Jeus, el cardador

Crisje vive cosas de tipo sobrenatural y los fenómenos más normales de la vida, y si su Largo todavía hubiera estado aquí, él también habría podido reír o llorar, así de contradictorios son sus chicos, ahora que estas vidas van despertando y las maquinitas empiezan a andar.
Jeus se acostó y se quedó dormido después de un día cansado, se salvó de tener sueños desagradables, pero ahora es Hendrik quien lo despierta.
Es plena noche, lo que oyen son los gritos de miedo de un niño y vienen de fuera.
También oyen crujidos en el techo, es cerca de la chimenea.
Ayer por la noche Jeus durmió bien, la máquina humana se serenó gracias a su pensar, ya no hay nada que lo moleste.
Ahora un control perfecto se encarga de la entrega completa, para que alma, espíritu y personalidad no vivan fenómenos de tipo inquietante.
Ya no quiere tener nada que ver con molestas cuestiones de sentimientos y cosas similares, con pensamientos que huelan a tonterías.
Ahora se ha investigado todo lo que pertenezca a la máquina humana y ha quedado listo, y está en condiciones de llevar a cabo la propia tarea y de empezar una vida nueva.
Además fue él quien les apretó las tuercas y quien ha purificado el suministro para hacer que la cosa funcione.
Aunque Crisje le haya ayudado un poco a hacerlo, la cosa funcionó, todo iba de maravilla y ahora para Jeus todo eso es la posesión que él mismo ha adquirido.
Ahora ya no se oyen ruidos feos, así de silencioso es el funcionamiento de la máquina por dentro.
También se le dio un refrescamiento a la circulación de la sangre, porque ahora la comida sabe muy rica y los sistemas orgánicos obedecen sus órdenes, ¡incondicionalmente!
—Gerrit, despierta, alguien se subió a nuestro tejado.
Creo que es Hendrik, pues no está en su cama.
Mira por la ventana de la buhardilla y sí es cierto: el pequeño Hendrik está sentado junto a la chimenea.
—¡Ya no me puedo bajar! —grita Hendrik.
El palomero tiene miedo.
—¡Que venga Johan! —grita Hendrik.
Y el pequeño Gerrit llama a Johan.
Crisje ya oye lo que está pasando y sube corriendo.
También a ella la tiene atrapada el miedo, y es que ¡ese Hendrik!
Johan y Jeus logran que Hendrik vuelva a bajar.
Ahora el pequeño está más que despabilado.
Subió al techo mientras soñaba para meter las palomas indóciles cerca de la chimenea, las que no pudo domar durante el día con sus silbidos.
Pero ¿qué clase de animales serán?
Hendrik se exasperó hasta echar chispas y luego obligó a la máquina humana a pensar aunque estuviera dormida, y entonces ya estaba funcionando.
‘Qué cosa más rara’, piensa Jeus.
Sí, había algo con Hendrik y dentro de Hendrik que obligaba a la máquina humana a hacer algo.
Probablemente, sea un vapor humano, pero todavía no lo sabe.
Y ese vapor mantiene despierta y en movimiento a la vida y, quisiera o no, ¡Hendrik tuvo que subir al tejado!
Y estaba dormido y aun así despierto.
A Jeus le parece algo raro, pero siente el fenómeno, aunque no sepa todo.
Hendrik, dormido, sabía exactamente lo que quería, y es algo muy especial sin duda, y quiere saber todo al respecto.
Hendrik estuvo enojado durante el día y también mientras dormía, y ya saldaría cuentas con esas palomas indóciles.
Pero no obstante no pudo hacerlo, justo cuando quiere agarrarlas se... despierta y es consciente del peligro.
Ahora Hendrik no puede hacer más que pedir ayuda a gritos.
Es raro, de verdad, es algo muy extraño.
Las palomas tienen ahora otro criador, aquí pasan de una mano en otra, de una personalidad a otra, y esas son diferentes.
Jeus siente que las palomas también lo saben.
Primero había empezado a criarlas Johan, pero jugaba demasiado con ellas, para ya no preocuparse por ellas luego de unas semanas.
Después llegó Bernard y Johan ya no tuvo nada que decir, pero aquel era un criador de los mejores.
Luego llegó Jeus, después Gerrit, y ahora es el pequeño Hendrik.
Él es un criador de verdad, está en el palomar día y noche, ve Jeus ahora.
Hendrik lleva las palomas a la cama y vuelve a despertar con ellas también, pero convierte el palomar en carpa de circo, y obliga a las palomas a hacer trucos de acrobacia y ahora le pasó a él mismo, y dormido, para colmo.
Podrías desnucarte, ¡es peligroso!
Hendrik ya está dormido otra vez, pero también empieza a dar órdenes, aunque ahora la ventana de la buhardilla está cerrada a cal y canto; Johan se encargó de eso.
¡Qué raro es eso de soñar!
Las cosas que sabe hacer una máquina humana así.
Es un misterio que Hendrik no se haya desnucado.
Jeus constata ahora para sí mismo que un ser humano tiene de todo, puedes hacer miles de cosas, en realidad tienes un montón de vivencias gracias a ti mismo, pero ¿cómo es que funciona una cosa de esas?
Jeus duerme con los ojos abiertos y mira a través de cuatro.
Tiene dos ojos para mirar durante el día y otros dos que miran la vida interior y que viven un espacio increíble, pero de eso no tienen nada los demás, y ni siquiera lo conocen.
Y con esos ojos puedes mirar a través de un ataúd, también mirar dentro de una tumba, y más lejos, tan lejos como quieras, y entonces ves cosas bellas.
Reflexiona sobre todas las cosas; esto es sin duda algo para reflexionar y a lo cual dar todo lo tuyo.
Así puedes aprender cosas.
Pero ahora que no se le está ayudando, echa todo lo ocurrido por la borda —te vuelve “loco de remate” por lo difícil que es— y se queda dormido.
Cuando los chicos hablan de lo ocurrido esta mañana...
, Hendrik ya no recuerda nada de esto. Dice:
—No me acuerdo.
No sé cómo llegué allí.
Y ¿qué es lo que tengo que ver con eso yo? —Ellos tampoco lo saben, ni es algo que te permita vivirlo como un asidero, pero ¡sigue siendo raro!
Crisje pregunta:
—¿De verdad ya no recuerdas absolutamente nada de eso, Hendrik?

Y él puede contestar:

—No, mamá, ¡nada!

Y Bernard dice:

—No, es cierto, mamá, no tiene nada que ver con eso, pero él mismo estaba sentado encima del tejado. —Y ya están riendo, el alborozo irrumpe en la cocina a las seis de la mañana y la vida es divertida, también muy caprichosa y peligrosa, puede hacer que te desnuques y eso ¡nadie lo quiere!
Vamos, ¿podrías investigar una máquina humana de estas?
¿Podrías desmontar esta cosa?
Anda, ahora ¡mira de verdad humanamente lo que hay dentro!
El ser humano “Hendrik” está en el volante él mismo, pero ¡no lo sabe!
Qué instrumento tan curioso es la máquina humana, ¿no?
Los eruditos se alteran por otras miles de pequeñeces, se parten el lomo para ellas, a veces hay que lamentar muertos y entonces una cosa de estas explota, gastan millonadas para tener que aceptar luego que de todos modos ¡no es nada!
La máquina humana es algo asombroso y ¿a esa gente, como genios, no les interesa?
O ¿qué es lo que pasa en realidad?
Gracias al pequeño Hendrik empiezas a pensar y una máquina humana de estas te obliga a seguir esas ruedas, lo quieras o no, y encima es sumamente interesante.
Hace que aprendas un montón y quizás además te conocerás a ti mismo, que es lo que les importa a Jan Lemmekus y a Jeus, pero ¡es difícil!
Jan también sabe que, cuando hubo quien empezó a pensar para enterarse un poco mejor acerca de la máquina humana, se le sirvió una copa de veneno a esa vida, ¿porque no era permitido?
Así de loca es la gente, pero también así de pobre, Jan Lemmekus lo sabe muy bien, cualquiera lo diría...
La máquina humana es el instrumento más asombroso que vive en el mundo.
La sangre corre, el corazón late, parece un relojito, el cerebro funciona con plena potencia y se sintoniza infaliblemente en un solo punto; a pesar de eso, el alma o la personalidad no sabe nada de esta cosa, nada de las muecas, de trepar, de las acrobacias como para romperse la nuca, nada, pero a pesar de eso es uno con todas las pequeñas ruedas, esos asombrosos sistemas de este conjunto ¡que se llama alma, espíritu y vida!
Pero es una cosa desconocida que se convierte en ser humano si uno se dirige a la vida y la siente humanamente, si está en armonía con lo cotidiano o si otro dice: loco de remate, mete esa vida en un cajón, mejor apuñalarla, darle de beber veneno, de ese tipo tenemos de sobra.
Ahora, o bien estás en prisión, o bien se te ahorca, hasta hace un tiempo incluso se te quemaba en la hoguera, vivo, hasta que ya no podías decir ni mu, o bien se te decapitaba con un hacha, porque como ser humano te metías con algo que le da miedo a la gente.
Y ¡eso es él mismo!
Sí, Jan, así es, todo esto ha pasado, y es algo raro.
No entiendes a la gente, a los eruditos: ¿Por qué no hacen todo, no dan todo para analizar la máquina humana?
Lo saben bien, querido Jan Lemmekus, porque entonces estarán frente a su “Creador”...
Ahora les da miedo que “ÉL” vaya a gruñir, que les dé una paliza; ¡estos niños, Jan, no aprenden!
En la fábrica de escobas Jeus sigue corriendo detrás de estos asuntos durante otro rato.
Cuando se complica demasiado, él también se arroja de vuelta a lo cotidiano y ya nada le puede pasar.
Jan ríe, porque ¡qué cosas las que pasan!
De cualquier modo, Jan lo hace a su propia manera.
Pero cuando él también se acerca a lo que tiene de estrambótico, Jan igualmente se detiene, o el pulido va a resentirse, y eso no debe ser.
Hace un momento casi se queda atrapado en una correa, pero Jeus oye:
—¿No logras llegar allí, Jeus?
¿Todavía no sabes cómo estamos hechos?
Y ¿ese Casje no puede echarte una mano, pues?
‘Jan tiene razón’, piensa.
Semejante sueño es algo muy raro.
Si se siguiera un momento, si por lo menos viviera brevemente sus desdoblamientos, entonces podría saberlo —por lo menos una fracción—, pero Jeus no piensa en eso.
Y es que ya ha estado fuera de su propia máquina, por lo menos cien veces.
No, es difícil, y ni Jeus ni nadie de este mundo conoce por completo la máquina humana, aunque haya algunos que sepan algo al respecto.
Solo Casje, ¡él sabe todo sobre esto!
Jan sabe que los antiguos egipcios sabían un montón de esto.
Esos tipos ya entendían de la máquina humana para lo que eran sus tiempos, sabían desmontarla y volver a armarla.
Y los sacerdotes de la India Británica y del Tíbet, de los que ha leído mucho, desarmaron la máquina, hicieron un análisis hermoso de algunas de sus partes, de modo que podías entender algo de ella.
Aunque de vez en cuando les sobrara media caja de tornillos y tuercas, que luego ya ni siquiera cabían, de cualquier manera la máquina humana funcionaba frente a sus ojos y corazones, y les gustaba.
Naturalmente, de vez en cuando también ocurría que un sacerdote de estos salía corriendo a la calle, buscando su propio cerebro, y ese hombre otra vez se había vuelto “loco de remate”.
Allí estaban frente a la vida y la muerte.
Jan sabe que de cualquier manera, esos muchachos del Tíbet llegaron lejos.
Jan leyó en un libro que hay entre ellos quienes en poco tiempo pueden desplazarse horas, tan increíblemente rápida era la máquina, y era arte, pero así llegabas a conocer la máquina humana.
El ser humano que investigaba estas cosas y las tenía delante de las narices tenía que aceptar que esos sacerdotes iban más rápido que un tren, y era algo especial.
Pero ¿qué se sabía de esto aquí y en las ciudades del país?
¡Nada!
Santo cielo, no sabían nada, y ¡es tan milagrosa!
¡Ahora sigue un poco, por favor!
Puedes pensar cuando ya no te queda razón.
Porque es lo que vivió Hendrik.
Anda con los ojos abiertos, y aun así está dormido.
No ve nada y lo ve todo.
¡Qué cosa tan rara!
Y en un estado así de raro, la máquina humana es infalible.
Ni siquiera caes del tejado, pero si lo haces estando plenamente consciente, te desnucas.
Dormido no te puede suceder eso; al contrario, Hendrik trepó al tejado con una seguridad infalible.
Consciente y ahora en condiciones de actuar, Hendrik ya no puede mover un pie.
Mientras duermes no ocurren accidentes y eres un acróbata, pero despierto y con plena conciencia eres más tieso que una vara.
¿Por qué no lo intentas... ahora?
Y eso sí que vale la pena reflexionar, pero no te enteras.
Lo que más le gustaría a Jan es perderse para hacerlo, arrellanarse bien a gusto al lado de un riachuelo y entonces reflexionar, pero no es posible.
Lo sabe, ese Casje podría hacerlo, pero a él no se le oye.
Ese desarma a Jeus sin falla y vuelve a armar la máquina, pero ahora no le queda ni un solo tornillo, ese conoce la vida de esta máquina y luego será una bendición para Jeus.
Pero ¿quién será ese Casje?
Jan cree que Casje camina a través del cerebro humano, ese puede ver y sentir lo que falla en él, ¡porque él mismo es alma y espíritu!
Le queda claro que Casje deja que Jeus mire a través de cuatro ojos, Casje es el mecánico, conoce todas esas ruedas, va hacia la vida a través del ataúd, y ¡eso es!
Tampoco Jeus logra llegar, y se rinde.
Antoon van Bree le da un codazo, Jeus despierta de un sobresalto.
Pero para el mismo Antoon es una cosa inhabitual; le cuesta un pedacito del dedo, y Jeus oye:
—Maldición, Jeus, eso no me ha ocurrido en años.
Jeus piensa que van Bree es fenomenal, no es un cagón ni un llorica, porque a Antoon incluso le da risa.
Jan lo venda un momento y el resto no es asunto de nadie, tampoco de Jeus, a fin de cuentas hay que tener cuidado.
—Ya lo ves, Jeus —todavía le tiene que decir Antoon—, me atonto un momento y ahora ya me agarró esa cosa.
Sí sabes, Jeus, que esas agujas de acero también te pueden agarrar a ti, ¿no?
—Lo sé, Van Bree —contesta rápidamente—, pero eso me da de comer, allí puedo ganar dinero.
—Además, es asunto tuyo.
A nosotros nos darán otro chico y tú podrás ir donde los cardadores, pero no olvides que te advertí.
—Lo sé, Van Bree, y te lo agradezco mucho, pero tengo que avanzar y aquí estoy detenido, Van Bree.
Antoon tiene que reconocer —sabe hacerlo con honestidad— que quiere a Jeus.
Este chico tiene energía, animación, sentimientos y pensamientos como a veces ni un adulto los posee.
Jeus le ha robado el corazón.
Es una pena, lo van a perder, este muchacho es imparable.
Por más que intenten todo, se irá.
Y es sábado.
¿Le darán el aumento?
Sí, cómo es posible, medio florín de aumento, Casje tiene razón, todo es cierto, no tiene por qué fustigarse.
¿Y quiere irse de todos modos?
Sí, Jan, sí, Antoon, me voy, allí me llevo dos cincuenta.
Jeus no sabe que el medio florín es de Jan.
Casje sabía todo lo que ocurría dentro de Jan, y cambió un poco su máquina.
Casje hizo que dentro de Jan tintineara un momento, y entonces Jan supo del medio florín, pero ni eso sirvió, ¡Jeus se va!
El mismo Casje quiere que Jeus se vaya, Jan Lemmekus, aquí no puede pensar, ya conoce este trabajo y su máquina tiene que avanzar, tiene que pensar más profundamente.
Y eso es para más adelante, Jan; cuando Casje quiera empezar a darle una paliza a esta humanidad, Jeus tiene que poder soportarlo, y ¡esto, pues, es necesario para su máquina!
Jeus tiene que ir más arriba, pensar con más intensidad, cada vez más profundamente, ni importa acerca de qué, con que piense.
Así lo seguirá la máquina y todas esas ruedas tendrán que procesar y también vivir una parte de eso, y eso lo está asimilando Jeus.
Qué pena por ti, Jan, también por Antoon, pero ¡así es!
Esto hace que despierten los sentimientos de Jeus.
Curó a Miets y Teun, aunque por medio de Casje.
A Jeus no se le habrían ocurrido estos pensamientos, claro que no.
Casje hizo que lo pensara, y así se mejoraron los niños; también para más tarde, porque también entonces Jeus sanará.
Dentro de solo un momento, Jan, también podrá ayudar a Fanny, pues el perro comió algo que no debería haber comido, y pasan estas cosas, son traídas desde las partículas de la máquina interior hacia el empuje material y ¡así se asoma el fenómeno que ahora se llama la sanación!
Más adelante, Casje conectará a Jeus con el “OMNIGRADO” divino, Jan, y entonces a esta humanidad le lloverá sabiduría.
Si entonces se le aceptará a Jeus, Jan, es otra cosa muy diferente, pero ¡será una revelación!
Sí, Jan Lemmekus, lo sentiste, ¡Casje es un maestro!
Casje es un consciente cósmico, y ¿sientes lo que esto significa?
Casje posee un sentimiento “Universal”, conoce las leyes para la máquina humana y sabe ahora: ¡Jeus tiene que irse de aquí!
También de donde los cardadores: no es nada para Jeus; Casje lo mandará al mundo y entre la gente, Jan, de eso tiene que saber todo.
No podrá aprender nada de esas personas, pero ¡de eso se encargará Casje!
Jeus hace feliz a Crisje, pero sus cincuenta centavos más no disuelven la demás miseria.
Crisje besa bastante a su benefactor para mostrarle su alegría por su valiente empeño, pero eso no quita que siga habiendo oscuridad, que sigan predominando los problemas, son demasiados los que piden de comer y que necesitan de todo.
Aunque él diga:
—Ahora vaya ahora donde los cardadores, mamá, podré ganar más, y si eso tampoco funciona, estaré en Emmerik en un abrir y cerrar de ojos...

Aunque gane cinco florines, no le alcanza a Crisje, va de mal en peor, ¡mucho peor!
El sábado es para él y Fanny, una tarde libre sí que es otra cosa, y entonces puede jugar al fútbol.
¿Qué le pasa a Fanny?
—Qué lento estás hoy, Fanny.
Te tienes que ir a la cama, ¡estás enfermo!
¿Tienes fiebre, Fanny?
Se va a la cama temprano con Fanny.
Cuando el animal está enfermo, no puede disfrutar.
Primero Fanny sintió un rico solecito, pero gemía de dolor, por dentro, y Jeus lo entiende.
Ahora hay que oírlo; le habla a Fanny como si fuera médico, y la vida animal es tratada como si fuera humana.
Fanny es viejo, justo de la edad de él, pero para Fanny es bastante.
Ahora que están cómodamente acostados el uno junto al otro, recibe su lametazo de Fanny —la cordialidad animal—, y esta vida sigue disfrutando.
Sus manos despiden torrentes de nubes que entran al interior de Fanny.
Tuvieron el mismo desarrollo, poseen los mismos sentimientos, de modo que Fanny absorbe su aura vital, aceptándola de buena gana, por lo que mañana habrá cambios.
—Tienes que usar tu razón, Fanny. —Todavía tiene que oír el animal, a pesar de todo—.
¿Tú qué dirías si yo también empezara a zamparme lo que encontrara en la calle?
¿O piensas, Fanny, que nosotros no tenemos hambre, que no se nos antoja un pedacito de salchicha?
En el fondo deberías avergonzarte un poco.
Pero es cosa tuya, Fanny, mientras sepas: lo que está en la calle te puede enfermar.
Eso tampoco es tan grave, ¿verdad?, pero podrías morir.
¿Y pensabas que querría estar sin ti?
¿Me entendiste, Fanny?
Crisje lo oye abajo.
Hasta podría llorar.
Sabe que ese amor lo recibía de su Largo.
Por Dios, las cosas que viven en Jeus.
Si pierde a Fanny, él también se irá.
Pero más vale que no pensemos en eso.
Cómo es posible, Crisje, ahora incluso dirías: de dónde recibes estos pensamientos; a fin de cuentas: Fanny es viejo y en la vida puede pasar de todo.
¿No quieres saber de esto?
Ahora el hombre y el animal están viviendo un paraíso y de eso hablaron los profetas.
¡Jeus y Fanny empezaron a hacerlo!
Por la mañana, Fanny ya tiene el aspecto un poco mejor.
Aunque todavía no quiera ceder el calor en el animal, ya va mejor.
Ahora este día es para Fanny, aunque Jeus quisiera cantar, Fanny primero tiene que mejorar.
Y el lunes por la mañana, Fanny será el primero en prepararse para aceptar la tarea del día.
Cómo es posible, Fanny, pero ¿tendrás cuidado ahora?
—A ver, déjame ver, Fanny, si ya caminas un poco mejor. —Oye el animal.
Y luego sigue—: Qué bien, Fanny, qué bien lo has hecho.
No te desanimas y tenemos que llevar las riendas de nuestra propia vida.
Espero que sepas que soy muy feliz contigo (—dice).
Al ver y oír esto, se te caen las lágrimas.
Y Fanny le da todo, lo acaricia frotando su cabeza contra las manos de Jeus, como lo hace y sabe hacer un gato, porque Fanny sabe que en ellas está todo.
De esas manos sale la sanación.
De inmediato están en la cocina.
También tiene algo que contarle a Crisje; anoche pudo reflexionar, Crisje se sorprenderá.
Sí, Crisje, está volviendo a ir a la iglesia.
¿Qué dices?
Crisje es feliz, dice:
—Qué bien, Jeus, oh, me haces tan feliz...
Y es que la gente lo condenaría y eso no lo quiero... —Pero es del mismo Jeus, y eso tiene que ser suficiente para Crisje.
Y cuando todavía se oye:
—También iré a confesarme, mamá. —Todo vuelve a estar bien y también sale el sol, ahora olvidas tus preocupaciones un instante, pues esto sí que vale la pena.
¡El día empieza muy bien!
Ojalá jugaran a la lotería; les tocaría el gordo, pues sin duda que Nuestro Señor tiene que recompensar esto.
Pero los cerdos no chillan, aquí están muertos frente a la alacena los ratones y además las ratas, ni un hueso con tuétano reseco se puede encontrar aquí, y se ve de un vistazo: esas puertas están abiertas de par en par.
¿Esa es una alacena?
Esto es un desastre: ¡una alacena en la que se guardan los víveres es algo bastante distinto!
Cuando Crisje tiene algo más que decir —y Jeus sabe lo contenta que está mamá—, todavía se oye:
—¿De verdad pensabas, mamá, que no sabía que cavilabas sobre mí? —Vuelves a mirar una alacena semejante para darles algo rico a tus hijos, pero entonces tú misma casi te desmayas de hambre, también te sientes muy mareada, y ves la sagrada verdad, ahora la sientes.
Ahora ya no queda mucho de toda esta cordialidad y razón, pero no se lo muestras a un niño, ¡eso lo llevas tú misma debajo del corazón hasta desplomarte!
Y es lo que Crisje hace: lo lleva día tras día y se desplomará si no llega un cambio.
Pero ¿de dónde, y por medio de qué, por medio de quién?
¿También un billete de la lotería, Crisje?
No sabes todo y a veces la vida da ánimos de una manera rara, pero entonces llueve y sale el sol, de lo que ustedes dicen: ¡ahora en el infierno bailan los diablos!
Ahora que sabemos que no quieres tener que ver con los diablos, probablemente será alguna otra cosa.
Pero Casje quiere que vayas a la iglesia y también que te confieses, Jeus, porque ya hay bastantes herejes en este mundo.
Eres demasiado mocoso aún para hacer de hereje, y creará un abismo entre tú y Crisje, y ¡eso no debe ser!
Anoche Casje puso en tu vida: irás a la iglesia y encima te confesarás.
Todavía lo volvió a repetir alguna vez y entonces lo supiste, y ¡ahora también Crisje lo sabe!
¡Ese es Casje!
¿No es bella la iglesia?
Sí, Jeus sabe todo de esto.
Cuando va a la iglesia con Crisje —que pena que Crisje, que mamá... tenga que sentarse detrás de un pilar, ella merecía la vista sin obstáculos en la iglesia, hacia el altar, pero eso cuesta un ojo de la cara— él también lo disfruta, en realidad todos lo disfrutan, es algo tan especial ver a mamá comulgar.
Y entonces la iglesia es hermosa.
Qué hermoso cantan.
Cantar como sabía hacerlo papá, no, eso ya no saben hacerlo.
Ahora habría que fijarse en Crisje.
Ahora el señor párroco pone el cuerpo y la sangre de Nuestro Señor en la lengua de mamá.
Cuando lo hace, siempre hay algo dentro de él que tiembla y casi no puede evitar gritar.
No de felicidad, sino de espanto, del miedo a este instante increíble del que lo sabe todo.
Ahora mamá inclina la cabeza.
Hay que sentirlo por ti mismo, solo entonces sabes lo que siente mamá, pero es imponente.
Todos lo intentan, pero otras mujeres no saben hacerlo, y se nota enseguida.
Quedamente, quietamente, mamá mueve la cabeza hacia atrás.
La inclina respetuosamente.
Entonces —eso lo sabe— tiene los ojos cerrados, ahora no hay que mirar, de lo contrario tú mismo desgracias lo imponente, este ser uno solo con Nuestro Señor.
Ahora mamá se inclina ante Nuestro Señor, se entrega por completo a Él.
Está planeando en un espacio.
Como él mismo ve que está ocurriendo, ¡sabe que ahora mamá vive en los brazos de Nuestro Señor, y que puede disfrutarlo!
Cuando uno ve a mamá, también le entran ganas de ir volando al comulgatorio, para vivir lo mismo, así de elevado es.
¡Y tan etéreo y silencioso!
Tan solitario, además, eso se siente, y a pesar de ello, no estás solo.
¡Sin duda alguna que lo sentirás!
Es tan emocionante que dan ganas de llorar.
¡Y tanta felicidad!
¡También tanta gloria pura!
Así de increíble es lo que ves y sientes cuando mamá comulga.
Y la gente en la iglesia también lo siente.
Sienten el respeto ilimitado de mamá, pero ellos mismos no saben hacerlo.
Sí, ya quisieran remedar a mamá, pero eso se nota enseguida.
Sienten esa imponente entrega de mamá frente a Nuestro Señor, del que es una hija.
¡Ahora mamá es una partícula de Dios con todo su corazón!
Entonces ¿por qué todos esos hombres y mujeres no ponen este respeto en sus propias rodillas?
Las rodillas son rodillas y las personas son personas, pero aquello otro está por dentro y ahora las rodillas pueden doblarse como a Nuestro Señor le gusta verlo y es lo que Él quiere.
Ese sí que es ese respeto.
Esos hombres y mujeres solo dan la mitad de ellos mismos.
Ni siquiera pueden darlo todo por estos pocos minutos, ¡por lo que Nuestro Señor siente que le toman el pelo!
Ya quisieran hacerlo, pero Nuestro Señor lo cala.
Uno tras otro lo intenta, pero no funciona.
Y tampoco es tan raro; el señor párroco sabe exactamente cómo se sienten esos hombres y mujeres, cómo se entregan, a él tampoco hay que venirle con cuentos.
Jeus sabe que el señor párroco cala este fingido respeto humano, y que no le importa ni un comino.
Y sabe que Nuestro Señor no deja que le den gato por liebre, pero ¿qué será lo que quieren esas personas?
Mira a esa tipeja de allí, por ejemplo.
Todos saben que miente y engaña, que cuenta chismes de la gente y que nunca puede decir nada bueno.
Pero allí está echada.
Solo Dios sabe cuántas ha hecho ya de las suyas.
Siempre va profiriendo obscenidades y donde vive el hedor impide que respires.
Le han puesto un nombre, pero ahora no debe pensar en él.
Y el señor párroco lo sabe todo.
Aun así está tendida allí.
Pero ahora habría que ver cómo lo hace esa mujer.
¿Eso es arrodillarse?
¿A eso se le llama abrir la boca para recibir a Nuestro Señor?
Ocurre a trompicones, porque esta mujer da sacudidas por dentro, porque habla mal sobre la gente.
Ahora por dentro está en conflicto con ella misma.
Los borrachos, los que juran como carreteros, los que odian, los que no paran nunca están postrados allí y quieren rezar.
Si esa mujer obtuvo la absolución, entonces yo también obtendré perdón por mis pecados, pero ¿es posible eso?
Jeus reflexiona sobre todo esto, no puede comprenderlo, pero para eso Casje lo mandó de vuelta a la iglesia, ahora aprenderá a reflexionar, aunque se pierda a sí mismo en esta profundidad.
¿De dónde llegan tan de pronto todos estos pensamientos?
Si quieres arrodillarte allí, tienes que inclinar la cabeza.
Al salir de misa, ya están otra vez con sus palabrerías, y empieza lo humano, de nuevo se les oye decir palabrotas.
¿Es posible? ¿Es lícito?
Mira, ahora mamá se está levantando, solo ella sabe hacerlo de esta manera.
Hay que ver, da un paso, se da la vuelta y está planeando por la iglesia.
Nadie sabe hacerlo, solo mamá.
Tan solo mira cómo tiene las manos dobladas, cómo es de respetuosa ahora, siempre lo es, por eso es como un ángel, ¡claro, mamá es un ángel!
Ahora puede oír a mamá rezando.
Por la felicidad de este mundo y por ella misma y los niños.
Se puede oír y entonces te dolerá por dentro, pero es imponente, ahora te sientes tan feliz.
Pero entonces tienes que seguir a tu madre, tienes que rezar con ella y verás por lo que quiere rezar.
Es bello, oh, ¡es tan bello!
Ahora mamá se mantiene inmóvil, es como si estuviera muerta, pero no es cierto.
Y mamá reza mucho tiempo; otras mujeres y hombres lo hacen en cinco minutos, ella no puede hacer eso, para eso ella necesita media hora, tanto tiene que rezar.
Cuando le preguntó a Crisje qué era todo aquello por lo que tenía que rezar, oyó:
—Puedes rezar por mil cosas, Jeus.
Por los pobres, los enfermos, el mundo, por la paz, por que la gente se entienda, por que a papá se le conceda ser feliz, por que se le conceda trabajar para Nuestro Señor, y muchas cosas más.
‘Lo ves’, piensa, ‘por eso tarda tanto, pero otras personas no lo hacen, a ellas les importan un bledo los pobres, y ¿qué es lo que quiere este mundo?’.
Mamá reza por que la gente deje de odiar, pues eso es feo, entonces te vas al purgatorio.
Odiar es algo espantoso.
Anda, siente el silencio en el que vive mamá, y sabrás que allí también está Nuestro Señor.
Y luego acaba la misa.
Antes, este era el momento en que papá empezaba a cantar en el coro, pero sigue cantando, puedes oírlo cantar, solo que entonces tienes que usar aquellos otros oídos; ¿no lo hace la gente?
¡No quiere hacerlo!
Y a pesar de eso, ¿van a confesarse y comulgar?
Es raro; ¿por qué no quieren vivir aquello verdadero?
Esto también es bello, pero no es lo verdadero.
Y luego se va a casa con mamá, ahora toman café y hablan del sermón del señor párroco, y después corre al bosque con Fanny para contarle todo.
Fanny también tiene que confesarse y comulgar.
Y eso se logra siempre y cuando Jeus traiga un pedacito de salchicha.
Entonces sí que hay que ver a Fanny.
Ahora tiene que acercarse a su amo con la cabeza inclinada.
Ahora Jeus es el señor párroco.
No hay que reír, esto es de una seriedad sagrada.
—Ven, Fanny, a confesarte.
¿Cuántas pillerías estuviste haciendo en estos últimos días?
No, nada de eso, Fanny, a mí no me engañas.
Últimamente vienes a la iglesia demasiado poco.
Te veo demasiado pocas veces en mi confesionario, Fanny.
¿Entonces?
¿Pues?
¿Qué pecados cometiste?
¿Andar detrás de las fulanas, Fanny?
Pues, ¿pensabas que podías tomarme el pelo, Fanny?
Déjame ver.
Diez padrenuestros y cinco avemarías, y medio viacrucis.
Ahora sí que voy a vigilarte, Fanny.
Fanny está allí, mirándolo a los ojos, y lo entiende.
Pero a Fanny le falta mostrar más respeto.
—Vamos, Fanny, te digo que te eches.
A echarse y a rezar.
No puedes hacerlo en tres minutos.
¿Ya te olvidaste de los pobres?
¿Y del mundo?
Ya no puedes odiar ahora, ¿o sí, Fanny?
Eso es grave, entonces terminarás en el purgatorio.
Mamá dice que tenemos que sentir respeto por todo (—dice).
Y luego va a jugar al fútbol.
“Raca”, que vengan, hoy hay fiesta.
¿No es hermosa la vida?
Los cardadores están dentro de la pelota y esas cardas filosas pican.
¿Qué era lo que había dicho van Bree?
Esta mañana irá donde los cardadores.
¡Adiós, Crisje!
Ahora vas a ver.
Ve que esos hombres mezclan pelos, con los que hacen esas escobas suaves que cuestan mucho dinero.
Pero es una porquería, esos pelos de cerdo apestan.
Hay que soportar un hedor cadavérico.
También ya sabe que aquí todos lo ignoran.
Lo tienen abandonado.
De vez en cuando uno de ellos lo mira con el rabillo del ojo y entonces esperan a que se lastime para que puedan divertirse.
Casi todos esos hombres viven en una vivienda de la fábrica.
Y también saben cómo empinar el codo.
Y hoy es lunes.
El chico que se sienta frente a él, ya dice:
—Si después quieren un trago, podrás ir tú a buscarlo.
—¿Qué dices?
—Dije —repite el chico—, que si después quieren un trago, podrás ir a buscarlo, el trago.
¿Ya te has enterado?
Jeus piensa sobre eso.
Ahora a volver a empezar.
Le duelen mucho los dedos índice.
Pero se oye, “raca”... la fibra está en el suelo.
Jeus se quedó enganchando en las agujas de acero.
Esta partícula humana ha sido destrozada.
Las agujas de acero no le tienen compasión.
Ahora que el chico delante de él ya no oye el característico chirrido, mira a Jeus y lo comprende.
Jeus también mira.
Los dedos de este están completamente picados, pero por las cardas, las terribles agujas; en realidad es una gran herida.
Entonces mejor fíjate, pero todo se puede aprender.
Después de diez minutos quiere vendarse los dedos, pero entonces ya no puede trabajar.
¡Se ríen de él!
Entonces mejor seguir.
La tela por lo menos detiene el sangrado y el hedor hace lo demás.
No hay que acercarse demasiado a las cardas, ese es el lema, pero la fibra lo pide.
Un poco después nuevamente se queda enganchado y fluye la sangre.
“Raca... raca”, otra vez más, y ya casi es hora del rancho.
Siete veces se torturó a sí mismo, Crisje.
No lloró, porque de eso no le da la gana.
Pero Jeus ve que Johan Daals juega con la fibra.
Mira por ti mismo, lo hace como si no fuera nada.
Ya ni mira las cardas, lo hace a ciegas.
Así que ¡solo es cuestión de hábito!
Pero entonces la máquina humana se vuelve a detener, Casje, y ¿es esa la intención?
Una hora más tarde, tiene listo medio kilo de fibra, y es demasiado poco.
Los otros dos chicos han mezclado algunos kilos, y eso significa juntar centavos.
Pero el sultán hace sonar el silbato, y ahora a jamar.
Jeus extraña muchísimo a Jan y también a Van Bree, pero no está arrepentido.
Aquí oye chismes humanos.
Hombres adultos diciendo puras tonterías en un espacio vacío, al que ahora él pertenece.
Jan viene a echar un vistazo.

—¿Qué tal, Jeus?

Uno de los hermanos de Jan es el que manda aquí, pero Jan no habla con los hombres, sino que a Jeus le pone brevemente la mano en el hombro, lo que lo reconforta y lo es todo para su vida.
Solo se oye:
—Con calma, Jeus, hay tiempo de sobra.
—Sí, Jan, y te lo agradezco.

Y luego vuelve a estar solo.
Un poco más tarde está ante un problema imponente y puede demostrar lo que quiere.
Uno de los hombres se le acerca y dice:
—Óyeme un momento, tú.
Nos tienes que ir a traer ginebra donde Jan Hieltjes.
Aquí está el dinero.
Atónito, Jeus todavía pregunta:

—¿Que tengo que qué?
—Aquí está el dinero para la ginebra.
¿Qué, no entiendes dialecto?
Ahora vamos, a por la ginebra, ¡y rápido!
Jeus deja caer el dinero.
El hombre se enfurece.
Esa vida ha cambiado de golpe.
El cardador recoge el dinero y les grita a los demás:

—¡Hay que ver a este!
No quiere ir a traernos el trago.

Y luego a Jeus:
—Vamos, no queremos que nos vengas con cuentos.
Jeus está muy decidido: no va a ir a traer ginebra.
Ahora el hombre empieza a proferir maldiciones.
—¿No quieres ir a traer el trago?
¿Te niegas a traernos la ginebra, mocoso?
¿Me estás oyendo?
¿Lo oyen? (¿Lo oís?) —les dice a los demás—, quiere ponernos en ridículo.

Jeus dice:
—No, aunque te pongas de cabeza, no voy a traer ginebra.
Puedes hacer conmigo lo que quieras, no haré eso.

Mira al hombre directo a la fea cara.
Los demás ríen.
Ahora tienen algo de diversión.
¿Qué quiere hacer este chiquillo de la Grintweg?
Aunque sepan que de haber seguido vivo el Largo, no se habrían atrevido a hacerlo, los caballeros siguen.
Ahora no tienen nada que ver con el Largo.
Entonces Jeus habría dicho, “Se lo voy a decir a mi padre, y ya hablaremos luego”.
Y todavía dice:
—Ahora que ya no está mi padre sí te atreves, ¿verdad?
Sienten su resistencia.
Uno dice, y eso le duele:
—¿Ese cabrón largote tuyo?

La sangre le sube a la cabeza, pero está impotente.
No puede pelearse con unos tipos grandes.
Es un insulto bajo.
Están mancillando a papá, tan bueno, ¡esos canallas, esos borrachos desgraciados!
Pero los hombres le dan una pequeña sacudida.
Vuela a través del espacio y aterriza justo en una canasta de esas apestosas, con pelo de cerdo.
Ahora oye:
—A por ginebra o a la pocilga...

Lo restriegan por la mierda.
—No me da la gana. —Oyen los hombres.
En un abrir y cerrar de ojos termina de cabeza entre las cerdas apestosas.
Lo sacan y vuelven a sumergirle la cabeza, pero Jeus no les da el gusto.
Ni uno de esos tipos grandes lo ayuda.
No esperan cuentos de él, y a Jeus lo están atormentando.
¿Son feligreses estos?
¿Padres con hijos?
¡Sí, Jeus!
Van a confesarse y comulgan, pero pisotean todo lo que esté dentro de su alcance, y ¡no respetan nada!
Jeus padece esta lucha injusta sin poder hacer nada.
Pero ¿dónde está Casje, su protector?
¿Y sus demás amigos?
¿Ese Casje solo sabe vender humo?
De pronto —cómo es posible— está Jan Lemmekus en la cardería.
Jan entiende el drama de un vistazo, arranca a Jeus de las manos de los hombres y al mismo tiempo les mete una paliza.
A diestro y siniestro los cuerpos salen despedidos.
Jan pelea como un vendaval, patalea y pega, los arroja lejos y los vuelve a interceptar uno por uno.
Se echa a los hombres a la espalda, algo en lo que aquí todavía no son muy duchos, pero que ya conocen de Jan.
Ahora es como un salvaje, como un león, y ¡ni a diez tipos les tiene miedo!
Mira al cabecilla a los ojos y dice:
—¿Eso es todo lo que sabes hacer aquí?
¿Echar a perder a los niños?
¿Pegarles y patearlos?
¿No tienes hijos tú mismo?
¿Y te gustaría que otro les diera una tunda?
Ya te digo, si lo vuelves a tocar
te las verás conmigo...
—Y a su hermano le dice—: ¿Y tú, Hent, ya no tienes nada que decir aquí?
Es cierto, en casa tampoco tienes nada que decir, pero pegarle a un niño, eso sí que lo sabes hacer...
—Y otra vez dirigiéndose a Jeus—:
Si uno solo de estos de aquí te vuelve a pegar, Jeus, vas a buscarme.
Allí donde estoy yo hay más a los que les gusta pelear.
Y ahora, a trabajar.
Jeus se quita la mierda del morro y empieza.
Siente una gratitud eterna hacia Jan.
Este todavía les dice a los hombres:
—Los (Os) machaco a todos, ¡el que quiera que venga!
Pero los hombres no hacen nada.
Conocen a Jan Lemmekus.
Le tienen miedo.
Así es, ni todos juntos se atreven a pelearse con Jan.
Una vez, estuvo frente a diez tipos y mandó al hospital a siete.
Jan no soporta ver injusticia.
Y entonces es cuando ocurre.
De pronto es otra persona y ya no se conoce a sí mismo.
Es fuerte como un toro, y su hermano lo sabe mejor que nadie.
Aunque este sea un tipo gigantesco, Jan ya le ha dado su ración de tundas.
No saben lo que se apodera de Jan en esas ocasiones.
Pero lo aprendió en Alemania.
Piensa que viene de China o de Japón, son llaves y trucos.
Pero antes de que un adversario piense, la máquina ya está en el suelo o sale volando por el espacio.
Jeus también quiere aprenderlo, vale la pena.
Si volviera a ocurrir algo así en la vida...
No, Jan no es un coloso tosco de esos, parece delicado, pero tiene músculos.
Y de cualquier manera es increíblemente fuerte y rápido como un rayo.
Y cuando entonces llega el momento, Jan mira a través de diez pares de ojos.
Ve todo, mira delante y detrás de sí.
Es interesante verlo y ¡esos hombres respetan eso!
Jan se va.
Y cómo es posible que pase algo así; se da de bruces con el patrón y este ve que a Jan le pasa algo.
—¿Está pasando algo? —Se oye ya.
—Por qué no vas a mirar tú mismo —oye Lumwald.
—¿Otra vez el aguardiente, Jan?
—No te dije que fueras a mirar tú mismo, así sabrás.

Jan vuelve al aserradero.
El patrón vuela hacia la cardería.
—Vaya vaya —se oye—, ya veo.
Si quieren beber, no metan a los niños en sus asuntos, ¿entendido?
No es bueno para la reputación de la fábrica, ¿entendido?
No metan a los niños —se oye todavía—, ¡nunca más, jamás!
El patrón corre en línea recta hacia Jan Hieltjes.
Los tipos están que se los lleva el diablo, y aun así... ¡habrá aguardiente!
Ahora van ellos mismos a buscarlo.
Les hace falta un trago.
Se divierten, pero no dura tanto; todavía están las mujeres y los niños.
A los chicos les parece que Jeus es un as.
Ellos sí fueron, no se atrevieron a negarse, les dio miedo recibir una paliza.
Una hora más tarde, ya hay tenues sonrisas para Jeus.
Qué valiente, un chico así.
Hay voluntad en esa cabeza.
Después de hora y media, se hacen de miel con él, pero a Jeus la miel no le gusta.
A pesar de todo, empezaron a respetar al hijo de Hendrik el Largo.
Lo saben, eso es algo del mismo Largo.
¡Y ese no le tenía miedo ni al diablo!
Claro, el cerebro de los adultos cambia.
Esto de hace un rato tiene que ceder su lugar para el pensar y comprender sensatos, porque el sábado, también les hará falta el dinero.
En realidad fue una jugada sucia.
¿Todavía estás enojado con nosotros, Jeus?
Pero ¿de dónde salió Jan Lemmekus tan de repente, Jeus?
¿No quieres saberlo?
Jan pensó, ‘ahora sí que casi es la hora’.
Y cuando Jan pensó en esto, fue todo para Casje para dirigir y orientar el reloj de su máquina momentáneamente hacia tu vida y entonces Jan ya estaba corriendo, y llegó justo a tiempo.
No hizo falta más.
Y tu padre, Jeus, estaba allí mirando.
Vio cómo ocurría, pero no pudo hacer nada.
Pero ahora sabe, si vuelve a pasar, u otra cosa, cómo tiene que ajustar la máquina humana para hacer que esa cosa funcione para él mismo.
¡Ay con ese Casje, pero también con ese buen Largo!
No hay más, Jeus.
Pero ahora vendrá otra cosa; a saber, algo que te hará temblar y estremecerte y que quizá para tu vida será lo peor que has tenido que aceptar hasta ahora.
¡Es espantoso!
Como siempre, Fanny está fuera, en la puerta, esperando a su amo.
Si Jeus —porque esto es de una importancia increíble— hubiera ido a casa en este instante, ahora, por Emmerik o por el Talud, o sea, dando un rodeo, no habría pasado nada.
Pero ¿quién lo hace?
¿A quién se le ocurre dar un rodeo de una hora para llegar al verdadero objetivo?
¿Ahora que sabemos que el tiempo que necesitan los hombres para comer es muy justo?
¡Eso no se hace!
¡No lo hace nadie!
Pero entonces no habría ocurrido lo que va a ocurrir en un momento, y que ubica a Jeus frente a una miseria que le hará sangrar el corazón.
Aun así —nos lo cuentan muchos sucesos—, hay gente que lo ha vivido, hay máquina humanas que de pronto han actuado de otra manera y se han vuelto del revés, por decirlo así, y que han dado semejante rodeo.
Otros, al contrario, han vivido que perdían el tren por un pelo, ¡y no se mataron en un accidente!
A otros más, el barco... se les fue, pero que de manera inesperada llegaron a esta decisión, de la que la humanidad dice: ¡todavía no es tu hora!
Ese barco y ese tren se accidentaron.
¡Ellos no!
Y ante eso está Jeus en este instante.
¿Cómo actuará?
Y Jeus ya está actuando.
Como lo harían miles de otras personas, opta por el camino más corto.
Va donde Crisje, con Fanny.
Oímos ahora:
—Ven, Fanny, vamos donde mamá.
El accidente ocurrió a menos de veinte pasos más adelante.
Hoy, Fanny corre como un desenfrenado, hacia un lado y otro.
Lo que el animal no hace nunca, ¡lo hace ahora!
Otra cosa más para reflexionar, pero nunca se te aclarará.
Y aun así... debido a esto, Fanny corre justo debajo de un carro con caballos.
También el cochero se comporta de forma extraña.
Al parecer, ese hombre no lo sabe.
Pero al pie de la Grintweg, Fanny termina debajo del carro, y suelta un grito que a Jeus le atravesó el corazón, y entonces tuvo que recoger a su gran amor.
Fanny sigue aullando otro poco.
Pero entonces, la vida se serena.
En la mesa, estando presentes todos, ¡Fanny muere!
Es un golpe tremendo.
Jeus... ahora estaba ante el “a la izquierda, arriba, hacia atrás y avanzando” de Casje, donde solo hay un camino por recorrer y ese precisamente tiene que ver —ahora lo crees— con La Parca.
Es algo completamente horrendo.
Es más, su camarada está muerto y hay que enterrar a Fanny, pero ahora no tiene tiempo para eso.
Enterrar a tu amor de prisa y corriendo, ¡eso es imposible!
Lo hará esta noche, después del trabajo.
‘Cómo es posible’, piensa Crisje.
Se va con Fanny hacia el jardín detrás de la casa.
Le da una pequeña tumba provisional al animal.
¡Jeus tiene que trabajar!
Y es que las circunstancias no son otras.
Jan viene a visitarlo un momento, supo del drama y siente lo que su amigo ha perdido.
Se miran a los ojos; Jeus se controlará.
Jan sabe lo poderoso que era Fanny para su vida.
Pero Jeus trabaja duro y ya ni siquiera se pega en los dedos.
Tampoco le importa.
Pega y pega, y las cosas marchan solas.
En su vida ha entrado conciencia para cardar.
‘¿No es extraño también?’, se pregunta.
Qué cosa tan rara es el ser humano.
Si eres cuidadoso, no se puede.
Y si no te preocupas por nada de todo eso, entonces se puede y también sabes hacerlo.
Pero ¡la vida es dura, implacable y horrenda!
Los chicos le admiten sin objeciones que ya aprendió, y su trabajo tiene buen aspecto.
Ahora no hay ningún Fanny esperándolo en el portón; qué desastre tan triste.
Para Jeus es un golpe en plena cara, pero corre donde Crisje.
A comer rápidamente, y luego a enterrar a Fanny con solemnidad.
Miets y Teun lo siguen.
Pero cuando ven que su “padre Jeus” los aleja con la mirada, mejor se largan.
Gracias, niños, ¡muchas gracias!
Y ahora Fanny entra en su tumba.
Claro que recibe flores.
Y una lechuga también se ve hermosa, al lado unas cuantas flores pequeñas, unas piedritas también, y entonces Jeus puede reflexionar un momento.
Da una buena impresión, pero ahora mira con sus otros ojos, como pudo hacerlo cuando el “Largo”.
Tal vez —no se puede saber— también Fanny tiene algo más que decir.
De manera suplicante, no quejumbrosa, sino genuinamente amistosa piensa en su amiguito, que estuvo con él en las buenas y las malas, convirtiéndose casi en ser humano, que lo entendía como nadie supo hacerlo nunca.
Le habla a su amor.
Claro que tiene mucho que decir.
¿Aún recuerdas, Fanny, cuando pronunció tu oración fúnebre en medio del bosque?
Y ahora estás frente a ese instante, Jeus.
¿Qué tienes que decir?
—Maldición... —Son las primeras palabras que salen de su boca—.
Debiste usar mejor la cabeza, Fanny.
¡Debiste usar las patas!
También tu razón, y allí está el resultado si piensas que puedes hacerlo todo (—dice).
¡Espera un momento!
¿Todavía no llega Fanny?
¡No!
Entonces a seguir.
—Si lo pienso bien, Fanny, sí que me dan ganas de arrancarme los pelos de la cabeza.
Y, claro, piensas que por ti, ¿no?
¡Ya quisieras!
¡No, Fanny, al diablo contigo!
Debiste usar mejor los ojos, y ¡eso es lo que me fastidia! (—dice.)
¿Todavía no llega ese animal?
No, todavía no.
¡A seguir, entonces!
—¿Te gustaría saber, Fanny, por qué acabo de decir que podías ir al diablo?
Es porque solo pensaste en ti mismo.
Pero no llevo esa intención, Fanny, sabes que desde luego no es así.
Pero tengo que desahogarme y entonces se dicen cosas fuertes, ¿verdad?
¡Tú mismo te ahuyentaste de este mundo, demonios!
Si lo pienso bien, Fanny, me dan ganas de llorar de dolor, pero ya quisieras eso.
A mamá también le duele por dentro.
¿Y acaso pensarías que mamá iba a llorar?
Nada de eso, mamá es fuerte, mamá es...
Pues por aquí ¡no hay nadie como mamá!
Pero eso ya lo sabes, ya no tengo que contártelo.
Cuando mamá tenía algo rico, a ti también te tocaba, ¿cierto o no, Fanny? (—dice.)
¿Todavía no vuelve ese otro animal?
No, no ve nada, entonces ¡a seguir!
—Si pienso en cuando los dos éramos pequeños; Fanny, pues me dan ganas de llorar.
Demonios, Fanny, qué bonito el tiempo que tuvimos.
Qué bien estábamos, siempre los dos juntos.
Y ahora esto.
Y tan de pronto, además.
Justo como pasó con papá.
Ese también se largó de pronto.
Todavía estuvo sentado en la mesa por la noche, Fanny.
Y unas horas después, estaba muerto y bien muerto.
Papá tampoco lo sabía, ¿no?
Pero él lo supo, dijo mamá.
Pero por estar siempre con tantos cuentos, La Parca prefirió eliminarlo de golpe, y eso no iba con papá.
Lo entiendes, ¿no es así?
Así son todos los seres humanos, Fanny.
Hoy son los que mandan.
¡Mañana están boca arriba, con tiempo de sobra para rascarse la panza!
No aquí, sino allí, donde estás tú ahora.
¿Aún no has visto a José, Fanny?
¿Es que no puedes volver un momento?
Es posible, ¿verdad, Fanny?
¿No ves a mi “Largo”?
¿Podrías llamarlo un momento, Fanny?
¿Podrías preguntarle si no puede ayudarte?
Te conoce tan bien como me conoce a mí, Fanny.
¡Pregúntale!
Puedes hacerme tan feliz, Fanny (—dijo).
A esperar un momento.
Tarda mucho, pero bueno, no es cualquier cosa.

—A tantos hemos visto morir, Fanny.
Siempre andábamos buscando en el cementerio.
¡Y ahora estás allí tú mismo!
¿Hace mucho frío, Fanny?
Pero ¿es que ya no tienes nada más que decir?
¿Debo entender, Fanny, que ahora piensas, ‘Por mí, que revientes’?
No puedo creerlo, Fanny.
Eso es increíble, caray.
Nunca te tomé el pelo, ¿no?
¿Tienes algo que reprocharme, Fanny?
¿Te tomé el pelo mientras vivías?
No, ¿verdad?, no debo cargar con eso ahora.
Ya no sería capaz de sostener la fibra.
¿Por qué ya no tienes nada que decir ahora?
Fanny, créeme, aunque alguna vez te haya dado una paliza, no lo hice sin razón, que lo sepas.
Ahora puedo perdonarte todo.
Lo sabrás, supongo, ¿cierto o no, Fanny?
De vez en cuando habrás pensado ‘Que diga lo que quiera ese amo mío’.
Pero ¿no pensabas, Fanny, que de vez en cuando hice la vista gorda?
Y entonces pensaba, que juguetee hasta cansarse por esta vez.
No puedo tenerlo encadenado todo el día.
¿Cierto o no, Fanny?
¿Estuviste encadenado día y noche?
¡Es lo que quisiera saber ahora, Fanny!
Si todavía tienes tu sentido común, Fanny, entonces tienes que darme razón.
Tan mal no estuviste conmigo, ¿no?
Otros perros están encadenados día y noche y tú me acompañabas a todas partes.
¿Cierto o no?
No pude aprobar que hace poco agarraras a Gerrit, de Anneke y Jan.
Pero ¿me oíste decir una sola palabra sobre esto, Fanny? ¿Dije algo sobre eso?
No, claro que no.
Pensé, ‘Entonces que ese Gerrit se calle la boca’.
Pero es que no tolera otros perros en el patio de Jan y Anneke.
Entonces debiste usar la razón.
¿Estás enojado conmigo, Fanny, por estar ahora de gruñón?
Mamá nos dijo que al final de la vida se puede decir todo.
Pero ahora podrás mantener la boca cerrada cuando tenga algo que decir.
Y ahora llegó ese momento, Fanny.
¡Aquí me tienes ahora, Fanny! (—dice.)
Jeus espera, pero ¿qué es eso?
De pronto Fanny está encima de su tumba.
Fanny lo recibe con un ladrido, vivito y coleando.
El animal, su amigo, le da su beso; un lengüetazo de su vida, de su amor desde detrás del ataúd.
Jeus siente que es completamente distinto del beso de Fanny cuando todavía estaba vivo aquí.
No se desploma, pues está acostumbrado a este tipo de cosas.
Conoce el fenómeno, pero oye que se dice, con la aparición de Fanny:
—Qué cosas, ¿no, Jeus?
—Vaya, ¿tú también estás aquí?
¿No podías habérmelo dicho de antemano?
Pensé que lo sabías todo de todas las personas.
Ahora mejor cuéntaselo a tu abuela.
Porque tú lo sabes todo, ¿verdad?
Pero ¡esto no lo sabías!
Ahora sé que solo vendes humo.
Ya no quiero tener que ver contigo.
¡Lárgate, y rápido!
¡Fuera de aquí!
Ninguno de los dos queremos tener que ver contigo ya.
No nos hacen falta camaradas así.
Dejaste que me hundiera en la miseria.
Bien, no tienes nada que decir a eso, ¿verdad?
Ahora aquí estás, frente a mí, con la boca abierta (—dice).
Con esto se las tiene que apañar Casje.
Pero él también tiene algo que decir, cuando Jeus oye:
—¿Me dejas que te diga algo, Jeus?

Pero este ya está despotricando en respuesta:

—Te acabo de decir que ya no quiero tener que ver contigo.
¿Entiendes?
—Eres duro conmigo, Jeus.
De verdad que no tengo nada que ver con la muerte de Fanny.
—¡Debiste avisarme!
—Será todo muy cierto, Jeus.
Pero si te digo ahora que Fanny no murió ni pronto ni tarde, sino en el minuto exacto, ¿me podrás creer?
—Vaya, quieres hacerme creer eso.
¿Y pensabas que lo iba a creer?
Te pregunto, ¿quieres hacerme creer que Fanny debía ser arrollado y hecho pedazos para morir?
Mira a Casje a los ojos, pero sin preguntarse por qué este permanece envuelto en una emanación que parece luminosa, por qué no puede verle la jeta como antes sí podía hacerlo, y como ocurría siempre.
Provoca a Casje.
Da golpes en su vida y quiere destruirlo si se puede.
Es una lucha a muerte.
¡Qué tiene que decir Casje ahora!
Se oye:
—Todo eso da exactamente igual, Jeus.
¡A Fanny le había llegado su hora!
Se fue al ataúd tan exactamente a su hora como tu padre, Jeus.
—Eso cuéntaselo a tu abuela.
Para papá fue algo completamente distinto.
Ese era un ser humano.
Pero este es mi Fanny.
¡Decir tonterías, eso es lo que sabes hacer!
Venir con cuentos, algo más no sabes hacer.
Ya no te creo, que lo sepas.

Ahora Casje se lo hace pagar, cuando se oye:
—¿Y tú tampoco crees que Fanny está vivo?
Pero entonces, ¿qué es esto?
¿Es Fanny o no lo es?
Otra cosa más te voy a decir, Jeus.
Si vuelves a ser insolente conmigo, una sola vez más, entonces dejo a Fanny aquí, solo, lo dejo que ande por aquí solo también, y entonces eso también pesará sobre tu conciencia.
Y a eso se suma que no he estado tirado en la calle contigo, ¿no?
Jeus lo entiende y cambia su parecer.
Porque es cierto: Fanny ha vuelto.
Ya está preguntando:
—Y entonces, ¿qué quieres hacer, Casje?
—Decídelo tú mismo, Jeus, entonces ya no tendré nada más que decir.
Jeus vuelve a ver a su amiguito José.
Ahora ve que José viene junto con Fanny.
Lo entiende, y le pregunta a José:
—¿Ahora tú te encargas de Fanny, José?
—Sí, Jeus, claro.
Fanny está conmigo ahora y lo voy a cuidar.
Ahora estamos siempre juntos.
—¿Y sabes hacerlo, José?
—Sí, es lo que acabo de decir, ¿no?
—Entonces ya no puedo insultar a Casje tampoco, ¿verdad?
—Yo que tú mejor te harías de mieles con Casje.
Si él quiere, Jeus, Fanny andará solo por aquí.
Yo no tengo nada que decir en absoluto.
—Eso sí que no lo puedo creer, maldición.
Ese es malo, José.
Tú tienes que cuidar a Fanny, de lo contrario lo mío ya no será vida.
—¿De verdad no ves, Jeus, que Fanny no te ha perdido?
Adelante, juega con él.
Acuéstate un momento, Jeus.
Mejor pregúntale a Casje, él puede hacerte desdoblar (—dice).
Ahora Jeus se desdobla del cuerpo.
Allí está acostado y se queda dormido, pero juega y retoza con su amor, en el mundo de José y Casje, el mundo en el que están el Largo, Peter y millones de otras personas, pero del que el resto de esta humanidad todavía desconoce la esencia y que cree imposible.
Para Jeus, eso es verdadero y genuino.
Ahora va volando, puede vivirse a sí mismo, puede vivir su espacio, en el que vive el ser humano tras cambiar lo material por lo espiritual, para luego seguir.
Más arriba, tal como es y tal como lo es para él una ley que “ÉL” le ha puesto en las manos, por la que todo lo que vive recibió una independencia.
Se olvida de Casje.
¡No piensa en su “Largo” de antes!
Juguetea con Fanny y José.
Por Dios, qué imponente es, de una belleza increíble.
¡Incluso demasiado bello para ser verdad!
Pero ¡allí está!
Finalmente, José tiene que despedirse de Jeus.
Casje es el que pone fin a esta imponente felicidad.
Es Casje quien tiene esto en sus manos y quien le hizo vivir este momento tan imponente.
Ahora Jeus está ante un instante tremendo: soltar a Fanny, el entregar.
¡También tiene que inclinar la cabeza ante esto!
Y entonces oye que Casje dice:
—¿Qué tienes que decirme ahora, Jeus?
—Nada, nada en absoluto.
Tú ganas.
Ya inclinaré la cabeza, y te doy las gracias.
—Eso es grande de tu parte, Jeus.
Pero ya lo ves por ti mismo.
Ahora José cuida a Fanny.
Y te prometo que si vuelves a esforzarte, si me enseñas lo que eres capaz de hacer, que entonces Fanny volverá de vez en cuando y podrás jugar otra vez con él.
—¿Me lo prometes, Casje?
—Claro, Jeus.
Y cumplo mis promesas.
—Eso está bien, pero ahora otra cosa distinta.
¿No conoces a ese Largo mío?
También está aquí.
Hace mucho tiempo ya desde que no lo veo.
¿Dónde está?
—Sí, lo conozco, Jeus, pero está ocupado con otras cosas.
Jeus mira a Casje, no siente nada, pero dice:
—En algo te pareces a él.
—Puede ser cierto, Jeus.
Somos del mismo país...
Es un familiar mío.
—Oh, es por eso, entonces lo puedo entender.
Pero ¿no tiene nada que decir?
—No diría nada diferente de lo que yo digo ahora, Jeus.
—Entonces puedo desprenderme de todo.
Y darte las gracias.
Se me hace comprensible.
Te lo agradezco, Casje.
—No hay de qué, Jeus.
—¿Te gusta tu nombre, Casje?
—¡Claro!
Me pone contento.
Es... ¡un nombre bonito!
—Pero ¿sabes lo loco que está ese Casje de verdad?
—¿Ya se te olvidó lo que pienso de él?
—Lo sé, entonces serás tú quien se llame Casje.
Me habría gustado mantener a Fanny cerca de mí, pero había empezado a tener achaques de todos modos.
—Es cierto, Jeus.
Y también es por eso que Fanny terminó debajo del carro.
Ya no podía correr tan rápido.
Y no tienes de qué quejarte, Jeus.
¿Estuvo enfermo Fanny muchas veces en su vida?
—No, tienes razón.
—Pero ahora mira a otros perros, ¿quieres?
Ahora Fanny está en buenas manos, que lo sepas.
—Lo entiendo.
Y tampoco quiero lloriquear.
—Así me gusta, Jeus.
Y ahora vas a ir a ver a tu madre para decirle que Fanny es feliz.
Seguramente que ella también quiere saberlo.
—Sí, claro, ya voy en camino.

Casje se disuelve ante sus ojos, y despierta.
Jeus no sabe cómo Casje desciende en su máquina, pero ya lo sabrá más adelante, y solo entonces Casje empezará con los verdaderos estudios para su vida y con su tarea para esta humanidad.
Las lágrimas le ruedan por las mejillas ahora que cuenta sobre el entierro.
Y cuando menciona a Hendrik el Largo, ya es suficiente para Crisje.
Pero entiende que te llega una respuesta a todo, y entonces puedes desprenderte del lado triste para eso.
El tremendo golpe fue asimilado y acogido de manera magistral.
¡La tristeza se convirtió en felicidad y conocimiento!
De pronto se dispuso un sendero nuevo para Jeus, y duerme bien.
Sabe que ¡se está cuidando a su Fanny!
¡No está muerto!
¡Vive!
¡Fanny está donde está papá, junto a Peter Smadel, Gradus de la tía Trui, donde está su amiguito José y todos los demás hijos de Nuestro Señor, para trabajar allí y continuar la propia vida!
Pero cuando al día siguiente llega a casa, el Casje material está sentado en la mesa, y habla con Crisje.
‘Ya verás ahora’, piensa.
Todavía tiene algo que preguntarle a este hombre. Ya se oye:
—¿Es cierto que en la fiesta de las hermanas del hospital engulliste siete platos de sopa, Casje?
El vendedor ambulante se asusta, pero también ríe.
Hace gestos con sus brazos cortos y pregunta a Jeus:

—Sí, Jeus, pero ¿cómo te enteraste de eso, si nadie lo sabe?
—¿Tengo razón, Casje?
—No te lo acabo de decir.
¿Quién te lo contó?
—Eso es asunto mío, Casje.
¡Me lo contaste tú!
El hombre se queda de piedra.
Le dice a Crisje:

—Y ¿esto qué es, Crisje?
—Las cosas que sabe este, Casje... —le responde Crisje.

Jeus reflexiona acerca de lo que le contó el otro Casje, el suyo.
Es verdad.
Tiene que aceptarlo.
¡Su Casje es fenomenal!
Su Casje es un amigo poderoso y tiene que alegrarse mucho de tenerlo.
Pero debió ponerle un nombre más bonito a Casje.
Esto no es nada.
Y ¿sin embargo?
A él mismo le pareció un nombre bello.
¿Y ahora?
Donde Van Gimborn necesitan chicos, Jeus.
¿Qué se gana allí?
Más que en la fábrica de escobas.
Allí tienes miel y puedes comer todo lo que quieras.
Regaliz delicioso, y pastillas.
Ya sabes, de ese regaliz que viene en cuadritos que puedes comprar en una tienda y que es muy caro.
Regaliz para la tos.
¡Vale la pena considerarlo, Jeus!
¡Los chicos tienen razón!
Y luego, dinerito para Crisje y para tu familia.
Eso es todo.
¡Allí puedes romper el acuerdo!
Qué cosas, ¿verdad?