Noche del jueves 11 de septiembre de 1952

—Buenas noches, señoras y señores.
(Gente en la sala):

—Buenas noches.
—Antes de que empiece con las preguntas —tengo aquí grandes mapas, veo— desde luego que tengo una sorpresa para ustedes, aunque todavía no esté lista del todo.
El pasado martes recibimos aquí... y se estrena en Ámsterdam.
Yo solo tenía cuarenta y claro, volaron.
Porque el 28 de septiembre por la mañana recibirán en Diligentia ‘Jeus III’.
Porque están secándose en la imprenta.

(Bate las palmas).

Así que ha salido ‘Jeus III’.
Si quieren tener veinticinco, háganlo saber enseguida.
Y no cuestan diecisiete florines y medio, porque yo contaba con ese importe, sino que nos hemos inventado un truco y ahora no cuesta mucho: 13 florines y setenta y cinco céntimos.
Así que eso es un ahorro de cuatro florines para la madre, la mujer.
El libro vale 100 florines, de eso no se trata, pueden gastarse tranquilamente cincuenta florines por un libro, no importa, entonces ya los gastaremos en otra cosa.
Pero de eso no se trata.
Así que luego, señoras y señores, tendrán ‘Jeus III’.
Y entonces ya podré parar tranquilamente, en el fondo ya tendrían todo.
(Señora en la sala):

—La cosmología, ¿es que no nos la va a dar?
—Si tiene usted cien mil florines para mí, lo tendrá en medio año.
No cuesta más que cien mil florines, señora.
Resulta que ‘Jeus III’ es mi vigésimo.
Ahora tengo que volver a comenzar para que ‘Aquellos que volvieron de la muerte’, ‘Las enfermedades mentales’, ‘El origen del universo’, ...
Señora, son cinco libros, apenas cincuenta mil florines.
La cosmología tiene que ser algo muy especial.
Son... (inaudible) pero pueden escribirse otros veinticinco, treinta: medio millón.
Si se cumple mi sueño, que les he explicado, recibiré dos millones de la princesa Guillermina.
Pero todavía no me ha llamado.

(Risas).

¿Cierto o no?
Por la mañana, cuando desperté, había perdido dos millones.
Aquí se me hizo la pregunta sobre los sueños.
Digo: “He tenido un hermoso sueño”.
Y entonces recibí... —se lo contaré a la gente que aún no lo conoce—, soñé una noche mis propios sueños; los del otro lado siempre son diferentes y mejores, entonces tienes al instante un asidero.
Pero soñé que la princesa Guillermina —espero que lo oiga esta noche— me preguntaba: “Jozef Rulof, a ver si viene alguna vez, he oído hablar mucho de usted.
Yo también pinto”.
“Sí, lo sé”.
“Oiga, cuénteme a lo que se dedica en el fondo”.
Y yo que voy para allá, con el señor Van Straaten.
Llegamos a la puerta.
Le digo al señor Van Straaten: “Tú mejor vete a la cocina, porque aquí tienen sopa de pollo”.

(Risas).

Digo: “Porque eso no lo hemos tenido últimamente”.
Y él que se va a la parte trasera, por un callejón, y lo recibió el cocinero.
Pienso: a ese le va bien.
Y entro.
Y allí está la majestad.
Y entonces llegué donde estaba ella, digo: “Bueno, señora, es que...”, digo, “no dude en que nos tuteemos, así nos acercamos un poquito, ¿verdad?”.
Eso me pareció lo más divertido.
Y entonces dijo: “Claro que sí, mejor hagámoslo”.
Digo: “Está tan lejos si tengo que... ejem”.
“¿Cómo tenemos que...? ¿Qué tengo que hacer?”.
Digo: “Sé hacer todo”.
Y entonces viví un viaje con ella por el universo, planetas, estrellas, la condena, Dios, la Biblia.
La cabeza le daba vueltas.
Dos horas seguidas.
Y entonces me pude ir.
Y me dice: “Te voy a dar dos millones”.
Digo: “Le demostraré que los gastaré bien”.
Digo: “Y ya lo oirá”.
En primer lugar le enviaré todos los libros.
Le mandará un hermoso cuadro mío, de los maestros.
Y nosotros que nos vamos a casa.
Digo: “¿Te dieron sopa de pollo?”.
Y me dice: “No, no tenían”.
Pienso: ‘Pues, entonces yo también me he quedado sin mis dos millones... (inaudible)’. Y por la mañana me despierto y que viene mi mujer con el té, digo: “Dios mío, Dios mío, fuera de aquí ese té”.
Dice: “¿Y a ti qué te pasa?”.
Digo: “Anoche he perdido dos millones”.
“¿Dos millones?”.
“Sí”.
Y ese es el sueño mío.
Señora, si se cumple ese sueño, en medio año tendrá todos los libros gratis.
Gratis.
Incluso le añadiré cien más para que los reparta.
Ojalá fuera verdad.
Hay que ver lo raquíticos que somos, hay que ver.
La dama, la señora, ha... estuvo hace poco en el periódico con ciento setenta y cinco millones, que era una de las soberanas más ricas de Europa.
Señora, escriba, por favor, una cartita.
Que no le van a responder, no se crea.
Pero si tiene muchas ganas de tener la cosmología...
Señora, sintamos gratitud por que haya salido la parte número veinte.
Con la gente que ha ayudado, ha habido mucha gente que ha ayudado...
Los libros, las conferencias y todo lo que vamos haciendo por allí, todo eso está en ‘Jeus III’.
Y ahí está.
Y cuando luego lo tenga entre las manos, ya no me hará falta contar nada.
Usted también está encima de una silla, yo aprendí a conducir sentado en una silla, y ya se lo contará luego Bernard, porque él volaba subido a la máquina de coser, arriba, las ganas que tenía de vivir el drama.
Dijo: “¿Es que te has vuelto completamente loco?”.
Digo: “Sí, estoy loco”.
Digo: “Pero voy a hacerme chófer”.
“Voy a hacerme chofer”.
Y es lo que he llegado a ser.
Señoras y señores, vamos a empezar.
Aquí tengo...
Naturalmente, ya se encargarán ustedes de llevar esa mañana dinero en el bolsillo, ¿verdad?, y a ahorrar, rápido, porque, claro, este verano se lo han gastado todo.
A ahorrar.
“Estaba sentada fuera”, escribe alguien aquí, “en una terraza”, ¿lo ven?, “y me quedé mirando a una chica”.
¿Acaso era un hombre?
¿No ha sido esto un hombre?
¿De quién es?
Ah, gracias a Dios, de una señora.
“Estaba sentada fuera, en una terraza, y me quedé mirando a una chica que pasó en bicicleta.
Por la espalda tenía una raya ancha, de color violeta.
¿Qué puede haber sido eso?
¿Es una irradiación, o es una ilusión óptica?”.
Señora, no llevaría un par de copas encima, ¿verdad?
Mire, señora, eso es algo que se puede percibir en cualquier sitio, porque cuando el ser humano camina por la naturaleza y va... un destello momentáneo... el ser humano pasa, por ejemplo, de la sombra a la luz, y llega a ver centenares de miles de fogonazos.
Y esto no es precisamente algo que puedo tratar más a fondo, porque no es nada.
¿Le importa?
(Señora en la sala):

—Una raya ancha, así, pasando por...
—Bien, aunque fuera el sol, señora, eso tampoco me diría nada; porque todo eso se puede vivir en el exterior.
Pero si alguna vez ve otra cosa, no dude en consultarme.
Ah, aquí detrás hay más texto.
“A veces oigo historias sobre platillos volantes”, el maestro Zelanus habló de ello la semana pasada en Ámsterdam, “¿podría decirnos qué clase de fenómeno es este?
¿Tiene que ver con armas de guerra o es un fenómeno natural?”.
Ahora se lo repetiré.
Yo, por cierto, ya lo sabía desde hacía tiempo, de eso no se trata ahora.
Vamos a ver, señoras y señores: ¿qué es un platillo volante?
Porque Jozef Rulof lo sabe todo, ¿verdad?
Llegamos a los platillos ardientes pasando por las blasfemias.
Señora, señor, ¿qué es un platillo volante?
¿Qué será?
Los eruditos se vuelven locos y terminan dementes, ya solo por esos horribles platillos volantes.
Pero ¿qué es?
En el universo los ángeles están jugando a las cartas y entonces de vez en cuando sale volando un destello de esos.

(Risas).

Y después, cuando ve a cinco, seis, siete, así juntos, están jugando a las cartas, echados unos junto a otros.
Señora, son reflejos de luz, producidos por campos magnéticos.
¿Verdad? Así lo afirmó el maestro Zelanus la semana pasada.
Dio una sorprendente explicación al respecto.
Usted quiere que se le aclare todo eso; pues entonces debería preguntárselo a él, porque es un problema cósmico.
Pero está relacionado con el desarrollo y el crecimiento del universo, y para el mismo.
Dice: “La única posibilidad que hay, y eso lo sabemos, claro, sería que el otro lado se manifieste, que sea una materialización, es posible.
O sea, una personalidad en el otro lado, el maestro Alcar o el maestro Zelanus, podrían dejarse ver en el universo, sin problema alguno, por las fuerzas del universo.
Habrá leído sobre el plasma espiritual, ha leído usted ‘Los dones espirituales’.
La densificación del aura humana, esta también ya se puede densificar en el universo.
Y eso ya ocurre por las leyes de la naturaleza, porque cuando empieza a haber bochorno, esta noche volverá a tener un delicioso chubasco.
Y entonces llegará ver —eso también ya lo hemos explicado aquí— el origen de las creaciones, porque así son, así es como Dios empezó Sus creaciones.
Primero no hubo nada, entonces hubo nieblas y después aparecieron las densificaciones, a continuación esas nubes se separaron y surgió la vida embrionaria en la luna, y así también empezó la tierra.
Ese mismo problema lo puede ver en el universo.
Se convierten en densificaciones.
Así que una personalidad astral podría... podrían dejarse ver con millones más.
¿Y por qué no lo hacen?
Bueno, eso no es cosa nuestra.
A Cristo lo asesinaron, lo asesinaron porque apareció con milagros divinos.
Los milagros ya no sirven.
Si se le volviera a clavar al Mesías en la cruz, ¿que iba a hacer la gente en el otro lado, los maestros, o quienes fueran, qué iban a hacer con milagros?
Pero podría ser, dice el maestro Zelanus.
También el cuarto grado cósmico, vive en esto, atraviesa el universo así, podría densificarse por nubes.
Ese plasma puede desplazarse tan rápidamente, dice el maestro Zelanus, en un solo segundo del polo norte al polo sur.
Y entonces es un reflejo solar, que ves de pronto allí, zas.
Se detiene, entonces también ha desaparecido el empuje allí, y es un reflejo, la imagen invertida de aquello que en el universo se densifica, se edifica y produce leyes.
Se materializan.
Es un aura, es un plasma.
Es una imagen inversa de una verdadera fuerza.
Y así puedo seguir, dice, hasta el infinito, y entonces seguirá sin saberlo usted, pero requiere un libro para explicar todo eso.
¿No le parece divertido?
Y los eruditos... y los eruditos... y los eruditos...
Y los aviones persiguen un cacharro de eso, y entonces lo tienen allí y de una vez lo apartan.
Pero es que no llegan a saber para qué.
Digo: “Doctor, venga, le daré una explicación.
Lo sé desde hace muchísimo”.
Nunca nadie me lo preguntó, así que no lo voy a tratar más en detalle.
Hay tantas cosas más que sé, y eso tampoco me lo preguntan ustedes.
Vaya, vaya.
Aquí tengo: “Estimado señor Rulof, ¿me permite preguntarle...?” ¿Qué es esto?
“Un niño sin estudios que jamás aprendió ningún otro idioma, ahora habla una lengua extranjera; no quiere tener que ver nada con ello y aun así siempre vuelve”.
¿De quién es esto?
Señora, esa criatura es mediúmnica.
Y es muy sensible.
Pero hay dos posibilidades.
Puede ser que el mundo astral viva y hable en esa personalidad.
Pero supongo que está hablando el subconsciente, la vida anterior de esta personalidad.
En esta vida estoy dedicándome con determinación a Egipto, he vivido allí.
Solo tienen que leer ‘Entre la vida y la muerte’.
Y si yo no lo hubiera visto, tampoco lo aceptaría, para eso soy demasiado pragmático y agudo.
Pero mis fuerzas son incuestionables, al igual que es incuestionable cuándo me viene emergiendo ese Dectar.
Y eso siempre es severo, duro; porque allí todo es severo, duro.
Si uno vende humo en esta cosas y te quieres poner a agitar los brazos y a planear, el ser humano jamás llegará a conseguir nada en este ámbito.
Todo esto tiene que tener lugar al cien por cien.
No entrar en las cosas es imposible.
Aquí hay que tener siempre la realidad, o aparecerá un abismo o un boquete, y es por esa apertura por donde descenderán los seres.
Basta con que relean ‘Dones espirituales’.
Esos sacerdotes de allí andaban por la calle sin cabeza; iban buscándola, la llevaban bajo el brazo y dicen: “¡Mi cabeza! ¡Mi cabeza! ¡He perdido mi cabeza!”.
Había ocurrido durante ese desdoblamiento corporal.
Él también la había perdido, la espiritual.
Y ahora estamos allí ante problemas.
¡Si oyen eso!
Hay más gente que lo tiene.
Allí tienen sin ningún género de duda el fenómeno de la reencarnación; y por centenares de miles de fenómenos... por estos pueden constatar que los seres humanos hemos vivido cien millones de años y de veces en la tierra.
Si la criatura... si también...
La ciencia todavía es tremendamente pobre, la física, la psicología, la teología, la astronomía, la biología, la geología, etcétera; no lo saben.
Y si viene usted ahora, y a un patito...
Si toma una gallina y doce huevos de pato y el animal los empolla, la madre gallina se pondrá a gritar como una loca porque no sabe nadar.
Pero esos patos saben.
La ciencia dice: “Mira, eso es Dios”.
No, es esa reencarnación irrevocable.
Porque ese patito regresará, regresará muchas veces a la madre pato, para luego volver a abandonar ese estadio, porque esa es la reencarnación.
Los seres humanos sabemos poco de nuestras reencarnaciones, de nuestras vidas.
Bueno, sabe usted cuando...
Señoras y señores, voy a presentarles rápidamente un hecho y una ley de las que hemos hablado con frecuencia, y por los que les haré pensar de inmediato.
(Dirigiéndose a la gente en la sala):

—Pasen, señoras.
Siéntense, no hay problema, quedan algunos asientos libres.
¿Por medio de qué, señoras y señores, y sobre todo la gente de avanzada edad...?
(Dirigiéndose a la gente en la sala):

—Siéntense, caballeros, allí hay asientos libres, por allí.
¿Por medio de qué habla de inmediato la reencarnación al ser humano?
Y la ciencia vuelve a estar... convierte ese problema, esas tremendas leyes, convierte la ciencia en majaderías, líos animales.
No lo saben.
No lo saben.
(Hay bullicio en la sala).

Allí tampoco lo saben.
Señoras y señores, ¿qué es lo que nos permite ver de inmediato la reencarnación?
Señor Berends, ¿tiene alguna cosa más?
¿Puedo ofrecerle algo más?
(Dirigiéndose a alguien en la sala): Dígame, señor.
(Señor en la sala):

—Yo diría: por el sueño.
—Vaya, señor, eso se puede comprar en Egipto, pero ahora ya no.
(Dirigiéndose a alguien en la sala): ¿Qué deseaba, señora?
(Señora en la sala):

—Esa criatura que...
—¿Lo ven? Ahora van a volver a vivir una cosa.
Vuelven a no enterarse de nada.
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

—¿Deseaba algo más?
(Señor en la sala):

—La personalidad.
—Ya me lo imaginaba, ustedes no piensan, señor.
(Señora en la sala):

—¿Señor Rulof?
(Señor en la sala):

—Rasgos del carácter.
—No, señor, sí que estaba cerca, pero eso no es.
(Señora en la sala):

—Por la gente de color.
—¿Por la gente de color?
¿Quién dice eso?
Sí, señora, pero eso no es.
Pues, la semana pasada todavía hemos hablado de esto.
No aprenden nada.
Pero parece que no es tan sencillo.
¿No es así?
Uno salta así como así en una ley del espacio y entonces hay que saberlo.
Sí.
(Señora en la sala):

—¿Jozef?
—Dígame, señora.
(La señora dice algo inaudible).
—¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—... grados de los sentimientos.
—No, eso no es.
No.
Sí que es...
Si lo vuelvo a decir, me dicen: “Vaya”.
Pero así es como aprenden a pensar.
Hay un fenómeno muy agudo por el que tenemos que aceptar la reencarnación, aunque la ciencia no sepa sondear los fundamentos, verlos, entonces dicen: “Pues vaya”.
¿Qué es?
(Señora en la sala):

—¿El homosexual?
—Ya me lo imaginaba, ya estamos.
Y ahora no dicen todos: “Sí, pero ya estamos”, ¿no?
La homosexualidad.
El hombre que vive en el cuerpo y que acaba de salir de la maternidad no sabe qué hacer con ese organismo.
Son personas que dan pena.
Se dice: “Líos animales”.
Señoras, todos lo hemos sido.
Usted acaba de salir de allí, yo también.
Y todo el mundo.
Acabamos de salir de allí.
¿Quién quiere hacerme creer, como madre y padre, que es usted al cien por cien hombre, creador, y al cien por cien madre?
No se trata del creador, ese no hace más que dar una vuelta por allí... nosotros, los hombres, caminamos al margen y al lado de la creación.
Es la madre.
Hombres que... los hombres tienen que empezar a tener mucho más respeto por las madres.
Si son buenas, claros.
Pero esos sentimientos los volvemos a ver luego en el niño, más tarde.
En los niños se ve rápidamente, si uno conoce esa mirada y reencarnación, esas leyes; entonces es posible analizar todo en el ser humano, en el niño.
Pero esas leyes existen.
Y en ellas reside la reencarnación.
Y ahora si usted...
Entonces se dice “homosexualidad”, es la transición de la paternidad hacia la maternidad.
¿Siente usted lo sagrado que es ese estado del ser humano que vive en eso?
Una vez tuvimos aquí un hombre así, dice: “Gracias a Dios, me quita usted un peso de encima”.
Digo: “Sí, señor”.
Igual que blasfemar, hace poco.
Aquel señor que dice: “Ay, ay, ay, menuda bestia que he sido en mi vida, pero ahora no he blasfemado, qué gusto.
Sí, señor Rulof, a los maestros les voy a dar flores”.
Digo: “Le creo”.
Pero a ese señor lo ponen tieso de insultos —cuando el ser humano se entrega a sus sentimientos y son así—, bueno, ¿a dónde lleva eso?
No pueden remediarlo.
Siguen siendo al cien por cien madres y andan con un organismo creador, no saben qué hacer con él.
El idioma y la ciencia, el diccionario dice: “homosexual”.
Resulta que el hombre, y la madre, de pronto quedan estigmatizados.
Y todos lo somos.
Todo el mundo tiene que atravesarla.
Porque eso son los siete grados para la paternidad y maternidad.
De eso la ciencia no sabe nada todavía, señor, ni tampoco lo acepta.
Y luego, cuando se haya llegado a ese punto, y la psicología se haga espiritual y espacial, dirán: “Dios mío, en 1952 ya daban conferencias sobre eso”.
Los libros ya están.
La homosexualidad no existe, porque es la transición hacia la sagrada paternidad y maternidad.
Señora, ¿está aprendiendo otra vez algo esta noche?
(La señora dice algo inaudible).
¿Merece la pena?
Y ahora los dones.
A partir de esa personalidad...
Todos sabemos francés, alemán, inglés, conocemos todos los idiomas de la tierra, chino, japonés y todos.
Pero viven en nosotros.
Desde el instante que se nos abrieron los ojos la reencarnación, la última, nos abandonó.
Hay genios para los idiomas y se dice que hay gente aficionada que aprende idiomas.
Un chico de nuestra calle, allá, cuando yo era todavía conductor, un muchacho del carnicero se puso a estudiar idiomas, en cuestión de cuatro, cinco años dominaba dieciséis; y él podía con ellos, porque seguía con ambos pies en la tierra.
Dieciséis idiomas en cinco años.
Un muchacho del carnicero.
Era carnicero, dice: “Ese muchacho mío tiene... es un genioficionado”.
Señora, señor, y así es como tenemos arte.
Unos ya lo hacen cuando apenas se van arrastra...
Mozart se va arrastrando hasta el piano, y lo hace.
Yo pensaba antes, aunque mis hermanos y mi madre no lo supieran; mi madre lo sabía, Crisje lo sabía.
Y otro también lo tiene, es la reencarnación.
Pero la ciencia dice: “El ser humano como alma aparece por primera vez en la tierra al nacer”.
Ahí estamos.
Tan profunda y consciente es ahora la psicología.
Un psicólogo, si ese hombre es médico, y además, catedrático, no se altera por nada ni por nadie, no conoce al ser humano, no se conoce.
Y nunca llegarás a conocer al ser humano.
La psicología es todavía material, corriente y moliente, pero él ni siquiera conoce la materia, ni el cuerpo, porque entonces ya tampoco hablaría de homosexualidad.
Entonces uno dice: “Ay, criatura...”.
A esa gente... he acogido a miles de personas, digo: “Señora, usted no lo es; y el señor tampoco”.
Digo: “Pero ahora tiene que intentar sintonizar su sentimiento con eso, para ser madre, para ser madre de verdad.
Tiene que intentar usted tener un bebé.
Entonces subirá de inmediatamente un escalón, por ese nacimiento, entiende, ¿verdad?
La conducirá de inmediato a lo hermoso, a lo poderoso; por el bebé tendrá usted de nuevo la maternidad y entonces por sí solo le llegará el sentimiento, la conciencia como madre, por ese nacimiento, portando ese niño.
¿No es poderoso?
Es más sencillo que nada.
Y esos eruditos se quedan detenidos, y no lo saben.
Y así las ciencias espirituales todavía son migajas, todavía tienen que poner los primeros fundamentos esprituales.
Fundamentos espaciales, un fundamento divino, la voluntad, eso es... esta noche pongan un fundamento divino, adelante, es la respuesta divina, espacialmente divina, y eso es: es usted padre y madre, estoy viviendo, porque el alma, que es el ser humano, es Dios.
Y esa alma dice, Dios: vivo en ambos cuerpos.
Y ahora pónganse a escuchar la radio, tomen la Biblia y entonces escuchen y lean.
¿Qué sabe el señor Spelberg, el doctor Spelberg, y qué saben los católicos, qué sabe el catedrático, el doctor, el sacerdote, de Dios?
Señora y señor, aún están en ese paraíso de allí, solos.
Bueno, esta noche mejor no me adentro más en eso, si no se reirán demasiado.
Allí siguen con esa serpiente y ese peral; no eran manzanas, eran peras.

(Risas).

Eran limones.
Había también peras rojas, dulces, amargas y Adán supo exactamente dónde estaba la más rica, con un colorcito rojo.
Tampoco es que fuera tan lelo.
De eso no se trata.
Los eruditos siguen ante esas leyes, y siguen sin aclararse.
El teólogo es más pobre, más pobre, más pobre que una rata.
Humanamente inconsciente.
Y se atreven a hablar de Dios, y del espacio.
Señora, esto es puramente una reencarnación.
Aquí es donde emerge el subconsciente.
Mire, si... y puede darse cuenta...
¿Qué edad tiene el niño”.
(Señora en la sala):

—Once.
En realidad tiene...
—Claro, ya me lo imaginaba.
Pero uno se puede dar cuenta a medida que... cuando el otro lado trabaja —ahora aparece la sensibilidad, porque ese sentimiento ya está—, entonces sigue habiendo, incluso, ahora, influencia.
Y entonces se puede estar en contacto.
Y allí...
Mire, y ahora soy así: me habría vuelto completamente loco si no hubiera tenido un freno para mí mismo.
Cuando la gente venía a mi casa en esos años y eran tal y cual, y así y asá, pensaba: ‘¿Cómo es posible si ha leído usted todos esos libros?’.
Y tengo otros cien mil más en mí, por no hablar del maestro Zelanus, entonces no se puede decir más que: “¿Cómo lo soportas?”.
La gente me lo dice: “¿Cómo lo sigue soportando?”.
Digo: “Señora, tengo un freno”.
Y no me vuelvo loco, usted sí, yo no, porque usted no piensa.
Voy a seguir todo el tiempo hasta haber llegado, una sola cosa.
Y cuando lo haya superado, señora, será una posesión.
Entonces albergaré más espacio.
Eso no me molesta.
Siempre tengo que encargarme —eso me decía el maestro Alcar, que tanto me enseñaba— hasta haberte quitado todo de encima.
A eso se le llama meditar, revivir.
Y ahora va a comenzar con usted misma.
Si esa voz, ese idioma...
Es lo que pienso yo.
Ese idioma ¿es capaz de servirme y de ayudarme?
¿Me sirve para ganar algo de dinero?
¿No?
Pues entonces lo tiro por la borda, no me sirve de nada.
Y esa es la voluntad de usted.
¿No es así?
Tan sencillo como eso.
Pero la gente... hay gente que quisiera escribir, y le gustaría lo otro, también en este ámbito.
Digo: “Señora, si le apetece estar loca, pues siga”.
¿Qué significan esas cosas si a uno mismo le causa problemas?
¿Cuántos espiritualistas no están en los (centros psiquiátricos como) Rosenburg?
Y allí están ahora.
Sí, sí, y entonces se ponen a escribir, sin más.
Sí, dice: “Sí, ya me encargaré de mi hijo”.
Digo: “O sea, ¿al manicomio?
¿No dice ese lo mismo?”.
Tenemos que aprender a pensar.
Las cosas peores, interiormente, espiritualmente, que sentimos y vivimos, pueden salir.
Primero tenemos que ponernos a preguntar: ¿qué quiero?
¿Qué amor me quieren vender allí?
El que puedo encontrar sin más por la calle no vale un pimiento.
Por el amor y la felicidad hay que luchar, por la conciencia hay que luchar, hay que pensar por ella.
Y si se dice: “Mañana comenzaré con ello”,
mañana es el otro lado.
¡Vive usted en el otro lado!
No hay “mañana” en el cosmos.
Alguien dice: “Mañana comenzaremos con ello”.
Mañana estarás loco, serás pobre, mañana ya no hará falta: es ahora cuando estamos ante el Gólgota.
¿Qué quiere?, ¿qué desea?
Su palabra, con la boquita abierta, y ya lo sé: su tarjeta de visita ya está encima de la mesa.
¿Cierto o no, ingeniero?
¿Qué dijo su catedrático de eso?
Eso no lo sabía, ¿verdad?
(El señor dice algo inaudible).
¿Entiende lo sencillo que se pone esto?
Puedo seguir sobre ello, pero entonces va a ser un clase muy densa.
¿Está contenta?
¿Dice usted que...?
(Señora en la sala):

—¿Me permite hacerle una pregunta?
—Claro.
(Señora en la sala):

—Sobre el maestro Alcar... (inaudible) ... si en ese caso aquí no estuviera ningún maestro Alcar que, bueno, pudiera decirme...

(Eleva la voz).

... y que aun así quiere venir.
Quizá no le he comprendido bien a usted.
—Mire, si lee ‘Dones espirituales’...
Tengo un maestro que se llama Alcar, sí, señora, por lo visto me tocaba hacer algo por este mundo.
(Señora en la sala):

—Bueno, a mí se me permite...
—Cada ser humano es mediúmnico, sensible: todos.
Puedo convertirlos a todos en instrumentos, solo que no lo hago porque no quieren pensar y de todas formas no harán lo que quiero.
Puede convertirlos, como les he dicho, de golpe, en un segundo, en sanadores, sanadoras, y que sean hachas, igual de fuertes que ese hombre en Inglaterra, igual de fuertes como lo he vivido yo.
Pasamos por encima, y de las heridas, había unos agujeros así en las piernas: se cerraron a la primera.
Eso ustedes también lo pueden hacer.
Si hacen lo que quiero y lo que quieren ellas.
Pero ustedes no tienen fe.
Quizá.
Dice: “Quiero”, señora, pero entonces es que todavía no existe por dentro.
Y después dirá: “Haré”.
Pero entonces por dentro sigue habiendo un cepo de antes que no quiere colaborar.
Y así es el ser humano, la personalidad, fragmentada.
Viven en la conciencia diurna.
¿Sabe usted cuál es mi felicidad, señora?
No tengo nada.
Pero todos ustedes tienen algo.
Y en esto no tienen que ser nada, no tienen que querer ser nada, entonces llegarán a ser algo.
A mí me pegan y patean, me calumnian y cotillean y parlotean sobre mí; pero no me hacen nada.
Hay gente que cuando las miras a la cara y solo les dice algo: zas, allí están los libros.
Siete años de estudios por la borda, así, sin más.
Ya están tocados.
Señora, esa gente necesitaría una buena paliza.
Pero me contendré.
Digo: “A ver, para acá, lo que necesitan es una buena tunda”.
He recibido una palizas y patadas tan tremendas, no, patadas no: fueron zarpazos del maestro Alcar, me dice: “Vaya, ¿tengo que dejar que te traten como a un niño y como a un loco?
Entonces esto, o lo dejo.
¿De verdad quieres pensar?
Entonces puedo seguir”.
Digo: “Sí, por favor, ¿qué tengo que hacer?”.
“Entonces esto y nada más que aquello”.
Dos semanas con un solo problemita, un día tras otro.
¿Hago esto bien? ¿Hago aquello bien? ¿Lo superaré? ¿De verdad?
Y a seguir.
Así es como tenía que apañárselas conmigo ese pobre maestro Alcar.
Pero pude hacerlo.
Sé escuchar.
Sé hacer algo.
Y es lo que quiero: hacer algo.
Y, además, en primer lugar: no quiero pensar mal sobre el ser humano.
Para mí el ser humano es una vida divina.
Ese carácter a mí me resbala.
Y esa personalidad que hay, o la señora tal y cual, y el señor tal y cual, a mí me resbalan.
Todo eso es vida.
Así es como vivimos en el otro lado.
Así son los maestros, y así fue Cristo.
Y ahora se dice: “Ya, pero nosotros no tenemos ningún maestro Alcar”.
Tienes a Cristo en lugar del maestro Alcar, ¿qué quieren?
Pues, sí, ahí estamos ahora.
Señora, debería aprender a hablar con el Mesías.
Yo puedo hablar con Él a cada instante.
¿No lo cree?
Pero no así como así hacia ese Omnigrado de allá.
Sino que entonces lo tengo a Él aquí, es cuando lo veo como ser humano aquí, tal como Él vivió aquí, de lo contrario a Él no lo consigues.
Y entonces no tiene que empezar usted con “usted” y “le”; hay que decir: “Oye, ¿cómo te va?
Cuando estabas aquí de niño”.
No vas a hablarle de usted a un niño, ¿no?
Porque ahora Cristo es un niño.
Y entonces lo verán a Él.
Y así eso viene por sí solo, lo verán a Él automáticamente.
Todo será de una poderosa sencillez, pero emocionante de forma sagrada, señora, que cada día uno mirará a Dios en pleno rostro.
Basta con que empiece usted con ello.
No se puede hacer nada con el ser humano si dice, irrevocablemente: “Empiezo”.
Pero el ser humano sigue estando fragmentado.
Para ese carácter no ponen fundamentos.
¿No es así?
¿Que el ser humano es fuerte?
“Hurra”, dicen, “¡y yo haré esto!”.
Y cuando llega la hora de la verdad, ¡pum!, allí se quedan tirados.
No se fíe de nadie.
Yo solo confío en la vida.
El maestro Alcar tenía que fiarse de mí.
¿Sabe usted cuántas palizas he recibido?
Eso lo leerán enseguida en ‘Jeus III’, ese luchar de verdad, luchar por poder vencer las estrellas y los planetas.
Yo no asalto los cielos.
Yo asalto el universo, lo he atravesado.
No me pregunten si...
Cuando hayan terminado de leer ‘Jeus III’, deberían preguntarme... deberían ponerse a hacer preguntas luego: “¿Cómo lo ha atravesado?”.
Bueno, entonces aquí se desangrarán por la noche.
Divertido, ¿no?
Y “no tengo ningún maestro Alcar”; señora, fui en un momento dado al maestro Alcar ya ni lo miraba a la cara.
Digo: “Y no quiero saber nada de usted.
Voy a seguir, más alto”.
Y entonces clamaron en el universo: “En la tierra hay uno que ha despertado y que ha entablado una lucha con el Mesías”.
Digo: “Y ustedes pueden irse al cuerno”.
¿Que si es duro?
Digo: “Aquí se trata de vida o muerte, de un hombre que tiene que morir y de una mujer y un niño.
Y para eso quiero morirme.
Porque dijo: Quien quiera aceptarme aceptará lo Mío”.
Digo: “¿Él dijo eso?”.
Digo: “Maestro Alcar, ¿usted qué dice?”.
Dice: “Sí, entonces tengo que llevarlo a usted conmigo”.
Digo: “No, Él mismo tiene que venir”.
Digo: “¿Ha vivido un Cristo en el mundo?”.
Ese ser humano, Cristo, ¿ya no se interesa por los judíos en Jerusalén?”.
Señora, póngase a luchar así y le da un patatús.
Mañana le daría un ataque al corazón, porque no confía en usted misma.
Yo sí.
Y entonces vino Él, llegó Cristo.
“¿Me has llamado?
Jeus, Jozef, André, ¿todavía me conoces?”.
Digo: “Sí, te conozco”.
Eso lo podrán leer, escuchar, más adelante.
Es cosmología, señora, puede escucharlo en la cosmología.
Pero entonces se trataba del universo entero.
Entonces se trataba...
Digo: “¿Soy un instrumento o no?
Y si piensan que lo soy, los adelantaré, porque ahora tiene que venir el propio Jefe”.
En la guerra me quisieron enviar a Alemania, se lo he contado, eso también estará en ‘Jeus III’, y entonces mandé una notita al espacio, tan pancho: “Hoy búsquense la vida, mañana ya iré a Adolf.
Vamos a comenzar con ‘Dones espirituales’”, porque el maestro Zelanus lo había contado, “o me iré a Alemania, porque allí también viven criaturas de Nuestro Señor”.
Eso a mí me importa un...
Sí, voy a sumergirme, voy a entrar en la clandestinidad, en cuatro años, cuatro, dos años, tres años no voy a hacer nada.
¿Escribir en un rinconcito?
No, me tiraré encima de Adolf, y del Satanás mismo si hace falta.
Y el diablo... lo soy yo mismo.
Mire, y entonces envié a los ángeles...
Digo: “Maestro Alcar, ahora búsquese la vida, son ustedes enviados de Cristo, maestros: ¡demuéstrenlo!”.
Y entonces supieron... lo oyeron millones de personas en las esferas: André está en ello y está desafiando al maestro Alcar.
A las diez y media.
Y un solo segundo más tarde el doctor De Ruyter ya entró en contacto y oyó: “Vete a Jozef Rulof”.
Igual que yo: “Vete a La Haya, vete a Johan, vete a Bernard”.
“Vete a Jozef Rulof, vete a Jozef Rulof, vete a Jozef Rulof”, y estaba fijado; y a las tres y media lo tenía delante de mis narices.
Y entonces me fui a la cama, tenía un cáncer sangrante.
Me dieron huevitos y leche de Hitler y estaba estupendamente, señora, los cielos habían dado su bendición.
Pero mejor lo dejamos aquí, ¿no?
Si quieren recibir la fe y el saber, y empezar a hacer algo por ellos, señoras y señores, entonces accederemos enseguida a las máscaras y los seres humanos, y entonces el ser humano llegará a despertar.
No vayan al maestro Alcar, señora, porque él es mío.
Y él no les puede ayudar, porque dice: “Con uno solo ya me basta y sobra”.
Porque ese Jeus era terrible.
Era demasiado revoltoso y agitado.
Casi estallaba por dentro de tanta fuerza.
Y entonces, bueno, pues me iba del garaje, cruzaba el bulevar, volvía, estaba un poco cansado y había vuelto a frenarme.
Ahora lo hacemos con sabiduría, lo hace con pinturas, con los libros y con todo.
Qué divertido, ¿verdad?
¿Ya sabe bastante ahora?
Gracias.
(Señor en la sala):

—¿Señor Rulof?
—Dígame.
(Señor en la sala):

—¿Me permite que le haga una pregunta más sobre esto, una cortita?
Dijo usted hace un momento: si una madre da a luz a un niño, que así... se elevaba su estado emocional.
Pero ¿qué pasa entonces con alguien que tiene el organismo masculino y que para ello tiene propiedades maternales? ¿Cómo tienen que verlo ellos en esta vida? ¿Continúa y sigue siendo así porque es que es imposible que él se eleve más, a diferencia de esa madre?
—¿En esta vida?
(Señor en la sala):

—En esta vida.
—Miren, señoras y señores, ahora vamos a hablar de la homosexualidad, claro.
(Señor en la sala):

—No, solo un momentito, oiga.
—En la paternidad hay siete grados.
Uno no es...
Digamos que usted, señor Berends, está en el grado más elevado, todavía no está listo con la tierra, la madre tierra lo mantiene todavía apresado, es el ciclo de la tierra, tiene que vivir usted el planeta plenamente como madre.
¿Entiende?
Así que entonces aquí (quizá Rulof esté dibujando en la pizarra), tienes siete vidas como hombre, y de pronto uno llega aquí, y después vuelve, y entonces hay que salir, y entonces ya no tiene la fuerza creadora, porque el organismo materno, la conciencia materna es después de las vidas, de allí sale uno mismo, porque está descendiendo, así que uno sale de donde se crea a donde se desciende, y entonces uno está allí.
Decir ahora... ahora eres un hombre, todavía, aquí todavía eres hombre, y lo tienes, ahora voy así, pero tengo que ir asá, porque aquí es donde se es madre, esto es paternidad, esto es maternidad, esto es el ciclo, eso es un ciclo, oiga, esto va así, bien.
Pero la adopto aquí, aquí es donde tengo que hacerlo, porque aquí es maternidad, y entonces llegas aquí y te has hecho padre, y todavía eres madre, todavía te sientes madre, porque esas dos mil setecientas vidas, esas siete vidas que has tenido como madre es imposible sacarlas de uno mismo a hachazos: es una ley natural.
Y eso tiene que desangrarse poco a poco, tiene que disolverse por lo creador, lo creador en el organismo, y para el organismo, que adopta los sentimientos, usted, como personalidad, y entonces vive usted en ese cuerpo.
Poco a poco irá saliendo usted y entonces volverá a ser plenamente madre —¿entiende?— e íntegramente creador.
Entonces esos sentimientos de ser masculinamente maternal —eso es— saldrán de usted, porque ese sentimiento maternal se disolverá poco a poco, y se convertirá usted en hombre, en creador.
Y ahora vuelve a tener siete vidas, siete transiciones, esas son, es el universo, planetas de transición de otro planeta, de la luna a los planetas de transición es exactamente igual, cuando uno fallece adquiere realmente esos sentimientos universales, divinos, creadores, entonces son ustedes... entonces vamos de forma pura a esa paternidad encantadora.
Esa verdadera paternidad es servir a la madre y los hijos.
¿Entiende?
Así que el padre y la madre sirven ahora para reencarnación, para la nueva vida.
Y esa gente anda con eso.
¿Entiende?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Y son semiconscientes en la paternidad y maternidad.
El mundo dice: “Son animales”.
No son animales.
No miro a esa gente de mala manera.
Esa gente es como yo, igual, yo acabo de salir un momento.
Mire de otra forma a la gente.
No tienen que convertir las leyes divinas en perifolladas ni circos.
Ahí está.
¿No es así?
La sociedad escupe encima de eso.
La sociedad pisa encima de eso, les miran con malos ojos.
Señor, claro que marchamos, claro que necesitamos un punto de algo que nos irradie hacia allá, ¿no le parece también?
(Señor en la sala):

—Yo creo que sí, desde luego.
(Señor en la sala):

—Sí, reconózcalo sin problema.
Si somos nosotros de verdad, somos padres y madres, entonces ya es una maravilla, señor, pero acabamos de irnos de allí hace dos segundos; por la vida, por la reencarnación.
¿Entiende lo poderosos que son esos problemas, pero lo sencillo que se hace todo en realidad?
Yo he vivido esas leyes, señor.
Se las puedo explicar.
He hecho cien mil viajes con los maestros.
Sí, no está mal, cuando lo piensas todo eso ahora dices: “Dios mío, Dios mío, Dios mío, ¿cómo lo hemos aguantado?”.
Bueno, es que allí está.
Y nadie me lo quitará nunca ya.
Si comienzan, es que lo conseguirán.
Pero no sucumban por alguna que otra palabrita dura.
Hay gente que se siente tocada un instante, pfff, así, un soplo de aire.
Y luego resulta que luchan por Cristo, y que además recurrimos a todo, y entonces llega desde ese lado un leve soplo: pfft, adiós.
Y esos son los luchadores.
¿De qué le habrían servido a Nuestro Señor semejantes fantasiosos?
Pedro, Pedro —de eso también hemos estados hablando—, y Juan y Andrés, y ahora son sagrados.
Yo he hablado con Pedro, digo: “Tú también eras uno de primera”.
“No, es que yo todavía no estaba allí”.
Digo: “Caminar junto al Mesías y luego renegar de Él”.
Digo: “Yo también soy de ese tipo”.
Yo he visto a Juan, a Pedro, a Pablo, a Andrés, también he visto a Judas.
Con Judas..., por Judas lucho aún más que por Pedro, porque Pedro sucumbió.
Judas no, él dice: “He traicionado lo más sagrado que tenía”, iba a ahorcarse.
El maestro Zelanus le ha ofrecido esas conferencias, ¿qué más he de decir?
Cuando llega usted a esas leyes, señora, señor, entonces Dios estará a su lado, en su interior.
Entonces vivirá usted realmente feliz.
Y entonces ya no habrá desgracias, ya no habrá el estar equivocado, entonces solo habrá amor —va usted hacia lo equivocado, a lo que desintegra, al cotilleo, a las tonterías...— que dirá: “Fuera, a la calle, Satanás”.
Porque eso a uno lo conduce...
Solo escuchando ya es usted de la misma índole, del mismo grado.
Que nadie venga a verme a mí.
Antes, con Crisje, más nos valía que no se nos ocurriera.
Cuando ibas a largarle: “Bernard lo ha vuelto a hacer”.
“Claro, entonces será que tú empezaste”, decía mamá en esos casos.
“Sí, mamá, fui yo quien empezó”.
“Ya me lo imaginaba”.
Sí, y cuando había que pegar, bueno, pues entonces manteníamos los codos en alto, y así se pegaba ella misma, la pobre.
Y decía: “Ya, por allí no puedo pasar”.
Así que, bueno, eso hacíamos.

(Risas).

“Allí hay un gamberro, él ha hecho algo...”.
Señoras y señores, ahora voy a comenzar.
“Estimado señor Rulof”, vean, me estiman y todo, “quiero dar las gracias a usted y a los maestros por el amor y la paciencia que ha mostrado ante la audiencia y las preguntas.
Siento mucho que esté tan decepcionado sobre nuestro pensamiento”.
Sí, soy implacable.
No con todos.
“He asistido a muchas conferencias en Diligentia y a veladas en el edificio Conócete a ti mismo, y también he releído con frecuencia sus libros
Pero ahora, por fin, estoy empezando a intuir de alguna manera la profundidad.
Mejor no se desespere.
Hago lo que puedo”.
De modo que sí que he enganchado a alguien, veo.
“Todavía estoy en mi cuerpo material y me parece muy difícil pensar de forma abstracta o en el espíritu”.
De forma abstracta.
¿De quién es eso?
(Señora en la sala):

—Mío.
—“De forma abstracta”.
¿Es suyo, hermana?
¿Usted llama...?
¿Qué es...?
¿Piensa de forma abstracta?
(Señora en la sala):

—... bueno, eso es lo que una desea...
—Señora, ni siquiera es capaz de eso.
(Señora en la sala):

—¿No?
—No, no puede, de forma abstracta no puede...
Sí que se puede pintar de forma abstracta, pero no por eso es así.
A eso se le llama... el mundo lo llama “abstracto”.
Pero ¿qué es abstracto?
(Señora en la sala):

—Eso no es material.
—Señora, hermana, eso es medio...
Si tomamos un loco —¿entiende?—, sigue siendo consciente en su estado.
Pero si quiere usted lo abstracto tiene que estar más loca que loca, y ni así habrá llegado.
Porque lo realmente abstracto es lo verdaderamente astral.
¿Entiende?
Y aun así sigue siendo verdadero.
Pero ¿lo tiene usted?
Ya entenderá que esa palabra tiene espacio, tiene espacio.
El verdadero conocedor de palabras ni siquiera comprende lo que es lo abstracto.
La gente no entiende, señora, que cuando se habla de la muerte, y sobre morir, que no hay un morir, ni muerte.
¿Entiende?
Así le puedo despojar todavía de medio diccionario.
Fuera esa palabra, porque no hay muerte.
No se muere.
No se fallece.
No hay condena.
Y entonces podemos continuar y por fin Dios obtendrá luz para Él mismo.
Porque Él dice: “La humanidad en La Haya o en Holanda, o donde sea, tendrá un nuevo diccionario, Mi diccionario”.
Porque de este todavía no tenemos nada.
Lo que se ha hecho para el mundo literario, las facultades, las universidades, hermana, todo es algo abstracto que está semidespierto, allí no hay ni una pizca de realidad, no se puede vivir nada de verdad.
Nada, nada en absoluto.
(En alemán): El ser humano también muere.
¿No lo dije la semana pasada?
Por eso me detuve un momento ante esa palabra: “abstracto”.
Pero no voy a seguir más con ella.
Si siguiéramos, vería, sin embargo, qué es una palabra, una palabra.
Primero tiene que aprender a comprender palabras, y analizarlas.
Cuando el ser humano... esa calamidad... el ser humano escribe cartas, y entonces escriben así, y me pongo a leer, pienso: ‘¿De verdad que son ellos?’.
Señora, ni siquiera usted misma... usted misma no comprende lo que escribe, porque allí hay palabras que existen, cierto, pero eso no es.
Ni siquiera conoce el idioma.
Yo vengo del campo de Güeldres y tengo que enseñar el idioma a los habitantes de La Haya.
Jamás en la vida he tenido una página en las manos, pero yo siento la realidad de la palabra.
Así es como me han educado.
O sea, ¿por qué no lo hacen ustedes?
Sí, sí, allí están otra vez.
(Jozef continúa leyendo):

“... o pensar en el espíritu.
Ahora estoy volviendo a leer sobre Gerhard, el cochero, cuando está transformando su forma de pensar.
Y a él todo se le enseñaba poquito a poquito.
A Gerhard se le dijo: ‘Tiene que hacer usted comparaciones desde lo espiritual con lo terrenal’”.
Y eso, precisamente, es lo que les estoy enseñando.
¿Es que ustedes no son capaces de eso?
Hacer comparaciones con lo espiritual.
Si ya se asusta en este punto, hermana, ante algo que es real —pero se le dice que es verdad y usted no lo acepta— ¿qué quiere hacer entonces en el otro lado como espíritu, cuando haya salido de la materia?
Está usted ante esos fundamentos, ese muro frío, ese espacio es un espacio, es un mundo, está completamente frío como un Polo Norte, porque aquí ustedes también lo están.
El ser humano no despide calor.
En las palabritas, en el pensamiento, no hay calor ni amor ni espacio, todo es zaspumracazaspumpam.
Escuchen, ya tienen edad y entonces dicen: “A ver, déjalo ya, anda”.
Y entonces te sueltan un gruñido, y te darían ganas de...
Yo no, yo ya no pego a nadie.
Entonces te pegas a ti mismo.
Darían ganas de decirles: “Hijo, hijo, hijo, hijo”, pero entonces tienen ochenta años, y sesenta y setenta.
“Hijo, hijo, piensa lo que dices, anda, por favor”.
Primero hay que aprender el idioma y llegar a comprenderlo.
Donde nosotros decían: “Claro, ya te gustaría.
Estás loco de remate”.

(Risas).

“Tiene que hacer usted comparaciones con lo terrenal desde lo espiritual, y pudo ver”.
¿Y no son capaces ustedes ahora que han leído todos esos libros?
Vive usted en el otro lado.
Yo vengo desde el otro lado, tengo que volver a la tierra, yo, por todos esos empujoncitos del maestro Alcar —pronto lo leerán en ‘Jeus III’— perdí mi sentimiento terrenal.
Pienso: ya no me va a quedar nada.
Ya entenderán que de esos egipcios sucumbieron bastantes, porque entonces estaban aquí y ya no podían volver: ya no puedes volver cuando empiezas con esto.
Escuchar, sí, leer, también, siempre es posible volver, porque uno sigue estando ahí.
Pero yo tenía que salir.
Tenía que desdoblarme corporalmente, tenía que irme.
Y llegué a tener en mi interior tanto espacio espiritual que me quedaba sin aliento y entonces había que seguir.
Y entonces, en 1940, llegamos a estar ante ‘El origen del universo’, y me dice el maestro Alcar: “Tengo que parar, porque va usted a reventar”.
Así lo dijo: “Vas a reventar, sucumbirás”.
Digo: “¿De verdad?
Dice: “Puedo aportar cosmología”.
Pero por encima de esto aún no ha pasado nadie.
Ningún Sócrates, ningún Platón, ningún egipcio.
Porque, fíjense: todavía hay piedras que tienen que representar a los dioses, un viento, una noche, una deidad.
No, señor.
Sí, bien, es...
Estaban cerca, señor.
Una deidad: una piedra, un trocito de fuego y un trocito de luz: todos eran dioses.
Y es Dios.
Estaban cerca.
Pero era Dios, sin duda alguna.
Así que eso iba demasiado lejos.
Y entonces sucumbieron.
Porque no podían seguir.
Y entonces me desafiaron.
Pero de eso tampoco estoy hablando.
De lo contrario se convertiré en una conferencia, y todo eso vendrá luego.
Hagan ustedes mismos las pregunta cuando tengan en las manos ‘Jeus III’.
Pero entonces empezamos a pensar de forma esencialmente espiritual, según las leyes.
‘Vivo aquí’.
‘Estoy aquí en la tierra’.
¿Cómo piensan ahora todos los días?
‘Todavía estoy en la tierra’.
‘Vivo en la sociedad’.
‘Esa de allí es mi mujer’.
Ya te gustaría.
‘Y ese de allí es mi marido’.
Ya te gustaría.
Todo lo que tienen —ya puedo empezar— son bienes que han recibido hoy.
¿Tiene usted una mujer cariñosa, señor?
Quizá luego la pierda, porque puede ser que pertenezca a otra persona.
Hemos tenido millones de vidas.
Puedo ir, así, sin más, a soberanos y reinas, digo: “Esta que está allí es mi abuela, tengo algo que ver con ella, con aquella”.
Pero no te creen, señor Götte.
Y así todo son bienes prestados.
Ahora viven para la edificación.
Yo vivo en la infinitud.
Me da igual si me encuentro a mi familia muerta en la calle, porque iré por encima, dado que sé: llegarán a tener “alitas”.
El ser humano está junto al ataúd y llora hasta quedarse vacío, se pone un sombrero negro de copa y dice: “Sí, uuuu”.

(Jozef hace sonidos sostenidos de sollozos).

¿Cómo dice?
Digo: “No me haga reír”.
Con Hendrik el Largo, en el cementerio, estuve partiéndome de la risa, porque no estaba muerto, él mismo estaba entre los asistentes.
Y en la iglesia escribí: “Aspira esta botellita un poco, Jeus’, de la tía Trui.
Digo: “Allí también la tienes a ella’.
“Eso que lo hagan tus gallinas.
Yo, yo, yo sé...
Papá está aquí mismo”.
Y papá estaba contemplando su propio cadáver.
Dice: “Y encima que le dan la bendición, cuando soy yo quien la tendría que haber tenido”.
Y entonces supo de una vez por todas lo profunda que era la iglesia católica.
Señora, piense un poco sobre eso.
Pero primero voy a terminar de leer esa carta.
¿Siente lo poderosamente hermoso...?
Puedo empezar con cien mil problemas, y entonces dejo eso... solo con un par de palabritas.
Y entonces les contaré cosas poderosas y escribiremos de golpe otro libro.
Pero tengo que acabar con esa nota de usted.
Una sola palabra implica tantas cosas.
Sí.
Tiene que hacer usted comparaciones desde lo espiritual hacia lo terrenal, fíjese en eso un instante, así podrán aprender, señoras y señores, así todos podrán...
Y a todos los convertiré en escritoras y en escritores.
Si tienen dinero y se lo gastan ustedes mismos, claro.
Yo también lo tengo.
Pues entonces a trabajar.
Nosotros fuimos empezando con monedas de diez y veinticinco céntimos para publicar los libros.
Habíamos juntado mil cuatrocientos florines y entonces venía ese conductor de (la editorial) Mouton y decía: “Eso también es sangre”.
Digo: “Sí, eso es sangre”.
“Hurra, ha salido el primer libro”.
Y yo regalé setecientos, se me fueron de las manos de golpe, en dos días.
Y entonces el maestro Alcar dijo: “Si continúas así, no llegaremos nunca”.
Digo: “¿Por qué?
¡Los he perdido!”.
“¿Pues dónde está el dinero?”.
Digo: “No tengo dinero”.

(Risas).

Y entonces ya solo me quedaban trescientos.
Así que, señora, ¿cómo recupero mi dinero?
A empezar otra vez, los había perdido.
En lugar de que esa gente hubiera empezado a ayudarme... pero no he visto nada, ¿verdad?
Estaba tan contento de poder repartir mis libros.
Y más tarde tuve que dejarlo —es cierto, te detienes—, porque teníamos que seguir.
Con monedas de diez y de veinticinco céntimos, de un céntimo.
(Jozef continúa leyendo):

“Mejor tenga un poco más de paciencia.
Y, por favor, no se sienta tan decepcionado”, añade usted encima.
“Tengo muchas preguntas, pero todavía no vuelan a mucha altura de la tierra, se trata principalmente de mi profesión”.
No tengo nada que ver con eso, señora.
“Todavía no puedo pensar más allá, porque todavía no quiero hacerme ninguna ilusión”.
Y eso, ¿qué es?
Se hace usted Dios.
“No me hago ilusiones de volar a demasiada altura”.
Si vuela a demasiada altura, ya se caerá.
Sí, eso a la gente le causa desgracias.
Si la gente de aquí...
Hace años vino alguien...
A esa gente tampoco la veo ya.
Ya se fueron hace muchísimo.
Tampoco aguantan estar mucho tiempo con Jozef Rulof.
Ese hombre me preguntó una noche: “¿Podría estar también en las sesiones?”.
Entonces los maestros habían empezado a hablar.
Digo: “Sí, claro, ¿cómo no?”.
Ese hombre viene a casa: “Y ahora a ver si te atreves a decirme algo más.
¡El que manda ahora soy yo!
Puedo acudir”.
Digo: “¿A dónde vas a poder acudir?”
Y entonces me dice: “¿Qué ha pasado?”.
Digo: “Este sí que se ha vuelto loco”.
Entonces al señor le entró la locura soberbia, porque se le permitió acudir a las sesiones de los maestros.
Digo: “Señor, ya se está saliendo”.
Y se salió.
Miren, es cuando se apresuran a tomar la espada y a ponerse a dar sablazos.
Entonces se les coloca encima de un pedestal.
¿Entienden?
Cuando andas con esas condecoraciones de hojalata en nuestro reino, señora...
¿Cómo es que no andará esa gente así?
Es que siempre que me encuentro con un alto dignatario de esos, como un almirante, un general, siempre hago esto: pfft.
Digo: “Señor, eso es sangre”.
“Soy almirante, ¿es que no lo ve?”.
Digo: Señor, no tengo ningún respeto por esos cacharros asquerosos, sucios, pegajosos”.
Digo: “Tampoco ya por esos claveles.
Al clavel de Nuestro Señor también lo están contagiando ya.
Hay dos millones de personas atadas a eso”.
(Jozef continúa leyendo):

“Todavía no puedo seguir, tengo que aprender a pensar”.
Y ahora continúo.
Claro, la gente que vuelve a estar aquí esta noche por primera vez piensa: ese hombre está como una regadera.
Como una regadera.
Pero ya hablaremos.
Si tienen paciencia, claro.
“Me gustaría saber lo que es el reuma”.
Vaya, es una enfermera del hospital.
“En Inglaterra se han descubierto inyecciones analgésicas”, ahora voy a aprender latín, “butazoladinine, butazoladinine”, ¿no es así?
¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Butazolidine.
—Pero ¿por qué no lo dicen en holandés?
(Señora en la sala):

—No lo sé.
—Yo tampoco.
Pero ¿por qué ahora tenemos que...? ¿Por qué la cien...? Ah, así no lo comprendemos nosotros, claro.
Entonces no importa tanto cuando lees lo que contiene.
Pero de allí saldrá veneno, ¿verdad?
“Con eso, sin embargo, no se consigue combatir la causa de la enfermedad”.
Claro, ahora quiere tener usted un diagnóstico.
Entonces debería usted hablar alguna vez en el futuro sobre el reuma.
Si les parece bien a los maestros.
Porque yo, bueno, puedo analizar el cáncer, la tuberculosis, pero, oiga, señora, el reuma también se puede analizar así.
Y entonces también le ofreceré ejemplos y preguntas.
Pero de eso no estamos hablando ahora.
“¿Quiere usted contarme más sobre esto?”.
Luego, más tarde, cuando hayamos llegado a ese punto.
“La irradiación magnética, ¿tiene un efecto sanador de persona a persona, o son los rayos de determinados metales?”.
Señora, solo tiene que leer ‘Dones espirituales’.
“Todo lo que se hace por los demás es algo que se hace por uno mismo”.
Desde luego, señora, pero no si le robas veinticinco florines a otra persona.
“Aquí se me ha despojado de algo y no he recibido nada a cambio, eso no debe ser lo que pretenden los maestros con su doctrina, ¿no?”.
¿Qué quiere decir con eso?
(Señora en la sala):

—Lea un poco más, por favor.
—Ah, gracias.
“Permítame que cite un ejemplo.
Antes, cuando había lavado y cuidado a una parturienta y a su bebé, me decían: ‘Ah, que delicia estar tan fresca y cuidada.
Y hay que ver lo bien que huele el bebé”.
Sí, huelen bien.
Pero, ¿por qué, señora? ¿Lo sabe?
Hay madres, muchas madres.
Por qué huele su bebé...
¿A qué huele, señora?
Y entonces, ¿qué clase de olorcito es?
Se lo puedo explicar.
(Señora en la sala):

—Es imposible situarlo.
—¿Que no es posible situarlo?
Señora, todo se puede situar.
(Señora en la sala):

—Sí, usted, pero yo no.
—Cuando se va al cementerio, ¿qué huele entonces?
Y cuando siente el rocío, señora, ¿qué huele en el campo?
El nuevo nacimiento, la nueva vida, huele a fondo la vida no contaminada.
Huele más la vida astral que la material.
Esa carne todavía está sin contagiar.
¿Y a qué se debe eso, hermana?
(La gente en la sala habla a la vez).
Porque la criatura todavía no ha comido carne ni alimentos animales.
¿No lo sabía?
Y entonces llega usted a oler la irradiación de un bebé y decimos: “Ah, qué delicia de olor”.
Sí, señora, ahora huele usted la inmaculada inocencia, sí, sí.
En el espíritu pueden llegar a bullir muchas cosas, incluso podrías tener un psicópata.
El psicópata como bebé, señoras, tiene otra irradiación, así lo he vivido, ese diagnóstico hice, digo: “El niño se va a hacer psicopático”.
Después de cinco años ya lo vieron.
Dice él: “¿Por qué, señor?”.
Digo: “Lo husmeaba”.
Lo usmeaba.
Husmear no es lo mismo que humear, ¿no?
Humear y humear, entonces tenemos que ver con tabaco.
Señora, hermana, ¿no es interesante?
Conviértame en médico y tendremos una fiesta en el hospital y aprenderemos.
Ojalá tuviera esa posibilidad.
“Antes, cuando a una parturienta...”, cantémoslo otra vez...
(Dirigiéndose al técnico de sonido):

¿Me da un minuto más?”.
(El técnico de sonido):

—Yo se lo doy, claro... (inaudible).
—Ah, qué bueno.
—Antes, cuando había lavado y cuidado a una parturienta y a su bebé, me decían: ‘Ah, qué delicia estar tan fresca y cuidada.
Y hay que ver lo bien que huele el bebé”, madres, ¿fue así con todos ustedes?
“... y me entraba una cálida sensación de gratitud”.
Sí, lógico.
“Pero ahora siempre me asalta el pensamiento: ‘No se hagan ilusiones, madre y bebé.
Todo esto lo hago por mí misma’”.
Sí.
O sea, sí, yo también estoy trabajando aquí por mí mismo.
Pero si lo hace usted, señora...
Bien puedo decir: “Señora, con usted no tengo nada que ver, vivo para mí misma, también lo hago por mí misma, todo... no hace falta que me dé las gracias”.
La semana pasada no les di las gracias a las señoras por las flores.
Me fue así, sin más.
Pienso: ‘¿Lo entienden?’.
“Mmm”, dice otra persona, “el canalla ni siquiera ha dado las gracias por mis rosas”.
Esa persona no estaba ahora, pero antes así ocurría.
Señora, ¿por qué me da usted entonces flores si por la intensidad de enseñarle algo, me olvido de decir “buenos días”?
¿Qué puede ser ese “buenos días”?
Mire, así lo vuelve a tener otra vez.
Lo hace por su criatura, por su madre, por un hospital, por conocidos, la gloria pasa a la madre.
Señora, lo hace usted por usted misma, pero esa madre lo llega a ver y enseguida también comenzará.
Ahora lo tiene usted para sí misma.
Cuando llegue a conocer las leyes en el otro lado, ya no querrá tener que ver nada con “gracias” y edificación, ni con “señor”, ni con “ay, señor Rulof”, ni con “ay, Nuestro Señor”, Nuestro Señor ya no quiere tener que ver nada con eso.
Él dice: “Mejor conserva toda la sencillez del mundo y a acéptame allí donde todo empezó”.
Es cuando empezamos a aprender.
Si duda tiene que estar contenta de poder ayudar a la gente, es su posesión.
Pero también es algo que se irradia hacia la otra madre.
¿No cree?
Y si no es así, señora, algún día tendrá que empezar con ello.
Y entonces usted no tendrá que...
Tampoco hace falta que se sulfure ni que se altere, señora, hermana, por haberlo hecho.
No me hago ningún tipo de ilusión sobre poder hablar aquí y poder enseñarles.
Hay gente que piensa: entonces llegan a estar en una alameda, en un castillo y entonces ven a un catedrático.
Y entonces llamo a la puerta con la cara que se me cae a los pies y digo: “Señor, ¿qué pasa?”.
No tengo cuernos.
“Bueno, es que quería darle las gracias por el libro”.
Digo: “Señor, mejor no haga eso, porque quizá llegue un día en que quedarán arrinconados y entonces pisoteará esa obra”.
Pues, sí, eso también lo hemos tenido.
Hemos recibido flores, de cuatrocientas, quinientas rosas en una cesta de esas, y años más tarde, señora: ay, adiós, flores.
¿Por qué no quieren los maestros que se les dé las gracias?
¿Y por qué no lo quiere Cristo?
Dice: “Luego me iré de todas formas, luego pensarán de otra manera sobre mí”.
“Soy sucio, a usted no lo acepto.
No quiero tener que ver nada con usted”, dije aquí una noche, pero lo digo en serio.
Pueden tenerme de todas formas, porque me tienen.
Pero me quedo a la espera.
Esperaré unos pocos años.
Cinco años, siete.
Ahora ya llevo cien, ya me está tomando cien años.
En el otro lado, señora, me tendrá de inmediato, aquí ya no.
Porque no quiere venirse conmigo.
Tiene usted miedo a...
Bien, dice usted “sí”, que quiere, pero ay si aparece una pequeña nube, con una hoguera detrás: ay, ay, entonces se van corriendo.
He visto correr a muchos.
Señora, ¿cree usted en los castillos construidos en el aire?
Conviértalos en espirituales, con realidad, y deles una irradiación y una orientación.
(Dirigiéndose a unas personas en la sala)

Pasen, señoras, así podrán escuchar todavía unos minutos.
Y así verán y vivirán realidad.
La semana pasada dije: “Empecemos con los rasgos del carácter.
Empecemos por fin a convertirnos a nosotros mismos en realidad”.
Aprendan eso y se verán automáticamente de otra manera.
Y las máscaras estarán por los suelos.
¿No es instructivo?
“¿Instructivo?
¿Leer libros?”.
No, señora.
“¿Leer cien?”.
No, señor.
“¿Conferencias?”.
Bueno.
“¿De los maestros?”.
“Anda ya”, dice el maestro Zelanus, “¿de verdad se cree que yo pueda aceptar que tienen esa felicidad?
Eso hazlo tú.
Juntos lo convertiremos en cosmología.
Entonces los podremos acoger detrás del ataúd, uno por uno, y empezaremos”.
Y, oigan, si no a cerrar el pico.
Entonces le pondrán una hermosa túnica.
Mmm, allí ya están, los colorcitos los tiene el sastre, el sastre espiritual ya los está esperando.
Sí.
Y entonces hay uno que dice: “Pero ¿allí también se consigue pescado frito?”.
Digo: “Desde luego”.
Porque le encanta el pescado.
Digo: “Sí, en el límite de la tierra de odio es posible comer pescado, y también ginebra”.
Señora, ¿no es así allí detrás de las rejas?
En el otro lado todo es posible.
Pero todo eso te conduce a una personalidad muy diferente si no va acompañado de amor.
Y entonces tenemos que ver con Pepe Satanás.
Lo terminaré rápidamente.
“Y es tan egoísta, todo me parece así, hacerlo todo por ti misma.
Y el amor egoísta o propio no significa nada en las esferas.
¿Dónde me equivoco en mi pensamiento?
Tengo más preguntas, pero por el momento lo dejo aquí.
Muchas gracias...
Hermana Zwaantje (‘pequeño cisne’)”.
¿Es usted de la familia de los cisnes, señora?
No, ¿verdad?
Mire, si el ser humano...
Hermana, tiene usted... si hace todo eso, el mayor cumplimiento del deber posible, la espiritualidad que el ser humano quiere vivir en la tierra es el hospital, es la paternidad, la maternidad; en casa la madre para los niños es exactamente lo mismo.
Pero si está usted en el hospital, señora, acéptelos.
Pueden hacerse películas sobre eso.
Debería llevarme con usted mañana y dejarme jugar a ser enfermero allá.
Ya verá: en media hora los tendré a todos llorando; eso si añades algo que aún no conocen, si dices algo por el que un perro y un gato te acariciarían.
El amor de un perro, señora: este se muere junto a su amo en el cementerio.
¿Y por qué no ibas a poder alcanzar a un ser humano de esos que de todas formas ya está quebrado en un hospital?
¿Verdad que ha leído usted mi vida, la vida mía, cuando me encontraba en el hospital, cuando me convertí en Sientje, en la segunda parte de ‘Jeus de madre Crisje’?
Bueno, pues yo ya tenía...
El hospital no quería comerme, pero casi me devoraba.
Y todas las enfermeritas chifladas.
¿Y por qué?
Porque me era desconocida la desgracia.
¿Qué es estar enferma, señora?
La enfermedad se pueda curar, puedes hacer que se dilate.
Y a la hermana y al médico que andan por allí, a esa gente se le puede dar algo con los sentimientos de uno y el saber que uno tiene.
Y entonces empezarán a decir automáticamente: “¿Qué clase de ser humano es ese?
¿Qué clase de personalidad?”.
Y entonces uno ya recibe algo a cambio.
Y así nos vamos dilatando.
Es como nos embellecemos por dentro.
¿Qué más tenía?
(Señora en la sala):

—Sí, todo eso lo hace uno para sí mismo, ¿o no?
—Bueno, pues, yo también estoy haciendo las cosas por mí mismo, señora.
Y sí que recibirá usted algo a cambio.
Está usted dilatándose.
Todo esto lo hago por mí mismo.
Y a su propio hijo, a sus padres y madres también empezará usted algún día a...
Aquí tengo sentados a veinticuatro, madres y padres, e hijos de anterio...
Aquí tengo a dos hijos que vienen directamente de Turquía.
Y hay otros que todavía descienden de los hindúes.
También hay un par de negros (cuando se celebraron estas noches informativas, de 1949 a 1952, la palabra “negro” era una denominación habitual para alguien de piel oscura), pero estos ahora se han hecho blancos.
Señora, a ellos los voy a desarrollar.
Porque son mi sangre.
Todos ustedes tienen que ver con su propio núcleo en la tierra.
Ya no es posible eludir al ser humano, porque todo lo que posee Europa y todo lo que forma parte de la humanidad procede de su sangre, de su vida, de su espíritu, no de su espíritu porque es una sintonización propia.
Y ahora hace usted eso para sí misma.
Todo eso lo hacen para otros también, señora.
No tiene que empezar a tener un complejo de inferioridad.
Mejor me como eso, cómase esas cosas buenas sin problema alguno, yo también lo hago; porque a fin de cuentas me lo paso pipa por poder darles algo.
Sí, eso conlleva satisfacción.
Pero no tengo que imaginármelo.
Señoras y señores, los espera el té.
 
DESCANSO
 
Señoras y señores, voy a seguir.
Aquí tengo: “Jozef Rulof, una pregunta rara: cuando Elsje y Erica...”.
Aquí hablamos de ‘Las máscaras y los seres humanos’, la gente que no haya leído todavía esos libros, claro, no entenderán nada de esto.
Pues, pónganse a leerlos si les interesan.
“Cuando Elsje y Erica, más tarde Frederik y Anna, se fueron a Egipto con René y Karel, ¿quién cuidó entonces de la casa, del castillo?”.

Señor Koppenol.
¿Qué quiere decir con eso, señor Koppenol?
¿Dónde se encuentra?
(Señora en la sala):

—Aquí.
—¿Se metió allí en un rincón?
¿De la casa? ¿Simplemente, de la casa?
(Señor en la sala):

—... Frederik... castillo.
—¿Cuando se hubieron desdoblado?
(Señor en la sala):

—Sí.
—¿Y mientras ellos dormían allí?
Señor, hay tanta gente que se desdobla corporalmente, que... entonces sí que sueñas, pero también pasa algo.
Y han salido del cuerpo por la noche mientras dormían, allí han vivido algo diferente, claro, bajo control.
Eso se controla.
El espíritu mismo, los sentimientos del ser humano mientras sueña...
Y pase lo que pase durante el sueño, sigue siendo un porcentaje equis en ese estado, en ese cuerpo, que vela sobre algo, sobre muchas cosas.
¿Eso qué es, pues?
Cuando duermen, señoras y señores, y siguen soñando mucho y hacen viajes...
En el Antiguo Egipto...
Yo también he asistido a eso; cuando salía de mi cuerpo, sí que permanecía algo —oigan, todo eso ya lo han leído— ... algo allí que continuaba velando.
Sí que necesitábamos ayuda porque empezábamos a tocar las leyes conscientemente.
Íbamos a la luna, al más allá, así que entonces uno empieza a pensar de forma consciente, y entonces tiene que haber aún más sentimiento que parta de ese cuerpo —ya se lo digo— para poder vivirlo en las esferas... porque si llegas allí con el cinco por ciento, no ves nada, entonces sigues con los ojos cerrados.
Y cuanto más...
Cuando pasas el cincuenta por ciento, se despiertan los ojos, se abren.
Así que la vida en cada célula de su cuerpo, el corazón, la sangre, el cerebro, cuida y vela el pequeño castillo, ese castillo: ese cuerpo.
¿Ha quedado claro?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Ahora lo sabe de una vez por todas.
Podía haberlo sabido.
“Porque ya llevaban algunos meses de viaje...”: entonces estaban materialmente de viaje.
Salieron físicamente al exterior.
(Señor en la sala):

—Aun así.
—Sí.
(Señor en la sala):

—¿Aun así?
—Aun así, sí.
Entonces fueron todos juntos a hacer ese viaje.
Y entonces no tenían que velar, quizá entonces mandaron a un viejo que cuidara el jardín, un vigilante nocturno para la casa, para que no hubiera robos, y durante el día...
Karel...
Karel estaba forrado.
Y entonces se iban de viaje.
Dejaban la casa cerrada bajo siete llaves, bajaban las persianas y la familia Wolff salía de viaje.
Materialmente.
¿No lo sabía?
(Señor en la sala):

—No, siempre pensé que...
—Sí, mire, ahora tiene que atenerse a lo que dice el texto y así se irá con él a Egipto.
Más tarde hicieron el viaje juntos.
Primero Frederik con René, y entonces liberarse los dones, volvió a haber contacto.
Exactamente lo mismo que lo que hizo el maestro Alcar conmigo, desde detrás del ataúd hacia acá, despertándome.
Ahora ya no a través de Oriente, sino de una silla, haciéndome chófer, porque ese fue el fundamento más profundo —eso lo leerán luego— por el que me consiguió.
Porque entonces me fui a sentar allí... esas tonterías encima de la silla también las podría haber hecho de otra manera.
Pero fueron los fundamentos para el antiguo Egipto.
Así es como fue poniendo sus fundamentos espirituales para conseguirme.
Porque así, al margen de lo normal, podía yo acceder —deberían leer cómo lo analizó el maestro Zelanus— a lo anormal, al margen de lo normal: hacerme chófer.
Dice: “Jeus lo hace justamente un poco diferente, al revés.
Avanza andando hacia atrás”.
Y entonces aprendí a conducir encima de una silla.
Pero es que esa silla era de hecho un coche.
Cuando lees ese capítulo y empiezas a entrar, ya todo el mundo tiene que estar convencido por ese acontecimiento de que me sentara en una silla.
Todavía lo veo sentado a Bernard.
“¿Tú qué te crees que vas a hacer?”.
Digo: “Esta mañana voy a conducir.
Voy a hacerme chófer”.
“Vaya, vaya, vaya”.
¿Cómo que “vaya”?

(Risas).

Digo: “Podré entrar a tu cuartucho, ¿no?
Tú mejor ponte a trabajar”.
Y yo que me siento encima de la silla: brrrum.
Ay, Dios mío, ya no soporta la ciudad.
Se vuelve loco de remate.
Eso es lo que deberían leer ustedes.
Pero el maestro Alcar continúa leyendo, me lo encontré en la calle Weteringkade.
Digo: “Tú también sabes hablar en dialecto”.
“Sí”, dice, “yo también hablo dialecto”.
Casje.
Deberían oír eso, deberían leer lo sorprendente que ha sido esa evolución.
Hay que ver el esfuerzo que han tenido que hacer con nosotros.
Sí, el sentimiento de Egipto estaba allí.
Y Frederik con René, exactamente lo mismo, pero ellos se fueron un momento a Oriente.
Allí había un iniciado.
Yo, con el hipnotismo y todas esas cosas, le puedo...
Entre comillas, hace poco les conté: el hipnotismo es peligroso.
¿Han leído ustedes (la revista) ‘Vizier’?
(Gente en la sala):

—Sí.
—Digo: mejor que no hicieran esas majaderías con un ser humano.
Ahora ven ustedes el peligro.
Y eso ya se lo conté el año pasado.
Digo: eso es tremendamente peligroso.
Ahora ya están surgiendo víctimas.
Incluso está interviniendo la justicia.
Jugar con el alma humana, Dios mío, Dios mío, Dios mío, ¿a dónde vamos a llegar?
Y entonces deberían mirar un charlatán de esos por allí.
“Ahora estás durmiendo”.
Yo, si es necesario, los puedo hacer dormir a todos, a quienes sean sensibles.
“Estás durmiendo”.
Y entonces dejan que una criatura de esas llore y baile.
“Hay fuego, hay frío”, y otro que paga.
Y se ríen: vaya, vaya, vaya.
Y ni siquiera saben por qué ríen.
Porque ocurren accidentes.
La sociedad primero tiene que enseñar al ser humano a no jugar con fuego divino.
Pero Frederik y René se pusieron a hacer un viaje, más tarde fueron a hacerlo materialmente, echaban el cierre, y a Grossglockner, a Turquía, una delicia.
Y entonces volvían y abrían otra vez la puerta, ese es el núcleo material.
Entonces llegaron.
Es cuando hay que...
Estuvo usted ocupado un rato con René y Frederik en el espíritu, y entonces apareció la familia, ¿verdad?
(Jozef continúa leyendo): “Si la conciencia diurna está dormida, entonces ya no tienen nada que contar a la tierra, o tendríamos que soñar en voz alta, pero ahora de día.
En relación con esa pregunta sabemos que todos poseen algo de esas personalidades, que vivimos como rasgos del carácter”.
Quiere decir usted toda la familia por allí.
Karel, todos.
“Si la conciencia diurna está dormida, ya no pintamos nada en la tierra, o tendríamos que soñar en voz alta”.
Quiere decir usted: cuando el ser humano está dormido... “la conciencia diurna dormida” quiere decir: el ser humano vive durante el sueño.
Pero el espíritu nunca duerme.
Ese espíritu está eternamente despierto.
Porque si el espíritu se durmiera, señor, ¿qué ocurriría entonces?
Es cuando se produce la muerte inmediata.
El espíritu no duerme nunca, porque el espíritu humano mantiene despiertos los sentimientos, y estos se encargan de la circulación de la sangre.
Así que, sí... es posible soñar.
Mi hermana pequeña Miets siempre soñaba en voz alta.
Y Teun también hacía cosas muy parecidas.
Y entonces nos sentábamos donde Miets y oíamos el día entero, oíamos todo lo que había preparado.
Y al día siguiente decíamos: “Oye, eso de ayer lo deberías volver a hacer”.
Miets: “Entonces me han traicionado”.
Digo: “No, hablas en sueños”.
Porque todos éramos sonámbulos.
Bernard deambulaba hasta unas buenas alturas, se cayó donde Bosman del tejado, mientras iba a por una pelota.
Y Hendrik estaba encima del tejado cazando palomas, dormido.
Solo tienen que volver a leer ‘Jeus II’.
El maestro Zelanus dice: “Pero, qué extraño, ¿no? No conocen la máquina humana”.
El ser humano en la calle está despierto y sueña.
Y el ser humano que está dormido está despierto y está encima del tejado sin saberlo.
Hendrik dice: “Esa negra, esa no quiere entrar”.
Lo que había vivido durante el día, se repetía durante el sueño.
Y eso, sin embargo, es más sencillo que nada.
Pero la ciencia todavía no sabe, el psicólogo todavía no sabe lo que ocurre en este momento cuando el ser humano habla en sueños.
Siguen sin saber de dónde viene eso.
Dicen: “Claro, la personalidad, los sentimientos”.
Pero lo que son sentimientos eso tampoco lo saben.
Eso —esa es la cuestión— no lo saben, puede que esté en la espalda.
No, señor, es el cerebro, el cerebro que piensa para los eruditos.
Bueno, es que no se enteran de nada, porque son los sentimientos.
El maestro Zelanus lo dijo el martes por la noche: “Señoras y señores, carece de importancia, porque el cerebro acoge los sentimientos —y así es, todo eso lo he podido ver por esos desdoblamientos—, el cerebro acoge el sentimiento y lo reenvía, o de lo contrario nosotros estallaríamos como sentimiento...
Cuando empezamos a pensar, es tremendamente fuerte.
Cuando tocas algo determinado con los pensamientos, señor, este edificio entero se desploma.
Solo por pensar.
Igual que la vibración de un sonido, ingeniero, ¿verdad?, y tocas el sonido fundamental, entonces se derrumba un castillo.
¿Y qué es entonces el pensamiento, un sonidito de esos, aunque ahora el pensamiento del ser humano?
Sin embargo, no lo saben, dicen: “Es por el cerebro”.
Pero este acoge los sentimientos, los reenvía, los fragmenta, los envía a la izquierda, detiene la presión, allí están los nervios —deberían observar ustedes lo que pasa allá cuando se pierde el equilibrio, porque todos esos nervios los conocemos— y entonces eso continúa, vuelve, por encima de la espalda, al estómago, y así vuelve; es como se produce, aquí en el paladar, el sonido, el timbre.
Y si uno es entonces cantante, señor, podemos decirle inmediatamente si canta usted a partir de su garganta, con su sentimiento o por medio de su cerebro.
Sí.
Así es eso.
Y cuando eso duerme, es empuje.
De lo contrario no podría haber tenido esos sueños sobre mis dos millones.

(Risas).

Y cada ser humano sueña y todo ser humano tiene algo en su sueño.
Sigue viviendo porque en él jamás hubo un estancamiento.
Hay que ver, ¿no?
Y si vienen después de esta medianoche, toda La Haya estará roncando.
Y medio mundo estará roncando.
A eso lo llaman roncar.
Pues duerman con la boca cerrada, así ya no roncarán.
Pero el mundo entero está dormido, dice el mundo, y en el fondo allí nadie duerme, solo el cerebro y los nervios duermen, pero el propio ser humano está eternamente despierto.
Dios también.
(Señora en la sala):

—¿También en el mundo de lo inconsciente?
—Señora, no hay un mundo de lo inconsciente.
“En el mundo de lo inconsciente”, quiere decir usted: en la vida celular.
Cuando el ser humano llega a un mundo para volver a ser atraído, estará usted en el primer estadio del pensamiento, ¿para qué?
Señora, ahora piensa usted de forma humana.
Pero no piensa usted para el nacimiento.
Y eso también es al cien por cien.
En la vida embrionaria, señora...
Cuando el niño entra en usted como embrión, empieza a vivir; es exactamente lo mismo que el mundo de lo inconsciente.
El mundo antes del nacimiento, para volver de nuevo a la tierra, es exactamente igual.
Ese niño piensa.
Esa personalidad piensa al cien por cien, como embrión, para el nacimiento.
No está dormida.
De lo contrario el fruto sería evacuado y tendría usted una hemorragia.
Cuando esa vida ya no piensa, señora, la vida desaparece como en un flujo.
Pero nunca hay estancamiento.
El ser humano nunca está sin sentimiento.
Somos empuje eterno.
El sueño no dice nada, señora.
El sueño es bueno para las piernas, están cansadas, así, descanso.
(Señora en la sala):

—Cuando el ser humano del quinto o sexto grado cósmico hace la transición, ¿no es necesario que el ser humano, el alma, conscientemente, del todo...?
—Señora, de eso hablaremos luego, porque estoy ocupado con el señor Koppenol.
No voy a ir con usted al sexto grado cósmico, mire por dónde.
Señor Koppenol, ¿contento?
Aquí se lo quitan de delante de las narices, ¿no le parece?
¿Empiezo con ese señora?
(Señor en la sala):

—No...
—Ah, ¿lo ve? Pero entonces esta noche tendrá que pagar usted veinticinco céntimos más.
(Jozef continúa leyendo):

“Cuando Frederik sale del manicomio, cuando se ha conocido a sí mismo”, bueno, solo un poquito, “dice a Hans: ‘Sé un poco amable con la gente, dale un poco más de amor’.
¿Quiere decir eso que a aquellos locos interiores les tiene que dar un poco más de libertad, que tiene que enseñarles algo de la sociedad?”.
Frederik, el señor Koppenol quiere decir, y así viene en ‘Las máscaras y los seres humanos’, que cuando uno empieza a mezclarse con los locos...
Frederik se mezcla con ellos, con los locos de Hans, es un catedrático, un psiquiatra, y ese amigo suyo, señoras y señores, que todavía no saben nada de eso, se encierra con los locos y los llega a conocer.
Y sale de allí y dice: “Sé un poco amable y un poco cariñoso con esa gente”.
Pero, señora y señor, cuando están allí como médico, no sabrán cómo entregarles su amor a esa gente.
No.
Porque hay que infantilizar el amor y la cordialidad, tal como son esas personas, y entonces empiezan a sentirlo.
Se lo demostraré si me ponen en contacto.
He tenido ese tipo de gente.
Y, miren, cuando entraba y tenía que tratarla, me miraban así, y entonces yo hacía igual que si estuviera loco, como un niño.
Y así empezaban a sonreírse.
Digo: “Qué buen tiempo hace”.
Zas, ya los tenía en el bolsillo.
Digo: “Tranquilo, no te haré nada.
Solo haré que te calmes”.
Entonces conseguí que ese gran ser humano, ese ser humano, despertara.
Pero primero tenía que hacerme niño.
Así me comprendían.
Y entonces el contacto con esa gente era una maravilla.
Los adultos se pusieron a llorar, decía: “Habla un poco más conmigo, porque aquí no lo saben hacer”.
Digo: “No, aquí no hacen más que hablar por los codos, que soltar gruñidos, que parlotear”.
El ser humano piensa que cuando dicen “Tesoro, ¿cómo estás?”, que así le puedes ayudar.
No, señor, no, señora, eso de “tesoro” y “cariño” es tan viejo, tan seco, tan trillado.
Señor, ¿no tienes otra cosa que “cariño” y “tesoro”?
¿Verdad?
No, nos tenemos que...
Es cierto, ¿no, señora?
Hay que poder contarse historietas maravillosas cuando tenemos una edad avanzada, que contengan algo.
Ser infantil de verdad.
Infantil.
Miren, esas dos señoras de veinticuatro ya se están burlando.
Ochenta, ¿verdad, señora? ¿No son ochenta?
¿Casi ochenta?
¿Usted?
(Señora en la sala):

—Sesenta.
—Señora, que no le estoy hablando a usted.
Me estoy dirigiendo a esa ancianita tan encantadora de allí.
¿Ochenta casi?
Un poco menos, ¿verdad?
¿Pues?
(Señora en la sala):

—Usted adivine.
—Yo, qué va.
¿Y yo por qué iba a, ejem...?
De las damas no se puede decir la edad.
Digo treinta y cuatro.
(Señora en la sala):

—No soy una dama.
—Sí es usted una dama, la conozco.
Pero vamos a seguir con el señor Koppenol.
Sin embargo, señor, ¿qué es ser cariñoso con los locos?
Háganse infantiles, sean diferentes, adelante.
No se hagan “normales” y no lo sean con los locos.
Si quiere ser un cuidador resuelto, el médico dirá: “Ese no sabe qué hacer con esa gente”.
Pero las cosas en las que ese hombre anda metido las desconoce.
Dice: “Señor, yo también me he infantilizado”.
Vuelvan a ser infantiles.
Que me viene a ver un enfermero de un manicomio, dice: “Señor Rulof, ¿esto qué es? He leído unos libros suyos, y ahora me comprendo”.
Dice: “Y me viene uno, el médico, que dice: ‘¡No entres allí porque se te echará encima, te liquidará!
Y resulta que el señor no hace nada’.
Y que viene; y entonces ya va esa fuerza.
Dice: ‘Ese hombre irradia algo’.
Dice: “Señor...”.
¿Y qué dijo Nuestro Señor?
Y el señor que se pone de pie, dice: “Bueno, pues, mátame.
No te haré nada”.
Hizo sentir a la serpiente que no era una serpiente.
Estaba allí, miraba, se hizo infantil, se hizo niño.
Y entonces el loco que estaba allí dijo: “Caramba, ese de allí no es ningún peligro”.
El médico, el ser adulto en la sociedad, todo es peligro para el ser humano, para el loco, para el enfermo.
El enfermo mental, señor y señora, está quebrado por la sociedad.
En la sociedad no hay más que serpientes y osos, según ‘Las máscaras y los seres humanos’ y Frederik, ellos son los que han quebrado a esas pobres almas.
Ya no hay ni una sola palabra que se pueda imaginar ni sentir de forma infantil, pura, ingenua.
El ser humano piensa que conseguirá cualquier cosa con su “cariño” y “tesoro”, señor, señora, es más viejo que tu propia vida, ya no significa nada.
Si quieres alcanzar esa gente como ese hombre...
Dice: “Doctor, voy a hacerme niño, no lo sé”.
Sí, ese hombre irradiaba algo de lo que habló Cristo.
Dice: “Hazte niño y tendrás a Dios y me tendrás a mí”.
Era una criatura de esas que estaba ante un gran ser humano que había sido quebrado.
Y el león, el tigre no hace nada si puedes quedarte quieto como una estatua y hacerte niño.
Eso lo dicen esos descubridores también.
Dice: “Señor, y deténgase.
Como una estatua.
Deje de pensar”.
Y el león quiso dar un salto, dio una vuelta alrededor, miró un poco así y piensa: eso de allí ya no vive.
Y así puedes alcanzar a un loco.
Y eso fue lo que le dijo Frederik a Hans.
Y este piensa: ‘Bueno, unas manzanitas, un cigarrito’.
Señor, de eso de todas formas no se dan cuenta.
Pero si quieres volver a hacerlos humanos, hay que empezar, señor psicólogo, allí donde comenzó la primera desintegración y por lo que esa gente fue golpeada.
Allí es donde tienes que poner el primer pequeño fundamento, para suavizarlo, para hacer que vuelva a emerger ese sentimiento y para despertarlo.
Para eso hay que tener la medicina de tu espíritu.
Eso es lo que quería decir Frederik.
Bueno, ¿y lo tenía Hans?
¿Lo tienen los psicólogos?
Vaya, pero con pildoritas y venenitos.
Que llega un psicólogo a su manicomio.
Es...
Viene a verme un chico de Leeuwarden, supervisor jefe de las instituciones de salud mental, médico y psicólogo, dice: “No sé nada de eso, Jozef Rulof.
Enloquézcame con sus palabras, solo tengo una hora”.
Y entonces lo enloquecí hablándole.
Dice: “Y ahora conozco un poco a mis Napoleones”.
Porque tenía veinte de esos en su casa.
Hoy eran granjeros y estaban ordeñando las vacas, así, eso fue de una vida anterior, ese hombre venía de la oficina, en todo el día no hacía otra cosa que ordeñar las vacas.
Digo: “Ahora has agarrado un viejo noruego de esos.
Claro, en el pasado tuvo una granja de vacas, y ahora ordeña”.
“¿Leche?
Quince céntimos por kilo”.
Entonces había vuelto a ser verdulero.
Había vuelto a ser verdulero: “Quince céntimos, un kilo de leche”.
Pienso: ‘Pues...’.
En esos tiempos.
Dice: “¿Qué será eso?”.
Digo: “Señor, en esos tiempos todavía pesaban el agua con piedras”.
Digo: “Claro, ese es uno del antiguo Jerusalén”.
“Bueno”, dice, “ahora sí que se está poniendo crudo esto”.
Digo: “Bien, pues apáñeselas, señor”.
La humanidad entera vive en un solo ser humano.
Pero me voy al señor Koppenol.
Y a usted, ¿qué le importa en realidad?
(Jozef continúa leyendo): “Que lo que quiere decir eso, dice.
¿Significa que a esos locos interiores les tiene que dar un poco más de libertad?”.
La libertad, señor, ahora lo sabe, no sirve de nada.
“¿Tener que mostrar algo de la sociedad?”.
Han sido quebrados, destruidos, por la sociedad.
La sociedad, nuestra maldita vida gloriosa, hermosa, consciente, esta maldita sociedad es la que vuelve loco al ser humano.
El catolicismo genera locos religiosos, y la Biblia también, señora.
La Biblia produce locos religiosos.
Hay más locos religiosos en el manicomio que locos callejeros normales, comunes, sociales.
La gente de la feria no enloquece de buenas a primeras.
Enloquece la gente que se dedica a Dios.
Señor, ¿por qué?
Porque no conocen a Dios.
Si nos aceptaran, ya no habría un Dios que condenara a la gente y la enloqueciera, porque es el miedo en el ser humano lo que lo enloquece.
¿Cómo es posible?
Si no hubieran nacido religiones, señora, tampoco habría locos religiosos.
Así de hermosa es la fe, pues.
Cuando ya no haya locos religiosos, entonces el pastor protestante dictará su derecho, y verdad universal.
Pero entonces ya no habrá locos.
Pero él mismo todavía estará mal de la cabeza.
Estará haciéndose el loco conscientemente.
Todos esos Spelberg, díganselo, ¿son teólogos conscientes?
Desde luego, son locos mientras sueltan sus rollos humanos.
“Y recemos por hoy”.
Dios, Dios, Dios, cómo ha vuelto a alterar a Dios hoy.
“Y demos las gracias, postrémonos”.
Ay, señor, ya me gustaría hablar alguna vez con usted media horita de forma humana, espiritual, espacial.
Pero entonces habrías perdido a este Dios.
Y ahora el manicomio está lleno.
¿Aprende algo, señora?
¿Sí? ¿De verdad?
¿No lo sabía, que había tantos locos religiosos?
El ser humano se volvía loco por Dios.
¿Cómo es posible?
Usted no se volverá loca.
La gente dice: “No tienes que ir a ver a ese tipo ni leer esos libros, perderás la cordura”.
Pero ¿quién está loco?
Vaya, vaya, vaya, vaya: la de cosas que el señor alcalde de La Haya todavía tiene que aprender.
Ay, ay, ay, y el profesor Van Dijk en Leiden.
Mmm.
Sería mucho mejor que se quitara su sombrero de copa, porque todavía no se lo merece.
Esas distinciones que ha recibido por su erudición a mí me la refanfinflan, señora.
Prefiero una bolsita de papas (patatas) fritas de veinticinco céntimos en Scheveningen, me dicen más que todas esas distinciones doradas.
Porque entonces tengo dentro de mí una papa (patata), un trozo de naturaleza.
Pues, sí, ¿a dónde iremos a parar?
Eso también es algo de Frederik.
Bueno, señor, y así uno puede seguir.
(Jozef continúa leyendo):

“Así el loco que luego llegará a tener una vida terrenal sabrá algo, o en cualquier caso algo más, de la vida material, y aprenderá cómo comportarse más adelante”.
Señoras y señores, señor Koppenol, todos hemos atravesado la locura.
Si ahora todavía no la ha vivido usted, podrá llegar a serlo más adelante.
¿Piensan ustedes, señoras y señores, que están libres de la psicopatía y locura?
¿Aunque actualmente hablen de forma normal todavía?
Mejor síganme; deberían intentar ser este instrumento; si en dos semanas se han vuelto locos, perderán la realidad.
No deben empezar a vivir por encima de sus posibilidades.
Si Dios, si el espacio, empieza a hablar en usted y se despierta, señor, entonces irá por sí solo.
Y ya de por sí será bastante grave, porque entonces tendrá que luchar.
Pero entonces irá por sí solo.
Y lo que pone aquí: el ser humano aún tiene que despertar.
Lo conté la semana pasada, ¿se le ha olvidado?
¿Conoce usted a Dios?
Lo va a conocer.
Ya no se volverá usted loco buscando a Dios, a Jehová.
“Y el mundo perecerá.
Apresúrense y entréguense, porque la tierra desaparecerá del espacio”.
Sin duda.
La criatura que sigue y acepta a Jehová es anormal, porque eso no ocurre.
La tierra concluye su tarea.
La tierra no pierde su posesión.
La tierra no se derrumba.
Entonces aparece un agujero en el universo; es cuando Dios ya no tiene transiciones.
Es cuando de verdad podemos hablar de destrucción, pero es imposible.
Ahora las personas seguidoras de Jehová.
El ser humano en conciencia diurna en la calle, señor...
¿Es usted capaz de un pensamiento espiritual normal?
Empiece conmigo, así le contaré de inmediato si piensa mal.
Ha leído usted veinte libros, ha leído veinte veces, treinta veces ‘Las máscaras y los seres humanos’, señor Koppenol, dice usted, ha asistido usted a ochocientas conferencias en Diligentia, ¿verdad?
Ya es capaz de pensar, eso sí.
Este invierno pasado lo he puesto a pensar.
Digo: deberían ponerse a hablar entre ustedes sobre todas las cosas que ya saben.
Y lo que entonces saben les entrará, hasta en el último rincón; y después empezarán con lo que todavía no conocen.
Así uno se deshace de la locura bíblica, eclesiástica, secular, social, esa falsedad, esas tonterías.
Fíjense —se lo he enseñado— en cómo habla la gente sobre el espíritu, sobre Dios, sobre la muerte, sobre el nacimiento, sobre los niños, sobre la ciencia; todo al margen de la realidad, porque lo desconocen.
Y ahora llegan ustedes a la universidad y allí vuelven a hablar de un Dios que condena; y lo hace un catedrático.
Échenlo a palos de su cátedra, porque no lo es.
Y ahora estamos en 1952, hablamos de cosmología, de ese Dios en particular, el real.
Y no hay más que uno.
Y en la tierra viven todavía cien mil, que son eruditos.
Señor, ja, ja, ja, me río de un erudito de esos en medio de la cara.
Digo: “Señor, no me haga reír”.
Hubo un señor, un gran señor, un erudito, un teólogo en la tierra, y entonces en casa no se les permitía decir nada, porque estaba pensando.
“Papá, ya está la comida”.
“¡Estoy pensando!”.

(Risas).

Cuando murió, la señora dijo: “Por fin, ahora podemos empezar con nuestras vidas”.
Habían sido esclavos durante treinta y cinco años, porque el señor catedrático tenía que pensar.
Ahora ya ha sido olvidado, porque es que no tenía nada.
Así es cómo hacen la vida apestosa.
¿Apestosa?
Sí, señor.
Fragmentada.
El señor catedrático está pensando.
No siento respeto por nadie, señor, si parlotea al margen de Dios.
Pero cuando es la realidad, señor, entonces me arrodillo inmediatamente ante usted.
Digo: “Gracias a Dios, volvemos a tener un fundamento”.
¿No es así?
Cuando hablan entre ustedes —sí, tengo que acabarlo—, si quieren ser felices de verdad, señor y señora, deberían aprender a contarse cosas verdaderas, lo que realmente tiene realidad.
Y entonces ya verían.
Empiecen, por ejemplo, hablando de arte.
De mantener limpia la casa, de preparar la comida, eso también ya lo conocemos, pero empiecen con las cosas sagradas que albergan, que viven en ustedes, con el espíritu, con el alma, con los sentimientos, con la personalidad.
Ay, ay, ay, ay, ¿quiénes son ustedes?
Sí.
Pero ¿quiénes son?
Claro, yo les parezco descarado.
Pero se lo puedo demostrar.
Bueno, voy a seguir.
“Así el loco que luego llegará a tener una vida terrenal sabrá algo...”.
Sí, señor, eso usted también lo sabe.
Cuando ese loco estuvo loco, este volverá a enloquecer un poco hasta que haya alcanzado la realidad.
¿Por cuántos miles de rasgos de carácter se vuelve loco el ser humano?
Hubo un ser humano, hubo millones —siguen en Rosenburg— que amaban.
Y el muchacho dejó sola a la muchacha, y ahora ella ya tiene cuarenta y cinco años, y dice: “Y me ha dejado.
Y me ha dejado.
Y me ha dejado”.
Y de allí ya nunca saldrá.
Porque no existía nadie más que él, no había otro.
Y se volvió loca por el amor roto.
¿Cuántos miles de personas, de hombres y mujeres, se han...?
Hombres, sí, tantos no hay, suelen ser las madres.
Los hombres, que... que...que... menudos adefesios...

(Risas).

... van corriendo, se han hecho un nuevo prado y compran ovejas; bueno, entonces ya sabemos por dónde van los tiros.
No es necesario que diga que compran vacas, sino que se hacen con ovejas.
Pero esas pobres mujeres a las que pegan allí...
También hay algún que otro muchacho, uno que sea muy sensible, pero casi todas son chicas, a las que resulta que han pegado y terminan en el manicomio, y entonces están allí, toda su vida.
Han perdido el amor.
Ay, ay, ay, ¿qué es el amor?
“Ese muchacho me ha engañado”, y entonces se van hundiendo, por el amor.
Aquel por pérdidas, ese señor había perdido veinte mil florines.
“No tengo más que una chabola, una chabola”, pero aún tenía veinticinco casas.
Señor, esa mujer sigue allí, la he conocido, solo por haber perdido un par de casas, por la guerra.
“Ya no tengo nada, todo ha desaparecido”.
Un hombre perdió su mujer, sus hijos, en la guerra: “Ya no tengo nada, todo ha desaparecido”.
Pero allí seguíamos nosotros, los vecinos, la gente, la sociedad, seguía habiendo millones de personas, y entre ellas gente de lo más encantadora.
No: “He perdido todo.
Ya no tengo nada”.
Un manicomio, Rosenburg.
Y ahora puedo seguir.
¿Cuándo está usted loco con su personalidad entera, señor?
Puede usted vivir miles de vidas, y en cada una de ellas seguirá estando loco, porque tiene que llevar todos esos pequeños rasgos del carácter hasta la realidad espiritual.
Y si no la tiene todavía, señor Koppenol, siempre podrá seguir derrumbándose.
¿No lo sabía?
¿Está claro?
¿Cuántas veces puede enloquecer usted?
Y ahora tiene que empezar ya, señor, con este estudio: soy verdad, soy amor.
¿Para quién?
¿Cómo?
(Dirigiéndose a alguien la sala):

Estaba usted molestando.
Aquí ni siquiera está permitido susurrar, señora.
No, pero el sentimiento se nos acercó y entonces nos quedamos detenidos.
Pero ¿cuánto hay en nosotros que tiene realidad?
Y esos otros rasgos todavía son capaces de descender, entonces tenemos que... tenemos que librar la lucha para conducirlos a la vereda espiritual, a la armonía espiritual.
Y para cuando los tengamos, señor, ya habremos sucumbido mil veces.
¿No es así?
¿No es así?
Señor, esa es la psicología humana.
¿Cómo... qué hago conmigo?
Ahora habla un teólogo —ahora puedo volver a arrancar—, un teólogo, que desde luego dice, señor: “Esta es la palabra de Dios, y es la verdad”.
Señor, se han empezado guerras, porque uno...
Lutero dijo: “Así es”, y la iglesia católica dijo: “Es así”.
Y Lutero dijo: “No, es así”.
Y cuando Lutero agotó su lucha, señor, nos seguimos viendo ante el pan, y lo rompimos y bebimos un vinito terrenal; y allí seguía habiendo un Dios que condenaba.
Sí.
Y aun así, Lutero... libró una tremenda lucha, y el bueno de él —basta con escuchar la iglesia luterana—, el bueno de él sufrió mucho.
¿Para qué?
Para nada, señor.
Porque el ser humano, la fe luterana sigue insistiendo en la condena.
¿Pues?
Y ahora encima hay un infierno.
Y también sigue habiendo eso de arder una eternidad.
Y ahora resulta que ese pobre...
En realidad, ¿para qué estuvo luchando ese pobre de Lutero?
¿Por qué se alteró tanto ese hombre con la iglesia católica?
¿Por qué no dejó que siguiera siendo católico lo que era católico, y protestante lo que era protestante?
Y ahora se ha añadido una fe luterana.
Pero ¿nos hemos hecho más sabios?
¿Ha habido ampliación por Lutero?
Fíjese, señor, en todo lo que va saliendo a la luz si conoce usted a Dios y el espacio.
Todo eso tiene que salir.
Y, señor, si entonces aún no es consciente en ese espacio: aquí tiene la metafísica, aquí tiene la ciencia espiritual, entonces volverá a enloquecer.
Porque irá usted a pique, no conseguirá atravesar los fundamentos y volverá a estrellarse contra su fe, su sentimiento, su escuela.
En fin, que se vuelve a convertir en cualquier cosa, vuelve a querer volar demasiado alto, quiere ponerse a jugar a ser Paganini y no puede: zas, otro ser humano contra el suelo.
¿Por un poco de arte?
Señor, ¿sabe usted lo que es arte?
Si ve usted en el ser humano las lucecitas en los ojos, entonces es arte.
Si quiere hacerse clarividente, señor, y toca de forma decidida la vida...
¿Quiere saber usted lo clarividente que soy?
Entonces le daré esta noche una bonita prueba.
Sigue habiendo por alguna parte un seguidor mío.
Estoy hablando una tarde con una chica de veintiún años, una tarde de hace años, la miro a los ojos, hablamos así, comentamos los libros, una criatura hermosa, muy hermosa.
Vuelve al día siguiente y necesita algo: un par de libros.
Vuelvo a mirarla a los ojos.
Dice: “¿Qué estás mirando, Jozef?”.
Digo: “Te has hecho madre”.
“¿Puedes verlo?”.
Dije: “Sí, tus ojos han cambiado”.
Esa clarividencia, señora y señores, ni siquiera la tenían en el Antiguo Egipto.
Esa noche se había hecho madre.
Sí, sí.
Había tenido relaciones.
Pero los ojos habían cambiado.
Yo lo veía.
Entonces dijo: “Eso es maravilloso”.
Digo: “Sí, estoy hablando de mi clarividencia.
Que si lo tuyo es maravilloso no es asunto mío.
Pero mi clarividencia ve a través de la conciencia diurna.
Voy directamente a tu maternidad, y tus ojos son ahora maternos.
Has perdido el hecho de ser una niña, sí, te has hecho más hermosa”.
Señor, esa irradiación iba directamente a mi corazón.
Esa es la clarividencia, ¿no le parece?
Entonces dijo: “Qué maravilla”.
Digo: “Sí, el maestro Alcar me pone un diez”.
Pero quizá haya dos personas en el mundo capaces de eso.
Pero entonces primero hay que encerrarse durante ochenta años, cien, en soledad, así uno vuelve a recuperar un panorama natural, y entonces salen todos esos sentimientos sociales, porque, señor, si usted los alberga —y yo también vivo en la sociedad, pero sigo siendo capaz de ello—, si alberga usted esa sociedad y todas esas chapuzas y toda esa inseguridad, ¿cómo quiere empezar a ver entonces la inmaculada claridad?
¿Cómo quiere ser entonces clarividente de forma inmaculada?
Y sin embargo es capaz de ello.
Todos pueden empezar a ver de forma nítida cuando lo turbio los haya abandonado.
Las cosas que dije.
Oiga, que eso tampoco es mío, señora, eso lo decía Sócrates antes.
Bueno, yo estoy aquí: “Dicho de otra manera: el ser humano que ahoga sus sentimientos se encuentra detenido ante la vida interior, tampoco aprende nada de la vida, pero nosotros diríamos: ‘Hay que ver la persona tan correcta que es’”.
Sí.
Eso es lo que quiere decir usted.
Aquí, en la sociedad, tenemos —y es a lo que mira el ser humano, porque esto vuelven a ser tomos enteros—, hay gente que nunca actúa mal, siempre acierta, todo es una maravilla, todo es hermoso.
Y cuando te vuelves a encontrar con esa gente veinte años después, treinta, cuarenta, señora y señor, no se puede decir nada malo de ella, siguen sin... todavía no han hecho nada malo, porque su carácter es fuerte, pero no han cambiado en nada.
Y cumplimiento del deber, y esto, y lo otro, y aquello, y son más honestos que nadie, y tienen una fe y van a misa, y rezan, basta con mirarles los morritos, esa gente no cambia.
¿Cambia esa gente?
No, señor, esas vidas solo pasan de forma eclesiástica y dogmática, no aprenden nada.
Pero entonces deberían ir al mercado y charlar —como lo dice la sociedad— con una pescatera.
Y por mucho que esté de cháchara, será alguien que habla desde la experiencia.
¿Por qué Cristo fue a los leprosos y a los peores?
Dice: “Aquellos que andan allí y que piensan que lo son, no lo son”.
Es cierto.
Señor, si hablamos de eso, bueno, pues entonces los analizo a todos ustedes.
Y si dicen: “Ah, aquí tengo a un buenazo”,
yo diré: “Señor, lo que es su felicidad a mí me importa un comino”.
Aquella de allí que vive en la belleza ataviada con una poderosa túnica, una señora de esas, con esos perifollos...
Señora, ¿es hermoso eso?
Ah, señora, ¿qué dice ese lío terrenal?
Eso interior déjeme que yo lo...

Déjeme a mí mirar un poco en esos ojitos, y lo sabré.
No, señor, a mí esa riqueza no me dice nada, aunque tenga usted diez millones, porque será más pobre que las ratas.
¿No es así?
Qué sabiduría.
Pero ¿no está en la calle, señor?
Solo tiene que verlo.
Sí.
Y con esto puedo seguir y seguir.
Pero a esas personas las tiene que averiguar usted mismo.
(Jozef continúa leyendo):

“Cuando Frederik habla de cómo conoció a Erica y Karel, dice: ‘Hicimos un viajecito.
Los conocí en el barco, a Karel y Erica, mientras se acercaban los fiordos a lo lejos’.
¿Se refiere eso al tiempo anterior al nacimiento material de Karel?”.
No, señor, eso se refiere al pragmático norte corriente y moliente.
Habían ido hacia el norte.
A Dinamarca, en los fiordos.
Desde luego, estaban haciendo un viaje.
Y no es tan antiguo, ese ‘Las máscaras y los seres humanos’.
Puedo enseñarles todavía a gente, puedo conectarlos todavía con las personas de aquellas que siguen vivas.
Pero también tiene que ver, a su vez, con la reencarnación.
Ojalá lo supieran todo, ¿verdad?
Pero no lo saben todo.
No se lo diré ni aunque me den un millón.
Si lo dicen arriba, sí.
Eso le sorprendería, señor.
Y entonces uno estaría muy agradecido de saberlo, ¿verdad?
Pero uno no se aclara con eso.
¿Se aclara uno si lo sabe todo?
Venga, vamos.
Ahora tengo aquí también: “Frederik dice: ‘En mi vida he hecho muchos amigos, y los he conservado’”, sin duda, “’aunque eso no me dio ningún buen conocido y sí me hizo pagar muchas cuentas etc.’”.
Y eso hizo.
¿Sabe lo que significa eso?
(Señor en la sala):

—Tenía inclinaciones que siempre eran las equivocadas...
—Gastaba mucho y todos le engañaron.
Pagaba sus cuentas y más tarde encima le dieron el golpe de gracia.
Ahora estoy ante la pregunta: “Si gasto dinero tal vez ni siquiera tengo derecho de hacerlo, al menos, he empezado a darme buena cuenta de lo que hago, con el dinero y con todo”.
Entonces hay que escribir “dinero” con h al final, porque sigue siendo dinero, hablamos de dinero.
Pero, oh, ese dineroh...
A ver, que me estoy liando.
¿Lo ve? Usted es de La haya, ¿no es cierto?
Yo no.
Pero ese dinero es dineroh.
¿No es cierto, gente?
No, yo tampoco soy tan erudito, pero de pronto lo sentí.
Pienso: dinero y dineroh, son dos cosas.
“Tiene que ir seguido de algo”, dice el erudito.
Pienso: ‘Ah, ahora entiendo esa h’.
Así es como aprendí la palabra.
Ustedes no piensan.
Frederik...
Si le das dinero a la gente, si les das bien, si les das esto, los pierdes un santiamén.
Puedes comprar a un ser humano por dos florines, diez florines.
Si a la gente... es duro, es terrible, pero la psicología...
Yo tenía grandes aptitudes para una tarea social, y sobre todo para el trabajo social, porque miraba a través de las mentiras de ustedes.
El ser humano da, el ser humano hace, también Frederik.
Dice: “Eso me ha hecho aprender”.
Pero son palos, porque pierdes a tu gente.
He hecho amigos, pero ¿dónde están?
Señor, ¿qué es la amistad?
¿Se pueden conservar los amigos?
¿Puede tenerlos para la eternidad?
A mí me tienen, irrevocablemente, para la eternidad.
Pero de todas formas de irán de mí.
Jamás he espantado a un amigo mío; siempre me abandonaron.
Decía yo: “Lo quiero, amo su vida”.
Su carácter me resbala, señor.
Y mejor alégrese, de lo contrario tendré que desplumar, y desplumo, y desplumo, y luego ya no quedan plumitas.
Digo: “Bien”.
No, eso no lo aguanta usted un día tras otro.
Señor, ¿por qué no lo haríamos así?
Así es como uno tiene que aprender a pensar para entrar en armonía con esta sociedad entera.
Señor, tengo miedo a los amigos.
Tengo tanto miedo a los amigos, señor, señora, porque los vuelvo a perder.
Y eso es horrible.
Los vuelves a perder.
Y por eso prefiero no tener ni uno solo.
Tengo hermanos; no los tengo.
Pero déjalos vivir a esos buenazos, esos encantos.
A mí me tienen irrevocablemente, pero ellos mismos me echaron.
¿Entienden?
No voy a su casa, señor, para hablar, de todas formas siempre estoy ocupado con usted, aunque no me vea.
Y así de espaciosa se hace la amistad.
No es necesario verse.
Ya pueden estar contentos, sí, después de haber tenido las conferencias: vuelven a verse.
Pónganse a pensar.
La verdadera amistad, señor, la verdad espiritual, y así podemos seguir un rato más, vuelve otra vez el diccionario, todo eso tiene que tener otra vez un fundamento espiritual.
Solo entonces la amistad empieza a significar algo.
El maestro Alcar me decía al comienzo: “¿Quieres vencer todo eso de golpe?”.
Digo: “Sí, me encantaría”.
“Eso lo puedo hacer con un solo golpe”, dice.
Dice: “Ama la vida, entonces tendrás al amigo automáticamente.
Y si te la pega, lo verás al instante, si te engaña.
El amigo lo hace.
Lo que importa es que no lo hagas tú.
Entonces lo tendrás al instante”.
Señor, aguantar ser bueno durante tres años no es cualquier cosa.
Para ser verdaderamente amigos durante cuatro años, cinco, diez, veinte, señora, señor, esposo, dama... ya desde hace tiempo que no tendrá al amigo, porque en esos años ya se habrán dicho algunas cosillas.
Y entonces la amistad desaparecía.
El amor, vaya, vaya, vaya, la amistad ya había desaparecido y ya no tenía fundamento espiritual.
¿Quieren que los monte a ustedes como hombre y mujer?
Entonces primero les enseñaré a vivir la amistad, porque para este mundo, señor, la amistad está por encima de su amor.
¿No lo sabía?
Porque ya no nos necesitamos para ninguna amistad.
Porque si le pregunto algo a él o a ella, dice: “Hazlo tú”.
Y para un amigo andamos...
Si somos juveniles, y ella mira, nosotros, al menos...
Ay, señor, estuve cinco horas, seis, bajo la lluvia, por la noche, pero ay de quien se le ocurra volver a hacerme eso.
Empapado, señor, y me encantó.
Y menudo frío; a la cama, dos semanas enfermo; me mantuve allí.
Eso deberían volver a contarse ustedes cuarenta años después.
Pero eso es.
Eso es, eso de mantenerse allí de pie.
¿Tenemos algo del auténtico todavía?
De ese verdadero amor loco, dice Frederik en alguna parte del libro.
¿Quién no quiere vivir este amor loco?
Estamos todos locos, señor.
Si vives el amor de Frederik, la verdadera amistad pura, señor, si la vive, ¿sabe lo que dice entonces la sociedad?
“Esos están locos”.
Señor, aunque lleve usted un traje negro y zapatos blancos, dirán: “Ese señor ya va con una túnica”.
Entonces nos hacemos anormales...
La verdadera amistad, señoras y señores, ya ni siquiera existe, porque todo está mancillado.
Pero ¿cómo somos?
Estamos edificando la amistad.
¿La tenemos?
Vaya, vaya, vaya.
Háganlo ustedes mismos.
Blanqueen ustedes mismos sus tabiques.
Tengo aquí una cosa tremendamente grande y material.

(Jozef desdobla algo).

¿De quién es eso?
Señor, ¿lo ha hecho usted?
(Señor en la sala).

—Sí.
—¿La ha hecho por iniciativa propia, por nuestros libros?
(Señor en la sala).

—Sí.
—Señor, tenemos un catálogo para usted.
El jueves podría traerle más de mil.
Y eso lo ha hecho alguien de Haarlem.
Y yo los he revisado.
Y lo había hecho muy bien; las esferas, los infiernos y todo.
Y eso en... lo hemos...
Podemos traerlos.
Las conferencias de Diligentia todavía no las tenemos.
Pero allí también las tenemos.
Nuestra gente conoce el origen de los infiernos y de los cielos, y de los sistemas planetarios, ¿verdad?
Eso lo ha hecho el señor Giebels, de Haarlem, y nosotros lo tenemos.
Pero ahora quiere saber usted de mí si es absolutamente correcto, ¿no?
Ya lo tenemos, y está preparado por el ser humano, en su integridad.
Mire, señor, si quiere dibujarlo, puedo darle lo correcto, sin vuelta de hoja.
Si lee ‘El origen del universo’, lo tendrá.
¿Ha leído esos libros?
(Señor en la sala).

—Acabo de empezar.
—¿Acaba de empezar?
¿Ha terminado los tres?
(Señor en la sala).

—No, solo uno.
—Señor, entonces ni siquiera voy a leer esto.
Porque luego lo escribirá de otra manera, ¿entiende?
Cuando haya leído esos tres libros, junto a ‘Una mirada en el más allá’, infiernos y cielos, así podré ir a ver si usted ha llegado, porque aún no ha llegado a ese punto.
Y ahora ya me está ofreciendo usted un análisis, mientras todavía hay dos mil mundos subyacentes.
¿Es así?
Sí, tengo que esperar hasta que usted tenga el conjunto.
Claro, eso no lo tiene.
(Señor en la sala):

—No.
—Pues, claro, esa es la cuestión.
Así que necesita usted las tres partes —‘El origen del universo’ es una trilogía—, y si entonces usted da una cosa, un mapita de esa realidad, le podré decir “sí” o “no”.
Todavía le falta.
‘El origen del universo’, materialmente, materialmente, muchas veces.
La luna.
Muchas veces, dos, muchas veces.
¿Qué es?
Un planeta de transición, la tierra.
Muchas veces.
¿Quiere decir usted muchos millones de vidas?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Señor, todo eso es cierto.
Pero eso está en el libro.
Así que me está dando usted algo que ya sé, y que yo mismo he vivido y escrito.
¿Y resulta que ahora me lo da usted?
(Señor en la sala):

—No.
Solo pregunto que si es cierta, esa visión.
—O sea, usted quiere que yo... ha hecho usted unos dibujos, y ¿quiere que yo le diga si lo ha comprendido?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Entonces es otra cosa.
(Jozef continúa leyendo):

“Lo que viene aquí en el margen, ¿es correcto?
Si fuera así, ¿había entonces en los planetas receptores entre dos y siete seres, ya masculinos, femeninos...?”.
¿Lo ve? Le pueden responder las señoras y los señores que ya lo han terminado.
“... para recibir el alma material?”.
Bueno, señor, usted póngase a hablar con todos esos ancianos míos y estos ya le podrán clases universitarias.
Qué divertido, ¿verdad, señoras?
Ya son personas cósmicamente conscientes.
Pueden darle clases universitarias, señor, señoras y señores, y se lo llevarán y le explicarán todo.
¿Quiere hablar con la gente?
Se los indicaré ahora mismo.
¿No les parece divertido?
Pero tienen que...
Ya entenderán que recibirán la segunda parte, allí ya se dice, y la tercera lo dice del todo.
Así que usted va a...
¿Cómo dice?
Así que usted va a leer.
(Jozef continúa leyendo):

“Señor, la descripción del Templo del Amor me hace pensar en la gran construcción hindú”.
Sí, señor, se parece algo.
Se parece un poco.
Pero ¿ha leído también ‘Una mirada en el más allá’?
(Señor en la sala):

—No.
—¿Lo ve, señor? Mejor póngase a leer primero ‘Una mirada en el más allá’, a continuación ‘Aquellos que volvieron...’, ‘Las enfermedades mentales’, ‘El ciclo del alma’, ‘El origen del universo’, ‘Entre la vida la muerte’, y empiece con ‘La Línea Grebbe...’, ‘Los pueblos de la tierra’, ‘Dones espirituales’, y ya después venga a verme otra vez, entonces, no lo dude, le daré respuestas durante toda la velada.
¿Le parece un buen trato?
Gracias.
Bien, pues esta noche el señor Berends se va a quedar sin turno, porque debería haberlo tenido yo.
Pero, señor Berends, sí que se lo desea a la gente, ¿verdad?
Eso me lo llevo y lo revisaré un poco en casa.
Pero el señor Berends —sí, claro, usted se reía—, pero el señor Berends tenía razón la semana pasada.
(Señora en la sala):

—Sí, es cierto.
—Ponía “jacintos”.
Pero yo ya lo decía.
Digo: osos e hienas...
Eso, claro, es allí, más tarde, y barrios de serpientes y un nido de serpientes, ¿se acuerdan?
Pero con osos e hienas lo sacas completamente de contexto, y entonces yo ya no tengo contacto, pero los osos y los jacintos —pienso: ‘Sí, tengo que saberlo, así o asá’—, entonces los jacintos tienen ese significado y así llegamos a lo que es cariñoso y a lo que es malo.
Entonces la flor es lo cariñoso para el ser humano, el carácter.
(Señora en la sala):

—Pero eso lo dijo Frederik a Hans cuando acababa de...
—Sí, y de eso digo...
De lo que se trata ahora es ese estado de loco que vive Frederik, sacudió el mundo entero, de un lado para otro.
Y ahora tenemos que seguirlo a él en su locura, pero también tenemos que ver la realidad.
Y entonces necesitas ese capítulo entero.
Señor Berends, ¿lo acepta?
(Señor en la sala):

—Sí, tendré que aceptarlo.
—Señor: ¿“tendré”?
Le devuelvo con honestidad sus cosas hermosas.
Pero yo también recibo lo mío, porque no tiene que desquiciar usted las cosas.
Este libro, ¿es suyo?
(Señor en la sala):

—Sí.

—Claro, esta noche no lo he estado leyendo.
¿Quiere que lo haga la semana que viene?
(Señor en la sala):

—Sí, me encantaría.
—Bien, pues la semana que viene empezaremos.
La semana que viene me pondré entonces a tratar esto antes que nada.
¿Le parece bien?
(Señor en la sala):

—Sí, muy bien.
—Continúe un poco más, consigne más cosas hermosas.
Así sacaremos de allí un núcleo muy hermoso.
(Señor en la sala):

—Sí, de eso se trata, precisamente.
—De eso se trata.
Y así, claro, aprenderemos algo.
(Señor en la sala):

—Desde luego.
—Señoras y señores...
(Dirigiéndose al técnico de sonido):

¿Cuántos minutos me quedan?
(El técnico de sonido):

—Un par de minutos.
—Un par de minutos.
¿Se me ha concedido esta noche darles algo?
¿Han sentido aunque sea una pizca de lo que quería decir?
Si ustedes también empiezan, señoras y señores, estarán seguros detrás del ataúd.
No deseen cosas terrenales.
Sí, claro, es divertido tener un coche, un bonito castillo.
Es una gloria ciento cincuenta mil florines en el banco, y sentirse seguro, cuando resulta que aquí no tienes qué comer.
Pero puedo demostrarles, señoras y señores: pan seco —eso lo leerán luego en ‘Jeus III’— con rábanos, ganados honestamente, así es como se han ido edificando mis dones, de eso tiro ahora y es lo que me dio posesiones espirituales.
Pero estoy volviendo a citar de algo que todavía no conocen.
Cuando luego hayan leído ‘Jeus III’, volveré sobre el pan seco con rábanos.
Señoras y señores, la gente siempre piensa que soy rico.
Esta mañana vino a verme alguien que se creía: ‘Vaya, este vive en una alameda, es un escritor, ya tiene veinte libros’.
Y después casi se parte la nuca con los cubos de ceniza.
¿No es horrible?

(Risas).

Dice: “Señor...”.
Sí, digo: “Señor...”.
Y hace poco tocó en mi puerta una mujer, que si soy muy rico: “¿Es usted la criada del señor?”.
“No”, dice, “soy la mujer de Rulof”.
Vaya, otra decepción.
Y entonces aparecí yo y eso ya fue el colmo.
Estaba allí y dice: “Vaya, pues este tampoco es gran cosa”.
“No, señora, todavía no somos nada ni tenemos nada”.
Señoras y señores, duerman bien, y hasta la semana que viene.
Ni se conviertan en nada, así serán algo, justo lo que fue Nuestro Señor y por lo que Él lo dio todo a los seres humanos, así tendrán alma, espíritu y el más allá.
Señoras y señores, esta noche les mando un beso del espacio.
(Suenan aplausos).