Jeus y su maestro

Cuando se avería un coche, necesitas a un mecánico para repararlo y, desde luego, conocimientos del oficio.
Semejante oficio exige de ti que hagas un estudio minucioso de lo que por lo tanto pertenece a la máquina.
Igual que Jeus, muchos chóferes nunca lo aprendieron; se suben de un brinco a un coche así, aprenden a conducirlo, pero cómo está armada una cosa de esas en realidad, ¡de eso no saben nada!
Tampoco Jeus, porque no lo ha aprendido.
Y si quieres el coche reparado, otra vez cuesta dinero, y si no tienes muchas reservas, piensas ‘Ojalá supiera hacerlo yo mismo, así por lo menos me ahorraba esos gastos’, porque sigue siendo un monto grande.
Las cosas como son: sí que se puede hacer, pero si pagas los coches a plazos, siempre hay preocupaciones, primero tienes que ganarte los coches si quieres poder decir, “Ahora ya todo pinta mejor, y las cosas van con un poco más de tranquilidad”.
Pero ¿qué quieres?
Se ha averiado un Citroën.
El mecánico que iba a reparar el coche está enfermo y si está parado más tiempo, será más caro todavía.
Jeus cavila hasta calentarse los sesos.
Si tan solo supiera hacerlo, ya habría desmontado el coche.
Pero no es así, y ante eso también tiene que inclinar la cabeza.
De pronto Willem vuelve a él, no supo nada de esta vida durante mucho tiempo, ni tampoco le hacía falta ya.
Jeus oye que dice:
—Eso lo resolveremos en un pispás, Jeus.
—Pero... —le contesta—, nunca he visto un coche así desarmado, claro, por supuesto, he visto esas piezas, pero ¿cómo está armada la máquina, Willem?
¿No es demasiado peligroso?
—¿Has olvidado, Jeus, de lo que soy capaz?
—Eso no, Willem, pero no es cualquier cosa.
—Y sin embargo, Jeus, vamos a desarmar esa cosa, ponerle partes nuevas y volver a armar la máquina perfectamente.
Eso puedes dejármelo a mí.
Jeus se entrega a Willem.
Primero a los chicos no les parecía buena idea, pero él se hace responsable de todo.
Es un tipo raro, este Joost, eso los muchachos lo saben, pero: para desarmar un motor hace falta dominar la materia, pero tú sabrás, si no lo logras, tendrás que pagar.
Ya lo han conocido, es una persona extraña.
El hombre de Scheveningen, que por casualidad cargó gasolina en su garaje, ve a Jeus y pregunta:
—¿No eres tú ese chófer de Scheveningen, ya sabes, cuando me tuvieron que remolcar el coche?
—Soy yo, señor, ese hombre soy yo.
—Te doy cien florines si me dices qué es lo que fue.
No me deja dormir, todo el tiempo me anda persiguiendo.
—Miré a través de la máquina, señor, si quiere saberlo, se atascaba la escobilla de carbón.
—¿Y eso usted lo vio?
—Lo vi, señor.
—Entonces qué hace aquí todavía en esta porquería, usted es apto para algo mejor.
—Es cierto, señor, pero tal vez todavía venga.
Ahora el hombre lo sabe, pero ahora, a seguir.
El coche queda desarmado y ahora Willem le cuenta todo lo que tiene que ser renovado.
Nuevos resortes, juntas, van a buscar esas cosas, Willem examina profesionalmente cada una de ellas.
Willem le transmite sus conocimientos y las cosas marchan solas, solo que Jeus recibe su sabiduría desde detrás del ataúd humano.
Lo siente y lo comprende, ¡es un milagro imponente!
Pero eso no lo ven ni lo oyen los otros muchachos, para ellos ¡él mismo está trabajando!
Willem vuelve a armar la máquina infaliblemente.
Jeus está ante lo difícil, hay que poner el imán, esa cosa tiene que estar ajustada y sintonizada de manera exacta, y eso sabe hacerlo Willem.
Y los chicos ya están preguntando dónde ha aprendido todo esto.
Un poco más tarde, algo extraño lo sorprende...
Hay una señora parada allí que se muere del dolor en la boca.
Willem, igual que Jeus, la oye gemir.
Dice:
—Pasa tu mano un momento por esa mejillita, Jeus, y quita esos dolores, ¡sabes hacerlo!
Jeus sale de debajo del coche arrastrándose.
Le dice a la señora:
—Aunque tenga las manos llenas de grasa, madre, le quitaré un momento sus dolores... —Al mismo tiempo pasa la mano rápidamente por la mejilla y los dolores salen volando.
Es de lo más normal, lo dijo Willem y así es.
¿O no es cierto?
¿No se han ido los dolores?
La mujer lo mira y da gritos de felicidad.
¡Vaya milagro!
Jeus, ¿no sabías que puedes sanar?
No, de lo de antes hace ya tanto tiempo, ya no lo recuerda.
Pero más tarde sanarás a enfermos y eso es algo bastante distinto que esto de ser chófer, ¿no es así?
Pero aunque todavía falte un poco de tiempo, ¡llegará el momento!
Un poco después está otra vez debajo del coche.
Y otro poco después ha llegado el momento en que pueden arrancar el coche, ahora hay que demostrar que la máquina funciona.
Y sí, solo hace falta una vuelta de la manivela y el motor ya está funcionando, y ¡de qué manera!
Magnífico, el coche va a toda mecha.
¿Quién desarmó este motor?
Jeus de madre Crisje... fue Joost.
Lo felicito, el motor anda silenciosamente; es una delicia y ahora Jeus siempre puede encargarse de los motores, magnífico, así ganamos dinero.
Pero los demás son demasiado perezosos para pasarle una tuerca, mejor salte de debajo del coche, tú querías jugar al mecánico, ¿no?
Ya está viendo y viviendo los problemas, se mata trabajando para otro; lo que arreglas hoy, otro lo vuelve a descomponer mañana.
Dios mío, por favor, dame algo en mis propias manos, cómo cuidaré eso entonces.
Y también eso vendrá, Jeus, un poco más de paciencia, Casje continúa.
Esto fue una hazaña.
Los muchachos no lo saben; si lo supieran, se burlarían de Jeus.
Por medio de una personalidad astral... mundo... ocurrió este milagro, el coche anda de maravilla, ¡varios mecánicos de primer nivel tienen que admitirlo!
Jeus recibió de manera infalible la palabra y el conocimiento desde el mundo del espíritu, desde detrás del ataúd, pero entonces ¿qué pasaría si Casje diera un golpe de timón hacia la sabiduría cósmica?
Entonces ¿qué recibirá Jeus?
¿Y si Casje le contara todo lo que sabe de la vida y de la muerte?
Si Casje empezara a aclararle las leyes del espacio, la Biblia... ¿si hablara de los infiernos y los cielos?
¿Del nacimiento y de la “Reencarnación”, de miles de leyes y asuntos, que son todos problemas para el “yo” material de este mundo?
Entonces ¿podrá Jeus empezar con sus libros?
No, todavía no, también eso es un desarrollo aparte, aunque eso ocurrirá de igual manera, Jan Lemmekus, vamos hacia allí, pero ¡ese momento llegará irrevocablemente!
Ahora Jeus vive un milagro tras otro.
Miets, que trabaja en La Haya, se enferma.
Llaman por teléfono al garaje, tiene que ir de inmediato.
Los chicos de Crisje encuentran a Miets agonizando.
La pequeña Miets... ¿su única hermana está moribunda?
Van directamente al hospital, avisan a Crisje.
Cuando llega Crisje, Miets ya está donde su Largo, su hija se fue en una sola noche.
Crisje lo sabía, lo ha soñado, Miets moriría joven y a la edad de veintiún años, Miets se va a su padre... el Largo, y Jeus ha perdido a su niña, ¡a su Miets!
Él, que lo sabe todo de La Parca, pone el hospital patas arriba con sus gritos.
Era como si él mismo se desangrara.
Su corazón queda enterrado.
Es la misma pena que entonces...
Crisje tiene que consolarlo.
¡Es un golpe!
Miets desaparece debajo de la tierra, Jeus no logra comprenderlo, ¿por qué tuvo que irse Miets tan joven?
Su vida todavía no le sirvió de nada.
Crisje es enormemente fuerte, y es que lo sabía, y ¡lo que haga Nuestro Señor es bueno!
Él ya sabrá por qué tenía que morir Miets.
La vida sigue, Jeus, haz tu trabajo, más adelante volverás a ver a Miets.
Día y noche piensa en ella.
Después de siete meses vuelve a ver a su Miets.
Tiene servicio nocturno y él está solo en el garaje.
De pronto ve a Miets, así como antes veía a su Largo, y ahora a Willem.
Pero Casje lo conecta con su hermanita.
Miets no está muerta; vive.
Desde luego, y allí está su hija, su amor.

Miets le dice:
—¿Me ves, Jeus?
—Sí, Miets, por supuesto.
¿Cómo te va allí?
—Bien, Jeus, oh, me va tan bien.
Cómo lloraste por mí, Jeus.
—¿Lo sabes, Miets?
—Sí, podía oír cómo gritabas.
—¿Estás contenta con todo, Miets?
—Sí, por supuesto, y es que estoy viva.
De eso sabes un montón, ¿no?
—Sí, Miets, algo sé de eso.
—Soy tan feliz, Jeus.
—Entonces ¿no te gustaría volver a estar aquí, Miets?
—No, ni por todo el dinero del mundo.
—Para mamá fue un golpe duro, ¿lo sabes?
—Desde años antes, mamá ya sabía todo sobre esto, Jeus.
—Eso es cierto, Miets, lo sabía todo.
Qué bien que podamos hablar dialecto, ¿verdad?
—Claro, Jeus.
—¿No se te ha olvidado nada, Miets?
—No, nada, en este mundo lo sabes todo de ti mismo.
Qué pena que esto la gente no lo sepa, Jeus.
—Eso es cierto, Miets.
Pero ¿dónde está papá?
—Papá está trabajando, Jeus.
—¿Así que estás con él?
—Por supuesto.
—Y entonces ¿qué cosas te dice, Miets?
—De todo, Jeus, ya lo podrás entender, ¿no?
—Sí, lo puedo entender.
—Ya lo volverás a ver alguna vez, Jeus.
—Eso está bien, Miets, claro, ya me gustaría hablar un poco con papá.
¿No has visto todavía a ese Willem mío, Miets?
¿Y a aquel Largo mío de antes?
—A él también lo volverás a ver, Jeus, eso también vendrá todavía.
—Pero ahora ya no lo necesito a él, mi niña, seguramente ya lo ves, ahora tengo mi propio negocio.
Pero ¿sabías, Miets, que antes también ya sabía yo mucho de eso?
—No, antes no lo sabía, Jeus.
Pero ahora puedo entender todo eso.
—¿Alguna vez vas a echarle un vistazo a mamá, Miets?
—Sí, paso mucho tiempo con ella.
—¿Así que puedes hablar con mamá, igual que puedes hacerlo conmigo?
—No, pero sí puedo hablar con ella, solo que es diferente.
—Lo entiendo, entonces te metes dentro de mamá, ¿verdad?
—Sí, Jeus, y eso ocurre solo.
—También lo sé, Miets, así acabamos de desmontar un coche y lo volvimos a armar.
Ese Willem mío que tengo entonces se mete dentro de mí y así se puede.
Y así hablas tú con mamá, ¿verdad?
—Sí, Jeus, no voy a olvidar a mamá.
—Encárgate de eso, Miets, yo estoy desbordado de trabajo.
No dejes sola a mamá.
¿Alguna vez papá viene a ver a mamá?
—Él siempre está allí, Jeus.

—Dios mío, Miets, qué felices somos, ¿no es cierto?
—Sí, lo somos, Jeus.
Pero ahora tengo que irme otra vez.
Ya volveré a verte algún día.
Y ahora lo sabes, Jeus, ya basta de preocupaciones por mí, aquí he recibido todo de Nuestro Señor, que lo sepas.
—Lo sé, porque eras demasiado buena para este mundo, Miets.
—¡Adiós, Jeus!
—Adiós, pequeña Miets, que te vaya bien.
Miets se fue.
Por un momento, Casje tendió otro cordoncito, ahora se ha vivido conscientemente el contacto espiritual.
Ahora Jeus ya posee la clarividencia consciente y la clariaudiencia.
Va pasando la noche, le da vueltas, es un milagro sagrado para su vida y su ser.
También su pequeña Miets ha vencido a La Parca.
Esa buena Parca no existe.
No hay muerte, ¡Miets vive!
¡Volvió!
Mundo..., ¿esto no vas a creerlo?
Sí que creerás lo de Willem, pues eso se puede ver y vivir.
Pero ¿esto?
Casje continúa, ¡recibirás más pruebas!
Jeus oye cómo habla la personalidad astral.
Por medio de esto, le salva la vida a otra persona.
Una semana más tarde —otra vez tiene el turno de noche— tiene que ir a la estación de trenes.
Es de madrugada, el hombre se ha atrasado un poco y pregunta:
—Conduzca lo más rápido que pueda, chófer, tengo que alcanzar mi tren a Berlín.
Jeus ya va volando.
Se va por la calle Sportlaan, pasa volando al lado del agua hasta la avenida Laan van Meerdervoort, luego sigue petardeando, pero cerca de la calle Tasmanstraat, acercándose con una velocidad de ochenta kilómetros por hora, oye un grito fuerte, también el hombre detrás de él lo oyó, así de material fue:
—¡Alto! ¡Alto!
Jeus frena con fuerza, se detiene justo antes de la Tasmanstraat, pero en ese preciso momento sale de esa calle volando y por delante de él un camión lechero muy cargado, un camión de esos grandes, cargado hasta el tope.
De no haberse detenido, ese chófer lo habría hecho pedazos.
Entonces sigue volando.
El hombre detrás de él pregunta:
—¿También oyó ese “alto”, chófer?
—Por eso frené, señor, o habríamos sido historia.
—Es precisamente lo que quiero decir, chófer.
Pero esa fue la voz espiritual, ¿lo sabe?
—Lo sé, señor.
—Tengo que irme, pero ya volveremos a hablar.
Me salvó la vida, chófer, tiene usted un don, ¿lo sabe?
El doctor en ingeniería vuelve de Berlín.
Jeus tiene que ir a visitarlo.
El hombre le da una gran propina, pero Jeus ni siquiera quiere tener ese dinero.
—Qué hace allí, chófer, usted está destinado a algo diferente.
‘Sí que es extraño’, piensa, tanta gente que le dice eso.

—Sí, señor, eso ya vendrá, pero todavía no lo sé.

El doctor lo sabe, puede decirle a Jeus:

—Eres un médium con una clariaudiencia impresionante.
Es un milagro, pues habríamos quedado hechos pedazos por ese camión.
Tú eres una persona protegida, chófer, y bien además, tienes que hacer otra cosa.

Eso ya vendrá, señor, pero el propio Jeus no puede hacer nada por eso, de eso se encarga Casje.
Jeus se va y más adelante siente que la mujer del doctor le metió el dinero en el bolsillo.
Ahora está muy agradecido, el dinero le viene bien.
Mientras tanto, Hendrik siguió su camino, se largó a Estados Unidos, ay, qué chico, pero Holanda empezó a parecerle demasiado pequeña.
A Gerrit, que se enfermó y a quien usaban de conejillo de Indias en el hospital, lo trajo a su garaje.
El pequeño Teun, que trabajaba como camarero en el hotel con Gerhard, está con Jeus en casa, porque ese negocio no podía seguir, y también él tiene el sentimiento de seguir a Hendrik.
El pequeño Gerrit tendrá su oportunidad, ese se irá a Estados Unidos, Teun lo va a seguir.
Y tres meses después, el pequeño Teun consigue un empleo, pero antes de que también él se fuera, vio cómo Jeus recibía sus primeros “Dibujos” espirituales.
Willem sabe de mecánica, otros llegarán a él, y pintarán y escribirán a través de Jeus, y todo eso ocurrirá entonces por sí solo y al margen de su vida.
Mientras tanto, ha vivido otro milagro más; Casje le dio a ver algo.
Un chófer tiene que ir a Bussum; es el que ha estado libre.
Jeus volvió a tener el turno de noche, y luego sigue el día libre.
Por la mañana siente que habrá accidentes.
¿No tiene que ir él mismo?
Ve que cuando él conduce, nada ocurre.
Pero el chófer no está de acuerdo con eso, ¿quién va a querer creer en el futuro? ¿Quién puede creerle cuando dice “Tú volverás a casa con el coche hecho pedazos”?
Reflexiona sobre todo.
Ocurre cerca de Leiden, a las afueras de esa pequeña ciudad, allí cerca de la pequeña iglesia al lado de la carretera.
Jeus ve que el coche está en la calle, hecho cisco, pero las personas están vivas, tienen unos cuantos rasguños.
Pero ¿cómo demostrarlo?
Cuando le dice a Piet lo que ha visto, este se burla de él en su cara.
Y ya está allí Piet.

—Tienes que ir a Bussum, Piet, ten cuidado, las calles están resbaladizas.

—Sí, por supuesto, pero no es necesario que me adviertas.

Su cara larga ya lo dice todo.
Piet se va.
Allí vienen los demás.

—¿No tienes que ir a casa?

—No, me espero un poco más.

—Mejor vete, ¿qué es lo que quieres aquí?

—Voy a esperar un poco.

Media hora después suena el teléfono.
Es Piet, el coche está deshecho, desde las vías voló hacia el otro lado, y se estampó contra un árbol.
¿Ves? Ya me lo imaginaba.
Es un golpe.
Y ahora, a cavilar.
Cuando Piet vuelve, Jeus comenta su visión con él.

—¿Me habrías dejado conducir? —pregunta Jeus.

—No, ni aunque me hubieras pagado.

’Lo ves’, piensa Jeus, no habría podido evitar esto.
Entonces habría tomado en sus manos la vida de esos hombres, y la habría desconectado por completo, ahora esas personas estaban siendo vividas.
No, sea como fuere, ¡tenía que suceder!
Pero seiscientos florines de daños, ¿todavía no te dice nada?
Sin embargo, inmediatamente después de esto, Jeus conoce a su maestro.
¡Casje puede empezar, Jan Lemmekus!
En este momento va a manifestarse, pero ¡ahora como un maestro!
Una cosa es segura, toda esta empresa lo tiene más que harto.
Ya le gustaría hacer algo diferente.
Lo que ganas hoy, mañana lo vuelven a dejar hecho pedazos, ¡así uno no llega nunca!
Cuando llega a casa y está allí sentado, cavilando, cuando absolutamente todo le resulta vomitivo, cuando de cualquier manera no se le comprende porque es tan difícil —no puedes darles predicciones a la gente todos los días, así ya no tendrían vida, él puede comprenderlo—, entonces Casje vuelve a él.
Casje siempre estuvo allí, pero Jeus no lo sabe.
Mientras está sentado en la mesa, ojeando un librito de Gerrit, que aprendió un poco de inglés antes de irse a Estados Unidos —también él ya quiere saber algo de eso ahora, eso del “Pis Palace” todavía lo incomoda—, Casje se manifiesta ante su vida.
De pronto Jeus ve a una persona que camina por la habitación y ve que es un viejo pintor.
Enseguida pregunta:
—¿Quién es usted?
—Soy... —así arranca la conversación...— un viejo maestro en el arte pictórico.
¿Lo ve?
—Sí, lo veo.
Pero ¿qué quiere?
—Quiero escribir una cosita por medio de su mano.
Pero ya lo ve, también puede oírme, ya que estamos hablándonos.
—Sí, eso lo veo y también lo oigo, pero ¿qué quiere de mí?
—Soy tu... maestro, Jeus.
—¿Qué dice?
¿Me conoce?
—¿No me reconoces entonces, Jeus?
—No, no lo conozco.
—Dios, mi Jeus, me dio esta gracia.
Dios me dio la gracia de entrar en contacto con tu mundo.
Quiero trabajar por medio de ti y hacer algo para esta humanidad.
Y tú debes seguirme, tienes que aceptarme.
Fui yo, Jeus, quien te trajo a la ciudad.
Hice todo por ti, te enseñé a conducir y te llevé al garaje, pero ahora soy quien te volverá a sacar de allí.
Si quieres, ahora empezarás a hacer algo diferente a través de mí.
Soy ese señor, Jeus, que te llevó donde Willem.
—Así que ya me conoce desde hace tanto tiempo.
—Ya te conocía, Jeus, antes de que nacieras.
¿O ya has olvidado al “Largo” de antes?
—No, pero hace tanto tiempo.
—Soy tu Casje.
—Pero santo cielo, ¿adónde conduce esto?
—Los dos juntos, Jeus, tenemos que llevar a cabo una gran tarea.
¿Quieres servir para Dios?
—¡Con gusto!
—Entonces seguiremos, Jeus.
Todo lo que has vivido al margen de tu propia vida ocurrió por mí.
—¿También lo de Piet?
—También eso yo te hice verlo, Jeus.
—¿Actué bien entonces?
—Sí, pues no tenías otra opción.
Eso iba a ocurrir, Jeus.
Piet se habría burlado de ti, y se comprende.
La gente, pues, no puede vivir por medio del ser humano detrás del ataúd, ni actuar permitiendo que hagan sus propias cosas, ¿no?
Si entiendes esto, entonces resígnate con ello, y continuamos.
—¿Y si hubiera habido muertos?
—Ni siquiera entonces habrías podido cambiar nada, Jeus.
Más adelante te aclararé todas estas leyes y posibilidades.
Entonces aprenderás a ver y comprender que ciertos acontecimientos no se pueden evitar.
Tenía que conducir Piet y no tú, pues habrías intervenido en su vida, y ¡eso no puede ni debe ser!
—¿Qué debo hacer, maestro?
—Aguarda tranquilamente, Jeus.
Nada nos detendrá, Jeus.
Nadie puede detenernos, trabajamos para Nuestro Señor.
Yo protegeré tu vida.
Puedo hacerlo, Jeus, pues fui yo quien gritó “Alto” y también aquel otro hombre lo oyó, de lo contrario tú y él habrían (habríais) sido aplastados.
Fui yo, Jeus, quien te dio la visión de Irma... ¡Ese fui yo!
Fui yo, Jeus, quien te hizo encontrar ese dinero en el bosque.
¿Puedes aceptarme ahora?
—Sí, maestro, por supuesto, le estoy muy agradecido.
—Siempre te estuve hablando, Jeus, también en Emmerik.
¿Acaso me has olvidado?
—No, pero ya le dije: todo es tan imponente, no quería tener que ver con ello.
—También esos sentimientos, Jeus, eran míos, para que tú vivieras tu propia vida.
—Y ¿por qué ocurrían todas estas cosas, maestro?
—Porque tenemos una tarea que cumplir, Jeus.
Sus leyes las conocerás más adelante.
—¿Si lo sigo, maestro?
—Sí, eso es, Jeus, y eso está en tus propias manos.
Pero sabes que es posible.
Ahora tienes que decidir tú mismo.
Si quieres quedarte en el garaje, yo me retiro.
Si tú mismo decides que quieres trabajar para Dios, entonces más tarde te sacaré del garaje y entonces empezaremos.
Pero te digo: eres capaz de cosas mejores y tendrás una vida muy distinta, Jeus.
Escribirás sobre infiernos y cielos.
Te convertiré en un pintor y un escritor, en un sanador.
¿No recuerdas, Jeus, que cuando niño decías que ibas a escribir libros?
Esos pensamientos los recibías de mí.
—Voy a ver esas horas, maestro.
—Es cierto, Jeus, porque te vuelvo a conectar con esos tiempos, y así podrás vivirlos.
Lo ves, Jeus, ese era yo.
Te dejaba jugar encima de las nubes, Jeus.
Te dejaba hablar con Anneke Hosman, Jeus.
Posees un contacto imponente con nuestra vida, con la vida de tu padre, Jan Kniep, el tío Gradus, Peter y muchos otros, ya lo oyes: los conozco a todos.
—Sí, maestro.
—Y ¿no hablaste con Miets?
—Sí, maestro.
—Yo devolví a Miets a tu vida.
—¿Conoce a Miets?
—Por supuesto, o no la habrías visto todavía.
—¿También conoce a mi padre?
—Sí, Jeus, también él sirve a Nuestro Señor y ahora es discípulo mío.
—Entonces ¿es usted Dios en persona?
—Si yo fuera Dios, Jeus, entonces no te necesitaría.
Todavía no he llegado a ese punto, aunque los seres humanos debamos representarlo a Él en todo.
No, no es así, Jeus, pero trabajaremos para Dios, la gente tiene que llegar a conocerlo.
Cuando más adelante se te acerquen personas enfermas, Jeus, tú podrás sanarlas.
Hazlo, pero pregúntame primero si es posible.
Desde ahora podrás alcanzarme siempre.
Pregunta por mí, llámame a gritos y ¡allí estaré!
Mira, Jeus, tomaré el control de tu mano un momento y ahora estoy escribiendo por medio de tu propia mano.
Eso también es posible.
Así escribiremos nuestros libros más adelante.
Mañana compra carboncillo, Jeus, es una tiza negra, y además papel; empezaremos a dibujar.
—¿Es posible eso, maestro?
—Sí, Jeus.
—Santo cielo, podría llorar hasta quedarme seco.
—No lo hagas, Jeus, debes saber ocultar tu felicidad.
¿Puedes creerme, Jeus? —pregunta en dialecto.
—Dios mío, ¿encima hablas dialecto?
—¿De verdad no recuerdas que en el servicio militar, cuando estabas en el calabozo, Jeus, se nos concedió conocernos?
—Santo cielo, sí.
Casje... cuando lo de aquel fiambre, ya me acordé.
Pero ahora ya no diré Casje.
—Te lo agradezco, Jeus, pero has de saber: te volveré a llevar a esos tiempos, seguiremos nuevamente esos años y solo entonces empezaremos.
Pero eso todavía no se me ha olvidado.
—Lo oigo, Dios mío, qué feliz soy.
¡Voy a comprar papel!
—Yo también soy feliz, Jeus.
Ahora se nos concede darle otra cosa a esta humanidad.
Me voy ahora, Jeus.
Piensa en mí y si me necesitas, acudiré de nuevo a ti.
¡Adiós, mi Jeus!
—Adiós, maestro, le doy las gracias por todo.

Jeus ve que su maestro desaparece.
Cuando lo ve la vienesa, está llorando como un niño pequeño, santo cielo, qué cosas ha vivido.
Siente que llegará una nueva vida, algo muy diferente que en el garaje, y se entregará por completo.
Al día siguiente compra papel y lápices, y ahora va a dibujar.
Se hacen los primeros dibujos, es su mano, se ve a sí mismo dibujando, es un gran milagro.
Poco a poco se va hundiendo en el sueño, el milagro ocurre mientras dibuja.
Ahora puede hablar con su maestro.
Oye ahora cómo intervino Casje cuando la condesa vino a él, todo se revela a su vida; lo siente: está en buenas manos.
¡Ha procesado bien el primer contacto, la vivencia consciente!
Mejor imposible, y puesto que la vida en el garaje es una porquería para él, agarra esta posibilidad universal con ambas manos, porque lo hace feliz.
Siente que este es el futuro, ahora será otra persona, ¡esto es!
Jeus oye muchas cosas de su maestro y no importa donde se encuentre, su maestro está allí.
Tiene que conducir y esperar un momento a sus pasajeros.
Es como si soñara, y eso no debe ser.
Y entonces de pronto oye que se dice a su lado:
—¿Estás soñando, Jeus?
—¿Está usted aquí, maestro?
—Lo ves, puedo encontrarte donde sea.
Pero debes tener cuidado, Jeus.
Si la gente te ve así, ya no serás natural, y eso no debe ser; siempre debes tener presente que vives en la tierra.
—Me encargaré, maestro.
Jeus ya está preguntando:

—Dijo que quería escribir por medio de mí, pero no puedo poner mi propio nombre en el papel, maestro.
—Tampoco hace falta, Jeus, yo escribiré por medio de tu vida, y nosotros lo sabemos todo de eso.
Pero tampoco tardarás en conocerlo.
—Le estoy tan agradecido, nunca lo olvidaré a usted, ¿sabe?
—Eso está muy bien, Jeus, pero ahora debemos olvidarnos de nuestro dialecto.
Tienes que aprender a pensar en holandés; por cierto, ya empezaste a hacerlo.
—Eso también me queda claro, maestro.
Lo recordaré.
—¿Alguna vez te has acordado del pequeño Karel, Jeus?
—¿Qué Karel, maestro?
—Del servicio militar, cuando Irma estaba en la cárcel.
—Santo cielo, sí, cómo olvidarlo, ya lo recuerdo.
No, ¿dónde está el pequeño Karel, maestro?
—Conmigo, entonces lo aupé hasta mi vida.
Te manda saludos y te da las gracias por todo.
Es feliz, Jeus.
Vive, y le mostré a sus padres.
¿Sientes lo que esto significaba para el pequeño Karel?
—Sí, maestro, puedo entenderlo.
Era un buen chico.
—Así está bien, Jeus, pero me voy, ya llegan tus personas.
—¿Eso también lo ve?
—Sí, nosotros miramos a través de la materia, Jeus, y a estas alturas lo aceptarás, ¿no?
—Por supuesto, maestro.
—Y ahora, chao, Jeus.
—Santo cielo, ¡lo que faltaba!
Gracias, maestro.
—De nada, pero ya me fui.
Casi podría empezar a llorar otra vez, pero tiene que seguir, y ahora hay que poner atención o conduce a sus pasajeros a ese mundo, y seguramente ellos todavía no querrían eso.
Para él, eso es espléndido, quisiera terminar debajo de un tranvía ahora mismo, por él que esa cosa lo haga pedazos aquí mismo, allí volverá a vivir de todos modos.
Pero comprende: ahora tiene que poner atención, dirigir sus pensamientos hacia el conducir o las cosas terminan mal, y eso no debe ocurrir ahora.
Teun todavía alcanzó a ver sus primeros dibujos, y entonces también el pequeño Teun se fue de su casa, a Estados Unidos, seguramente allí huirá, Hendrik ya lo mantendrá allí, y así fue como ocurrió.
Tres chicos ya se han pirado, pero lo que Jeus posee ahora, ¡eso no lo tiene nadie!
Hay tanto que pensar que los días son demasiado cortos.
Primero tiene que procesarlo todo, y él sabe hacerlo.
Sigue tranquilamente.
Nuevamente está ante su día libre, y entonces se dibuja a través de él, recibe ornamentas irregulares; un dibujante del siglo dieciséis se manifiesta ante su vida, él se entrega, cada día vuelve a vivir algo distinto.
Todo marcha solo, es asombroso, allí otra personalidad invisible trabaja por medio de su mano, pero la vienesa no ve a ese hombre, él, sí, incluso puede hablar con esa vida.
Alrededor de las diez de esa noche —está muy a gusto reflexionando en su silla— de pronto se le da a vivir otro milagro.
¿No es esa Miets?
Y sí, Miets vuelve a él.
Primero mira a la vienesa, ella lo ve todo, y Jeus le da a saber:
—Miets, qué feliz me vuelves a hacer.
—¿Me ves, Jeus?
—Sí, por supuesto, Miets.
Hoy estuve dibujando muy bien.
¿Lo sabes, Miets?
—Sí, ya lo vi.
Pero ¿por qué no miras, Jeus, quién me está esperando allí?
—Dios mío, Miets, ¿esa es Irma?
—Sí, Jeus, es ella.
El maestro me concedió traértela un momento.
—Ay, Miets, por favor deja que se acerque.
Ahora mira a Irma a los ojos espirituales.
Allí está, la pilla.
Pero Jeus le pregunta:

—¿Sufriste mucho, Irma?
—Sí, Jeus.
—¿Eres feliz ahora?
—Sí, Jeus, estoy con Miets.
—Lo entiendo, hija.
Pero lo oí todo.
¿Se me habría concedido ir a verte, Irma?
—No, Jeus, así estuvo bien.
—¿Qué haces, Irma?
—Mejoré mi vida, Jeus.
Hago muchas cosas buenas, hago de todo y tengo mucho que aprender.
Pero ahora sé quién eres.
¿Puedes perdonarme, Jeus?
—Querida, no hay nada que yo deba perdonarte.
¿También ves a mi vienesa?
—Sí, Jeus, la veo.
Jeus puede seguirla.
Irma mira a la vienesa y luego dice:
—Yo no era digna de ti, Jeus.
—Eso ya pasó, niña mía, todos tenemos que aprender.
Pero ahora estoy agradecido por que se me concediera vivir todo aquello, Irma.
—Lo entiendo, Jeus.
—¿Fue terrible morir?
—No, Jeus, aquello otro fue terrible.
Pero esto es una gracia, Jeus.
—Lo sé, Irma, y me esforzaré.
Nunca te olvidaré.
Ahora hay un momento en que ya no oye nada.
¿Estará pensando?
Fijo.
Un poco después llega de Miets:
—Jeus, tenemos que irnos.
Pero ya nos volverás a ver.
Jeus ve que se disuelven ante sus ojos.
No llora por fuera, sino por dentro.
Irma se inclina ante su vida y su conciencia.
Pero, Dios de mi vida, ¿no debe la gente saber esto?
Y entonces vuelve su maestro, que dice:
—Sí, Jeus, todo eso se lo contaremos a la gente.
—Gracias a Dios, maestro.
Esto es urgentemente necesario.
Puede hacer conmigo lo que quiera, muero y vivo para usted, que lo sepa.
—Y lo sé, Jeus.
Vamos a seguir.
Pronto me volverás a ver.
—Gracias, mi maestro, por haber permitido que Miets e Irma vinieran un momento.
Oh, ¡qué glorioso es eso!
—¿Puedes agradecerle todo a Dios, Jeus?
—Sí, maestro, y más adelante se lo voy a demostrar.
Por favor, dígame qué debo hacer.
—No harás nada, esperarás, pero vamos a seguir tranquilamente.
Jeus vuelve a estar solo, vive todo esto; la vienesa —ay, qué pena— no vio nada de eso.
‘Tal vez ella también sea clarividente algún día’, piensa, y espera.
Parca, lo sabes a ciencia cierta, ¡tú te vas a pique!
Y tú dices —gracias a Dios—, ¡solo entonces la gente me conocerá!
¡Y así es!
Y... Jan Lemmekus..., ¡hemos empezado!
Pronto sabrás de nosotros, dentro de unos años tendrás su primer libro en tus manos.