Jeus, el vidente

Claro, cuando es la hora Jeus sale para ir adonde Jan y Anneke.
Jan erigió su paraíso entre Stokkum y el Talud, donde nadie lo molesta y donde puede disfrutar en paz con su mujer y sus niñas de cinco y tres años.
Está trabajando en su jardín y completamente absorto en su afición cuando llega Jeus.
Anneke está en casa, pero las niñas ya están acostadas.
Jan ya sabe que las niñas no se parecen en nada a él.
Más adelante se casarán y eso será todo.
Tampoco hace falta más, pero la más pequeña tiene mala salud y no es fuerte; él y Anneke son sanos como una manzana.
Pero se entrega también a estas leyes.
Jan no es tan ciego ni tan tonto como para exigirle todo a esta vida, mira hacia adelante.
Y ese es el equilibrio para él y Anneke, también el “Juicio Final”.
Sabe que ante todos estos embrollos humanos estás impotente si hay “Karma” en juego... ¡se lo han contado los libros!
¿Qué dices, doctor?
Jan cavila sobre todos estos tremendos problemas y todavía no entiende que uno le dé la vida a niños enfermos cuando uno mismo está más sano que una manzana, aunque pueda aceptar todo, ahora que los abuelos y bisabuelos tienen culpa en esta decadencia humana.
Así de profundos son los pensamientos de Jan Lemmekus y ni hace falta decir que aquí ¡consideran que es un erudito!
Jeus tiene que echarles un vistazo a las niñas, se lo pide Anneke.
—Aquí está “Jeus de madre Crisje”, Anneke.

Es la mayor, le pusieron el nombre de su madre.
La niña conoce a Jeus y ya sabe charlar bastante.
Mieneke está dormida, pero se despierta.
—Hola, Mieneke.
¿Puedes darme la mano, por favor?
Jeus se cuenta entre los adultos.
La niña le concede la manita y sin que en realidad quiera hacerlo, de pronto Jeus desciende en esta vida.
Ahora que es uno solo de alma a alma, se siente como la niña y esta pequeña máquina le habla a sus sentimientos.
No sabe por qué de repente vuelve a ocurrir sin más, ni le importa: ¡allí está!
Por un momento, ¡es volar dentro de otro ser humano!
Anneke ya está enterada del pequeño drama.
Ella también conoce a Gradus y reflexiona sobre todo esto en relación con Mieneke; tal vez Jeus vea algo para su hija.
Y Jeus ve y siente algo, pero entonces —también esta vez ocurre de pronto— se arranca del interior de Mieneke y vuelve a sentirse.
—¡A descansar bien, chicas, buenas noches!

Ya se le han vuelto a olvidar las niñas, pero Anneke lo siguió y le pregunta ahora:
—¿Qué viste hace un momento en Mieneke, Jeus?
Solo ahora en verdad despierta con un susto.
En efecto, durante algunos segundos vivió un estado de sueño y en él vio cosas peculiares y que no eran precisamente tan agradables para Mieneke.
Le dice a Anneke:
—¿Lo que vi?
¡Nada!
Nada, Anneke.
¿Qué debería haber visto?
Jan escucha con atención y es él quien se hace cargo de la conversación, porque esto va demasiado rápido.
Anneke lo hace sin rodeos y no debe ser así, a esta gente hay que tratarla de otra manera.
Y Jan sabe que él lo puede hacer; llevando a Jeus por un pequeño desvío logrará tenerlo donde él quiere.
Jan ya empieza:
—Por qué primero no vamos a echarles un vistazo a los pájaros, Jeus —intenta el filósofo.
A Jeus se le caen los ojos.
¡Qué animales tan bellos!
Estos son exactamente como los que vio donde José.
Ha visto estas espléndidas especies en los cielos, en el “atrio” de Nuestro Señor.
Se posaron en su mano y ni siquiera sentían miedo.
Sí, ¡eso no lo olvidará jamás!
—A él lo conozco. —Oye Jan que musita—.
A este de aquí también, aunque este sea un poco diferente, los colores son los mismos, y también la cabeza.
Y este también estaba allí.
¡Empieza la función!
Anneke llega a toda mecha, no quiere perderse nada.
Ella también tiene sed de espacio espiritual, de sabiduría vital desde arriba.
Eso es algo que aquí no se vive todos los días, y cuando a veces te llega parecen tonterías, parece burdo parloteo, se convierte en un rollo inhumano pensándolo un poco más a fondo, pero ¿esto?
Eso sí que es otra cosa, ya lo saben desde hace tanto tiempo y se lo dijo Mina, su amiga, que le puso sus primeros pañales a Jeus.
—¿Dónde has visto estos pájaros, Jeus? —pregunta Jan.
Pues, qué cosas.
Ahora ¿qué tiene que decir?
Jan le ayuda, cuando dice:
—No te preocupes, puedes contarnos todo lo de tu vida, Jeus.
Mina ya nos puso al corriente.
—Vaya —dice—, ¿estuvo chismeando Mina?

Pero entonces sigue de inmediato.
—¿Que dónde vi esos pájaros, Jan?
¡En los cielos!
Anneke abre los ojos.
Ahora su dulce corazón succionará para su alma y espíritu todo lo que está por venir.
Y Jan disfruta por dentro, siente que ahora está recibiendo clases universitarias.
Se acomoda en un pequeño asiento, muy tranquilamente en las posaderas, entre las flores y los rábanos, la col y la lechuga.
Solamente falta el “Árbol Divino” para que estén realmente en el verdadero paraíso de Nuestro Señor, pero ¡ahora sin serpiente!
Jan sabe desde hace tanto que ese bicho y toda la manera de representarlo son buenos para los “borregos”, no para los seres humanos cabales y sensibles como su Anneke y él.
Y les encantan estas pequeñas manzanas que de pronto, así como así, rodarán ante sus pies, coloreadas por los rayos de sol de Nuestro Señor, las morderán, se las comerán enteritas, sin dejar ni un pedazo de piel o de corazón.
Son unas deliciosas natillas, la sopa dominguera...
Olerás un rico olor y por dentro, no lo creerás, te sentirás tan feliz como los ángeles en los cielos, ya que se encuentran cerca de la supuesta “fuente”, pues es allí donde al menos nació, y donde a todo lo que vive se le asignó un núcleo, también un alma y un espíritu.
¿O no es cierto, acaso?
Y ahora puedes sentirte un ser humano grande y fuerte, si quieres también incluso encogerte de hombros ante un par de personas como estas dos, Jan y Anneke; Nuestro Señor quiere que “SUS” hijos investiguen todo acerca de “ÉL”, y ¡mantengan lo único bueno para ellos mismos y para “SU” espacio!
Pero ¿por qué Nuestro Señor plantó a una pareja así en semejante rincón apartado del país?
¿No podría “ÉL” haberles dado a estas almas un lugar en Oriente, donde sin duda pertenecen?
Son como flores de un solo color, estos dos, hombre y mujer, son un solo cuerpo, también un solo pensamiento.
Lloras por dentro cuando los ves y vives, porque a ti mismo te hace falta y no conoces aquello que anhelan millones de personas.
¿Acaso eso es duro, acaso es injusto Nuestro Señor?
¿Le da todo a una vida y deja que mueran de inanición las otras, incluido “SU” hijo?
Ya lo ves, preguntas; ¿quién las contestará?
Pero al lado de estas personas, ¡Jeus se siente feliz!
Siente que estas personas se están besando en todo momento por medio de sus pensamientos dulces, y lo hacen entonces por dentro.
Comparten todo con su Crisje.
La madre Crisje también podía hacerlo con su Largo, el padre de Jeus, siempre se estaban besando, pero nunca se veía nada... ¡Esa es la vida!
Es peculiar esta nobleza espiritual... aquí en la Achterhoek (una región apartada)... sobrenatural e incomprensible.
Jan ya conoce a Anneke desde que esta tenía siete años y ya en ese momento los dos sabían —lo comentaron entre ellos— que serían hombre y mujer, y se hizo verdad.
—Sí, Jan —sigue Jeus—, ¡estuve en los cielos!
He visto los cielos yo mismo.
Esto, pues, es un beso espiritual para Anneke y Jan.
Entran al paraíso, del que saben que es diferente de aquello en lo que se le ha convertido en la tierra.
Jeus lo siente: estas personas son una unidad como el señor párroco y la iglesia.
Y otra conciencia que sigue a Jeus dice: entre ellos está y vive el “Gólgota”, para el que Jan y Anneke quieren vivir y morir.
Jan pregunta:
—¿Había allí pájaros como estos, Jeus?
—¿Pero es que no sabes, Jan, que puedes caminar y mirar fuera de ti mismo?
No, eso precisamente no, Jan.
Quiero decir: allí hay pájaros incluso más bellos que aquí, pero estos se parecen.
Las cosas van bien, mejor imposible, las preguntas se han empezado a formular.
—¿Qué me estás diciendo allí, Jeus? ¿Puedo caminar fuera de mí mismo?
—Sí, Jan, puedo hacerlo, pero entonces ¡tengo que dormir!
—¿Es como cuando te fuiste a jugar encima de las nubes?
—¿Eso también lo sabes?
—Decidamos ahora entre nosotros, Jeus, que lo sabemos todo de ti, entonces será más fácil hablar, ¿no?
Mina nos contó todo de ti.
No te avergüences, nos haces tan felices.
—Qué gusto, Jan.
Me gusta estar contigo, que lo sepas.
—Y lo sabemos, Jeus; puedes venir cuando quieras.
¿Lo recordarás?
—Claro.
—Bien, entonces, cuéntame.

Pero primero Jeus tiene que pensar, no toma mucho tiempo y luego se oye:
—Pues, ¿cómo lo diré?
Ese jugar en las nubes fue por sí solo.
—¿Y lo de tu padre?
—Lo de papá fue diferente, Jan.
Él volvió, sabes.
Pero aun así, podía hablar conmigo.
Aunque entonces ¡ya estaba metido en el ataúd!
—¿Y lo oías como ahora ahora hablas conmigo, Jeus?
—Exactamente igual, Jan.
En eso no se notaba diferencia.
—¿Qué viste hace un momento en Mieneke, Jeus?
Jeus recae y vuelve a vivir esos pensamientos.
¿Puede contarle a esta gente que lo van a pasar mal?
Jan lo sigue y dice:
—Que no te dé vergüenza, Jeus.
Hombre prevenido vale por dos.
Lo sabes, ¿verdad?
¿No es así?
Ahora sale como si nada de sus labios:

—Estuve enfermo junto a Mieneke, Jan.
Está enferma, Jan. Creo que no es fuerte.
¡Vi a Mieneke en otra parte!
Anneke se pone pálida, Jan no mueve un músculo, pero ahora lo saben.
Esta vida se irá, no se les concede conservarla.
Hay algo, y eso lo sienten.
El sentimiento se va acaparando de sus corazones, vive en estos y se deja percibir como miedo.
Se resiste a desaparecer, sigue allí.
Pareciera como si les hablara día tras día... Hasta el momento en que quieran aceptar el sentimiento, y solo entonces ya no dirá nada.
Es raro, pero a veces también lo oyes de otras personas.
Y luego, un poco después, a veces solo tras años, ocurre.
Entonces vives ese miedo.
Una posibilidad de cien y estás ahora frente a la tumba, o bien te ves a ti mismo o a aquel otro en un hospital, ¡dando las últimas boqueadas!
Y ya puedes decir “sí y amén”.
Otra fuerza, más fuerte que tú mismo, o qué será... ¡da órdenes!
Puedes inclinarte, simplemente llorar hasta quedar seco también, pero a esa fuerza o esa ley tu llanto no le importa nada, nada en absoluto; aunque te derrumbes, aunque quisieras dar todas tus posesiones para ello, todo, tu castillo y tu dinero, también tu inventario, y aunque incluya uno que otro Rembrandt, no te ayudará, para nada, porque a esa tipa no se la podrá sobornar nunca jamás.
Se llama “La Parca”, sabes, y ella no se deja comprar.
Anneke y Jan lo saben, vaya que lo saben, y ¡se resignan!
Jan sigue adelante, aunque también él estuvo por un momento en una bifurcación sin saber muy bien en ese momento qué camino debía seguir, pero un poco más tarde él, y también Anneke, escogieron el más difícil, que sin embargo es también el más seguro, ese único camino que los lleva a ellos y a toda la gente hasta “ÉL” y del que “ÉL” sabe ¡que es el correcto!
—Vaya, Jeus, ¿así fue?
¿De verdad hablaste con tu padre?
Jan siente que la conversación ha sido perturbada.
Él y Anneke quedaron anonadados, y es que fue un golpe tremendo.
Un golpe terrible, se lo dieron justo en la parte trasera de la cabeza.
Más o menos así, calculado y con mucho sentimiento, contra el que no puedes hacer nada ni puedes ofrecer resistencia.
Porque ¿qué ser humano tendrá ojos atrás en la cabeza, que puedan ver y captar eso?
Jeus quizás, claro, Jeus sabe hacerlo, y Crisje.
También otras personas que son fuertes, que poseen una fe en Dios que mueve montañas, de lo contrario ellas también caerán y sentirán el fuerte golpe por dentro para entonces sucumbir durante un instante o muchísimo tiempo.
Anneke desaparece un momento.
El alma bella como madre sufre ese golpe, al que Jeus reacciona y dice:
—No debí decir eso, ¿verdad, Jan?
Mieneke... quiero decir, ¿Jan?
—Jeus... —sale de la boca de Jan—, nosotros no le tenemos miedo a La Parca... espero que quieras creerlo.
Pero claro, no quieres quedarte sin ellas.
Anneke está fatal.
Y ¿si tú tienes hijos algún día, Jeus?
Y puedes entenderme.
Jan ahora lo sabe: habla con un adulto, la edad ya no tiene importancia, ¡son los sentimientos!
Y Jeus le da a Jan una bella flor, una pequeña “Orquídea” de un espacio, cuando contesta:
—Eso es seguro, Jan.
Pero que sepas que no hay una Parca.
Entonces, ¿por qué tendría que preocuparse Anneke?
Jan llama a Anneke para que regrese, y cuando está allí, Jan pregunta:
—¿Lo puedes repetir, Jeus, lo que me acabas de contar?
—¿Exactamente lo mismo, Jan?
—Sí, exactamente lo mismo.

A Jeus le parece extraño, pero puede entender a Jan, y Anneke escucha cuando se oye:
—Eso es obvio, Anneke: si sabes que no hay una Parca, no tienes por qué dejar que te vaya carcomiendo el corazón, ¿verdad?
A Jan casi le gana la risa, pero se controla por completo.
Aunque de eso se reirá más tarde.
Por cierto, ¿qué fue lo que apareció de pronto?
Pero a Jeus nada le estorba, y ahora Anneke oye:
Si sabes que únicamente engaña a la gente, no tiene por qué parecerte bien, Anneke.
Es para volverse loco.
No, eso es por decirlo así meter la cabeza en la arena y exclamar, “¡No estoy!”.
Naturalmente, ¡eso está mal!
Mi propio padre, maldita sea —ahora siente que está inspirando—, estaba en su propio ataúd y podía hablarme.
Y entonces, Anneke, me reí de ella, de La Parca, en la cara.
Y ya tampoco tenía nada que decir, también se largó, lejos de mí, porque sabía que yo no dejaba que me fastidiaran.
A mí no puede engañarme y cuando se dio cuenta de eso, Anneke, se largó y ¡ya nunca volví a verla tampoco!
Por Dios, no me había reído tanto en toda mi vida, Anneke.
El sacristán pensó que me había vuelto loco.
La tía Trui me hizo oler un pequeño frasco para los nervios.
Pero lo que me pasaba no era por los nervios.
Me reía por papá, porque ¡los engañaba a todos!
Estaba allí, Anneke.
Y miraba a todas esas personas que habían llegado a rezar por él.
Papá les tomaba el pelo a todos esos parlanchines, ¿y todavía tienes que llorar?
¿Tienes que pensar entonces que están muertos?
Y ahora está esa gente llorando junto a la tumba, lloran hasta quedar secos y ya no poder más.
Por ese muerto, que no está muerto, sino que sigue con vida.
Y ese está allí riéndose de ellos.
¡Y lo sé, Anneke!
¡Por mi propio padre!
¡Pude vivirlo!
Eso ya no me lo quita nadie, ¡es mío!
¡Lo vi con mis padres!
¿Quieres otras vainas, Anneke?
¿Qué tal sabe esta manzanita?

Jan dice:
—¿Es cierto eso, Jeus?
¿Y lo estabas viendo claramente, además?
—¿Claramente, Jan?
¿Me preguntas si claramente?
No hubo cambios en papá, si quieres saberlo, y puedes creerme, Jan, ¡es la verdad!

Jan sigue, el hierro espiritual está al rojo vivo cuando pregunta:
—Entonces, ¿por qué te daba tanta risa detrás del ataúd de tu padre, Jeus?
—Oh, ¿quieres decir cuando nos llevamos a papá, Jan?
—Sí, eso quiero decir.
—Pues lógico... pero no estaba haciendo el payaso... Jan, eso no es cierto.
Aunque la gente lo haya dicho, es una gran mentira.
Era él mismo.
Volvió a mí y además así me lo había prometido.
Y es lo que pasó, Jan.
Gerrit pensó que yo estaba haciendo el payaso, porque quise seguirle el paso a papá.
¡Las zancadas que daba!
Lo sabrás, ¿no?
—Claro, ¿y luego?
—Pues quería seguirle el paso a papá, pero Gerrit pensó que quería remedarlo y entonces empezamos a pelear.
Y papá fue a la iglesia con nosotros y luego incluso también a la tumba.
Pero ahora ya no quiero saber de eso.
Jeus está imaginándose a Crisje y cómo lloraba por papá, su Largo, un acontecimiento que lo conmovió mucho y del que todavía siente los golpes.
Pero Jan siente que se les va a hablar acerca de ciencia, es un espacio.
Ahora le sigue dando carrete, a gusto, pero absorbe a fondo estas clases.
Mientras, Anneke llena un vaso de limonada, y Jan sigue, pero allí también está Mina.
—Verás, Mina, Jeus nos estaba contando mil cosas, y que hablaba con su padre cuando este estaba en el ataúd.
Así que mejor sigo, ¿no?

Y le dijo a Jeus:
—Cuando hablabas con papá, Jeus, cuando estaba en el ataúd, ¿no te dio un poco de miedo entonces?
—¿A qué le tendría miedo, Jan? Era mi propio padre, ¿o no?
—Será muy cierto eso, Jeus, pero estaba diferente, ¿verdad o no?
Por lo menos parecía diferente.
—No, Jan, es exactamente lo mismo.
Me estaba hablando, y esa cara muerta no tenía nada que ver con eso (—dice).
Ahora sí que está siendo una revelación para él mismo.
Siente por primera vez que nunca ha reflexionado tan profundamente sobre esto, pero todavía sigue:

—No, papá estaba exactamente igual, Jan.
Sin haber cambiado en nada.
Además, papá seguía con ganas de reír, y todavía tenía su bigote, igual de largo que cuando estaba aquí.
Nada había cambiado en él, nada.
—Pero ¿es que a ti no te parece que es algo especial, Jeus?
Acuérdate de que nosotros solo somos personas normales.
No tenemos eso.
No podemos mirar dentro de eso.
Y es que es otro mundo, ¿no?
—No tiene truco, Jan, tú también puedes hacerlo.
Ese mundo también está aquí, ¿no es cierto?
Pero entonces ya no puedes estar malhumorado, Jan, eso ha terminado.
Allí ya no tienes nada que decir.
Allí tienes que obedecer a Nuestro Señor y también trabajar duro, o no se te da de comer (—dice).
A Anneke también le da una pequeña orquídea de esas cuando dice:
—Y allí también hay niños, Anneke.

Ella aprovecha este instante y pregunta:

—Vaya, ¿hay niños allí, Jeus?
—Claro, Anneke, de lo contrario José no habría podido jugar conmigo, ¿no?

—¿José...? —pregunta Jan...—, ¿José?...
Qué bello ese nombre, Jeus.
—Sí, es cierto, Jan, es un nombre bonito.
José lo recibió de Nuestro Señor.
¡Me lo dijo el Largo!
—¿Tu padre?
—No, no papá.
Me refiero a otro Largo, pero es clavado a mi propio padre.
Jan mira a Mina y Anneke.
Ahora las puertas del cielo están abiertas de par en par.
Oyen algo que contiene música celestial.
Jan sigue rápidamente:
—¿Qué es eso, Jeus?
¿Podemos saberlo?
Desde dentro se lo pregunta a su protector, de quien sabe que, cuando se trata de la vida, a veces incluso contesta directamente.
Pregunta:
—¿Puedo contárselo a esta gente, decirles todo acerca de ti...?

Un poco después ya tiene respuesta, y Jeus oye que su Largo le dice:
—Claro, Jeus.
Para eso es que vine un momento... —Y puede decir:
—Aquí está, Jan... ¡Aquí!
Allí está, en el aire.
Nos está mirando a todos y quiere venir a escuchar un momento.

Para Jan y ambas mujeres es como si recibieran a Nuestro Señor.
Casi estallan de felicidad y gloria.
Jan suelta:
—¡Qué cosas, Jeus!
¿O sea que tenemos una visita distinguida?
Ahora Jeus se siente muy diferente.
Lo conforta que estas personas quieran entenderlo y sientan un respeto sagrado ante su amigo invisible.
Jan ya oye:
—Eso está claro, ¿no, Jan?
¡Es distinguido!
Es un ángel, Jan... —Y ahora, durante un instante, levanta los ojos interiores para mirar a su maestro y amigo y ver si todo está bien, si no está yendo demasiado lejos.
Ahora Jan le contesta:
—Vaya, Jeus, ¿está aquí?
Entonces sí que podemos considerarnos afortunados.
¿No tiene nada que decirte?
—No, pero a él ya lo veía cuando tenía tres años, Jan.
—Por favor, cuéntanos de él, Jeus.
—Entonces me llevaba niños pequeños con los que yo pudiera jugar.
Y entonces jugaba con esos niños, Anneke.
¡Y por eso también sé que allí hay niños y que viven allí!
“Raca”... una orquídea de belleza desconocida para Anneke.
La flor no cayó frente a sus pies, sino que fue plantada inmediatamente en su corazón, para seguir floreciendo en él y para más adelante, cuando también Mieneke vivirá su salto por encima del ataúd, pero de donde ahora vienen esas flores celestiales y que así sin más... se le regalan a la gente que esté abierta a estas cosas y que anhele que le sea concedido recibirlas.
Mina fuerza la clase universitaria en una dirección determinada por ella, cuando pregunta:
—¿Qué fue lo que pasó con ese dinero, Jeus?
—De eso se encargó mi ángel, Mina.
—¿Y allí estaba ese dinero, verdad?
—Sí, Mina.
Cuánto me divertí en la feria entonces.
Todavía le agradezco ese dinero, Mina.
—Lo entiendo, Jeus, claro.
Y lo viste allí, en el bosque, sin más, ¿verdad?
—Sí, Jan, pero mi ángel me llevó allí.
—¿De qué manera, Jeus?
—Apareció un pedazo de... de... pues diré un pedazo de cuerda blanca, que se desenrollaba.
Y se adentraba en el bosque y yo corrí detrás, hasta que vi ese dinero en el suelo.
—O sea, que fue un pedazo de cuerda, ¿no, Jeus?
—Sí, parecía de plata.
—¿No podrás preguntárselo un momento, Jeus, ahora que está aquí de todas maneras?
Escucha y oye decir:

—No, Jeus, ahora no, aunque más tarde sí.
Mina dice:
—Pero es que no lo entiendes, Jeus: es la relación entre todo.
Por supuesto que ese ángel guardián tuyo lo encontró, y te lo dio a ti.
—Pero ¿qué es relación, Mina?
—¿De veras no entiendes? ¡El que lo sabe todo!
—Es tu contacto... —dice Jan, pero Jeus pregunta:
—¿Qué es contacto, Jan?
—Contacto, Jeus, es que puedes hablar con él.
Eso es contacto.
—Ah —se oye—, entonces lo entiendo.

Y también para él es algo nuevo.
Mina sigue y pregunta:
—¿Cómo supiste, Jeus, que tu madre iba a tener una niña? ¿Fue por tu ángel guardián?
—Sí, Mina, claro, lo supe así sin más y pasó solo.
—¿Has vuelto a hablar con tu padre últimamente?
—No, Jan, tiene que trabajar para Nuestro Señor, y tiene mejores cosas que hacer que hablar conmigo.
Pero papá ya volverá, verás.
Jan quiere saber más cosas, pero le dan su golpecito desde aquel otro mundo y se blinda.
Ahora Jan muestra sus preciosas flores a Jeus.
También ahora este se mete a la fuerza en esas vidas, por lo que Jan siente que Jeus puede vivirlas, y que a Jeus lo llevan a Oriente, porque ¡dice con exactitud de dónde vienen, lo que Jan también sabe!
También a través de sus pájaros recibe estas pruebas de intuición, de ser uno con todo lo que vive, que Jeus capta y para lo que posee la sensibilidad.
Simplemente, mira detrás de la vida y Jan sabe que es enorme para sus caracteres, para la totalidad de este mundo.
Se puede aprender de él.
Jan lo sabe: detrás de todo esto vive un profeta, pero ese se encuentra en la región Achterhoek de la provincia de Güeldres, y esta humanidad todavía recibirá cosas que digerir de su parte.
‘Sin duda alguna’, piensa Jan, ‘¡esta vida es infaliblemente consciente y tiene un carácter que es una joya!’.
Jeus merodea otro poco por allí, ya no le hace gracia la situación, Fanny se peleó con Gerrit de Jan y Anneke.
Tiene que irse y rápidamente, además.
Fanny lo obliga a hacerlo y para él esa es una señal de que el animal se siente sumamente infeliz; de lo contrario Fanny no pelearía.
Le falta juguetear con Fanny antes de que se vayan a dormir, y ¡eso sí que para él es algo totalmente diferente!
Es mejor, tanto parlotear sobre todas esas cosas no lo seduce para nada.
Se quita todo de encima.
Ahora vuelve a ser un chico, un pato salvaje, un niño bullicioso, sus travesuras se apoderan de él y también eso es algo muy diferente, y la gente no lo entiende.
Jan sí, Crisje también, pero ¿más adelante?
¿Entonces lo entenderá la gente?
—¿Dije demasiado, Jan? —pregunta Mina cuando Jeus se ha ido.
—No, Mina, más bien te faltó decir muchas cosas.
Hoy ya pudimos vivir una predicción.

Ahora Mina oye lo que vivió Jan, y entonces puede decir:
—Créeme, Jan, ¡las cosas que este regalará al mundo!
Y claro que ni falta hace decir que no se le comprenderá.
No hay que ser un genio para saberlo.
Pero ¿viste cómo le cambiaba la cara, Jan?
Veía lo que nosotros no podíamos ver, y ¡estábamos con las narices encima!
¿Cierto o no?
Tendrías que haberle visto sus ojitos, Jan, cuando nació.
Eso lo viví con él y Crisje también.
Se veía a la primera, tenía ojos como canicas.
—Sí, Mina, tienes razón.
Y vio y sintió que nuestra Mieneke se va a enfermar.
Lo que vio en su padre, lo vio también en Mieneke.
Más adelante, Mieneke podrá jugar donde Nuestro Señor.
Pero nosotros, Anneke y yo, todavía podemos disfrutarla ahora, verdad.
Ya damos las gracias por que se nos concede saberlo y tampoco somos tan locos como para meter la cabeza en la arena.
De lo que él hablaba, Mina: ya tampoco somos tan pusilánimes.
No somos unos pobres diablos, eso ya no va con nosotros.
Y que no es de extrañar que Crisje no lo cambiaría ni por mil florines, como alguna vez me dijiste... ahora sí que me lo creo.
—Claro, Jan, si no se puede hacer nada, entonces a los dos no les (os) queda otro remedio que desprenderse.
Ya no puedo soportar las majaderías de ese párroco.
Solo ve la oscuridad cuando se trata de la gente.
Ya no hay luz para esos infelices.
Pero ¿entonces qué es esto?
Aquello de la condenación eterna... Jan, es totalmente terrible.
¿Quién podrá seguir procesándolo, siendo una persona saludable?
¡Nadie!
¿Quién podrá seguir creyéndolo?
¿Podrá “Él”, aquí arriba, destrozarnos?
¿Quiere ÉL dejarnos arder eternamente?
¡Es para morirse de la risa!
¡Eso a mí ya no me cabe!
Es el pasado, Jan.
¡Es pobreza!
Quien quiera seguir creyéndolo es uno de los borregos ciegos del “Mesías”.
Pero no gracias, no para mí.
Esos sermones me importan un pepino, son para otra gente, ¡en mi familia tenemos otro tipo de sed y hambre! (—concluye.)
¡Esa, pues, es Mina!
Es como absolutamente toda la vida de Dios, felicidad bendita.
La conversación de esta velada se prolonga hasta bien entrada la madrugada.
No se cansan.
Mientras sueñan empiezan a dormir y volar al mismo tiempo.
Quien quiera seguirlos y vivirlo también, que de un golpe le tire su corona a La Parca de la cruel cabeza, que saque la lengua, porque esta horrenda bestia sigue viviendo entre la gente, la pone a llorar hasta volverse loca de atar, y a pesar de eso todavía hay millones de personas de este mundo que toleran a este monstruo.
De igual manera debe desaparecer la aterradora condenación, debe ser aniquilada, hay que degollarla.
Eso le parece imponente y bello a Nuestro Señor.
Solo ahora “SU” hijo está conociéndolo a ÉL, pero ¡de otra manera, mejor!
Ahora mismo todo es amor y felicidad, ¡vida eterna!
¿No quieren eso los adultos?
¡Los niños sí!
Y ¿no dijo “ÉL” algún día, hace mucho tiempo... “Vuélvete como ese niño y “ME” recibirás”?
Jan, Anneke y Mina son como esos niños, y créelo, todo menos infantiles.
Mina aún está dispuesta siempre a acoger a “SUS” niños.
Ella como partera “LO” conoce, porque cada uno de esos niñitos le dijo a Mina, al tener su primer ataque de llanto: “Mina, te manda saludos el Padre.
Dijo gracias, Mina.
Así las cosas van bien.
¡Nos conocemos, Mina!
¡Cuida bien a MIS hijos!”.
Y ¿quién seguirá queriendo tomarle el pelo a Mina diciéndole que “ÉL”, Nuestro Señor, condena a “SUS” propios hijos?
Solo depende de cómo sientas esto, pero ¡hay otra cosa!
Ahora primero te tienes que poner a ti mismo dentro de la iglesia.
Y luego también otra vez fuera.
Debes querer ascender más allá de la cima de la iglesia, porque es allí arriba donde puedes escuchar y palpar estos sentimientos, y entonces ¡“ÉL” hablará como un Padre amoroso a tu pequeño “yo”!

—Aquello otro —dice Mina, y ya lo conoció años atrás—, ¡son majaderías...!

Son tonterías... y ella ya no las quiere, porque eso pone a la gente encima de su propia tumba, donde a continuación ¡llora hasta quedar vacía, malgastando sus fuerzas!

Y eso no le gusta a ella, ¡ni tampoco a Jan y Anneke!
 
—¿Dónde están Miets y Teun, mamá? —le pregunta Jeus a Crisje cuando llega a casa.
—Sí, claro, es cierto, tienen que ir a la cama.
—Entonces ya los meto yo en la cama, mamá.
Cinco minutos después, Crisje oye los gritos.

—¡Vamos, y rápido, a la cama!
Ya es demasiado tarde para los niños pequeños.
¡Apúrate, vamos!
Ya está bien de cuentos.
Nada, no quiero saber de cuentos, a la cama y sanseacabó.
Hendrik y Gerrit no dejan que él los mande.
Y de todas maneras tendrán que obedecer al padre Jeus.
Ahora es la mano derecha de Crisje.
Esta está delante de la estufa, descansando.
Durante un momento, dormita deliciosamente.
Se cae de cansancio; pasa todo el día doblada en el campo del granjero Hosman para ganar algo de dinero, de lo contrario no le alcanza.
Y ¿dónde irá a encallar este barco?
¿Dónde y cómo será el final?
No quiere ni pensarlo.
Jeus mete a los más pequeños a la cama, y obedecen.
Lo tratan con cariño porque les da la sensación de que es su padre.
Vela por estas vidas, a pesar de que Gerrit lo abuchee y Bernard se ría.
A Johan no le importa.
No le interesa.
¡Jeus juega a ser su padre!
Ese derecho lo recibió de Hendrik el Largo, y para Crisje Jeus sirve de gran apoyo.
Ahora que los más pequeños están dormidos, empiezan a conversar, y otra vez Crisje se entera de todo.
Jeus siente que una mujer tiene ese derecho, y no necesita explicación.
—Esos de allí, mamá, lo sabían todo de mí.
—Lo saben por Mina, Jeus.
Sí, esas son buenas personas y son muy felices juntas.
¡Lo sé!
¡Jan es tan bueno con Anneke!
Ahora ve lágrimas.
Siente el dolor de Crisje.
Cuando llegan las lágrimas, también Hendrik el Largo está junto a ellos, y otra vez están todos en la mesa, y papá besa a mamá.
Pero papá también está allá, y ahora ¡toca sus violines hasta romperlos!
Pero entiende muy bien... ese tocar de papá no significa nada.
¡No vale ni un centavo!
Es muy divertido hablar de ello de vez en cuando.
De verdad que es muy divertido, pero ¡papá puede contarle lo que quiera!
¿Qué puede ganar papá tocando para mamá?
¡Nada!
¡Ni un centavo!
¡Y esa es, pues, la verdad sagrada!
¿Eso les da de comer?
¿Puede papá pagar y ganar el arrendamiento tocando?
¡No!
¡Son tonterías!
‘Pero ¿por qué será?’, continúa por dentro, y ahora piensa por toda la casa... son las preocupaciones... ¿Por qué es que los adultos se alteran tanto por estos asuntos, que de cualquier manera no tienen valor?
Cuando Crisje oye:
Crisje también sabe y le queda claro que Jeus carga todas estas preocupaciones junto con ella cuando oye:

—Cuando hablo, mamá, a la gente le parece bello, eso sí, pero con eso ¿qué compro?
(Y Crisje oye que el niño sigue: —)¿Qué compro con eso, mamá?
¡Nada!
Si tan solo me sirviera para ganar dinero, entonces querría hablar día y noche, y contarles todo.
Pero eso es algo muy diferente.
Cuando Crisje dice que no debe enriquecerse a través de los regalos de Nuestro Señor, él también lo sabe y con alegría se dan la razón el uno al otro.
Ahora son uno solo en sentimientos, es un solo pensar y comprender, pero ¡allí están esas malditas preocupaciones!
Crisje sabe que hoy su Jeus se hizo mayor.
Su vida ya habla como si fuera un adulto.
No, aunque papá esté tocando sus violines hasta romperlos, aunque el Largo esté vivo y no haya nada que pueda quitarles este amor, ellos tienen hambre.
¡Hay miseria!
Y ahora, ¡a hablar con alegría!
¡Cambia esa risa un momento!
Te cuesta tu propio corazón.
Ahora te tomas el pelo a ti mismo y a tu amor.
Por mucho que Hendrik el Largo toque sus violines hasta romperlos, aquí están frente a la realidad.
La tienen hasta el cuello.
Lo miserable que esta tiene va llegándoles a los labios, casi llega, casi...
Ahora falta ese último poquito, y ¿luego?
Solo en ese momento empezará a actuar la gente.
Pero aquí eso tomará otro rato, ¡pero lo que es llegar, llegará!
Crisje sabe que es la verdad al desnudo, ¡Jeus tiene razón!
¿Debió dejar que Hendrik subiera al escenario, a pesar de todo?
Entonces posiblemente habría tenido ahora el dinero para vencer esta lucha.
Sí... ¿y entonces?
Pero entonces, ¿qué habría tenido?
De pronto lo siente.
A deshacerse de estos pensamientos cochinos.
¿Quién quiere llevarla de vuelta a la destrucción humana?
¡Es querer mojarse en agua pasada, rascarse por un piojo que no está!
Para él, el mundo sobrenatural de Jeus no tiene significado; como todas las cosas bellas de este mundo, está en la alcantarilla de la Grintweg.
Así hasta se morirán de hambre.
Ahora ya se le ha vuelto a olvidar su poderoso ángel guardián de hace un rato, porque tiene que aceptar la cruda realidad.
Y a su cerebro infantil tampoco se le ocurre preguntarle a ese hombre si acaso no sabe dónde hay más dinero, listo para llevárselo sin más.
Tampoco hay eso, ni siquiera.
Y ¿por qué no?
La pregunta no es consciente.
Esos sentimientos no los hay.
La desnuda y cruda realidad los hace valerse por sí mismos.
Ahora hay un gran hueco entre ellos y también lo ven, porque él siente... que no puede ganar un centavo con toda su palabrería sobre cielos, ángeles, que en este momento ¡pueden reventar!
Jeus siente ese golpe de lleno en la cara.
De esos golpes también hay uno que se le cobra desde atrás.
Pero lo devuelve, con conciencia, cuando lanza al espacio:

—Adelante, toca ahora, papá, pero ¡a mí no me vengas con ese cuento!

¿Todavía es capaz Hendrik el Largo de tocar sus violines hasta reventarlos?
Creo que el Largo tampoco sabe qué actitud adoptar, que se encoge de dolor, si es que todavía es capaz de preocuparse en lo mínimo por esta miseria, que después de todo le atañe ¡porque es el padre de estos siete niños!
Los ángeles y también el Largo saben qué ocurre dentro de Jeus.
Ellos son quienes poseen la razón natural y la vida.
Claro, también la conciencia para comprender todo esto, eso no se puede cambiar, Jeus lo sabe: ha visto esas verdades, pero ¡están impotentes!
¿Es que ahora esos ángeles no pueden tocar su vida?
Las posibilidades sobran, pero esto es algo distinto, ¡también para Hendrik el Largo!
Donde vive el Largo se paga en billetes de un millón y el Largo sabe ahora que de todos modos ¡esos no se pueden cambiar aquí!
Eso solo los haría perecer.
Y no obstante se toca a esta vida.
A pesar de toda esta miseria, la sabiduría está vivita y coleando, y preocupada como una madre.
Si el humano se acuesta contra ese corazón para descansar un poco, se siente rodeado de paz y felicidad.
Y aun así, también entonces hay preocupaciones, aunque ahora hay que verlas de otra manera.
Pero ¿quién sabe hacerlo?
Créelo: precisamente esta “pequeña vida de arpa” está recibiendo cuerdas espaciales.
¡Más adelante, se tocará esta vida, Jan Lemmekus!
Y entonces, ¡lo negro se hará níveo!
¡Y la noche como el día!
Entonces ya no habrá horas ni tiempo.
La creencia en todo se convertirá en: saber.
Y La Parca estará a tus pies, ¡hecha pedazos!
Entonces la gente se dará media vuelta y recorrerá un solo camino, ya no refunfuñará ni se quejará, ni tampoco se emborrachará.
Lo que se les servirá entonces ¡es el vino límpido de Nuestro Señor!
Como sea que serán entonces los sonidos que sonarán a través de esta vida de Jeus, ¡provendrán de los cielos!
Claro, estoy yendo demasiado lejos.
Mina sabe todo de esto.
Pero cuanto más te eleves, más encantador se irá haciendo todo, y nos elevaremos por encima de todos esos líos humanos de la tierra, tu bella Grintweg, ¡también tu Montferland, a la que tanto quieres!
Pero ¡precisamente entonces, también estará el Largo!
Cuando Jeus espera un beso de Crisje, oye:

—Todavía no eres papá, más vale que lo sepas.

Entonces sabe que primero se lo tiene que ganar.
Pero uno pensaría: ¿ya que eres padre?
Y poco después, estos ojos ya se están cerrando.
Ahora se puede escuchar un suave zumbido.
Y el hilar de estas almas hace que se tejan túnicas, un color diferente para cada una de ellas.
¡Ese Hendrik el Largo...!
Este también es un trabajo precioso.
Debo decir y confirmar que allí avanzas bien.
¡Ahora los ojos se te han abierto para la eternidad!
¡Vale la pena contárselo a todos!
Jan y Anneke ya lo saben, y también Mina.
Ahora solo queda resolver esta miseria, y ¡habrás llegado, Largo!