Noche del jueves 4 de septiembre de 1952

—Buenas noches, señoras y señores.
(Gente en la sala):

—Buenas noches.
—Bien, comencemos, qué se le va a hacer.
Con una pregunta y una respuesta.
Aquí tengo la primera pregunta de todas: “Señor, mi niño está recibiendo tratamiento de Harry Edwards, ‘el sanador espiritual’.
Este escribe que la sanación ocurre sobre todo cuando el niño duerme.
Estoy acostumbrada a levantar al niño de la cama a las once de la noche.
¿Es posible que así esté rompiendo algún tipo de contacto?”.
Señora, eso se lo tiene que preguntar al señor.
¿De quién es esto?
(Nadie dice nada).
¿De quién es eso?
(Una señora en la sala):

—Es mío.
—Señora, eso se lo tiene que preguntar a ese inglés.
Porque yo no voy a hacer el trabajo de él.
¿Me entiende, verdad?
Tiene que escribir usted a ese señor para saber qué hacer.
Puedo darle una repuesta yo, eso no es, pero entonces se verá usted sometida a dos personas.
Tiene que atenerse usted a una sola persona.
Si le doy consejos y él dice: “Eso no está bien”, entonces ya entenderá usted que esto no es bueno para los asuntos espirituales.
Eso, por cierto, tampoco lo hace un médico.
Así que mejor escríbale para saber qué hacer.
Eso de levantarlo de la cama no supone nada, nada de nada.
Aunque su hijo volara, si está en contacto espiritual, aun así tendría que alcanzar a esa criatura.
Ahora ya le estoy respondiendo, de eso no se trata.
Pero mejor escríbalé y después ya me dirá lo que le respondió.
Siento curiosidad sobre lo que dice.
Pero, ¿es usted capaz de entenderlo?
(Señora en la sala):

—Sí.
—Gracias.
Aquí tengo: “Ya de niño, a los doce años, tuve tendencia a fumar, lo cual en el transcurso de los años se ha convertido en una necesidad insaciable.
Tras leer ‘Los pueblos de la tierra’ quiero hacerle esta pregunta: si la personalidad astral se sacia en el ser humano terrenal en lo referente a la comida y la bebida, sin que este sea consciente de que este exceso sea la consecuencia de una incidencia astral, ¿puede ser entonces también el caso en lo referente a algo como fumar?”.
¿De quién es esto?
Señor, ¿de qué le servirá a una personalidad astral —digamos, yo estoy en el otro lado y usted también— un poco de tabaco de ese?
(Señor en la sala):

—¿De qué les sirve comer y beber?
—Sí, pero ¿qué supone un poco de tabaco, un cigarrillo de nada?
Si vive usted en semejante infinitud...
Ya habrá otras cosas de las que el ser humano no se libra.
Pero ponerse a fumar por influencia del mundo astral y ponerse a fumar más, señor, eso jamás lo he oído.
Eso no importa demasiado.
Creo que deberá buscarlo más bien, y antes, en usted mismo.
Mejor fúmese algunos menos.
¿Cuántos se fuma usted al día?
(Señor en la sala):

—Diez, quince.
—Señor, eso no es nada.
Yo me fumo quinientos al día.

(Risas).

Dicen: un escritor de libros espirituales e instrumento no debe fumar.
No está permitido.
Señor, durante la escritura en mi casa se fumaba.
Había que encender un cigarro a toda mecha, de lo contrario se me habría desbocado el corazón.
Y al encender un cigarro se rompía un momento ese cordón, la tensión.
Pero esos cigarros...
Cuanto más imponente la materia, había una, dos, tres de esas colillas, todas se consumían, así.
Solo para romper la tensión.
Hay que ver las cosas a las que se aferra el mundo astral, ¿verdad?
Pero de lo contrario tendríamos que parar.
Siempre hay otros medios.
Pero cinco, diez, doce cigarrillos, señor, eso no es nada.
Entonces, sin embargo, estoy jugando otra vez a ser médico, ¿verdad?
Aunque mejor: no fume sesenta.
Sesenta, no, señor.
Aquí tengo: “Al comienzo de las próximas noches de contacto y de las conferencias por los maestros esperamos que haya mucha gente que despierte material y espiritualmente para el bienestar de su propio yo, y que aprenda a aceptar el espacio, viviendo las leyes divinas para ella misma.
Aquellos que tengan hambre y sed pueden encontrar satisfacción y refrigerio en ‘El siglo de Cristo’.
La trilogía de ‘Las máscaras y los seres humanos’ ofrece una imagen poderosa de cómo es la gente y la sociedad y de cómo tiene que llegar a ser todo esto.
Aceptamos que nosotros mismos hemos creado las máscaras cuando nos echamos a patadas de la armonía natural, y tendremos que disolverlas viviendo en armonía.
Cada reencarnación conlleva su propia máscara, y tendrá que disolverse, precisamente, por la propia evolución.
La cuestión es ahora: ¿es posible que un solo ser de este mundo esté sin máscara?
Yo creo que no, porque la inconsciencia aún tiene que despertar”.
La inconsciencia.
“¿No es esto un grado de epilepsia...?”.
Venga ya.
¿De quién es esto?
Señor Berends, la epilepsia.
¿Qué es la epilepsia, señor?
(Señor en la sala):

—El límite entre el tercer y el cuarto grado...
—Señor, eso es una forma de epilepsia.
(Gente en la sala):

—Sí, eso.
—La epilepsia es una enfermedad donde uno se cae, señor.
Y usted quiere que...
Y dice usted en el límite entre la tercera y la cuarta esfera...
(Señor en la sala):

—El grado.
—¿Los infiernos?
(Señor en la sala):

—El grado de sueño.
—¿Del sueño?
(Señor en la sala):

—Del sueño.
—¿La epilepsia?
(Señor en la sala):

—Sí.
—¿Un grado de sueño?
La epilepsia es un trastorno en el centro neurológico, en el equilibrio, entre el centro de equilibrio, allí vive la epilepsia.
Entonces, si eso...
Yo he sanado a personas en ese tiempo ..., se caían fácilmente doce veces al día, de pronto se desplomaban y, hala, al suelo, en la calle, en el tranvía, en cualquier sitio.
Lo he contado aquí alguna vez, entonces estuvimos hablando de la epilepsia.
Esa mujer tenía que digerir dieciséis píldoras del médico, al día.
Entonces me preguntó si yo la podía sanar.
Y solo entonces se hizo el diagnóstico.
Y este se encontraba entre el cerebelo y el cerebro.
De modo que de entrada eso no tiene nada que ver con su sueño.
Digo: “Señora, puedo ayudarle y entonces quizá le dé una vez cada tres semanas, pero lo que es quitarlo, eso no lo conseguiré.
Ese nervio está extenuado, ese centro de equilibrio no lo puedo reparar”.
Entonces dijo: “Señor, si eso fuera posible...”.
Lo he... en cuatro meses lo reduje a una vez cada dos semanas.
Los reduje a una vez cada tres semanas y después a una vez al mes, luego ya no se caía.
Y entonces es que ya ni venía, y me dice: “Porque ponerme mejor no lo conseguirás”.
Digo: “Señora”, igualito que lo decimos en ´s-Heerenberg, “los drudels”.
Digo: “Señora, nadie en el mundo, pero es que nadie, ni la morfina, no habrá nada capaz de que llegue usted a ese punto, pero haga lo que quiera”.
Y entonces, poco a poco, volvió a sobrexcitarse, sin más, y esto y lo otro, eso la volvió a activar.
No la he vuelto a ver.
Pero lo que quiere decir usted, señor, con todo lo que dice: “¿Es posible que un solo ser de este mundo esté sin máscara?
Yo creo que no, porque la inconsciencia aún tiene que despertar.

¿No es esto un grado de epilepsia?”.
Si se detiene ante las máscaras...
Sí, las máscaras y los seres humanos, si ha pensado sobre eso...
Me encontraba en las montañas de Marruecos, se lo he contado, en Turquía, y allí vi las máscaras de la gente, y para la gente.
Las máscaras y los seres humanos se pueden ver por todas partes.
Pero allí pensé en las máscaras.
Y si yo...
Pienso: si yo sigo teniéndolas, las arrancaré y las pisotearé hasta dejarlas añicos, las enterraré entre esas montañas, así en Holanda ya no tendré que ver nada con ellas.
Pero, señor, ¿quién está sin máscara?
Tienes máscaras conscientes, son terribles, y tienes máscaras inconscientes.
Hay millones de máscaras.
Si este invierno quieren vivir algo hermoso y poderoso, lean entonces en primer lugar ‘El origen del universo’...
Porque luego, en Diligentia, si Dios quiere, comenzaremos hablando sobre el origen de la luna y seguiremos allí, hasta que conozcamos la luna por completo.
Asistiremos a la vida embrionaria hasta en el estadio de pez, y después seguiremos.
Pero si quieren vivir y analizar ‘Las máscaras y los seres humanos’ para estas noches, y si quieren ver y conocer sus propias máscaras, será... serán las noches más hermosas y poderosas que jamás puedan vivir en la tierra, porque ‘Las máscaras y los seres humanos’ son libros cósmicos.
¿Entienden?
Y si después empiezan a buscar las máscaras...
Hay...
¿Cuántas máscaras diferentes existen?
Hablo de las conscientes e inconscientes.
¿Qué máscaras sigue usted viendo, señor Berends?
(Señor en la sala):

—Sí, claro, ya habrá máscaras de sobra que uno mismo ni siquiera puede ver.
—Señor, tenemos máscaras que son dispuestas y las que son recalcitrantes, las hay malignas, cariñosas, pueden servirse del diccionario completo, entonces todo rasgo de carácter ya es una máscara.
Un rasgo de carácter lo conocemos y el otro, en cambio, no.
Y hay rasgos de carácter que el ser humano ni siquiera muestra.
Son las recalcitrantes, las máscaras recalcitrantes.
Señor, y de esas estamos llenos hasta la coronilla, de las máscaras recalcitrantes.
Eso son máscaras.
Si uno se atiene a las máscaras —ya entenderá que a partir de esos tres libros se pueden escribir veintiún libros— entonces tenemos las máscaras para el carácter, para la personalidad, los sentimientos, el amor, la felicidad, el matrimonio.
Señor, ¿cuántas máscaras tiene el matrimonio?
¿Unos engañan a otros?
No lo sé.
Estamos unos ante otros, y llevamos una máscara.
¿Es verdad o no?
(Señor en la sala):

—Desde luego.
—Esas máscaras hay que quitarlas en el otro lado.
Eso se lo enseñan los libros de ‘Una mirada en el más allá’.
Allí aparecen máscaras de diverso carácter, rostro, espacio: pasión, violencia, artes y ciencias, mentir y engañar, falsedad en documento público, otra de esas máscaras tan divertidas.
Señor, hay millones.
Resulta que Dios, Cristo, los infiernos, los cielos, la demencia, la psicopatía, las enfermedades, todas las enfermedades de la tierra: son máscaras.
Si las conoce, las arranca en ese instante, o en ese momento la máscara se cae por sí sola.
La ciencia está ante máscaras.
He hablado con un señor de una de las radios.
Digo: “Deme quince minutitos, señor, para hablar de las máscaras y los seres humanos, del ser humano y su universo”.
Y me dice: “Señor, si yo hablo de eso, me echan a mí y a usted a la calle”.
Y el mundo entero anhela ese saber: ¿cómo siquiera es posible conocer esa máscara, en lugar de poder arrancarla?
¿Quién es capaz de ello?
Nosotros somos capaces de ello; no se nos da la posibilidad.
¿Cuántos millones de máscaras y de seres humanos hay descritos en ese ‘Las máscaras y los seres humanos’, en esa trilogía?
Principalmente solo: el otro lado, el matrimonio, a por el bebé.
Un niño que nace psicopáticamente.
Una mujer agradecida —eso lo han leído— que deposita allí, cada mañana, o cada semana, un ramo de flores ante la Virgen María, por la gratitud de que está embarazada y de que vaya a ser madre.
Eso sigue pasando ahora cada día, señor, señora.
Y cuando entonces esa criatura sale hecho polvo de ese cuerpo, y el médico necesita unas tenazas y dice: “Vaya, la criatura, es terrible, pero...”.
Esas flores no sirvieron, ni María, ni Dios, ni Cristo.
Mientras que por allí una mujer pública recibe trillizos, tan sanos como el propio mundo.
Entonces eso es una máscara terrible, que conocemos, porque tenemos veinte libros que les explican las correspondientes leyes.
‘Las máscaras y los seres humanos’ son los libros más poderosos que han escrito los maestros.
Yo mismo sigo leyendo en ellos a diario.
¿Usted también?
(Señor en la sala):

—Sí.
Yo...
—Ahora estamos ante la epilepsia: una máscara, señor, una máscara física.
Tenemos máscaras físicas, espirituales, espaciales, divinas.
Pregunten este invierno sobre ‘Las máscaras y los seres humanos’ y volveremos a escribir, entonces lo que haremos será... y además lo integraremos.
Tenemos listo otro libro, como saben.
¿Está lista, señorita, con este libro de aquí?
¿Está la señorita Bruning aquí?
(Señora en la sala):

—No está terminado del todo.
—¿No es poderoso?
(Señora en la sala):

—Sin duda.
—Señor, señora, tenemos una obra, entre 1950 y 1951, ¿no?
(Señora en la sala):

—Entre 1950 y 1952.
—1952.
Eso es 1950-1951.
No hemos integrado nada de 1952.
(Señora en la sala):

—De 1949 a 1951.
—Ahora ya estamos acercándonos a 1953.
Bueno, es que es tan impresionante, allí están sus propias preguntas, señor Berends.
Cuando lo reciba, en el fondo ya no tendremos que decir nada.
Pero si todavía quiere empezar, este invierno, con ‘Las máscaras y los seres humanos’, escribiremos un nuevo libro.
Pero entonces espero que me hagan aquí preguntas, y entonces seguiremos encima.
Esos libros los puedo...
Dos veces se me pidió: léalos en voz alta.
Claro, y entonces soy yo el que está leyendo y así ustedes no pensarán.
Ustedes mismos las tienen que sacar, tienen que resaltar las máscaras.
Pero lo mejor es: comiencen con sus propias máscaras.
El ser humano no lo hace.
¿Quieren creerse que cuando estaba allí fuera, pienso: ‘Por qué tengo que volver otra vez a Holanda?’.
Ustedes están aquí, una sala entera llena de gente, creo que tienen sed, pero he pedido a los maestros: “Por Dios, dejen que me convierta en limpiabotas.
Cuando ves esto y oyes lo otro: es que no aprenden nada”.
No lo sé.
Pero unos tropiezan con otros.
Unos ven las máscaras de los demás.
“¿Y qué te parece eso?”.
“Y tienes que ver aquello.
Ejem, hay que ver que...”.
Y así sigue y sigue.
Jamás unos pensamientos hermosos sobre el ser humano.
Uno se pone malo cuando oye ese parloteo.
Y hay gente que lee libros y asisten durante cinco años a las conferencias, y luego solo cotilleos y parloteos.
Si uno no para, tampoco caerá esa máscara; jamás.
¿Es así?
Escuchen.
No van a escuchar, ya se lo he dicho, no siguen esa escucha, ni siquiera escuchan lo que ustedes mismos dicen, no piensan: eso también es una máscara.
Porque todavía es para la sociedad entera, para su propio yo y para su tarea y hagan lo que hagan, siguen siendo cotilleos.
Adelante, enójense.
Yo he meditado.
Y ustedes, ¿qué han hecho en ese tiempo?
Si de verdad hubiera pensado más a fondo, señor Berends, los últimos años ha hecho usted tantas preguntas espirituales y cósmicas, entonces ni siquiera se habría referido a esta epilepsia.
¿Ve?
Por eso siento que sigue sin avanzar, que de ninguna manera ha meditado.
Después de esos pocos días que estuve ausente y que volví, ya recibí treinta cuadros, treinta.
Platos, maestros, Van Dyck, el propio maestro Alcar pintó.
Claro, cuestan cien mil florines, para publicar los libros.
Jamás conseguiremos venderlos.
Pero llegará un día en que los tengamos.
Y ustedes, ¿qué han hecho pensando?
¿Han arrancado las máscaras?
Señor, cuando ve las desgracias, el infortunio...
Seguramente pensarán: se lo toma todo a la tremenda, pero eso no es, nuestras reuniones, estas noches, solo les servirán si agarramos esas máscaras por el cogote, y como dice Frederik: y los ponemos bajo nuestros pies y los hacemos añicos a pisotones.
Y hay quienes exigen el oro y el moro, señor Berends, crees que les puedes torcer el cuello y allí los tienes, se ríen de uno a sus espaldas.
Y usted, ¿no lucha contra eso?
Usted, ¿no tiene que ver con eso?
El ser humano no se apea de su amor propio.
¿Una máscara?
No, señor, esa es la visible.
Pero el ser humano se quiere conservar a sí mismo.
Con que solo le aclares algo muy nimio al ser humano, y es verdad, pero toca un poquito esa personalidad, volverá a ponerse esa horrible máscara, que entonces significa y es amor propio, y no hay quien la atraviese.
Aquí podemos ponernos a hablar de esto el invierno entero, sobre su breve nota; pero voy a continuar un poco, porque esta noche no tengo muchas.
Y así podrán hacer preguntas al respecto.
¿Qué tiene que hacer usted?
En realidad, ¿qué quiere empezar a hacer aquí?
Le he dicho cien mil veces: es aquí donde vive en el otro lado.
Y no allí.
Es usted posesión de la eternidad.
Y al ser humano no le da la real gana deponer esas máscaras espirituales, cristianas, espaciales, divinas.
Es por eso que en el otro lado vivirá en las desapacibles tinieblas que no son otra cosa que un hedor horripilante.
Se blindan tras una máscara y jamás entra un soplo de aire fresco espiritual.
¿No es así?
Y ahí estamos, pues.
Sí, señora.
Pregunta: “Si se produce la muerte por cáncer...”.
Vaya, con esto ya hemos terminado, ¿no señor, Berends?
(Señor en la sala):

—Sí.
—“No es posible que un solo ser de este mundo este libre de máscaras?”.
¿Harán preguntas enseguida sobre eso?
¿O es que las tengo que buscar yo?
¿O a empezar a ver yo?
No creo.
¿No hay ni un solo ser humano en la tierra sin máscaras?
Señor, el ser humano —bueno, ahora ya estoy volviendo otra vez—, el ser humano, con sus máscaras, ¿está libre para Dios —le ayudaré a pensar un poco—, para su amor, su amistad, su camaradería, su tarea?
El criado engaña a su jefe y roba horitas, es vago; el jefe, bueno...
Y así podemos seguir y seguir, y solo estaremos con lo físico, con lo social.
Pero espiritualmente.
El ser humano odia a alguien y no saben por qué.
Hay gente que me ha odiado.
Podía hacer yo lo que quería, y aun así odio, y no sé por qué.
¿Qué es eso, señor?
(Señor en la sala):

—Es una máscara.
—Una máscara del pasado.
¿Por qué odia el ser humano al otro?
Primero hay que echar ese odio, porque si no jamás llegaremos a verla.
Y esta es horrible.
Primero todos tienen que vivir y ver a fondo el otro lado, y solo entonces caerán las máscaras, señor y señora.
Todavía siguen viviendo demasiado en la tierra.
Lo que quieren es estar aquí, no quieren soltarse, no quieren aceptar pertinentemente ese pensamiento: ya vivo detrás de ese ataúd.
Porque cuando uno muere, cuando uno duerme, sale; va a la frontera —ya estamos otra vez con los libros— a la que pertenecen, se adentran en un mundo que es el suyo, con sus máscaras, su odio, su desintegración, su destrucción.
¿Qué quieren?
Hay que ver con su iglesia católica.
No se lo estoy diciendo a ustedes, señoras.
Eso es el protestantismo de Caifás.
Eso no suena ni rima.
Pero hay algo vinculado a eso por lo que se le asesinó a alguien en el Gólgota.
Y todas esas máscaras horribles, señor; máscaras y seres humanos, máscaras y seres humanos.
Primero tienen que saber dónde están las máscaras divinas, las espaciales, y dónde viven, si quieren tener un asidero, y entonces uno se pone a arrancarles los dientes.
No con unas bonitas tenazas de dentista, sino con una corriente del señor Van Straaten.

(Risas).

Una de esas auténticas, manchada de aceite.
Los arrancas sin problema y entonces le tuerces el pescuezo a una máscara de esas.
El maestro Zelanus dijo hace poco en Diligentia: “El ser humano está colgado, se clava en una pared cósmica eterna y sigue colgado, porque no le da la gana comenzar por su propia cuenta”.
¿No?
Sí, hay que ver cómo me estoy volviendo a tomar todo a la tremenda esta noche, ¿verdad?
“Si se produce la muerte por cáncer, la ciencia ¿puede determinar en qué grado estaba esa enfermedad?”.
No, señor, la ciencia hace sus constataciones cuando está el cáncer y ha llegado la muerte, el ser humano muere por ese cáncer, la ciencia determina el estado en que está esa enfermedad, porque la ciencia aún no conoce grados de cáncer.
“Suponiendo que todavía no es el grado más elevado, una siguiente vida ¿sí que puede verse afectada por ella?”.
Vaya, vaya, vaya, vaya, vaya.
Señor Berends, tiene que aprender a pensar.
Esas historias de cáncer ya las hemos tratado aquí mil veces.
“Suponiendo que todavía no es el grado más elevado...”, en ese ser humano, ¿claro?

(Señor en la sala):

—Sí.

—... “una siguiente vida puede verse afectada por ella, ¿no?”.

¿Cómo vuelve a juntar y a conectar eso?
Ese ser humano de allí muere, aquel otro muere por cáncer.
Yo, por ejemplo.
Volveré a la gente que no tiene cáncer, señor, porque es un asunto de familia, y seré tan libre y volaré y llegaré a tener un organismo hermoso, quizá me convierta en una niña, en una madre, y no tenga nada que ver con el cáncer ni con la tuberculosis ni con la lepra, señor.
¿Por qué reduce usted una y otra vez la desgracia material y el estado material a las leyes espaciales espirituales, que son del espíritu?
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

Dígame.
(Señor en la sala):

—Probablemente sea una falta de pensamiento que me hace entrar a mí mismo en ese estado, no tengo problemas en admitirlo.
Pero si entonces queremos leer esos libros de tal forma que sea según nuestra propia comprensión, resulta nuevamente que es imposible que pensemos suficientemente más allá”.
Señor, le contaré otra cosa.
Usted mete allí libros que escribe e imagina usted mismo.
Es eso.
Si solo se atiene a lo que pone allí...
Porque cuando un libro ya no ofrece más que aquello... que ‘Las máscaras y los seres humanos’, es algo que le permite pensar y ponerse a construir, cuanto quiera y lo profundo que desee.
Pero si se queda parado en lo que dice allí, señor, entonces ya tiene suficiente, y quizá ya no lo pueda procesar de tanto que contiene.
Pero usted mismo se pone a escribir libros.
Tenía que limitarme a una sola pregunta y una sola respuesta, y se me concedieron cuatro semanas para hacerlo.
Y si no tenía yo esa explicación, el maestro Alcar no podía seguir.
Así que tengo que enseñarles a pensar, para eso se escribió ‘Las máscaras y los seres humanos’, para ponerlos a pensar.
Señor, señora, el pensamiento normal, el real, es lo más elevado que posee el mundo.
Son los catedráticos, los médicos, los genios.
El arte... si un pintor no es capaz de atravesar la materia con la que pinta y no es capaz de imaginar cómo funciona todo eso, seguirá siendo una chapuza.
Y si el escritor no siente lo que escribe mediante su palabra y dice las cosas al tuntún, entonces ese libro no valdrá nada.
Cuando el escritor no ha tocado el sentimiento de forma esencial, este será falso, señor.
Y el crítico dirá: “Señor, eso son tonterías”.
La vejez y la conciencia hacen pensar y sentir y eso lo que anhela el ser humano con toda su alma, los viejos y los jóvenes, los hombres y las mujeres.
Y usted lo sabe irremediablemente cuando ve un cuadro o si oye música hermosa, oye esto, dirá de inmediato: “Eso no es nada”.
O una película.
Dará usted de inmediato un portazo con su sentimiento.
Unos así, otros asá.
Los sentimientos humanos difieren según la conciencia, y entonces aparece la crítica, el saber.
Pero cuando uno no penetra en las cosas, si uno no piensa más a fondo, entonces no llega.
No tiene que apartarse de lo que viene en los libros y no meter más cosas.
Va usted, así como así, de la materia al espíritu.
Se lo he contado más de una vez.
Y el mundo espiritual es otro, a su vez.
Es el interior.
Somos nosotros, el que habla ahora, el que piensa.
La materia no tiene nada que ver.
¿Qué va a poder hacer luego ese cáncer, señor?
¿Le ha quedado claro, señor Berends?
(Señor en la sala):

—Sí, gracias.
—Y qué sencillo es, ¿no le parece?
Más sencillo imposible.
Con tal de que uno empiece a pensar.
(Jozef sigue leyendo):

“Página 171, 172, allí dice...”.
¿En qué libros?
¿También en ‘Las máscaras y los seres humanos’?
“Si la gente no cumple su palabra, vendrán los osos, además de los jacintos...”.
Los jacintos.
Claro, ¿querrá decir los chacales?
(Señor en la sala):

—No, vienen los jacintos.
“... para arrancarle la cabeza a mordiscos”.
(Señor en la sala):

—Sí, así lo pone en ‘Las máscaras’, parte 2.
—... las piernas...
(Señora en la sala):

—Hienas.
—“... si la gente no cumple su palabra, vendrán los osos...”, los osos.
(Señor en la sala):

—Sí, los osos y los jacintos.
(Gente en la sala):

—Hienas.
—E hienas, les digo.
¿No es un jacinto una flor?

(Risas).

Pero quizá haya allí... entonces es un error tipográfico.
Pero no creo que los jacintos...
Un oso y un jacinto nunca se van a pelear.
Señor, creo que habrá estado usted en Haarlem en la exposición floral y que esas flores se le han quedado en la cabeza.
Pero los jacintos y los osos no se pelean.
Nunca he oído a esos dos tocar el violín.
“... si la gente no cumple su palabra, los osos y las hienas para arrancarle la cabeza a mordiscos.
Respuesta: tendrán que poner algún día las cartas boca arriba”.
O sea que ahora quiere saber lo que eso significa, ¿no?
(Señor en la sala):

—No, no lo quiero.
He tomado esas frases y las he escrito aquí como respuesta, a saber: ¿es correcto eso?
“... tendrán que poner algún día las cartas boca arriba”.
Si un ser humano no cumple su palabra, eso significa...
Frederik usa unas metáforas gigantescas y aparecen los osos y los jacintos...

(Risas).

... ya lo ven, el ser humano es susceptible de ser influido...

(Jozef reacciona así por la tos de alguien en la sala).

... “vienen los osos y las hienas a arrancarle la cabeza a mordiscos”.
Señor, eso quiere decir que lo malo en el ser humano destruye su propio carácter.
¿Entiende?
Son...
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

Dígame.
(Señor en la sala):

—De modo que la respuesta que está debajo no es correcta?
—“... algún día tendrán que poner las cartas boca arriba”.
Es correcta del todo, señor, porque no les queda otra que poner las cartas boca arriba para lo bueno y para el espacio, para las máscaras.
Trata de las máscaras y los seres humanos, ¿no?
Así que esos rasgos de carácter y no...
El ser humano que incumple su palabra, y todos esos rasgos equivocados, significan... tienen rostros equivocados, tienen máscaras, pueden rugir, pueden hacerte mal, y luego tendrán que inclinar la cabeza, arrancar máscaras y poner las cartas boca arriba.
¿No es sencillo?
(Jozef sigue leyendo):

“Frederik, con toda la guasa que tiene, le dice a Hans: ‘Y hazte con unos revólveres, junto a la jungla’.
Entiendes, y quieres...
Respuesta: “Ten cuidado, cuídate”.
Mire, ¿quiere saber lo que significa eso?
(Señor en la sala):

—Sí, de eso se trata precisamente.
“Frederik, con toda su guasa, le dice a Hans: ‘Y hazte con unos revólveres, junto a la jungla’”.
Y la respuesta es: “Ten cuidado, cuídate”.
O sea, eso quiere decir que cuando uno entra, desciende, en la psicología, en la psicopatía y en la demencia, señor, entonces se necesita una enorme cantidad de armas espirituales para protegerse a sí mismo, y eso es: fuerza de voluntad, conocimiento, intuir sobre todo, pensar, el sentimiento sensible.
Esas son las armas que hace falta tener para seguir los estudios de psicología... de psiquiatría y querer descender en un manicomio.
Porque de eso se trata.
Esa era la intención de Frederik.
Váyase alguna vez desarmado a un manicomio.
Entre una pandilla de unos doscientos, trescientos, algo así.
No entre dos, cuatro, cinco o diez; eso no es nada, no, unos doscientos, trescientos.
Como ser humano normal, entre allí alguna vez.
El propio médico ya huiría.
Desarmado, en un tiempo de... en un breve tiempo, señor, personas que no son fuertes, enfermeras, enfermeros, también son psicopáticos.
Descienden.
He hablado con gente que no pudo soportarlo.
Es un trabajo tan increíblemente difícil, duro, para las pobres enfermeras y los pobres enfermeros, también para los médicos, tener que vivir y hablar con esos humanos inhumanos, eso es más terrorífico, y entonces uno tiene que estar armado.
El médico está armado por su estudio en la psiquiatría, en la psicología.
Pero el profano no se ha enterado de nada, señor.
Y entonces Hans le dice a Frederik (véase ‘Las máscaras y los seres humanos, parte 2, capítulo 10, Frederik le dice a Hans), señor: “Ten cuidado y llévate unos revólveres”.
Son rasgos de carácter que uno tiene en sus propias manos.
Si esto en el momento en que ambos hablan... si hubieran dicho: “Oye, Frederik”, dice Hans, “mejor ten cuidado, porque no es sencillo”,
pues, no tendría sentido.
“Bueno, tú métete y haz lo que quieras”.
Eso no tiene sentido.
Si te pones a reproducir esa película, y no dices otra cosa, señor, entonces está muerta, esa palabra está muerta.
Por eso es una metáfora de primera, un destello, un estímulo, que te enseña a pensar, que te hace pensar, que te hace sentir.
Cada palabra, cada frase, es una posesión universal de ‘Las máscaras y los seres humanos’.
Oí a un psicólogo, el año pasado, lo había leído, un psicólogo, dice: “La obra mayor, mayor, mayor que algún día leeré otra vez mientras viva en la tierra es ‘Las máscaras y los seres humanos’, de Jozef Rulof”.
Un psicólogo.
Dice: “Dios mío, Dios mío, esos libros los puedes leer mil veces, porque cada frase te vuelve a conectar con el espíritu, con el espacio, con la sociedad, con el estudio, con la ciencia, con el propio ser humano”.
Allí estamos.
“Ten cuidado, cuídate...”.
“Cuatro: atención con los negros y con el camellero.
Tú mismo eres un camello e impulsas tu propia vida hacia la desintegración.
Fantasia es una princesita”.
Sí, mira, estimado mío.
Claro, ahora Frederik está loco, ¿verdad?
En ese momento, donde escribe usted eso, Frederik está loco y cuenta las mayores majaderías con verdad y humanidad, pero entonces tenemos que recurrir al libro.
Si el libro está aquí, necesitaré diez noches para analizar esa historia del manicomio, ese día y medio que vive allí con Hans en el sanatorio, porque cada dicho extraño que ofrece Frederik aún tiene un significado pertinente.
(Señor en la sala):

—Pero eso nosotros jamás vamos a poder sacarlo de allí, ¿no?

—Eso jamás lo sacarán.
Pero la sociedad está loca de remate, es inconsciente, demente.
No son...
En la sociedad uno se encuentra con esos osos, esos chacales.
Y hay gente desarmada que otros abaten a balazos, conscientemente, como si nada.
¿Es que queda tan poco claro?
(Señor en la sala):

—No, tampoco es eso.
—Pues, ya estamos otra vez.
Mire, todo lo tiene que...
Esos tres libros son la sociedad con el ser humano, la sabiduría, artes y ciencias, todo está allí.
Se ve usted allí rodeado por el alma y el espíritu, que le echan una flor.
Frederik añade un poco de karma y va dando vueltas en patines alrededor de esa pérgola.
Y de pronto llega desde la realidad a la irrealidad.
Y entonces dio un beso.
Y dio en el blanco, porque la enfermera se vio... se quedó, y estaba sentada y colgada, y se sentía hipnotizada.
Dice: “Y además soy hipnotizador”.
En ese mundo loco, loco, señor, se desarrolla el hipnotismo inconsciente y consciente.
Es decir, el ser humano parlotea y habla y hace y actúa, y allí hay un médico al mando que tampoco se aclara.
Porque dice: “Si aquí se me muere uno, Frederik, entonces le colgamos a ese fiambre una tarjetita del cuello y se va como una flecha a Dios, y allí pone: “Si tienes más de estos dementes y locos, para entonces, porque no eres un creador normal.
Y deja de enviar locos y necios y fantasiosos al mundo.
El en fondo, ¿quién eres?”.
Dice: “Pero todavía no tenemos una respuesta”.
Dice: “Quien sea quien esté allí arriba, y sea quien sea, da igual, pero...”.
Y entonces Frederik dijo algo pero volvió a tragárselo.
Él dice: “Pero ese hombre de allí, o esa divinidad, piensa: arréglatelas tú mismo.
Pero, qué clase de Dios es este”, llega de inmediato, “que no tiene otra cosa que hacer que enviar a locos, necios y enfermos al mundo?”.
Eso dice un erudito.
Son máscaras, señor.
¿Que nos hacen caer redondo?
No, señor, es el ser inconsciente de la humanidad, las facultades.
Ese médico, ese profesor Hansius está... —allí está el mundo, ¿no?, las máscaras y los seres humanos tienen agarrada por el cogote a la creación entera—, el médico, el psicólogo, el gran erudito se queda impotente.
Ese todavía tiene que colgarle una tarjetita al fiambre y anotar en ella: “Envía gente sana, por favor”, o aclárame estas desgracias creadas.
¿Qué desean?
Las máscaras y los seres humanos.
Y Frederik anda a su lado y luego añade todavía: “Si me tomas el pelo, señor, te destruyo”.
Ha habido cien millones de asesinatos por el bien y el desarrollo de la humanidad.
Pero eso ya no lo hacemos hoy en día.
Pero a estos uno los...
La locura, la inhumanidad y los follones fríos y huecos que hay a diario en la radio y que se leen en los periódicos, señor, son el estancamiento, la lepra para el espíritu.
Y no hay forma de averiguarlo.
Tenemos medicinas y no les da la real gana tomárselas.
Y de verdad que se ponen mejor.
Ya no hay máscaras.
Y ese médico, ese catedrático ya no tiene que preguntar: “Oye, Dios, ¿por qué sigues creando locos y enfermos?”.
Porque entonces caerá la máscara y ese mismo médico contemplará su propia cara y dirá: “Maldita sea, hace doscientos mil años yo mismo empecé con esto”.
Y entonces el señor Hans se queda arrodillado y se para de inmediato, o seguirá habiendo una chispita de cariño en él para decir: “Pues, sí, es difícil de narices”.
Igual que yo ante esto, mientras pensaba: ‘¿Por qué tengo que volver otra vez para ponerme a hablar, de todas formas no aprenderán nada’.
Y Hans dice: “Lo dejo porque no hay nada que pueda hacer’.
Yo también.
Y entonces me topé allí con unas cuantas hormigas, las seguía, así, y entonces se convirtieron en un montón, digo: “¿Qué hacen (hacéis)?”.
Dijeron: “Pues, vivimos por gusto”.
Entonces yo también empecé.
Ahora vivo por gusto.
¿Quieren saber algo más sobre ‘Las máscaras y los seres humanos’?
Ya les gustaría detenerse más ante eso, ante ese Hans y ese Frederik, ¿verdad?
Señor, venga con las preguntas y tendremos poderosas veladas.
Profundizo realmente mucho en eso, porque entonces uno vuelve a vivir.
“Tú mismo eres un camello”.
Miren, un camello... “e impulsa tu propia vida hacia la desintegración”.
Eso no significa que un camello... un camello no es lo mismo que un ángel.
Un camello todavía es un animal prehistórico.
“E impulsa esa vida hacia la desintegración”.
Es decir, ese estado de aquel animal como sintonización no tiene otra cosa que hacer que llevar cargas, trabajar para el ser humano, servir la desintegración, la desintegración.
Un rasgo de carácter como de camello, señor y señora, lo sacamos de vez en cuando a golpes.
Eso lo hacían antes.
Entonces el hombre agarraba una porra y le daba una paliza a Eva, en la jungla.
En el prado justo fuera de la jungla había un pequeño lago, volvíamos a bañarnos y nos olvidábamos de todo.
Pero esos rasgos de carácter los fuimos sacando a golpe.
Y un buen día Eva se fue.
Entonces Adán se quedó solo y ya no nacieron más niños.
Entonces se detuvo la creación.
Y si no llegamos a conocer esos sentimientos parecidos a los de un camello, entonces ya entenderán...
Él podría haber mencionado grados de conciencia de buey, de cocodrilo, de serpiente, de animales.
Tenía aires de gato salvaje, ladraba como un perro, ratones, ratas, piojos, pulgas, etcétera.
¿Son todos grados animales que pueden influenciar el rasgo de carácter del ser humano?
No, que el ser humano ha creado él mismo.
¿Qué? ¿Quiere una joroba doble o una simple?

(Risas).

Esas jorobas dobles...
El mundo todavía no sabe por qué un camello tiene una joroba doble y el otro una simple.
Claro, ya nos gustaría saberlo.
¿Por qué un camello tiene dos jorobas, con una entalladura, con un valle de esos, y otro, cuando estás encima, no tiene más que una pequeña elevación?
Bueno, bueno, bueno.
Si usted lo supiera, señora, se iría enseguida a Turquía y se pondría a buscar el arca de Noé.
Porque esa es la interrogación para el arca de Noé.
¿Lo sabía?
(Señor en la sala):

—No.
—Yo tampoco.

(Risas).

Sí, sí.
“Tú mismo eres un camello e impulsas tu propia vida hacia la desintegración.

Fantasia es una princesita”.
Señor, ¿no es una princesa Fantasia? (Véase ‘Las máscaras y los seres humanos’, parte 2, capítulo 10).
Ese Frederik es un artista fantástico.
Dice: “Fantasia es una princesita.
La conocí en Londres y París, y por todas partes; bailaba, cantaba y gritaba, vendía flores en el bulevar de Scheveningen, junto a la playa.
Y él no paraba nunca.
¿Puede hacer eso usted también un momento? ¿Repensar unos veinticuatro mundos, así, uno tras otro, y largarlos?
Es que entonces la sociedad dice: “Ese hombre está loco”.
Contar sinsentidos y sabiduría era algo de lo que solo era capaz Buziau (J.F. Buziau, cómico holandés, 1877-1958).
¿No es así?
Y quien no lo tenga es falso y no se merece un céntimo.
A esa gente la expulsan del escenario.
¿Pues?
Fantasia, señor, es una princesita, sin duda, es una baronesa, es una condesa.
Señor, nosotros nos tomamos el pelo cada día, cada hora.
Rebosamos fantasía.
Sin base, sin fundamento, señor; volamos, planeamos, vivimos por encima de nuestro ánimo y de nuestra clase.
¿No es así?
Señor, y esa, ¿qué princesa es?
Es una nobleza que tiene anemia.
¿No es así, señora?
Comen todos los días coles de Bruselas.
Claro, eso no se lo imaginaban, ¿verdad?, que durante las noches espirituales de Jozef Rulof, con todos esos libros espirituales y esos cuadros, habláramos aquí de coles, ¿verdad que no, señora?
Sí, sí, pero las coles son ricas.
Yo jamás las como, no es eso.

(Risas).

“Fantasia tenía un colorante mezclado”.
Sí, señor, todo eso no es más que papel pintado, no es más que envoltorio, es un guardarropa, señor, se compró de fiado.
Está totalmente empapelada, es una de esas que se emperifolla y que agita los brazos y que planea y que agita los brazos y que baila y que salta y que canta y que toca el piano a las nueve de la mañana, nunca hay café a las once.
Es fantasía.
¿Tienen ustedes algo de eso, señoras?
Sí, a los señores también se les dará una bofetada, los hombres caballerosos son todos osos.
A ver, ¿qué señor puede haber aquí con dos jorobas, como un camello...

(Risas).

... en sus sentimientos, en su ánimo?
Señora, ¿es que él no tiene también dos jorobas?
¿Su dama, su señora, también está aquí?
Señora, dígame: ¿alguna vez ve todavía dos jorobas de esas?
Hay hombres que ya tienen una de las jorobas en Estados Unidos y la otra en Rusia.
Tantos huecos hay entre una y otra que la mujer nunca se puede sentar a gusto encima a descansar.

(Risas).

A ese camello se le doblan las rodillas, ¿verdad, señor?
No, no es capaz de cargar con esos encantos.
Pues, francamente, ni tan mal.
Hombres que son como camellos, vaya.

(Risas).

Señor, ¿quién es usted?
(Señor en la sala):

—Cuando el camello se cae de rodillas, tiene sed, ¿verdad que sí?
—Lo único cierto es: siempre llevan agua.
Y pueden...
Sí, son unos tipos del desierto.
Hay que ver la cantidad de camellos que tenemos aquí por La Haya.
Por donde vayas ves hombres camello.

(Risas).

Señor Berends, ¿o acaso es que ese camello de un solo bultito es la dama?
Entonces hay algo en la creación que no cuadra.
En fin.
Aquí tengo también: “Tenía más bazas, pero solo recurría a ellas cuando era necesario”.
Esa es aquella Fantasia, esa princesita.
“Ocho: hemos besado, tan es así que entretanto murió mi mujer”.
¿No es horroroso?
“Hemos besado, tan es así que entretanto murió mi mujer”.
Bueno, mire, señor Berends, va soltando usted hachazos por todos lados, y entonces de pronto encuentra algo por allí, pero eso sigue...
Para eso necesitamos el libro.
Si lo tiene, si quiere encontrar la explicación de todo —porque allí hay un parloteo extraño, pero eso para su ser loco significa algo, ¿entiende, verdad?— y si quiere analizarlo y quiere tener la palabra para ello, entonces tiene que traerse el libro, yo se lo leeré a todos ustedes y nos pondremos a sacar de allí lo que tiene de hermoso.
Pero no tiene que arrancar de su contexto ese puñado de proverbios, así yo tampoco ya tengo a lo que asirme.
Ya sé a qué se refiere, pero entonces no le sirve de nada, porque eso no hay quien lo entienda.
¿Es cierto?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Claro, puedo añadir alguna cosa, pero por allí no van las cosas, ¿no?
“Hemos besado...”.
Bien, de acuerdo.
Nueve, eso es ocho y nueve.
“La hemos enterrado y puesto de vuelta y media”.
Vaya, vaya, vaya: “la hemos enterrado”, o sea, la mujer fallecida en ‘Las máscaras y los seres humanos’, “y puesto de vuelta y media”.
Pero ¿qué vuelta y media?
(Señor en la sala):

—Lo que yo entendí es que por el estado en que se describía esto se arrancó una máscara.
—Sí, es como debe ser.
He oído que han estado en ‘s-Heerenberg.
(Señor en la sala):

—No.
—No, no usted, sino otra gente.
Y esa gente ha estado ante la cabaña de Sint de Tien, y allí solo se enterraba a gente que se había ahorcado.
Y eso es pues, el hombre que se ahorca, el hombre que sisa, que roba, que descuartiza y que hace de todo, a ese se le pone de vuelta y media.
Qué divertido, ¿verdad?
“Lo hemos enterrado y puesto de vuelta y media”.
Mire, con lodo, con cotilleos, de donde procede el ser humano, lo que arrastra, lo que hace que despierte y se duerma.
Eso Frederik no lo llama la desintegración en la sociedad, sino: hemos puesto al ser humano de vuelta y media.
Y allí yace ahora.
¿Hasta cuándo?
¿No es divertido?
(Señor en la sala):

—Yo no saqué eso.
—Es que no lo sacará, porque para eso hace falta pensar.
Al ser humano se le pone de vuelta y media.
¿De dónde viene esa expresión revuelta?
Es decir: que se cotillea, chismorrea sobre el ser humano.
Pero cuando el ser humano se excluya a sí mismo de la sociedad, la iglesia católica lo pondrá a usted de vuelta y media, porque usted mismo se ha colgado de la cruz.
Usted mismo se dio una tarjeta de visita para la sociedad: no hay que suicidarse.
Y Frederik, que es tan inocente e infantil, dice: “El ser humano se pone a sí mismo de vuelta y media...”.
¿También había sacado eso?
¿No es divertido?
Eso es ‘Las máscaras y los seres humanos’.
Me pegué un susto tremendo y he reído cuando dijo todo eso, porque yo estaba al lado y pienso: ‘Ay, ay, ay.
Eso lo ha escrito Frederik van Eeden’.
“¿A ti qué te ha pasado?”.
Dice: “Bueno, había terminado una obra de teatro, eso también era “fantasia”, y otro libro; los destrozaron”.
Y son las mejores de todas sus obras, pero no pasó.
Sin embargo, aquí puede desfogarse un poco con ‘Las máscaras y los seres humanos’.
Fue un contacto poderoso cuando lo empezamos.
Y precisamente en unos momentos hermosos de lucha, de desintegración y destrucción apareció una maravillosa creación en la tierra.
¿No es divertido?
Los maestros lo aprovecharon y crearon una trilogía y pusieron al ser humano de vuelta y media.
Contiene algo para todos.
(Dirigiéndose al técnico de sonido):

¿Cuántos minutos me quedan, señor?
(El técnico de sonido):

—Pues calculo unos siete minutos más, quizá diez.
—Y desapareció una máscara.
Sí, después desapareció una máscara.
“El alzamiento de Napoleón...
¿El levantamiento de Napoleón?”
¿Napoleo...?
“Las ratitas de Napoleo no cuestan nada”.
Claro.
El alzamiento de Napóleos, Napoleos.
¿O?
(Señor en la sala):

—Las tartitas de Napoleón.
—¿Sus tartitas?
Aquí pone ratitas.

(Risas).

El alzamiento..., una ratita ¿puede alzarse?
Ah, no, claro, una tartita sí.
“Que se levante una tartita Napoleón no cuesta nada y son ricas”.
Pero, vamos a ver, ¿esto qué es?
Todo eso está en el momento...
Todo eso se dice y escribe en el momento en que Frederik está junto a Hans en el manicomio.
¿No es así?
(Señor en la sala):

—Así es.
“Que se levante una tartita Napoleón no cuesta nada y son ricas”.
Porque el ser humano destruye, el ser humano se destroza a sí mismo, y se dilata.
Napoleón se dilató.
Eso él lo llama una tarta, su vida fue como una tarta.
Se dilató hasta alcanzar el cielo, los cielos, y en el frío invierno se vio ante Moscú y se heló.
No cuesta nada.
Eso es cosa de cada uno.
“Y son ricas?”.
Señor, la respuesta es: si hace eso, estará enriqueciéndose —y esa ya es la respuesta— a costa de otros.
Y si quiere aceptar la vida, y comenzarla y vivirla mediante la desintegración, mediante la destrucción, como un Napoleón, señor, entonces ¿qué queda de todas esas máscaras espirituales y espaciales?
Ya lo habrá entendido: ese Frederik, en su estado junto a Hans, en ese mundo loco, dice cosas que en la locura siguen siendo normales y que representan realidad.
Pero esta la tiene que sacar usted mismo.
Dice locuras y expresa la realidad, pero sigue controlando el mundo.
Y entonces uno puede pensar.
Entonces uno puede tardar un mes en hacer una sola página, no más que un solo capítulo.
Porque le digo: ese ‘Las máscaras y los seres humanos’ contiene al menos veintiún libro más.
Sobre este libro pueden escribirse veintiún libros, gruesos, bien gruesos de setecientas cincuenta páginas.
Antes del descanso, ¿qué más tiene que preguntar sobre esto, señor Berends?
(Señor en la sala):

—Bueno, algo más quisiera preguntar, y también guarda relación con esto, con todo lo que se dice allí.
Porque allí pone: “de una demencia consciente, una demencia enfermiza en la psicopatía”.
Esas cosas también se describen en ‘Las máscaras’.
Y de cada una se ofrece una explicación, cuándo se trata de una y cuándo de la otra.
Pero resulta que sabemos de Frederik que se fue conscientemente al manicomio.
Eso, pues, he tratado de sacar de su lectura.
¿Cuál fue aquí la causa de que en el fondo quería ir al manicomio para ir a vivir a todos esos locos e intentar investigar si muchos más querían convertirse en máscaras?
¿Cuáles son aquí las causas de esas personas que están allí como supuestos locos?
¿Estoy en lo cierto?
—Sí, allí hay mucho más y es mucho más claro y sencillo.
Frederik desciende, se va al manicomio para estar con Hans, para conocer a esos locos.
Y Hans no los conoce con su estudio.
Y cuando uno no quiere vivir a un loco, tampoco lo llegará a conocer.
Hay que volverse loco; y aun así continuar siendo consciente.
(Señor en la sala):

—¿Es posible eso?
—Pues, ¿no lo ha vivido usted...?
(Señor en la sala):

—Frederik.
—Eso queda demostrado aquí en libro, ¿no?
(Señor en la sala):

—¿Puede hacerlo también otra persona?
—Ya puedo hacer aquí el loco todo cuanto quiera y no lo estoy.
(Señor en la sala):

—¿Sí en el manicomio, o no?
—¿Quiere tener usted esta noche sinsentidos y dice usted: ‘Estupendo, señor’, entonces le daré esa sabiduría en ese mismo instante.
Es que esta noche puedo jugar a ser bailarina, ¿no?, aunque no me entere de nada; no haré esos pasitos tan expertos, seamos honestos, pero puedo ponerme a bailar, ¿o no?
¿Y quién diría que estoy loco?
¿Estoy loco entonces si alguna vez me doy aires?
Vaya a bailar esta noche y disfrute.
Esta noche me imagino que soy Paganini.
Vamos, a afinar el violín y a tocar.
¿Toca usted el órgano?
Entonces yo tocaré el violín.
Eso lo podemos hacer de verdad, igual que lo hacía Paganini, solo que usted no lo oirá, ahora hay que sentirlo.
Entonces, ¿quién está loco?
Pero ahora me meto en ese loco, me meto de verdad, y quiero conocer a ese hombre, a esa mujer, en su pensamiento y sentimiento.
Y esa es la psicología para Frederik.
Ese es el descenso en la psicología, en la demencia, porque si el médico, el psiquiatra, no desciende en el demente jamás conocerá al enfermo.
(Señor en la sala):

—¿Señor Rulof?
—Dígame.
(Señor en la sala):

—El resultado de Frederik van Eeden fue que sacó a unos cinco o seis locos de ese manicomio, ¿no?
—Sí.
Todavía lo siguen haciendo.
(Señor en la sala):

—Pero eso fue su objetivo, ¿no?
—Sacó a unos cuantos, qué fenomenal, ¿no?
¿Verdad que sí?
Mediante la hipnosis los...
Y eso ahora lo están haciendo, pueden conseguirse tantas cosas con la hipnosis.
Pero la pregunta del señor Berends is: ¿qué es la psicología?, ¿qué es la psiquiatría?, ¿qué son la conciencia y la inconsciencia?
El médico como catedrático es inconsciente.
El psicólogo es inconsciente.
El médico es un loco medio inconsciente, o consciente.
Y están los enfermizos, es decir, el ser humano que ha perdido su conciencia diurna normal como sentimiento social y que se ha disuelto en ella.
Y entonces lo que se dice es un galimatías.
¿Quién dice eso?
(Señor en la sala):

—Eso lo dicen personas ajenas, anormales.
Aparece un ser humano —es que a mí han venido a verme esos enfermos, esa gente—, un muchacho, una madre, ese chico hablaba quince idiomas y con el décimosexto y con el decimoséptimo se partió el cuello interior; de pronto se cae del escenario humano y dice: “Ajá, yo soy el poeta, ya les...”.
“Ay”, dice la madre, “pero ¿qué ha pasado?”.
Cinco horas después estaba en (el centro psiquiátrico de) Rosenburg, y allí sigue.
Aprendió demasiadas cosas.
No conocía sus límites.
Y entonces se puso a hacer poemas.
Y de pronto se convirtió en Napoleón.
Y estaba en el escenario e iba a Jerusalén, y entonces hablaba hebreo —también lo dominaba—, y entonces era un viejo judío, un sacerdote.
¿Acaso habla allí la reencarnación?
Señor, de eso ya hablaremos después del descanso.
Hasta luego.
 
DESCANSO
 
Señoras y señores, ¿qué han hecho con las máscaras?
Al ser humano que no ha estado aquí todavía y que no ha leído los libros me gustaría darle primero lo siguiente: ¿qué son, pues, las máscaras y los seres humanos para el ser humano aquí en la tierra, en esta sociedad, para estos tiempos?
Les aconsejaría, como ya dije: lean esos libros, léanlos veinte veces, porque pueden leerlos hasta treinta veces.
Dios es una máscara.
Dios todavía es una máscaras horripilante.
Porque hay al menos un centenar de dioses en el espacio para el ser humano.
Ese Dios en particular no se conoce.
Y no hay más que uno solo.
Y yo a ese lo he visto, todos lo pueden ver.
Se ha dividido en miríadas de chispas, en planetas, estrellas, soles, seres humanos, animales, flores y plantas, la noche, la luz y las tinieblas.
Solo es vida, espíritu, alma.
En definitiva, solo es amor.
Y en el Antiguo Testamento tenemos un Dios de odio y venganza; ese es el que se sigue amando ahora.
Los pastores protestantes del mundo tienen que aprender que Dios es amor, no conocen a Dios.
La facultad de teología sigue, en el siglo veinte, manca, es coja.
Si van ustedes a Leiden...
Allí hay gente, estudiantes míos que han leído mis libros y están estudiando biología.
Hay uno que va a ser médico y dice a un compañero estudiante, un pastor protestante: “Luego te podré explicar que te envían al mundo con falsedades.
Porque la Biblia comienza con falsedades”.
Lo que se dice en al Biblia al comienzo contradice la realidad divina.
Y eso figura en ‘El origen del universo’, ‘Los pueblos de la tierra’, ‘Una mirada en el más allá’, en todos los libros llegarán a ver y a vivir al Dios de amor, el espacio, el Dios de la paternidad y maternidad.
¿Qué son las máscaras para los seres humanos?
Cristo es una máscara para el ser humano.
Lo que ha ocurrido en Jerusalén no cuadra con la realidad, porque lo que se quiere es que Cristo haya muerto para el ser humano.
Y eso es una locura, porque a Él se le asesinó allí conscientemente.
Una máscara.
A Sócrates le hicieron beber veneno cuando dijo: ¿qué es uno cuando se siente feliz?,
¿de dónde viene ese sentimiento?
Y fue un poco más allá; entonces ya le dieron de beber del cáliz, porque él, Sócrates, hijo del espacio, contagiaba al ser humano.
A Galileo lo llevaron al matadero en el Vaticano.
Cuando dijo: la tierra gira alrededor del sol, entonces un tal Clemente dijo: ni por encima de mi cadáver, el sol gira alrededor de la tierra, y tú ¡ni tocarlo.
Y entonces le echaron siete años en un mazmorra del Vaticano.
Eso sí que es representar un Dios.
Bueno, su familia, esta que hay ahora, ya no encerrará más Galileos, porque se ha aprendido, también para la iglesia católica.
Y ahora ya saben que el ser humano nació en las aguas, que comenzó con la primera vida como vida celular embrionaria, a partir de la Omnifuente, que creó planetas y estrellas.
A partir de qué surgió ese universo es algo que allí se sabe, pero todavía no se desprenden de aquello otro, porque entonces la iglesia caería.
En realidad, ¿qué hacen ustedes aquí?
Es un loco el que habla aquí.
Pero un loco con conciencia y saber cósmicos, porque ese loco lo ha podido ver conscientemente.
O ni siquiera está a la venta en el mundo.
Lo que les doy son profecías.
Ya se está yendo en esa dirección.
Para el biólogo y el geólogo hay más máscaras aún, y sobre todo para el teólogo y el experto en la Biblia.
Nosotros tenemos las máscaras para la psiquiatría, el psicólogo, los astrónomos; los astrólogos han mentido, porque no tienen la verdad.
Todavía no es más que: ¿será esto?, ¿será lo otro?
La astrología no llegará a ser un ciencia.
Ahora no me maten otra vez más.
Pero más adelante lo vivirán, recibirán las pruebas, porque la ciencia irá poniendo, de todas formas, los fundamentos, poco a poco, y entonces se dirá: la astrología no tiene una máscara, porque son los propios seres humanos quienes las hacen.
Los astrónomos no conocen el universo, porque el sol es una paternidad; y la luna, como planeta madre, y los demás que han creado vida son madres, son chispas de esa maternidad divina, eso el astrónomo aún lo tiene que llegar a conocer.
Máscaras.
Al ser humano se le apalea aquí en la tierra, y no sabe por qué: una máscara.
El ser humano va al universo, hacia un mundo astral espiritual, y dice: ¿de verdad que será así?,
nadie ha vuelto nunca.
Pero el que ellos mismos vivan en la reencarnación de miles de millones de vida no se siente, no se ve, no se conoce, se habla por hablar.
La Biblia habla de una familia que ha vivido allí, que se llamaba Abraham, Isaac y Jacob.
Y también habla de dos personas que vivieron por allí, cuando comenzó la creación, un paraíso, con leones, serpientes, ratas y ratones.
Nuestro piojo de La Haya también estuvo allí alguna vez, porque una mañana Adán dijo: hay algo que me pica en la cabeza.

(Risas).

Y entonces Eva dijo: ¿cómo es posible?, se nos protege, ¿no?
Y él dice: algo nos está fallando.
Y, ciertamente, entonces cazaron el primer piojo.
Y entonces no vinieron así, sino que lo soplaron, pfft, fuera del paraíso.
Y así volvieron a estar libres de fallos, pecados y pensamientos erróneos.
Porque Adán ni siquiera debería haber pensado en canalladas.

(Risas).

Porque eso ya fue una canallada piojosa la que se imaginó y sintió.
Porque Dios no puede crear piojitos, es imposible, ¿no?
Porque el ser humano vivía en lo natural inmaculado, puro, cristalino y todavía no se había mancillado.
Bueno, ¿y ahora a dónde vamos?
¿Qué son las máscaras, señoras y señores?
El ser humano que todavía no ha aprendido todo eso, que no lo conoce, quiere saber: ¿vivo detrás del ataúd?
Sí.
‘Una mirada en el más allá’, tres tomos.
Voy a hacer publicidad para los maestros.
Si saben eso y pueden aceptarlo —yo también lo he tenido que aceptar, porque lo vi—, comenzarán a vivir el más allá detrás del ataúd, accediendo a los cielos.
Y entonces harán viajes por ese espacio astral espiritual.
Y comenzarán con ‘Aquellos que volvieron de la muerte’, allí llegarán a ver la muerte por diferentes personas que vinieron a decirme de antemano: “Esta madrugada, a las tres y media, moriré.
¡Estaré fuera!”.
El sacerdote ruso Rosanoff vino a contarme a las seis y media de la tarde: “Esta madrugada, a las tres y media, moriré, André, Jozef.
Fabuloso, fabuloso, fabuloso”, hablaba mal el neerlandés.
“Fabuloso”.
Pero ese “fabuloso” sonaba tremendo.
“Yo ahora hacer viajes.
Oh, todo, gente, mundo tiene que saber, oh, libros verdad, libros verdad”.
Lo volví a ver una vez.
Dice: “Sí”.
Digo: “¿Ahora lo sabe?”.
Digo: “Si continúo un poco más, ya me estarán esperando los cálices de cicuta”.
El ser humano es demasiado vago, es demasiado tonto, es demasiado inconsciente para no aprender.
¿Les parece que esta gente en La Haya, en Ámsterdam, en Holanda de verdad está loca? ¿Que no les da la gana conocer a Dios?
¿Para conocer de verdad a Cristo?
¿Que Cristo vino de la luna, igual que nosotros, y que no hay otro Cristo que el ser humano que ha alcanzado el Omnigrado divino y que ahora tiene que representar allí el Dios de todo lo que vive?
En primer lugar de todos van a empezar ustedes poniendo fundamentos, según ya les dije, y hablen alguna vez unos con otros.
Aquí están en esa eternidad.
Esa sociedad, señoras y señores, no significa nada de nada, por muy hermosos que sean ustedes, siguen teniendo equis, eso a mí no me dice nada de nada.
Hay personas que quieren darme cinco mil florines, ni siquiera los quiero.
Y todavía puedo publicar aquí un libro de Conócete a ti mismo; imposible, no tengo dinero.
Pero esa gente ni me deja que lo acepte.
Así de locos estamos, que rechazamos aceptar cinco mil florines para publicar los libros.
“No”, dicen los maestros, “primero cuídese a sí mismo”.
Así de embusteros son.
(Una señora dice, con tono agudo):

—Je.
(Jozef lo imita):

—Sí.
Je.
El ser humano tiene que saber y aceptar que vive aquí, entonces ya no hay una máscara para su muerte ni para su vida eterna.
Así vivirán en la realidad.
Así pondrán fundamentos.
Entonces se habrán disuelto el parloteo y la palabrería en el espacio.
Comiencen ahora con la realidad.
Tienen que empezar —yo también tuve que hacerlo—, empezar, voy a pensar lo que hago, y accedo a los fundamentos correspondientes, y los vivo, a los grados que son entonces, y ahora llegan los sistemas filosóficos, ahora estamos ante Sócrates: ¿cuándo soy verdad?
¿Cuándo tengo amistad?
¿Cuándo, cuándo?
¿Cuando dudo?
¿Cuando tengo que contar algo sobre el ser humano?
Cuando pienso mal sobre el ser humano y la vida?
Quieren ustedes avanzar, quieren desarrollarse; el año pasado, el invierno, he hablado aquí hasta reventar, y encima en Diligentia.
Ofrecimos unas ciento cincuenta conferencias.
¿Y qué han adoptado ustedes de esas noches?
¿De verdad que han estado meditando estos tres meses?
¿Qué hacen por los demás cuando trabajan por el ser humano?
En primer lugar por ustedes mismos.
¿Destrozar algo?
¿No van a poner pensamientos nuevos para arrancar esas viajas máscaras?
Si no asignan buenos pensamientos a esas máscaras, no las arrancarán de ninguna manera de sus caritas espirituales.
Y entonces se les quedan pegadas.
Eso les tengo que enseñar, y creo que es hasta lo mejor: ¿cómo aprendo a pensar?
Ustedes no piensan.
¿Cómo aprendo a pensar?
Sí, sí.
El ser humano que aún no haya leído esos libros... el ser humano se encuentra ante máscaras y seres humanos, ante Dios, Cristo, la reencarnación.
Ustedes han estado millones de veces en la tierra, gente.
La jungla, esos negros de allí, esa gente de color, cuando uno llega a África, donde ahora se está librando tamaña batalla por esos negritos: solo para los blancos, y eso para los negros, entonces uno metería a aquellos en estos y enviaría a los negros a Nuestro Señor.
Esos blancos se olvidan de que ellos mismos vienen de la jungla.
Pero la ciencia (piensa todavía en 1952): eso son tipos de raza.
Nosotros, desde nuestro mundo, vamos a observar al ser humano en la jungla.
Y al Dios del amor dejémoslo vivir allá, bajo las hojas de la jungla, en ese miedo, entre esos follones de serpientes y de cocodrilos, para ese ser humano no existe el más allá ni un Dios del espacio ni una raza blanca (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es).
Esa gente está allí eternamente condenada.
Sin duda.
Esa gente se acerca a la raza blanca (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es) y representa... solo tomará unos dos millones de años, entonces ese habitante de la jungla será el alcalde de La Haya.
Eso solo tomará... para eso solo necesitará doscientas mil vidas, para ser madre y padre, y por fin podrá ir a una universidad aquí en La Haya y en Ámsterdam y Europa, y se hará ministro de Hacienda.
Él también, si todavía hace falta.
Sí, el mundo no perecerá, señora, pero entonces tendremos las siete cabezas para este mundo, porque en ‘Los pueblos de la tierra’... bueno mejor léanlo.
Llegaremos a tener la unión para los pueblos de la tierra.
“Ja, ja, ja”, decían en 1940.

Digo: “A Alemania la están ayudando a volver a levantarse”.
“A ver, tú estás loco”.
Y ahora pide Holanda y pide Francia, y Estados Unidos dice: ¿y os quedan soldados para nosotros?
Jozef Rulof estaba loco en esos tiempos, los maestros también, cuando dábamos esas conferencias en Diligentia.
El maestro Alcar comenzó las noches en 1946 con: “Les contaré las profecías partiendo de la Universidad de Cristo”.
Luego lo podrán leer en ‘Jeus’, parte 3, allí está la conferencia.
Y ahora están los milagros.
Alemania está recibiendo ayuda del mundo entero.
Y a Adenauer lo reciben en Inglaterra.
A ver si se hubiera atrevido a hacer eso en 1946, entonces lo habrían capturado al instante.
Y al alemán le están volviendo a poner un casco.
Vaya, vaya, vaya, está recibiendo otra vez aviones, y lo están convirtiendo otra vez en un soldado, señor.
¿Entienden lo loco que está el mundo?
¿Y se creen que yo, u otra persona, que toque esas máscaras, me voy a poner a pensar por esos locos?
¿Y para esos lelos?
Que son desastro... desastrosos no son para nada, porque esa gente se siente más feliz que una perdiz.
Lo tienen todo.
Lo tienen todo.
Señor, es el mundo al revés.
No, el ser humano sigue siendo inconsciente.
Ni siquiera anda con las piernas, va dando tumbos.
No sabe que realmente va caminando por la vereda divina, señor.
Usted anda a un kilómetro de allí.
Sí que hay un cordelito desde el espacio con el que Jeus encontró sus monedas.
Tendrías que habértelas llevado, entonces te habría llevado al lugar, te habría indicado el camino a la colina Hunzeleberg.
Allí sigue estando la huella en el bosque de esos dieciséis florines con sus céntimos.
Allí es donde se encuentra el divino cordelito.
Hay un solo cordel que se puede vivir desde Dios.
Solo entonces se caen las máscaras, para el alma, el espíritu, la vida, la personalidad, para sus artes y ciencias, para su divino más allá que es eterno.
Esas son las máscaras y los seres humanos.
¿Y quieren aprender algo?
Empiecen entonces a arrancarse esas malditas cosas, o jamás aprenderán nada, nada.
“Detrás del ataúd” le espera su propio látigo, porque parlotean, cotillean y piensan mal sobre el ser humano.
Es que nunca hay algún pensamiento bueno, cariñoso, para el prójimo.
“Aunque no quieras... aunque no tengas que ver con los seres humanos”, me dice el maestro Alcar, “piensa de forma buena sobre la vida que es de Dios, de lo contrario no llegarás.
Estoy detenido”.
La madre Crisje nos dio el ejemplo, dijo: “No hay que pensar mal de los seres humanos, de lo contrario uno mismo es malo”.
Entonces uno está habitado por el diablo y es malo.
Siempre a pensar bien.
Aunque estés ante un ladrón y un asesino.
¿Qué más da?
¿Qué más da si ese ser humano destruye veinticuatro personas?
Si quieren vivir la irrealidad como realidad, señoras y señores, hagan entonces el servicio militar y desencadenen una guerra, y les meterán bombas atómicas en el bolsillo, cien mil, para destruir a la gente.
Si tienes que irte a la guerra... si un mamarracho... si un estado mamarracho estúpido te ordena a ponerte a disparar, entonces es lícito, también para Dios, y encima te acompaña un ser humano de esos con la Biblia, que ha venido de Leiden o de aquí y allá, con el principio divino encima del pecho y en el bolsillo, que dice: “Lo que haces está bien, porque defenderás a tu pueblo y a tu país”.
Maldito asesino.
Esa es la palabra divina que te acompañará.
¿Quieres saber algo de eso?
¿Es eso lo que quieren aprender ustedes?
¿Dónde más viven las máscaras?
La sociedad entera, cada hora, señor, es una máscara.
Porque para el espacio no hay horas ni tiempo, vivimos en la eternidad.
¿Qué quieres hacer cuando empiezas a aprender a pensar?
¿Qué haces cuando eres joven, cuando eres madre, padre, viejo, y tienes el amor delante de ti?
¿A morder ya, ya, ya?
No se piensa, no se vive nada.
Es ahora cuando tienen que empezar a querer arrancar esos millones de máscaras.
Que no, oigan, esta noche no les voy a echar un sermón.
(Señor en la sala):

—Siga, tranquilo.
—De acuerdo.
(Señor en la sala):

—Al revés: es bueno.
—Señor, sí, señor Götte.
(Señor en la sala):

—Yo también medité en esos tres meses y entonces llegué a la conclusión que era mejor no volver a esta tierra, porque de todas formas uno siempre vuelve a dar un traspiés, e interesarte por eso no acaba nunca, y que más valía buscar una esfera de esas donde no encontrarte con esas figuras destacadas que te obstruyen y molestan”.
—Señor, dice usted: “Yo también he meditado...”.
¿Y quiere volver aquí alguna vez?
(Señor en la sala):

—Sí, no me importaría volver alguna vez, una vida dentro de un millón de años o así, quizá sea un poco mejor”.
—Señor, a mí no me importaría volver unas cincuenta vidas con este sentimiento y esta conciencia.
Yo tengo...
Vive usted aquí en el paraíso, pero no lo tiene, no lo ve.
Esto de aquí es el más allá, ese descubrimiento es mío, por cien millones de posibilidades, no, he tenido que aceptarlo.
O vivo aquí o allá...
Sí, estoy preso aquí, no puedo volar; es allí donde vamos a la luna, en un solo segundo estamos en Júpiter, Venus, Saturno.
Eso es el espacio, eso es felicidad.
Ya no hará falta comer.
Eso de comer y beber es para mí la mayor maldición de este mundo.
Sí.
Pero ¿volver?
Mire, señor, desplomarse tan a gusto de tanto deslomarse: ¿no es eso una maravilla?
¿Disfrutar de tu propio arte?
Este mes, cuando volví, hemos empezado enseguida, volvimos a recibir a treinta maestros.
Ahora por fin tengo en mis manos cosas que el maestro Alcar, Anthony van Dyck, ha hecho él mismo por medio de mí.
Y estar ante eso...
Y aunque me dedicara a barrer las calles, señor, el saber, el sentimiento alegre de que ya no soy capaz de más cosas, eso también es felicidad.
¿Locura soberbia, señor?
El estar en armonía con mil cosas es cómo toca el violín un Paganini, es el pensamiento de un Sócrates y es el movimiento circular para el universo de un Galileo.
Señor, es el arte más elevado que el ser humano se edifica a sí mismo y que puedes vivir cada segundo del día.
Una poderosa conversación con un prójimo, tu propia mujer, o tu marido, o un amigo, o un hermano, o una hermana, sobre las creaciones.
Hay entre nosotros quienes por la noche se van a casa, a dormir, tomados de la mano.
Hablen de esto, piensen sobre esto.
“Adiós, cariño”, y entonces se van a dormir.
Y luego, por la mañana, vuelven a levantarse con ese espacio, con ese más allá.
Imagínenselo, prueben un café de una mujer así.
Sí, maridos.
Eso ya no contiene ningún tipo de sucedáneo.
Cuando esas nobles manos hermosas lo tocan con cuidado y dicen: “Anda, prueba”.
Y con toda esa gloria y armonía.
O te arrollan con algo así.
Bueno, a mí eso nunca me pasa.
La otra conversación que se puede vivir con tanta armonía.
Bien, pues me viene a ver una señora y dice: “Señor, he leído libros suyos.
Pero cuando luego llegas a casa y mi marido está con otro hombre en la cama, pues entonces sí que te asustas un poco”.
Digo: “Hija, qué bien se conserva usted”.
Digo: “Señora, tengo un sagrado respeto muy imponente”.
Y entonces se fue... esa pobre criatura es que se me pone a contar unas cosas, yo acababa de volver, y otro drama de eso.
Digo: “Siéntese, adelante, cuente, por favor”.
Pienso: ‘Dios mío, Dios mío, mujer, qué grande es usted’.
“Sí”, dice, “cuando él vio que yo estaba allí decidió que lo mejor era noquearme contra el suelo.
Claro, lo que quiso hacer fue matarme a palos.
Mi muchacho, al que lo han vuelto igual de loco, se me rebela; gracias a Dios tengo también dos niñas”.
Pero allí se va el señor.
Pues, sí, entonces ¿qué queda?
Eso ya no es una máscara.
Ese hombre de allí posee la homosexualidad.
Hubiera sido mucho mejor haberse ido a dormir con un árbol, entonces este le habría explicado el espacio, pero así, claro, se habría golpeado la cabeza.
El árbol lo habría apretado un poco y se habría convertido en paloduz, y el árbol habría seguido siendo vida.
Pero entonces me pongo a pensar.
Cuando se le cuentan dramas al ser humano, dice: “No me digas, ¿de verdad?
Fuera de aquí”.
No, es entonces cuando yo empiezo a gozar.
Y me pongo a mirar cómo piensa el ser humano, cómo habla, cómo lo procesa.
Y es cuando puedo ponerle un diez.
Ella dice: “Estoy hecha polvo”.
Digo: “Hija, la luz, su luz vital como fuerza y energía, sus ojos la siguen irradiando, su personalidad también.
Ya tiene cien.
Quédese donde está y siga”.
Y cuando a uno lo han golpeado de esa manera, física y socialmente, y después uno visita a los espiritualistas, que hacen que uno vaya de mal en peor, y hay que escuchar sus majaderías en trance, uno se derrumba bastante, ¿no?, y entonces ya no cuadra nada.
Y esa señora añade: “¿Tendría usted más libros para mí que pudieran enriquecerme?
Todavía quiero a ese hombre, porque él es así, es él mismo.
Y ahora que conozco la homosexualidad, ahora que sé que el hombre sale de lo masculino...”.
La fuerza creadora va entonces, poco a poco —la personalidad vive allí siete veces como espíritu— a la maternidad.
Entonces el ser humano de pronto ha llegado a un cuerpo sin saber qué hacer con él, se sigue sintiendo creador y se encuentra con un organismo materno.
Es él quien es ahora ese grado, se ha hecho hombre y se siente todavía madre.
Ha salido de la maternidad y se hace hombre.
Y si uno sabe eso, pues, gente... quizá diga: “Esos guarros, esos malvados, hay que ver, ¿no?”, y después dirán, sin la menor dificultad: “Yo hasta ayer también lo era”.
Y ahora voy a pensar y entonces pienso: ‘Dios mío, qué contento estoy de haber salido ahora’.
Porque eso no es natural, ¿no?, llegar a casa y él que está amando, él amando.
Si, es sentimiento, y las leyes no son diferentes.
La sociedad destruye a esta gente.
Yo no, porque conocemos los grados de estas máscaras.
Esas máscaras nos las han arrancado, porque el ser humano, como espíritu, como alma, el alma de Dios como ser humano —lo diré así— vive en ambos organismos, porque de lo contrario la vida estaría en un punto muerto.
Porque la madre tiene el contacto con Dios, porque la madre da a luz y nosotros creamos.
A esta gente solo se le puede decir: “Hombre, eso no hay que hacerlo”.
Pero ¿quién es capaz de eso?
No obstante, si uno puede decir entonces: “Le di mi bendición y felicidad”.
Y dice: “Déjame entonces en paz, por el amor de Dios, y me alegro de que no me hayas matado a palos, porque solo te habrías ido a la cárcel.
Mejor me voy ya, oye.
Puedes quedarte con todo”.
Y allí va esta criatura, que dice: “Ahora estoy allí, ya no tengo dónde dormir, he perdido a mi marido, a mi hijo, ya no tengo nada.
Y ¿tiene usted más libros por los que me pueda enriquecer?
Señoras y señores, esa señora está aquí y todavía no sabe de lo que saben ustedes, pero ustedes ¿también tienen ese tipo de sentimientos?
Esa ya es la riqueza espiritual de una poderosa maternidad y una personalidad que puede valerse por sí misma y que actúa, y sin embargo no odia, no desintegra, no destruye, esa gente ya no tiene máscaras.
Sí.
Con que a una sola persona de entre nosotros se le asome cualquier cosa, con que solo les roce una leve brisa, entonces ya estallan a veces de rabia y dicen: “¿Quién abre allí una puerta?”.
Vaya, vaya, vaya.
Ama al ser humano y despertarás.
Pero ¿cómo empezar con eso?
(Un señor dice algo).
¿Cómo dice?
Le asusta la reencarnación.
Señor, habla usted de los cielos, quiere sintonizarse con la felicidad espiritual.
Señor, vive dentro de usted mismo.
Si usted no quiere ni ella, todo se acaba.
Y si ella quiere y usted no, señor, está Dios entre usted y el ser humano, junto a Cristo, solo que usted no los ve.
Y entonces la persona sensible que quiere, que tiene sed y hambre, recibe el toque espacial.
Y eso, pues, es una mano encima de la cabeza —puede leerlo, a su vez, en ‘Una mirada en el más allá’— que dice: “Bien, bien, hijo mío, a continuar así.
Estoy con usted”.
Que se crujan ellos mismos; nosotros vamos a seguir.
El valor, la lucha a vida o muerte se libra para el ser humano con la criatura inconsciente...
Aquí hay mujeres que tienen que luchar para leer un libro y venir aquí.
“¿Ya estás otra vez con esa birria de ese loco?”.
“Si no lo dejas, me ahorco”, dijo uno.
Y entonces dice: “Bueno, pues ahórcate”.
Y entonces llegó por la noche a casa y él disfrutando de una copa de ginebra añeja.
Encima que tenía razón.
¿Quién no le daría la razón en su mundo? Pero la otra persona dijo: “¿Lo ve? Qué falso, ¿verdad?”.
Un farol.
Hablen entre ustedes, señoras y señores.
Quieren leer un libro, se interesan por una lombardita, un peluquero, una paloma, un perro y un gato, tienen ustedes aficiones; primero conviertan a Dios en su afición y dejen caer esa máscara.
Amen a Dios, vamos, como aman sus aficiones.
Amen el más allá, señor, señora, la reencarnación de ustedes.
Este espacio, señor, señora, les pertenece, amen algún día y aprendan a pensar, o no llegarán jamás.
Cuando luego los metan en el ataúd, les esperarán setenta y cinco porras.
No de Satanás ni del diablo ni de Gabriel ni del dios de odio ni de Cristo, sino que son ustedes mismos quienes las han colocado allí, porque ya van metiendo los pies en él.
No les da la gana pensar, aceptar, no quieren vivir nada, se quedan tiesos ante la realidad divina y siempre dicen: “¡No!”.
“Vete al cuerno”, dice la gente.
Hace poco alguien me preguntó, usted estaba presente: “¿Qué es una blasfemia?”, y entonces dije: “Me cago en Dios”.
Y entonces la gente dijo: “Ay, qué duro es eso”.
No hubo ni una sola persona que se fuera.
Pero la blasfemia no existe.
Hubo gente que dijo: “Gracias a Dios”.
Yo no necesito decir todos los días “me cago en Dios”.
Es una palabra: Dios me maldice.
No es una blasfemia, porque solo pido si Él quiere acabar conmigo, y eso no es posible porque yo mismo soy Dios; sí, no una personalidad divina.
Mañana estará en boca de todos y entonces dirán: “Jozef Rulof dice que él es Dios”.
Y entonces será que otra vez no se enteran.
Pero las blasfemias no existen.
Y hubo gente que dijo: “Gracias a Dios, he blasfemado hasta reventarme durante el tiempo de la vida, ahora que ya tengo sesenta años, y no he hecho más que hablar por los codos”.
Dice: “Dios mío, se me quita un peso de encima.
He increpado a todo el mundo y los he insultado.
Y esta vez ni siquiera he blasfemado.
Jozef Rulof, te doy cien florines”.
Yo digo: “Mejor dáselos a tu cura...”

(Risas).

... digo “así te podrá hacer una nueva indulgencia, porque uno es que nunca está seguro.
Yo desde luego que no te las voy a dar”.
Pero esa noche, señoras y señores, la máscara “blasfemia”: adiós.
Yo además pensaba... al maestro Alcar le miré a los ojos y le digo: “¿Me lanzo?”.
“Sí”, contestó, “ya puedes petardear un poco”.
Y dijeron: “brrrrrr”.
Hay que ver lo duro que fui, ¿verdad?
Dios, es que suena tan...
¿Lo haré una vez más?
Yo no.
Él dijo, ella dijo, y muchos dijeron: “Santo cielo, he dicho blasfemias hasta reventar.
¿Realmente es verdad, señor Rulof, que no existe la blasfemia?”.
Digo: “No, usted mismo es una deidad.
Representa usted a Dios, es usted Dios mismo, la gente no existe”.
Digo: “A ver, ¿cómo puedes condenarte a ti mismo?”.
Digo: “Sí, es una palabra dura que la gente no comprende y vuelve a Dios, hasta Dios, pero a Dios no se le conoce, ni tampoco se conoce la condena.
Porque la condena no existe y Dios no condena a ningún ser humano, no puede condenarse.
Esa noche volvió a caer una máscara imponente, por mis blasfemias.
Y entonces la gente tuvo... la gente dijo: “Esa fue la noche en la que más aprendí”.
Dice: “Ya no blasfemaré nunca más”.
Intentaré...
Porque en las esferas tampoco andamos diciendo: “Oye, vete al infierno”, ¿no?

(Risas).

Cuando llegas a los cielos y pasa de largo una maestra o un ángel y dice: “Oye, vete al cuero”,
no, entonces...
¿Cómo se habla en las esferas de luz?
Sí, “recemos”: eso se dice en la iglesia católica y en la protestante.
“Analicemos esta noche un poco el Santo Evangelio”.
Y entonces comienzan diciendo: “Tu sagrada luz...”, y a temblar y a llorar, no hacen otra cosa.
Y yo mirando, y viendo, y esperando, y desde la iglesia no salió ni un solo rayito de luz, porque el ser humano no conocía a Dios.
Y a Él solo lo tocas cuando representas Su luz por tus palabras.
¿No es sencillo?
Y todo ese parloteo no les sirve a ustedes de nada.
Máscaras, máscaras y más máscaras.
No está permitido blasfemar.
En las esferas de luz también se piensa.
En las esferas de luz, los maestros, las mujeres y los hombres que planean por el universo y que han completado la tierra, que han vivido su ciclo, irán de planeta en planeta, tomados de las manos.
Y, señor y señora, ahora, claro, ya les gustaría saber a qué se refieren.
Entre ustedes todavía no ha habido nadie que haya podido mantener alguna vez conmigo una conversación cósmica y que entonces empecé a sentirme.
Desde que estoy en el mundo no ha habido nadie todavía entre la gente que pudiera imaginarse y vivir conmigo una conversación espiritual, porque entonces uno mismo tiene que empezar con ello.
Si quieren saberlo, si ese fundamento erróneo no se ha resuelto, jamás tendrán nuevos.
Y el pensamiento espiritual les da una ampliación, les da contacto, les da unidad.
Pero entonces hay que eliminar el odio, la charlatanería, el pensamiento equivocado, entonces el ser humano tiene que querer vivir en armonía para sí mismo, para su tarea, y no meterse con la vida de los demás, porque eso es presionar, es detener a los demás.
Si esa gente los oyera, estarían ante ustedes y los sacarían a rastras de su propia felicidad.
¿No lo creen?
Pero a ustedes todavía no es posible tocarlos, todavía es imposible, porque ¿siguen siendo inconscientes?
No, son las máscaras.
Hablan como ignorantes, no de una manera natural, no se enteran de nada.
En el fondo, ¿de qué estoy hablando esta noche, ahora que hemos empezado con esto?
Voy a toda mecha.
¿Cierto o no?
¿Tenía alguna pregunta más, señor?
¿Tenía usted miedo de volver a la tierra?
¿Ha meditado?
Señor, yo voy cien mil... a mí no me hace falta volver, ni siquiera puedo volver; pero sí que me gustaría volver alguna vez para ser de verdad madre.
Hombre, no.
Ese lío de los hombres no vale nada.
(Señor en la sala).

—¿Señor Rulof?
—Dígame, señor.
(Señor en la sala).

—Esta noche, al comienzo, dijo...: “¿Y por qué tengo que volver?”.
Y eso, precisamente, me llegó.
—¿Cómo dice?
(Señor en la sala).

—Que tenía que volver usted y ponerse a hablar con esa gente; que no tenían mucha influencia.
Pero a mí me parece que sí que irradian mucho, no es cualquier cosa.
—¿Qué cosa, señor?
(Señor en la sala).

—La palabra.
—¿De aquí?
(Señor en la sala).

—Sí.
—Son palabrerías, señor.
(Señor en la sala).

—Entiendo.
Pero...
—Si lo dice usted.
De todas formas, no me creo lo que dice.
(Señor en la sala).

—Bueno...
—Señor, no me imagino nada de eso.
Pero estoy en ello.
El maestro Zelanus me dijo hace poco...
Digo: “¿Pero por qué te alteras?”, y me contestó: “No estoy trabajando por esa gente, lo hago por mí mismo.
Y parece encima que a la gente le interesa”.
(Señor en la sala).

—Desde luego.
—Sin duda.
Pero si de verdad quieren empezar con su vida, si quieren empezar con aquello, de lo que estamos hablando...
Señor, no soy un granjero seco, nada de seco, nunca he sido seco.
Siempre me divierto.
Si me ve, bailo.
Sé hacer el ganso, mostrar alegría.
Albergo una alegría feliz universal, espacial.
Y usted, ¿por qué no?
Esta vida no es pesada.
Señor, si habla de la muerte, y de la reencarnación, entonces dicen: “Ah, ese follón pesado”.
Señor, conozco la muerte y con La Parca hablo a cada instante.
Porque no está.
Dice: “Me han puesto un sombrero negro, vacío.
Y me han colocado una máscara hueca, una calavera”, eso dice La Parca, “con dos agujeros, sin dientes; cuatro están tirados por aquí y el resto está allá”.
Un esqueleto, esa es la muerte.
Ja, ja, ja, ja, el mundo entero sigue mirando a la muerte de frente.
Cuando veo esos camiones que van por la calle cargados de cadáveres, digo: “Ja, ja, allí hay otro que se va a su evolución”.
O de vuelta a la tierra, o a las tinieblas.
Quizá haya dejado las cosas hechas añicos, eso es cosa de ellos.
Pero ella ya salió, el alma, adquiere alitas, y la vida continúa, porque la muerte no existe.
¿Y ese es el trago amargo?
¿Les pesa eso cuando hablan de la muerte, que es vida y significa vida?
¿Se refiere usted a la demencia, a enfermedades?
Señora, hable de la sociedad, de su trabajo, pero recurra a sus reencarnaciones, recurra al universo y empezará a tener espacio.
¿En qué pensaba usted que luego, libre de su organismo, esos diez céntimos de huesos, ese viejo y hermoso castillo glorioso en el que vive, donde, cuando se haya liberado de él, hablará cuando abra usted sus ojos espirituales y mire en otro mundo...?
¿En cotilleos?
‘Él y ella aún me deben diez florines’.
“¡Oye, esos viven por encima de sus recursos!”.
Eso ya no lo podrás hacer en ese mundo astral, porque allí nadie vive por encima de su posición, porque de esta no te liberas.
Cuando estás con los platos rotos, es que te cortas con ellos.

(Risas).

Sí, sí, señoras y señores, he visto el mundo, conozco a la gente, conozco el cosmos, conozco el alma, el espíritu, la vida, la psicopatía, la demencia.
Los conozco todos —les extrañará, pero mejor lean mis libros, y si quieren hablar durante mil años conmigo, se lo demostraré— ... conozco todos los tipos de razas (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es) y todas las creencias y todas las religiones de la tierra, conozco al único Dios que existe, lo conozco.
Y lo miré hace apenas unos instantes a los ojos.
Dice: “Vamos, blasfema otra vez”.
Dijo: “Porque Yo de todas formas no lo soy”.
Y entonces, claro, uno dice un galimatías.
Pero cuando entras allí en ese templo, cuando te adentras en él y quieres pensar sobre las cosas que son reales y para nada sobrenaturales, sino esenciales para su yo diario, su sueño, su descanso, su paz, su felicidad en la tierra, señor, empiece entonces diciendo: ¿quién es el único Dios?
No ese libro que escribió un pastor protestante: ‘El Dios que desconoces’.
Porque cuando llegó a la última palabra aún no lo sabía.
Nosotros conocemos a Dios, conocemos a Cristo, conocemos el espacio.
Nosotros conocemos todas las enfermedades, todas las desgracias.
Eso Dios no lo hace; el ser humano se ha construido eso para sí mismo por su desintegración.
Conocemos la psicopatía.
Conocemos la teología, conocemos las artes y las ciencias, la astronomía.
La Universidad de Cristo, según les he contado todos estos años, tiene y posee todo, siempre que ustedes mismos empiecen con ello.
¿Pues?
Mmmm.
Señoras y señoras, ¿hay más preguntas?
Dígame, señor.
(Señor en la sala):

—Normalmente, la posesión, al menos eso es lo que estamos aprendiendo de los maestros, es, normalmente, para nosotros mismos, porque casi nunca consigues dárselo a otros.
—Si puede darlo...
Hay gente que se altera y que se amosca.
Yo ahora estoy trabajando en público, pero no voy a dejar la piel por un ser humano.
Eso lo hice antes.
He portado a mis enfermes, hablando, hablando y hablando.
Lo que hice fue aprender cómo hacerlo.
Les contaré algo más.
Si empiezan con eso y saben algo de esos libros y del más allá y de ustedes mismos, no vayan a anunciarlo entonces a los cuatros vientos; esperen hasta que llegue el verdadero sediento, porque entonces darán en el blanco.
Antes de ese momento de todas formas lo van a declarar loco.
No se conviertan en doctrinarios de Jehová, porque esa doctrina tiene fundamentos falsos.
El mundo no estallará.
Y la tierra no perecerá.
Y Dios no dejará que ese universo estalle en mil pedazos porque la gente viva tan mal, porque el ser humano es Dios mismo.
Y la tierra seguirá existiendo hasta que la última chispa posea ese espacio espiritual y realidad divina como fundamento y sintonización con Su vida, Su espíritu, Su alma, Su paternidad y maternidad.
Solo entonces la tierra se irá disolviendo poco a poco, tal como la luna completó su tarea, y morirá.
Si la tierra estallara de una sola vez, habría un agujero en el universo y entonces sí que se habría destruido la creación.
Porque esa succión no puede soportar otro planeta, señor, todo eso va por sí solo.
Aquí hemos estado hablando sobre las fuerzas de gravedad y las leyes del universo.
¿Por qué la luna está muerta?
Señor, ¿alguna cosa más?
Pero ¿qué quieren empezar a hacer con estas conferencias?
¿Mejor volver a las cosas divertidas?
De vez en cuando contaré cosas divertidas.
Pero, oigan, de verdad que estoy enojado.
Estoy enojado.
Bueno, enojado de otra manera.
En las esferas también están enojados.
Si allí no quieren empezar a pensar, los dejarán donde están, y tan panchos.
Aquí todavía podemos hablar, día y noche.
Pero allí ya no habrá ningún ser humano que me dé órdenes.
Allí solo iré a quien realmente tiene sed al cien por cien.
Por eso dijo Cristo a los apóstoles: “Síganme (seguidme), los (os) haré pescadores de hombres”.
Pero, claro, eso fue un error, ¿verdad?
Cuando uno se pone a analizar al Cristo divino y la sabiduría divina...
Aquí les puedo dar la respuesta espiritual, puedo darles la respuesta espacial, cósmica, y la divina, y entonces nos veremos ante poderosas palabras que Cristo ni siquiera pronunció.
Y dijo a Pedro y Juan y a los demás: “Síganme (seguidme)”, y dejaron sus hogares.
Y si lo hacemos nosotros, somos malos.
Tenemos que terminar nuestras tareas, aunque nos golpeen y pateen.
Son personas, tienen un matrimonio que ni siquiera viven los salvajes de la jungla.
Él la pega a ella y ella a él.
Ella es despótica, todo los días deja que la comida se queme para que él se atragante con ella, y él hace lo otro.
Y aun así decimos: “Termina esa tarea”.
Y Cristo dijo: “Vengan (venid), síganme (seguidme), los (os) convertiré en pescadores de hombres”.
Y esta noche les puedo contar que Él eso jamás lo ha dicho, porque ellos mismos iban detrás de Él.
Eso tiene algo.
Si despertamos el núcleo divino que albergamos...
Regalé a alguien una bandejita, o la compró, de los maestros.
Y ese es el Cristo arriba en el espacio, y debajo de un... es como si fuera una nuez, que contiene un diamante, una perla, un núcleo, y dos personas debajo, y esa cosa significa: saca todo del núcleo y me tendrás a mí; en una bandejita de porcelana, es impagable, pero allí está.
Sácale todo al núcleo para tu espíritu, para tu personalidad, para tu paternidad y maternidad.
Adelante, conózcanse.
Mírense a los ojos.
Pero si dicen cosas equivocadas, señora, sus ojitos no estarán radiantes como madre.
Y los de él no significan nada de nada.
Por muy bonito que toque el piano, por muy buen corredor que sea y por muy rico que le sepa ese cigarrillo y purito, señoras, si por dentro no hay nada que hable, que esté en ebullición, nunca conseguirán sentarlo en la silla espiritual.
Bah, eso es lo que son; yo también, por cierto.
(Señor en la sala):

—¿Señor Rulof?
—Sí, señor.
(Un señor en la sala dice algo).
¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—Soy un hermano del señor Götte.
—¿Es usted un grano del Serengueti?
(Señor en la sala):

—Yo también soy un hermano del señor Götte.
—Sí, señor, yo también.
(El señor empieza a decir algo).
¿Es que usted no es hermano de toda esta gente aquí?
(Señor en la sala):

—Yo...
—Señor, su abuela y sus antepasados franceses también están aquí.
(Señor en la sala):

—Es que quería decirle rápidamente que su doctrina, su doctrina divina...

—Sí.

(Señor en la sala):

—... que usted tiene...

—Sí.

—...y tengo muy poco tiempo para leer sus libros, es que he leído poco, pero a mí me basta, para eso no necesito esos libros suyos, solo su doctrina divina.
—¿Para sentarse aquí?
Pero, señor, entonces se pierde usted bastantes cosas.
¿Por qué no tiene tiempo para leer?
¿Qué más hace usted?
¿Qué edad tiene? ¿Veinticuatro?
(Señor en la sala):

—Tengo setenta y cuatro.
—Y no tiene tiempo para de vez en cuando...
Entonces, ¿qué hace, señor?
(Señor en la sala):

—No me he dedicado a leer mucho.
He trabajado mucho.
Alguna que otra vez he leído, pero no tanto esta doctrina...
—Mire...
(Señor en la sala):

—... tampoco la doctrina bíblica, pero la de usted...
—¿Se quiere creer, señor, que obtengo mucha más profundidad y muchos más sentimiento precisamente de quienes conocen la Biblia?
Cuando hay uno sentado aquí, señor, y llega a tener entre las manos los libros, esa gente busca, y los verdaderamente sedientos, los hambrientos, reciben allí las leyes y saben que Dios no condena.
Los he tenido conmigo, se me tiraban a los pies sollozando, hombres hechos y derechos, un padre de cuatro, cinco hijos, que dijo: “Dios mío, Dios mío, he errado por todo el mundo y ahora recibo de un muchacho —vino al manicomio de Sócrates, a la sala Conócete a ti mismo, en la calle De Ruijterstraat— y dice: “Tú estás buscando a Dios”.
Toma”.
—Señor, ahora se conoce la Biblia y se está empezando a leer que Cristo es diferente, y que Dios es diferente, y esa gente disfruta más hondamente, recibe más, porque pueden hacer esas comparaciones.
Y entonces es una pena que usted no lea.
(Señor en la sala):

—A mí me parece que me basta, su doctrina, y ahora se está...
—Sí, pero, señor, toda mi doctrina abarca veinte libros y luego habrá un montón más.
(Señor en la sala):

—Sí, todo eso lo comprendo.
—Pero esa es mi doctrina, esto de hablar aquí no es más que palabrería.
Sobre esto no me hago ninguna ilusión.
(Señor en la sala):

—Pero su doctrina es de oro, eso me parece, desde luego, seria, y hermosa, y divina.
—De verdad que no lo acepto, oiga.
Señor, yo no me muevo dándome esas ínfulas.
Si lo aceptara, señor, entonces mañana ya estaría, no, ya esta ría, no estaría en ninguna parte, pero... pero...

(Risas).

... pero entonces ya me faltaría algún tornillo.
Señor, ‘Una mirada en el más allá’ y ‘Aquellos que volvieron de la muerte’.
Háganse por fin algún día como ese Rosanoff, pónganse a jugar a que son Jeanne, esos atravesaron el “ataúd” y volvieron.
Váyanse luego un poco con los maestros por los infiernos y los cielos, señor, así sabrá de qué va la cosa.
Y en el otro lado, señor, todo lo que actualmente viene desde Holanda...
(Señor en la sala):

—Esa es la doctrina que usted ofrece, eso para mí lo es todo, no hay nada más poderoso.
(Señora en la sala):

—Señor Rulof, ¿me permite que aclare eso un poco?
—¡Claro, señora!
¿Lo ha recuperado en Scala (una sala de teatro en La Haya), señora?
Mandé allí mi mundo entero.
(Señora en la sala):

—A usted lo he oído ladrar.
—Vaya, qué bien.

(Risas).

Quise que usted supiera que yo estaba, y de pronto me puse a ladrar y entonces, pienso, dijo, pienso: ‘Que la mocosa sepa que estoy allí’.

(Risas).

Pero, señora, actuó usted de maravilla, solo que al final tendrían que haber...
Sí, solo que Bijleveld le tendría que haber dado un nuevo vestido.
Pero ¿qué deseaba?
(Señora en la sala):

—Esta mujer no era engreída, quería seguir siendo sencilla.
—Pero usted debería haber tenido un bonito vestido, estaba allí tan a gusto en un rincón.
Y al final, pienso —sí, claro, volví a criticarlo, ¿verdad?—, la actuación fue maravillosa.
Pero pienso: bueno, danos ese colorcito.
Todos tenían un nuevo mundo, y solo usted no.
Pero, en fin, ¿qué deseaba?
(Señora en la sala):

—Sí, me agradó mucho que estuviera usted allí, solo era eso lo que le quería decir.
—Gracias.
(Señora en la sala):

—Y su esposa, claro.
Pero este hombre es mi hermano.

—Bien.

—Y comprendo muy bien lo que quiere decir él.

—Bien.

Este hombre ha sufrido y soportado mucho.

—Sí.

Y ahora que usted lo oye hablar a usted...

—Sí.

—... ahora siente: lo he hecho bien.
—Muy bien.
Pero, mire, eso lo entiendo, claro.
Pero quisiera añadirle ese otro regalito.
Y justamente ahora, setenta y cuatro.
¿Fuma usted, señor?
(Señor en la sala):

—¿Que si fumo?
—Sí.
(Señor en la sala):

—Pero, oiga, muy poco.
—Señor, de eso no se trata.
Es que quiero decir lo siguiente.
Cuando luego empiece a hacer un poco de frío, junto a la estufa, tranquilamente con un librito y un buen purito de cuarenta céntimos, y de vez en cuando una calada, con el alimento espiritual, señor, entonces somos uno física, material e espiritualmente, y hacemos una excursión por el espacio.
Entonces, señor, los demás ¿qué nos importan?
Y es así que se disfruta.
Es cuando no se oye el vuelo de una mosca.
Y entonces hay que echarse tranquilamente y pensar un poco; después nos entra un sueño espacial, humano, y allí nos sentiremos tranquilamente portados.
(Señor en la sala):

—... tuve yo también igual.
—Pero mañana ya no estaré, señor, y entonces ya no oirá nada.
Sí.
Esta madrugada moriré.
Mañana tendrán que apañárselas ustedes mismos.
Uaf.

(Imita un ladrido).

(Risas).

Mire, son...
¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Tengo una sola página por día.
—Sí.
¿Hay más preguntas, señoras y señores? Aún nos quedan unos minutos.
Entonces la primera noche de esta temporada, de 1953...
(Gente en la sala):

—De 1952.
—¿Cómo dicen?
Qué bien saben que todavía estamos en 1952.
Eso sí que lo saben.
Pero ese “1952”, ¿qué significa y qué nos dice?
Señoras y señores, ya tienen ustedes una edad de millones, millones y millones de eras, y ni siquiera lo saben.
Soy alguien que dura eternamente.
Ustedes, ¿se atreven a decir eso de ustedes mismos?
Estaba yo en algún sitio cuando mi cuñada...
Llega una mujer, que allí por Viene todavía me perseguía, que había oído hablar de mí: “Por el amor de Dios, quiero hablar con este ser humano y verlo”.
Y dice mi cuñada, que todavía no lo puede aceptar, dice: “Es que ella tampoco se muere”.
Digo: “¿Cómo?”.
Lo dijo de una manera tremendamente divertida.
Va y dice: “Ella también es alguien que no muere”.
Porque todavía no lo sabe.
Y entonces nos pusimos a hablar.
Digo: “No, si lees esto y lo conoces...”.
Sí, señoras y señores, llegué a Viena y entonces era un chófer, ahora soy un escritor, me he hecho pintor, era médico, me he hecho psicólogo, me he hecho maestro de escuela y soy una persona cósmicamente consciente y tengo alas.
Esa gente ya no me conoce.
Pero estábamos la mar de divertidos y fue muy hermoso, solo fue una lástima que hayan destrozado Viena hasta ese punto.
Ay, ay, ay, ay.
Solo tienen que ir a ver los desastres de la guerra.
Pero la guerra en ustedes, si no comprenden ni quieren llegar a conocer al ser humano ni la vida y su espíritu y su carácter y su personalidad, y tampoco quieren inclinarse unos ante los otros cuando el bien tendrá que hablar —y así lo hará— de cara al Gólgota —eso se lo han ofrecido las conferencias—, al renacer, la paternidad y la maternidad, entonces es mucho peor que en el caso de las bombas atómica y de Napoleón.
Sí, allí estamos ahora, ¿verdad?, canosos, viejos, feos, hermosos.
Señoras y señores, la vida comienza, cada segundo del día pueden poner un nuevo fundamento para millones de leyes vitales.
Pueden construir un templo donde puedan vivir luego, detrás del ataúd, fuera de este organismo, fuera de este pequeño castillo, y hay caminos que el ser humano recorrerá, que ustedes recibirán, si aquí están abiertos al ser humano.
Y eso de verdad que no significa que portarán al ser humano con sus céntimos y todo eso; que trabajen ellos mismos, y dejen que ellos mismos piensen.
Hacer el bien, señoras y señores, solo es posible cuando hayan despertado al Sócrates en su interior, y a Galileo; y ahora a los maestros, al maestro Zelanus, al maestro Alcar, Ubronus, Damascus, Cesarino.
(Un señor en la sala):

—¿Señor Rulof?
—Dígame, señor.
(Señor en la sala):

—¿Cuándo volverá a ser posible acudir a Diligentia?
—El 28 de septiembre comenzarán las conferencias en Diligentia (véase Conferencias III) sobre la cosmología de sus propias vidas.
Seguiremos estando, creo, en la luna durante unas diez, quince conferencias, quince semanas, quince conferencias.
Comenzaremos con el origen de la luna como vida embrionaria, y esperamos que a finales de 1953 podamos vivir la luna como estadio de pez, para luego seguir a los planetas de transición, a Marte.
Y como seres humanos... entonces estaremos ante Cristo, como seres humanos, por este universo, entonces iremos desde este universo al cuarto grado cósmico, señor, al quinto, al sexto, y llegaremos a estar con Cristo, como ser humano, como los primeros seres humanos que han iluminado el universo, llegaremos a estar ante nuestra personalidad divina.
Pero ya solo ese viaje, señor, son dos libros así de gordos.
Y eso todavía se puede contar en un libro, pero si tenemos que vivirlo noche tras noche, cada mañana, en hora y media, ya entenderá que solamente sobre ese viaje de la vida celular hasta el estado de pez en la luna... entonces podremos, explicadas desde un punto de vista astronómico, ofrecer diez mil conferencias al respecto, y ni así alcanzaríamos el estadio de pez.
El maestro Alcar...
Si no ha estado aquí todavía: hay veinte libros para usted.
El maestro Zelanus y el maestro Alcar podrían escribir otros centenares de miles de libros.
Y yo para mí mismo —y no es un farol, porque algún día se lo demostraré— yo ha hecho despertar en mi veinte mil, y para todos ellos he arrancado las máscaras.
No me asusta el cansancio.
Tampoco me asusta el amor, porque quiero a los hombres y las mujeres, quiero al ser humano, quiero a la vida.
Hasta la semana que viene, señoras y señores, que descansen, pero comiencen también y arranquen las máscaras ahora.
Los quiero.
(Suenan aplausos).