Noche del jueves 18 de septiembre de 1952

—Buenas noches, señoras y señores.
(Gente en la sala):

—Buenas noches.
—Espero que puedan comprenderme; quizá “comprender” sea más bien otra cosa, más bien entenderme, porque he perdido mi sonido.
(Señora en la sala):

—Un constipado.
—Oiga, eso ya lo tendrá usted más adelante.
También tendrá un poco de frío.
(Señora en la sala):

—Ay, no.
—Esta noche voy a comenzar de inmediato con el señor Berends.
Veamos qué es lo que ha puesto aquí.
Ah, hay que ver lo a gusto que ha estado ese hombre en ese libro...
Miren, eso es leer, ¿entienden?
(Jozef empieza a leer en voz alta):

“¿Estás, Frederik?”, materialmente.
“No lo oigo.
Digo: “Exacto, capitán, allí es donde era.
Y entonces hubo víctimas’.
Hans lo intenta otra vez”.
Mire, señor Berends, comenzaré por la página 180, incluiré su mole, pero añadiré que aquí estamos ocupándonos de un manicomio, Frederik ha abandonado su lugar en la sociedad y sigue estados, algo hay allí, contiene verdad, humanidad, y siempre es posible situarlo.
Dice que solo lo hace para demostrar, para sí mismo y para el lector, que sigue teniendo su conciencia, y que puede contar majaderías.
Y si Hans también hubiera hecho eso, y Karel, tal como un médico psiquiatra, un psicólogo desciende realmente hasta el núcleo, pierden esta conciencia.
La ciencia, si me permite que se lo diga un momento, nunca se enterará porque el médico tiene que poner los fundamentos.
Lo cual es posible.
¿Y a qué se debe la aparición del mundo metafísico oculto?
Solo porque Egipto, China, Japón, pero sobre Egipto, comenzaron con la edificación de esos fundamentos.
Si toma mi libro ‘Entre la vida y la muerte’, allí verá un análisis de primera.
Así perderá irrevocablemente la conciencia diurna, pero recibirá otra cosa a cambio.
Y en ese estado Egipto tenía plena conciencia.
Cuando me desdoblo corporalmente, mi cuerpo yace allá, contiene todavía un veinticinco por ciento de sentimiento, como muerte aparente, está completamente vacío y aun así está lleno, hay un veinticinco por ciento de sentimiento para la circulación de la sangre, ya entenderán que de lo contrario se detendría el corazón y así se quedaría, y uno estaría de golpe, realmente, fuera de este mundo.
Pero cuando Frederik desciende allí —lo que Hans no hace—, ya entenderán que eso para el ser humano es la enorme escuela, y es en esto donde Frederik quiere demostrar que ha conservado la conciencia.
Si ustedes quieren aprender ahora de esto, se lo explicaré: cuando el ser humano hace un estudio de la vida —y eso lo presenciamos a diario, lo vemos en las revistas y los periódicos, y en todas partes del mundo pasa algo—, social, espiritual, espacialmente, tiene que disolverse en ese estado.
Y los genios, las personas que viven el ser uno con, por ejemplo, un planeta, un astrónomo, empiezan a pensar y se disuelven.
Un catedrático se olvida su sombrero, o lo lleva puesto, y ese hombre busca sus gafas, y solo porque ese hombre se ha disuelto en su estado.
Y entonces dice: mira, otro de esos pirados, ¿verdad?, o un catedrático despistado de esos, está buscando su sombrero y sus gafas.
Pero ese hombre se disolvió en su estado; lo que a mí jamás de los jamases se me concedió hacer, o ya me habría ido.
Uno ya está irrevocablemente disuelto en dos grados para estas leyes, uno ya no significa nada, porque en nuestro subconsciente, dentro de nuestro... digámoslo así... no de nuestro subconsciente sino del inconsciente, tenemos que pensar y conservar nuestro contacto con el mundo material.
Y ese, pues, es el estudio de Frederik.
Pero si ustedes —y eso lo recibirán al final, en la tercera parte— llegaran a conocer ahora a Frederik, sabrían que ya es un psicólogo y un pediatra —y eso ha ocurrido, señor—, entonces ya sentirán que está en una posición tremendamente fuerte, porque ha constatado para sí mismo: así no llegaré jamás.
Y todo eso está allí.
Y si se adentran en esa materia y la sienten, podrán hacer esas preguntas, y yo les daré respuestas realmente hermosas, porque detrás de eso vive la psicología humana, espiritual, espacial.
Allí es donde pueden vivir esa unidad.
Así que ahora llegamos a esos proverbios.
A mí no me dicen gran cosa.
Pero si de verdad quieren saber lo que significa todo eso...
“Frederik le da un besito en los labios”, es aquella enfermera, ¿verdad?, “y esos pequeños labios reaccionan, pero el cuerpo se queda de piedra, dice él, porque se ha quedado hipnotizada de inmediato.
¿Se debe esta reacción a que Frederik haya revelado sus sentimientos más profundos a la vida de ella?”.
Señor, cuando el hipnotizador entra en un sujeto, en usted u otra persona, y consigue controlarlo, la conciencia de usted, su centro de equilibrio, se duerme, desaparece su capacidad de reacción, y estará dormido por la voluntad de otro.
Bueno, pues esa chica, esa enfermera, se disolvió.
Frederik, así lo hace la psicología modera.
El hipnotismo moderno ya no lo hace como antes: “Te dormirás”, “harás esto”, y pfft, pfft, y a soplar y a soplar más...
Si han visto (la revista) ‘Vizier’ de esta semana, allá, les advertí de eso hace poco, o la semana pasada.
Ya hace dos años vinieron con la pregunta: ¿es peligroso el hipnotismo?
Yo digo: a esa gente habría que echarla a patadas de los escenarios.
Porque hay una chica infeliz en Inglaterra que ya lleva así tres, cuatro, cinco meses, no consiguió salir, se puso nerviosa; el trabajo desbaratado, la personalidad rota, todo roto; y ahora un gran juicio.
Juegan con fuego, escriben ahora.
Cuando nosotros lo decimos aquí...
No.
Primero tienen que ocurrir esos accidentes.
Y ahora tienen ustedes la prueba.
Cuando se produce la psicología (hipnótica), uno ya no pinta nada, y entonces yo puedo hacer que alguien despierte —y otra persona— lo que queramos.
Y sobre todo...
Imagínense esto: hacen que unos muñequitos se pongan a bailar, y todo eso, y luego se meten en cosas peores aun, ¿qué más no despertará algo así?
Eso se adhiere a esos sentimientos como una lapa, es un aguijón que va penetrando más y más, que extrae algo que hasta hace unos momento usted mismo desconocía.
Allí está el peligro.
Eso Frederik lo hizo sin darse cuenta, hablar así y hablar... solo quiero decir, el hipnotismo moderno es así: atravesamos al ser humano sin más, ni nos damos cuenta, y ya estamos debajo.
Porque los sentimientos... eso lo envían a un solo punto, es la concentración en un solo punto, se tocan sentimientos, se recuperan pensamiento, se añade la telepatía, y de pronto...
Les he contado que yo también soy capaz de eso si hace falta.
Y eso es lo que querían tener de mí una vez.
Salimos y entonces dijeron: “Tú no eres capaz de eso”.
Digo: “Vaya, chico”, digo, “cuando llega el sueño es una delicia dormir bien, qué gusto”.
Zas, ya se había ido.
Lo hemos dejado roncar durante dos horas.
Y entonces quiso... cuando llegamos al lugar de destino: “¿Lo dices en serio?”.
Digo: “¿Todavía no sabes tú mismo que has dormido en el tren?
Digo: “Pues, ponte a dormir otra vez, tranquilo, ah, qué gloria, dormirás sin sentir nada, soñarás, genial”.
Bien, allí se fue otra vez.
Digo: “Mejor déjalo así hasta esta noche, así nos comemos todo y tan panchos”.

(Risas).

Y entonces lo dejamos allí cuatro horas.
Después quiso comer gachas y nos lo comimos nosotros, y tan a gusto.
Digo: “Has comido gachas mientras dormías, y te hemos dejado comer un bistec, y te hemos dado un arenque en escabeche”, digo, “y arenque adobado”, igual que hago en la feria, “y un arenque ahumado, y un postre”.
Digo: “¿No estás mareado?”.
Entonces dijo: “Sí, algo tengo por aquí”.
Digo: “Ya estamos”.
Esta es la desgracia espiritual contenida en aquello.
Y somos capaces de ello.
Por eso conozco los grados de contacto y sentimiento para el hipnotismo, porque el trance psíquico es exactamente lo mismo, solo que ahora es por las leyes de la madre naturaleza.
Y, naturalmente, la enfermera estaba bajo la hipnosis de Frederik, de su sentimiento.
La hipnosis es la imposición de la voluntad.
Uno la adopta y si se es un poco sensible, señor Berends, encima hacemos de usted esta noche un acróbata.
Claro, ya les gustaría, ¿verdad?
O lo convertimos en ministro de Hacienda, y entonces esta noche todos tendremos billetes de mil florines.
Y luego él dice...
“¿Cuántos quiere tener?”.
“Diez”.
Y entonces es usted mismo, señor, porque en ese instante habrá perdido usted su conciencia diurna.
A las personas que son más fuertes no las pueden...
No me importa entrar en contacto con un hombre así.
Digo: “Señor, entonces mejor hágame desaparecer”.
Pero entonces me desplazo un momento al espacio...
Esa gente, sin embargo, choca contra un muro espiritual, lo exploran un momento, y entonces es imposible ocultarse, señor, no puede ir usted ni a la izquierda ni a la derecha, y hay que... es cuando lo arrinconan a uno y está vendido.
Pero cuando uno tiene espacio, va un momento al infierno o va al cielo.
O va a... se sienta en el anillo de Saturno, que me busque allí.
Tomo un meteoro o voy volando por el espacio, voy a la jungla, todo son espacios de sentimiento, y entonces él tiene que... si no lo tiene controlado, entonces ya entenderán ustedes que no pasa nada.
Pero una enfermerita de estas, tan ingenua, que no se da cuenta de nada, cayó y de pronto se había ido.
Y entonces él la besó de esta manera, y eso a Frederik le costó una casita.
Fue honesto.
Porque la justicia espiritual no besa así como así.
Claro, eso ustedes no lo saben.
Eso solo es para los caballeros, señor.
(Señor en la sala):

—¿Es que allí no juegan ningún papel las mujeres?
—No, porque ellas de todas formas no lo hacen.
Si nosotros no lo ponemos en marcha, señor Berends, entonces las mujeres no reaccionan, es lógico, ¿no?
(Jozef continúa):

“¿Se debe esta reacción a que Frederik haya revelado sus sentimientos más profundos a ella?
Señor, eso es lo que acabo de explicarle; claro, sobre eso podemos continuar hablando una hora y ni así sabrá usted lo que es el hipnotismo.
“Hans pregunta: ‘¿Estás allí, Frederik?’.
Y responde: “Exacto, capitán”, porque Hans es el capitán, ¿no?
¿Vio usted allí otra cosa?
Basta con que lea lo que pone.
“Allí estaba.
Y entonces hubo víctimas”.
¿No las hay?
Hans es una.
Karel lo es.
Esa enfermera también.
Y todas esas personas allí, cuando Hans llegó a ese psiquiátrico, cuando vio su propia miseria en esas personas, entonces estuvo encima de sus propias víctimas.
Todas son víctimas de la sociedad.
Y entonces hubo víctimas.
¿Lo ven? Hans no entiende a Frederik ni conoce las leyes.
Y entonces hay que ver a millones de víctimas.
¿Es así?
Víctimas.
“Hans vuelve a preguntar: ‘Frederik, ¿estás allí?’”.
“Sí, teniente coronel”, carga las tintas un poco más, porque Hans es un doctor profesor, y qué más le tienes que dar, puedes darle de todo, porque de todas formas no lo es.
“Sí, teniente coronel”.
Bueno, dice lo que sea.
“Y entonces se derrumbó el tejado”.
Entonces se derrumbó Hans.
Su mundo entero se derrumbó y se quedó hecho tizas, no trizas, sino trozos.
Esta noche me estoy tragando un montón de cosas, así que eso ya lo averiguarán la semana que viene.

(Se refiere a su voz tomada).

(Risas).

“‘Los locos van a dormir’, dice Frederik”.
Frederik ve durante el sueño que la enfermera viene a verlo varias veces.
Los locos van a dormir.
“Cuando Frederik se despertó, pensó que Anna estaba al lado de su cama y que le había traído un té.
Después tuvo que darse cuenta de que lo habían ingresado en un manicomio, y que llevaba allí enchironado desde hace cuatro años y medio.
Así que la conciencia diurna funcionaba a pleno rendimiento por el sueño”.
¿Lo ve?
Es muy sencillo: cuando despertó allí por la mañana, pensó: ‘Vaya, pero ¿dónde estoy?
¿Dónde me he metido?’.
Pero, disculpen, ¿en qué cosas se había metido?
Así que pensó: ‘Ah, es verdad, no estoy arriba’, porque allí arriba era Karel quien le daba su té.
Y entonces aparece una enfermera de esas, piensa: ‘Dios mío...’.
Ah, es verdad, estoy en el manicomio.
Miren, eso es algo de lo que conviene darse cuenta un momento.
Eso no es na.
Y ahora me pregunta usted aquí: “Así que la conciencia diurna funcionaba a pleno rendimiento por el sueño”.
¿Lo ve?
“Y después se puso a hacerse el loco”.
Tan pancho, a hacerse el anormal.
“Frederik empieza a escribir.
‘Bueno, ¿y en qué piensa un ser humano que ha dejado atrás su casa, en un mundo extraño?
Estoy solo aquí y estoy rodeado de masas de gente.
La enfermera de mi hotel...’”.
¿Lo ve, verdad? Porque él había dicho a la gente, a Karel: “Me voy a Suiza.
Ya te escribiré unas líneas”.
Ahora lo está esquivando.
Porque en ese tren...
Se lo monta de tal forma que sí que se queda con sus locos.
Piensa: ‘Si luego me entero de lo que pasó, y de en qué me metí, te lo podré contar de tal forma que esa carta vuelva a cuadrar’.
Todo eso no significa nada, ¿entienden?, son cosas accesorias.
Es por su carácter, por las cosas que hace, para rellenarlas, no las que hayan ocurrido, sino para rellenarlas, adoptarlas, explicarlas.
Tiene que contarlo de alguna manera, ¿no?, porque dice: “Escribiré”.
Y eso lo hace desde allí.
Y eso es más normal que nada.
Lo que escribe allí se refiere, a su vez, a sus anormales entre quienes vive.
Y luego escribe usted aquí: “La enfermera del hotel en el que me encuentro, estoy en un sanatorio”, ¿lo ven?, “he elegido un sanatorio, está a mi lado pensando...
Acaba de preguntarme si soy escritor.
Dije: ‘Sí’.
El viaje fue bastante cansado”, pues fácil no lo tuvo, “porque había muchos locos en el tren”, ¿ven?, la institución de Hans, “que iban a Suiza con su médico para recuperarse”. Qué divertido, ¿no?
¿No decimos eso nosotros también a diario?
Es un simbolismo maravilloso.
No es simbolismo.
Es un sentimiento y pensamiento maravilloso, poderoso, de Frederik.
Porque si dieras una historia de estas al periódico, al menos contendría algo.
¿No le parece, señor?
Y entonces vuelve a haber risas y dicen: “Ja, ¿cómo se las arregla?”.
“En Bélgica aquella pareja se subió a mi coche.
¿Qué te parece?
No muy divertido, ¿verdad?
Pero dado que me interesan bastante los locos, llegué a comprender muchas máscaras.
Había algunas que eran hermosas.
Ahora estoy disfrutando en la naturaleza”.
Allá.
“Allí, delante de mí, está...”.
Ah, cuando ocurrió eso, en el instante en que se escribió esto, señor, podría haberse convertido en cincuenta páginas, en un tomo entero, ya solamente para hacer comparaciones desde ese mundo con la sociedad, para la mujer, el hombre, el gobierno, Dios, Cristo.
Entonces ya solamente sobre esto habríamos escrito —por eso, puedes escribir cincuenta libros sobre ‘Las máscaras y los seres humanos’— diez libros.
Solo ese trocito, esa breve carta, son mil páginas, cuando rápidamente se pone a... y se pone a hacer comparaciones con Dios, Cristo, Gólgota, la Biblia, el universo.
El psicólogo, el médico.
Pues.
¿Cuántas cosas no contendrá?
(Señor en la sala):

—Sí, eso contiene una tremenda cantidad.
—Tremenda, señor.
Es enorme.
“También había hermosas máscaras.
Estoy disfrutando en la naturaleza.
Allí, ante mí, está ‘Neu Karelshof’”.
Eso es el movimiento de Hans.
“Es un hotel tremendamente grande donde mucha gente de fuera pasa un tiempo para recuperar el aliento”.
Sigue enganchado a la verdad.
¿Lo ven?
“Hay enfermos a bordo”.
Porque no tienen que saber donde está él.
Cuenta la verdad irrefutable.
Tengo algunas páginas de esas, que cuando se escribieron por la noche... por la tarde... las habré releído no menos de veinte veces, por la noche; pero con Van Eeden, eso sí.
Ese libro entero, juntos lo hemos...
Dice: “Si le preguntan algo más tarde, tendrá que saberlo”.
Me lo contó igual —yo solo repito lo que él me dice—, me lo contó igual que lo que quería decir, y eso era de sentimiento a sentimiento, ¿verdad?
Y entonces fui yo quien llegó a vivir sus libros, mientras escribía.
Esto, estos tres libros, se me concedió vivirlos conscientemente con él, porque yo permanecía en mi organismo; él dentro, aquí el maestro Zelanus y detrás de nosotros el maestro Alcar.
Así que encima de este trabajo había cuatro psicólogos.
Y yo lo viví así: al cincuenta por ciento.
Él dice: fifty-fifty.
Dice: “Ay, Dios mío, he comenzado, ya está consignado”, y al instante el maestro Zelanus continuó, ¿verdad?
El maestro Zelanus tecleaba en la máquina, y yo dentro de él, y además Van Eeden, en un solo organismo, en una sola aura, es un espacio, es un mundo.
Estábamos así de compenetrados.
Yo con los ojos cerrados, Van Eeden con los ojos cerrados, y el maestro Zelanus delante de la máquina de escribir.
Y el maestro Alcar miraba de esta manera, estaba encima.
Y entonces el maestro comenzó...
Por cierto, cualquiera que venga de ese mundo y que se ponga a contar cierra los ojos.
Llegas a la unión.
Pero el cochero, aquel Gerhard, y Theo de la Línea Grebbe, ay, señor, señora, cómo disfruté con eso, ya solo por la unión.
Y entonces, cuando te succionan hasta no dejar nada de ti después de consignar y vivir sus vidas...
El día, la hora, el minuto llegará irrevocablemente.
Y entonces recibes el último puntito, señor, eso simplemente es una transfusión espiritual en la que uno pierde el corazón, el cerebro, la sangre y todo.
Ahora vuelvo a asustarme cuando tengo que ponerme a escribir otra vez, ya solo del último punto.
Ya solo eso me da miedo.
Y me asusto aún más, porque vivo tres meses, cuatro...
Cuando ahora estoy ante un libro de trescientas páginas, cuatrocientas, ese libro me toma seis semanas, seis semanas que vivo en ese mundo.
Y aquí he hablado, aquí he contado —y uno piensa: ‘Ese es Jozef Rulof’—, aquí soy consciente, y entonces vivía en mi libro, porque yo también tengo que ir.
Con tanto espacio.
Cuando luego tengan ‘Jeus III’, ya de todas formas no se lo creerán, pero allí está y ha ocurrido.
Entonces dirán: “Dios mío, Dios mío, Dios mío, ¿es posible que eso lo procese un ser humano?”.
Señor y señora, pueden procesar un universo, siempre que uno empiece con lo real, con la verdad.
Pero ese placer con Van Eeden...
Así que él, cuando se fue, comenzó, y entonces llegaron esas cosas.
Yo no tenía permiso para decir nada, él simplemente las consignaba, dice: “Después lo volveremos a vivir”, y mientras tanto, con el maestro Alcar, consignándolo, y yo veía lo que quería decir.
Pienso: ‘Dios, Dios, Dios, Dios, lo bien que sabe pensar ese hombre’.
La de cosas que ya había traído al mundo, con una obra de teatro, y con una obra psicológica que tiraron a la basura —y que es lo más poderoso de él—, porque otra vez no se comprendía.
Que era la obra menor, optaron por decir.
Su obra de teatro —con ella estás en el escenario divino— la silbaron, señor, lo más poderoso que hay.
Van Eeden.
Y ahora regresa al escenario divino, pero de otra forma.
Algo bastante divertido, cuando estás detrás del ataúd y quieres empezar a hacer algo por Nuestro Señor, que uno pueda volver a empezar detrás del ataúd y regresar.
“¿Mantiene usted contactos? (Véase ‘Jeus de la madre Crisje’, parte 3, el capítulo ‘1939-1945’).
“Sí”.
“¿Con la tierra?”.
“Sí, tenemos contacto con la tierra”.
“Dios mío, Dios mío”.
Vaya por Dios.
Cada pensamiento, señor y señora, que tengan de verdad para la Universidad de Cristo —es Cristo, es la deidad de su espacio en este universo—, si ponen fundamentos para ello, ya nadie se los podrá quitar.
Y aunque hoy quizá se enoje alguna vez, señor, y entra a robar en algún sitio, o comete un asesinato, todo eso no significa nada, ese acto nadie se lo podrá quitar, porque permanecerá.
Entonces la gente dice: “Bueno, ese ha hecho cosas hermosas, y ahora todo está destrozado”.
Oh, señor, ¡tonterías!
Yo he visto los demonios estar encima, de pronto volvían a tener los sentimientos de antes —delataron a Cristo e hicieron todo, y asesinaron a gente—, y de pronto podían sanar y vuelven a meterse, así como así, en la sagrada sanación, y él era capaz.
¿O es que pensaban que un asesino siempre sigue siendo un asesino?
¿Y pensaban que cuando un ser humano comete un error, simplemente hay que tirar a la basura su personalidad entera?
Pero eso es lo que hace la sociedad.
“No”, dice la sociedad.
Y entonces te lapidan, ¿verdad, señor?
No, primero uno se va a la cárcel.
Uno cumple su condena y entonces no hay ni un solo ser humano que te mire.
Y, da igual si uno quiere o no, señor, hay que volver a ser destruido, porque nadie lo aceptará.
Y esa, pues, es la hermosa fe en la que vivimos, ¿ven?
O sea: Dios es amor.
Desde luego.
Claro, podemos seguir con esto, pero no es eso lo que queremos.
Aquí escribe usted también: “Solo lo tengo para mostrar lo hermoso, para que se vea lo profundas, lo poderosamente hermosas que son esas máscaras y los seres humanos, y su profundidad, porque esos libros nos enseñan a pensar”; “El ser humano se desloma en la sociedad.
Hay enfermos a bordo”.
“El ser humano se desloma en la sociedad...”.
¿No lo entienden?
Pero ¿qué otras cosas le hacen deslomarse?
¿Qué es lo que hace que el ser humano se destruya?
Luego puedo contar mucho más, puedo quebrarlos a ustedes mucho más, quebrarlos, y entonces tendrán, santo cielo, entonces tendrán la imagen de cómo me quebraron a mí.
Y yo sentía gratitud por una paliza.
Y con solo mirar al ser humano ya se asusta.
Si quieres enseñarle algo...
Y no toques esa pequeña personalidad, entonces ya se va al suelo.
Ay, Dios, y entonces arrojan a un lado a Dios y a Cristo y al mundo entero.
¿Entienden?
Y así de fuerte es la gente entonces.
A mí me ha quebrado el sol, la luna, y eso es lo peor que hay, la madre naturaleza, el agua.
Yo lo que quería era irme todos los días al agua.
Así que me había “suicidado”, decían; no: era uno con el agua.
Todo habla.
Es en el agua donde nacimos.
El invierno pasado... ya llevo dos años que no me atrevo a ir a Scheveningen, porque si me meto en el mar, ya no vuelvo.
Voy y en un abrir y cerrar de ojos me voy al agua, y ese poderoso espacio en el que hemos nacido me llama de golpe: “André, por fin vuelvo a tenerte”.
Digo: “Claro, ya te gustaría”.
Y si yo entonces, señor... no con violencia...
Es la hipnosis de la naturaleza.
¿No cree en eso?
Medio Egipto se metió, en el Nilo, y se ahogaron, porque oían hablar el agua.
Esa es la unión con la vida de Dios.
Y el agua es Dios como madre.
Sí.
Allí estamos ahora.
Pero cuando te metes allí, puedes aprender algo.
Y entonces el ser humano realmente puede hacer algo con su propia vida.
El ser humano, lo machacaré una y otra vez, el ser humano se desguaza en la sociedad.
En el fondo, ¿para qué viven ustedes?
¿Qué dicen ahora las máscaras y los seres humanos?
¿Qué es lo que dice Frederik allí?: “Solo aspavientos, solo codicia”.
Esta noche... ayer publicaron algo maravilloso en el diario Algemeen Dagblad, algo maravilloso: un marinero inglés ha vendido su Cruz Victoria por setecientos florines, porque no tenía qué comer.
Y entonces dicen estos... este diario tan divertido: “Claro, ese trocito de hojalata...”.
Esa hojalata, esa hojalata, esa hojalata; así que al final no es más que hojalata.
Esa hojalata.
Pero es la orden y el honor militar más elevado que se puede conseguir en Inglaterra, la Cruz Victoria.
Ese muchacho no tenía qué comer, ojalá la vendiera, así al menos tenía comida para su mujer y tres hijos.
Señor, ¿permitirá que le sigan tomando el pelo con un trocito de hojalata?

(Risas).

¿Señora?
Y el ser humano, ¿para qué se deja la piel en esta sociedad?
¿Para qué cosas?
Hágase ministro, señor, y será un hijo de Satanás.
¿Qué digo?
Sí, es... tampoco es que sea tan seguro.
Porque es buena gente, ¿no?
Señor, cuando uno oye...
Dedíquese a la política, señor, y ya verá el lodazal al que irá a parar.
Cristo también era un político.
Los maestros se dedican a la política.
¿No dijeron los maestros en Diligentia: “Hazme rey de toda la tierra en este estado y diremos: ¡no!”?
Porque entonces todavía, respecto a la injusticia —sí, si de mí solo dependiera—, entonces no tienes que cometer más que injusticias, consentirlas.
Pero el ser humano en la sociedad se sablea a sí mismo con cien mil cosas.
Puede usted decir: está usted fuera; usted está dentro. (La gente podría decirle a Jozef Rulof: “Usted está fuera de la sociedad, nosotros estamos dentro de ella”).
Yo también estoy dentro.
Cuando era taxista, señor y señora, yo era exactamente igual.
¿Por qué iba yo a...?
“Un quickie”, decíamos nosotros, ¿verdad?
Un quickie.
¿Por qué lo haríamos, señor, si no hace falta?
Yo los he castigado allí todos los días.
Así de lelo era.
Las cosas con las que te encuentras en la sociedad...
Basta con preguntarle a un taxista de La Haya, señor: “¿Sabe por casualidad dónde vive ese señor?”.
Ay, señor, cuanto más subimos, más claro nos va quedando la sociedad.
Lo sabíamos todo.
Y ellos pensaban... ellos pensaban que no lo sabíamos.
Nosotros íbamos siempre, los viernes por la noche, siempre íbamos a la plaza Oranjeplein, a la vuelta de la esquina de la pequeña iglesia, porque a las nueve menos cuarta venía el cura, y eso no lo sabía absolutamente nadie.
Digo: “¿Tú vas allí?
Si no ya iré yo”.
Y yo a por el cura.
Y entonces había que ir a la calle Waldeck Pyrmontkade, por allí.
“Puede volver dentro de una hora”.
“Sí, su reve..., sí señor”.
Porque vestía de paisano.
Pienso: ese ya me la pagará.
Pienso: ‘Crisje, aquí hay otro que va esta noche’.
Y yo que me vuelvo.
Me dice: “¿Qué le debo?”.
Y entonces lancé que veinticinco céntimos.
Y me dice: “No, eso es demasiado”.
Digo: “Señor, ¿por qué?”.
Digo: “Usted es malo y soy malo, su reverencia”.
Digo: “Usted se fue exactamente allí, y yo sé exactamente cuántas chicas hay allí”.
Y digo: “¡A ver, esos veinticinco céntimos, padre!”.
“¿Me conoce usted?”.
Digo: “La Haya entera lo conoce a usted, ¿le vale así?”.
Dos semanas después el señor cura se había largado.
Miren, así es como uno llega a conocer...

(La gente se ríe con ganas).

Señora, madre, eso ha ocurrido de verdad.
(Señora en la sala):

—Me refería a que...
—¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Ha echado usted a perder su cana al aire.

(La gente se ríe con ganas).
Señora, destrocé su carrera entera.

(Risas).

Pero, en fin, estas cosas pasan, y entonces los chicos dijeron —ya les contaré la historia completa—, entonces los chicos dijeron: “¿Dónde está el señor?
Ya no se le ve”.
Digo: “Ese señor se fue”.
Digo: “Su reverencia...”.
“¿Su reverencia?”.
“¿Me conoce usted?”.
Digo: “Señor, no hay ni solo chófer en La Haya que no lo conozca a usted”.
“¿Qué?”.
“Sí, señor, usted es historia desde hace año y medio”.
Y obtuve mis veinticinco céntimos.
Y lo acepté para echarlo de su escondrijo.
Digo: “Señor, su reverencia, ¿va a usted a oficiar ahora la misa?”.
Y, caramba, allí va.
Pienso: ‘Dios, Dios, Dios’.
Sí, por aquel entonces André ya estaba haciendo chapuzas dentro de mí, ¿entienden?, ya estaba ocupándose de eso, ya lo hacía.
Pero en esa sociedad...
Puedo contarles miles de historias que nos permiten aprender.
Y entonces castiga de inmediato al ser humano.
Voy allí.
“Pare.
Mejor lléveme un momento...”.
Sí, en el fondo estamos tratando con máscaras y seres humanos, eso también es una máscara, estamos con máscaras y seres humanos, pero vale la pena.
¿O les parece muy aburrido?
Entonces lo dejo.
Otro señor.
Cuando luego reciban ustedes Jeus el conductor... ese también sabe algo.
Y dice: “Ay, chófer, me permite que me... que me siente allí?”.
Digo: “Señor, adelante, por favor”.
“¿Delante?”.
Digo: “Pues atrás hay espacio de sobra”.
Bueno, señora, entonces...
Un ser humano decente, un señor no se encaja junto a la caja de cambio, porque nosotros teníamos allí colgando un recipiente con un litro de aceite.
Y el señor que se sienta allí con su bonito pantalón.
Bueno, pues...
No, esa gente era menos psicóloga que nosotros.
Podías aprender de ella.
Digo: “Señor, tome asiento, adelante”.
Pero yo ya tenía preparado el fleje.
No, no iba a pegarle.
No iba a pegarle, pero un fleje...
A veces también nos atacaban de noche, señora, y entonces nos machacaban vivos.
Sí, oiga, es una bonita profesión.
Pero me permitió aprender muchas cosas.
Si me pregunta cómo el maestro Alcar me metía allí y cómo aprendí, puedo decir: “La mayor parte de las cosas cuando era taxista”.
Entonces aprendía.
Cada día nueva psicología.
Y entonces venía ese señor, dice: “Chófer, hace buen tiempo”.
Digo: “Señor, es un día espléndido”.
Pero al mismo lo aceptaba, digo: “Precioso, un tiempo precioso”...

(Risas).

... y yo que paso por la calle Prinsenstraat, hacia la Scheveningseweg.
Y yo que ya le iba pisando; y otra vez que viene, dice: “Sí, sí”.
Digo: “Vaya, vaya, vaya”.
Y yo que le vuelvo a ganar por la mano; por mis piernas tan hermosas.

(Risas).

Y yo en la calle Parkweg, pienso: ‘A ver si ahora voy a tener que dar el cambio de veinticinco florines.
Dios mío, ya le soltaré una buena.
Entonces robé, señora.
Pero a ese hombre lo castigué con las monedas.
Que me dice: “¿Qué le debo?”.
Y, en efecto, me viene con veinticinco florines.
Digo: “Me debe dos florines y cuarenta céntimos”.
“Bien, quédese con tres.
¿Contento, chófer?”.
Digo: “Sí”.
“¿Quizá un café?”.
Digo: “Un momento, le cobro, señor”.
Digo: “Señor, aquí tiene diez florines, el resto me lo quedo”.
Digo: “Eso por los tocamientos”.

(La gente se ríe con ganas).

Digo: “Señor, si eso lo cuento en la (sala) Scala, me gano todas las noches un millón.
Le está saliendo demasiado barato”.
Y entonces se puso a increparme.
Digo: “Qué hermosura”.
Digo. “Sí, señor, usted tiene tanta grasa por dentro y por fuera como ese indicador de aceite detrás de mi pantalla.
¿Le parece bien así?”.
Digo: “Señor, tengo el honor de saludarlo”.
Y me dice: “Sí”.
Digo: “Sí.
Ppft”.

(Risas).

Sí, señora, era aquel granjero de ‘s-Heerenberg, ¿entiende?
Pero aprendí por el ser humano.
Y si entonces uno quiere saber aún más cosas en la sociedad, señor Berends...
El ser humano se desloma en la sociedad.
Y por eso les cuento ahora una historieta tan bonita.
Lo he vivido físicamente, es más: lo sentía, lo he vivido social y materialmente.
Porque cuando uno abre los ojos, se puede aprender en cualquier momento cómo no hay que hacerlo en la sociedad.
Bueno, pues ahora háganse taxista, así aprenderán más, señor, que si van a (la universidad de) Leiden como psicólogo.
Porque los he tenido: “Bueno, hola, criatura, vamos a echar muchas partidas de bridge”.

(Jozef imposta la voz).

Entonces había que llevarlos a la calle Daendelstraat, a los señores.
“Quiere usted ir a buscar al excelentísimo señor barón, señora?”.
Bueno.
Pero aquí no voy a poner tarjetas de visita.
Digo: “Ah, sí, señor, ¿va a jugar al bridge?”.

(Jozef imposta la voz).

Pues a esos siempre los castigábamos con cincuenta céntimos.
Señor, ¿usted cree que eso es robar?
Sí, eso es birlar.

(Risas).

Birlar.
Si ahora va usted a mi jefe de antes, dice: “¿Jozef?
Bueno”, dice, “este ha vuelto loca a La Haya entera”.
Ahora estoy volviendo a hacerlo.
Realmente, los vuelvo locos.
¿No les parece?
¿De qué se reían hace un momento?

(Risas).

¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Con ese trocito de fleje me imagino a un hombre con un hierro...

(Risas).

Bueno, señora, mejor empecemos la nueva temporada con algo de decencia, porque todavía va a ser larga, ¿no le parece?
De verdad que no soy —acabo de salir de la cama, ya lo ve— que no soy un amargado.
Porque esta mañana a las nueve ya estaba haciendo el pino.
Pienso... soñé de repente que era una bailarina y entonces fui a parar a la cocina, que es cuando sentí que no era así de verdad.
Pero entonces al menos había perdido un montón, de lo contrario esta noche no podía haber hablado.
¿De verdad que piensan que estoy loco?
¿No, verdad?
(Gente en la sala):

—Que no.
—¿Lo ves? Ahora ya estamos hablando otra vez con sagrada seriedad.
Señor, todo eso lo aprenderá, señor Berends, si aprende a pensar.
Puedo profundizar en la misma medida en la farsa como en la sabiduría.
Porque cuanto más profundo se haga su sentimiento, más divertidas son las cosas que puede decir.
A mi mujer, por ejemplo, la hago reír —me las arreglo así desde 1930— tres veces al día.
Una vez a las diez, entonces digo algo, y después por la tarde, así, cuando está medio dormida, vuelvo a decir algo, y claro, se despierta de golpe, pero entonces me hace un té.
Lo hago por ese té.
Pero si usted también es capaz de hacer eso en la sociedad, señor Berends, y es capaz de procesar los golpes y los palos y todo, y aun así amar la vida y no pasarse de la raya como esas personas que se sientan al lado de un bote de aceite y de un chófer gordo para empezar a manosear el esqueleto —a esos hay que castigarlos con diez florines; si me hubiera dado cien, no le habría devuelto nada de nada—, entonces uno llega a conocer la sociedad.
Y en cualquier parte, en cualquier sitio, se puede aprender algo.
Y eso lo dice Frederik.
“La sociedad desguaza al ser humano”.
Y si luego analiza la esencia espiritual de eso, su fundamento, tendrá usted ampliación.
Y es para eso que sirven las máscaras y los seres humanos.
Arranque esas máscaras.
Lo hace en la segunda parte.
Ya las arrancan.
Y son explicadas en la tercera parte.
¿Entiende?
Es por eso que aparece el fleje, señora.
(Jozef continúa leyendo).

“Vayas a donde vayas”, dice Frederik, “por todas partes ves desgracias”.
¿No es así?
“No soy capaz de procesar tanta pena.
No voy a entrar en ella”.
Su intención es primero recuperar las fuerzas, porque esta gente hace todo por ti.
También quiere ir a Italia, primero va a pie, haciendo una travesía por las montañas”.
Sigue teniendo... todo eso sigue siendo sobre la carta, ¿verdad?
“Hay enfermos a bordo.
El ser humanos se desloma en la sociedad.
Vayas donde vayas, por todas partes ves desgracias”.
Eso es allí, claro.
“No soy capaz de procesar tanta pena.
No voy a entrar en ella.
Su intención es primero recuperar las fuerzas, porque esta gente hace todo por ti”.
Frederik se prepara para aventurarse a dar el salto de descender en la psicopatía para esa gente.
Y si comienzan ustedes ahora...
A eso deben ustedes ese ‘Las máscaras y los seres humanos’, esta trilogía.
Si se ponen a procesar y a analizar por ‘Las máscaras y los seres humanos’ estos libros, en la sociedad, cualquier cosa mala con la que se topen ustedes —ahora trata de Dios, ¿verdad?, de Cristo, trata de la lepra, la demencia, la psicopatía— llegarán a ver la inmaculada claridad.
Y al final de la tercera parte estarán encima del escenario divino.
Y eso desde luego que no es cualquier cosa.
Ese libro los levantará del lodo de la sociedad, y librará con ustedes una lucha de vida o muerte, y estará con usted ante el ataúd.
Es el propio Frederik quien muere, consigue la libertad, y entonces la familia entera estará en el escenario divino.
Y de eso se están ocupando ustedes ahora.
Hermoso, ¿verdad?
(Señor en la sala):

—Desde luego.
—Sí.
Desde luego.
Pensé que dijo usted: “Bueno”.
(Señor en la sala):

—Bueno.
—Esto es poderoso, señor.
Pero si el ser humano no siente ni entiende lo poderoso de un núcleo pequeño, de una cosa pequeña, de una revelación nimia que la vida les ofrece para cargar y ver, señor, entonces los grandes milagros tampoco significarán nada.
Y luego tenemos aquí: “Primero va a pie, y después hago una travesía por las montañas...
Pero ¿irá también un guía?”.
Eso lo es la conciencia de Frederik.
“En lo anterior Frederik ofrece un resumen sobre los locos, las máscaras, el dolor y la pena, quiere recuperar la fuerza, adentrarse en la naturaleza, viajar, etcétera, con lo que se analiza la sociedad de muchas maneras.
¿Es así?”.
Señor Berends, lo ha intuido bien.
Si continúa así, tendrá que resolverlo irrevocablemente.
Y después sabrá algo, podrá analizar algo.
Pero entonces se añade algo, una sola palabra dura de usted hacia otra persona...
Alguna vez es posible que...
Alguna vez la sociedad nos chincha, y entonces puede pasar que respondas, pero, ay, si nos ponemos a dar golpes o lo que sea.
Entonces también habrá perdido esa conciencia.
Hay genios que lo han hecho todo, y podido, por el mundo, pero no tenían amor, no tenían sentimiento, y así todavía no eran nada.
Puedo convertirlos a usted en algo, si también comienzan con ello.
¿Es así?
Y si lo hacen de verdad...
Les vuelvo a decir, señoras y señores, es aquí donde viven detrás del ataúd, no cuando están ante ese acontecimiento que se llama “se morirán”.
Porque estar muerto no existe.
Y luego ya pueden ponerse a arrastrarme por los pelos, pero esa muerte ya la he visto y vivido cien millones de veces, se lo juro.
Esos libros, ¿de dónde...? Santo cielo, ¿de dónde tiene que venir todo?
¿De La Parca?
Cuando luego tengan la tercera parte entre sus manos y conozcan mi vida... ¿tengo que...?, ¿de verdad que he de inventarle todo eso?
Y entonces, claro, puedes hablar de subconsciente...
Pero, “Estamos por primera vez en el mundo”, dice el psicólogo, “esta vida es la primera”.
Y hemos tenido cien millones, como padres y madres.
Dicho de otro modo: acéptenlo, acéptenlo; empiecen ahora mismo.
Si no paran aquí con su amargura y pataleos interiores, y con sus pensamientos y sentimientos raquíticos, estarán luego en el espíritu en un mundo enorme y estarán igual de fríos que ahora.
De eso se trata para mí.
Yo tampoco les puedo ayudar allí.
Y no habrá nadie que les pueda ayudar.
Aquí no les da la real gana, aquí no lo hacen: allí estarán solos.
Aquí tienen todavía a personas, aquí todavía pueden tomar un café o un té, aquí todavía tienen compañía, aquí todavía tienen esto, todavía están a su lado, allí estarán solos.
Allí ya no habrá nadie, porque se blindarán contra ese otro mundo por el que el Mesías vino a la tierra.
Y así pueden seguir, destrócense, destrúyanse.
El ser humano caza, caza, caza: ¿qué?, ¿para qué?
Para ese trocito de hojalata de ese muchacho allí.
La Cruz Victoria, la más elevada que existe, el muchacho la vende —¿quién le va a decir que no?— por setecientos florines.
Ese chico no encontraba trabajo por ninguna parte.
Es un héroe de guerra.
¿A quién se vende usted?
En Indonesia leyeron ‘La Línea Grebbe’.
Y vino el teniente, que dice: “Ah, ahora entiendo el levantamiento de aquí”.
Es que uno había dicho. “Pues lea usted mismo, entonces también se irá usted”.
Había cuarenta muchachos, todos leyendo ‘La Línea Grebbe’.
Y entonces él dijo: “Aquí lo dice”.
Y después quisieron irse.
Que viene un chico de La Haya aquí, uno de los nuestros, dice, para el examen médico: “Yo no les serviré de nada”.
“¿Por qué no?”.
Dice: “¿Qué tengo que decir?”.
Digo: “Nada.
Solo tienes que decir: ‘No mataré.
No mataré, de ninguna manera’”.
Y dice el coronel: “¿Por qué no?”.
Y dice: “Bueno, ¿qué religión tienes, pues?”.
“Estoy en la Sociedad Científico Espiritual de Jozef...”.
Otra vez ese Jozef Rulof.
Para aquel entonces ya había habido ciento cincuenta.
Dice: “Muchacho, Jozef Rulof tiene razón.
Pero mejor no se lo digas a nadie más, si no mañana yo tampoco ya no tendré qué comer aquí”.
Ese también leía mis libros, ese teniente.
Dice: “Tiene razón.
Pero ¿qué queda de nosotros?
A él, ¿quién de nosotros puede aceptarlo?
Así también ya le podríamos entregar el gobierno”.
Y dice: “Fuera con esa porquería”.
¿Una bomba atómica?
Vaya, vaya, señor, la convertimos en arma para combatir el cáncer.
Y ahora hacemos esto y lo otro.
Y si los rusos quieren...
Que vengan, los esperaremos en la frontera y entonces entablaremos una conversación de lo más agradable.
Y si no quiere, nos pondremos a edificar piojos, nos pondremos a prepararles insectos.
Pero no haremos nada, solo pensaremos en los piojitos del espacio, irán descienden del espacio, así, y los sacaremos.

(Alguien se ríe).

Sí, sí.
Claro, usted vuelva a reír.
Es posible, señora.
(Señora en la sala):

—¿Sí?
—Sin duda.
Mire, si ustedes, como masa, quieren vivir un milagro divino, lo primero que habrá que hacer, señora, es no armarse con puñales.
Tengan cuidado.
Dios mío, sí, allí hay alguien que habla de Dios, que tiene un listón de esos largos que se extiende ante él y donde casi se parte la nuca.
A ese hay que animarlo así y andar asá, y entonces, claro, están en ascuas, porque allí abajo hace calor y se ponen a mirar arriba para ver si Dios lo bendice todo.
Y entonces lucirán cañones, y luego bombas atómicas.
Y van.
¿Vieron mi sonrisa?
Y esa gente quiere que Dios la proteja, claro.
Vaya, vaya, vaya, vaya, cómo me reído.
Dicen: “Y Padre: ayúdanos, ayúdanos”.
Y yo que de un momento para otro me parto de la risa en la iglesia protestante.
Ah, no, fue en casa, cierto, donde los católicos...
El pastor dijo: “Y Padre, ayúdanos.
Y que expelan al enemigo de nuestra casa”.
Y, caramba, había colocado cien mil piezas de artillería en la frontera.
“Ama la vida que vive, la que hay, entonces me tendrás a mí”.

¿Qué es lo que en realidad quieren hacer esos pobres diablos?
¿Quieren vivir ustedes un milagro masivo por ‘Las máscaras y los seres humanos’?
Eso también es posible si se entregan a Dios.
Pero ¿cuándo puede Dios... cuándo puede Cristo...?
Yo bien puedo construir una historia bíblica de esas.
Lo he vivido, siempre hablo desde la experiencia.
Todo eso lo he vivido.
Yo no llegaré a ver a ningún maestro Alcar si le meto un balazo a este y aquel, y se apuñalo a este otro y me dedico a violar y a destruir por allí y hago lo que me dé la gana.
¡Y luego permitir que me cuelguen de la chaqueta una cosa con sangre!
Dios santo mío, a mí dame una nomeolvides.
Y esa gente es la que quiere vivir a Dios, a Cristo.
Vaya, vaya.
Basta con oír todos esos sermones.
Y Dios puede ayudar a la masa.
Y eso de hecho pasó muchas veces al comienzo de la Biblia, que un puñado de personas, a las que de verdad se les protegía...
Y todavía no habían hecho nada, así que Dios todavía podía ayudar; y eso eran, a su vez, los maestros.
Pero no los llevan a ustedes de mal en peor.
Y no los pueden ayudar si ustedes están armados.
Primero hay que ser libres.
Tendrán que estar desnudos ante el Gólgota.
Y allí, desde allí comienzan esos milagros.
No solo para el individuo, sino para un pueblo entero.
Y ahora deberían plantearse ustedes, e intuir, la de cosas que les quedan por aprender a la universidad y al teólogo.
Y después ese hombre allí, un pastor está allí en el campo de batalla y reza.
Y ese soldado luego encima se va al cielo, acaba de segar la vida de unos cuatrocientos, quinientos, así como así.
Viene el cura, el pastor castrense, que encima le da la bendición.
Madre mía, madre mía, es que esos nos tienen fritos, ¿no?
Fritos de verdad.
Pero entonces volvemos a la era prehistórica y nos dedicaríamos al canibalismo.
Pero un cachito de un pastor de esos me entraría bien.
Si por mí fuera lo freiría.
Digo: “Tú te vuelves a de donde viniste.
Y primero te vas a poner a buscar tu propia sintonización.
Y entonces llegará un momento en que te mandaré a la universidad para que te hagas pastor.
Pero para entonces ya no hará falta”.
Y eso es algo que todos tienen que aprender; sí.
Señor Berends, ¿va a continuar con ‘Las máscaras y los seres humanos’?
(Señor en la sala):

—¿Me permite que le haga un momento otra pregunta?
Esa carta de la semana pasada se ha traspapelado, ¿verdad?
Es que se la metió usted en el bolsillo y esta semana nos la iba a leer aquí.
—La metí aquí.
Quizá se la haya perdido a usted por la calle.
Esperemos que no la haya encontrado algún pastor, porque entonces sí que la preparamos.
Quizá la lea usted hoy o mañana en el periódico.
Entonces dicen: tengo algo de...
Si la ha encontrado un pastor protestante por la calle, señor Berends, sí que la preparamos, hermosa publicidad.
Pero, oiga, que la metí aquí.
Quizá siga allí.
Hay que ver cómo me gustas, ¿verdad?

(Jozef está buscando).

Aquí, ya la tengo...
Sí.
No.
Pero aquí es donde la puse.
Se la di para que se la llevara a casa, porque pensé: ‘Quizá ese hombre la reelabore un poco más’.
(Señor en la sala):

—Pues, allí no está.
—Señor, ¿tiene alguna pregunta más?
(Señor en la sala):

—Sí, solo había aquella conversación, esa, hablaba en la página 171, arriba, sobre esos osos pardos y los jacintos...

—Sí.

—... por aquí, desde detrás del escenario, claro, eso tenía que sea “hienas”...

—Sí.

—... claro, eso se puede explicar de muchas maneras, pero...

—¿Se acuerda en qué página estaba eso, era la 172.

—... la página 171, en la parte de arriba...

—171.

—... la 171, en la parte de arriba.
—Mire, eso digo, tiene usted razón, porque allí lo dice, pero eso se ve, también dije entonces que si arranca cosas de aquí y allí, habré perdido... porque surgen nuevo capítulos... habré perdido el contacto, ¿verdad?
Aquí está, sí.
“Cuando alguien incumple su palabra...”.
(Dirigiéndose al técnico de sonido): ¿Cuántos minutos me quedan?
(El técnico de sonido dice algo).
“... le acecharán las serpientes de la vida”.
Ya entenderá usted... las serpientes en la sociedad, qué cosas, los rasgos de carácter que... si incumples tu palabra, vas a tener problemas, ¿no?
Un ser humano que incumple su palabra, un ser humano que dice sin lugar a ludas: “Puede contar con eso”.
Y entonces la palabra era la palabra.
Y la palabra era “sí”, ¿verdad?
Pero no existe y entonces a uno lo engañan por todos los lados, y aparece la serpiente, la desgracia en la sociedad que entonces lo destroza a usted.
Porque todavía vivimos en la mentira y el engaño.
“Uno se queda como clavado en el suelo.
Y encima digo: ‘Si la gente no cumple su palabra, vendrán los osos y también los jacintos para morderlos hasta matarlos’”.
¿Entiende? El jacinto es ahora el bien.
Ahora el bien y el mal están frente a frente.
Lo bueno del Gólgota menciona de inmediato...
Claro, él puede decir: “Cristo... para matarlo a usted a mordiscos”, pero eso no lo comprenderá.
Sin embargo, el bien lo ataca a usted, el mal lo ataca, y el bien le llama de inmediato la atención para que se detenga, y entonces ya puedes ponerte a demostrar lo que has hecho.
Allí ya está el Juicio Final.
Si él profundiza en eso, ya tendrán otras veinte páginas más que lo conectarán a usted con la sociedad.
De jacintos sigue hablando aquí, “... exactamente, llegan los jacintos para arrancarles la cabeza a mordiscos... para que inclinen la cabeza y arrancarla a mordiscos...”.
La flor es la cordialidad para la vida, la benevolencia, el amor, para hacerle inclinar la cabeza, y para desintegrarlo a usted mismo, para masacrarlo, para decirle a usted, de cara al espacio, de Dios, de Cristo, para mostrarle: “Mire, eso es, pues, lo que he preparado”.
Es el bien que contiene lo que le dice que se detenga usted.
Resulta que tiene usted una florecilla de esas, corrientes y molientes.
Y haga usted una comparación.
“Y ya se la haré pagar...
Nunca todavía tuve la oportunidad, ahora se la haré pagar.
Oh, que hermosas son esas manzanitas”.
¿Lo ven? Está desvariando.
Qué hermosas son esas manzanitas.
Son algo ácidas, venenosas, allí dentro está todo.
De inmediato se encuentra bajo el árbol de la vida.
Porque por eso, de ese árbol de la vida, había...
Ese árbol de la vida, ese en particular, que tiene de todo, es la vida de ustedes.
El ser humano...
Si hubiéramos tenido la posibilidad, este libro habría sido muy diferente porque entonces habríamos sacado el árbol de la vida y todos los rasgos de carácter.
Les habría ofrecido una introducción precisa como un reloj.
Pero en ese tiempo no teníamos suficiente papel.
“Oh, qué hermosas son esas manzanitas.
Nunca antes las había visto así.
Es que las conozco.
Sí, exacto, es que las conozco.
Sé quién es él.
Sé dónde está.
¿Visto eso, Hansi?”.
Ahora ya está empezando para él mismo.
“¿Lo viste?
Hans se asusta.
¿Lo viste, Hansi?”.
Porque ha perdido a Hansi.
Y ahora va a...
“Hans se asusta”.
Ahora va a... ahora a Hans ya lo va a sondar, directamente.
Y constata con esas cosas... —Frederik se eleva por encima de todo— ... constata, por ese enorme pensamiento y por las comparaciones, constata que Hans ya no es más que una persona inconsciente.
Y ahora solo toca por un instante esa palabra “Hansi”.
Es la mujercita con la que él se peleó y que lo engañó.
Allí está Hans.
Hans es alguien que se vuelve a olvidar del todo ese mundo de Frederik, y vuelve a estar ante la pequeña desintegración material, esa mujercita que se ha perdido, que le ha tomado el pelo y que lo ha engañado con el mayordomo.
“El nombre de Hansi es para él lo que el capote para un toro”.
Ya me lo imaginaba, allí va el ser humano.
Basta con que tengas algo, el ser humano...
Si con lo más sagrado de todo... con los problemas más poderosos...
Quiere usted saber cómo se retiene eso.
Con que eso lo... por una sola cosa de la tierra...
Hubo una vez dos personas en la calle que estaba hablando que daba gusto, felices, dos mujeres.
Y si usted de verdad quiere tener una confianza espacial, espiritual...
Resulta que viene un hombre allí y que le susurra a esa mujer: “Oye, mujer, allí está su esposo hablando con una mujer”.
“¿Qué?”.
Adiós mujer, adiós.
Completamente desquiciado.
Y él que sigue.
Dice: “Sí, le tomé un rato el pelo, para ver lo que había”.
Y dice: “Bueno, tendrías que haberla oído, ese hombre ya era hombre muerto”.
Dice él: “Agarra ahora...”.
Si la verdadera sociedad, que es tan ruin, tan bestia, se nos abalanza...
Mejor créanse todo, ¿verdad?, y si mañana los colocan ante eso, e intentaran...
Señora, usted no se va a poner a arrancar esas máscaras para tal o cual mujer.
La semana pasada les conté: a Crisje había que dejarla en paz con esas cosas, eso lo aprendimos.
No, entonces el ser humano termina volando por los aire, en mil pedazos.
Dice: “Ya me lo imaginaba.
He...”.
Ah, vaya.
Entonces dice... viene ese hombre: “Pero, criatura, te tuve por una cosita de nada”.
“Claro, ahora encima me vienes con mentiras.
Lo sé desde hace mucho”.
Y allí va; dos semanas después, señor, que se divorcian.
Esas cosas ya han pasado cien mil veces.
El ser humano no cree al otro ser humano.
El ser humano no confía en el ser humano.
Sí, ahora los grados de la confianza y de la fe los pueden...
“Lo he visto, que saliste por la puerta”.
El ser humano coloca una bicicleta delante de la puerta para ver si el hombre no se va mientras la mujer no está.
“¿Ah, sí?”.
Ese hombre coloca la bici allí, allí.
Y ella dice: “¿Lo ves? Has estado fuera”.
Entonces él dice: “Sí, claro, he subido y bajado, coloqué la bici allí, para no partirme la nuca.
¿Así te parece bien?”.
“No, ¡has estado fuera!”.
¿Eso qué es?
¿Qué es eso?
El ser humano, ¿cuándo atrae nada más que demencia, desintegración?
¿Por qué no se le puede aclarar a un ser humano...?
Dios mío, no es usted el único que vive aquí en la tierra; vivimos con millones de personas de nuestro grado.
Cristo también está.
Se tropieza uno con todo.
Esas son las máscaras de los seres humanos.
Basta con contarle la verdad al ser humano... yo he vuelto a contar algo, lo dije así, digo: “Sí, señor... pero, señora... sí, señor..., pero entonces ocurre esto y le pasará esto”.
“Ja, ja, ja, ja”.
Pienso: Ay, Dios, hay que ver dónde he vuelto a meterme.
Ay, santo cielo, en qué me he metido otra vez.
Tengo que empezar a engañarlos.
Al ser humano... cuando viene a verme, tengo que decirle: “No hagas nada que...”.
O sí...

(Pone una voz impostada).

“Córcholis, qué bello es eso, ¿verdad?, ah, qué bello es eso”.
“Sí, ¿verdad?”.
“Sí, es hermoso”.
Y cuando la puerta está cerrada...

(Risas).

Y entonces decir: “¿Es capaz de encajar algún golpe?”.
Viene a verme un pintor.
Digo: “Claro, quieres mostrar tus obras”.
Digo: “Señor, ¿es capaz de encajar las cosas?”.
“Sí, adelante, dígamelo, señor Rulof”.
“Pues, que allí está el tumor”.
Allí estaba.
Estaba así de gordo, a la vista.
Pienso: ‘Dios, Dios, Dios, aquí, en este trasto, hay al menos veinte florines en pasta de pintura’.
Digo. “Con eso yo hago cien cuadros”.
Digo: “Hombre, hombre, hombre, déjalo.
Hazte panadero”.
“Eh, eh, eh, eh, eh...”.
Y hemos tenido que ir a por aspirina, a comprar morfina, a llamar al médico, porque el señor se derrumbó.

(Risas).

Señora, la casa entera patas arriba, porque tres horas más tarde seguía sin recuperarse.
Digo: “Ven a verme alguna vez día con arte”.
Ay, ay, ay, lo que lloró ese muchacho.
Ese chico también estuvo aquí los últimos años.
Fue a parar a Rosenburg.
No como loco, señor, sino que leyó ‘Las máscaras y los seres humanos’ y se hizo cuidador.
Tendrían que verlo ahora.
Pero ha dejado de pintar.
Dice: “Hay que ver lo loco que estaba, señor Rulof”.
Digo: “Estabas como una cabra”.
Digo: “Vivías por encima de tu razón”.
Y tengo más de estos.
Entonces me preguntan: “¿Qué opina usted, señor?”.
Digo: “A ver, a ver, a ver: ¿cuántos... cuántos gramos puedo darle?
¿Un kilo entero?”.
Zas.
Ja, ja, ja, ja, allí van otra vez.
La sociedad, señor.
Hay que tomarle el pe...
Ah, es verdad, no está permitido decir “tomar el pelo”.
Hay que engañarle.
No quieren ver la esencia espiritual de esa verdad.
Y entonces hay que dar rodeos, en la sociedad llegas a estar con tal y cual gente, lo hacen, y entonces a ustedes los engañan, por delante, por la izquierda, por arriba y por la derecha.
Señora, señor, por allí no paso.
Con el maestro Alcar tuve que empezar directamente con la esencia, y entonces yo decía: “Esta cosa mía está podrida, es mala, no hay vuelta de hoja, hay que eliminarla.
Torcerle el cuelo”.
Y entonces comencé.
Ahora, claro, les gustaría saber lo que fue aquello, ¿verdad?

(Risas).

Ya me lo imaginaba.
Sobre todo el señor Berends.
Dice: “Así yo también podré empezar con ello”.
Pero, de todas formas, ustedes no tienen esas cosas.
De todas formas no tienen esas cosas, ¿verdad?
Demuestra, señor, que uno aprende a pensar por medio de esas cosas.
Pero ya llevo demasiado tiempo con ese señor.
Me voy a otra parte.
Pero por medio de todas esas cosas se aprende.
Y si ustedes entonces...
Luego podré hablar de una forma mucho más amena con ustedes, cuando tengan ese ‘Jeus III’.
Y entonces habrán terminado de leerlo y habrán visto esos problemas, y dirán: “Así llegas más lejos, por esto, por aquello”.
Y así podrán hacer preguntas al final y volveré a dar con las máscaras; eso hay que eliminarlo.
Y ustedes tendrán que conducirlas hasta la evolución, con fundamentos, es decir: allí están, verán cómo se van deshaciendo en pedazos y conseguirán extraer de allí un clavito y lo cambiarán por otro más fuerte, y verán esto y lo otro, y después, de pronto, estarán vacíos.
Completamente vacíos.
Dirán: “Dios mío, me he quitado todo de encima”.
Y eso se siente tan irrefutablemente que llegarán a un punto de descanso, señor, en el que su propio interior dirá: “Ciertamente, se lo ha ganado”, señor.
Y eso no solo es así con un librito de esos que lean por ahí, sino que tendrán que ver ustedes con cientos de miles de rasgos de carácter, tendrán que ver con cien millones de cosas en la sociedad; y llevarlas entonces al escenario de Frederik detrás del ataúd, en eso van a tener que aplicarse todos ustedes.
Y eso es aquello para lo que viven ahora, lo esencial, lo espacial, lo universal.
¿Ha quedado claro eso?
Sí, eso lo decimos nosotros también.
Aquí tengo lo pregunta: “¿Es posible que sean oídas nuestras oraciones, y qué idea debemos hacernos de eso?
Dado que tantos miles de personas están rezando a un solo Dios”.
¿De quién es eso?
Señora, ¿no lo sabe?
¿No lo sabe?
(Señora en la sala):

—Entonces lo he vuelto a olvidar.
—Miren, esta es una de mis discípulas más antiguas, pero de las más antiguas, allí.
¿Y me lo sigue preguntando?
(Señora en la sala):

—Pues sí.
—Ya, entonces...
¿Se le perdió todo en esos años?
Naturalmente, no debo hablar ahora del infantilismo, de eso no se trata.
Pero ¿qué fue de aquello entonces?
En al pasado desde luego que hemos hablado de otra manera en Kijkduin.
(Señora en la sala):

—Sí, pero he cambiado.
—Yo tenía entonces treinta y cuatro años.
¿Se acuerda?
(Señora en la sala):

—Sí, antes de eso pasaron muchas otras cosas.
—Sí, ¿verdad?
Sí, esta señora ya me conoce desde 1934.
Y viene con: “¿Es posible que sean oídas nuestras oraciones, y qué idea debemos hacernos de eso?”.
Pero eso usted lo sabe.
¿Y ahora ya no lo sabe?
¿Cómo es posible?
(Señora en la sala):

—Estoy empezando a dudar.
—¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Estoy empezando a dudar.
—¿A qué se debe?
¿A la guerra, quizá?
(Señora en la sala):

—Sí, por todo.
—Por el dolor y la pena.
Si vive usted dolor y pena, también se pondrá a dudar de Dios, claro.
(Señora en la sala):

—Pero solo quiero saber cómo es posible entonces que Dios, para toda esa gente que reza al mismo tiempo, pueda hacer que todo eso se cumpla.
—Bien, pues entonces sí que se le han borrado muchas cosas de ese libro.
“Padre nuestro, Padre nuestro, Padre nuestro, ayúdame, por favor”: así reza alguno.
Y a su lado yace uno que dice: “Eh, wuwuwuwuwu”.
Y ese otro igual, igual, igual.
Pero Nuestro Señor no oye nada, señora, no oye esas musitaciones.
(Señora en la sala):

—Vaya, ¿entonces quién sí?
—No, nadie la oye a usted.
(Señora en la sala):

—¿Nadie?
—No, nadie.
(Señora en la sala):

—¿No?
—Sabe cuándo se la oye?
(Señora en la sala):

—No.
—Cuando usted misma es buena por dentro.
(Señora en la sala):

—Sí, bien.
—Sí, entonces ocurre.
(Señora en la sala):

—Hago todo lo posible para eso.
—Y entonces llega usted hasta la esencia que es igual, y eso, pues, es el espíritu en el otro lado.
Pero ¿para qué rezamos, pues?
¿Para qué?
(Señora en la sala):

—¿Para qué?
—Sí, en realidad, ¿para qué reza?
Esas madres, y esos hombres, ¿piden todos...?
Señor, ¿se pone todavía alguna vez de rodillas ante la cama para rezar que da gloria?
¿A que ya no lo hace, verdad?
No, vamos rápido, rápido, al sobre.

(Risas).

Pero ¿quién se inventó eso de ponerse de rodillas ante la cama?
Frederik dice en ‘Las máscaras y los seres humanos’...
Había una mujer, y un padre, y el hombre dice: “Eso ya no se hace, los niños enferman”.
A los niños les daba una neumonía.
Ante la cama, qué frío.
Sí, ¿cómo es posible que a Nuestro Señor eso le parezca bien? ¿Los niños que le están rezando a Él y que encima les da una neumonía?
Sí, pero “papá no tiene razón”.
Porque papá dice: “Bah, eso no hace falta, si los niños están en la cama tan a gusto, bien calentitos, echados, también pueden hacerlo”.
No, eso hay que hacerlo de rodillas.
De lo contrario no hay suficiente respeto.
A ver, ¿quién tiene razón?
¿Cuántas disputitas no ha habido en el mundo protestante y entre los de la corriente reformista, en el mundo católico, sobre que sí que había arrodillarse?
El dijo: “No”.
Allí era ella quien lo decía.
Él era atrasado.
Aquí volvía a ser ella.
“A arrodillarse, de lo contrario la oración carece de significado”.
(Señora en la sala):

—Pues eso el lo que se dice.
—Señora, esa sigue siendo la disputa en todo el mundo, y a usted nadie la oirá.
Nadie.
Pero en realidad, ¿para qué reza?
Señoras y señores, hemos hablado tantas veces de las oraciones.
Pero ¿cuándo hay que rezar?
Si quieren hacerse cósmicamente conscientes, si quieren llegar a tener entidad espiritual, entonces les enseñaré cuándo tienen que rezar.
(El técnico de sonido):

—Un minuto.
—Un minuto.
Cuando ahora les den su tecito, su taza de té, o café, enseguida, empiecen entonces a preparar su pregunta: ¿cuándo tengo que rezar?
Y entonces les daré tres cuartos de hora.
Entonces primero voy a acabar esto y empezar con eso de rezar, porque es una necesidad urgente.
Soy la persona más feliz de la tierra.
¿Me creen?
Puede decirse así, pero es que yo tengo esa suerte.
Se lo demostraré.
Yo es que saco la felicidad de cualquier cosa.
Un frío agradable, delicioso, estos días, unos mocos que dan gusto, estar echado pensando que es una gloria, ahora ya ha salido eso demasiado pronto, señora.
Una operación deliciosa, ups, no es posible.
“Adiós, cariño”.

(Jozef lo dice impostando la voz).

Señoras y señores, el té está listo.
Enseguida continuaremos.
 
DESCANSO
 
Señoras y señores, primero voy a terminar de tratar esta carta.
Y entonces empezaremos —y eso creo que hace mucha falta— con: ¿cuándo puedo y se me concede rezar?
De eso hemos hablado aquí más de una vez, y entonces salió la verdad.
Aquí tengo: “Estimado señor Rulof, de su libro ‘El ciclo del alma’.
¿Sabe usted cómo nació el ser humano en la tierra?”.
Escuche.
“Cuando el padre o la madre se pone a pensar en este acontecimiento, ya se encuentran en una sintonización cósmica”.
Y eso también ya lo hemos tratado aquí más de una vez.
“Este acontecer es por tanto un milagro cósmico, una fuerza que refuerza y atrae esta comuniación, por la que ambos seres han sido acogidos.
Los padres, en el momento en que hacen la sintonización, tienen comunicación con el universo.
O sea, con este mundo.
Y esa conexión solo puede ser interrumpida por una violencia salvaje y es un asesinato espiritual.
Es el propio ser humano quien de esta manera maldice la vida que queda repelida hasta ese mundo.
Y eso lo tendrán que enmendar los padres, o el ser humano.
La pregunta es: ¿cómo debemos ver esto?
Cuando tenemos un coito y hacemos lo posible por no engendrar el fruto, ¿cometemos entonces un asesinato espiritual?”.
¿De quién es eso?
(Señor en la sala):

—Aquí.
—Señor, esta pregunta deja coja a la humanidad entera.
Ha hecho usted una pregunta hermosa, poderosa, y la gente la anhela con toda su alma.
Pero no se atreven, porque entonces siempre piensan... ejem... bueno, pues nada.
(El señor dice algo).
¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—Yo mismo soy un dios.
—Sí.
Aquí he tenido a mujeres que dicen: “Señor, tengo que volver a la tierra”.
Bueno, el ser humano que haya leído esos libros, aquellos veinte, y que haya seguido todas las conferencias, sabría de inmediato: esa mujer ha asesinado a un bebé.
“Sí”, dice, “tengo que volver.
Es que tengo que volver”.
Porque conocía las leyes.
Y eso es tener agallas.
Eso lo sabe el espacio entero.
Así tampoco hace falta colgarle a nadie esa tarjeta de visita de la cara, no es necesario para nada.
Pero es la ley misma la que nos comunica con el ser uno.
Señor, si volvemos a arrojar al espacio la vida que atraemos, es una bofetada en la cara de Dios.
¿Y sabe usted —lo sabe también mi gente de antes— cómo le sienta ese golpe a Nuestro Señor —así también lo podemos llamar—, a Dios?
Lo golpean en pleno rostro Suyo.
¿Y cómo es esa bofetada?
Olvídese de que esta noche haya allí un fleje, señora.
Pero recibe un golpe en plena cara.
Él le ofrece lo más sagrado de todo, lo más poderoso que hay, porque Dios, a través del niño, le ofrece renacer, puede regresar usted a la tierra.
Resulta que el ser humano dice: “A este caos, a esta porquería, a esta desgracia ya no quiero volver”.
Pero el ser humano se olvida de que uno tiene que vivir el ciclo de la tierra como cuerpo.
A Dios le da igual qué hace uno con eso, ni de qué manera, al final llegará de todas formas.
Así que vamos a empezar espiritualmente.
De modo que tiene que vivir usted el ciclo de la tierra físicamente, es el organismo más elevado que ha hecho la tierra para el ser humano.
Y eso es Dios.
La tierra.
¿Cómo le sienta a Dios ese golpe?
¿Bueno?
Se lo he contado.
Ahora, con lo horrible, usted tiene que... si también quiere que para la iglesia católica...
En eso la iglesia tiene razón, cierto: no se debe hacer.
Atraer almitas es lo más hermoso y lo más poderoso por lo que lucha la iglesia católica, sin saberlo.
Lo que esta ha construido para ella misma, y para el ser humano, atraer pequeñas almas, hacia la fe: haz niños, niños, niños...
“¿No hay alguno nuevo?”.
“No”.
“Qué lástima”.
Y entonces dicen: “Menudos fanáticos”.
Pero si supieran ustedes.
Y el papa y los cardenales son teólogos, todavía son tan atrasados e ingenuos que no saben que luchan irrevocablemente por leyes divinas cuando van persiguiendo al ser humano y le preguntan: “¿Cuándo vas a tener otro?”.
Yo le digo de inmediato: “Hazte madre tú mismo, señor”.
Pero eso no es posible, ¿verdad?
Señor.
No puede hacerse madre.
“Señor, dé a luz y cree usted mismo, empiece usted mismo allí con sus hermosas monjitas y haga niñitos, así podrá volver más tarde.
Ahora es la madre la que lo tiene que hacer allí, la que llega a tener quince, dieciséis hijos, por usted”.
Porque estos tienen que volver al mundo, ¿no?
De modo que Dios le da a usted, al tener hijos, la reencarnación; de lo contrario el mundo se extinguiría.
Si cada uno comenzara con eso, ya no habría vida en la tierra.
Otro ejemplo.
Con eso cae al mismo tiempo la teología para y de la iglesia católica.
Si todos fuéramos tan castos y sagrados —a eso lo llaman castidad, pero para ellos ya no lo es, pero para otros, en cambio, sí—, y todos nos hiciéramos tan castos, todos también cardenales, nosotros, los hombres, cardenales, y las madres nada más que monjitas y monjitas, entonces el mundo se esfumaría en un año.
En cincuenta, sesenta años, ¿verdad?
Los niños crecerían, pero ya no habría nuevos, ninguna evolución, la reencarnación se detendría, porque todos nos haríamos cardenales, todos nos haríamos papas.
Ja, ja, ja, ja.
No me hagan reír.
Y que éramos tan santos, y que estábamos casados con Nuestro Señor, teníamos esa unión, albergábamos la autoridad divina en nosotros, lo habíamos asimilado.
Claro que sí.
Pero gracias a Dios que el ser humano no sigue ese estudio del todo, o allí estaríamos otra vez.
¿Qué haría Roma? ¿Qué haría la iglesia católica si todos dijéramos, el mundo entero, cada hombre: “Voy a hacerme papa.
Voy a estudiar”?
Bueno, entonces habría cien millones de mujeres de más.
¿Y ahora?
Ahora tiene usted un ejemplo de lo raro que es eso, o lo horrible, si descendemos desde la espiritualidad hacia lo material, humano, y si después vemos ante nosotros las leyes por las que hemos recibido la vida.
¿Y qué hace el propio ser humano?
Señor, entréguelo a su yo divino en usted.
Y entonces ya podrá volver a hacer preguntas, y sobre eso se pueden organizar tres, cuatro noches, ya ve.
Es igual de horrible que rezar.
Bien, unamos una cosa con otra.
Bueno, bueno, ¿cuántos millones de personas no rezan por un bebé, madres y padres?
Ella también se va a confesar los sábados, para estar más pura aún, y se preparan, son uno, y entonces llega un niño, hecho trizas, al mundo.
O...
Ese Nuestro Señor, o ese Dios, no hace caso a las oraciones.
Y ellos que esperan y que esperan y que esperan; no llegan a tener hijos.
Y al final sí que vino uno, pero estaba loco, era psicopático.
Una vez me vino a ver un señor, católico también, que arrastra un terrible problema: ¿por qué ella?, ¿por qué ella?, ¿por qué ella?, ¿por qué ella?
Mira esos de allí, juran como carreteros, nosotros somos castos e inmaculados y puros, no engañamos a la gente...
Tenía qué comer, un verdulero pequeñito de eso, con su tiendita, le iba bien.
“Nosotros no aceptamos manzanas, manzanas podridas a cambio de dinero de verdad, eso no lo hacemos, señor.
Yo soy honesto.
¿Fue usted también católico?”.
Digo: “Tiene suerte, porque yo también lo fui.
Sigo siéndolo”.
Dice: “Y ahora, ahora, señor, ahora mi mujer se topa con otra cosa, y se queja y no hace más que quejarse, y quiere saber algo y se encuentra con una mujer”, una que había leído mis libros, “que dice: ‘Léelo’”.
Y entonces me viene a ver ese hombre y quiere hablar.
Dice: “Resulta que hemos esperado dieciocho años, me ha costado dinero a raudales en flores, señor”.
Y se leyeron misas, cien florines, cincuenta florines, setenta y cinco florines, y ahora se van.
“Hay que esperar, señor, esperar, señor, encima eso, encima eso, ¿es que no basta con lo buenos que somos?
Y al final vino un niño que era psicopático.
¿No es como para arrancar de su poltrona a ese Dios de allí arriba?
Eso Hans también se lo dijo a Frederik.
Hans dijo, en ‘Las máscaras y los seres humanos’: “Frederik, si a mí se me muere uno —y de eso se entera el mundo entero, todos mis colegas—, un loco de estos aquí, le colgamos una tarjetita de la nuca”.
No del cuello: de la nuca.
Dice: “Así se vuelve directamente y digo: ‘¿No tienes allí arriba otra cosas que hacer, más que fabricar locos, que destrozar la sociedad’”.
Estamos impotentes.
En realidad, ¿usted qué es?
Bueno, eso es lo que dice el médico.
Señor, el verdadero psicólogo, el que quiere llegar a conocer la vida, está ante una máscara divina de cara a sus enfermos, ¿o no es así?
El padre que no tiene un bebé... que quiere tener uno con la madre, con su mujer, que quiere tener un bebé, porque es felicidad para el ser humano, ya conocen la felicidad, “hijo mío, hijo mío, hijo mío” —no, señor, es la reencarnación de usted, va al universo— rezan y llevan flores y mandan oficiar misas —así podemos seguir, qué va a hacer uno—, rezan día y noche, son honestos y es buena gente, y les toca un loco.
Vaya, vaya, vaya, vaya, hay que ver lo santo que es ese Padre allí arriba.
Y después, cuando no llega, empiezan a dudar, y ya no hay fe, y entonces llega el derrumbamiento.
Y eso es ese Dios, un Dios de odio, y un Dios de venganza, y algo más, y algo más, y después eso se vuelve a arrumbar.
Ese se sale de la iglesia, van volando por encima de La Haya, esa gente, y dicen: “Necesito otra cosa”.
Señor, si a nosotros se nos nace mañana un bebé y está loco como una cabra —¿no les basta lo duro que es así?—, que es psicopático al cien por cien, señor, entonces decimos todavía: “Gracias”, porque soy yo mismo.
Yo tengo que ver con ese estado de locura.
Es vida con la que tengo que ver.
Ella o yo.
Mujer u hombre.
Y si no viene un bebé y el cuerpo es normal, me voy al médico y digo: “¿Está bien?”.
“Bien, señor”.
No viene, no tenemos contacto, no hay ser uno con Dios; entonces hay algo que habla, a saber: que nos hemos echado a palos de ese nacimiento armonioso divino.
Y eso ya es bastante triste.
Y ahora el ser humano que empieza a asesinar él mismo, el que desespera aquí.
Porque hay padres y madres...
Yo he luchado como un poseso por mi bebé.
No se me dio.
Pero he luchado tanto como un hombre y una mujer a quienes les hubiera gustado tenerlo.
Para mí habría sido algo fantástico, porque ya conocía los infiernos y los cielos y el espacio, ya estaba viajando.
Pienso: ‘Ahora algo de mí mismo, el ser humano en la sociedad no quiere aprender, entonces por fin puedo hablar con mi propia sangre’.
Y ahora digo: “Imagínate que este también habría sido un psicópata?”.
Dios mío, Dios mío, ¿qué es lo que deseamos?
Imagínense ahora lo siguiente: había estado yo allí, la semana pasada todavía lo comenté; mi hija, mi hija, mi hija ya había estado con la madre detrás de la mesa, con los libros, y ya había hablado para papá.
Imaginen que entraba a la calle Wagenstraat, y que dijera: “No quiero tener que ver con ese follón tuyo”.
Y ahora, pues, a sacarla a porrazos.
Entonces yo habría recibido una paliza aún mayor.
Quizá los habría asesinado.
Claro, ¿qué ocurre cuando quieres recurrir a tu sangre, tu alma, tu espíritu, tu yo entero a favor de tu propia hija y te dicen: “Fastídiate”.
Y dicen: “Sí, pero ahora el que manda soy yo”.
Igual que durante la guerra, y entonces llevaban a Mussert y polainas y pantalones de montar, y una gorra, y aparecían con un revólver: “A ver, ¿ahora qué me dices?”.
Dice: “Jo”, dice el capitán, eso también ha ocurrido, señor, “aquí tengo algo para ti.
Vente conmigo arriba.
Un regalito”.
Le metió una bala en la cabeza a su hijo, sin más.

Después se entregó.
Dice: “He asesinado a mi hijo.
Porque estamos todos acabados”.
Señor, es lo mismo que si cometiéramos ese asesinato espiritual.
Cuando arrojamos a ese bebé, estamos ante exactamente la misma imagen.
Para eso no hace falta un revólver: pfft, soplar un poco, y adiós vida.
Y ¿ahora qué tenemos que hacer?
¿Qué tenemos que hacer ahora?
Cien millones de problemas —que no son problemas para mí— se abalanzas sobre la pregunta de usted, y todos los podemos acoger si aprendemos a pensarlos.
De lo contrario tendré que escribir aquí un libro.
Está sin lugar a dudas mal hacer aquello, o esto y lo otro, ya entenderán...
A varias personas les dije: “Señor, despréndase de eso”.
A esos católicos también los pude acoger, digo: “Señor, mejor estese contento”, alegría, uno no sabe siquiera si puede ser feliz, “puedo asegurarle que el psicópata significa felicidad para usted”.
Y entonces dice usted: “Sí, pero no es cualquier cosa si Dios te envía un loco a tu casa, destroza tu vida entera”.
Hay gente que tiene tres, cuatro, y dicen: “Sí, sí, sí”.
Pero el ser humano con sentimiento espiritual y que lee estos libros dice...
“Santo cielo, santo cielo”, dice esta gente —escuchen ahora la diferencia—, “dónde me metí entonces en tal y cual momento?”.
Y ellos son capaces de soportarlo, pueden procesarlo.
Y es que esa es la única posibilidad.
Uno se desprende de aquello porque sabe.
No, señor, su propia desintegración está a su lado.
Pero arrojar esa vida conscientemente al espacio... eso también es volver a uno mismo conscientemente, y entonces se está ante esa ruina, espiritual y físicamente, ese es el lado psicopático.
A ver quién se pone a rezar por un bebé, señor.
Pero los hay, millones de madres, padres, hay millones que dicen...
Una chica de veinte, de diecisiete, sí, Dios mío, Dios mío: está embarazada.
A esa niña la sociedad la maldice, y el chico encima la abandona; a ver qué haces entonces.
¿No pasa eso todos los días?
Los críos, ¿tienen una razón humana, social?
¿Y dice la sociedad: “Oye, niños, les (os) damos a cada uno mil florines porque hay un bebé, porque ya hay otro que puede volver a nacer, la evolución sigue”?
No, señor, lo único que ocurre es que se cotilleará sobre la madre y el niño.
¿Y ahora qué ocurre?
Zas.
Pero sigue siendo un asesinato, es desintegración para la vida de usted.
Porque uno acaba de dejar atrás los años de la pubertad, señor, cuando hay menstruaciones, claro ya se es madre y se está lista para dar a luz, hasta allí se remonta.
Y entonces estamos ante la conciencia natural, responsabilidad, se desarrolla la unión divina, se materializa y empieza a tener sentimiento espiritual.
Y un carácter que ya existe cuando el crío despierta en el cuerpo, el espíritu.
¿Qué vamos a hacer cuando tengamos veinte años, veinticuatro, veinticinco, treinta?
¿Qué hacemos con nuestra vida por nuestro matrimonio, por nuestro ser uno?
¿Pues?
¿Qué más quieren saber ustedes de esto?
(Jozef continúa leyendo):

“¿Cómo tenemos que ver esto?
¿Cuando vivimos unión y hacemos lo posible para no engendrar el fruto?”.
Señor, entonces tenemos anemia, estamos locos y psicopáticos, y estamos tan tremendamente dementes y locos, no solo física y espiritualmente, sino que tocamos el timbre en el paraíso, y queremos verlo todo, y entonces lo conseguimos y prendemos fuego a todo.
¿No es cierto?
Prendemos fuego al paraíso.
Así somos nosotros.
Y todo el mundo comenzó con eso.
Todos nos hemos dedicado al canibalismo, todos hemos estado locos, señor.
Antes todavía no se tenían esos centros psiquiátricos de ahora, porque entonces andábamos por alguna parte en la jungla, y entonces dábamos de esos pequeños gritos, ya saben: “Huwhuwhu, huwhewhe”.
No, no se entendía, porque en esos tiempos todos gritaban así.
Claro, ya se quieren poner a reír, pero yo no lo hago.
Pero allí gritábamos.
Y ahora siguen gritando en la sociedad, pero no hay quien los entienda.
Tener hijos, señor, es lo más sagrado de todo, lo más sagrado de todo lo que hay.
El ser uno humano es un viaje divino al espacio, es el hacerse uno con los planetas y las estrellas.
Es Dios.
Porque es el renacer que está en nuestras manos.
Es la paternidad y maternidad.
Si la madre todavía no se conoce a sí misma, se lo enseñarán las esferas y las leyes y los planetas y las estrellas; la madre es lo más sagrado de lo sagrado en este mundo, para la tierra y para todos los espacios creados por Dios.
Así es.
Una vez estuvimos hablando aquí por la noche sobre los ricitos espirituales, pero ¡a ver si son capaces de rizar aquello!
¿No les parece?
¿Algo más señor?
Reflexiónelo, así lo sabrá.
Lea ‘El ciclo del alma’, lea ‘Una mirada en el más allá’.
(Señora en la sala):

—¿Señor Rulof?
—Dígame, señora.
(Señora en la sala):

—¿Entonces en realidad es un asesinato?
—¿Qué cosa?
(Señora en la sala):

—No querer tener, engendrar, hijos.
—Señora, es peor que un asesinato.
(Señora en la sala):

—Pero entonces todavía no ha descendido el alma, ¿no?
—Quien lo vive y recibe, y lo vuelve a reenviar, al menos ha vivido algo.
Pero quienes no quieren vivir nada de nada...
No quiere, no quiere...
Sí que quieren vivir algo, pero no recibirlo, ¿eso quiere decir usted?
(Señora en la sala):

—No, quiero decir que entonces todavía no ha descendido un alma en esa madre, ¿no?
—Piensa usted que...
Bueno, sí, me trago algunas cosas, mejor no lo digo.
Vuelvo a precipitarme.
Señora, en la vida no ha descendido alma alguna, ninguna.
Desde luego que hay estados por los que la madre y el padre no pueden dar a luz ni crear, porque entonces no hay fecundación.
Y entonces tampoco se está en armonía con la vida que atraerá usted.
Solo podrá atraerlo cuando usted esté lista.
Y lo extraño es que hay madres con quince, dieciséis hijos, o sea, uno tras otro, y entonces se dice: “Mira esa pareja de conejos”.
La gente se pone a increparlos.
No saben que lo hacen por ellos y que allí sucede algo por lo que tienen la vida.
Hay millones de personas que deben la vida a esos cien millones de personas que han tenido allí doce, quince, veinte, hijos.
Porque el resto en nuestras vidas, sí que tenemos...
Dios santo, la de cosas que aprendemos en una sola vida, seguimos teniendo una conciencia animal.
Si leemos libros y conocemos leyes y hacemos todos los viajes, y no empiezo a hacer esto, lo otro, aquello, no significará nada; porque estamos ante la realidad.
Y el mundo entero arroja todo por la borda y pisotea todo y rompe todo.
¿Cuántos millones de hijos llegarán a estar hoy ante la faz de Dios?
¿Cuántos?
¿Hoy?
Y eso sobre ese millón de nacimientos... esto continúa cada segundo, hermana, cada minuto, cada millonésima de un segundo hay alguien que muere —no muere nadie en absoluto—, que regresa a ese ciclo, eso sigue.
Eso ya es así desde que comenzaron las creaciones, desde que Dios se manifestó, es cuando empezó.
Y ahora el ser humano atraviesa el ciclo de la tierra, para la materia y el espíritu, el otro lado, más allá; el Omnigrado está ahora allí.
¿Cuántos asesinatos se cometen en este momento debido a que los niños, la vida, vuelven a ser arrojados a la faz de Dios?
Y eso tiene que volver.
Porque esa alma nacerá a tiempo.
Sí, también se lo puedo explicar de forma cósmica, porque entonces no tendrán la oportunidad, señora y señor, de lanzar esa vida de vuelta.
Por eso no solo son materialmente dementes, sino también espiritualmente.
¿De verdad que pensaban que...?
Si de verdad quiero empezar un día cósmicamente...
Ahora tengo que empezar a pensar humanamente, ahora voy a dar la respuesta espacialmente, puedo darles la respuesta divina.
Esta noche aquí soy Dios, ¿y de verdad que pensaba usted que si les daba mi vida y mi luz y mi paternidad y maternidad, de verdad pensaba, señora —solo tiene que reflexionarlo un poco, señor— que me lo podría volver a arrojar usted a la cara y que yo no sabría lo estúpida, lo raquítica que sigue siendo en ustedes esa vida, esa conciencia?
¿Y de verdad que pensaba que un Dios de amor, un Dios de justicia —la psicología divina se llama cosmología— que Él no sabe que ustedes no son capaces de comprender Su vida?
Claro, claro, claro, y el mundo se ríe.
Y el mundo reza.
Y el mundo continúa.
Y la gente hace eso.
Basta con que vean ustedes esa desgracia.
¿Quién puede darles una respuesta?
Yo, por medio de los maestros, y estos, a su vez, por los suyos, y al final estarán ustedes ante Cristo, que dijo: “No mates, si no quieres que te asesinen”.
Sí.
Vaya, vaya, vaya, iglesia católica: hazte cardenal.
Allí van.
“Oye, mira esas alas de sartén”, decíamos antes.
¿Saben lo que son alas de sartén?
Mariposas.
Alas de sartén, así las llamábamos.
Van por allí con medio kilo de encaje, con el que puedes hacer delantales sin gastarte dinero, con mitras como la de San Nicolás, con un revólver a su lado a modo de tenazas, igual que el obispo de España; y por dentro están secos como arena.
Salamalaikum.

(Risas).

Sí, señor, salamalaikum.
Vaya, pero ¿ahora de qué está hablando?
(Señora en la sala).

—No, esa voluta es un pincho para cazar lombrices.
—En realidad, ¿qué cosa es esa?
(Señora en la sala).

—Un signo de interrogación.
—Ah, sí, él mismo, y con esa cosa, son signos de interrogación.
Y ese tipo encima me oficia una misa, porque me hago madre.
Sí.
Pues, vuelve a enviarme algún día el catequismo, entonces Roma entera me echa a patadas de la iglesia.
Señora, ¿tenía algo más, hermana?
(Señora en la sala):

—No, tengo que procesarlo todavía un poco.
Vaya, pues tampoco es que sea para tanto.

(Risas).

A mí no me parece más que corriente y moliente.
(Señora en la sala):

—¿Le parece?
—Sí.
Sí, señora, todo me parece normal en este momento.
Hágase rica por dentro.
No se sienta nunca jamás irritada ni golpeada, hágase espaciosa, hágase...
¿Cómo dice?
Señora, entonces dilátese.
Y no viole la paternidad ni la maternidad.
Sí, ya me gustaría tener hijos.
Pero mañana aparecen con cuarenta.
Entonces no puedo hacer otra cosa, es imposible.
Ser maestro de escuela es divertido.
Señor, ¿tiene alguna cosa más?
(Señor en la sala):

—¿Señor Rulof?
—Dígame, señor.
(Señor en la sala):

—En el fondo, ¿es posible que cuando dos personas son una y ninguna de las dos es capaz de atraer vida conscientemente, que pueden ser allí uno en pensamiento o en la ejecución del acto?
Quiero decir: en el acto, ¿no yace... no subyacen al acto los pensamientos del ser humano mismo, es más, aquellos por los que en el fondo no pueden vivir el ser uno?
—Señor, le podre... bueno...
Hay de esos psicópatas...
En Assen hubo una vez un señor... vino a verme y quería contarme, con una patraña deliciosa: que físicamente era uno que daba gloria, y que era tan maravilloso.
Digo: “Vaya”.
Digo: “Ahora tendré que salirme a la calle, ¿verdad, Jan?”.
No, eso no era nada.
Señor, ¿de verdad cree que el ser uno humano significa algo para el espacio?
Sí, para la madre sí.
Pero nosotros, como hombres, caminamos al lado de la creación.
Señor, realmente, es verdad, y no hace falta que se lo...
Puede hablar usted tranquilamente en público.
Una vez, en esos años, oí en Pomona (un hotel de La Haya) a un hombre que habló de la vida sexual.
Pienso: ‘Vaya, eso sí que está bien, porque este hombre al menos no se anda con medias tintas.
Y dice: “Sí, niños, chicas y chicos, he de hablar”, también había gente de edad avanzada, tan sencillo como eso.
Pero ahora, bueno, hay que ver las majaderías que ha contado ese hombre.
Sin embargo, ¿de verdad pensaba convencerse de que las esencias divinas en el ser humano están sujetas al carácter humano si hay amor?
Dicho de otro modo: ¿quiere hacerme creer que lo corporal recibe palizas porque el ser humano no es uno con otro?
Sí, es posible.
Porque es una cuestión de sentimientos.
Y es por los sentimientos que la materia es obligada a dividirse, ¿verdad?
Así es como lo hizo Dios en las creaciones.
Él se dividió de la maternidad y la paternidad, y entonces se desgarró el universo.
Así sigue siendo dentro del ser humano y para el ser humano.
Y, claro, no es que no tenga razón, señor, pero entonces ¿ante qué nos encontramos?
¿Ante qué estamos cuando habla esa ley a la que usted se refiere?
¿No lo sabe?
Vaya, pues, señor, cuando se lo diga enseguida, dirá usted: “Bah”.
(Señor en la sala):

—... el aura.
—¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—... el aura material.
—No, señor.
¿Dónde estamos cuando hablan esos sentimientos, señora, señor?
¿Perdón?
¿Cómo dice?
¿Sí?
(Una señora en la sala dice algo).
Mire, en la primera esfera.
Si quiere usted vivir esa santidad espacial y espiritualmente, señor, encárguese entonces de estar en armonía con todo, para la palabra, para el pensamiento.
Cuanto más amor tenga usted por el hombre y por la mujer, señor, más profundamente llegará a ver el ser uno divino; y entonces, ciertamente, tendrá usted la sintonización divina, señor, y cada uno saldrá volando en pedazos de tanta felicidad.
¿No es así?
Y eso lo conocemos todos, señor.
Pero ¿qué significa eso de lo que habla usted?
Si quieres crear y dar a luz, señor, no se da lo que es ir a contracorriente ni desintegración.
Porque eso también se lo puedo explicar, señor, incluso el psicópata siente que todavía le entra la necesidad de la creación y el alumbramiento, porque una mujer en el manicomio, señor, sigue deseando, igual que el hombre.
Y cuando una criatura de esas está allí, señor, y está allí manoseando el cuerpo y hace algo, señor, ya puede convencerse usted de que todo eso no es más que pasión.
Y no piense para nada que cuando un perro sale corriendo por la puerta y se pone allí, un machote de estos que se pone cuatro semanas delante de la puerta de usted, y la perrita no sale, entonces uno dice: “Pero allí no está la perrita Mientje”.
Es que él lo huele.
Pero nosotros hemos depuesto y fragmentado nuestro órgano fonador, y el olfativo y nuestras antenas, nos hemos echado de la naturaleza a patadas.
Ya no sentimos nada, señor, porque nos hemos hecho tan duros como una piedra.
Ojalá lo fuéramos, ojalá.
No, señor Berends.
Si usted de verdad está creando, señor, uno se queda al margen y ya no tiene nada que decir como sentimiento, porque entonces Dios hablará en nosotros.
Porque el ser uno del ser humano es dividir, es mezclar, es el ser uno de la paternidad y maternidad divinos.
Así que, señor, cuando eso habla la personalidad se arma un lío con la sociedad y la naturaleza.
¿No es así?
Sí, sí que lo sabemos.
El matrimonio tiene grados.
El sentimiento tiene grados.
Hay sentimientos que son tiernos, reconfortantes, que portan.
Un ser humano que da golpes y patadas, y que gruñe y lloriquea y que hace todo; señor, ¿cómo vas a poder amar esa vida?
Eso quiere decir, ¿verdad?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Claro, señor, entonces uno se parte el cuello espiritual.
Y ahora también es verdaderamente humano.
¿No le parece?
Porque así es como quiere resaltar lo divino, lo espacial, de cara a lo humano, y entonces verá usted aquello que es suyo y aquello que pertenece a la creación.
¿Ha quedado claro?
(Un señor en la sala dice algo inaudible).
Gracias.
¿Quién de ustedes?
¿Y por qué y para qué, señora, vamos a rezar?
¿Que esa madre o ese hombre va a deformar el carácter de ella?
Vaya; por Dios, empiecen a sentir cariño y cariño y cariño, entonces tendremos la vida...
Sí, gente, si de verdad tienes cariño, sus vidas también empezarán a ampliarse dando a luz y creando.
Y él dijo esto y ella le dijo aquello.
Y allí tienen faroles, chistes, desintegración.
Vayawrbaya.
Escuchen.
¿Qué piensan... cómo piensan, luego detrás del ataúd —les digo: ¡aquí está la eternidad!—, cómo piensan imaginarse allí esas cosas?
¿Como aquí?
(Señor en la sala):

—Como es uno mismo, allí tendrá que seguir, en su propio estado...
—¿Y a dónde iremos a parar entonces, señor Berends?
¿A dónde iremos a parar entonces?
¿Dónde volveremos a vernos?
(Señor en la sala):

—Pues, creo que no nos volveremos a ver para nada.
Por el momento seguramente que tendremos que ser totalmente para nosotros, y estar alrededor de ellos en el frío...
—Usted al menos sigue siendo honesto a partir de esa esencia, gracias.
Sí, él irá, ella irá.
Ah, sí: “Ya te veré luego”.
Señor, solo podrán verse, señora, cuando alberguen en todas esas fuentes la justicia y el amor de las leyes divinas, y para ellas.
Un amigo mío, que mucho me ama aquí, también tiene que poder profesar ese amor.
No me gusta un único amor.
No puedo vivir de un ser humano que no ame más que a un solo ser humano.
Allí me asfixio.
¿Usted no?
Eso se convierte en un amor poco variado, aislado, señor, Dios ya no lo tiene, ya no lo tiene con ningún espacio, con ninguna naturaleza...
Son de esas personas que solo se aman a sí mismas.
Sí, siempre añado: “No voy a aguantar la vida”.
Yo he aprendido, señor, usted todavía no.
Hay personas que se ponen de los nervios por otros seres humanos.
Sí, si hace falta.
Si hace falta cien mil veces, señor.
Precisamente cuando hay que enmendar, señor, hay que tener cuidado, porque sigo habiendo hecho el mal.
Y más tarde aprendí.
Y entonces supe que no tenía que hacerlo.
¿Cómo nos hacemos sabios?
No: ¿cuándo nos hacemos conscientes para la sociedad, y eso directamente según el espíritu?
¿Y entonces paternidad, maternidad, Cristo, Dios, el Gólgota, Getsemaní?
Ya llevamos hablando aquí desde hace siete años, de Getsemaní, y ¿esa gente quiere experimentarlo? ¿Y qué sacan de allí?
“Ah, esa santidad, ¡menuda mañana, menuda mañana, qué maestros!”.
Santo cielo, ¿le sirve de algo al maestro que solo te lleves aquella lucecita de ese Getsemaní y que el resto lo tires por la borda?
Dios mío, me gustaría tener el libro ya.
Cuando luego lo tengan, léanlo pronto, así al menos podré empezar una lucha verdaderamente humana, solo entonces serán felices, cuando se atrevan a agarrar al toro por los cuernos dentro de ustedes mismos.
¿Es así?
Entonces la gente dirá: “Bueno, es difícil”.
Es difícil, a eso lo llaman “difícil”.
Dios mío, ¿es difícil morirse de hambre?
¿Tan mal la pasaron durante la guerra?
Entonces era posible comprar al ser humano por una papa (patata).
Sí, mujeres y hombres.
Sí, y todavía, si añades cinco florines.
La guerra y las desgracias fueron el tiempo más maravilloso, hermoso de mi vida, porque entonces la gente me seguía como corderitos.
Y ahora dicen: ·”Los drudels”.
Ya habíamos tenido aquí cientos de miles de personas, señor, cuando venían, pero se me iban.
Porque “es tan difícil”.
Difícil.
Luego me dirán ustedes: “Mejor habernos matado a palos, Jozef Rulof.
Porque qué feliz soy de haberme quedado escuchando.
Eso ya no me lo quita nadie, lo que tengo ahora”.
Si no empiezan con ello, es cosa de ustedes.
Pero ¿cuándo tenemos que rezar, señora, cuándo tenemos que rezar?
Ahora mejor recen por la felicidad espiritual.
Bueno, bueno, bueno, vayan por la noche, tan a gusto, o luego, ahora usted tiene cuarenta y cuatro años, ¿verdad?
(La señora dice algo inaudible).
Digamos ciento tres.
(La señora dice algo inaudible).
Bueno, pues un poco menos, no importa.
Ciento tres.
Métase en el sobre, señora, tan a gusto, a disfrutar, boca arriba, tápese bien, y entonces póngase a pensar un poco en Nuestro Señor, en su Dios.
¿No se hace eso?
¿Por qué no?
(La señora dice algo inaudible).
No, solo es un ejemplo.
Yo lo hago así, señora.
Ya no voy a ponerme más de rodillas.
(Señora en la sala):

—No, yo tampoco.
Pero entonces lo que pides es apoyo.
Pero ¿quién quiere usted que se lo dé?
(Señora en la sala):

—Dios.
—Y ¿qué le va a pedir entonces?
(Señora en la sala):

—Fuerza, para la vida de mi hija.
—Fuerza.
Esa fuerza, ¿para qué va usted a...?
¿Qué fuerza?
¿Cómo... cómo tiene que ser esa fuerza?
¿Para qué quiere usar esa fuerza?
(Señora en la sala):

—Pues, para ser buena, para hacer el bien...
—Sí, señora, pero no hace falta que lo pida, si lo hace, ya lo será.
Entonces no hace falta esa fuerza de Dios.
Si usted se dice con resolución: “Quiero hacer el bien”, no es necesario que la ayude Dios, ¿no?
Porque entonces esa fuerza ya está activa.
De lo contrario, esa fuerza tendría que llegarle desde el espacio.
(Señora en la sala):

—Pero te acompañan los espíritus protectores, ¿no?
¿Es que se les puede pedir algo?
—¿Los espíritus protectores?
(Señora en la sala):

—Sí.
—¿Quiénes son?
(Señora en la sala):

—Sí, ¿quiénes son?
—Ángeles de la guarda...
(Señora en la sala):

—Ángeles.
—Con... con... con... alitas.
Señora, un ángel protector no es capaz de darle nada al ser humano si el propio ser humano no se ocupa de conocer la confianza en sí mismo.
Yo antes también rezaba al ángel protector, y cuando lo vi, dijo: “Sí, pero no es conmigo con quien tienes que hablar”.
Digo: “Pero, eres tú, ¿no?”.
“Sí, Jeus”, dice, “sí que soy, pero ese ángel protector está en ti mismo.
Tienes que despertarlo”.
Porque Dios vive dentro del ser humano.
Dios, con Sus leyes y fuerzas todopoderosas, vive dentro de nosotros, señora.
Es que eso primero lo tiene que despertar con su voluntad, y entonces un ángel protector solo le podrá decir... imaginemos que tengo uno de esos a medias: “Señora, primero tiene que soltar aquello dentro de usted misma haciendo el bien, siendo amable, cordial, haga su vida”.
Y cuando alguien le pregunte algo, le responderá educadamente, ¿verdad?
Trabajará usted hasta reventar.
En primer lugar usted no es vaga, no es usted comodona, porque trabaja, aunque tenga usted ochenta o noventa años, trabaja desde la noche hasta la mañana, aunque se desplome, primero tendrá que consumir sus fuerzas divinas y humanas, porque para eso las ha recibido el ser humano.
Y entonces ese ángel de la guarda dirá por dentro: “Así va bien”.
Pero hay algo, y eso también es de Dios, es algo que todavía vive inconscientemente, pero por la voluntad fanática de usted para ser fuerte, ha hecho usted que hoy su chispa divina llegue a despertar para esto, y así es como Dios le habla a usted.
Si no conoce ahora ese camino y se va a un ángel de la guarda, como dicen los espiritistas: “Mi ángel de la guarda, mi líder espiritual dice esto y lo otro”.
Más no puede hacer, porque si de verdad fuera una persona espiritual y espacialmente consciente, diría: “Desciende en ti misma y despierta eso”.
Porque no te regalarán nada.
(Señora en la sala):

—¿Y si quieres rezar por otra personas para que mejore...
—Claro, claro, claro.
(Señora en la sala):

—¿Entonces una misma...?
—Señora, le ofreceré una imagen.
Rezar para otra persona para que mejore no le servirá a usted si ese hombre, ese sentimiento, no comienza él mismo con ello.
Aquí hay hombres que son increpados por la familia entera, es católico, y dicen: “¡Hereje!
Y ese tipo, ese hombre a donde vas, a ese habría que encerrarlo”.
Y él dice: “Voy a ir de todas formas.
Aunque recen hasta que el diablo lo destroce”.
Pero a ese hombre ya no se le puede destrozar.
(Señora en la sala):

—Se trata de mi hija...
—Señora, aquí hay gente, le ofrezco una imagen, aquí hay gente a la que le gustaría arrastrar hasta aquí al hombre, y el hombre a la mujer, y a la familia, porque entonces habrá felicidad, porque tienen el sentimiento.
Y otro dirá: “Largo de aquí con esa porquería”.
Y allí están luego.
Alguna que otra vez se consigue.
Pero entonces sale a la luz algo muy diferente.
Aquí hay gente que lucha por tener conciencia.
Una mujer es el ser más poderoso para el espacio, y si el hombre no lo quiere, y la mujer sí, por ejemplo, entonces ese hombre también está en la sociedad y es más pobre que una rata, y así ya no puede experimentar el placer y el sentimiento espirituales ni la felicidad espacial de esta personalidad como madre.
Y entonces nos vamos al señor Berends, y eso es lo que quería decir; es cuando recibes una bofetada en plena cara.
¿Entiende?
¿Y ahora se quiere poner usted a rezar por un ser humano, y cambiarle las ideas para bien?
Señora, eso no funciona, y es imposible.
Mussolini se fue a Abisinia (Etiopía).
Y cien millones de católicos y protestantes y protestantes reformistas, y todo ser humano biempensante, dijo: “Muso, ¡no vayas!”.
Se le dijo amistosamente, porque eso ni siquiera existía.
No dijo “Mussolini”, sino “Muso”.
¡Pero allí fue!
Y todos esos rezos... las iglesias estaban abarrotadas, y Muso que pensó, Mussolini pensé: “Bueno, mejor déjalo, puntu del ance del anco”, y allí fue.

(Risas).

Y eso en ’s-Heerenberg lo decimos así: “Que te den los drudels”.
También sé italiano, el problema es que lo entiendas.

(Risas).

Señora, se fue a Abisinia.
Pero como se dice en ‘Los pueblos de la tierra’, vuelve a perderlo; porque de haber podido hacerlo antes, lo habría conservado cincuenta, cien años.
Antes íbamos a Indonesia, señora, hace trescientos años, Jan de Wit, y Jan Pieterszoon Coen, ¿cómo se llamaba ese muchacho?
Piet Hein también estaba, creo.
Y Hendrik de Groot y Jan de Visser.

(Risas).

Y también hubo un tal Herman de Koster.
Y allí, señora, allí hemos llevado cultura, señora.
Hemos incendiado kampongs (pueblos) porque no querían.
Y después nos echaron a patadas.

(Risas).

Y todavía íbamos a llevar allí millones de soldador para salvarlo, pero tuvimos que traerlos de vuelta a casa, qué bien.
Y ahora seguimos teniendo un montón de canadienses...
¿Cómo se llaman?
Ahora están haciendo chapuzas allí, durante cinco meses, con esos pobres diablos que han luchado por la corona y la patria.
Ay, ay, ay, esa política de ustedes me pone mal.
Digo: “Para ya, fuera de mi espacio, Willem”.
Sí, se lo digo a Willem, el de la panadería.

(Risas).

“Para tatuar a esas pobres almas de allí”.
¿No?
¿Cómo se llaman?
¿Albaneses?
(Gente en la sala):

—Amboneses.
—¿Cómo?
¿A ver?
(Gente en la sala):

—Amboneses.
—Ah, sí, amboneses.
¿No es triste eso?
Esas criaturas tienen una fe como una roca en Su Majestad.
Lo leí anoche en el periódico.
Nuestra reina Juliana —un encanto— se fue a Winterrust; resulta que hay una niña pequeña que era de esa gente y la da flores.
Pienso: ‘¿No se te cae el alma a los pies ahora?’.
Pero, Dios mío, Dios mío, ¿es esto justicia?
¿Sí o no?
Y entonces...
Pues no sé lo que hizo ella.
Pero, Dios mío, yo les habría mandado hacer un viaje alrededor del mundo, para enmendarlo, porque la quieren, reina.
Y aquí los machacan en una plantación.
Y si dicen algo, encima hay bronca y los masacran.
Bonito país, bonito pueblo, ¿verdad?
Bonita justicia.
Señor y señora, ¿quieren rezar por eso?
Si a esa gente maldita...
Esa gente también tiene una fe, en primer lugar ya creen en la justicia material, social, y se llevan un chasco.
Y entonces, ay, ay, ay, ¿qué ve usted de la vida?
Rezar para que se le permita a uno volver a casa.
Aquí padecen frío y pobreza, y dejaron la piel por la corona y la patria, y ahora les toman el pelo.
No lo saben.
Todo ese tejemaneje.
Por ese tejemaneje quisieron morir.
Murieron bastantes, señora.
Fuimos a Indonesia, señora, para llevar la felicidad y el bienestar.
Y la gente rezó, porque dimos color a los estandartes mediante la autoridad y la ayuda de Dios, y las condecoraciones allí están colgadas.
Sí, esos trocitos de hojalata.
¿Entienden? ¿También rezan por eso?
“Basta con hacerte general para ser un matón”.
Se lo dije a un almirante en mi casa.
Digo: “Señor, aquí no es usted general”.
Una vez tuve a un sargento holandés en mi casa, a un sargento, el comandante supremo.
Digo: “Aquí en mi casa ni palabra sobre soldados, o lo arrojo por las escaleras”.
Dice: “Es que para eso no he venido”.
Digo: “¿Entonces para qué?”.
Digo: “Quítese entonces esas condecoraciones de pacotilla del abrigo”.
Digo: “Ahora no podemos ponernos a hablar de la Universidad de Cristo”, digo: “porque llevas puñales en el bolsillo”.
Y me dice: “La próxima vez vendré de paisano, señor Rulof”.
Digo: “Gracias”.
Y el que se va.
Pues dos meses después vino de paisano.
Digo: “Hola, colega”.
Vaya, que si lo hago en la calle me habría echado con la mirada.
Pero él estaba buscando a Dios, también él quería rezar.
Digo. “¿De verdad?”.
Digo: “¿Todavía tengo que enseñarle a rezar”.
No se puede rezar por una niña, señora.
No puede usted rezar por su hija ni por su padre ni por su madre si a ellos no les da la gana de ser buenos, porque todavía sean psicopáticos, inconscientes.
Para eso hacen falta vidas.
Y usted no puede rezar: “Dios, protégeme”, si usted misma no va por la vereda armoniosa.
Y empiecen algún día, ¿no?
Puedo explicarle cien mil problemas si no tiene que rezar.
Porque una oración no les ayudará si piden algo que usted misma es demasiado vaga de hacer despertar.
Desde luego.
¿Tiene alguna cosa más?
¿Y qué es lo que quería someter a sus rezos, señora?
¿Que su hija tiene que ponerse sana, cuando tiene que morir?
No funciona.
Me viene a ver una señora, tengo las pruebas.
Digo: “Señora...”.
“Sí, he oído hablar de usted.
Vengo por mi hija”.
Una niña de siete.
Entro.
El maestro Alcar dice: “Ya se ve”.
Digo: “Señora, va a morir gloriosamente”.
Pienso: ‘¿Cómo conseguir serenar a esta gente’.
Hu, hu, hu, hu.
Pienso: ‘Vaya, vaya, vaya, ¿dónde me habré metido ahora?
No me queda más remedio que contarles la verdad, digo: “La cría se va a morir gloriosamente’.
Digo: “Pero no hay muerte, señora”.
Digo: “Porque la criatura se marchará y se irá al mundo de lo inconsciente, volverá a nacer, luego quizá.
Pero esta criatura irá a la eternidad y allí seguirá hasta la séptima esfera, y después más y más hasta Dios”.
“Ya, pero pierdo a mi hija”.
Y rezando y rezando.
Después a la iglesia, velas y todo, y después esto.
Pero la cría se fue.
Y allí se quedó la madre.
Señora, si no puede usted aceptar las leyes de las que estamos hablando aquí, que su hija tiene que morir, señora, no podrá rezar por nada, porque el ser humano no conoce a Dios, ni su oración, ni a Cristo, ni la vida, ni la muerte, ni el espíritu, ni el alma.
El ser humano es un psicópata en el espacio de Dios.
Sí, y ahora estoy acatarrado y todo, y me pongo como un energúmeno.
Y esta tarde estaba rezando, digo: “Por favor, dame la fuerza de mi voz”.
Digo: “¿Qué?
Bueno, entonces la convertiré en una voz rota.
Pero lo que es hablar, hablaré”.
Y para eso no me hace falta rezarle a Nuestro Señor.
Una vez fui a Diligentia, ya no tenía voz para nada, y me las arreglé en un pispás.
Y entonces el maestro Zelanus dijo: “Bueno, puedo hacerlo una vez, no siempre, pero ya lo eludiré”.
Y entonces apareció una voz de barítono.
Y cuando volví a bajar del escenario... digo al señor...
Dice: “Sí, yo también me estoy volviendo loco, porque ya no reconozco su voz”.
Digo: “Yo tampoco”.
Digo: “Pero, ¿qué ocurría?”.
Dice: “Un barítono, oígalo usted mismo”.
Digo: “Surgió de alguna parte”.
Digo: “Fue Dios”.
Y entonces lo dije allí de tal forma que alguien lo oyera.
Y dice: “Ja, ja, ja, ja.
¿Lo ves?
Ja, ja, ja”.

(Risas).

Digo: “Esta mañana ha hablado aquí Dios, porque me he quedado sin voz”.
Digo: “A ver, vete detrás de esa”.
“Pues”, dice, “rarísimo”.
Pero es que me había quedado sin voz, señora.
Y tampoco me habría hecho falta rezar.
Una mañana estaba en la cama, señora...
¿Para qué quiere rezar?
Ja, ja, ja, permítanme que me ría de sus susurros.
Cierto, soy severo y duro, señora, pero para sus susurros hago... allí le ofrezco volar un ratito por el espacio.
Al enseñarle a pensar de otra manera pongo en sus manos un cordelito, que la conecta con billetes de diez florines y con pequeñas águilas doradas.
Y entonces, claro, verá dinero en el bosque, como yo.
Estaba en la cama con lumbago.
¿Sabe usted lo que es eso?
Entonces es imposible hacer aquello.
Y el maestro Zelanus dice: “¿Quieres, André?”.
Digo: “Sí”.
Dice: “Entonces vamos a ponernos a hablar esta mañana”.
Digo: “Sí”, digo: “pero entonces tú tendrás que sacarme de la cama”.
Dice: “Bien, ya lo haré”.
Dice: “A ver, dame un diez por ciento”.
Digo: “Ya no tengo nada.
No es posible”, digo: “porque allí hay un músculo, no es posible así como así”.
Hay cosas que me obligan a obedecer a mí también, ¿verdad?
A veces ocurre.
Y entonces ocurrió algo.
Algunas veces también me he desmaterializado, señora, entonces me quedé tirado debajo del tranvía, la línea 3, en la calle Laan van Meerdervoort, y atravesé el conductor, la electricidad, la gente, di un bandazo hasta el otro lado, sin más, y llamé a la puerta, y entonces la gente dijo: “Tú lo que eres es un fantasma”.
Digo: “Sí, señora”, digo: “tiene un poco esa pinta, porque lo fui yo, en efecto.
Pero ahora vuelvo a estar en mi caja torácica”.
Y digo: “Señor, ¿tan grave estoy?”.
Dice: “Míralo tú mismo”.
Señora, parecía un cadáver, porque me había desmaterializado.
Pero aquella mañana con Diligentia... rezar por el lumbago.
Y cuánta gente no hay que no asiste a misa cuando tienen una cosita en las espalda, en la cabeza, a escondidas, ya sabe.
Ejem, y diez florines para un pobre, eso ayuda aún más.
Le dije a Crisje: “¿Qué haces rezando siempre?”.
“Bueno”, dice: “es que le he dado a ese pobre cinco florines”.
Digo: “Bien, entonces la creo, eso de rezar de todas formas no sirve”.
Pero en La Haya nos fue sorprendentemente bien, déjeme que empiece por allí.
Si Crisje no hubiera rezado tanto, señora, no me encontraría aquí

(Risas).

De veras.
Y si mamá no hubiera hecho eso, señora, tengo que confesarlo honestamente, no lo habría tenido ahora, vaya, y ahora sí que lo tengo.
Digo: “Mamá, mamá, si no hubiera rezado usted tan bien por nosotros, ¿qué habría sido de mí y de Bernard y de Johan?
Nada, nada, nada de nada”.
(Señora en la sala):

—¿Lo dice en serio?

(Risas).
—Señora, me levanté de la cama, le di al señor... al maestro Zelanus, al señor Zelanus le di tanto sentimiento...
(Dirigiéndose al técnico de sonido):

Me quedan dos minutos, ¿verdad?
... me agarró y me vestí...
Qué manera de prepararse...
Cierto, esa mañana tenía un aspecto un poco descuidado, pero me fui así, sin más, bajando por las escaleras, a Diligentia.
Me sacaron a rastras del coche, gimiendo, iba andando así, ya saben, igual que una bailarina, agarrada por delante.
Di unos pasitos extra para llegar a los camerinos.
Y cuando empezó a sonar el Panis Angelicus, el maestro Zelanus dijo: “Vamos, levántate.
A ver, ponte en jarras, André”.
Digo: “Bien”.
Dice: “Ahora te voy a adoptar”, y se fue, se subió al escenario y tenía un barítono.
(Señora en la sala):

—Pero entonces recibió además una fuerza del maestro, ¿no?
—Sí, señora, pero ¿por medio de qué?
Por las leyes ocultas.
Por embargarse el organismo.
Por la doctrina metafísica, para la que exprimí a fondo mi sangre y a la que di todo.
Y entonces me adoptó.
Así que era posible hablar por medio del trance, señora, o no podría haber dicho allí ni una palabra.
Y para eso no hacía falta Dios, ni Cristo, porque era una cosa entre los maestros y yo, entre el maestro Alcar y el maestro Zelanus.
Y la gente, cuando terminó la conferencia...
“Fue impresionante”, dijeron.
Y cuando bajé del escenario y volví en mí, Jeus de la madre Crisje volvió a derrumbarse como si nada, ya no me quedaba ni una gota de fuerza.
Señoras y señores, recen, allá ustedes, pero pregúntense primero dónde quieren empezar.
Hasta la semana que viene.
Señora, ¿otra nochecita como esta?
(Señora en la sala):

—Se lo agradezco.
—Y yo a usted.
(Suenan aplausos).