Noche del jueves 23 de octubre de 1952

—Buenas noches, señoras y señores.
(Gente en la sala):

—Buenas noches.
Vamos a empezar con la primera pregunta.
“Los niños que nacen sordomudos, ¿es un trastorno físico o espiritual?
Veo a veces en diversos padres hijos que no son del todo normales.
Son de esos mongolitos, tipos como mongólicos”.
Los llaman mongólicos.
Pero sí que es un nombre extraño, “mongólicos”,¿no?
¿Y por qué tienen que llamarlos “mongólicos”?
Mongólicos.
¿Por qué no los llaman “apáticos”, “semiconscientes”?
Ponen un nombre a esos niños y ya.
Un mongol, las razas mongólicas (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es); ¿es porque esta criatura quizá tenga que ver con las razas mongólicas, allí atrás, en Siberia?
Tenemos un mongolito.
Vaya, entonces tendremos que preguntar lo que es eso, un “mongolito”.
Ese nombre me resulta horrible.
“... tipos mongólicos.
Son todos parecidos, dicen.
Tienen de esos ojitos rasgados.
¿A qué se debe eso?”.
¿De quién es eso?
Señora, esa criatura tiene los mismos ojitos que yo.
Pero los ojos rasgados tienen que ver con algo, señora.
Y esta noche sí que les quiero... después de todos esos centenares de conferencias sobre esa psicología...
Hay gente que se dedica a magnetizar y también tienen fuerza, y entonces lo son, y entonces van, y entonces lo hacen.
Ya tengo ganas de preguntarles a esos sanadores: ¿qué clase de fenómeno es ese?
Un mongolito con ojitos rasgados.
¿Por qué tienen esos niños unos ojitos tan estrechos?
Oigan, creo que el médico tampoco lo sabe.
Solo un estímulo de esos.
¿No lo saben?
No lo saben.
Nadie de ustedes lo sabe.
Un tipo mongólico, un niño que llega al mundo en esa situación, señoras y señores, es semiconsciente.
Y ni siquiera semiconsciente.
Porque se imaginarán ustedes que esta alma, esta vida, ha vivido millones de veces, ¿verdad?
Pero esta vida llega aquí a la tierra y es apática, psicopática.
Son niños psicopáticos y padecen entonces anormalidad espiritual, inconsciencia espiritual, pero tienen un cuerpo completamente normal.
Y entonces, uno tiene esto, el otro aquello.
Este verano allí abajo, en el jardín, también tuve un chico así, de unos diez años.
Y entonces: “Wrluh, wuh”.
Ay, y después esas manitas y esas piernecitas.
Pienso: ‘Sí, puedo imaginarme que su madre...’.
Ha habido suficientes asesinatos.
Padres que a un niñito... ya no podían verlo más, lo mataban.
Lo dormían, y así desaparecía.
Pero eso no se hace así como así; no si tienes un poco de sentimiento y si eres madre no lo haces de ninguna de las maneras.
Porque esa madre es más feliz con esa criatura paralítica que con los sanos que tiene.
Entonces dijo: “Porque recibo mucho más amor de esa criatura”.
Ya estamos otra vez.
Aquí tuvimos un señor, siempre venía, ya no lo veo, por esa época andaba un poco triste, vino aquí y dice: “Bueno, yo tengo tres.
Y entre ellos hay uno de esos que son bobos.
Y esta semana se cayó desde arriba, de la segunda planta, así, abajo, sobre un balconcito, bueno, unos dos o tres metros.
Pienso: ‘Bueno, ahora sí que sí.
Y nos lo quitamos de encima’.
Porque no es vida, señor”.
Así hablaba ese hombre.
Pero al crío no le pasó nada.
Dice: “Pero el otro se cae de la silla y se rompe el tobillo”.
Dice: “Ni siquiera es posible acabar con ellos”.
Digo: “Oye, no hables así.
Hombre, no hables así: ‘acabar’”.
Digo: “Venga un día a escucharme”.
“Sí, eso ya me lo dijeron”.
Entonces le expliqué aquí una noche esas leyes para esa criatura.
Pintaba.
No dejaba de mirar mis cuadros.
Estaba casi llorando, dice: ·”Ay, ay, ay, si yo tuviera eso, quizá me daría apoyo”.
Le di uno.
Bien.
Sí, algo sí que le ayudó, le dio algo de apoyo.
Pero al final se quedan ante esos mongólicos, esos estados apáticos y no se enteran.
Lo examinan todos los días.
Y media sociedad, señoras y señores, es psicopática.
Esos con los ojitos rasgados vienen...
¿Todavía no lo saben?
Es que todo es tan tremendamente sencillo.
Esa cosmología, esto es cosmología...
Dígame, señora.
(Señora en la sala):

—... la conciencia diurna... que han emergido, de eso...
—Desde luego que está usted cerca.
Si un brazo ya está retorcido y ese cuerpito no puede, y tiene esto y lo otro, también tendrá que poder remitirse a otros órganos, ¿no?
Y miran a través de esos ojos que no tienen —escuchen lo sencillo que es— ... que no tienen la plena conciencia.
O sea que eso va desapareciendo.
Cuando Yongchi, ese sacerdote chino, pinta por medio de mí, me convierto poco después también en un chino; entonces va... o sea, solo por esa influencia, entonces estos también se me empiezan a poner rasgados.
Entonces hay una tirantez.
Parezco casi medio chino, con cara de uno de La Haya.
Pero esto son tipos de vidas, señora, que viven su vidas del karma y que han transgredido su causa y efecto, y las leyes del espacio, las leyes vitales de Dios.
Y ¿qué es entonces “transgredir las leyes”?
¿Ven?
En esta vida, si son ustedes conscientes, pueden ponerse como energúmenos todo lo que quieran, cuanto quieran, como quieran, y ya tiene que pasar algo muy gordo para que se reenvíen a sí mismos a lo apático.
Pueden enloquecer por empinar el codo y por “a vivir con desenfreno”.
Por ejemplo, hay la demencia consciente y la inconsciente.
También la posesión consciente e inconsciente.
Hay arte...
Existe la posesión por el arte.
Hay psicopatía enfermiza y sana, igual que con la demencia.
Todo eso es la verdad y puede analizarse, porque esas leyes existen.
Pero cuando llega una criatura de esas al mundo, entonces esa vida del alma ... esos sentimientos oprimen la vida orgánica, los tejidos, en ese estado celular, ese embrión, hasta romperlo.
Y no es que lo rompan todavía, porque entonces se produciría un aborto.
Y eso pasa.
Porque no puede producirse un aborto si esa madre está en armonía con y para el nacimiento.
Y no se atrae la psicopatía si uno no tiene sintonización, ya como padres, con esa alma, con esos sentimientos.
Todo eso la ciencia todavía lo tiene que constatar.
Pero esto es psicología espiritual.
La psicología espacial es directamente cosmología porque esta vida, esa alma...
(Jozef se interrumpe):

... dejen pasar a esas personas si es aquí a donde vienen...
... porque esta vida comienza, irrevocablemente...
(Dirigiéndose a la persona que entra):

... señora, tome asiento...
... irrevocablemente, con otra vidas.
Y entonces aparecen los estadios previos, es decir, aparecen estados por los que el alma vive por tanto un contacto con la madre, el óvulo, la célula, y por medio del sentimiento, por medio de este despertar los sentimientos retuercen esa célula hasta romperla.
Y eso ocurre cinco, seis, siete veces, hasta que la personalidad ahora despertada conserva la armonía, de alguna manera, con el cuerpo; pero piensa y siente de manera completamente psicopática, disarmónica.
Y entonces el fruto de todas formas sigue creciendo, nace el niño, que está hecho un guiñapo.
Verá usted sentimientos retorcidos, y así es también el cuerpo de sus mongolitos (véase el artículo ‘Psicopatía’ en rulof.es).
¿Los conoce ahora?
Esa vida... ese organismo yace abierto, de forma cristalina, ante nosotros.
Y ahora puede comenzar el ser humano.
Ese crío no aprende nada, señora.
¿No es así?
Pero miles de psicópatas aprenden más que el ser humano que lea libros, siga conferencias y quiera asimilar algo.
Y eso, ¿cómo es?
Sócrates dijo una vez: “Los locos andan por la calle, son los enfermos mentales.
Pero los normales están encerrados”.
Y eso es irremediablemente verdad.
Cierto, ustedes están aquí y son capaces de pensar.
Pero imagínense ahora lo que hago, lo que tengo que hacer, súbanse en estos sentimientos míos, en una sola noche, en una hora, estarán completamente locos y habrán perdido el norte.
No serían capaces de procesarlo.
Sé lo que me ha costado.
Y yo sé cuántas vidas hacen falta para eso, para prepararse para eso.
Claro, hoy pueden decir...
Luego vendrán a otra vida, y no se han desfogado, todavía están en armonía, pueden valerse por sí mismos en la sociedad...
Porque todo lo que ustedes poseen no es otra cosa que sentimientos sociales y conciencia, no tienen nada más.
¿Lo aceptan?
Tampoco son nada más.
Pero lo que pueden hacer con esta cosa social es poner fundamentos espirituales si aceptan y viven las leyes de Dios y Cristo.
Y entonces ya se detienen ustedes mismos —siempre lo comento— con majaderías y cotilleos, mentiras y engaños.
Entonces no violarán cosas que no poseen.
Y entonces no meterá desde arriba la mano en un vestidito para magnetizar a una madre por encima del vientre; eso se hace a una distancia.
Esa gente existe.
Y entonces uno no se pone a hablar así y asá, sino que se pondrá a vivir las cosas, vivirá la ley tal como fue creada, en armonía.
Y entonces deberían fijarse en todo lo que del ser humano y para el ser humano se termina por echar por la borda.
Y si no empiezan con eso, luego tampoco verán otra cosa que la conciencia social detrás del ataúd, y tendrán que aceptarla.
Y les puedo decir de inmediato cómo es ese mundo: basta con que tomen el tercer tomo (‘Una mirada en el más allá’), y entonces vivirán directamente en el límite de la tierra del odio, al menos si, vrrt, siguen mintiendo y parloteando así, por aquí, así.
Sí, ríanse, pero es la verdad, señora.
Estas son las cosas por las que puede despertar el ser humano.
Y esos psicópatas, esa gente apática, señora, están todos despertando.
Pero ¿pensaban ustedes —se lo dije hace un momento, al comienzo— que no han ostentado en alguna parte una princesita o un título nobiliario, o que lo recibieron, y que habrán realizado una tarea en alguna parte en la tierra?
Quizá se toparan con ellas antes, si era chica, una princesa preciosa, una mujer hermosa.
Un señor, un sacerdote.
Y sucumbieron.
Se desfogaron por completo por cien mil cosas.
Vivieron el diccionario entero.
Seguramente que comprenderán ante qué caos se encuentran estos sentimientos para la célula divinamente inmaculada, pura, cristalina, como materia en la madre.
A esta no le pasa nada, porque el organismo del ser humano se ha mantenido divinamente inmaculado y puro.
Solo que nosotros hemos cerrados esas puertecitas y esas ventanillas de golpe, con cosas hermosas y feas.
Ya no se puede ver nada.
Nos hemos encerrado en desgracias y tinieblas.
Y esa es la vida del ser humano.
¿No es así?
Pero a la célula en la madre no le falta nada, no es posible influir en ella, continúa tranquilamente; y esa es la divina inmaculada claridad para la madre y el nacimiento en la tierra.
Naturalmente, sobre su pregunta se pueden escribir como mínimo veinticinco libros.
Así de profundo es esto.
Porque ahora ya estamos averiguando los caracteres, los sentimientos, de semejante criatura, comparándolos, a su vez, con otros estados.
Unos tienen esta conciencia, otros tienen aquella; pero todavía no la hay.
Ahora, sin embargo, vamos a seguir la reencarnación, vidas, y al final vamos a poner al lado entre cinco, diez y veinte vidas, cinco, seis, siete vidas, y entonces se recupera la vida humana normal.
Esa gente, esos psicópatas, señoras y señores, esos mongoles —todos los pueblos de la tierra lo padecen, tienen miles y miles de dementes, también dementes religiosos—, están todos recuperándose y se viven a sí mismos.
Para volver a Sócrates, él lo dijo: “Los locos están en la calle y a los normales los han encerrado”.
Son desde luego espacial y divinamente normales, porque esa gente vive su estado normal.
¿Ustedes también?
¿Todos nosotros?
¿Está usted pensando de verdad de forma armoniosa, espiritual?
¿Sí?
Allí estamos de nuevo, ¿verdad?
Qué difícil es, hay que ver lo difícil que es pensar.
Que difícil es ser cordiales, veraces, de forma normal y corriente.
¿Pues?
¿Sí?
Sí.
(Alguien en la sala dice algo).
¿Cómo dice usted?
(Señor en la sala):

—Todos somos cordiales.
—Que somos, ¿cómo?
¿Qué?
(Señor en la sala):

—Lo somos todos: cordiales.
—Todos somos cordiales.

Sí.
Santo cielo, qué buenos somos, ¿no les parece?
Y cuando luego lleguemos detrás del ataúd, salimos de este cuerpo, y entonces decimos allí arriba: “Y no digas nada de mí, porque yo fui bueno.
A mí me va bastante bien.
¿Cuándo llegan los pastelitos?

(Risas).

Y entonces aparece allí un Gabriel de esos de segunda mano.
Porque el verdadero está...

(La gente se ríe con ganas).
Y ahora ¿de qué se ríe, señor?
Porque el verdadero Gabriel está donde Nuestro Señor y ese nos echa a patadas de la primera esfera.
Dice: “Vete, mocoso”.
Y ese ser humano o ese ángel nos mira a la cara y entonces seguiremos teniendo esos ojos rasgados, ¿entienden? Esos ojitos rasgados y esos ricitos del cabello de las señoras habrán desaparecido.
Ni tendremos un pliegue.
Llevaremos un traje, sí, ahora seguimos siendo todavía señor, ahora seguimos estando pulidos.
Pero allí seremos pegajosos.
Esos hombres parecen unos tarros de cola viejos, de antes de la guerra.

(Risas).

A ver quién le dice eso a un teósofo o a un sufí, o quien sea.
Sí, señora.
Pero otra vez ya estoy haciendo polvo ese cacharro (el micrófono).

(Risas).

Señora, son las leyes para la vida y la muerte, para el renacer, la reencarnación.
Y ya entenderán... puedo lograr algo con todo eso, pero voy a parar a todos esos locos y entonces cuento cosas sin sentido, ¿entienden?
Es curioso, pero la influencia de esa nota ya me está enviando a la raza mongólica (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es).
Y enseguida me pongo a decir majaderías.
Lo adopto de inmediato.
Pero si lo he contado, ¿no? Si ya está en un traje, también está en el papel.
La grafología incide de inmediato sobre mis sentimientos.
Mejor no pongan demasiadas de esas cosas aquí, porque entonces yo también saltaré por la ventana, ¿entienden?
Pero es eso.
Más preguntas, señoras y señores.
(Señora en la sala):

—¿... ser sordomudo es eso...?
—Señora, es exactamente lo mismo.
La misma ley, desintegración.
No es posible ser sordomudo.
Claro, sí puede vivir usted —es usted sordomuda— que sea por un trastorno material.
Porque yo traté a una niña sordomuda para el intestino ciego, y conseguí que se pusiera a hablar.
¿Sabe usted cómo?
Por dentro.
La madre dijo...
Cuando la madre deseaba, ella ya lo anhelaba cuando iba los martes, los martes por la mañana.
Entonces decía: “Señor Rulof, ¿va a volver a hablar con mi niña?”.
Digo: “Sí”.
Y entonces nos poníamos a hablar.
Entonces le decía espiritualmente —telepatía, claro—, digo: “Oye, a ver si le das a tu madre esa florecita roja”.
Y entonces me miraba.
Hacía sentir... estaba sentada, daba un brinco y se me escabullía y tomaba: “¿ ... mmmm, mmm, mmm-mm?”. Así se quedaba.
Y entonces, esa madre ya lloraba cubos enteros.
Y dice. “Sí”, dice, “ojalá tuviera yo un poquito de usted, así al menos podría hablar con la niña”.
Digo: “Señora, es el ser uno espiritual.
Si llora usted más... solo llorar no le va a ayudar usted”.
Digo: “Sentir y pensar sí.
Llora usted tan rápidamente, tan pronto”.
Cuando un ser humano llora en mi presencia, señoras y señores, miro de inmediato el color de esas lágrimas.
Soy un ser humano peligroso, ¿no les parece?
Hay un madre que está sollozando a mi lado.
Digo: “Sí, señora, de todas formas no voy a reaccionar”, digo, “porque esas lágrimas no me dicen nada”.
“¿Por qué no?”.
Y ella llorando.
Digo: “Señor, echo en falta el color”.
Más tarde sí que salió, porque, oigan, no era nada.
Eran sollozos impostados.
Ya conoce esa gente que llora a la primera.
Dices una palabra normal y ya lloran.
Ni siquiera es posible llorar por la verdadera pena.
No.
Pero esa señora tenía que llorar, y digo: “Dé su sentimiento a esa criatura.
Conviértase en amor.
Conviértase en amor, entonces su sentimiento pasará a usted.
Ella la sigue a usted.
Y no tiene que pensar en ella”.
Sí, y pensamos todo el día.
E incluso queremos hablar.
Tiene que salir usted de esa vida, señora.
Los espiritistas también vienen a verme.
Aprendí mucho en 1930, 1940.
“Ah, sí, se ha ido mi marido”.
Digo: “Señora, si hace lo que quiero yo entonces recuperará a su marido de inmediato, después de un tiempo”.
“¿De verdad, señor?
Ah, estupendo.
Entonces usted le habla, ¿no?”.
Digo: “No, no quiero verlo para nada.
No simulo ante usted tener contacto con él.
Pero ahora tiene que desprenderse usted de él.
Su marido sin duda que tiene que desaparecer ahora del mapa.
Lo tiene que desterrar por dentro.
Porque el pensamiento de usted es humano y no espiritual.
Sigue estando sentada con él en la mesa.
Y él tiene que irse.
Esa vaso de agua allí junto al plato...”.
“Bueno, entonces lo hago, entonces al menos tengo algo”.
Digo: “Señora, está usted atada a eso, a ese plato vacío”.
Digo: “Echéle un rico...
Ya, ¿qué?
Helado o algo así...
Ponga algo divertido, quizá entonces vengan animalitos.
Pero su marido-espíritu no vendrá”.
Digo: “Porque él ya no come albóndigas.
O estaría muy mal allí, ¿entiende?”.
Digo: “Pero allá sí conozco puestecitos de esos con pescado frito”.
Digo: “Pero tampoco les va muy bien a aquellos que allá piden pescado y un trago”.
Allí también es posible vivir un cine.
Bah.
“Señora”, digo, “déjelo libre, deje que se vaya, deje que se vaya.
Tiene usted un hermoso sentimiento, y es posible.
Pero no piensen en él, déjenlo completamente libre, porque así él podrá edificar un camino para llegar de otra forma hasta usted y hablar de otra forma a la que usaba antes.
Porque esa persona tiene que irse.
Porque si piensa por medio de usted, vuelve a ser usted misma”.
¿Ha leído usted bien ‘Los dones espirituales’?
Para todo lo que hago siempre tengo que entrar en el sueño epiléptico.
Tengo que ser completamente nada de nada para los maestros, así pueden trabajar.
Y ahora las cosas vuelven a encajar —¿ha leído usted ‘Jeus III’?—, no se me permitió aprender nada.
Pero es que ni palabra.
Más tarde, a la primera que pude usar lo que fuera, con ese muchacho del garaje, por ejemplo, dice: “¿Dónde estuvo usted, jefe?”.
Digo: “En Diligentia, allí dieron un rez y tal”.
Y me dice: “Se dice ‘recital’”.
Digo: “Toma, veinticinco céntimos”.
“¿En serio, jefe?”.
Digo: “Cómprate un paquete de cigarrillos.
Si tienes algún día más cosas: a mí me encanta aprender”.
Pero, bien, me lo pude meter sin problema en el bolsillo.
Pero que ni se me ocurriera aprenderlo; ya me habría ido.
Y eso se lo tienes que quitar al ser humano, si uno quiere llegar a tener contacto.
“¿Quieren sanarse?”,
les dije.
De todas formas no harán lo que hago yo.
Porque ni siquiera son capaces, porque aún albergan esos pensamientos materiales, sociales.
Así que tienen que... ya en su subconsciente, completamente...
Escuchen.
¿Cuándo atraen usted la infusión de alma —deberían preguntármelo a mí— sobre la sanación, contacto?
Entonces, en su subconsciente, ya tienen que ser completamente armoniosos y espirituales, amorosos, o esa corriente no saldrá de ustedes, porque allí hay agujeros.
Bueno, ahora tiene que construir usted un nuevo contacto, y eso solo es posible si se libera por completo de su ser querido.
Y entonces lo recuperará espiritualmente.
Pero, claro, ese contacto es diferente.
Y eso es exactamente lo mismo que esa madre con ese niña.
Y después de cuatro semanas, cinco —ese intestino ciego ya lo había sanado con tres tratamientos— el maestro Alcar dice: “Vamos a ayudar sus nervios un poquito más”.
Y entonces acudí durante un tiempo por mi propia cuenta cuando andaba por allí.
Porque esa cría ya me echaba de menos, ¿entienden?
Digo: “Señora”, digo, “a su niña solo la he tratado desde fuera, si no realmente la habría perdido”.
Ese peligro también existe.
La madre habría perdido a su hija, señora.
Porque la cría tenía contacto conmigo, y no con los padres.
Una vez estaba yo jugando con mis amigos en la calle y allí también había un niño de esos, hace años, antes de la guerra.
Para que vean lo verdadero que es todo eso.
No, de todas formas no me lo podrán quitar, porque todo eso lo he vivido yo mismo.
Solo hablo a partir de aquello que he llegado a conocer, de lo que he vivido.
Así que he recibido una poderosa escuela.
Estoy jugando fuera.
Era 1937.
Y estamos allí en Wassenaar, y allí ese hombre... ese hombre va acompañado de una niña y un niño, el chico tendría unos cinco años.
Me pongo a jugar con él.
Voy a esconderme.
Ese padre no le hacía ni caso al crío.
Esos padres no hacen el pino.
Yo hice el pino para el hijo de otra gente.
Es que yo soy así de loco.
“Pero estoy loco y por esas locuras también recibo algo, y usted no, padre”.
¿Entienden?
Si los hombres son así, digo: “¿Ah, sí?”.
Entonces ya dicen otra cosa.
Recuérdenme que vuelva sobre esto, porque toco tantos problemas que de entrada olvido cuatro.
Pero otro dice: “Me encantaría vivir alguna vez una visión, o un contacto”.
Digo: “Señor, eso ya lo podrá recibir mañana si quiere”.
“¿Lo dice en serio?”.
Digo: “Sí”.
Digo: “Las leyes divinas funcionan siempre”.
Digo: “Métase cincuenta, sesenta florines en el bolsillo y ande alguna vez por un barrio pobre, lo habrá perdido en un santiamén.
Pero solo por el contacto espiritual.
Y entonces también oirá del otro: “Señor, contaba con ello”.
Eso ya lo puede decir todo el mundo, pero ahora toca usted al bueno.
Y dice: “Sí, pero eso a mí me cuesta dinero”.
Digo: “Señor, yo al dinero jamás le he hecho caso, ¿entiende?”.
Digo: “Prefiero el contacto espiritual y la experiencia que ese dinero”.

Digo: “Tampoco me conviene tener nada en el bolsillo, o me desmadro.
Me desmadro al instante”.
Se ríe usted, pero así es, señora.
Me desmadro al instante.
Por eso ya tampoco quiero tener visiones, porque he vivido suficientes.
Esas visiones me han dejado más pobre que una rata.
Suena por dentro...
He construido un banco con posesiones espirituales y con conciencia.
Pero a cambio sí que he tenido que dar mis céntimos materiales, señora.
¿No lo cree?
Hay pruebas de sobra.
Eso lo recibirán luego en la cosmología en Diligentia.
Va a ser hermoso.
Pero ahora esa señora, esa criatura.
Estoy jugando y me alejo cada vez más, estoy fuera, y esta gente está charlando —mi mujer también estaba, así que les podrá decir ahora mismo si miento— y yo que me piro.
Me voy por lo menos hasta la calle Laan van Meerdervoort, atravieso arbustos y árboles, y me siento en un hoyo.
Y entonces pensé en él.
Y de golpe está junto al borde del hoyo: “¡Ja, ja, tío, lo he encontrado, mire por dónde!”.
Digo: “Chico, eres un tesoro”.
Volvemos.
Pienso: ‘Ahora tengo que parar’.
El crío se despierta por la noche y pregunta por el tío Jozef.
¿Qué dicen los padres? ¿Qué dice ese hombre?
“Ese maldito tío ha embrujado a mi hijo”.
(Gente en la sala):

—Oh.
—Adiós gente.
Digo: “O sea yo me muestro cariñoso con su hijo, lo que él no hacía, y resulta que estoy embrujado”.
Señora, señor, saber esto es así de peligroso.
No puedo meterme con nada.
El maestro Zelanus lo dijo una vez en Ámsterdam a la gente: “André no tiene amigos”.
Es que no los tengo.
Aunque me traten ustedes día y noche, les faltará mucho para tenerme.
Porque no lo conseguirá usted nunca, señor.
Porque si me pongo a pensar en usted, lo hará de otra manera, tal como de verdad tiene que hacerlo.
Así que nunca puedo involucrarme con mis amigos.
Ya pueden estar contentos ustedes de que no les mire, porque en nada se pondrían a actuar bajo mi influencia.
¿Lo creen?
Es hermoso.
Pero entonces resulté ser un poseso.
Y eso, pues, es contacto, señora.
Pensar, pensar y pensar.
Se lo dije a aquella madre: “Señora, si solo lo he hecho al quince por ciento, de lo contrario habría perdido a su hija”.
Y ese niño de aquella gente se quedó preguntando durante tres días por tío Jozef, tío Jozef.
Y: “Padre, ¿por qué el que juega conmigo no es usted?”.
Eso no era jugar, señor, señora.
Si quiere usted de verdad tener contacto con su hijos, señora, madre, se lo puedo enseñar.
Pero siempre me echan en cara: “Claro, porque tú mismo no tienes”.
Cuando digo a la gente: “¿Eso es educar?”.
“Vaya, entonces primero los necesitas tener tú”.
Digo: “Sí, yo”.
Y ahí te quedas.
Ya no puedes contar nada, nada.
Porque son ellos.
Ellos tienen.
Pero no hablan por dentro con ellos, señor.
Señor, el padre y la madre no son capaces de hacerlo ellos mismos.
Y si quieren ustedes aprender algo más...
Y tampoco tienen tiempo para ello, porque esto es psicología espacial, espiritual.
Pero están ante ello.
Ese hijo está delante de ustedes y ha nacido por usted, madre, pero ni siquiera tiene usted una pizca de contacto espiritual.
Qué pobres somos, ¿no le parece, señor?
Sí, la madre y el padre todavía son —¿lo digo como lo decimos en ‘s-Heerenberg— pobres como ratas.
Y esa es la verdad, señor, porque pueden aprenderlo a diario.
Puedo educar a las madres, puedo educar a los padres, puedo educar a la familia en el hogar.
Pero no aceptan nada de mí.
Tampoco voy a empezar con eso, porque ya entenderá usted que eso sería un caos.
Aprendí precisamente a no meterme nunca en aquello que no me concierne.
Hablo muy poco.
No les doy sin mas unas pequeñas orquídeas.
Porque aprendí a hablar solo cuando la propia ley dice: ya, adelante.
Pero ¿cómo hablan ustedes?
Cuando sigo a la gente aquí un poco, pues, hablan mucho más de la cuenta, ¿verdad?
Ojalá se pusieran a pensar, a penar, a pensar.
Y empezaran a dejar de hacer algunas cosas.
Les advierto tantas veces.
Y me dirijo a todos ustedes.
Pero —esta noche no quiero soltar un sermón— ... pero ese no es el asunto cuando uno se pone a responder a esas preguntas y recibe esas poderosas conferencias.
Querrán ser algo detrás del ataúd, señoras y señores: esto es el más allá.
Vivirán eternamente.
La Parca no existe.
¿Qué quieren ponerse a hacer en breve?
Sí.
Allí estamos otra vez.
Mejor pararé porque de lo contrario no dormirán esta noche.
(Señora en la sala):

—¿Señor Rulof?
—Dígame, señora.
(Señora en la sala):

—¿Me permite que le pregunte algo más sobre una criatura sordomuda?

—Sí.

—Unos conocidos míos también tienen una criatura sordomuda y la mujer me dijo: la niña es sordomuda porque ella vive tan mal con su marido.
—Eso son tonterías, señora.
Tonterías.
Majaderías.
Que vive mal con su marido.
Esa niña nació así.
Y en un noventa y nueve por ciento es un estado espiritual y no un trastorno material, ¿entiende?
Pero se junta con trastornos materiales y estos se manifiestan, o tienen lugar entre el tercer y cuarto mes.
Pero digamos que como mucho un cinco por ciento es trastorno material.
El resto es desintegración espiritual.
Esa es la personalidad.
Es el grado más leve para la psicopatía.
¿Ha quedado claro?
Ahora tienen ustedes siete transiciones hacia abajo.
Desciendan siete veces y solo entonces estarán ante el verdadero psicópata.
Y si resulta que pasan por encima, pues entonces aparece el desgarramiento entre el espíritu y la materia, y entonces yacen así, tiran, no tienen sentimiento, están paralizados.
¿Quién dijo algo por allí?
(Señora en la sala):

—Ya se lo diré a esa señora.
—Pero, señorita, tiene que decirle: “Deja al Pedro, o al Germán que tenga, que hable.
Y usted solo dedíquese a sí misma y a la niña”.
Tenemos aquí a alguien entre nosotros que tenía un niño así, dice: “El más bonito que tenía, ¿verdad?, se ha ido”.
Hicieran una escultura de piedra de él.
Y después hubo más.
Pero ese era el niño.
Y es que lo es.
Porque es cuando se alcanza la unidad.
Y ese hombre se involucró con ese niño, con sus sentimientos.
Dice: “Sin que te des cuenta...”.
¿Ven? Tendré la razón en todo.
Es por esa gente que nuestros libros llegan a significar algo.
“Sin que lo quieras y te des cuenta, el niño ya se te ha metido y te habla.
Y entonces te entra la llorera”.
Dice: “Sí, ojalá tuviera todavía al niño, solo para sujetarlo así y volver en mí”.
Sí, las cosas a las que el ser humano no se aferra, ¿verdad?
¿Algo más sobre esa cosa como mongólica?
¿Señor?
(Señor en la sala):

—Dígame.
Sí, señor.
(Señor en la sala):

—Dijo hace unos instantes: el subconsciente tiene que tener un contacto espiritual, armonioso.
—¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—El subconsciente tiene que tener contacto espiritual, armonioso para poder entrar en esas leyes.
—¿En qué leyes?
(Señor en la sala):

—En este caso, con la criatura sordomuda, para tocar los sentimientos de ese niños por los que podía vivir el interior, notar lo que quería otra persona”.

—Sí.

—¿Qué relación hay entre una cosa y otra?
¿Cómo tenemos que enfocar esa criatura de cara a esta persona que quiere depositar en ella su subconsciente?
—Ah, ¿usted también quiere empezar con eso?
(Señor en la sala):

—No, es lo que le estoy preguntando.
—Bien, bien.
No, mire, señor, ¿cómo tiene que hacer eso?
En primer lugar: tiene que expresarse mejor.
No es para darle un tirón de orejas, sino: ¿cuál es la relación entre el subconsciente y esa conciencia diurna y esos sentimientos?
Ahora tiene que empezar usted por: el subconsciente es sentimiento.
Y esos sentimientos reaccionan en la conciencia diurna.
Sí se habla de subconsciente, pero, oiga, en el fondo no existe.
Porque los sentimientos representan el subconsciente, ambas cosas.
Pero debido a que lo hemos aprendido por los maestros, porque... allí y allí se encuentran los grados del sueño, allí se produce el desgarramiento de la materia, y detrás de eso están los grados, son los millones de vidas que hemos tenido, millones de vidas.
¿Qué hemos asimilado en esas vidas?
Y todo eso está allí metido.
¿Y ahora quiere saber usted cómo reacciona eso en la conciencia diurna para la criatura sordomuda?
(Señor en la sala):

—Sí.
(Señor en la sala):

—Señor, no reacciona para nada.
Si es produce una reacción, la materia tiene que poder revelarse.
La criatura reacciona, siente por dentro.
Pero no es una reacción.
No es posible la descarga en forma de reacción porque la criatura es sordomuda, porque le faltan los medios, los órganos materiales para poder descargar, para transmitir algo.
Así que en el caso del niño sordomudo sí que hay sentimiento y pensamiento, pero ninguna descarga.
Porque no existe esa posibilidad.
¿Ha quedado claro?
¿Algo más?
Porque esto es interesante.
Aquí tengo: “Alguien suministra inyecciones de opiáceos a un enfermo.
¿Hace bien esa persona?”.
¿De quién es eso?
“Y cuando se ha constatado cáncer, ¿se puede rechazar la radiación?”.
Señora, alguien da por suscripción médica inyecciones.
¿Por qué?
Hay diabéticos, señora, que se tratan ellos mismos.
Y eso aquí también se puede hacer.
Pero este no es mi tratamiento, es algo que hay que preguntar al médico.
(Señora en la sala):

—Quería tener una respuesta espiritual y no una médica.
—Sí, pero oiga, señora, cuando está siendo tratada por el médico, no podemos ir a Pedro y decirle: “¿Y tú qué opinas?”.
Y entonces aparece Gabriel y dice: “Fuera de aquí, lárgate de aquí”.
Sí, se ríe, señor, pero Gabriel es el jefe de la tribu antes de que usted pueda acceder a esos planetas.
Hace falta una guardia, ¿no?
¿O pensaba usted que en los cielos no tienen guardianes?
Pues debería leer esos libros, esos libros antiguos, libros ocultos.
Allí tienen de esos viejos guardianes con lanzas y armaduras, y ellos lo arrojan al infierno, ¿no?
No, no encontrará la salida.
Porque solo hay una puertecita.

(Risas).

Y esa puerta es así de alta, ¿ve?
Pero yo me pasé por debajo a rastras.
Allí no tienen la conciencia de los topos.
Sí, señora, pero nosotros sí que la tenemos.
Porque nosotros siempre nos pasamos por debajo de los fundamentos a rastras.
Y entonces echamos un vistazo rápido a la vuelta de la esquina, y si no hay moros en la costa, ¿verdad?, todo listo, y entonces: vrm, para adentro, o para afuera.
Señora, esos diabéticos también lo hacen.
Y esta es una pregunta que tiene que someter al médico.
“Cuando se ha constatado cáncer, ¿se puede rechazar la radiación?”.
Es posible...
Señora, si esta noche todos ustedes tuvieran cáncer...
Esperemos que ojalá no.
Mejor no pensaré en el cáncer, si no igual lo tiene usted en dos semanas y entonces he sido yo otra vez, ¿verdad?
Entonces dirán: “Encima te provoca cáncer.
Porque de lo contrario que no hable ese señor de eso, ¿no?”.
¿Es eso posible, señora?
Está usted en el hospital, usted debería saberlo.
(En alemán): Influencia de los gladiadores.
Señora, estos especialistas en el cáncer de verdad que ya sabrán lo que usted puede soportar: sí o no.
Pero lo que quería decirle: si toda esta gente de verdad estuviera influenciada, todos serían diferentes.
Son los gladiadores que están en sus sentimientos.
Entonces nadie de ustedes puede ser alcanzado por ese grado en concreto, pero unos necesitan una dosis mayor.
Más profundo, más profundo.
Y esa radiación la puede quemar por dentro, sin duda.
(Señora en la sala):

—Eso lo he vivido con alguien.
—Sí, vivido.
Señora, hubo mujeres que vinieron a verme antes de la guerra y eso, claro, ha seguido.
Pero los médicos en el barrio Zuidwal y todos los hospitales...
Para la radioterapia, primero una operación, o una irradiación en ese lugar.
Usted ha leído ‘Los pueblos de la tierra’.
Pero la mayoría de la gente que andaba por allí estaba del todo consumida por el fuego, interior y materialmente.
Y eso es aún peor que el cáncer.
Señor, eso es un dolor que arde y todo.
Tuvimos gente que gritaba de dolor.
Y mi corriente, o la corriente, las fuerzas, el magnetismo de los maestros era aún más fuerte que el radio.
E iba enfriando.
Entonces dijo ella: “Ay, ay, ay, es como se me estuviera metiendo en un baño de agua tibia, tirando a fría; ahora todo ha desaparecido.
Y tres meses después lo hemos vencido.
Debería imaginarse usted lo que puede alcanzar un ser humano.
El aura del ser humano puede ser más fuerte que el radio.
Pero esos médicos no conocen el grado del tejido de usted, no conocen los sentimientos suyos de cara a esos órganos, no conocen su sensibilidad de la personalidad, tienen que tenerlo en cuenta.
Porque esa materia incide según el sentimiento.
Y ahora unos se consumen por el fuego y otros pueden tener aún más.
Y así todo es diferente, y tendrá que volver a consultar a su médico.

O sea, eso es una respuesta general.
Si no lo único que hará es abandonar a su médico y luego me echan la culpa a mí.
Así que esa señora recibe radioterapia, y tiene que preguntar al médico: “Doctor, ¿qué opina?
Tengo estos y aquellos síntomas”.
Y ese hombre también preguntará eso.
Porque de ese modo... han aprendido tantísimo en los años en que apareció el radio, han aprendido tantísimo por esas radiaciones; porque después cada ser humano gimoteaba.
Pues hay miles de persona que arrastraban una resaca de radio, tal como lo llaman los médicos, y que ya no tenían ni una hora de descanso.
Y hay miles.
Y aquí en Europa ya son un par de millones.
Así que esos médicos desde luego que algo han aprendido de esos millones de personas.
Y ahora sintonizan, poco a poco, con los sentimientos del ser humano, del hombre, de la mujer.
Y entonces dicen: “Sí”.
Ya se llegó en esa época hasta el punto en que venía a verme una mujer: “Pero, señor Rulof, ¿esto qué es?
Esos médicos, señor Rulof, están avanzando”.
Digo: “Bien, señora”.
“Sí, me preguntaron sí quizá tenía ganas de tener hermosas lecturas.
‘¿Le gustan los libros espirituales?’.
Digo: ‘Sí, doctor, leo los libros de Jozef Rulof’.
‘Sí, hay más gente aquí que hace eso’”.
Ahora el médico ya tiene en cuenta la radioterapia.
Mire, es cuestión de sondar hasta el fondo el sentimiento.
Y eso es algo que tiene que oír de usted.
Él no es capaz de intuirla a usted.
Voy a... vemos su aura, venimos por usted...
Si ahora quisiera tener un trabajito y me fuera al barrio Zuidwal o a un médico y digo: “Doctor, ¿me permite darle un momento las pruebas de que puedo someter a esa señora con precisión a una radioterapia con los mismos conocimiento que tiene usted?”.
Digo: “Porque recibe tantas cosas, el aura es esto, lo otro y aquello, los sentimientos son así: ella sí que puede recibirla, tanto tiempo”.
Y él que dice: “¿De dónde sacas eso?”.
Digo: “Bueno, lo tengo de Nuestro Señor.
Y usted, ¿de dónde lo saca?”.
Y cuadraba al milímetro.
Ya se está empezando a pensar para el sentimiento.
Y conforme a la conciencia, al sentimiento...
La bailarina... viene a verme una bailarina... qué cosas.
Y me dice...
“¿Se dedica al arte?”.
“Sí, bailo”.
Ya estaba recibiendo una nueva radioterapia.
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

Oiga, señor, que todavía no hemos llegado, ¿no?
¿Hace demasiado calor?
Entonces descenderemos en los infiernos.
Así que, señora...
En el infierno también hace calor, pero de otra forma...
Va a decirle a esa señora que se entregue al médico.
Pensaba que ya habíamos llegado, pero esto va un poco demasiado rápido.
¿O tienen más preguntas?
¿Tienen más preguntas sobre esto?
Señora, está usted hablando; yo también estoy hablando.
¿Tiene alguna otra pregunta?
(Una señora en la sala dice algo inaudible).
¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Digo: préguntelo entonces.
(Otra señora):

—Sí, pero ¿cómo?
(Otra señora más):

—¿Qué quiere decir ella?
(Señora en la sala):

—Que ella pone esas inyecciones.
Digo: pues pregúntalo.
Eso desde luego cojea un poco.
—Y se aclaran entre ellas.
Señora, puede confiar en que esas inyecciones...
Una enfermera se lo puede mostrar sin problema —ya, dígaselo a esa señora— y entonces recibirá usted esas inyecciones, porque el médico sabe muy bien lo que hace.
O sea, eso no es malo, no es peligroso.
Siempre que usted las ponga donde tiene que ser.
¿Cómo dice, señora?
Aquí en los ojitos no las puede poner.
Vamos a seguir.
Aquí tengo: “En las eras que hemos dejado atrás, casi todos los derechos eran para el hombre, y la mujer... vivía a la sombra del hombre”.

(A Jozef le cuesta pronunciar las palabras).
Oigan, esto tengo que verlo un poco mejor.
(En la sala se oye un bullicio).
Todo se pone en movimiento.
¿Ha escrito usted esta carta entera?
“En las eras que hemos dejado atrás, casi todos los derechos eran para el hombre, y la mujer... vivía a la sombra del hombre”.
Bueno, esto no... esto no puede estar bien, ¿no?
“Al menos, en el ámbito oficial”.
Encima eso.
Pero ¿de quién es esto?
Bien, señora...
Así ahora sé que se trata de una señora.
Entonces, claro, seré un poco más cauto, ¿verdad?
Pero ahora sí que va a tener que ayudarme con lo que quiere decir.
“En las eras que hemos dejado atrás, casi todos los derechos eran para el hombre y la mujer...”.
(Desde la sala):

—No, no...

(Risas).
—¿Es que he...?
Bueno, lo diré una vez más.
“En las eras que hemos dejado atrás, casi todos los derechos eran para el hombre y...”.
(Gente en la sala):

—No.
—Pero ¿de qué se ríen?

(Risas).
¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—Hay que poner una coma detrás de “hombre”.
—Ya, pero es que no la hay.
Será usted quien dice eso.
Yo no puedo salirme de esas letras.
Tengo que leerlo tal como está escrito.
Señora, ¿no estará usted...? Da igual, ¿no?
Claro, se ha olvidado de algo.
“En las eras...”.
Bueno, otra vez.
“En las eras que hemos dejado atrás, casi todos los derechos eran para el hombre...”.
(Señora en la sala):

—Así.
Punto.
(Gente en la sala):

—Coma.
—Ah, claro, claro, claro.
“... y la mujer vivía a la sombra del hombre”.
Bien, lo he conseguido.
Al menos en el ámbito oficial.
¿Todavía no está bien?
(Señora en la sala):

—Sí, así está bien.
—“En nuestros tiempos la mujer lucha en todos los ámbitos por la igualdad con el hombre y ya la ha conseguido en muchos terrenos.
¿Cómo explica usted este incremento en la actividad de la mujer en nuestro siglo?
¿Tiene que ver con las diversas encarnaciones como hombre que ha vivido la mujer de ahora?”.
Señora, esto es simple y llanamente el sentimiento y pensamiento sociales.
Por ejemplo, hace poco...
Fíjense lo loca que está —y esta pregunta tiene que ver con eso— ... loca que está nuestra sociedad.
Todos ustedes han vivido esa enorme lucha —nosotros, en el campo, no tanto, pero aquí en La Haya digo yo que sí, y en todas partes— ... que se ha luchado por la familia humana, doméstica, hombre y mujer, ¿verdad?
La madre tiene que estar con los niños, ¿no es así?
Y la madre ha de aceptar la tarea de la familia.
Y donde la madre empezó a salir todo se atascó.
¿Ya no se acuerdan?
Basta con que lean los diarios, señora, ahora quieren tener a la mujer otra vez en la fábrica, y en las oficinas.
Es el mundo puramente al revés.
En la radio la semana pasada, en la emisora (progresista) VARA.
Digo: “Ya estamos”.
Al final dice: “Tú misma decides lo que haces.
Pero a tu edad, ¿qué vas a hacer?”.
“Quiero servir”.
Vaya, vaya, vaya, entonces se ponen a ser serviciales.
Entonces ¿por qué no sirven completamente, al cien por cien, esos pobres gusanos que tienen en casa?
No, claro, tienen que ir a la oficina, o tienen que hacer esto y lo otro.
Ahora esas madres tienen que salir.
La mujer también tiene que empezar a hacer algo.
Aquello por lo que se ha luchado durante veinte años, cincuenta, a vida o muerte, ahora lo dejan de lado, así, sin más.
Debido a que estos tiempos se han vuelto locos, la madre ahora también tiene que ponerse a buscar un trabajo.
Entonces dijo él: “De todas formas, no lo necesitas, nos sobra de todo”.
No, ella quería; y lo hace; lo hizo.
Y entonces aparecían mujeres y un par de hombres, pero sobre todo un par de mujeres, que contaban lo que hacían.
Bueno... y... esto... bah, es que, así sí que vale la pena hacer algo”.
Bueno, ¿de qué estamos hablando?
De ahorrar hasta conseguir un coche, entradas para el cine, ah, sí, qué especial, claro.
Bueno, quizá yo no entienda de esto.
Quizá sea un atrasado.
Pero ya entenderán ustedes, los caballeros que lucharon por esto hace tiempo.
Y las señoras de la alta sociedad, que libraron batallas por ello, porque se trataba de la madre.
Y la iglesia, que escribía sin parar esos folletos eclesiásticos sobre: “La madre tiene que estar en casa, y la madre es para los niños, y la madre...”.
Eso se tira ahora por la borda, sin más.
Señora, ¿qué le gustaría tener ahora?
¿Qué le gustaría conseguir ahora con esto, con estas preguntas?
¿Qué significa?
Solo le aclararé lo siguiente: los tiempos en los que vive se han vuelto completamente locos.
(Señora en la sala):

—¿A qué se debe que eso sea ahora así?
—Se lo puedo decir en dos minutos, señora.
¿Conoce Picasso?
Antes pintaba.
Ahora es un chapuzas.
Pero esas chapuzas suyas...
Es por...
Hace poco había otra vez algo en el periódico, tenía un par de rayas, tenía un pedazo de fortín.
Que viene otro señor, un experto en arte, dice: “Eso vale ciento cincuenta mil florines”.
Bueno, para quien lo dé por eso.
Picasso mismo dice a un escritor italiano, dice...
(Dirigiéndose a la señora en la sala):

Lo suyo también lo tengo metido.
... dice: “Señor, ¿cómo se siente cuando mira esos cuadros?”.
Dice: “Entonces es como si estuviera loco”.
Dice: “Y me encuentro tan deplorable.
Con que solo mire un instante esa desintegración y todas esas cosas, esos rayajos”, dice, “entonces vomito de pura miseria y mala voluntad, porque el mundo está tan loco”.
Dice: “Pero me ha dado dinero y ahora soy famoso”.
Dice: “Esto no es arte.
Soy un mentiroso y un estafador.
Pero el mundo se lo traga”.
Pero ¿quién está loco?
¿Picasso?
Debido a que ingresa millones de florines por esas majaderías, ¿está loco?
Ya lo ve, señora, los locos no pintan.
No, son los normales.
Pero son los locos quienes compran esas tonterías.
Siempre es verdad.
Pero la dama, señora, la dama, la madre...
¿Para qué vive la mujer actualmente en la sociedad y, en realidad, para qué ha creado Dios todavía a las madres?
No sé si estará usted enojada conmigo, pero...
No es que yo sea una persona odiosa, pero a una militar de esas la podría escupir así a la cara.
Veo un artículo en el periódico con fotos y allí está la madre, bueno, la capitana, o la teniente, yo qué sé, la comandante, y entonces hay otra mujer al lado y tiene que prestarle juramento.
“Por la gracia de Dios”.
Dios, Dios, Dios, Dios mío, Dios mío, ¿por qué no la has vuelto loca?
Sí, debería oírlo el mundo entero.
Pero yo quiero gritarlo a pleno pulmón en la calle Groenmarkt: “Mujer, madre, piensa en el alumbramiento y la creación”.
Pero, claro, hemos...
Estaba en Estados Unidos, señora.
Aquí en Holanda todavía somos castos, y las mujeres, las madres, son verdaderas madres.
Pero allí vi una vez en la televisión una mujer que se dedicaba a la lucha libre.
Dos mujeres en el cuadrilátero.
Se dedicaban, igual que los hombres, a la lucha libre.
¿Han vivido eso alguna vez?
Es muy sencillo.
En Estados Unidos pueden verlo por todas partes.
Me dejó enfermo para el resto de la semana.
Había una que le retorcía los pechos a la otra, así, sin más.
Se daban patadas.
Le arrancaba la pierna a la otra, señora.
Y la arrastraba por los pelos, así... a una la arrojaron por el estrado tirándola de los pelos, así.
Las sacrificaban y quebraban como animales.
Y después vino otra señorita, una cosa de nada.
Pienso: ‘Hija, ¿tú a dónde vas?’.
Y aparece una allí en...
Miren, unos codos enormes.
Y una media china que agarra a esa lombriz, pienso: ‘Ay, ay, la va a hacer picadillo.
Digo: “Uf, ¡ya no puedo verlo más! ¡Ya no puedo verlo más!”.

No pude dormir durante cuatro noches.
Se me echaban encima los diablos del espacio.
Allí es lo más normal del mundo; y son ¡madres!
Pero, bueno, eso no es más que un deporte.
En la guerra hemos tenido madres con subfusiles en ristre que decían: ratatatatá.
“Son quince?”.
“Ah, sí, quince”.
“Hala”.
Eran nazis, eran colaboracionistas de la NSB.
Mujeres holandesas, madres holandesas andaban con subfusiles, y arrasaban el resto del mundo.
Entonces lo de la lucha libra no es tan terrible.
Mire, y esas comparaciones aquí con la tierra, con la sociedad, con Europa... pueden aceptarlas, entonces a la madre holandesa ni siquiera le va tan mal.
Pero ¿qué quieren hacer en la sociedad?
La madre ¿tiene que...?
¿Quieren ir ustedes hacia la edificación espiritual?
Señora, mejor se lo cuento esta noche, yo en casa no pinto nada.
La jefa es ella.
Sí, ¿por qué?
Como este carácter tampoco comete errores en eso, no tengo que meter las narices allí.
Todo marcha solo.
Solo depende de cómo uno quiera que sean las cosas.
A veces miro por encima de una escalinata que hay por nuestra casa.
Que viene esa mujer...
Digo: “Qué bien vives conmigo, ¿verdad?”.
Y dice el hombre...
Entra aquella mujer: “Oye, Nico”, no, no es Nico van Rossen, “oye, dame dieciocho céntimos, vamos, rápido, que me falta por comprar azúcar, porque... esto...”.
Al día siguiente necesitaba veinte céntimos, porque quería comprar unos arenques ahumados.
Y yo todo eso lo oigo.
Digo: “Señora, aquí tiene...”.
Ah, no, no me está permitido hacerlo, si no diría: “Tome, aquí ya tiene esos veinte céntimos”.
Pero allí yace ese perro guía, señora.
(Un señor en la sala dice algo).
¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—Digo: “Una ovejita”.
—Allí anda la esclava.
Pero, señor, señora, ese hombre encima tenía razón.
Si ella hubiera tenido la cartera, y ahora sí que vamos a empezar por lo más bajo, lo más sencillo, lo más de andar por casa, entonces en dos días ella se habría desmadrado y a él nadie le daría de comer.
Y él pagaba la semana por adelantado.

(Risas).
Señora, son problemas sociales que tiene que resolver el propio ser humano.
Y ahora los puedes... te los encuentras en cada hogar.
Conozco a gente... esa mujer recibe de ese señor, del buen hombre, recibe ciento veinticinco florines a la semana.
El jueves por la noche: “No, no sé.
No queda nada”.
“Pero, ¿no lo había yo...?”.
Sí.
¿Qué ocurría?
Él encima quería...
Tardaban demasiado los ingresos de él.
Entonces él lo que hizo fue esto.
Él se fue al hoyo y ella se estrelló, completamente, solo por un par de céntimos.
Y ahora el ser humano se está desintegrando a sí mismo, porque ella, la madre, no sabe manejar el dinero.
Todos ustedes quieren cosmología, desarrollo espiritual, ¿verdad?
Medio cielo, medio infierno... no, ustedes quieren conocer los cielos e infiernos, a Dios y el espacio.
Es que, señora, eso está en casa.
Y si desatienden eso, desatenderán todo su yo espiritual interior.
Porque es quien gasta el dinerito.
Usted no es esa madre material por cuyas manos pasa el dinero, señora, la cosa está por dentro.
Y es por dentro donde algo falla, y es espiritualmente.
Y si usted no es capaz de armonizarlo con el otro lado, señora, entonces allí también habrá agujeros y se podrán vivir sangrientos campos de batalla.
Porque si no tiene usted diez céntimos para el tranvía, señora, entonces hay que andar.
Y diez céntimos es mucho dinero.
La psicología comienza aquí, señora, es de lo que está hablando.
Ya ve, soy capaz de hacer algo con las cosas, con lo que sea.
Y en todo también vive la esencia divina para la edificación, para el despertar.
Ojalá los hombres hubieran llegado a ese punto, pero ojalá también las madres hubieran llegado a ese punto en que se comprendieran a sí mismas y que no volaran tan alto, y que, en cambio, todo ya empezara, simple y llanamente, con el felpudo delante de casa.

Se sabría al entrar a casa.
No es una casa, señora, lo que hay allí, sino que es su personalidad.
¡Muy mal!
Dele unos buenos golpes a esa cosa, porque en medio año no ha estado fuera de la puerta.
Sí, es así, ¿no?
¿Tan profundo es, señor?
Bueno, simplemente está tirado por las calles de la ciudad, pero la gente no lo ve.
Aquí pueden enseñar a niños.
Los adultos piensan: eso me sobrepasa.
Señor, puedo empezar a hablar con niños pequeños de siete años, y analizaré las leyes de Dios, así, sin más, mediante los juguetes.
Es muy sencillo.
Pero usted todavía no puede pensar.
Primero tiene que empezar a nivel casero, físico, para poner orden para su espíritu.
Y si no lo hace, señora, le irá igual en el otro lado; allí estará ante su desintegración material, esa alfombrita, esa silla, esa mesa.
Ya lo comenté alguna vez.
Llego a un sitio, algo pronto, tengo que ayudar a ese hombre, pero esa mujer está haciendo...

Por aquí, pero siempre con eso de allá.
Y por aquí, otra vez en esa esquina.

(Jozef imita algo, la gente se ríe).

Pienso: ‘Sí, ese de allí piensa, ese tipo sí que ve algo’.
Pero yo lo veía.
Otra vez así... y luego allí en esa esquina.
Pero de una vez a la de allí.

(Jozef sigue revolviendo algo).
Digo a ese hombre: “¿Les va bien a los dos?”.
“Ah, sí”, dice, “muy bien”.
Digo: “Entonces mejor no digo nada”.
Pero la siguiente sí que hubo algo.
Digo: “Sí, señora, tiene que... mire esto”, digo, “está usted fragmentando su personalidad”.
Y dice: “Me gustaría aprender algo”.
Digo: “Señora, ¿entonces por qué una mañana aquello recibe todo y esa silla no recibió nada?”.
Digo: “Pero ahora algo más bonito todavía, señora, debería hacerlo usted con cordialidad, benevolencia”.
Debería usted hablar con la gente, y ponga ese regalito por encima, ese leve brillo, por encima de un pequeño rasgo de carácter, señor.
Habla usted de camaradería y amistad; sáqueles brillo, suavemente, con esa cosa, un día tras otro, señora, y tendrá usted cosmología.
Es una verdad como un puño, ¿no le parece?
(Jozef responde a la señal de luz del técnico de sonido).

Bueno, se encienden las luces.
¿Cuántos minutos me quedan?
(El técnico de sonido).

—Unos minutos.
—Miren, esas son las cosas, señora, en la sociedad.
La mujer, en la sociedad, tiene que...
Puedo aceptar y ordenar centenares de miles de cosas y lo veo todo, pero mejor no digo nada.
Se lo vuelvo a decir a la gente, y otra vez, y después otra vez, señora, y entonces ya puede ponerse a pulir y hacer y a deshacer lo que quiera, pero ya no será cosa mía.
Pero, ay de usted si me cuesta dinero.
¿Entiende?
Y entonces llega a edificar algo en casa.
¿Y cambia entonces toda esa casa?
No, es la personalidad entera la que va a cambiar.
Esa madre empezará a tener colorcitos, señora.
Orden.
En primer lugar: cumplimiento del deber.
Esa madre empezará a actuar tan armoniosamente, empezará a repartir de una manera espiritualmente tan veraz, social y materialmente, y es un arte cuando empiezas a ver cómo va eso, siempre todo está ordenado, no hay alborotos, va por sí solo, cae por su propio peso, siempre que él también se encargue de poder cargar esa vida con su tajo.
Pero resulta que luego llega un lelo de esos a casa por la noche y dice: “Ay, mejor no me digas nada, estoy agotado”.
Bueno, bueno.
Hay madres que arrastran día y noche a cinco o seis hijos.
¿Pues?
Viene a verme alguien —claro, soy un tipejo extraño, ¿entienden?— y entonces...
La gente piensa: ese hombre de todas formas no ve nada.
Pero da miedo todo lo que veo, siento mucho, porque es la propia gente la que me lo dice.
Estoy hablando con uno de esos.
Digo: “A usted creo que le gusta estar poco en casa, ¿no?”.
“Es divertido un ratito”.
Sí, cuando el señor llegaba por la noche estaba mirando su prole, seis, siete, ocho.
Y eso no es fácil después de venir del tajo.
Pero ahora toda la...
Y entonces... él que se larga, ¿verdad?
Con los cuentos más divertidos; adiós.
“Tengo que irme un momento allá”.
Pero qué presión.
Y cuando los críos ya estaban ricamente en la cama, subía el lord.
Y luego encima a veces con cara larga.
Y él que nunca pensaba en esa madre, señora.
Pero ahora esa madre, desde la mañana hasta tarde por la noche con todos esos niños.
Pero él, ese granuja, esa canalla, ese sinvergüenza, se va.
Sí, estaba para otra, y la señora es amor.
“Vaya, qué mujer tan amable, es una buena mujer, ¿verdad?”.
Y allí es “señor”.
“Vaya, ese hombre está dispuesto para lo que sea”.
Sí, para salir por la puerta de casa.
Señora, me lo dicen ellos mismos.
¿Entiende?
Y entonces quizá espere diez años con eso, pero lo que es llegar, llegará.
Quizá pueda enseñar algo al ser humano.
Y, señor, eso es la sociedad.
Señora, enseguida vuelvo con usted, y entonces empezaré con esto.
Pero antes del descanso tengo...
(Dirigiéndose al técnico de sonido):

¿Me quedan unos minutos?
Antes del descanso les daré algo para que reflexionen.
Es muy hermoso sobre todo para el ser humano que haya tenido una educación católica.
Ocurrió en 1942, señora, señor.
La gente anda por la calle, también hay un judío.
De pronto suenan las sirenas y todo el mundo tiene que... tiene que meterse en los refugios.
El judío que anda por allí lleva una estrella en el pecho.
Se acerca a ese señor, dice: “Tú, fuera de aquí”.
Claro, el otro era un colaboracionista de la NSB.
Dice: “¿Por qué tengo que salir?”.
Dice: “¡Fuera!”.
Pues, lo echan a patadas.
Pero en el otro lado de la calle hay una iglesia abierta y él entra.
Se va volando, porque las sirenas suenan de manera atronadora y los agentes van volando por las calles.
Es algo que merece la pena aprender.
Entra y al instante se encuentra con el señor cura.
Dice: “¿Tú que haces aquí, hijo?”.
Entonces dice:

“Señor cura, allí no me quieren dejar entrar.
Podré resguardarme aquí un momento, ¿verdad que sí?”.
Dice: “Por supuesto”.

El señor cura se le queda mirando la gabardina, dice: “Tú eres judío, ¿no?”.
“Sí”.
“No te gustaría convertirte?”.
Y dice: “Tan sencillo no es”.
Dice: “Bueno, no puedes saberlo, nuestra fe es hermosa, maravillosa.
Tenemos un Dios que es justo”.
Pero bueno.
El señor cura que se lo queda mirando un poco más y dice: “Aquí tienes un rosario, mejor siéntate allí un poco.
Y medítalo.
Y cuando luego haya terminado, te vas tranquilamente a casa.
Nunca se sabe”.
¿Qué es lo que pasó?
Ese judío se sienta y empieza a rezar.
Toma la primera cuenta entre los dedos y dice: “Dios mío, Dios mío, si existe un Dios, de esta iglesia, que manifieste esa justicia, porque yo también soy un ser humano.
¿Por qué me echan a golpes de ese refugio?”.
Sí, eso ha ocurrido, señor.
Y eso ha ocurrido aquí, en La Haya.
Dice otra cosa, dice: “Dios mío, Padre mío, si puede ser, dame alguna pequeña prueba.
Es tremendo cómo se nos pega y patea a los judíos”.
Suelta esa primera cuenta y agarra el rosario entre los dedos, así, la segunda, dice: “Sí...”.
‘Caramba’, piensa, ‘esas cuentas dan inspiración’.
Dice: “Padre de amor, si eso es amor, ¿por qué se nos golpea tanto en la vida?
¿Por qué se les corta el cuello a los judíos y tengo que andar con esa estrella?
Soy hijo de Su sangre, de Su espíritu, ¿no?
He leído un poco y estudiado”.
Se queda esperando.
Y justo cuando quiere tomar la tercera cuenta, una bomba da de lleno en el exterior, justo encima de ese refugio.
La destrucción total.
El señor cura viene a toda prisa.
Dice: “Moisés, Moisés”, grita el judío, pero bueno, “Moisés, Moisés, achenebbish, achenebbish, ni siquiera he llegado a la tercera cuenta; ¡menuda fe es esta!”.

(Risas).
(Señora en la sala):

—Muy bueno.

(Risas).
 
DESCANSO
 
Aquí tengo otra pregunta, rápidamente, de esta mujer.
Aquí escribe: “En nuestros tiempos la mujer lucha en todos los ámbitos por la igualdad”.
Mire, eso es conciencia social.
¿Sabe? Ya entenderá usted, señora, que esto tiene que ver con conciencia social.
Pero yo hablo del ser uno espiritualmente para la gente.
Y eso también es concienciación social en casa.
Y si no se consigue allí, no será posible en ninguna parte.
Pero ¿a usted qué le importará, y a mí, si mañana votan o no, o si entran allí o no?
A la mujer se le permitía...
Yo antes siempre iba a la De Witte (un club privado en La Laya), ya saben, ¿no?

(Risas).

La sociedad blanca.
Sí, ríanse.
Soy socio de ese club, ¿entienden?
Pero a mi mujer nunca la dejaban entrar.
Y ahora estamos entre nosotros, los señores, el caballero tal y el barón no sé cuantos, también estaban.
Digo: “A ver, colegas, queremos que alguna vez las señoras también estén aquí”.
Y ahora a las mujeres se les permite...
Yo también intercedí por ellas.
Ahora las mujeres pueden acompañarnos una vez al año.
La semana pasado incluso tuvimos un baile.

(Risas).

La semana pasada comimos arriba y abajo bailamos hasta no poder más.
Incluso bailé con una...
Ah, no, eso en el fondo no es asunto suyo.
Porque no puedo hablar del club de puertas afuera.
Pero, señor, eso es, pues, conciencia social.
La mujer quiere tener allí derechos que tiene el hombre.
Ya entenderá usted que si me pongo así, dejaré todo en ridículo.
Y soy un cómico espiritual.
Porque todo, por muy poquito que se aparte de lo normal, señora, y lo realmente justo, lo convierto en...
Será mejor que me conozca usted aquí bien y así verá luego que en las majaderías está mi profunda pena y la realidad, también para usted.
Porque con solo apartarse un poco de lo normal, señora, yo esa situación la ridiculizo.
Y entonces entresaco de allí la realidad para nosotros, los seres humanos.
Y eso es arte, me dijeron una vez.
Y por eso es que es así, porque hemos tenido cómicos sabios, y eran impagables.
Si mañana me dan un trabajo en la radio, no duden de que los dejaré tirados, porque con eso ganaré dinero; con majaderías, verdaderas majaderías.
Y entonces comenzaré, sin más, y repetiré como un loro lo que diga la gente.
¿No se ha enterado, señora? Vivimos en 1952.
Lo contaré enseguida.
“Oiga, ahora ya hay jurisdicción del gobierno, de nuestro parlamento, de que si hay guerra, tenemos que ser libres, sin la menor duda, porque, oigan, ¡de lo contrario no firmaremos la paz!”.
Eso ya se puede leer.
Y se tramitó, se transmitió por la radio.
Lo leí anoche.
Y, de verdad, estaba en el periódico.
Si llega a haber guerra en Europa, señor, entonces primero tenemos que ser libres, oigan, de lo contrario no firmaremos la paz.
¿Entienden?
¿De dónde viene eso?
“Entiende usted los matices?”, dice alguien.
¿Entiende el raquitismo?
El ser humano de aquí tiene un Dios y a Cristo, y ahora ya están decidiendo, señora, lo dice el periódico, los señores de allí, los ministros: si llega a haber guerra, no haremos las paces, mira por dónde, porque entonces Bélgica también tiene que ser libre.
Hay que ver, ¿verdad?
Y si ahora resulta que en cincuenta años tenemos guerra, o en cuatro, cinco años...
Piensan...
Fíjense en esto.
En la guerra lo vimos: ¡qué gente tan ingenua!
Y eso que son ministros, catedráticos.
Hay uno que arrastra el universo entero, ya no queda ni una sola estrella, ya no se vi ni un pequeño planeta, tiene la frente así de llena de conocimientos, porque ese cráneo también lo abren.
Y entonces también hay de esto.

(Risas).

Sí, señora, ese cráneo se abre para mirar si ese hombre tiene un cerebro.
Porque ese cráneo...
Para eso tiene un bollito de esos.
Y todo eso es conocimiento.
Esa gente lo ha calculado de maravilla, señora, en 1940, en 1945.
Inundaron Holanda.
Y ahora van a empezar otra vez.
Así que inundaron Holanda, sin problema, y luego había allí un general de esos, así, con cuatro estrellas.
“Por allí no pasarán jamás”, dice.
Dice: “Porque entonces se ahogarán, ¿no?”.
Y: “Jamás pasarán por allí”.
Y dedicaron cuatro días más para observarlo.
Y estaba, estaba, estaba, no lo olvidaré nunca.
Y entonces vino Adolf.
Y el agua desapareció.
Y habían puesto —fíjense— dos tablones en la carretera para detener esos tanques.
Había un galpón pequeño de esos.
Y el general que tuvo que saludar ante él.
Durante el servicio militar —han leído ustedes ‘Jeus II’, ¿verdad?— me tronchaba de la risa cuando ese hombre empezaba otra vez: “¡Atención!”.
Digo: “Déjeme en paz, señor”.
Dice: “Otra vez tú, ¿qué quieres?”.
Digo: “Señor, ‘¿qué quieres?’.
Digo: “Déjame en paz.
‘¡Atención!’.
¿Eso qué es?
Ocho veces, ¿qué tengo que hacer ocho veces?”

(Risas).

Si ese hombre ya se alteraba por nada, por nada, señor, por...
Con esos muñecos, había muñecos.
Digo: “Oh, oh, oh”.
Y entonces el muñeco se ponía a gritar.
Dice: “Maldito bastardo”.
Miren, la realidad empezaba a hablar en mi interior.
Y ese tipo manda inundar Holanda.
Y eso es exactamente lo mismo.
Y entonces me río, de una vez...
Ayer también.
Dice mi mujer: “¿Y tú qué quieres...?”.
Los vecinos podían oírlo.
“¿Tú de qué te ríes?”.
Entonces me río todo el día.
Digo: “Oigan, que nosotros no vamos a hacer las paces —que no, que no— si Bélgica sigue ocupada por los rusos, ¿de acuerdo?”.
Ja, ja, mañana cargaré en las espaldas un cartel.
Diré: “En cuatro días habrá guerra”.
Y entonces desaparecen todos.

(Risas).
Y eso son catedráticos, médicos, señoras y señores.
Para eso hay que convertirse en ministro de Guerra.
Para eso hay que ser ministro de Asuntos Exteriores, porque si no careces de los conocimientos.
Y no puedo evitarlo, pero yo nací con eso.
Si alguien enderezara su sombrerito, así...
Y luego hay de esa gente que lleva sombrero, y se lo ponen así en la cabeza, pienso: ‘Pues, creo que a ese lo conozco, ¿no?’.
Y entonces dicen: “¿Señor, usted de qué se ríe?”.
Digo: “Bueno, señor, así no se pone uno el sombrero, ¿no?
Es que no usted no tiene ninguna gracia”.
Y me dice: “Pero entonces, ¿qué quieres?”.
Digo: “Un poco de medio lado, y al instante tienes otro carácter”.
No, oigan, es cierto.
Y eso, señor y señora, y eso me hace reír, y entonces voy a...

Quizá se rían.
Una vez hubo una señora aquí que dijo: “Voy a ver al señor Rulof, así me divierto de vez en cuando por la noche, aunque me echen un rapapolvo”.
Digo: “Es un honor para mí”.
Porque yo también soy así.
Yo mismo les dije: en los cielos también se ríen.
Hace poco les conté ese chiste de Gabriel.
Pero en realidad debería haberlo contado muy diferente, porque ese chiste en el fondo fue así.
Y yo a todo le saco...
Los maestros también lo hacen, y eso es conciencia.
Ese ministro tan raro me hace gracia, con esa frente tan grande, y un catedrático, y un médico, ya están diciendo: “Sí, mire, pero nosotros, nosotros no firmaremos ninguna paz, oiga.
Porque entonces Bélgica y Francia también tienen que ser países libres”.
Genial, al final nos ponemos de acuerdo.
Ya lo hicieron en la guerra, por eso digo: han inundado Holanda.
Han colocado allí una pequeña barca, para detener a los tanques.
¿Y tamaña conciencia ya se está dedicando otra vez a hacer la guerra?
Esa guerra ya pasó.
Y no hacen más que estar sentados alrededor de la mesa de juegos, y nos les da la gana.
“No”, dice, “eso lo hemos hablado entonces, en 1952, ¿cierto o no?, entonces estábamos ocupados en nuestro club, en (la plaza) Plein, y ahora estamos en esa realidad”.
Ahora Bélgica sigue subyugada y no haremos las paces con Stalin.
Vaya, vaya, vaya, vaya.
¿Y esa gente vive en 1952?
Señora, esa gente ha estudiado, esa gente se ha hecho general.
Sí, hay que ver, cuatro cucharones de este porte, aquí.
Esa gente es doctor en economía, son ministros de Guerra, ahora ya deciden lo que quizá pase en cinco mil años.
Entonces dirán: “Mira por dónde que no lo haré”.
“Que no cuenten conmigo”.
Y eso es lo que ridiculizo.
Y así está todo el universo reunido, esa es nuestra sociedad.
Eso me produce risa.
Todavía quería haberles contado eso otro, pero mejor lo dejo.
Porque uno no llega a la inmaculada claridad.
¿Por qué no?
Es conciencia animal.
Así es como el ser humano pasa al lado de sí mismo.
¿No es así?
Hablamos los dos, señor.
Hubo un general que tuvo que... lo apartaron.
Ahora vuelvo a meterme, ya lo ven.
Y ese hombre resulta que estaba en mi casa.
Dice: “¿Podría hablar media horita con usted?”.
Era el comandante en jefe del ejército y de la marina, el general... (Jozef menciona un nombre).
Digo: “¿Qué desea?”.
Digo: “Otra vez que venga aquí, vuelva de paisano”.
Digo: “Porque la gente todavía piensa que tengo que ir al calabozo”.
Y entonces dijo: “¿Qué opina usted de la situación?”.
Digo: “Que a usted lo van a echar, nada más”.

(Risas).
Y cuatro semanas después tuvo que irse.
Que se va.
Que ya tenían otro.
Bueno.
Digo: “Señor, ¿lo ve?”.
Digo: “¿Cómo es posible?”.
El jefe supremo de la tribu de los indios en nuestro pueblo viene a verme, a un cartomántico, para saber cómo resolver el lío.
Es conciencia social castrense.
Haga lo que pueda con eso, señora.
Ya sé que soy un rebelde.
Pero es divertido, oiga, señora, es cierto.
Que lo pongan ya en los diarios.
Holanda entera se puso mala por eso.
Porque en la radio también se dijo.
De verdad que no soy yo el único.
Pero una persona biempensante dice...
Mire, en Estados Unidos la gente dice...
Allí hay días enteros en que no oyes otra cosa que: guerra, guerra, guerra.
Pero ahora nosotros también lo tenemos.
El viento lo ha traído a Holanda.
La psicosis, el hipnotismo ya está metido.
La masa ya está sometida a esa influencia, porque cada semana hay una emisión gubernamental y entonces nos explican las cañones y los fusiles, cómo quieren hacerlo.
Si esto lo dice uno de puertas afuera, en la ciudad, resulta que eres comunista.
Pero yo no lo soy.
No quiero tener que ver con el comunismo.
Pero ese pensamiento pragmático, inconsciente, psicopático lo... convierto en una broma.
Porque es la sagrada verdad.
Y ahora será arte.
Bueno, bueno, bueno, me reí en plena cara suya, de los señores.
Viene a verme de todo.
Almirantes, la personalidad más elevada, no un contralmirantito, no, más alto todavía, viene a verme: “¿Me permite...?
Qué honor para mí que pueda hablar por fin media horita con Jozef”.
Y dos semanas después estaba sentado al lado de la reina.
Pero a mí también venía a verme.
Digo: “Dígale a ella que viene usted a verme.
Quizá entonces ella también venga.
O iré yo, y entonces me dará mis dos millones de florines”.

(Risas).

Sí, pero ahora se ha acabado.
Mire, eso es pensar, eso es pensar.
Es ver esas majaderías, vivir la realidad y hacer algo con ellas.
Una vez vino a verme una mujer, y dice: “Ah, me gustaría que ese hombre mío tuviera una pizca de usted, así me tocaría al menos un poco de alegría”.
Digo: “Si le inspiras, lo hará”.
Sí.
Cuando las señora empiezan a inspirar y a infundir alma a los caballeros, entonces estamos rebosantes de vitalidad espiritual.
¿Cómo lo dije?
Y entonces adquirirán su ‘Poesía y verdad’.
Por las mañanas, a las ocho, con el té, ya estamos componiendo poesía, entonces reciben ustedes de inmediato...
Nosotros explicamos las leyes, señora.
Y cuando me reciban a mí, ese té ya llevará mucho tiempo frío, porque lo voy a reconducir a la luna.
Y entonces, claro, ya no sabe bien.
¿Les conté esta anécdota?
Mi mujer me dice en la cocina: “Vigila un poco la leche”.
Y estaba encima, así.
Sí, eso la gente ya lo sabe.
Pero, bueno, es divertido para los demás.
Que sí.
Y que estoy mirando así y pienso: ‘Hay que ver lo maravilloso que es eso, porque así lo vi en el espacio’.
El espacio se dilataba.
Y entonces hubo división y personalidad.
Me voy a la otra habitación, digo: “¡Se está saliendo la leche!”.
Y me dice ella: “Pero ¿para qué estás allí?”.
Digo: “Ah, sí, estaba haciendo cosas en la luna”.
Adiós.
Si usted tuviera semejante marido, señora, las cosas no marcharían, sufriría pobreza.
Pero ahora vamos a seguir.
Así que eso lo he explicado.
(Jozef continúa):

“¿Cómo explica usted esta actividad incrementada de la mujer de este siglo?”.
Ahora ya hemos llegado al punto, señora...
Ya entenderá usted que realmente todavía no estamos avanzando.
Claro, si se abandona a una madre con dos niños pequeños, y eso también lo hay, a la madre no le queda otra que trabajar.
Si el hombre deja sola a la madre...
No entiendo cómo se puede hacer eso.
No puedo concebir que un ser humano, un hombre o una madre o una mujer, a su sangre, o a su vida...
Una vez escarbé mucho en eso.
Vino a verme un señor de esos, digo: “Pero, señor, Dios mío, Dios mío, ¿cómo es posible?
No entiendo que eso sea posible”.
¿Ustedes son capaces?
Si usted se va corriendo, señor, no es tan divertido.
Señor, entonces no es tan divertido.
Entonces de todas formas no me dará la razón, ¿entiende?, no me dará la razón.
Pero esas madres tienen que entrar en la sociedad para cuidar de esos niños.
Y he tenido de esas madres que lo hicieron y que lo pudieron hacer.
Y cuando el niño por fin cumplió los veintiún años, ella recibió una bofetada en plena cara.
Y entonces dijo: “Ahora resulta que encima soy una canalla”.
Resulta que el muchacho había sido influido por esto y aquello en esa oficina.
Y la madre, que había tratado a sus hijos de una forma tan sangrienta, ya no tenía nada que decir.
Recibió un golpe y se desplomó.
Viene a verme, que había leído un libro.
Digo: “Sí, hija.
Sí, madre.
Siéntate.
Vamos a hablar”.
Digo: “Pero si todavía te quedo yo.
Y hay otra gente que la entiende y siente, ¿no?”.
Con un tecito.
Toda la tarde fuera de casa, tan a gusto.
Pero conseguí que levantara cabeza.
Y ella que se va.
Digo: “Déjalo estar, luego ya lo enmendará”.
Pero no es tan sencillo cuando la madre recibe la paliza de tal y cual forma, de sus propios hijos.
La recibes por la amistad y por todo.
Pero cuando la madre...
Vuelvo a decirlo.
Allí tienes otra de esas mujercitas militares, no las sopor...
Claro, eso no debe ser.
Pero cuando están allí, y encima quieren hacer esto, no puedo evitar reírme, porque entonces opto por mejor mirar las falditas.
Una vez me quedé mirando una, así, y no hacía más que mirar esa falda.
Pienso: ‘Algo falla allí’.
Miren.
Dice: “¿Qué mira usted?”.
Digo: “¿No está permitido en esta sociedad? ¿Mirar?”.
Digo: “Pero hay algo que no encaja.
Porque yo también hice el servicio militar”.
Pienso: “Como para que eso existiera en mis tiempos’.

(Risas).
Y dice: “Otra vez más y voy a la policía”.
Digo: “Señora, sigue estando permitido mirar en la naturaleza.
Pero aquí la naturaleza ha desaparecido”.
No son más que tinieblas por todas partes.
Sí.
Y luego resulta que son militares.
Señora, ¿no le apetece, mañana?
¿Con una jeringuilla de esas?
Mire, se despilfarra a la madre.
La educan socialmente.
Mientras que, oigan, mientras que cientos de miles de hombres, tipos jóvenes, no tienen nada que hacer.
Para eso necesitan a la mujer.
¿El matrimonio?
Pues, claro.
¿La maternidad?
Señora, todavía vivimos en una conciencia animal.
La sociedad todavía no ha cambiado.
A esas mujeres yo las...
No quiero ridiculizarlas, porque, además, es cosa de ellas lo que quieran hacer.
Pero yo digo: “Señora, su naturaleza ha desaparecido”.
“Ah, ¿es él aquel?”
Pues, ella que se larga.
Muy bien.
Creo que en esa...
(Jozef continúa):

“¿Tiene que ver esto con las diversas encarnaciones como hombre que ha vivido la mujer de ahora?”.
Señora, hemos tenido el mismo número de vidas, usted como mujer y madre, porque yo soy más madre que creación.
Porque si usted quiere ser médium, o instrumento para algo, ¿qué tiene que hacer entonces?
Si quiere tocar bien el piano...
Siempre le podré enseñar alguna cosa.
Vino a verme una señorita que tocaba el violín.
Me dice: “No llego al sentimiento”.
Digo: “No, no eres tú misma.
Deberías olvidarte de ese hombre en tu interior.
Tienes que tocar esas cuerdas como una madre”.
Y ahora vive en la madre una conciencia creadora, porque todavía no es madre.
Ella acaba de salir de ese cuerpo y está ahora con un violín en la mano, tiene sensibilidad para el arte.
Pero es árido como el desierto.
No, es masculino.
Es demasiado duro.
Lo enfoca de esta manera.
Pero tiene que volver.
Tiene que ser capaz de olvidar este sentimiento —fuera—, si quiere tocar la cuerda maternal.
Y eso es el pedagogo para el arte, el violín, la música, el piano.
Había un señor dando golpes como una mujer, así.
Y entonces dijo esa mujer: “Pero dale unos golpes”.
Digo: “Señora, debería estar agradecida de que ese hombre toque con tanta dulzura”.
“Sí”, dice, “es que parece mi abuela”.
Pero él estaba repiqueteando como... así...
Mira, en cambio, a otra persona.
Una mujer que viene y zas.
Eso es —el que hace las reseñas—, eso es pedagogía, ¿no, señoras y señores?
Ya lo pueden ver: todo eso vive en el ser humano.
Es paternidad y maternidad.
Pero cuando la madre se elimina como madre real del alumbramiento, ya no queda mucho.
Aunque hagan de usted, como madre, mañana, una contralmirante —¿o tal vez se llame de otra manera al ser madre?—, pero entonces para el espacio seguirás siendo nada.
Y por eso no tengo respeto por esas vidas, no puedo remediarlo.
Para mí son como una San Nicolás maternal.
Bueno, bueno, lo que me reí, disculpen.
Que llego a casa de una pareja, él era comandante, ella teniente.
Ella habló toda la noche de cómo limpiar un fusil.
Y dice: “Claro, castigué a cuatro”.
No hablaban de arte.
No hablaban de Dios ni de Cristo.
Hablaban de subfusiles, de cómo se limpian esos cacharros.
Él la instruía a ella y ella, lógicamente, lo repetía por las mañanas.
Qué bonito, ¿verdad?
Bonito matrimonio.
Esos solo besan con granadas.
Vaya, vaya, vaya, vaya.
Señor, ¿le seduce tener una capitana así a su lado?
Sí, lo ridiculizo; señor, es ridículo, porque la sociedad entera es ridícula.
Y estos están mucho más locos que Picasso.
Basta con mirarlos bien.
Ay, ay, ay.
Un ser humano, un hombre en este ámbito, con un poco de sentimiento para el despertar espiritual, la cordialidad y el amor de cara a Jerusalén...
Ya no queda nada de eso, señor.
Cuando uno piensa que tiene un corazón, un cálido corazón latiente, en sus manos, resulta que hay un tanque por medio...

(Risas).

... que hay un tanque que está latiendo.
O llega un...
Ella está soñando de pronto y está segando la vida de cuatro mil rusos, así como así.
De verdad.
A mí denme...
Bueno, es que puedo seguir toda la noche, pero lo dejo.
Aquí tengo: “‘Una mirada en el más allá’, parte 2, página 106.
Una madre descendió de las esferas para ir a visitar a su hija, gravemente enferma”.
Es hermoso, ¿verdad?
“Ella, la afortunada, sufría, porque su hija se había olvidado”.
Señora, la de madres que ven eso.
“Porque veía que su hija iba a morir y que iría a las esferas oscuras, y que por tanto estarían separadas mucho tiempo”.
Eso es lo peor que hay.
“Mi pregunta es: como espíritu feliz ¿se sufre igualmente que el ser terrenal?”.
Señora, es usted espíritu.
Sus sentimientos son exactamente iguales detrás de la materia.
Es usted madre.
Y ahora llega usted al otro lado...
Hace poco tuve aquí a un señor, un padre y una madre, y ese señor está aquí, lo podrá confirmar enseguida, dice: “Sí, ahora el señor está en la cárcel.
Cuatro meses”.
Y da igual que uno hable así o así, señora, da igual.
En la guerra, yo conocí a esa gente, entonces el chico al llegar a casa dijo: “Y ahora a ver si me dices algo más.
Ahora mando yo”.
Llevaba un vestidito tan hermoso.
Y dice el padre —hace poco se lo conté—, dice: “Vamos, tú, sube conmigo, tengo algo bonito para ti”.
Dice: “Cuadra a la perfección”.
“¿Ah, sí, padre? ¿Tiene algo para mí?”.
Dice: “Sí, tengo algo bonito para ti”.
Pero arriba le metió una bala en la cabeza.
Dice: “Madre, no puedo remediarlo, ahora voy a ir a la policía, pero de otra manera también nos habríamos hundido, porque está poseído”.
No, eso no lo hace cualquiera.
Pero sientan ahora la pena de este espíritu.
Ese hombre...
Dije aquí en la tierra...
“Sí”, entonces dijo, “mira, te hemos educado, hemos hecho esto.
Pero ¿se nos permitirá vivir una sola felicidad?”.
“Bueno, ¿qué quieren?”.
“Lárgate de aquí y déjanos en paz”.
Entonces ya hay que ser muy fuerte.
Hay tantos, tantos millones de dramas, señora, entre padres e hijos en los que los padres reciben los palos.
Así que no hace falta ponerse a buscarlo muy lejos.
Ya lo viven aquí.
Y si ese capitán puede decir: “Oye, muchacho, tengo algo para ti...”.
Tendrá que enmendarlo, porque ese padre tiene que volver por su hijo para volver a darle nueva vida.
Tiene que hacerse madre.
Ese hombre, ese capitán, vive, tendrá que esperar por lo menos cuarenta, cincuenta, sesenta mil años antes de llegar allí.
Porque hay millones de estados que van antes.
Y ahí estás.
Su desarrollo...
El tiempo, esos cuarenta mil años, vive en el mundo para el renacer.
Así que uno se... uno se expulsa completamente de la vida, durante cuarenta mil años.
Ya no tiene uno vida ni muerte.
No tiene nada de nada.
Solo vive en una... vive en una atmósfera espiritualmente vacía, porque ha transgredido las leyes de la existencia.
¿No es horrible?
Bueno, y una madre en el otro lado.
La madre, señora, ahora viene, la madre...
Hemos escrito allí sobre gente que ya vive en la primera esfera.
Y ahora, esta noche, les puedo enseñar algo, además de la diversión que ya les di.
Pero si de mí depende, soy tremendamente duro.
Y eso no es ser duro.
Ya me lo han vuelto a recriminar.
Le digo a alguien: “Pero sea un poco más suave, señor.
Debería hacerlo paternalmente”.
“Sí”, dice, “pero a la Irma ni siquiera le diste una horita”.
Digo: “No tienes que devolverme el golpe, señor.
Porque hablo de ti”.
Bueno, a ese hombre no le diré nada más en toda mi vida.
Te devuelven el golpe.
Había alguien, tiene algo y entonces se pone a jugar a ser rey.
¿Cómo quiere ponerse a jugar a ser rey en la fábrica cuando esa gente tiene que aprender algo de usted?
Solo quería contarle eso.
“Debería hacerse un poco paternal.
Debería acoger a esa gente”.
No pueden, señora, te devuelven el golpe.
Digo: “Sí”.
Pero esto es, señora.
Si digo “sí” ya no será nunca “no”.
Si se trata de asuntos divinos, de la palabra, de la ley “sí”, vaya entonces y yo no le daré un “no”.
Ya podrá usted matarme de un tiro y quemarme vivo, pero yo no le daré un “no”.
Si usted hace una chapuza de esto aquí, señora, señor, y yo le doy mi amistad y usted la destroza, ya no me tendrá nunca.
Sí que estaré abierto, pero no me conseguirá.
Estoy hablando con usted, señor, y podrá recibir lo que sea de mí, y pensará: ‘Vaya, pues sí que lo ha olvidado’.
Señor, allí no me meteré más, porque entre nosotros siempre seguirá habiendo eso.
Porque conozco las leyes: primero tiene que resolver usted eso.
Si ha hecho usted algo malo...
Bueno, habrá tenido media horita divertida, y entonces esta noche le meteré un poco de miedo, también, entonces esas balanzas volverán a acercarse.
No le hablo a usted, señora, me dirijo a la masa y al mundo.
Pero cada pensamiento equivocado que se refiera a la personalidad del ser humano, los sentimientos de Dios, y si hay problemas, entonces hay que suavizarlos por sus propios sentimientos, y eso es: amor.
Ya vi que se sorprendieron la semana pasada, señor, arriba.
Sí.
Miren, pero ahora el espíritu.
Y el ser humano que vive en la tierra y que no es así, señora —son los sentimientos de esta madre—, sufre muchísimo.
“Hace poco”... dice el texto.
El señor ha escrito una hermosa pieza.
El médico, el médico de cabecera, dice: “Voy a un enfermo”.
Y entonces dice ella: “Sí, sí, ay, eres un buen muchacho, el mejor”.
Bueno señor, entonces ella, esa madre, se había puesto a hablar a la chaqueta de su hijo.
Lo habían matado de un tiro en la guerra.
Y ahora esa mujer estaba chocha, era una niña.
Al final de ese capítulo dice ese médico: “Deberían hablar alguna vez que tengan tiempo, señor y señora, con esa niña”.
El niño... adiós...
Derrumbada por la pena.
Psicopática.
“Ay, ese mundo terrible”, dice.
“¿Y por qué es que tiene que hacer eso mi hijo?
¿Y por qué?
Mi hijo no quería.
¿Y por qué han matado a tiros a mi hijo, a mi muchacho querido?
Y es que él no quería mancharse en ese follón...
No quería disparar.
¿Y por qué lo han matado ahora a...?”.
Y así sin parar.
Eso pasó en 1943.
Y ahora esa madre sigue así, en 1952.
Señora, esa madre es inconsciente.
Y ojalá pudiera uno alcanzarla diciendo: “Ese hijo suyo vive, y vive allá”.
Pero ¿por qué han surgido locos religiosos?
Teníamos esos muchachos de la iglesia, esos pastores protestantes y esas criaturas rotas por un poco de amor...
Cuando no hay conciencia ni el sentimiento y pensamiento social para la sociedad, ni para uno mismo ni para el amor ni el matrimonio ni nada, ni Dios ni Cristo, entonces ya comprenderán que la criatura, el espíritu, está mal informado y termina todo hecho trizas.
Y si hubiéramos podido acoger a toda esa gente con esta doctrina, señor, entonces no habría locos.
Porque entonces habrían seguido, ¿verdad?
Ese pastor protestante que sigue estando en Rosenburg y al que se le extravió la escala, ya habría estado hace mucho sentado en la mesa con Jehová.
Porque lo conocía.
Pero es imposible disolver este dolor y pena, señora, porque los sentimientos del ser humano... esa personalidad es inconsciente.
Y ahora el ser humano sufre por sus propios sentimientos.
El maestro Alcar también dice: “Más tarde, para la cosmología, tendré que explicar todo de nuevo y entonces eso también lo sabrás, André”.
Dice: “Pero estas son las pruebas, porque esa gente vive aquí.
Y todavía no han llegado al punto en que puedan decir: ‘Sí, es cosa de mi criatura hacer lo que quiera’”.
Pero ahora voy a darles otra vez algo hermoso y está más elevado.
Fallece una madre y la criatura está... una criatura está en la cama en el hospital, o en casa, y está librando una enorme lucha con el sistema nervioso o que un tumor interno, los dolores son terribles.
Y eso lo sabe la madre, y lo siente, y lo siente el padre, y naturalmente, ese vínculo existe, ese amor existe.
Y regresan para intentar hacer disolver esos dolores.
Y entonces una madre sufre igual que si la tuvieran aquí.
Y lo atraviesan con la mirada, ese pequeño carácter —antes no— y ahora tienen aún más pena.
¿Por qué?
Porque ven lo que viene después.
Hoy la gente vuelve a ser buena, fuerte y feliz.
El médico los ha puesto a punto.
Y mañana el ser humano vuelve a patearse.
Porque piensan de forma equivocada.
Sí, sí —ese estudio vendrá ahora—, el ser humano se destroza a sí mismo por su pensamiento equivocado.
Y ahora la madre siente tristeza.
Pero si se alcanza la veracidad espiritual, señora, entonces se disuelve la tristeza, porque ahora sabemos: es usted una personalidad propia, tiene que hacer que despierten esas cosas para usted misma.
“No puedo ayudarla, hija, es una faena; eres mi hija, te he dado a luz, pero aquí, donde vivo ahora, tengo a millones que son míos.
Volveré a ti con centenares de madres y padres.
Y todos te amamos”.
Y ahora se disuelve... ese amor humano terrenal insignificante, pequeño, pequeño se disuelve en el amor universal, señora, y ahora ya no se trata de gemir ni de cargar de cara al ser humano terrenal.
Y resulta que eso es duro.
Cuando decimos: el espíritu no hace caso a nada porque usted ande aquí gimiendo y temblando por dentro.
Eso, pues, es todo todavía desde un punto de vista humano, físico.
Pero la personalidad espiritual se endurece.
No, señora, se hace veraz.
¿No es algo que merezca la pena?
Sabe que yo a usted, por dentro, esa lucha...
Yo podría elevar a los seres humanos, y esto y esto y esto y esto, y poder darles algo tan poderoso con que solo empezaran ellos mismos.
Sí.
Y ahora a pensar.
A pensar, a pensar y a pensar.
¿Lo comprende, señora?
(Señora en la sala):

—¿Quiere decir usted que esta madre no había alcanzado ese punto todavía?
—No.
Esa madre está en la primera esfera, ha alcanzado la luz, pero le faltan todavía el sentimiento y pensamiento cósmicos.
Porque en la primera esfera sigue habiendo bastante gente que está gimiendo, señora.
¿Es que no leyó que tuve que hablar allí, como André, digo: “Soy de la tierra.
¿Qué quiere esa gente?”?
Dice: “André, aquí puedes ver por todas partes esos pequeños clubes.
Siguen pensando de forma terrenal, pero tienen sentimiento, y vida, y luz”.
Dice: “Allí convenceremos a la gente”.
Y todo eso lo hacen ustedes.
Es igual que en la tierra, pero entonces siguen siendo terrenales, piensan y sienten ustedes de forma material.
Qué sencillo es.
Pero si llegamos al espacio, a la cosmología, sí, miren, entonces mi palabra será ley.
Si alguien me engaña, y me pega, y me patea y esas cosas, y tienes que ver aquí con cosas, las terminas para Dios y Cristo, pero cuando uno mismo hace todo añicos, si destroza todo lo habido y por haber...
Vino a verme otra persona, me dice...
Sí.
Ahora, menudos golpes que ha recibido ese señor ahora, cinco años después, y entonces ya quiso volver a estar con su mujercita de siempre, ¿verdad?
Y dice ella: “¿Qué haré ahora, señor?
He leído sus libros”.
Y entonces no puedo decir nada.
Pero puedo responderle de inmediato.
Sin embargo, no tengo permiso para decirlo, si no ella actuará por mi fuerza.
Es peligroso, ¿no les parece?
Pero entonces deberían fijarse en cómo hablan los demás loros y psicólogos, que no tienen más que opiniones a las primeras de cambio.
Aquí tiene que decidir el propio ser humano, si no, lo hará bajo mi autoridad, bajo mi pensamiento y sentimiento.
Y ella no tiene las leyes.
No tiene el sentimiento.
Todavía lo tiene que asimilar.
El ser humano, señora, no habla nunca para Dios.
Si hay que dar opiniones, los maestros callan.
Qué hermoso, ¿verdad, señor?
¿No es sorprendentemente justo, espiritual y espacialmente justo?
Digo: “Señora, no la puedo ayudar”.
“Bueno”, dice, entonces empezó a llorar, dice: “Es horrible”.
Digo: “No me está permitido ayudarla”.
Y entonces se cabreó.
Empezó a contar una historia.
La miro, pienso: ‘Mira por dónde’.
Y entonces se puso a contar la historia de otra persona e introduce en aquella su propia situación: “¿Qué haría usted si...?
Me encontré con tal y cual persona y...”.
Digo: “Mira”, y entonces se lo dije sin dudar, digo: “en primer lugar le doy un diez”.
Digo: “Señora...”.
Entonces dijo: “Señor Rulof, gracias, le compro dos libros.
Pero ahora lo sé”.
Y entonces lo había llevado al mundo de una forma tan gloriosa, estábamos hablando en general y yo a ella no le respondí.
Digo: “Se me permite analizar esa ley”.
Y entonces sí que lo supo.
Pero a mí no me estaba permitido dárselo.
Pero era ella.
Y entonces lo supo.
Dice: “Ese ya no entrará nunca más en mi casa”.
Dice: “Y ahora mi palabra es ‘no’, y seguirá siendo ‘no’”.
Y dice: “Ya se puede poner a sollozar y a gritar y a llorar, pero en dos meses estaré...
Y aunque él...
Bueno”, dice, “voy a ayudarlo”.
Y dijo: “¿Sabe usted lo que voy a recibir, señor?
¿Y qué clase de amor que me da?
Ese ahora sabe lo bien que estaba conmigo”.
Sí, señora, y así vienen todos esos loros, esos caballeros.
Si es usted así, estaremos mañana a sus pies.
¿Verdad, hombres?
Pero mañana inclinaremos la cabeza, señora, si hace saber usted que todo es personalidad.
Porque la personalidad, la palabra, es ley.
Pero la personalidad tiene la tierra y la humanidad.
¿No es así, señor?
Señor Reitsma, ¿no es así?
Debería usted leer libros de los escritores más destacados, los pensadores más destacados, de los filósofos.
Y entonces es: una palabra es ley.
Y entonces uno es tan duro, señora.
Porque no tenemos que ver con esas desgracias, eso ya pasó.
Y entonces debería oír usted cómo llega la fatalidad cuando habla la compasión.
Las tremendas palizas que recibe esa gente ahora.
Entonces dicen: “Ay, ay, ay, ojalá nunca hubiera empezado con esto, ahora ese bicho está empezando otra vez”.
Y ahora es mucho y mucho peor.
Y ojalá hubiera dicho usted: “No, y mi no es ‘no’”.
Al ser humano se le puede comprar por cinco centavos, señora.
No cuando se siente y se da compasión ni cuando el ser humano hace algo por compasión, porque eso va al amor.
¿Entienden?
Pero la compasión, según dicen nuestros libros, es una debilidad de la personalidad.
Y esa se estrella y rompe todo, lo oscurece todo.
Por eso fui tan duro.
Porque había dado mi palabra a otra persona y entonces ya no se la puedo dar a nadie más.
Mi palabra es “sí”.
Si ustedes mismos la destrozan, yo ya no la puedo cumplir; entonces mi palabra muere en ustedes, pero no en mí.
Qué hermoso que se vuelve a poner el matrimonio, señor, ¿no le parece?
Vaya, ahora besamos de otra manera, decían allá en el espacio, y entonces el ser humano se fue elevando y se fue al Gólgota.
Sí.
Y entonces hubo silencio.
Se fueron tomados de la mano, él y ella.
Pero también hubo una vez que vino a verme a ver una pareja, señora, y él que viene a preguntarme: “Oiga, señor Rulof, debería decirle un par de cosas buenas de mí a mi mujer; me esforzaré al máximo, sin duda”.
Le miré directamente a los ojos.
Digo: “Eso le va a costar...”, tenía dinero de sobra, ¿entienden?
Digo: “Eso le va a costar tres mil florines, señor, lo que hago ahora”.
Y dice él: “Aquí los tienes, ahora mismo”.
Digo: “Estupendo”.
Digo: “Señor, sí que vamos a acordar esto: si luego vuelve usted a negarse, le meto un balazo en la cabeza.
Bueno, todavía me merece la pena.
Me apaño con esas leyes.
Pero para mí tú estás acabado”.
Y entonces acepté esos tres mil florines, porsiacasito.
Porque los iba a recuperar de todas formas.
Se los di a ella, digo: “Mejor aparta eso”.
Y vino a verme dos días después, digo: “Hija, inténtalo”.
Y dice: “Bueno, es que no es cualquier cosa lo que me impone.
Si lo dice usted, o los maestros...”.
No, eso los maestros no lo quieren.
Digo: “Ya tengo tres mil florines para ti”.
Digo: “Si empieza otra vez, lo echas de casa, entonces al menos te queda esto”.

(Risas).

No, tampoco es que yo estuviera tan loco.
Pero ese hombre sigue vivo, y ella también; luego tuvieron dos hijos; viven en la gloria del Señor.
Él ya no incumplió su palabra nunca más.
Le sigo dando todos los días mis pequeñas orquídeas.
De vez en cuando nos cruzamos; ya ni los miro.
Digo: “Ahora hagan lo que quieran, ya no verán nada mío”.
Pero alguna vez me hubiera gustado preguntar: “¿Todavía tienes esos tres mil florines?”.
Así es como he ensamblado a la gente.
Los he ensamblado, señora.
Él: “Ah, es tan hermosa”.
Y ella: “Sí, es un tipo genial, pero nos peleamos todos los días”.
Señora, ¿qué clase de psicología es esa?
Gente lista, que ha estudiado.
Además, él tenía un título, encima era doctor, pero no lo sabía.
Y ella era una artista, una buena madre.
Digo: “Señora, en una sola semana la curo a usted, y a él también”.
“¿Qué tengo que hacer?”.
Digo: “Callarse”.
Y entonces vino él.
Le digo: “Y usted a callarse también”.
A él.
Y entonces se pusieron a callarse los dos.
Cuatro días.
Digo: “Solo dirás ‘sí’ y ‘amén’.
Mira cuánta desgracia metes entre lo humano normal y corriente... lo que introduces allí.
Y de un cielo haces un infierno y unas tinieblas.
¿Qué tienes que ver con esas majaderías, y con esas irritaciones?
Lo que tienes que tener es más camaradería.
Y educación”.
Bueno.
Una semana después dice: “Dios mío, Dios mío, mujer, hay que ver lo estúpidos que somos, ¿verdad?”.
Y ella: “Qué bien que lo veas, marido”.
Sacaron una botella de champán y se fueron al teatro.
Y tuvieron otro hijo más.
También ellos siguen viviendo, señora, felices y en paz.
Ya les gustaría saber dónde viven, ¿verdad?, pero mira por dónde, no lo diré.
Pero así es posible acoger al ser humano en una cosa pequeña, por medio de algo, siempre que uno sepa cómo, y es posible llevarlos a la inmaculada claridad, al pensamiento, si existe la voluntad y el sentimiento y la seguridad, señora.
Y que una no se deforme a sí misma por la otra.
Porque el ser humano terminada destrozado por la compasión, por la debilidad de la personalidad.
Y eso es así exactamente en el otro lado, pero aquí es donde lo podemos aprender.
¿Lo entienden?
Opto por mejor ir entretejiendo esas cosas, para que así puedan ver cómo esa gente, cómo se puede acoger todo ese sufrimiento; porque en la sociedad se padece mucho sufrimiento.
Y sobre todo el matrimonio es tan poderosamente hermoso.
Pero el ser humano no lo entiende.
Hay que preparar a la madre para el hombre, y al hombre para la madre.
Sí.
Y ahora a jugar con tostadas con granos de anís confitados (típico dulce holandés para celebrar el nacimiento de un bebé).
Los domingos por la mañana, bien pegaditos, qué gusto.
Sí, sí.
Y dejar hablar al pastor protestante sobre la condena.
Después se vuelve a destrozar.
Y no queda nada de todo eso.
(Jozef continúa leyendo):

“En las esferas oscuras, donde André ve una cantidad infinita de dolor, pregunta: ‘¿Terminará esto algún día?’.
El maestro Alcar contesta: ‘Algún día vivirán aquí santos’”.
Sí, entonces se disolverán las tinieblas.
“Mi pregunta es: aparte de que entonces el ser humano habrá cambiado por completo, ¿habrá allí también un sistema solar?”.
No, señora, no ha acertado.
Son los infiernos los que se disolverán.
Ya no habrá psicópatas.
El mundo, este macrocosmos, vivirá alguna vez que hay gente que no piensa jamás mal, porque conocen las leyes.
En cien mil años ya no se robará, porque ya no hará falta, el ser humano ya tendrá de todo.
Ni los agentes ni la policía harán falta ya, porque el ser humano no hará nada malo.
Y, naturalmente, se disolverá la disarmonía entre el mundo de lo inconsciente y del ser humano terrenal, y volverán a ver luz en esas tinieblas.
Pero eso no son sistemas solares, señora.
No son soles materiales.
Pero esos soles espirituales, ese sol espiritual en el ser humano irradia ahora su luz, y ya no habrá tinieblas.
¿Lo entienden?
¿No es hermoso, señora?
Qué bonito, ¿verdad?
Otra pequeña orquídea de esas.
Le costará diez céntimos esta noche, oiga.
Ah, no.
(Jozef continúa leyendo):

“Hace unos años pregunté cómo la creación pudo generar, sin liderazgo, infaliblemente, seres humanos, animales, planetas etcétera.
Entonces comprendí que fue posible porque todo es divino.
¿También es que al comienzo todo estaba presente?
Porque hubo diversidad y no una sola especie, como por ejemplo de la semilla de la caléndula solo puede salir una caléndula”.
Señora, ¿asistió el año pasado en Diligentia a las conferencias sobre la creación?
Y, claro, ahora se pone usted a analizarlo humanamente, y así llega a estas preguntas, y entonces dice usted: ¿de dónde salió esa infalibilidad divina?
Señora, la gente que está sentada aquí, y así tenemos en Europa millones de personas, son de un solo colorcito.
¿Entiende?
Así que millones de personas representan a la raza blanca (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es).
Y cuando nos ponemos a descender desde el más elevado, es el organismo más elevado, con la gente de color...
Los negros (cuando se celebraron estas noches informativas, de 1949 a 1952, la palabra “negro” era una denominación habitual para alguien de piel oscura) que saben cantar tan bonito...
Un habitante de la jungla no tiene la voz de un Robeson (Paul Robeson, 1898-1976, barítono norteamericano).
Hay timbres...
Hace catorce días el maestro Zelanus ofreció una poderosa conferencia sobre el timbre de la voz.
¿Verdad, señor?
La gente decía: “Ay, ay, ay, eso ha desaparecido; ojalá lo hubiéramos grabado”.
Ahora lo están grabando de nuevo allá.
Los negros ya tienen el timbre del ser humano, dice usted: que el negro ha recibido y vivido el estadio adulto, el organismo, de la madre tierra, con la misma pureza cristalina que el ser humano blanco (véase el artículo ‘Anti racismo y discriminación’ en rulof.es).
Y eso es cierto, señor.
Si retrocede un momento a la jungla, solo tienen esto: jejewuhubhuhuh. (Los primeros seres humanos en el primer grado de vida todavía no usaban una lengua).
Pero no vienen...
Ese sonido tiene exactamente la conciencia y el timbre de los sentimientos.
Pero está en el organismo.
Un negro, sin embargo, no.
Fíjense.
Escuchen a Robeson, y todos esos diferentes negros.
Un timbre como solo puede crear la naturaleza, dicen.
Pero no conocen el estado ni la profundidad, de por qué ese negro tiene una voz, y por qué nosotros tenemos una voz que suena a carbón molido.
Eso significa que el ser humano desciende desde lo más elevado, que regresa a la conciencia más baja.
Y así es el organismo.
Así que se produce la división para la naturaleza: de un solo grado salen, a su vez, más grados nuevos; la naturaleza tiene una profundidad en millones de grados.
El reino animal es mucho más difícil de analizar que el ser humano con su subconsciente, sentimientos, paternidad, maternidad, renacer.
El reino animal es cien millones de veces más profundo.
No tenemos creación posterior.
Pero el reino animal... es horrible.
Ni siquiera lo tiene el ser humano.
¿Tenemos creación posterior, señor?
(Nadie dice nada).
Tenemos creación posterior; cuando el ser humano se ensucia, empezamos a tener piojos.
Y eso es creación posterior.
Quiero decir esto: el reino animal se ha densificado y ampliado millones de veces.
Y no se puede ampliar más que en un solo estado.
¿Lo entienden?
Los biólogos no quieren saber mucho de eso, ni los geólogos, pero los psicólogos no saben nada de esto, nada de nada.
Y esos se consideran teólogos.
De modo que, naturalmente, Dios se ha divido como entidades.
¿Lo entienden ahora?
Dios se ha dividido...
Aquí tengo todavía una larga carta del señor Berends, pero, claro, ya no me va a dar tiempo.
Dios se ha dividido por entidades, y eso es un grado de organismo, con sentimientos, que volvió a dilatarse, para la propia especie, para la familia, se dilató, sin embargo, y así al final sí que se puede ver y vivir cada entidad.
¿Está claro?
¿Ya lo saben ahora?
Gracias, entonces, sinceramente.
Aquí tengo: “Hay que perder algo de la personalidad para querer vivir las leyes divinas”.
No, señor, ya le gustaría.
¿Qué queda entonces de esa personalidad, si quieren perderlo?
Tiene que decirlo de otra manera.
Tiene que decirlo así...
Tenemos que perder algo de la personalidad para querer vivir las leyes divinas.
Hay que despertar la ley divina en nosotros por medio de la personalidad.
Y si queremos sentir de una manera suprahumana, si nos elevamos por encima del ser uno social...
Si se esfuerza usted al máximo por su jefe y su trabajo, señor, es algo que le resbalará a esa alma divina en usted como vida divina.
Porque seguimos sin hacer otra cosa que trabajar por la comida, para nuestra comida.
¿Cuándo despertaremos algo en nosotros que dé una conciencia más elevada a nuestros sentimientos y pensamientos divinos, no, a nuestros pensamientos y sentimientos animales?
Y para eso solo hay que darse de forma amorosa y armoniosa en la sociedad.
Es por lo que se les paga.
A mí también.
Esta noche les estoy ofreciendo cosas bonitas.
Espero que también surja un nudo, ¿entiende?
En el fondo, hay que ver qué clase de diablo crematístico es ese...
Pero yo no lo soy , señora.
Es ese Jeus.
Quiere ir a esa feria, dentro de mí.
Siempre me peleo con Jeus.
Jeus quiere ir a esa feria —y entonces habla, es educado— y siempre estará al acecho de unos pocos céntimos más.
A que lo pensaba, ¿verdad?
Señor Berends, ¿entiende usted...?
Tenemos que perder algo de la personalidad.
No, hay que infundir alma a la personalidad, darle espacio, darle fuerza, amor, para querer vivir las leyes divinas.
¿Está claro?
(Señor en la sala):

—Desde luego.
—Estupendo.
(Jozef continúa leyendo):

“Y el alma tiene que ser despertada por los maestros”.
No, señor, por usted mismo.
“... el alma tiene que ser despertada por los maestros para vivir la vida interior”.
Solo faltaba que un maestro me tocara para que por dentro me...
No es posible que me despierte.
¿Quién quiere despertarme?
¿Quién?
Tengo que hacerlo yo.
Yo soy esa entidad Dios.
Usted también.
¿Por qué conduce usted los maestros al alma del ser humano, a su chispa humana?
(Señor en la sala):

—En el fondo, cada ser humano está en condiciones de hacer de sí mismo lo que ha ido recibiendo por los maestros.
—Señor, me ha costado sangre ganármelo.
Hemos atravesado la locura, la vida y la muerte, señor, nos hemos matado.
Allí, allí, allí, allí.
He atravesado templos, me fui allí, y allá.
Usted fue a la iglesia católica.
Quizá ha acudido una vez al papa.
Y ahora está fuera.
Porque cuando uno ha vivido lo más elevado y llega detrás del ataúd, señor, o ha estado allí y allá, y empieza a sentir verdadero amor divino, y accede a la justicia, señor, entonces uno se marcha de allí, porque tiene que ver con la condena.
Y en eso no puede creer, ¿verdad?
Así que todos esos sacerdotes aún son inconscientes.
Pero cuando llega la conciencia, señor, entonces usted se va.
Hasta que se encuentre ante un Dios que sea justo y ya no condene.
Pero los maestros no me pueden dar nada.
A ustedes les adelanto con equis gramos de sentimiento.
Y yo es que ya estuve.
Por eso tengo esta fantástica conciencia y estos fantásticos sentimientos, porque acojo el macrocosmos entero.
Desafío el mundo psicológico entero, señor, cada facultad, cada universidad, la teología y todo, los desafío, y entonces que aquí vengan a tomar clases universitarias.
Y eso es lo que les demostraré.
¿Se lo he demostrado?
Sí.
Y aquí teníamos... aquí hemos tenidos personas listas, inteligentes, he tenido aquí la universidad, tengo aquí todo tipo de gente.
Pero tienen que decir honestamente: “No, mi catedrático no llega así.
Y usted tiene razón”.
Y si ustedes, con la fuerza de los sentimientos y las leyes de la densificación, y con lo que sea sobre lo que empiecen...
Se lo he demostrado, ¿no?
Ya llevamos dadas casi ochocientas conferencias, ochocientas setenta y cinco, tengo mis veinte libros, aún albergo centenares en mi interior, les he respondido aquí un par de centenares de miles de preguntas, y ustedes todavía ni siquiera han podido ponerme en jaque mate.
Y eso solo lo tendré, señor...
Ya les he dicho alguna vez: pueden pensar bien, pero despilfarran sus propios pensamientos.
Hacen papillas una imagen poderosamente hermosa.
¿Es así?
(Señor en la sala):

—Es así.
—Gracias.
(Señor en la sala):

—Pero frente a eso está, en cambio, que si sé que eso ocurre, o si sé que no ocurre, digámoslo así...

—Sí.

—... ¿qué posibilidad encierra entonces el ser humano para justamente no hacerlo, y elevar en eso esas leyes o esos aspectos armoniosos, por completo, al cien por cien...

—Sí.

—...en la vida?
—Usted todavía no... ni nadie, señor Berends, todavía no han entablado una verdadera lucha con ustedes mismos.
Y eso se lo puedo explicar sin problema.
Si lo son y ya están activos en la sociedad, socialmente, y con “buenas tardes, señora”, “buenas tardes, señor”...
Pero todavía no han empezado una lucha con ustedes mismos.
(Señor en la sala):

—Eso creo.
—Lo veo por todas partes, señor.
—Yo no hablo de eso.
Pero empiecen alguna vez a luchar de verdad con ustedes mismos.
Bueno, es que todavía no se han desplomado nunca tan a gusto porque les hablara la luna.
Yo estaba más contento que nada cuando me desplomé en 1938, cuando se rompió mi corazoncito.
Digo: “Tú sí que estás bien loco, ¿no?”.
Ahora no tengo que pegar golpes, porque entonces empieza a latir, pero entonces lo metí otra vez en vereda a base de golpes.
Ustedes habrían dicho: “Ay, doctor, doctor...”.
Digo: “Fuera con ese doctor”.
¿Qué quiere ese corazón mío? ¿Destruirse o vivir?
Había un hombre por allí, de niño fue paralítico.
Deberían ir a hablar con él de sanarse, y de pensar y sentir.
Y entonces dijo un buen día: “Y ahora, maldita sea, se ha acabado: ¡destrozado o mejor!”.
El muchacho reza día y noche, el pastor viene a casa, a rezar, a rezar, a rezar.
Señor, no sirvió para nada.
Y cuando de pronto un día se puso como una furia, desapareció.
¿Les parece extraño?
Señor, eso fue una historia de sufrimiento.
Y entonces me puse a explicárselo, y dice: “Dios, Dios, Dios, debería haberlo sabido en esos años”.
Pero esa es la lucha.
Y si aún no lo tiene, señor, una lucha con usted mismo...
Todavía no lucha.
Es usted todavía tan débil.
Va en esta dirección, “que noche tan divertida”...
Es que, quiera o no, soy una persona animada, soy una personalidad centelleante, he visto la séptima esfera.
Y entonces uno de esos poderosos maestros me dijo allí: “André, André, solo podrás valerte por ti mismo por Jeus, tenlo en cuenta.
Soy exactamente lo mismo que tú”.
Y entonces oí mi dialecto en la séptima esfera.
Y era del doctor Franz, uno de los maestros más elevados, que consiguió sacar a la humanidad de la guerra, junto al maestro Cesarino.
Y entonces te encuentras ante una personalidad de treinta años.
Había estudiado en Lovaina.
Pero una persona fantástica, fantástica; convertía las tinieblas en luz, y la desintegración en alegría y felicidad.
Pero por la lucha.
¿Entiende? Por la lucha.
(Un señor en la sala dice algo).
Ahora que justamente esto va que da gusto, y, claro, resulta que solo me queda un minuto, ¿no?
(Señor en la sala):

—Mira qué pena.
—¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—Mira qué pena.
—No señor, porque las penas no existen.
No me venga con historias.
Voy a parar, señor.
Señor, la semana que viene volveré con esta nota suya...
(Señor en la sala):

—Por favor.
—Y entonces veré si de verdad empieza a luchar.
Señoras y señores, esta noche hemos estados otra vez llenos.
El domingo por la mañana hablarán los maestros.
El domingo por la mañana seguiremos en Diligentia con la cosmología, señoras y señores, eso sí que lo tienen que oír y vivir, porque Jozef Rulof todavía no es más que...
Claro, ya les gustaría.
Señoras y señores, les agradezco sus hermosos sentimientos.
Hasta el domingo por la mañana.
Adiós, corazones.
(Suenan aplausos).