Noche del martes 30 de enero de 1951

—Buenas noches, hermanas mías y hermanos míos.
(Gente en la sala):

—Buenas noches, maestro Zelanus.
—¿Quién de ustedes tiene la primera pregunta?
(Señor en la sala):

—Maestro Zelanus, hace poco pregunté aquí cómo se podía explicar que usted, que en la última vida sobre la tierra fue Lantos, daba las conferencias en un neerlandés puro, incluso con palabras coloquiales neerlandesas y sin acento, cómo era posible.
Entonces dijo: “Aquí aprendemos un idioma en diez minutos”.
Pero a mi pregunta en realidad le faltaba algo, en el fondo hubiera deseado añadir: ¿hasta dónde llega la capacidad del instrumento?
¿También es posible dar esa conferencia en francés, por ejemplo, mediante el instrumento?
—No.
(Señor en la sala):

—Vaya, ¿no es posible?
—Porque nosotros...
Esta es otra formación.
Cuando se manifiestan los idiomas, surge el sueño epiléptico.
Así que ahora pasamos por un veinticinco por ciento de conciencia de quien habla, que usamos.
Esas manos, esas... ese cuerpo tiene que vivir, ¿no?
Y yo estoy fuera de allí.
No tengo contacto, no tenemos contacto.
No somos uno solo con el corazón, con la sangre, con los centros nerviosos.
Y ese veinticinco por ciento tiene que desaparecer, tiene que disolverse por completo.
Y entonces yacen aquí en el sueño epiléptico, o sea, inconscientes.
Y entonces ni siquiera somos capaces de hablar.
Así que tenemos que construir más conciencia, si quieren hablar.
Y eso solo pueden hacerlo en el trance profundo, el más profundo.
Así ocurría en el Antiguo Egipto.
Pero cuando viven eso, el maestro está construyendo idiomas, no sabiduría.
¿No tienen suficientes idiomas?
Así que no sabemos francés, no somos capaces de hablar idiomas, porque ese instrumento quita un veinticinco por ciento de sentimiento; o bien epilepsia.
Y allí hemos hablado ruso, francés, árabe y griego y egipcio, hace años, formaba parte de la construcción, de las materializaciones y del sueño epiléptico, el trance físico.
De modo que eso atraviesa el organismo.
Entonces los sistemas duermen.
Y aparece el trance que es espiritual.
Y entonces hace falta un veinticinco por ciento para ese cuerpo...
Yo uso ese cuerpo, ese organismo, pero esa es la vida de André.
Y por eso no puedo hacer otra cosa.
Tenemos que aceptar ese idioma, tenemos que aceptar los sentimientos y todo y aun así anular esa vida, vencerla.
Y eso supone un... es un estudio de treinta vidas.
¿Quieren asimilar eso para ustedes mismos? ¿Y quiere el maestro... quiere alguien, desde el mundo astral, quiere vivirlo para sí mismo?
Solo es capaz de hacerlo por medio del sentimiento de ustedes que haya despertado.
Entienden, ¿verdad?
Pero ¿cómo se puede construir ese sentimiento?
Lean ‘Entre la vida y la muerte’; allí lo tienen.
Lean ‘Los dones espirituales’.
En Oriente quizá viven dos millones de médiums.
Y si sacan uno solo que esté por completo en manos de un maestro astral, ya es mucho.
Y en este instante ni siquiera existe.
Hay dos millones.
¿Es que no entienden ustedes que sí ha adquirido la sabiduría sobre el mundo?
Ese maestro impulsa esa vida.
Cuando trabajamos y podemos alcanzar algo, tienen que predicarlo, de lo contrario no empezaremos con eso.
Así que tenemos que calcular de antemano lo que podemos conseguir.
Y eso lo tuvo que hacer el maestro Alcar.
Cuando se vean ustedes ante esto, ante esto... no tienen más que ponerse a escribir un libro, entonces pasarán mil veces por la muerte y cien mil veces por la demencia.
Tienen que ser capaces de superarse y entregarse ante cada pensamiento, cada rasgo de carácter, ante la vida y la muerte, ante Dios y Cristo, ante el alma, ante el espíritu y los sistemas orgánicos.
¿Por qué entonces no tienen ustedes aquello?
¿Por qué hay tan poca gente así?
Sí, aquí, entre ustedes quizá haya dos mil.
Pero ¿dónde están esas vidas?
Esa gente, ¿tiene algo que contar al mundo?
Cuando habla el espacio, este de verdad tiene que tener algo que contar.
Ustedes lo tienen.
Y vayan, adelante, sigan todos esos médiums, esos instrumentos, y miren.
Les hemos dado ‘Dones espirituales’; pueden ustedes sondar a esas personas.
No tienen más que preguntar.
¿Cuándo llegará a haber sabiduría?
¿Verdad?
Y la India colonial, Oriente?
El Antiguo Egipto tenía un solo gran alado cada cien años.
Había cuatrocientos sacerdotes, quinientos; solo uno de ellos tenía sentimientos.
Y era una divinidad.
¿Y qué más ha aportado el Antiguo Egipto?, ¿qué más, verdad?
Han colocado fundamentos.
El Antiguo Egipto no recibió lo que viven ustedes ahora.
Y eso no es más que hace tres mil años, cuatro mil años.
Esas divinidades del Antiguo Egipto todavía eran inconscientes, no han vivido estas leyes.
Allí, con esas poderosas sesiones... cuando estaban reunidos, esos sacerdotes, los sumos sacerdotes...
Hubo una iniciación.
Se reunían por la noche o de madrugada.
Y entonces era...
El Gran Alado era poseído por el otro lado.
Ese instrumento ya era...
Fundamentos, colocados por los sacerdotes, por Isis, por Ra o por Ré, por Luxor.
Todos esos templos conocieron sus alados: un sacerdote con sentimiento de verdad.
Nada más.
¿Quién tiene el don?
No hay ni un solo ser humano en la tierra —cuando entran en contacto con el mundo astral— que lo tenga, un cinco por ciento de dones.
Jozef Rulof no tiene nada.
Y aunque quisiera, no puede.
¿Adquiere sabiduría?
Desde luego.
Quizá piensen: ¿puede hacerlo él solo?
Lo dice a sus amigos.
Lo intenta en La Haya.
Llega, le hacen una pregunta: “En realidad, ¿qué clase de fuerza es el sol?
El sol ¿es paternidad o maternidad?”.
Tiene paternidad y maternidad luminosa.
La maternidad para el sol es alumbradora, interior, y la irradiación es creadora.
Pero en ese instante André ya se hace uno con el sol.
“Y en ese mismo instante”, dice, “sentí cómo se me iba la sangre”.
¿Ven?
Así que llega a la unión.
Aquí no hay sentimiento.
¿Por qué tenemos que hablar?
Eso se lo estoy explicando ahora.
Él no sabría hacerlo.
Porque cuando ustedes hacen una pregunta y se trata del espacio entonces no me queda más remedio que vivir esa unión.
Nosotros no hablamos al margen de esas leyes, ¡en ese instante lo que somos es ley!
Somos uno con el sol, con la luna, con la paternidad, con la maternidad, con el nacimiento, con la demencia.
La demencia; ya no podrán mencionar ni una sola ley que conozcan o somos uno solo con esa vida.
Y si eso lo hiciera André, o Jozef Rulof, se disolvería y se habría roto el poder, la concentración, sobre todos los sistemas, y se desplomaría inconsciente al suelo ante ustedes, ante sus pies.
Eso es lo que ocurriría.
Uno se disolvería por completo.
Con esta sabiduría, con este contacto no es posible hablar al margen de esas leyes.
Así que cuando en breve lleguen detrás del ataúd y quieran vivirlas, quieran empezar a contemplar la vida, allá, ¿verdad?, como aquí...
La iglesia católica, el protestantismo, la Biblia, todo apunta a la vida.
Basta con que lo contemplen.
Recen todo lo que quieran.
Póstrense, claro que sí.
¿Qué alcanzarán?
Enseguida, lo que tendrán que ser en el otro lado es luz, amor, cordialidad, en primer lugar amor, sentimiento, armonía.
Así que hace falta que...
Todo lo que en esta sociedad significa algo para ustedes —la dureza, la falta de disposición— todos esos rasgos de carácter equivocados, todo eso hay que erradicarlo.
Y eso no se hace en un plis plas.
Pero entonces estarán libres de odio y de todo.
¿Y qué pensaban que iban a hacer en el otro lado?
A mirar, así, andar por la vida; sí que está, está, ustedes también están, Dios también está, Cristo está.
Pero ¿dónde?
¿Cómo quieren llegara a conocer a Cristo, cómo a Dios?
Cuando André... cuando Jozef Rulof, desde niño...
Nosotros ya estábamos ocupándonos de esta vida cuando Jeus —eso ya lo leyeron— todavía estaba en la madre.
Y nosotros hemos hecho esas cosas, el maestro Alcar colocó esos fundamentos.
Tocaba esa vida, una y otra vez; había que tocarla, como fuera, de lo contrario acogería demasiado espacio material.
Así que esa criatura ni siquiera podía vivir una vida como la que se les entregó a ustedes y que ustedes recibieron.
Siempre un toque, un roce; y de nuevo un fundamento para el mundo astral, para ahora, para ahora.
O sea, libre de la materia.
No le estaba permitido aprender nada.
Todo lo que aprendan ahora, eso ya lo comprenderán, hay que echarlo por la borda.
Entonces se sentirán materiales, y esto seguiría siendo astral, espiritual.
Y aun así ese esfuerzo, fundamento tras fundamento, durante treinta años.
Una y otra vez detrás de esa vida.
¿Cuántos peligros no habrá habido?
Eso a un maestro... a ustedes eso les merecerá luego la pena.
Así que André los tiene que vivir.
Tendrá que sentir así para cada cosa.
Lejos de nosotros quiere decir disarmonía, ¿verdad?
O sea, en primer lugar sentimiento para luchar, para combatir, para dar.
Bien.
Y entonces el maestro construye sentimientos, rasgos de carácter, y entonces el maestro pone fundamentos.
Pero entonces tiene que estar en ustedes el sentimiento.
Y diez gramos de sensibilidad para esto, pueden vivir treinta vidas antes, antes de que tengan ese sentimiento.
Es valioso.
Pero ahora, ahora les hago la pregunta: ¿qué harán dentro de poco en el otro lado?
Andan ustedes por la vida, miran un poco, están las esferas; si tienen luz, formarán parte de ella; pero ¿qué tiene que pasar ahora?
Cada ley, la naturaleza, un árbol, una flor, una planta, sobre todo el ser humano, el animal, todo eso hay que amarlo, hay que acogerlo, hay que llegar a conocerlo, y solo entonces llega esa unión.
Pero deberían intentar llegar a conocer la vida de sus árboles.
Deberían hacerse uno con la naturaleza, con el alumbramiento, con el agua, con el aire, con la noche, con el día, y ahora mismo con el sistema planetario.
¿Ven?
Esa unión la tenemos que experimentar.
Y desde ese mundo hablamos, nosotros también tenemos algo que aportar, y eso ya ha ocurrido.
Entiende, ¿verdad?
Y eso, pues, es su francés, y mi español.
¿Hay algo más?
(Señor en la sala):

—Maestro Zelanus, si lo he comprendido bien a usted, ¿es que Jozef Rulof tuvo que aprender inglés antes de ir a Estados Unidos?”.
—Desde luego.
(Señor en la sala):

—Porque allí habló inglés.
—Allí hemos hablado inglés.
Miren, algunas faltas todavía cometimos, naturalmente.
André...
Primero escribimos tres libros, la trilogía ‘Las máscaras y los seres humanos’.
A eso se añade que ha hecho dos exposiciones.
Todavía tenemos que trabajar en la ‘Cosmología’.
Y entonces le dimos unas seis, siete, ocho semanas de tiempo para acoger palabras inglesas.
Resulta que tuvo la suerte de que se había traducido ‘Los pueblos de la tierra’, y se lo hicimos leer.
Pero, escuchen bien ahora, si no hay confianza de que algo puede suceder...
Aquí tienen, pues, una prueba material.
Deberían ir alguna vez a Estados Unidos y den una conferencia sobre la ‘reencarnación’, sobre el renacer, sobre el renacer cósmico, en inglés, y no conocen palabras: ¿cómo quieren sentirse?
André, Jozef Rulof, tuvo que ponerse encima de ese gran escenario de Carnegie Hall, y eso es Nueva York.
Y él que se va.
Si es necesario puede pasar de todo, y entonces esas vidas anteriores han de regresar, ¿ven?
Y de eso nos hemos nutrido.
Conocía algunas palabrillas.
La conferencia ha terminado, llega el ‘Panis Angelicus’; no, todavía no está.
Su hermano se dirigió a la gente.
Lo introducen.
Pero un cuarto de hora antes de que nosotros... —como pasa aquí: se sienta allí, voy a él— se queda dormido.
Se va a dormir gloriosamente antes de la conferencia, en Nueva York, sobre la reencarnación, en inglés.
Y llega su hermano que dice: “Pero ¿es que no estás ni siquiera un poco nervioso?”.
Salimos al escenario con un buen color.
Pero nosotros... menudos temblores.
El cincuenta por ciento para mí y el cincuenta...
Él se quedaba en su organismo y aun así en ese cuarto de hora el maestro Alcar había despertado la vida inglesa, y entonces hablaba inglés de alta sociedad.
La gente preguntaba a su hermano: “¿Desde cuándo vive usted aquí?”.
Dice el hermano: “Desde hace dieciocho años”.
Y él: “Jozef habla mejor que tú”.
Entonces llegó Dennis Lefton, subió.
Era ese astrónomo en los libros ‘El origen del universo’.
Lo elevamos, pero solo por el siete por ciento, y entonces ya iba.
Y una entrega completa.
¿Serían capaces ustedes?
¿Les gustaría intentarlo?
En primer lugar, tienen que poder entregarse por completo, al cien por cien.
¿Ven?
Y era una conferencia sorprendente, con alma.
Dimos todo por ella.
André estaba como un león salvaje, y yo también.
Pero mientras estaba allí no sabía si hablaba en Nueva York o aquí.
Porque usamos esa aura de ustedes.
Esa gente era... esa gente, no eran norteamericanos, sino gente de Ámsterdam y La Haya.
Esa aura fue la que pusimos en la sala.
Y tuvimos que hacer mil cosas para que llegara a ser un éxito.
¿Ven?
Por lo que él, en el instante en que se entregó y nosotros subíamos al estrado y teníamos que empezar, no sentía Nueva York, sino el espacio.
Y todo eso puede pasar.
Pero esas pocas palabras...
Yo a André le dije: “Elige unas palabras, ya te las volveré a sacar”.
Y eso ha ocurrido.
¿Lo ve?
(Sigue un breve silencio).
No.
¿Algo más?
(Señora en la sala):

—Sí.
Maestro Zelanus, ¿me permitiría saber algo más sobre el significado de los colores de la irradiación?
—¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Me gustaría saber algo más sobre el significado del color de la irradiación, del aura.
—Bien, ¿qué color quiere conocer?
Un hermoso blanco, ¿por ejemplo?
(Señora en la sala):

—El blanco, sí.
—Eso es la muerte.
(Señora en la sala):

—¿Es eso la muerte?
—Es bonito, es bonito.
En ‘Una mirada en el más allá’ puede leer que en esa aura, en el espacio, el amarillo es odio, el amarillo tiene odio.
Pero para el cosmos el amarillo no es odio.
¿Por qué no?
¿Qué significa, pues, este color para el cosmos, cuando nos ponemos a hablar de la cosmología?
(Señor en la sala):

—Un amarillo dorado.
—¿Cómo dice?
(Señor en la sala):

—Un amarillo dorado.
—Sí, un amarillo dorado.
Pero ¿qué es eso: “amarillo dorado”?
¿Qué representa esto?, ¿qué representa este color para el espacio?
(Señor en la sala):

—Cristo.
(Señora en la sala):

—¿Tiene que ver algo con el sol?
—¿Con Cristo dice usted?
No.
Este color es la paternidad del espacio.
O sea, este color amarillo surgió directamente y representa la paternidad como sol, pero ahora como flor.
Y si miran dentro de lo que es esta florecilla, en el corazón de esta vida, también conocerán el sol por dentro, porque es exactamente igual.
Entonces puede contarle de inmediato a los eruditos: mire, señor, sé cómo es el sol por dentro.
Y el sol también tiene pistilos.
Es el útero para el sol.
Porque ¿no creen que el sol no daría a luz?
El sol representa dentro de su maternidad... y cuando esas células como paternidad luminosa...
Entienden, ¿verdad?
Nosotros tenemos paternidad material, pero también tenemos una que es luminosa y espiritual.
El sol es para el espacio paternidad luminosa.
Y si ahora descienden en el sol, si descienden sobre las siete capas, sobre los siete grados, antes de que consigan el núcleo, entonces es parto.
Y entonces miran en el corazón de esta vida.
No tienen más que ir al biólogo y a un astrónomo y entonces simplemente dicen: aquí tienen el sol.
Entonces los echará a la primera.
Pero el sol y la luna, como madre, pero sobre todo el sol, se han parido y creado a sí mismos.
Y eso también lo pueden ver en toda esta vida.
La naturaleza, el cosmos no es tan complicado.
Si primero conocen esos fundamentos, se les abrirá esa inconmensurabilidad entera.
Y eso es lo que son ustedes, esa es la sabiduría.
Pueden estar con ello mil años, todos ustedes juntos pueden hacer miles de preguntas durante una noche; y allá a donde vayan no podrán eludirme.
Eso, por cierto, lo he tenido que demostrar, les he respondido a esas preguntas.
Pero eso todavía no es nada.
Cuando comenzamos sobre la cosmología con los eruditos...
Me gustaría que estuvieran aquí con unos cuatrocientos eruditos, y todos haciendo preguntas diferentes.
Y entonces ya pueden venir con Einstein y con quien quieran.
Por cierto: lo desafiamos aquella vez en Estados Unidos.
Ustedes también deberían hacerlo.
No se trata de atacar a ese hombre, sino de un combate espiritual, un duelo, por medio de la cosmología.
Y esas son, pues, las pruebas que no conoció el Antiguo Egipto.
Estaban en el espacio y sabían de la vida, que volverían, pero un trozo de piedra seguía siendo una divinidad, como siempre.
Estaban allí, ¿ven?, estaban encima de ese Dios de todo lo que vive.
Porque un trozo de piedra es una divinidad, sí, sí.
Pero ellos se quedaron enganchados a ese organismo y no eran capaces de ver esa piedra y ese árbol y esas aguas como algo separado del mundo astral espiritual.
Y por eso no avanzaron más.
(Dirigiéndose a la sala):

¿Tenían algo más?
(Señora en la sala):

—Sí, maestro Zelanus, quería decir...
—Todavía no hemos terminado.
(Señora en la sala):

—En realidad, quería decir el aura del ser humano.
—Sí, eso también lo tiene el aura del ser humano.
Conoce usted los colores, conoce usted los colores terrenales, materiales, pero en el ser humano hay, más o menos... unos siete mil colores, diez mil.
¿Qué quiere saber de todo eso?
El ser humano que lleva aquí, para la tierra, una hermosa túnica blanca, es hermoso, pero en el otro lado carece de sentido.
¿Lo saben?
Eso no tiene irradiación, ¿no?
A ustedes les aparece el color en la vida.
Todos los colores están presentes en un solo color.
Pero hay uno que predomina.
Así que cuando entran de ese mundo material en el amarillo, en el espíritu...
Y entonces se convierte en odio...
Porque esto es duro, es algo que maldice.
¿Radiante?
¿Creador?
Desde luego, el sol es cariñoso.
Pero cuando vemos eso en el ser humano por un rasgo de carácter: ahora se pone vil, ahora se pone odioso, desintegrador, falto de benevolencia, injusto.
Si ahora pasan a otros colores estridentes —ya comprenderán que cuanto más elevados, más hermosos, más suaves—, al verde estridente, y eso es irradiación espiritual, entonces nos mantenemos alejados de allí.
Entonces mejor váyanse, si se encuentran con una persona de ojos de un verde estridente, estridente.
—¿Rosados?
—Rosados.
Claro, ahora llegamos al amor.
Ahora llegamos a... ¿a qué?
En primero lugar al amor, a los sentimientos.
El color rosa.
Solo que el color rosa no dice nada.
Tendría que ver usted la túnica de una madre de la primera esfera, de la segunda, la tercera, la cuarta.
Allí los hombres no tienen túnicas tan hermosas como las madres.
El hombre como creador anda al margen de la creación.
Pero en las esferas...
Esta noche estoy cerca de usted, así que puedo contar algo muy diferente.
En las esferas verá los colores a medida que se ha desarrollado el ser humano.
Si se dedica al arte, si ha estado metida en el arte, entonces este estará incluso en su irradiación.
Todo lo que tenga que ver con su alma y con su espíritu... no con el alma, porque esta es la chispa divina... sino que tenga que ver con su personalidad, eso lo encontrará en su propia túnica.
Y el rosa solo es la muerte.
No dice gran cosa.
El blanco también está muerto.
Un color en sí también es duro.
En el otro lado no encuentra ningún azul, o tiene todos los colores del espacio; pero entonces esa irradiación es una emanación entre violácea y azulada.
Si ve una flor en el otro lado, es posible hacerla disolver sin más.
Puede llevársela si tiene la sintonización.
De lo contrario se cierra el cáliz y de repente habrá desaparecido.
La vida desaparece en un instante ante sus ojos.
Cuando llegan ustedes al otro lado, a la primera esfera, y no tuviera esa sintonización, y alguien puede llevarlo, su madre, su padre, su maestro, da igual...
Dice: “Mire, ¿ve esa flor de allí?”.
Ese maestro mantiene presa a la flor, la retiene, la mantiene entera.
Y si usted se acerca, de golpe ya no verá nada, todo se disuelve.
¿No le parece curioso?
Es decir: usted no tiene esa sintonización.
Y esa vida se retirará de inmediato.
Así que habla de forma muy imponente.
Cuando el ser humano llega allí... no hace falta que el ser humano se busque a sí mismo, allí se verá de inmediato a sí misma, en color, en sintonización, en luz, en todo.
Allí verá a gente, verá a gente con hermosas túnicas, y al lado cuelga un perifollo, como si dijéramos.
Así que verá allí a miles de millones de personas cuya personalidad se estará espiritualizando, y esa túnica aún no estará lista.
En el otro lado verán los fenómenos más extraños.
Pueden comprarse un bonito trabajo; eso nosotros no podemos hacerlo.
(Señora en la sala):

—Pero, maestro Zelanus, Venry trajo una flor a la tierra, ¿no?
—¿Cómo dice?
(Señora en la sala):

—Venry trajo una flor a la tierra, ¿no?
—Sí.
(Señora en la sala):

—Y la dio al rey, al faraón.
—Desde luego.
(Señora en la sala):

—Y entonces no se rompió.
—No, la flor no.
Venry podía hacer vivir esa flor diez mil años.
Pero después esta se disolvería.
Mientras Venry quisiera que esa flor se mantuviera en la tierra...
Eso lo hacemos nosotros también.
Pero entonces robaremos la vida allí.
No participamos en el engaño.
¿Por qué no ocurren tantos...?
André pidió muchas veces al maestro Alcar: “Trae una flor”.
Lo hemos hecho numerosas veces, en las sesiones a oscuras.
Y entonces la flor llegaba desde el otro lado, o desde la tierra.
La traíamos de allí y la llevábamos a través de las paredes y la colocábamos allí.
La flor permanece...
Cuando esa flor...
por un maestro...
Mire, ese maestro acoge esa vida, se la lleva con él a la tierra y suelta la vida, y esa vida ustedes la ven.
Está materializada de forma semidespierta, medio espiritualmente.
Pero ya lo ven, no es posible retenerla.
Cuando el maestro se retira un momento con esta vida, esta se disuelve ante sus ojos.
Todo eso es posible.
Esas pruebas se han dado muchas veces, centenares de veces, en, Londres, Egipto, la India colonial, en todas partes.
Pero esas leyes han pasado.
Esa orden, la Universidad de Cristo dijo: “Da el mayor número de pruebas en la tierra”.
Y esos veinticinco años han pasado.
Pero en esos veinticinco años en que la humanidad recibió materializaciones, desmaterializaciones, la voz directa, sangró el corazón de Cristo.
Sí...
Claro, ahora ya quieren saber por qué.
Porque Cristo, por Su vida y sangre, lo dio absolutamente todo, entregó absolutamente todo.
Pero no por...
Cristo podría haber atraído el espacio entero a la tierra, el mundo astral; no lo hizo.
Dejó que lo golpearan.
(Señora en la sala):

—Sólo para Tomás se dejó...
—Lo hizo unas veces.
¿Y ahora qué llegamos a tener?
Caminamos al margen de la vida.
El ser humano pide pruebas.
Se han dado miles y centenares de miles de pruebas.
No conseguimos nada con pruebas.
En ‘Jeus’ pone...
Cuando Jeus tenía cinco años...
¿Quién se cree ahora que Jeus... quién se cree que esta criatura viviera el Gólgota y que la creación se oscurecería y que encontraría dinerito en el bosque?
Así que el maestro Alcar...
No lo sabemos.
Pero en alguna parte del bosque, infaliblemente —¿lo leyeron?— allí el maestro Alcar ve dinero en el suelo.
¿Cómo es posible?
Y Jeus lo encuentra.
Por esa prueba el mundo entero, todas las universidades de la tierra de ustedes tendrían que aceptar: el otro lado es capaz de pensar, es una personalidad sorprendente.
Porque ustedes no son capaces de eso.
Pero ¿qué dice?
¿Ven?
Así se han dado millones de pruebas: fotos, extras (fotografía de espíritus, véase ‘Dones espirituales’).
A André le mandamos hacer de todo.
Solo para esto que oyen ahora.
Solo para poder hablar ahora tuvo que atravesar... tuvimos que atravesar materializaciones, la voz directa, levitaciones, fenómenos de aportes, todas las manifestaciones físicas, fenómenos, la ciencia, porque tenía que estar en el sueño epiléptico, físico.
Y después, fuera.
Porque esta noche tiene que hablar y reaccionar cada nervio sin excepción, su corazón, su circulación sanguínea tiene que estar sintonizada con este hablar; o hay algo que falla y entonces no hay palabra que cruce los labios.
Sí, sí.
Eso duró todavía tres años y medio, aunque el maestro Alcar ya puso los fundamentos en su juventud.
Como niño de nueve meses esta vida ya se desdobló corporalmente, pero no conscientemente.
Solo por esa conciencia.
Eso, a su vez, lo pueden leer en ‘Dones espirituales’.
Pero eso lo leerán en breve en Jeus III.
Allí recibirán todas esas pruebas, esos hechos, esos fundamentos que hemos colocado antes de que pudiéramos comenzar a escribir.
Teníamos que hacer sanar a André.
¿Por qué?
Ese instrumento tendría una existencia.
El maestro Alcar lo ha sacado allí del garaje, pero también le enseñó a conducir, en una silla.
Y eso les parecerá extraño, pero el maestro Alcar, a su vez, lo tenia bajo control por esa silla.
¿Ven?
Somos capaces de cualquier cosa, todo es posible, siempre que ustedes tengan el sentimiento.
Y así podemos seguir.
Nuestro trabajo está ahora listo.
Si André quiere, esta noche, al cien por cien, dice: “Me voy”, ya no volverán a verme, ya no volverán a verlo.
Si esta noche lo dice al cien por cien —al cien por cien, no tiene que perder ni un solo por ciento—, el aura se desgarrará.
Nuestro trabajo estará listo.
Todavía podemos escribir cincuenta libros.
El maestro Alcar dice: “Ya no hace falta”.
Si André quiere, empezamos mañana.
Pero todavía ahora dice: “No y no.
De momento ya no escribo más”, dice.
Y ahora tenemos que inclinarnos.
Hasta ese punto hemos llegado ahora.
Si él dice: “Ya no hablo”, tendremos que inclinar la cabeza ante esa vida, el maestro Alcar, yo y los otros maestros a los que él sirve.
Pero este ya no es Jozef Rulof, sino André-Dectar.
Y esa tarea ha pasado.
Porque ustedes no son conscientes de cuánta sangre hay allí, ¿verdad?
Esta vida viene de Güeldres.
En sus ciudades tienen...
Ustedes tienen que aprender, han recibido su educación; esta criatura no recibió nada.
Esta criatura tuvo que rodear la sociedad y vivir un desarrollo propio.
¿Ven?
Y esto el mundo todavía no lo entiende.
Ya ven lo pobre que es su mundo, que es la humanidad, que es el psicólogo.
Hemos ofrecido miles y millones de pruebas por medio de los libros, pintando, sanando; a ustedes no les sirve.
Y ahora dice André: “Estoy hasta aquí, harto”.
¿Lo creen?
¿Les gustaría acoger esto?
¿Por qué no?
Les da felicidad.
Pero entonces el maestro Alcar tiene que inclinarse.
Porque este trabajo está listo.
Por cierto, se lo conté a ustedes hace poco.
Mientras ustedes puedan vivir esto, es una ganancia para sus vidas, ganancias para la sociedad.
Pero la hemos machacado, a esta vida, como podríamos decir aquí, por completo.
Ya no hay nada, ni un gramo de sentimiento, o lo hemos consumido, por los libros, por las conferencias, pero sobre todo por los libros.
Todas las fuerzas se han agotado.
Cada sentimiento en cuanto a fuerza está consignado en los libros.
Hay listos veinticinco.
Quince, veinte libros... todavía podemos...
Cuando él empieza una nueva vida, aquí, podríamos escribir otros quince libros.
Pero nosotros acogemos a la humanidad en ese breve lapso de tiempo, ¿no?
En estos instantes están ustedes ante el reino de Dios.
Durará unos veinticinco, treinta, cuarenta años, y la humanidad vivirá en un glorioso paraíso.
Paraíso todavía no, pero tendrán ustedes paz y tranquilidad, y bienestar y conciencia.
No tenemos más que acoger a la humanidad.
Eso por cierto lo dice el maestro Alcar, yo también lo digo en ‘Los pueblos de la tierra’.
Eso ustedes lo han leído, en 1940 era posible que él muriera.
El maestro Alcar traería nueve libros a la tierra.
Y era una tarea impresionante.
¿Entienden?
Comparen esto —tienen que verlo— con la India colonial, con el Tíbet, con el Antiguo Egipto, con los filósofos de la India colonial.
¿Qué tiene... qué posee esa gente?
¿Qué tenía Ramakrishna, qué tiene Ramakrishna, una de sus grandes personas conscientes de Oriente, qué ha dejado esta criatura?
¿Qué les ha dado Ramakrishna a ustedes, a la humanidad?
¿Qué dio Buda, qué dio Mahoma?
¿El cosmos?
¿Analizó Buda la doctrina, la sabiduría, las leyes de Dios, de la misma manera en que pudo hacerlo André para ustedes?
Eso no se puede encontrar en la tierra, porque el maestro Alcar, Anthony van Dyck, es, a su vez, el instrumento para los maestros y la Universidad de Cristo.
Yo soy el portavoz de esa universidad.
Si el mundo, la humanidad, estuvieran listas, criatura mía, tendrían que aceptarme ustedes como su mentor.
Ustedes dicen “maestro”, pero eso ni siquiera lo quiero.
No quiero ese nombre, esa palabra, y André igual, no queremos aceptarlo hasta que no hayamos podido convencer a la humanidad entera.
Quiero merecérmelo.
Ustedes, cuando dicen durante estas noches “maestros” me asusto y me duele —es mucho mejor que me llamen Pedro— porque poseemos el poder del espacio, y no podemos difundirlo.
¿Ven?
André es cósmicamente consciente.
Tenemos una misma esfera, él y yo.
Yo tuve que escribir los libros y tuve que enseñarle a jugar, de niño.
Tuve que aprender el dialecto, porque no hay ni un solo pensamiento —la comida y la bebida no, eso se lo dejaba a él—, pero no había nada para su despertar o yo estaba en él.
Y de lo contrario esta manera de hablar sería imposible.
Así que tuve que vivir la vida suya, infaliblemente.
Esta es la vida que tuve que experimentar y elevar, esa fue mi tarea.
Y el maestro Alcar estaba fuera de eso.
Todo eso estaba en sus manos.
Digamos que para esta palabra raquítica, lo que ya han vivido durante años y años; ya se ha hecho tanto para esta palabra del espacio, desde el espacio.
Pero esos libros, eso lo sabe André, llegarán a estar en cada casita.
Son los libros para la Universidad de Cristo.
La humanidad entera los recibirá y tendrá que aceptar —esa gente, esos millones de personas— estos libros.
Porque nosotros servimos verdaderamente a Cristo.
Y para eso, a su vez, André desarrolló su sentimiento en el Antiguo Egipto.
Ustedes también lo pueden hacer.
¿Verdad?
Unos atraviesan la naturaleza, otros pasan ahora por la iglesia, y así el ser humano se va metiendo en los negocios.
Esa vida tenía el sentimiento para llegar a conocer la naturaleza, las leyes de Dios.
Eso es todo.
Y por eso, con eso, reciben ustedes vida tras vida.
Tendrán que empezar con eso enseguida.
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

Sí, dígame.
(Señora en la sala):

—Pero Dectar... ¿cuál era la diferencia entre Dectar y Venry?
—Dectar era el maestro que daba las enseñanzas a Venry y este era su adepto.
(Señora en la sala):

—Pero Venry tenía más sentimiento que Dectar.
—Más sentimiento.
En China había avanzado un poco más, unas vidas más.
Y ahora esas vidas juntas son sentimiento.
Este es André.
Pero el maestro es Dectar.
(Señora en la sala):

—André ¿es Venry?
—No, estamos hablando de nosotros mismos.
Venry vive en la quinta esfera, junto al maestro Alcar.
Pueden verlo con frecuencia cuando estamos activos.
Entonces no dice “André”, sino: “Dectar, estoy aquí.
¿Me ve?”.
Y entonces Venry dice: “¿Qué le dije hace tres mil ochocientos años, cuando volvimos del faraón por la noche”, y yo dije: “Algún día convencerá usted a la humanidad y entonces recibirá más que yo”.
Esto no es nada.
¿Al servicio de qué estábamos en Isis, que conseguimos allí?
Una vida fría, pobre.
Pero hemos empezado.
Si la iglesia católica de verdad poseyera algo, el sacerdocio es lo más hermoso que hay.
Pero no ahora que eludimos la creación.
La iglesia católica coloca miles y miles de trampas y cepos, para las propias criaturas, para los sacerdotes, las monjitas.
En el Antiguo Egipto: también mal; pero de vez en cuando, cuando al Gran Alado le entraba sentimiento como amor, los sumos sacerdotes decían: “Vete y mira.
Allí te espera algo”.
Entonces no había nada que hacer con una vida de esas.
Tienen que estar abiertos para esto, vacíos.
¿Ven?
Ahora bien, la humanidad...
La sociedad, pues, puede pensar: ¿y yo qué tengo que ver con eso?
Pero cada bebé, cada hombre, cada mujer, todo llega a este camino y cada cual tiene que empezar con él.
Todos tienen que empezar con eso.
Y entonces estaremos a su lado.
Unos han avanzado más que otros, claro.
El Omnigrado está habitado.
El ser humano de la tierra, de la era prehistórica —y eso lo pueden aceptar, se lo he contado—, vive en el Omnigrado y representa el ser humano divino.
Y nosotros todavía estamos aquí, ustedes todavía están aquí.
Pero lo ven, la vida adquiere espacio, belleza, sentimiento.
El hombre y la mujer representan a Dios como padre y madre, y eso es amor, es tomar posesión del espacio.
Si no quieren saber nada de planetas y soles, ni de la demencia ni de ninguna ley, ni del nacimiento, de la paternidad, de la maternidad, ustedes también se estarían blindando, ¿entienden, verdad?
Eso es el otro lado, esta palabra todavía no la he usado nunca, pero es el suicidio semiconsciente.
El ser humano que dice: no quiero tener que ver nada con eso, ya veré, se suicidará astralmente, espiritualmente.
Y se mantiene preso en un pequeño entorno; no ve nada, ya no tiene luz en los ojos.
Porque esto no es más que luz material, ¿ven?
Y en ese mundo astral, en ese mundo espiritual el ser humano no ve... porque dice: no quiero tener que ver con eso.
Así que esta vida pasa completamente para nada.
Y así es su sociedad entera.
Y esto es muy sencillo de entender, de aceptar, de aprender, porque podrán estar animados, podrán vivir su vida social, la vida a cada segundo se hará más y más bonita y hermosa, porque empezarán a sentirse, tendrán cosas que decirse.
¿No es así?
Y es cuando el ser humano vive de verdad, sobre todo la madre.
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

Sí, ¿tiene algo más?
(Alguien en la sala reacciona).
Enseguida estoy con usted.
(Señora en la sala):

—¿Cómo se produce un desdoblamiento corporal inconsciente?
—¿Que cómo se produce un desdoblamiento corporal inconsciente?
Entonces hay sentimientos en usted, por ejemplo en un sueño.
Está dormida y tiene la sensación de haber estado en alguna parte.
Eso también lo puede vivir durante el día.
Está sentada un rato en un lugar, se queda dormida y dice: tengo la sensación de haber estado allá.
Bueno, pues voy a preguntar si tal o cual persona también ha estado allí.
Y esa persona estuvo, porque usted la vio.
Así que entonces ha hecho usted un desdoblamiento corporal en esa silla.
Pero es un desdoblamiento del pensamiento al cien por cien, y es infalible.
Pero sigue usted en su cuerpo.
(Señora en la sala):

—¿Y el sueño?
—O sea, sentimientos mientras se duerme...
Su personalidad continúa durante el sueño, sigue.
Así que hay miles de deseos dentro de usted, sentimientos, deseos de despertarse, de hacer el bien, de vivir cosas hermosas, de vivir de forma hermosa, y un pequeño rasgo del carácter, una sola ley: es una ley, cada rasgo del carácter es una ley y esta, a su vez, la conecta a usted con otra cosa.
Y entonces se produce un desdoblamiento de los pensamientos.
Entiende, ¿verdad?
Y este puede imprimir sin fisura, al cien por cien, la imagen clara en usted, porque usted se desdobla, y también puede ser una sola con su cuerpo, pero usted misma envía su personalidad al espacio, para mirar y para actuar.
Y usted...
Digamos, al veinticinco por ciento.
Pero ese otro veinticinco por ciento todavía vive en el cuerpo, es uno solo con el cuerpo.
Entiende, ¿verdad?
Y aun así puede vivirlo infaliblemente.
Así es el sueño.
Los psicólogos lo conocen, lo comentan, pero no conocen las leyes para la personalidad y el espíritu.
Ahora bien...
El espíritu y la personalidad son uno solo.
Pero entonces el espíritu como sentimiento es el fundamento, cuya personalidad piensa.
Y ese es el que sale y aun así está en el organismo; exactamente lo mismo que lo que hablamos nosotros y que yo les he explicado.
Así que esta noche lo viven, pueden analizar poderosas leyes, pueden analizar poderosos problemas, y aun así, André está aquí.
Entienden, ¿verdad?
Pero él también está dormido ahora.
Así que yo hablo y él está dormido.
Es decir: está en todas partes.
Él lo vive, recupera todo lo que yo hago ahora, de lo contrario presentará agujeros, y eso no puede ser, se llenan ellos solos.
Cada palabra regresa para él.
Ahora está aquí por alguna parte.
¿Y dónde está ahora?
Esto toca a cada instante, se armoniza, cambia.
Se me acerca mucho, muchas veces está dentro de mí y ha vuelto, entonces hablamos, y aun así estoy hablando.
Ahora está allí.
Allí.
Sí, ¿dónde es “allí”?
Allí, está sentado junto a esas flores.
Está mirando las flores.
(Dirigiéndose a la gente en la sala):

¿Tiene algo más?
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

¿Usted?
(Señora en la sala):

—Maestro Zelanus, ¿puede ser que alguien que haya aprendido muchas cosas sobre los asuntos espirituales, que haya fallecido hace doce años, que pertenezca ahora a esta orden, a la orden espiritual?
—Dentro de doce mil años.
(Señora en la sala):

—Ah, dentro de doce mil años.
—Doce mil años.
¿Ya lo había dicho ese hombre?
(Señora en la sala):

—No.
—Pero ¿por qué pregunta esto?
(Señora en la sala):

—Pues, antes...
Antes fui donde... estuve con los rosacruces...
—Esos no tardan en llegar al cielo.
(Señora en la sala):

—No.
—Llegan en dos semanas, en unas horas.
(Señora en la sala):

—Decían que estaban tan arriba...
—Que resultan inalcanzables.
(Señora en la sala):

—Que ya no podían volver a la tierra.
—Están tan arriba que ya no son alcanzables.
Claro, claro.
¿Usted qué pensaba...?
Pueden vivir las esferas, la tierra crepuscular la puede...
Hemos escrito libros para cada pensamiento.
Así que cuando enseguida llegue aquí, lo que es aquí, usted, y llega al otro lado y dice: “Pues, no lo sé”, entonces no habrá vivido los libros, entonces no habrá vivido esas leyes.
Pero por cada pensamiento habrá recibido un mundo, un libro.
Usted sabe exactamente cómo tiene que liberarse de sí misma.
¿Cierto o no?
Pero no es tan sencillo.
Conseguir eso no es tan veloz.
Ni lo haga tan veloz.
Siga tranquilamente, pero de forma consciente, ¿ve?, de forma consciente.
Con el engaño, con la mentira, con la falta de cordialidad, con la injusticia quiere usted...
Desde luego que sabe lo que tiene que hacer el ser humano para darse conciencia.
Pueden leer mucho y aprender mucho, pero cuando no hay sentimiento...
¿Qué dijo Cristo?
“¿Qué tienen ustedes cuando hablan los idiomas del mundo, pero no amor?”.
Nada, nada.
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

¿Qué deseaba usted por allí?
¿Quién me preguntaba algo?
(Señor en la sala):

—Sí.
—Dígame.
(Señor en la sala):

—Si está por venir una guerra, entonces esa gente... esa gente vivirá pavorosa.
Y si la guerra...
—¿Entonces la gente vive con un pavo rosa?
(Señora en la sala):

—Pavorosa.
(Señor en la sala):

—Con pavor.
Y si no hay guerra, el pavor será aún mayor, la compasión será mayor.
Pero ¿cómo sienten los maestros compasión con nosotros?
¿En qué sentimiento?
—Dicho de otro modo: ahora lo tengo a usted.

(Risas).
¿Qué haría Cristo...?
¿Qué soy yo respecto a Cristo?
¿Y usted?
Nada.
Mucho.
¿Qué hacen los maestros de la séptima esfera, los mentores: Cesarino, Damasco, la Media Luna, Ubronus?
¿Qué sentirían por ustedes?
¿No lo saben ustedes?
Los maestros son duros.
Pero cuando yo les digo “nada”, ¿ustedes lo aceptan?
Claro, no lo aceptan.
Los maestros tienen que volver para que esa gente...
“Ay, hijo, es tan difícil”.
¿Verdad?
Nos pondremos a llorar y lamentarnos al lado de ustedes.
(Alguien en la sala):

—No.
—Las bombas vendrán, y nosotros nos iremos corriendo a toda prisa.
Pero nos quedaremos...
(Falta algo).
... todavía no.
Solo miramos cuánto tiempo todavía.
¿Qué importa que usted se muera?
¿Por qué temen una guerra?
La muerte es lo más hermoso que hay.
¿Por qué tienen miedo a la guerra?
¿Qué es la guerra?
Morirse, ¿verdad?
Y la muerte es evolución, lo más hermoso y poderoso que se puede vivir.
(Señora en la sala):

—... peores cosas, atemorizarse por algo...
—Eso es muchísimo peor.
Habla usted de la guerra, pero la criatura con tuberculosis, con cáncer, con enfermedades peores, un ciego...
¿Cuántos desgraciados no hay?
Y entonces los maestros todavía no han...
Si pueden hacer algo...
Pero nos estrellamos.
Estamos impotentes frente a sus leyes del karma y no podemos hacer nada.
Ustedes mismos tienen culpa de su desgracia, de su ceguera, de su tuberculosis y su cáncer.
Entonces dicen: “Lo tengo por mi padre”, pero ustedes tienen que ver con esas personas.
Y no les tocarán un pelo —la de cosas que no hemos vivido y hemos tenido que inclinarnos—, no les tocarán un pelo si están libres de esto, esto, esto, esto, esto y esto.
Y entonces podrán seguir un año, diez años, y ni así se habrán vaciado para ustedes mismos: tantas cosas hay.
Cada pequeño rasgo del carácter tiene ampliación, cordialidad.
Ven?
Pero ¿cómo...?
¿Qué piensa usted, amigo mío?
Hemos tenido millones de vidas desde que salimos de la jungla.
Y ¿cuándo va a comenzar el ser humano?
Es que ustedes deberían observar la sociedad, deberían observar el ser humano que vive a la buena de Dios, que roba, asesina, que es un incendiario.
Hay gente que se lo ha ganado honestamente, pero a mil, a mil quinientas de esas criaturas las han vaciado.
¿Hay un solo ser humano en la tierra que pueda decir como millonario: me lo he ganado honestamente?
¿Si pusiéramos las leyes de Cristo al lado?
¿Qué dice Cristo?
¿Qué dicen las leyes?
No hace falta que se den hasta vaciarse.
Cada cual tiene que construir sentimiento social, desarrollarlo.
Si ustedes nos dicen... cuando dicen ustedes al maestro: “Soy tan pobre y ese hombre de allí y esa mujer de allá lo tienen todo, todo”...
Ustedes son...
Hay gente que dice: “¿Por qué tiene ese hombre tantos dones?
Sabe pintar, sabe sanar y escribe libros, y tiene esto”.
Ya les dije: “Nosotros tenemos los dones; ¡ese ser humano no tiene nada!”.
Pero la conciencia social también hay que construirla.
Esa gente ha trabajado para eso.
Y lo que hagan ahora con eso es cosa de ellos.
Pero no miren a los ricos.
Y cuando lleguen entonces al otro lado, eso lo pueden leer, estarán contentos de no haber conocido eso.
Ustedes antes también lo eran.
Siglos atrás también lo eran.
Un rajá de esos orientales.
Marajá: ¿está bien ahora?
Uno de esos príncipes egipcios.
Solo tienen que mirarle los ojitos.
La riqueza aún la tiene usted sobre el rostro, criatura mía.

(Risas).
Pero él no me cree.
Pero ¿qué es lo que hacen entonces los maestros respecto al dolor, la pena y la desgracia?
Si el magnetizador puede hacer algo...
Cuando van ustedes a Lourdes...
Me han dicho tantas veces: “¿Todavía rezan los maestros, André?”.
Sí, rezamos día y noche.
Ya no tenemos noche ni día, pero...
En ese espacio siempre andamos así, rezamos asá, con las cabezas vueltas a la tierra, de luto, de negro.
Sí, sí.
Hemos...
En el otro lado puede usted...
Una vez que tenga conciencia en el mundo astral, tendrá la felicidad del espacio.
Y entonces ya no tendrá que ver nada con el dolor y la pena, amigo mío.
No nos sentaremos a su lado.
Y si podemos, quitaremos ese dolor, por qué no.
Sí quiero dar mi vida, dice el maestro, pero esas cosas pequeñas las tiene que vivir usted mismo.
¿Quiere tener usted mi vida, mi salud?
Si de verdad dice usted “sí” y le pasa algo, y si de verdad dice: “Así son las leyes de Dios”,
y le preguntamos, el maestro pregunta, Cristo le pregunta...
¿No fue eso lo que dijo Cristo?
No sabe usted lo que pasó en esa época, porque a Cristo no se le conoce.
Cristo dijo a la gente: “¿Quieren curarse?”.
Y Él se conocía a sí mismo, o de lo contrario se habría derrumbado, enfermo.
“Porque solo pueden sanarse si a cambio les doy toda mi salud”.
Así es como sanaba André.
Y si a eso se añade el cien por cien al completo, el amor, esa enfermedad lo atraviesa, pero también sale.
Y así es como nosotros hemos tenido que sanar, así sanaba André.
Pero nosotros no sentimos compasión por usted.
Porque en los libros dice: la compasión es debilidad.
Ustedes están evolucionando.
Están activos por la lucha.
¿Por qué hacen mal?
¿Por qué hace mal la humanidad?
Ustedes están evolucionando; ¿por qué íbamos a privarles de esa evolución y sentarnos a su lado?
¿Para qué pueden rezar ahora todavía?
Deberían ver ahora el psicólogo y la iglesia católica, la Biblia.
Escuchen su radio, su sacerdote: a rezar, a rezar, a rezar a y rezar, y a cantar y a cantar.
Y así es como llegamos al otro lado.
Cristo ya no quiere oír esos maullidos.
Y eso son maullidos, ciertamente.
Porque ¿es sagrado bendecir algo?
No, esto ocupa el núcleo.
Rezar es el núcleo.
¿Rezar?
El ser humano reza para conseguir algo, ¿verdad?
¿Por qué rezan ustedes?
¿Por qué reza la masa?
¿Por qué rezan con tanto cariño?
¿De verdad que pensaban recibir un renacimiento y que se pondrían a cantarlo con una hermosa canción?
Cantar el renacer con un alto, o por medio del alto de ustedes, o de su soprano, o de su tenor, y no hacer otra cosa que estar en esa naturaleza y no hacer otra cosa que cantar y cantar.
No.
Así no llegó ningún renacer.
¿Entienden?
Todo será más hermoso y más sencillo.
Pero se lo ganará usted, amigo mío.
¿Habrá guerra?
¿Qué significa una guerra?
Qué significa morirse?
Las enfermedades son fenómenos que los pueden hacer gemir, sin duda.
No hace falta pedir dolor.
El ser humano que se riera del dolor y se encoja los hombros es una persona inconsciente.
No hace falta que pidan ser golpeados ni subirse conscientemente a la hoguera, para que los frían deliciosamente.
No hace falta.
Porque Dios dijo: “Y no te tocarán un pelo en la cabeza.
Te he creado en amor”.
Pero ahora viven ustedes su karma.
¿Y tenemos que acogerlos allí?
¿Quién quiere acogerlos allí?
¿Pues?
En la sociedad todo es hermoso, si ven lo hermoso que tiene y si quieren vivirlo.
En breve se irán y se partirán una pierna...
No digo que ocurra, amigo mío.
No tiene por qué asustarse.
(Señor en la sala):

—Pero quería preguntarle un momento...
—Todavía no he terminado.
—... y va usted...
Miren, ¿por qué tenemos esto, pues?
Hay posibilidades materiales, posibilidades sociales con las que ustedes mismos se pueden causar daño.
Y allí está todo.
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

—¿Qué deseaba?
(Señor en la sala):

—Se me hace dura su doctrina; a mí manera, comprenda bien lo que...
—Es que es dura, sí.
(Señor en la sala):

—Pero si ando al lado de la carretera y pasa un tranvía que atropella a alguien que muere por eso y digo: “Vamos, hombre, mejor sigue andando, es el karma”, eso sí que es duro.
—Eso es aun más duro.
(Señor en la sala):

—Sí.
—Es que ese tranvía es más duro que el ser humano.
—Sí, no, no quiero decir eso.
—Claro, claro.
(Señor en la sala):

—¿Y qué tiene que haber entonces al revés?
—Mire, lo que dice usted...
Lo que para usted es duro y severo es una ley para el otro lado, para el espíritu de usted.
Habla usted de morir.
Ese hombre se murió, ¿verdad?, atropellado por el tranvía, ¿no?
¿Estaba muerto, ¿no?
Suponemos que está muerto.
Pero no lo está.
¿En qué lo está convirtiendo usted de pronto?
¿Por qué no tuvo más cuidado?
Ahora tendrá que volver otra vez a la tierra para aprender a tener cuidado en la ciudad.
Tiene que volver, solo para aprender: tengo que tener cuidado para mí mismo.
Porque cuántos...
Hay miles de personas que fallecen por el suicidio semiconsciente.
Y eso tiene un aire de negligencia.
No tienen cuidado.
Uno tiene que adaptarse a la sociedad, y ustedes eso no lo hacen.
¿Es duro si aparece un tranvía y uno no ha tenido cuidado?
¿Es horrible cuando un ser humano sabe: sí, algo tendrá que ocurrir y me estrellaré con ese coche contra un muro?
Más de una vez he tenido que hacerme con el volante de André, porque él tenía la sensación: bueno, voy a ir un poco a todo trapo.
Y entonces yo digo: “Para un poco, amigo mío”.
Y he tomado momentos en que con nuestro pensamiento veloz, ¿entienden?, con nuestro enorme pensamiento he pensando sobre miles de problemas: zas, así, así y así.
Eso ha ocurrido.
Ahora ya puede seguir.
Una vez el hombre iba como un cohete por la calle, sale por una esquina, y no ve el tranvía, no se lo creerán, pero le pasa por encima a la primera.
Eso fue en 1937.
Y el tranvía que se detiene, pero él lo atraviesa, a través del conductor, de la gente, de las lucecitas, de la electricidad, y vuelve a salir por la parte de atrás, y saluda con el brazo hacia el otro lado de la calle a donde tiene que ir, a esa señora.
Y entonces el maestro Alcar lo acogió y lo desmaterializó.
Dice: “André, una vez más y ya no tendré poder”.
Y entonces llegó André, Jozef Rulof, donde el ser humano.
Esa señora dice: “Parece usted un fantasma.

(Susurrando):

Menuda pinta que tienes.
De un espíritu, es lo que era, si esa pared...”.
A la gente le entró miedo: “¿Le ocurre algo?”.
“¿Le ocurre algo?”.
“No”.
Pero esa sangre, en esa reacción veloz...
Eso ha ocurrido, en 1937.
Pero solo puede pasar una vez.
Y si André no prestaba atención, el maestro Alcar dejaba que se estrellara.
¿Es duro eso?
Lo que aquí es duro, es una ley en nuestro lado.
Ustedes dicen: “Vaya, ese buen hombre tenía que morir y ahora esa pobre madre se queda sola con siete hijos”.
Basta mirar el ejemplo en ‘Jeus’.
El Largo se fue a los treinta y nueve años.
Y allí se quedó Crisje.
Siete hijos.
Los ladrones y los asesinos, pensó Crisje, los canallas de la tierra...
No hace falta que lo digan, porque ¿qué es eso?
Los ladrones y los bandidos, dijo el otro, lo tienen todo, y allí está Nuestro Señor —¿ven?, eso contiene sabiduría, allí, en ‘Jeus’, con eso empezamos ahora—, Nuestro Señor deja hecho polvo un hogar.
¿Y se quería esa gente?
No, ese padre se encargaría de las criaturas.
¿Qué clase de idiota es ese de allí arriba?
Eso también es duro.
Cuando decimos: ¿qué clase de idiota es ese, ese Dios de amor, que fulmina al ser humano con la locura, con tuberculosis, cáncer, lepra...
¿No es un idiota?
¿Es eso un Dios de amor?
Este es mucho peor que aquel Dios que odia del Antiguo Testamento.
¿Y todo eso es duro?
Hijo mío, la vida de El Largo iba a acabar, y así fue.
Su tarea estaba concluida, porque tenía que venir otro; ambos tenían que enmendar cosas ante otros.
Y eso lo leerán pronto en la segunda parte de ‘Jeus’.
Y entonces ustedes dirán: ¿cómo es posible?
Pero El Largo y Crisje son almas gemelas.
Pronto recibirán un precioso libro; porque me he esforzado por él.
Espero que me den su “sí”.
(Señor en la sala):

—Sí, maestro Zelanus.
—Sí, pero otros dicen que en la primera parte me puse sentimental.
(Señor en la sala):

—Vaya, oiga.
—Sí, sí.
Entonces dicen a Jeus: “Pues, la primera parte es sentimental”.
Y entonces yo le digo a Jeus, a André: “Gracias.
Pero para esos no lo he escrito”.
Y en eso hay miles de leyes.
Porque yo he analizado las materiales, las humanas, las maternales, la infantiles y las espaciales, y las he juntado.
Comencé con una oración, cada uno de los capítulos se convirtió en una oración, una apertura, y empezó a vivir la ley.
Mejor léanlo otra vez, para comenzar, para contarlo.
Y entonces, yo era muy juguetón.
Dije tantas veces como Jeus “maldita sea, encima eso”.
El ser humano mira: los maestros hablan en dialecto.
Sí, teníamos que hacerlo, y así fue, o de lo contrario no podríamos haber elevado esta vida.
Y después, a eso se añade el idioma más cariñoso de todos los idiomas que hemos llegado a conocer.
¿Por qué?
Porque ahora habla la vida.
¿No tiene el dialecto muchas cosas encantadoras?
Yo tuve que asimilarlo.
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

—¿Tiene algo más?
—No.
—¿Sigue siendo duro?
(Señor en la sala):

—No, no, no.
—Gracias.
(Dirigiéndose a la gente en la sala):

¿Quién de ustedes?
(Señor en la sala):

—¿Puedo preguntarle otra cosa rara?
—Allí hay otra mano.
Enseguida estoy con usted.
(Señora en la sala):

—Maestro Zelanus, ¿es que todas las personas que se hayan suicidado de forma semiconsciente tienen que vivir la descomposición del cuerpo?
—No.
Pero ¿es que no oyeron entonces lo que dije: si no lo quieren, no tienen el deseo...?
Ah, quiere decir usted para el despertar, los que andan por la calle.
Estos... estos hicieron la transición equis tiempo demasiado pronto.
Pero no hay un freno, porque esa gente no ha entregado ninguna voluntad para la muerte.
Ellos mismos se asustaron.
Pero ¿comprenden que ese aire de negligencia ya los conecta a ustedes también con el suicidio?
¿Sí?
(Señora en la sala):

—Sí.
—Pueden ustedes participar en los milagros técnicos.
Cuando André iba a ir a Estados Unidos, hemos vivido de verdad... el maestro Alcar de verdad vivió el viaje por adelantado, o no iría.
Porque allí hay todavía, ¿entienden?, en eso todavía no hay seguridad.
Y todo lo que tiene inseguridad conduce al suicidio semidespierto.
Porque estos problemas no los podemos analizar en los libros, porque entonces ya no se aclararán.
Pero es posible.
Porque, naturalmente, ustedes tienen que estar al cien por cien en armonía con su entorno, ¿verdad?, con su tarea, su trabajo, respecto del ser humano, de ustedes mismos, el otro lado.
¿Y cómo son ustedes?
¿Cómo actúan ustedes?
Ahora hay que tener cuidado.
Tienen que tener cuidado al cien por cien.
Es algo que tienen que aprender.
Y si no son capaces...
¿Cuántos miles de personas no fallecen a diario por actitudes negligentes?
Y esa gente la hay en el otro lado, la hay, pero todavía les falta algo.
Y ahora ya echan todo el tiempo...
Los hay, y es como si estuvieren conscientemente en trance.
Los tiempos en que todavía...
Esto es un accidente.
Hay posibilidades de que el ser humano precisamente fallecería debajo de... por la caída de ese avión, o por ese tranvía o por otra cosa, una coz de un caballo, por decir algo.
Porque Dios no conoce los lechos de muerte.
Ese lecho de usted no significa nada para el espacio, todo eso sucede de forma interior.
Da igual dónde esté, o planee, o se encuentre, puede ocurrir en cualquier instante.
Cuando se rompe el cordón fluido, entonces sí que se van; y ese es su proceso de muerte.
Pero las cosas accesorias, ¿ven?, son así, así y así.
Dios creó el ser humano para sí mismo.
Si ustedes...
Nos sirve de muy poco explicarles esas leyes de forma divina.
Pueden recibir ustedes su sabiduría divina, pero entonces tengo que decir: ¡ustedes son dioses!
Y entonces llega allí el ser humano con sus rasgos de carácter mezquinos y dice: soy una divinidad.
Ahora sucederá.
¿Lo ven?
Pero cuando tienen que vivir el espacio, y si vencen ese espacio por la paternidad y la maternidad, y si en el Omnigrado representan a Dios como ser humano, como ser humano divino, entonces ya son ahora una divinidad como ser humano.
Pero esas leyes no se las puedo explicar, porque ustedes no las sienten.
Y entonces llegamos a la cosmología: el origen y la dilatación de un grado, un pensamiento, un acto.
Cuando cometen un acto este es espiritual, es espacial, tiene infundida alma divina.
Y a medida que hagan eso, y que lo vivan, despiertan algo de su sintonización divina, y empezarán a sentir más.
Todo eso está en manos de ustedes.
Y todo eso lo tienen que hacer ustedes mismos.
¿Lo comprenden ahora?
(Dirigiéndose a la sala):

—¿Algo más?
Sí, ¿quién tenía algo más?
(Señora en la sala):

—Los diez mandamientos, ¿en qué medida siguen siendo algo para nosotros?
—Depende de lo que hagan ustedes con ellos.
(Señora en la sala):

—Sí, claro, existen los diez mandamientos... no disolverás el matrimonio, no robarás.
Pero también hay otro mandamiento: no harás imágenes de piedra que guarde parecido alguno con quien...
—Si a mí me preguntan...
Yo...
Ustedes me llaman maestro.
Y si me preguntan: ¿Cuántos mandamientos conoce todavía?, he de decir: ya no conozco ninguno.
¿Lo creen?
Pero lo que es la ley...
Claro, Moisés aportó aquello, eso, esto y lo otro.
Pero después la iglesia se puso a mordisquear a Moisés y puso los diez mandamientos al lado de esto, aquello y lo otro.
Moisés recibió aquello: no matarás, en primer lugar de todos; pero después: no cometerás adulterio.
¿Cuántos millones de personas llevan los diez mandamientos en el corazón?
¿Y cuántos millones de personas llegaron al otro lado al margen de los diez mandamientos?
¿Ven?
Volvemos a acoger todo.
Moisés, naturalmente, recibió fundamentos para la humanidad.
La humanidad iba a recibir una fe.
Si no hubieran acudido maestros a Moisés —fueron los maestros—: “No matarás”...
¿Ven?
Eso ya era poderoso, que Moisés pudiera dar a la humanidad: “No matarás”; pero cuatro días después él mismo tuvo que dar órdenes de matar.
(Señor en la sala):

—Él mismo también lo hacía.
—Sí, encima eso.
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

¿Sabía usted eso?
(Señor en la sala):

—Sí, lo sé.
—Vaya.
Yo ni siquiera lo sabía.

(Risas).

Esta noche he vuelto a aprender algo.
(Dirigiéndose a la sala):

¿Tienen algo más?
André diría: “Se puede ganar algo más?”.
(Señora en la sala):

—Maestro Zelanus, esta noche ha dicho usted que un creador a su lado no lleva una túnica tan hermosa como la de una mujer.
Eso desde luego no lo comprendo.
—Es que no lo cree, claro.
¿Puedo decir yo entonces que soy más guapo que usted?
Esta noche no les he dicho la verdad.
Porque en el organismo creador...
Quiero decir con eso...
Claro, es peligroso, si hablo así, pero quiero decir con eso: ya verán luego cómo somos.
Pero cuando el hombre, la madre me preguntan esto y lo otro, a ella le ofrezco una imagen opuesta del creador.
Pero sí puede sentir que ambas vidas son una sola, ¿verdad?
(Señora en la sala):

—Sí.
Por eso.
—Claro.
Pero ¿tengo que decir allí lo hermoso que soy?
Eso no lo hago.
(Dirigiéndose a la sala):

¿Hay algo más?
(Silencio).
Y allí no tienen mucho esta noche.
(Señora en la sala):

—Tengo muchas ganas de saber algo, maestro Zelanus.
Me ha llamado la atención que cuando habla Jozef Rulof... (inaudible) instrumento, entonces esto no se mueve.
Pero cuando es usted, entonces cada palabra me presiona aquí.
¿Cuál es la...?
—Yo tengo que hablar a través de la cabeza y Jozef Rulof no.
Cuando...
Jozef Rulof habla desde el plexo solar.
(Señora en la sala):

—Sí.
—Todo se centra en este punto.
(Señora en la sala):

—Sí, ya me di cuenta.
Quería saber...
—¿Algo más?
(Señora en la sala):

—Hace un rato dijo usted, para volver sobre esta conversación, que queríamos tener pruebas.
Pero ¿le da una buena sensación que creamos en el maestro Zelanus aunque no lo hayamos visto nunca?
—Sí.
Sí, eso fenomenal.
Sí, una sensación fenomenal.

(Risas).
Es una sensación muy agradable que estén.
Conozco mis auras.
Sí que sé que ustedes todavía...
Creo que usted todavía no ha faltado a ninguna conferencia.
Sí, una vez, cuando estaba enferma.
(Señora en la sala):

—Cuando mi hija pequeña...
—Eso también lo sé.
He visto a mi gente.
Pero estoy muy feliz de que estén; no por mí, sino por ustedes mismos.
Pero también estoy contento de que usted esté.
Pero, mire... y eso es lo que eleva a André.
En el espacio —se lo he contado más de una vez— tengo, debajo de las esferas, en las que hay seres humanos, debajo de la mía, debajo de la de ustedes, tengo centenares de millones de adeptos, centenares, centenares y centenares.
Y aquí tengo esta noche dos mil.
¿Ven?
La humanidad no está preparada.
Por que es más fácil hablarle a dos millones de personas que a cincuenta, cien.
¿Ven?
Porque vamos a seguir.
Hace trescientos cincuenta años ya empecé con la construcción, de mí mismo, hace novecientos años...
Conocen ustedes ‘El ciclo del alma’.
Pero cuando nací otra vez y Emschor vino a mí, era en tiempos de ustedes, 1915, 1916, 1917, entonces empecé a servir.
Y entonces cada... mientras servía, el ser humano en la tierra en el espacio, de noche, la luz, en el parto...
En primer lugar he vivido miles de nacimientos con la madre.
Descendía en la madre; el atraer la célula, entraba en ustedes y recibíamos al creador y la nueva vida, y me quedaba en ustedes, todos esos nueve meses —eso lo hemos vivido miles de veces— para vivir los rasgos de carácter como espacios, para acoger la universidad de la célula, el alma.
Y así desde la luna.
Porque cuando ustedes experimentan el ser humano, y además la luna, y además el sol, entonces conocen absolutamente todas las creaciones de Dios.
Y entonces empezamos a servir esa vida.
Hablando, siempre.
En el otro lado ya no tenemos flores.
En el otro lado tienen que hacerlo por aquello que conocen.
Y esas son mis flores.
¿Ven?
Y eso de verdad es el sentimiento de hacerse universalmente uno: si la masa acoge mi sentimiento.
Si estuvieran aquí con centenares y miles, tendría que infundirles más alma.
Hubo noches aquí que les di demasiado.
Eso el ser humano no lo puede procesar.
Tampoco pretendo quedarme siempre en ese cosmos, porque ustedes no conocen sus preguntas ni rasgos de carácter para la sociedad, para su vida astral.
(El técnico de sonido hace una señal).
Ya ven, otra vez hemos llegado al final.
(Alguien en la sala):

—Vaya.
—Tienen que empezar ustedes.
Y esto también es cosmología.
Primero hicimos todo, lo dimos todo, y entonces me dije a mí mismo: bueno, ahora a esperar un poco.
En La Haya tengo que... es imprescindible que dé conferencias para el maestro Alcar sobre la cosmología.
Aquí no, tengo que responder a sus preguntas.
Pero puedo hacerlas tan profundas como la cosmología en La Haya.
Y entonces estas noches les servirán más que las que reciben en La Haya, aunque aquellas sean prodigiosas.
¿Ven?
Hasta pronto.
Hasta la vista.
(Dirigiéndose a la gente la sala):

¿Hay algo más?
Ya tenemos que irnos otra vez.
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

¿No tenía usted nada esta noche?
(Señora en la sala):

—Maestro Zelanus, en la tierra, en la vida cotidiana, con todas sus dificultades, apenas puedo hacer que avance espiritualmente, ¿no?
—Pero ¿dónde está ese desarrollo?
Usted quiere el bien, ¿verdad?
Quiere usted verdad.
Le gustaría dar su sangre y su vida y su corazón a la gente si así pudiera convencer a la humanidad.
Eso quiere y eso puede hacerlo, y es capaz de ello.
Y si ustedes eso lo...
Lo quiere, ¿verdad?
(Señora en la sala):

—Sí.
—Si esta noche tengo que ir con André a la hoguera y resulta que allí entra... entra el inquisidor y esta noche tenemos que arder, ¿vendrá conmigo?
(Señora en la sala):

—Eso todavía no lo puedo decir, maestro.
—¿Es que no lo sabe todavía?
(Señora en la sala):

—Quizá sí que me atrevería.
—“Quizá”: eso no nos sirve de nada.
Si usted en el “quizá”...
¿Ve?
Usted me pregunta...
Si quiere vivir en el “quizá” y el “tal vez”, entonces lo fácil no se le acercará.
Tiene que saber usted todo, hay que querer saberlo todo, y poder hacerlo.
Entonces le entrará la sencillez y se verá portada por su vida y el espacio.
Y ahora ya no es difícil.
¿Saben lo que es difícil?
Encargarse de qué comer.
El ser humano tiene que comer y tiene que dormir.
Cada criatura, cada animalito, tiene derecho a un sueño natural.
Ven, ¿verdad?
La sociedad aún no está construida.
Peo detrás de esto vive, a su vez: si se ayuda demasiado al ser humano, lo echa a perder, lo descompone.
Del ser humano hay que sacarlo absolutamente todo.
Así que el ser humano trabajará para sí mismo y servirá, y así será, de lo contrario se desintegrará esa personalidad.
Cuanto más difícil sea, más hermoso será el ser humano detrás del ataúd.
Porque todo eso se convertirá en posesión.
¿Es así?
La vida es hermosa, la vida es sencilla; si uno la comprende.
¿Hay algo más?
(Señora en la sala):

—Maestro, lo que quiero decir, maestro Zelanus: para conducir al ser humano a esta doctrina.
Mire, a veces hay gente que viene a hablar conmigo.
Intento darle a la gente los libros...
Y no los quieren.
(Señora en la sala):

—... lo que sea.
Y entonces a las personas casi se las ha ganado y no quieren más que estar contigo.
Y después se van.
(Señora en la sala):

—Y entonces pienso, mira...
—Sí.
¿Se cree usted que nosotros preguntamos si están contentos o si no lo están?
¿No serían diferentes sus pensamientos?
¿No ha habido entre ustedes quienes piensan: ese hombre está loco y es un demente?
(Alguien en la sala):

—Sí.
—Y nosotros no hacemos más que seguir.
Tenemos que...
Si hacen eso ustedes, tienen que hablar a contracorriente de esa demencia.
Nosotros ya no tenemos nada que perder.
Queremos darlo todo.
Pero ¡Cristo ni siquiera lo quiere tener!
Se ha entregado todo.
Y ahora las cosas se simplifican.
¿Ven?
Cuando el ser humano... cuando ustedes están abiertos, y tienen algo que darle al ser humano no hace falta buscarlo, porque este irá al encuentro de usted.
Esto es muchísimo, el que estén aquí en estas cantidades.
Porque ahora alcanzamos... solo un ser humano entre cientos de miles está preparado... que está preparado y que tiene el sentimiento de anhelar, para conocerse a sí mismo, a Dios, a Cristo y el espacio.
El desarrollo, la personalidad “humanidad” solo tiene siete segundos de antigüedad.
La humanidad todavía tiene que empezar con el despertar espiritual.
En la tierra todavía no se han colocado fundamentos conscientes para su espíritu.
Todavía no los hay.
Bueno, ¡ahora los están recibiendo!
Pero la sociedad, la universidad, el psicólogo no conoce la muerte, no conoce la personalidad astral.
¿Qué hará la humanidad con André cuando en breve las universidades tengan que aceptarnos?
Eso no lo queremos vivir, ni André, porque no dejarían nada de nosotros.
Ya no podremos... ya no podrá salir a la calle.
Si la humanidad supiera: la persona divinamente consciente, espacial...
Puedo ofrecerles a ustedes preguntas mortales, divinas, porque iré a mi esfera, a mi espacio, más y más alto.
Y ahora, si ustedes —esa orden nunca me deja solo—, si tengo que obtener una respuesta divina, esa respuesta desde el Omnigrado me entra en una milésima de segundo.
¿Ven?
Y entonces ustedes servirán, serán conscientes, y continuarán.
Entonces ya no habrá nada que les moleste, porque empezarán a saber.
¿Ven?
André también puede pensar ahora: ¿qué tengo que hacer todavía para esta masa inconsciente?
Ahora empieza a sufrir, nosotros sufrimos, por la pobreza de la humanidad.
Sí, eso no lo hacemos en el otro lado.
Pero si están en la tierra y andan por allí, pueden hacer lo que sea...
Pero para él las cosas se detienen.
La sociedad no está preparada para él.
¿Ven?
Y ahora ya pueden dejar que vengan las universidades; estamos listos.
Pero no logramos que eche raíz la sabiduría divina, espacial.
Y ese es el dolor del ser humano de aquí, también para André.
¿Tienen algo más?
(Dirigiéndose a alguien en la sala):

Sí.
(Señor en la sala):

—Maestro Zelanus, cuando Gerhard el cochero llegó a despertar, sacó fuerzas de las oraciones que le había elevado André.
Pero si Gerhard hubiera regresado entonces al estadio embrionario, o sea, si no hubiera tenido una esfera, ¿esas oraciones habrían servido de algo?
—Tampoco esas oraciones le sirvieron, tampoco.
Esas oraciones no le sirvieron a Gerhard.
Pero ustedes pueden rezar.
Solo era un aura, un pensamiento de André, como de usted para su amado.
Pueden rezar.
Pero pueden...
Miren, eso de rezar directamente nosotros no lo atacamos.
Pero ustedes exigen cuando rezan.
¿Cierto o no?
Se ponen a pedir.
Pero en el espacio no se puede aprender ninguna manera de pedir rezando, ni se puede emitir, porque se frenan a sí mismos por ponerse a pedir por su oración.
Y quieren... y “Dios”, y “haz que papá vuelva”, y “¿por qué no viene mamá?”.
Y eso no para nunca.
Miren, ustedes exigen.
No preguntan si eso es posible.
Pero mientras meditaba, André envió sus pensamientos a Gerhard, y entonces pueden seguir al ser humano.
Cuando el otro lado...
Si ustedes son veraces al cien por cien, y se ponen a anhelar de verdad y se ponen a desear, y se desfogan para los sistemas de Cristo y el espacio, al instante habrá un maestro a su lado.
Porque es ahora cuando se puede usar la vida de usted.
Se puede hacer algo con sus vidas y personalidades.
Entienden, ¿verdad?
Pero ¿quién hace eso?
¿Quién sabe hacerlo?
Gracias por las hermosas flores para André.
Y yo me voy.
Se ha agotado nuestro tiempo.
Ahora les mostraré lo rápido que podemos despedirnos...
(Silencio):
¿Quién es este ahora?
(Gente en la sala):

—Jozef.
—Todavía no.
Todavía no.
Todavía no.
Él casi había salido.
Todavía estaba.
(Silencio).
Ahora.
Ahora lo saben.
¿Es él ahora?
(Gente en la sala):

—No.
—¿Y por qué no puede suceder ahora?
Él quiere, yo quiero, y no es posible.
¿Por qué no puede ser ahora?
Me sintonizo con ustedes.
(Señora en la sala):

—Sí, a usted lo están reteniendo.
—Ahora atención.
(Otra vez silencio.
Suenan pasos).
Ahora ya sí.
Buenas noches.