Noche del martes 8 de mayo de 1951

—Buenas noches, hermanas mías y hermanos míos.
(Gente en la sala):

—Buenas noches, maestro Zelanus.
—Antes de que empiece a hacer las preguntas, a responderlas, tengo algo para ustedes.
Al menos para mis seguidores que todavía no tienen ‘Jeus II’.
Me he ganado cincuenta libros por uno de mis adeptos, por varios adeptos de La Haya.
Los puedo... los puedo...
Los ha recibido André y él me los da a mí.
Le digo a André: “Quiero tenerlos.
Porque quiero darlos al ser humano, a mis hijos, que no tienen los medios para comprar ‘Jeus II’”.
Los que lo tienen...
Naturalmente, ustedes quieren tener ese libro.
Porque ahora van a llorar.
Van a...
¿Lloran con ‘Jeus II’?
(Alguien en la sala):

—Sí.
—Pues ahora sí que van a llorar.
¿Quién de ustedes no está en condiciones de comprar ‘Jeus II’?
Es duro decirlo.
No hace falta que se avergüencen.
Yo les añadiré una orquídea.
Uno, dos.
¿Más?
Sí.
Tres.
Pero levanten un momento la mano, ¿qué más da?
Cuatro.
¿Más?
Qué pocos.
Aún tengo muchos más.
Cuatro.
(El encargado de la biblioteca):

—Maestro Zelanus, ¿me daría un ejemplar para la biblioteca?
—Le daré dos.
Cinco, seis.
¿Más?
Siete.
¿Ha leído usted la primera parte?
(Señor en la sala):

—Sí, la he leído.
—De lo contrario no le servirá de nada.
Siete.
¿Usted, madrecita?
Ocho.
¿Más?
(Señor en la sala):

—Yo quería comprar enseguida la primera parte, quizá se pueda añadir la segunda parte.
—Entonces le añado la segunda parte.
¿Por dónde iba?, ¿nueve o diez?
(Gente en la sala):

—Nueve.
—Nueve.
Voy a darles...
Hablamos de... (inaudible).
Voy a añadirle la segunda parte.
Mejor aún.
Me queda uno; tengo quince.
Diez.
Once.
Bien, ¿quién no puede?
¿Quien tiene el descaro?
La próxima vez.
Once.
Vayan luego a la mesa y entonces les darán ‘Jeus II’.
No se olvide de comprar ‘Jeus I’.
(Señor en la sala):

—No.
Desde luego que no.
—Gracias.
(Suenan risas).
¿Usted no?
¿Ya lo tiene?
(Señor en la sala):

—Yo todavía no lo tengo.
—¿Por qué no se lo lleva?
(Señor en la sala):

—Todavía quiero comprarlo.
—Se lo doy yo.
Olaf tendrá...
Doce.
Y ahora el hombre que escribió a André sobre sus problemas.
¿Dónde...?
¿Está este señor aquí?
(Señor en la sala):

—Está aquí, sí, maestro Zelanus.
—Mire, ¿ha leído usted ‘Los pueblos de la tierra?
(El señor en la sala dice algo inaudible).
Tiene que saber usted todo.
Mejor deje de lado ese problema, todo entero.
Usted ha luchado...
Tengo muchas de estas criaturas.
Ha luchado por la realidad y la concienciación, pero nunca por la espada.
Si hubiera pensado en eso un instante, entonces podría...
Nosotros también luchamos, ¿verdad?
Por medio del amor.
Entonces lo habría sabido al instante, y podría haber dicho: no, yo no.
Lo que ha escrito usted vino de su propia fuente, de su bondad, de su personalidad, de sus sentimientos para mejorar el mundo, para dar felicidad, amor y paz a la humanidad.
Ha tenido usted miles de vidas y allí seguramente que habrá algo por lo que se haya construido esa infusión de alma; puede aceptarlo.
No se preocupe y déjelo de lado.
Así.
Y después, fuera, y entonces empieza usted un nuevo siglo.
Podemos hablar mucho tiempo sobre eso, pero en esos capítulos sobre... donde analizamos la mentalidad de estos tiempos...
La criatura del Gólgota, esa criatura solo puede aportar desarrollo por el amor, ¿verdad?
(Señor en la sala):

—Pero ¿no se coloca eso en la misma línea, como escribe allí, con su especie?
—No.
Con eso queremos decir la especie inconsciente.
Entiende, ¿verdad?
Es la gente que quiere generar evolución mediante la desintegración, plenamente conscientes.
Y eso la otra especie no lo dijo.
(Señor en la sala):

—No, precisamente estuve allí para conservar la fe.
—Tal como usted ha sentido y pensado, hay millones de personas que han entregado sus vidas.
Nosotros somos personas, somos criaturas que nos vamos a la fosa de los leones para morir por el bien.
Pero no para destruir la vida.
Si usted hubiera entendido eso un instante...
Tengo muchos hijos míos que leyeron nuestros libros antes de la guerra... estaban listos, y aun así pensaban que lo estaban haciendo bien.
Estaban equivocados.
André los advirtió.
“Haz esto” y “haz lo otro”.
André dice: “Después de la guerra les darán a ustedes una tremenda paliza”.
Y la recibieron.
Ahora saben que estaban equivocados.
Y tuvieron contacto.
André dice: “Su contacto no vale”.
Porque los espíritus decían: “Su contacto es estupendo, porque Adolf Hitler será el profeta de la humanidad”.
André dice: “Es ridículo.
¿Cómo pueden creer eso?”.
Pero tenían contacto.
Pues bien, esos espíritus no existen, eran ellos mismos.
Entiende, ¿verdad?
No lo creían.
Tuvieron que aceptarlo después de la guerra.
Pero ahora ha desaparecido, todo ha desaparecido.
Evolución.
El ser humano ha sintonizado un momento con la voluntad de vivir paz y felicidad.
Pero eso nadie puede hacerlo por medio del mal.
Sí, la humanidad adquiere así conciencia, por la paliza.
Entiende, ¿verdad?
Pero el individuo tiene que negarse.
Así que la masa no ha avanzado tanto todavía.
(Señor en la sala):

—Pero igual que yo veía la cara, que cada vez se presentaba más grande, ¿era entonces en el fondo la influencia desde el otro lado?
—Mire, ha tenido usted una influencia por la psicosis, la personalidad, el desarrollo terrenal; así que esa forma de infundir alma directamente partió de la masa terrenal, de la mentalidad terrenal.
Estaba en manos del ser humano.
Un ser de la primera esfera jamás le podría haber infundido alma frente a Cristo.
Quiere decir usted Cristo.
Toda esa gente quiso decir Cristo y querían decir el bien, el amor.
Entiende, ¿verdad?
Pero bueno, pensaban: allí tiene que empezar a haber orden por una paliza.
Sin duda.
La humanidad no quiere otra cosa.
Pero si quieren dejarse llevar, ustedes serán los verdugos.
Entienden, ¿verdad?
Pero la masa es así y no ha avanzado más.
Así que la masa recibe la paliza, ciertamente.
Pero eso Cristo no lo quiere, ¿no?
(Señor en la sala):

—No.
—Eso Dios no lo quiere, ¿no?
Todo eso es posible con paz y tranquilidad, ¿no?
Pero no es posible.
Ahora tenemos que... las esferas tienen que inclinar la cabeza... Cristo, porque vuelven a hacer chapuzas con la energía atómica para las bombas atómicas.
Y esa es la fuerza para el futuro, para la felicidad, para la bendición, la salud y todo.
¿Ven?
El ser humano recibe las posesiones de los maestros, procedentes de ese mundo.
Así es como se han construido los milagros técnicos, las artes y las ciencias; absolutamente todo viene desde detrás del ataúd.
Porque el ser humano no avanzará, no se elevará, por sus propias fuerzas.
Es algo que pueden aceptar sin problema.
Todo sentimiento elevado ha sido construido por sus padres, madres, y el ser humano de la era prehistórica, que ahora posee artes y ciencias espirituales.
¿No es sencillo?
Así que, ¿cómo pueden ustedes desear conseguir una conciencia más elevada, mientras van de mal en peor?
Porque eso es imposible.
De modo que un ser consciente no puede inspirar jamás a un ser humano en esas cosas.
Pero si se levantan y quieren darse conciencia para la masa, arrastran a un pueblo, y su vida significa algo respecto de esto y aquello, de eso y lo otro...
Pues bien, Adolf Hitler tenía un significado y concienciación de cara a Cristo; Caifás frente a Cristo.
Tenía que volver, como fuera.
Y cuando empieza el “Siglo de Cristo”...
Cuando estalló la conflagración de la Segunda Guerra Mundial ya había empezado el “Siglo de Cristo”.
Entonces Cristo recibió la enmienda del ser humano, por medio del ser humano que lo destruyó a Él, que deformó, mancilló y abatió la felicidad, la paz, la concienciación, el amor por la humanidad.
Se destruyó al Mentor.
¿Y ese ser humano tendría que volver?
No —ustedes han leído ‘Los pueblos de la tierra’—: la tierra mantiene preso al ser humano.
Cuando ustedes cometen un asesinato tienen que volver.
¿Y Adolf Hitler, no?
¿Que asesinó a lo más elevado?
¿Conscientemente?
Porque Caifás sabía que actuaba de manera falsa, que ya traicionaba al ser humano... como ser humano.
Para el ser humano...
Violenten a un ser humano, violen un animal, y tendrán que volver...
Tendrán que enmendarse por esa vida, tendrán que devolver esa vida a una armonía divina.
¿No es justo?
¿Y ahora Cristo?
Caifás de cara a Cristo.
Así que, claro, se llamaba...
Llegó allí a la tierra, justamente en el núcleo del que se trata, de la masa de Alemania.
Otro pueblo no era capaz de librar una guerra en tal y cual época.
Alemania, sí.
¿Ven?
Por eso Alemania también es la intelectualidad consciente para el pueblo, “la humanidad”, Europa.
Si Alemania está enferma, toda Europa lo está.
No se puede arrastrar ese tumor canceroso, porque Alemania tiene que volver, sí o sí.
¿No es así, cuando dije, cuando escribimos: “Todo el mundo ayudará luego a Alemania”?
“Ustedes se ríen de mí”, añado a continuación.
“La humanidad entera edificará Alemania, porque Alemania tiene que seguir adelante, sí o sí”.
Entonces se rieron de mí, de André.
¿Y ahora?
¿Y ahora?
¿Qué ocurre ahora?
“Los soldados alemanes volverán a marchar por sus calles”.
Miren, esas son profecías.
Se cumplieron literalmente, literalmente, al segundo.
Ni demasiado pronto ni demasiado tarde.
Pero todo eso ya está determinado.
Si ustedes conocen el cosmos, los mundos astrales, entonces podrán analizar, seguramente, la mentalidad, la personalidad como pueblo, en las artes, para la fe.
Primero para Cristo.
A ver quién se va a ahora a Rusia.
¿Qué es Rusia?
Un tinglado animal.
¿China?
Es inconsciente.
Tres cuartos de lo mismo.
De mal en peor.
Otros pueblos empiezan a tener sentimiento, han vivido esta paliza.
El propio pueblo de ustedes tiene el catolicismo, el protestantismo.
Allí escribí: “Su propio pueblo no es capaz de jugar a ser soldado, porque ustedes prefieren, con mucho, no hacerlo”.
Claro, entre su gente sigue habiendo esas almas inconscientes a quienes les encanta hacerlo.
Pero ¿cuántas?
La masa dice: váyanse, por favor.
Esa es su conciencia como masa, como pueblo.
Por eso escribimos, escribí: “Holanda ya representa para la humanidad una antena para la concienciación espiritual”.
Porque su fe, aunque lo traigamos...
No atacamos la fe católica, ni el protestantismo, sino que sacamos los errores de ese núcleo y volvemos a poner algo en su lugar.
Ahora la fe se hace hermosa.
Porque la condena no existe.
De ‘Los pueblos de la tierra’ podría haber escrito treinta y cinco mil páginas, mil.
Porque entonces tengo que analizar su carácter, y Alemania, para la fe, la justicia, el amor.
Su pueblo no miente ni engaña tal como lo hizo Alemania.
Los protocolos que fueron redactados respecto a Alemania eran violados y mancillados, pero eso su pueblo todavía no lo hacía.
¿Ven?
Ahora ese carácter, este rasgo de carácter, ese arte, ciencias, música.
Entonces entenderán que la humanidad como masa, como pueblo, tiene un carácter claramente humano, un carácter humano —o sea, los mismos rasgos del individuo— y que tiene que asimilarlos, y que después se espiritualizará.
¿Es así?
¿Ven lo claro que es esto?
Y todo eso lo pueden sacar de ‘Los pueblos de la tierra’.
Vuelvan a leerlo y verán cada pueblo.
Podrán contar con precisión lo que ocurrirá en cinco años, en diez.
Allí dije: pero miren el peligro amarillo.
Es Oriente.
Si tengo que tratarlo aparte, tendría que haber vuelto a hacer una narración de dos mil páginas, y no es plan.
De lo que se trata es: Cristo, aportar el origen de la humanidad, la fe, Moisés, a Cristo, a la evolución, por la evolución, por la concienciación, a su futuro, su reino de Dios en la tierra, la Universidad de Cristo, a la que servimos nosotros ahora.
Ustedes tienen...la humanidad ya solo tiene que ver con Rusia y China y con algunos pueblos orientales.
Pero ya lo ven: ese frente oriental ya se está acercando a Occidente y se adapta a él.
¿Por qué?
Ellos ya saben: si libro una guerra, me voy al garete.
Y Stalin, créanlo, sin problema...
Yo allí solo dije: él preferirá ir sobre seguro.
Y él lo sabe.
Le da vueltas y se pone a lamentarse.
¿Por qué?
Él ya no los cree a ustedes.
Porque ese pueblo fue atacado diez veces, veinte veces; y él mismo también en ese tiempo.
A ese pueblo se le ha despertado.
“Ese tinglado animal”, escribo, “ay, más vale no despertarlo”.
Ustedes lo han despertado.
Y ahora ven que se está poniendo exigente.
Es culpa de Occidente.
Pues no haber ido allí.
Que no lo hubieran hecho los alemanes.
Y aun así, en el futuro...
Ahora les contaré otra cosa, así verán otra vez que todo estaba bien y que era necesario.
Porque Rusia tiene que venir a Occidente.
Y si Rusia no hubiera sido atacada, habría seguido en sintonización animal, miles y miles y centenares de miles de años.
Así que al ser humano se le ataca para elevarlo, porque el ser humano tiene abandonar esa inconsciencia.
Y eso es para un pueblo.
Y esto es así para la humanidad entera.
Entonces, ¿para qué han luchado ustedes?
¿A qué se han entregado ustedes mismos, su vida, su personalidad?
En ese instante para nada, porque el individuo no significaba nada.
¿Ha quedado claro ahora?
(Señor en la sala):

—Sí, maestro.
—Mejor deje todo de lado.
(Dirigiéndose a la gente en la sala):]

¿Quién de ustedes?
(Señora en la sala):

—Maestro Zelanus, aprendimos: Jesús es el hijo de Dios.
Pero ¿qué quiere decir entonces con “Jesús, el hijo del Hombre”?
—Usted lo es.
Jesús, hijo del Hombre.
¿O es que Cristo no era un ser humano?
(Señora en la sala):

—Sí.
—Sí.
Así que Cristo era ser humano en la tierra.
Cristo como hijo del Hombre; o sea, nacido como ser humano por el padre y la madre terrenales.
¿Estamos?
(Señora en la sala):

—Sí.
—¿Algo más?
(Señora en la sala):

—No.
—Qué poco.
(Señora en la sala):

—Maestro Zelanus, en ‘Los pueblos de la tierra’ pone que Jozef, que Adolf Hitler, antes de que...
—¿Jozef Hitler?
(Señora en la sala):

—Disculpe.
Que Adolf Hitler... antes de que decretara que había guerra con Polonia, se aisló y pidió que nadie lo molestara.
—Así es.
(Señora en la sala):

—Entonces vio, después de un tiempo en esa habitación suya, varios demonios.
No quería verlos e intentó blindarse con ese fin; y lo consiguió de tal modo que en su interior sintió un silencio sobreterrenal.
Pues bien, me pregunto: ¿de dónde venía?
Porque no podía venir de él, ¿no?
—Sí.
(Señora en la sala):

—¿Que sí?
—Sí.
Sí, hija mía.
En usted...
Cuando está usted ante lo malo y también se encuentra en un grado animal...
Pues debería preguntárselo a un asesino, a un asesino consciente.
“Había algo en mi interior que me decía: no lo hagas”.
Esa es la sintonización divina.
Así que él sabía: estoy haciendo algo malo.
Y entonces llegó ese silencio.
Yo mismo, yo, pues, no Jozef Rulof, tampoco André, sino yo, en ese instante estaba dentro de Adolf Hitler, para dejar constancia de aquello, de cómo se sentía; y entonces emergió la esencia divina.
Él también sintió algo mío, de los maestros.
A él lo podían...
“No lo hagas.
No lo hagas.
No lo hagas”.
De todas formas sucedería.
Entienden, ¿verdad?
Los maestros en el otro lado y Cristo estaban impotentes ante el tinglado animal de la humanidad.
Así que todas esas personalidades en el otro lado estaban impotentes ante Adolf Hitler.
Si quieren hacer el mal, no hay Cristo, no hay Dios que los pueda ayudar.
Pero en ustedes habrá algo que dirá: no lo hagas.
Y eso vuelve a ser siempre la protección divina.
Y Adolf la sintió.
La siente cualquier ser humano, la siente cualquier animal.
A medida que vayan adquiriendo concienciación...
Cuando ustedes...
No los estadios selváticos.
Sino cuando lleguen a estar ante la fe, Cristo y Dios...
Por eso se dice: sí, esa iglesia católica y ese protestantismo...
Es necesario.
Entienden, ¿verdad?, eso no lo demolemos.
El ser humano dice: ¡esos maestros de Jozef Rulof destruyen todo!
No, porque Cristo, sea como fuere, si Cristo no hubiera venido, ustedes tampoco habrían albergado ese asidero, esa bondad, ese amor, y la humanidad nunca lo habría llegado a conocer.
Hay errores, y ahora hay que sacarlos.
Pero ese núcleo, ese amor, por el que Cristo nació ahora, por el que Cristo lo dio todo, por el que surgió ese universo, por el que surgieron esas leyes, por el que habló aquel núcleo, conscientemente, como si dijéramos, a la personalidad Adolf Hitler, a Caifás.
Si Caifás hubiera...
Porque no aprendió nada en esos años.
Entre Jerusalén, entre el instante en que Cristo estuvo delante de él y ante la decisión de “Voy a hacer esto y lo otro”, Caifás volvió a estar ante ese acto: el bien o el mal.
Tendría que haberse inclinado y entonces el mundo...
Si hubiera podido hacerlo, si hubiera podido hacerlo, o sea, Caifás, como Adolf Hitler, habrían vivido ustedes otros treinta años de paz, cuarenta.
Pero después, por otro, habría llegado la rebelión de todas formas.
Porque el pueblo, la masa, todavía no estaba listo.
Así que el individuo puede decidirse por el bien.
Lo ven ustedes mismos con su gobierno; unos dicen esto, otros lo otro: “No.
Fuera de allí.
Para allá”.
¿Porque el señor está ahora sentado en la mesa y porque tiene derecho a hablar?
No, por su mentalidad.
Y ahora tienen ustedes leyes.
Lo demás dicen: “Ay, no, entonces a quien no necesitamos es a usted”.
Así que ya están ustedes abiertos para el bien, como su pueblo, ya quieren el bien.
Pero Adolf estaba ante Caifás, y este estaba ante el desarrollo de la humanidad, que sin embargo era el asesinato del amor, de Cristo.
Otra vez más ante la misma decisión.
Y entonces vino Hitler.
Y eso fue el Gólgota.
Eso fue en línea recta...
Eso fue consciente.
Durmió, porque el ser humano dormía.
Así que la tierra retuvo a Adolf Hitler, a Caifás, hasta el instante en que la humanidad volvió a estar ante Cristo y empezó una nueva evolución.
Y esto fue, ciertamente, y esta es la nueva evolución, el comienzo del reino de Dios en la tierra.
(Dirigiéndose al señor que hizo la pregunta):

Usted ha leído ‘Los pueblos’.
(El señor en la sala dice algo).
Noto que ha vivido a fondo ‘Los pueblos de la tierra’.
Y ahora lo ve, escribimos sobre: los pueblos de la tierra llegan a unirse.
Pero ¿qué clase de unión pudo vivirse entre 1914 y 1918?
Esa unión vino por 1939-1945.
Pero nosotros ya habíamos terminado el libro antes de la guerra.
Eso lo pueden ver en las esferas.
A la humanidad se le puede seguir.
Pero eso no es tan sencillo desde la tierra, porque ustedes no conocen la profunda concienciación espiritual de un pueblo, y esta, sin embargo, puede percibirse del todo abierta y visiblemente, la tienen delante de ustedes.
Pero para enterarse basta con mirar un momento detrás del ataúd.
¿Tenía algo más?
(Señora en la sala):

—Sí.
Dijo hace unos instantes: “Los maestros estaban con Adolf Hitler y dijeron: ‘No lo hagas, no lo hagas’”.
Pero es un hecho que precisamente por esta guerra —eso también lo acaba de decir— se ha producido la unión de los pueblos...
—Sí.
(Señora en la sala):

—Se despertó Rusia de una sacudida, impulsada hacia arriba desde su grado inconsciente.
Así que lo que quería decir es: no entiendo que los maestros puedan decir “No lo hagas”, si saben que de todas formas es beneficioso.
—Si usted... si usted se da un paseo por aquí y sabemos que allí hay una acequia y decimos: hacia la derecha, no lo haga, no vaya hacia allá, no, tiene que ir hacia acá, este es el camino, entiende, ¿verdad?, entonces la vamos a advertir de su error.
Es una ventaja, ¿no?
(Señora en la sala):

—Sí.
—Así que siempre... cuando el ser humano, cuando el individuo se encuentra ante el mal, el interior dice: no lo hagas.
Cuando empieza a sentir usted espiritualmente: quiero vivir el bien en mí, y por mí.
Otro ser humano de la selva, o allí en la ciudad, dirá: y a mí qué me importa eso.
Vive a la buena de Dios.
Así que una y otra vez se vuelve a decir: “No lo hagas”.
Esa es la primera ventaja, ¿no?
Así que lo bueno está directamente a su lado para advertirle y acogerle; aunque sepamos: eso de todas formas no lo podrá vivir usted, de todas formas no lo hará.
Pero esa palabra está allí, para que el ser humano... para que ahora... por esa lucha...
¿Llega usted a tener sentimientos, llego a tener sentimientos para hacer el mal?
Entonces el bien pone para eso un fundamento, y eso es: no lo hagas.
Y entonces es un fundamento que luego será mi base, y sabré conscientemente: no debería haberlo hecho, porque se me advirtió.
Así que siempre se advierte.
Esa es la ayuda, ¿no?, es la fuerza del odio frente al amor.
El amor está exactamente al lado del odio, y enfrente de ella.
Eso algunas personas lo viven.
Es lo más hermoso y poderoso que se puede vivir como hombre y mujer.
Si su marido les pega, usted se retira.
Pero él, si tiene sentimientos, si tiene fe, dirá: “No debería haberlo hecho”.
Miren, entonces esa cosa buena sale de inmediato a la superficie y hace...
El ser humano, ¿no puede vencer eso?
El ser humano tiene que vencerlo, como sea, o siempre conservarán ustedes esa trampa.
Que se convertirán en miles de trampitas y al final será un enorme agujero en que ustedes se hundirán, y dirán: “Ya no puedo vivir con ese ser humano, me voy”.
Y entonces romperá usted ese vínculo.
¿No es así?
Entonces les darán una terrible... una sola paliza... pero les darán mil.
Porque el ser humano no quiere enmendar ese acto malo, esos gruñidos, esos bramidos, esos odios, esas deformaciones, esas mancillas.
Y entonces pueden...
Entonces se blinda su bondad, su personalidad.
¿Por qué?
Porque no podrán seguir viviendo en semejante estado.
Y entonces dirán, el mundo dirá entonces, la mayor parte de la gente dirá: “Me voy, porque no hay quien viva con esa persona”.
Nosotros decimos, se lo hemos enseñado: termínenlo —hasta donde se pueda—, si pueden, termínenlo.
¿Por qué?
Si el ser humano dice: “Váyase, ya no puedo más”, entonces estarán listos para el cosmos.
Si sufren engaños conscientes por parte de la otra persona, entonces estarán libres de karma y podrán decir: váyanse ahora, quiero mi tranquilidad y paz.
No, de eso todavía no hemos hablado, porque todavía no han planteado esos problemas.
Pero entonces ya verán lo que pueden deformar por una sola palabra.
Y entonces se habrán liquidado las cuentas.
¿Algo más?
(Señora en la sala):

—Sí, maestro Zelanus.
El estado espiritual de cada pueblo —eso también viene en ‘Los pueblos de la tierra’—, que Holanda haya llegado a este punto, que ya no puede asesinar ni saquear.
Pero yo puedo... ¿no?
—No, eso no lo he dicho.
Dije: su pueblo se ha dedicado a asesinar y a incendiar en un grado animal.
Aunque su pueblo, como masa, sea ahora basto material, ni siquiera material.
Porque a la hora de la verdad, todos sus hijos, sus hombres, volverán a luchar.
Eso no lo puedo haber descrito allí.
Y de hecho no lo dice.
(Señora en la sala):

—No, allí...
—Lo ha entendido mal.
(Señora en la sala):

—Sí, pero...
—Pero el individuo está en condiciones de decir: me niego.
Para mi reina, para mi pueblo, para mi patria no se me ocurre...
Tengo un Dios y no tengo una patria.
Pero esa gente no tiene más que un pueblo, una pequeña patria.
Ese es el espacio que tienen en el espíritu, porque se ponen a defender su patria, ¿verdad?
En la guerra han conocido a gente que entregó todo y todo de sí misma para ayudar al ser humano.
Sí.
Después de la guerra estaban allí.
Los asesinos son quienes tienen ahora el poder en manos, y esos verdaderos héroes y esas heroínas...
No lo eran.
Pegaban tiros a diestro y siniestro.
Abatían a la gente como si nada.
Así que son asesinos conscientes.
Para el otro lado no son héroes ni heroínas, porque Cristo no conoce héroes.
Pero sí si usted muere por el amor.
Sin embargo, ¿cómo es posible entonces apretar un gatillo y matar a un ser humano?
(Señora en la sala):

—Sí...
—¿Ve?
Pero el individuo, luego, cuando la masa... la masa, si la reina de ustedes de verdad fuera una personalidad espiritual y tuviera un Dios —mejor díganselo ustedes, porque no tiene ningún Dios— no podría consentir, como madre, que sus hijos fueran a cometer asesinatos allí, ¿no?
Pero ¿qué se dice?
“Dios ha dicho: luchen por su país”.
Porque eso dice Dios, lo dice la Biblia.
Ahora ya sentirán ustedes lo hermosa y sagrada y justa que es la Biblia respecto de esa otra criatura.
Sí.
Cuando un maestro de una concienciación más elevada se tiene que poner a actuar, ya sentirá usted, ¿verdad?, que ya no quedará nadie de su pueblo capaz de tomar un fusil.
Esos terminarán en el mar, sin más.
Y nosotros decimos: Stalin, ya puede venir usted, porque no queremos luchar, lo queremos, si usted nos trata bien, nosotros lo trataremos bien a usted.
No, ustedes aceptan esto como karma, y entonces no ocurre nada.
Si su pueblo hubiera podido decir: “Adolf, venga.
¿Qué es lo que quiere realmente?
Nosotros le hemos dicho: nosotros no queremos guerra, ni asesinatos, ni fuego, ni destrucción.
Pase, usted cuidará de nosotros”.
En cinco días estaría todo listo, ¿verdad?
¿Cuántas personas han perdido?
Asesinatos por asesinatos.
¿Qué dijo Cristo a Pedro?
“No golpees ni destruyas Mis fundamentos divinos”.
¿Es eso servir a Dios?
Es una autoridad que en el otro lado ya no vale un centavo.
Dije a propósito “un centavo”; y no: “una flor”, “una rosa”, “una orquídea”.
A André lo echarán a la cárcel si continúo.
¿Van a delatarme ustedes?
Encantados.
André también lo quiere.
Pero ¿por qué íbamos a desafiar esa inconsciencia respecto a Cristo?
Pobre de André entonces.
Puede hacer mucho más que esto: se va a andar sin problema por sus calles arrastrando todo el universo, una larga cola, con Dios encima, y Cristo.
Dice: a ver, pisa esa cola.
No, con esto no se pueden ganar medallas.
Solo con el amor y su sangre.
Sí.
Solo por el alumbramiento.
¿Qué pensaban ustedes? Que cuando venga el reino de Dios y los maestros puedan hablar por medio de la voz directa, ¿no creen ustedes entonces que todas sus reinas y emperadores serán derrocados?
De todas formas, entonces vendrá la voz desde el espacio mediante el instrumento y dirá: “Tal como habéis gobernado, eso era para la humanidad animal.
Pero ahora vamos a lo espiritual y para eso todavía no tienen el sentimiento”.
¿Qué quedará de su gobierno, cuando Cristo diga: “Hay que cultivar papas (patatas), alimentos a cambio de todo su dinero”?
Y ahora lo tiran a la basura, ahora se derrocha y se mancilla mediante cañones y bonitos barquitos en los que está inscrito su nombre divino.
¿Que se ponen a disparar en nombre de usted?
“Su Majestad”, tal y cual buque, ha asesinado allí a ocho mil chinos.
Y toda esa gente vuelve a casa con unas medallas de este tamaño.
¿De Nuestro Señor?
Ya habrán entendido ustedes que todo eso es un tinglado terrenal.
Cuanto más se eleven ustedes...
Ahora háganse generales, entonces el otro lado también los verá como generales de división asesinos.
Basta con que lean ‘Jeus II’, así podrán oír lo que digo al respecto durante el servicio militar, lo que dijo Jeus.
Dice: “Crisje, cuánto más ascienden, más saben de asesinar y destruir.
Lo que el bueno del cura llevó hasta Dios, ellos aquí lo vuelven a sacar con lo que dicen.
Y encima está bien, porque te ponen galones en la chaqueta.
Pero yo no los quiero”.
Ese es su caos, ¿no?
No tengan respeto por semejante experto que sabe cómo disparar de forma infalible un cañón.
Y entonces tiene que ir a la autoridad más elevada del pueblo de ustedes y le ponen en el pecho una maravilla de etiqueta de esas, igual que lo vivió Hermann Göring, por lo que tuvo que construirse una chapa de acero para poder cargar sus órdenes, de lo contrario Hermann se habría desplomado.
Ahora no se pueden ver en el otro lado, no hay Goebbels, ni Hitler, ni Adolf, ninguno de esos señores, de esas almas, de esas personas conscientes, que han podido dar felicidad a la tierra, a Europa.
Todos se han desfogado.
En la primera esfera no se pueden ver reyes ni emperadores, porque están al servicio del mal.
Y entonces, claro, ya pueden decir ustedes. “No, eso no lo quiero”.
Y yo paso...”.
Y: “Padre, ayúdanos”.
Tendrán que demostrarlo.
Porque ese Cristo de la Biblia no existe.
Porque el Dios de la Biblia no es un Dios de odio ni de venganza.
El Antiguo Testamento flota ahora por las alcantarillas de sus ciudades; no tienen más que leer ‘Las máscaras y los seres humanos’.
¿Tenemos que ponernos a escribir esos libros?
André, Jozef, Dectar, es el rebelde espiritual en Europa.
No hay nadie así, más limpio que él.
Porque esa doctrina es dura, ¿no?
No, esa doctrina les aporta la verdad.
Una reina, un emperador, un rey —no tienen más que mirar el tinglado animal, las que han montado en siglos pasados— no significa nada en el otro lado, en el Gólgota.
Mejor no deseen una hermosa túnica de esas y una corona de esas sobre la testa, porque no harán más que contagiarse.
Solo si irradian el amor, si decía usted: “Solo entonces lucharás, pero antes muerto que eso”.
¿Por qué no se atreven a eso?
¿Por qué no se atreven a eso?
Qué hermoso sería si su reina pudiera decir: “Bajo mi gobierno no caerá ni uno solo por odio, por odio y el mal respecto de una criatura que forma parte de otro pueblo, antes muerta que eso”.
Claro, claro, toman el té y un bizcocho.
Reciben visitas y juegan y se contonean y se inclinan.
Ninguna esfera, ninguna flor, ningún insecto en el otro lado respeta sus palacios, esas túnicas y esas sonrisitas.
Vaya, vaya.
Todas las esferas, todos esos millones de personas los ridiculizan.
Yo voy a...
Si entro en eso, entonces ustedes dirán: estoy ante un actor de teatro.
Pero esa es la intensidad con la que entramos en este engaño humano, bobo, consciente.
El ser humano se cubre de piedras preciosas y diamantes, y por dentro no tienen nada.
Casi se rompen la espalda de tantas condecoraciones.
Ustedes mismos lo dicen: otra medalla de esas de un cuero grueso.
Ustedes no lo dijeron, lo decimos nosotros.
¿Tenían algo más?
(Señora en la sala):

—Sí.
—No estaba enojado, se lo prometo.
(Señora en la sala):

—No, maestro Zelanus, tocó usted allí la esencia de la cuestión, cuando dijo que la reina... que si hubiera hablado como usted, no habría habido guerra.
Pero yo me siento igual de culpable.
Porque estas personas inconscientes al veinticinco por ciento, que aun así se atreven a firmar penas de muerte para que sean ejecutados nuestros prójimos por un fallo y un mal que hicieron...
Yo me siento igual de culpable.
Porque nosotros, que tenemos que hacer eso por la doctrina de usted, ¿por qué no nos levantamos?
Me parece tan...
—Ni siquiera iba a poder.
(Señora en la sala):

—¿Por qué no?
—Usted no puede levantarse.
André... su sangre... su vida... las haría... y estallaría.
Escribió a (la reina) Juliana: “Pare.
Por el amor de Dios, deje de firmar los asesinatos”.
La reina de ustedes.
¿A los cielos?
Claro, claro...
Mejor no diré lo que pasará enseguida: hablará el ataúd.
La Parca dice: “A volver”.
Esa no es La Parca.
(Señora en la sala):

—Pero usted tampoco está satisfecho con nosotros por no levantarnos, ¿no?
Por no...
—Y ¿a mí qué me importa lo que haga usted, hija mía?
(Señora en la sala):

—No, todos nosotros, de su doctrina, entonces nosotros tenemos que...
—Pues, demuéstrelo.
No voy a entrar en su pensamiento.
Si tengo que entrar en su pensamiento, me iré corriendo.
Mire, nosotros no imponemos nada.
Pero ¿para qué vino Cristo a la tierra?
¿Qué dijo Cristo mediante los diez mandamientos?
No matarás.
¿Y qué es lo que hace ahora su respeto?
No matarás.
¿Qué clase de Dios aceptan?
Entonces, ¿qué pasa con el mandamiento de Dios, de Cristo, del espacio: “No matarás”?
¿Y con el de “Amarás a tu prójimo”?
¿Solo para hoy?
¿Así, sin más, para el espacio?
¿O estaba Cristo loco?
Lo dijo por decir.
Oigan, que no lo decía en serio.
Lo decía de mentirijillas.
Solo pensaba: bueno, voy a meterles miedo en la tierra.
Nosotros dejamos el espacio en ridículo.
¿De verdad pensaban ustedes que el otro lado caminaba por las esferas con un sombrero de copa de esos, con un pantalón de esos a rayas?
Allí vamos, rrrtsss, al espacio.
Y lo bien que lo pasamos por esos gerifaltes.
Estamos al lado de la criatura pobre, sencilla, natural, y decimos: “A la izquierda”.
“¿De verdad, señor?”.
“Ahora a la derecha”.
¿No reconocen las máscaras?
“Allí a la izquierda.
A cruzar esa calle, rápido”, cuando luego lean ‘Jeus III’, mejor aún, “y después, detrás de la plaza, a la izquierda.
Y entonces estarán ante una imagen de un tamaño imponente, o de un indicador, que les indica el camino directo a Nuestro Señor.
Y entonces ya no les hará falta nadie”.
Solo cuando alberguen amor.
Se pueden escribir miles de libros, pero en el fondo ya tienen ustedes suficientes.
Pero ¿entienden lo sencillo que se hace todo?
Y cómo esas ínfulas, ese fanfarroneo, esos trotes, ese parloteo de “Oh, danos la paz”...
Y esas hermosas personalidades rezan y dicen palabritas hermosas.
Ay, ay, ay.
Nuestro Señor cierra los ojos; así.
Los ángeles dicen: “Y ahora a cantar, adelante”.
En las esferas dicen: “Ojo.
Cuidado.
Ahora en Europa empiezan a cantar”.
Y todas las iglesias cantan.
Y guardan silencio.
Guardan silencio dos segundos, dos minutos.
Y sobre las tumbas bajan la cabeza y están afligidos y ponen flores.
“Farsantes” gritan desde el interior.
“No se burlen más de nosotros, golfos inconscientes”.
Allí estaremos nosotros, los generalotes están allí.
Y encima se atreve a decir algo a estas criaturas que inconscientemente han sometido a la animalización.
¿Por qué escribimos sobre la Línea Grebbe hacia la vida eterna?
¿Entienden lo sucia, asquerosa, horrible, terrible que es la mentalidad con la que los gobiernan?
¿Sí?
Bueno, pues, inclínense y vayan detrás de esa conciencia escarlata, vayan detrás de esos sentimientos satinados y digan: “¡Hurra, yo también regalo flores!”.
¿Por qué no hacen ustedes eso?
Solo lo hacemos para Cristo.
Eso solo lo hacemos para una madre pobrecita que tenga amor.
Eso solo Cristo lo puede aprobar cuando ustedes saquen lo de dentro afuera y se sintonicen con la naturaleza, con las leyes cósmicas, con el sol, la luna y las estrellas, y lo reconduzcan directamente a su yo divino en su interior más interno, que tiene sintonización con la fuente primigenia de la que han venido.
¿Es duro?
¿Es duro todo esto?
Es correcto.
Ahora hablo veintiséis mil años para que se me dé la razón, porque les daré la respuesta divina.
Tendré razón.
Es imposible servir a Dios firmando una sentencia de muerte.
¿Por qué no mandaron ustedes a picar piedras a Mussert y esos críos?
¿O por qué no convirtieron ustedes esos eruditos en campesinos para que pudieran cultivarles papas (patatas)?
Pero ¿por qué había que destruir a esa criatura?
Es un hijo de un padre y una madre, ¿no?
Esos hijos no tienen más que un solo Dios, ¿no?
No, ahora hay que...
Incluso peor: ahora los ahorcan.
¿Adolf Hitler?
No se preocupen.
¿Göring?
A ese lo habría hecho barrendera.
Y usted y una señora, dos madrecitas a su lado: “Vamos, rápido, porque queremos que mañana la calle esté bonita.
Mañana pasará mi madre por aquí.
Mañana pasaré aquí con el cochecito del bebé y entonces tendrá que estar limpia, Hermann”.

Risas.
Sí, sí.
¿Nos ponemos a escribir un libro nuevo esta noche?
(La gente se ríe).
¿Tenían algo más?
No hago más que despotricar un poco...
(Dirigiéndose a una señora en la sala):

Dígame.
(Señora en la sala):

—Maestro Zelanus, ¿me permite volver un momento sobre la pregunta de aquí de la señora sobre el hijo de Dios y el hijo del Hombre?
—Sí.
(Señora en la sala):

—Abd-ru-shin, el líder de movimiento del grial de Baviera...
—Con solo hablar del grial ya me asusto.
(Señora en la sala):

—Sí.
No.
Que dice que Jesús solo es el hijo de Dios.
—Ah, sí.
(Señora en la sala):

—Que es el hijo del Hombre.
—¿Lo ve? Eso es bíblico.
Y nosotros podemos...
Ahora voy a decirlo.
No se asuste.
(Señora en la sala):

—No.
—Por cómo tengo que ponerme en ‘Jeus II’, y Jeus I’, ¿verdad?
Podemos asfixiarnos.
No somos hijos de Dios, no somos hijos de Dios.
Usted lo es como madre.
Mire, el grial; otra vez algo de la Biblia, otra vez del catolicismo.
Un pequeño desvío y, ya, una nueva fe.
(Señora en la sala):

—Ah, sí.
—Sí.
Para el resto del mundo el grial dice, esas sectas, dicen las sectas...
Para el resto del mundo Cristo no significa nada.
(Señora en la sala):

—Que sí, allí Cristo significa algo.
—De eso no hablo.
Porque la iglesia católica dice: solo con nosotros serán dichosos, ¿no?
Bah.
Dentro de setenta y cinco años ya verán qué fue de todos esos que reparten dicha.
Entonces el papa podrá —ahora voy a decir algo duro, esta noche estoy cerca de ustedes, sigo estando dentro de ‘Jeus’; si han leído ustedes ese ‘Jeus’, podrán comprenderlo—... pero entonces los maestros lo mandarán por la calle con un carro y podrá empezar por vender sus túnicas, venderlas, para hacer algo bueno con ellas.
En las esferas no viven papas.
Todos ellos tienen que volver a la tierra; porque con su creación no ha hecho más que pis.
El cura...
¿Cuántos curas tiene la iglesia católica?
¿Cuántos capellanes?
¿Cuántos obispos?
¿Cuántos cardenales?
¿Cuántas monjitas?
(Alguien dice algo inaudible).
Sí, ¿cómo dice?
(Señora en la sala):

—Pero estos no están en la iglesia católica.
—Simplemente, tomo la iglesia católica.
(Señora en la sala):

—Ah...
—Ese grial, en cambio, tiene algo muy diferente.
Pero vuelve a tener demasiados perifollos.
Cada secta ha construido perifollos, ¿ven?
Basta con que vayan a la “sofía”, los rosacruces, la Teo Sofía; perifollos, nada más.
Si ustedes a nosotros...
Cuando haya leído usted esos veinte libros, diecinueve, y luego sobre todo la cosmología —André todavía no tiene los recursos— ... pero cuando haya leído todo, entonces sabrá: esto es lo último de todo.
(Señora en la sala):

—No, yo tampoco estoy de acuerdo con eso.
Pero solo quería preguntárselo.
—Muchas gracias.
Sí, así es.
Estamos de acuerdo los dos.
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

¿Alguna cosa por allí?

(Risas).
(Señor en la sala):

—Sí, maestro Zelanus, usted nos ha enseñado aquí que Jesús jamás pudo haber dicho “Que pase de mí este cáliz”.
Pero entonces no comprendo por qué escribe usted en ‘Los pueblos de la tierra’ que Hitler, igual que Cristo, también quiso dejar pasar ese cáliz.
—¿Compara Hitler con Cristo?
(Señor en la sala):

—Al comienzo, es en la primera parte, me parece.
—¿Podría comparar yo a Hitler con Cristo?
Yo ni siquiera quisiera poner esas palabras en boca de Adolf Hitler.
Esa pobre conciencia no se lo merece.
(Señor en la sala):

—Quiero buscarlo.
—Tendrá que volver a leerlo.
(Señor en la sala):

—Sí.
Que sí que lo leí.
Precisamente, me quedé atónito.
—Ya, pero es imposible.
Entonces lo ha leído mal.
A lo que voy: ¿qué es, pues, lo que ha leído?
Lo que está preguntándome es imposible que yo jamás lo haya escrito, es imposible.
(Señora en la sala):

—Entonces es que Hitler tuvo esa idea, en plan de “Deja que pase de mí este cáliz”, con la idea que lo hubiera dicho Cristo.
—¿Con esa presuntuosidad suya?
“¿Que pase esto de mí?”.
Entonces es posible.
Pero entonces es una reflexión, ¿entiende?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Entonces estoy reflexionando.
Entonces emerge su locura soberbia.
Dice: “Dejen que todo esto pase de mí”.
Sí, mientras meditaba, pensó un instante que era un nuevo profeta, y entonces emergió el bien; en ese sentido vuelve a ser cierto.
“Dejen que esto pase de mí”.
Entonces emergieron los buenos sentimientos, su amor, o su pensamiento y sentimiento respecto a la humanidad y Dios, y pudo decir: “Dejen que todo esto pase de mí”.
Entonces se aferró a Cristo.
Lo ven, ¿verdad?
Entonces es así.
Pero yo voy a...
Sí que se lo puedo explicar a partir de ese libro, pero quiero saber lo que dice usted.
Si no me pongo otra vez a escribir nuevas páginas; no lo quiero.
¿Algo más?
(Dirigiéndose a alguien que reacciona):

Sí.
(Dirigiéndose a otra persona):

¿Ya tenía usted ‘Jeus II’?
(Señor en la sala):

—No, todavía no.
¿Por qué no lo pidió? Porque justamente quería regalárselo.
(Señor en la sala):

—Sí, maestro.
—¿Lo acepta?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Hace algún tiempo ya se lo pregunté también.
(El señor en la sala dice algo).
¿Ya tiene otros libros?
(Señor en la sala):

—Desde luego.
Todos.
—Entonces tendrá...
Yo lo vi a usted.
Lo he visto.
Y mientras hablaba hace un momento pensé: ‘Mi amigo no me ha preguntado nada’.
¿Se lo lleva?
(El señor en la sala dice algo).
(Dirigiéndose a alguien):

¿Qué deseaba?
(Señor en la sala):

—¿Cómo surgió la vida en la... el primer cuerpo material en el cuarto grado cósmico?
Un segundo.
Y ese cuerpo, cuando se va a morir, ¿se le entierra o es desmaterializado y se renuncia a él entregándolo a la naturaleza?
—¿Eso quiere saber?
(Señor en la sala):

—Si, por favor.
—¿En el cuarto grado cósmico?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Si usted viene ahora conmigo, y cuando llegue el momento, entonces mueren el hombre y la mujer, a la vez.
¿Lo sabía?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Pero eso no es morir.
(Señor en la sala):

—No.
—Entonces nos vamos a la naturaleza.
Nosotros decimos: la naturaleza nos acoge.
Decimos adiós a nuestros amigos, a nuestros maestros, a nuestras hermanas y hermanos, y nos vamos caminando por el espacio, así, sin más.
O nos vamos por el espacio a toda mecha.
Por ejemplo, vamos al segundo grado, al tercer grado.
Porque ahora usted tiene...
El cuarto grado cósmico tiene: el primer planeta, el segundo planeta, el tercero, el cuarto, el quinto, el sexto, el séptimo.
El séptimo es el planeta madre.
Así que entonces tenemos este universo, el planeta madre, un planeta allí, allá, allá, allá y allá.
Los soles están por encima.
Entonces surgen cuatro, cinco, seis, siete soles.
Y, claro, así automáticamente volvemos a tener allí esos planetas.
Un poderoso espectáculo para percibir.
Entonces allí ya no tenemos noche, no hay noche, nunca más noche, porque se va a la conciencia eterna.
Ya no se duerme.
Ya tampoco hay enfermedades.
(Señor en la sala):

—Pero en los primeros grados sí, ¿no?
—Hay...
En el otro lado se es espiritualmente inmaculado y puro, en la primera esfera.
Ahora todavía...
Ahora en la séptima esfera.
Allí se es materialmente inmaculado y perfecto.
Porque el ser humano ya no empieza a violar, a mancillar el organismo.
Llegarán ustedes a tener su propia esencia a su lado, y su grado, ¿no?
Eso se ha...
¿No lo entiende?
En la selva —han leído ‘El origen del universo’, ¿no?—, en la selva fuimos allá, allá, allá.
Era seis con cinco, y tres con uno, y dos con cuatro; porque se han creado siete grados, grados corporales.
Pero en el cuarto grado cósmico tenemos esa conciencia dentro de nosotros; o sea: tengo mi grado, el primer grado de todos, para ese primer grado como planeta.
Y entonces vamos a... entonces todavía no podemos levitar respecto al macrocosmos —fíjese—, pero sí podemos tomar posesión de él, la posesión dentro de nosotros que nos da ese primer grado como planeta.
Cuando llegamos al segundo podemos conectarnos con el espacio, con todas las estrellas y planetas, y entonces levitamos a través del espacio; allí ya no les harán falta aviones ni milagros técnicos ni luz; luz material no, todo se habrá materializado espiritualmente.
Y entonces caminaremos juntos por la naturaleza, nos disolveremos ante sus ojos y así regresaremos a la vida embrionaria y volveremos a nacer en el ser humano siete horas después, según su tiempo terrenal.
Y si yo entonces... si entonces entramos en la madre y ustedes están en ella y yo aquí, ya nos lanzaremos voces diciendo: “¿Qué hora es donde ustedes?”.
Yo tengo una edad de siete horas y ya nos estamos hablando, porque conservamos la conciencia cósmica espiritual, humana.
¿Y saben lo que es eso, que la madre oiga hablar en su interior?
Entonces la madre llega a tener...
Pero, oigan, eso la madre ya lo recibe ahora también...
Una madrecita sensible, mejor léanse todos los demás libros, deberían leerse ‘Una mirada en el más allá’: una madrecita sensible que oye hablar a su bebé.
También oye ese latido.
Pero la palabra también habla, porque de vez en cuando la conciencia tiene que despertar; entonces habla el pasado, la reencarnación habla a la madre en una conciencia semidespierta.
Y entonces el bebé dice: “Cariño, cariño, estoy por llegar”.
Pero si la madre tiene una conciencia ruda, dura, odiosa, entonces se sabe con seguridad, ¿no?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Si la madre es cariñosa y le sirve en todo, por medio de todo, el beso maternal por cada palabra, la orquídea, entonces usted también lo sabrá.
Porque entonces hay algo que canta, entonces hay algo que juega debajo del corazón de ella, y eso se puede escuchar en su interior.
Y entonces dirá: “Oh, marido mío, qué feliz soy.
La criatura, la criatura...”.
Y allí todo eso es consciente.
Eso André lo vivió con el maestro Alcar y conmigo, tomados de la mano, en el cuarto grado cósmico, el quinto, el sexto y el séptimo.
(Dirigiéndose al señor en la sala):

¿Piensa usted en el libro?
(Señor en la sala):

—Sí.
—¿Tenía algo más?
(Señor en la sala):

—No, de momento no.
—Aunque...
Dame mil, que en media hora me los quito de encima.
Cuando salió la primera parte de ‘Una mirada en el más allá’ André saltó del tejado, tan feliz.
Casi se los había quitado de encima en dos semanas.
Entonces la vienesa dijo: “Pero ¿dónde está el dinerito?”.
“¿El dinerito?
¡Pero si me los he quitado de encima!

(Risas).
Sí, entonces nos quedamos detenidos.
Y entonces el maestro Alcar tuvo que decir: “Para, André.
Ahora tenemos que volver a empezar”.
Y entonces habían desaparecido todas nuestras monedas.
Y André tuvo que volver a empezar.
Pero lo que más nos gustaría es repartirlos.
Sí.
La Fundación Círculo Científico Espiritual, ¿sabe usted en manos de quién está, esto?
(Señor en la sala):

—No, no lo sé.
—¿Le gustaría saberlo?
(Señor en la sala):

—Desde luego.
—¿De quién, diría usted?
¿De quién?
Eso lo sabe... aquí... nuestros banqueros de André viven en alguna parte.
¿Sabe usted quién es?
(Señor en la sala):

—¿De Alcar?
—No.
(El señor en la sala dice algo inaudible).
No, no se lo voy a decir.

(Risas).
Se va a quedar asombrado, ¿sabe?
Entonces verá... entonces sabrá el miedo de André por...
Es que en sus manos todo va bien.
Llegan...
Da algo a la gente...
Viene gente: “Quiero, quiero, quiero”; en dos, tres meses se desploman, salen corriendo.
Entonces lo ponen tieso y se cotorrea.
Y vuelve a estar equivocado.
¿Verdad?
¿Han oído esos insultos?
(Señor en la sala):

—Sí.
—¿Hemos cambiado?
¿Habíamos cambiado?
(Señora en la sala):

—No.
—Ah.
Gracias.
Cristo es el banquero de André.
Ni el maestro Alcar ni el maestro Cesarino.
Ese círculo, amigo mío, lo que está allí, viene de la Universidad de Cristo.
A ver quién viola eso.
Por eso, si puede comprar el libro, tome este mío entonces, pero compre uno para sus amigos.
Porque hay millones de personas que miran a su personalidad.
Y si compra ese libro y se lo dan a otra persona, y esta vierte una sola lágrima por él, será en el otro lado y detrás del ataúd, no solo una teja sobre su vivienda espiritual, sino también la orquídea para su jardín vital.
Me encantaría regalar miles, pero no me está permitido tocarlos.
Me deslomo... me deslomo y me dejo la piel, hago todo lo posible para hacerlos felices, para darles sabiduría.
Y yo...
Hace poco me hubiera gustado regalar libros a la gente, pero el maestro Alcar me dio un toque de atención.
Que va y dice: “Esos no son suyos”.
No me atrevo, sin más, a regalarles a ustedes ni un solo libro —me encantaría hacerlo— porque no habría ganancias.
Pero es que tampoco me está permitido.
Tengo algo que contar, ¿verdad?, como maestro.
Soy el adepto más elevado para este universo.
Soy el portavoz de billones de personas.
Algún día el mundo nos aceptará, y ustedes no lo vivirán aquí, sino detrás del ataúd, que yo soy el portavoz para todas las esferas en el otro lado, para el cuarto, el quinto, el sexto y el séptimo grado cósmico.
Y no me está permitido tomar ningún libros entre las manos para dárselo.
Aunque esta noche, sí, porque me los he merecido.
Los he recibido por mis adeptos en La Haya, y estaré encantado de repartir mil.
Pero también le puedo decir al maestro Alcar: “Aquí está el dinerito”.
¿Se lo creen?
En el otro lado, si eso realmente se elevara tanto... ¿sentirán ustedes que la materia, las propiedades de la tierra, significan algo?
Siempre que se gane con honestidad.
Entonces habla Cristo.
Porque Cristo también tenía a Su banquero a Su lado, era Judas.
Las historias más hermosas y el lenguaje figurado más hermoso, el ser uno divino más poderoso estaba diariamente con Cristo.
En la nueva temporada, cuando volvamos, deberían hacerme esas preguntas.
Y entonces por las noches Cristo le decía a Judas: “¿Nos queda algo para la cena?
¿Cuánto dinero queda en la cartera?”.
Y entonces tenía...
Judas tenía una bolsita pequeña de esas, una limosnera de chivo, de una cabra.
Un chivo oriental de esos, ¿entienden?
Y entonces Judas miraba y decía: “Sí”.
Si se lo calculo según el dinero de ustedes, tenía un florín y cuarenta y cuatro céntimos, entre los doce.
Bueno, pues al final optaron por comprar dátiles.
Y si ocurriera el milagro...
Cristo no obraba milagros todos los días, porque Él sería muy barato.
Y entonces ya no llovería sentimientos.
Entonces los apóstoles se quedaron dormidos; dice uno: “Él ya nos cuidará”.
Y entonces oreñaban esa vaca seca, la dreñaban.
¿Cómo se dice eso?
(Gente en la sala):

—La ordeñaban.
—De ‘Las máscaras y los seres humanos’.
Esa seca, ya saben, ¿no?
Y entonces los apóstoles pensaban recibir todos algo, y dice Cristo: “A ver quién no se equivoca esta noche, porque esta está seca”.
(La gente se ríe).
Porque a cada instante pensaban: el Maestro obra milagros.
Pero entonces Cristo los dejó tirados.
Y hubo tres que dijeron. “¿Tú a ese lo vas a seguir creyendo?”.
Lo traicionaron por delante y por detrás.
Cuando llegó la hora de la verdad, de decir...
“Pedro, Pedro, que sepas que mañana es el día”.
“Jamás he conocido a ese hombre.
No tengo que ver con ese ser humano”.
Y Cristo dijo: “Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces”.
Hace tiempo, André dijo a sus adeptos —entró por la noche—: “Antes de que cante el gallo, me negarás tres ve...
“¿Para mí?”.
“Yo no digo nada, me cruzó los labios”.
La semana siguiente: “Antes de que cante el gallo...”.
“¿Para mí?”.
“No”.

Tres semanas después, y pasó.
Eso el maestro Alcar no lo hacía; lo hacía el propio ser humano, para protegerse a sí mismo.
La buena esencia en ser humano decía: “Luego, antes de que cante el gallo, te negaré”.
Cantó tan fuerte que se pudo oír hasta en Róterdam, o donde fuera.
Pero este ser humano no lo oyó.
Porque consiguió un trabajo, un trabajo muy bien pagado por la iglesia católica y negó a Cristo, a Dios, los libros de Jeus.
¿Y todo eso lo aceptamos?
Mejor váyanse corriendo; siempre que vayan predicando esto.
¿Acaso me han oído alguna vez... que ustedes digan: “Vaya, eso es dudoso”?
(La gente en la sala reacciona).
Gracias.
¿Hay algo más?
(Señor en la sala):

—Es que si dudo de usted, dudaría de mí mismo, ¿no?
—No es cierto.
No es así.
Primero hay que sentir: “sí”.
Y si han leído ustedes la Biblia, podré alcanzarlos.
Si no tienen una Biblia ni una fe, mejor no empiezo con nada, porque aceptarán a Cristo.
Y entonces podremos hablar.
Si no hay un asidero, yo tampoco lo tendré.
¿Tienen ese conocimiento?
Por eso, eso bueno que hayan hecho algo con la teosofía, con los rosacruces, con todas esas sectas.
Yo tengo contacto con los católicos, el protestantismo, las sectas, los rosacruces, los teósofos.
Tenemos más católicos que teósofos.
Porque algún día se elevarán hasta el gallo de la iglesia católica y entonces les saldrán alitas.
Y entonces el señor párroco ya querrá detenerlos.
Y ustedes dirán: : “Ay, no, no me gusta la condena.
Psssttt”.
¿Verdad?
¿Tenía algo más, señora?
(Señor en la sala):

—Sí, maestro.
—¿Qué deseaba?
(Señora en la sala):

—¿Me permite preguntarle algo más?
—Siempre podrá...
Todavía no ha preguntado nada.
Dice usted: “¿Me permite algo más...?, pero todavía no ha empezado.
(Señor en la sala):

—Sí.
Gracias a usted hemos aprendido... a aceptar esa evolución de los animales, esas especies aladas.
Pero también escribe que en el cuarto grado, en el cuarto grado cósmico, se encuentran caballos.
¿Cómo fueron a parar allí?
—Para cada grado es posible —atención ahora—, para cada especie animal que existe...
En el otro lado también se puede ver un caballo, igual que un perro.
¿No leyó eso del maestro Alcar?
Así que esos animales, la especie más elevada, los puede ver en las esferas.
Pero al final se disolverán de todas formas y volverán a la especie más elevada.
Así que ese espacio mantiene presa, retenida, a esa especie más elevada, como individuo.
Y en el otro lado verán un solo ser a partir de todas las especies animales existentes y de todos los grados humanos.
Eso es cosmología.
Mire, la explicación que les damos en ‘Una mirada en el más allá’ —porque allí vienen— va y los conduce hacia la cosmología.
Y lo que viene en ese libro no es cosmología, son problemas humanos, espirituales, analizados respecto al otro lado.
Pero un caballo es el animal más elevado en la naturaleza, y tiene... si quiere vivir...
Ya entenderán que ese animal tiene que desprenderse.
Tarde o temprano, dentro de miles de años, ese espíritu grupal se desprenderá y se elevará para un nuevo organismo, una fuente de vida más elevada.
Pero puede verse temporalmente.
Así que eso es temporal.
¿Entendido?
(Señora en la sala):

—Sí.
—¿Ven?
Allí pueden ver de nuevo la justicia de la naturaleza.
Ese animal llegará a tener un tiempo, ese animal llegará a tener evolución, es visible, puede verse en las esferas; sus gorriones se pueden ver, sus pájaros se pueden ver.
Pero gatos, no.
No es posible elevar el gato hasta allí.
El perro, sí.
Porque todo lo que tiene maldad —un tigre, un león— se queda en la tierra y no es posible que sea elevado hasta el despertar espiritual, que construya esferas de conciencia.
Pero un caballo es servicial respecto a cualquier pensamiento humano, sea como sea.
Un caballo es el ser animal más elevado en la naturaleza, porque hace más que la vaca de ustedes; aunque se la coman, y su leche y todo.
Pero el caballo sigue sirviendo, sigue tirando, hace esto, hace lo otro.
Claro, hay más especies.
Su gallina de andar por casa tiene un significado cósmico.
Por eso escribí en ‘Jeus I’: “Vamos a comer... el domingo comemos sopa de gallina”.
(Suenan risas).
¿Tenía algo más?
Sí, yo he escrito esos libros.
Yo estoy...
Ahora ya no soy una persona de Francia, ya no soy un escultor, ningún italiano, sino que soy de (la región holandesa) Achterhoek.
Porque he tenido que seguir la vida de Jeus.
De lo contrario no podría haber escrito esos libros para ustedes.
Yo fui el José de su juventud.
Y ahora estamos volviendo a hablar.
Esta noche estamos jugando juntos, los hacemos sonreír, les damos sabiduría, felicidad y amor cósmicos; otra vez Jeus y José.
Pero ahora André-Dectar y Lantos Dumonché-Zelanus.
¿No es sencillo?
Eso, pues, es la posesión del maestro Alcar.
Eso tiene: amor, sabiduría para con la gente.
Y está allí, por alguna parte aquí.
Cuando recibimos flores la mayor parte siempre va al Gólgota.
Pero siempre y siempre tomamos una para nosotros mismos y la ponemos, así, a hurtadillas y en silencio, en manos del maestro Alcar.
La apretamos atrás, en su chaqueta.
Y Jeus dice ahora, cuando Crisje llegó al otro lado, después de la guerra...
Crisje partió en enero.
Dice él: “Crisje, ahora las flores las voy a...
Llegará un día en que me las ganaré”.
Y ahora van siete, o así, directamente a El Largo y a Crisje.
Miren, todo eso se lo pueden ganar.
Ganárselo es más hermoso, más glorioso que tener dinero de sobra y comprarlas.
Sí, me siente agradecido por las flores que recibo.
No será que el ser humano ahora se asusta por decir yo: “Usted tiene dinero y yo no tengo nada”, ¿verdad?
Nosotros ponemos...
Yo les doy la flor espiritual y ustedes me dan la material.
Yo hago cada noche algo con eso.
Eso hace...
No están allí sin más en un florero, no me las llevo sin más.
Ya de antemano las hemos repartido.
Si ustedes logran formar aquí algo poderoso, yo las sacaré.
¿No lo vieron una noche?
Entonces tomé esas flores de otra persona y se las di aquí a una criatura en la sala.
Esa criatura está aquí otra vez.
Si ustedes hacen todo lo que puedan y pueden acoger todo, las recibirán de nuevo.
Pero eso no enojará a la criatura que me las da.
Una vez hubo una señora en La Haya...
Claro, ella no lo sabía.
Mi adepto, esa criatura, esa madre, me había dado preciosas flores, hermosas, blancas, así de grandes.
Pero yo había descubierto algo bonito durante la conferencia y se las di a una criatura en la sala.
Entonces dice: “A ese ya nunca le daré más flores”.
Y es que ya nunca las quiero recibir.
¿Ven?
La pillé de inmediato.
“Señora, ¿me he ganado esas flores?
Usted ya no es una hermana; ahora es una señora”.
“Sí, señora”.
Cuando luego reciba la tercera parte de ‘Jeus’, ya no oirá otra cosa que “Sí, señora”.
“Hay que ver lo educadito que es ese tipo”.
“Claro que sí, señora”.
(Suenan risas).
“¿De dónde viene usted?”.
“Sí, señora, de allá”.
¿Tenía algo más?
(Señora en la sala):

—Maestro Zelanus, ¿es que es usted entonces también Casje?
—¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—¿Es que era usted entonces, en la segunda parte, Casje, o era este el maestro Alcar?
(Suenan risas).
—¿Casje?
(Señora en la sala):

—Sí.
—¿Lo ha terminado?
(Señora en la sala):

—Sí.

(Risas).
—Que nadie lo diga.
Mejor póngase a leerlo otra vez, de castigo.
Cuando Jeus entierra a Fanny, ¿verdad?, y él dice... está allí... y despotrica contra Fanny: “Debería haberte quebrado los huesos.
Solo pensaste en ti mismo.
No pensaste ni un minuto en mí”, dice Jeus.
Y entonces se oye: “¿Y tú que haces aquí?”, dice a Casje.
Era el Casje que hablaba dentro de él, era el nuevo contacto de El Largo y del maestro Alcar.
¿No extrajo usted eso?
¿Pensaba usted que era yo?
Yo no era tan heroico allí, en esos tiempos.
Pues debería sentir cómo el empuje del maestro Alcar...
Ahora ya El Largo.
Allí escribo: “Muy bien, Largo.
Precioso violín, precioso timbre”.
Porque Jeus quería quitarse de en medio.
Ahora ya solo Crisje.
Entonces Crisje va subiendo las escalares a gatas, ¿se acuerdan?
‘Ya no le hablaré más’.
Entonces volvió a aparecer Hendrik El Largo, y el maestro Alcar dice: “Estupendo, Hendrik, buen trabajo”.
¿Ven?
Una orquídea para Nuestro Señor.
Sí.
(Dirigiéndose a la mujer que hizo la pregunta):

¿Y pensaba que yo era Casje?
(Señora en la sala):

—Sí, usted o el maestro Alcar.
—Bah.
Debería leerlo otra vez más.
No, no soy yo.
(Dirigiéndose a la gente en la sala):

¿Quién de ustedes?
(Señora en la sala):

—Maestro Zelanus.
—Sí.
(Señor en la sala):

—Maestro Zelanus, qué tiene que hacer una madre si el médico le dice: “Usted ya no debe tener más hijos, porque si no se morirá”?
—Entonces tiene que echarlo de casa lo antes posible.
(Señor en la sala):

—Gracias.
—Gracias.
Esos médicos... los hay.
(Gente en la sala):

—Sí.
—Cuando ustedes se mueren... cuando se... sí...
La sociedad dice...
Ya sentirá usted en qué caos respecto a las leyes macrocósmicas, la justicia divina, la Omnisciencia...
Las personas que me han seguido durante años saben que nosotros tenemos la Omnisciencia.
Porque yo sirvo la Universidad de Cristo.
Y si esa criatura puede dar a luz, aunque esté enferma, ya se pondrá sana por alumbrar y no morirá.
Si tiene que morir, morirá.
Pero si es la transición más poderosa, más hermosa, ¿no?
Para dar una nueva vida, ¿no?
Cuando, por ejemplo... no, no voy a entrar en eso.
Otra cosa...
Así que si les pasa a ustedes, dirán al médico: “Pensábamos que usted era el adecuado.
Pero al final... ahora ha dicho usted lo suyo, lárguese de aquí lo antes posible, porque usted nos aleja de Cristo.
Usted no es el adecuado.
Mejor vaya a recuperar el dinero de sus estudios espirituales.
Claro, usted no tiene un dios, ¿verdad?”.
(Alguien en la sala dice algo inaudible).
¿Qué?, ¿cómo dice?
¿Tenía algo más?
(Señor en la sala):

—Sí, maestro Zelanus.
—Claro, se puede decir mucho al respecto.
Pero...
Porque seguramente que entenderán ustedes que hay gente que tiene catorce, quince, dieciséis, diecisiete críos, y la sociedad, la conciencia social normal, dice: “¿Ven allí esa madriguera?”.
Y comparan a una madre con un criadero de conejos.
Eso dice la sociedad.
Pero ¿entienden ustedes...?
Les he explicado las leyes, que una madre tiene que dar a luz a diez y doce hijos, y otra destruye al hijo.
Y que al ser humano se le envía demasiado pronto al otro lado, al mundo de lo inconsciente.
Así que...
Ahora hay centenares de miles de almas esperando un solo organismo.
Claro, eso vuelven a ser nuevos problemas.
Ustedes aténganse a esa pregunta.
Si se encuentran con esa madre y aún le quedan fuerzas para dar a luz, pues que siga adelante el parto.
Al final es imposible detener eso.
Cuando haya alumbramiento, el alma es tan poderosa y consciente para dar fuerza al hombre, y también a la madre, para dar a luz y crear.
¿Más cosas?
(Señor en la sala):

—Sí, maestro Zelanus.
En ‘Los pueblos de la tierra’ escribe que en el futuro la gente enferma... la gente enferma ya no tendrá permiso de casarse.
De ellos se encargará el estado.
Pero ¿no se suprime entonces de forma artificial el funcionamiento natural en esas personas?
—Mire, en el futuro se...
Mire, ahora se trata de esto.
Si usted...
Eso se analiza de forma científica cósmica.
Y ahora escuche bien, entonces verá una imagen de futuro y sabrá al mismo tiempo lo que queremos decir.
Si esta madre está enferma —tuberculosis, cáncer muy agresivo, el grado más elevado—, entonces se sabe sin lugar a dudas, y también en ese grado y aquel otro, que están contagiados dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete grados sucesivos.
Nada de hijos.
Y allí también vendrá otra cosa.
Pero esta madre dará a luz a su hijo, para ella.
Porque la examinan...
Ustedes dan a luz, dan a luz, dan a luz.
Cuatro hijos.
Usted tendrá diez, porque nosotros nos encargamos de usted, no tiene más que dar a luz.
Ella atrae la vida del alma.
Y entonces, poco a poco, empieza a haber un núcleo de salud en la tierra, en el ser humano, por medio del ser humano, por medio del cuerpo.
Eso vendrá.
Es duro para ella, pero ella tiene que salir de ese contagio; esas enfermedades tienen que disolverse y salir de ese cuerpo, porque nunca jamás llegará tener usted una humanidad sana.
¿Es justo eso?
Pero ella da a luz y sigue dando a luz —no dos hijos— da a luz hasta que ya no se puede dar más a luz ni atraer nada.
Son leyes.
Y llegarán.
Y es muy sencillo.
Porque es verdad.
Aquí está la madre y allí está la madre.
Aparece un karma de familia.
Y eso quiere decir que si usted procede de ese karma, dará a luz y creará cáncer, tuberculosis.
Y esas enfermedades minan la autoridad humana.
No posee usted nada.
No hay un organismo existente, sano.
Así que en el futuro tendrá que preocuparse en primer lugar de un organismo humano normal, que contenga un espíritu sano.
Y entonces, en primer lugar, se disolverá de inmediato la condena y en sus manicomios ya no habrá rastro de los locos religiosos.
Así que en diez mil años, veinte mil años, cinco mil años habrá una maravilla de humanidad.
Pero ¿y dentro de cien mil años?
André habló de ello en el coche.
“Entonces, ¿qué?”, dice.
Yo estaba atrás.
Ah, es que la gente no me percibía, mira qué bien.
Dice: “Pero, señora, en cien mil años, ¿cómo será entonces la humanidad?
“Sí”, dice la criatura, “es hermoso.
Entonces yo iría... me vuelvo”.
Sí, entonces la vida es un paraíso.
Y entonces será el estado quien los cargue en la tierra.
Porque ustedes mismos serán el estado.
Por cierto, eso lo pueden leer en ‘Los pueblos de la tierra’.
Deseen regresar.
Así no tendrán que hablar de: la muerte no existe.
Allí es donde está.
Créanlo y acéptenlo lo que vive allí.
Los libros de André llegarán a estar en cada hogar, porque son los libros para la nueva Biblia.
Y la humanidad tiene que aceptarlas, porque vienen del reino de Dios, de la Universidad de Cristo.
¿Habría sido capaz de hacerlo André, nacido en ‘s-Heerenberg, entre las vacas, en (la región de) Achterhoek?
¿Entienden?
No forma parte de eso.
Y ahora mejor pónganse a leer.
Eso lo saben, por cierto.
¿Tenían algo más?
Esto es infalible.
Y luego eso lo podrán aceptar y leer los estudiantes.
Pero eso en el fondo son las novelitas alrededor de la esencia en sí.
Porque cuando empezamos con la cosmología, primero empezamos a analizar la Omnialma, la Omnimadre, la Omniluz, la Omnivida, el Omniespíritu, la Omnipersonalidad, el Omnipaternidad, la Omnimaternidad, las Omnileyes, las leyes elementales.
Y entonces seguiremos poco a poco.
André tiene los primeros cinco libros para la nueva Biblia, con sintonización cósmica.
La humanidad, nacida en el estadio embrionario en la luna.
Los primeros están listos.
¿Quién tiene el dinerito?
En el otro lado tenemos billetes de diez millones de florines.
No lo pueden cambiar aquí, de lo contrario los maestros los habrían dado el dinero.
En la tierra tenemos que ganárnoslo con sangre, con lágrimas, con sudor, con sentimiento, con amor, de lo contrario volvería a carecer de significado.
Y Cristo dice: “Ahora ya no estoy a la venta”.
Y por eso es inmaculado y puro lo que reciben allí en sus manos, porque la criatura André se lo ha ganado de forma honesta, Jeus de madre Crisje.
¿No tienen nada?
(Dirigiéndose a la gente en la sala):

¿Quién de ustedes?
(Señora en la sala):

—Maestro Zelanus, ¿se conoce en el otro lado la doctrina de Bahá’u’lláh?
—¿Qué?
¿De quién?
(Señora en la sala):

—De Bahá’u’lláh.
—De ¿Bach...
de Bahuperoquémedice?
(Suenan risas).
No conozco ese nombre.
(Señora en la sala):

—Porque...
—Ahora usted me puede enseñar algo.
(Señora en la sala):

—Sí, maestro Zelanus, es así.
—Bahuhahola.

(Suenan risas en la sala).
(Señora en la sala):

—Bahá’u’lláh.
—Bahajula.
(Señora en la sala):

—Sí, porque primero recibí una invitación para...
—¿Y quién es?
(Señora en la sala):

—Bueno, es un profeta que viene después de Mahoma.
—Que viene después de Mahoma.
(Señora en la sala):

—Sí.
En fin, que me pidieron que asistiera a una conferencia de esas, o una reunión de esas.
Fui.
Y esos seguidores se llaman Baha’i.
—Baha’i.
(Señora en la sala):

—Y aquí tienen...
—¿Y eso cómo se llama?
(Señora en la sala):

—Baha’i.
—Pero ¿qué... qué...?
¿Significa algo más eso de “Baha’i”?
(Señora en la sala):

—Sí, es una abreviación de Bahá’u’lláh.
—Sí, pero ¿puede comprender eso, lo que significa Bahajula en Ámsterdam?
(Señora en la sala):

—No, eso se...
—No, pero yo tampoco lo sé.
(Señora en la sala):

—No, pero...
—Ya lo sé.
Porque no sabemos nada de lo que hacen ustedes, no lo conocemos.
(Señora en la sala):

—Sí, eso es justamente lo que quería saber.
—André dice: “Hoy se va a ofrecer un reci tal, allí”.
Y el maestro Alcar que dice: “A ver, escucha bien, Jeus, se dice recital.
Y entonces André dice: “Y yo ¿qué tengo que ver con eso?”.
La semana pasada André —fue André— hizo reír a la gente.
Los hace reír en La Haya.
Eso sí que son noches, nosotros, ni tocarlas.
Dice: “Allí andaba por las calles”.
Estamos preparados para todo lo que tiene que ver con el espíritu, con el alma y la vida, con Dios.
Pero no estamos listos para el nombre de usted.
Pero allí ponía en una ventana...
Dice, Jeus, Jozef dice: “¿Qué es eso, “telecocinero”?

(Risas)

Y dice a un chico: “¿Tú lo sabes?”.
Y este que dice: “Señor, yo tampoco lo sé”.
Pero allí lo ponía. “Cenas a domicilio”.
Y eso sí que lo comprendían.

(Suenan risas).
Entonces, ¿qué es eso, “telecocinero”?
Se puede construir todo y darle nombres a todo, siempre que tenga que ver con la ley natural, con el otro lado, con Cristo, con el cosmos, con el origen de Dios.
Si no tiene sintonización con eso, entonces todo eso es para nosotros “telecocineros” y “reci tales” y New Rock.
(Una señora en la sala intenta decir algo).
Y entonces nosotros lo ridiculizamos.
¿Por qué?
¡Anda ya!
Si ustedes, aquí en Holanda...
Si nosotros tenemos que ir a Oriente, hablaremos un idioma que conocen allí.
Y si tenemos que hablar aquí, es mejor hablar de manera vulgar, porque eso por lo menos existe.
Pero Hulahulahula, eso no lo conoce nadie.
(Señora en la sala):

—No, pero ¿quiere que se lo explique ya?
—Sí, ¿qué significa?
(Señora en la sala):

—Bueno, yo estuve allí y fue tal que...
Me agobié bastante, porque...
—¿Y llevaba ese Hulahula un sombrero?

(Risas).

¿Era un ser humano normal?
(Señora en la sala):

—Bueno, está muerto.
—¿Ya está muerto?
(Señora en la sala):

—Sí, pero eso significa...
Esa doctrina pretende que... que Cristo en el fondo, pues, no era gran cosa.
—Pues eso no es gran cosa.
(Señora en la sala):

—Entonces ya no fui más.
Pero ahora no dejan de perseguirme, mandándome invitaciones.
Y entonces pensé: entonces seguramente usted sabrá de eso, de ese Bahá’u’lláh.
—No.
No.
De ese Bahula...
¿Cómo era que se llamaba?

(Risas).

Bahula-bahola.
No, no conocemos a ningún Bajulá.
Ni se puede conocer en el otro lado, porque ese castillo de aire no existe allí.
(Señora en la sala).

—¿No lo ha conocido?
—¿A ese Bahulahu?
(La gente se ríe con ganas).
No conocemos a esos Bahulas.
(La señora en la sala dice algo inaudible).
Solo que...
(Dirigiéndose a la señora):

¿Cómo dice?
(La señora dice algo inaudible).
Creo que nunca los he hecho reír tanto.
Pero esta noche estoy cerca de ustedes, porque estoy en Jeus.
(La señora en la sala):

—Sí, pero así decía esa carta...
—De eso digo yo: ¿vivía en la tierra con un sombrero o llevaba una hermosa túnica?
(Señora en la sala):

—No, una barba blanca.
—Una barba blanca.
Miren, eso es aún más sagrado.
No, no conocemos a ese Bahula.

(Risas).

No hemos conocido a esos Buhalas en el otro lado.
Y todos esos Bahula no significan nada para la primera esfera.
Allí no hay más que un solo ser humano que signifique algo, que es...
(Señora en la sala):

—Cristo.
—Cristo.
Y ese lo conoce todo el mundo.
Pero a Hulahula no lo conocemos.
(La gente en la sala sigue riéndose).
¿Tiene algo más?
(El técnico de sonido acaba de avisarlo).
Ya me han avisado.
Aquí tiene mi beso.
Es usted un encanto.
(Dirigiéndose a la gente en la sala):

¿Quién tiene una pregunta para mí?
Ya nunca llegaré a acercarme tanto.
Bueno, quizá la última vez.
Porque puedo ser directamente ser humano y entonces escribimos “Jeus” y hablamos de forma poco refinada.
Esta noche estoy metido en el dialecto.
(Señora en la sala):

—Maestro Zelanus...
—El domingo por la mañana me verán de otra manera.
(Señora en la sala):

—¿Podría contarnos también...?
—Tengo que volver un momento sobre algo.
Entonces habrá miles de personalidades.
¿Cuántas personalidades han conocido este invierno?
Usted también nos acompañaba en Diligentia, ¿no?
(Señor en la sala):

—Sí.
—¿Cuántas personalidades les mostré?
(Señor en la sala):

—Varias.
—¿Veinticuatro?
(El señor en la sala dice algo inaudible).
(Dirigiéndose a otra persona en la sala):

¿Qué deseaba?
(Señora en la sala):

—Maestro Zelanus, ¿podría contarnos algo más sobre el proceso de morir natural?
—Sí, la semana que viene, dentro de dos semanas.
Eso me toma demasiado tiempo.
Ya me han avisado.
Y sobre el proceso de morir natural tienen que hacer todos ustedes una pregunta.
Van a tener una conferencia más.
Criaturas mías, una pregunta más para quedar libres, porque me he acercado demasiado a ustedes.
¿Sí?
(Señora en la sala):

—Teníamos otra pregunta más.
En el fondo, ¿cómo es que un animal, una paloma o un perro, se pueda orientar tan bien como para encontrar a gran distancia el camino a casa?
—Bueno, el ser humano también sabía hacerlo.
¿Ha leído usted ‘Dones espirituales’?
Allí lo dice.
¿Ha leído usted la primera parte de ‘Jeus de madre Crisje’?
Entonces también recibirá ‘Jeus II’, porque también he pensado en usted.
Usted no estaba hace un momento, ¿entiende?
Es que esta noche no me voy a olvidar de nadie, mire qué bien.
Mis hijos, una pregunta más y entonces me retiro.
Todavía no me suelto.
¿Saben lo que es esto?
Estoy cerca de ustedes y entonces no puedo desprenderme.
Si lo hago, André se desploma.
Ahora tengo que volver a mi propio mundo.
Tengo que blindarlos mediante una pregunta.
Lo hago mientras hablo.
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

¿Qué deseaba?
(Señor en la sala):

—En ‘El origen del universo’, en la tercera parte, escribe usted sobre miles de máquinas.
¿Qué importancia tienen?
—¿Miles de...?
(Señor en la sala):

—Máquinas.
—¿En el otro lado?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Allí se construye primero la máquina espiritual, para interpretarla materialmente en la tierra.
(Señor en la sala):

—Ah, sí.
—O sea, todo eso es...
Allí tenemos una casa, tenemos árboles, tenemos pájaros, tenemos todo.
¿Lo comprende?
(Señor en la sala):

—Sí, sí.
—Entonces esta es la respuesta.
Hasta dentro de dos semanas.
(Gente en la sala):

—Gracias, maestro Zelanus.
—Yo también les doy las gracias, porque han sido muy cariñosos.
Adquirí una hermosa aura.
Si están abiertos y son verdaderos, cariñosos, y pueden entregar sus vidas, nos sentaremos en una silla a su lado, en la mesa, y comeremos con ustedes.
¿Qué significa eso?
Que partimos en dos la sabiduría, como pan.
(Lanza un beso).

Hasta la vista.