Noche del jueves 30 de octubre de 1952

—Buenas noches, señoras y señores.
(Gente en la sala):

—Buenas noches.
—La otra vez tuve que parar cuando surgieron las preguntas del señor Berends.
Bueno, la leeré un momento y después seguimos.
Aquí tengo: “Hay que perder algo de la personalidad para querer vivir las leyes divinas”.
Y eso es lo que he tratado.
Y “El alma lo tienen que despertar los maestros”, dice el señor Berends.
Pero eso se lo expliqué.
“Para vivir la vida interior”.
La vida interior, si la acepta usted todavía brevemente y la siente, poder vivir la vida interiormente, eso es un libro de mil páginas.
¿Qué es la vida interior?
Después de todos los libros y de las lecturas y de las conferencias la gente sigue estando confundida.
¿Qué es, en realidad, el subconsciente?
¿Qué es el sentimiento?
Se habla de cuatro cosas, asuntos.
La vida, ¿verdad? ¿Qué es?
En realidad no lo saben.
No lo sabe nadie, dicen.
Se habla del alma, del espíritu, de los sentimientos y la personalidad.
Es ese reloj completo.
Y eso es el ser humano.
Y entonces le añadimos un organismo, es el tempo, la casita, es el aspecto externo.
Y lo interior es ese motor, y eso es vida, alma, espíritu, sentimiento, personalidad.
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

—Pasen, señor y señora.
Allí tenemos todavía dos sillas.
Cerca de la estufa.
Solo que eso cuesta diez céntimos más.
Diez céntimos más, da bastante igual, ¿no, señor?
(Señor en la sala):

—Igual valen hasta veinticinco céntimos.
—¿Que valen veinticinco céntimos?
Mira por dónde, señor.
Vamos por buen camino.
Vamos por buen camino, señor, porque si esto me lo pongo a...
Estamos hablando de dinero.
Pero el domingo por la mañana, antes de que viniera el maestro Zelanus, había dos mil florines encima de la mesa.
Llegamos a casa y había quinientos florines en el pasillo.
Y el lunes por la mañana llegaron quinientos por correo.
Así que no nos va mal.
Son tres mil florines.
Lo recibieron los maestros, no de sus clientes, sino de sus adeptos.
Ya me puedo poner a dar las gracias a esa gente.
No va a acompañado de nombres, de nada.
Si lo sujeto así igual hay un tintineo, pero ante eso no reaccionamos.
Ya hay que restar algo, un toque, para ‘Jeus III’, es lo que toca.
Pero el resto ya va a volver a comenzar, y a edificar...
Esperemos que algún día logremos terminar la cosmología.
Porque si esta la tuvieran entre sus manos, las conferencias en Diligentia les servirían de aún más.
El maestro Zelanus —eso lo veo, lo vi y lo oí— saca de allí todo lo que hay, ¿verdad?
Los conduce hasta el infinito.
Dice: “Haremos dramas con esto”.
Pero siente y oye usted...
Alguna vez he dicho: “No, la gente no aprende nada”.
Pero entonces tengo que inclinar la cabeza, ¿verdad?, recibimos ayuda.
Ahora solo falta alguien con setenta y cinco millones de florines, y así estaremos de golpe encima.

(Risas).

Siempre que reciba esos dos millones de florines y se cumpla mi sueño.
¿Se acuerda de él, señor?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Sí, vaya.
(En alemán): “Quién sabe”, dicen en la cuenca del Ruhr.
“Quién sabe”.
Puede pasar.
Puede pasar.
Pero ya lo ve, señor, esos veinticinco céntimos también se añaden.
No, oiga, que no me los olvido.
Es que, claro, dicen que soy un ladrón de dinero.
Pero solo hace falta que lo tengan en cuenta, señoras y señores, está en el sitio adecuado y se irá a los libros, sin falta.
Yo ni siquiera pido nada, y nosotros tampoco pedimos nada.
De vez en cuando un hermoso lacito.
Nos toca, ¿no?
Las cosas como son.
Pero aquí, señor Berends, de eso se trata: ¿qué es la vida?
¿Qué es el sentimiento?
¿Qué es el alma?
¿Qué es el espíritu?
¿Y qué es la personalidad?
Son... ya solo para la personalidad es un libro entero.
Los sentimientos son tremendamente profundos, pero eso, a su vez, es la personalidad.
Pero el alma...
Siguen chapuceando, buscando el alma.
No hay ningún teólogo ni catedrático que pueda decir infaliblemente: “Bien, eso es del alma, aquello es de la vida y esto es del sentimiento”.
Y después existe ese terrible subconsciente, la personalidad.
Todo eso es el ser humano.
Ya podría dar yo... el maestro Zelanus podría dar sobre fácilmente mil conferencias.
Miren, la ‘Cosmología’, los cinco primeros tomos los tengo en mis manos.
Había siete, pero han sido recortados.
Pero la ‘Cosmología’ solo sobre los sentimientos del ser humano, para el ser humano, la personalidad, el subconsciente, es algo con lo que tenemos que empezar cuando nosotros...
Estos libros terminan con el final de la guerra, estos cinco.
Y entonces tenemos que empezar con la personalidad.
No, primero el reino animal.
Y después la madre naturaleza.
Porque si uno se desprende de eso, no es posible seguir al ser humano.
Entonces ya no sabremos: ¿cómo ha avanzado ese ser humano?
Los geólogos, los biólogos tampoco lo saben.
Dicen: “Sí, sí, las glaciaciones, las eras glaciales; hubo una época en que la tierra entera estaba en llamas.
Y entonces todavía no había seres humanos”.
O sea, por el desconocimiento del biólogo, del geólogo, del comienza de la creación, ese cuento de Adán y Eva de la Biblia, y el paraíso, y la serpiente, y el árbol, se lo tragaba todo el mundo, porque todavía carecían de fundamentos.
Porque decían: “Hubo un tiempo en el que no hubo gente en la tierra, irrevocablemente.
No había nada, no era más que una sola marea de fuego.
Y entonces se dice que fue otro planeta, o un sol, el que escupió la tierra, y entonces resulta ser justo al revés.
No es de extrañarse, porque esa gente, esos eruditos, tienen que volver la mirada hacia atrás y poner fundamentos.
Y así seguimos estando ante: ¿qué es el alma?
¿Qué es la vida?
¿Qué es el espíritu?
¿Qué es el sentimiento?
¿El subconsciente?
Ese subconsciente, piensa la gente, es algo que no se vive nunca.
Pero el subconsciente es conciencia diurna.
Cuando empieza el niño, este ya tiene sentimiento, y esto y lo otro, y ya hace algo, ya sabe algo.
Como un patito, que se va al agua.
Pero el ser humano que se despierta un momento, el niño va creciendo y uno ve el fenómeno.
Eso sería...
Miren, habría que retroceder millones de siglos, de eras, porque ¿dónde se edificó el primer sentimiento?
¿Cuál fue la primera vivencia para el alma como chispa divina?
Eso lo llegarán a vivir, luego será un milagro cuando en —les aconsejo: asistan a esas conferencias que vendrán ahora—, será un milagro luego cuando vayamos a vivir la luna.
La paternidad y la maternidad se han dividido en ese viaje anterior que hicimos en Diligentia, esa primera parte.
Y ahora tenemos todavía la experiencia posterior.
Y ya entenderán... ustedes también tienen que vivirlo, ¿verdad?
Porque entonces llegarán a tener luego el ser uno con esas leyes, y estarán listos, así podrán captar un montón de cosas.
Porque eso es pensar de forma universal.
Ahora, naturalmente, los maestros pueden ir por sí solos directamente a ese estadio inicial de la luna, y entonces aparece la primera vivencia como ser humano, como vida embrionaria, eso es el ser humano en las aguas.
¿Qué pasó allí, pues?
¿Qué se ha edificado allí?
Y eso se convirtió en sentimiento.
Sentimiento, sentimiento, sentimiento.
Cuando en la luna pasó la primera vida, la segunda, la décima, la decimotercera, la vigésima, la centésima...
Allí hemos tenido millones de vidas.
En un solo planeta se producen millones de vidas.
Porque uno no se desprende así como así de un planeta y entonces lo has vivido, a ver si nos entendemos.
Vivir un planeta, señor... no se sabe nada de eso.
Y si uno ve los siguientes grados, son los tipos de razas (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es) para la tierra.
Que el ser humano tenga que ir desde la jungla a la raza blanca (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es) para vivir lo más elevado de la tierra, ¿verdad?, hay que ver lo sencillo que es, ¿no?, es algo que la ciencia aún no puede aceptar —porque son simple y llanamente tipos de raza—, porque ellos contemplan el ser humano en la tierra y esos tipos de raza de su propia época.
Y lo que es volver no pueden.
De las eras prehistóricas: adiós.
Pues así de pobre es ahora.
Si tienen que aceptarme...
Sí, Dios mío querido, querida gente, entonces recibiremos tantísimo de todo el mundo, que ya no sabremos qué hacer con eso.
Porque entonces de golpe será demasiado, ¿verdad?
Entonces tendrán que darme a mí, para todas las facultades espirituales, el divino doctorado.
Porque eso es lo que poseemos.
Se lo demuestro.
Lo demuestran los libros.
Cuando de vez en cuando pienso en eso, ya no me da vueltas la cabeza, sino que tengo que hacer un gran esfuerzo para no reventar en mil pedazos.
Son todas las facultades, facultades espirituales.
Usted ha estudiado, señor, sabe lo que le ha costado su título de ingeniero.
Y ahora todas las facultades divinas en una sola mano, en un solo sentimiento, en un solo cerebro, en una sola personalidad.
Todo eso lo he tenido que procesar.
Solo tienen que leerse ‘Jeus III’.
No, eso no es nada todavía, señor.
No es nada de nada, no son más que migajas.
Lo que allí dice no es nada de nada.
No les puedo contar lo que he vivido y cómo tuve que luchar en eso.
Sí que les puedo contar algo de eso.
Pero entonces tendré que escribir otro libro de mil páginas y ni así habré llegado.
Pero ¿qué sabe la ciencia de esto?
Sí.
Son...
Si se ponen ustedes a preguntar luego sobre eso y yo estoy listo, hombre querido, podrá vivir usted una decena de noches para eso que son del cien por cien.
Pueden aprender de eso.
Así se conocerán de pronto y empezarán a sentir lo que pasa en realidad.
Eso lo prefiero mucho más que...
Bueno, a ver, vamos a responder a cada pregunta.
En cada una también hay algo si hacemos algo con eso.
Y aquí tengo entonces: “Jeus está con el maestro Alcar en la Omnifuente y vive allí la creación previa como ley divina.
Así que el alma tenía que convertirse en la ley divina”.
El alma tuvo que convertirse en ley divina.
No, el alma no tenía que convertirse en nada, el alma lo era.
Miren, ya estamos otra vez.
“Jeus...
Jeus ha vivido la Omnifuente por la creación previa”.
“Creación previa”: ¿qué quiere decir con eso?
(Señor en la sala):

—Todo aquello que ocurrió antes de la creación.
—Todo aquello que antes de la creación, antes de la espiritualización, de la materialización de Dios...
¿No es así?
¿Cuando todavía no había nada, quiere decir?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Entonces estaba todo.
(Señor en la sala):

—Ya estaba.
—Sí.
Si uno entra en esa fuente, señor... yo estuve allí, cuatro, cinco, seis, siete veces.
Y eso lo puede vivir usted también aquí.
Pero entonces tiene que poder perderse cien mil veces.
Pero cuando todavía no había nada, estaba todo.
La creación es... Dios es tan profundo como Sus mundos en cuanto a espíritu y materia.
Pero ¿qué profundidad es esa?
Surgieron otros universos.
Pero si entra en eso, en ‘El origen del universo’ y en ‘Los pueblos de la tierra’, si entra en eso...
Primero atravesará este mundo.
La siguiente conferencia en Diligentia nos liberaremos y solo entonces entraremos en la tierra material, en el macrocosmos material.
Nos iremos de la tierra.
Se ve la tierra como una hoz.
Es la mañana.
No, ahora la tierra está iluminada.
Y entonces vamos a abandonar la materia, el mundo material se disuelve.
Salimos de esa materia —fíjense lo poderoso que es eso— y es más sencillo que nada cuando luego lo vivan, entonces llegarán al mundo espiritual.
Si no tienes luz, no la verás, entonces ese mundo es tenebroso, oscuro.
Porque no hay tinieblas, solo inconsciencia.
Así que todavía tienen que asimilar esa luz.
¿Y de qué manera?
Se lo conté hace poco.
Entonces dijo usted: “Adelante, siga”.
Pero entonces solo nos quedaban diez minutos.
Es la lucha con uno mismo.
El verdadero comenzar.
Porque no se le regala ningún pensamiento.
Nada.
Porque no es posible.
Porque si piensa usted mal y no hace más que ir siempre contra la realidad y a contracorriente, contra el pensamiento normal, real...
Señor, oigo a la gente hablar y solo con eso ya recibo puñaladas, solo por oír hablar a un ser humano.
Y a eso tengo que oponerme con todas mis fuerzas.
De lo contrario prefiero con mucho poner un cuchillo aquí abajo, justo en el corazón, a ese parloteo de un ser humano a contracorriente.
Eso es horrible.
Vacas inconscientes, dicen.
Conciencia vacuna.
Pero de gente nuestra que habla a contracorriente y contra la esencia.
¿Por qué?
Sí.
Tienes que querer perderte irremediablemente.
Hay que querer perderse mil veces, inclinar la cabeza, inclinar, inclinar, inclinar, inclinar.
Porque al inclinarse recibirán algo, aprenderán algo.
Es increíble lo que se recibe cuando uno quiere y puede inclinarse.
La evolución del ser humano no es otra cosa que inclinarse, inclinarse, inclinarse.
En realidad, lo más fácil que hay.
Al maestro Alcar le digo: “Mejor destrúyame a golpes”, cuando vi lo que recibía, lo que veía.
Todavía andaba por el garaje, digo: “Bueno, voy a pintar, voy a escribir.
Voy a hacerme escritor y pintor”.
Un día antes había querido cambiar un “dos” en el coche.
Lo habían arrancado de una patada.
No conseguía ponerlo bien en su sitio, de forma redondeada, con una voluta de esas.
Bueno, hubo que llamar a un pintor.
Dice: “Apártate, tus chapuzas no sirven”.
Pero tres días después me presenté con un dibujo decorativo maravilloso.
Y empezaron.
Pero hay que inclinarse, inclinarse, inclinarse, inclinarse.
Sí, señor.
El sentimiento, si lo retienen, recuérdenlo bien: hay que inclinarse ante el sentimiento.
¿Qué ocurre cuando uno se inclina y acepta y analiza?
La gente anda a la greña.
¿A raíz de qué?
No entiendo por qué tienen que andar a la greña.
Y por qué unos tienen que dar un tortazo a otros, y una paliza.
¿Por qué, por qué, por qué?
Son sentimientos, es la personalidad, la voluntad.
Sí.
Y existen voluntades animales, preanimales.
Porque esas no las arranca uno así sin más.
Hacen falta cien mil vidas para vencer una cosa pequeña de uno mismo.
¿Cierto o no?
Pero allí está metida la creación entera, en pensar, pensar, pensar, pensar, sentir, sentir, sentir, inclinarse, inclinarse.
Sí.
(Un señor en la sala dice algo).
¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—Eso, precisamente, es la mayor dificultad en estos tiempos, ese inclinarse.
—Sí, es lo que dice usted.
(Señor en la sala):

—No, aunque lo diga, pero quiero decir...
—Sí, sí que resulta ser la dificultad.
Tengo que volver.
He de recordar, y si no, me salgo de la sociedad.
Tengo que retroceder pensando: ah, sí, sí, Dios, es...
Bueno, entonces prefiero pensar: ‘Pero ¿es que no es posible?
¿Es que no es posible?
¿De verdad que tan difícil es?’.
(Señor en la sala):

—Eso parece.
—Ya no puedo imaginarme...
Tengo que vivirlo, tengo que pensar —si no me quedo parado en seco— que el ser humano no es capaz.
Sí, puedo presentarles los medios.
Hay sentimientos manejables.
Hay sentimientos que anhelan tanto que ni se sabe y que dicen: “A mí ya me puedes romper a golpes”.
Hace tiempo lo intenté alguna vez, pero entonces encima los perdía.
Ya no golpeo a la primera, porque...
He tenido más personas de ese tipo: “A mí mejor mátame a hachazos”.
Y... y entonces lo conseguimos por los pelos.
¿Cómo se llama esa obra de teatro?
Pero entonces nos caímos para atrás.
Estábamos pringados hasta la médula.
Hay que soltar hachazos, ay, ay, ay.
Sí, si son capaces ustedes de dejar que el fuego consuma su alma; ¿qué cuerpo es ese que se consume chisporroteando?
Y ‘Mejor acaba conmigo’.
Aquí hay todavía gente, con lágrimas en los ojos: “Bueno, vaya, me gustaría poder demostrarlo”.
Digo: “Lo creo, señor, no hace falta demostrarme nada”.
Esa gente que allá tira dos mil florines al suelo, así, sin más, sin nada encima, se va, ¿también está loca?
¿Es que soy yo entonces? ¿O están locos también?
¿Están locos esos veinte libros?
Dios mío, yo vengo del campo, no he aprendido nada.
Lo que yo soy...
Puedo con el mundo entero.
Y nunca se me concedió leer un libro.
Si tuviera que dudar para mí mismo: ‘¿Será así? ¿De verdad que será así?’.
Entonces me matan —los maestros— con el arte que poseo.
Parece que no es tan fácil escribir.
Porque cuando de allí sale un hombre de aquellos con semejante cacharro, destrozan un libro de esos.
Pueden... mi libro solo lo destrozan porque entre ese libro y yo solo están “el ataúd” y otro Dios.
Pero del resto ya no pueden decir nada.
(Señora en la sala):

—Sí, es muy infantil.
—Sí, señora, porque todos hemos perdido el ser niños.
Ya no somos niños.
Nos hemos hecho hombres y mujeres adultos.
Ya no está el ser niño.
Porque si uno sigue y oye ese parloteo, es una y otra vez: ese es el ser humano, es esa personalidad, es esa voluntad.
En todo tenía que ser yo niño.
Sí, en la sociedad no me quedó más remedio que sacar las uñas.
Entonces decían: “Bueno, bueno, este es de armas tomar”.
Digo: “Claro, dejaré que me maten a patadas, ¿así mejor?”.
Si dejo que me gaseen así, sin más, y sigo sin decir nada, entonces aún soy un niño.
Desde luego, pero primero patearé ese pequeño horno de gas hasta dejarlo patas arriba.
¿Verdad que sí?
Pero ¿un santo de esos?
No soy santo para nada, no soy más que un ser humano corriente y moliente.
¿Cierto o no?
Pues claro.
Y entonces comienza la batalla.
Y la sociedad devuelve el golpe.
Pues entonces yo respondo con otro.
Quien devuelve el golpe, señor...
Pues...
Hace poco le dije a alguien...
Pienso: ‘Madre mía, ¿en qué me vuelvo a meter?
Ya te da miedo enseñarle algo al ser humano.
Aquí en realidad les doy demasiado.
Demasiado, digo.
Ya me meto con su carácter con contundencia.
Porque con las palabras sueltas, divertidas, así...
Y también les añado cositas curiosas.
Pero hablando alegremente, señor, no consigo nada.
Tengo que soltar hachazos, porque luego me agradecerán que se los solté.
Entonces dije a alguien: “Papá, señor, debería despertar por fin, debería captar eso, hágase más dulce, vamos”.
“Ya, pero Jeus tampoco lo era.
A Irma le dio una horita más”.
Digo: “Los ‘drudels’ con tu Irma, y tu horita también”.
Pues, zas.
Digo: “Señor, no es para mí, es para usted”.
Digo: “Qué bueno sería que supiera más de mí, ¿verdad?, así también tendría yo eso”.
Digo: “Bueno, soy un ladrón de cárcel, y soy esto, he robado bastante.
¿Qué más quieres saber?
Ahora a insultar”.
Sí.
No, eso ya no tenía ninguna gracia.
Pero basta con enseñarle al ser humano, señor, y te sueltan una buena.
Y ¿por qué?
Si la realidad...
No tiene que ver usted con esa sociedad ni con ese ser humano, solo se trata de usted mismo.
Lo que importa es empezar con uno mismo y con los allegados.
Fíjese una sola meta.
Todos esos años no me he fijado más que una sola meta.
Ya no tenía a Crisje, ya no tenía a Hendrik el Largo, ya no tenía hermanos.
Y si esa gente ya no quiere entrar en vereda para ese mundo, esos caracteres tampoco ya me dicen nada.
Te desprendes de todo eso.
Porque yo... yo he agarrado al ser humano espiritual.
Y a este no lo suelto.
Lo he visto en el otro lado.
‘Una mirada en el más allá’, bien, señor.
Si pudiera usted experimentar todo eso, todo iría por sí solo.
Una noche les dije: “Si mi Crisje estuviera equivocada, y fuera a contracorriente...
Digo: ‘Pues muérete’”.
Señor, ¿así de duro se va a poner?
No, porque usted sabe —esa justicia existe—: si el ser humano no quiere, tendrá que darse contra un muro, entonces mejor estréllese, reviente”.
Y de eso hemos hablado en el pasado, hemos vuelto a meternos otra vez.
Y si lo quiere saber, señor, entonce me pregunto: “¿Por qué no son capaces?”.
Sí, para dos horas.
Y entonces solo dicen:
ay, ay.
“No.
No es eso lo que quería decir”.
Y: “No es eso lo que quería...”.
Bien.
Qué se le va a hacer.
No tengo que ver nada con los caracteres.
Amo la vida.
Ustedes siguen mirando todavía el carácter.
Pero esa vida primero tiene que estar acabada, señor.
Porque esa vida es lo divino, y eso es el alma.
La vida, señor catedrático, es el alma, la esencia de Dios.
No, señor, porque la palabra “Dios”...
Ahora tiene que pensar usted a Dios completamente al margen.
Porque de inmediato se vuelve a pensar en el Señor que está allí sentado con su barba larga.
“Y no te daré más que tres barricas de coñac, Noé”.
Y entonces el Señor dio un puñetazo en la mesa.
Bum, bum, bum.
Qué raro en una divinidad, ¿no le parece?
Si una divinidad encima tiene que dar un puñetazo en la mesa y enojarse...
Ese Dios del Antiguo Testamento se pierde cada dos por tres.
No es más que un lelo con nosotros.
No hace más que odiar, pegar, patear.
Y la clase de mamarracho que es ese ¡sabe Dios quién es, pero yo no!
Pero eso díselo a un protestante o a un pastor protestante y ya verás: ese Dios del Antiguo Testamento es un mamarracho”.
Sí.
Sí.
Sí, pero es precisamente mucho peor.
No parece más que un tremendo bicho.
Y es lo que es, un bicho.
Pero eso no es Dios, señoras y señores.
Es un cuentecito de esos autores de la Biblia.
Lo convirtieron en un señor: el Señor es señor.
Bueno, con una ese minúscula, ni siquiera una mayúscula.
Pero ese viejo señor del Antiguo Testamento es un hombre que odia y pega y que maldice su vida.
Sea un poco un ser humano, por favor, y empiece a pensar: ‘Pero eso no encaja con la realidad, ¿no?’.
Y eso todavía es la facultad, 1952.
Sí, me he alejado demasiado.
Es que sigo sin entender que el ser humano no quiera eso y que no sea capaz de ello; tengo que volver a verlo todos los días.
Sí, ya saben ustedes, entonces uno también recibe ese don o se pone a hablar el espacio.
Pero estaba hablando de ese Señor y ese Dios, ese Dios desaparece.
Esa palabra, D-i-o-s, ha sido inventada por el ser humano.
La gente seguramente que lo habrá recibido de alguna parte.
Nosotros sabemos para qué y por qué.
Pero ese Dios que es la Biblia y el Dios de la iglesia católica y del protestantismo es un nombre.
Pero la vida, el alma, el espíritu...
El espíritu del espacio, de los planetas, las estrellas, el reino animal, la madre naturaleza, eso sí que es el Dios real.
Y vivir esas leyes vitales por medio del alumbramiento, de la maternidad, de la paternidad, los conducirá al fin de la tierra, y entonces habrán alcanzado su ciclo.
Y entonces seguirán más allá en el espíritu.
Pero entonces desaparecerá ese señor de la barba, ya no estará.
Y eso es algo que la sociedad... las universidades aún tienen que asimilar.
¿No es así?
Sí, o sea, aquí tiene: “... para la creación...”.
Eso lo sabe el señor.
“... para vivir interiormente las leyes divinas es algo completamente diferente a que nosotros, los oyentes, aceptemos esas leyes, ¿no?”.
Dice usted... mire... quiere decir usted que cuando uno lee esos libros, no vive esas leyes.
No, eso es lógico.
(Señor en la sala):

—Solo los puedo leer.
—Mire, yo los he vivido.
Pero usted los puede vivir igual que yo, con una diferencia: no hace falta que haga usted esos viajes, los hace con nosotros.
Tampoco le hace falta procesarlos.
Pero lo que pone lo puede vivir usted.
Solo tiene que intentar no ser ocultista, porque entonces entrará en la demencia.
Si ahora quiere desdoblarse corporalmente...
Esa palabra... esos libros que reciben ustedes, ‘Una mirada en el más allá’ —y esos viajes... los van a seguir—, si los leen con atención y no añaden nada de cosecha propia, asistirán a ese viaje con los maestros.
Solo tienen que meterse en André.
Porque yo no soy de otra forma detrás del ataúd.
Tampoco ha pasado ninguna otra cosa que las que vivimos allí y que nosotros contamos.
Pero ahora ustedes también quieren salir un poco de ese cuerpo y ponerse a planear, súbanse esta noche un momento al tejado e intenten ver —salten un momento— si siguen planeando; entonces lo sabrán en cinco minutos, en uno.
Nosotros ya los llevaremos al hospital de Zuidwal.
Todavía tenemos unos coches delante de la puerta, señor Berends, y así estará a la primera de cambio con unas piernas rotas en el hospital.
Si ahora me tiro del tejado y me hago ilusiones, que el maestro Alcar ya me ayudará, me iré al suelo y estaré yo también en el hospital.
Ahora es mejor que no me haga ilusiones: voy a tirarme del tejado, ¿por qué no?, ya me acogerán; entonces estaré tirado en la calle, sin duda.
Porque es mejor que no me haga ilusiones de que en todas partes me ayudarán y que ya me acogerán así como así.
Alguna vez me han...
Alguna vez me metí delante de un tranvía en la calle Laan van Meerdervoort y lo atravesé, desmaterializándome, pero eso tampoco lo hacen más que una sola vez.
Eso ha ocurrido.
Ni siquiera está en el libro, señor, porque dirán: ese hombre está loco.
Ni siquiera las cosas más poderosas están allí.
¿Por qué?
Todo eso es demasiado.
Pero ya entenderán que si estoy de servicio y tiene que ocurrir algo para el mundo, para la universidad de Cristo, pueden hacer conmigo lo que quieren si se trata del desdoblamiento corporal, de pintar, escribir y todas esas cosas más, el hablar ahora.
Pero no tengo que formar pensamientos propios: ‘Ya prepararé eso un momento’.
Entonces me quedo tan fuera como ustedes.
¿Entienden?
Pero si leen esos libros, ‘Una mirada en el más allá’, porque eso son libros, entonces llegarán a ver los cielos y sus infiernos.
Y no les hará falta, señor, preguntarme: “¿Qué es el sentimiento?”.
Ni: “¿Qué es la personalidad?”.
Ni: “¿Qué es la voluntad?”.
Allí pueden... si los leen bien, señora, señor, sabrán exactamente a dónde irán a parar.
Allí están, infaliblemente, su esfera, sus sentimientos, su carácter.
Si van a contracorriente, de verdad que no estarán en esa pequeña luz, en esa esfera de armonía y conciencia.
Porque entonces estarán hasta el cogote en la tierra crepuscular.
Y, oigan, eso de verdad que no es tan divertido.
Porque, ya sabe, aquí uno tiene diversión, aquí hay gente, luz, sol.
Pero ese sol se fue.
La gente se ha ido.
Aquí hay gente cordial.
Todavía pueden buscar su propia especie, ¿no?
No, ahora tienen otras especies.
Aquí tienen todavía armonía, se encontrarán con personas con las que podrán hablar; allí ya no.
Allí tienen su propia especie, su propio pensamiento y sentimiento.
Y en eso uno se asfixia.
Allí son gemidos, es horrible.
Porque tienen la conciencia: “No debería haber hecho eso”, y “Tengo que hacerlo así”.
Pero no son capaces.
Y allí están.
Ni una brizna de hierba, señor, un páramo, pelado y árido.
Porque todavía no hay vida.
Sí, ese y el otro, aquel le dice a uno —he seguido a la gente allí, los libros vuelven a ser así de grandes—, dice: “Allí hay hierba”.
Pienso: ‘Eso es un holandés’.
Allí se oye francés, alemán, español, y se oye de todo, todos los idiomas y dialectos del mundo todavía, allí en esas esferas.
El idioma espiritual, eso es la primera esfera, es universal, macrocósmico, sentimiento, telepatía.
Pero allí sí que oyes francés, alemán, e inglés a la vez.
Todos los idiomas del mundo.
Negros, morenos y claros, ese caos vuelve a juntarse allí.
Y entonces alguien le dice a otro: “Oye, pero eso es hierba”.
Digo: “Ah, claro, ese será de Drente”.
Entonces estás detrás del ataúd, y entonces Drente está justo al lado.
Sí.
Y allí puedes oír dialectos, también puedes ver todavía a gente que habla como si tuviera la boca llena de sopa.
“Vaya, ¿de dónde eres tú?”, dice él.
Y entonces usted podrá decir: “Vaya, es ridículo, es directamente terrenal”.
Señor, el sentimiento terrenal le llega a usted todavía hasta los labios, igual que el pensamiento y sentimiento, y no ha cambiado nada, ha perdido usted su casa, su cama.
Ya no hace falta que Johan pida a voces té, porque a usted de todas formas no se lo darán.
Ya nadie cocinará para usted y tendrá hambre y sed como un perro.
Sí.
Estará allí más solo que la una.
En el pasado ya les he dicho, aquí —gente, están casados, ¿no?, tienen matrimonios, personas, amigos, ¿no?—: “Si no quieren vivir a Cristo, no se volverán a ver allí”.
Y entonces dicen allí, claro: “Gracias a Dios que me he quitado de encima a esa víbora, aquí”.
Sí, y entonces van otra vez por mal camino.
Porque sí que tendrán que aceptar esa víbora.
Tienen que amar a esa víbora.
Si aman la vida, ese carácter y esa personalidad vendrán solas.
Cuando comenzó eso, le dije al maestro Alcar: “¿Qué tengo que acoger para aquello de la sociedad, esos pequeños rasgos de carácter?”.
Dice: “Ama la vida, entonces lo acogerás todo”.
Va por sí solo, siempre que se ame la vida, siempre que uno le pille el truco a eso, en su interior.
Y luego hay que ver esa gente allí, más o menos así, digamos, unos cuatrocientos millones juntos en una sola esferita.
Porque hay gente que vive, señor y señora, que vive ya desde hace cien mil años en esa esfera, es que nunca consiguen salir.
Porque uno es allí exactamente lo mismo que aquí.
Uno habla, vaya, vaya, ya van otra vez a contracorriente.
Sí, de vez en cuando, cunado lo ven —¿quieres ahora?—, y entonces aparece el ser humano dócil.
¿Saben lo que es la felicidad para el otro lado, y para el ser humano, y aquí en la tierra?
Cuando el ser humano puede contarle algo a otro.
¿No es eso también así con ustedes?
Si son capaces de contarse algo, algo propio, esa es la posesión, ¿no?
El ser humano no aprende, no le da la real gana.
Si tuviéramos la verdadera escuela, yo montaría una aquí...
Ay, señor, uno acude un año entero sin avanzar nada; porque uno tiene que atenerse a ese inclinarse inicial, y eso hay que sacarlo.
Necesito que queden destruidos esos fundamentos del carácter, hay que sacarlos, que los destruyen todo y que lo retienen.
Y eso muchas veces no son más que pequeños rasgos de carácter, unos poquitos, que veo en la gente, y entonces son así, que destruyen completamente esa personalidad entera.
Miren ese castillo, joyas de personas; y cuando habla el carácter un solo instante, son besugos.
No, son hienas.
Adiós ser humano, borrado del mapa.
Lo hermoso ha desaparecido.
¿Sí?
Pero, señor, el ejemplo existe, ¿no?
Hace poco salió en el periódico ese señor Van der Bult que ya había tenido cinco mujeres, todas hermosos ángeles terrenales.
No sé que clase de persona es.
Bueno, señor, no es usted capaz de encontrar su felicidad.
Tampoco la puede comprar, señor.
Algo habrá habido entre esas cinco.
Y ese hombre también es un zopenco, porque la verdadera personalidad, la verdadera, señor, no busca equivocándose, no va de una vida a otra.
¿Lo sabe?
Hubo una mujer que dijo: “Ah, pues, yo he conocido a mi vida, mi marido era bueno”.
Puedo imaginármelo.
Y eso quizá es el amor para siempre, para el otro lado.
Pero la gente que se derrumba ahora aquí, señor, y que se casa directamente en tres meses y “porque, no, no puedo vivir solo”, ¿qué clase de personalidad es esa?
¿Qué clase de sentimientos son esos?
Señor, no lo saben.
Si uno dice de verdad para sí mismo: “Tengo valor, significo algo, poseo algo”, señor, eso no lo pone uno así como así en manos de otro ser humano, porque lo destrozarán.
¿Entienden?
A veces hay gente: “Ese Rulof tiene al menos diez mujeres,
o veinte”.
Tengo hijos, diez, veinte míos andan por ahí.
Pero, señor y señora, nadie me conseguirá meter en este mundo.
Ahora estoy empezando a comprender que me estoy haciendo demasiado valioso.
Esa cacareo estúpido ya ni lo admito.
Porque me pones en una cárcel.
Prefiero ir a la jungla para ponerme a hablar allí con un animal que casarme aquí con una princesa de esas con diez millones de florines.
Si pudiera casarme con un perifollo de esos con diez millones de florines, desde luego que podría hacer algo, señor.
¿No le parece?
Señor, me moriría.
Me volvería loco.
Su pensamiento y sentimiento llega hasta el punto donde ni siquiera recurre a un solo pensamiento erróneo por diez millones de florines.
Señor, así de valioso empezará a ser su sentimiento, su pensamiento, y su amor de cara a la tranquilidad, la paz, el bienestar, la evolución.
Pienso: esa gente no me conoce, ni siquiera sabe quién es Jozef Rulof.
Pero el amor terrenal tampoco dice nada, señor.
Debería usted intentar ver el espiritual.
Y eso es lo que dijo Cristo: amar la vida.
¿Ve?
Yo hablo, usted me conoce, pero no me conoce.
Se quedará sorprendido, se sorprendería si usted a mí alguna vez... si estuviera solo en la vida, ya se sorprendería de cómo actuaría.
Toda esa humanidad entera a mí no me dice nada; y de todo, si se trata de la vida.
Así que aquí se produce pensamiento y sentimiento espiritual, desde ese mundo hacia acá.
¿Entienden?
De aquí hacia allá, eso es lo que hacen ustedes.
El maestro Alcar me liberó por esos contactos, y eso pasó por el otro lado al comienzo, ahora al macrocosmos.
Entonces al Omnigrado.
Señor, entonces uno pierde una estrellita pequeña de esas, un trocito pequeño de tierra, que es la tierra en cuanto a sentimiento.
Yo ese sentimiento tierra lo tengo dentro de mí, ya con el macrocosmos.
Eso es lo que he asimilado, solo por amar la vida.
Si no enseguida vuelvo a quedarme fuera.
Me dieron un estudio.
El maestro Alcar dice: “Ahora les toca a ustedes hacer algo con esto”.
Puede llevarme con él al Omnigrado, pero todavía no lo tengo.
Estoy igual de bien que usted, señor.
Tengo que ganármelo.
Y ahora que sé lo que se puede ganar con ello, ya no dejo que ninguna humanidad, ninguna persona, me lo arranque de las manos.
Es demasiado valioso.
Es poderoso.
Y todo eso, eso que es valioso, vive sin duda en sus corazones, bajo sus corazones.
Es su sentimiento.
Es su personalidad.
¿Qué quieren?
Algún día me gustaría darle un buen azote a la humanidad, como dije a alguien.
Entonces dijo ella: “Pues, adelante”.
Digo: “Sí, pero con un atizador”.
Entonces encima les pareció divertido.
Digo: “Pero no creo que le guste, porque lo pondré al rojo vivo”.
“Bueno, incluso así me da igual”.
Pienso: eso sí que es especial.
Digo: “Entonces añada diez florines”.
“Ya pueden dejar el dinerito en la escalera”, decían antes.
Pero, en fin señor, usted ya me entiende, señor Berends, hay quienes quieren que los zurres.
Pues nada.
“La pregunta es: ¿cuándo acepta el yo de la conciencia diurna esas leyes?
¿Y quienes aún tienen que hacerse conscientes?
Deberían volver a empezar con ‘Una mirada en el más allá’.
Tranquilamente, así, por la noche, con un buen purito, y otra vez a atravesar esos infiernos, a los cielos: maravilloso, maravilloso, maravilloso.
Pfft.
Igual que Rosanoff: “Maravilloso, maravilloso, maravilloso”.
Jozef, yo libre, planear, volar”.
Qué de pruebas, ¿verdad?
El hombre me dice: “Anoche, tres y media, yo morir.
Libre ahora.
Maestro aquí”.
Digo: “Vaya, vaya, vaya”.
“Sí, todo verdad.
Humanidad, aceptar a usted”.
Digo. “Claro, claro, claro, claro”.
Digo: “Ahora mejor vuélvete ya”.
Y entonces esos ojitos, esos ojitos astrales volvieron a cerrarse —empezó a cansarse— y el maestro Alcar lo acogió así y entonces lo llevó sin más a su cadáver, que estaba muriéndose, cáncer.
¿Qué más pruebas desea?
¿Cuántos millones de pruebas no hay en los libros?
El mundo —ya se lo he dicho— ya solo tendría que sucumbir, ya solo por el dinerito que Jeus encontró en el bosque.
Esa fue una prueba.
Era para el mundo: “Pues vaya”.
La gente no aprende nada.
Para el mundo, para las universidades.
¿Cómo fue posible que ese niño encontrara allí aquel dinero?
Hay tantas pruebas poderosas.
Y que si uno aprende por una prueba: no lo sé; pero no lo creo.
Y ¿que si uno cambia por una prueba?
Ahora comprendo a Cristo, que dejó de hacer milagros y que tampoco regresa para volver a hacerlos.
Porque los milagros, señor, no le ayudan.
Entran por aquí y salen para allí.
Seguramente, los sentiremos todavía un rato.
Usted... todos ustedes tendrían que haber sido santos después de ‘Jeus III’.
Bueno, decida por sí mismo...
Allí alguien dice: “Tengo ‘Jeus III’ y he recibido una buena paliza”.
Y este... ahora quiere, que Dios me libre, no quiero que empiecen a desprenderse.
Pero ese hombre dice: “Allí me dieron una buena paliza”.
A la humanidad y la sociedad les digo: “¿No tienen un más allá?”.
Luego no tendrán un más allá.
No tienen nada que ver con un más allá, ¿verdad?
Sí, al señor Stikker le dará igual si tenemos un más allá, a ese señor que ahora se ha hecho embajador en Inglaterra.
Sí, sí.
Yo estoy al acecho para ver si puedo agarrarle un día al príncipe Bernardo y decirle: “Tú también tienes un más allá”.
Y dice: “¿Qué quiere decir?”.
“Se me ataca en la calle”, dice, “a ver, detengan a ese hombre”.
Digo: “Señor juez, yo solo he dicho que él, el señor príncipe, también tiene un más allá.
Se puede, ¿no?”.
Oh, cómo me gustaría desafiarlos.
Pero arriba todavía me frenan un poco.
Es así, ¿no?
“¿Cuándo aceptará el yo de la conciencia diurna esas leyes?”.
Ya sentirá usted lo que tiene que hacer consciente.
Pero, claro, puedo seguir hablando sobre eso, aunque tengo más cosas que hacer.
Otra cosa: “Jeus se encuentra en la orilla y está a punto de reunirse con la madre agua”, eso fue en Scheveningen, “lo que tendría como resultado la muerte material.
Y justo entonces aparece el doctor Franz que lo devuelve a la realidad.
¿Podría aclarar usted eso más en detalle?”.
Señor, quise meterme en el agua.
(Señor en la sala):

—... el domingo por la mañana... (inaudible).
—Ah, sí.
Si hoy o mañana oyen de pronto: “Jeus ha muerto.
Jeus ya no está.
André ya no está.
Jozef se ha metido en el agua, se ha ahogado”, eso de verdad que no es... esa una transición normal y corriente mía.
Puedo irme cualquier día, si quiero.
Esta noche, sobre las diez, puedo...
Incluso aquí puedo irme, si quiero.

(Risas).

(Jozef responde a las palabras de alguien en la sala):

¿Hay alguien allí que se ha asustado?
Mire, los infiernos ya están chisporroteando allá.

(Risas).

Pero uno puede irse irremediablemente.
Quise salirme allí por estar luchando solo frente al universo, el origen del universo.
Frente a millones y millones de mundos, espíritus, sentimientos, mundos, personalidades.
Solo.
Completamente solo.
No podía hablar con nadie.
Ni nadie podía seguirme, porque eso no marcha.
Y entonces lo dejé.
Oigan, que lo he dejado cien veces.
Estuve centenares de veces ante eso.
Y luego esos gemidos.
Y luego ese vivirlo.
Y entonces me iba por la noche, al cine, cerraba la puerta tranquilamente, digo: “Hasta luego”.
Y después, bueno, por la dunas, al puerto.
Todo, todo estaba abierto.
La noche se hacía luminosa.
Señor, es un libro así.
Es un libro así, así de gordo, lo que viví allí.
Eso ustedes también lo han captado...
Eso sí que lo admiten, pero ¿también han captado que me encontraba en el bulevar y que desde la ciudad alguien requería: “Jozef, Jozef, Jozef, Jozef, Jozef, te necesito”?
Eso llegaba al bulevar desde La Haya.
Estaba más o menos frente al faro.
Entonces el doctor Franz dijo...
El doctor también estaba, porque eso, a su vez, era más alto; el maestro Alcar ni siquiera podía alcanzarme, a él ya ni siquiera lo miraba.
Dice: “Entonces, ¿qué es eso?
¿Lo oyes?”.
Digo: “Sí”.
Allí está esa unión espiritual.
Si eso no fuera cierto, señor...
Pero yo seguí de todas formas.
Señor, a ver, le voy a contar otra cosa.
El doctor Franz dice: “Jeus”, dejó fuera a André, “ven, Jeus.
Tan loco no estás”.
Pero eso, a su vez, no le parecía bien a André.
Dice: “Ven, vamos a tomarnos una cervecita”.
Y así fue.
Fui a la plaza Gevers Deynootplein, allí, era verano.
Y me siento por algún lado y me dan mi cerveza.
Dice: “Te demostraremos que estamos aquí”.
Y de pronto...
Digo: “Bueno, bien”.
Estoy mirando así, y de pronto, “sshht”, la cerveza que se reduce, hasta aquí.
“Eso es para ti”.
Y entonces me tomé ese poquito, señor, y me puse como borracho, pero no era más que fósforo.
Se había desmaterializado.
Entonces dijo: “No estás solo en esta lucha.
Porque nosotros... es a nosotros a quien le importa.
Nosotros somos.
Y si vas a...
Nadie lo ha llevado hasta ese punto, nadie que lo aguante.
Ni el Antiguo Egipto.
Todavía no ha llegado ni una sola persona que haya vivido las leyes así de profundamente”.
Si no habríamos tenido esos libros en el mundo, ¿no, señor?
Ya habría llegado la teosofía a ese punto, ¿no?
Nadie lo ha vivido todavía.
No, bien, atravesé eso, casi hasta Katwijk, y después de vuelta.
Y después a esa señora allí.
Hablando hasta las siete y media para enderezar el asunto.
Así que toda la noche sin dormir, con cien millones de problemas, y después como un león encima para montarlo en un pispás, hasta las siete y media de la tarde.
Y entonces me fui a casa, me fui a dormir.
Al día siguiente empecé de nuevo.
Y después a empezar de nuevo.
Vaya, vaya, vaya, vaya.
Si Nuestro Señor tiene algo que decir, me cargo el cielo entero a patadas.
Pues, sí, es así, ¿no?
Pero también me atrevo a decirle algo a Él, señor.
Ahora rezo de otra manera.
Ahora a Él le pregunto —ya en esos tiempos—: “Ya no te interesa Jerusalén?
Lo que hacemos aquí es Tu vida o la nuestra?
En realidad, ¿de quién es?
¿Para qué luchamos?”.
Sí, eso yo entonces también lo pregunté allí, para la cosmología, cuando estábamos al final, subiendo la escaleras, arrastrándonos, hacia la máquina, ya no podía más con el último libro y medio; estábamos hechos un auténtico esqueleto.
“¿Ya no te interesa Jerusalén?
Y dices: ‘Soy Yo’, y: ‘Quien quiera perder su vida recibirá la mía’”.
Si eso no es más que charlatanería...
Pues, señor, habría... habría arrojado toda esa cosmología en el cubo de la ceniza.
Y aun así vuelves a enfrentarte una y otra vez al hecho: no eres más que un ser humano, pero todavía no eres Nuestro Señor.
No.
Así que hay que volver a inclinarse.
Aunque seas esto y lo otro, y aunque puedas hacer aquello, y entonces recibes esto y lo otro, tienes que pensar: no, estoy aquí.
Pero sí puedes decir: “¿Ya no te interesa esto de aquí?”.
Señor, eso ya es demencia.
Pero yo quería tener la realidad.
Y entonces comenzó aquello: experimentar las cosas, experimentarlas, experimentarlas.
Atravesarlas, atravesarlas, acogerlas; y de vuelta a casa, y a empezar, otra vez, otra vez, otra vez, otra vez.
Cien mil veces otra vez, otra vez, otra vez, otra vez.
Inclinarse, caerse, desplomarse.
Sí, señor.
Pero desde luego no hace falta que lo haga usted.
Pero si mañana se pone a pedir: “Déjeme hacer a mí también algo”, mañana ya estará completamente quebrado.
Quedará... quedará destrozado, irrevocablemente.
No hay quien pueda con eso.
Y uno hace cosas necias.
Me gustaría avisar a la gente, señor: los dones —ya me lo ha oído decir muchas veces—, los dones ni tocarlos si uno no los ha recibido desde arriba.
Porque uno destroza muchas cosas para sí mismo.
La gente que sana... cuando oyes las cosas... vaya.
Yo sería capaz de arrojarlos fuera de la vida a tortazos.
Claro, eso no se hace.
Pero veo destrozarlos tantas cosas para ellos mismos, solo porque extienden las manos hacia los dones.
Cuando oyes a esos espiritistas... esa palabrería hacia el espacio.
“Ah, están en trance”.
Un pastor protestante lo hace mil veces mejor.
Y eso es lo que detiene el desarrollo.
Porque los espiritualistas... ese “usted” todavía no se lo han ganado.
En ese mundo no es más que un caos de lo más vulgar.
Esos espiritistas detienen la evolución espiritual.
No quieren acompañarnos, quieren hacer sus propias chapuzas.
Y resulta que ahora ese Felix Ortt dice: “La reencarnación no existe”.
Sin más.
Tuve que... tengo que luchar contra madam Elise van Calcar, que dice: “No existe la reencarnación”.
Hemos hablado con ella y dice: “Bueno, sí, alguna vez alguien”.
Ahora aparece otra vez donde los espiritistas: esta noche habla Elise van Calcar.
Y entonces el mismo cuento que aquí.
Pero esa gente es.
Esa Elise van Calcar gime hasta el infinito.
He visto a Mary Baker Eddy, me encontré con Blavatsky.
Digo: “A todas ustedes les tengo que dar una buena paliza”.
Sí.
Sí.
A fin de cuentas, todos hemos puesto fundamentos.
Pero esa Elise van Calcar es para mí como estrellarme contra esos espiritistas locos.
Actualmente, no pueden aceptar esa reencarnación.
Porque: “No existe la reencarnación”, eso Elise van Calcar lo ha...
Una personalidad maravillosa, pero se destroza por completo para Dios y el universo, para el más allá, porque dice: “No, no hay reencarnación”.
Porque ella también era médium.
Y antes eso, ¿qué hago, señor?
A ver, diga usted algo divertido.
Pero, ay, si pasa por todo el mundo.
Todos esos espiritistas...
Elise van Calcar gime y solloza allí, una tristeza, porque ahora está atada a esos espiritistas inconscientes, y a su propia palabra.
Es que lo oigo a diario, señor, los espiritistas que dicen. “Ese tipo con su reencarnación está loco”.
Lo que ha ocurrido aquí en esta casa con los espiritistas, ya no hay quien lo saque.
Imagínese que esa gente pudiera inclinarse, con los teósofos y con otra gente, ¿qué es lo que no podríamos elevar aquí para todo el mundo?
Señor, pero ese machaque está subido en un caballito, y está allí, cierra los ojos, mañana ni tiene qué comer.
Pero ni entre millones de personas hay uno solo, ni siquiera entre un millón ... ni entre cien millones hay un solo verdadero buen médium, señor, porque es una rareza.
Nace para todo eso.
Y ahora, solo en La Haya, tenemos quinientos, seiscientos, setecientos, ochocientos.
Cuando Harmonia pidió: “A presentarse.
¿Quién lo tiene?
¿Quién tiene algo?”.
Yo no me presenté.
Seven, tampoco, también era...
Akkeringa tampoco.
Entonces dijeron: “Mejor lo dejamos.
Ya tenemos ochocientos; mujeres y hombres.
Y Rulof, y Akkeringa, y Mansveld, y aquel... —estábamos reconocidos, con esos dones—, ni siquiera escribieron nada.
Bueno, el resto ya lo conocemos”.
Ochocientos, solo en La Haya.
Qué chapuza.
Y así sigue.
Digan cualquier cosa.
Y si ahora violan ustedes algo, si hacen esto, aquello, eso otro...
Pero la gente que ahora allí, en Diligentia, y todos esos pequeñitos...
Claro, uno puede decir: “Hacen bien”, señor, pero detienen la evolución.
Son... las personas...
Y entonces puede decir usted: “Sí, sí, sí, sí.
Bah, sí, es divertido, ¿no?”.
Señor, es indiferente.
Al final vendrán aquí de todas formas.
Pero detienen la evolución, y la paran, todavía lo hacen esos pequeñitos.
Porque no vienen, y no quieren llegar al núcleo, a la masa.
Y allí estás.
Estamos demasiado lejos.
De mí dicen: “Si, ese tipo está demasiado lejos”.
Cuando de verdad es que tienes contacto, estás demasiado lejos.
(Señor en la sala):

—Pero en realidad es la impotencia de todos esos médiums...
—Sí, todos están impotentes.
(Señor en la sala):

—Solo que disimulan.
—Ya les gustaría matarme, señor.
¿Por qué?
Porque tengo tanto.
Esto de todas formas ya es ineludible.
Y soy el único, señor.
No solo en Europa, sino también para Estados Unidos.
En los demás países todavía no he estado.
Pero no están.
Nadie superará esto.
Hay fuerzas capaces de pensar cósmicamente, desde luego.
Pero ya lo ve.
Y así es con todo.
Sí, eso ya lo he visto y sentido desde hace mucho, y yo sé.
Ya no me altero.
Pero ¿de qué no sería capaz uno?
Sí, entonces uno da un momento un salto de cincuenta años hacia adelante en un solo día; eso tampoco es posible.
Pero ¿qué es lo que uno no haría?, ¿qué es lo que uno no haría?, ¿qué es lo que uno no haría?
Sí.
Sí, entonces también se cumplirá mi sueño.
Entonces viene mañana la princesa Guillermina y dice: “Ven, te daré no dos, sino diez.
A ver, coloca ese hermoso templo”.
Digo: “Vamos a hacer una cosita hermosa, señora, para la humanidad”.
Bah, sí, Dios, que si pienso hasta volverme loco o no, de todas formas no servirá.
A nosotros sí nos sirve, porque eso lo vimos el domingo, señor, y con esos veinticinco céntimos suyos.

(Risas).

Sí.
Bueno, señor, lo he vivido allí como Jeus, como André y Jeus.
En el libro es Jeus, ¿verdad?, trata de Jeus.
André y Jeus y Jozef, pero André, y allí es donde sucumbimos.
Y simplemente lo hemos superado.
Anduve tan a gusto junto al mar, metido hasta las rodillas, a la una y media de la madrugada, y entonces me enfrié un poco.
Una delicia, bordear el agua.
Metido hasta las rodillas, encima me tropecé una vez quedándome patas arriba, porque me caí en un agujero.
Pues entonces sí que me fui corriendo a casa.
(Una señora en la sala dice algo inaudible).
Todo eso sirvió.
¿Cómo dice?
(Una señora en la sala dice algo inaudible).
No, eso no lo hice.
Pues, señor Berends, usted eso lo sabe.
Y entonces tiene usted aquí. “Tenemos que aceptar que en el sonido...”.
Ah, bien, otra cosa.
Sí, sí, sí, sí.
“El maestro Alcar podía hacer un diagnóstico por medio de una conversación telefónica con alguien en Arnhem.
¿Tenemos que aceptar que los procesos patológicos se dan a conocer en el sonido?”.
Eso sería algo para la ciencia.
Señor, eso lo hemos demostrado.
La personalidad vive en el sonido de la voz.
Y la personalidad está enferma.
Es una con el cuerpo.
Es la constatación espiritual de un diagnóstico, el ser uno espacial.
El maestro Alcar se hizo uno y lo atrajo hacia él como una ventosa; y entonces lo supimos.
Deberían intentar hacerlo alguna vez.
Si usted vive esa unión, le hablará la vida.
El mismo estado que entonces, lo cual contó el maestro Zelanus, con esa pajarita de ese señor en Arnhem.
Entonces nos cubrió el agua.
Y todos esos poderosos milagros los he llegado a conocer en el otro lado, señor.
No solo allí, pero también como ser humano aquí.
Y eso también lo saben hacer ustedes.
Pero ahora me desprendo de ustedes.
Si luego tiene alguna pregunta más, señor, me encantaría oírla.
Aquí tengo: “¿Puede causar demencia la anestesia durante la extracción de dientes?”.
¿De quién es eso?
Señora, el domingo hubo una señora en Diligentia que empezó a sentirse mal.
Y solo fue porque había tenido un problema parecido al de Loea (véase ‘La cosmología de Jozef Rulof’).
Porque su hija también es psicopática.
Y esta lo vivió muy a fondo.
Y de pronto desapareció en las profundidades y se le paralizaron las piernas.
¿Saben...?
No sé si estaban...
(Gente en la sala):

—Sí.
—Pero ¿saben lo que hice en ese minuto?
Si no la mujer ya habría tenido que irse al hospital.
De pronto me convertí en sus piernas.
Me metí en esas piernas.
Y las tensé, porque casi se le doblaban.
Me había desprendido un momento de mi voluntad, me las llevé.
Eso es severo.
Si no lo entienden, pensarán: qué duro es eso.
Digo: “¡Y ahora póngase de pie!”.
Es un puro...
Entonces en cierta medida nos ponemos a trabajar también con la voluntad y la hipnosis.
Pero vi que de pronto me tenía que meter en esas piernas.
Y el maestro Alcar también estaba.
Porque cuando se llega a ese punto, eso ya va subiendo.
Y de pronto me metí en esas piernas, en esa personalidad, digo: “¡Y ahora levántate, agárrate y respira!”. Y al instante: “Hhhhhh”.
O sea, puro trance.
Así que yo también me tengo que poner a respirar al instante.
Cuando salgo de ese trance en Diligentia, tengo que ponerme a respirar.
Y es lo que le había pasado: se había hundido en su pena.
Y allí podría haber permanecido meses y meses, si uno no es capaz de romperlo.
Y es lo mismo, no es lo mismo, es el estado espiritual, y eso, por tanto, es por la pena.
Y esto, lo que quiere decir usted, eso es por el dolor.
Es posible vivir un mismo estado por un dolor material, por lo que uno pierde brevemente, por el dolor, la conciencia diurna.
Y bien, si uno es suficientemente sensible, o sea, que en realidad eres...
Esa gente que es mediúmnica o algo así, entonces es posible... son atacados al instante, porque vivimos en millones de mundos de personas, en millones.
Si es que es un milagro que el ser humano que se abre a este trabajo lea libros, que esa gente sea atacada tan poco.
Habría que escuchar muchos más dramas.
Es como si dijéramos: uno se sintoniza, se pone a leer y entonces empieza a pensar.
Y en eso ya se puede ver lo dotado que es uno, que uno pueda leer tranquilamente un libro.
Pero abundan quienes, antes, aquí y allí, que se leen un librito y se hunden lentamente, y por el libro se fueron a un centro psiquiátrico.
Y entonces decían: “¿Lo ves? No son más que asuntos diabólicos”.
(Un señor en la sala dice algo inaudible).
Bueno, eso se oye a diario.
Y eso es simplemente cómo va desapareciendo la conciencia diurna en las profundidades —los sentimientos, la sensibilidad— y entonces de inmediato se le mete alguien de ese mundo.
Y lo que a mí me sorprende es que entre nosotros —por cierto, no hace falta decirlo para el mundo— todavía haya tan pocos que estén chiflados.
Porque todo eso se lo echan en cara a Jozef Rulof.
(Señora en la sala):

—Señor Rulof... (inaudible)... una niña, se volvió loca, un año entero, entonces se fue a Suiza y tres años después volvió a estar demente.
Con diecisiete años”.
Sí, claro, entonces son, naturalmente, los sentimientos, es lo que uno ve...
Por extraer una muela, por un coche, un accidente no es tan grave, porque entonces de pronto es demasiado grave...
(Dirigiéndose al técnico de sonido):

¿Ya está mirando lo de...?
¿Ya se ha acabado otra vez?
Qué rápido.
Lo que pasa entonces es el derrumbe por pena, por dolor.
Señora, es como si apareciera alguien con un atizador al rojo vivo y se lo pone a usted un ratito en la espalda.
Y después: se derrumban de dolor.
Y si es usted sensible, si se mete alguien, en esa personalidad, todavía es susceptible, y se viene.
Es una historia de compasión, un asunto de sufrimiento.
Y entonces uno está poseído, y se puede poner uno loco, eso también, porque la pena le golpee a uno profundamente, hasta borrarlo.
También puede ser posesión.
(Señora en la sala):

—... en el hospital... malaria... y entonces le entró una fiebre muy alta y durante esa fiebre... y cuando esta se fue, le ocurrió”.

—Sí.
Y eso ¿el doctor no lo entiende?
(La señora dice algo inaudible).
¿No lo entiende el médico?
Imagínese qué clase de... sí, ahora usaré una hermosa palabra, que clase de perros necios que son.
Necios.
Cuando se lo explique, todos tienen que decir: “¿Cómo es posible?”.
Más sencillo imposible.
Pero entonces ya pueden ver qué clase de pobres lelos que son esos médicos, pobres.
Cuando les entra fiebre, ¿qué les ocurre entonces?
Es cuando hay algo físico que empieza a ser predominante.
Pues, señora, entonces el sentimiento también viene.
Esa fiebre es exactamente igual que el choque que les da.
Y entonces también viene el sentimiento, y son ustedes normales.
Y cuando se va la fiebre, ustedes también se vuelven a hundir.
Y eso no lo entienden, fíjense.
Más sencillo imposible, la sabiduría de Dios se abre con una ingenuidad infantil.
Siempre que uno sea capaz de mirar a través de ese espíritu.
¿No es de una sencillez aplastante?
¿Lo han entendido?
La fiebre: la niña era normal.
Cuando desaparece, bien, es sencillo, entonces desaparece en las profundidades ese espíritu, esa conciencia diurna.
Pero por las fiebres —es empuje, ¿no?— y por ese empuje también viene el sentimiento hacia la conciencia diurna, con la fiebre hacia la conciencia diurna, porque la fiebre es exactamente eso: conciencia diurna.
Y resulta que hay fiebres conscientes y que hay fiebres inconscientes.
Si son fiebres de la conciencia diurna, entonces está listo el cuadro clínico.
Eso lo han leído en...
Centenares de esos estados.
Porque, oigan, qué médico tan brillante sería yo.
Todavía ahora.
¿Mejor incluso que antes?
Imposible.
Pero ahora veo con una tremenda nitidez.
Con Wim, que ahora es médico en Leiden, en ‘Una mirada en el más allá’.
El padre, un peluquero, ni siquiera tenía dinero.
Digo: “Su hijo será médico”.
Y dice: “¿Quién lo va a pagar?”.
Eran fiebres inconscientes, porque fiebre había, pero no un cuadro clínico.
Así que el médico que busca y busca y que no encuentra nada.
Entrego un dibujo, hecho por el maestro Alcar: “Toma, allí, ese pulmón, allí, ese punto, allá, allá”.
¿Cómo es posible?
Pues haga una radiografía.
Allí, allí, allí y allí.
Y me dice: “Pues...”.
Así que nosotros miramos a través de esos pulmoncitos.
Insuficientes todavía las pruebas.
El médico: “Bueno, vaya, ese tipo sí que ve.
No tiene que ver con el otro lado”.
Ya estamos otra vez.
Pero cuando llegué yo, señora, compresas de agua fría, primer tratamiento...
Señora, si hubiera visto eso: dos cubos de agua atravesaron la cama, al suelo.
Y esa fue la suerte.
Entonces terminó todo.
Y yo tuve que largarme otra vez.
“Yo ya no vuelvo aquí”, dice ese tipo, dice ese médico, “¿qué quiere ese tipo aquí?”.
Y dice: “Pues, doctor, ahora mejor lárgate, porque aquel ha salvado a nuestra hija.
Usted estuvo buscando una semana entera”.
Bueno, pues allí está el señor.
Digo: “Pero dejen a ese hombre, ya está.
Da igual”.
Pero ya lo ven.
Así que ese médico no sabe.
Observa.
Así que los fenómenos están ahí, delante de él, es espiritual y materialmente un mundo, una unidad universal; y no miran a través de eso.
¿No es tremendamente sencillo?
Para mí lo más sorprendente era siempre...
Llegamos a casa de un enfermo, miramos un poco, así, el maestro Alcar vuelve a mirar: “¿Ya lo has visto, André?”.
Entonces me lo hacía ver.
Y así, en un segundo para la enferma: “Señora, tiene esto y lo otro”.
Entonces ni siquiera nos hacía falta empezar.
Pero, señoras y señores, allí está el té y así también tendrán esto y lo otro.
Hasta luego.
 
DESCANSO
 
Señoras y señores, aquí tengo: “Llevo siguiendo sus conferencias desde hace más o menos un año y leo sus libros.
Hasta ahora no he conseguido obtener una respuesta sobre la relación de mis hijos con la religión, ni comprenderla.
Tengo tres hijos, de dos, cinco, diez y once años”.
Son cuatro, ¿verdad?
(Un señor en la sala dice algo inaudible).
“... tengo tres hijos...”.
Ah, sí.
“Van a la escuela pública, donde también reciben religión.
¿Tenemos que dejar que eso siga?
O: ¿cómo tenemos que actuar como padres?”.
¿De quién es eso?
Señora, lo mejor es que los deje tranquilamente...
Ahora mismo ya los puede enviar a diferentes escuelas.
Y aquí dice: “También de cara a las situaciones sociales tales como se dan en el campo.
O sea, donde no es tan fácil aislarlos”.
No, señora, es que no es posible.
Yo le aconsejaría que si tiene allí una escuelita protestante o católica...
Bueno, si van a la escuela católica, entonces habrá uno de esos .... —nosotros mismos lo hemos vivido— menudo miedo que te meten en el cuerpo.
Y si va usted a hablar y lee los libros, y le va a decir algo al niño, habrá ocurrido en un abrir y cerrar de ojos, lo echarán de la escuela a la primera de cambio.
Así que el católico, ese cura o capellán...
A mí me tiraban del pupitre a base de tortazos y a otros les metían miedo, temor, con esos infiernos y eso de estar eternamente condenado.
Si fueran a una escuelita protestante...
Pero en el campo no es tan sencillo, ¿a que no?
Una escuelita libre, protestante...
Sí, señora, algún día llegaremos a ese punto, entonces el niño se pondrá a preguntar y comenzará usted.
Quítele a ese crío tanto buscar, por Dios.
Mírese a sí misma: ¿cómo hemos comenzado?
Es una pena tremenda, y dolor, eso de buscar a Dios, los problemas, y sobre todo la paternidad y maternidad.
Por Dios, vaya...
Los médicos también ya lo están comentando, ya ante la radio.
A las madres, a las madres y a los padres, los tenemos que tomar en desarrollo, porque los padres todavía ni siquiera saben contarle a un hijo: “Nuestra situación es tal y cual”.
No son más que gemidos.
Los padres, los progenitores, tienen que sentarse ahora en el banquillo.
Para prepararlos para el niño.
En ese punto estamos todavía.
Es algo que se oye a diario.
Pero lo mejor es, señora: los deja ir, y cuando se pongan a hacer preguntas, usted empieza de inmediato a explicárselo.
Vuelven a la escuela y se ponen a hablar, y entonces ya oirá usted automáticamente lo que pasa.
Pero aquí, todavía hay tanta gente...
A mí me han preguntado muchas veces: “¿Qué tengo que hacer con mis hijos?”.
Digo: “Mándelos allí.
También hay católicos que leen mis libros”.
Y entonces dijo la hermana: “¿De dónde has sacado eso?”.
Porque la hermana hablaba del purgatorio y de toda esa chamusquina.
Y hubo una de cinco años, seis, empezó a reír, porque papá y mamá se leían el uno al otro los libros, en presencia de los niños.

Y dice ella: “¿Tú de qué te ríes?”.
Y responde: “Son tonterías, ¿no?”.
Y la otra: “¿Cómo sabes tú de eso?”.
Y dice: “Del tito Jozef”.
Y añade: “El tito Jozef escribe libros, y él sabe”.
Y entonces el señor cura fue a visitar al señor, a los padres.
Y dice: “Bueno”, dice, “¿le parece raro, extraño?
Todavía se los enviamos a usted.
Que aprendan eso también.
Nosotros ya se lo haremos encajar”.
“Sí”, dice, “es una manera”.
Dice: “Pero usted tampoco se creerá eso de la condena y el purgatorio, ¿no?”.
Y dice: “Bueno, todavía sigue allí, señor, pero nos estamos abriendo un poco, aunque todavía no lo podemos eliminar, porque si no se nos van.
Y entonces, pues, sí, entonces ya no tenemos qué comer”.
Ahora tienen todavía respeto.
A ese señor cura todavía le dan su vinito, solo porque le tienen miedo.
Y cuando ese miedo haya desaparecido, dirán: “Claro.
Claro.
Señor, usted póngase a trabajar, mire por dónde.
Usted también empiece a buscarse la vida.
Vaya al campo y haga algo”.
Porque llevar a la gente al purgatorio, vaya, eso no tiene mucho misterio.
Señora, le doy por tanto como consejo: déjelos ir, sin problema, más tarde ya se encargará usted de encajarles eso.
Lea los libros, usted misma es fuerte, y entonces sabrá sin duda cuándo tiene que hablar con los hijos.
Cuénteles lo antes posible...
Los detendrá, cuando se pongan a leer mejor les pone entre las manos ‘Jeus I’.
Y entonces ya no le hará falta decir nada más.
Entonces un buen día irrumpirán en donde esté usted y dirán: “Ahora lo sé todo.
Ya no hace falta que me cuente nada, ¿no?”.
Y entonces mirarán al mismo tiempo hacia abajo, para ver si viene algo nuevo.
A mí mi madre me dijo. “Seguro que tienes hambre, ¿no?”.
Digo: “Sí, tengo un hambre que reviento”.
El ser humano...
Y es una pena.
Le mandé al pastor Spelberg y también a aquel ‘Jeus I’, pero ya lo ven, no lo recibirán.
Y entonces tienen allí: “Sí, a la juventud ... a la juventud ... a la juventud... la tenemos que edificar, encajar”.
Señor, ¿hay algo más hermoso que ‘Jeus de madre Crisje’, la primera parte, para dárselo a leer su hijo?
De lo que acabo de hablar, también de esa gente, esos niños leían ‘Jeus I’, y entonces el pequeño miraba así, en silencio.
Entonces el padre dijo: “Ahora está casi, ¿verdad?”.
Y a la mañana siguiente a echar un vistazo: “¿A ti qué te pasa?”.
“Nada”.
Por la tarde: “Pero ¿qué te pasa?”.
“Nada”.
Pero ella miraba a sus padres de una manera muy diferente.
Porque de pronto lo supo.
De pronto lo supo.
Y entonces de golpe empezó a sonreírse, y se largó.
Y entonces él dijo: “Bah, esa ha empezado con el cuento”.
Tenía cinco años.
Cinco.
Y así, jugando, junto al perro, con Fanny, y con Jeus, uno llega a la creación.
Hay que ver para la de cosas que sirve una vaca.
Solo hace falta que miren.
Y eso son las mayores dramas, padres, madres, para acoger a sus hijos.
Ponga en sus manos ‘Jeus’ y se callan al instante, al instante.
Se encierran y vuelven a leer el libro de inmediato, a escondidas.
Ustedes han... asisten ustedes a una película y ellos poco a poco averiguan la verdad.
Para nada hay lucha.
Porque de pronto están delante de ustedes y tienen otras lucecitas en los ojos.
De pronto se han hecho veinte años mayores, para eso, al menos.
Pero entonces lo saben todo, y ya no tienen lucha.
Porque eso es una lucha terrible, qué quieren que les diga.
¿No, señor?
¿ A usted también le molestaba tanto, señor?
(Señor en la sala):

—Nunca me ha costado ningún esfuerzo.

—¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—Nunca me ha costado ningún esfuerzo.
—Ah, ¿lo supo tan pronto?
—Ja, ja.

(Risas).

Eso es lo mejor que hay, señor, pero hay que ver cuánta gente no anda tartamudeando.
Están simplemente tartamudeando en la calle.
Es una enorme lucha en el mundo, y sobre todo en Europa.
Es mucho más fácil en la jungla, porque allí los niños lo experimentan todo.
(Señor en la sala):

—Sí.
—Pero es, justamente...
(Jozef reacciona a las palabras de alguien):

¿Cómo?
(Señor en la sala):

—Allí lo ven de esa manera.
—Están encima.
Pero ese desgraciado Occidente inconsciente de aquí, y “¿sí que se puede hacer esto?, y “¿no se puede hacer aquello?”.
“Con eso harás que los niños dejen de ser castos”.
Porque entonces saben demasiado.
Sí, cielos, si le hubiéramos contado todo a Crisje, se habría desplomado.
Así de pronto ya mirábamos nosotros.
Bernard decía...
A ver, Bernard, cuéntalo tú.
(La gente se ríe con ganas).
Bernard decía: “Claro, ni que estuviera loco”.
Y dice: “Mejor vete a ver a Johan”.
Cuando vuelvo a pensar en esas historias de antes, todavía me troncho de la risa.
Y Johan ya tenía más años, ¿verdad?, él lo sabía todo.
Entonces había que volver a andarse con paños calientes donde el señor.
Pienso: ahora...
Más tarde —ya se lo conté, él está aquí esta noche, piensa...— si me pregunta algo le haré correr durante cuatro días.

(Risas).

Pero Bernard...
“Bernard, ¿por qué se infla tanto mamá?”.
“¿Qué?”.
Acababa de pelearme con él, miren.
Y entonces pasó de mí por completo.
Yo, con ‘Jeus I’... lo sigo disfrutando a cada minuto.
Esta misma tarde estuve metido.
Digo: “Bernard, Bernard”, digo: “Bernard, porque se infla tanto mamá?”.
“Eso mejor se lo preguntas a Johan”.
Y yo que voy a ver a Johan.
¿A ese?
A Johan.

(Risas).

Sí, señora, todo eso sigue siendo para sus hijos, oiga.
Me miró enseguida desde el espacio, hacia abajo.
Digo: “¿Pues?
Pues, a ver, dímelo”.
“Pues míralo tú con tus propios ojos”, dice.
Digo: “Yo ya miro día y noche, y sigo sin saber nada”.

(Risas).

“Ya llevo dos semanas mirando, Johan, y no sé nada”.
Entonces dijo: “Entonces deberás mirar más tiempo”.
Lo estuve leyendo esta tarde, y tuve un par de horas gloriosas, gloriosas.
Me tronché de la risa con Bernard, porque era tan descarado.
Lo sigo disfrutando a cada rato.
¿Por qué no lo iba a vivir un niño, madre?
Póngales ‘Jeus I’ en las manos.
Así añadirá usted un colorcito divertido.
Sí.
(Se oye la lluvia fuera).

Nuestro Señor se está dividiendo.
Y eso solo lo podrá acoger usted si lleva consigo un paraguas, señora.
Pero Nuestro Señor se está dividiendo ahora.
¿Lo ven?
Así comenzó la creación.
Bueno, mejor sigo.
Aquí tengo: “‘Una mirada en el más allá’, parte 2, página 141”, allí se tratan las consecuencias de la incineración.
“Quienes fallecen pero que todavía tienen los pómulos rosados, lo cual se puede observar a menudo”, es cierto, sí, “se encuentran en este terrible estado.
La vida ha abandonado la materia”, o la vida está libre de materia, “el cuerpo espiritual se ha liberado de la vestidura material, y el aura vital mantiene en vida la vestidura depuesta”.
La pregunta es: “Mantener en vida esta vestidura depuesta durante tanto tiempo, ¿indica un cierto estado mental, por ejemplo, el hecho de estar atado a la tierra?”.
Señora, esa gente, esa personalidad sigue atada a ese cuerpo.
Así que ese cuerpo todavía no puede morir de forma normal y aún es alimentado por la vida, el espíritu, porque todavía no se ha producido la separación.
Porque una muerte pertinente...
Pero eso usted también lo puede tener, no cada cuerpo hace directamente la transición a la muerte.
Por ejemplo, un enfermo muy grave, un cuerpo que ha sufrido mucho, pasa a podrirse de inmediato.
Y eso es la necrosis.
Y también se dan estados, personas, cuerpos, en que eso no se produce hasta dos días después, tres... cuatro días, el ataúd ya está en la tumba, y solo entonces en realidad se produce la necrosis.
Eso ya ni siquiera se ve.
Pero lo que sí se ve entonces es que...
Uno diría...
“Es como si estuvieran durmiendo”, es algo que se oye a veces.
Y eso es dormir, es el aura que todavía alimenta el tejido, porque todavía hay unión.
Porque el espíritu, los sentimientos, la personalidad todavía no está libre de la materia.
¿Ha quedado claro?
(Una señora en la sala dice algo inaudible).
Eso es... se produce por la vida que uno ha tenido.
(La señora dice otra cosa inaudible).
Sí, es... si uno ha tenido una vida dura, horrible —ni siquiera hace falta que haya sido tan terrible— pero uno entonces no se queda libre sin más.
Porque entonces retiene... miren, cuando nos liberamos...
No he hecho más que vivir a la buena de Dios, y he hecho todas esas cosas, he mentido y engañado y odiado, y todas esas cosas, eso ya son los sentimientos y la personalidad.
Pero si tocamos el cuerpo, si tocamos otras leyes, entonces no me quedo libre del cuerpo así a la primera.
Aunque tenga que volverme a la tierra, ese estado me retiene, ese proceso de morir, me retiene un poco más de tiempo.
Puede ser hasta dos, tres, cuatro semanas.
Y entonces ya estoy también en la tumba; aunque no viva la podredumbre, porque entonces uno está del todo metido.
Pero entonces ya estará fuera.
Se queda usted al lado, y podrá ir a donde le plazca.
Sí, ya entenderá que algo que le succiona hasta volver, que le atrae de vuelta.
Y eso todavía es el estado, el ser uno con ese cuerpo.
Y por eso verá usted que cuando alguien muere, entonces uno a veces ve todavía de esos colorcitos de color rosado.
Y entonces casi siempre es sospechoso.
Pero también he asistido a casos de gente, señora, donde era un colorcito espiritual.
Entonces uno tiene que ser capaz de mirar a través de eso.
Digo... llegué a un sitio... digo...
‘Santo cielo’, pienso, ‘ese tampoco está muy bien’.
Entonces el maestro Alcar dijo: “Espera un poco, ¿lo ves?”.
“Sí”.
Y nos pusimos a controlarlo, y resulta que era otra cosa.
Era una verdadera abundancia de sentimiento con respecto a arriba, y volvía a repercutir en el cuerpo, entiende, repercutía de vuelta.
Así que el cuerpo también se llevaba algo de esa santidad.
Y eso era el quedarse dormido de verdad.
(Una señora en la sala dice algo inaudible).
¿Cómo dice?
(Señora en la sala).

—¿... querer morir?
No, sí, no querer morir, que...
Uno no tiene por qué querer nada.
Hay miles de personas que tienen miedo a la muerte, y miles, digamos que casi, aquí en la ciudad...
Bueno, quien sepa algo de la vida, se entrega.
Pero aquí, frente al estrado, tengo todavía a gente —y andan por todas partes— que lee libros, y que tiene todavía miedo a la muerte.
Porque todavía no saben todo lo que sucede.
Y eso son puramente los sentimientos, la conciencia del ser humano que muere, que vive la muerte.
Uno no vive la muerte según el cuerpo.
¿No es divertido eso?
Pero usted vive el morir.
Ese cuerpo ya irá por sí solo.
Pero es usted quien muere, no el cuerpo.
Este tenía que... otra cosa más para el mundo.
Usted... “el ser humano muere”, se dice, sí.
Claro, entonces piensan en el cadáver.
Piensan en esa persona material, pero en realidad, la ciencia y la humanidad no saben todavía nada de ese proceso de muerte espiritual.
¿Qué se sabe aquí en Europa de la muerte espiritual?
¿Verdad?
Nada.
¿Señor ingeniero?
(Señor en la sala):

—Se dice: el espíritu no muere, el espíritu es inmortal...

—Sí.

—... el cuerpo muere.
Y ahora resulta que el cuerpo no muere y entonces ya se morirá el espíritu.

—Sí.

—Es algo que no alcanzo a entender.
—Claro.
Es que es imposible.
El cuerpo muere —eso digo— y el espíritu, no.
Pero es usted quien muere, porque es usted quien vive el proceso de morir.
(Señor en la sala):

—Sí.
—Bueno, pues entonces ya está, ¿no?
El cuerpo muere.
(Señor en la sala):

—Sí.
—Y eso no dice nada.
En el fondo no muere, no.
¿Por qué muere?
Porque usted sale de él.
(Señor en la sala):

—Sí.
—¿Ya lo sabe entonces?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Así que es usted quien hace que se revele el proceso de muerte.
(Señor en la sala):

—Ah, ya entiendo.
—Sí, no, pero eso es.
(Señor en la sala):

—Sí, pero ahora vuelve a decir algo un poco distinto.
—No, dije exactamente lo mismo.

(Risas).

¿Entiende?
Y luego dicen: “Bah, eso es imposible”.
Pero señor, siente usted...
Por eso digo: “Eso la universidad todavía no lo sabe”.
La mayor parte de las personas dice: “Sí, ese hombre ha muerto”.
Pero cuando nos ponemos a verlo de forma cósmica, entonces se van también puramente a la tumba con ese hombre.
Porque nosotros nos salimos, ¿no?
Pero el cuerpo sí que muere.
Pero no se muere, señor.
Sí, la podredumbre, claro.
Pero de eso no estamos hablando.
El proceso de morir en sí lo somos nosotros mismos.
Y entonces uno se muere espiritualmente.
Y morirse espiritualmente, señor...
¡Se ríen de mí!
Y hay que ver lo sencillo que es.
El cuerpo va hacia abajo, se va a la tumba; de materia a materia.
Pero nosotros...
Allí viene esa señora con esa pregunta: ¿por qué esa gente, ese cadáver, tiene todavía colorcitos?
Eso es, digo yo, porque todavía hay unión con el espíritu.
Así que el espíritu está liberándose.
Liberarse es el proceso de morir para el espíritu, el desprenderse de la materia.
(Señor en la sala):

—La segunda muerte.
—Y eso lo llaman La Parca.
(Señor en la sala):

—La segunda muerte.
—La segunda muerte.
Y ahora tengo otra forma más de morir, señor.
Hay otra forma más de morir.
Ahora dirá usted... su empezamos ahora con la cosmología, entonces dirá usted: “Bueno, ese cuerpo se murió”.
Allí uno muere; uno lo que hace es vivir el proceso de morir, porque esa es la sabiduría para ustedes, es evolución.
Es el renacer para el espíritu.
Y entonces tendrán ustedes su renacer para la materia.
Pero también existe la necrosis espiritual en el otro lado.
También.
Un ser humano tiene amor.
Les explicaré de una vez lo poderoso y claro y natural que es eso.
Hay gente... una persona, por ejemplo —eso se oye en la sociedad— a la que usted ama muchísimo, que se pone a arrancarle una pierna, golpea y patea; entonces esos sentimientos se van a morir.
Eso es morir de forma pura.
Hace poco se me acercó alguien en Ámsterdam, un hombre que había tiranizado a su mujer de una manera espantosa, desde hace años.
Digo: “¿Qué vas a hacer?”.
Sí, ahora están llorando otra vez, se han ido, pero ahora están llorando, ¿entiendes?, ahora saben lo bien que estaban.
Digo: “Bueno, eso es cosa de vosotros mismos.
Yo no me atrevo a decir nada, porque entonces vas a comenzar con mis fuerzas”.
He de ser muy cauto con mis palabras, con los consejos.
Sí quieren tener consejos míos, pero luego no puedo decir nada.
Si digo: “Sí...”,
puedo decir de inmediato: “Puedes hacer aquello, puedes hacer esto”.
¿No?
Y entonces lo hacen.
Soy responsable.
Pero no puedo hacer eso, porque entonces no aprenden nada.
Eso me lo enseñó el maestro Alcar.
Y eso es una ley divina.
Pero ahora resulta que hay...
Y dice ella: “Sí, pero esa cosa hermosa, que tanto sentía, se ha muerto de forma pura”.
También murió.
Y así hay tantas cosas que mueren en el ser humano.

Y eso es solo porque ese hombre, y allá aquello, allá aquello, ese hombre ha decapitado, torturado, golpeado, pateado aquello, ese amor, por completo.
Lo ha destrozado conscientemente delante de nuestros ojos.
No queda ni el más mínimo fundamento.
Dice ella: “Se ha muerto completamente, porque aunque se ponga a llorar hasta morir, ya no quiero saber nada de él.
También siento —lo he hecho, he podido hacerlo, durante años, cinco veces, seis, siete, o diez— que lo he completado.
Y todo eso lo sienten, y eso es... también lo puedo contar... cósmico, a su vez, es la muerte espiritual de algo.
De algo.
Y entonces también se produce la muerte espiritual de cara al cuerpo, señora, y entonces se van bajando esos colorcitos.
Es cuando se retira el espíritu.
Y entonces es morir puramente de forma material y espiritual; terminar.
¿No es sencillo, señor?
Bien.
¿Sabe usted cuando yo... ? Cuando usted aprende algo de lo que le enseño, señor, ¿sabe de qué he aprendido entonces más?
Cuando andábamos tomados de la mano por los cementerios, visitando un cadáver tras otro.
Descendíamos como podíamos, descendíamos en una cripta... y estuve en ‘s-Heerenberg, porque he visto a Hendrik el Largo en su tumba.
Cuando uno lee eso en la tercera parte, lo hemos leído en la tercera parte... volvimos, y entonces volví a ver a mamá y a Hendrik el Largo, pero a él también lo vi en la tumba.
Y de pronto papá estaba a mi lado, de pie.
Digo: “¡Papá!”.
Dice: “Sí”, dice, “¿qué te parecen mis piernecitas?”.
Digo: “Son igual de largas que cuando estabas allí”.
Ni un huesito se habían llevado a rastras.
Pero ya no tenía ni un gramo de carne en los huesos.
Digo. “Qué agujero tan hermoso tiene en su cabeza”.
Pero entonces estás allí al lado del espíritu, al lado, entonces uno aprende eso de pronto y lo sabe.
Y entonces aparece la verdadera belleza espiritual, esa imagen del Largo que es ahora, un hombre joven de veintiocho años, con los mismos ojos centelleantes, solo se le había menguado el bigote.
Dice: “Si no dejo atrás a Nuestro Señor, porque el suyo es así de grande, pero a mí se me deja tener uno pequeñito”.
Y entonces encima es posible gastar bromas y pensar un poco.
Todo es irrevocablemente humano, común, terrenal.
Pero allí yace el cadáver y estás junto a él.
Es allí donde vive la sabiduría.
Porque uno mismo es la sabiduría y el espacio.
Y cuando uno atraviesa entonces todos esos cadáveres, esos huesitos y esqueletos, y uno ve esas calaveras, se sienta al lado de una tumba de esas, sobre todo si uno ha conocido a esa persona, y dice: “Un alborotador, entonces eras un verdadero alborotador, y ahora ¿qué me dices”.
Y entonces, créame, señor, las cabezas se inclinan.
Y allí debajo de la tierra hay mucha tranquilidad, señor.
Mucha.
No se oye una mosca.
Y no tenía miedo para nada.
Miraba, así, de frente, la cara escuálida de un cráneo.
No sabía quién era, porque le faltaba el bigote.
Bueno, el bigote yacía al lado.
También los pelillos estaban allí todavía.
Cómo soñarán esta noche.
Allí es donde tienen que seguir soñando.
Si quieren vivir algo, tienen que atravesar sin duda una cripta de esas, y gruñir, ponerse un poco temerosos y esas cosas.
Pero entonces hay que ver la realidad que está lado, y aun así dicen: “Brrrr.
Tengo algo encima de la espalda”.
¿Sí que tienen miedo?
Ya, pero entonces ven la realidad.
Uno la atraviesa y pasa por ello a rastras, y entonces atraviesa cientos de millones de tumbas, y no ve más que calaveras y huesos.
Y el verdadero ser humano, madre, está al lado, si es que uno tiene luz, si es que es bueno, cariñoso, cordial, agradable.
¿No es así, madre?
Sí, ¿lo ven?
Con eso vamos a rechupetearnos los dedos.
Eso al menos merece la pena.
Y todo eso guarda relación con el morir espiritual y materialmente.
Pero de eso fue de lo que más aprendí, señor.
Al ser humano que conoces, todavía los ves tirados por allí, y entonces tienen que...
¿Dónde están?
No es posible encontrarlos.
¿Pueden encontrar más?
Sí.
A quienes estén en el otro lado los podemos encontrar a todos.
Y tomamos carrerilla, nos concentramos.
“Mejor sujétame”, dice el maestro Alcar.
Y entonces vas como un huracán.
En un segundo estás al otro lado, ¿no?
No, señor, eso se eleva así, sin más, el mundo cambia, y entonces a mirar un poco más, a sintonizar, y allí, bueno, allí andan, allí están; con pequeñas sandalias.
También los hay que se ponen delante de un espejo; todavía se peinan el pelo.
Y luego hay un hombre que pregunta: “¿Tienes algo de tabaco para mí?”.
También tenía todavía su pipa en el bolsillo.
Eso, claro, eso es un poco patético.
No es una gran conciencia, porque están atados al tabaco, y están atados a lo otro, a esto, y a eso, y el mundo entero, señora.
Y si uno asiste a eso en la tierra y esas personas se van a morir, y todos esos miles de deseos, señora, por los que todavía están atados a la tierra, a ese cuerpo y vida materiales, eso es lo que provoca todos esos colorcitos.
¿Ya la sabe ahora?
Mire, de eso puede aprender.
Aquí tengo: “página 144, André está allí con el maestro Alcar en la esfera del despertar”.
Sí, “entonces les pasan planeando muchos seres...”.
Si viera usted el espacio, señora, en la sociedad, eso ya lo puede ver aquí también, hay millones de personas que me pasan planeando, a mí, a usted, y nadie los ve.
Y eso pasa aquí también.
“Entonces les pasan planeando muchos seres, y el maestro Alcar explica que son espíritus de las regiones más elevadas que ayudan.
Padres e hijos, hermanos y hermanas juntos, todos de las esferas más elevadas, mundos conscientes, para ayudar, para eso descienden”.
Y ahora pregunta usted: “Los niños ¿también ayudan en las esferas más bajas?”.
No, señora.
No, señora.
¿Qué va a hacer un niño...?
En el otro lado tienes niños, eso usted lo sabe, para crecer momentáneamente.
Un periodo corto, un periodo largo.
A medida que los sentimientos...
Cuando un niño alcanza el más allá y no regresa a la tierra.
Porque la mayor parte de los niños tiene que volver sola, todos de vuelta a la tierra.
Eso es desintegración, ¿entiende?
No es normal.
Un niño se muere; eso no es normal, porque una vida normal, un nacimiento normal llega a tener suficiente tiempo para dilatarse.
Si un niño todavía tienen que morir, es todo desintegración.
Todo caos-tico, caos-tico.
Todo eso es inconsciencia.
O esa criatura, esa alma, es otra personalidad y tiene que seguir.
Y si ya está en la felicidad, entonces ya no hace falta, porque aquí en la tierra de todas formas no se aprende nada.
El ser humano solo se preocupa de aprender algo socialmente, pero espiritualmente no aprende nada.
Y entonces debería mirar usted: ¿cuándo queda algo en usted, aquí en la tierra, si va a colocar en la balanza esos sentimientos y pensamientos para los que trabaja y vive?
Y entonces debería de mirar, entonces puede mirar con pertinencia, porque allí hay pensamientos que tienen luz.
Y allí todo es completa oscuridad.
Y entonces basta con que vea un par de esas pequeñas chispas, y resulta que es usted misma.
Le pertenecen.
Se las lleva para su espíritu.
Es así, ¿no?
Son buenos actos que forman parte de su personalidad, así que esta ya se ha edificado.
Pero ¿qué asimilamos en una vida tan breve?
Cuando ves y oyes que la gente...
De veinte años no es nada, y de treinta tampoco supone nada todavía, porque solo entre los cuarenta y los cincuenta comenzamos a pensar humanamente.
Basta con que lo compruebe en usted, con un ser humano de treinta o treinta y cinco no se puede hacer nada aún, primero hay que pasar esos cuarenta.
Y entonces se manifiesta esa personalidad.
Es cuando llegamos a ver semejante fantasía.
Lo que antes se hacía fácilmente, renunciar a algo.
Entonces dices: “Bueno, pero ¿por qué haces eso?”.
“Bueno, en el fondo tienes razón”.
Pero eso ya no se da después de los cuarenta.
Porque entonces el ser humano va a contracorriente.
Entonces todo es adulto y consciente.
Es cuando estás ante la personalidad pura y dura.
Hay que ver lo tremendamente difícil que es aclararle a un ser humano, con fe...
Hay que ver el caos que hay, cuánta guerra hay, ya solo entre dos personas; a este le gusta esto y al otro de... y entonces ya tenemos...
El matrimonio queda destrozado, solo por un Dios.
Ambos desean, este sigue esto, el otro aquello, y ella aquello, y ella, en cambio, tiene lo otro, y nadie llega a la unión, porque no les da la gana vivir un solo Dios.
Bronca.
¿Sí?
Por eso es tan asombroso.
A los jóvenes me gustaría decirles bien alto: “Por Dios, abre los ojos.
Si puedes escoger uno aquí de los míos, conmigo, pues hazlo.
Porque entonces al menos los dos estarán (estaréis) encima de ‘Los pueblos de la tierra’”.
Pero, ay, si el otro está encima de Biblia, del Antiguo Testamento, entonces más vale que te andes con cuidado.
¿Entienden?
Dos boxeadores: estupendo, señor, siempre que uno tenga suerte.
En qué lo convertirán es cosa de ellos.
Por ejemplo, dos personas... esa Fanny Blankers-Koen; pues, su marido la entrena, ella corre.

(Risas).

Ella corre.
Y él dice: “Muy bien, hija.
Ahora esta otra cosa.
Estupendo”.
Sí, y entonces...
Cuando ella ha corrido bien, se besan.
¿No creen que ese beso, de esos dos, sabrá bien?
Bah, Luuk van Dam se puso a boxear y ella estaba sentada junto al cuadrilátero: “¡Dale, Luuk, golpea, golpea!”.
Y por la noche se iban juntitos a casa.
Y eran felices.
Entonces aparece la sabiduría.
Aparecen pintores.
Aparecen artistas, actores de teatro.
¿Qué va a hacer un actor de teatro con una atleta?
Entonces dirá ella: “Sí, hay alguien, está allí, y tiene todo el día esto”.
Un pastor protestante, bueno, y otra que es acróbata.
¿Cómo va a poder casarse un pastor con una acróbata?
Ella está suspendida encima del circo y él está suspendido entre la vida y la muerte.

(Risas).
Bueno, señoras y señores, ya entenderán...
Bueno, es así, ¿no?
Es la verdad, ¿no?
Un pastor protestante, ¿cómo va a poder... a poder...?
Sí, bueno, está suspendido entre la vida y la muerte.
Pero busca a Jehová en el circo espacial.
Y ella es acróbata.
Bueno, bueno.
¿Y sabe usted lo que dijo él?
Dice: “Tengo que ir a la iglesia, tengo que rezar”.
Y dice ella: “Y yo tengo que estudiar”.
Bueno, pues ella colgaba arriba del trapecio y él se fue hacia arriba.
Y broncas.
Y más brocas, señor.
Eso no funciona.
¿O sí que funcionaba?

(Risas).

Solo diré lo siguiente, si se pone a pensar un poco...
Por ejemplo, aquí, hace poco vino a verme alguien...
Ya estamos, todavía tengo que acabar la carta.
Pero todo tiene que ver con ello, ¿no, señor?
Hace poco dijo: “No, no, no, esos padres no quieren saber nada de mí, porque soy protestante y la chica es católica, pero nos queremos”.
Digo: “Muchacho, muchacho, muchacho, ten cuidado”.
“¿Ah, sí?”.
Bien.
Pero se le había metido entre ceja y ceja, ¿verdad?
Y entonces el padre dijo: “Aquí no hay nada que hacer, porque...”.
Digo: “A ver, traémelo un día”.
Digo: “Tú has asistido a conferencias mías, ¿verdad?”.
“Sí”.
Digo: “Eres tan impagable en estos momentos si sabes eso”.
Digo: “Ya tienes tanto”.
Un chico de veinte.
Digo: “Ya eres tanto.
Conferencias, los libros que has leído, oíste la conferencia de los maestros”.
Digo: “Y ahora irás, ahora eres... ahora tienes novia.
Bien”.
Digo: “Y ahora vas a mirar allí”.
Digo: “¿Arrullarse?
Pfrt, pueden arrullarse donde sea”.
Digo: “Deberías preguntarle si también le gustan esos libros”.
Digo: “Y si no le gustan”, digo, “señor, ponga pies en polvorosa.
Lárguese”.
“Vaya”, dice, “esto lo jugaré hasta el final”.
Y él que le lleva un libro.
“A ver, ¿qué lees?
¿Tú también estás metido en esas cosas raras?”.
Entonces pensó: ‘No se te ocurra volver a decirme eso’.
La segunda vez: “Deberías leerte esto”.
“Sí, claro, ni que estuviera loca, ¿con esas cosas diabólicas?”.
Y él: “Ya me he aclarado.
Se acabó”.
Punto y aparte.
Y dice él: “Padre, no hace falta que te preocupes, porque la he descartado”.
Digo: “Señor, ya se lo dije”.
El ser humano busca y busca y busca.
Pero señor, si el ser humano...
Imagínese lo tontos que somos a los veinte años, a los veinticinco.
Todavía no eres capaz de pensar, porque no eres adulto.
Y el maestro Alcar a veces dice: “El ser humano primero debería cumplir treinta años antes de casarse”.
No, señor, tenemos que empezar a los quince años a edificar el carácter.
Porque habrán desaparecido diez años de felicidad, veinte años.
Y, de verdad, si ambos... si con ambos... ella está encima de ‘Los pueblos de la tierra’ y él está encima de ‘Una mirada en el más allá’ y ‘Entre la vida y la muerte’; señor, son un par de fundamentos que suenan como Dios manda, y eso a uno le permite captar muchísimo, muchísimo.
Porque lo vemos en los adultos, señor.
¿No es así?
Bueno, yo optaría por decirle a la gente joven: “Aquí tienes que arrullar mucho más”.
Imagínete, Bernard, oye, eso deberíamos haberlo sabido antes.
Deberíamos haberlo sabido antes, entonces no habríamos arrullado por el camino equivocado.
Porque entonces somos bobos y la de cosas que nos quedan por aprender, señor.
¿No lo ha leído usted allí, cuando Bernard vino a verme en Arnhem?
Entonces dijo: “Hay que ver cómo nos han tomado el pelo”.
Y entonces dijo él: “Bueno, sí que pudimos arrullar más de diez minutos”.
Quizá eso ni siquiera le divierta, pero lo digo, por si acaso.

(Risas).

Bueno, las cosas como son, Bernard, las cosas como son.
Pero de eso se trata, señoras y señores.
Bien, mejor sigo.
Es que forma parte de todo esto.
Mire, señora, entonces lo que pasará es... claro... habla usted aquí de los hijos, que todo eso de hablar y todo eso de pensar, que el ser humano viejo y adulto lo sigue haciendo.
Eso, aquí en la tierra, es exactamente igual que en el otro lado.
Es aquí donde tenemos que empezar.
Esa pregunta suya: “Los niños ¿también ayudan en las esferas más bajas?”.
Y entonces allí volví a lanzarme y así he vuelto sin darme cuenta al ser humano adulto.
Pero aquí es la vivencia de esas leyes.
Que lleguemos allí como niños significa, naturalmente, como les he explicado, que sigue habiendo un abismo, o es un niño, o es una conciencia y son unos sentimientos que ya tienen que ver con el otro lado.
(Una señora en la sala dice algo inaudible).
Y entonces les contaré algo hermoso, señora, eso también está allí.
Y luego quieren...
Sí, entonces quizá ya no sea necesario.
Pero aquí —siempre habrá madres que hayan perdido un hijo—, aquí hay también una señora, ha perdido a su hijo, otros también lo han perdido.
Ojalá que ustedes también pudieran vivir eso, que también vinieran directamente.
Pero entonces hay que acoger al niño allí, y a usted otra vez por otra cosa, porque tiene usted otra conciencia, y tendrá usted exactamente ese sentimiento a su lado, como usted misma sienta.
Dicho de otro modo: a su hijo lo acoge allí otra personalidad.
Y cuando usted llegue más tarde, el niño ya se habrá tranquilizado.
Al menos como niño, si muere esa alma al menos como niño y continúa, durante cinco, seis, siete años.
Entonces ya es un ser humano adulto.
Y entonces tienen que volver al pasado, para mostrar: “Sí, madre, yo también he crecido”.
Y es lógico, si se va un hijo suyo de siete años y usted llega cuarenta años después al otro lado, ese niño será viejo y adulto.
Y allí uno es muy viejo; si uno no tiene sentimiento ni amor ni espacio, uno será más viejo que Matusalén.
Si uno tiene luz, descenderá de inmediato al ser niño, a lo juvenil, y entonces llegará a los veinticinco, veintiocho.
Allí hay maestros... si viera ahora al maestro Alcar, sería un muchacho de veintiocho años, treinta, claro, con una cara enormemente sabia.
De esos ojos sale una enorme conciencia.
Pero el niño va creciendo y puede seguir así durante años y años aún será niño, porque entonces esos sentimientos todavía tendrán que despertar.
O sea, conforme a los sentimientos de ustedes... y eso vuelve a ser exactamente lo mismo que lo que vive la gente aquí.
Usted... usted es adulta.
Unos entran, otros no logran salir, y aun otros dicen: “Bueno, no entiendo qué es tan difícil aquí.
¿Por qué es tan difícil?
Lo comprendo al instante”.
Y otro se desloma durante meses y meses y años, y no hay forma de que entre.
Y eso, nuevamente, es la sensibilidad de los sentimientos de usted para esto, aquello y lo otro.
¿Lo comprende?
¿Ha quedado claro?
(Señora en la sala):

—¿... entre los que había niños que descienden?
—Entonces dejan...
Si un niño... si un niño... un niño se desprende de usted, su hijo está atado a la madre y al padre, pero sobre todo a la madre, y se va al pequeño ataúd, el niño se desprende, no será posible serenarlo así como así en las esferas.
Y entonces se llevan al niño, ya cuando sean fuertes —solo es posible cuando lo puedan procesar, entonces se ve en el sentimiento y en lo que irradia el niño—, entonces se llevan al niño, sin remedio, a la fuente donde se da ese estado.
Y un niño ya no es tan niño, señora, para no reaccionar ante eso, porque de inmediato ve los errores, y entonces el maestro, o la madre que hace que ese niño empiece a evolucionar, lo puede tratar; es cuando el niño llega a ver de forma pura la razón de su tristeza.
Y se pierde en las profundidades.
Dice: “Luego viene mamá”.
Y cuando luego le entra más sabiduría al niño, en ese sentimiento, el maestro dirá: “Hay que amar universalmente y entonces... porque ya te enseñaré algún día a otra madre”.
Y eso ya es una madre que está al lado; esa criatura llegará a ver las reencarnaciones: estará ante diez, veinte, centenares de madres.
Y lo llegarán a ver ustedes a medida que puedan desprenderse de esa madre en particular.
Si no se desprenden ni se liberan de su propia madre de la tierra, también seguirán siendo pobres.
¿Es así?
Hay que aprender a amar universalmente.
Y eso es lo que se le enseña entonces a un niño.
¿Ha quedado claro?
Bien.
Y es un trabajo hermoso, señora, acoger a niños.
Pero en realidad el trabajo más hermoso es...
Aquí no es divertido, porque ya puedo ponerme a ladrar hasta reventar y ya les puedo explicar todo, pero allí estaremos —ya ven, lo que acabo de decir—, una gloria, estaremos encima de la tumba, y descenderemos en ella, veremos allí el cadáver, los huesitos y el esqueletito, y la calavera, la acariciaremos un poco todavía, y ya no se oirá ningún ladrido ni morderán ni golpearán ni patearán, y de eso aprende el ser humano.
Y entonces el ser humano comerá de la palma de nuestra mano, según se dice.
Esta semana le dije a mi mujer...
Bueno, de repente empecé a reírme, y entonces dijo. “¿De qué te ríes?”.
Y dice...
“Ay, ay, ay”, digo, “ya verás la factura que les pasaré detrás del ataúd.
Uno por uno...”.
Entonces dijo: “Qué forma tan odiosa de decirlo...”.
Digo: “Para nada lo digo de manera odiosa”.
Digo: “Pero enseguida sé todo lo que experimentarán (experimentaréis).
Ahora mismo ya me estoy divirtiendo con eso”.
Sé cómo se inclinarán esas cabecitas.
Y cómo...: “Ay, ay, ay, vuelve y ayúdame, anda, ayúdame, anda”, eso ya me lo sé.
Sé exactamente lo que tendrán ustedes enseguida; y eso me divierte.
Es el único placer que tengo.
¿Por qué no?
(Señora en la sala):

—Si entonces oigo que alguien se ría, diré: “Mira, Jozef Rulof”.
(La gente se ríe con ganas).
—Sin duda.
Sí, señora, sí.
Una buena tarde mi mujer dijo: “Si no es cierto, te arrastraré por los pelos”.
Digo: “Hija, no hay nada que arrastrar”.
“Si no es cierto todo lo que cuentas, te arrastraré por los pelos, te arrastraremos hasta allí”.
Digo: “Hija, entonces no habrá nada que arrastrar”.
Si no existe, no hay nada que arrastrar.
(Señora en la sala):

—No.
—Es muy sencillo.
No, nunca le doy la razón, ¿verdad?
No, es que no es cualquier cosa, señora, de verdad que no es cualquier cosa.
Pero así es.
Pero ¿puedes reír entonces?
Sí.
No, entonces a Nuestro Señor le entra una sensación tan gloriosa.
Dice: “En la tierra podían pegarme y clavarme en la cruz.
Pero aquí ya no pueden”.
Y entonces están al lado del ser humano, te comen de la palma de la mano, si es que quieren aprender.
Aquello que vive por debajo, por debajo, allí en...
Basta con ir hacia abajo, allí viven centenares de miles de hombres y mujeres, millones, y esos a más profundidad aún, más profundidad, ay, Dios, señor y señora, los estrangularán y succionarán hasta dejarlos vacíos.
De eso ni siquiera hablamos.
De quienes hablamos es de nosotros.
Ya queremos actuar un poco.
Esto...
Hay que ver el garrote que nos espera allí.
Uno pequeñito de esos.
Pero voy a seguir, porque todavía no estoy.
Me encanta añadir cositas divertidas.
A ver cómo me las ingenio para hablar hasta que desaparezcan esos esqueletos esta noche, ¿entienden?
Porque lo que es soñar lo harán de todas formas.
Esta noche les entrarán los nervios.
Y si ese jefe suyo otra vez no duerme bien, yo tendré que cargar con el muerto.
Me vino a ver alguien.
Alguien que había vivido una hermosa noche, pero tuvo que reírse, aunque también había algo de miedo, y entonces vino.
Él había golpeado la cama con el puño.
Y entonces dijo: “Se acabó.
Porque ya te están entrando los nervios”.
Y ella que dice: “Lo hice por felicidad, marido, porque creía que tenía alas”.

(Risas).
Al día siguiente me dijo: “Pero no fue así.
De pronto vi ese cadáver ante mis ojos”.
Digo: “Ya estamos”.
Y entonces ella lo convirtió en aquello, ¿verdad?
Y él que dice: “Bueno, de acuerdo, haz lo que quieras”.
Sí.
“En la página 139, del mismo libro”.
Sí, usted misma me lleva hasta allí, no puedo evitarlo.
“En las esferas tenebrosas”, ya estamos otra vez, “donde fue atacado André, pregunta al maestro Alcar: ‘¿Ha vivido usted aquí?’.
La respuesta es: ‘Acepto que todos nosotros, quien sea, hemos vivido en estos estados’”.
La pregunta es: “¿Quiere decir el maestro Alcar que todas las personas tienen que vivir las esferas tenebrosas?”.
Señora, hemos tenido centenares de millones de vidas.
¿Tendré que estropearle otra vez la comida mañana?
Entonces tendrán que meternos otra vez juntos en la sopa, en el perolo, porque éramos caníbales.
¿Canábales o caníbales?
(Gente en la sala):

—Caní...
—Un canito.
Sí, a un ser humano lo hemos...
Hemos asesinado, quemado, acabamos de salir de eso, señora, y seguimos con eso, espiritualmente.
Pero en esas tinieblas todavía no ha vivido usted.
Y ¿por qué no?
(Una señora en la sala dice algo inaudible).
—¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Si no todavía estaría allí.
—Sí, ya estamos, si no todavía estaría metida.
Entonces no estaría aquí.
(Señora en la sala):

—No.
—¿Soy un profe divertido, señor?
Ya me gustaría ser uno de verdad, de escuela, porque de vez en cuando les haría reír a los niños.
Conmigo jamás vivirá desgracias, señor, porque no soy yo mismo.
Primero tienen que encargarse de...
Hace poco les conté, caballeros, que a mi mujer la hago reír todos los días, una o dos veces.
Sí, algunas veces tiene que esperar un poco.
Pero ahora ya voy cuatro semanas por delante.
Así que puedo no decir nada durante cuatro semanas.
Pero, señor, eso es.
Eso es lo divertido, señora, esa es la felicidad, el hormigueo de su propia personalidad.
Se lo conté hace poco: todas esas desgracias que no existen me producen risa.
Y entonces de inmediato tengo otra imagen y optó por seguir con ella.
Uno se hace cómico.
Uno se convierte sin más en alegría rebosante.
Estoy contento, siempre estoy contento.
Aunque lo diga yo mismo.
Cuando andaba allí por la playa, señor, sí que era feliz.
Porque no era ninguna desgracia.
Eso solo era la lucha por... ese sol, estaba haciendo algo conmigo, y la luna y el cosmos.
En dos minutos pude volver a reír.
También me reía por dentro.
Pero se trataba de algo serio, de dilatarse de forma pertinente.
Y esa lucha, señor...
Ja, ja, ja, entonces me río, me sigo riendo de eso.
Pero enseguida esa luna dirá: “Espera, entonces volveremos a hacerle morder el polvo a ese gritón”.
Y ahora digo: “Lárgate, madre”.
Cuando luego lleguen ustedes a la cosmología...
Ah, no, eso ya ha sido, en la primera parte, lo han oído en Diligentia.
Casi me metí en el canal de la calle Suez.
Y entonces estuve... digo: “Maldita bruja, desgraciada, dejas que me ahogue como un gato”.
Y ella: “¿Bruja?”.
Digo: “Sí”.
Y dice. “Sí, André, pero ¿cómo puedes decir eso?”.
Eso fue...
Me habría... me habría... me habría ahogado.
Me habría... puramente...
“Suicidio”, dicen.
No, señor, es el espacio el que lo succiona a uno.
Pero de golpe la increpé llamándola “bruja, desgraciada”.
Porque ella decía que era madre, ¿no?
Pues a mí no me parecía que fuera una muy cariñosa.
Y entonces la increpé llamándola “bruja, desgraciada”.
Y alguien que no comprenda eso, dirá: “Oye, ese Rulof se lo dice al agua”.
Es una bruja, dice, es una mujer”.
Señor, adelante, entonces se lo explicaremos un momento.
Eso lo tienen que atravesar todos ustedes todavía.
Y, señora, para eso es exactamente lo mismo.
Mire, es pensar, pensar, pensar y experimentar las cosas.
Hubiera deseado colocarla ante su pregunta; todavía no ha estado, señora, porque de lo contrario no estaría aquí, sino que viviría en el mundo astral.
(Señora en la sala):

—Pero algunas veces dicen que de la muerte es posible... que es posible irse hacia arriba y después regresar a la tierra, ¿no?
—Sí.
Sí, sí.
Sí, pero entonces ya tendría usted otra cosa, entonces no estaría allí, sino que estaría aquí.
Si no ha alcanzado usted ese primer mundo consciente, esa primera esfera, pues, entonces, señora, no la necesitarán todavía para los infiernos, porque ni lo sabrá usted misma.
Así que usted procede de una fuente que ha asimilado usted, y entonces ya es: ¿tiene usted sentimiento para nacer?
Yo estuve... me adelanté allí a cien millones de hombres.
Por Egipto.
Y eso también es muy sencillo.
Estábamos allí con un par de personas en Isis, ¿verdad?
En esos templos.
Y eso en comparación con el mundo entero.
Ese par de personas.
Así que solo uno está listo allí, porque nosotros vivimos leyes ocultas, y esas otras personas, no, ¿verdad?
De modo que la gente que de verdad tiene algo de esto viene toda de esa época.
Cierto, hay quienes vienen a remolque, que resulta que se leen allí un libro, y lo otro, y entonces también comienzan.
Déjenles hacer.
Pero usted había estado allí.
Y luego tenemos aquí todavía: “En las esferas tenebrosas donde fue atacado André, pregunta al maestro Alcar: ‘¿Vivió usted aquí?’”.
Sí.
A eso he respondido ahora.
La respuesta es...
Mire.
“¿Quiere decir el maestro Alcar: ¿que toda la gente tiene que vivir las esferas tenebrosas, sin remedio?”.
En esta vida disfruta usted una bendición increíble: de eso se entera usted... nos enteramos ahora.
Oiga, señor, esto solo es desde hace poco.
Imagínese lo que toda esa gente, desde Jerusalén, desde Cristo, en tal y cual época, pero durante todos estos siglos, todos estos centenares de miles de siglos...
Pero tome ahora por ejemplo unos dos mil años, desde Cristo hasta ahora, ¿qué se sabe del más allá?
Váyase a hablar en la ciudad, señor, encima se reirán de usted.
(El técnico de sonido):

—Unos tres minutos.
—¿Unos tres minutos?
La madre del cordero.
¿Ven? Eso es desarrollo, ¿no?
“En realidad, ¿puede llegar a haber un mundo mejor?”.
Señora, ahora habla usted... ahora le tengo que dar un pequeño toque de atención, porque usted ha leído ‘Los pueblos de la tierra’.
¿Es así?
(Señora en la sala):

—Sí.
—Bueno, pues entonces póngase a leerlo otra vez, porque allí viene.
(Jozef sigue leyendo):

“Cuando el ser humano haya completado su ciclo, o cuando haya llegado a ese punto espiritualmente, ya no volverá”.
Eso también lo sabe.
“Los que son menos buenos se quedan atrás, ¿pueden ellos construir una sociedad mejor?”.
La evolución de los pueblos de la tierra se ha analizado en ‘Los pueblos de la tierra’.
¿Es así?
¿Señoras y señores?
(Gente en la sala):

—Sí.
—Lo ven.
Eso se lo van a leer.
Aquí tengo todavía: “Página 140.
Aquí se habla del aura vital que apoya al espíritu a su llegada en el más allá.
Pone: diferentes espíritus quitan al cuerpo material”, eso también lo pueden leer en ‘Una mirada en el más allá’, “después de cinco y siete días el aura vital, cuando la materia pasa a descomponerse en el primer estadio”.
Sí, señora.
También puede tardar más, depende de la sintonización del ser humano.
Se lo he explicado.
¿Es así?
“Quiere decirse que el ser humano, después de fallecer, a veces hasta cinco y siete días...”.
Se lo he explicado con la primera pregunta.
¿Está claro?
Gracias.
Aquí también tengo: “Venimos de la Omnifuente y regresamos al Omnigrado divino.
¿Hemos cambiado en ese tiempo?”.
¿De quién es eso?
“¿Hemos cambiado en ese tiempo?”.
Señora, usted va a leer ‘Los pueblos de la tierra’, ‘Una mirada en el más allá’, ‘El ciclo del alma’, ‘Entre la vida y la muerte’.
“¿Hemos cambiado en ese...?”.
Llevo toda la noche hablando de esos trabajillos y esos asuntos y esas leyes.
Allí usted será Dios, ahora como madre.
También será usted hombre.
¿Y ha cambiado usted?
Ha tenido millones de vidas en la tierra.
¿Y qué clase de cambio quiere ver usted, pues, en sí misma?
Ahora está en ello, vive en La Haya, lee libros de los maestros, y no vive en la jungla.
Así que ya está de camino para llegar a la dilatación.
¿Ha quedado claro eso?
(Señora en la sala):

—... en la primera división.
—¿La primera división en la luna, cuando empezó usted en la vida embrionaria?
¿Qué quiere saber de eso, señora?
(Señora en la sala):

—... Omnifuente.
Y vamos a regresar a la Omnifuente.
—Ah, sí.
Pero entonces tiene que esperar hasta la conferencia en Diligentia, porque vamos a empezar con eso.
¿No puede usted los domingos?
(La señora en la sala dice algo inaudible).
¿Por qué no?
(La señora en la sala dice algo inaudible).
Qué lástima.
Pero lea ‘Los pueblos de la tierra’ desde el comienzo, así comienza.
¿Verdad? Los primeros capítulos de ‘Los pueblos de la tierra’.
Por eso tendrá usted...
Para poder analizar los pueblos, para querer analizarlos, tenía que darle sin el menor lugar a dudas el comienzo, de lo contrario el ser humano seguiría sin saberlo.
El maestro Alcar tenía que volver, el maestro Zelanus tenía que volver hasta el comienzo de la creación para analizar los pueblos de la tierra, para Adolf Hitler, y este tiempo.
Si no la gente no lo habría comprendido.
Qué cosas.
Sí, señora, los domingos tengo que dar las conferencias a esa hora, de lo contrario...
Si necesita algún día un canguro, ya me encargo yo.

(Risas).

Pero entonces los demás me echarán la bronca.
Sí.
(Jozef continúa leyendo):

“¿De dónde vienen nuestras malas inclinaciones?
Estas, en esencia, deberían estar presentes en nosotros, ¿no?”.
En la esencia divina somos tan rasos como un cristal.
En nuestra profunda esencia divina, señora, todos somos tan puros como el oro.
Pero ¿qué es el oro?
Hemos edificado, sin embargo, un carácter, y esa personalidad de ahora, que somos ahora, todavía no quiere.
Y eso todavía no es ningún mal.
Nunca hay que enojarse con un ser humano.
Por mucho que vayan... que vayan en contra de la corriente divina.
Lo que tienen que hacer, digo, es amar la vida.
No, tampoco hace falta abrazar a un asesino.
Y hay alguien que dice: “Oye, eh, necesito que me des ese dinero tuyo”, y todas esas cosas.
No hace falta para nada desear eso.
De eso tampoco hablamos.
De lo que se trata es de sondar la vida con el ser humano con el que tenga que ver usted, de amar.
“Buenos días, señora”, con eso vale.
Sea muy educado, de todas formas no cuesta nada.
En lo que lo convierten es cosa del propio ser humano.
Nunca todavía he hecho caso a lo que el ser humano piense de mí, lo que importa es que me encargue de ser lo que soy.
Y entonces uno se pone a pensar.
Ahora sigue siendo usted persona, pero volveremos a la Omniconsciencia.
Así que usted está en ello.
Para mí no hay pecados en la tierra.
Para mí tampoco hay malas personas, señora.
Sí, les añado que tampoco me relaciono con rufianes de cárcel ni con ladrones ni con asesinos ni nada.
Con ese grado de vida, con ese carácter, no quiero tener que ver.
Busco mi tranquilidad, mi propio color.
Y entonces uno consigue la tranquilidad.
Y eso es muy sencillo.
(Dirigiéndose al técnico de sonido):

Señor, ¿nos da unos minutitos más?
Hay que ver lo agarrado que ese este, ¿verdad?
Cuando el cacharro llega a tiempo, él ya no tiene tiempo.
Buen, al fin y al cabo, ¿qué más da ese cacharro?
A la hora de la verdad, señor, ya no tiene usted nada para nosotros.
Señor, jaque mate.
Señora, eso me da igual.
Yo busco mi tranquilidad.
Le digo: si mi propia sangre, mi propia vida, y mi propio aquello no quieren, señor, señora, se estrellarían ustedes de todas formas.
Si su criatura no quiere, señora, se estrellará de todas formas y “se destrozará”, dicen.
Sí, usted llora.
Yo ya ni siquiera lloro.
Porque es una personalidad.
Sé que esa criatura, esa alma, ha vivido millones de vidas y ahora está evolucionando; el ser humano tendrá que cambiar por el mal, cerrando la cabeza, estrellándose.
Y es así, ¿no?
Así que para mí no hay pecados.
Para el cosmos no hay pecados.
Y entonces usted dirá: “Robar es un pecado, blasfemar es un pecado”.
El año pasado ya dijimos bastantes blasfemias aquí y no ha pasado nada.
No ha pasado nada.
Y seguimos haciéndolo.
(Alguien se ríe).
Ya.
Y usted ¿de qué se ríe?
Es así, ¿no?
Aquí hemos blasfemado.
Alguien dijo: “¿Qué es una blasfemia?”.
Digo: “No, entonces no hay que asustarse, pero me pondré a blasfemar”.
Y una señora: “Esto... ¿cómo?
Pues, sí, sonó duro”.
Digo: “¿Cómo?”.
Ya estamos otra vez, eso es imposible.
No hace falta que lo hagas.
Pero de lo que se trata, señora, es cómo vamos a vivir ahora la vida.
Ahora que sabemos esto, vamos a pensar y a sentir de otra forma, vamos a actuar de otra forma, y nos llevaremos a esa inmaculada claridad, de la que habla Frederik en ‘Las máscaras y los seres humanos’.
Y entonces llegamos a tener despertar, ampliación, amor, vida y felicidad.
Y ahora lo dejo.
No lo puedo decir tan hermoso como el maestro Zelanus, pero es lo mismo, como dos gotas de agua.
Señoras y señores, hasta la semana que viene.
Espero que ahora comiencen a pensar.
Señor Berends, respecto a las siguientes preguntas: ¿qué es el sentimiento?
¿Qué es el alma?
¿Qué es el espíritu?
¿Qué es la vida?
Y ¿qué es la personalidad?
Me las guardo, porque así alguna vez podré contar otra cosa.
Y entonces llegaremos a profundizar.
Si empiezan a hablar todos de eso, a hacer preguntas: “¿Qué es el sentimiento?
¿Qué es la vida?”, entonces pueden aprender.
Señoras y señores, gracias por sus hermosos sentimiento, les deseo un buen descanso.
(Suenan aplausos).
 
Fin