Noche del jueves 25 de septiembre de 1952

—Buenas noches, señoras y señores.
(Gente en la sala):

—Buenas noches.
—Ahora se lo puedo asegurar: el domingo por mañana tendrán ‘Jeus III’.
Tráiganse su banco porque tenemos suficientes en Diligentia.
‘Jeus de madre Crisje III’ saldrá el domingo por la mañana en Diligentia.
Dicho de otro modo: pueden volver a arrancar.
En Ámsterdam ya lo han terminado de leer, allí ya han hecho las primeras preguntas.
No es cuestión de ingratitud hacia La Haya, pero así salieron las cosas, eh, así es como fue.
Aquí tengo la primera pregunta: “Señor Rulof, ¿podría contestarme las siguientes preguntas?
En uno de sus primeros libros hay imágenes de cuadros con la firma ‘Maestro Alcar’.
¿No los pintó Anthony van Dyck?”.
¿De quién es eso?
(Nadie dice nada).
¿De quién?
Señora, el maestro Alcar nunca ha pintado.
Pero bajo su dirección, bajo su control, aparecieron otros pintores.
Así es.
Bueno, en casa tengo algunos que por su sentimiento y arte sí que...
En los platillos.
Tengo Van Dycks auténticos.
No las obras que hizo aquí en vida, sino trabajos que son todos simbólicos y representaciones, increíblemente buenos y bellos.
“Durante su conferencia anterior nos hizo ver que no sirve de nada rezar”.
Tampoco es que dijera eso.
¿Dije eso?
Mire, eso, a su vez, es demasiado duro.
“En uno de sus libros escribe usted que alguna que otra vez una oración llega al mentor.
También su Crisje había hecho dieciséis veces el viacrucis y recibió respuesta por una visión.
Así que aquí la oración ofreció una salida”.
Señora, puede rezar todos los días.
En los primeros libros de ‘Una mirada en el más allá’ los maestros nos adentramos en la oración, que lo es todo para el ser humano.
En los primeros años rezaba hasta que me crujían las costillas.
No se lo creen.
Pero casi estallaba de tanta tensión, y solo por rezar y rezar y rezar y rezar.
Solo pedía sabiduría, fuerza y amor.
Y todo eso me fue dado.
Más tarde vi que era yo mismo.
Cuando tuvimos que empezar con la cosmología —los datos sociales terrenales como el pensamiento, Dios, Cristo y todo, fundamentados por los libros que vivíamos, los infiernos, los cielos— llegamos a tener el pensamiento cósmico.
Y desde ese momento, señora, ya no he vuelto a rezar jamás.
Nunca más.
Ni falta que me hace.
Yo sé, yo he visto, por los viajes que se me concedieron hacer: los cielos, los infiernos, los planetas.
Ya no hay grado ni ley en el espacio que no hayamos vivido.
Quizá eso le parezca una locura soberbia, pero nosotros tenemos los libros, se lo pueden demostrar.
Cuando uno conoce todo eso, empieza a conocer la vida y la muerte.
Empieza a comprender su vida en la tierra, su voluntad, su sentimiento.
Porque cuando usted quiere rezar, señora, gente, tienen que estar seguros de que ustedes mismos, para la oración, recurren al cien por cien de sus sentimientos para aquello por lo que rezan.
Quiero amor, dice el ser humano.
El ser humano reza por amor.
¿Quién no?
Anda por allí una chica... o un chico, pues si ese chico es muy creyente, y sensible, él también, como católico, como protestante, se pondrá a rezar, a escondidas.
Un salvaje que busque no reza, sino que dice: “Lo busco”.
Se va a un club de fútbol, o se mete en uno de balón canasta, y elige a uno.
Se divierte, y ya es así.
Pero hay gente que lo entrega a Dios, y a rezar y rezar y rezar.
Pues bien, también es posible que la criatura ya... y entonces es una oración, que habrá sido oída, por el pensamiento y sentimiento de ella, porque ella se sintoniza con el amor, o sea que envía algo al espacio que capta su sentimiento —y es, irrefutablemente, una ley divina, espacial, espiritual—, que capta la vida con idéntica sintonización.
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

Aquí quedan asientos, señor.
... con idéntica sintonización.
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

—Señora, allí estarán muy a gusto juntos, así...
(Señora en la sala):

—Siempre nos sentamos juntos.
—Ya lo ve, señora.
Debería haber oído de qué hablábamos.
Ya ve, allí está la fuerza, la telepatía, el ser uno.
“Siempre estamos juntos”.
Claro.
En los cielos tampoco nos soltamos jamás las manos.
Pero aquí dicen a veces: “Ahora vete a tomar viento”.
A la holandesa, de la forma más deliciosa, más hermosa, si le añades algo cariñoso.
Señora, la oración va hasta el infinito si quiere usted vivirla.
La semana pasada ya estábamos con ello, cuando dije: “Sintonice con esa oración”.
Métase.
Hay millones de problemas, y entonces recibía tres, cuatro... y el resto está sentado allí, escucha, espera.
¿Es que nunca jamás ha estado pasándolo mal, cuando el ser humano ya no sabe que uno va hacia arriba y: ‘Dios esto’?
Ahora vamos a comenzar, es un libro así de gordo con solo analizar la oración.
Si usted a la iglesia católica o al protestantismo, al pensamiento dogmático... entonces debería escuchar, señora, señor, para qué de cosas no se le invoca a ese Dios.
“Dame la fuerza sagrada para cumplir bien esa tarea”.
Bah, señor, esfuércese usted y así ya no lo tendrá que hacer Dios.
O sea: hágalo.
Alguien dijo: “Si supiera usted quién soy”.
Digo: “Señora, señor, demuéstrelo y así lo sabré”.
Y el espacio lo sabe y todo el mundo, lo único que importa es que se deje ver por ese amor.
Pero nos entra la locura soberbia, ¿entiende?, no conocemos a Dios, ni el mundo, ni la maternidad, ni la paternidad, ni la vida y muerte, ni la reencarnación, ni los cielos, ni el espacio, ni siquiera sabemos nada de nosotros mismos, ni de su amor, ¿entonces para qué vamos a rezar?
Bien, pues ¿para qué quiere rezar entonces?
¿Que le den una paliza aquí en la vida?
El ser humano, el hombre, la mujer, recibe una paliza, por el matrimonio, se le engaña, se le pesa y se le considera demasiado liviano, ¿y cuántas más cosas no hay de esas?
Y luego resulta que lo ha hecho Dios.
O quien sea un poco espacioso dice: “No, es cosa mía”.
Estos son los pensamientos que les hacen tener sentimientos universales, y cuanto más elevados sean, más profundamente perforarán las leyes de Dios, más claro será su pensamiento.
¿Y qué quieres saber exactamente de todo esto, señora?
Me gusta tratarlo a fondo cuando se trata de oraciones.
Mi Crisje hizo dieciséis veces el viacrucis, porque eso lo sabemos, iba a rezar día y noche.
Cada mañana comulgaba.
El cura decía: “Crisje, ya no hace falta, si es que tú no tienes nada que confesar”.
Ya, y entonces ¿qué?
Dice: “He hecho cosas equi...”.
Es que lo hemos vivido.
“He hecho cosas equivocadas, cosas equivocadas.
A esa mujer le di dos florines y cincuenta céntimos”, eso lo leyeron ustedes en ‘Jeus II’, en ‘Jeus I’, “y se lo va a gastar en priva.
No lo sé.
No debería decir que es así.
¿Lo sabe usted?
He pensado cosas equivocadas sobre la gente, señor cura, eso lo tendré que confesar, ¿no?”.
Esa es la palabra, el sentimiento para Dios, para el espacio.
Si somos así, si esos ejemplos ya los llegamos a despertar dentro de nosotros, señoras y señores, entonces para eso ya no necesitaremos ningún cura ni ningún cardenal, ningún papa ni ningún Dios, porque el ser humano sintonizará con el pensamiento armonioso, querrá ser bueno, y así ese pensamiento será la oración.
No obstante, una oración tiene personalidad.
Se puede elevar, se puede elevar un pensamiento, y entonces son espacialmente armoniosos, pero también hay quienes quieren saber como sea, para algo, en alguna parte, que piden algo en algún lugar, y entonces quieren que haya un cambio en eso.
Alguien dice: “Sí, allí es allí al lado, veo a mi hija allí, y en realidad es malísima, es una pena que lo tenga que decir yo, y dura y loca y salvaje, no hace más que pegar y patear, y llevo años rezando, pero es que esto no cambia nada”.
Señora, puede matarse a rezar, no le servirá.
Se reza, se reza, se reza, se reza.
Yo estuve, por aquel entonces cuando sanaba a la gente, estuve ante los moribundos: se reza, se reza, se reza, se reza.
El señor cura que viene un momento, ella dudó un poco, alguien apareció: “A ver, que alguien llame a ese hombre.
Da igual!”.
Claro, entonces lo que se decía era que si te había mordido el diablo o Cristo, pero sigue siendo lo mismo; porque se trata de la sanación de su marido, se trata del amor.
Bueno, entonces aparecí yo.
Digo: “Señora, no hay nada que hacer.
Su marido se va a morir.
Pero la muerte no existe”.
“¿Eh?
¿Cómo dice?”.
“No, no existe la muerte.
Su marido no está muerto.
Su marido no se morirá”.
“Ay, Dios”.
“Bueno, aquí sí que morirá.
Sí que ocurrirá que lo que usted ama, y aquello por dentro que usted desconoce y por lo que reza y para lo que ahora, bien es cierto, se encienden velas, eso saldrá, y esto se quedará aquí, eso morirá, pero el resto no.
Esa vida interior, que es Dios, eso no muere.
Es sintonización espacial”.
Claro, entonces ya me echaron de casa, ¿entiende?
Allí te quedas con tu sabiduría y nadie quiere saber nada de ella.
Mire, señora, ahora no voy a tratar demasiado a fondo lo de mi madre, pero ella era... a eso se daba en cuerpo y alma.
Y entonces se puede vivir un oración, es cuando esta entra en armonía con aquello por lo que uno reza.
Y si además es karma, causa y efecto —prepárese— entonces sentirá usted de inmediato, sentirá automáticamente, atraerá esa personalidad hacia usted.
Y entonces El Largo dijo a Crisje: “Y ahora ya puede venir Wageman”, el barón de Casadiós, así lo llamaban allí, “ya puede venir”.
El Largo enterró su ataúd de nada.
Debería usted volver a leer ese libro algún día.
Hay gente...
Porque allí el maestro Zelanus empieza de esa manera tan fantásticamente buena, y luego saca de la chistera una sabiduría, ante nuestros ojos, ante el corazón, ante su vida y alma, y se pone a decir: “Ay, Crisje, debería usted venir alguna vez a La Haya, lo que allí se dice, en la ciudad, allí la gente se divorcia a cada instante.
Y allí”, escuchen, “allí el ser humano se vende cada segundo, Crisje.
Allí puedes comprar al ser humano por una bonita bicicleta, por una tienda de comestibles de poca monta”.
El ser humano, ¿tiene que ponerse a trabajar para otros?
Aquí hay un padre, aquí tenemos gente, un hombre, por ejemplo, que dice: “Dios, Dios, Dios, si vuelvo a casarme tendré que tener una de Jozef Rulof”.
Digo: “Uy, pues entonces la que te espera”.

(Risas).

Resulta que hay mujeres que quieren...
Ya me cuidaré muy mucho, porque no voy a juntar a personas.
Pero, ay, ay, cómo podría oír esa oración, y cuánta felicidad podría darle a esa gente.
Allí hay un hombre con dos, tres hijos, su mujer murió, hay por aquí de esas almas caritativas sorprendentes, que no quieren más que hacer el bien, solo eso; pero a ver quién las pone ante los hechos con ese hogar doméstico.
Reciben un marido que parece un apóstol, pero miren por dónde que no les voy a decir quién es, porque si no quizá hasta se lanzan.
Y entonces buscan su felicidad allí.
“Que me voy a poner a trabajar, que me voy a poner a servir”, y entonces quieren tener un marido, quieren tener amor, “que no hago más que dar vueltas y no tengo nada que hacer, y rezo por tener algún día un amigo y un compañero”.
Señora, yo podía montarlo sin problema alguno, y tenías lo más sagrado del mundo, pero de verdad que me cuidaré muy mucho.
Claro, si pasa algo, me lanzan un porrazo a la cabeza.
“Ella lleva persiguiéndome toda la vida”, dice Buziau.
Pero, bueno, si se sintoniza, sí, señora, con la oración, y quiere vivir algo que toque su vida interior, entonces estará sintonizándose con la voluntad más elevada, el pensamiento más elevado, el sentimiento más elevado.
Y si se trata de asuntos divinos, para los que ahora está en armonía, o sea, no causa y efecto, por dentro...
Quiere tener usted un bebé, u otra cosa, y resulta que no es posible —de modo que está rezando para nada, porque no puede ser, hay trastornos en su personalidad, tiene que ver con la reencarnación, puede ponerse a rezar mil años—, primero se tienen que disolver esos causas y efectos, esas leyes del karma, y entonces su oración llegará a tener fuerza y es cuando esta será oída.
Hemos tenido aquí noches gloriosas.
Cómo nos hemos reído.
Sobre todo las mujeres se reían, y es que entonces estaban hablando del amor.
Dijo Frederik in ‘Las máscaras y los seres humanos’: “Sí”, dice, “ahora lo sé”.
Y es cierto.
“El ser humano lo que hace es rezar por el amor”.
No se compliquen las cosas demasiado, son sus propios sentimientos, por allí van los tiros.
Dice: “Entonces salí, con un pan de doce céntimos bajo el brazo para dar de comer a las palomas.
Dos días después la tenía a mi vera”.
“¿A usted también le gustan tanto las palomas?”.
Digo: “Sí, señora.
¿A usted también?”.
“Sí”.
“Son tan hermosas”.
Pues, miren, al día siguiente me invitó a su casa a tomar un café.
Me dio café.
Y después fuimos a ver una peli.
Y fuimos a echar unas cartas, o La Mona.
Da igual cómo se llame.
A jugar a las damas.
Al teatro.
Y el noviazgo ya estaba a la vuelta de la esquina.
Todo es muy sencillo.
Cuesta un pan, cuesta doce céntimos.
Pero la gente se complica la vida.
(Una señora se ríe).
Pero ¿de qué se ríe usted?
No cuesta más que doce céntimos, un pan viejo.
Puede conseguirse por ocho céntimos, un saco lleno.
Pero ahora el conocimiento de ir tirándolo por allí, señora.

(Risas).

El conocimiento de desmigar una cosa de esas.
Desmíguese a sí misma hasta que no quede nada.
Y arroje la paja después de separarla del grano.
Y será usted felicidad, vida e irradiación, amor.
Miren esos morritos.
Señora, ¿deseaba algo más?
¿Ya no hay nada más?
¿Ninguna pregunta más sobre esto?
¿Saben ahora todos cómo hay que rezar?
Señora, así han surgido neumonías.
Papé dijo: “¡A rezar!”.
Y mamá dijo: “Pero, marido, hace demasiado frío, se resfriarán los niños”.
“No”, dice él, “Dios guardará mis hijos”.
Y dos días después ambos estaban ingresados.
Entonces miró por la mañana hacia arriba, así.
Igual que el médico, que el psicólogo, dice: “Otro psicópata en el mundo”.
Pero ese mismo padre ya nunca más pudo creer en Dios debido a que los niños tuvieron una neumonía por rezar.
Puede entenderse.
Ustedes se postran de rodillas por la noche, por la iglesia protestante y las criaturas de la corriente reformada.
Y es bonito, si es que la estufa está encendida, porque a Nuestro Señor eso le deja indiferente.
“En primer lugar, no hace falte que se congelen por mí”, dice Él.
Porque la oración de todas formas adquirirá...
No se trata de cosas materiales externas, se trata de su sentimiento.
Y para eso necesitamos otro calor.
Pero enséñenle eso a la criatura dogmática, entonces evitarán muchas enfermedades en el invierno.
¿Entienden?
Y si entonces tienen esos sentimientos espaciales, esa conciencia, ya entenderán que papá, mamá, y también el niño, y además los niños, empezarán a dilatarse.
Empezarán a entenderse, la vida empezará a ser hermosa, porque los hijos dirán algo al padre, y mamá y papá habrán leído libros y podrán responderles: “Mejor no tengas miedo, porque el Padre, el Dios de todo lo que vive no condena”.
Y ahora, hala, a rezar.
Aquí abundan los que rezan todavía.
Aquí tenemos personas, señora, vienen aquí, y para que Dios al fin y al cabo sepa que sus intenciones son buenas, sí que van rápidamente por la mañana a misa, entonces esto vuelve a anularse.
Y es bonito, porque la iglesia católica tiene un puñado de horas hermosas, unos cuantos minutos hermosos.
Pero falta esa seguridad increíble, esa dilatación espiritual.
Sin embargo, respeto más a estas personas que a las que ya hablan de la hoguera y que se suben a ella por estar rezando y por encantadores proverbios escritos sobre papel, y que sucumben por nada y cualquier cosa.
Entonces yo prefiero un medio católico de esos y un instrumento de esos, medio místico y metafísico, como ser humano y criatura; estos, al menos, se quedan con la seguridad espiritual, bíblica, universal.
Pero ¿cuándo está usted segura, señora, de que ya no le hace falta rezar?
A ver, escuchen...
A ver, escuchen: hoy leí por casualidad el libro del capitán Lagaay (Pieter Lagaay, capitán en la Línea Holanda-Estados Unidos en los años treinta y cuarenta del siglo pasado), le había reenviado aquellas caricaturas de ‘Jeus III’.
Y entonces dijo: “He terminado mi libro”.
Digo: “Pues voy a leérmelo”.
A ver, escuchen: un capitán de esos... merece la pena lo que cuenta esa hombre.
Un capitán de primera a la hora de la verdad, señora, todos se ponen de rodillas, y a rezar.
Y al final siempre vuelve a ser: Dios.
Sí, Dios.
Nosotros —Dios mío—, nosotros podemos dejar a esa gente en jaque mate con cien millones de pruebas, pero incluso ante eso se encogen de hombros, no han llegado todavía a ese punto.
Pero cuando llega la hora de la verdad —pues deberían sentir ustedes el marino en el corazón de este hombre— son personitas insignificantes de nada.
Y entonces ves y oyes y lees muchas cosas sobre las personalidades.
Y cuando llega la hora de la verdad todos se reducen a nada, porque basta con que le arrase una sola tormentita, a un barquito de esos, y todos se ponen de rodillas.
Y que “ay, ay, ay”, y que “ojalá no pase nada”.
Allí tenemos un hermoso...
También lo comentaron en la radio, en la emisora VARA, aparece...
Unos austríacos, un hombre y una mujer, habían escapado de los nazis; y en el barco, a tres días de distancia de Holanda, la criatura empieza a tener fiebre y se muere.
Y resulta que esa gente queda destrozada, de forma impresionante.
¿Y nosotros?
No quieres perder a tu marido, no quieres perder a tu hijo, no quieres perder tu amor.
Claro, claro, cuando llega la hora de la verdad, si eres consciente porque conoces las leyes: “Oye, te envidio por que vayas.
Déjame morir en tu lugar, te lo ruego”.
Aquí abunda la gente así, señora, hombres y mujeres, que quieren largarse, porque así tendrán “alitas”.
A ellas La Parca les importa un bledo, porque no existe; al contrario, dicen: “Es el propio Jozef Rulof”, y este sigue hablando.
¿Algo más?
¿Quién quiere saber algo por dentro?
(Señor en la sala):

—Señor Rulof, hablaba usted hace unos momentos de un medio católico”.

—Sí.

—Pues eso es lo que yo soy.
—Y yo también, señor.
(Señor en la sala):

—Sí, pero eso es porque el domingo también voy a misa con los chicos.
—Bien.
—Porque, y así se lo dije a mi mujer: “Hasta que Gerard vaya a la primaria lo acompañaré a misa.
Y después paso”.
—Pasa.
—Y me dice: “Todavía no ha llegado ese momento”.
Dice: “Porque yo rezaré”.
—Ah, claro.
—Estamos hablando de rezar.
—Sí.
—Y yo he...
—Claro, ya estamos.
—Me encuentro a dos pasos de la iglesia.
—Bien.
—Por mí como si salta por los aires.
Pero cuando Gerard haya crecido, ya no iré nunca más en mi vida.
Nunca más.
—Bueno.
—Porque ahora veo en qué sociedad tan sucia, asquerosa, me encuentro.
—¿Por esto?
¿Eso lo ha aprendido aquí?
—Aquí mismo...
—Esa sabiduría, ¿la ha aprendido aquí?
—Desde luego.
—¿Cómo dice?
—En sus libros.
—Gracias.
Así nos pasó a nosotros también, señor.
Pero es muy bueno lo que está haciendo usted.
—Pero hace tres años empecé con sus libros, y entonces también empecé a mirar un poco los libros de la historia bíblica.
—Merece la pena.
—Estaba espiritualmente acabado... (inaudible). Y digo a la gente, sin más: “Señor, no le estoy hablando a usted, porque es un erudito y yo soy un tonto”.
Así es, ¿no?
No soy más que un tonto, ¿no?
—Todos lo somos, señor.
—Soy un obrero no cualificado.
—Lo que pasa es que no quieren darse por enterados.
—Soy un obrero no cualificado.
Pero mi nuevo jefe, donde trabajo dos días, ese hombre quiere ver sangre.
Digo: “Pero la mía no.
La mía no”.
Y ese hombre también es protestante, reza también.
Digo...
—Pero ¿quiere ver sangre?
—Quiere ver sangre, señor.
—Vaya.
—Que me suba y baje por las escaleras treinta y cuatro veces con un cubo de agua.
Digo: “Pero no la mía”.
—¿La sangre de usted?
—Soy un obrero no cualificado, pero ahora lo sé.
—Claro, cuando se mete usted en eso, señor, y si luego esta gente... va a misa, y a rezar, a rezar, a rezar, y chupan de las personas hasta dejarlas vacías.
Es para ponerse malo cuando uno ve esos perifollos sociales, con sentimientos dogmáticos.
Pero lo que hace usted para su hijo es estupendo.
Hasta el momento ofrece al niño...
Usted, sin embargo, piensa de otra manera.
—Claro, es que de todas formas ya no soy capaz de empezar a santiguarme un poco, porque hoy entro a esa iglesia, y donde nosotros, en la iglesia católica, lo que haces es arrodillarte, a doblar las rodillas un poco, así, y te santiguas y te sientas.
Pero, de verdad, al igual que estoy sentado aquí, y él lo sabe, no puedo, y la consagración... ya no puedo arrodillarme, de ninguna manera.
Y cuando pasa el señor cura, y reparte por aquí y por allá tortazos a esos niños, y se pone, dos minutos más tarde: in nomino Pater et filius et spiritus sanctus.
—¿Cómo es eso?

(Risas).

¿Lo dice en latín?
—Y después decir: abracadabra, allí está metido Nuestro Señor.
Eso cuéntaselo a otro, pero a mí no.
—Señor, mire, eso son, ciertamente, pensamientos que ya han sido vividos por millones de personas.
Pero nosotros lo hacíamos de una forma mucho más sencilla, Bernard y yo.
Ha leído usted el libro en el que Bernard me enseñaba ‘s-Heerenberg, ¿verdad?
Dice: “Mira, y esa es la iglesia”.
Digo: “Bernard, ¿y allí está Nuestro Señor?”.
“Sí”, dice, “allí dentro está”.
“Pero ¿por qué la iglesia no está entonces siempre hasta arriba de gente?”.
“Porque la gente todavía no se lo cree”, dice Bernard.
“Cuando hayamos crecido, también iremos con mamá a misa”.
Pero entonces desafiamos a Nuestro Señor, ¿verdad?
Y entonces fuimos: “¡Bah!”.
E hicimos así.
Fuimos un rato a divertirnos dándonos empujones, no nos quitamos la gorra, así, a toda mecha, y pasamos por delante de la entrada.
Zas.
Sin quitarnos la gorra.
Porque allí todo el mundo se la quitaba.
Nosotros, no.
Con la gorra puesta.
No oímos nada.
No.
Tampoco nos habían dado nada para encima de la cabeza.
Nada, no pasó nada.
Más tarde hicimos más cosas, señor.
Ha leído usted la segunda parte de ‘Jeus’?
Fue una bonita pugna.
(Señor en la sala):

—Son maravillosos.
—Señor, si hace eso...
Lo había acordado con mis compañeros, digo: “A ver, muérdela”.
Mordimos la sagrada hostia.
(Señor en la sala):

—Señor, no exclama “au”, yo me comí seis, una tras otra.

(La gente se ríe con ganas).
—¿Y no le dio dolor de barriga?
(Señor en la sala):

—Fui monaguillo durante seis años.
—Señor, entonces yo, desde luego, no he vivido todavía nada en mis libros.
(Señor en la sala):

—Señor, durante seis años fui monaguillo.
Y siempre quedan... sobraban hostias.
Y yo que pienso: ‘Debería probarlas alguna vez.

(Risas).
—Sí, señoras y señores, miren, la persona que haya venido aquí por primera vez pensará: ‘¿Se ríen de eso?’.
Pero esta gente, señoras y señores, que se ríe de eso...
Si todavía no son capaces de eso, dirán ustedes: “Menuda panda de blasfemos estos de aquí”.
Pero toda esa gente se ríe porque conocen las tonterías, porque han leído los libros y lo saben ellos mismos: se hacen de harina.
(Señor en la sala):

—Señor, a mí ya no me dicen nada, solo el sentimiento, eso me lo dice todo.
Lo que hay que hacer es sentirlo.

—Sí.

—Si no lo sientes, mejor quédate en casa.
—Sí, pero ¿dónde en casa?
(Señor en la sala):

—Pero el capellán me dijo: “Señor”, dice, “tiene usted cinco críos estupendos, una niña suya se murió, si no habría tenido seis”.
Pero dice: “Esto es un aviso: si continúa así, se quedará sin trabajo”.
Encima tiene razón ese payaso.

(Risas).

—Chsss, esperen un poco.
(Señor en la sala):

—Aunque tenga que pasar con trapos viejos por las casas, pero “mis hijos comerán” le dije a mi mujer.
Fijo.
—¿No tiene trabajo ahora?
(Señor en la sala):

—Bueno, un día todavía.
—Y ¿cuál es su profesión?
(Señor en la sala):

—Bueno, me dedico al galvanizado, el negoció tronó.
—¿Tornero?
(Señor en la sala):

—Galvanizados.
—Galvani...
(Señor en la sala):

—Galvanizados.
(La gente habla a la vez).
(Gente en la sala).

—Envolver cosas.
—Señor, aquí tenemos...
No, no, mejor no acercarse a este señor...
(Señor en la sala):

—No, pero para mí no se trata de eso, para nada.
—Cuando oigamos algo, diremos: “Oye, deberías ir allí”.
Bien.
Pero ¿entonces qué hizo con esa sagrada hostia?
(Señor en la sala):

—Me las comí, sin más.
—¿La ración entera?
(Señor en la sala):

—Media docena, las que sobraban.
—Ya, pero quiero decir, las hostias, ¿no es el templo dorado que hay allí?
Es la propia iglesia.
Así que esas no se las podía comer.
¿Y qué ocurrió después?
¿Y qué pasó después?
Nada.
(Señor en la sala):

—¿Qué iba a pasar?
—Estaban buenas.
Así que atravesó usted la iglesia, hacia arriba, fue trepanado hasta el gallo allí arriba, y se fue volando al espacio.
Y ahora está aquí.
(Señor en la sala):

—Estoy contento de estar aquí.
—Sí, y ahora no tiene que...
Ahora sabe exactamente lo que es rezar.
(Señor en la sala):

—Rezar es blasfemar.
—Bueno, tampoco exagere.
Rezar no es blasfemar.
No deberíamos decir eso.
(Señor en la sala):

—Hoy el pequeño Hans, mi hijo, llegó tarde a casa,
—Sí.
(Señor en la sala):

—”Si vuelves a llegar a casa tarde”, dice ella, “no te damos pan.
Mejor de esto y mejor de lo otro... (inaudible). A rezar”.
—¿A usted?
(La gente en la sala murmura).
¿Fue a usted?
(Señor en la sala):

—No, fue a mi hijo pequeño.
“A rezar”.
—A rezar.
(Señor en la sala):

—En primera instancia lo deseché, y sin embargo repitió: “A rezar”.

(Risas, la gente habla a la vez).

Por la noche otra vez: “A rezar”.
(Señora en la sala):

—Blasfemar y luego a rezar.
—Primero te maldicen y después tienes que rezar.
Bueno, claro, eso no es impresentable, ¿verdad?
Allí no hay orden.
Pero la intelectualidad más elevada, señor, allí se acuchillan a muerte, también ello, se matan espiritualmente, tiranizan las vidas de los demás.
Cada noche se ponen un encaje blanco encima de a cabeza, todavía son auténticos ortodoxos, y después: dale que te pego.
Y después otra vez, y después dormitar un poco; y entonces ya se les permite hablar.
Y después otra vez a blasfemar, a tiranizar.
Ay, ay, ay, ay, bueno, bien.
Lo sabemos, y no hace falta que digamos mucho sobre eso, porque todos lo sabemos.
La sociedad sigue siendo un desbarajuste raquítico.
Y el ser humano es tremendamente inconsciente, y eso es todo.
¿Nadie más quiere hablar de rezar?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Dígame señor.
(Señor en la sala):

—Señor Rulof, mi hija llegó a trabajar en una tienda de dependienta...
—¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—Mi hija llegó a trabajar en una tienda de dependienta...

—Sí.

—... y entonces dejaban que se quedara a comer, y ella también sabe de los libros...

—Sí.

—... pero debido a que intuía, esa gente era protestante...
Y pensó: ‘Bueno, me siento, pliego las manos, cierro los ojos, pero no pienso nada, ¿verdad?, seguro que la comida me gustará’.
Pero esa gente hizo exactamente lo mismo.
Y entonces se llegaron a conocer más fondo y resulta que habían estado engañándose.

(La gente se ríe con ganas).

—Solo lo hacían... así que tomaban el pelo a su hija y ella les tomaba el pelo a ellos.

(Risas).

Y ese tipo de gente tiene que irse a Nuestro Señor...
(Señor en la sala):

—Y entonces hablé con la gente y surgió eso, y nos reímos con ganas del asunto.
Y me dice: “Le invito a fumarse un cigarrillo”.
Y me puse a hablarle de los libros.
Y me dice: “Señor”, dice, “eso es lo que siempre he sentido, nos toman el pelo...”.
Claro, claro, nos toman el pelo.
Esta tarde estoy con alguien que venía a buscar un libro para una tienda grande de La Haya, dice: “Señor, nos llevan tomando el pelo desde hace mil años.
Yo estuve en un campo de concentración”.
Digo: “Señor, eso no significa nada”.
Dice: “Pero cuando los oyes hoy es que nos siguen tomando el pelo”.
Digo: “Señor, esa es la palabra acertada”.
Pero da miedo, mucho miedo, mucho miedo cómo los engañan.
Es engaño.
¿Algo más?

(Nadie dice nada).

¿Algo más?
(Señor en la sala):

—No.
—Entonces voy a seguir.
Si tienen algo sobre los rezos...
Porque si tienen los problemas, es divertido, yo lo saco.
Son...
(Señor en la sala):

—Bueno, me gustaría decir algo sobre eso.
—Bien, pues entonces yo puedo hablar de cien mil más, pero de eso no se trata.
Porque tengo un montón de cartas.
(Señor en la sala):

—No, oiga, pero sí que es algo que tiene valor.
—Adelante.
(Señor en la sala):

—Tengo un muchachito en casa, tuvo un accidente de tráfico, estaba completamente de los nervios, y estuvo luchando durante cuarenta y ocho horas, y entonces el médico dijo: “Ya solo es cuestión de cuánto tiempo aguantará su pequeño corazón”.
Pero esa vida pequeñita me importaba muchísimo; estoy inclinado por encima de la camita, así, eran más o menos las doce, y mi mujer estaba en la cocina, ella había estado con él día y noche, incluso está embarazada...
Y digo: “Hija, vete a dormir”.
No quería irse a la cama.
Todo giraba en torno al muchachito.
Les diré: mi sentimiento iba entonces tan hondo, que oía mi corazón, golpeándome los oídos, y las lágrimas que me corrían por la cara ardían.
Lo he oído decir alguna vez: llorar sangre.
Eso fue llorar sangre.
Entonces dije: “Jesucristo, haz algo Tú, haz Tú que se quede dormido”.
Y en cuestión de un segundo... el muchachito me mira, con desgana, me sonríe, cierra los ojitos y duerme.
Salí de la habitación tapándome los ojos con las manos.
Entro a la cocina y mi mujer me dice: “Pero ¿qué ha pasado?
¿Está durmiendo?”.
Y me dice: “¿Quién ha conseguido que se durmiera?”.
“Pos es Jesús quien lo ha hecho”.
Digo: “Tú mejor vete a la cama, yo ya me quedaré un ratito...”.
—Esto es verdad.
(Señor en la sala):

—Fue en cuestión de un segundo.
—Hay gente aquí entre nosotros, señor, que han vivido el mismo problema que con su hijo, y decían: “Pues...”.
Y ahora tengo que decir una blasfemia, pero entonces dijo: “Pues ahora, me cago en Dios, ya está bien: que reviente o que se cure”.
Y se fue hacia arriba en nada.
Se duerme.
Y encima blasfemando.
¿No te parece divertido?
“Pues ahora, me cago en Dios, ya está bien.
Que reviente o se cure, madre”.
Vaya que si se curó.
Todo o nada.
¿Eso qué es?
Es que el espíritu del ser humano...
(El señor en la sala dice algo inaudible).
—No, señor.
Si usted toca algo que activa su chispa divina, sucederá un milagro físico espiritual.
Y no es un milagro, sino la sintonización pertinente, divina, espacial, que posee el ser humano y en la que se encuentra.
Porque el ser humano es una divinidad.
Así que usted hace... en ese instante salva usted el estado material.
Nada más.
(Señor en la sala):

—Exacto.
Quiero decir esto: también era una oración.
—Sí.
Porque su voluntad decidida, honesta, religiosa, mística, lo que quiere es el bien.
Y eso ocurre, señor.
Así es.
Y resulta que rezar es el hacerse uno con el bien.
Es cuando suceden estos milagros.
Lourdes.
Aquí hemos hablado muchas veces sobre la oración.
Pero aquí todavía falta mucho para agotarla.
Porque ya solamente sobre la oración...
¿Cuándo puedo rezar?
Y siguen hablando de eso veinte noches, así tendríamos un poderoso libro.
Porque desmenuzaremos la oración, y para qué.
Y entonces tendrán que venir las preguntas desde la sala, desde ustedes —no solo... son máscaras, señor— para después ponernos a analizarlas, y así obtendrán respuestas divinas.
Aquí tengo: “¿Qué tengo que hacer cuando se encalla el matrimonio...”.

—Ja, ja.

—... en el que la mujer se niega con tozudez a dialogar y en el que el hombre se inclina por continuarlo?
¿Cómo tiene que actuar el hombre en este asunto?”.
¿De quién es?
¿De Arie?
¿Es un amigo suyo, señor Arie?
(Un señor en la sala dice algo inaudible).
¿Dónde está usted?
Ah, allí, en ese rincón.
¿Qué tiene que hacer ese hombre?
Si el matrimonio encalla, señoras y señores, y eso no es cualquier cosa, ¿verdad?, en el mundo...
Aquí no preguntan mucho sobre semejantes problemas, porque aquí todo va bien.
La gente vive en armonía de una forma poderosa, aquí nunca pasa nada.
Todo va por sí solo, son espiritualmente felices.
Es la primera pregunta que recibo en todos estos años: ¿Qué tenemos que hacer cuando se encalla el matrimonio?
Señor, ¿hay niños?
(Señor en la sala):

—Dos.
—Dos.
¿Es religiosa la mujer?
¿Tiene un Dios en su interior?
(Señor en la sala):

—Pues, no me atrevería a....
—¿Deseo por una iglesia o lo que sea?
¿No hay una religión anhelante en esa vida?
(Señor en la sala):

—No.
—Mire, cuando habla un Dios... y ahora, gracias a Dios, nos queda la Biblia y el protestantismo y el catolicismo, mejor no echen todo por la borda.
Cuando el ser humano tiene un Dios, señor, siguen siendo susceptibles de vez en cuando.
Entonces es posibles alcanzarlos, el cielo y los infiernos, por medio de Dios, con nuestros libros.
Si no hay eso, señor, le darán una bofetada en pleno rostro.
(Señor en la sala):

—He intentado darle también sus libros, pero no tenía ella ganas algunas.
—¿Ninguna?
(Señor en la sala):

—Ninguna.
También le he mostrado alguna vez cuadros y esas cosas de usted; tampoco le despertó demasiado interés.

—Bueno.

—Así que he...
—¿Lo ven? Allí estamos ahora.
Señor, aquí hay gente... y podría darle las pruebas, porque tenemos suficientes personas que han luchado a vida o muerte para llegar hasta aquí.
Allí convencieron a la mujer, allá el hombre.
Por fin, vaya, vaya, vaya.
“Esas majaderías y ese loco y todos esos fantasmas, ¿verdad?”.
Ahora vienen con: “Dios mío, Dios mío, qué estúpido soy”.
Sí, qué estúpido soy.
Solo entonces empiezan a darse cuenta de lo que les falta.
Pero cuando ese sentimiento no existe, te quedas realmente impotente y ya solo lo puedes mostrar...
Porque por lo que nosotros podemos convencer al ser humano es Dios, Cristo, el más allá, el renacer, la paternidad, la maternidad.
Y da igual que hable usted a esas personas de: “Dios mío, tiene usted hijos, Dios mío”; allí está el hombre, y: “No le bulle la sangre y no le mina el corazón?”.
Esa tipa gente suelta guantazos y hace lo que le da la gana, solo le interesan las cosas bonitas.
Si tiene usted dinero, pues inténtelo, solo es posible satisfacerla con cosas nuevas un solo día, media hora, y entonces vuelven a apartarla, no tienen fundamento para la personalidad, para el sentimiento, no es más que un lío material hueco.
(Señor en la sala):

—Esa mujer era insaciable.
—Bueno, bien.
Cuando el hombre lo ha intentado todo —y quiere ampliarse y enriquecerse— queda todavía esto: tiene que ser severo, también eso.
Si esa mujer se niega decididamente a hacer el bien, lo hermoso...
Porque uno no deja al otro así como así, no vas a quitarle a una mujer los hijos así como así, ni a un hombre.
Y hay quienes a la primera lo tiran por la borda, lo que sea.
Pero cuando tiene el sentimiento de salvar lo que se pueda salvar, tiene que hacer todo para decir, mira...
Pero no para volver, si se encuentra ante la desintegración y la dureza y la negligencia y todas esas cosas.
¿Qué vas a hacer en ese caso con semejante personalidad y unos sentimientos así?
Mejor entonces que se estrelle.
Cuida a tus hijos.
Sí, señor, tenía eso...
Si lee el mamotreto mío de ‘Una mirada en el más allá’, con el que estuve medio año...
No lo sé, sigo sin saber por qué recibí la fuerza en esos tiempos.
Y recé por esa gente hasta reventar.
Pero todo eso lo tuve que atravesar, porque tenía que rezar hasta que saltaban chispas.
¿Y por qué?
Porque de tanto rezar llegué a conocer la oración.
¿Entienden?
Así que como el maestro Alcar me echaba rapapolvos, para meterme en eso, para luchar y para rezar por la gente, por los enfermos y por los muertos, y por mil cosas más.
Y más tarde pude analizar uno por uno mis propios sentimientos como oración —¿entiende?— y llegué a ver la esencia para mí mismo y para esa gente.
Y entonces me alegré de haberlo hecho, porque como persona inconsciente no tiene que tirar ninguna oración así como así por la borda.
Uno no puede empezar a vivir sobre “alas” que posean conciencia espacial y que de todas formas usted no tiene, porque volverá a desplomarse sobre la tierra.
Así que eso es vivir, pensar, sentir y actuar, espiritualmente por encima de sus sentimientos.
No, eso no es posible.
Entonces es mejor decir, como esa mujer: “Ya no puedo mas”.
Ya entenderá usted que está aquí ante un carácter inhumano, ni más ni menos; porque quien no quiere no tiene sentimiento ni voluntad de hacer las cosas más hermosas.
Lo peor es para el ser humano aquí en este mundo cuando decididamente no quieren.
Y entonces uno siente impotencia, todos la sienten, cualquier ley es impotente, y le entran ganas a uno de matarlos a martillazos.
Sí, a ver quién se pone con eso.
Dicen: “No”.
No les da la gana.
Hay padres y madres que sin embargo...
¿Qué no le ha pasado con las criaturas de los siglos que transcurrieron?
Los mataron y masacraron.
Padres, padres y madres con hijos, ¿verdad?, y el padre o la madre, o el chico, o quien sea, a la cárcel.
¿Y qué alcanzaron?
El hombre y la mujer se asesinaron.
¿Qué consiguieron?
Él se fue al garete, ella murió, al ataúd.
Allí lo fue él, ella tomó veneno, al final sí que fue.
Más tarde: Dios, Dios, Dios, ¿no podríamos haberlo hablado?
Sí, en la cárcel.
Cuando haya pasado de todas formas.
Porque así somos.
Dejamos que las cosas revienten, y entonces la cosa estalla.
Señor, él tiene que hacer todo lo que puede, y si ella no quiere, entonces mejor que se estrellen; si está convencido de que quiere el bien.
¿Más preguntas?
¿Qué tiene que hacer?
¿Cómo tiene que actuar?
¿Cómo tiene que actuar este hombre?
Este hombre tiene que sentir amor.
Pero cuando se pisotea el amor y él ve que todo lo que quiere esa mujer, esos sentimientos, es contrario a la vida doméstica, a la amistad, a la justicia, a la armonía; bueno, entonces es que se trata de una persona conscientemente demente.
Quien en estos tiempos, en los que se tiene de todo...
Esa gente ¿vive bien?
(Señor en la sala):

—Sí, muy bien.
—Muy...
(Señor en la sala):

—Rica.
—¿Rica?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Bueno, allí estamos.
Casi le diría a ese hombre: “Mejor dígale que se vaya, aquí hay todavía quienes quisieran besar sus pies, ya solo por poder servirle”.
Sí.
Pero nosotros no podemos empezar con eso.
Muy ricos, y todavía se van.
Y él puede decir...
¿No lo es?
¿Lo hace todo y lo quiere todo?
(Señor en la sala):

—Sí, es un tipo estupendo.
—Cómo es posible.
Es lo que hay.
(Señor en la sala):

—Siempre igual de estupendo...
Hace sus negocios bien, con honestidad, con sinceridad.
—Sí.
Señor, tenga cuidado, porque esta noche le van a perseguir diez mujeres.

(Risas).

Si yo fuera una mujer, preguntaría de inmediato: “¿Dónde vive?”.
Y: ¿Dónde vive ese buen hombre?
¿Y además tiene un coche?”.
(Señor en la sala):

—Sí, también.
—¿Cómo es posible?
Y seguramente que un castillo también, ¿no?
¿Una gran mansión propia?
(Señor en la sala):

—Sí, además.
—Bueno.
Ay, ay, ay, me gustaría que esa mujer se viniera algún día, así le podríamos dar un vuelco al corazón.
Pero, claro, señor, seamos honestos, primero tienen que vivirlo en el cuerpo, en su espíritu, lo bien que les va a esa gente.
Esa mujer vive demasiado bien.
Se ha extraviado su gratitud.
Ahora van... (inaudible), allí está...
Si el ser humano no tiene sentimiento, no tiene Dios ni deseo de ampliación, ¿qué queda entonces de la mujer y del hombre, señoras y señores?
Se quedarán por la noche uno frente al otro: vacíos.
Aquí hay una niña joven, he oído el drama.
Va y dice a un muchacho: “Te aviso.
¿Te gustan estos libros?
¿Te gusta el espacio?”.
“Mmm, demasiado lejos para mí”.
Y ella que dice: “Te aviso, te lo preguntaré tres veces más”.
Bien, esta es una.
“Porque no tengo ganas algunas de luego tener que ponerme a mirar por la noche de frente ese espacio vacío: quiero contacto con un ser humano vivo.
Es esto.
¿No hay deseo?”.
Un chico universitario.
Él todavía no se daba cuenta.
Ella volvió.
Entonces dijo ella: “Soy cordial, soy juguetona”.
Y allí estaba el señor catedrático, así, fumando una pipa, sin decir nada, delante de la estufa en casa de los suegros.
Pero él se fue de casa.
Y ella que dijo: “Pues entonces prefiero casarme con un cabeza de turco, porque así sabré a ciencia cierta que me darán un golpe en la cabeza.
Pero este ya empieza así”.
Va él y dice: “Siento muchísimo ya no verte más”.
Y ella: “A mí no, porque te me he quitado de encima.
Busco otra cosa”.
Si se trata de leyes del karma...
Pero ya entenderán ustedes... se lo enseñé una vez: el desarrollo para y del ser humano les asegura el karma, causa y efecto.
Dicho de otro modo: lo que aprenden ustedes como jóvenes de dieciocho o diecinueve o veinte años, es la posesión a veinticinco años cuando por dentro empiezan los cosquilleos.
Porque entonces son críticos, están preparados.
Porque un muchacho dice: “¡Ay, no!”.
¿Ah, ¿vas a hablar conmigo?”.
“Ay, no.
Vamos, ja, ja, ja, vamos, vete, menuda pobreza”.
“¿Ah, sí?”, dice ella.
Va y dice: “Ese no tiene sentimientos.
No tiene sintonización alguna conmigo”.
Tenemos aquí muchachas y muchachos de veinte años, veintidos, son niños de cien años; madres que llegaron a tener conciencia universal.
Ahora se hacen críticos.
Entonces dice ella: “Quizá me quede, porque ahora deberá de venir alguno que también lea libros”.
Y, señor y señora, resulta que llegan ustedes a casa, están casados, y tienen riqueza, fenomenal, fenomenal, fenomenal, pero aun así encallan, se estrellan, porque somos así, hemos terminado con los pastelitos, seguimos horneando un rato más en la cocina, otra tarta, demasiado seca, demasiado seca, una buena mañana, una noche de repente estamos allí y ya no tenemos nada que decir, ninguno de los dos.
“Bueno, bueno, creo que voy a irme”.
“¿Qué quieres con esa porquería?”.
Y entonces empieza la cosa.
Adiós carácter, adiós matrimonio.
Ya no hay unión.
Y ahora esas criaturas se ponen a leer un libro todos juntos; santo cielo, qué diferencia.
Por eso dos católicos son felices, dos protestantes también.
Menos mal que luchan el uno por el otro.
La persona católica con otra persona católica.
Porque... (inaudible) la fe siempre destruye el matrimonio, los sentimientos, el amor.
(Señora en la sala):

—No siempre.
—¿Quién dice eso?
—No siempre, señora, esas excepciones, claro, también las hay.
Hay cien millones de personas.
Lo que hace feliz al judío y al católico eso lo sabemos, eso con el tiempo no... eso lo sabemos.
Pero, señor, ¿qué tenemos que hacer?
Que haga lo que pueda, que diga todavía: “Piensen lo que hagan, no se trata de castillos físicos, sino de asuntos divinos, de la felicidad, para ustedes, para mí y los hijos.
Sepan lo que hagan.
Y si no son capaces de ello, no quieren cambiar, no están contentos con esto ni con lo otro ni con aquello...”.
Un castillo propio, un automóvil, y dinero a espuertas...
Entonces ¿qué más quieren?
¿Y luego no inclinarse ante la vida?
Porque eso es inclinarse ante la vida, ante el hombre, ante el amor, ante miles de asuntos.
Sí, señor, así solo se agrava si uno vuelve a construir eso.
Porque sucumbirán de todas formas.
Hay que hablar, hablar y hablar.
Y si no quieren, señor, entonces no hay nada que hablar y nos quedamos sin poder hacer nada.
Dele a ella un empujoncito.
Haga todo lo que pueda todavía.
Y ponga los puntos sobre la íes.
Y no desciende en el momento que ya lo vea, señor, con compasión, porque eso no le servirá de nada.
Ahora ya... desde Ámsterdam me llegó ya mi primera pregunta, y es también para usted, para ese hombre.
Ese hombre dijo: “Dios mío, Dios mío, Jozef Rulof, qué duro era Jeus.
Porque es eso en el fondo lo que destrozó a Irma”, dice.
Digo: “Sí.
Mi palabra es ley.
Y mi palabra es: ‘sí’”.
Es cuando ya surgen las preguntas.
“Vaya, eso sí que fue un poco duro”.
Digo: “No, no fue duro”.
La compasión nos conduce a la desintegración, a la destrucción, ¿no?
Ya estaba comprometido y mi palabra es: “sí”.
Aunque fueran cinco minutos.
Sí es sí, y no es no.
Y cuando descendemos en la debilidad, señor, solo construimos cosas abstractas, que se derrumbarán de todas formas.
Y entonces pueden querer y hacer lo que quieran, y pensar al respecto, de todas formas no les servirá.
No.
¿Lo sabe ahora?
¿Todavía no?
Hablar, hablar y hablar e intentar lo que sea posible.
Entonces, si piensa que necesita ayuda...
Sí, primero inténtelo usted mismo, y después los libros...
Si no quieren, si allí no hay ningún Dios, ni Cristo, si no hay un más allá, bueno, querida gente mía, ¿cómo quieren meter a esa gente en la vereda divina?
Bueno, páguenles decentemente y digan: “Gracias a Dios, este karma ha terminado”.
Se ahogan en su propio mundo.
Sí.
Esos dramas se conocen en el mundo.
Obras de teatro, películas, libros.
Sobre eso se han escrito infinidad de libros.
El ser humano se estrella, no le da la gana inclinarse.
Amor, desprenderse, vaya, vaya, vaya.
¿Intentar algo?
¿De nuevo?
Porque el ser humano no se conoce, el ser humano no está agotado, el ser humano todavía no ha sido tocado nunca espiritualmente.
¿Lo entienden?
Vino a verme una persona de edad avanzada, una anciana.
Me dice: “Pues, sí, ¿cómo es posible?”.
Digo: “Señora, usted es todavía una cría de veinte años, porque nunca jamás ha vivido usted el amor espiritual”.
La gente mira a los ancianos; estos todavía no han sido vividos nunca del todo corporal, materialmente.
Porque no es posible.
Eso solo es posible por medio del sentimiento.
Y la madre y el hombre se mantienen jóvenes.
¿No lo sabía?
Aquí está el comienzo de la creación.
Así es como comenzó la creación.
Y aquí estamos ahora como gotas de agua.
Y en el ser humano caen gotas.
(Señor en la sala):

—No estoy del todo de acuerdo con su razonamiento.
—¿A qué se refiere?
(Señor en la sala):

—Al mismo caso del que está hablando ahora.
Sitúese, por ejemplo, en el caso que yo mismo he oído de un conocido.
Una pareja joven, casada”.

—Claro, problemas hay, sí...

—... todo, pero esa mujer se encuentra un buen día en el tranvía y se enamora del conductor, y deja todo lo que tiene, coches, abrigos de piel, todo el tinglado lo abandona por ese conductor de tranvía.

—Sí, pasa a diario.
(Señor en la sala):

—Exacto.
(El señor en la sala dice algo inaudible).
¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—... ¿o sea, tenía que volver esa mujer a su propio marido?
—¿Entonces usted quiere que yo...?
Se enamoró del conductor.
¿Llegó a estar mejor?
¿Le fue mejor?
(Señor en la sala):

—Se había enamorado.
—¿Eso qué es?
(Señor en la sala):

—Sí, eso quisiera saber yo también.
—Pero, señor, ¿qué será entonces de nuestro matrimonio?
¿Qué será entonces de nuestro “sí” y “no”?
Es decir: ya no aguanto estar contigo, ya no funciona.
Y allí anda ese hombre.
¿Cómo?
Aquí ya hemos hablado diez veces sobre esos problemas.
A esos hombres les digo: “Bueno, volvemos al harén, a la jungla”.
No, señor.
Puedo aclararle por ‘Una mirada en el más allá’, por los libros: termine esto.
Esa mujer y ese hombre que no hacen más que irse, luego estarán de todas formas ante esa misma ley.
(El señor en la sala dice algo inaudible).
Sí, pero ¿qué es lo que experimenta esa mujer allí?

(Suenan truenos).

Nuestro Señor está gruñendo.
Sí, eso siempre decíamos en casa.
Nuestro Señor está gruñendo: a rezar.
Y nos reíamos, porque ¿cómo iba a ser posible eso? Así no es Nuestro Señor, ¿no?
Crisje, sin embargo, nos obligaba a echarnos en el suelo, oigan, en medio de la noche.
Pero, señor, ¿qué quiere esa mujer?
Cuántos grados de sentimientos y sintonizaciones diferentes y personalidades no vemos, allí para el hombre, y allí para la mujer, que de pronto dicen: “Esto... bueno, ya.
Bueno, aquí todo está muerto”.
Vaya, vaya.
Divertido, ¿verdad?
“Está todo muerto, no funciona, de todas formas: no me entiendes.
Mejor me voy.
Tengo otra cosa.
Tengo otra cosa mejor, cariñosa, hermosa”.
¿Cómo? ¿Cariñosa?
(Señor en la sala):

—Sí, pero en ese momento el poder, la obligación, el sentimiento de honor, todo junto, a la hora de la verdad...
—Señor, ¿queremos seguir usando para eso la palabra “amor”?
¿Sabe usted qué es el amor?
Ese otro amor, ese amor loco, del que habla ‘Las máscaras y los seres humanos’ y del que se trata para nosotros, era: seguir en casa donde estés, terminar.
Sí, una sola cosa.
Ahora volvemos con: “¿Quién era él, ese otro?”.
¿Un tirano?
¿Tan incomprensible es, señor?
Entonces tendré que darle la razón que esa mujer diga allí un buen día: “Pero ahora tengo... ah, qué cariñoso es usted conmigo”.
Cuando una persona así reciba algunas palabritas cariñosas de otro ser humano.
Claro, entonces ¿quién no cede?
(Señor en la sala):

—Sí, bien, eso también sería...
—Así que ahora tenemos que saber primero: ¿quién era él?
¿Quién es?
(Señor en la sala):

—Eso también se lo pregunté alguna vez.
—Señor, conozco a un muchacho, una mujercita, una madrecita, un auténtico crío, una cosa tan hermosa, antes, una cosa preciosa, pienso: ‘Qué tipazo, qué tipazo’.
Pero —esto también se aprende en los libros— el ser humano no se hace consciente hasta entre los treinta y cuatro y treinta y ocho años.
Y no es a los treinta años que despierta el ser humano, sino solo entre los treinta y cuatro y treinta y ocho años, es entonces cuando uno llega a ver la conciencia adulta física y espiritual, y entonces uno sabe exactamente lo que pasa.
A los treinta y cuatro, treinta, treinta y dos, treinta y tres años ya empieza eso, entonces ya sale algo que no era tan bonito.
Sí, ahora, después de tantos años... después de tantos años: “Ya no me sirves de nada”.
Esa mujer primero era un ído... una diosa, ¿verdad?, vaya, vaya, vaya.
Ahora hemos visto que esa mujer —por casualidad la conocemos—, que esa mujer aceptó durante cuatro años los engaños y todas esas mujeres que él quisiera, y que lo procesó y que dijo: “Amo, porque he aprendido algo”.
Hasta que a ella le empezó fluir la sangre.
Y ahora que la sangre se va físicamente, todo...
Ya nadie la miraba.
“Bueno, sí, vete, mejor vete.
Ya no tengo unión contigo”.
Luego se añaden otras cosas, y cuando miraba a ese hombre a los ojos se parecía a una pescadilla.
Psicopatía física.
Ese milagro, esa joya de la fuerza creadora, que es lo que es esa madrecita, un niño más, y cuando la oyes hablar, señor, piensas que estás oyendo a la Virgen María delante de ti, de tanto sentimiento que tiene.
“Y ahora lo soportaré, porque lo portaré, sigo amando a esa vida.
La personalidad, bueno: esa vida.
Y entonces acepto todo”.
Cinco, seis años después llega el momento: “Ahora ya no puedo más.
Esto se ha muerto”.
Ahora está ante la desintegración espiritual.
Y, casualmente, hizo una pregunta en Ámsterdam.
Y el maestro Zelanus la sondeó infaliblemente a partir del espacio, y se adentra en ella.
Y de pronto ella lo supo.
Sin que nadie supiera nada al respecto recibió la respuesta divina: “Mejor lárgate.
Ahora ya ha terminado.
Mejor échalo ahora”.
Dijo: “Voy a alquilarme una habitación, tengo otra cosa”.
Pero, Dios mío.
Y yo hablé, y esa otra persona habló y aquella otra, lo que se habló.
Digo: “Hombre, debería darte un buen azote en el trasero”.
Señor, así se pega a un psicópata.
Pero antes no era un psicópata, ahora sí.
Y si ahora usted habla así y así y así, señor, entra por aquí y sale por allá; señor, no se enteran.
Digo: “Eres un canalla.
Una persona tan hermosa...”.
Pienso, ahora tengo que increparlo con todas mis fuerzas.
Pienso: ‘A asustarse bien’.
Digo: “Te haces tan tremendamente ruin y asqueroso.
Y eso es tan poderoso, Dios mío, es una Virgen María la que tienes allí”.
Señor, nadie lo oye.
¿Rezar?
Claro, claro.

Ha leído libros, señor, y escuchado a los maestros.
Señor, eso llega hasta ese punto; hay una mujer, me escribe: “Dios mío, señor Rulof, ¿qué tengo que hacer?”.
Esa mujer y ese hombre vienen a las conferencias, un año tras otro.
De pronto: “Ya no volveré.
Tengo otra cosa”.
Y son tan descarados, encima van con esa otra persona a la conferencia.
No es cosa mía, claro, porque es asunto suyo.
Entonces dicen: “Sí, no tengo unión física.
No tengo amor”.
¿Entienden a dónde van esos pobres diablos?
Señor, es tremendamente patoso.
Pero todo regresa —¿por qué?—, todo lo captamos, y entonces decimos, si hay fe: “Aquí hay sabiduría”, señor.
Y eso aparecerá más tarde.
¿Y sabe usted, cómo se llama entonces, señor?
“¿Quién es usted hoy?
¿Y mañana?”.
“¿Quiere demostrarme... quiere hacerme creer que me ama?”, la mujer, la madre.
“Muéstrelo entonces, demuéstrelo.
Y si sigue estando allí, bueno, entonces mejor rece a Nuestro Señor, y diga: “Padre, sigue estando allí”.
Y entonces te besas.
E inclinas la cabeza el uno hacia el otro.
Y entonces sientes gratitud por aquello que hace ella y por lo que hace él.
Y entonces se acabó.
O les espera un té.
 
DESCANSO
 
Señoras y señores, aquí tengo la pregunta: “Con motivo del debate en materia de la limitación de la natalidad del pasado jueves llegué a la siguiente conclusión.
A mi llegada a Holanda desde Indonesia me llamó la atención que aquí hay una muy notable cantidad de mellizos y trillizos...”, bueno, tampoco es que haya tantos trillizos, pero mellizos, sí, “... a diferencia de en Indonesia, donde esta feliz circunstancia no se da más que a cuentagotas”.
¿De verdad?
¿De quién es eso?
¿De verdad?

“¿Podría atribuirse esto a la limitación de la natalidad en el altamente civilizado Occidente?”.
Pero esto no es una limitación si se tienen más hijos, ¿no, señor?
(Señor en la sala):

—No, al revés: no tener muchos hijos.
—¿Aquí?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Ah, quiere decir usted que en Indonesia se tienen aún más hijos.
(Señor en la sala):

—No, en Indonesia no hay limitación de la natalidad.
Porque si uno mira aquí, la gente dice: “Bueno, dos hijos como mucho”.
—Pero usted insiste en hablar de mellizos y trillizos.
(Señor en la sala):

—Sí.
—¿Qué quiere decir con eso?
¿Que en Indonesia nacen mellizos solo esporádicamente?
(Señor en la sala):

—Sí.
—En cualquier caso: ¿no tantos como en Occidente?

(Señor en la sala):

—Exacto.
—Eso no tiene nada que ver con la dilatación física.
O sea, el cuerpo evoluciona.
Uno va elevándose más y más hacia esa evolución.
Así que también se puede ver.
Y, bueno, lo de Indonesia no es desdeñable, porque si uno... allí hay gente que tiene diez, doce, trece hijos, ¿no?
(Señor en la sala):

—Sí, es cierto.
—¿Hijos únicos?
(Señor en la sala):

—Sí.
—¿Mellizos no?
(Señor en la sala):

—Mellizos no.
—Pero aquí, debido a que el organismo se dilata, hay más fecundaciones en un solo grado: mellizos y trillizos.
Si uno tiene más es porque, por lo tanto, tiene que ver con el cuerpo.
Pero usted lo que dice es...
O sea, eso lo entiende, ¿no?
(Señor en la sala):

—Sí, sí.
Pero ahora tienen aquí: “¿Podría atribuirse esto a la limitación de la natalidad en el altamente civilizado Occidente?”.
Sigo leyendo aquí:
“Como representantes de esferas más elevadas en el tercer grado —con la capita de piel blanca— y también en relación con el hecho de que aquí tienen el órgano receptor para las esferas inferiores de este grado —la capita de piel oscura, la piel oscura— y que en los países orientales apenas existe la limitación a la natalidad —allí la bendición de tener hijos se considera un gran honor— llego a la conclusión que donde tiene que continuar la reencarnación se puede atribuir este nacimiento de mellizos y trillizos a la limitación de los órganos receptores”.
—Mire, ya se lo comentaba, sorprende lo bien que lo ha entendido.
Tiene que ver con la evolución para el cuerpo.
Es la especie natural, son los tipos de raza (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es).
Y un tipo de raza (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es) es un organismo que representa tal y cual grado de desarrollo para la creación y la tierra.
¿Ha quedado claro?
(Señora en la sala):

—Sí.
“La creencia popular es que lo hace por las prestaciones por tener hijos”.
Es algo típico de La Haya, señor.
“Muchas gracias de antemano por sus aclaraciones”.
Aquí en Holanda, o en Europa, en Europa occidental, después de la guerra...
Me acuerdo de cómo pensaba la gente de edad avanzada antes de 1914, en esa época, la gente casada, tenían un matrimonio muy distinto.
En esos tiempos se besaba de una manera muy diferente.
Sí.
Ahora cada beso está calculado, ¿verdad, señor?
Cuando estamos delante de alguien y miran: “Bueno, quizá esos padres tengan algo”.
O: “Y tú, ¿qué tienes que ofrecer?”.
Antes simplemente nos tirábamos en brazos de alguien, arrullándonos un poco.
Así o asá.
Pero seamos honestos, ¿no era ese tiempo diferente en el ser humano?
Eso lo deben saber los ancianos.
(Señor en la sala):

—Sin duda.
—Sin duda.
Los sentimientos eran diferentes.
El ser humano no es que haya avanzado, ha retrocedido en sentimientos.
Por eso todavía podemos vivir que también el occidental conoció tiempos en que tenía unión con la madre naturaleza.
¿Y por qué, señor?
¿Por qué se ha fragmentado ese sentimiento?
Eso le permite ver que tenemos que volver sin rodeos al ser humano indonesio.
Si es bueno, dice...
Si ellos viven unión con la naturaleza...
Yo me quedo con un encanto de esas.
Pero cuando son falsos, entonces te hacen tragar tus temas trillados.
¿Verdad?
Entonces te hacen casar inconscientemente.
¿Lo leyeron en ‘Los dones espirituales?”.
Son bastantes los que vuelven, están casados, y no lo saben.
¿Por el curandero?
Bueno, déjenlo.
Pero ¿a qué se debe, señor y señora —es todo tan posible, social, humana, socialmente— que el ser humano se haya fragmentado?
¿Pues?
(Señora en la sala):

—Por los líos sociales.
—¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Por los líos sociales.
—Señora, por los milagros técnicos.
Nos han dado un bicicleta y un coche, volamos, y por todas partes...
Ya no hace falte que andemos.
Ha desaparecido el esfuerzo.
Ha desaparecido la voluntad.
Todo son comodidades para el ser humano.
Pero la comodidad ha estropeado y fragmentado del todo al ser humano.
¿No es así?
En eso sí que va a tener razón, ingeniero.
La sociedad, Occidente, ha perdido cualquier vínculo con la naturaleza.
Ya no tenemos nada de lo que...
Se mira a esos negros en Indonesia.
Pero, señor, debería usted ir a hablar alguna vez con esos encantos.
Claro, allí tampoco es que haya cafres, sino que son aún más insignificantes, todavía no hay manera de aproximarse a ellos, y con ellos quizá todavía no es posible vivir una conversación intelectual, si a eso quiere llamarlo intelectualidad.
Pero cuando habla la naturaleza ya no necesitamos ninguna intelectualidad, señor.
Porque entonces tenemos el espacio, Dios, la luna, el sol, las estrellas y los planetas.
Todo buen holandés que haya experimentado Indonesia, y que lo haya hecho de verdad, vuelve con la cabeza inclinada.
Pero quienes pasaron eso por alto y se pusieron a asar castañas con ese gente, con el látigo detrás de la puerta...
Claro, ¿cómo te tratarán entonces?
Tengo gente que está casada con la babu, con la niñera indonesia.
Señor, he tenido varios hombres, y diferentes personas, que decían: “Señor, ojalá tuviera usted una babu de esas, y no una de la ciudad.
Los seres humanos —no se confunda— han roto por completo las amarras con Dios, con la satisfacción, con el cumplimiento del deber, con la felicidad, con una cabañita rodeada de brezales.
Queremos un hermoso castillo.
“Vaya, esa maldita calle donde vivo”.
Y “Este piso esto y lo otro”.
La gente quiere un coche, la gente quiere aquello.
¿Qué es lo que deseamos?
Un trocito de naturaleza, un cacho de naturaleza; ha desaparecido la unión con la naturaleza.
Aquí en Holanda tengo que volver a ‘s-Heerenberg, a la provincia de Güeldres, entonces los bosques todavía llegaban hasta nuestra calle, la Grintweg.
Ese silencio, señor.
Ahora se ha destruido.
La gente se ha fragmentado.
La iglesia y la religión, señor, no han recibido evolución.
La gente gana más dinero porque hace más cosas.
Y la iglesia también me dice algo.
Sobre esto, esto lo otro, sobre aquello.
Así se ha vendido la religión.
Los sentimientos se han materializado, en muchas gente se han animalizado.
Señor, y ahora que el ser humano quiere tener aquello y ha soltado amarras con la unión doméstica y con su posesión, con la felicidad, no oímos otra cosa en la ciudad, en La Haya, en Occidente, que: “No quiero hijos.
Con dos tenemos suficientes.
Basta y sobra”.
(Señor en la sala):

—Así que entonces tienes menos cuerpos receptores.
—Pero otras madres, señor, solo tiene que echar un vistazo en Holanda, tienen dieciséis hijos, veinte.
Hace poco alguien se fue a Estados Unidos con dieciocho hijos.
¿Y cuántas madres y cuántos padres hay, hombres y mujeres, entre esa gente de su propio grado, a la que sirven estas dos personas?
Y luego reciben un rapapolvos de una persona inconsciente aquí en Holanda: “Fíjate en esa madriguera de conejos”.
Un ser humano que habla de otro, una madre que da a luz a hijos —el milagro más divino, aún hoy, ¿verdad?, allí no se puede hacer ninguna chapuza—, y esa gente habla de líos conejiles.
Pero en realidad ¿a quién nos dirigimos?
¿No es horrible?
Y entonces, señor, el occidental puede aprender del oriental.
Siento tanta... no sé por qué... pero si yo fuera quien mandara...
Siento tanta pena por esos pobres amboneses.
Ya lo comenté la semana pasada.
Basta que lea algo sobre esa gente para que diga: “Vaya, vaya, vaya, hay que ver las malas jugadas que les hacen aquí”.
(Señor en la sala):

—Sí, pero no solo a los amboneses.
A sus...
—Sí, señor, sabe usted de eso más que yo.
Y así podemos seguir y no parar nunca.
(Señor en la sala):

—Habló usted un momento sobre la naturaleza.
Si quieres vivir un trocito de naturaleza, hay que ir a Nueva Guinea...

—Sí.

—... allí la gente todavía vive en la edad de piedra.

—Sí.
Sí, señor, pero hace poco hubo un médico en la radio, también un papúa, era médico...
(Señor en la sala):

—Sí, es posible.
—... y había un ingeniero, y también había un licenciado en derecho.
(Señor en la sala):

—Sí, es posible.
—Y el ministro aquí y la reina, o el ministro, tuvo que quitarse el sombrero.
“Buenas tardes, señores”.
Y eso es lo que se supone que son papúas.
(Señor en la sala):

—Sí.
—Con apenas salirte de su círculo todavía te comen.
(Señor en la sala):

—No.
—Que sí, allá, en la lejanía, él mismo lo dice.
Dice: “Allí hay un peligro mortal.
Allí todavía te meten en el puchero”.
(Señor en la sala):

—No, no se lo comen, porque tienen...
¿Ya no nos comen?
(Señor en la sala):

—No, es una disputa interna la que están resolviendo.
—Sí, de eso estamos hablando.
Eso da igual.
Pero lo que quiero decir es... él mismo dice...
—Dígame, señor.
(Señor en la sala):

—Yo mismo lo he vivido con ellos... (inaudible) pero simplemente te dejan...
—Sí, pero solo recojo lo que dijo ese hombre.
Hubo una entrevista.
Sí, señor, estuvieron en la radio.
Dice: “Sí, si te adentras mucho en las montañas, ya no puedes estar seguro de tu vida”.
Eso lo dice el como hijo de pura cepa de esa raza (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es).
Pero era ingeniero, no, era licenciado en derecho.
(Señor en la sala):

—Bien, pero esto, a su vez, era con motivo de su vida espiritual.
—Sí, evidentemente.
Por eso lo que digo es: hay mucha diferencia entre un papúa y otro.
(Señor en la sala):

—Sin duda alguna.
—Allí estamos.
Nosotros observamos a esa gente, la observamos.
No se haga ilusiones como occidental.
Porque si usted de verdad se pone a conocer los grados del organismo, nosotros mismos volveremos a esa jungla.
Y entonces nuestro espíritu será muy raquítico.
¿Cierto o no?
Pero, ¿está satisfecho?
¿Ha quedado claro?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Aquí, en Occidente, señor, de verdad que se trata de la ayuda estatal por tener hijos.

(Risas).

Ese bueno de Willem Drees (primer ministro de Holanda 1948 y 1958) hace cosas bonitas, pero para mucha gente vuelve a ser desintegración.
Todo se nos está haciendo demasiado fácil.
Es mejor ganártelo.
Pero, claro, esas son las trampas sociales, ¿verdad?, las de la sociedad.
Porque hay que ver lo que se cuece allí, ustedes ya me entienden.
(Señor en la sala):

—Pero, señor Rulof, en Oriente también reciben esa asignación.
—Tiene que volver usted allí.
(Señor en la sala):

—Sí.
—Sí, ¿y allí también están empezando?
(Señor en la sala):

—Bueno, sí.
—¿El (presidente) Sukarno le da ahora una ayuda?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Pero no como europeo, ¿no?
(Señor en la sala):

—Como europeo, y los autóctonos también.
—Toma.
(Señor en la sala):

—Todo.
—Toma.
El señor va a volver otra vez.
¿A nuestro amigo Sukarno?
—Sí.
—Toma.
Salúdelo de nuestra parte y dígale que queremos llevar la cosmología a Indonesia.
Una vez tuvo allí mis libros; desconozco si se los leyó.
Debería usted sondearlos por allí.
Los había leído su secretario, los estuvo haciendo circular.
Los recibió en el Kurhaus.
Sí, espero que hoy o mañana escriban, pregunten: “Vente un momento a Indonesia, o da un par de charlas en la radio”.
¿Les interesaría, señor?
(Señor en la sala):

—Seguro.
—¿La masa?
(Señor en la sala):

—Seguro.
—Pero ¿cómo logro desprenderlos de Mahoma y del islam?
Y hay millones de indonesios que saben que el ser humano nació en las aguas.
(Señor en la sala):

—Sin duda.
—Lo saben.
En Occidente solo ahora lo están recibiendo.
(El señor en la sala dice algo inaudible).
¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—Los budistas.
—Sí, bien, millones, y todos ellos me dan la razón.
(Señor en la sala):

—Allí no hay budistas.
—No.
Son metafísicos, son personas espaciales.
Pero las religiones orientales sin duda las han...
Bueno, bueno, ese islam es algo que yo no puedo cambiar.
Porque entonces queda bastante por cambiar en él.
Y esa gente no te acepta.
Ya me habrán decapitado antes de santiguarme.
Entonces tendré que volver de todas formas a la iglesia católica, señor.
Para meterlos un momento en vereda, pero a ese punto no llegaremos.
Aquí tengo...
¿Todavía es parte de aquello?
No.
Pregunta número uno: “Me gustaría volver todavía una vez a la última pregunta de la semana pasada, sobre los rezos”.
Pero ese señor ya vino a verme, me dijo: “Ahora ya lo sé todo”.
Veamos si usted tiene algo más.
“Puso entonces como ejemplo las oraciones por una niña enferma que al final murió de todas formas.
Así que todos esos rezos no consiguieron nada.
Sin embargo, en sus libros André reza...”,
se lo he contado, “por la salvación de la enferma Doortje”.
Sí.
Pero el magnetismo, esos pequeños tumores que extraemos, fue una oración.
Además le diré que el maestro Alcar me hizo rezar de forma decidida.
Y yo también se lo aconsejo.
Si todavía no lo sabe, si no está segura de si misma, rece, por el amor de Dios, con toda la intensidad que pueda.
Asegúrese de esa manera, si conoce las leyes y dice: “La muerte es ‘tiene que morir’, es evolución”, entonces no está rezando por ello.
Saque de allí todo lo que se pueda e intente comprender para qué cosas puede rezar.
Porque cuando conseguí mi conciencia por los libros y los desdoblamientos corporales, entonces supe, claro, que no podía rezar por la vida y la muerte, entonces eso ya se fue por la borda.
Y no quedó nada más; eso, a su vez, es sintonización con el espacio: dame la sabiduría, la fuerza y además el amor, para que pueda recurrir a todo lo que sea mío para aquello que pido.
Y entonces te queda todavía un ser uno universal, y vivirlo y rezar con el espacio.
Y eso es lo más poderoso de lo que hay.
Imposible quitárselo a nadie.
¿Entienden, verdad?
Y hubo personas que dijeron: “Dijo usted: ‘El maestro Alcar primero hizo que me dejara el alma rezando’”.
Y el mundo astral, esos maestros hacen esto: los dan la vuelta a ustedes hasta que esos sentimientos hayan sido vencidos y empiecen a ser sentimientos espirituales.
Y entonces el ser humano lo hace de otra manera.
Y así muere el sentimiento material; y entonces se alimentará lo nuevo que haya despertado en usted.
Y eso será saber, cambio, nueva conciencia para la personalidad.
¿No es sencillo?
Si tienen preguntas sobre eso...
Pregunta número dos: “¿Cómo enfoca usted el padrenuestro tal como lo enseña a rezar la Biblia?”.
¿Hay gente ente ustedes que todavía reza a fondo el padrenuestro?
¿Nadie?
¿Ya no rezan para nada el padrenuestro?
Menudos herejes que hay aquí.

(Risas).

Menudos herejes.
Pero si empiezan y conocen las leyes y saben...
Esta gente sabe... no son locos soberbios, sino: somos dioses, como seres humanos.
Dios se manifestó por medio del ser humano, la vida: o sea, de nosotros.
De los seres humanos, los animales, las flores y las plantas, el espacio, los planetas, las estrellas.
Eso es el Dios aquí como ser humano.
“No nos dejes caer en la tentación”.
Cuando vino eso...
Siempre ese padrenuestro, y que no para nunca, porque forma parte de esto, eso es el padrenuestro.
Se dice que Cristo dio eso al ser humano.
Entonces los maestros más elevados del otro lado dijeron: “¿De verdad dijo Cristo eso?”.
No saben de dónde vino el padrenuestro.
¿Cuándo oyeren los autores de la Biblia que de verdad se materializó en los labios de Cristo?
“No nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal”.
Señora, si no hace el mal ni quiere el mal, no hace falta que Dios la proteja.
Y Dios de verdad que no la va a...
¿Qué clase de padre, de Dios, es ese que deja que la gente —eso no lo hace ningún padre ni ninguna madre de la tierra— caiga en la tentación?
Nos pone ante los hechos y dice: “Mejor ni tocarlo”.
No, los llevará decididamente a ese peligro.
Y entonces a nosotros no nos queda más que pedir: “Por favor, mejor no lo hagas”.
Santo cielo, ¿de qué le serviría a ese Dios?
Entonces me tropecé.
No conseguí que me saliera de la boca.
Y toda la gente dice: “Yo tampoco ya sé hacerlo, porque sucumbo”.
“No nos dejes caer en la tentación, líbranos del mal”.
Si abandonas a tu mujer e hijos, ¿hay que pedirle entonces todavía a Dios: “¿Líbrame del mal?”.
Uno mismo ya lo es.
Y aunque lo somos y representamos en cien mil cosas, todavía ese padrenuestro sigue significando algo para el ser humano.
Y entonces uno se pregunta, señor: ¿fue Cristo quien lo materializó?
Y entonces se convierte llana y simplemente —¿no es horrible?— en un gemido.
Y a ver quién le dice eso a un obispo, a un teólogo.
Al pastor Spelberg, por ejemplo.
Digo: “Señor, ¿acaso es un disco lo que oímos cada viernes por la noche?”.
“Venimos por ti y estamos ante ti, y nos inclinamos”, y después hay algo más.
Siempre lo mismo.
Dios, Dios, Dios.
Ese es doctor.
Los dos hermanos, y después se oye un poco esto: whuhuhuhummmm.
Y es entonces cuando aparece.
“Volvemos a estar ante ti, desnudos, y pedimos...”
Ante ¿qué?
Dios mío, Dios mío, pues, hazlo y ya.

“Y danos la sabiduría”.
“Señor Spelberg, cuéntele a la gente que el paraíso, el comienzo, es puro cuento y que el ser humano nació en las aguas, porque has recibido ‘Los pueblos de la tierra’.
Pero no lo sacas a la relucir”.
Imagínense, señor y señora, lo terriblemente farsantes que son.
Siguen mintiendo en la faz de Dios, porque no les da la gana.
Porque cuando allí llega esa palabra, señora, señor, pierden su puesto de trabajo, ya no tienen qué comer.
Y entonces se va el liberalismo, y el protestantismo libre... sucumbe la emisora protestante VPRO.
“Hoy, oyentes...”.
Y entonces sigues sin oír nada.
¿No lo oyes?
¿No escuchan?
A uno le entra el miedo cuando oyes cómo reza esa gente a fondo el padrenuestro.
No sacan nada en claro.
Ni meten nada nuevo, jamás.
Mienten y engañan, porque no creo que un doctor Spelberg siga creyendo que Dios tomó una costilla de Adán para hacer a Eva, de un poco de barro y aliento vital.
Ahora lo único que se hace es engañar al ser humano y mantenerlo callado.
¿Qué es en realidad?
Bueno, pues a rezar.
Y ese padrenuestro es exactamente lo mismo.
A la teología no le da la gana aprender a pensar de verdad lo que dice el padrenuestro.
Dios dijo...
El ser humano dice: “No nos dejes caer en la tentación”.
¿Qué clase de payaso fue ese Cristo, que andaba por Jerusalén y dijo: “Que pase de mí este cáliz”.
¿No se enfurecen ustedes entonces como seres humanos?
En la guerra asesinaban a la gente con colillas, en la espalda.
Entraban por detrás, señor, con unos grandes agujeros, salía la sangre.
Y ya llegaban a los pulmones y aun así decían: “No, no diré nada”.
Fuerza.
Sí, si hubiera sido por Cristo, habría sido aún más poderoso, ahora era para un inframundo.
Y el Hijo de Dios yacía en Getsemaní, solo, y seguía enojado porque Pedro se había quedado dormido.
Y los apóstoles dormían allí, estaban agotados, agotados de hacer preguntas, porque ese día habían andado treinta kilómetros.
Y ahora sucederá.
Y el Consciente divino, Cristo, dijo: “Que pase de mí este cáliz”.
Fíjense, escuchen eso, siéntanlo a fondo: Cristo, el Consciente divino sucumbió en Getsemaní.
Sí.
(Señor en la sala):

—Y a otro lo echaron a la hoguera y siguió siendo él mismo, ¿y que Cristo no iba a ser capaz?”.
—No.
¿Y eso nos lo tenemos que creer?
No, señor, no señora, decimos nosotros al pastor y al señor Spelberg y a todos los católicos, en eso han convertido ustedes mismos a Cristo, porque el nuestro no fue.
El nuestro dijo: “No hay muerte, Yo voy a continuar”.
¿No es así?
Y después siguen diciendo que estamos locos, que somos herejes.
Pero tenemos un Dios muy diferente, un Cristo muy diferente.
Y ese Dios nuestro ya no escucha ese padrenuestro.
Claro, ahora podrías decir: “Señor, todo eso ya lo entiendo”.
¿Pero qué de cosas no hay allí metidas?
No nos dejes caer en la tentación, dwubdubdubdub.
Sí.
Naturalmente, la gente piensa: “Ese está como una regadera, ese tipo, no puede ser de otra manera”.
Porque supongo que no todos estarán de acuerdo conmigo, ¿verdad?
Es imposible, ¿no?
Eso no es posible, ¿no?
Hay cada vez más de esa gente tronada que viene aquí.
Resulta que el ser humano sí que está aprendiendo a pensar.
Gente, gente, ya me gustaría que Nuestro Señor nos preguntara alguna vez: “A ver, todos a cruzar el mundo en un grupo de treinta hombre y mujeres, cuarenta.
Y a empezar mi obra”.
¿Quién se viene conmigo?
Pero entonces viviremos de los cangrejos, Piet Hein, y de caracoles y pieles de hormigas y del jugo de una fruta y de unas hojas.
¿Y estaremos envueltos en una piel de esas de oso?
No, señor, ni siquiera eso nos darán.
Ya encontraremos por aquí o por allá una mata de paja.
Tan a gusto en el frío.
Primero vamos a convertir el polo norte.
Sí, los esquimales, señor.
Porque mejor ni irse a Occidente, allí ya tienen bastantes de esos mesías.
Pero tampoco iremos con túnicas blancas, nos envolveremos con los colores de la bandera, rojo, blanco y azul, así al menos sabrán de dónde venimos, con una cruz pintada.
Pero sigo.
“Quizá esta y muchas otras preguntas que se le hacen sean un testimonio de pobreza espiritual o de personas incapaces aún de pensar espiritualmente.
Pero sus oyentes no están en comunicación con maestros ni poseen otros dones espirituales.
Para muchos entre sus oyentes que han leído sus libros, esto es y sigue siendo una fe sin prueba alguna.
Quedan a la espera del momento en que todo esto lo vean ellos mismos”.
¿Qué quiere decir usted? ¿El catolicismo o esto?
(Señor en la sala):

—Esto.
—¿Esto de aquí?
(Señor en la sala):

—Sí.
—¿Pruebas?
Sí, pruebas hay de sobra.
Hemos recibido los libros.
He hecho sanaciones.
Con las sanaciones ha asistido a milagros, los he vivido, la gente los ha vivido, una decena, una veintena de milagros a lo Cristo.
¿Y piensa usted que la gente me cree ahora y me aceptan sin dudar por ese milagro?
Sí, un rato.
Oiga, señor, en dos, tres años, los habrá olvidado usted.
Y ahora entiendo por qué los maestros no quisieron comenzar con esos milagros.
Porque no se consigue nada.
Uno solo vive la pobreza humana que está hecha un asco por el dolor, la pena, la desgracia física.
Cuando haya pasado eso...
Es cuando al Mesías le arrojaron piedras por la espalda.
“Me ha hecho vidente”, decían.
“Me ha hecho vidente”.
Sí, porque entonces empezaron a robar.
Entonces el ser humano que veía también quería poseerlo todo.
“Ojalá no lo hubiera hecho”, dijo papá, y mamá, “entonces esa hija nuestra no se habría convertido en una zorra”.
Y ahora eso se lo echan en cara a Cristo.
Señor, ahora los milagros no dicen nada.
Pero nosotros tenemos pruebas por los libros.
No puede proceder de un solo ser humano lo que tenemos allí, porque lo que tengo aún no está a la venta en el mundo.
Aunque hay bastantes sectas que han avanzado tanto como nosotros, solo que nosotros profundizamos un poco más, equis grados más.
La teosofía es poderosa.
Buda es poderoso.
Aunque Buda no tuvo esto, la teosofía sí lo tiene, y aquello, en cambio, no, sino un cinco por ciento de lo que tenemos, a lo sumo; pero bueno, allí está.
Aquí, señor, hay gente, sin embargo, que es tocada y seducida por estas leyes.
Sienten pertinentemente: eso es.
Y entonces ya no hace falta ninguna prueba, porque se han revelado su alma, sus sentimientos del pasado.
Se lo digo cien veces: si ustedes no estuvieran aquí...
Ustedes ya son personas especiales.
No debería darles eso, pero así es, son ustedes tremendamente maravillosas frente a este mundo.
Lo que hagan con eso todavía no dice nada.
Aunque sigan increpándose unos a otros.
Aunque sigan teniendo desgracias.
Pero el que ya estén acogiendo un galimatías del espacio, señor, es la conciencia más elevada, la felicidad más elevada para el ser humano de este mundo.
Solo crucen un momento el mundo.
Ya lo han hecho.
El que ya escuchen a los dementes espirituales es la posesión más elevada, porque la ciencia no sabe todavía, ninguna universidad, que el ser humano ha vivido millones de veces en la tierra.
U ustedes lo creen, ustedes creen en esas tonterías.
Y eso es... para nosotros eso es la experiencia irrefutable, la aceptación.
Yo lo he visto, ya no me hace falta creer.
De todas formas, ya no creo nada: yo sé.
Y la gente aquí también lo sabe.
Pero aun así siempre hay una esencia, hay... recibo todo el tiempo las pruebas de que todavía siguen sin saberlo.
Tengo a gente que sigue viniendo desde hace años.
Hay gente aquí que viene dos veces, tres, cuatro, diez, y aun así todavía sucumben, entonces ya están llenos.
Tampoco quiere decir que lo arrojen por la borda.
Pero, en cualquier caso, no adquieren un asidero.
Porque tienen que hacer algo por ello.
Los tengo acompañándome siete años, ocho, nueve.
Los tengo en edades de veinte años, que ya conocía antes de la guerra, en 1930, 1934, 1933, y que luego siguieron, siguieron, siguen; y que, ciertamente, todavía sucumben en 1947, 1948 y 1950, en 1951.
Y entonces lo que llegan a tener ustedes...
¿Y debido a qué?
Por nada o por lo que sea, da igual; desaparecen.
¿Y quieren hacerme creer entonces que esa gente lo supo?
¿Y que de verdad tenían amor?
¿Y que esas rosas y esas flores que dan al maestro Zelanus se dieron de forma realmente consciente?
Señora, son espinas para los maestros.
Por eso dice una sola vez: “Denme una flor de su corazón y podré depositarla en el Gólgota donde el Verdadero”.
Pero aunque depositen allí flores por cien florines, señora y señor, no podrán demostrar dentro de cien años que ustedes aún continúan...
Y por el amor de Dios, no den flores a Nuestro Señor si todavía no están seguros, con todas esas dudas suyas.
Si ustedes... si los seres humanos no estamos seguros de que esa florecita que ponemos allí a Sus pies la podamos representar ante el mundo eterno, entonces ya entenderán que esa cosa se marchitará allí en solo unos minutos.
Así que la realidad nos obliga a creer y a aceptar decididamente.
Señor, es cien veces más difícil alcanzar, vivir, a nuestra gente, que a la criatura de la iglesia católica.
Ojalá tuviera yo ese sentimiento de Jehová en el ser humano para la masa.
Porque son hachas.
“Un abonado a Jehová”, dicen.
Esos no hacen más que ir de puerta en puerta.
La gente conmigo también quiso empezar con ello.
Digo: “En el espacio no se pueden comprar las limosnas espirituales”.
Todo eso son limosnas.
Pero ¿cuándo nos entra, despierta en nosotros, el sentimiento de Jehová, la aceptación decidida de lo que dicen los maestros?
Y eso es... no me es posible decir más: lo garantizo con mi vida.
Señor, vengo del campo, todos ustedes han ido a la escuela y han estudiado; yo no.
Conmigo esto empezó de niño.
Y cuando empezaba, sin lugar a dudas, señor...
Dice usted: “Esa gente cree”.
No, señor, esa gente mía, esos pertinentes, que son pertinentemente míos, también encontró moneditas en el bosque, y es tocada por diferentes cordelitos.
Y para esas personas... claro, están listas.
Yo solo consigo una de entre cien mil, pero esa en concreto es de los maestros, y esa es la que recibe cordelitos.
Esa gente será tocada hoy o mañana, y entonces la gente come bizcocho celestial.
Y entonces estarán ante la tumba, la persona que haya muerto estará a su lado.
Porque también han vivido algo.
Y entonces ya no es: ¿de verdad que será así?
No, señor, esto simplemente es.
Aquí tengo a gente, señor... a cualquiera se le caerían las lágrimas.
“Si tengo que demostrar con las manos, señor Rulof, que lo digo en serio, pues entonces córtemelas”.
Ya me cuidaré de ello muy mucho.
“Esa también, aquella también, esa por el sentimiento, aquella por la gratitud, ese cacho para mostrarme a mí mismo, y esa mano también, también mis piernas, mi sangre, mis ojos, mi luz”.
Digo: “Oye, mejor estáte seguro, cuidado con lo que digas”.
Pero, oigan, que lo hacen.
Algunos están aquí.
Si pudieran demostrarlo, señor, entonces puede usted... entonces los puede clavar esta misma noche en la pared, con clavos en las manos y las piernas, y le garantizo, si quiere saber usted cuánto he fortalecido a diversas personas, y no para majaderías...
Si los llamo ahora, en este momento, y vamos a por los clavos, le demostraré que aquí tengo quienes dicen, y eso ya no es creer, señor: “Clávalos, tranquilo.
Dale con el hacha”.
¿Quién se atreve?
Y esos están aquí.
Saben que yo también soy capaz de ello.
¿A eso lo llaman todavía creyentes?
(Señor en la sala):

—Es saber a ciencia cierta.
—¿Qué?
(Señor en la sala):

—Que es saber a ciencia cierta.
—Es saber.
Y cuando entiendan eso —tienen que sentirlo ustedes mismos— será fuerza que durará para la eternidad, vigor, es la mano que sujeta y que dice: “Por aquí.
Por allí”.
Señor, tengo un sagrado respeto por alguien que conozca la Biblia, el verdadero explorador de la Biblia, que ha estado escarbando hasta desangrarse.
Un verdadero católico, uno de verdad, teníamos a Crisje como ejemplo, esa gente es tan sorprendentemente hermosa.
Pero lo que dice ese hombre allí: “Maldito canalla, y bicho y todo”.
¿Y después a rezar?
Y a poner a parir a papá.
“Y tu padre es un loco, y tu padre es lo otro”.
Azuzan a los hijos contra el padre, son psicópatas.
No se puede hablar con esa gente.
Aquí, sin embargo, sacamos hasta la última gota.
Pero no quieran hacerme creer, si quieren recurrir a todo, que ya por un leve soplo mío, si los tratara con algo de severidad, ya se marcharían corriendo.
Sigue pasando.
Esa gente a mí ya no me dice nada, señor.
Porque si de verdad quiere sanar usted, señor, entonces es necesario que esta personalidad... que estos perifollos de su personalidad, esas cositas que quiere usted vivir con semejante hipersensibilidad...
Entonces son personas hipersensibles, esa gente es tan hipersensible...
Lo cual no existe para el espacio.
En el espacio no conocemos... en el otro lado no conocemos ninguna hipersensibilidad, señor, porque eso sigue siendo debilidad.
Debilidad, debilidad, debilidad.
Esas personas se sintieron apaleadas, fueron pisoteadas, fueron alcanzadas de lleno.
Esto... ja...
Están destrozadas.
Vaya, vaya, a ver quién las envía al polo norte para ayudar a la gente.
A ver quién convierte a esas criaturas, que veneran allí a los maestros, y todas esas cosas más, a ver quién las convierte en gente de Jehová.
No lo tienen, no pueden.
¿Sabe usted cuándo siento respeto por mi gente?
Cuando realmente se van desangrando.
A ustedes los recibiré luego cuando hayan tenido ‘Jeus III’.
Así sabrán también de dónde viene esto.
Cuando lo hayan leído, señor, señora, estaremos mucho más cerca el uno del otro.
Y entonces para mí no habrá mendigos en el mundo.
Basta con que ustedes me digan una sola palabra y les retiraré mi simpatía, por completo, durante mil años, con una sola palabra que me arrojen, sin más, a la cara, que yo oiga y ustedes digan.
Ya ni siquiera reaccionaré, porque se convertirán en viento para mí.
Los maestros, las personas, Cristo, nos dejamos la piel y luego encima la gente dice: “El espacio y esto y aquello los manda como mendigos a la calle”.
En el espacio no hay mendigos espirituales.
Quien diga eso sí lo es.
Y eso es pobreza e inconsciencia.
A esa gente ya no me digno en mirarla el resto de mi vida.
A esa vida la amo, pero el carácter no me dice un pimiento.
¿No hacen eso ustedes también?
¿Puede comprarse la conciencia espiritual?
Dios mío, ¿cuándo descenderemos en nosotros mismos y nos haremos seres humanos normales?
Podemos hacerlo por medio de estas leyes y esos libros.
Mejor no vuelen demasiado alto.
Y si no sienten deseo por...
Les digo aquí: esta es la eternidad.
Inclinarnos, eso tenemos que hacer aquí.
No ante un ser humano...
También ante un ser humano, claro, eso lo oyeron en la historieta de ese hombre de allí.
Inclinarse ante el ser humano.
Y si este no quiere, llega el final, entonces se muere el sentimiento del amor, la unión.
¿Cierto o no?
Y entonces dice el abogado: “Aquí ya no hay nada.
Zas, fuera.
A separarse.
Mejor hagan algo nuevo”.
Sí, ahora vamos a empezar de nuevo.
Que surge algo.
Bueno, así aprenden algo.
Pero así es cuatro veces, cinco, seis, y nunca consiguen la felicidad.
Señor, ¿está satisfecho?
Puedo seguir con esto, porque contiene tantas cosas más.
Ahora volvemos a tener al señor Berends: “Página 191, 192, parte 2, de ‘Las máscaras y los seres humanos’.
Frederik está en el harén de Hans y constata que el sentimiento de odio es más fuerte entre las mujeres que entre los hombres.
Precisamente debido a que las mujeres quieren dar algo y quieren recibir algo y a que estos sentimientos mueren aplastados y a que todavía son demasiado débiles para esta vida material, se pierden a sí mismas por completo.
La pregunta es: ese odio, ¿ya estaba presente en las mujeres?
Esta demencia enfermiza ¿también es un karma material?”.
Mire, señor Berends: ahora se desprende usted de la personalidad, los sentimientos lo dejan libre, y ahora sale usted con el karma material, que hace poco analicé a fondo.
¿Es así?
¿Por qué el odio de la madre es más profundo que el del hombre?
Y eso que un hombre puede tener un odio profundo, pero el de una madre aun va mucho más allá.
¿Por qué?
(Señor en la sala):

—Porque ella es el principio alumbrador.
—Sí, el principio alumbrador.
Pero eso ¿qué significa?
¿Por qué el odio de la mujer es más profundo que el del hombre? ¿Por qué puede tener un odio más profundo que el del hombre?
Aunque los hombres tampoco somos moco de pavo.
Enseguida ya los tendré, así me tendré a mí mismo también.
(Señor en la sala):

—Porque los sentimientos de ella son mucho más profundos que los de un hombre.
—Sentimiento más profundos, ¿en dónde?
(El señor en la sala dice algo inaudible).
—¿En dónde?
¿En dónde?
(Señora en la sala):

—Señor Rulof, yo diría más bien que el hombre tiene un odio más profundo que el de las mujeres, debido a que esta siempre tiende a sacrificarse.
—Ya, pero de eso no estamos hablando ahora.
Entonces estamos hablando del sacrificio y del amor.
Pero se trata del odio.
Tenemos que atenernos al núcleo.
¿Por qué la madre es capaz de tener un odio más profundo que el hombre?
¿Conoce usted ‘Los dones espirituales’, esos dos libros?
¿No se acuerda de pronto?
La madre es capaz de tener un odio más profundo porque también tiene contacto con el espacio.
Nosotros estamos separados, libres del espacio.
No tenemos unión con el espacio; la madre, sí.
Porque la madre... o sea, dar a luz pasa por encima de la creación.
(Señora en la sala):

—Y nosotros andamos al margen.
—Y nosotros andamos al margen.
Así que, a la hora de la verdad, el odio de la madre puede ser más profundo que el del hombre, porque este sí que tiene ese sentimiento como cuerpo, como espíritu, pero no como cuerpo, como ley de la naturaleza.
¿No es sencillo?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Pero el hombre también puede perder los papeles.
Sí, esos encantos han destrozado todo.
A su manera.
Pero esto es un sentimiento natural.
¿Lo entienden?
Esto es odiar divinamente.
Es decir: hay una fuerza de voluntad que les hace sentir tan profundamente, por lo que la madre dice: “Tú prepara lo que quieras”.
Y, ciertamente, la madre dijo: “No”, y siguió siendo “no”, mientras que el hombre ya se había derrumbado.
Ella seguía sujetándose.
Y era tan terrible, señor, se ahogó y dijo: “Si me muero, ya mostraré los dedos”.
Y se ahogó en el agua y entonces todavía emergió la mano y dijo: toma.
¿No lo conoce usted?
¿Ese cuentito?
Y encima ella tenía razón.
Ella dijo: “Los drudels”.
Sí, señor, Berends, la madre puede tener un odio más profundo que el hombre.
Y dice usted: “Ese odio ¿ya estaba presente en la mujer?”.
En la mujer, ¿en qué mujer? ¿En la espiritual o la material?
(Señor en la sala):

—En la mujer material.
—En la mujer material.
Un cuerpo, ¿es capaz de odiar?
(Señor en la sala):

—No, yo digo...
—Sí, si habla usted de la mujer espiritual y la material...
¿Ya estaba ese odio en la mujer, en las mujeres?
Señor, ¿está usted libre de odio?
Una cosa le diré: si las señoras, cualquier loco, cualquier demente, si estuvieran libres del pensamiento erróneo, sin odio, sin envidia, sin disarmonía... agradables, con sentimientos, espacialmente...
Señor, ¿cómo se puede convertir uno entonces en un niño?
¿Cómo se puede echar a perder uno?
¿Cómo es posible entonces que usted se extinga pensando a partir de la vereda divina?
Porque eso es imposible.
Debido a que el ser humano es inconsciente, unos seres humanos se vuelven locos, entran en disarmonía.
Así que, adelante, odien, pero se destruirán a sí mismos.
Si no es ahora, luego.
Los cotilleos, las habladurías, señor, desintegran; se convertirá a sí mismo en un nido asesino.
Entrará en un mundo que no es otra cosa que cotilleos y habladurías.
¿No es así?
De modo que de todas formas se desintegrará a sí mismo.
Pero un ser humano, señor, que tiene cosas hermosas, que piensa de forma hermosa sobre la vida, sobre el ser humano, sobre la naturaleza, sobre Dios y todo, ¿cómo podría estar ese ser humano en las tinieblas?
Todo eso es luz, vida, realidad, armonía , sentimiento, unión.
Eso va mano a mano y hace un vuelo a través de la naturaleza.
¿No es así?
Son cánticos, señor.
Es Poesía y Verdad.
Es un poema veraz, espacial, universal, porque lo conducirá al amor espiritual, espacial.
Amor.
¿Lo oye?
¿No es así?
Con que usted, señor, solo piense un solo instante mal —aprenda eso de mí—, ya se sintonizará con la inconsciencia, y eso son tinieblas, no podrá vivir esa luz.
Con que yo solo pensara un instante de mí mismo: esa gente me está mirando y pienso: ¿qué quieren de mí?
Ni siquiera debo pensar: ¿qué querrá esa gente de mí?
Todo está bien.
Aunque me den una paliza.
No debo pensar mal de la gente, entonces ya me quedo fuera.
“Y cuando usted empieza, André”, dice, “a raíz de ese golpe, de esa bofetada”, porque seguimos viviendo sumidos en las desgracias, en las calamidades, en la desintegración, esa es su sociedad, “a pensar mal de quien lo golpea, entonces me quedo sin poder hacer nada.
Porque pensamos de forma armoniosa sobre la vida de Dios”.
Y cuando uno recibe ese golpe, será mejor no olvidarse que eso es desarrollo y evolución, porque nada ocurre a cambio de nada.
¿No es sencillo?
Que los colaboracionistas holandeses de los nazis apostaron por el caballo equivocado durante la guerra, lo pueden demostrar ahora, porque les sirvió de lección.
Pero entonces no lo sabían todavía.
Ahora sí.
Que haya otra vez un Mussert.
A ese lo...
¿Saben lo que pasaría ahora con un segundo Mussert?
Los míos ya no lo harán, ya hace tiempo que se les olvidó y están agradecidos por la paliza que se les dio.
Pero para otras personas...
Recibiría la misma paliza que la que recibieron los hermanos De Witt, y entonces ya pueden ponerse a construir una Puerta de los Presos.
Porque a esos nuevos Mussert que todavía lleguen los descuartizarán y que quieren enloquecer al ser humano con una pequeña insignia.
Señor, ¿quiere que le dé una medalla?
No cuesta nada.
Pero se la tiene que pagar usted mismo.
Le pondré en la solapa del abrigo una medalla de pacotilla, una bien grande.
Le daré un colorcito muy diferente.
Y la sociedad se reirá de nosotros.
Pero ¿qué hemos aprendido en estos cinco añitos?
Ay, ay, ay.
Señor, yo no estaba tan loco, pero me habría gustado luchar con Mussert.
Pero hay que ver la escuela tan poderosa que ha tenido esa gente, esos colaboracionistas nuestros.
Es sorprendente, ¿no?, es la gente más maravillosa con la que me encuentro ahora en la sociedad (véase el artículo ‘NSB y el nacionalsocialismo’ en rulof.es).
Los malditos están allí y han recibido puestos de trabajo en caballo blanco.
Ellos ya saben.
¿No creen que habrá más de esos antiguos alcaldes que echamos hace poco?
Porque tenía que largarse rápidamente, porque, claro, había más de esos.
Señor, han echado a los alemanes, si entra usted en eso, ay, ay, ay, ay, ay, le dieron permiso, pudo pasar sin mas la frontera.
Al mayor bandido que tuvimos encima le dieron una paga.
Ay, ay, ay, hay que ver lo honestos que fueron sirviéndonos.
Bah.
Debería de echar usted un vistazo entre bastidores.
Debería hablar con gente que sabe algo de eso, señor, entonces hará que estalle todo el asunto.
Y eso desde luego no funciona con Dios y también con la Biblia.
Y a semejante pobre diablo que pensaba estar al servicio del progreso lo echaron en un campo de concentración de esos, para dentro, y...
Nuestra hermosa gente holandesa se convirtieron en peores verdugos que los alemanes que llegamos a conocer aquí, y a los que hace tiempo ya ejecutaron.
Fíjese en lo que dicen los señores soldados holandeses, odiaron, señor; la misma táctica la aplicaron a los pobres colaboracionistas holandeses (véase el artículo ‘NSB y el nacionalsocialismo’ en rulof.es), a esos los despellejaron a golpes.
Los pegaron contra la pared, desnudos, para que les congelara la espalda.
Y después la quitaban de la pared, y pensaban que el resto ya seguiría.
Ocurrió, aquí, en Holanda.
Y esos son nuestros hijos holandeses.
Señor, atención, porque todavía vivimos en la jungla.
Y esa gente luego hace comentarios sobre los papúas y los rusos.
Y esa gente quiere representar a Dios.
Y esa gente reza.
Claro, claro, nosotros eso lo atravesamos con la mirada, gracias a Dios.
Y todo eso no es más que odio, señor.
“Esta demencia verdadera, ¿también es un karma material...?”, ¿cómo puede decir eso?
Eso es pobreza espiritual, “¿... debido a que se lo han causado el uno al otro en una vida anterior en un mismo estado?”.
No, señor, siguen trabajando, siguen trabajando en ellos mismos, y sucumbieron por la vida en la tierra, por desear algo, por eso surgieron locos.
Hay gente que odia como diablos, solo porque representan una fe, porque: “Lo que tiene usted es diabólico”.
Y ahora lo odian a usted, señor, hasta el infinito.
¿No conoce usted el odio católico hacia otra fe?
Eso ni siquiera lo hace la iglesia católica, pero pasa así, sin más.
Ese personajillo de la iglesia, sin embargo, debería fijarse usted, con los ojos y los oídos, cómo el otro ser humano es odiado por otra fe de Dios.
Y eso ocurre ahora en 1952.
Mejor no se haga ilusiones, porque la humanidad solo ha empezado a pensar hace una séptima parte de una millonésima de segundo.
No siento respeto por un teólogo, señor, que hable de condena.
¿Lo tiene?
(Señor en la sala):

—No.
—Ya no hay nadie que se ponga a pensar y que intuya y vea la vida en la naturaleza.
(Jozef continúa leyendo).

“Hay una en el harén que regalaba mucho dinero y que al mismo tiempo lo conectaba con la pasión.
O sea que también una debilidad, y detrás: una máscara”.
Sí.
“La sensibilidad”, pregunta usted, “y las máscaras ¿son más fuertes en las llamadas mujeres homosexuales que en los hombres?
La homosexualidad de la mujer, ¿es más fuerte que la del hombre?”.
(Señora en la sala):

—Pero la homosexualidad ya es hombre y mujer, ¿no?
¿No es...?”.
La homosexualidad es masculina y femenina.
(Señor en la sala):

—Sí, claro, pero ¿no es...?, ambas están en el límite de convertirse en hombre o mujer, ¿no?
El hombre en mujer y la mujer en hombre, ¿no?
¿O es al revés?
—Sí, sí, o al revés, sí, de eso se trata ahora.
Hay hombres que sienten que son madres.
Y hay madres que sienten que son hombres.
Son dos leyes diferentes.
Ahora, respecto a esto, el señor Berends pregunta: “La homosexualidad de la madre ¿es más fuerte que la del hombre?”.
(Señor en la sala):

—No, la sensibilidad de la mujer, de la mujer homosexual, ¿es más fuerte que la de los hombres?
En el caso del hombre el cuerpo material, donde la mujer, el sentimiento.
—La sensibilidad es el sentimiento, y eso se refiere al sentimiento “homosexualidad”.
Y usted dice “no” y yo digo “sí”.
Así que, ¿hay una diferencia en ese grado de sentimiento?
(Señor en la sala):

—No.
—¿Por qué no?
(Señor en la sala):

—Porque los sentimientos de un hombre como materia con sentimientos femeninos los podemos equiparar a un ser femenino con un sentimiento masculino.
—Señor, no hace falta que busque tantas palabras.
El sentimiento es uno con el sentimiento.
Y de lo que se trata es solo: amor.
Ahora de una manera que ya no puede experimentar un límite del amor.
Así que en ella, en él, no hay más que un solo sentimiento.
Y es anormal, porque todavía no son madre y él todavía no crea.
Pero ambos están en lo maternal, en lo paternal; creando, dando a luz.
Y ese sentimiento es anormal, es fragmentado, porque acaban de salir de allí.
Y ahora: ella en un organismo masculino, él en un organismo maternal.
Él en la madre y ella al revés.
Porque esos límites continúan.
Transición: reflexionen sobre eso.
(Dirigiéndose al técnico de sonido):

—¿Tengo tiempo todavía?
(El técnico de sonido):

—Unos dos o tres minutos.
(Jozef continúa leyendo):

—“¿Qué significa: ¿las mujeres son más serias que los hombres?
Es innegable la sangre de la jungla”.
Allí estamos otra vez.
El pensamiento de la madre puede ser más profundo, más profundo, más profundo en cien mil cosas que el del hombre, porque en ella está el sentimiento de la naturaleza como organismo materno.
¿Ha quedado claro?
Está clarísimo.
¿Quién te da el amor más grande?
(Señor en la sala):

—La mujer.
—¿Quién?
Claro, ya estamos otra vez.
¿Quién da besos más profundos? ¿El hombre o la madre?
(Señor en la sala):

—La mujer.
—Bueno, ¿y quién es más honesto?
(Señor en la sala):

—La mujer.
—Gracias.
Señoras, orquídeas de los caballeros.
“Quiere decirse con esto que el estado animal del habitante de la jungla, como mujer, alberga el principio alumbrador y que tiene que aceptar la maternidad?”.
¿Lo ve?
“¿Qué significa: las mujeres son más serias que los hombres?
¿Quiere decirse con esto que el estado animal del habitante de la jungla, como mujer...?”.
No, no tenemos que volver a la jungla.
Nos quedamos con la sociedad en la que vivimos, “... porque en la jungla se ve poco la homosexualidad”.
Cuando se aleja usted y ya se sale de esa jungla y empieza a tener pensamiento humano, es cuando empiezan las chapuzas humanas.
¿No lo constató allí, señor?
Continúe, sin embargo, más y más, y descienda, señora, entonces el ser humano no tiene el sentimiento, lo que tiene es... se disuelve en su trabajo, no tiene pensamiento, sino que actúa decididamente según el organismo.
Y entonces llegará a ver usted una vida, un pensamiento, un sentimiento, muy diferentes que aquí en la sociedad.
Porque ya entenderá, también en eso el ser humano vuelve a estar fragmentado.
Si quiere que comentemos la homosexualidad, ya entenderá, señor, que todo ser humano nació en ese grado.
Porque tenemos que atravesarla.
Entonces se disuelve.
Y sobre eso ya puede escribir usted un libro de mil páginas y ni así llegará a resolverlo, porque hay que tratar y analizar todos los tipos de raza (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es), todos los grados de vida para el organismo, para el espíritu, ante Dios, ante el espacio, los planetas y el más allá, y solo entonces podrá decir después de las cosas: “Así es”.
Señoras y señores, ¿les he ofrecido alguna cosita esta noche?
(Gente en la sala):

—Sí.
—El domingo por la mañana volverán a hablar los maestros.
Y cuando uno los oye, señoras y señores, entonces se oyen palabras de verdad y obtiene uno sabiduría.
Porque Jozef Rulof no es más que un pobre diablo.
Buenas noches.
Hasta pronto, hasta el domingo por la mañana.
(Suenan aplausos).