ella también me sentía.
Después me entró una gran felicidad.
Era como el sol que nace, el espíritu que se despierta, el muerto que se levanta y cuya vida volvía a despertarse por la incidencia en él de fuerzas espirituales elevadas.
Era Alcar, mi líder espiritual.
Jeanne estaba feliz, ella también me sentía, y entonces se produjo el mayor milagro de todos los que tal vez llegue a vivir gracias a mis dones.
En este inmenso silencio oí decir a Alcar:

—Ahora presta atención, Jozef, te voy a conectar.
Vas a poder hablar con ella.
De repente sentí que se hablaba dentro de mí y oí que se decía:

—¿Has venido, Jozef?

Era la voz de una niña y me conmovió profundamente.
—Sí, Jeanne —le dije mediante señales—, soy yo.
Parecía que Jeanne me hablaba desde detrás de un velo; el sonido era un suave susurro que yo sentía y entendía.
Oí que Alcar me dijo entonces:

—Es la misma fuerza que actuaba cuando hablabas a mucha distancia con tu cuerpo material.

Ahora lo entendía; yo ya lo había experimentado.
Estaba sintiendo la voz de Jeanne.
Hablaba como se hablan los espíritus, era la lengua espiritual que ella ya conocía y usaba.
‘Qué asombroso es este gran acontecer’, pensé.
Ahora la sentí entrar por completo en mí, éramos uno solo en el alma, uno solo en los pensamientos.
La vi delante de mí y el velo que acababa de ver estaba siendo eliminado.
La vi resplandeciente de belleza, porque su cuerpo espiritual ya estaba cambiando.
Jeanne estaba haciendo la transición al espíritu y gracias a su hermosa vida terrenal, al amor que llevaba y que sentía, su cuerpo espiritual estaba retomando ahora esa gloriosa irradiación.
Las palabras que se me ocurrían ahora casi me dejaban sin aliento.
Jeanne dijo:

—Jozef, ahora me voy a morir, estoy en ello.
Me voy de viaje ahora, tengo las maletas hechas.
‘Oh, Dios mío’, pensé, ‘¿quién se creerá alguna vez que he vivido esto?’
Me entraron temblores, no porque se fuera, sino porque se lo oía decir a ella misma y, por lo tanto, era consciente de ello.
No había palabras para expresarlo.

—Vete —dije, sin saber qué decir—, vete, querida Jeanne, que Dios te guíe en tu camino.
No te olvidaré nunca, ahora somos hermanos para la eternidad.

Después el silencio se hizo más intenso, y en ese silencio sentí que Jeanne estaba alejándose de mí.
Dejé de oírla y de verla por completo.
Pero después —había pasado algo de tiempo— volvió y me dijo:

—¿Estás ahí todavía?
Sentía que volvía a dormirme, es que estoy tan cansada, y sin embargo me desperté.
¿Tú sabes lo que es?
‘La Jeanne de siempre’, pensé, ‘cómo me conmovía su pregunta’.
Sentí todo esto debido a que mi líder espiritual lo puso en mí, y le dije:

—Mi líder espiritual, Alcar, me hizo sentir que tú y yo estamos conectados gracias a su fuerza.
Alcar se concentró en otra cosa y volviste a tu estado anterior.
Jeanne no reaccionó, pero justo después dijo:

—Jozef, vi a Greetje y a mamá, vienen a buscarme.
Me sorprendió tanto que me quedé sin palabras.
Entonces me preguntó:

—¿Por qué no dices nada?
Conmovido por todo esto dije temblando:

—Jeanne, eres un milagro.
—Vaya, ¿eso crees?
No —oí—, no lo soy.
Mira, allí, esa gran luz, ese es el milagro.
Y Jeanne agregó:

—Jozef, estaba dormida.
¿Sabes tú quién me despertó?
—Mi líder espiritual, Jeanne.

Alcar me hizo sentir ahora que volvería a mi conciencia diurna.

—No debemos cansarla demasiado, necesitará sus fuerzas.
Entonces dije:

—Buen viaje, Jeanne —y en un fogonazo me sentí volver.
Al mismo tiempo sentí que Jeanne aún quería hablar, pero yo ya no estaba a su alcance.
Me desperté junto a su cuerpo.
Todo estaba como lo había dejado en el espíritu.
En un cuarto de hora, yo había vivido una eternidad.
Ahora estaba viviendo otro milagro.
Jeanne aún había querido decir algo, pero yo ya había desaparecido.
Y sin embargo, su deseo de hablar se manifestó en su cuerpo material.
Solo oía hip, hip, hip, pero nadie más que yo conocía su significado.

—Ese hipo —me dijo su hermana—, también lo tuvo ayer varias veces; es un sonido extraño y desagradable.

A mí, sin embargo, no me resultaba desagradable, era el deseo de Jeanne de hablar todavía conmigo y con sus familiares.
Qué milagro, con cuánta nitidez se manifestaban sus deseos en la vestidura ya medio depuesta.
Pero su cuerpo material se negaba; el espíritu ya no conseguía controlar al vehículo de la materia.
Qué sencillo era este problema.
Entonces viví otro milagro más.
Nunca se le acababan a mi líder espiritual.

—Mira el reloj —Oí que me dijo Alcar.
Hice lo que quería mi líder espiritual y vi que las agujas se iluminaban y que comenzaban a girar.
Era un gran reloj eléctrico, colgado en la pared frente a mí, cuyas manecillas marcaban las dos menos cuarto.
Eso vi con mis ojos terrenales, poco después pasé a percibir en mi estado clarividente.
Al preguntarme en pensamientos qué significaba esto, se detuvieron las agujas—.
Jeanne hará la transición a la hora que te indicaré.

Mi líder espiritual no podía haber hablado más claro.
Las agujas volvieron a girar, avanzando lentamente.
Llegadas al siete, se pararon, y sin embargo seguía habiendo movimiento.
Avanzaron entonces a paso de tortuga hasta llegar a las ocho menos cuarto, cuando todo me quedó claro.
Entendí y agradecí desde el fondo de mi corazón a mi líder espiritual todo lo que se me había concedido recibir y vivir.
‘Dios, Padre mío’, recé en silencio, ‘no puedo agradecerte suficientemente todo esto, pero lo daré a conocer a la humanidad.
Padre, este es mi agradecimiento’.
Miré una última vez a Jeanne, me despedí de ella y salí.
Sus hermanas ya me estaban esperando.

—No lloren —les dije—, es un espíritu de la luz.
—Preferí no decirles que aún había hablado con ella, porque no podrían asimilarlo—.
Ya ven que va a morirse —agregué—, ya no hay nada que hacer.
Ella también lo sabía desde hace tiempo y doy gracias a Dios por haberla conocido, porque ella es grande y emprende el viaje llena de paz.
Cuando todo haya terminado, ¿podrían venir a contarme si todo ha ido como voy a contarles ahora?
En primer lugar, les aconsejo quedarse aquí.
Esta noche, a las ocho menos cuarto, hará la transición.
Deben saberlo, así que avisen a todos los demás.

Me lo prometieron y entonces también me despedí de ellas.
Volví a casa muy pensativo.
¿Quién me creería, cuando luego lo diera a conocer?
El ser humano se ríe de las leyes que desconoce y que solo conocerá en el otro lado.
¡Qué mañana!
Qué grande era Alcar.
¿A quién se le ocurriría algo semejante?
Eran leyes psíquicas de una profundidad insondable para el entendimiento humano, pero en el fondo qué sencillo era todo.
Pero yo tenía una vida rica, debido a que se me concediera vivir todo esto; los dones que había recibido de Dios eran grandes.
El ser humano debía aceptar, aunque no lograra entender esas leyes, porque no se dejaban sentir; para ello había que hacer la transición a la vida espiritual.
Jeanne aún me echaba en falta.
Ese hipo era asombroso.
La muerte era desagradable y sin embargo era amor.
Mi libro iba a salir pero Jeanne hacía la transición.
Qué verdadero era todo.
Cuando quieren, los espíritus lo pueden ver y saber todo de nosotros.
Cuando llegué a casa, Alcar me dijo:

—Esto solo fue posible porque Jeanne poseía estas fuerzas espirituales.
Aquellos que no posean esta sintonización no podrán vivir todo esto.

Lo entendí, hasta un niño podía entenderlo si quisiera, pero el ser humano no quería.
La condición de médium era sagrada, porque me permitía vivir todo esto tan bello.
Dos semanas más tarde me visitó la hermana de Jeanne.
Me picaba la curiosidad, pero no tenía ninguna duda sobre lo que me iba a decir.

—Vengo a contarle —comenzó—, que Jeanne falleció a las ocho menos cuarto.

’Con qué limpidez ha sucedido todo’, pensé.
—¿Cómo es posible que usted pudiera preverlo?

—Yo no vi nada —dije—, son los espíritus quienes ven, nosotros no somos más que instrumentos.
—Pero ¿no lo dijo usted?
—Cierto, pero para mí se trata de justo esa cosa que el ser humano se niega a aceptar.
Repito, son los espíritus los que perciben todo, aquellos con los que Jeanne vive ahora.
—Ahora sí que nos alegra que haya hecho la transición.
Por su muerte pienso ahora de otra manera y he aprendido mucho durante su enfermedad.
Oh, qué valerosa fue, siempre se mantuvo valiente.
Los últimos días hablaba continuamente de su viaje; veía montañas y hablaba de su amiga Greetje.
He empezado a creer que hay más de lo que podemos imaginarnos, he despertado.
Siempre pensaba que eran alucinaciones, pero ahora ya sé que no era así.
Los últimos días no me aparté de su lecho de muerte.
A veces decía: “Mira, allí está mamá de nuevo.
Pero ¡mira, allí está mi madre!
No, mamá, ella no la está viendo, falta mucho para eso, pero yo sí!
Ay, esto me supera, por qué he merecido todo esto?
¿Y Greetje también?”.
Me parecía mejor irme entonces, me parecía que se volvería loca.
Pero no se volvió loca.
Cuando estábamos solas me hablaba de cosas hermosas.
Lo nombraba mucho a usted y decía: “Mira, así es como Jozef ve siempre.
Ya sé por qué veo.
Vienen a buscarme, sí, hermana, vienen a buscarme, puedo hacer el viaje; Jozef lo sabe”.
Hablaba sin parar y contaba lo que había a su alrededor.
Sé que antes también era capaz de hacerlo, pero todo era tan distinto.
Hablaba como una filósofa, pero es que era la más sabia de todas nosotras.
Cuando murió mi madre —lo recuerdo como si fuera hoy— pareció como si la cosa no fuera con ella.
Se lo tomamos muy a mal.
Entonces decía: “También esto lo aprenderás.
Algún día lo verás, algún día sentirás que no hay muerte”.
Y entonces hablaba del espiritismo.
A mi hermana y a mí se nos abrieron los ojos.
Una mañana me dijo: “Mira lo que me ha traído mi madre”.
Yo no veía nada y pregunté: “¿Qué quieres decir, Jeanne?”.
“¿Pero no lo ves?”.
Hablaba como una niña y se me encogió el corazón cuando me lo preguntó.
Dije que no veía nada y pensé, ‘Lo ves, se está volviendo loca’.
En ese momento, como si hubiera captado mis pensamientos, dijo: “¿Crees que estoy loca?”.
No se puede imaginar cómo me asusté.
“Anda, siéntate a mi lado”, y me tomó del brazo mientras me acercaba mucho a ella.
“Ahora escúchame bien, por favor”.
Me miró y esa mirada no la olvidaré nunca en la vida.
“Voy a ver a mamá”.
Empecé a sollozar mucho.
“No deberías ponérmelo tan difícil en mis últimas horas, vamos, sé fuerte”.
Ella era la más débil pero tenía que apoyarme a mí, porque me sentía quebrada.
“Vamos”, dijo, “mírame y escucha, anda.
Parto y estoy tan profundamente feliz de poder irme de viaje.
Jozef también lo sabe y sé que ya no leeré su libro.
Ahora sé lo que mi madre y Greetje me han contado.
Mira”, señaló la mesa, “ahí hay flores, flores espirituales y ahora son solo para mí, porque tú no las puedes ver.
Jozef las vería, pero ya no lo veo.
Oh, lo quiero tanto.
Cuando me muera, tienes que expresarle mi profundo agradecimiento y contarle cómo pienso sobre él y lo que él fue para mí”.
Cuando se lo prometí, aún dijo: “¿Dejarás de estar por fin angustiada y de pensar que estoy enloqueciendo?
No voy a enloquecer, mujer.
Ahora he vuelto a ver y eso lo despertó Jozef con su fuerza; si no, no habría empezado a ver.
Eso, al menos, es lo que dice mamá”.
¿Puede ser? ¿Es posible?
—Sí —le dije—, es posible, pero el don debe estar presente, Jeanne era muy sensible.
—También quiero decirle que nos gustaría leer su libro, lo que ella ya no pudo hacer y tanto le hubiera gustado.
Jeanne me dio dinero para comprar uno.
“Para mí eso hubiera sido una pequeña Biblia”, dijo.
Eso me emocionó profundamente.
Nunca había recibido tanto amor.
Qué grande era Jeanne como para todavía pensar en eso.

—En una semana tendré los libros, vuelva entonces, y pondré algo, en memoria de Jeanne.

Ambos estábamos muy emocionados: yo por el amor de Jeanne, ella porque solo ahora había conocido de verdad a su hermana.

—Hay tantas cosas más que quisiera contarle, pero no puedo más.
Usted, sin embargo, la conoció mejor que nosotros y la amaré aún más.
La hermana se fue y me senté, enviándole muchos pensamientos amorosos a Jeanne.
Me había ganado a una hermana.