De regreso a la tierra

—Alrededor mío había más luz, y ya dije que mi vivienda permanecía abierta; ahora lo haría para siempre.
Entendí completamente mi situación; ya nada me era extraño ni incomprensible.
Ahora deseaba estar con mis seres queridos.
Intenté formarme una imagen de la tierra, pero tuve que parar porque no supe por dónde empezar.
¿Dónde estaba la tierra, el planeta en que había vivido?
¿Cómo estaban mis seres queridos y desde hace cuánto había muerto?
¿Todavía estaban vivas, mi mujer y mi hija?
¿Estaban sanas?
¡El hermano sabía que tenía una hija!
Me pareció que me encontraba aquí desde hacía bastante tiempo.
Cómo había cambiado ya y aun así todavía no había hecho nada y había logrado tan poco.
Tan solo había aprendido a trabajar en mí mismo, nada más.
Sin embargo, pensaba ahora de otra manera y no me costaba ningún esfuerzo, porque ya no estaba confundido.
Esa lucha había sido insoportable; no podría haberla aguantado mucho más.
Ahora entendía al hermano a la perfección.
Pero todavía no podía sondar la profundidad de la vida eterna, eso todavía me quedaba por aprender.
Qué sencillo era todo, y sin embargo tan difícil.
Qué no tendrían que deponer las personas que vivían a la buena de Dios, y luego aquellas que no sentían amor por nada.
Cuántas cosas tendrían que enmendar.
Ya desde ahora los compadecía, serían unos pobres diablos al llegar aquí.
Ay, me daba escalofríos pensar en ellos.
Yo era tan solo un niño en la maldad, no había cometido grandes males y aun así tenía tanto que deponer.
En la tierra no le envidié su felicidad a nadie, no ansié la riqueza, sino que viví mi propia existencia terrenal.
Sí, era terrenal, lo sentía y comprendí ahora la gran e imponente diferencia entre ambas vidas.
No había sido malo, pero tampoco bueno.
Viví entre la sintonización material y la espiritual, planeando en el espacio y sin tierra espiritual bajo los pies.
En ese estado llegué aquí y ahora había depuesto todo aquello terrenal, todo eso intrascendente.
Veía pasar ante mis ojos espirituales a todos mis amigos y conocidos, pobres de espíritu como yo.
¿Cómo se sentían ellos, esos infelices?
Cada domingo iban a misa y aun así, ahora lo sabía con certeza, no tenían posesiones espirituales.
De esta manera tampoco las recibirían jamás, ni podrían asimilarlas.
No vivían como debían y eran de materia basta, a veces incluso ruines, muy ruines.
En el semblante se les podía leer su religión, prendían velas e incienso y maldecían las demás religiones y personas.
Ahora entendí todo eso, ahora sabía lo que significaban todas esas cosas terrenales.
¿Cuántas velas habría mandado encender mi madre para mí?
Quizás decenas y aun así no estaba yo en el cielo, ni hubiera llegado jamás a él debido a esas velas.
Pero la iglesia, su religión y su fe le incitaban a actuar así.
Tenía que trabajar en mí mismo, si no, no llegaría y sinceramente es lo que quería.
En la tierra conocía a personas que les envidiaban todo a los demás y aun así eran piadosas y creían que ellas también entrarían al paraíso.
Ya desde ahora veía sus caras retorcidas y oía que gritaban y preguntaban: ¿por qué y para qué?
Recibirían su cielo y se les abrirían las puertas del cielo, pero, ¿qué tipo de cielo?
Ay, su sufrimiento sería terrible al llegar aquí.
Cuanta más lucha se recibía en la tierra, más feliz sería el ser humano de este lado.
Ahora que me había conocido a mí mismo, lo sentía.
Por fin llegó el hermano a llamarme y pronto estuvimos fuera.
Todo se me hacía extraño, te lo explicaré, Jozef.
Caminábamos en la naturaleza, pero mientras tanto veía que la naturaleza y todo lo que había alrededor mío se volvía borroso.
Luego sentí que me hacía más ligero y mi entorno había desaparecido.
Todo había sido disuelto para mí.
Habíamos sido acogidos en el cosmos y planeábamos en el espacio, camino de la tierra.
Permanecí en la misma luz, la luz que había alrededor mío y que podía llamar mía.
De modo que esta era mi propia sintonización, el amor que poseía.
En esa luz vería la tierra.
El hermano me aclaraba todo y le preguntaba acerca de muchas cosas que íbamos encontrando en el camino.
No te puedes imaginar lo imponente que es planear en el universo.
Me sentía como si viviera en la tierra y aun así sabía que allí había muerto.
Si bien veía y escuchaba todo, todavía entendía poco de todo eso.
Esa disolución de mi esfera me pareció asombrosa.
Las personas en la tierra no se podrán formar una imagen acerca de eso, aunque llegará el momento en que todos lo vivan.
Vi planetas, estrellas y otros astros donde vivían personas, personas como nosotros, pero en un estado más elevado.
Nos encontramos con otros seres, pero a esas personas solo las pude observar gracias a las fuerzas de mi preceptor.
Todo esto es concentración, ajustarse interiormente, hacer la transición a todas estas sintonizaciones, pero aún no poseía la capacidad de hacerlo.
Le pregunté al hermano desde hacía cuánto tiempo ya me encontraba en las esferas.
Me dijo: “Seis meses y algunos días, según el tiempo terrenal”.
Seis meses; a mí me parecía una eternidad.
Pensé en mi mujer y mi hija.
¿Cómo las volvería a ver y cómo las encontraría?
Qué felices se pondrían cuando estuviera con ellas.
Ahora oscureció a mi alrededor, pero después volví a ver desde mi propia sintonización, porque mi luz se quedó y aun así me encontraba en una oscuridad desconocida.
Cuando le pregunté al hermano lo que significaba, me dijo: “Nos encontramos en la esfera de la tierra”.
‘Qué maravilla’, pensé.
“¿Con qué pensaba conectarse?”, me preguntó el hermano.
¿Conectarme?
¿Qué era conectarme?
“Quiere ir a encontrarse con su mujer e hija, ¿no es así?”.
“Sí, me encantaría”.
“Entonces me concentraré en usted mientras usted sigue pensando en su mujer y su hija, eso es conectarse.
Al pensar en algo y concentrarnos en eso podemos lograr la conexión”.
Ahora entendí lo que quería decir conectarse.
Así que pensé en mi casa en la tierra; allí era donde las encontraría.
Ni siquiera era difícil y, al anhelar verlas, seguía en comunicación con ellas.
Nada me parecía más sencillo.
“Mire”, dijo el hermano, “eso, frente a usted, es la tierra”.
Vi un imponente globo, que desprendía una tenue luz.
Alrededor del globo vi un círculo de luz que lo ceñía.
“La irradiación de la tierra”, dijo el hermano.
“Ese es el planeta tierra; allí vivió, allí murió”.
Lo que observaba era imponente.
“¿Sabe dónde viven?”, pregunté.
“Yo no”, dijo el hermano, “pero eso lo sabe usted, ¿no es así?”.
‘¿Cómo encontraríamos en esa gran tierra’, reflexioné, ‘a mi mujer e hija?’.
Pero el hermano dijo: “Siga pensando en ellas, así sus propios pensamientos me llevarán hasta ellas.
Como le dije, vuelvo a conectarme con usted, así que sus pensamientos nos llevan hasta donde estén ellas”.
“Qué sencillo es”, le dije al hermano.
“Todo es sencillo si conocemos las fuerzas, pero le aconsejo mantener la calma y estar tranquilo ante todo lo que vivirá.
Sobre todo recuerde controlarse”.
“Sí, lo haré”, dije.
Ahora me entró la sensación de que no podía pensar más.
Por más que quería, ni con todas mis fuerzas conseguía retener el pensamiento deseado.
Le pregunté al hermano lo que significaba eso y me dijo: “Le retiré mi fuerza y sentí que andaba planeando como una herramienta sin voluntad.
Se quedaría planeando en este lugar sin poder avanzar de no haber otras fuerzas que lo ayudaran.
De esta manera le demuestro que le queda todo esto por aprender.
Hace falta una concentración potente para lograr conectarse.
Luego, cuando posea estas fuerzas, todo será diferente para usted.
De esta manera seguiremos avanzando con su desarrollo.
Llegará el día en que podrá mantenerse en pie solo, moverse por sus propias fuerzas y actuar cuando sea requerido.
Ya estamos en la tierra.
Este viaje tomó mucho tiempo, pero quien posea la fuerza para hacerlo, podrá desplazarse tan rápido como el viento y conectarse con la tierra si hiciera falta.
Pero todo eso vendrá después”.
Cuánto asombro me causó estar de vuelta en la tierra; veía casas y calles, pero a las personas y todo lo demás de manera tan distinta.
Ahora veía a través de las personas.
¿Acaso habían cambiado?
No, solo yo había cambiado, junto con todo mi estado.
Veía la tierra desde esta vida y era sumamente particular, de modo que lanzaba un grito de admiración tras otro.
Qué milagro es estar muerto y aun así estar vivo y poder ver de nuevo en la tierra.
Ver a las personas y oírlas hablar y caminar a través de ellas, mientras que no sienten nada de eso.
Ese es el milagro más grande que vivirá el ser humano que por primera vez regresa a la tierra desde esta vida.
Me conmovió profundamente; a cualquiera le impresionaría.
Vi que habíamos llegado a un vecindario que conocía.
Allí vi mi propia calle frente a mí.
Quise volar hacia mi casa como un relámpago, pero sentí que me estaban reteniendo.
El hermano me miró y dijo: “¿En qué habíamos quedado?
Mantener la calma y controlarse en todo.
Recuerde, Gerhard: verá cosas extrañas”.
Pero cuando entré un poco en la calle que tanto conocía, me liberé de un tirón del vínculo que me apresaba y fui volando hacia mi vivienda, donde había muerto.
Agarré el timbre, pero sentí que no poseía la fuerza para hacerlo sonar.
¿Y ahora eso qué significaba?
De nuevo quise tocar el timbre y cuando me fijé bien en mis actos, vi que estaba traspasando el timbre.
El hermano, que mientras tanto me había alcanzado, me miró y dijo: “De esta manera no entrará nunca.
Yo resolveré este misterio por usted.
¿Por qué tanta prisa?
A fin de cuentas vive en la eternidad.
¿Dónde ha quedado su autocontrol?”.
Bajé la mirada y sentí que ya en este momento me había vuelto a olvidar de mí mismo.
Qué difícil, siempre tener que acordarse de eso.
“Venga, vamos a entrar”.
El hermano me precedió y atravesó la puerta.
“A nosotros no nos hace falta que nos abran; somos espíritus, Gerhard, y hemos depuesto el cuerpo material.
Venga, sígame”.
De nuevo vi que tuvo lugar un milagro; ¿quién habría pensado en eso?
Y es que no conocía aún todas esas leyes y posibilidades espirituales.
No tardamos en llegar arriba.
Sentí que el corazón me latía con fuerza, porque ahora vería a mi hija y a mi mujer.
Allí estaba en mi propia casa, aquí había muerto y aquí estaba todo lo que había dejado atrás.
¿Las vería y seguirían viviendo aquí?
Ahora escuché voces; llamé a mi mujer y esperé respuesta.
Pero no oí nada.
Luego corrí hacia la sala de estar; allí escuchaba voces.
Se hablaba de cosas domésticas, lo oía claramente.
Volví a gritar, pero no obtuve respuesta.
Pero las voces no se me hacían conocidas.
Cerca de la ventana me pareció ver una sombra.
Una vez más intenté llamar a mi mujer, pero de nuevo sin resultado.
Miré al hermano, que me preguntó: “¿No es aquella que está tejiendo allí su mujer?”.
No, ahora que veía más claramente, resultaron ser otras personas.
Aunque no las conociera, bien podrían contestar, ¿no?
Me encontraba en mi propia casa, ¿dónde estaba entonces mi mujer?
“No lo pueden oír”, dijo el hermano.
“¿No me oyen?”.
“No, porque usted es espíritu.
El ser humano en la tierra no podrá oír sus voces suaves, aunque sean claras”.
Luego grité muy fuerte.
“Eso tampoco lo oyen”, dijo el hermano.
¿Qué significaba todo esto?
Aquí había vivido, aquí tendría que volver a encontrar a mi mujer y a mi hija.
“Ay, ¡ayúdeme, hermano, quiero verlas! No quiero regresar hasta no haberlas visto a ambas”.
“¡Tranquilidad y calma, Gerhard!
¿Es ella su madre?”.
“No, no lo es”.
“Entonces nos equivocamos.
Sabía que estábamos equivocados”.
“¿Lo sabía?”, pregunté asombrado.
“Pensó en su casa y por eso vinimos aquí, pero hubiera tenido que pensar en ellas, solo en ellas.
Sentí sus pensamientos.
Así aprenderá a ajustarse con pureza y a pensar en aquello que quiere volver a encontrar y a ver.
¿Comprende?”.
“Sí, hermano”.
“Otras personas llegaron a vivir en su casa”.
Pero ¿cómo es posible, en esos pocos meses?”.
“Y sin embargo ha de ser así, aunque las encontraremos.
Venga, sígame”.
Así que había recibido la primera decepción en la tierra.
No había pensado en eso.
“Estará en casa de mi madre, ¿me puede llevar allí?”.
Ya dije que había hecho mi primer descubrimiento desagradable.
A pesar de eso estaba feliz, porque había vuelto a ver algo mío, aunque fuera tan solo la que había sido mi vivienda.
Caminamos por las calles y pronto llegamos al vecindario en el que vivían mis padres.
Ahora logré controlarme y seguí al hermano, pisándole los talones.
Aquí vivía mi madre.
Ya desde que vi el mobiliario en el pasillo supe que seguía viviendo aquí.
Reconocí varios muebles que yo mismo había acomodado en el lugar en el que seguían estando.
“¡Mamá!”, grité muy fuerte, “¡Mamá, aquí estoy, soy Gerhard!”.
Escuché con atención, pero aquí tampoco me respondían.
En medio de esta tensión, ya se me había olvidado lo que el hermano me había aclarado.
Entré corriendo a la habitación en la que había estado muchas veces, pero no vi a nadie.
¿Tendría que aguantar una segunda decepción?
Qué terrible sería.
El hermano me agarró de la mano y me detuvo.
“Lo ayudaré; sigue sin poder concentrarse.
¡Mire, allí!”.
Miré hacia el lugar que me indicaba el hermano y fue cuando vi a mi madre.
Corrí hacia ella y exclamé: “¡Mamá, mamá, aquí estoy, soy Gerhard!”.
Pero mi madre hizo como si no estuviera allí.
La volví a llamar.
“Mamá, mire, estoy vivo, aquí estoy.
Piensa que estoy muerto, pero estoy vivo”.
Pero mi madre no me veía ni me oía; seguía siendo invisible para ella.
“¿No me oye?”.
La besé en ambas mejillas, pero hizo como si no me sintiera.
Pensé que iba a tragarme la tierra.
“Mamá, ¡qué dura es!
Pero ¿qué es lo que hice?
Míreme, soy yo.
¿Qué significa todo esto?”.
De repente mi madre le dijo algo a alguien que también resultó estar allí.
Oí que hablaban, pero era tan extraño.
De nuevo traté de alcanzar a mi madre, pero no lo logré.
Empecé a perder el control de mí mismo y sentí que me volvía el miedo.
Nuevamente grité muy fuerte, pero tampoco ahora me oyó.
Otra vez escuché que le hablaba a alguien, ahora de más cerca, y luego vi quién había hablado allí; vi a mi mujer.
“¿Me dijo algo?”, preguntó.
No oí más, porque corrí hacia ella y la estreché contra mi pecho.
Qué terrible, no me sentía.
Se alejó y no logré detenerla.
Me colgué de su cuello para intentar así que no se alejara.
Pero hacía lo que quería.
‘Los corazones de las personas en la tierra se han petrificado’, pensé.
‘¿Qué les pasa para que no me reconozcan?’.
Grité muy fuerte pero no me oyó e hizo como si no estuviera allí.
De nuevo corrí hacia ella y la estreché contra mí, la besé en la boca, en las mejillas y en la frente, pero no me sentía.
Ya no existía para ella, porque estaba muerto.
Y sin embargo vivía.
Mareado, con la cabeza caída, estaba allí como destrozado.
Cuánto la había deseado, y ahora no podía alcanzarla.
De nuevo lo intenté con mi madre, pero fue en vano.
La agarré con fuerza, le pellizqué el brazo, tanto que pensé que iba a fracturarle esa parte del cuerpo, pero no me sintió y siguió insensible ante mí.
De nuevo grité: “Mamá, ¿es que he cambiado tanto?
Pero ¡si yo la amo!”, y la sacudí, pero me sacudía a mí mismo; no logré conectarme.
Me arrodillé frente a ella y la miré a los ojos, pero su mirada me atravesaba.
Sus ojos solo veían lo que pertenecía a la tierra, pero no me podía ver a mí.
Me asaltó un sentimiento doloroso, una profunda miseria, rompiéndome por dentro.
¡Cuánto había sufrido ya!
No había contado con esto, fue demasiado para mí.
Sus ojos estaban y seguían estando ciegos.
No me podía oír ni tampoco sentir.
Ni sentimiento, ni vista, ni oído, ¡vaya decepción!
Todo esto me enojó; me olvidé de mí mismo y corrí hacia mi mujer.
La estrujé contra el pecho con toda la fuerza que tenía dentro, le besé con violencia las mejillas, la boca y la frente, oí que le latía mucho el corazón, pero la tuve que soltar, porque caminó a través de mí.
No obstante, algo había sentido de mí, porque le dijo a mi madre: “Qué raro, mamá, hace un momento me dieron unas intensas palpitaciones”.
Mi madre no respondió, sino que se la quedó mirando.
Seguí la mirada de mi madre y sentí que volvían mi inquietud, la sed y la garganta hinchada.
Ya no era yo mismo, pero aquí había agua: corrí a la cocina y quise abrir el grifo.
Pero tampoco pude hacer eso.
¿O sea, que ni siquiera podía hacerme con algo de beber?
Golpeaba con fuerza el grifo, pero los golpes lo atravesaban.
Luego volví a correr hacia la sala.
No veía al hermano, me había olvidado de él.
Estaba luchando conmigo mismo como un demente.
Se me habían vuelto a olvidar la vida espiritual y el control de mí mismo.
¡Estaba viviendo unas terribles experiencias nuevas!
Me volví a arrodillar y grité: “¡Mamá, mamá!”.
Luego me levanté de un salto e intenté llegar a donde estaba mi mujer, pero no sintió nada en absoluto, estaba aun más lejos de mí que mi madre.
En un rincón de la habitación vi de repente a mi hija.
Llamé a la pequeña, pero la niña no me oyó tampoco.
‘Dios mío’, pensé, ‘lo que me faltaba’.
Todos mis seres queridos estaban sordos y ciegos y, por lo visto, yo ya no existía para ellos.
Con mi hija me tranquilicé un poco; jugaba allí tan plácidamente que pude pensar con algo más de calma.
Solo entonces vi al hermano.
Estaba allí en la entrada de la habitación, los brazos cruzados en el pecho, y me observaba.
Empecé a temblar y a avergonzarme, sintiéndome como paralizado.
Agitó esa cabeza bella e inteligente y se me acercó.
“Gerhard, amigo mío, de esta manera nunca llegarás donde están ellas.
Lo dejé hacer, pero vi cómo actuó y que todo se le ha vuelto a olvidar.
Para la tierra está muerto, amigo querido, ¿ya no lo olvidará nunca más?
Escuche: si fueran clarividentes, hubieran podido observarlo, pero no pueden ni ver, ni oír; ninguna posee ese don.
Por más fuerte que grite, no lo oyen.
No podría fracturarles los brazos ni las piernas aunque quisiera”.
El hermano me lanzó una profunda mirada y entendí.
Qué brusco había sido.
El hermano prosiguió: “Ellas viven en la vida material y usted en el espíritu.
Para que puedan observarlo, se necesita una conexión.
Quienes viven en el espíritu y son médiums clarividentes y clariaudientes, y por lo tanto poseen estos dones, pueden escuchar nuestras voces tenues, aunque claras.
Ven y sienten nuestra vida.
Así que tienen que sentir interés por nuestra vida; si no, las personas siguen inalcanzables, por más buenos que sean los instrumentos que tengamos.
Su fe y mil cosas más las detienen.
Sin embargo, me puedo imaginar el estado de usted, porque muchos se olvidan de ellos mismos al volver a la tierra por primera vez.
Sin embargo, tiene que saber controlarse en todo”.
Miré al hermano mientras las lágrimas me corrían por las mejillas.
“¿Ahora qué debemos hacer?
¿Dónde están mis hermanas y mi padre?
¿Es de día o de noche?”, le pregunté al hermano.
“En la tierra es mediodía, pero en este momento no sé todavía dónde están sus demás seres queridos.
Ya lo ve, hay diferentes situaciones que le impiden conectarse con ellos”.
¿Qué había pasado con mi alegría?
Allí estaban mis seres queridos y no podía alcanzar a ni uno.
Aquí yo ya no tenía nada que hacer.
Ellas vivían, yo vivía y a pesar de eso no lográbamos conectarnos.
Me había vuelto a tranquilizar, junto a mi hija había recuperado la calma.
‘Gracias a Dios’, pensé, ‘que las cosas no fueron a más’; por poco había vuelto a entrar en ese terrible estado.
Pero qué miseria volver a la tierra y que no se te oiga ni se te vea.
A pesar de eso no podía irme, porque me tiraban hacia ellas y me apresaban.
Sentí su amor y eso me mareó.
De nuevo besé a mi madre, mujer e hija y volví donde estaba mi madre.
Me arrodillé ante sus pies y recé con mucho fervor por que algún día se me concediera alcanzarlas.
Me fui cada vez más hacia las profundidades y ya no supe que vivía.
Había una gran tristeza en mí, que me venció y por la que me quedé dormido.
Cuando desperté estaba en mi propia habitación.
Estaba lejos de la tierra y ahora me puse a meditar sobre todo lo que había vivido en la esfera de la tierra.
¡Qué decepción!
Pero ¿quién me había traído a este lugar?
No logré acordarme de nada relacionado con el viaje de regreso.
En cambio, sí me acordaba claramente de todo lo de la tierra.
Mientras tanto me aseguré de mantener la calma, porque no quería recaer otra vez.
Luego, con la cabeza apoyada en las manos, lloré durante mucho tiempo y parecía no poder parar.
¿Podría imaginarse la gente en la tierra nuestra tristeza?
Bueno, si en la tierra no conocen una tristeza como esta; es la tristeza del espíritu.
¡Oh, sagrado espiritualismo, el medio de comunicación!
Si no existiera, ni siquiera podría contar todo esto.
Aún no sabía mucho de ello, pero ahora sentía lo sagrado que era el espiritualismo.
Me quedé reflexionando durante un largo rato y quise volver a la tierra, quise volver a vivir todo, pero ahora de manera consciente.
No había aprendido nada aún.
Si tan solo fuera posible.
El hermano me había traído de vuelta.
Qué bien se había portado al no dejarme solo en la esfera de la tierra.
A pesar de eso, me había olvidado de mí mismo y por poco le había roto el brazo a mi madre.
Ay, ¡cómo me dolía!
Cuando todavía vivía en la tierra, no habría hecho jamás algo por el estilo.
Qué antinatural fue todo esto, este reencuentro, y aun así era la realidad, solo que tan increíblemente extraño.
Todavía sentía el latir del corazón de mi mujer, lo había sentido claramente y me había asustado.
A pesar de eso, ella no me veía ni me sentía.
Qué abismo nos separaba; tendría que haber algo que lo pudiera salvar, y eso era el espiritismo.
Sin embargo, ellas tampoco querían tener nada que ver con el espiritismo.
Mientras pensaba en todo esto, entró mi preceptor.
“¿Sigues triste, Gerhard?”.
“No”, le dije, “ya no quiero conformarme con lo inevitable.
Le di gracias a Dios y también a usted le agradezco todo.
Aun así, quisiera pedirle si puedo volver, porque me encantaría vivirlo de nuevo, pero de manera consciente.
Ahora sabré mantenerme firme”.
“Claro, podemos partir de inmediato y me parece glorioso que usted mismo haya llegado a esta decisión.
Tiene que terminar este trabajo, si no, no podrá estar tranquilo”.
Me preparé y poco después íbamos camino a la tierra por segunda vez.
Ahora fui planeando de forma consciente hacia la tierra.
Aprendí a concentrarme y así a ir cada vez más rápido, y me pareció glorioso.
Me enfoqué muy intensamente y avanzamos a gran velocidad.
Luego dejé que mi concentración se atenuara, por lo que mi velocidad disminuyó.
¡Me pareció de lo más interesante!
Miré al hermano y sonrió.
“Continúe”, dijo, “lo sigo”.
Cuánta felicidad me causaba poder hacer esto y con esa felicidad ya no sentí más tristeza.
Haciendo la transición a esto y aprendiéndolo, me entró una fuerza nueva.
Con mucha claridad vi ahora la tierra ante mí y pronto llegaríamos.
Había vuelto a encontrar la tierra con mis propias fuerzas.
“Podemos ir más rápido”, dijo el hermano, “lo intentaremos, pero no tenga miedo, porque no va a chocar con nada”.
Ahora sentí que surgió en mí una concentración potente y nos desplazamos como un rayo.
Todo desapareció ante mis ojos, dado que me había sintonizado con un solo punto.
Qué maravillosas esas fuerzas del espíritu; ¡qué grandes pueden ser las fuerzas humanas!
Mi último temor había desaparecido y entramos a la esfera de la tierra.
“¿Me ayudó, hermano?”.
“No, esta vez lo dejé hacer”, dijo.
¡Qué feliz me sentí!
De nuevo entré a la vivienda de mi madre y caminé por las habitaciones, pero ahora no vi a nadie.
¿No estaban en casa?
“Están dormidas”, dijo el hermano, “en la tierra es de noche ahora”.
Luego me dirigí a su habitación; allí la encontraría.
Me detuve junto a la puerta y escuché.
¿Era mi madre, la que estaba allí en la cama?
El hermano me hizo una señal para que me acercara.
Sí, era ella; mi madre estaba descansando profundamente.
“Su madre está enferma”.
“¿Enferma?”, pregunté.
“Una ligera indisposición”.
“¿Cómo lo sabe tan pronto?”.
“Lo veo en su irradiación: concentración, amigo mío”.
Ahora ya no la llamé, ya que sabía que de cualquier manera no me oiría.
“La veo tan claramente”, le dije asombrado al hermano, “¿eso quiere decir algo?”.
“La vez pasada usted mismo estaba exaltado y por eso la percibió a través de mi fuerza.
Ahora ve conscientemente”.
¿Así que también eso lo había asimilado?
“Solo porque se ha controlado”, dijo mi preceptor.
“¿Va a hacer ella la transición, hermano?”.
“No, se va a recuperar.
Tendrá que permanecer en la tierra todavía durante muchos años.
Más tarde usted vendrá por ella, porque lo empezará a sentir interiormente”.
Ahora miré hacia el lugar que el hermano me señaló y me sobresalté.
¿Qué era eso?
Al lado de mi madre y recubriéndola vi una figura luminosa.
El ser emanaba una luz hermosa que la iluminaba.
Un ser bello la radiaba con luz mientras le posaba las manos en la frente.
Mi madre recibía tratamiento, un espíritu la estaba ayudando, lo sentí de inmediato.
¿Cómo era posible que no hubiera observado esa aparición antes?
El hermano me susurró que era un ser con una sintonización superior, que yo todavía no podía observar bien.
Eso tampoco podría hacerlo sino más tarde.
Durante un rato considerable, el ser permaneció en esta posición, inclinado sobre mi madre, con las manos despidiendo un potente rayo de luz.
Inesperadamente, el ser se volvió y me miró, y ahora mi vista encontró dos hermosos ojos humanos que brillaban como soles.
Así brillaban también los ojos de mi preceptor, porque en ellos también veía esa misma vigorosa irradiación.
Yo conocía a ese espíritu, pero ¿dónde lo había visto?
De repente me acordé.
“Abuelo, ¡ay abuelo! ¿Es usted?
¿Aquí, con mi madre?
¡Sé que murió hace ya mucho!
¿Sabía usted que yo también estaba en esta vida?”.
“Así es, hijo, lo sabía desde mucho antes de que entraras en esta vida”.
“¿Y no vino a buscarme?”.
“Todo está bien tal como sucede”.
¿Qué milagros viviré esta vez?
“¿Cómo llegó a la tierra, abuelo?”.
“Lo mismo podría preguntarte a ti”.
“Es cierto”, dije, “pero es glorioso poseer algo mío en esta vida”, y acto seguido corrí hacia él para abrazarlo.
Era como si aún viviéramos en la tierra.
Cuántas veces no me había sentado en su regazo.
¡Cuánto me quería mi abuelo!
Ahora empezaron a pasarme los años de mi juventud y en ellos vi muchos momentos bonitos.
“¿Hace cuánto ya que murió?”.
“Hace mucho, hijo”.
“¿Cómo supo que mi madre estaba enferma?”.
“Milagros de la vida espiritual, Gerhard”.
Me puso las hermosas manos en la cabeza y sentí como me entraba su tranquilidad.
Al hacerlo me miró a los ojos y dijo: “¿Serás fuerte y trabajarás en ti mismo?”.
“Sí, se lo prometo”, dije.
“Es una buena persona, abuelo, me han hablado tanto de usted”.
“Ya cuando eras pequeño volvía de vez en cuando a la tierra.
Te contaré algo de mi vida; ven a sentarte aquí a mi lado”.
Nos sentamos en un rincón de la habitación, también mi preceptor, y ahora el abuelo se puso a contar acerca de su vida.
Oh, ¡fue un momento de lo más bello!
Habló de su vida en la tierra y de su transición hasta este encuentro.
Pero qué grandioso era todo.
Al mismo tiempo me abrió los ojos.
Vivía en la segunda esfera y era un espíritu feliz.
Velaba por ella, su hija, mi madre.
¿No es maravilloso, Jozef?
¿Llegará el hombre a entenderlo algún día?
Te cuento la verdad sagrada, Jozef, se me concedió vivir todo esto.
Esto hay que vivirlo para poder intuir lo maravilloso que es y solo entonces el ser humano le da las gracias a su Padre, su Dios.
Qué grande era ahora mi felicidad.
Estuvimos juntos durante un largo rato, pero no podríamos permanecer allí.
“Sigue a tu líder espiritual, haz lo que él te diga, Gerhard”, dijo el abuelo.
“Trabaja en ti mismo, ¡yo los cuido y velo por todos!”.
“Es un gran consuelo”, dije; “ahora puedo trabajar en mí mismo con el corazón en paz”.
“Nos volveremos a ver; ayudaré a mis hijos, y de igual manera a tu mujer e hija”.
“¿Sabe dónde están?”.
“Aquí al lado, sígueme.
No olvides que están dormidas y que les hace falta ese descanso.
¿Te acercarás a ellas en silencio?”.
“Con serenidad, abuelo, con serenidad”.
Me guió hasta donde estaban quienes me pertenecían.
Allí yacía mi hija querida y del otro lado su madre, mi mujer.
Su sueño era sobre el reencuentro, pero que yo estuviera aquí parado y tan cerca, que la mirara con detenimiento y siguiera su sueño, no, eso ella no lo podría aceptar.
Era algo demasiado profundo para su alma sencilla.
Pero llegaría el día en que también a ella se le abrirían los ojos.
No, no podía pensar mal de mí; en ella había amor, amor por mí y me acordé de mi propio sueño que se me había impuesto.
Ahora podría hacerla soñar y sentí de qué manera podría alcanzarla.
Así se dejaba soñar al hombre.
Sueños que se les dan desde el espíritu.
Sueños que eran predicciones, sueños de amor y de reencuentros.
Sentí un profundo respeto por esa cosa grande que era Dios.
Ahora empezó a moverse; tenía que parar o la molestaría.
Qué fácil es llegar hasta el ser humano cuando duerme.
Entonces su concentración se encuentra anulada y el espíritu puede conectarse en silencio.
Vi cómo trabajaba su corazón y sentí que su sistema nervioso estaba tenso.
Estaba en duelo por mi muerte, y sin embargo yo estaba vivo.
Luego la tomé de la mano y le di un beso en la frente.
De repente hubo un movimiento en ella; su espíritu estaba cobrando conciencia, los órganos materiales volvían a trabajar más deprisa.
Vi y sentí cómo el espíritu ponía en funcionamiento el cuerpo material.
Este momento me resultó interesante.
Despertó, abrió los ojos, pero no me vio ni me sintió.
En ese preciso instante me retiré y se volvió a quedar dormida.
Hubiera querido seguir allí durante horas, pero eso no me era concedido, ni se podía.
Durante largo rato estuve allí, absorto en pensamientos.
Pero qué bello es el ser humano cuando en su interior lleva posesiones espirituales y puede encontrar su sintonización con el otro lado.
Mis preceptores me habían dado la oportunidad de vivirlo.
Ambos me estaban mirando ahora y entendí: el abuelo había querido esto y le estaba profundamente agradecido por ello.
De mi mujer fui ahora adonde la niña.
Me acurruqué junto a mi hija y la estreché contra mi pecho; después me despedí en silencio.
“Sígueme”, dijo mi abuelo, “te mostraré a un ser más”.
En otra habitación vi a mi padre.
No había pensado en él para nada, ya que no teníamos una conexión fuerte.
Qué extraño que eso se hiciera sentir en la vida después de la muerte.
A pesar de eso, lo amaba con toda mi alma, pero teníamos diferentes naturalezas; nuestros caracteres no eran afines.
En la tierra no había podido comprenderlo y ahora vi por qué no había sido posible.
Le puse las manos en la cabeza y pensé en el momento en que también él entraría en esta vida.
De este lado nos intuiríamos mejor.
Dormía en esta habitación para que descansara mi madre, lo entendí perfectamente.
En un rincón de la habitación vi mi propio retrato y junto a él estaba prendida una velita en honor mío.
A fin de cuentas, estaba muerto, y eso era lo que se hacía por un muerto.
Absorto en pensamientos me quedé mirando la pequeña llama.
¿Me hacía feliz?
No, me hubiera gustado tanto sentir prendida la luz sagrada del espiritualismo en sus almas, la seguridad de que estaba aquí y vivía.
Qué feliz me haría eso.
Pero su fe los retenía y todavía no me era posible salvar ese abismo.
Sabía con cuánta intensidad creían, pero qué terrible era eso en el fondo.
Mi madre frecuentaba la iglesia y rezaría por mí y por todos los demás a los que amaba.
Ahora rezaría más por mí, lo sabía de sobra.
‘Mamá’, dije interiormente, ‘mamá, rece por usted misma, que Dios le abra los ojos.
Que Dios la lleve por este camino, el camino de la conexión.
Que Dios me dé la fuerza para sacudirlos y despertarlos a todos’.
Solo ahora sentí que mi vida del otro lado iba a empezar.
Me despedí de mi abuelo.
“Saca fuerza de todo esto, Gerhard”.
“Lo haré, abuelo”.
“Ya me voy”.
Me miró detenidamente a los ojos y ya no se pronunció otra palabra más.
Le apreté las manos y sentí cómo se disolvían en las mías.
Toda la aparición se disolvió, envuelta en una emanación.
“Hasta siempre”, le oí decir, “que Dios te bendiga”.
Cuando la luz desapareció, mi abuelo había hecho la transición a un estado que me era desconocido.
Allí, tras esa emanación, vivía.
Ahora lo sabía, ya que lo había visto y había hablado con él.
Sentí cómo me llegaba su amor desde ese lugar.
Así se retira el espíritu después de haberse manifestado en la tierra; el espíritu que vive tras el velo y que queda oculto para los seres humanos en la tierra.
Esa emanación mantenía oculta una verdad que solo yo conocía.
Ocultaba un tesoro que me era muy entrañable.
Tras esa emanación se encontraba el amor abnegado.
Es la vida dentro y alrededor del ser humano que muchos aún desconocen.
Es el espiritualismo que hace que se esfume esa emanación y que nos hace visibles.
Es lo más sagrado que se le ha dado al hombre.
Estaba agradecido, oh, ¡tan agradecido!
Cuando hube vivido todo esto, murmuré con lágrimas en los ojos: “Padre bueno, Padre amado”, cubriéndome los ojos con las manos mientras caía de rodillas para agradecerle a Dios su bondad.
¿Puedes entender y sentir lo que me estaba ocurriendo por dentro, Jozef, que tras tantas decepciones y tanta búsqueda pudiera vivir esto?
Que exista un amor que supera todo, que te hace olvidarte y perderte.
Todo esto hace estremecerte de sagrado respeto ante esa cosa imponente y te hace tomar conciencia de tu propia pequeñez e insignificancia.
En la ignorancia arrastras por el lodo lo más sagrado y te burlas de las sagradas fuerzas y leyes de Dios.
Fuerzas gracias a las cuales los seres humanos en la tierra pueden recibir conexión con nosotros.
Cuando sentí todo esto, me quitó el aliento.
Sentí la proyección de la sombra de ese otro amor, más grande aún, un calor intenso que impregna por entero el alma humana.
Tener la oportunidad de vivirlo algún día: estaba dispuesto a entregarme completamente a eso.
Había estado en la tierra por segunda vez y en esta ocasión me había enriquecido en el espíritu.
Ya no me molestaban todos mis fenómenos terrenales y sabía por qué.
Ahora me estaba preparando para partir y volver a las esferas.
Por ahora tenía suficientes cosas para reflexionar.
Sin embargo, todavía no pensaba en ti, Jozef, eso fue solo más tarde.
Esto se explica porque otras cosas se apropiaban de mí por completo y entonces no puedes pensar en nada más.
Así es nuestra vida, porque aquí no haces más que una cosa a la vez.
Pronto llegamos a las esferas y pude volver a reflexionar.
Permanecí en este estado durante mucho tiempo, Jozef, tal vez fueron semanas.
Después sentí que me llegaban pensamientos gloriosos y fue solo entonces que me di cuenta de que pensabas en mí y que rezabas por mí.
Oh, ¡qué feliz me sentí de poder captarlo de manera consciente! Te lo agradecí mucho.
Mira, de esta manera una oración tiene mucha fuerza, porque se manda conscientemente.
Tú me mandabas tu felicidad, pero otras oraciones muchas veces te ponen triste, al estarlo el propio ser humano.
Ahora me entraron pensamientos de felicidad y saber.
Ahora te puedo contar que una oración mandada con plena conciencia puede obrar milagros.
Te da fuerza y te proporciona un intenso calor.
Sentía tu amor y amistad hacia mí.
Después empecé a pensar en mí mismo de nuevo.
Le recé a Dios fervorosamente, porque quería empezar a hacer algo por los demás.
Había una gran paz en mí y ahora poseía la concentración.
Había conocido a Dios, conocía ahora una mínima parte de la Grandeza, que vela por todos Sus hijos.
Ahora podía rezar desde lo más profundo de mi alma y le di gracias a Dios por todo lo bello que me había sido dado.
Después fui a visitar al hermano, porque ahora me podía mover libremente por mi esfera.
Me miró y él también estaba feliz.
¡Cuánto había cambiado ya!
“Mire la naturaleza”, dijo, “verá todo distinto; ahora lo grisáceo ha desaparecido”.
Estaba viendo la naturaleza como había sido siempre, pero era porque dentro de mí todo era tan diferente y por haberme convertido en otra persona.
“Ya ve”, dijo el hermano, “que al entrar aquí el ser humano es uno con la naturaleza”.
Ahora yo era como los demás que vivían aquí.
Algo crecía y se había despertado en mí.
Le pregunté al hermano qué hacer; así no podía seguir.
Quería asimilar otras fuerzas, quería servir y trabajar, como él.
“Escuche, amigo mío”, dijo el hermano.
“Ahora hemos llegado al punto en que quiere ponerse a trabajar por los demás.
En usted hay una voluntad fuerte, pero para eso también hace falta conocimiento.
Sabe aún tan poco de esta vida y hay todavía tantas cosas que tendrá que aprender.
Lo que le mostré en la esfera de la tierra fue por su propio bien y fue para que se desprendiera de ella.
Supongo que ya sentirá que escogí el camino correcto, ¿verdad?
Si hubiéramos vuelto de inmediato, se hubiera olvidado de sí mismo en la tierra y las consecuencias habrían sido terribles.
Pero todo eso ahora lo ha dejado muy atrás.
Sin embargo, también ahora podríamos regresar y le podría mostrar todas las leyes espirituales, así como de qué manera podemos trabajar allí como lo hacen su abuelo y otros, pero para eso también hace falta conocimiento.
Aquí en nuestra propia sintonización también podemos aprenderlo.
Así que si regresáramos pese a ello, sí aprendería, pero no podría hacer nada por los demás, y esa no es la idea.
Así que escuche, Gerhard: pase por la escuela en la que le aclararán todas las condiciones de transición, de la más elevada hasta la más baja.
Allí llegará a conocer diferentes cielos e infiernos”.
“¿Infiernos, dice?”.
“Exacto, ya le hablé de eso, pero fue en el momento en que iba a dormir”.
“Asombroso”, dije, “¿aún lo recuerda?”.
“Ya lo ve, no se me ha olvidado, pero ahora escuche.
Allí llegará a conocer las sintonizaciones espirituales, además de otras leyes y fuerzas, planetas y estrellas, hombres y animales, hasta lo más elevado.
Ese es el ciclo del alma.
Esa escuela dura unos meses según los cálculos terrenales.
Cualquiera que piense naturalmente, que haya depuesto la vida terrenal y que haya hecho la transición a esta vida asistirá a ella.
Solo cuando usted haya pasado por esa escuela bajará a las esferas oscuras y empezará su vida, su cometido de significar algo para los demás.
Bajar a las regiones oscuras es el trabajo más difícil que conocemos de este lado, pero allí aprenderá en tres meses más que en tres años en otras condiciones.
Ya sentirá lo difícil que es ese descenso, pero en esa escuela se lo aclararán.
La vida en las esferas oscuras, amigo mío, es terrible, pero decídalo usted mismo; no tengo consejos para darle al respecto.
Solo le cuento lo que se puede hacer.
Así que piénselo bien, porque hace falta mucho sacrificio para trabajar allí.
Pero allí no hay fuego, como ya le dije antes”, y me miró al decirlo, “allí lo que hay es el fuego de las pasiones y de la violencia; son los que han caído muy bajo los que viven allí.
Solo descenderá allí para ayudar a los demás.
Venga, demos un paseo y le enseñaré también a otras personas que llevan ya más tiempo aquí, pero que siguen sin asimilar nada.
Al principio le hablé de eso.
Piense entonces en lo que le acabo de decir y luego me dice lo que haya decidido”.
Nos encontramos con muchas personas, pero el hermano no me decía nada.
Yo sopesaba los argumentos, aunque no me hizo falta reflexionar durante mucho tiempo.
Sí, quería descender; tenía que avanzar para asimilar fuerzas espirituales.
Por más terrible que fuera allí, quería.
Le pregunté: “¿Usted también descendió cuando se lo contaron?”.
El hermano asintió con la cabeza que así fue, y yo ya me había decidido y le dije: “Decidí que me gustaría descender”.
“Excelente, Gerhard, usted sigue mi camino y el de otros miles”, y me agarró del brazo, mientras decía: “Ya pensaba, no, más bien sabía, que decidiría hacer el trabajo más pesado.
Luego disfrutará los beneficios”.
“Y ¿cuándo puedo descender?”.
“Bueno, no se apresure tanto, ¿se le olvida que primero irá a la escuela?
Después vivirá otras condiciones que yo le mostraré y solo después descenderá.
Admiro su voluntad firme y me parece glorioso.
En la escuela, como ya le dije, llegará a conocer varias leyes y los maestros son espíritus de esferas más elevadas.
En la oscuridad se le plantearán problemas diversos y todos pueden destruirlo.
Puede volver a hundirse y esa no es la idea”.
“Vaya, ¿no era ya imposible eso?”.
“Tiene que ir más despacio, no sabe quiénes viven allí, todavía desconoce sus repugnantes y terribles fuerzas.
Todas esas fuerzas y resistencias pueden desanimarlo y quiero protegerlo.
En estos momentos ya no estoy apostando toda su personalidad.
Esa apuesta se está volviendo demasiado cara.
Así que, cuando regrese de la escuela, le enseñaré muchas otras condiciones y eso también lo alentará a esforzarse.
Y habrá sorpresas, pero eso será después de su examen.
Allí le enseñarán cómo conectarse.
Ya ha vivido algunas transiciones, más en particular la transición a la tierra”.
Llegamos a una amplia plaza donde estaban reunidas muchas personas.
Entre ellas vi a muchas con las que ya me había encontrado anteriormente.
Ahora entendí a toda esta gente, conocía su sintonización y podía seguirlos en el espíritu.
“Mire allí”, dijo el hermano, “esa señora mayor ha dejado la tierra hace ya mucho tiempo.
Lleva ropas terrenales, porque estos son sus pensamientos, y aun así llegará el día en que tendrá que deponerlas.
Así que, si quiere ser sencilla, tiene que renunciar a sus posesiones, pero todavía no es posible.
Si la sigue en sus pensamientos, sentirá su propia sintonización y le quedará claro cuánto le queda por recorrer.
Primero ese atuendo, luego su personalidad entera.
Por eso debe alegrarse por haber llegado aquí en ese traje de enterrador, porque si no, habría tenido que deponer aun más cosas.
Ni el oro o las gemas le oscurecen su luz espiritual, ni el dinero o los bienes lo tiran de vuelta a la tierra.
Pero mire a estas pobres criaturas, llevan puesto lo que usaban en la tierra y esto en sí no sería tan terrible, pero no pertenece a esta vida.
Por eso su lucha será terrible.
Sabe de qué manera sucede ese deponer, no tengo que contarle nada sobre eso.
Ellos también maldecirán esta vida y todo lo que tenga que ver con su propia personalidad.
Solo entonces se les caerá la vida terrenal y entrarán aquí.
Así que viven en la vida del espíritu, pero en sus sentimientos siguen en la tierra.
La señora llora porque piensa que se le está descuidando.
Pero es imposible alcanzarla y por eso no se le puede ayudar.
Todo esto no se lo hubiera podido aclarar al principio; no lo habría entendido.
A pesar de eso, muchos de ellos saben que han muerto en la tierra.
Otros siguen sin poder aceptarlo y llevan su vida como ellos mismos quieren.
Pero en la eternidad son muertos en vida.
Tienen que empezar con ellos mismos, antes no cambiará su estado, es imposible.
Más tarde podrá hablar con ellos; ahora se lo desaconsejo de la manera más tajante.
Los hermanos y las hermanas están aquí para ayudarlos a todos ellos; eso ya le habrá quedado claro.
Ese hombre viejo, allá, es un muerto en vida.
Se siente todo un señor, pero eso pertenece a la tierra.
De este lado, todos somos niños en el espíritu y quien no lo es, tendrá que aprenderlo.
Se siente toda una personalidad y presume de lo que fue y logró en la tierra.
Sin embargo, usted lo sabe, todo esto es terrenal y no tiene aquí ningún significado.
Hablan de asuntos terrenales y viven del otro lado.
¿Acaso es tan extraño que no porten posesiones espirituales?
¿Que vivan en una esfera situada entre la sintonización de materia basta y la espiritual?
¿Que no posean luz y que se hayan cerrado a todo lo bello que poseemos de este lado?
¿No es triste?
Se les habla de esta vida y escuchan atentamente, pero no viven de acuerdo con eso.
Se sienten felices, pero para nosotros, su felicidad no tiene ningún valor.
Por eso son muertos en vida, exactamente como en la tierra; así viven allá estas personas y en el mismo estado llegan aquí.
Se cierran a la vida espiritual, todavía no la necesitan.
Pero llegará ese día, tal vez después de muchos años.
Créame cuando le digo que pasarán decenas de años antes de que empiecen a trabajar en ellos mismos.
No son malos, sino que no portan posesiones.
De esta manera verá qué glorioso es cuando ya en la tierra está uno enterado de la pervivencia eterna y llega aquí con pocas pertenencias terrenales.
Aquellos que en la tierra se sintonizaron con nuestra vida y vivieron de acuerdo a eso viven ya en las esferas más elevadas.
Llegaron hasta la primera y segunda esfera y son felices en el espíritu.
Aquí, entre estas personas, están los intelectuales de la tierra; sienten el amor, aunque solo por ellos mismos.
Aquí ricos y pobres conviven, pero los niños viven en las esferas más elevadas.
Un niño que en la tierra haya muerto pequeño tiene otra sintonización que la que ellos poseen.
Sin embargo, en la escuela llegará a conocer todas esas sintonizaciones.
Le repito, todas estas personas, y hay miles aquí, no son malas, no tuvieron una vida animal, sino que les falta deponerse a ellas mismas.
Podría mostrarle cientos más de condiciones parecidas, pero quiero que sea suficiente así, ya que se puede imaginar todas las demás situaciones.
Mire, allí está nuestro edificio”.