Noche del jueves 16 de octubre de 1952

—Buenas noches, señoras y señores.
(Gente en la sala):

—Buenas noches.
Esta noche voy a empezar con una pregunta: “Estimado propietario, o estimada propietaria, de este libro...”.
Ah, claro, esto va del domingo, ¿no es así?
“... muchas gracias por la lectura.
En mis cuarenta y ocho años de carrera espiritualista nunca antes había leído un libro así de asombroso, impresionante”.
¿De quién es eso?
¿De qué libro, señora? Porque tenemos veinte.
(Una señora en la sala dice algo inaudible).
¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Había dejado prestado el libro a un amigo, y le pareció tan hermoso...
—¿Cuál?
(Señoras en la sala):

—El que dejé prestado.
—¿Qué libro es?
(Señora en la sala):

—‘El ciclo del alma’.
—Ah, sí.
Ya entiendo.
Pues dele los otros también, señora.
(Señora en la sala):

—Si los tuviera, lo haría.
—¿Si los tuviera?
(Señora en la sala):

—Solo tengo uno, señor.
—¿Solo tiene uno?
(La señora añade algo inaudible).
—Puede sacarlos de la biblioteca, ¿no?
(Señora en la sala):

—Eso iré a hacer la semana que viene.
—Ah, bien.
(Jozef continúa leyendo).

“Si tuviera usted alguna otra cosa hermosa para mí, me haría un favor”.
Así que es el propio señor el que viene.
“Lo he tratado muy correctamente”.
Y más me vale, ¿no les parece?

(Risas).

Bueno, bueno.
Aquí tengo: “¿Cuál es la verdad sobre la herencia genética?
Una madre ¿puede ser portadora de una enfermedad que sea inconsciente y que luego no se manifieste hasta tres o cuatro generaciones?”.
Una pregunta muy hermosa, puede escribir un libro sobre esto.
“La ciencia presume que una enfermedad regresa...”, a ver, a ver, a ver, porque he roto algo del papel, “... después de tres o cuatro generaciones.
Pero ¿existen directrices al respecto?
Yo creo que no...”, dice este señor, “... pero sí que sé que el cáncer, por ejemplo, está presente en un ser humano en un estado inconsciente y que luego hacen falta años antes de que se haga consciente, si esa gente tiene suficiente tiempo de vida”.
Señor, ¿de quién es eso?
Dice usted: “si esa gente tiene suficiente tiempo de vida”, eso me lo ha copiado usted.
Porque usted eso no lo puede saber.
Porque entonces añadí: “esto es una profecía para los médicos”.
Porque no es posible sondar la profundidad de la sangre, de la sangre humana, señor, si no conoce la creación.
¿Qué antigüedad cree usted que tiene su propia sangre?
Si hace preguntas sobre esto —no tango tantas notas— puede estar uno ocupado con eso la noche entera, porque esto merece la pena.
¿Qué antigüedad cree usted que tiene la sangre humana?
Tengo que demostrar todo, de lo contrario no le servirá de nada.
Y es que lo puedo demostrar.
¿Bueno?
(El señor dice algo inaudible).
¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—Desde la luna.
—Desde la luna.
¿Lo acepta, gente?
(Gente en la sala):

—Sí.
(Señora en la sala):

—Más allá.
—¿Más todavía?
(La gente habla a la vez).
(Señora en la sala):

—Más atrás todavía.
—¿Más atrás?
Más, más atrás que atrás.
Quiere decir usted: cuando Dios no se había manifestado, la sangre ya estaba presente.
Sí.
Ay, la de cosas que estamos aprendiendo.
Nadie lo sabe.
¿Cómo dice?
(Alguien dice):

—Los padres...
No, señor, ese padre y esa madre, a su vez, también lo recibieron, y es su propia raza (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es).
Miren, dije una vez una noche que su sangre es tan profunda que no hay ni un ser humano en la tierra, o apenas alguno, o usted habrá vivido a ese hombre y mujer como padre y madre.
Han tenido ustedes millones de vidas.
Eso se lo pueden creer tranquilamente.
Nos lo demostrará el futuro, todo esto son profecías, sí, profecías; la conciencia de la ciencia aún no ha llegado hasta ese punto.
Así que es muy sencillo, señora, desde el espacio llegamos a la tierra como espíritu.
Así que no trajimos sangre con nosotros, de verdad que no.
¿Ahora ya lo sabe?
Así que la tierra, el comienzo de la vida embrionaria en la tierra...
Así que imagínese, señor, ahora puede retroceder millones de eras, puede ponerse a hablar medio millón de años sobre millones de eras y ni así conseguirá llegar, así de antigua es la tierra.
Así de antiguos somos.
Y después de nuevo al espacio.
La ciencia no lo sabe.
¿Y por qué no?
Dicen: “Claro, pueden ser diez mil millones de años, de siglos, pero no lo sabemos”.
Señor, esto se remonta mucho, mucho, mucho, mucho más; porque la creación es lenta en evolucionar y en densificarse.
Así que la sangre humana comenzó a densificarse en las aguas.
Y eso lo pueden aceptar, porque todavía aparece sangre cuando se le corta la cabeza a un pescadito.
Un poquito, ¿verdad, señor?, solo un poquito.
Pero es sangre.
Eso demuestra que es allí donde empezó a formarse la sangre.
Y nosotros, en nuestro estado, teníamos mucha más sangre, porque éramos esas focas tan divertidas.
Ya saben, así.
Si ustedes a una...
La ciencia...
Otra cosa: volveré a insertarlo, así vuelven ustedes al instante al estadio actual para pensar.
(Entra gente a la sala).

Esas dos criaturas necesitan un sitio donde sentarse.
Aquí queda una silla libre.
Señora...
Señor Van Rossen, por favor, traiga otra silla.
Cerquita de la estufa, qué gloria, cuesta cinco céntimos más.
¿Verdad?
Sí, cuesta cinco céntimos más, señora, esta noche.
Pero la ciencia aún no ha llegado a ese punto.
Y la ciencia determina: así, así, así, así, así.
Pero volvamos, es necesario que volvamos.
Se lo quería explicar, insertarlo.
Por ejemplo, cuando van al circo y ven un león marino y ven un chimpancé... son dos animales surgidos a partir del ser humano, del ser humano.
Es decir, todo ha nacido a partir del ser humano.
Cierto, Darwin dice: “Hemos surgido a partir de los monos”.
Nosotros decimos: “Darwin, estabas cerca y próximo y encima”.
Y ha surgido a partir del ser humano, pero eso también es hace millones de años, pero pueden remontarlo al estadio actual.
Ayer mismo nació un bebé, esta mañana, y esas leyes las seguimos viviendo, al nacer, al atraer, al formarse de célula, y en todo.
Pero cada entidad creó vida.
Vida.
Leones no, sino vida.
Cada entidad.
De modo que las aguas crearon un organismo, cuya conciencia más elevada era... ¿cuál?
Ahora ¿qué?
Como conciencia más elevada.
Hacia el ser humano.
Deberían sentir e imaginar lo sencillo que es que ese león de mar, que hace todos esos trucos...
Porque nosotros también somos capaces de hacer esos equilibrios en la vida, ¿no?
Alguna vez nos caemos, nos damos un tortazo contra el suelo, pero un poco sí que somos capaces de hacer equilibrios.
Pero una foca de esas tiene sentimiento.
¿Que si es temperamento?
No: sentimiento.
Es un malabarista de la especie más elevada.
¿Y se adapta al sentimiento y pensamiento humanos?
No, es el instinto que sintoniza con tal y cual grado, surgido a partir de tal y cual materia.
El mono es igual.
Pero para nosotros ahora no se trata de eso.
Lo que quiero decirles, simplemente, es que todo eso nació en las aguas.
Y entonces ya llega a ver usted una imagen de nosotros mismos.
Nadábamos y vivíamos en las aguas.
Eso es lo que ahora acepta la ciencia y está demostrado científicamente: el ser humano tiene que haber nacido en las aguas.
Y ahora hay muchas cosas que se caen.
Hubo un astrólogo, un astrónomo, el hombre del que estuvimos hablando hace poco.
Vino a verme alguien que dice: “No, Jozef, eso no es tan extraño”.
Dice: “Se acerca mucho a ti”.
Pero a ese hombre ya lo increpan en la ciencia y lo llaman hereje.
Pero él sí que viene allí.
Dice: “Tenemos que aceptar que es así, así y así”.
Y entonces se llega de forma pura hasta la densificación de las nebulosas.
Y así es como empezó la madre naturaleza, señor.
Nosotros veníamos del espacio.
La tierra tiene la conciencia más elevada para el espacio, eso también hay que constatarlo todavía.
Los astrólogos lo siguen buscando por encima de Júpiter, de Venus, de Saturno, en tal y cual casa y en tal y cual estrella.
Mañana habrá que tener cuidado de no partirse las piernas.
Y jugar a la lotería.
Y sobre todo en tal y cual era, señor, si uno va andando por las alamedas, entonces uno tiene suerte en el amor.
Claro, si uno maúlla, si maúlla de verdad.
Si arrulla, si arrulla bien, para que a uno lo oigan en la ciudad, de lo contrario no vendrá nadie.
Pero, vean, todo eso es posible.
Y así es como llegamos a tener una imagen de la realidad, que es: la sangre humana surgió con el comienzo de la tierra.
Primero en las aguas.
Esa sangre se densificó, empezó a tener color porque fueron cambiando los tejidos, y finalmente fuimos teniendo conciencia terrestre, se convirtieron en seres humanos animales, peludos y todo, en esas junglas, y tuvimos sangre humana.
Y a partir de allí, señor, hemos tenido millones de vidas.
¿Qué profundidad tiene, pues, su sangre?
Actualmente, todavía aparecen enfermedades aquí en la tierra, en nuestra sociedad.
Si el médico tuviera el conocimiento del espacio, podría decir de inmediato: “A ver, vente, mira qué fenómeno tan extraño que es aquel”.
Y si ahora uno pudiera seguir el desarrollo del organismo humano, y uno conociera esas leyes, se abre ante nosotros la enfermedad, todavía de las eras prehistóricas, a la luz del día.
Eso lo viven a diario.
Tuve un médico y dice: “Tengo un paciente.
Oye, ven a echarle un vistazo”.
Y me dice...
Tenía un agujerito, así, aquí atrás, en la pierna derecha, encima del tobillo.
Dice: “En la vida voy a conseguir cerrarlo.
No sé lo que es”.
Dice: “Puedes mirar dentro, sin más.
Mañana es esto y mañana lo otro”.
Digo: “Claro, señor, ¿y eso qué será?”.
Digo: “Esto solo se puede curar, oiga, no con caca de vaca, pero sí con algo así, con hierbas”.
Digo. “Señor, es una fístula ósea”.
Dice: “Pero atraviesa la carne”.
Digo: “Sí”.
Se había creado una situación extraña, era una cavidad, se había encapsulado.
Dice: “No lo entiendo”.
Digo: “Es muy sencillo: cada célula adquiere un nuevo espacio y aquí hay unas cuantas células enfermas”.
Y había un agujerito, casi podías introducir en él el dedo meñique, estaba todo encapsulado y detrás estaba infectándose.
Por fuera había una herida.
Dice: “Jamás había visto algo así”.
Digo: “Sí”.
Entonces tuvimos que recorrer la creación.
Y entonces tuve que hablar horas y horas con el hombre para explicar eso.
Y entonces por fin conseguimos llegar hasta ese punto.
Dice: “A diario estás todavía a veces ante cosas que no conocemos, y entonces le damos un nombre a esa enfermedad, pero no lo saben”.
¿Qué es el cáncer, pues?
¿Y qué son todos esos otros procesos para las enfermedades?
Señor, han recibido un nombre.
¿Y qué es el cáncer y qué es la tuberculosis?
¿Y qué son todas esas cóleras y lepras?
¿Qué es todo eso?
¿Qué es la sangre?
Pero para nosotros no se trata de eso, de ponernos a jugar a ser médico esta noche, se trata de: ¿a qué se debe que la enfermedad adquiera conciencia?
Si lo quiere saber, y no hay nadie entre nosotros que tenga la sangre al cien por cien sana, que tenga salud natural.
Porque eso no existe.
¿Y por qué no?
Porque nuestra verdadera esencia como ley natural...
Hay que entenderlo bien.
O sea, yo tenía antes un cuerpo en la jungla, pero nos hemos conectado con grados más bajos.
Hace poco les dije: cruzábamos las montañas y entonces raptábamos allí un par de mujeres.
O robábamos un par de hombres.
Sí, quizá se asusten, pero se iban directamente al perolo.
Los domingos por la mañana siempre teníamos un buen muslito.
Y, claro, luego venían ellos también para quitar a nuestra gente.
Porque vivíamos como caníbales, señor.
¿O no es así, señora?
¿Se asusta?
Mire, pero detrás de eso hemos regalado nuestro propio grado a otro organismo.
Y este no poseía nuestro grado ni nuestra divina sintonización natural, por lo que de este modo hemos fragmentado nuestro cuerpo y ... nuestros sentimientos no era posible, sino nuestra sangre, y así se han endurecido miles de leyes vitales divinas en cuanto a fuerza, en cuanto a densificación, más, y así se debilitaron.
¿No es sencillo?
Porque sigue ocurriendo.
Si usted dijera: “No, señor”, me lo llevaría a usted rápidamente.
Aquí hay mujeres y hombres de Inglaterra; ese tiene una francesa y aquel una indonesia, y esa un ruso, un medio ruso, un medio alemán, bueno, así es como el ser humano recorre el mundo.
Dice: “Sí, tenga una... mi mujer es húngara”.
Y la mía es vienesa, y esa mujer es de Turquía.
¿Tenemos ahora nuestro propio grado?
Todavía no hay nadie en el mundo que diga: “Oiga, señor, pero usted no se case con esta vida, no, tiene que casarse usted con aquella de allí, porque ella tiene el grado de usted, su propia sangre”.
Ya entenderán que el ser humano está fragmentado hasta en el infinito.
No solo espiritualmente, sino también, y principalmente, corporalmente.
Y resulta que esa sangre tiene una profundidad cósmica para el ser humano y del ser humano.
Contiene algo que ahora, durante nuestra corta vida, posee suficiente fuerza vital para seguir siendo normal, para alimentar.
Pero ya se estarán dando cuenta a dónde va eso.
De pronto pasa algo y se queda afectado un órgano, un tejido, y ¿qué hace entonces el señor?
“Sí, pero, vamos a ver, señor, señora...”.
“Señor, solo lo tengo desde ayer”.
“Ya”, dice el doctor, “puede ser, señora, pero tiene usted... está usted llena de cálculos biliares”.
En esa época vino a verme gente que decía: “Señor, solo lo tengo desde ayer”.
Digo: “Señora, ya desde luego constato que tiene trescientos.
Eso ya empezó hace veinte años.
No es que usted tenga ahora de golpe...”.
Señor, mañana tendrá dolor, el médico constata: piedras, operación.
Sacan cincuenta, sacan trescientas...
Y ya han salido mis trescientas.
¿Y de verdad que pensaba usted que eso empezó ayer?
Señor, eso ya empezó cuando todavía vivía usted en su madre, ya entonces empezó.
Una piedrecita, un cálculo biliar, son duras como el acero.
No es posible endurecerlas así como así, señor.
Comienza como una membrana.
Comienzo como algo viscoso.
Y en poco tiempo, una vez que empieza a densificarse, entonces la falta de oxígeno y de todo ya ha desaparecido en el cuerpo y empieza la bilis, por falta de alimentación y entonces aparece la formación y la desintegración.
Todo eso tiene que escamarse, tiene que salir también del cuerpo, pero no sale: piedras.
¿Cuándo comenzó eso?
Y eso ni siquiera es tan malo, porque todavía puede aguantarse.
Un cálculo biliar no es ni de lejos una desgracia material.
¿Cuál es la base sobre la que se forma el cálculo, señor?
El cáncer es mucho peor que las piedras.
Pero ¿qué es el cáncer?
Ya entenderá usted que ahora estamos llegando a ver los grados de las densificaciones.
Y la putrefacción.
Porque las piedras no son putrefacción; son endurecimiento.
Es otro centro en el organismo que se niega y que no puede detener el endurecimiento.
¿Entienden, verdad?
El cáncer, sin embargo, es putrefacción.
Es desintegración.
Es la desintegración de la sangre.
Es puramente putrefacción.
La diferencia entre dos enfermedades, señor.
Esta se densifica y aquella desaparece como una viscosidad.
Y en un solo organismo.
¿Sí?
Cuando se tienen semejantes conversaciones con los médicos, da gusto.
Dice: “Dios mío, tendrías que haberte hecho médico”.
Digo: “¿Y qué hubiera importado eso?”.
“Bueno, entonces le habrías dado un empujón al mundo”.
Digo: “Como si ahora no, ¿verdad?”.
Digo: “Me sirve más un libro para el espíritu que diez doctorados”.
¿Cierto o no?
Y resulta que este señor pregunta...
Sí, todo eso no lo voy a contar, si no tendremos clases académicas para el doctor.
(Jozef continúa leyendo): “Creo que no.
Pero sí que sé que el cáncer, por ejemplo, está presente en el ser humano en estado inconsciente...”.
Señor, “El estado de la herencia genética”, dice un médico mío, “ya no existe”.
Digo: “¿Desde cuándo, señor, se tira por la borda la herencia genética?”.
Y entonces dijo: “Sí, en Zúrich hablé con doscientos cuarenta médico y hubo algunos que me dieron la razón”.
Digo: “Pero el resto no te dio la razón, ¿no?
Es imposible”.
Dice: “Es el propio ser humano quien construye todo espiritualmente”.
Digo: “Sí, claro, ahora, desde ayer”.
Digo: “Vamos, vamos, señor”.
Y entonces me puse a armar un jaleo con él.
No tardé en arrinconarle, en la esquina de allí y de allí, y aquí y allá.
Digo: “Pero ¿dónde te has metido?”.
“Bueno, bueno, todavía no hemos llegado a ese punto”.
Digo: “No, señor, no, señor doctor”, digo, “claro, eso puede decirlo ahora y construir una nueva teoría, se han oído más de esas voces en la ciencia, pero eso todavía no es posible, señor, porque, veamos, usted dice...
Entonces también tiene que tener un organismo limpio, sangre pura inmaculada y todo”.
Digo. “¿Y de dónde sacamos eso, señor?”.
Digo: “Señor, deje que se vacíe un ser humano, que se vacíe por completo, y dele ocho litros, o seis, de sangre nueva, y esta seguirá estando podrida.
Es decir, no del todo, pero entonces sí que habrá algo de placa por debajo.
En esa sangre, señor, vive su pasado.
En esa sangre todavía vive la era prehistórica”.
Porque, oiga, todavía no hemos salido tanto de allí.
Sí que pensamos, nos hemos hecho un poco más pequeños, eso sí.
Cuando ve un hombre de esos como una rosa, con un morrito hermoso...
Hubo aquí una señora... dice: “Yo también estoy todavía en la era prehistórica, porque soy así de grande y mi marido no es más que así de alto”.
Digo: “¿Qué más da?”.
Pero el ser humano prehistórico era muy diferente.
Los seres humanos prehistóricos eran gigantes, salvajes.
Es que cuando te encontrabas con uno de esos, señor, parecía... parecía...
Sí...
No, no eran diablos, pero aun así te comían, te convertían en un bizcocho.
Hemos llegado a tener conciencia, nuestros cuerpos están desarrollados, señor, pero la sangre en el ser humano sigue siendo impura, porque la era prehistórica, y tiempos muy anteriores, sigue estando presente.
Hemos hablado aquí de los grupos sanguíneos, sobre el estado de la sangre.
Alguien dice: “Bueno”, ha sido operado, “pues a mí me han dado sangre de un negro (véase el artículo ‘Anti racismo y discriminación’ en rulof.es) y tan a gusto”.
Pero dije: “Señora, la sangre de un negro no es negra”.
Pensaba ella: claro, pero ahora voy a tener manchitas, ¿no?
Una señorita blanca de La Haya recibió sangre de un negro.
Y no terminó negra.
Otra vez hay algo que no encaja, ¿ven?
No, no terminó negra.
Y encima se siente fuerte, bueno, solo unos aires algo diferentes, porque golpea y da patadas, un poco así... (Tal como se entiende por la siguiente aclaración de Jozef, quiere decir que la señorita de La Haya adoptó temporalmente rasgos de carácter del donante de la sangre que recibió; lo de golpear y dar patadas no tiene nada que ver con el color de la piel del donante y todo con el carácter de este donante específico; véase el artículo ‘Donación de órganos y trasplantes’ en rulof.es).
Parece distinta, ¿verdad?
Porque esa sangre todavía tiene que...
Si la personalidad fuera muy sensitiva, muy sensible, les garantizo que...
Yo mejor ni lo intento, para eso prefiero desaparecer del mapa.
Si me tienen que dar cinco litros, cuatro, de sangre nueva, digo: “A mí mejor dame del grifo.
Así no tendré ningún tipo de molestia”.
Y si tienes esa sensibilidad...
Yo puedo contarles algunas cosas de la sensibilidad.
Alguien dice —en ese tiempo todavía estaba en el garaje—: “¿Te gustaría tener un bonito traje, Jozef?”.
Digo: “Sí”.
Me puse ese traje bonito.
Y andaba... un par de días más tarde andaba...

(Jozef adopta una pose).

Y entonces me ponía así, ya saben.
Y mi mujer me dice: “¿A ti qué te pasa?”.
Digo: “Nada, nada”.
Y yo me ponía a tirar de esto y luego de lo otro.
Pienso: ‘Los “drudels”, es algo del traje’.
No tardé en dárselo a un trapero, porque casi me entran los siete males.
Solo de ese trajecito.
Y ahora tengo que encajar además la sangre de un hombre así, señor.

(Risas).

No, eso es imposible, ¿verdad?, es imposible.
Me sentó fatal.
Por ejemplo, estábamos solos, escribiendo ‘El origen del universo’.
Volvíamos a Inglaterra.
Se lo he contado hace poco.
Estaba yo aquí todo el día, me dice mi mujer: “Pero ¿qué te está pasando?”.
Digo: “Esa perilla de aquí”, porque vivía en esa época.
Esa perilla, llevaba yo entonces una perilla y un bigotito.
Digo: “Me siento mucho más gordo.
Y me voy a dar un delicioso paseo y todas esas cosas”.
Y quería tener un horse, un caballo.
Tenía un caballo propio, pero ahora en Holanda también quería tener un horse.
Al final opté por ponerme en el tiovivo y entonces tuve uno por dos céntimos, ¿verdad?
Me fui al zoo, digo: “Es que necesito tener hoy un horse, porque ya no aguanto más”.
Y entonces me horseé hasta cansarme.
Al volver a casa era Jozef otra vez.
Digo: “Pues”, digo, “ese inglés me abandonó hoy”.
Pero, ay, si no conocen eso, porque me encontraba poseído conscientemente por una vida anterior.
Sí.
Y allí estás, señor.
Pero todavía me falta la sangre de ese otro hombre, señor.
Por eso es: no tiene usted esa sensibilidad.
Y eso de dar sangre para el ser humano es algo que todavía va de maravilla.
Más tarde ya tampoco hace falta, porque la ciencia llegará al punto en que podrán ser vencidas las enfermedades.
El cáncer y la tuberculosis y todo eso será vencido.
Así que eso luego ya no nos afectará.
Señor, ¿qué más tiene que preguntar usted?
Y ¿hay más preguntas sobre esto?
(Señor en la sala):

—Sí, señor Rulof, dijo usted hace un momento: el ser humano prehistórico era mucho más grande, más basto.
Pero por casualidad escuchamos hace quince días a otro... (inaudible), y este ofreció una comparación, de que el ser humano prehistórico era más pequeño, que ahora estaba creciendo algo, que luego volvía a encoger, porque eso también lo demostraban las corazas.
En general, las corazas eran más pequeñas que las del ser humano de hoy en día.
—Sí, señor, todo es posible, todo eso es estupendo.
No es la era prehistórica que nosotros...
¿Sabe usted dónde vive ahora la era prehistórica?
(Una señora en la sala dice algo inaudible).
¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Entonces no había corazas.
—Entonces no había corazas.
Pero se puede ver y vivir mucho más cerca, incluso puede sentirla.
¿No lo sabe?
Señor, la era prehistórica la sacan en Limburgo de las minas; endurecida y densificada.
Se ha convertido en carbón.
Allí está metida toda esa gente, que se ha quedado negra como el carbón, señor.
Pero hay que ver lo que siguen encontrando, señor...
Imagino que entenderán ustedes que esa tierra se revolcó cien millones de veces.
Era un calor; y nosotros no parábamos de correr.
Pero esa era prehistórica que comentan los maestros, señor, con eso encendemos ahora nuestras estufas.
Señor, ese esqueleto está en ese carbón, todo eso está disuelto.
El ser humano que sienten ahora es uno de una era que pertenece a la nuestra.
Pero han desaparecido cientos de miles de eras.
Se han disuelto por completo, señor.
¿Y cómo pueden verlo?
Alguna vez verán alguna cosa en la naturaleza por la que la era prehistórica pasó, se fue, desapareció.
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

—Dígame.
(Señor en la sala):

—... por los esqueletos...
—¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—Eso puede verse por los esqueletos de esos seres prehistóricos, la gente... (inaudible)... tiene que ser así de pequeña.
—Señor, ha estado usted en Indonesia, allí todavía se pueden ver marismas realmente antiguas, árboles prehistóricos.
Aquí en Occidente eso ya no lo tenemos, señor.
Pero Occidente era exactamente igual.
¿No es cierto?
Es decir, hemos recibido fruta, árboles, flores, señor, todo para estos siglos.
Y las eras prehistóricas... bueno, alguna carbonilla, una cosilla, ha ido evolucionando de todas formas, tenía que embellecerse y llegó a tener otra capa exterior, una nueva evolución, ¿no?
¿Dónde se quedó, señor?
Eso lo usamos ahora de combustible para la estufa.
Es el petróleo que recibimos, petróleo y gas con alma infundida como jugos vitales.
Esa materia ha vuelto a tener una posesión universal.
Fuimos recibiendo el carbón como endurecimiento, en la tierra.
Lo que ocurrió por arriba está ahora abajo.
Hemos recibido gases, tenemos la sangre y los riñoncitos, y todas esas cosas más.
Es el petróleo con el que ahora vamos en coche, y para los barcos, es el petróleo; esos jugos los ha sacado a relucir la tierra.
Todos esos millones de organismos diferentes se han disuelto.
La sangre también.
Entonces teníamos fácilmente un par de kilos de grasa en nuestra espalda.
¿Cierto o no?
Pero eso no quiere decir, señor, que de esa forma se generó el petróleo, retenga eso un instante, si no volverán a decir de mí por todas partes: “Jozef Rulof dice: ‘El ser humano es bizcocho de petróleo’”.
Pero, señor, ya lo ve, y aunque diga “grande” y “pequeño”, todo eso ya forma parte de esta era.
¿Algo más usted allá, señor, con su pregunta?
(Señor en la sala):

—No...
—No, doctor.
Oiga, que no tengo ningún doctorado.
“No, doctor”, eso no se dice, ¿no, señor?
No, no está permitido, ¿no?
¿Quién de ustedes tiene algo más sobre esas cosillas de la herencia genética?
(Señora en la sala):

—¿Me permite preguntarle algo, señor Rulof?
Los rasgos de carácter que hemos recibidos de nuestro padre y nuestra madre, ¿qué hacemos con eso?
—Sí, otra herencia más.
En la psicología se dice que si el padre o la madre tiene talento, el hijo también lo tendrá.
Señora, nosotros decimos: eso es imposible.
Sí que hay influencia.
Y es muy sencillo.
Incluso hay gente que hasta los setenta años todavía está bajo la influencia de los padres y que no tiene la autonomía, ese sentimiento, esos rasgos de carácter, esa voluntad de liberarse de los padres.
Todavía estamos allí.
Sigo pensando fácilmente en un setenta y cinco por ciento a partir de la conciencia de mi madre, de sus sentimientos.
Infaliblemente.
Y así es como uno llega a vivir esa tremenda unión.
Y dice el doctor: “Sí, eso es de su padre.
Tiene un aire de su madre, tiene un aire de su padre”.
Señora, usted tiene su propio carácter, mire, porque...
Tiene usted un espacio.
El ser humano posee un espacio con mucha gente.
Es el propio grado para su organismo.
Y es un espacio.
Es decir, en ese estado puede atraer y edificar.
Pero siempre volverán a tocar su propio grado de pensamiento y sentimiento.
Porque tienen que ver ustedes con esas vidas.
¿Entienden?
Y ahora, claro, ustedes mismos atraen unos sentimientos sintonizados con los suyos propios.
Y entonces se dice: “Sí, esa criatura se parece a su padre”.
¿Ven?
Y entonces llega un niño.
“No, a ese niño no lo entiendo para nada; ¿a quién se parece?”.
¿Ven?
Y desde luego que hay pruebas de que tendremos razón, señora.
Esta noche tenemos a gente aquí, esa madre lo dice ella misma: “Todos mis hermanos, normales y corrientes, comunes”.
Llego al mundo.
Casi soy un negrito (cuando se celebraron estas noches informativas, de 1949 a 1952, la palabra “negro” era una denominación habitual para alguien de piel oscura), con hermosos ricitos.
Entonces mi madre dijo: “Bueno, si yo misma no hubiera estado allí... ¿de dónde hemos sacado a ese negro? (Véase el artículo ‘Anti racismo y discriminación’ en rulof.es).
Un niño negro en una familia rubia, ¿de dónde ha salido?
Entonces uno se pone... cuando no se está seguro, señora, uno empieza a dudar del otro.
Oirgan, así ya han surgido peleas.
Porque hay más de esos problemas.
Claro, se ríe usted, pero es la sagrada verdad.
Si esa madre dice: “Lo sé, mi bueno de Hendrik no haría algo así”.
“Ni mi querido Bart”.
Pero ¿ahora qué?
¿De dónde viene ese niño, señora?
Si digo: “Tenemos que volver a la jungla”,
la gente dice: “Qué ridículo”.
Pero allí pasan esas cosas.
Se puede volver hasta los negros (véase el artículo ‘Anti racismo y discriminación’ en rulof.es).
Recuperamos nuestra vida.
¿Qué de profundo no es eso?
Esa sangre se ha ido construyendo, esa sangre construyó este organismo.
De modo que en esa célula de ese padre emergió algo.
Pero, señor, veamos ahora.
Va a ser un libro así de gordo, de la pared hasta aquí, de miles de páginas, lo único que pretende es explicarles cómo surgió todo esto.
Y entonces tendrá que salir de centenares de miles de especies raciales

(véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es) de usted mismo, tendrá que salir de la familia entera, y luego volverá a meterse en miles de otras, y otra vez entraré en miles de familias, para seguir ese grupo para usted mismo, su vida.
Y entonces debería usted mirar de dónde procede.
¿Qué es, pues, su sangre?
¿De dónde viene que soy medio rubio, moreno, negro...?
Eso es europeo, aquello es lo otro.
En el pasado hemos hablado de: ¿cuáles son los colores de su pelo?
Nadie lo sabe.
¿Por qué rubio?
¿Por qué castaño, castaño dorado, pelirrojo dorado?
¿Bueno?
También hay colorcitos hermosos.
Ahora podemos hacerlos nosotros mismos.
Pero es la naturaleza la que los ha creado.
Sin embargo, ¿de dónde viene todo eso?
Así de profunda es la sangre humana.
Y ahora seguirá pensando usted, ahora piensa el padre, y la madre, en este siglo...
Fíjense en todo lo que viene, es sorprendentemente científico y didáctico.
Nos casamos, contraemos matrimonio, tenemos un bebé y entonces dicen. “Este es mi bebé”.
¿Verdad?
Es su bebé, ¿no?
Señora, allí no hay nada de usted.
Ni siquiera físicamente ni tampoco espiritualmente, nada, nada, nada, nada.
Puede pasar alguna vez que también haya algo suyo, pero entonces es un caso entre millones.
Porque su hijo tendrá irradiación por el espíritu de usted, allí hay algo suyo.
Por eso sí que se le parecerá en la carita.
Pero de vez en cuando, señora, llegará a ver allí un rostro que no tendrá nada que ver con su familia entera.
No se parecerá en nada.
Y ahora es ese millonésimo antepasado que se está manifestando en la conciencia diurna de hoy.
Así que hay algo que sale de nosotros.
La células que tenemos, señora, son millones de veces espaciosas, universalmente espaciosas.
Y todos son seres humanos.
Todas son sociedades.
Todas son especies raciales (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es).
Están en esa célula, en la nuestra.
O de la madre, o del padre.
Atrae usted la célula...
Nosotros damos la fecundación.
Usted la recibe.
Y en ese semen viven millones y millones de generaciones.
Pero la última, la que viene ahora mismo, que nace mañana, ¿es de usted?
¿Y mía?
Desde luego que sería una casualidad.
¿No le parece?
Y entonces debería ir usted a su médico y preguntarle: “Doctor, ese hijo ¿de verdad que es mío?”.
Bueno, así ni siquiera lo debe preguntar.
No debe hacerlo, porque si no ya se pondrá a pensar mal.
No, pero: “Doctor”, sin tonterías, “es que he oído hablar en algún sitio de un loco”, eso ya lo puede añadir, “ese hombre dice: ‘Nuestra sangre y nuestro esperma tiene millones y millones de años de antigüedad’”.
Señora, es tan cierto.
Y ya hay muchos médicos que vienen diciendo: “¿A dónde vamos a parar con esto?”.
Y entonces dicen: “No, sigo sin saber nada”.
Tuve un profesor doctor en Delft, ya hace años, en 1935, en 1936, había leído libros, dice: “Ojalá no me hubiera imaginado tantas cosas durante mi vida, entonces me sentaría libre y feliz en un taxi y me iría a ese hombre.
Pero ahora ya no me atrevo a mirarlo a la cara”.
Se refería a mí.
Digo: “Pues haber venido, señor”.
“Ay, ay, ay, ay, ay”, dice, “la de cosas que nos inventamos allá”.
Siempre que aparezca esa golilla, ya sabe, ¿verdad?
“A sentarse”, esta mañana, eh.
Y comienzan las clases académicas.
Sí, tengo un gran privilegio: yo he visto esas leyes.
Pero ¿quién las ha visto?
¿De dónde sacaría yo todas esas explicaciones, todos esos libros y toda esa sabiduría si no me hubieran estado persiguiendo?
¿No?
Sí, hay que ver, oigan, asusta cuando entras en eso.
Entonces todavía te preguntas: ¿cómo es posible que aún puedas vivir la sociedad de una forma normal y sosegada, con mucha calma, de forma común y corriente?
Es que es común y corriente.
Porque la sabiduría no le vuelve loco a nadie.
Es imposible volverse loco por eso.
Y a veces dicen: “Todo eso es magia negra, eso te hace enloquecer”.
Señora, a esos eruditos que lo dicen es posible acogerlos de inmediato.
Digo. “Señor, ojalá no hubiera empezado usted con su religión, así no nos habrían hecho falta esos manicomios”.
Porque ¿cuántos locos religiosos no hay ahora en Rosenburg?
Frederik lo dice tan hermosamente en ‘Las máscaras y los seres humanos’.
Dice: “Es es un pastor protestante”, dice, “sí, ¿cómo los ves?”.
Es Hans quien lo pregunta.
Entonces dijo: “Sí”, dice, “ese se fue a buscar a Jehová y se olvidó de llevar una escalera”.
¿También lo leíste en ‘Las máscaras y los seres humanos?’.
Te tronchas de la risa cuando lo lees.
Pero es cierto, señor, ahora planea entre el cielo y la tierra, es un demente religioso.
Por un loco de esos como Jehová.
Ese hombre se pone a buscar a Jehová.
“Oh, Jehová”.
“Prepárese, mañana el mundo quedará destruido”.
Jehová.
Y ese mundo tiene que seguir existiendo millones de años.
Ojalá que ese hombre hubiera venido a vernos, señora, aquí, entonces no habría más locos.
Pero un teólogo lo entiende.
Un teólogo no se lo quita de encima tirándolo por la borda.
Pero locos religiosos los hay.
Un ser humano que busca a Dios se ha vuelto loco.
¿No le parece horrible?
Cuando uno se desfoga y nos ponemos a dejar todo hecho añicos y decimos: “Bueno, es que...”,
es brillante, es posible.
Pero un ser humano que reza, que reza, que reza, que reza, que reza, un día tras otro, porque son almas pías, señor, tiene que aceptar que sea noqueado por la locura.
Y día y noche, y mira que son píos, y hermosos, y hermosos, y castos, ay, ay, ay.
Y desaparecen del mapa.
¿No les parece horrible?
La realidad de la oración no ha podido ayudar a esa gente.
Lo impresionante que esa gente ha tenido que aceptar... se han quedado alicaídos de tanto pensar y rezar, han perdido el equilibrio a golpes.
Así es, pues, la religión.
Religión, religión.
Pues, es horrible, ¿verdad?
Pero los teólogos no llegan a darse cuenta de que ellos continúan con esa misma locura.
Un estudiante no puede esquivar el azote, empezará, como sea, con la Biblia: que había un árbol allí, y que apareció una serpiente, y Dios hizo... a partir de una costilla de Adán hizo a Eva.
Un poco de barro, ffft, un poco de soplo, a mirar a los ojos, qué gusto y: “Hala, a correr”.

(Risas).
Ya, ya estamos otra vez, ¿verdad, señor?
Allí están otra vez muertos de ganas, señora, si empiezo sobre el paraíso.
Pero esta noche no les voy a ofrecer circo.
(Señora en la sala):

—... entonces mejor te saltas ese trocito.
—Sí.
Sí.
Ah, los pastores.
En la guerra tuve a alguien así.
Me dice: “Sí”, dice, “pero nos apoyará el Señor”.
Digo: “Sí”.
Dice: “Porque no tengo miedo a nada”.
Pero dos días después se levantó...
Yo vuelvo a estar en la esquina.
Pienso: ‘Mira, ese pobre pastor, ¿no?’.
Él que estaba así. “Ay, ay, ay”, dice, entonces estaba sollozando junto a una mujer, “ay, qué hambre tengo”.
Opté por desviar el camino, si no tendría que haberle dicho algo.
Dice: “Tengo tanta hambre, tengo tanta hambre”.
Digo: “Señor, pues haber llamado un momento al Señor, entonces seguro que habrías tenido algo”.
Pero no se aclaraban, señora.
Ahora ya pueden saltarse trozos.
Se habla a la juventud.
Tendría que oírlos gemir.
Ay, cómo se ponen.
Nuestro tiempo llegará.
¿No se lo cree?
Esto está siendo duro, señora, hay víctimas por todas partes.
El teólogo, el experto en religiones: “Sí, es posible que gire...”.
Pero de inmediato le dicen: “Pero, señor, ¿es que eso es posible?
¿No dice el biólogo esto?”.
Y es cierto, señor.
¿A dónde tenemos que ir?
“No, no de golpe.
No de golpe, ¿entiende?
Sáltese ese trocito, porque luego ya tendrá usted el resto”.
Y la humanidad espera.
La juventud se muere de hambre.
Críos de quince y dieciséis años, a los que es maravilloso acoger, con los que es una maravilla hablar, incluso mejor que con gente de edad avanzada, adultos.
Pero una chica de esas, a la que ese parloteo y esas majaderías, y todo ese buscar, hay que ver cuántos gemidos...
¿No ha vivido usted esos dolores?
Busqué como un loco entre los cinco y seis años.
Fui bastante precoz.
A los seis años irrumpo donde está Crisje, digo: “Ya me he enterado”.
Y dice...
“Ya no hace falta que me cuentes cuentos, cuando vuelvas a tener un niño, sale de ti misma, ¿no?
Pero ahora vamos a tener una niña”.
Entonces dijo Crisje: “Así que seguro que tienes hambre ahora, ¿no?”.
Digo: “Desde luego”.
Bueno, estaba listo.
Pero entonces esos gemidos, esa búsqueda terrible y ese zanganeo, digamos, de nosotros mismos hay que...
¿No estuvo usted también ocupada con eso, señora?
Yo lo quería saber todo.
Pero hay que ver qué gemidos.
No, papá se encierra.
Hace poco hubo una bonita película italiana.
¿La vieron?
Se habrían reído.
Una niña dice... una niña pequeña: “De aquí salen los bebés”.
Tenía un repollo, como decimos en el campo, una col rizada, blanca.
Y ahora esa búsqueda del bebé.
Maternidad, paternidad.
Qué maravilla de película.
Al final... al final casi hay una muerta, una niña que casi sufre un accidente mortal.
Pero a lo largo de toda esa película, esos niños: buscando, buscando, buscando.
Paternidad, maternidad.
Hubo otra vez un asalto a los cines.
¿No le parece horrible?
No había entradas para ver la película, ni de día ni de noche.
Sí, eso le dice algo al ser humano.
Señora, la sangre llega hasta tal punto, el nacimiento es tan profundo que los seres humanos vivimos todos en aquello que hemos recibido hace siglos, y que otros construyeron para nosotros.
Lo que tengan ustedes hoy, señoras y señores, si son muy hermosos y maravillosos, sientan gratitud por tener un organismo sano.
Porque todavía sigue dentro.
Porque nosotros también... nosotros mismos también somos culpables de esa desintegración.
Si están sanos...
La creación ya avanza a una velocidad tremenda.
Hay todavía muchos enfermos, y si no los hubiera, señoras y señores, créanme, ya viviríamos desde hace tiempo en el reino de Dios.
Pero hasta ese punto no hemos llegado todavía.
La ciencia, los médicos avanzan a pasos agigantados.
Cuando luego se use la energía atómica para eso, se lo garantizo, en cincuenta años, sí, entonces se habrán vencido el cáncer y la tuberculosis desde hace tiempo.
Pero ahora ya están luchando.
Señor, señora, quizá tome mucho menos tiempo, porque en estos momentos los medios salen volando del espacio.
Vamos a tener poderosos instrumentos técnicos, poderosos, para diversas enfermedades, que se disolverán por completo.
Más adelante tendremos poderosos instrumentos sensitivos.
Luego tendremos la voz directa y entonces la palabra caerá irrevocablemente del Omnigrado consciente a la tierra.
Y entonces ya solo les quedará inclinarse.
Otro dice: “Eso todavía tardará siglos, siglos, siglos”.
Mire, señora, eso ocurrirá en una sola noche.
Vivimos tiempos sorprendentes.
Si no viviéramos en estos tiempos, tampoco lo habríamos recibido.
¿Algo más?
¿Quién de ustedes?
Allí atrás.
¿Señora?
(Señora en la sala):

—El color rojo de la sangre, ¿tiene algún significado para el espacio?
—Sí, señora.
¿Por qué se es rubia o negra?
(Señora en la sala):

—Sí, yo tengo...
—Mire, la sintonización de la sangre es la atmósfera del espacio.
Y adquiere un color rojo.
Y eso es cierto, señora.
Es la atmósfera del espacio.
Estados atmosféricos.
Son leyes.
Densificaciones que han sido construidas por eso, por la dilatación y el endurecimiento y todo.
El color del ser humano.
Si la luz del sol y del espacio no hubiera adquirido ninguna irradiación ni ningún color, tampoco la veríamos, ¿no?
Así que la sangre ha llegado a tener la misma forma, el mismo desarrollo que su cabello y que su piel.
Tenemos el moreno, tenemos el negro, tenemos diferentes tipos raciales (véase el artículo ‘No existen las razas’ en rulof.es).
Los indios: es, a su vez, otro tipo de sangre, y otro tipo de gente.
Así que ese estado exterior e interior, según el reino de los colores de Dios en cuanto a fuerza vital, infusión de alma, impulso, se ha...
La sangre es en el fondo protoplasma, protoplasma materializado.
Si ustedes lo pueden...
Ahora tenemos que empezar a vivir cosmología, y entonces tenemos que retroceder hasta el Omnigrado, si queremos llegar hasta la sangre humana a través de todo el espacio.
Y eso volverá a desaparecer.
Y al volver a desaparecer y marcharse, pueden aceptar tranquilamente que también tiene que ver con el espacio.
Ese color de sangre ya no lo tenemos en el cuarto grado cósmico.
Así que ahora esa sangre es todavía... también es considerada —¿se sabe eso?— animal.
Ese color desaparece y se disuelve, luego llegará a ser una irradiación violácea.
La sangre espiritual para el ser humano en el cuarto grado cósmico es rosa, por ejemplo.
Puedes atravesarla con la mirada.
Porque los órganos ya no son tan animales.
Miramos, como si dijéramos, a través de nuestras manos.
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

—Dígame, señora.
(Señora en la sala):

—Le pregunté por aquel entonces por qué al comienzo de la creación la tierra tenía un aspecto rojo.
Y entonces usted dijo: “Eso depende todavía de la inconsciencia de la tierra”.
Al comienzo de la creación...
—Sí, mire, debería usted ...
Bien, si dije eso, señora, quiero decir con ello que la tierra era todavía inconsciente, es decir, la tierra todavía tenía que empezar a densificarse.
Y el sol para el espacio acababa de alcanzar tal y cual irradiación en cuanto a fuerza y luz.
(Señora en la sala):

—Sí, pero ahora dice usted: cuando nos elevamos, la irradiación de nuestra sangre también adquiere otro color.
Así que esta forma de sangre...

—Sí.

—... roja, pues...

—Sí.

—... es entonces también una señal de inconsciencia.
—Sí, señora, si se lo estoy diciendo: este universo está conformado por tres leyes vitales.
Es el primer grado cósmico, el segundo y el tercero, tierra.
Este universo.
Es una conciencia animal, el universo entero.
No es un universo espiritual; es el cuarto grado cósmico.
O sea, por sí solo...
Esa, pues, es la prueba, señora, de que tengo razón y de que así también ha de ser.
Porque aquí es animal; no tiene más opción que disolverse.
Tiene que disolverse cuanto más nos elevemos, de lo contrario no saldremos de ese grado animal.
No tendremos ampliación.
Nuestros órganos no llegarán a tener ampliación, porque la esencia animal, el protoplasma, el alimento, es animal.
Ese es el fundamento para cada tejido.
Y entonces nos vamos elevando más y más y más.
Estamos libres de... miren... estamos libres de pensamiento y sentimiento equivocado.
Nuestro cuerpo está ahora construido de forma espiritual.
Porque ya entenderán que el cuarto grado cósmico está libre del pensamiento animal, del pensamiento inconsciente.
Ya no hay contagio, porque ese cuerpo de allí se ha mantenido puro.
Allí atraemos a quienes pertenecen a nuestra conciencia y a nuestro cuerpo.
Porque vamos a la Omniexistencia, ¿no?
Allí seguimos estando siempre despiertos, eternamente despiertos.
Oiga, señora, eso ya lo estamos ahora.
Si les puedo aclarar, señoras y señores, que ya viven aquí eternamente —y eso vive dentro y debajo de sus corazones— llegarán a tener un regalo divino.
Porque es cuando uno empieza a vivir de otra forma, a pensar de otra forma.
Y entonces ya no hace falta ninguna iglesia católica, ninguna Biblia.
Porque entonces despertarán a Dios en su interior, si aceptan aquí: serán eternos.
Porque no dormirán nunca, señoras y señores.
Claro, enseguida irán a dormir tan ricamente.
Y entonces: “Ah, qué bien he dormido”.
Y ahora están durmiendo; su espíritu está eternamente despierto.
¿Puedes seguirlo todavía, muchacha?
Oye, estupendo, solo tienes que retenerlo.
Y podrás hablar enseguida con mamá.
Con un poco de té y una galleta.
A llamar a papá.
Estamos y seguiremos estando despiertos.
En el cuarto grado cósmico.
Deberían vivir alguna vez esa vida.
Porque hemos vivido esas conferencias, ¿no?
He vivido esos viajes.
Sí, gente, ¿cómo es que aguantan aquí todavía?
He hecho caminatas con gente de la primera esfera, de la segunda, de la tercera, de la cuarta, de la quinta, de la sexta y de la séptima.
Deberían ver a un ser humano de la primera esfera.
Deberían ver la santidad de una madre allí.
Esa mujer aquí...
Mi Crisje tenía setenta y cuatro años.
Ya vieron ustedes que...
De esos grandes agujeros aquí en la cabeza —¿lo tienen en la foto...?— salía un amor y una sabiduría que me daba miedo, de allí...
Optábamos por llamarlo...
Digo: “Es como si Crisje tuviera dos agujeros en la cabeza”, así de profundos eran esos ojos.
Digo: “Dios, Dios, Dios, qué hermosa es ella, ¿verdad? Qué hermosa es esa alma”.
Cuando yo llegaba a casa me quedaba mirándola a escondidas durante horas.
Y dice ella. “¿Pero ¿qué haces mirando todo el tiempo?”.
Digo: “¿Qué pasa si miro un momento?”.
Ese cuarto grado cósmico...
Es ahora.
Quiero contárselo.
Crisje ya está allí, la semana pasada la vi todavía, el domingo por la mañana estaba encima del escenario, señora.
¿La vieron?
Estaba allí con Hendrik el Largo, junto al maestro Alcar; Miets también estaba, y había más gente.
Muchas veces viene a echar un vistazo.
Porque El Largo está orgulloso, ¿verdad?
El Largo dice: “Mira, mira, mira”.
Dice: “Si ya se lo dije a Crisje, que la llevaba al escenario.
Pero con uno lo he conseguido”.
Y entonces dijo Crisje: “Sí, lo ha hecho sin ti”.
No es que se pelearan, pero de vez en cuando alguna gracieta.
Miré a El Largo a los ojos, así, le hice un guiño.
Digo: “Mira eso, Largo”.
Sí, ahora ambos somos adeptos.
Digo: “Venga, vamos.
Yo sigo aquí, tú estás allí.
Venga, vamos, venga, vamos.
Ven, y así hablamos un poco, en el dialecto de ‘s-Heerenberg, como tiene que ser”.
Pero ya lo habrán entendido.
Crisje tiene ahora veintisiete años, veintiocho.
Ves un ser joven, hermoso.
Ustedes también verán a sus padres y a sus madres si han tenido esa felicidad, ese amor, ese sentimiento, si se han ampliado.
Hay que ver lo hermoso que es entonces un ser humano, ¿verdad?
Ay, qué poderoso es entonces el ser humano.
Y ahora vamos a la segunda esfera, a la tercera, a la cuarta.
Tendrán que ver ustedes con esas personalidades reales.
Y ahora un ser del cuarto grado cósmico.
Allí, en el Omnigrado, he visto al ser humano, señor.
He visto al ser humano Omniconsciente.
O sea, el ser humano que aquí en la tierra... por el espacio, por este macrocosmos, el otro lado, el cuatro grado cósmico, el quinto, el sexto, mundos, mundos, enormes universos creados por Dios, allí es donde vive el ser humano, y dice: “Todo eso es mío”.
Alguien que lo oyó dijo entonces, dice: “Bueno, y a mí ¿de qué me sirve?
¿Hacemos algo allí?
¿Puede tomarse una copa allí?
¿Es posible tomarse una copa en el Omnigrado?”.
Digo: “Sí”, digo, “pero de ácido sulfúrico”.
Dice: “Pero ¿necesitaremos todavía zapatos, un traje?
¿Seguirá habiendo sastres?”.
Las señoras dicen: “¿También hay una peluquería?”.
Señora, tendremos una túnica.
Tendremos las pequeñas sandalias, ¿verdad?
Tendremos ‘Las máscaras y los seres humanos’.
Ustedes saben exactamente cómo se construye una sandalia, una túnica, una túnica espiritual.
Fíjense en una túnica espiritual de esas.
No esa cosa andrajosa mía que sale en ‘Jeus III’, porque eso todavía no es nada.
El maestro Alcar tiene una túnica mucho más hermosa.
Pero, fíjense, sí que llevo una bonita camisa blanca.
¿No les parece?

(Risas).

(Señora en la sala):

—Bueno.
—Ah.
Ya tengo una camisa.
Pero irradia algo.
Allí es donde está la sabiduría de ustedes.
Allí es donde está su maternidad, su paternidad, su espacio, su conciencia.
Está en ese rostro, en esos ojos.
Fíjense en un ser tan hermoso de esos.
Señora, señor, ya no dormimos más, ya no estamos enfermos.
Ya no comemos ni bebemos, porque nuestra aliento vital será nuestra comida y bebida.
Hay que ver lo impresionantemente hermoso que va a ser.
Estuve tratando a una mujer que no había comido en siete años.
Mi gente todavía lo recuerda.
Su hermana dice: “Mientes.
Mientes”.
Y responde: “Pues, mejor ven a verme un día, así ya sacaré esas mentiras a golpes”.
Y entonces ya llevaba tres meses de visita y seguía sin comer.
Entonces la hermana quedó ingresada, del miedo.
Y dice: “Bueno, ¿ahora lo ves?”.
“Sí, señor”, dice, “pero es imposible, ¿no?
Es que”, dice, “me está asustando.
Y que no come y que no come.
Un par de gotitas de té”.
Esa mujer vivió siete años sin comer.
He hablado con los médicos.
Digo: “Señor, aquí tiene la maravilla del mundo.
Se la puedo explicar, siempre que empiece usted”.
Señora, todos los médicos se reían de esa mujer en plena cara.
Con esa gente no había forma de tratar.
A esa gente no se le podía dar nada, decían: “Todo eso son majaderías, son mentiras, es engaño.
Mejor váyase, no vamos a entrar en eso”.
A esa mujer la estuve cuidando año y medio, el marido incluido.
Solo vivía con mis fuerzas.
Digo: “Cuidado, porque ahora le va a entrar el hipo”.
Con que solo me acercara un poco...
Digo: “Ahora ya tiene bastante”.
“Huqj, hugj”, ya empezaba.
Media horita, esa era su alimentación, porque yo ponía ese estómago en marcha.
No había nada dentro.
Nada.
No podía comer.
Pero lo que es vivir, vivía.
Y seguía haciéndolo.
Y esto, pues...
Pregunté al maestro Alcar: “¿Qué clase de diagnóstico es ese?”.
Dice: “Aquí ya tenemos un organismo que tiene sintonización con el cuarto grado cósmico.
Y ese organismo ya era alimentado por ese cuarto grado cósmico.
Así que había células en ese organismo que ya tenían que ver con ese grado.
Todavía no era una conexión, pero sí que le infundía alma.
Así tiene una prueba de que es posible, porque esa mujer tendría que haber muerto, solo podía haber muerto.
Sí, señora, nos vamos elevando más y más.
Y nuestra sangre se va haciendo de color rosa, siempre conserva un colorcito hasta que el ser humano tenga un agua vital dorada en su interior.
Porque sabe usted, señora, por qué todavía no... bueno, claro, tenemos los adonis, esos hombres guapos, pero eso todavía no es belleza cósmica... pero ¿qué es lo que embellece la piel, el ser humano?
Si quiere usted, como madre, ver bellezas deliciosas, tendrá que aparecer otra circulación sanguínea, otro sentimiento y pensamiento, el espíritu tendrá que ser más radiante que la materia.
Y solo entonces es hermosa la madre.
Claro, es en lo que nos fijamos los hombres, que somos como una olla de grillos.
Basta con ver esas miradas de espías, señora, bueno, la de los caballeros.
Algo más, ¿señora?
(Señora en la sala):

—No, señor, gracias.
—Un placer, señora.
(Señor en la sala):

—Señor Rulof, ¿no hay entonces para nosotros ningún peligro en la transfusión de sangre?
—Sí.
Sí, señor.
Sí.
Pero aquí ya me hicieron esa pregunta.
Mire, dijo: “¿Qué haría usted?”.
Nunca tomo una transfusión, señor, o...
Bueno, sí, si es necesario.
No es mi intención ser un egoísta.
Por ejemplo, mañana me rompo... pierdo un brazo, he perdido sangre, y si sé cómo hacerlo, sujeto yo mismo esa mano, hago un torniquete para la sangre, para la vena, pero bueno, ahora sin duda necesito sangre debido a un accidente o lo que sea.
Si llego a tener una enfermedad normal, señor, bueno, eso no me dice nada, ¿no?
Si estoy enfermo, estoy enfermo y punto, porque a mí esa enfermedad como tal no me dice nada.
Puede ser...
Porque no deseo dolores, señores.
No soy un loco religioso de esos que dice: “Bueno, hay algo que está supurando”, o: “Quémenlo eso” y “Me da igual”.
Pues es una locura, eso hay que vivirlo.
Yo igual que ustedes.
Pero bueno.
Se trata, sin embargo, de una transfusión de sangre.
Si no es necesaria, señor, no la tomo.
Pero usted no se encuentra en el mundo en el que me encuentro yo.
No puede usted pensar y entregar como yo.
Tampoco puede vivir lo que siento yo, porque cada ser humano es diferente.
Tiene que actuar usted conforme a su propia conciencia.
¿Entiende?
Si usted no ha visto eso de sí mismo detrás del ataúd, tampoco podrá empezar a vivir conforme a esas leyes.
Así que aquí todavía es ser humano.
Si entonces hay transfusión de sangre y la necesita, pues deja que le den un poquito de sangre, no pasa nada.
Pero ahora viene lo que pregunta, y es: ¿puede ser peligroso?
Sí.
Y ahora le diré esto, en primer lugar, y es lo que dice, a su vez, ese hombre de allí, lo oyó aquí, y eso es así, lo he tenido que aceptar de los maestros: toda sangre que reciba usted, en tal y cual grado, tiene empuje, en la medida en que sea consciente.
Si tomo una sola gotita de sangre, entonces tengo —o sea, en esa gotita de sangre— millones de fuerzas que me pueden llevar al cáncer, a la tuberculosis, a la lepra... todas las enfermedades del mundo pueden estar presentes en ella, en esa gota de sangre, porque allí es donde viven.
Y entonces el médico puede... el médico ha llegado ahora al punto en que puede ver... esa sangre es pura hasta en tal y cual grado, y se la dan.
La conciencia diurna quizá no la puedan vivir ustedes ni en doscientos años, no llegarán a esa edad; eso es lo que dice este señor.
Así que les darán sangre para cincuenta años, sesenta, para treinta, para cuarenta.
Señor, la sangre tiene una profundidad de miles de años.
De modo que esas pocas horas que viva usted con la sangre de otra persona no hay peligro.
Entiende, ¿verdad?
Pero ahora...
¿Qué es el tiempo cósmico para el ser humano como cuerpo?
Aquí se dice que ya tenemos treinta años, cuarenta, cincuenta.
Pero el ser humano puede alcanzar una edad de doscientos setenta y cinco años.
Según este cálculo cósmico ciento setenta y cinco años, y entonces ya se irán al organismo espiritual.
Porque habremos desintegrado el cuerpo.
Ya no habrá ninguna célula en nuestro cuerpo que no esté enferma, que no sea anormal, que no esté contagiada.
La duración de nuestra vida ya no tendrá una justificación cósmica, señor, porque nosotros mismos la hemos hecho papillas.
La duración de nuestra vida la hemos hecho papillas.
Y nos las hemos comido, señor.
Nos hemos dedicado a matar y a incendiar.
Esas vidas, esas leyes vitales divinas para ese organismo...
En la tierra ya no hay nadie en absoluto que no viva en la desintegración.
Pues bien, esta ya es la muerte prematura para el ser humano normal que no se pone a volar en cohetes, no es ningún piloto de aviones a mil doscientos kilómetros por hora, todos esos saben: van a reventar.
Nosotros paseamos por la calle, sin mas, nos esforzamos, tenemos miedo por lo otro, prestamos atención, y así es como hacemos la transición a su debida hora.
Señor, para el cuerpo es como mínimo setenta años demasiado pronto, y para el espíritu, para nuestros sentimientos, ya llevamos millones de años de más en la tierra.
Porque ya podríamos haber poseído los cielos desde hace mucho tiempo si no hubiéramos empezado con la causa y el efecto, con la desintegración y la destrucción.
Señor, todos ocupamos el lugar del ser humano que necesita nuestro cuerpo.
Qué divertido, ¿verdad?
Ni hay ni un solo ser humano en la tierra que no ande por aquí algunos millones de años de más.
¿Qué sabe de eso la ciencia?
Nada.
Pero hay que ver lo poderosamente sencillo y justo que es esto, ¿no les parece?
Ahora mismo todavía estamos todos pagando facturas.
Señor, hay quienes preparan las facturas.
Y es de eso que quiero advertir al ser humano.
Por eso hablo tanto.
No añadan ninguna factura, por el amor de Dios, señor, señora.
Ya está usted desacreditado aquí, tiene que liquidar usted —de forma disarmónica— las facturas para Dios y la madre tierra.
No, es que nosotros lo dejamos todo hecho un asco.
Basta con que echen un vistazo a las damas y los caballeros.
Son pobres diablos.
Pobres de espíritu.
No saben, desconocen, viven y piensan que lo son.
Señor, allí está la desgracia.
Están encima.
Qué suerte, ¿verdad?
Si usted no sabe nada, uno es tan pobre como una rata.
Y si se juntan, hombre y mujer, tranquilamente, y uno se pone a pensar en todo eso, qué conversación tan hermosa será.
Ay, señor, entonces estará contento de que viene usted, porque habrá descubierto algo.
Como niños estamos detrás del ataúd, y aquí no nos da la real gana.
Desde el comienzo, eso no lo ha sabido ni un ser humano, sino que ha sido anhelante de forma fantástica cuando recibí el primer toque, sobre ese maestro.
¿Cuándo volverá?
¿Cuándo volverá?
Deme otro empujoncito más.
El tremendo deseo también ... cuando un ser humano me cuenta algo, me quedo pendiente de cada palabra que diga si no sé nada todavía de eso.
Esto es ampliación.
Señor, la sangre la puede aceptar, como le digo, así que no me dilataré demasiado, puede aceptarlo, tienen que aceptarlo si es necesario, porque de todas formas no podrán aguar la fiesta ni vivirla, porque su tiempo aquí es demasiado corto.
Pero eso no lo sabe el médico.
¿Algo más?
¿Quién de ustedes tiene alguna pregunta más?
¿Nadie?
Dígame, señor.
(Señor en la sala):

—Sobre la cuestión de las costillas.
—¿La costilla de Adán?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Ah, sí.
(Señor en la sala):

—Eso me sigue teniendo un poco en vilo.
—Sí, no me extraña.
¿Usted también se suele derrumbar?
Es que por eso que a todos esos hombres les molesta tanto la espalda.
¿Entiende?
En estos tiempos no pueden oír a ningún hombre que no tenga problemas de espalda.
Es la costilla que nos falta.
Y esas señoras no hacen más que andar, ¿verdad, hacen lo que quieren y no dicen nada.
Y no hacen más que agotarnos.
Y somos nosotros a quienes nos falta una costilla, señora.
Sí.
¿No siente usted pena por nosotros?
Señor, ¿qué deseaba?
(Señor en la sala):

—... con el nacimiento en la madre, ¿verdad?, que tiene como destino que llegues al mundo como hombre o mujer...

—Sí.

(Señor en la sala):

—... y que ya en el fruto...

—Sí...

—... esa

—... costilla haya desaparecido...

—... más o menos presente, ¿verdad?

—¿Cómo dice?

—Que esa costilla estará más o menos presente.
—Ja, ja, ja, ja.

(Risas).
—Bueno, me hace usted reír, y bien, sí.
Vaya, vaya.
O sea, sí.

(La gente se ríe con ganas).
Señor Götte, alguna vez uno puede contar estupideces, pero usted seguramente que habrá soñado toda la semana con Gabriel?
O sea, quiere usted decir que esa costilla que nos falta, según la Biblia, que ya nos falta en el tercer y cuarto mes en la madre.
(Señor en la sala):

—Efectivamente.
—¿Sabe usted de qué depende eso, señor Götte?
En ese período las madres siempre reciben esos empujoncitos.
Entonces esa costilla va hacia...
¿Entonces sale, lo ve?
Pero ¿de dónde saca usted eso?
(Señor en la sala):

—Pues... eso es... esto...
—¿Usted todavía creía que la madre recibía esa costilla durante el tercer y cuarto mes?
(Señor en la sala):

—No, no.
Lo que le estoy diciendo que entonces tiene que estar presente en esa madre.
Hay mujeres que no pueden dar a luz más que a personalidades femeninas, y hay quienes pueden dar a luz a chicos, ¿verdad?
O sea: todo ese juego está presenta en la madre.
¿No es así?
—Señor Götte, devuelve usted a la realidad una divertida historia.
¿Me está tomando el pelo? ¿O qué está haciendo?

(Risas).

Porque no creo que usted no lo sepa.
¿De verdad que me está engañando?
(Señor en la sala):

—No, no, no.
—¿Lo dice en serio?
¿Es en serio de verdad?
(Señor en la sala):

—Oiga, que sí.
—Entonces esta noche le voy a dar un buen azote.
(Señor en la sala):

—Estupendo.
—Señor Götte, ese cuento de Adán y Eva de la Biblia es la cosa más demente que pueda vivir la humanidad.
(Señor en la sala):

—Sí, lo sé.
¿O sea por qué me viene ahora con esa locura en la madre en el tercer y cuarto mes?
De eso está hablando, ¿no?
(Señor en la sala):

—No me refiero al tercer y cuarto mes, me refiero al ...

—Sí, da igual.

—... al estadio inicial del fruto, de que el fruto solo determina: hombre o mujer”.
—Bien.
Pero usted saca...
Hablábamos de esa costilla.
Y esa costilla también se vio en medio.
(Señor en la sala):

—Pero entonces también está en el fruto, ¿no?
—No, entonces primero tenemos que volver a sacar esa costilla.
Señor, esa alma...
(El señor en la sala dice algo inaudible).
—¿Cómo dice?
¿Cómo dice usted?
¿Llegará a buen puerto?
No va a ser nada.
Esa alma ya está lista en el mundo de lo inconsciente y sabe si es madre o padre.
Pero no en ese tercer y cuarto mes.
Entonces sería justo demasiado tarde, ¿entiende?
(Señor en la sala):

—No hemos hablado del tercer y cuarto mes, señor Rulof.
—¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—No me he referido a ningún tercer o cuarto mes.
—Pues, bueno, pero entonces en la madre.
(Señor en la sala):

—En la madre.
—Bien, bien.
Ahora voy a retroceder un momento.
Si ustedes como hombre y mujer quieren dar a luz un bebé, ¿es entonces de ustedes mismos?
¿Son sus propios sentimientos y es su propio amor?
Una vez, una noche, estuvimos hablando aquí...
Tuve un follón con un teósofo.
Y entonces dijo: “Pues no, no lo acepto”.
Es una lástima que ese muchacho se haya ido, porque daba gusto cómo nos lanzábamos las palabras, porque así es como se aprende algo.
¿Es usted entonces quien da a luz al bebé?
¿La madre también? ¿Y papá?
(Señor en la sala):

—En condiciones normales, sí, ¿no?
—Normales.
(Señor en la sala):

—Sí.
—Que no, que no lo son, mire por dónde.
(Señor en la sala):

—No, seguramente, no.
—No, es el propio Dios.
Es Dios.
Ahora me desprendo un momento del ser humano.
Dios mismo se da a luz a sí mismo por medio del ser humano.
Porque somos dioses, como seres humanos.
Una noche dije aquí una cosa bonita.
Cuando la criatura... si como muchachos de quince, de dieciséis, de diecisiete años, nos ponemos a desear, a arrullar, ¿de verdad que somos nosotros?
Ya ven lo estúpido que es el ser humano todavía.
Pero también lo hermoso que es.
¿Somos nosotros?
Cuando una se quiere poner a besar, señora, ¿es usted entonces en ese momento?
Y ¿por qué no?
Entonces piensan: ‘Pero somos nosotros, ¿no?
El mundo dice: “¿Quiere usted hacerme creer que anoche no estuve besando?”, ¿no?
Digo: “Señor, de eso no se trata”.
“¿Ha dado usted a luz a un bebé?
¿Ha empezado a tener usted el deseo de adentrarse en ese ser uno?”.
“Sí, soy yo”.
“Señor, no es usted.
No, señor, la personalidad como sentimiento va tras el acto de la creación, que es Dios.
Todo eso se lo tienen que merecer todos todavía, señor”.
De todas formas, nunca van a tenerlo en sus manos.
Nunca lo llegarán a tener en sus manos.
Nunca jamás.
Dice usted, señor...
¿Qué más tiene que aprender el ser humano?
¿Qué es la psicología del espacio?
La psicología espacial dice: “Eso, eso”, señor, “es Dios mismo.
Y después usted solo vivirá la proyección de su sombra”.
¿Sí?
Y eso es la verdad, señor, porque no llegará a tener usted jamás la creación de Dios en sus manos.
Cuando el ser humano siente eso, el animal, la flor y la naturaleza, y esos capullos se abren de golpe, ¿quién es?
Es Dios.
¿Como qué?
Como padre y madre.
Sí, señor.
Cosmología.
Sí, debería usted advertir ese hombre alguna vez, porque casi he llegado, de lo contrario tendría que echarlo a las tinieblas.
Pero ya entenderá usted, señor Götte, el alma ya no está —ahora vuelve a emerger: la chispa de Dios se dividió en miríadas de partículas—, o sea, el ser humano ya no está en el más allá, sino en el mundo de lo inconsciente, el mundo para el renacimiento, donde el ser humano ya está listo como vida embrionaria, porque ya ha vivido la maternidad y ahora va por sí solo hacia la paternidad.
Eso ya está listo.
(Señor en la sala):

—Es que esa es la idea, señor Rulof, de por qué pensaba que tiene que estar presente en la madre.
Porque somos una personalidad, y solo entonces somos hombre y entonces somos mujer.
—¿Cuántas veces es que es usted hombre en la vida?
(Señor en la sala):

—Bueno...
—¿O pensaba usted que solo una vez?
(Señor en la sala):

—Tantas veces como...
—Lo es siete veces según la creación...
Si no hubiera siete fases, señor, tampoco tendría siete transiciones, entonces los grados de sueño no serían tan profundos.
Transiciones, no: entonces podría ir usted directamente desde la maternidad a la paternidad, ¿verdad?
Pero no las hay, señor.
Porque existe la madre de pura cepa, al cien por cien.
Y eso es una cantidad de súplicas, señor, para vivir eso; esa es la verdadera maternidad.
Pero eso no es la personalidad, es el propio cuerpo.
Es el cuerpo que es madre al cien por cien.
Y entonces tenemos que asimilarlo como espíritu y sentimiento y personalidad.
Y ahora estamos fuera de ese amor divinamente físico y estamos ante el Mesías, ante el Gólgota, porque ahora llegamos a ver y a vivir la personalidad universal como amor.
¿Entienden?
¿Saben cuántos libros son eso?
Unos cien.
Puedo analizarles cien libros, por medio de los maestros.
Pero, señoras y señores, eso debe ir acompañado de un té.
Por favor, allá.
 
DESCANSO
 
Señoras y señores, voy a seguir con: “Las últimas semanas usted ha sacado a relucir más de una vez que tenemos que aprender a pensar.
Leí una vez que no todo el mundo puede alcanzar una misma altura espiritual, porque esto está vinculado al nacimiento”.
No, está vinculado a sus sentimientos.
“Muchas veces tengo que constatar en mí mismo que donde quiero pensar con lucidez tiene lugar un hecho opuesto, que no sabría denominar más que como ‘estar vacío’”.
Es que es eso.
“¿Podría explicármelo usted?”.
¿De quién es eso?
Señor, creo que aquí entre nosotros, entre todas esta gente, no hay nadie que sepa pensar espiritualmente.
¿Y por qué no?
Son capaces.
Allí hay veinte libros para aprender a pensar.
Pero el domingo...
¿Estuvo usted el domingo en Diligentia?
... como novelitas, señor.
También aquí como novelitas.
Esa señora de allí, dice el maestro Zelanus, es usted, pero los leen como novelitas.
Porque de lo contrario deberían haber sabido mucho más, ¿no?
Si usted me hace una pregunta sobre uno de esos veinte libros, estaré inmediatamente listo para seguir.
¿No se dan cuenta?
De modo que esos veinte los sigo teniendo dentro de mí, y otros miles más.
Y ahora los maestros.
Pero no me queda más remedio que pensar.
¿Y qué es, pues, pensar?
Si empieza usted con algo le entra algo, y de pronto está distraído, ¿verdad?
Puedo ponerme a escribir libros ahora, me siento aquí, nos ponemos a escribir, ya pueden ponerse a tocar jazz, pueden ponerse a gritar todos, a mi izquierda y por detrás, señor: nos sentamos y ya no los oímos.
Hasta ese punto nos anulamos.
(Señor en la sala):

—¿Es posible llegar a aprenderlo?
—Sí, en cuatro semanas ya lo puede aprender.
(Señor en la sala):

—¿Podría ayudarme con eso?
—Sí.
Entonces tendré que darle una horita de clases por las mañanas, por las tardes y por las noches.
Y entonces nos pondremos a hablar, a hablar y a hablar.
¿Por qué nos alteramos tanto en la sociedad?
En el pasado ya dije: compremos un hermoso castillito en el campo entre todos.
Hoy trabajarán los hombres y mañana, las mujeres.
Con té en la cama, señoras y señores, por las mañanas acudiremos nosotros, con bizcocho y todo.
“¿Qué desean comer las señoras hoy?”.
A pensar, a pensar y nada más.
Hacemos algo, preparamos unas papas (patatas), un poco de tierra, y también un pequeño zoo.
No.
¿Bueno? ¿Poeldijk?
Unas uvitas y todas esas cosas más.
Unos pepinitos, rábanos —¿le gustan los rábanos, señora?—, rábanos, pepino, y todo eso.
Tendremos con qué alimentarnos.
Pero Frederik van Eeden quiso empezar con eso, un hermoso paraíso donde el ser humano pensara.
En la sociedad hay que alimentarse.
Nos ponemos a dividirnos.
Eso tiene esto, aquel hace eso, ese hace lo otro.
Y nadie está conforme.
Cuando uno trabaja para sí mismo o para su jefe, puede hacer algo.
Se puede pensar, pensar, pensar.
Pero es posible —no es necesario que lo tengamos—, es posible aprender a pensar por medio de todo, aprender a pensar, señor.
Y entonces tiene que empezar...
He hablado con gente, señor, a la que en esta vida jamás le volveré a dar una respuesta.
Hasta ese punto he tenido que anularla.
Lo intento fácilmente treinta veces con las personas, después tiro la toalla.
Siempre intento volver todavía a la gente.
Vienen a verme, a hablar y a hablar; están confusos.
Digo: “Vaya”, y entonces opto por escuchar.
Si no se aclaran, entonces sigo yo.
No, no empiezan; entonces yo también lo dejo.
Paro.
Pero muchas veces lo intento.
Pienso: ‘Bien, vaya, vaya, vaya, ¿qué han hecho con sus vidas?’.
Si a un ser humano lo avisas —ya se lo dije una vez— se enoja.
Cuando les das un toque de atención por sus errores y les dices la sagrada verdad sin rodeos, se enojan.
Les quitas algo.
A un ser humano que de verdad avisa a otro no le puedes quitar nada, porque eso es amor, es despertar, es sabiduría.
¿Qué hace un catedrático, señor?
¿Qué es la teología?
¿Qué es la psicología?
¿Qué es la pedagogía?
Todos somos pedagogos de los demás.
¿Cuándo comenzaremos a pensar?
Señor, es esto con lo que se tropieza el ser humano una y otra vez.
Al ser humano no le da la gana pensar.
Y tienen que empezar a hacerlo.
Ustedes escuchan.
No vienen aquí para nada, ¿no?
No leen los libros para nada, ¿no?
Y eso no quiere decir, señor, que yo tenga más sentimiento que usted.
Sí que tengo más sentimiento, pero usted puede enseñarle cosas a cualquier perro y gato.
Tengo aquí sentada ante mí una dama, la señora Van Straaten, que era capaz de adiestrar a perros para los seres humanos.
Digo: “Si eres capaz de eso, también puedes hacer más”.
Su perro era lo más elevado para Holanda, señor.
Eso estaba en esa señora.
Míralos, ella era capaz.
¿Que si era una afición?
No, señor, uno de sentimiento a sentimiento.
Si eres capaz de enseñarle a pensar a un perro, también eres capaz de hacerlo tú mismo.
¿No es así?
Y esa es la verdad, señor.
Hasta es posible enseñarle cosas a un caníbal, a un indio, siempre que ese hombre sienta que tus intenciones son buenas.
A cualquier animal se le adiestra, señor, un león y un tigre, es posible enseñar todo.
¿Y el ser humano no es capaz?
Anda, ya, ¡no le da la gana!
Hay instintos.
No diré que tenemos que ver con seres humanos vacunos.
“Borregos”, se dice, es un borrego.
Bah, señora, ¿quién no lo es, señor?
Mejor no se hagan ilusiones.
No hablen de instinto del borrego, vamos.
De una criaturilla de esas protestante, católica.
A un ser humano que vive allí a Cristo por una fe y que piensa: ‘Así es’, ¿a eso lo llaman un borrego?
Es lo más sagrado que hay.
Así no es como destrozo lo iglesia católica.
Allí dentro realmente está Cristo.
Pero a Él lo puedes...
Cuando se trata de tales y cuales cosas, entonces se ponen —otra vez el propio ser humano— a envolver al ser humano en tinieblas.
Hay cosas que no cuadran, porque el ser humano se pone a preguntar, a preguntar, a preguntar, a preguntar, y ahora no puede preguntar y la gente no quiere pensar; entonces, claro, pueden decir ustedes: “Bueno, ese serecillo humano, ese sentimiento, acepta exactamente lo que dice el señor cura”.
Y así es para el protestantismo, y así es para la sociedad entera.
No solo es la fe.
Y ahora dice usted: “¿Cómo llego a...?
Estoy pensando y de pronto llega algo y entonces se me va como un soplo de aire”.
Señor, le recuperará.
A recuperar.
A recuperar.
¿Y qué es, pues, en lo que está pensando?
¿Son problemas graves, profundos?
(Señor en la sala):

—Sí.
—¿Realmente son problemas por los que entra usted en el espacio, por los que tiene que entrar?
En lo que piensa usted ¿es psicología?
Cosas terrenales comunes y corrientes.
¿Qué le parecería si esta noche empezamos un partido de fútbol con usted de árbitro?, ¿no podría pitarnos entonces cuando sepa que hacemos algo mal?
¿No?
Algo así como: “Pff, pff”.
¿No hacer eso?

(Risas).
Sí.
Vamos a jugar a las damas.
Váyase a echar una partida de damas, señor.
Esa cosa, por ejemplo, entonces dicen: “Sí.
Reténgalo”.
Es un estudio, hay que mantener el cerebro en vereda.
Quizá antes, en otra vida, usted haya pensado siempre a partir de la naturaleza, y ahora siempre ande saliéndose.
De lo normal.
Ahora tiene que volver a lo normal.
Y ahora puede comenzar con diferentes cosas.
Sobre todo con las damas.
Tome un tablero y alguien más: a concentrarse.
Así podrá constatar directa e inmediatamente lo profundos que son sus pensamientos.
Cierto, no se convertirá en ningún Piet Roozenburg (campeón mundial de damas de 1948, 1951, 1952 y 1954), pero bien.
Porque esos piensan por adelantado veinte jugadas, cien, esos tipos.
Oiga, no es cualquier cosa.
El arte de un maestro del ajedrez es pensar, ¿no?
Todo es pensar, pensar y pensar.
Quien no quiera pensar, señor, tampoco tiene amor, está vacío.
Y todos ustedes se atascan porque no quieren pensar por los demás, porque no pueden.
Son capaces de pensar conforme a sus sentimientos.
Pero les añado: si son capaces de enseñarles esos truquillos a una ballena, no, a una ballena no, pero sí a una foca y a un león marino, y a un gato salvaje, a un tigre y a un león y a un mono, y a un perro y a un gato y a un conejo, y hasta a un cerdo...
A un cerdo.
Alguien había adiestrado a un cerdo.
Dice: “Perico, venga, vamos a tomar un trago”.
Y entonces Perico, un cerdo de 175 kilos donde nosotros en el campo, y entonces aparecía Juanito con su cerdo, y el cerdo.
“Échate, Perico”.
Y el cerdo se echaba.
Dice: “¿Cómo has conseguido meterle eso, Juan?”.
Dice: “Me obedece”.
El cerdo.
Era la conciencia de un cerdo.
Pero el cerdo lo acompañaba, y obedecía.
¿Qué es eso?
Uno de sentimiento a sentimiento.
Es posible meter en vereda a un animal.
¿Por qué no podrían hacerlo ustedes con sus propios sentimientos?
Y eso es para todo, señor, es Dios.
Entonces recibirán los grados, el espacio.
Un pintor que no sea capaz de imaginar la pasta con la que pinta, tampoco puede aplicarla a su paleta, al lienzo.
Me viene a ver un pintor y me dice: “Bueno, yo...
Y ojala que sea capaz de esto y de aquello”.
Digo: “Señor, entonces no tiene que ponerse a aplicar la pintura, sino a pensar primero”.
Si yo fuera profesor de arte, señor, no verían ni un lienzo en el primer medio año.
Digo: “Primero a pensar”.
Porque hay que ver el dinero que cuesta toda esa pintura.
Unos pegotes así de gordos, aplican pintura por diez o doce florines, y todavía no tienen nada.
Pero esa cosilla la tenemos que vender.
Tenemos que vivir de ella, señor.
Echarla a perder un poco.
¿Por qué no antes de ese tiempo?
¿Por qué no antes de ese momento?
Alguien que se dedica al cine.
Ese hombre grabó trece veces la misma escena.
Yo que aparezco por allí.
Eché un vistazo a mi alrededor, digo...
Esos pensaban: ‘Ese ¿qué va a entender?’.
Miré así un poco a mi alrededor, por todas partes veía retales de película.
Digo: “Señor, conozco su conciencia”.
“¿Cómo?
Si todavía no ha visto nada, señor”.
Digo: “Está allí, en la papelera.
Película y más película.
Rodada.
Para nada, señor.
Para nada, nada, nada.
Trece veces”.
“Bueno, sí, trece veces.
En Hollywood son veinte veces.
Nosotros, trece”.
Señor, trece veces equis florines.
Señor, esa película costaba doscientos cincuenta mil florines.
Y solo en película habían echado a perder setenta y cinco mil florines.
Y yo podría haberles advertido contra eso.
Más tarde tuvieron que aceptarme una vez.
Digo: “Usted es el director, señor?”.
Dice: “Sí”.
Digo: “A ver, haz algo”.
Digo: “Quiere verlo, señor?”.
“Bien, señor”.
Digo: “Le haré una predicción, señor”.
Digo: “Usted es la señora.
¿Usted también tiene un papel, señora?”.
“Ah, sí, voy a comenzar.
¿Y sabe usted con qué empecé?
Así de pronto”.
Digo: “¿Por qué me tomaste el pelo anoche?
No estabas en casa”.
“¿Qué?”.
Digo: “Llegué a casa y no estabas.
¿Dónde estabas?”.
Y esos ojitos que se ponen a parpadear, encima que los tenía hipnotizados.
Se puso blanca como una sábana.
Entonces dice ese hombre: “Dios mío, ¿qué pasa?”.
Digo: “Pff, nada, señor”.
Y dice ella: “¿Qué es eso?”.
Digo: “Simplemente hipnosis, señora”.
Así jugamos nosotros.
Digo: “Usted lleva algo al interior”.
“Bien”.
Digo: “Tiene que tocar en la puerta.
Es usted por ejemplo una chica del servicio.
Adelante, toque la puerta”.
(Se oyen unos golpecitos).
“Pase”.
Digo: “¿Así lo haces?”.
Digo: “Claro, ahora se pondrá usted a rodar”.
“Sí.
Estupendo.
Muy bonito”.
Digo catorce veces: “Otra vez”.
Digo: “Señor, ¿por qué no la deja que lo haga así hasta que se desangre?
Eso por lo menos no cuesta dinero.
Señor, Hollywood ya ha dejado de funcionar así desde hace mucho.
Gary Cooper y todos esos otros no dejan que se les mate a base de rodajes.
Greta Garbo tampoco.
Ella: ‘¿Ah, sí? ¿Veinte veces?’”.
En Hollywood han descubierto, señor, que el primer y segundo pensamiento significaba el cien por cien de la conciencia en la película, y en la acción, en el carácter, la psicología, y después todos se equivocaban.
Todo dinero, dinero, dinero, dinero.
Y eso se lo puedes enseñar a la sociedad.
Psicología, pensar.
Tengo cien...
Tengo dones para escribir, pintar y sanar, los maestros, pero lo que ha recibido para mí mismo, señor... ya no hay ningún artista, ningún psicólogo en el mundo entero que pueda conmigo.
Lo sé.
Nada de faroles, se lo demostraré.
Por el pensamiento, pensamiento.
Todo lo termino.
Tienen que comenzar ustedes con una cosa pequeña.
¿Qué es una pera?
Bien, entonces ya irán llegando al cosmos.
Una pera es un producto cósmico.
Si quieres analizar esos jugos vitales y ese tejido, señor, no queda nada más que...
¿Entonces qué?
¿Lo sabe?
¿Morritos?
¿Qué?
¿Qué queda, señora?
¿Bueno?
Protoplasma.
Todo, el alma divina vuelve a salir.
¿No es cierto eso?
De todo.
Pero eso es demasiado lejos.
Empiecen, sin embargo, con cosas terrenales normales y corrientes.
Señor, el pensamiento social hermoso, espiritual ya es en primer lugar —para eso pensamos, y eso es lo que querían los maestros—: ¿qué es la amistad?
¿Quiere hacerme creer que posee usted algo de su ser camarada para el ser humano?
Es usted un camarada para el ser humano y le toma el pelo al amigo: “Toma un pastelito.
Delicioso”.
Oiga, señor, eso no lo ves.
Cuando comienzan las señoras tienen esto y lo otro.
Pienso: ‘Bueno’.
Sí, yo me dedico a la telepatía.
Lo sé directamente.
Pero ustedes también pueden.
Lo que estamos haciendo es...
Cuando uno empieza a tener amistas espiritual de verdad, señor... es algo mucho más elevado que el matrimonio humano.
Porque ya no somos camaradas entre nosotros.
Porque hemos perdido esto, hemos perdido lo otro, y eso y aquello.
Quiere reconduciros al comienzo de los tiempos, pero entonces ya nos metemos en otro problema.
Entonces sí que nos queríamos.
¿Y por qué ahora no?
¿Por qué no es posible, ahora que ya tenemos más edad, hablar entre nosotros?
Las personas no saben hablar entre ellas.
No tienen tiempo para ello.
Se echan de la sociedad a patadas, están agotadas.
“Ay, hija, no me hables de esas tonterías”.
Y el pensamiento espiritual es la conciencia de usted, señor.
Mañana u hoy le aumentarán el sueldo, porque ese jefe suyo se coscará de inmediato.
Todo el mundo lo verá.
Todo el mundo lo sentirá.
Qué extraño, ¿verdad?
Así que nosotros mismos hacemos nuestros sentimientos.
Pero no soy yo quien puede empezar a revelar mil de esas cositas: ¿cómo aprendo a pensar?
Usted lo que tiene que hacer es darme los problemas, entonces nos pondremos a analizar la psicología para el pensamiento.
¿Qué es lo que se tropieza en usted?
¿Qué es lo que distrae, descarrila, sus sentimientos?
¿A qué se debe?
Se pone borroso, no logra retenerlo.
Y es ahora cuando tiene que empezar poco a poco.
Porque si lo hace con violencia, solo tendrá acideces.
Y luego una pequeña úlcera.
Entonces encima tendrá que tomárselo todo con más tranquilidad.
Porque ni siquiera con violencia se puede hacer.
Jugando.
Igual que se aprende un idioma.
Aquí hay un profesor de idiomas, señoras y señores.
Tengo... la semana pasada tenía un anuncio, me lo había colocado él en la cabeza, ¿entienden?
Sí, él.
Por cierto: esta noche ese anuncio lo costará cinco florines.
Pero si quieren leer francés, alemán e inglés, entonces tienen que acudir a ese hombre, ese bueno de Jean nuestro, que casi estalló en mil pedazos en el barrio de Bezuidenhout, y que tiene una maravilla de carácter.
Lo digo yo, porque es él.
Señoras, señoritas, si alguna vez... francés, alemán...
El español también, ¿verdad?
(Un señor en la sala dice algo inaudible).
Ay, no, pero sí francés e inglés y alemán.
Por aquí.
Y entonces les enseñará francés que da gusto, con “pourler-quoi de Paris”.
O ¿cómo se dice?
Y entonces dice... se pone a aprender a pensar con ustedes.
Porque les meterá eso de “Oui, monsieur”.
“Bonsoir.
Bon...”.
Igual que el “Peace Palace”, algo así.

(Risas).

Empieza de una forma tan fantástica y entonces tienen que retenerlo ustedes, y al aprender algo empezarán a pisar en firme para aprender a pensar.
El espíritu de ustedes, sus sentimientos ya no se desprenderán de eso.
Sí que sé lo que es eso, señor, porque sin duda está relacionado con nervios más débiles, por aquí y por allá en el cerebro, y está relacionado con vidas anteriores, por lo que al ser humano no se le permitía pensar más que en una sola cosa.
Y eso era o bien esto, o bien aquello.
Y andando, así.
(Alguien en la sala):

—Uh.
—Uh.
¿Cómo dice? ¿”Uh”?
Sí, señora, entonces nos salimos de la creación a base de pensar, y de lo normal.
Basta con que vayan a ver a una monjita de esas hermosas, una de esas hermosas, muy hermosa; están muertas en vida.
Oigan, no por dentro, porque... bah...
Por fuera, así.
Ya no vive nada.
Cuando uno llega a un hospital de esos, te toman por una momia.
Uno no es un ser humano.
Al menos no como hombre.
Te ven como algo parecido a una momia.
Pero detrás de esos ojitos ven otra cosa.
Sí.
Qué extraño que nos cosquemos de todo eso, señora, ¿no le parece?
Pero ¿cómo aprendo a pensar?
Ahora podemos aprender a pensar humana, física, socialmente.
Podemos empezar a pensar espiritualmente.
Pienso y siento a fondo millones, billones, de procesos, y los he vivido, vivido, vivido, ampliado, terminado todo de la a a la zeta para el cosmos, para el alma, para la vida, para los sentimientos, para la demencia, la psicopatía, para los planetas y las estrellas.
Tengo una carga cósmica tan pesada, señor, no albergo ni el más mínimo pensamiento equivocado que pudiera trastornarme.
Estoy más vacío que nada.
Estoy completamente vacío, vacío.
Vacío de narices, como decimos en ‘s-Heerenberg.
Sí.
¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—¿Cómo le resulta entonces posible pensar si está usted vacío?
—¿Cómo se puede pensar si está usted vacío?
Señora, todos ustedes están llenos.
Están mil veces llenos de algo que no han terminado.
En ustedes hay tantas cosas fantásticas, que como hombre y mujer...
Es lo más hermoso que hay, hombre y mujer.
La mayor gracia es aprender a pensar.
La mayor gracia es el matrimonio.
El matrimonio es de una hermosura tan fantástica y poderosa si ustedes...
Claro, hay...
Sí, ya estamos otra vez, para eso hacen falta dos.
Pero cuando esos dos se ponen a pensar en este terreno, con nuestros libros, con los maestros y el espacio, y uno se pone a hablar y existe amistad, camaradería, hay estima mutua, hay respeto mutuo...
“Sí, tíralo...”.
Uno dice: “Vete, vete con esa porquería.
No quiero tener que ver con ese loco”.
Allí está el ser humano.
Y entonces es que es cierto, y uno se queda solo.
Hay que empezar solo.
Pero incluso así se puede estar haciendo cosas.
Porque en ustedes vive la eternidad.
Y esa nadie se la quita.
Pueden seguir.
Y entonces deberían mirar ustedes cuánto está atrasado uno respecto al otro.
El ser humano lo que no quiere es pensar.
Pero el ser humano que no quiere, se encuentra en un punto muerto.
Para miles de cosas, señor.
Problemas y nada más que problemas.
Ustedes no terminan sus sentimientos como materialización para la sociedad, para eso, para lo otro, para aquello y para eso otro, el ser humano no lo termina.
¿Pues? ¿No es así?
¿Y ahora, señor?
Ahora ¿qué?
Dígame, señor.
(Señora en la sala):

—... a diario... pensado divinamente... y uno tiene sus ocupaciones...
—Es la mayor felicidad que hay.
No le hace falta hacer nada más en la tierra que pensar, pensar de forma hermosa, de forma maravillosa.
Pero ¿cómo quiere despertar? ¿Cómo quiere llegar a tener ampliación con solo cotilleo, majaderías, desintegración...
Fíjese en cómo se piensa sobre el ser humano.
Allí va un ser humano que está en boca de todas.
¿No?
¿Es eso despertar?
No.
Si quiere llegar a despertar, tiene que caminar por la creación tal como Dio espiritualizó y materializó las cosas como materia, como seres humanos y animales y flores y plantas.
Lo reconduce usted de la tierra hasta Él.
Y entonces la vida es hermosa, señor.
Porque todo el mundo dice: “Qué buena persona es esa.
Deberías oír a ese hombre, a esa mujer”.
Y entonces el ser humano es poderosamente hermoso.
¿Y no es eso, pues, beatitud, la serenidad, cuando uno se sienta en ese sillón?
Es cuando el otro ser humano siente la serenidad de usted.
Y ahora a arrullar, señor, ¿no le parece?
¿Algo más, señor?
Eso es pensar.
Al señor que ha hecho la pregunta: termine las cosas como sea y écheles fuerza, termínelas.
Usted lee los libros, ¿verdad?
¿Ya los ha tenido todos?
Pero al menos unos cuatro, cinco, seis, ¿verdad?
¿Comprende usted ‘El ciclo del alma’?
Puede retenerlo cuando lo lee?
(El señor dice algo inaudible).
¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—Ninguno de todos esos.
—Bueno, creo...
(Señor en la sala):

—No puedo procesarlo.
—No, señor, nadie es capaz de eso.
(Señor en la sala):

—No quiero leerlos como una novela.
—¿Quiere procesarlo?
¿Quiere vivir todo eso?
Está usted jugando un poco a ser Frederik en esos libros.
Cuidado, señor, u hoy o mañana recibirá su toque de atención.
No, nadie en el mundo es capaz de eso.
No hay nadie todavía que pueda hacerlo.
Aquí no son capaces.
Porque entonces usted debería escribir ese libro, vivirlo y tendría esa personalidad.
En su pensamiento ya va demasiado lejos.
Si puede leer ‘El ciclo del alma’, lea lo que dice allí...
Y entonces hablamos del “ataúd”, del asesinato, sabe usted lo que es un asesinato, lo meten en la tierra con Lantos Dumonché, ¿verdad?
Y eso se siente.
Y entonces sigue estando usted allí.
Pero ahora usted también quiere sentir lo que él vive.
No, eso no es posible.
Mire, ahora ya va su pensamiento, ahora ya estamos preparando algo, ahora ya va demasiado lejos.
Ahora ya está pidiendo demasiado.
Y hay cosas normales, ¿va a dejarlas al margen, así, sin mas?
No, uno las retiene.
Porque lo que vive Lantos Dumonché, señor, cuando yace allí y las lombrices le comen los ojos, se van pudriendo, eso tiene podredumbre, ¿quiere vivir usted eso?
Uno se vuelve majareta.
Mire, ya está yendo usted demasiado lejos.
Pero mucho.
Porque esa es la doctrina oculta, señor.
Usted vive, ahora es usted —fíjese, ahora se pone divertido—, ahora está usted en el fondo, lo normal, en realidad, y quiere, digamos, que lo entierren, porque tiene que experimentar allí una putrefacción.
Eso no lo tiene que seguir, ¿verdad?
Ya basta con cómo es allí debajo de la tierra —para temblar, fangoso, para gritar— cuando se oye gritar allí a Lantos Dumonché.
Por el amor de Dios, siga en ese libro sobre la tierra.
Y entonces su pensamiento de verdad que no es tan infantil, porque ahora ya lleva un buen trozo de camino.
¿Lo entiende ahora?
Ahora ya está yendo demasiado lejos.
Así que ya puede ponerse a hablar...
Ya le he podido aclarar esta noche que no piensa demasiado poco, sino que ya está profundizando demasiado.
Y si usted todo eso, consigo mismo...
Hemos tenido aquí quienes querían jugar a ser Frederik, y en cuestión de una semana estaban en la clínica psiquiátrica Ramaer.
Eso no lo haga.
Tiene que...
Dije...
Esto no le volverá loco si no quiere poseer lo que soy yo.
Es imposible.
Porque entonces a todos los pondré en una silla e iremos... en una sola semana nos haremos pasar por chófer.
Sí que hay quienes son capaces de ello, pero entonces necesito a quienes no son capaces.
Y entonces ya me gustaría ver si ustedes también son chóferes.
Porque entonces en lo que se convertirán es en coche.
Y si quieren morir en ese momento, entonces los... es que atravesarán la muerte.
¿Y quieren eso...?
¿Lo piensan también?
¿También quieren atravesar eso?
¿Qué ocurre, pues, cuando están durmiendo?
¿Piensan también sobre eso?
Sí.
Y no son capaces de retener eso, ¿no es así?
Señor, alégrese de que no sea capaz de retenerlo.
Porque si no, de golpe, de repente, si lo retiene y está dentro de eso, si desciende en eso, se irá de golpe al suelo y se quedará inconsciente.
Y el médico que lo levantará dirá: “Ese hombre tiene epilepsia”.
Pero usted se había hundido un poco, más allá de sus sentimientos y pensamientos de la conciencia diurna.
Ahora son ustedes... según eso usted es incluso más que el resto, que cien mil otras personas, señor.
Aquí se está revelando usted, está aprendiendo.
Aprendemos algo, ¿entiende?
Aquí se está revelando: no sé pensar, no puedo retenerlo; va usted a una profundidad excesiva, muy excesiva.
Aténgase a lo que es de la conciencia diurna.
Y entonces ya verá lo sencillo que es pensar.
Y entonces podrá determinar, seguir usted mismo la fuerza de sus sentimientos, de su voluntad, de su pensamiento, y vivirla.
¿Algo más?
¿Le ha quedado claro?
(El señor en la sala dice algo).
Es que lo que le digo tiene que quedarle claro.
Si ahora usted vuelve a pensar en el pensamiento sobre esto y aquello... de eso no estamos hablando.
Lo que le digo, si sigue las cosas y las vive hasta allí y allá, entonces no tiene que querer vivir y seguir así un poquito el otro lado, ni el espíritu, ni los sentimientos de un árbol ni el de todas las demás cosas; no podrá hacerlo; no será capaz.
Es un estudio oculto.
¿Lo comprende?
(Señor en la sala):

— Sí.
—Pues eso es lo que digo.
(Señor en la sala):

—Pero el pasado domingo, después de la conferencia, llego a casa y entonces a uno le entran ganas de seguir pensando un poco más sobre eso...

—Sí.

—... quieres recuperarlo un poco...

—Sí.

—... pero ya no marcha.
—Señor, eso lo saben hacer...
(Señor en la sala):

—... pero ¿cómo es posible?
—Señor, creo entre las doscientas personas no hay ni...
No, señor, no creo que... bueno, sé con toda seguridad que ni una sola persona —es imposible, señor— tenga esa conferencia del todo en su interior.
(Señor en la sala):

—No.
—Se dicen demasiadas cosas, señor.
No es usted solo, ni un solo ser humano es capaz.
Solo las cosas que le hayan tocado, sí, de esas ya nunca se desprenderá.
Señor, si de verdad acogiera usted todo lo que hemos contado allí los maestros, entonces se quebrarían sus sentimientos y no lo aguantarían sus nervios.
Lo que lee en ese libro, señor, tampoco lo retiene.
Todos esos libros son nuevos para usted, y son siempre nuevos, basta con leerlos.
Y entonces uno se pone a descubrir cada vez más cosas, porque sacará siempre más cosas, también porque es que hay más dentro —una novela la tiras sin más, allí se queda—, nunca se morirán, seguirán siendo nuevas.
Pero eso de la conferencia, señor, lo de reflexionar, eso no lo sabe hacer.
Cuando lo oí el lunes por la mañana... pienso: ‘Dios mío, Dios mío, qué poderoso es eso’.
¿Fui yo quien dijo eso?
Es lo menos que se puede decir.
Lo he vivido espiritualmente.
Pero me gustaba la idea de oírlo materialmente.
Bueno, señora, dije: esa cinta vale cien mil florines.
Cuando llegue el día en que se lo dé a la humanidad para que se lo aprenda cuando ya no estemos, señor, podrá usted...
Entonces darán con gusto una entrada de un florín y diez céntimos para escuchar eso.
Eso es posesión para la humanidad, lo que contiene.
Es poderoso.
Y yo... ¿de verdad se cree que dentro de mí está toda esa conferencia del maestro Zelanus?
Solo vuelvo a succionar aquello como sentimiento, lo que él ha consumido de mí, y entonces lo recupero, de lo contrario habría un agujero.
Sé de lo que él está hablado, veo lo que hace y lo que dice.
Pero eso ya ni me hace falta, señor, porque todo lo que usted recibe allí yo hace tiempo que ya lo procesé.
Así que ahora puedo quedarme sentado tan pancho.
Ahora ya estoy recurriendo a mi pasado, estoy encima de ese pasado.
Porque la cosmología ya se ha vivido, ya se ha pensado.
Porque ya ha quedado consignada, ¿no?
Eso lo oirán.
Y entonces verán cómo pensé como André.
Pero todo, en eso y en aquello, señor, eso ningún señor Van Straaten lo puede...
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

—¿Es usted capaz de eso, señor?
(Señor en la sala):

—Pues, no, oiga.
—Y eso se lo dan a todos ustedes.
Son incapaces, señor.
(El señor dice algo inaudible).
¿Cómo dice, señor?
(Señor en la sala):

—Bueno, esa máquina sí que es capaz de hacerlo.
—Sí, ella sí.
Sí.
Pero el ser humano no es capaz.
Ya lo está viendo: lo que piensa usted los demás tampoco lo pueden hacer.
(Señor en la sala):

—Por lo visto.
—Por lo visto.
Ahora ya lo ve.
De verdad que no es usted tan estúpido.

(Risas).

Si me permite que yo le ponga ese botón esta noche en la gabardina, señor.
Eso donde un psicólogo cuesta bastante.
¿Tiene alguna pregunta más?
Ahora vamos a empezar tranquilamente.
No demasiado lejos.
Poco a poco, así.
¿Quién de ustedes, señoras y señores?
Ah, aquí tengo algo más.
Eso lo tengo que ir juntando con cola, por lo que veo.
(Jozef lee en voz alta): “En el festival...”.
¿Alguien lo ha dejado aquí?
“... de música sacra, de Perugia, Mascine ha...”.
¿Cómo se dice?
“... Masciné, o sea... ”.
¿Quién lo ha dejado aquí roto?
(Señora en la sala):

—Señor, yo fui.
—“... ha dado a luz un nuevo ballet, en el que se representa el nacimiento de Cristo, la muerte y la resurrección.
En el ensayo general ante una comisión papal en el Vaticano se criticó la versión original, dado que en la representación se consideró incompatible con la humildad cristiana que el mensaje de Gabriel fuera acompañado de percusiones en los timbales y un estruendo de trombones.
Masciné cambió su ballet en ese sentido”.
Claro, ¿ya es necesario poner a bailar a Cristo?
¿Hay que ponerse a bailar el nacimiento de Cristo y Su vida?
A mí parece... si yo fuera un cura o un cardenal, o si tuviera algo que decir en Roma, pues, yo le diría adiós muy buenas a ese idiota balletístico con todos sus bailecitos...
Como si no hubiera otras cosas para un ballet en el mundo.
Señor, a ver, venga aquí con su ballet.
Esta noche quiere hacerle bailar a un tigre.
Viene directamente de la jungla y le haré enojarse y todo, en lo que haga.
Y entonces temblará usted y se estremecerá, solo por la marcha.
Eso es ballet, ¿no?
La naturaleza entera la pueden... un pájaro volando lo pueden...
Bueno, ¿cómo se llaman?
Anna Paulowna?
La muerte del cisne.
Eso es arte.
Y ahora un loco soberbio de esos de pone a hacer bailar a Cristo.

¿No les parece horrible también?
¿No hay nada más en el mundo?
Roma tendría que haber echado a ese hombre a la calle.
(Señor en la sala):

—... funcionario.
—Sí.
Ahora Roma es... ni el papa ni los cardenales dicen: “Señor...”.
Sí, un tipo de esos puede hacer lo que quiere, claro.
Pero criticar eso un poco...
Me parece que es volver a destruir a Cristo.
¡Hacer bailar a Cristo!
Si haces una película de Su vida y quieres aportar a la gente cómo sufrió y cuáles eran Sus intenciones, entonces vale la pena.
Pero no vas a...
Por el amor de Dios, ¿cómo quieres hacer bailar a Cristo?
Eso desde luego es una maldición.
El ser humano ha perdido el norte, señor, ya no sabe qué hacer.
A ver, toma una abeja que va de flor en flor, la bailarina, y vete dando saltitos por el escenario y hazte por una vez de verdad como una abeja.
Ya les enseñaría algo, ¿verdad?
Ya les gustaría.
De verdad.
“Por favor, sal al escenario.
Ahora a dar buenos pisotones”.
Sí, pero fíjense, ¡aúpa, aúpa!
A mí se me hace demasiado largo, oigan.
Ya tengo aquí otra cosa.
No, no vamos a convertir a Nuestro Señor en bailarina.
(Señor en la sala):

—Señor Rulof, ¿me permite hacerle una pregunta?
—Dígame, señor.
(Señor en la sala):

—Hace algún tiempo yo mismo tuve la idea sobre la Pasión...
—¿La Pasión según San Mateo?
(Señor en la sala):

—... sí que se había hablado de eso, pero siempre había tenido la idea de que en realidad no procede representar allí a Cristo...
—En la Pasión según San Mateo, cuando uno oye todo eso...
Y entonces está Cristo allí.
Willem Ravelli (1892-1980, un barítono bajo), lo oí, maravilloso, espléndido.
Y entonces canta Cristo.
Maravilloso, maravilloso.
Tengo una contralto que cantaba la Pasión según San Mateo, antes de la guerra, en Ámsterdam.
Y dice: “Cuando leí ‘Los pueblos de la tierra’ y ‘El origen del universo’, ya no pude cantar”.
¿Qué les parece?
“Porque entonces conocí la realidad y ahora no hago más que cantar mentiras como un loro.
Tonterías”.
Y qué pena, qué pena, qué pena, y buscando, y solo pena.
Mire, Bach lo interpretó a Él de forma dogmática, en el mundo.
Puramente a partir de los sentimientos: la Biblia.
Y ahora el Cristo está allí...
Se puede introducir otra cosa.
Ojalá que uno lo hubiera vivido a Él y hubiera escrito música por la que se introdujera la traición de la humanidad.
Sí, y entonces ya no son gemidos, sino que sale algo muy diferente.
Y ahora no hace más que seguir.
¿Entienden?
Sí.
Y ahora eso ya también lo están deshaciendo, oigan, porque ellos mismos sienten: eso tiene algo.
La Pasión según San Mateo ya no es cada año esa experiencia de hace quince años.
¿Ya lo saben?
La gente ya se pone a decir: “Pues, si, vaya, no, ya la he oído bastantes veces”.
Pero el amor divino, señor, no se extingue.
La Pasión según San Mateo está sometida a una tremenda presión, está moribunda, por lo que el ser humano dice en estos tiempos: “Pero, Dios mío, Cristo no murió allí para los pecados del ser humano”.
Y entonces dice esa señora: “Cuando oí la primera conferencia del maestro Zelanus en Ámsterdam”, dice, “inmediatamente he...”.
Con Willem Mengelberg.
Dice: “Yo ya no canto”.
Cantaba en esa época.
Y dice: “Ay, ay, me asfixio por dentro.
Esos gemidos de María Magdalena ya no los consigo sacar de la boca”.
Entonces dice: “Porque es demasiado... allí viene tal y cual cosa”.
Y entonces me la quedé mirando.
Y dice: “Entonces me fui”.
Por los libros.
Y es cierto, señor.
Esa mujer ya no podía cantar.
¿Por qué no?
Porque todos esos años no sintió ni vivió: allí hay algo que se ha quedado pegado.
Allí enviaron a Cristo al Gólgota como si Él, el Mesías, tuviera que hacer un sacrificio.
A Él simplemente lo traicionaron y asesinaron.
Pero eso no está.
Y Bach tampoco lo pudo conseguir.
(Señor en la sala):

—Así que en el fondo mintió.
—Bach sí estaba sentado encima del arte, pero no estaba sentado.
Una vez me preguntaron: ¿por qué Bach era tan inconsciente todavía?
Bach había llegado a ese punto, se atrincheró en el arte.
Lo veían revolver todo, ya había llegado al otro lado, allí lo veían pensar, pensar y pensar: ‘Ojalá pudiera interpretar esa vida de Cristo’.
Pero Bach todavía no tenía conciencia cósmica.
Y la Pasión según San Mateo solo se ha interpretado bíblicamente.
No es más que arte dogmático.
La Pasión según San Mateo que aparece más tarde, señor, aparece allí con traición, y entonces debería oír uno a Cristo.
Y cuando entonces te pones frente al mundo y dice a Pilato: “¿Y por qué no me quieres aceptar?”.
Eso no va de esa notita ni de ese pentagrama ni de ese timbre.
Señor, eso es un sonido que se enfrenta al cosmos como un estruendo.
Y entonces aparece la psicología, el arte.
Entonces habría que dejar que se dilaten esas voces.
Y la mitad del mundo dice: “Vaya, bueno, no, te estás poniendo que da miedo”.
Llegan a casa, después de cuatro horas, lamentable, hambre, encima hay que comerse algo.
Y, claro, ¿qué es lo que queda?
¿Qué queda?
Todo se queda en un punto muerto.
¿Algo más, señor?
(Señor en la sala):

—Esas voces ya atentan contra la realidad.
—Sí, para usted, pero todavía no para un teólogo que esté atado al todo ese caso, a todo ese acontecimiento.
Ese hombre dirá...: “Para, para, para...”.
Basta con oír ese organillo, no entra otro sonido.
Ay, ay, ay.
(Señor en la sala):

—Eso pone de los nervios.
—Sí, es como para que te dé un ataque.
Y los “drudels” también.
Sí.
Sí, eso es... mire... la gente que vive eso aquí por primera vez dice: “Allí están destrozando la Pasión según San Mateo”.
No, señora, no, señor.
Pero el propio Mengelberg aún dijo en su época aquí, dice: “Sí, hay algo que jamás conseguimos superar”.
Y entonces dijeron: “Profesor, ¿qué es?”.
Dice: “Estamos atados a la Biblia”.
Porque Mengelberg era medio teósofo.
Estamos atados a la Biblia.
Todo eso no lo podía decir, porque entonces le habrían echado a patadas del Concertgebouw.
Ese gran genio nuestro al final sí lo echaron del país.
Entonces lo que hará la humanidad...
Es justamente otra vez una de esas cosas de nuestra casta conciencia sagrada.
Mengelberg dijo: “También toco ante el diablo; es arte”.
Y entonces tocó ante los nazis y tuvo que largarse.
Y entonces lo llevaron al matadero.
Un escándalo.
Mañana volverá a pasar.
Señor, hágase pasar por profeta y aquí lo colgarán, entonces te vas al Oranjehotel (una temida prisión durante la Segunda Guerra Mundial).
Porque aquí somos tan inmaculados, tan castos.
Traidores de la patria, los tenemos, sí.
Y a esos grandes genios, igual que a Rembrandt, los dejaron morir de hambre.
Y ahora andan trapicheando con su arte.
Por diez millones de florines, y por veinte.
¿No es un escándalo?
Él y su pobre Saskia tuvieron tuberculosis.
Y ahora encima la humanidad devora su sangre.
¡Hay que ver como chupan de su arte, maldita sea, cómo zarandean su arte por medio mundo, léanlo!
¿A ustedes no les pone malo eso?
Entonces se encontrarán de inmediato con el auténtico Rembrandt a su lado.
Dice: “¡Envenenadores!
No pude pagar mi casa, me echaron.
Mi mujer se murió de hambre, lisa y llanamente”.
Claro, y ahora...
Y toda esa gente anda haciendo sus chapuzas, se olvida de todo lo que pasó.
¿No es un escándalo monstruoso, divino, espacial, que a nuestro Willem Mengelberg, que tocaba ante el diablo, los niños y los animales...?
Dice: “El arte es de Dios”.
Y entonces se lo tomaron a mal que tocara ante los alemanes.
“El arte es arte”, dijo Mengelberg.
Y debido a que tocara, tuvo que ser desterrado.
Ahora está muerto.
Y ahora encima deja a los artistas una casa y equis dinero.
Encima trapichearon con sus trompetitas.
Hay que ver lo hermosas que somos las personas.
¿No les parece?
Ay, ay.
Denme media horita, entonces llamaré al orden a toda Holanda.
Pero no me dejarán.
A ver, ¿qué tenemos aquí?
Qué bonito esto también.
(Jozef lee): “El arzobispo católico de Milán, el cardenal Schuster, advirtió el martes a los italianos contra los peligros del protestantismo.
Dijo...”.
Claro, ahora vamos a tener otra guerra con Lutero.
“Dijo: ‘La unidad de nuestro pueblo corre peligro por religiones venidas del extranjero’”.
Miren, cuando el año pasado, o hace dos años, se reunieron teólogos de todo el mundo aquí en Ámsterdam, ¿se acuerdan?
Yo estaba entonces en Estados Unidos... entonces vinieron las curacachas... las cuca... las cucarachas vinieron... vinieron las cucarachas ...

(Risas).

... los católicos no vinieron, porque a ellos no les hacía falta, porque ellos tienen la única fe, la fe salvadora.
Yo también recibí una educación católica, así que algo sé de esto.
Pero nosotros no les dábamos nada.
No teníamos dinero.
Tuve una señora, esa felicidad la he vivido finalmente, señoras y señores, eso no tengo ningún problema en decírselo a ese cardenal.
Viene a verme una señora y me dice: “Señor Rulof, le he traído flores, bueno, a sus maestros”.
Digo: “¿Y eso, señora?”.
“He leído un par de libros suyos, ‘Una mirada en el más allá’”.
Digo: “Pase, señora”.
“Es que quiero tener un par de libros más”.
Y me dice: “Pero ¿sabe lo que ha pasado?”.
Digo: “Bueno, siéntese”.
Y me dice: “Mi marido y yo somos católicos, intensamente, al cien por cien.
Cuando se fue, mi marido ya dejó diez mil florines a la iglesia, sin dudarlo, para las misas y todas esas cosas.
Yo no estaba muy por la labor, pero él, como holandés de pura cepa podía hacerlo.
Yo en eso de todas formas ni pinchaba ni cortaba.
Pero bueno.
Ahora, sin embargo, está en el otro lado.
¿Y qué ocurre, pues?
Resulta que llego a tener en mis manos un libro de usted.
Y que me pongo a leerlo.
Y yo allí sentada, solita.
Y pienso: ‘Vaya, debería haberlo tenido ... en mis manos, cuando todavía vivía.
Porque entonces aún habría tenido esos veinte mil florines.
Ahora los hemos perdido”.
Pero ¿qué pasa?
Ella acaba de terminar dos libros.
Y allí viene el señor cura.

“Buenas tardes”.
“Pase”.
Y ella que piensa: ‘Ahora verás’.
Y ella dice: “Bueno”.
“¿Cómo está usted?”.
Y ella que dice: “Bueno, bastante bien”.
Pero yo ya sentía...
Pienso: ‘Ya vendrá’.
Y ella que dice: “¿Qué es lo que le oprime, señor cura?
Mejor dígalo de una vez, así queda dicho y ya”.
Dice: “Bueno, es que hay que ofrecer algunas misas más.
Él todavía no ha llegado del todo”.

(Risas).
Y dice ella: “Señor cura, ¿es que está colgando con una pierna fuera del cielo y con la otra está dentro?”.
Y va y dice: “Así es”.
Ella: “Bueno, que siga así con la pierna colgando.
Ni un céntimo mío más”.
Entonces dijo: “Señor Rulof, esto es lo que quiero darle en señal de gratitud por la lectura de sus libros, si no me la habrían vuelto a jugar por veinte mil florines”.
Dice ella: “Pero ahora ya ni un céntimo más.
Creo que ahora le saqué una sonrisita en la cara.
Pero ahora ya ni un céntimo mío”.
Y dice él: “Entonces estás poseída por el diablo”.
Y él que ve allí un libro y dice: “¿Lees esos libros, los de esa víbora?”.
Y la señora que dice: “¿Conoce a ese señor?”.
“Sí”, dice, “a ese diablo lo conocemos”.
Y dice ella: “Bueno, entonces es un gusto como da en el blanco”.
Porque Roma sabe que Jozef Rulof vive en La Haya.
Qué divertido, ¿no?
Allí, todas las mañanas, el papa se...
Cada mañana, cuando se despierta —y a uno lo convencí— me pongo a tirarle de las faldas.

(Risas).

Y cada mañana y cada noche, a las siete de la mañana, voy gateando hacia arriba y tiro de algo.
Otra vez un alma de Dios para mí.
Señora, eso no es odio.
Sin embargo, se trata de una lucha honesta.
Y entre él y yo está Cristo.
¿Y quién tiene razón, pues?
Yo no condeno, él sí.
¿Pues?
¿Y el loco soy yo?
Claro, claro.
Pero, señora, yo no tengo infiernos que arden.
Tengo un Dios que es justo.
Y si usted comete un asesinato, señora, se va a la cárcel, qué se le va a hacer.
Cumple su pena.
Llegará a tener una nueva vida, según se dice en el espacio, y volverá a enmendarlo.
Para la iglesia y para el señor papa usted estará crujiendo para siempre jamás, ardiendo, hasta que no quede nada de usted, ¿verdad?
No, señora, eso no es posible.
Porque allí tienen unas llamitas especiales.
Allí tienen una llamitas en las que usted arde, pero que no la consumen nunca, aunque siempre esté metida en ellas.
Una vez vino a verme una mujer y me dice: “Bueno, una sola cosa, y así habré terminado de golpe: ¿de verdad que hay fuego en el infierno?”.
Dice: “Porque no se aclaran.
Solo quiero saber cómo han encendido ese fuego allí”.

(Risas).

Y la otra persona que viene y que me dice: “Señor, pero ¿qué clase de fuego es ese? Porque vives en él, ardes y nunca te consumes.
Porque estás ardiendo eternamente”.
Dice: “Allí hay algo que no cuadra”.
No, señor, allí también hay algo que no cuadra.
Porque no hay fuego.
Solo el fuego en su interior, su sentimiento espiritual.
Pero ahora voy un momento a ese señor capellán.
Se produce una lucha con Lutero.
Ah, sí.
(Jozef lee en voz alta): “... la unidad de nuestro pueblo...”.
¿De qué pueblo?
¿Del pueblo católico?
“... corre peligro por religiones que vienen del extranjero”.
Nosotros también somos parte de eso.
“La advertencia del cardenal se publicó en el diario vaticano ‘L’Osservatore Romano’”.
Sí, es posible.
“Trató principalmente el incremento del número de protestantes en su propio arzobispado.
La propaganda protestante entre los católicos se basa frecuentemente en difamar e injuriar a la jerarquía católica.
Según el cardenal.
Insistió en que el gobierno dedicara atención a las graves atenazas...”, bueno, será “amenazas”, “que había mencionado.
Hay una diferencia entre la libertad de conciencia y de información.
Esos extranjeros libran una propaganda desleal, según Schuster”.
Es el viejo x, Herr Schuster.
Claro, “Schuster” viene de “zapatero” en alemán.
Schuster es zapatero.
“Por haberse publicado en el ‘L’Osservatore Romano’ el artículo...”, vaya, todavía no he llegado al final, “lleva, según Ruiter, la aprobación tácita del Vaticano”.
Bueno, bueno.
Y así sigue y sigue.
Vamos a tener otra guerra contra Lutero.
Lutero empezó con el protestantismo.
En Estados Unidos he tenido riñas con el ser humano luterano.
Digo: “Sí, hombre, es todo genial, maravilloso.
Mi hermano menor también lo era”.
Digo: “Pero tu sigues viviendo en la condena.
Y a ver si te pones a pensar”.
Hay gente aquí entre nosotros obligada a vivir en su interior la misma guerra.
Hay católicos de esos, protestantes, teósofos, rosa...
Tenemos de todo.
Pero muchos católicos.
Gente, deberían tomar un yunque, no, un yunque no, bueno, denle unos buenos golpes.
Tomen ejemplo en mí.
A mí me dieron una educación católica.
Ya de niños acordamos la lucha a vida o muerte.
Aquí, ese muchacho de allá, ese católico de allí, dice: “Fui monaguillo”.
Deberían oírle a ese hombre, allí, ese padre de cinco hijos.
Es un sentimiento gimiente.
A ese muchacho, a ese señor, lo dejé hablar la semana pasada.
Escuchen.
Les da risa, ¿verdad?
Nos hemos reído, ¿no es cierto?
Pero ¿es que no sienten ese terrible dolor vivido por ese hombre antes de que pudiera decir: “Ahora lo sé”?
Su familia entera lo insulta diciendo que es un loco porque quiere ampliarse.
Piensa de otra forma.
¿De acuerdo?
No tienen que ridiculizar esa enorme lucha del ser humano.
“Todavía no puedo...
Sí, supongo que actúo mal.

Hoy estoy obligado a ir a misa, y a donde voy es a Jozef Rulof”.
Ay, ay, ay.
Sí.
Claro, entonces ¿qué?
Mejor no les prives de eso.
Que vayan a misa.
Pero que tampoco les obliguen a volver pensar de forma prehistórica.
Dense entonces espacio.
Cuéntense cómo lo sintió ella, cómo lo sintió él, como lo vivió aquel otro, y tendrán otro reino.
Poco a poco sí que se irá disolviendo la iglesia católica en la conciencia de ustedes mismos.
Deberían hacer algo que valga la pena.
Y eso, una vez más, solo es pensar.
¿Cómo se acoge al ser humano?
¿Cómo se vive eso?
Guerra con Lutero.
¿Por qué materializó Lutero semejante olla de grillos?
“Lutero, ay, ese pobre de Lutero ha sufrido tanto”, dicen entonces.
Oí a una señorita de esas, una mujercita de veinticuatro o veinticinco años, en (la emisora protestante) VPRO; allí hay de esas tardes de Lutero, ya saben, ¿verdad?
Y entonces enseña a esas criaturillas.
“Y, ah... ese bueno de Lutero sufrió tanto, chiquillos, y ahora pongámonos a cantar juntos para él”.
Y entonces cantan un par de salmos, esos niños tenían que ponerse a cantar tan ricamente para Lutero, un par de salmos por Lutero.
Y entonces empezó a contar: “Sufrió tanto, nuestro pobre Lutero”.
Pero, Dios mío querido, ¿por qué empezó él con eso?
Todavía seguimos con su condena.
Lutero no nos ha dado un infierno sin fuego.
Miren, esa gente... la historia está construida... todavía hay gente que están al servicio de la desintegración.
Y entonces tienen Dios, Dios, Dios, Dios.
Y también la iglesia católica.
Un cardenal... ahora está metiéndose con el protestantismo.
Es el Dios suyo, otra vez.
Y ese Dios de Lutero, ¿no es el mismo?
Señora, señor, hay millones de dioses en la tierra, y todos tienen una pizca de ellos.
Y el auténtico... están encima de Él.
Vive aquí.
¿Cómo quieren amar a Dios, al ser humano, el espacio, a ustedes mismos, sus vidas, si destruyen ustedes la fe de los demás?
Yo siempre pongo algo en su lugar.
No ridiculizo el catolicismo.
Sí cuando dicen cuando Hendrik sigue colgando con una pierna fuera del cielo.
Porque allí la cuestión es directamente el dinerito.
Yo he aprendido y he tenido que aceptar que yo... que con velas no puedo tener ningún reino de los cielos, señora.
¿Y rezar?
Les he contado... en ‘s-Heerenberg había un barón... tenía, creo, medio millón de florines, porque todos los alrededores eran del caballero.
Y después, muchos años después, volvimos de la ciudad, digo: “Crisje”, mi madre, “¿siguen rezando por ese barón de allí?”.
“Sí”, dice.
Digo: “Bueno, pues entonces ya estará en el Omnigrado, en los cielos”.
Y dijo: “Sí, a nosotros también ya nos está aburriendo”.
Cada domingo por la mañana una santa misa por el barón de Arbolete.
Ese nombre jamás se me olvida, Arbolete.
Digo: “A ver, a ese hay que plantarlo en otra parte, si no le saldrán hojas.

Pero, claro, claro.
Pero, señoras y señores, miren, ¿de qué estamos hablando?
Se trata de la realidad, se trata de un solo Dios.
Y el nuestro no condena.
No es ni católico ni protestante.
Es budista.
Es musulmán.
Se dedica al islam.
Conoce el Corán.
Conoce al judío.
El nuestro tiene vida, espíritu y personalidad, es un Padre de amor y justicia.
Algún día el ser humano aceptará a ese Dios único, no queda más remedio.
¿Cómo dice, señor?
¿He dicho suficiente, entonces, señor?
(Señor en la sala):

—Oiga, para mí sí.
—Ah, entonces ya puedo parar, señoras y señores.
Señoras y señores, les doy las gracias por sus hermosos sentimiento.
Espero haberles dado algo.
Hasta la semana que viene.
Y ahora: a aprender a pensar de otra forma.
Gracias.
(Suenan aplausos).